La tarde estaba fria, como tarde de diciembre, la brisa soplaba de lado a lado y hacia mecer unas bongas cercanas a mi. Mi nombre es Yama, y mi nombre se aviva con el viento. Hace un par de días que surgí como el fénix, pero aun tengo poca edad como para que me tomen en serio. Vivo en una casa humilde de bareque, con pañote de barro y alma de caña brava, aunque perdería mucho tiempo si describo metro a metro este lugar. Hace mucho tiempo, recuerdo vagamente que vivía en una casa enorme con mas de un privilegio, comida abundante y recursos materiales incomparables. Pero luego de un profundo sueño, desperté hace 11 años aquí, en este lugar maravilloso que carece de vanas comodidades, pero que rebosa de paz y seguridad. Esta historia cuenta sobre mis aventuras en El Silencio, que es el nombre de la parcela de mi papá, donde conocí los mas grandes amigos que jamas hubiese podido imaginar.
Las codornices. Mis hermanas Lázuli y Yaso, quienes eran mayores que yo, brincaban alegres junto a una empalizada de aromo. Yo estaba sentada en silencio, respirando el aire de la mañana. De pronto Yaso interrumpió mi ausencia de pensamiento y me dijo: -Yama, un nido de codornices abandonadas, está dentro de estos leños. -¿Abandonadas? ¿es que nacieron de la nada? -No vemos la codorniz mamá, ¿qué quieres que pensemos, que se fue de paseo al rio a tirar piedras? - Les importa poco o nada todo esto, ¿cierto? ¿Al menos preguntaron a los pichones si aceptan todo este alboroto a las afueras de su nido? - ¡Ya vienes tu, con tus ínfulas de ambientalista! ¿Es que no conoces la historia de la corredora de mil metros planos? Intervino uno de los pichones, el mayor de los tres. Cierto dia, la campeona y bimedallista olímpica de los mil metros planos comenzó una importante carrera. Tres tesoros pecosos le habían sido encargados por el dios de las codornices, Sen. La corredora, había cuidado e invertido toda su vida en los tres pecosos, tiempo, tiempos y mas tiempos, calentando cada peca.