HISTORIA DE TODAS LAS COSAS BELLAS P.J. RUIZ
2009
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¡Vamos, ya casi se ve el otro lado!
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¿Pero a dónde me llevas, loco? Me falta ya el aliento. – dijo Lis mientras ascendía los últimos tramos de la empinada rampa sobre la que ya estaba Jorge, algo más adelante. Estaba muy excitado. Ella lo conocía bien, y sabía que algo muy especial le estaba reservando.
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Ven, Lis… ven, mi amor. Lo que te voy a enseñar hoy valdrá la pena. – Le tendió la mano para completar los últimos duros metros como si el mismo diablo los persiguiese. Ella reía ante su ímpetu, y lo acompañaba entregada, feliz. Nada malo podía pasarle a su lado.
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Tendrás que explicarme como has encontrado este sitio. ¡Dios! ¡Qué apartado está!
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Es un lugar como cualquier otro, mi vida. Lo único diferente es el final del camino. ¡Ya verás! – nada más subir los colores cambiaron, y todo se bañó de luz tenue.
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¿Qué es ese brillo, tio? Se ve todo anaranjado de repente.
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Ya casi llegamos. Si, es un fulgor especial. Dime una cosa… ¿te sientes bien al mirarlo?
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Pues… la verdad es que si. De repente ya no siento cansancio.
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Es su efecto, Lis. Estamos muy cerca.
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¿De qué? ¿De qué estamos cerca, Jorge?
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Del corazón de todas las cosas bellas.
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¡Venga ya! ¡Cosa bella te voy a dar yo a ti cuando te pille!
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Un poco más, nena. Mira, ya casi estamos. Mira ese agujero en la roca. Es el final del camino, justo como me dijeron.
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¿Quién te lo dijo? ¿Quién te habló de esto?
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Eso no importa, pero ya estamos. ¡Y vamos a verlo juntos! Ya estoy llegando…. Y… ¡Dios santo! – se quedó fijo en el horizonte que se veía al otro lado de la abertura, grande como para dejar pasar un mercancías.
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¡Eh! ¿Qué te pasa? ¿Te has quedado helado o que?
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Ven y mira esto… Ven y mira, mi amor. Tu sí que te vas a quedar helada.
Jorge abrazó a Lis con delicadeza por su esbelta cintura, como siempre había hecho, pero esta vez con toda la atención puesta en protegerla del inconmensurable desfiladero que tenían a menos de un metro de ambos. No se divisaba el fondo, envuelto en brumas luminiscentes que se convulsionaban coloridas presas de agitación frenética. Frente a ellos, algo por debajo de su nivel visual, se abría lo que parecía ser un sorprendente océano redondeado en suspensión, una superficie montada sobre columnas de piedra que se perdían en el fondo. Por los bordes de aquella planicie azul que tomaba forma de mesa se desplomaban cataratas de vigor único, las mismas que al caer producían la bruma del fondo. Todo estaba bañado en luz ámbar que se transformaba en diferentes tonos a medida que crecía la distancia, llevando una extraña paz y quietud a cada ángulo del entorno, como si musitaran frases inaudiblemente hermosas.
En medio del océano, semi sumergida, aparecía algo que se asemejaba a una maquinaria enorme, vasta, descomunal, metálica… Su color era dorado como el oro, y movía las aguas hasta elevarlas a regiones superiores, donde había terrazas que la drenaban después de crear la vida. Se movía despacio, y recordaba una especie de reloj ciclópeo, cuyas ruedas mayores, dentadas, se perdían en las alturas. Allí, aves de tamaño indeterminado pero en apariencia grandes jugueteaban a cruzar por ejes y radios, semi perdidas bajo la inmensa cúpula blanquecina que coronaba al cielo. No
había silencio, pero tampoco rumores o martilleos. Sencillamente era un vacío que pulsaba, pero muy dentro de ellos.
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¿Qué es esto, tío? ¿Dónde estamos?
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Lis, esto es el corazón de mi mundo. Aquí es donde convergen todos los caminos. – La mujer miró con ojos desmesurados tanta grandeza imposible, intentando asimilar lo que le llegaba, pero no conseguía aun enlazar realidades con fantasías.
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Es la maquinaria que mueve las cosas. Cuando nos conocimos te hablaba de ella ¿recuerdas? – Asintió, y con voz pequeña, encogida, habló.
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¿Dónde estamos? – el la miró de frente, con la tez bañada en tonos anaranjados. Estaba preciosa, la mas hermosa mujer de la tierra sin duda alguna, porque así la veía. Tomó sus manos.
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Estamos en el centro de mi alma, amada mía. Lo que ves es el impulso que me mueve, y es por ti. Esa máquina nunca dejará de moverse mientras tu estés en el mundo. Traerte aquí y darte cuanto ves es mi regalo para la mujer que amo.
Algo resonó muy alto, y ambos miraron. Arriba la cúpula se abrió silenciosamente, dejando pasar un brillo cálido desde el otro lado, bajo el que la vegetación de las terrazas se irguió llena de impulso vital. -
¡Mira, ya llega!
Era una estrella radiante hermosa y pequeña.
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Eres tú, Lis. Eres tú, que alumbras mi interior.
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¡Esto es… tan hermoso! No tengo palabras… - dijo la chica aturdida por el milagro que la rodeaba.
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No son necesarias. – La miraba lleno de amor mientras el sistema seguía funcionando pleno de energía. - Tú sólo Brilla y tráeme la vida.