sirve de nada porque al día siguiente uno de los neófitos se aparece ¡nada menos que con un "Mercedes"!... El automóvil, además, representa, fuera de su costo de compra, mantenimiento y reparaciones, la necesidad de usarlo, combustibles, y si va al centro, estacionamientos —¡hay que ver cómo "aplican" estos industriales de baldío!— y lo peor son los fines de semana, lógicamente en la quinta de los nuevos —porque los antiguos no las tienen ni tampoco los de la clase media alta—. Si bien se va como invitado, no se puede caer con las manos vacías a una casa donde los "guarangos" asan media vaquillona o empiezan la comida con el inevitable cóctel de langostinos. Y a veces ponen caviar que, como lo ha enseñado Beatriz Guido, es el alimento natural de la alta clase. (Comentario obligado: "Ya no es como el de antes de la guerra"... que da tono de consumidor consuetudinario, y está entre las pautas nostálgicas). Además, hay whisky inglés y sin estampilla, como corresponde: ¡puro de embajada! (Con esto del whisky, los "primos pobres" que conservan la línea hasta con el caviar, se descarrilan. Tener pileta de natación en verano y dando whisky, es para el dueño de casa motivo de un interrogante: ¿Quién consume más líquido? ¿La pileta o las visitas? Un burgués de estos me mandó una tarjeta de socio vitalicio de un club ignorado. Cuando averigüé de qué se trataba descubrí que separó de su casaquinta la pileta, con una tapia, y edificó un vestuario y un bar al lado de ella. Fundó el club y puso de cantinero a un paisano de la vecindad. Entonces le mandó tarjetas de socio vitalicio a todas sus relaciones y él tiene la suya y concurre como socio pero no como proveedor de whisky. Pero, evidentemente, se trata de un tipo en que todavía predominan las pautas de ahorro anteriores a su ascenso). Hay un lindo chalet en un pueblo de la costa. A la puerta están los dos coches de la familia. Si entráis comprobaréis que se trata de una familia prolífera y longeva. Allí viven los abuelos, la tía soltera, el matrimonio y seis o siete criaturas, en una casita con living comedor, y dos dormitorios. Entonces tenéis que imaginar lo que ocurre después de las once de la noche: es el imperio del Gicovate y el Blicamcepero. Empiezan a salir camas y colchones de los lugares más inverosímiles, en una magia de utilería. Esto ocurre también en los sectores más modestos de la clase media, pero por necesidad, o en familias obreras. Pero en el caso las camas son honradamente camas. Y sin embargo esa familia es propietaria del chalet y tiene su pedacito de jardín con un cedro azul que empezó a crecer indiscretamente tapándolo todo. Podría prescindir del cedro y de uno de los automóviles y, con su importe, edificar uno o dos dormitorios y un baño más. Pero nadie se entera – ellos lo creen—del drama nocturno y lo que importa es la representación: el auto se ve, la falta de confort, no. Habrá que vivir mal para vivir “bien”.3 3 Conviene anotar aquí que en los últimos años se percibe en las nuevas promociones descendientes de la clase alta –tal vez bajo la influencia de la división de los patrimonios—una tendencia a hacerse efectivos hombres de campo, radicándose en él, e interviniendo en la dirección y trabajos inmediatos de la producción con una actividad progresista distinta a la que caracterizó a la vieja clase de mentalidad rentista. Lamentablemente se nota un proceso inverso en los estancieros medios, que en masa se ha radicado en el barrio Norte de la capital dejando de vivir en sus establecimientos. En el capítulo A la mañana hay que hacer cola por el cuarto de baño. El café con leche es aguado, y a mediodía y a la noche, el condumio escaso. Es cierto que se llaman almuerzo y “comida”, como corresponde, y no comida y cena, como dicen “los del Mercedes” y se comenta divertidamente llenando la boca de palabras y burlas a falta de cosas más consistentes. Lo que “allá lejos y hace tiempo”, cuando empezó el ascenso, decir “mi mujer” era agraviante; se era “esposa” porque se tenía libreta de casamiento que muchas veces hubo que exhibir a las vecinas incrédulas, o para darle por los dientes a alguna mal casada.
La situación es para los antiguos peor que la de los parientes pobres de los Barros, ya mencionados, citando a Silvina Bullrich, porque ante estos no había que disimular la pobreza y hasta convenía evitar la ostentación. Pero, ¿cómo mostrarla ante estos nuevos que son a la vez discípulos y competidores en la búsqueda del status? Porque ahora los dos buscan status: los que lo tenían relativamente se han entrampado en el juego porque ya no muestran el suyo sino el que los nuevos creen que tienen, y se obligan a sostener una posición que además terminan por creer cierta. Y si el nuevo tiene que encargarle a Ruiz Pizarro que le pinte un antepasado a la manera de "Prilidiano", el antiguo no está en mejor situación, porque por más que remonte en la historia no puede pasar de la descolorida fotografía con que se inauguró el álbum familiar. La verdad que esa rama de la familia nunca estuvo en fondos para hacerse
pintar; en esta materia están mejor colocados los provenientes de la clase media alta, pues hay retratos familiares pintados por "nenas", ahora tías viejas o abuelas, que iban a "la Academia" en el barrio desde el cual se han mudado. Pero eso es viejo sin ser antiguo y, además, irremediablemente "cursi". LA EQUÍVOCA SITUACIÓN AMBIENTAL El "medio pelo" se amplía aceleradamente desde que los altos empleados son "executives", y los que arreglan los sobornos hacen "publica relations"; unas veces para la empresa donde trabajan, y otras, por ellos mismos, con el pretexto de que lo exige la empresa, comienzan también la dura vida de la representación. Al margen del "medio pelo" esto de la representación se ha convertido en una exigencia vital. Pero esto puede tener límites razonables. En Montevideo, por ejemplo, recuerdo una época en que hasta los analfabetos llevaban "Marcha" bajo el brazo, porque suponía calidad intelectual. Esta cultura de sobaco ilustrado se repite aquí con la mayoría de las revistas caras: las políticas dan aire de “estar en la pomada”, las de hogar y confort, de estar ampliando los horizontes, y las extranjeras son el acabose, sobre todo las que están en "idioma" como dice Catita. Sin embargo hay muchos compradores que las leen. (Pero esto no es el “medio pelo” porque no se propone acreditar un status colectivo, sino un anterior se ha señalado que este tipo de estanciero de la provincia de Buenos Aires solía tener casa en los barrios cercanos a las estaciones, pero ésta era una escala, y ahora la escala empieza a ser la estancia, a la que se va cada vez menos. Como se trata de establecimientos de 500 a 1200 hectáreas, la atención personal es imprescindible sí se quiere realizar una producción moderna. Los trabajos no pueden ser confiados a un simple capataz ganadero, y no se puede tener un técnico porque el grueso de las utilidades es absorbido por los consumos superfluos de la ciudad que multiplican por cuatro el presupuesto de cuando se vivía en la estancia. Esta emigración del agro de la que no se habla pero que ha comprado gran parte de los departamentos del barrio Norte edificados en los últimos diez años suele justificarse con argumentos que proporciona el “medio pelo” y son los que hacen las mujeres –(Educar los chicos, la salud del abuelito, etc., etc.)--, pero hasta rascar un poco para comprobar que lo que hay detrás de todo es una preocupación de estatus, antes ausente en el medio rural, y que se va haciendo más grave a medida que se produce esta urbanización de los propietarios medios. Señalo estas cosas porque mi preocupación es que las falsas pautas deforman la función económica de cada sector productivo, y la misma crítica que se centra en el abandono de sus pautas propias por la burguesía es válido para las partes del sector agropecuario que abandona la que corresponde a su propia naturaleza. Se trata de que cada uno cumpla su función en la modernización de la sociedad argentina y así como los productores rurales deben serlo verdaderamente, se le