NOTA SOBRE EL LIBRO: INTELECTUALES COMO TESTIGOS DE SU TIEMPO El último libro que armó THD Las tormentas del mundo…. Recorre gran parte del siglo XX de la historia intelectual rioplatense argentina. Especialmente del vínculo entre intelectuales y política, estos actores están vistos por THD como OBSERVADORES PARTICIPANTES. Este término tomado muy libremente de la antropología, suponía un involucramiento del investigador social con su objeto de estudio, generalmente culturas tribales. Uno de sus iniciadores fue el antropólogo polaco Bronislaw Malinowski, que fue a investigar a los habitantes de las Islas Trobriand, en Oceanía y llegó a la conclusión de que si quería tener una mirada lo más cercana a la realidad de esa sociedad, tenía que involucrarse de algún modo, tratando de no tener interlocutores blancos que le generaran prejuicios ..] ante todo, el estudioso debe albergar propósitos estrictamente científicos y conocer las normas y los criterios dela etnografía moderna. En segundo lugar, debe colocarse en buenas condiciones para su trabajo, es decir, lo más importante de todo, no vivir con otros blancos, sino entre los indígenas. Por último, tiene que utilizar cierto número de métodos precisos en orden a recoger, manejar y establecer sus pruebas (1975:24). Esta categoría la podríamos traducir a la figura más general del intelectual, es un estudioso, por lo tanto tiene que tener cierta distancia de su objeto, pero al mismo tiempo debe involucrarse con él, tener cierta empatía para poder entenderlo sin prejuicios, para no hacer lo que el hombre blanco con el indígena. El hombre blanco al que se refería Malinowski era el administrador colonial, la cara visible del poder que oprimía a esas poblaciones que estudiaba. De algún modo el hilo narrativo que propone THD, en “Tormentas…” es la larga agonía de la figura del intelectual en tanto “administrador colonial”, legitimador del poder. Su rol estaba claro en el período inmediatamente precedente al inicio del libro: durante el régimen oligárquico ofrecía, con sus saberes y su distancia “objetiva” de la sociedad un plus de legitimidad a un régimen que no la tenía a través de las urnas. El principio del fin de ese rol empieza con la primera experiencia democrática, acaudillada por Hipolito Yrigoyen, quien mantendrá desde el principio una actitud de indiferencia frente a quienes estaban acostumbrados a tener un papel protagónico en el poder político hasta ese momento. Este es el inicio del libro, con tres actores que toman actitudes distintas frente a esta nueva realidad: Palacios, Lugones e Ingenieros. El primero era un ser anfibio que navegaba a dos aguas entre la política y la vida intelectual, y finalmente se decide por dedicarse de lleno a la política por el resto de su vida, compitiendo directamente con el caudillo político desde el partido socialista, y asumiendo su legitimación también en el sufragio. El segundo cuyos vaivenes ideológicos son conocidos, es el que más sufre este aislamiento del poder, y la falta de auditorio encumbrado, al que
termina encontrando en el ejército, de quien se propone ser ideólogo, poníendose a tono con la ola autoritaria que estaba emergiendo en el mundo occidental. Sin embargo, con esta clave de lectura Halperín pone en un lugar distinto, el tantas veces proclamado discurso profético “La Hora de la Espada”, según el historiador, ubicado en su contexto ese discurso tuvo un auditorio minoritario y solo cobró sentido posteriormente. Finalmente Ingenieros busca referenciarse en los jóvenes intelectuales radicalizados de la década del 20’ como una suerte de “maestro de la juventud”. De esta manera los dos últimos asumireron una actitud más positiva que Lugones cuyo trágico final según THD tuvo que ver en parte con la centralidad política perdida para el mundo intelectual, y de la cual el poeta no pudo reponerse. Los siguientes ensayos están dedicados un capítulo a cada uno de los intelectuales con los que trabaja, haciendo un cruce entre sus biografías intelectuales, y su pensamiento. Todos ellos están atravesando un país y un mundo que está cambiando, al menos desde la primera guerra mundial, y con la crisis económica que estalla en 1929.Empieza por Monseñor Franceschi, una persona que forma parte de la jerarquía eclesiástica, pero adopta un rol distinto del religioso, se convierte en un intelectual de la Iglesia Católica, quizás una de las pocas religiones que tiene, además de sacerdotes, intelectuales. Es el promotor y primer director de la revista Criterio, una de las más destacadas publicaciones culturales y políticas de la Argentina del Siglo XX, y que reunió lo más destacado de una intelectualidad católica que empezó a ser gravitante en la política argentina en la década del 30. Vemos a Franceschi como uno de los promotores de la doctrina social de la Iglesia, que se ve a sí mismo como una especie de precursor de la necesidad de organizar al movimiento obrero en sindicatos, en el momento mismo que JD Perón lo hace desde una función de Estado e inauguraba un nuevo ciclo en la historia política argentina en el que el movimiento obrero se transforma en un actor político y se construye un liderazgo carismático que perdurará en el tiempo. Le sigue Eduardo Mallea, del que analiza las tribulaciones metafísicas expresadas en sus textos, acerca de una argentina superficial y frívola que se opone a la “auténtica” y profunda. REVER, Mallea sufre una serie de mutaciones político – ideológicas también propias de ese mundo que cambia, un intelectual liberal frente a un mundo que abandonó esa senda por otros caminos, a veces más igualitarios, como el comunismo, a veces más autoritarios y reafirmadores de jerarquías sociales como las nuevas dictaduras conservadoras y el fascismo. Pero lo más importante que encuentra en Mallea es la expresión de una angustia existencial muy profunda por los cambios que está viviendo la sociedad argentina, en una actitud de “observador distante”, que no se considera involucrado en el proceso, que forma parte de la “Argentina Invisible” que conserva una personalidad firme y auténtica, opuesta a la falsedad de la “Argentina Visible”.
Si en algunos recorridos anteriores podemos encontrar evoluciones ideológicas como la de Lugones que fueron de la extrema izquierda a fines del siglo XIX, al fascismo en los 30, en la generación siguiente hubo algunas evoluciones inversas. Es el caso de Carlos Real de Azúa cercano a la derecha católica en la década del 30, pasando por el tercerismo y luego en la izquierda literaria. Real de Azúa es el único no argentino de los intelectuales que estudia Halperín en una misma clave clave que los otros: testigo de un mundo que cambia, es este caso específico el Uruguay que va perdiendo su condición de Bienestar generado a principios del sigo XX por José Battlle Ordóñez, que hizo que se la llamara “la suiza de América”. La angustia frente a este cambio da como resultado la obra de un intelectual que se puede considerar uno de los creadores de la ciencia política moderna en el Uruguay y el Río de la Plata. Así vamos llegando al capítulo dedicado al principal maestro del autor: José Luis Romero el historiador que revolucionó la historiografía argentina y latinoamericana y que paradójicamente se especializó en historia antigua y medieval europea. Precisamente el padre del conocimiento histórico académico actual, ineludible referente de los historiadores formados en los últimos cincuenta años, no tuvo como especial académica la historia argentina y latinoamericana. Sin embargo, en la lectura halperiniana fue quien desmontó el edificio historiográfico que había edificado Mitre, quitándole a la Argentina su pretendida particularidad, involucrándola en la más amplia historia latinoamericana. En este punto el discípulo, parece estar discutiendo con revisionistas como Norberto Galaso: paradójicamente el historiador acusado por revisionistas como “liberal” fue quien desmontó la historiografía liberal, a su vez el inspirador de las corrientes más académicas de la actualidad, hizo sus trabajos sobre historia argentina, en ámbitos y con fines extra académicos, tanto de militancia como editoriales. También fue, en palabras de Halperín, un observador participante de su tiempo, que padeció la expulsión de los ámbitos académicos durante el peronismo, retornó con su caída y revisó a posteriori su posición frente al movimiento de masas. El último retrato que plantea THD en su libro es el de Raúl Prebisch, el fundador de la CEPAL, creador de una teoría explicativa del desarrollo económico latinoamericano, y generador de una escuela de economistas que fue muy influyente entre los años 60 hasta los 80. La biografía del economista la inicia desde su época juvenil siendo uno de los egresados de las primeras camadas de la facultad de ciencias económicas de la UBA, y su desempeño en la oficina de estadística de la Sociedad Rural Argentina. Desde ese lugar empieza a plantearse la necesidad de que el Estado regule la actividad empresaria, ya que ésta se resiste a cambios que en definitiva aseguraría el progreso colectivo. Y así lo vemos a Prebisch iniciarse como funcionario estatal con el golpe del 30, generando instituciones perdurables como el Banco Central, reformas impositivas y otras instituciones del Estado que tiendan a regular la economía en plena crisis. Otro
golpe, el de 1943 va a terminar con esta trayectoria estatal y lo encontrará luego trabajando para las Naciones Unidas, que lo catapultará como un especialista de renombre mundial, a partir de la creación , en 1949 de la Comisión Económica Para América Latina (CEPAL). Desde ese lugar, Prebisch elaboró su teoría que divide las economías mundiales en centrales y periféricas, estas básicamente proveedoras de materias primas y aquéllas altamente industrializadas. El diagnóstico contiene una propuesta que es la de llegar a un equilibrio en que las economías periféricas alcancen la industrialización de las centrales. Aquí la historia del personaje le permite al historiador analizar varias cuestiones, una relativa al origen de su pensamiento que la encuentra en los proyectos iniciales de la independencia rioplatense: la aspiración de que lo deseable era llegar a ser como el mundo europeo, a pesar de depender económicamente de sus centros. Otra parte de la historia que le permite narrar es la del Estado, y sus agentes “técnicos” e intelectuales, que podían pensar en la regulación del capitalismo a partir de instituciones y burocracias, desde la segunda posguerra, hasta los 70. Aquí, más precisametne con la crisis del petróleo de 1973 empieza la debacle de ese Estado de Bienestar que parecía haber resuelto las aristas más injustas del orden capitalista. En esa última tormenta, como diría THD, empieza a avanzar a paso firme el neoliberalismo, que a la muerte de Prebisch (1986) aún no había logrado su consagración, que llegó de la mano de la caída del muro de Berlín y de la implosión del socialismo real. La máxima creación institucional de Prebisch dejó de ser la usina intelectual de otrora y se convirtió en una oficina de estadísticas, aquí el historiador parece considerar que el neoliberalismo no se fue, o al menos los estados no recuperaron sus capacidades de acción y el pronóstico se presenta como de una sombría incertidumbre. En síntesis Tulio Halperín Donghi intenta, en apariencia, una historia intelectual, con algo de autobiográfica, donde el centro es la mirada y las sensibilidades de estos particulares actores. Pero el salto hacia una historia más general de la sociedad y política argentina es permanente, al punto de desaparecer en su narrativa, tanto las biografías individuales de los intelectuales que trabaja como su propia autobiografía.
BIO:
Tulio Halperin Donghi, nació en Buenos Aires en 1926, en el seno de una familia mixta, su padre Gregorio Halperín, si bien no profesaba la religión, era de origen judío, profesor de Latín y sobrino del notable escritor Alberto Gerchunoff. Su madre, Renata Donghi era Genovesa, profesora de literatura y católica. Ambos estaban vinculados al mundo intelectual de su época, por lo que su hijo se había criado en ese mundo.
Estudio su secundaria en el colegio Nacional de Buenos Aires y cuando terminó empezó sus estudios de Química en la Facultad de Ciencias Exactas, que abandonó rápidamente, para pasar a la carrera de derecho. El mismo dijo que tampoco le interesaba mucho esa carrera y que la hizo por insistencia de su padre, porque ya le interesaba la historia, que luego estudió y terminó. Hizo estudios de posgrado en Francia con el destacado historiador Fernand Braudel y retornó a la Argentina donde empezó a dar clases en la UBA y la UNL desde 1955 y en 1957 fue decano de la Facultad de Humanidades y Artes de Rosario. Escribió desde muy joven en el diario la Nación y en la revista Sur. Participó, junto con los hermanos Viñas, Juan José Sebreli, Ramón Alcalde y otros de la mítica revista Contorno. En 1966 se exilió y trabajó en Uruguay, Oxford y finalmente en Berkeley, volvió con frecuencia en la apertura democrática de 1983, a dictar cursos, conferencias y charlas, y vino especialmente a Rosario, donde tenía amigos y colegas con los que se encontraba en cada regreso. Murió el 14 de noviembre de 2014, a la edad de 88 años, produciendo casi hasta último momento y viajando en sus actividades académicas. Escribió El pensamiento de Echeverría (1951) Historia contemporánea de América latina) Revolución y Guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla (1972) Una nación para el desierto argentino (1982) José Hernández y sus mundos (1985) Reforma y disolución de los imperios ibéricos (1985) La larga agonía de la Argentina peronista (1994) Argentina en el callejón (1995) Proyecto y construcción de una Nación (1996) Vida y muerte de la República verdadera; 1910-1930 (2000) Argentina y la tormenta del mundo. Ideas e ideologias entre 1930 y 1945. (2000) La República imposible; 1930-1945 (2004) Son memorias (2008), recuerdos e impresiones personales El enigma Belgrano: Un héroe para nuestro tiempo (2014)
UN RECUERDO Los estudiantes de historia lo odiamos cuando nos dieron a leer “Revolución y Guerra”, una historia sobre la revolución de Mayo cuya narrativa se nos hacía incomprensible a primera lectura. Protestamos frente a nuestros profesores pidiéndole bibliografía alternativa, hasta que nos vencimos y terminamos encontrando la clave para leerlo. Su estrategia era abrir permanentemente interrogantes, iluminarnos con paréntesis interminables y también revelarnos gracias a una pésima gramática las dificultades de conocer el pasado. A partir de eso empezamos a quererlo como un maestro y desear conocerlo para preguntarle por qué escribía así y cuáles eran sus bases teóricas. Indefectiblemente esas eran las preguntas que le hacía algún estudiante novato cada vez que venía al salón de actos de la Facultad de Humanidades a ofrecer su conferencia anual. La pregunta era contestada breve y con un fino sentido del humor, ante la mirada sobradora de los estudiantes más viejos que ya conocían la respuesta. Pero en sus conferencias descubríamos dos cosas que enriquecían su relectura, en la oralidad se veía mucho mejor su escepticismo, y su involucramiento con el pasado en el momento que lo relataba. Al mismo tiempo el tono burlón e irónico que desplegaba a veces excesivamente, nos distanciaba de ese pasado haciéndolo ver como pasado que si opera en el presente no lo hace producto de una vigencia simplona y evocativa. La academia, en la que ocupaba un rol central, tampoco escapaba a sus invectivas y desmitificaciones,