1 HERIDAS El viento castigaba con rabia su rostro, como si su sola existencia fuera una ofensa a aquel paisaje que, bañado por la luz gris de la mañana, se desplegaba ante ella como una cruel insinuación, una visión que cubría de dolor hasta el último rincón de su alma. Todavía podía sentir el miedo de aquella vez, la súbita rigidez de su espalda, como si su cuerpo, al darse cuenta de lo que iba a ocurrir, hubiera decidido escapar de un barco que hasta las ratas habían abandonado. Sentía la impotencia, la batalla perdida ante un enemigo que no debería haber estado ahí, que nunca debiera haber existido, ni siquiera en los más mórbidos y crueles relatos de terror. Pero es que la vida lo es, él lo era, y ella gritó, y sólo la contestó el viento, ese maldito y furibundo viento, que como todas las otras cosas de su vida, la ignoraron y la apartaron, y le llenaron su rostro de estrellas brillantes de agonía. Y una honda cicatriz abrió su alma en dos, y ya no gritó más, sino que se hundió en ella, se sumergió en la negra sangre de su ser, y la herida se cerró, y no volvió a salir nunca. Por eso ahora el viento aúlla impotente, porque alcanza su rostro, pero sabe que jamás volverá a martirizar su alma, robada por la brutalidad de la carne, de la sucia y podrida carne. El paisaje se despliega ante ella, el mismo en el que murió, y donde lo que su pecho albergaba fue sustituido por algo más y algo menos que un alma, por un alto muro, pero que a veces latía, y siempre sangraba, con cada inocencia robada, con cada delito de la sucia y podrida carne, esa que ahora yace a sus pies, y se desangra. Sigue apestando, pero ahora la impotencia la siente esa masa cruel y asesina, mientras en vano intenta detener la hemorragia de su cuello, por la que una cascada carmesí parece que liberara las ánimas atrapadas de cada una de sus víctimas. Oye las sirenas acercándose, las promesas de seguridad y protección que, en cambio, para ella sonaron mudas. Da igual,
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piensa, mientras el viento se da por vencido, y el Sol baña de luz el paisaje, que ahora se rinde a sus pies. Ella se tumba y sonríe, por primera vez en años, con labios que nunca podrán volver a besar, pero tampoco desdibujarse con el llanto...