Isla De Las Brujas_alfredo_repetto

  • November 2019
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Isla de las brujas (Alfredo Repetto)

En mi adolescencia me crié en una isla a la que llaman “Isla de las brujas”, cuyo pueblo de origen azoriano adonde creen en criaturas de otro mundo, en brujas y en luces mágicas. La mayoría de los jóvenes de esa isla crece con las tradiciones y la misma fantasía sobre duendes y brujos. La música, la literatura y los más viejos cuentan esas leyendas. En aquel tiempo yo estaba dispuesto a escuchar historias de los más viejos, y muy predispuesto a creérmelas. Quería participar de una cultura que no era la mía, a la cual no es fácil acceder, porque los azorianos son un pueblo muy cerrado y apegado a sus costumbres. La pesca artesanal es una de las formas de subsistencia del pueblo nativo además de la renda, los almacenes y butecos. En los butecos, que no son más que pequeños bares en que los nativos se juntan a tomar cachaza, es que se escuchan muchos comentarios sobre episodios que están al margen de lo real. Cuando fui a vivir a Costa da Lagoa fue que estuve más próximo a la cultura del pueblo azoriano. Yo había leído sobre sus creencias y tradiciones pero había que verlo. Me sentaba en la playa a mirar cómo los pescadores hacían la manutención de sus barcos, las “balleneras”, y de sus redes que se llaman “tarrafas”. Mientras, las señoras hacían renda, que es una especie de croché pero sobre una almohada con unos palitos, que son los “bilrros”. Para aquel entonces yo vivía con un vasco llamado Daniel. Cuando me quedé sin trabajo me recibió en su casa. Pasaban los días y ya casi ni salía de la villa de pescadores, a la cual sólo se accedía en barco. Me entretenía haciendo artesanías con cañas, las cuales pretendía comerciar hasta conseguir un empleo fijo. En ese tiempo escuché muchos relatos de luces mágicas que aparecían en los morros y brujas. Pero fue cuando me empecé a quedar más tiempo solo que percibí movimientos extraños, cada vez que tenía la sensación de no estar solo me acercaba a la puerta y veía pasar un pescador que descendía a la playa por el pequeño corredor que pasaba delante a mi casa. Todos hacían un corto saludo “ops, ova”, y seguían como sombras hasta que los perdía de vista. En más de una ocasión tuve la sensación de estar rodeado y vigilado. La cuestión no se hizo esperar. Un día, mientras hacia mis artesanías en el piso de arriba, sentí un murmullo en la planta baja. Era indescifrable. Bajé a investigar y seguí oyendo aquellas voces, parecía como si una criatura invisible estuviera hablando en un idioma que yo no comprendía. Aunque la voz provenía de adentro de la casa me fijé por puertas y ventanas y no pude ver a nadie. El murmullo continuaba. Ya estaba empezando a salirme de mis cabales, no encontraba nada, aunque seguían las voces de aquella especie de encantamiento, como si se tratara de un hechizo. Resolví salir de casa e ir a esperar a Daniel, que seguramente vendría en la barca de las 7. Cuando apareció le conté lo sucedido, a lo que me respondió que estaba loco. Hice unas consultas con gente de mi confianza que me había comentado entender del asunto y me garantizaron que me estaban embrujando, que el espíritu de una bruja había

podido meterse en la casa y buscaba destruirme, quizás por envidia o en busca de algo que yo tuviera. Me sentía muy mal y abandoné Costa da Lagoa. Me traté con curanderos y con la medicina convencional. Los curanderos me habían enseñado algunos trucos: poner un vaso de agua en la cabecera de la cama con un libro arriba, y para luchar contra el embrujamiento debía mantener un pedazo de metal oxidado en las manos que servía para que no me pudieran quitar espíritu. El mejor truco me lo enseñó una señora que se decía mística: consistía en poner semillas de sésamo debajo de la almohada para quitarse los malos espíritus. También había leído que debía desparramar semillas de mostaza por el piso para impedir que la bruja volviera a entrar. Sentía que me habían hecho un trabajo y que me querían destruir a través de la brujería. Estuve al borde de perder la cordura y pasé muchos momentos difíciles en los cuales no tuve en quien apoyarme. Hoy en día es difícil saber bien lo que pasó aquella tarde y todo lo que ocurrió no es más que una anécdota, sin embargo en raras ocasiones hablo del asunto. A veces me causa una sonrisa irónica cuando alguien dice “yo no creo en brujas pero que las hay las hay.”

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