Identidad Comunicacional Cicalese

  • May 2020
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RESOLVER LA DIVERSIDAD EN LAS ORGANIZACIONES Entre el mayor común denominador (m.c.d.) y el menor común múltiplo (m.c.m.) Gabriela R. Cicalese La demanda de estrategias comunicacionales en las organizaciones sociales – (incluyendo en esta denominación a organizaciones no gubernamentales, instituciones comunitarias y sin fines de lucro, asociaciones y fundaciones de la sociedad civil, reparticiones públicas, partidos políticos, organizaciones de base, mutuales y cooperativas1, así como organizaciones comunitarias que políticamente no quieren encuadrarse en marcos legales de funcionamiento), se concentra, aún hoy, en la "prensa y difusión" de actividades. La falta de participación aparece como el síntoma más evidente de una profunda crisis: la ruptura de representatividad de estas organizaciones con aquella comunidad en/a través/con/desde la cual interactúan (o debieran, o pretenden, interactuar). Sin embargo, un comunicador/a que se acerque a las organización sociales sabe que los problemas hacia el afuera son siempre una arista de la falta de consensos y acuerdos en el adentro2. Las distinciones comunicación interna-externa pueden medir propuestas concretas de acción comunicativa, pero no sirven a la hora de diseñar políticas integrales de comunicación.

Hay gran diversidad de conceptos con los que pretenden englobarse este tipo de organizaciones. En algunos casos, será por oposición respecto de lo que no son: no gubernamentales. En otras, específicamente por una inscripción en el sistema democrático: asociaciones de la sociedad civil. Desde algunos trabajos, con un sentido técnico economicista: tercer sector. Detrás de la adscripción y utilización de cualquiera de estos conceptos, que ameritaría un trabajo en sí mismo y no atañe al planteo de este artículo, prefiero aquí suscribir a la denominación que cada organización adopte respecto de sí misma. Y mencionarlas aquí con una globalidad (organizaciones sociales) que, como todas, peca de imprecisa. 2 Sólo quienes desde la comunicación empresaria sostienen sus tácticas comunicacionales desde un lugar funcionalista y recortado dividen la “comunicación interna” y la “externa” como dos ejes independientes de la política mercantil (se trata de “clientes externos” a los empleados y demás). Aquí, en cambio, se concibe la complejidad en donde identidad y comunicabilidad son indisociables en las distintas instancias de participación de las organizaciones sociales. 1

Los grandes comunicadores institucionales, concentrados generalmente en las problemáticas empresarias, se posicionan como codificadores de una estrategia más comercial que comunicacional, en donde las herramientas requeridas para la labor tienden a la eficiencia y al ajuste entre la intencionalidad pretendida y el discurso emitido.

Los logros son medibles, así, en términos de sintonía entre imagen,

visibilidad, confiabilidad y adhesión de la opinión de los públicos (específicos y más generales) respecto de la corporación productora de mensajes.

Discursos y acciones

se enfilan detrás de una coherencia no sólo aspirada, sino fundamentalmente, posible. Así, en estas situaciones específicas, pareciera que la identidad comunicacional puede ser definida y diseñada como horizonte y eje de las producciones comunicacionales de una institución empresaria con “relativa” comodidad. Sin embargo, estas herramientas -perfeccionadas y teorizadas por relacionistas públicos, publicistas, administradores de empresas y comunicadores ligados a la gestión- se vuelven insuficientes a la hora de abordar las crisis de las organizaciones sociales. En éstas últimas, la identidad comunicacional no es percibida con claridad y su definición no siempre es compartida por los miembros de una manera similar. Invitar a los miembros de la organización a pensar y reflexionar sobre la propia identidad de la organización, invitarlos/as a intentar definirla (siempre inacabadamente), a soltar los temores que causa la complejidad que estos abordajes despliegan, es una tarea doblemente interesante. En primer lugar, porque ayuda a superar la demanda coyuntural -e instrumental- de la comunicación.

Las organizaciones se centran en demandas tales como construir la

página Web, el diseño de símbolos institucionales, el mailing de público directo, una estrategia eficiente de convocatoria a actividades, el manejo de prensa... todas ellas tendientes a pulir la relación de la organización con el afuera: los públicos, las demás organizaciones, el Estado, las entidades financiadoras en algunos casos.

Esta

demanda puntal de acciones comunicacionales coyunturales puede, incluso, ser el lugar de entrada de un/a comunicador/a social a la organización. Poner en agenda de debate la propia identidad de la organización social sitúa entre paréntesis la coyuntura y plantea, en cambio, volver a pensar el para qué de la

organización, la coherencia entre objetivos declamados y acciones concretas, entre roles asignados y roles ejercidos, entre las motivaciones de cada integrante y las redes de contención que la organización ofrece. En segundo lugar, porque toda política institucional debe partir de la claridad de objetivos. Y un comunicador/a que aborde cualquier organización social encontrará, a poco de recorrer algunos andamios comunicacionales, que estos objetivos circulan por caminos sinuosos y laberínticos. Aquello que una empresa resuelve en una reunión de directorio no es transportable a una reunión de comisión directiva o mesa de conducción en las organizaciones sociales.

Aquellos errores comunicacionales en tanto

desfazajes entre las acciones y las políticas que los sostienen -errores fácilmente resolubles desde la comunicación institucional- se convierten aquí en síntomas de la auténtica falta de política, de visiones cruzadas e intereses encontrados dentro de la organización social. Las distintas "identidades" de la organización Una organización puede sostener su identidad en definiciones a priori: la redacción de "la misión y la visión", el speach sobre "quiénes somos" y la posterior puesta en circulación para la adscripción de los demás miembros.

O bien, puede pensar esa

misma identidad con toda la complejidad que trae consigo. Algunos enfoques esencialistas sostienen que la simple definición de una identidad basta, más allá de la construcción histórico-concreta de sus acciones cotidianas. Así, desde una perspectiva individual, una persona puede definirse como tranquila, aunque esté sosteniendo sus acciones cotidianas estén durante largos períodos de tiempo a través de gritos, órdenes y violencia.

Así, quienes evalúen y reciban sus acciones,

seguramente disentirán con la definición de "sí misma" que esa persona sostiene (soy tranquila). Las entidades supraindividuales, y las organizaciones sociales especialmente, también pueden sufrir transformaciones entre su creencia de sí -aquello que una vez definió como su "ser" o su identidad- y la percepción que la comunidad tiene de ella.

En un ser humano, la ponderación de éxitos y fracasos, la autoevaluación de sus propias experiencias, es aquello que determinará la seguridad personal para afrontar nuevas situaciones. Haber enfrentado crisis y haber resultado airoso de imprime la certeza de ser una persona es capaz de superar obstáculos. identidad, definirse como una persona segura.

O, en términos de

Esta relación entre el hacer y el ser es

dinámica y cambiante, atravesada por el entorno y condicionada.

Porque, por otro

lado, claro está, si alguien se siente seguro tendrá, a la vez, mayores posibilidades de enfrentar con solvencia nuevas situaciones problemáticas. En síntesis, la identidad se construye, no se define.

Una vez construida,

permanece como telón de fondo en la organización. El comunicador/a no puedo otra cosa que descubrir esa identidad ya construida: rastrearla, investigarla, hurgarla, ponerla sobre la mesa. Los procesos fundacionales son muy ricos en torno del rastreo de la identidad. Es entonces donde los miembros exponen utopías y proyectos, cuando se forja el deber

ser institucional, cuando se diseñan los sentidos de la organización en un sistema social más amplio, cuando se predeterminan roles básicos y se jerarquizan acciones a seguir. ¿Cómo acceder a esos procesos?

Necesariamente a partir de la memoria. Aquella

especie de mito originario, de situación de enamoramiento de los miembros con el proyecto, de génesis primigenia. Ese momento soberbio en donde todo es futuro y todo es posible, tiene sus huellas en cualquier otro momento institucional.

Los

momentos fundacionales del pasado perduran y se sostienen en los distintos presentes de la vida de la organización. Volver a estos momentos fundacionales sirve, muchas veces, para liberar a la problemática actual del peso emotivo de la coyuntura. Así como en tantas otras relaciones interpersonales, un modo de superar los problemas coyunturales puede ser ratificar -o poner en cuestión y cambiar- las premisas fundacionales de esa relación. Pero los procesos fundacionales son precisamente eso: procesos. Es decir, no se trata de una situación o un momento recortado, detectable y traducible unilinealmente. Y son procesos (en plural): incluyen instancias redundacionales, crisis, ponderación de éxitos y fracasos de la organización, cambios de rumbos y reestructuración de

cronogramas y organigramas, momentos polémicos y de debate, separación de subgrupos... Algunas recomendaciones para trabajar la identidad a partir de la memoria: •

Evitar el eje fidelidad-distorsión entre el relato y los hechos concretos de cada etapa recordada. Es más útil iluminar, a partir de la memoria, los valores sociales y organizacionales puestos en juego en la jerarquización y la ubicación de esos hechos en cada relato actual.

Muchas veces, las condiciones objetivas de una

situación no son aquellas que han dejado huellas en la memoria de cada integrante, y de las entidades supraindividuales (grupos, sectores internos, organizaciones paralelas) en las que esos miembros se integran. No se trata de la reconstrucción historiográfica, en donde el rastreo de información en las personas es un testeo de la documentación y lo que importan son los hechos. Aquí, en cambio, los hechos son simplemente excusas informacionales, insumos para percibir los valores que sostienen y consolidan la identidad.

Suelo reiterar siempre una frase, cuya génesis

desconozco: "Para quien cree en Dios, el mundo está plagado de signos que ratifican su existencia. Para un ateo, en cambio, ningún signo es suficiente prueba en el mundo de que Dios exista".

Los hechos en la vida organizacional son

simplemente signos que el comunicador no debe interpretar desde su propia conceptualización de las organizaciones ni de la comunicación, sino que debe intentar reconocer -casi con mirada antropológica- el sentido que los propios miembros dan a esos hechos. Y en ese reconocimiento, la distorsión respecto de los hechos es el más esquemático y menos recomendable de los abordajes. •

Ya no para el "testeo" de la veracidad de los hechos, sino para ampliar el mapa identitario e integrar las complejas variables que una identidad implica, se vuelve fundamental el registro de las voces que no están en la institución del presente. Las voces de quienes se fueron de la organización en algún momento, o de quienes permanecen silenciosamente dentro de ella.

Recomponer, en definitiva, las

"miradas otras", las alternativas de resolución que han sido descartadas, en su momento, de la historia oficial.

Las situaciones de crisis están, generalmente,

sostenidas en cortocircuitos de valores respecto de los hechos concretos y las

acciones posibles para enfrentarlos.

Por tanto, muchas veces las organizaciones

resuelven el cortocircuito del modo más fácil: cortando uno de los cables. Pero si pretendemos desentramar cómo se provocó,

debemos, necesariamente, conocer

los cruces y los vericuetos de todos los canales, cosa imposible de hacer a partir de una sola versión.

Reconstruir las voces, religar incompatibilidades y encontrar

puntos de contacto en situaciones decretadas como irreconciliables es la tarea comunicacional más sugestiva de un comunicador/a social. •

Distinguir aquellos valores que aparecen explícitos y se declaman, pero también aquellos valores que, aún siendo motivadores o desmotivadores de las acciones, permanecen en el plano de los implícitos. Pocas situaciones nos indican más en relación a los valores que aquello que se acalla. "La peor opinión es el silencio", decía un slogan de UTPBA en relación a los medios masivos. Una amiga mía suele citar en la vida cotidiana el concepto platónico acerca de que de lo verdaderamente importante "no se habla". Cualquiera sea nuestra actitud ante los silencios, allí hay historia, hay sentidos y, básicamente, hay valores. Visibilizar discursos acallados es parte de la tarea de movilizar esos sentidos. Una vez habladas algunas censuras, podemos tomar muchas acciones y decisiones en relación a ellas, salvo seguir ignorándolas.



Evaluar la posibilidad de permeabilidad y las rigideces y estancamientos en los valores fundacionales. A poco de indagar la identidad, podemos armar un mayor común denominador numérico,3 una zona de cruces en el que, simplificando las diferencias como hacíamos con las fracciones en las clases de matemáticas, encontremos

aquellos

espacios

no

negociables

en

materia

de

identidad

organizacional. Como vicio profesional casi, un comunicador/a puede -y tiene recursos para- saldar las diferencias y centrarse, en nombre del tan mentado "entrecruzamiento de discursos", en una búsqueda de reiteraciones y afinidades que eviten profundizar en las diversidades y se impongan como (simplificaciones) definitorias de la identidad.

No es sólo en los puntos de contacto -en los

A modo de ejemplo, entre el 2, el 4, el 6 y el 8… si bien el número 1 es denominador, se busca el mayor de los denominadores posibles (en este caso el 2). Si tuviéramos 4, 16, 24, 32… se elige el 4 y no el dos como denominador. 3

entrecruzamientos- donde podemos percibir los valores fundantes. Muchas veces, cuestiones tales como el compromiso, la solidaridad, el sentido de pertenencia, el trabajo en grupo, la pretensión de cambio se perciben, precisamente, en la pluralidad y en la diferencia. •

Discriminar los problemas puntuales de cada gestión respecto de los problemas de cultura comunicacional.

El pasado está siempre teñido de presente.

Recordamos a partir de quienes somos hoy.

Así como desde la prospectiva se

diseñan los futuros que el presente permite y no otros; los discursos sobre el pasado hablan tanto de lo que relatan como de lo que ocurre hoy.

Las problemáticas

actuales colorean los recuerdos, enmarcan y limitan las posibilidades de mirar la historia. Un relato sobre lo que pasó nos habla de esos hechos, pero las miradas son siempre anacrónicas4 y, por tanto, también nos habla de hoy. Muchas veces los integrantes de una institución, poco acostumbrados a opinar y ser consultados sobre los problemas conyunturales, "aprovechan la ocasión" para hacer un uso argumental de la historia. Un uso tal en el que la sucesión de hechos pasados sirve y se expone para justificar que "lo que hay que hacer hoy" en la gestión es la propia postura del entrevistado. •

Entender los procesos humanos en su complejidad.

Centrados en el deber ser

organizacional o el denominador común de los discursos institucionales, podemos estar tentados a pensar que todo lo que ocurre en la organización atravesado por emociones, tensiones políticas e ideológicas, modos de ser y características comunicacionales de sus miembros, entra en el plano de la excepción, del desvío de la regla, de lo que debiera "corregirse".

Sin embargo, en tanto organización

compuesta por seres humanos con vocación de igualdad, debemos integrar esos aspectos (todos los aspectos) de lo humano como parte de la cotidianeidad.

El anacronismo es, en definitiva, una forma de etnocentrismo. Leer a la luz de los valores de hoy los hechos del pasado, utilizar las categorizaciones actuales para evaluar situaciones insertas en contextos bien diversos, cuando esas categorizaciones no tenían posibilidades de ser pensadas por entonces, es un modo de interpretar el mundo a nuestra imagen y semejanza. 4

No propongo aquí un abordaje meramente descriptivo para poder ampliar la idea de identidad. Se trata, en cambio, de no hacer pie en teorías reduccionistas que impiden dar cuenta de la particularidad de cada organización. Coincido con Elster: "la dicotomía entre teoría y descirpción me parece un enfoque

profundamente inadecuado para la metodología de las ciencias sociales. Entre teoría y descripción existe la categoría intermedia del mecanismo - un patrón causal identificable que entra en juego bajo ciertas condiciones, generalmente desconocidas"5 El abordaje de la identidad comunicacional haciendo eje en la memoria no es más que uno de los tantos posibles mecanismos comunicacionales en el análisis de las instituciones. Porque desconocemos las condiciones histórico-concretas en las que cada específica organización ha cimentado su identidad. Pero podemos identificar patrones para enfocarla y clarificarla. Las estrategias comunicacionales a partir de la identidad La sólo aplicación de la identidad comunicacional como mecanismo posibilita superar la fragmentación, recuperar y reparar los sentidos acallados de una institución. Así como la simplificación discursiva conlleva a la rigidez conceptual y plantea un esencialismo teórico (que deberíamos evitar para abordar las organizaciones sociales), en el extremo opuesto encontramos una mirada con vocación plural para ponderar los distintos discursos. Para continuar con nuestra metáfora numérica, estaríamos intentando encontrar una especie de mínimo o menor común múltiplo6, un discurso tan abarcativo que sea capaz, al igual que ese valor matemático, de contener en sí mismo todos y cada uno discursos particulares.

Sin embargo, sabemos que los

discursos y las voces de los diferentes actores sociales en una organización no pueden ser aglutinados. Detrás de la pluralidad, estaríamos construyendo un discurso lo 5

Elster, Jon : Justicia Local. De cómo las instituciones distribuyen bienes escasos y cargas necesarias. - original 1992 - edición en español, Editorial Gedisa, Barcelona, 1998. (pág. 26). 6 Nuevamente como ejemplo matemático, recordemos que entre 2, 3 y 7, el menor de los múltiplos es 42. Si agregamos a los números el 5, por ejemplo, necesitaremos ampliar el m.c.m. que necesitaremos ya no podrá ser 42 (que no es múltiplo de 5) es 210. Y así se va agrandando el múltiplo hasta integrar a todos.

suficientemente ambiguo que termine sin definir absolutamente nada.7 podemos ponderar los distintos discursos en un pie de igualdad.

Tampoco

Creemos en la

democracia, pero no en la homogeneización. Toda gestión implica división de roles, niveles diversos de decisión e instancias de mayor o menor participación. Si ponemos como norte la horizontalidad absoluta, el estado de asamblea permanente, la deliberación en tanto única posibilidad de decisión (desconociendo, incluso, la propia dinámica de estos procesos, que también dejan a personas con diferentes capacidades de oratoria y liderazgo en diferentes espacios de poder frente a la puesta en común), estaremos imposibilitando la ejecución de políticas comunicacionales. Cualquier política comunicacional, más allá de su calidad democrática o autoritaria, requiere gestión y realizaciones. ¿Cuál es, entonces, la definición de identidad que permita una comunicación productiva? Como en tantos otros procesos abordables por las ciencias sociales hoy, parece más el momento de abrir interrogantes que de dar respuestas. Sí es cierto que, entre el reduccionismo que tranquiliza y la complejidad que desborda, podemos encontrar algunos ejes para trabajar la identidad como mecanismo: •

definir y poner en consideración de los propios actores los valores sociales jerarquizados por los distintos integrantes;



devolver el registro de la historia institucional;



generar instancias que posibiliten debatir los supuestos, los implícitos y los inmutables en esos valores. Denunciar la arbitrariedad que cualquier valor conlleva es un modo de permeabilizar las rigideces impregnadas en ellos;



plantear diferentes estrategias y políticas comunicacionales que den cuenta de las principales corrientes de valores de la organización y permitir su debate;



plantear situaciones no atravesadas por la coyuntura para resolver decisiones de política general. Recién después, volver a la coyuntura de

la mano de algunos

acuerdos básicos;

Volvamos, por un momento, al comentario inicial respecto de la diversidad de las organizaciones sociales, poco "encajables" en un solo concepto, salvo que elijamos algún tipo de reduccionismo. 7



poner en agenda la complejidad de lo humano y la reflexión sobre el trabajo cotidiano;



evitar las acciones comunicacionales desprendidas, aisladas y sin-sentido.

Por supuesto que, a la hora de operar en estas últimas dimensiones más concretas y puntuales, hará falta que el comunicador/a social haga uso de sus herramientas tradicionales. Pero estas herramientas puestas al servicio de la identidad a partir de la memoria imprimen un eje de optimismo en esta difícil situación de crisis de representatividad y continuidad de las organizaciones sociales. Entre trayectoria y coyuntura, está el eje de la memoria y los valores que ésta despliega. Entre el deber ser y el hacer está la identidad que puede ser enfocada y puesta en debate. Entre el mayor común denominador y el menor común múltiplo está el abordaje comunicacional como mecanismo de resolución de conflictos respetado la pluralidad. Es una mirada posible. Y, tal vez, una mirada que construye.

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