Fs Y Ts- Fragmento I

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  • Pages: 10
1

Mario Heler (comp.), Jorge Manuel Casas, Alejandro Cerletti, Patricia Digilio

Filosofía Social & Trabajo Social. Elucidación de un campo profesional

Buenos Aires, Editorial Biblos, Agosto de 2002

Y el poder? (Jorge Casas)

[…] 3. A principios del siglo XX, un chico noruego de diez años enamorado de las gallinas reunió, gracias al apoyo de su dominante madre (que le regaló un gallinero en las afueras de Oslo), un conjunto de notas que serían la base de su trabajo universitario sobre el “orden del picoteo en el gallinero” (Hack-ordnung). Con ello, puso de manifiesto la estructura jerárquica de la red de relaciones que sostenían sus gallinas – algo similar a lo que ocurre en otras estructuras sociales del reino animal.1 Las gallinas 1

Cfr. DE WAAL, Frans: The Ape and the Sushimaster. Cultural reflections by a Primatologist; New York, Basic Books, 2001; Cap. I; y PRICE J.S.: “A remembrance of Thorleif Schjelderup-Ebbe”, Human Ethology Bulletin 10 1-6 (1995).

2 actúan sobre las acciones de sus congéneres, construyendo una jerarquía que finalmente dibuja un círculo. Al trabajo de Thorleif Schjelderup-Ebbe siguieron otros: estudios sobre “el orden del mordisco” entre los mamíferos (las prioridades de acceso al alimento), sobre los privilegios en el apareamiento, y otros temas análogos. Todas estas investigaciones han mostrado que los lazos de subordinación animal dependen de complejas redes de relaciones psíquicas por medio de las cuales ciertos individuos inducen a otros a actuar de determinada manera. Por eso a menudo los duelos nunca tienen lugar: basta con adoptar una actitud arrogante para asumir un papel de liderazgo. Lo cierto es que el reino animal también está atravesado por algo que podemos caracterizar como “poder”, algo que no compromete para nada el lenguaje.2 Entre los homínidos superiores (y por lo tanto, también presumiblemente entre los proto-humanos, según una hipótesis que se remonta a Charles Darwin), 3 también hay “poder”: la ordenación jerárquica adopta la configuración de una “Horda”. En la horda, un sólo macho monopoliza el acceso a las hembras y lleva la voz cantante en todas las decisiones que afectan al grupo. El cargo se conquista a través de la lucha directa y los que no se avienen a la autoridad del jefe (que implica aceptar el celibato) son expulsados o muertos por él. Es la ley del más fuerte mientras es el más fuerte: después, Otro como Él lo vencerá y tomará su lugar. Lo que llamamos “vida humana” –eso cuya característica distintiva es el fenómeno de “lenguaje”– surge en este marco, a raíz de una disputa por el poder que altera la reproducción social de la horda primitiva.4 Esta lucha también desgarra a otras 2

En cuanto al simbolismo y la diferencia entre humanos y animales, cfr. CASSIRER, Ernst: Antropología Filosófica. Introducción a la filosofía de la cultura; México, FCE, 1968; esp. cap. II. Aquí bastará que notemos un rasgo de la comunicación animal que la distinguen de nuestro lenguaje. Las “expresiones” animales no determinan su valor por las relaciones que mantienen entre sí. O dicho de otro modo: si los animales “hablan” no hablan sobre su lenguaje. Por ello, si se “expresan” lo hacen para ocasionar una consecuencia y no para negociar una interpretación. 3 Darwin, Ch.: The descent of man 4 Como era de suponer, la ciencia no cuenta con evidencia empírica directa de este momento decisivo que estamos a punto de relatar: sólo es posible especular a partir de evidencia indirecta. Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, estudió con detenimiento este problema a partir de la evidencia clínica proporcionada por la observación del psiquismo (especialmente en pacientes neuróticos). Su investigación incluye un amplio aparato crítico sobre las investigaciones precedentes en torno al mismo tema (los tabúes del incesto y del homicidio). FREUD, S.: “Totem y Tabú”(1913); en Obras Completas; Madrid, Biblioteca Nueva, 1948; Vol. II, págs. 419-507. Desde entonces se considera que el relato de Freud ofrece una hipótesis plausible (aunque volveremos sobre esto). Sin embargo se ha discutido acerca de la “efectividad” del hecho: algunos sostienen que ha tenido lugar tal como se lo cuenta, otros que el relato sólo tiene un valor heurístico para la interpretación de las configuraciones contemporáneas de las socialidad humana, pero que nunca sucedió tal cosa en ningún lugar. Aquí sólo señalamos la cuestión por razones que aclararemos más adelante. Freud habla explícitamente de “acontecimiento”. Levi-Strauss infiere que nunca sucedió “realmente” (LÉVI-STRAUSS, Claude: Las estructuras elementales del parentesco; Barcelona, Planeta, 1985; Vol II, pp. 567-570). Una discusión de la hipótesis de Lévi-Strauss se puede hallar en ENRIQUEZ, Eugène.: De la Horde à l´ État; Paris, Gallimard, 1983; pp. 48-51.

3 sociedades animales configuradas del mismo modo (por ejemplo, los caballos y los toros); pero allí el conflicto no se “resuelve”: conduce a la disolución del grupo originario y a la formación de nuevas hordas.5 Como señala Freud, el padre tiránico constituía seguramente el modelo “envidiado y temido” por cada uno de los miembros de nuestra sociedad de primates superiores.6 Envidiado, porque todos quieren ser como él; temido, porque desafiarlo significa la muerte. De hecho, por tratarse del macho más poderoso, ninguno de los jóvenes cuenta con la fuerza necesaria para vencerlo. Sumidos en esa incómoda situación, los machos excluidos comienzan a verse como semejantes. Es el big-bang de la cultura, porque esa semejanza contiene el germen de la solidaridad. Los jóvenes comparten el deseo de conjurar su propia impotencia y de liberarse del temor que experimentan ante el Otro. El odio los hermana. Dejan de ver fijamente el lugar del padre (miradas verticales, concéntricas) y comienzan a percibir lo que en ellos mismos hay de los otros (miradas horizontales, excéntricas). Este nuevo horizonte, en el que sus perfiles se recortan semejantes, les permite concebir un proyecto compartido. Como se trata de una conspiración, deben perfeccionar el elemento que los comunica: el lenguaje. Al fin, Los hermanos expulsados se reunieron un día, mataron al padre y devoraron su cadáver.7

La ingesta del cadáver moviliza la primera actividad analítica humana, en el sentido que Descartes y Jack el Destripador también dieron a este proceso. Precisamente el segundo de los cuatro preceptos metodológicos de Descartes consiste en dividir cada una de las dificultades que examinase en tantas partes como sea posible y como se requiriese para su mejor resolución8

Lo mismo hacen los hermanos.9 La comida ritual del Padre (algo que los cristianos se obligan a repetir cada vez que comulgan) no sólo les permite apropiarse de Su poder: 5

La exposición de Freud que estamos reconstruyendo se refiere a LANG, Andrew: Social Origins y ATKINSON, J.J.: Primal Law; Longmans, Green and CO., New York-Bombay, 1903; p. 228. Una versión electrónica del texto de Lang que discute el de Atkinson en: http://lucy.ukc.ac.uk/csacpub/duff/contents.html (Centro de Antropología y Computación de la Universidad de Kent en Canterbury). El texto de Atkinson se halla en la Biblioteca del Congreso de los EEUU. 6 FREUD, S.: “Totem y Tabú”(1913); en Obras Completas; Madrid, Biblioteca Nueva, 1948; Vol. II, p. 496. 7 FREUD, S.: “Totem y Tabú”(1913); en Obras Completas; Madrid, Biblioteca Nueva, 1948; Vol. II, p. 496. 8 DESCARTES, R: Discurso del método; Buenos Aires, Hispamérica, 1983; pp. 59-60. La obra de Jack, tal vez lamentablemente, es más conocida. 9 Todo análisis consiste en la disolución de un objeto en partes, que luego son estudiadas por separado y reensambladas. La diferencia entre distintos tipos de análisis consiste en la idea que se hacen acerca de cuáles son las partes, cuál es la naturaleza de esas partes y qué relaciones sostienen entre sí.

4 también les confiere un nuevo tipo de cohesión social. Todos se igualan a partir del consumo de la misma carne y de la misma sangre, pero cada cuál incorpora solo un fragmento y, con él, solo una parte de las virtudes del omnipotente. Todos son iguales pero a la vez difieren entre sí (todos juntos son el Padre “en diferido”): la comida ritual integra la comunidad, que entonces se convierte en un Don Paterno legado a los parricidas. Este “don” se “materializa” en el lenguaje: las comunidades humanas, a diferencia de las sociedades animales, son comunidades simbólicas. Pero entre los nuevos hermanos el odio por la tiranía se mezcla con el amor al progenitor, y el ansia coartada de ocupar su sitio (coartada por la impotencia de cada uno para vencer a los otros) con la admiración de su enorme poder. Los comensales empiezan a experimentar cierta culpa (el “regalo” de Papá fue increíble) y cierto miedo (porque ahora todos se han vuelto pasibles de ser asesinados en el contexto de la lucha por el poder del Padre, y ¡ninguno de ellos es el Padre!) Aquí es donde Freud localiza el principio de la cultura: los conjurados renuncian al objeto de su deseo y así excluyen la posibilidad de ocupar el sitial del muerto; con ello evitan matarse entre sí y la potencia sexual se reparte entre todos. Para instituirlo introducen una prohibición, que a fin de cuentas es una obligación positiva: la interdicción del incesto, que obliga a intercambiar las mujeres propias con las de los semejantes y es el modelo de toda forma social de intercambio. Claro que no bastará simplemente con que los hermanos se propongan esta “bella idea”: la institución de la sociedad consistirá, precisamente, en la instauración de un régimen de represión que impida a cada cual realizar su aspiración siempre latente de convertirse en el Gran Otro.10 De allí en más toda civilización tiene que recorrer los avatares impuestos por esta tensión irresoluble: la lucha fratricida por la reconquista del poder absoluto del Padre y la represión de esos impulsos, la instauración de hermandades que resisten la Ley vigente (y luchan por un nuevo orden) y la sublimación de los deseos reprimidos —es decir, el re-direccionamiento de la tensión psíquica a través de circuitos socialmente útiles (como la búsqueda de un prestigio legítimo por la realización eficiente de un

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Cuando hablamos de “institución” nos referimos a cualquier hecho o arreglo material cuya existencia dependa de un acto de habla. Un casamiento, por ejemplo, depende de que alguien declare a los contrayentes marido y mujer; el inicio de una conferencia o de unos juegos, de que alguien los declare “abiertos”, la Iglesia Católica fue instituida por Jesús: “Tu eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia”; “nosotros los representantes del Pueblo Argentino reunidos en Asamblea General Constituyente”; etc.

5 trabajo del que disfrutan todos) y así sucesivamente.11 Ha comenzado la cultura humana, en el lenguaje, como un arreglo de poder. 4. Tomemos un poco de distancia con respecto al relato freudiano y tratemos de pensar en conceptos lo que esta explicación sólo narra. Volvamos a situar nuestra indagación. Queríamos hablar del poder, y descubrimos que sólo alcanzaríamos a decir lo que pudieramos, porque el poder condiciona de algún modo nuestro habla. Entonces nos preguntamos de qué modo está involucrada el habla con el poder. El relato freudiano exhibe una respuesta precisa a esta pregunta, que además reconstruye el escenario en el que se despliega el poder que nos interesa: la socialidad humana. El poder no depende del lenguaje, sino que, por el contrario, lo forma. El lenguaje surge en el curso de una lucha de poder como una herramienta para desplegar esa lucha. Este es el primer sentido en que el lenguaje es un medio. Como medio o instrumento de poder, como técnica desarrollada para organizar la rebelión y destituir al Padre, el lenguaje sustituye la fuerza física o la arrogancia y permite apropiarse del poder del Otro a través del todo-poder de las ideas que construye. Ideas que a través del lenguaje compartido reúnen la potencia de muchos. Así lo que era imposible se vuelve realidad, como por arte de magia (diciendo las palabras apropiadas). La pretensión de dar una definición exacta e imperecedera de las cosas – incluido el poder– constituye tal vez una persistencia de ese rasgo de omnipotencia con que se carga el lenguaje al despuntar la cultura y que marca nuestra inclusión en lo simbólico. Sin embargo, toda afirmación (y en general, toda enunciación) es un medio, una manera de poder, y está afectada por algo que la excede y la precede largamente. Para decirlo en pocas palabras: el lenguaje es una forma de poder (de poder matar al Padre Mítico, por ejemplo) y siempre estará emplazado en una locación precisa dentro de una relación de poder, siempre obedecerá a una economía de poder. Pero esta 11

Lo sucesivo se refiere precisamente al suceso que inaugura la serie. Como señalábamos antes no es lo mismo que el acontecimiento que acabamos de relatar haya tenido lugar o no. Tampoco es lo mismo, por ejemplo, en relación con el Holocausto. Como veremos, el estructuralismo de Levi-Strauss cancela precisamente la cuestión del poder, de un modo casi platónico. El Holocausto, por ejemplo, no es una estructura permanente, una forma que impregna el comportamiento humano, sino un acto que inaugura otra serie en la serie de actos que se inauguran con la muerte del Padre. Es el retorno del combate y la rivalidad que constituyen la cultura y del deseo del incesto —como puede verse en la aspiración dirigida a una raza que no se mezcla con las otras y que niega todo vínculo social. Los informantes arapesh de Margaret Mead, interrogados acerca de qué pensarían si un hombre se quisiera casar con su propia hermana respondieron que le preguntarían ¿no querés tener cuñado?, ¿con quién vas a salir de cacería?, ¿a quién vas a invitar? [MEAD. M.: Sexo y temperamento en las sociedades primitivas; Barcelona, Altaya, 1994] Este es sin duda el aspecto que determina la inhabitabilidad de la utopía nazi, su negación de toda socialidad.

6 economía no es sólo lingüística –en el sentido formal– sino fundamentalmente de fuerzas –en el sentido material. Por eso cualquier respuesta a la pregunta ¿qué es el poder? dice lo que puede: porque siempre es parte de un dispositivo de poder. En este primer sentido el poder aparece como algo exterior con relación al Lenguaje. En el interior de este exterior se usa lenguaje como herramienta para reajustar relaciones de poder ya establecidas, como recurso técnico para transformar los dispositivos de poder. Sin embargo, el lenguaje se constituye en “medio” en un segundo sentido, aún más fundante: en el sentido en que se habla de “medio ambiente”. Como el lenguaje supone la inhibición de la respuesta instintiva, su desarrollo supone, correlativamente, quedarse sin respuestas para nada y vivir una situación más que incómoda. El mito de Adán y Eva ilustra este avatar ingrato de nuestro acceso a lo simbólico. Dios se da cuenta de que sus criaturas han desarrollado la aptitud simbólica porque se han cubierto las “partes pudendas”. Eso significa que Adán y Eva se vieron a sí mismos desde el lugar del Otro y recortaron de su cuerpo una parte que hicieron significante del placer sexual. La recortaron, porque el cuerpo no tiene partes: de hecho nadie hace el amor sólo con sus genitales y diferentes culturas invisten de significado sexual distintas secciones del cuerpo (algunos grupos árabes, el rostro y las palmas de las manos, para mencionar solo un caso). Lo mismo sucede con el mundo: no tiene partes. Somos nosotros los que, distanciados de la reacción natural, aplazándola o inhibiéndola, discriminamos el estímulo y le conferimos un significado. Nuestro lenguaje articula el mundo en el doble sentido de, primero, dividirlo en artículos, y a la vez, referir estos artículos los unos a los otros. Por eso nuestra primer tarea al acceder a lo simbólico consistió en producir un mundo. A partir de entonces vivimos en un mundo producido lingüísticamente, el lenguaje es nuestro medio. Pero esta “producción” de la forma del mundo no fue pacífica. Más allá de la mítica univocidad adánica,12 los parricidas tuvieron que estabilizar un lenguaje común, equilibrando la fuerza de sus locuciones, estableciendo formas de significado. Cada uno debía actuar lingüísticamente en relación con el resto y en el curso de esa interacción, en la intersección de esas locuciones, se gestaron las formas del lenguaje. El padre no necesitaba participar de esta negociación de significado: él era único.13 12

Génesis: 2, 19-20. El Macho Dominante actúa sobre las acciones de los otros machos, obligándolos a circuitos exteriores y, especialmente, a desviar sus impulsos dirigidos a las hembras. Pero esta imposición no sigue ninguna regla, porque el Macho no actúa siguiendo reglas sino respondiendo a sus instintos, a sus deseos inmediatos. Los otros interpretan sus gestos o exclamaciones a la luz de sus propias reacciones instintivas. Para toda esta cuestión véase la exposición de Habermas sobre H. Mead en. HABERMAS, J.: 13

7 El relato Freudiano nos mostraba cómo el lenguaje se desarrolla en el transcurso de las interacciones de los jóvenes de la horda, en cuanto técnica para regular sus relaciones recíprocas. Pero ¿cómo regulaban sus relaciones recíprocas a través del lenguaje?, o dicho de otro modo ¿en qué consiste esta técnica? Volvamos a esa escena originaria. La presión de las circunstancias (el macho dominante) vuelve más valiosa la coordinación de la acción: digamos, figurativamente, que aquellos que coordinan sus acciones se sustraen proporcionalmente a su todo-poder. Esta coordinación se produce porque cada uno se estimula con la respuesta de los otros a responder de la misma manera. Si el otro se asusta y corre eso me estimula a asustarme y a correr, pero tal circunstancia no supone que para ambos haya algo que signifique lo mismo. El hecho de que todos reaccionen del mismo modo en el mismo momento no significa nada: sólo se trata de una cadena de causas y efectos. El salto hacia el lenguaje se da cuando dejamos de interpretar los gestos de los otros a partir de nuestra reacción instintiva y comenzamos a interpretar nuestros propios gestos a partir de las reacciones de los otros. Es decir, cuando aprendemos a “ponernos en el lugar del Otro” (ahora un Otro con mayúsculas, porque es esa segunda persona sin la cual no habría primera, porque no puede haber un primero sin un segundo). Entonces comenzamos a producir gestos con la expectativa de que para el Otro signifiquen lo mismo que para nosotros puestos en el lugar del Otro. Nuestros gestos ya no son reacciones, están elaborados con intención comunicativa, y el otro es Otro como Yo. Después el Otro reacciona o no como Yo frente a mi gesto y juntos vamos corrigiéndolo hasta que establecemos su significado. Así es como especulamos que se recortan significantes y se les adjudican significaciones. En este sentido, tanto las estructuras sintácticas como las palabras y sus oposiciones pertinentes consisten en relaciones de poder parcialmente coaguladas, parcialmente sedimentadas. Consideremos un registro muy amplio de relaciones de poder dentro de una lengua como el español (al menos en la lengua, el juego de poder se juega en varios niveles a la vez). Se dice que el español se formó a partir del latín, pero ¿cómo se produjo este proceso? ¿No fue acaso precisamente en el curso de interacciones lingüísticas, de negociaciones que reformaron las formas del latín heredadas por los hablantes? Aunque también intervinieron otros aportes, lo romano, lo árabe y lo vasco, por solo tomar algunos ejemplos generalísimos, ejercen una acción recíproca que

Teoría de la acción comunicativa II: Crítica de la Razón Funcionalista; Madrid, Taurus, 1990; pp. 21-27.

8 modela y transfigura las formas de nuestra lengua. Finalmente las etimologías son crónicas de batallas y la predicación tiene la forma que puede. Por eso aunque el poder tenga una naturaleza extralingüística (o mejor aún, nolingüística), el lenguaje, ese “medio” en el que vivimos, consiste todo él en poder. En lugar de sugerir que el poder es exterior al lenguaje, deberíamos afirmar que el lenguaje es una forma de exterioridad del poder.14 En las lenguas y las hablas, el poder se sucede y continúa, se prorroga y expande, se dilata y difiere. Y por ese medio –y en ese medio– lo aprehendemos. No hay ninguna forma lingüística que no sea la forma de una relación de poder “entre hermanos”. No es sólo que el lenguaje juega su papel en la escena del poder, sino que incluso lo que constituye su propio ser proviene de relaciones de poder sedimentadas y en curso. Y allí vivimos. Por eso en la Edad Media había brujas, y por eso resulta posible afirmar que las brujas no existen, pero que las hay las hay: basta que nosotros articulemos por medio de este significado nuestra experiencia. Fue al redescubrir esto que la física dejó de buscar las “partículas elementales”: uno puede dividir la materia tanto como quiera (mientras pueda observarlo) pero no porque esas sean partes de la materia, sino porque tales partes son parte de nuestras expectativas de significado acerca de ella. Dicho de otro modo: la materia tiene partes porque nosotros la dividimos, no porque ella esté hecha con partes, como un rompecabezas. Y esta articulación que nosotros producimos se constituye en el curso de relaciones de poder a diversos niveles; la etimología es sólo un registro muy abstracto. Retornemos una última vez a nuestra escenificación del surgimiento de la Cultura y del Lenguaje para observar esta circunstancia. Supuestamente ese relato nos sirvió para mostrar el tipo de compromiso que mantiene la palabra con el poder. Sin embargo, ese mismo relato está moldeado por relaciones de poder, e incluso de dominación, específicas: es un relato Patriarcal. Ambos autores [scill. Sigmund Freud y Claude Lévi-Strauss] coinciden en relatar la historia y explicar la cultura en clave androcéntrica, sin dejar lugar para el problema de la reificación de la mujer, que no se constituye en objeto de análisis, porque la consideran “natural” [...] En ningún momento aparece la imagen de la hembra humana como un ser con incipiente subjetividad y menos aun con algún deseo erótico hacia el macho [...] la mujer es representada ante todo como madre.15

14

Cfr. DELEUZE, G.: Foucault; Bs. As., Paidós, 1987; p. 70. MELER, Irene: “La familia, antecedentes históricos y prespectivas futuras” en BURIN—MELER: Género y Familia. poder Amor y Sexualidad en la construcción de la Subjetividad; Buenos Aires, Paidós, 1998; p. 37. 15

9 Gracias a las luchas de las mujeres,16 estas relaciones de poder están cambiando y ese cambio se exterioriza también en la puesta en cuestión de estas estructuras patriarcales en los relatos y en el interior de las lenguas (expresiones como “todos los hombres son iguales ante la ley” o la forma masculina utilizada para subsumir géneros diferentes: si una mujer habla en nombre de un grupo en el que hay hombres dice “nosotros”, pero si habla un hombre en un grupo de mujeres jamás dice “nosotras”).17 E incluso más. Gayle Rubin18 señala que otro aspecto del tabú del incesto es la exclusión de la homosexualidad (que, como especula Freud, debía constituir el medio de satisfacción sexual de los machos excluidos por el Padre): El mismo sistema que oprime a las mujeres y exige a los hombres, discrimina a los homosexuales.19

Podríamos preguntarnos dónde acaba todo esto, pero la respuesta es que no acaba: todo lenguaje es una forma de poder y en él las relaciones de poder cobran consistencia lingüística. Esta constatación nos permite además efectuar otra distinción pertinente para nuestra pesquisa. El ejemplo que acabamos de dar podría inducir una confusión decisiva: “poder” no es lo mismo que “conflicto”. Esto se ve claramente en el registro etimológico: nuestras herencias lingüísticas no están en conflicto, aunque sí expresan relaciones de poder. No es que haya “intereses” lingüísticos contrapuestos, sino que la potencia significativa de las expresiones se afecta mutuamente y da lugar a configuraciones lingüísticas: Es el concepto de “interés” más que el de poder como tal el que se relaciona directamente con el conflicto y la solidaridad. Si poder y conflicto frecuentemente van juntos no es porque el uno implique lógicamente al otro, sino porque el poder se enlaza a la persecución de intereses y los intereses de la gente pueden no coincidir. Todo lo que quiero decir con esto es que

16

Y a otras condiciones materiales, como la redefinición de la división sexual del trabajo y las tecnologías que extienden un control creciente sobre la oportunidad y frecuencia de los embarazos. Cfr. Castels, M.: La era de la información: Economía, Sociedad y Cultura; Madrid, Alianza, 1999; pp. 159-269. 17 Algunos estudios sobre las relaciones de géneros en algunas ciencias que se presumen matemáticamente neutrales: HAYLES, N. Katherine: “Gender encoding in fluid mechanics: Masculine channels and feminine flows”; en Differences: A Journal of Feminist Cultural Studies 4(2): 16-44, 1992; e IRIGARAY, Luce: “Le sujet de la science est-il sexué? / Is the subject of science sexed?” Translated by Carol Mastrangelo Bové. Hypatia 2(3): 65-87; 1987. 18 RUBIN, Gayle: “The Traffic in women: Notes on the ´Political Economy´ of sex”; en REITER, Rayna (comp.): Toward an Antropology of Women; New York-Londres, Monthly Review Press, 1975; citado en BURIN—MELER: Género y Familia. Poder Amor y Sexualidad en la construcción de la Subjetividad; Buenos Aires, Paidós, 1998; p. 44. 19 BURIN—MELER: Género y Familia. Poder Amor y Sexualidad en la construcción de la Subjetividad; Buenos Aires, Paidós, 1998; p. 44.

10 mientras que el poder es un aspecto de toda interacción humana, la división de intereses no lo es.20

Algunas de mis bisabuelas tal vez vivieron en un dispositivo de poder patriarcal que no registraba ningún conflicto... Notemos, finalmente, una última cosa. Junto con el lenguaje, la configuración de las relaciones de poder en la familia humana produce algo más: produce sujetos. Antes del lenguaje no hay “sujetos” –ni predicados, ni ninguna otra categoría lingüística. “Sujeto” es aquel que soporta la acción del verbo y de quien se predica algo. Al producir lenguaje, las relaciones de poder producen sujetos, y desde entonces las subjetividades de esos sujetos quedan precisamente “sujetas” al orden simbólico (es decir, a ese orden que instauran los “hermanos” a través de la represión del instinto y la producción de respuestas significativas). Esa sujeción significa que la forma de los sujetos también está sujeta a las formas que cobra el lenguaje. Por ello “ser mujer” no significa lo mismo para mi bisabuela, para mi mamá y para mi hija, y todos somos sujetos como producto de la represión.

20

GIDDENS, A.: Las nuevas reglas del método sociológico. Crítica positiva de las sociologías comprensivas; Buenos Aires, Amorrortu, 1997; pp. 138-139.

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