Flaubert: Una vida — Frederick Brown
Prologo: Rouen La primavera me impulsa salvajemente a irme a China o las Indias; Normandía con su vegetación me pone los dientes de punta, como un plato de alazán crudo. (Flaubert a los hermanos Goncourt, 15 de abril, 1863) Para Flaubert, la vida comenzoó en Normandíóa y terminoó allíó. Fue la provincia que proporcionoó su imaginacioó n, como que Touraine se la proporcionoó a Balzac y Provence a Zola en la sucesioó n de grandes novelistas franceses del siglo XIX. Era el paisaje de su juventud y de todas sus estaciones. Fue el sabor en su boca y la verde prisioó n donde sonñ oó con los desiertos. A comienzos del siglo XIX, Rouen todavíóa se parecíóa bastante a la capital normanda en la que Juana de Arco habíóa sufrido el martirio cuatrocientos anñ os antes para atraer a los turistas fascinados por las cosas medievales. Sentada entre el Sena serpenteando hacia el oeste hacia su desembocadura y las empinadas espuelas verdes y blancas de una inmensa meseta de caliza llamada Pays de Caux, que, en su extremo maó s septentrional, serpenteaba sobre el Canal de la Mancha, era en gran parte un asentamiento en el margen derecho. Los vestigios del bastioó n que habíóa resistido a Enrique V de Inglaterra fueron derribados despueó s de 1810, pero las calles siguieron evocando la ciudad fortificada, como un prisionero bajo libertad condicional 1 deformado por un largo confinamiento. Giraban cuesta arriba en un laberinto de casas altas y decreó pitas, muchas de ellas con puntales de roble que se inclinaban sobre fachadas de ladrillos estucadas o con balcones que sobresalíóan hacia los frontones opuestos. Incluso cuando brillaba el sol, lo que rara vez ocurríóa sobre esta provincia maríótima, su luz apenas alcanzaba el nivel de la calle. La gente y los vehíóculos se apinñ aban en pasajes de solo cinco metros de ancho, y una gran proporcioó n de los noventa mil habitantes (Rouen era la quinta ciudad maó s poblada de Francia) se ocupaba de sus asuntos en un mundo huó medo y crepuscular. El agua corríóa por todas partes, por las canaletas hechas por las carreteras combadas y por las treinta y cinco fuentes, que servíóan para beber y lavar. Igualmente omnipresente, como senñ aloó Arthur Young durante la deó cada de 1780 en Viajes en Francia, era el hedor de muchas maó s de treinta y cinco letrinas abandonadas. Los que podíóan permitíórselo, escribioó , huyeron a las casas de campo, aunque las casas de campo no ofrecíóan ninguó n alivio a menos que estuvieran situadas al menos a dos kiloó metros de la ciudad, maó s allaó de la penumbra maloliente de Rouen. De los peregrinos literarios y artíósticos que describieron sus estancias en la ciudad, pocos parecíóan respirar el aire asqueroso, o el espectaó culo de grandeza eclesiaó stica los inundoó hasta la fealdad. Sus sentidos estaban reservados para el goó tico, y maó s particularmente para Notre-Dame de Rouen, la catedral del siglo XIII cuya fachada oeste, llena de estatuas, celosíóas y pinaó culos de todas las descripciones, inspiraríóa maó s tarde, en un anoó malo díóa soleado, a Claude Monet a un efecto brillante. Superada por 1 Parolee en el original en inglés.
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torres diferentes, el Tour de Beurre y el Tour Saint-Romanus, esta magníófica pila eclipsoó las viviendas de entramado de madera que rodeaban y presidíóa la principal víóa comercial de Rouen, la rue de la Grosse Horloge 2, con una exhibicioó n de escenas hagiograó ficas, que incluíóa el Martirio de Juan el Bautista y la Fiesta de Herodes. NotreDame tuvo algunos companñ eros impresionantes. Cerca habíóa un edificio de estilo extravagante, Saint-Maclou, cuyo poó rtico se desplegaba en cinco grandes paneles adornados con medallones que, seguó n se cree, eran obra del escultor del siglo XVI Jean Goujon. Y a cierta distancia cuesta arriba, maó s allaó de un patio de huesos para las víóctimas de la peste, se alzaba la gran nave de Saint-Ouen, una iglesia abacial que rivalizaba con Notre-Dame en tamanñ o y belleza, y lo sobrepasaba en la exuberancia de sus arbotantes. Habíóa otras casas de oracioó n ademaó s, una para cada parroquia. De hecho, el horizonte de Rouen visto desde las alturas del Mont Sainte-Catherine hacia el este, donde los artistas solíóan buscar un buen mirador, estaba erizado de agujas. Y a partir de todo esto, las campanas anunciaban el AÁ ngelus por la manñ ana, al mediodíóa y por la noche. Era, seguó n varias versiones, una ciudad que sonaba enfaó ticamente. Cuando Victor Hugo, que lo llamoó "la Atenas del geó nero goó tico", escribioó a su esposa en 1835, "He visto a Rouen3. Dile a Boulanger que he visto a Rouen; comprenderaó todo lo que contiene esa palabra ", el poeta laureado de campanarios habíóa tenido carillones para agudizar su placer visual. Muchos estaban igual de paralizados, especialmente los extranjeros que visitaban Francia despueó s de las Guerras Napoleoó nicas (quienes no podíóan suponer que un significativo pasado participio comunicaríóa adecuadamente su maravilla a la gente de su paíós). El joven Henry Wadsworth Longfellow, sin una guíóa adecuada durante su primera gran gira, "tropezoó " con la catedral y quedoó tan asombrado, que escribioó , como si de repente hubiera brotado de la tierra. "Abrumoó por completo mi imaginacioó n 4 y me quedeó inmoó vil durante un largo rato, mirando fascinado a este estupendo edificio. Antes no habíóa visto ninguó n ejemplar de arquitectura goó tica y las torres masivas frente a míó, estas ventanas altas de vidrieras y estatuas rudas, todo produjo en mi mente inexperta en viajes una impresioó n de tremenda sublimidad. Emma Willard se hizo eco de eó l de manera casi exacta en su diario. Notre-Dame la dejoó anonadada, su alma invadida por una sensacioó n de sublimidad "casi demasiado intensa para un ser mortal5". James Fenimore Cooper, que los precedioó a ambos, declaroó que valdríóa la pena cruzar el Atlaó ntico solo para ver el monumento. Luego, unas deó cadas maó s tarde, John Ruskin llegoó con Effie a remolque, y el Rouen medieval nunca pudo haber dado la bienvenida a un devoto maó s apasionado. La ciudad era el centro de su "pensamiento de vida". Donde otros veíóan las calles sin aceras y los peatones empujados por burros cargados de coles, el esteta supremo encontroó "un laberinto de deleite"6. Era, exclamoó , "un Paraíóso total", con sus torres grises "brumosas en su magnificencia de altura, dejando que el cielo parezca esmalte azul a traveó s de los espacios frustrados de su obra abierta". Sus cuadernos de dibujo siempre cerca, se 2 Reloj grande 3 “He visto Rouen”: Chaline, Les bourgeois de Rouen, p. 392 4 "Abrumó por completo mi imaginación” Henry Wadsworth Longfellow. Outre-Mer: A Pilgrimage beyond the Sea, pp.22-24, quoted in Bertier de Sauvigny, La France. 5 "casi demasiado intensa para un ser mortal”: Willard, Journal and Letters, p 27. 6 "un laberinto de deleite… brumosas en su magnificencia de altura": Links, Ruskins in Normandy, p 26
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quedoó hechizado en las esquinas donde las meó nsulas sosteníóan iconos pintados, o ante las paredes de la iglesia y puertas "custodiadas por santos grupos de estatuas solemnes, entrelazadas por vaivenes de hojas esculpidas, y coronadas por nichos con trastes y frontones de hadas, enredados como telaranñ as con traceríóa inextricable". Pero este paraíóso, que descansaba en la completa negacioó n de un mundo mercantil, ya se habíóa perdido. Fuera de sus venerados líómites, no reconocidos, estaba la ciudad que John Murray en su popular manual llamaba el "Manchester de Francia", es decir, el Rouen de barcos que descargaban fardos de algodoó n (gran parte importados de Ameó rica) y cargaban productos terminados, de faó bricas de hilatura y tintes, de mercados textiles y telas resistentes con rayas de colores brillantes o cuadrados a cuadros (rouenneries), de chimeneas suburbanas, de casuchas para inmigrantes rurales y mansiones para desove de millonarios. Cuando Young lo encuestoó durante el antiguo reó gimen, Normandíóa, entre Rouen y Le Havre, ya era un paisaje maó s de fabricacioó n que de agricultura. Entre las industrias de Rouen, el algodoó n, que llegoó a empequenñ ecer a los demaó s, figuraba como el príóncipe advenedizo. Hasta el siglo XVIII, habíóa desempenñ ado un papel modesto en la vida cotidiana, con fabricantes de cuerdas que lo usaban para cordeles y mechas para candiles. Unos sesenta anñ os despueó s de que Lewes Roberts declarara en The Treasure of Traffic (1641) que los mercaderes de Manchester viajaban regularmente a Londres con "fustanes, bermellones 7, sombras y otras cosas semejantes" tejidas con algodoó n levantino, solo un empresario de Rouen habíóa producido la "tela milagrosa". "O una versioó n mestiza que contiene seda como trama. Pero todo eso cambioó draó sticamente a raíóz de la muerte de Luis XIV. Una economíóa en retroceso por la guerra dinaó stica y la persecucioó n religiosa que volvioó a bullir. Los haó bitos proó digos de la regencia francesa funcionaron en beneficio de los ahorradores normandos, y antes de que el siglo dieciocho hubiera llegado a la mitad de su curso, Rouen disfrutoó del pleno empleo. Un informe emitido en 1724 afirmaba que 25.430 habitantes -maó s que uno de los tres Rouennais- vivíóan del algodoó n, hilando o tejiendo. Miles maó s, en las aldeas de toda la meseta de Caux, se habíóan acercado a trabajar con el material proporcionado por los intermediarios de Rouen, que a menudo manteníóan sus propios talleres. Los artesanos arriesgados compraron fibra directamente de los armadores o hilados de las faó bricas, se hicieron inventores, prosperaron y abandonaron el barrio antiguo por el suburbio noroeste de Saint-Gervais para construir casas en las que, tíópicamente, la familia vivíóa debajo de un desvaó n y encima de una tienda atestada de porteros. Muchos maó s se quedaron atraó s, por supuesto. En 1730, el municipio contaba con 2.544 telares que operaban en la ciudad. El gran salto de la fabricacioó n textil desde el trabajo a destajo realizado en cabanñ as hasta el trabajo en la faó brica, tuvo lugar despueó s de mediados de siglo y fue posible en gran parte gracias a la tecnologíóa inglesa adquirida a escondidas. La contribucioó n de John Holker es un caso importante en este punto. Este escoceó s que proclamoó , demasiado bulliciosamente, su lealtad al pretendiente Charles Edward Stuart fue encarcelado a la edad de diecisiete anñ os mientras servíóa como aprendiz en Manchester. Escapoó , llegoó a Francia, se unioó al ejeó rcito del rey y se distinguioó . Aparentemente, su resentimiento contra Inglaterra no disminuyoó con el paso del tiempo, porque quince 7 "fustanes, bermellones”: Encyclopedia Britannica, 11th ed., s.vv. “cotton manufacture.”
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anñ os maó s tarde, alrededor de 1750, tres comerciantes de Ruaó n que se dedicaban a producir terciopelo de algodoó n lo persuadieron a visitar Manchester de incoó gnito y robar los secretos de su fabricacioó n. Tan exitosa fue su operacioó n que en 1752 se habíóa levantado una faó brica de terciopelos en la orilla izquierda, frente a la catedral de NotreDame. La participacioó n de Holker en la empresa le valioó no solo riquezas, sino tambieó n el prolíófico tíótulo de "Inspecteur des manufactures travaillant avec des machines de l’étranger8", un eufemismo para director de espionaje industrial. Pronto se construyeron maó s faó bricas modernas utilizando la jenny de Arkwright, y, a su debido tiempo, la mula jenny de Crompton aparecioó en una planta en Deó ville, en las afueras de Rouen. Otro pueblo cerca de Rouen, Darneó tal, se hizo famoso por el muy admirado rouge d’Andrinople, o rojo Turco, producido por tintoreros turcos que se habíóan establecido allíó en 1776 con el apoyo de Luis XVI. Tiempos de escasez pisaron los talones de este boom de mediados de siglo. Cuando Francia e Inglaterra firmaron un acuerdo de libre comercio en 1786, Rouen sufrioó por ello, especialmente los tejedores artesanales que no podíóan producir nada como las cosas baratas importadas de Lancashire. Y las cosechas fallidas de 1788-89 supusieron otro golpe para la industria algodonera al reducir la demanda de productos manufacturados. Hubo una desesperacioó n general, que se expresoó mejor en La mort du tiers-état9, una suó plica que rezonga contra varias fuentes de miseria -el sistema de justicia, o parlamento; el precio del pan; la maquinaria inglesa- desafiente, entre muchas otras cosas, y el tratado con Inglaterra fue replanteado. Sin prestar atencioó n, esos gritos llevaron a una especie de frenesíó ludita 10. Dos díóas antes del asalto a la Bastilla, miles de parados y desnutridos de Ruanenses corrieron en masa, atacando molinos, asaltando almacenes de granos, amenazando parroquias aristocraó ticas, saqueando la abadíóa de Saint-Ouen y danñ ando faó bricas. El orden fue restaurado por notables burgueses que mientras tanto habíóan arrebatado el control de la vida econoó mica y administrativa de Rouen a las autoridades reales. Con las balas almacenadas y un mercado de ropa todavíóa disponible en las Indias Occidentales, los telares continuaron operando, y cuando las poblaciones disminuyeron, la dictadura jacobina de 1793-94, que supervisoó los gobiernos provinciales, proporcionoó una cantidad suficiente de granos y empleo en las faó bricas de armas. Pero esta saludable improvisacioó n fue efíómera. Durante la anarquíóa que reinoó despueó s de la caíóda de Robespierre, Paríós desvioó alimentos de Normandíóa para sostener a su propia poblacioó n. Para entonces, pocas naves neutrales desafiaban el embargo ingleó s, las plantas se habíóan cerrado por falta de materia prima y Rouen se convirtioó en una ciudad de mendigos. Unas cincuenta mil personas que fueron reducidas a la indigencia, el hambre -la peor hambruna del siglo XVIII- se apoderoó del casco antiguo, la clase obrera de los faubourgs (de las afueras), el campo de Cauchois. Entre 1793 y 1797, tuvo un enorme costo de vida. El hospital principal de Rouen, el Hoô tel-Dieu, llegoó a parecerse al osario de Saint-Maclou, repleto de esqueletos que no podíóa alimentar. Incluso despueó s de que los Rouennais se retiraran de la tumba en 1797, no habríóa un punto de apoyo seguro mientras sus medios de subsistencia dependieran de las 8 Inspector de fábrica que trabaja con máquinas del extranjero. 9 La muerte del tercer estado. 10 El ludismo fue un movimiento encabezado por artesanos ingleses en el siglo XIX, que protestaron entre los años 1811 y 1816 contra las nuevas máquinas que destruían el empleo.
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vicisitudes del reó gimen convulsivo de Napoleoó n Bonaparte. Al principio, la prosperidad parecioó atraerse. Una buena cosecha llenoó los graneros y, con el algodoó n mediterraó neo disponible una vez maó s, la industria reanudoó la produccioó n, detraó s del escudo de una ley que prohibíóa la mercaderíóa inglesa. Los estupendos requisitos del Gran Ejeó rcito generaron maó s oó rdenes del Cuartel General que las que Alsacia y Normandíóa juntas podríóan llenar. La demanda civil de percal impreso o indienne11 — rollos de tela que abundaron en la vasta Halle aux Toiles, una feria del mercado textil que se celebra todos los viernes cerca de la catedral de Notre-Dame en Rouen, no disminuyoó . Pero la expansioó n imperial tambieó n creoó obstaó culos formidables. El intento de Napoleoó n de humillar a Inglaterra negando a sus barcos mercantes el acceso a los puertos europeos terminoó encadenando al carcelero. Protegida desde fuera de la parte continental, la industria francesa fue subvertida desde el propio dominio del emperador por paíóses anexados a Francia con los que no siempre podíóa competir en igualdad de condiciones, por ejemplo, Holanda, un productor de productos de algodoó n baratos. Mucho maó s danñ inas fueron las represalias de Inglaterra. Al controlar las aguas europeas, la flota de ojos de Argelia de Su Majestad 12 obligoó a todas las naves neutrales a someterse a una inspeccioó n en un puerto ingleó s o a riesgo de un ataque. Despueó s de 1808, los muelles de Le Havre y Rouen manejaban cargas cada vez maó s escasas, ya que casi ninguó n producto de las Antillas logroó pasar. Ni los experimentos patrocinados por el gobierno para cultivar algodoó n en las plantaciones en el sur de Francia — el Midi — produjeron nada de importancia. Aislado de la uó ltima tecnologíóa, Normandíóa en 1815, cuando Napoleoó n finalmente se fue, era un ninñ o retrasado de la era industrial. Durante otros cinco anñ os los Borbones restaurados no se atrevieron a defenderse de los productos ingleses recieó n disponibles con aranceles de proteccioó n, y solo entonces florecioó la economíóa. Como dijo un contemporaó neo, las faó bricas "surgieron de la tierra como colmenas" alrededor de Rouen, donde los arroyos que corríóan desde la meseta de Caux proporcionaban una fuente abundante de energíóa hidraó ulica y la poblacioó n nativa proporcionaba manos bien entrenadas. La Restauracioó n Borboó nica y la primera deó cada de Louis-Philippe fueron díóas felices para los empresarios. Para 1840, una multitud de molinos pequenñ os que albergaban casi dos millones de husos mecanizados producíóa suficiente hilo con algodoó n de Louisiana para mantener a una multitud de otras faó bricas tejiendo telas lo suficiente para la mitad de la nacioó n. En 1788, Arthur Young habíóa observado que, a diferencia de puertos como Le Havre, Burdeos y Nantes, cuyos comerciantes hacíóan fortunas en diez o quince anñ os y construíóan barrios acomodados, Rouen no generaba suficiente riqueza para inspirar esfuerzos similares. Sin embargo, incluso en la eó poca de Young, las insinuaciones de una nueva ciudad podíóan adivinarse a cierta distancia fuera de las murallas cubiertas de musgo, mirando hacia el oeste, donde el Hoô tel-Dieu estaba praó cticamente solo. Los administradores del hospital lo trasladaron en 1758 desde su sitio cerca de la catedral a una gran estructura construida cien anñ os antes para las víóctimas de la peste y abandonada una vez que la epidemia habíóa pasado. El municipio favorecioó su decisioó n. No solo hizo el acceso al hospital maó s faó cil, con una calle ancha que se extendíóa a traveó s 11 indio 12 Majesty’s Argus-eyed fleet en el original.
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de una puerta de la ciudad en el barrio antiguo, pero visualizaba esta avenida, llamada la rue de Crosne, como el eje este-oeste de una futura clase alta de suburbio. En poco tiempo, calles anchas y rectilíóneas que se entrecruzaban en un patroó n de tablero de ajedrez que encarnaba el disgusto de los hombres ilustrados por la desastrada víóa de intramuros de Rouen se tendieron sobre los campos, como un vasto panñ o de picnic. Aquellos que podíóan pagarlo, siendo normandos prudentes, no se apresuraban, en general, a establecer su residencia allíó. Hasta el cambio de siglo, el aó rea permanecioó bastante vacíóa, y el Hoô tel-Dieu se alzaba sobre una red abandonada atravesada por invaó lidos y personal del hospital. Eventualmente, sin embargo, la afluencia dio vida al barrio virtual. Cuando cayoó la muralla medieval de Rouen, el dinero viejo y el nuevo se aventuraron hacia el oeste, con planes para las casas de piedra caliza de inspiracioó n claó sica que pronto se elevaron por todo el Faubourg Cauchoise. Cualquier cosa menos piedra era impensable; para escapar de una ciudad de madera, se construyoó un suburbio de piedra y tambieó n se extrajo la meseta de Caux para la reconstruccioó n del centro de la ciudad. Hermosos y uniformes edificios de seis pisos de altura eventualmente llegaron a alinearse en los muelles donde una vez estuvieron las chabolas, ocultando el viejo Rouen del traó fico fluvial como una fachada de Potemkin. Pero auó n en 1806, Rouen todavíóa teníóa las chabolas, junto con un puente ondulado apoyado por diez viejos pontones de madera; la muralla de la ciudad; y sus alrededores escasamente poblados. En ese anñ o, cuando todavíóa estaba fresca la noticia de la gran victoria de Napoleoó n sobre el ejeó rcito prusiano en Jena, un joven meó dico llamado Achille-Cleó ophas Flaubert llegoó a la diligencia de Paríós para comenzar una caó tedra de anatomíóa en el Hoô tel-Dieu.
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I El Cirujano en el Hôtel-Dieu ACHILLE-CLEÁ OPHAS FLAUBERT procedíóa de una esquina de Champagne que limita con Ile-de-France, donde Flauberts, o "Floberts", como los registros civiles a menudo los identifican, habitaba al menos sesenta pueblos. El epicentro de este enjambre fue Bagneux, una aldea riberenñ a situada entre Troyes y Nogent-sur-Seine, a cien kiloó metros al sureste de Paríós. Si se hubiera ocupado de la genealogíóa, AchilleCleó ophas podríóa haber rastreado su líónea hasta los síóndicos del siglo XVII que representaban a la comunidad ante los diputados reales. Pero indudablemente sabíóa poco de un pasado maó s remoto que su abuelo paterno, Constant-Jean-Baptiste, un maréchal-expert por oficio, es decir, un herrero, o una combinacioó n de herreroveterinario- y el padre de tres hijos destinados tambieó n a ganar sus medios de vida tratando animales enfermos. En sus hijos, Constant no habíóa engendrado aprendices piadosos, como seguramente lo habríóa hecho varias deó cadas antes. Los tres pertenecíóan a una generacioó n que se beneficioó de la influencia de la Ilustracioó n en las costumbres rurales. Despueó s de 1750, la críóa de animales se asocioó cada vez maó s con la agricultura en una economíóa políótica que consideraba que la tierra era la fuente de la riqueza nacional; los ministros del gobierno que invocaron este credo, hombres conocidos como fisioó cratas, imaginaron la ciencia como la doncella de la agricultura. La ciencia adquirioó una importancia urgente durante la segunda mitad del siglo, cuando la plaga del ganado o la peste bovina barrioó Francia como la enfermedad de las vacas locas. En 1766 se habíóan establecido dos programas veterinarios, uno en Alfort, cerca de Paríós, para capacitar a un cuadro profesional cuya experiencia beneficiaríóa a los animales domeó sticos. El objetivo era suplantar al gremio de mareó chaux-experts 13, que consideraban que el caballo solo realmente valíóa los cuidados de un herrero y aprendices instruidos en ese sesgo feudal, sino tambieó n para rescatar bestias del campo de meó dicos populares — los llamados empíóricos — que aplicaban remedios con descripcioó n grotesca. El nuevo plan de estudios se basoó en los mismos preceptos que habíóan comenzado a transformar el estudio de la medicina humana. En el Colleè ge de chirurgie (antes Colleè ge de Saint-Coô me) en Paríós — donde un anfiteatro, donde se le prohibioó a los barberos la fabricacioó n de pelucas, a menudo se desbordoó con estudiantes que descubrieron que las operaciones realizadas por cirujanos de nota eran maó s cautivadoras que las conferencias sobre Galeno recitadas en la Facultad de Medicina — la observacioó n era la consigna. Lo mismo ocurrioó en Alfort. Para aprender sobre cuerpos enfermos, uno miraba dentro de ellos, y en la escuela de veterinaria, las lecciones de anatomíóa contaban para mucho. Ciertamente, la teoríóa sistemaó tica de la 13 Mariscales expertos.
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enfermedad de Galeno, o cualquier otra, habríóa servido mal a los ninñ os del campo, cuya clientela campesina, si lograban adquirirla, consideraba con gran sospecha toda la medicina, excepto las panaceas locales familiares. De hecho, el primer director de Alfort mantuvo las instrucciones baó sicas, para que los alumnos exageradamente sofisticados huyeran del interior del que ya habíóan sido arrancados de raíóz y cedieran a la tentacioó n de practicar la medicina humana o la cirugíóa en Paríós. Aun asíó, se habíóa plantado una escalera en la Francia rural para ninñ os impulsados, como el Julien Sorel de Stendhal, por suenñ os de elevacioó n. La ciencia, por modesta que fuera su provisioó n, situoó al hijo del veterinario educado en el estado — el artiste-vétérinaire — aparte de su padre herrero, maó s bien como el pequenñ o latíón de Julien lo distinguíóa de sus hermanos analfabetos. Y esa distancia intelectual, a pesar de los esfuerzos por frustrar sus consecuencias, fomentoó la movilidad social. Maó s comunes que los arribistas que subieron a Paríós fueron los graduados suspendidos en el aire, que se encontraron, al regresar a casa desde Alfort, rechazados por extranñ os gremios artesanales y campesinos supersticiosos. Pero maó s comunes auó n, tal vez, fueron los artiste-vétérinaire que, exitosos o no en su praó ctica, ayudaron a sacar a la proó xima generacioó n de las maravillas del paíós. Tal fue el caso con el hijo del medio de Constant-Jean-Baptiste, Nicolas. Conocido en la administracioó n provincial (que lo contratoó para tratar a los caballos en un criadero estatal) por sus exorbitantes tarifas, asíó como por su indudable competencia, y tal vez incluso por sus plantas descriptivas herbales de 726 paó ginas que se usan habitualmente en medicina animal, Nicolas gastoó una parte considerable de sus ingresos en la matríócula en el Colleè ge de Sens de Borgonñ a, donde su propio hijo, Achille-Cleó ophas, estudioó asignaturas acadeó micas entre 1795, cuando teníóa once anñ os, y 1800. Este compromiso puede parecer especialmente notable a la luz del hecho de que Nicolas habíóa languidecido en una caó rcel de Paríós a lo largo de 1794 despueó s de que el Tribunal Revolucionario lo condenoó a hacer "pronunciamientos contrarrevolucionarios" 14. Sin duda, fue un tiempo antes de que se restableciera en Nogent-sur-Seine. El estigma de la incorreccioó n políótica pendíóa sobre eó l. Y no ayudoó el tener a una cunñ ada ligeramente trastornada, apodada "la la meè re Theó os 15", que predicoó contra la repuó blica impíóa en las plazas de las aldeas y se presentoó como sustituto de los sacerdotes desterrados en la celebracioó n del culto dominical, cantando los himnos latinos y bautizando a los recieó n nacidos hasta que los amenacen con una larga cadena de prisioó n o algo peor. En julio de 1800, cuando Achille-Cleó ophas dejoó el Colleè ge de Sens a la edad de quince anñ os, Nicolaó s habíóa solicitado al subprefecto comunal ayuda financiera en nombre de su hijo. Solo el bien comuó n podíóa justificar tal pedido, y entonces declaroó que eó l, padre virtuoso como era, se habíóa empobrecido a síó mismo para hacer del ninñ o un ciudadano "uó til". Basados en las matemaó ticas, asíó como en aquellas otras ciencias "primarias" que "forman la base de una soó lida educacioó n", Achille-Cleó ophas se haríóa soldado durante toda la vida con una carga de conocimiento gratuito a menos que el estado pagara su educacioó n en Alfort o Polytechnique . Seríóa un "acto de justicia", 14 En 1863 Flaubert diría que su abuelo paterno fue arrestado durante el Terror y puesto en prisión donde fue visto derramando lágrimas por la ejecución de Luis XVI y salvado de la guillotina por Achille-Cléophas de siete años de edad, cuya madre memorizó una patética súplica de clemencia y la recitó ante el Tribunal Revolucionario en París. 15 La madre Théos
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escribioó Nicolas. El subprefecto estuvo de acuerdo e instoó a Paríós a permitir que Achille-Cleó ophas compita, despueó s de su cumpleanñ os nuó mero 16, para ingresar al Polytechnique (la prestigiosa escuela de ingenieríóa militar) o admitirlo en Alfort como candidato a becario de la regioó n de Aube. Coó mo llegaron Achille-Cleó ophas a rechazar estas alternativas y a costa de quieó n ingresoó a la escuela de medicina son preguntas sin respuesta. Aunque el gobierno Revolucionario habíóa decretado en 1794 que cada distrito debíóa seleccionar un élève de la patrie16 para la reorganizada escuela de medicina, nuestra uó nica fuente de archivo indica que el joven fue admitido en una beca para Alfort. Es posible que se haya otorgado una segunda beca o que Nicolas Flaubert, con el corazoó n puesto en tener un hijo que estudie medicina en Paríós, haya reconocido la fuerte inclinacioó n de Achille-Cleó ophas y de alguna manera haya recaudado lo suficiente como para pagar la matríócula. Lo que uno sabe con certeza es que el joven comenzoó su carrera en un momento seminal en la historia de la medicina francesa. En medio de los escombros dejados por los revolucionarios empenñ ados en destrozar las estructuras institucionales que salvaguardaban el privilegio y consagraban la autoridad tradicional, las mentes aventureras teníóan espacio para maniobrar. El meó todo empíórico florecioó , los estudiantes buscaron instruccioó n en el Hoô tel-Dieu de Paríós en la IÎle de la Citeó , y en este movimiento hacia la medicina hospitalaria, los cirujanos sostuvieron la antorcha para los meó dicos. Aquellos que alguna vez estuvieron detraó s de luminarias acadeó micas desdenñ osas de su intimidad con el cuerpo humano, ahora constituíóan una brillante y cientíófica vanguardia. La reversioó n habíóa ocurrido lentamente. Aunque Francia habíóa producido al gran cirujano Ambroise Pareó en la eó poca de Rabelais, la mayor parte del siglo XVIII y un batalloó n de filoó sofos desafiaban devociones bien arraigadas para despejar el terreno de la medicina clíónica. En contraste, no solo se trataba de la iglesia, sino de una gran cultura cuyos apologistas se sentíóan impulsados a enmarcar el mundo fíósico o sensual en hipoó tesis racionalistas. Detraó s de sus ojivas en la rue de la Buô cherie, la Facultad de Medicina, donde las conferencias fueron dadas en latíón y entendidas faó cilmente por los joó venes, en su mayoríóa de buena cuna, que habíóan obtenido una maestríóa con grado en artes, restringieron su ensenñ anza a las letras humanas, a la filosofíóa natural y a la teoríóa meó dica derivada de los textos claó sicos. Nunca disecando a una persona muerta o poniendo las manos sobre un enfermo, los futuros meó dicos se familiarizaron completamente con Hipoó crates y Galeno, pero permanecieron en gran parte ignorantes de la humanidad en la carne. Orgulloso de ser llamado antiquarum tenax17, este establecimiento, que se mofaba, por ejemplo, del descubrimiento de William Harvey de que la sangre circula, consideraba la cirugíóa como una disciplina subordinada, un comercio manual o "mecaó nico", apto para los diestros e inarticulados. Aquíó, como en la cultura en general, mucho se basaba en la superioridad de la cabeza sobre la mano. Cuando el meó dico principal de Louis XIV, Guy-Crescent Fagon, sobrevivioó a una litotomíóa en 1701, recibioó consejos del cirujano sobre un reó gimen postoperatorio, a quien descartoó con "necesiteó su mano, pero no necesiteó su cabeza", resultoó ser maó s dolorosa que teniendo piedras removidas de su vejiga. En esta breve 16 alumno de la patria 17 mayor inmóvil
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reó plica, formuloó el prejuicio de casi todos sus colegas. Amenazados como lo fueron cada vez maó s, buscaron refugio de los tiempos modernos en la distincioó n conferida a los humanistas por su conocimiento del idioma que le dio acceso a las escrituras meó dicas. Por haó bil que fuera el artesano, sin latíón hablaba sin autoridad intelectual. Asíó fue que la facultad, incapaz en 1724 de vetar patentes reales que otorgan cursos puó blicos para cinco eminentes cirujanos en el anfiteatro de Saint-Coô me, persuadioó a la corona de tener a los cinco designados como "manifestantes" en lugar de "profesores". Asíó mantuvo el orden establecido de las cosas asegurando, en teó rminos generales, que los ignorantes cuyo texto era el cuerpo no deberíóan profesar sino, como ninñ os o mudos nominales, "demostrar", mostrar, senñ alar. Un evento auó n maó s importante ocurrioó veinte anñ os despueó s, cuando el canciller de Luis XV concurrioó con los peticionarios de Saint-Coô me que sosteníóan que "el conocimiento de la lengua latina y el estudio de la filosofíóa" los mejoraríóa en gran medida — que un completo dominio de la loó gica, la retoó rica, y la gramaó tica ampliaríóa su horizonte profesional — declaroó la maestríóa en artes como un requisito para la maestríóa quiruó rgica. Con su misma identidad en juego, la facultad proclamoó desde su puó lpito intimidante la existencia de una diferencia inherente entre el meó dico y el cirujano. ¿El cirujano no se deriva de la palabra griega que significa "operacioó n manual"? preguntoó un profesor en la escuela de medicina. La cultura literaria, que anteriormente se habíóa visto como la deficiencia del cirujano, se describioó en adelante como un impedimento que entorpeceríóa la astucia de su mano. La mano que cortaba ahora garabatearíóa, la boca que demostraba ahora oraríóa. "Los manifestantes [del cirujano] tendraó n el tíótulo de profesores", exclamoó un oponente alarmado de la reforma en 1743. "Ya no demostraraó n la anatomíóa y las operaciones de boca en boca, leeraó n de los libros; daraó n lecciones y no ejemplos; ellos haraó n el papel de oradores para ser escuchados, en lugar de ofrecer un modelo para ser imitado". Cuando un eminente meó dico argumentoó que el hospital deberíóa servir al cirujano como biblioteca y los cadaó veres como libros, no estaba expresando entusiasmo por la diseccioó n o el meó todo clíónico. Simplemente estaba poniendo un subordinado en su lugar. E inversamente, cuando el gobierno Revolucionario propuso que las leyes de patentes de 1791 (que imponen un impuesto a las empresas) deberíóan incluir la medicina, la sombra de la facultad declaroó , en lo que demostraríóa ser su uó ltimo aliento, una casta sacerdotal, una corporacioó n trascendente cuyos recursos eran su aptitud para la hermeneó utica18. "Nada puede verificar legalmente la praó ctica de una profesioó n que es puramente intelectual, y que se realiza exclusivamente por medios verbales, sin la intermediacioó n de ninguó n objeto material". Hasta queó punto los valores que informan el conflicto entre el cirujano y el meó dico llegaron a la vida cultural maó s allaó de la medicina se pueden ver mejor en el aó mbito del teatro. Aquíó se libroó una batalla a lo largo del siglo XVIII entre los actores del Rey y los actores que se ganaban la vida en el escenario popular o de feria. Constituida en 1680 por Luis XIV, la Comeó die-Française habíóa recibido, como derecho de nacimiento, hegemoníóa sobre el teatro parisino. Era su misioó n "hacer maó s perfecta la ejecucioó n de las obras de teatro", en un lenguaje estrechamente supervisado por barbarismos. Solo podríóa pronunciar franceó s; la palabra hablada estaba prohibida en cualquier otra
18 Arte de interpretar textos, originalmente textos sagrados.
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etapa, y las transgresiones del profanum vulgus19 no quedaríóan impunes. En la feria de Saint-Germain, la policíóa desmanteloó regularmente casas de juego mal construidas donde se usaban ingeniosos dispositivos para eludir el tabuó contra el habla. Un teatro lleno de travesuras anticuadas, con personajes descendientes directamente de la commedia dell'arte, clasificoó sus chifladuras contra la companñ íóa claó sica (cuyos miembros, apodados "romanos" en el lenguaje de los parques de atracciones, nunca se atrevieron a correr en el escenario, y mucho menos a caer). En lenguaje necesariamente gestual, la bufonada de Arlequíón coincidíóa con el bisturíó del cirujano, representando un mundo primitivo, a la vez maó s viejo e infantil, fuera de los recintos de la cultura. Mientras que los funcionarios se batieron en retirada bajo Luis XV, lo hicieron con el mismo espíóritu taó ctico que la Facultad de Medicina, declarando que la erudicioó n seríóa un calambre para el estilo de un cirujano. Con el tiempo, el censor permitioó que se pronunciara sobre las etapas del recinto ferial, siempre que fuera desagradable; las sentencias dictadas a partir de entonces muestran una mayor tolerancia a la pornografíóa que a las críóticas literarias. Por perverso que parezca, estaba en consonancia con el deseo de mantenerse alto, esencialmente distinto de bajo, para salvaguardar el uno al preservar el otro. Deje que Shakespeare se case con la elocuencia y la escatologíóa, el deleite intelectual y la excitacioó n visual. En Francia, el orden dependíóa de su separacioó n. "La tosca multitud no puede obtener placer de un discurso serio, solemne, verdaderamente traó gico y. . . este monstruo de muchas cabezas puede conocer como maó ximo los ornamentos del teatro ", afirmoó un famoso esteticista. Entre los meó dicos acadeó micos, la expresioó n maó s clara de su desdeó n por el conocimiento reunido por los sentidos, y particularmente por la observacioó n visual, yace en la nomenclatura meó dica. Mientras que los meó dicos practicaban la medicina interna, la cirugíóa se consideraba "externa", lo que significa que solo los hombres versados en sistemas teoó ricos de patologíóa podríóan ubicar la verdadera sede de la enfermedad y comprender el funcionamiento fundamental de la vida humana. Quien se ocupaba de las primeras causas no las buscaba en cuerpos abiertos, sino en desequilibrios humorales o en el trastorno de las fuerzas vitales. El examen de las visceras no reveloó el secreto de nada. La diseccioó n solo producíóa apariencias, imaó genes y, hacer dibujos relacionados con, una vez maó s, la idea del cirujano como analfabeto. Cuando la medicina por fin comenzoó a inclinarse decisivamente lejos de la adoracioó n de los ancestros, el anaó lisis visual ganoó terreno. Los atlas anatoó micos suplantaron gradualmente a los textos claó sicos. La profesioó n confirioó honor, o incluso prestigio casi míóstico de tipo romaó ntico en el ojo del diagnoó stico, y la capacidad de imaginar lo que hasta ahora habíóan pasado figuras invisibles como un tropo obsesivo en la ficcioó n que celebra a grandes meó dicos. Por lo tanto, la auscultacioó n, si hacíóa todo lo que el inventor del estetoscopio reclamaba, cumpliríóa la ambicioó n de los filoó sofos de "colocar una ventana en el pecho", escribioó un comentarista. Otro declaroó que el hospital era tanto una escuela para el meó dico como la galeríóa de pinturas para el pintor. Al elogiar a su maestro Pierre-Joseph Desault, jefe de cirujanos del Hoô tel-Dieu de Paríós hasta 1795, quien indignoó a las hermanas agustinas que trabajaban allíó dando conferencias sobre operaciones en progreso en un anfiteatro repleto, Xavier Bichat, el 19 Vulgo ignorante.
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padre de la histologíóa, afirmoó que "lo que los cirujanos pintan es una imagen, no abstracciones librescas.” Alcanzan su objetivo cuando "las opacas coberturas 20 que nos envuelven ya no son para sus haó biles ojos otra cosa que un velo transparente que revela el organismo como un todo y muestra la relacioó n de sus partes." Y finalmente, estaba el informe sobre los planes para una nueva escuela de medicina presentada a la legislatura revolucionaria en 1794 por el Dr. Antoine Fourcroy, un discíópulo de Lavoisier. Fourcroy criticoó la Faculteó de Meó decine, que habíóa sido cerrada (junto con cualquier otra academia real) varios anñ os antes. "El antiguo meó todo no daba un curso completo y estaba limitado a las palabras", explicoó . Una vez que terminoó la leccioó n, sus contenidos desaparecieron de la memoria de los estudiantes. En la EÁ cole de Santeó , la manipulacioó n se uniraó con los preceptos teoó ricos. Los estudiantes hacen ejercicios quíómicos, disecciones, operaciones y vendajes. Poco lectura, ver mucho y hacer mucho será la base de la nueva enseñanza que su comité sugiere [cursivas míóas]. Practicar el arte, observar al lado de la cama, todo lo que falta ahora seraó la parte principal de la instruccioó n.
Como ramas de la misma ciencia, la medicina y la cirugíóa se ensenñ aríóan juntas, porque en su opinioó n la teoríóa sin praó ctica conducíóa a la "fantasíóa delirante", mientras que la praó ctica sin teoríóa conducíóa a una "rutina ciega". No fue sino hasta 1803, cuando Napoleoó n tomoó los asuntos en sus manos, que esta agenda se institucionalizoó por completo. A pesar de que las camadas de cirujanos del ejeó rcito no elegidos cayeron directamente de la EÁ cole de Santeó en regimientos asediados, no se realizaron exaó menes competitivos ni se otorgoó ninguó n diploma desde 1790. Cualquier charlataó n que pagara la tarifa de la patente podríóa establecerse legalmente. Aun asíó, joó venes de mente cientíófica llegaron de todas partes para estudiar en hospitales de la ciudad con meó dicos que hacíóan de Paríós la capital de la medicina occidental. El maó s importante entre estos uó ltimos era Jean Corvisart, el meó dico de Napoleoó n y un experto en diagnoó stico, cuyo don para predecir lesiones internas por percusioó n, palpacioó n y auscultacioó n le valioó un enorme prestigio. Reneó Laeë nnec, quien inventoó el estetoscopio, aprendioó medicina en la rodilla de Corvisart. En otra parte, discíópulos brillantes siguieron a Desault en sus rondas a traveó s del Hoô tel-Dieu y posteriormente dieron mucho creó dito a la escuela de anatomíóa patoloó gica. Estaba el ya mencionado Xavier Bichat, un incansable disector de cadaó veres muy preocupado por las enfermedades a nivel suborgaó nico, que murioó joven en 1802, un anñ o despueó s de publicar su obra maestra, L'Anatomie générale. Y estaba Guillaume Dupuytren, el cirujano maó s conocido de su eó poca, que se convirtioó en una figura legendaria gracias no solo a sus procedimientos innovadores, su destreza, su don pedagoó gico y su forma autocraó tica, sino tambieó n a los ataques celosos que libroó en la guerra incondicional con rivales por el estrellato. Nadie formuloó mejor que Dupuytren los nuevos imperativos que gobernaban la medicina. "Aprovechando los hechos recogidos por la anatomíóa patoloó gica, la medicina debe iluminarlos y, al vincularlos a sus causas y efectos, darles un papel productivo", escribioó a los veintiseó is anñ os en el estilo magisterial que ya habíóa hecho suyo. "Pero esta asociacioó n debe engendrar una nueva ciencia. Los fenoó menos de la vida se ajustan a las leyes incluso en los cambios que sufren; debe surgir de la observacioó n de estas leyes una fisiologíóa patoloó gica que 20 Integuments en el original.
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avanza de la mano con la anatomíóa patoloó gica y, por lo tanto, trasciende el prejuicio que hace mucho tiempo que se divorcioó de la fisiologíóa de la medicina.” Bajo la tutela de Dupuytren, quien debe haberle parecido maó s de siete anñ os mayor que eó l, Achille-Cleó ophas Flaubert pronto demostroó una habilidad poco comuó n. Despueó s de un anñ o de la escuela de medicina, cuando los estudiantes compitieron por la admisioó n a la EÁ cole pratique, un programa intensivo impartido por un personal de eó lite, aproboó el examen con gran eó xito y fue repetidamente el primero en su clase. La escuela le otorgoó dos veces su premio de anatomíóa, sobre los companñ eros de clase destinados a hacerse grandes nombres: François Magendie, entre otros. Una subvencioó n estatal cubríóa la matríócula, y una ayudantíóa en el laboratorio quíómico del baroó n Theó nard sufragaron otros gastos, pero Achille-Cleó ophas escatimoó hasta que, despueó s de otro severo triage, ingresoó en el Hoô tel-Dieu en 1804 como uno de sus primeros pasantes. Allíó, para las numerosas tareas domeó sticas que realizaban, a los pocos elegidos se les proporcionaba cama, alimentacioó n, laó mparas y lenñ a. Con cuaó nta frecuencia los internos podríóan consultar a Dupuytren, que recientemente habíóa sido nombrado cirujano de segundo nivel del Hoô tel-Dieu (chirurgien de seconde classe), estaó abierto a conjeturas. Molestado por el jefe del departamento, Philippe Pelletan, un distinguido veterano claramente incoó modo con este arrogante joven maestro, Dupuytren se mantuvo ocupado al menos tres horas al díóa con cursos privados impartidos en un anfiteatro o sala de diseccioó n en el Barrio Latino. El anñ o 1806 demostroó ser trascendental en la vida de Achille-Cleó ophas. Comenzoó mal. Aunque pudo haber sido un hombre de constitucioó n robusta y maó s alto que la mayoríóa en cinco pies y nueve pulgadas 21, el espíóritu obstinado que a menudo lo llevaba maó s allaó del agotamiento socavaba su salud. Escupiendo sangre, contrajo una "tisis pulmonar" o tuberculosis. Como sucedioó , esta calamidad lo libroó de maó s infortunios. Finalmente se recuperoó — de hecho, lo suficientemente pronto para arrojar dudas sobre el diagnoó stico de sus cofrades — pero no antes de que el ejeó rcito lo encontrara incapacitado para el servicio militar. En lugar de unirse a los 160,000 franceses que partieron hacia Prusia el 8 de octubre y luego amputaron extremidades a Jena o Auerstedt22, selloó su exencioó n con una indemnizacioó n de sesenta y cinco francos. Apenas un giro del destino lo liberoó para seguir una carrera, otro le proporcionoó empleo. Cuando un joven interno contratado como profesor de anatomíóa en el Hoô telDieu de Rouen inesperadamente se recusoó , el cirujano jefe del hospital, Jean-Baptiste Laumonier, le pidioó a su cunñ ado, Michel Thouret, director de la escuela de medicina de Paríós, que recomendara un digno reemplazo. El nombre de Flaubert fue presentado, con elogios de Dupuytren, quien, despueó s de enumerar sus logros estelares, lo describioó como un amigo. "Tal, senñ or, es el asistente que le estoy enviando", escribioó . "Anñ adireó , y mucho menos para darle una alta opinioó n sobre eó l que para asegurarle una 21 1.75 metros. 22 La batalla de Jena tuvo lugar el 14 de octubre de 1806, en Jena (Alemania, actual Land de Turingia) paralelamente a la batalla de Auerstädt. Los Franceses mandados por Napoleón y los Prusianos mandados por el general de Hohenlohe, combaten durante la Campaña de Prusia y de Polonia. Procurándose una posición más alta desde el comienzo de la batalla, Napoleón logra una victoria total que, junto con la del mariscal Davout en Auerstädt, precipita la fuga del ejército prusiano, augurando ya el final de la campaña de Prusia.
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recepcioó n benevolente, que ha sido durante muchos anñ os uno de mis alumnos y amigos especiales. Por todo lo que haga para mejorar sus instrucciones y su carrera, y para proporcionarle la facilidad material que un joven tan bien educado como eó l necesita, estaríóa infinitamente agradecido." Un elogio publicado cuarenta anñ os despueó s, despueó s de la muerte de Achille-Cleó ophas, plantaríóa la idea de que Dupuytren, temeroso de nutrir a un usurpador, lo exilioó a Rouen. Pero esta historia a menudo repetida, que aparentemente descansa en la conviccioó n de que ninguó n talento de primer orden podríóa prosperar en un medio provincial o felizmente resignarse a la vida fuera de Paríós, es cuestionable. Incluso si los elogios que Dupuytren le hizo a Flaubert fueron falsos, auó n estaba lejos de ser el potentado que ejercioó influencia sobre la Francia meó dica con favores a los deó biles y cartas de destierro para los fuertes. Ademaó s, uno o dos anñ os en Rouen trabajaron mucho para la ventaja de los designados. Como sustitutos de Laumonier, disfrutaban de una autoridad precoz en un hospital importante. Y bajo su supervisioó n, aprendieron lo poco que sabíóan sobre la anatomíóa humana. Laumonier, que pasoó varias semanas al anñ o ensenñ ando en Paríós, era un talentoso cirujano (auó n maó s ampliamente admirado por sus modelos de cera, que podríóan haber sido aprobados en el Saloó n anual si hubieran sido esculpidos en maó rmol, que por su destreza quiruó rgica). La comisioó n administrativa del Hoô tel-Dieu en Rouen solicitoó la autorizacioó n inmediata del prefecto para nombrar a Achille-Cleó ophas, cuyo nombre fue registrado por un empleado poco familiarizado con Cleó ophas, padre de James el pequenñ o, como Achille-Cleó opaô tre. Nadie en el personal del prefecto cuestionoó el hermafroditismo ostensible del nuevo anatomista. Pasaron cuatro anñ os antes de que Achille-Cleó ophas obtuviera su doctorado con una tesis rica en prescripciones aforíósticas para la atencioó n pre y postoperatoria derivadas de la experiencia que habíóa ganado mientras tanto en las cabeceras de los pacientes. Muy impresionado por el joven, Laumonier lo liberoó para hacer todo lo que podíóa, explotando su energíóa ilimitada, buena naturaleza y talento evidente. Para los estudiantes inscritos en lo que habíóa sido un programa meó dico de grupa, AchilleCleó ophas organizoó cursos sobre parto, vendaje, fisiologíóa, medicina operativa, patologíóa externa, procedimiento quiruó rgico, asíó como anatomíóa. Con una veintena de personas reunidas a su alrededor, pasaba horas a la semana diseccionando cadaó veres, que no eran difíóciles de encontrar en una ciudad cuya poblacioó n campesina inmigrante sufrioó penosamente durante las crisis econoó micas que marcaron el reó gimen de Napoleoó n. Pasoó horas maó s escoltando a Laumonier en sus rondas por las salas, que rivalizaban con las del Hoô tel-Dieu en Paríós por las enfermedades asociadas con la suciedad y la miseria. Los Laumoniers ocuparon un ala del hospital construido en el siglo XVIII para acomodar a un famoso predecesor, el cirujano Claude-Nicolas Lecat, y fue allíó, poco despueó s de su llegada a Rouen, donde Achille-Cleó ophas conocioó a Anne Justine Caroline Fleuriot, nueve anñ os maó s joven que eó l, con quien se casaríóa cinco anñ os despueó s.
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A DIFERENCIA DE LA FAMILIA DE ACHILLE, la de Caroline Fleuriot estaba enraizada en Normandíóa. Su bisabuelo paterno, Yves Fleuriot, un proó spero comerciante de lino cuya esposa descendíóa de una familia ennoblecida en 1657, acumuloó suficientes propiedades para vivir coó modamente de sus ingresos, y dio lo suficiente para calificar para el entierro en una iglesia del pueblo cerca de Caen, en el "lado del evangelio" de la nave. Parte de esta fortuna, aunque aparentemente no teníóa espíóritu emprendedor, se mantuvo dos generaciones despueó s cuando el padre de Caroline, Jean-Baptiste Fleuriot, ingresoó al mundo. Criado en circunstancias burguesas, obtuvo un modesto medio de vida practicando la medicina en Pont l'EÁ veô que como un meó dico de campo del tipo subordinado llamado officier de santé, o funcionario de salud. Sabemos por su compatriota Charlotte Corday que su matrimonio con Anne Charlotte Cambremer el 6 de noviembre de 1792 hizo sonar las lenguas, porque las partes, que incurrieron en el disgusto del gobierno revolucionario vehementemente anticlerical al tomar sus votos en la iglesia con gran pompa catoó lica, considerado un desajuste social. La familia de Anne Charlotte teníóa pretensiones aristocraó ticas. Su tíóo materno, Charles Fouet, un consejero del rey ambicioso de ser miembro de la noblesse de robe, lucíóa el nombre de Fouet de Creó manville. Y su padre, Nicolas Cambremer, otro prominente abogado, cuya reivindicacioó n de la partíócula nobiliaria puede haber sido auó n maó s tenue, se autodenominoó Cambremer de Croixmare, ideoó un escudo de armas y habitoó una mansioó n del siglo XVII, el Hoô tel Montpensier. Lo que nadie dudaba era que los Cambremer y Fouets, ambos favorecidos por la corona con nombramientos lucrativos, formaron un víónculo casi incestuoso en la generacioó n de Nicolas. En 1760, Nicolas Cambremer se casoó con su sobrina viuda, Anne Françoise Fouet, la hija de su hermana Anne Angeó lique por Charles Fouet, padre de Charles Fouet de Creó manville y eó l mismo el consejero del rey en la jurisdiccioó n de Pont l'EÁ veô que. De esta unioó n surgioó la madre de Anne Caroline Cambremer, Anne Charlotte. Nacida en 1762, Anne Charlotte no se casoó hasta la edad de treinta anñ os, una edad solterona, debido quizaó s a la escasez de hombres elegibles en Pont l'EÁ veô que, o de pretendientes lo suficientemente audaces como para solicitar su mano. El Hoô tel Montpensier puede haber sido visto como un laberinto peligroso, con Nicolas el Minotauro devorando intrusos. Ciertamente, los lugarenñ os sabíóan que el padre de Anne Charlotte era un hombre soberbio y malhumorado, despreciado por los que cultivaban su tierra a las afueras de la aldea de Torquesne y por los criados que le servíóan en casa. En una ocasioó n, dos trabajadores lo atacaron en el campo y lo golpearon hasta ensangrentarlo. Varios anñ os despueó s de su matrimonio, el consejero del rey se avergonzoó en una demanda de paternidad presentada por una antigua sirviente de la que habíóa abusado flagrantemente. Tal vez porque el tiempo lo habíóa suavizado, le dio al decididamente no aristocraó tico JeanBaptiste Fleuriot sus bendiciones. El matrimonio de Anne Charlotte tuvo lugar en noviembre de 1792. Diez meses despueó s murioó de fiebre puerperal, el flagelo que matoó a maó s mujeres durante el parto que todas las demaó s infecciones combinadas. Su marido se quedoó para criar a su hija, Caroline, sola bajo el techo de Nicolas Cambremer, con el octogenario como companñ íóa. Formaban un pequenñ o y triste grupo en una vivienda cuyas nobles proporciones llamaban atencioó n no deseada hacia ellos, la maó s indeseable en 1793 cuando los vencedores patrioó ticos resolvíóan las cuentas. El terror, que el gobierno revolucionario empleoó como instrumento oficial para expulsar a los "agentes extranjeros", arrojoó su 16
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sombra sobre la mansioó n y profundizoó la penumbra de una casa afligida por el dolor. Crecer sin madre en habitaciones grandes, con corrientes de aire, revestidas de madera, que tras dos siglos de clima normando huó medo se habíóan vuelto verdes con moho y despojados de oro apenas fomentoó la exuberancia de las ninñ as. Para estar seguro, el Terror terminaríóa despueó s de Termidor, pero no asíó las tribulaciones de Caroline. En 1796, la ninñ a perdioó a su abuelo, y en un díóa de enero de 1803, JeanBaptiste, a la edad de treinta y nueve anñ os, siguioó a su esposa hasta la tumba, convirtiendo a Caroline en hueó rfana antes de su deó cimo cumpleanñ os. Primo de Nicolas Cambremer, un abogado de Pont l'EÁ veô que llamado Guillaume Thouret (cuyos hijos dejaron su huella en el mundo, uno como director de la Escuela de Medicina de Paríós, otro — guillotinado durante el Terror — como presidente de la Asamblea Nacional Constituyente), se convirtioó en el guardiaó n de facto de Caroline. La colocoó en un internado muy propio en Honfleur, dirigido por dos mujeres que habíóan sido amantes en Saint-Cyr, la institucioó n que Madame de Maintenon, la devota companñ era de Luis XIV, habíóa fundado para ninñ as pobres de buena familia. Allíó adquirioó una amiga de toda la vida en Mlle Marie Victoire Thurin, la futura madre de Laure y Alfred Le Poittevin, con quien los hijos de Caroline formaríóan lazos duraderos. Pero la muerte, la de sus maestras, pronto la expulsoó de otro hogar. Dejando a Honfleur atraó s, se mudoó a Rouen a instancias de su prima y madrina, Marie Thouret, hija de Guillaume, que se habíóa casado con Jean-Baptiste Laumonier unos anñ os antes. Coó mo pasoó su adolescencia solo puede ser imaginado. Despueó s de haberle ofrecido refugio en el Hoô tel-Dieu (rebautizado Hospice d'Humaniteó durante la Revolucioó n), sus guardianes tambieó n acordaron que deberíóa recibir maó s instruccioó n, aunque, rodeada como ahora se encontraba por gente inclinada a leer las faó bulas filosoó ficas de Voltaire en lugar de los sermones del obispo Bossuet, el catolicismo jugoó un papel disminuido en su vida. Para el entretenimiento, aparte de los grandes jolgorios de la feria de SaintRomain, que duroó la mayor parte de cada otonñ o, Los Rouennais ivan al Theó aôtre des Arts, y parece bastante probable que los Laumoniers asistieran ocasionalmente a obras de teatro, conciertos y la oó pera con su custodia, quien no hubiera pasado desapercibido. Una amiga recordoó que su aspecto oscuro y sombríóo le daba el aspecto de una gitana. Al parecer, ella aparentemente habíóa descubierto muy pronto que Achille-Cleó ophas Flaubert era un hombre atractivo, moreno y de ojos almendrados, con las cejas extendidas como alas y una nariz larga y delgada que hacíóa una declaracioó n imperiosa en los oó valos de un rostro de mejillas sonrosadas. Caroline lo conocíóa como el proteó geó de Laumonier, y se le debe haber dicho, cuando se hizo posible el cortejo, que sus padres sustitutos favorecíóan su demanda. La diferencia de edad de nueve anñ os no fue un impedimento. Tampoco la disparidad de los antecedentes sociales habla en contra de ellos, dadas sus excelentes perspectivas y su orfandad. Pero le correspondíóa a su pariente aprobar oficialmente el matrimonio y examinar los artíóculos de un contrato. Por lo tanto, un concilio familiar se reunioó en enero de 1812, incluyendo cirujanos, abogados, terratenientes y un miembro del colegio electoral de Calvados. La dote de Caroline, que un marido podíóa administrar pero no heredar bajo el régimen dotale al que se comprometíóan los futuros coó nyuges, comprendíóa un ajuar por valor de seis mil francos, muebles de dormitorio por valor de otros dos mil, y una granja situada entre Pont l'EÁ veô que y Trouville. A cambio, Achille trajo bienes estimados en un valor de siete 17
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mil francos, una propiedad no desdenñ able, teniendo en cuenta que pocos trabajadores de fuera de Paríós ganaban hasta ochocientos francos al anñ o. Por un arreglo comuó n en Normandíóa, el contrato estipulaba la propiedad conjunta de todo lo adquirido durante el matrimonio. Cuando un coó nyuge moríóa, el superviviente heredaba la mitad del patrimonio del coó nyuge y disfrutaba del usufructo del resto. Su matrimonio tuvo lugar en el Ayuntamiento el 10 de febrero de 1812, en una ceremonia civil atestiguada por Laumonier, el farmaceó utico del Hoô tel-Dieu, un amigo banquero, y varios otros, pero no por Nicolas Flaubert, quien, con solo dos anñ os maó s para vivir, puede haber estado enfermo. La pareja tomoó una casa en la rue du Petit Salut, una calle tranquila cerca de la catedral. Para la mayoríóa de los joó venes que evaluó an sus posibilidades en febrero de 1812, el futuro no podríóa haber parecido maó s sombríóo. Las malas cosechas combinadas con el desempleo masivo entre los trabajadores textiles causaron estragos en todo Normandíóa. Los hambrientos hacíóan cola en las esquinas de las calles en busca de la sopa Rumford, que a menudo era todo lo que los salvaba de la inanicioó n. En algunas de las ciudades maó s grandes, los alborotadores tomaron el saqueo. "Al acercarse a Lisieux", escribioó el comisionado de policíóa para Caen, "se ven facciones paó lidas y cuerpos derruidos; la gente miserable estaó en todas partes, sentada al costado de las carreteras, esperando la evidencia de la simpatíóa de los viajeros. La leche, las hierbas cocidas, el queso y el salvado grueso son la comida del campesino que ni siquiera puede permitirse el pan de avena." Mientras tanto, los hijos y maridos de miles fueron convocados para reponer el Gran Ejeó rcito mientras Napoleoó n hacíóa realidad su suenñ o de conquista mundial con preparaciones por invadir Rusia. Entre 1798 y 1807, 985,000 hombres habíóan sido reclutados, o una trigeó simo sexta parte de la poblacioó n entera. Esa fraccioó n ahora aumentoó dramaó ticamente, y tambieó n lo hizo la resistencia a la conscripcioó n. Los hombres joó venes vertieron aó cido en sus dientes para que se pudran, o mantuvieron las llagas autoinfligidas abiertas con agua y arseó nico. Preferiríóan sufrir una hernia o una pierna fracturada o incluso supurar genitales que correr el riesgo de ser eviscerados por un cosaco. Solo hospitales como el Hoô tel-Dieu, donde el Dr. Flaubert fue testigo de tantas muertes horripilantes, impulsaron un comercio proó spero. Pero para Caroline, los primeros anñ os de su matrimonio fueron, maó s tarde afirmoó , los maó s felices de su vida. En la víóspera de su primer aniversario, le dio a AchilleCleó ophas un hijo, a quien llamaron Achille. Este evento la gratificoó en maó s que el sentido habitual, sin duda. Sobrevivir al parto una vez maó s, esta vez como madre, no como bebeó , o mejor dicho, como madre e hijo juntos, ayudoó a corregir el error original. Ella, que le habíóa costado la vida a su madre y habíóa robado a su padre, hizo las paces presentando a su marido con un heredero varoó n. La culpa, la expectativa de fracaso y el fantasma del abandono siempre habíóan sido sus companñ eros perniciosos. Ahora, despueó s de haber creado su propia familia, ella era, por el momento, inmune a su influencia. La maternidad la eximioó de la orfandad. Ademaó s, las finanzas familiares mejoraron sustancialmente cuando el Dr. Flaubert reemplazoó a Laumonier como cirujano jefe en el Hoô tel-Dieu en una sucesioó n que parecíóa predestinada hasta que los acontecimientos del díóa llegaron a causarle problemas. Incapacitado por golpes, Laumonier se vio obligado a retirarse temprano en 1815, durante la breve "Primera Restauracioó n", que vio a Luis XVIII ocupar el trono 18
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franceó s entre el exilio de Napoleoó n a Elba y su regreso durante los llamados Cien Díóas. Con los soldados heridos desviados de los hospitales superpoblados de Paríós que se derramaban en el Hoô tel-Dieu, los administradores queríóan que Flaubert fuera nombrado cirujano jefe de inmediato, pero el prefecto lo frustroó , un bonapartista responsable ante los nuevos maestros que deseaban imponer a un cirujano monaó rquico sin distincioó n particular. La prefectura reanudoó su lealtad despueó s de la marcha triunfal de Napoleoó n a traveó s de Francia, Flaubert ganoó la mano superior otra vez, y el ministerio relevante, que habíóa tenido montanñ as de nominaciones para examinar, aproboó el suyo un díóa antes de Waterloo. En un discurso proclamaó ndolo cirujano jefe, el presidente de la comisioó n administrativa de los hospitales de Rouen elogioó las investigaciones anatoó micas "en las que se interroga a los fríóos restos de los hombres privados de vida para extraer el secreto de mantener vivos a los vivos", pero advirtioó contra los estudiantes insuficientemente imbuidos con respeto por los cuerpos que diseccionaron. Achille-Cleó ophas no perdioó tiempo en establecer su dominio. Con una gran clientela burguesa, se unioó a las filas de los ricos, pero su principal tarea, que por todas las funciones desempenñ aba con devocioó n, era cuidar de los indigentes que veníóan de Rouen, sus faubourgs y las aldeas maó s allaó . Tan expansivo como Caroline era reservada, florecioó en las salas, llevando a su seó quito de estudiantes de enfermo en enfermo casi todos los díóas, consolando a los pacientes y dando conferencias sobre su patologíóa. Se pensaba que su talento para la improvisacioó n sutil y erudita iba de la mano con un disgusto por el trabajo solitario de la escritura, y de hecho nunca escribioó mucho, excepto en las paó ginas de su diario clíónico. Tambieó n era cierto que, como cirujano, maestro y administrador, llevaba sombreros suficientes para mantener a tres hombres bien empleados. En 1818 los Flauberts alquilaron un apartamento maó s grande convenientemente situado en la rue de Crosne y estaban a punto de instalarse cuando Laumonier, que habíóa retenido los alojamientos del jefe de cirujanos despueó s de su jubilacioó n, murioó . El hospital se convirtioó en su hogar, y allíó viviríóan durante muchos anñ os, en un sombríóo pabelloó n de piedra gris de tres pisos de altura, al que se ingresaba por puertas dobles en 17, rue de Lecat. Teníóa un pequenñ o patio escondido de la calle por una pared enrejada. A un lado habíóa un cobertizo para la ambulancia tirada por caballos del Hoô tel-Dieu; en el otro lado, maó s allaó del enrejado y sus frondosas enredaderas, estaba el edificio, con altas ventanas en la planta baja que admitíóan la poca luz que visitaba este recinto en una cocina, el consultorio del meó dico y los rincones escalonados de un teatro de diseccioó n. Comer y dormir encima de cuerpos destrozados parece no haber perturbado la vida familiar. En el segundo piso estaban el dormitorio de los Flaubert, una sala de billar y un gran comedor que colindaba con las salas. El pequenñ o Achille inspeccionoó los terrenos del hospital desde el tercer piso, donde las habitaciones con vigas bajas formaban el dormitorio de los ninñ os. Uno puede hablar de ninñ os en plural, porque de hecho Achille no solíóa tener el tercer piso para síó mismo. Al lado habíóa transeuó ntes destinados a convertirse en espíóritus pequenñ os, que vivieron lo suficiente para tejer con la familia y, al morir, rasgar su tela. Durante un intervalo de pesadilla de seis anñ os, Caroline perdioó dos hijos y una hija. La ninñ a, llamada Caroline, nacioó en febrero de 1816 y murioó en octubre del anñ o siguiente. Trece meses despueó s de esta peó rdida dio a luz a un hijo, EÁ mile Cleó ophas, 19
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que vivioó ocho meses, hasta junio de 1819, cuando ya estaba embarazada de otro ninñ o, nacido en noviembre. Jules Alfred mostroó una mayor promesa de sobrevivir a la infancia. Todavíóa estaba vivo dos anñ os maó s tarde y presumiblemente lo suficientemente viejo para resentir la atencioó n prodigada a un hermano recieó n nacido en diciembre de 1821. Durante maó s de medio anñ o los Flaubert sumaban cinco, pero en septiembre de 1822, Jules se unioó a Caroline y EÁ mile en el inframundo familiar. El ninñ o nacido el 12 de diciembre a las cuatro de la manñ ana se llamaba Gustave. El 13 de diciembre, Achille-Cleó ophas y otros dos "informantes", un interno de cirugíóa y un oficial de salud, lo presentaron al teniente de alcalde para el certificado de nacimiento que establecioó el estado civil. El 13 de enero, domingo, fue llevado por la esquina y recibido por la iglesia en un bello edificio del siglo XVIII, la EÁ glise de la Madeleine, cuyos cleó rigos teníóan maó s experiencia administrando extremauncioó n a los reclusos del Hoô tel-Dieu que bautizando infantes. Presentes, como padrinos, estaban Paul François Le Poittevin, un rico comerciante de textiles, y Marie Eulalie Vieillot. Ausente estaba el padre, Achille-Cleó ophas, presumiblemente por razones distintas al deseo de mantener la reputacioó n que se habíóa ganado con las autoridades de la Restauracioó n de ser liberal en sus simpatíóas políóticas.
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II El Cynosure23 de Todos los Ojos ACHILLE-CLEÁ OPHAS FLAUBERT no pudo haber sufrido por su liberalismo bajo los Borbones restaurados como su padre, Nicolas Flaubert, lo habíóa hecho por su supuesta realeza durante el Terror, pero se sometioó a un escrutinio minucioso cuando la Academia de Medicina propuso hacerlo socio provincial. Al recomendar al cirujano en una carta dirigida al director de policíóa, el prefecto de Rouen tratoó el sesgo liberal de Flaubert como el labio leporino en un semblante por lo demaó s justo. "Las opiniones políóticas de este meó dico son liberales", escribioó el 3 de abril de 1824, "pero eó l no las ha confiado a nadie". Todo lo contrario, sus discursos puó blicos expresan sabiduríóa y moderacioó n, y su conducta es tal que incluso las personas que no comparten sus principios generalmente le otorgan su confianza." Tras la revolucioó n y el imperio, los gobernantes de Francia solo aspiraban intermitentemente a la "sabiduríóa" y la "moderacioó n", y 1824, que vio a una faccioó n de extrema derecha subir al trono con Carlos X, no fue un anñ o excepcional para las virtudes suaves. Los "ultras" o "partido sacerdotal", la mayoríóa de cuyos miembros huyeron de Francia durante el Terror, regresaron del exilio despueó s de Waterloo con la intencioó n de vengarse de la historia reciente. Comprometidos con el "contrato eterno" entre el trono y el altar, hicieron de este su grito de guerra en una lucha por la reconquista de la sociedad. Las propiedades senñ oriales y las tierras de las iglesias vendidas por el gobierno revolucionario como propiedad del estado no siempre se podíóan recuperar, pero las mentes eran otra cosa, y las mentes se apoderaron de un punñ o evangelizador. Los cleó rigos descenderíóan a una ciudad, predicaríóan sermones sobre el fuego del infierno, celebraríóan una misa de comunioó n, erigiríóan cruces gigantescas y realizaríóan ceremonias de autoflagelacioó n por los ultrajes perpetrados durante el Terror. El arzobispo de Rouen, uno de los muchos aristoó cratas atemorizados, ordenoó a los sacerdotes de la parroquia que mostraran listas de personas que no hicieran la comunioó n en las puertas de las iglesias y llevaran un registro de los vecinos 23 Foco de atención, el encanto.
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que vivíóan en concubinato. El censor responsable del teatro franceó s no dejoó ninguna mencioó n en el escenario de los philosophes del siglo XVIII. Los cursos ensenñ ados por el filoó sofo Víóctor Cousin y el historiador Guizot fueron suprimidos, y en 1822 Monsenñ or Fraysinnous, que presidíóa la educacioó n puó blica, disolvioó la elite EÁ cole Normale Supeó rieure, que se consideraba una agencia de pensamiento sedicioso. "Aquel cuya desgracia es vivir sin religioó n y no estar dedicado a la familia real, deberíóa sentirse deficiente en una caracteríóstica esencial del digno maestro", declaroó . Ya no era el díóa de la escuela en los liceos napoleoó nicos cadenciados por tambores; comenzoó con Veni sancte spiritus24 y terminoó con el Sub tuum praesidium25. En la mayoríóa de los casos, los muchachos mayores aprendíóan la filosofíóa de los eclesiaó sticos maó s inclinados a leer, si teníóan alguna inclinacioó n a leer, los argumentos teocraó ticos de Bonald y de Maistre maó s que Aristoó teles o Descartes. La pena, el luto y, sobre todo, la expiacioó n deletrearon prosperidad para la iglesia. Los seminarios cuya matríócula habíóa disminuido a casi nada antes de 1815 ahora atraíóan a los hombres joó venes con fuerza, algunos atendiendo un llamado mientras que otros — como los companñ eros seminaristas de Julien Sorel en Le Rouge et le noir26 — simplemente buscaban un empleo coó modo. Las ordenaciones aumentaron durante la deó cada de 1820 junto con el presupuesto religioso, y veinticinco mil mujeres se congregaron en la vida de los conventos. Hasta queó punto este entusiasmo animoó a la poblacioó n en general, fuera de las provincias tradicionalmente catoó licas-realistas, estaó en entredicho. Un comentarista dijo que Francia criaba maó s pastores que ovejas. La grandiosa coronacioó n de Carlos X en la catedral de Reims reforzoó a los ultras, que, varios anñ os antes, habíóan liderado cinco cuerpos de ejeó rcito contra la Espanñ a republicana para rescatar a Fernando VII, primo borboó nico de Luis XVIII, desde su prisioó n en la fortaleza de Trocadeó ro en Caó diz (y a su regreso introdujo la moda del tabaquismo). Despueó s de 1824 hicieron que su influencia se sintiera omnipresente a traveó s de una orden llamada Congregacioó n de la Virgen (la "Congregacioó n", para abreviar), que se esforzoó por promover la "re-cristianizacioó n" de Francia. Sus miembros se sentaron en los consejos de estado. Sus sociedades caritativas visitaron a los pobres, los hospitalizados, los encarcelados. Bajo su eó gida, una Socieó teó catholique des bons livres27 combatioó la literatura antirreligiosa. Presionoó a favor de medidas para endurecer la censura de prensa y privar de derechos a los votantes liberales. Y casi con certeza participoó en la redaccioó n de la infame "ley sobre el sacrilegio", que empujoó a Francia un poco maó s allaó de las piadosas extravagancias de la Rusia zarista. Aprobado en abril de 1825, este notable estatuto prescribíóa que la profanacioó n puó blica de ostias consagradas debíóa tratarse como parricidio, y el culpable debíóa ser amputado con el punñ o derecho antes de sufrir la ejecucioó n. "La ejecucioó n estaraó precedida por la penitencia puó blica del condenado frente a la iglesia principal del lugar donde se cometioó el crimen, o del lugar donde se llevan a cabo las audiencias". Un orleanista liberal, el duque de Broglie, observaríóa en sus recuerdos personales de que este lenguaje no fue pronunciado en 1204 en la víóspera de la Cruzada, instigado por el Papa 24 Ven Espíritu Santo. 25 Se puede volar a su protección. 26 Rojo y negro. 27 Sociedad católica de buenos libros.
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Inocencio III contra los Albigenses, o en 1572 antes de la Masacre de San Bartolomeó , sino en el siglo XIX "en un paíós donde la libertad de culto es abiertamente reconocida." Aunque no resultoó en muertes, o incluso en sentencias de cadena perpetua de trabajos forzados por danñ os injustificados a caó lices sagrados, la ley sobre sacrilegios y otras leyes produjo una reaccioó n anticlerical. Al expulsar a Voltaire y Rousseau de sus tumbas en el Panteoó n de Paríós, que una vez maó s se convirtioó en la iglesia original, la monarquíóa ayudoó a enriquecer a los editores que produjeron las obras de las figuras de la Ilustracioó n: entre 1817 y 1824 Rousseau aparecioó en trece ediciones y Voltaire en doce. Tartuffe se representaba en teatros grandes y pequenñ os y, a menudo, proporcionaba una ocasioó n para la acusacioó n enfurecida del clero local, cuyos deberes de custodia incluíóan la denegacioó n del cementerio cristiano a los actores. Grandes caricaturistas como Grandville, que pronto se festejaríóan con el proó ximo rey, LouisPhilippe, se interesaron por Carlos X. Cualquier disidente se habríóa sabido de memoria las poleó micas letras de Beó ranger. Tambieó n podríóa haber leíódo Le Courrier Français o Le Constitutionnel, donde una columna regular se ocupaba de informes, apoó crifos o no, de travesuras clericales, de ninñ os protestantes secuestrados y criados como catoó licos, de autos de fe, de milagros inventados, de maestros de escuela despedidos a instancias de curatos, de sacerdotes lujuriosos. El abate de Rohan, en una "mission" en el Colleè ge Henri IV en Paríós, exhortoó a su joven audiencia a respetar la fe que habíóa propagado a los "heó roes y santos" de Francia. Si hubiera exhortado a los estudiantes en otra escuela secundaria distinguida, Louis-le -Grand, 115 de los cuales fueron expulsados por rebelarse contra la facultad en gran parte de los jesuitas, podríóa haberle lanzado baquetas de ladrillo. De hecho, las matracas arrojadas contra los jesuitas vinieron de todas partes, incluso desde dentro de la Iglesia Gallican, que consideraba que la orden era una amenaza romana para su independencia. "Uno pensaríóa que el genio de Francia no teníóa nada maó s que hacer que respirar fuego contra los jesuitas", observoó Stendhal, que no era un amante de los sacerdotes. La complicidad del trono y el altar inspiroó no solo las caricaturas del rey disfrazado de jesuita, sino tambieó n el rumor de que Carlos, que vestíóa de puó rpura real para el luto en una procesioó n durante el Jubileo de 1826, habíóa sido secretamente mitrado por Píóo VII y realizado misas subrepticias en el palacio real. Si, como es probable, el Hoô tel-Dieu de Rouen se parecíóa a otros hospitales de la ciudad, los cirujanos empenñ ados en avanzar en la ciencia meó dica no habríóan dado por sentada la cooperacioó n perfecta de las hermanas que cuidaban allíó o esperaban lealtad a un ideal comuó n o fe inspirada en la eficacia de su praó ctica. De ninguna manera era obvio que las autopsias diligentes llevadas a cabo en la sala de diseccioó n beneficiaban en absoluto a la ciencia meó dica. Hasta que la anestesia se volvioó ampliamente disponible despueó s de 1846, las operaciones causaron un sufrimiento horrible, con pocos resultados brillantes (de hecho, algunos de los contemporaó neos de Flaubert, notablemente el ilustre cirujano Velpeau, desdenñ aban la anestesia, creyendo que la cirugíóa indolora era una cirugíóa fraudulenta). No importaba que los cirujanos trabajaran raó pidamente: la mano aó gil que realizaba una litotomíóa en pocos minutos era a menudo una mano sucia que acababa de tantear las entranñ as de un cadaó ver. Curado de piedra o de poó lipos, el paciente a menudo sucumbíóa a la septicemia y sucumbíóa maó s faó cilmente por ingresar al hospital agotado por una vida de trabajo incesante y mal remunerado. Cualquiera con recursos se habíóa tratado en casa. El Hoô tel-Dieu servíóa a 23
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los indigentes, muchos de los cuales estaban croó nicamente enfermos o moribundos. Pero incluso si se hubiera entendido la sepsis y los pronoó sticos hubieran sido maó s audaces, el bienestar fíósico importaba menos que la salvacioó n espiritual para las monjas que hacíóan el trabajo de corte. A este respecto, poco habíóa cambiado desde principios de la deó cada de 1790, cuando Lazare Carnot describioó a los hospitales como agujeros de curas subversivos. Obligados a tomar un juramento revolucionario o enfrentar el encarcelamiento, las enfermeras desaparecieron del servicio hospitalario y reaparecieron en nuó mero solo durante la Restauracioó n. Con dieciseó is horas diarias por una miseria, estas filles de la charité28, cuyos oríógenes no eran generalmente menos humildes que sus cargas, evitaban todo lo moderno. En el espíóritu de Píóo VII, que no permitiríóa la luz de gas y la vacuna contra la viruela (entre muchos otros) en tierras pontificias, queríóan que los pacientes vieran en el Hoô tel-Dieu un lugar de convalecencia de sus vidas disolutas e ingobernables y con algunas espleó ndidas excepciones, funcionaron como una especie de policíóa moral. Un trabajador de Rouen, Charles Noiret, escribioó memorias que criticaron este proselitismo en el Hoô tel-Dieu. ¿Por queó , preguntoó , el hospital necesitaba una cocina, una farmacia, un equipo meó dico, cirujanos y camas, si su razoó n de ser era preparar almas para el paraíóso? El espectaó culo de un sacerdote que administraba la extremauncioó n aterrorizaba a toda la sala. Y una mejor salud no fue promovida por el hombre que llamaba a misa todos los díóas al amanecer. Los pacientes asustados se despertaban con un sobresalto, a menos que hubieran sido mantenidos despiertos desde las 3 a.m. por el ruido de los bancos que se movíóan alrededor de la sala en la que se realizaba la adoracioó n. "Cuando finalmente llega la hora de la misa", escribioó , "los enfermos estaó n invitados a asistir". La asistencia no es, por supuesto, obligatoria, pero las monjas hacen sus vidas tan miserables que acaban levantaó ndose de la cama para ahorrar, y desperdiciarse, a ellos mismos". Aunque Achille-Cleó opha peleoó vehementemente con el jefe de medicina, Eugeè neCleó ment Hellis, un bachiller devoto y piadoso cuya principal contribucioó n a la literatura meó dica fue un artíóculo sobre hipo, incluso aquellos que no marcharon con eó l lo admiraron por su firme compromiso con los principios, su disciplina, su candor, su falta de pedanteríóa. Hubo berrinches estruendosos pero tambieó n gestos espontaó neos de afecto, y un ingenio mordaz que los colegas simpatizantes llamados Voltairean que fueron moderados por una visioó n compasiva de la fragilidad humana. El voluntario campesino habíóa adquirido claramente suficiente savoir faire (tacto) para desarmar a sus antagonistas catoó licos en el Hoô tel-Dieu y establecerse como un notable en Rouen, donde, en general, los notables ejemplificaban la afirmacioó n de Voltaire de que la empresa comercial fomentaba el pensamiento liberal. Fue eó l quien primero ocupoó la caó tedra de cirugíóa clíónica en la EÁ cole secondaire de medicine situada en el Hoô tel-Dieu. Este honor, que se le confirioó en 1828, lo convirtioó en miembro doblemente calificado de la Acadeó mie des Sciences, de Rouen, Belles-Lettres et Arts, a la que habíóa sido elegido en 1814. Con cuarenta, como corresponde a una sociedad con pretensiones claó sicas, esta institucioó n del siglo XVIII, que se reagrupoó despueó s de la Revolucioó n, reunioó a eruditos, profesores, abogados, archivistas, bibliotecarios, algunos sabios eclesiaó sticos y ricos conocedores como Alfred Baudry y Eugeè ne Dutuit, quienes 28 Chicas de caridad.
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sublimaron su riqueza industrial en el coleccionismo de arte. El Dr. Flaubert seguramente habríóa visto a Baudry de Holbeins y Matsus. Incluso podríóa haber sido la excepcioó n invitada a contemplar a los Rembrandts, Ruysdaels y Durers escondidos en una mansioó n en el quai du Havre (muelle del Havre), cerca de la bolsa de valores de Rouen, donde tres hermanos Dutuit —Eugeè ne, Auguste y Heó loise— vivíóan bajo una sola techo, alimentando un rencor contra Rouen no muy diferente al del Dr. Barnes contra Filadelfia. La inmensa fortuna algodonera dejada por su padre, Pierre Dutuit, que habíóa surgido de la oscuridad artesanal durante el Imperio, no les ganoó el lugar que creíóan tener derecho en la sociedad burguesa, y su tesoro inexpugnable encarnaba su rencor. Eugeè ne, un abogado no praó ctico con ambiciones políóticas frustrado por el prefecto, era menos solitario que su hermano, despueó s de lo cual Balzac podríóa haber modelado al menos dos personajes. Tan frugal como el Peè re Grandet de Balzac y tan inaceptablemente codicioso como su primo Pons, viajoó largas distancias en tercera clase para gastar grandes sumas en arte, algunas de las cuales nunca surgieron de la caja de embalaje. El objeto del apetito material del Dr. Flaubert era el inmobiliario maó s que el arte. En esto se conformoó con los valores no solo de su familia Champenois, sino tambieó n de los nuevos ricos con los que se codeoó . Poseer castillos les dio a los millonarios textiles el prestigio del que disfrutaban los aristoó cratas enraizados en Normandíóa desde la Edad Media, y vivir "noblemente" expresoó la ambicioó n de muchos (fabricant) fabricantes. No menos importante para los hombres que sabíóan cuaó n faó cilmente podíóan perder lo que habíóan ganado casi de la noche a la manñ ana en las raó pidas corrientes de la eó poca, era la seguridad ligada a la tierra. "Mientras solo tengas dinero, siempre viviraó s al borde de la insolvencia", advirtioó un rico comerciante de Le Havre al hermano a quien aconsejaba comprar tierras de cultivo en Caux. No fue hasta mediados de siglo, durante el Segundo Imperio, cuando la inversioó n bursaó til aumentoó en magnitudes, que los burgueses adinerados empezaron a encontrar que sus ingresos de los arrendatarios de las granjas eran inadecuados. Un 5% de retorno satisfizo sus expectativas conservadoras, y ademaó s la tierra, bajo un reó gimen que vinculoó el privilegio electoral con el impuesto a la propiedad, calificoó al propietario de manera sustancial para ser miembro de la llamado pays légal (paíós legal). De acuerdo con la ley electoral de 1820, solo aquellos que pagaron trescientos francos al anñ o podíóan votar, lo que significaba ochenta y ocho mil personas en una nacioó n de treinta y dos millones. Incluso menos — unos dieciseó is mil — pagaron los miles de francos que les permitieron ser elegibles para servir como diputados en el parlamento. Hacia 1824, Achille-Cleó ophas Flaubert era lo suficientemente viejo y lo suficientemente adinerado como para postularse si sus convicciones lo habíóan impulsado imprudentemente a imitar a legisladores liberales como Lafayette y Benjamin Constant al oponerse a los ultras triunfantes, quienes despueó s del asesinato de ese sobrino de Luis XVIII , el duque de Berry, reprimieron a una nacioó n quejumbrosa e insubordinada. Con familiares en alerta para la propiedad rural, Achille Cleó ophas comproó todo lo que se cruzoó en su camino en la deó cada de 1820, combinando parcelas adyacentes de bosques, campos de cultivo y pastos, o comprando granjas enteras. Situada tanto en Champagne como en Normandíóa, esta zona incluíóa la Ferme de l'Isle y el Domaine de la Cour-Maraille, que se extendíóa a lo largo de tres parroquias en las 25
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afueras de Nogentsur-Seine, y la Ferme de Gefosse en Pont l'EÁ veô que, que habíóa pertenecido a un Cambremer de Croixmare. Sin embargo, la adquisicioó n maó s costosa que hizo durante estos anñ os no fue una tierra de labranza con ingresos, sino una villa rural del siglo XVIII a tres o cuatro kiloó metros de Rouen. Situada en un terreno elevado sobre la carretera principal nortesur en Deó ville y debajo de un extenso bosque llamado Bois l'Archeveô que, habíóa sido una vez la finca de una familia aristocraó tica, con huertos de manzanos acolchados en la ladera. En 1821, cuando el Dr. Flaubert lo comproó por cincuenta y dos mil francos, la propiedad habíóa pasado por dos senñ oras y un M. Chouquet, cuya hilanderíóa sin duda flanqueaba el cercano ríóo Cailly, donde se encontroó con los Cleè res en lo que los Rouennais habíóa comenzado a llamar "la petite valleó e de Manchester." La casa era una elegante estructura de tres pisos de altura y maó s alta en apariencia para sentarse en una terraza elevada a la que se ascendíóa por una escalera de herradura. Las ventanas abatibles grandes y rectangulares lo ayudaron a convertirse en una retirada brillante y bien ventilada del ambiente de clausura del hospital. Su uó nico inconveniente fue, pronto quedoó claro, espacio insuficiente. Gustave llegoó unos diez meses despueó s de que los Flaubert tomaron posesioó n de eó l, y el pequenñ o Jules Alfred todavíóa estaba vivo. Luego, en julio de 1824, Caroline dio a luz a una hija, a quien llamoó Caroline de acuerdo con la antigua costumbre de cada padre otorgar su nombre a un ninñ o. Para acomodar a su creciente familia, Achille-Cleó ophas, con un optimismo resuelto, agregoó alas laterales. Y para proclamarse duenñ o de su dominio, instaloó un busto barbudo de Hipoó crates en un maó stil sobre la entrada principal. Aunque Flaubert, que vivioó en el pasado, pudo reproducir víóvidas imaó genes de la vida en el Hoô tel-Dieu y en Deó ville, su recuerdo maó s antiguo, maó s tarde le contoó a un amigo, se presentoó en un castillo con una extensioó n redonda de ceó sped en el bosque de Mauny, a mitad de camino entre Rouen y Jumieô ges. Habíóa aó rboles altos, un mayordomo vestido de negro, un largo pasillo que conducíóa a su habitacioó n, "a la izquierda". El anñ o debíóa ser 1825, cuando un incidente lo suficientemente traumaó tico como para haber grabado esta escena en su joven mente interrumpioó la rutina familiar. El 11 de junio, por la noche, Achille-Cleó ophas saltoó de un coche fugitivo que se precipitoó por una pendiente peligrosa y sufrioó una fractura compuesta de la pierna izquierda, su tibia perforoó la piel. Tratado por un antiguo alumno llamado Licquet, que construyoó una feó rula adecuada bajo su direccioó n, se hizo transportar a la finca del marqueó s de EÁ tampes, donde Caroline Flaubert, rodeada de sus hijos, lo atendioó en lo que parecíóa otra inuó til vigilia. Achille-Cleó ophas no podríóa haberse sentido optimista cuando la pierna se hinchoó y se le heloó , y los rumores de su inminente muerte, que se habíóa extendido por la ciudad, sin duda se le impidieron. En cuatro nuó meros durante diez díóas, el Journal de Rouen, un perioó dico liberal que normalmente sacaba provecho de las noticias locales, publicoó informes prolíóficos sobre la condicioó n del amado "amigo de la humanidad" de Rouen, comparaó ndolo con el gran Ambroise Pareó , que exhibioó "admirable sangre fríóa". en una situacioó n similar. "Tal es la preocupacioó n del puó blico por la persona de M. Flaubert que cada fragmento de informacioó n es bienvenida con una especie de avidez", afirmoó . "M. Leudet, como cirujano asistente en el Hoô tel-Dieu, se unioó a M. Licquet en un esfuerzo por disminuir el sufrimiento del paciente y participar en la misioó n honorable de restaurar, lo maó s raó pido posible, por todos los medios disponibles, este digno sucesor de Lecat y Laumonier." El cirujano jefe pronto 26
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atravesaríóa nuevamente las salas a las 7 a.m., con una cojera imperiosa, mientras que Caroline — de quien maó s tarde un joven conocido observoó que ella parecíóa existir entre recuerdos de un pasado triste y expectativas de una melancolíóa futura — regresoó a soportando su inquieto intermedio. Su gran y solemne apariencia comentada por conocidos fue carinñ osamente adquirida con severas migranñ as. Gustave absorbioó su ansiedad como la leche materna, pero un lugar asociado con el miedo a la peó rdida tambieó n puede haber almacenado recuerdos de una llegada nueva e importante. En 1825, Caroline, desesperada por obtener ayuda para manejar a su progenie vulnerable, contratoó a Caroline Heó bert, una joven inmigrante de veintiuó n anñ os del pueblo de Bourg-Beaudouin, cerca del bosque de Longboel, al este de Rouen. Como era comuó n en la Francia del siglo XIX renombrar mujeres domeó sticas cuando ingresaron al servicio, especialmente bajo circunstancias que de otra manera causaríóan confusioó n, Caroline Heó bert se convirtioó en "Julie". A diferencia de su padre, un postilloó n alcohoó lico, y la mayoríóa de los aldeanos, Julie podíóa leer y escribir y habla franceó s de manera comprensible, asíó como uno u otro de los dialectos - bocage, cauchois. Que sirvieron mejor que los setos para fortificar el campo de Normandíóa contra la penetracioó n del mundo exterior. En la adolescencia, durante un anñ o de encierro, Julie habíóa devorado la ficcioó n popular que se transmite de aldea en aldea en los carromatos de los vendedores ambulantes rurales. Ella tambieó n podíóa recordar casi todo lo que habíóa escuchado desde la infancia en las noches de invierno en las sesiones de narracioó n de cuentos llamadas veillées (tardes), que reunioó entero a todo su clan. Dio la casualidad de que Julie era una incontenible narradora, con infinidad de bandoleros, brujas, duendes, fantasmas, santos y demonios en su repertorio de hilos sobrenaturales. Por supuesto, esta no era la cualidad que Caroline maó s valoraba, pero funcionoó en gran medida en beneficio de su hijo menor, aliviando la seriedad que marcaba la vida familiar en el Hoô tel-Dieu. Julie pobloó la imaginacioó n de Gustave en la infancia, y medio siglo despueó s, habieó ndola sobrevivido, salvoó la infancia en síó misma, o alguó n resto de esta, en aneó cdotas contadas a su sobrina. Mimada por Mme. Flaubert, quien por razones obvias nunca podríóa considerar siquiera una dolencia menor que esa, Gustave dio toda clase de indicios de burlar sus horrendas premoniciones. El retrato de eó l, hecho cuando teníóa doce anñ os, muestra a un hermoso muchacho rubio enmarcado por el cuello vuelto hacia arriba de una camisa blanca y suave y, las orejas flojas de una corbata oscura. Con su aire vagamente arrogante, podríóa haber pasado por uno de esos joó venes senñ ores ingleses muy admirados en la Restauracioó n de Francia. La frente es ancha, la nariz menos picuda que la de su hermano Achille, la boca, que estaba destinada a desaparecer bajo bigotes caíódos, en un mohíón gordinfloó n. En general, Gustave se parecíóa a Caroline Flaubert, y sus ojos eran la caracteríóstica que marcoó este parecido de manera maó s notoria. Inmensos y azul verdosos, ellos parecíóan llenar sus cuencas hasta el borde, como oó palos que brotaban de un plato poco profundo. Bien arriba de sus ojos arqueaba sus largas y oscuras cejas. A esa edad era un ninñ o callado que, prefigurando al escritor solitario adicto a las pipas de arcilla, pasoó horas perdido en sus pensamientos con un dedo en la boca. Tambieó n era famoso por su credulidad, y la tradicioó n familiar incluíóa la historia de un sirviente molesto que lo espanta ordenando "ir a ver si estoy en la parte posterior del jardíón o tal vez en la cocina". Estos rasgos — su credulidad y consideracioó n — 27
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combinado para hacerlo un oyente ideal. AÁ vido de cuentos, hizo companñ íóa a Julie en la cocina y en el cuarto de costura y, cuando ella no estaba libre, se impuso a otros sirvientes domeó sticos (habíóa varios en el hogar) para entretenerlo. Su segundo recurso maó s confiable era un anciano caballero, conocido solo como el padre Mignot, que vivíóa frente al Hoô tel-Dieu. Tras mudarse a Rouen despueó s de haber cultivado toda su vida en el "Vexin" normando cerca de Les Andelys y criar cuatro hijos con una esposa cuya dote hizo posible su jubilacioó n, Mignot sintioó una gran simpatíóa por el pequenñ o ninñ o del doctor Flaubert. Gustave encontroó la alfombra de bienvenida en todo momento. Apenas habíóa hecho senñ as desde la rue de Lecat, Mignot al acecho de su pequenñ o amigo, lo invitaba a sesiones de narracioó n de cuentos. Hubo cuentos interminables, y Mignot, por ser un maestro por inclinacioó n, a veces pudo haberlos moldeado hacia un precepto moral. Pero los que causaron la mayor impresioó n en Gustave vinieron de Don Quijote, que acababa de aparecer en un compendio con varias docenas de ilustraciones perfectas para colorear. No podíóa oíórlos repetir con frecuencia, y el anciano, agradecido sin duda por haber tenido este ministerio conferido a eó l, con gusto lo complacioó . "Inconscientemente uno lleva en el corazoó n el polvo de sus antepasados muertos", escribioó Flaubert muchos anñ os despueó s. "Podríóa dar una demostracioó n precisa de esto en mi propio caso. Lo mismo ocurre con la literatura. Encuentro todas mis raíóces en el libro que sabíóa de memoria antes de aprender a leer, Don Quijote." Si la artificiosa fusioó n de realidad y fantasíóa hizo que Flaubert se sintiera atraíódo por Cervantes a los treinta anñ os, razoó n maó s para que amara a Don Quijote en la infancia, cuando combinarlas era tan natural como respirar. Entonces, tambieó n, su deleite en las aventuras picarescas de Sancho Panza y Don Quijote puede haber reflejado una vaga sensacioó n de encarnar su folie à deux29, de ser eó l mismo ambos: un campesino payaso obligado por la sumisioó n iroó nica a un escudero enganñ ado, y el escudero se comprometioó a una Dulcinea inalcanzable. Tan aó vido era el oyente que ensenñ arle a leer era extremadamente difíócil. Aunque Madame Flaubert habíóa tenido un gran eó xito con Achilles, Gustave, que ya consideraba al hermano que le habíóa precedido durante ocho anñ os como una maravilla de precocidad, era, a pesar de su estado de alerta en otros aspectos, auó n analfabeto a los siete anñ os y, para hacer las cosas peor, superado por Caroline, de cuatro anñ os. "¿De queó sirve aprender, ya que papaó Mignot lee?", Exclamoó durante una escena llorosa. Las oscuras sospechas lo envolvieron hasta su octavo anñ o, cuando de repente se reveloó la piedra Rosetta de las letras francesas. A partir de entonces, todo cambioó . El reheó n cautivo de Peè re Mignot se convirtioó en una audiencia absorta por la palabra escrita. Pasando las paó ginas con una mano mientras giraba un mechoó n de pelo con la otra, olvidaríóa doó nde estaba y, como maó s tarde recordaríóa, a veces se cayoó de la silla, en un ensayo contundente de caíódas por venir. La biblioteca domeó stica de Flaubert, que Achille-Cleó ophas habíóa proveíódo con obras claó sicas, incluyendo un Voltaire completo, era un rico pasto para un ninñ o librero. Pero, por muy despreciativo que Gustave haya sido despueó s de la burguesíóa filistea de Rouen, tambieó n habíóa alimento en la ciudad misma, donde la vida cultural giraba en torno al teatro, y aquellos que podíóan pagarla o aguantar el pozo regularmente reunido en el Theó aôtre des Artes en la orilla derecha a tres cuadras del quai du Havre de la bolsa de 29locura de dos.
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valores. Allíó, en un saloó n con mil novecientos asientos, cuyo techo representaba al gran hijo nativo de Rouen, Pierre Corneille, coronado por las Musas, dos companñ íóas maó s una orquesta completa ofrecíóan abundantes menuó s de muó sica instrumental, oó pera, comedia, tragedia, drama, vodevil. Incluso si ya no era lo que habíóa sido (como los directores se quejaron), el apetito por el espectaó culo rivalizaba con la comida, y las tardes en el tablero que gime, cinco por semana desde mediados de mayo hasta mediados de abril, podíóan durar cuatro o cinco horas El programa del 15 de enero de 1830, que celebraba el cumpleanñ os de Molieè re, comenzoó con la obertura de von Weber a Oberon y continuoó con Tartuffe, la obertura de Charles de France y Le Malade imaginaire30. Durante la temporada de 1833-34, dos estrellas de la etapa de Paríós, Mlles Deó jazet y Dorval, fueron inducidas a realizar diecisiete roles dramaó ticos en el mes de agosto. Durante un períóodo de cuatro anñ os, 1832-36, el teatro de Rouen sirvioó algo maó s de 100 dramas y comedias, 22 oó peras, 140 vodevilles y recitales de grandes virtuosi como Paganini. Anñ o tras anñ o, el consejo municipal le impidioó subvenciones adicionales. Los directores renunciaron (o en un caso se suicidaron) y se acumularon deó ficits. Auó n asíó, el banquete continuoó . Situada maó s cerca de la capital que cualquier otro escenario provincial importante, Rouen se impuso a las modas de Paríós. El chovinismo normando no excluíóa el deseo de estar a la paó gina, y era que durante las deó cadas de 1820 y 1830 se requeríóa que los espectadores siguieran el ritmo de Eugeè ne Scribe, quien, en trescientas obras bien hechas, presentaba una visioó n del mundo petulante que desprestigiaba todas las expresiones de la magnitud o sublimidad humana: genio literario, idealismo revolucionario, principio políótico, grandeza napoleoó nica. Pero nuó meros artíósticos mucho maó s aventureros tambieó n viajaron por el Sena. Una companñ íóa inglesa dirigida por Harriet Smithson, la futura esposa de Berlioz, llegoó en agosto de 1828 despueó s de deslumbrar al puó blico parisino con las producciones de Otelo y Hamlet. Habíóan "revelado Shakespeare a Francia", como lo expresoó un destacado críótico. Y la companñ íóa provocoó casi tanto elogio en la impasible Normandíóa con Romeo y Julieta, Hamlet, Venice Preserv’d31 de Thomas Otway y Jane Shore de Nicolas Rowe32. El camino hacia el norte estaba asfaltado para los joó venes romaó nticos, que repetidamente convocaban a Shakespeare para que declarara en su nombre contra las convenciones claó sicas francesas. Alexandre Dumas precedioó a Victor Hugo en Rouen, y a principios de la deó cada de 1830, Antony, Richard Darlington, y el maó s grande de los dramas, La Tour de Nesle33, electrificaron el Theó aôtre des Arts. Es loó gico suponer, por supuesto, que la 30 El enfermo imaginario. 31 Venice Preserv'd es una obra de la Restauración inglesa escrita por Thomas Otway, y la tragedia más importante de la etapa inglesa en la década de 1680. Primero fue puesta en escena en 1682, con Thomas Betterton como Jaffeir y Elizabeth Barry como Belvidera. La obra pronto se imprimió y disfrutó de muchos avivamientos hasta la década de 1830. 32 The Tragedy of Jane Shore se estrenó en el teatro Drury Lane en 1714 con Anne Oldfield en el papel principal; se representó durante diecinueve noches consecutivas. Rowe admitió que la obra estaba inspirada en el estilo de Shakespeare, aunque sin pretender ser una imitación perfecta. The Tragedy of Lady Jane Grey supuso para Rowe el abandono de las tragedias femeninas. 33 El escándalo de la torre de Nesle fue un suceso que afectó a la familia real francesa en 1314. Las tres nueras del rey Felipe IV de Francia fueron acusadas de adulterio. Aparentemente, las acusaciones partieron de la única hija de Felipe IV, Isabel. La torre del palacio de Nesle en París es donde se cree que ocurrieron los hechos. Este escándalo provocó la detención, tortura, ejecución y encarcelamiento de varias personas, y tuvo
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mayoríóa de los Rouennais de cierta clase y generacioó n — sobre todo los comerciantes de algodoó n, conocidos por sus negocios entre actos en el bar — encontraron todo el romanticismo que queríóan en las oó peras de Rossini, que siempre llenaban la casa. Entre los trabajos contemporaó neos que dejaron una impresioó n en Gustave, ninguno pudo haber impresionado con maó s fuerza que L'Auberge des Adrets, una pieza peculiar famosa por el papel que jugoó Freó deó rick Lemaíôtre. En 1824, nueve anñ os antes de que eó l lo trajo a Rouen, el actor poco conocido, que pronto seríóa arrogante sobre el escenario romaó ntico, se encontroó a síó mismo como el villano, Robert Macaire, de un melodrama lleno de todos los clicheó s en boga en los teatros en el Boulevard du Temple de Paríós, o "Boulevard of Crime". Un impulso travieso impulsoó a Lemaíôtre a burlar el papel. Asíó que, en lugar de quedarse en el escenario con los brazos levantados para esconder su rostro, como solíóan hacerlo los villanos vestidos de negro, hizo una entrada ostentosa, flanqueada por su flaco companñ ero, Bertrand, y se levantoó como un espantapaó jaros con los pantalones raíódos y las zapatillas de baile desgastadas, un sucio chaleco blanco, un saco verde muy gastado, un parche en el ojo y un sombrero de fieltro medio aplastado inclinado sobre una oreja. Lejos de mostrar una conciencia culpable al final y arrepentirse cuando es acusado de asesinato por el joven heó roe, bromeoó : "¿Queó esperas, hijo míóo? Nadie es perfecto." L'Auberge des Adrets provocoó carcajadas, y sus dos autores tuvieron un lloroso eó xito, aunque no el eó xito ni las laó grimas que habíóan acumulado. Y se casoó con su estrella para un papel — Robert Macaire — que lo siguioó hasta maó s allaó de la tumba. Con Lemaíôtre continuando desde entonces libremente como Macaire, el humor negro adquirioó un rostro y una actitud. Habiendo llegado a existir como un personaje entre comillas o un resumen del esquema moral sostenido por foó rmulas melodramaó ticas, habloó de la alienacioó n que acosoó a la gente comuó n, intelectuales y aristoó cratas por igual despueó s de cuatro deó cadas de tumulto. Donde los villanos y los heó roes defendíóan la Sociedad Justa desde extremos opuestos, Macaire, que combinaba las caracteríósticas de ambos, era una especie de estafador que trascendíóa las distinciones eó ticas, un "extranñ o" obligado a ninguó n ideal comuó n, un homo dúplex matando gratuitamente o asumiendo alias para la diversioó n. "La gente", escribioó Heinrich Heine, "ha perdido tanto la fe en los altos ideales de los que nuestras Tartuffes políóticas y literarias hablan tanto que no ven en ellos maó s que frases vacíóas — blague34 como dicen sus dichos. Esta perspectiva desencaminada estaó ilustrada por Robert Macaire; tambieó n estaó ilustrado por las danzas populares, que pueden considerarse como el espíóritu de Robert Macaire puesto en el mimo. Cualquiera que conozca a este uó ltimo podraó hacerse una idea de estos giros indescriptibles, que son saó tiras no solo de sexo y sociedad, sino de todo lo que es bueno y bello, de todo entusiasmo, patriotismo, lealtad, fe, sentimiento familiar, heroíósmo y religioó n. " 35 El buen amigo de Heine, George Sand, estuvo de acuerdo con eó l. El espíóritu de la eó poca, observoó ella, era una mezcla de espanto e ironíóa, de consternacioó n e impudicia. Cada nuevo montaje de L'Auberge des Adrets, con el que Lemaíôtre se preocupoó hasta escribir a Robert Macaire, transformaó ndolo de una obra teatral en un vehíóculo para graves consecuencias para la dinastía de los Capetosen sus últimos años. 34 broma 35 Heine se refería principalmente al cancan, que se convirtió en una moda popular durante los 1830s y fue algunas veces bailada por altas bailarinas pateadoras (kickers) sin ropa interior.
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improvisaciones satíóricas, tuvo un eó xito fenomenal. Que podríóa hacer negocios simplemente anunciando, como lo hizo en una ocasioó n: "Senñ oras y senñ ores, lamentablemente no podemos asesinar a un gendarme esta noche, ya que el actor que interpreta el papel estaó indispuesto. Pero manñ ana mataremos a dos," evoca el desierto del odio mutuo que divide a los que tienen y los que no tienen. Aunque Gustave, que maó s tarde llamaríóa a Macaire "el mayor síómbolo de la eó poca" y "el epíótome de nuestros tiempos", no habríóa presenciado ninguó n tumulto en las actuaciones de Lemaíôtre durante octubre y noviembre de 1833, las luchas sociales sin duda afectaron el teatro de Rouen. Despueó s de la revolucioó n de julio de 1830, los vodevilles patrioó ticos se mezclaron con las ofrendas programadas. El elenco dirigioó a la audiencia en versiones espontaó neas de la "Marsellesa", y de los asientos baratos vinieron las solicitudes de "La Parisienne", una cancioó n popular cuyo estribillo era: ¡Victoire! plus de tyrannie, le peuple a reconquis ses droits (¡Victoria! No maó s tiraníóa, la gente ha recuperado sus derechos). Los burgueses en los arcones se sentíóan incoó modos, pero, bajo una mirada cenñ uda, se levantaron respetuosamente. Algunos, de hecho, que profesaban ideas liberales, incluso pudieron haberse unido a sus vecinos de clase trabajadora para forzar la apertura de las puertas de una iglesia cuando el clero retroó grado negoó los ritos funerarios a la Mme Duversin, una veterana actriz de caraó cter. Como si el clero no tuviese suficiente para desacreditar, el teatro de ninguna manera estaba confinado a esta agitada arena. En el lugar du Vieux-Marcheó , donde Juana de Arco habíóa sido quemada, se encontraba el Theó aôtre Français, una casa estrechamente asociada con el Theó aôtre des Arts y casi tan emprendedora. Luego hubo etapas transitorias. Para muchos Rouennais joó venes y mayores, esto significaba la feria de Saint-Romain, que se inauguroó en otonñ o y le dio a la ciudad un mes de placer. Entrenadores de animales salvajes descendieron sobre Rouen junto con payasos y acroó batas. Y en medio de sus tiendas se levantaron pequenñ os teatros improvisados durante la noche con tablones y lienzos pintados. Aquíó el programa consistíóa principalmente en comedias simples y melodramas, pero algunos remontaban a eó pocas anteriores, cuando las companñ íóas de gira presentaban los personajes comunes de commedia dell'arte o faó bula cristiana. Albert Legrain, un hombre rubio, de barba tupida, carinñ osamente conocido como Peè re Legrain, deleitaba a los ninñ os anñ o tras anñ o con la uó nica obra que jamaó s se haya presentado en su teatro de marionetas: La Tentation de Saint Antoine. Detraó s de seis pequenñ as candilejas, el pobre Anthony se defendioó lo mejor que pudo contra Proserpina, intensamente seductora, mientras demonios diaboó licos cantaban a coro: Allons, prenons le patron, Tirons-le par son cordon, Faisons-le danser en rond.36
Legrain inventoó a un companñ ero afligido para Anthony y, para gran asombro de su audiencia, rescatoó al individuo de sus dientes y garras transformaó ndolo en una vela. Los pantalones volados y los collaretes bordados de malabaristas en la feria de Saint-Romain fascinaron a Gustave Flaubert. Tambieó n lo hicieron los caballos con arneses y lacayos con cinturones de rayas rojas que acompanñ aban a los monos itinerantes. Le encantaba, sobre todo, el espectaó culo de mujeres con lentejuelas 36 Vamos, tomemos al jefe/ Vamos a tirar de él por su cinturón / Hagamos que baile en círculos.
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doradas, aretes colgantes y collares de joya que bailaban sobre cuerdas enrolladas en el cielo nocturno. Gustave, como recordaríóa maó s tarde, se sintioó atraíódo como una urraca por las cosas brillantes que iluminaban su neblinosa ciudad mercantil. A la edad de once o doce anñ os, se habíóa convertido en un entusiasta conocedor de todos los teatros de Rouen, desde cabanñ as de feria hasta estadios legíótimos. Y su conocimiento llegoó maó s allaó . Durante una breve estadíóa en Paríós en 1833, despueó s de visitar Nogent-sur-Seine para su reunioó n familiar anual, sus padres lo llevaron al Theó aôtre de la Porte SaintMartin (que Freó deó rick Lemaíôtre llamoó hogar) para la representacioó n de dos dramas romaó nticos, La Chambre ardente por Bayard y Meó lesville y Marion de Lorme37 de Hugo. El Dr. y la Sra. Flaubert, que obviamente nutrieron, o al menos aceptaron, el entusiasmo de Gustave y no tuvieron urgencia de dejarlo cultivarse en casa. Tan pronto como aprendioó a leer, el ninñ o comenzoó a escribir, y lo que prefirioó escribir fueron obras de teatro. El saludo de Anñ o Nuevo enviado el 1 de enero de 1831 da la primera pista de ello. "Amigo, transmitireó mis discursos constitucionales políóticos y liberales", le prometioó a Ernest Chevalier, amigo íóntimo del internado de Les Andelys en el Colleè ge Royal de Rouen, pero pasando los fines de semana en la rue de Lecat con sus abuelos los Mignots. "Tambieó n te enviareó mis comedias. Si quisieras unirte para escribir, yo escribiríóa comedias y tuó , registraríóas tus suenñ os, y como hay una mujer que consulta a papaó y siempre nos habla sin sentido, lo escribireó todo." Independientemente de si Ernest registroó o no sus suenñ os, Gustave teníóa toda la intencioó n de establecerse bajo el techo de su padre como el magister ludi. Junto al saloó n habíóa una sala de billar que rara vez se usaba en un hogar con poco tiempo para juegos de interior. Esto se convirtioó en el teatro para ninñ os, y la mesa de billar oblonga hizo un escenario lo suficientemente grande para el elenco de las producciones de Gustave, que, comenzando en serio poco despueó s de su deó cimo cumpleanñ os, tuvo lugar los domingos. Asistida por la bella y pequenñ a Caroline, su factoó tum de pelo encrespado y hoyuelos en las mejillas, que memorizaba las partes, preparaba el decorado y disenñ aba disfraces, con permiso para rebuscar en el guardarropa de su madre, Gustave garabateaba. El 31 de marzo de 1832, pudo anunciar orgullosamente que su repertorio contaba con treinta obras, entre ellas una, The Pinchpenny Lover, cuyo protagonista pierde a su amante por una amiga despueó s de negar sus dones, y otra — una "farsa" — sobre preparativos en Rouen para La visita del Rey Louis-Philippe (que de hecho estaba agitando la ciudad en ese momento). Tres semanas despueó s se regocijoó con la perspectiva de que Ernest Chevalier volviera de las vacaciones de Pascua para participar en un domingo de teatro tan abundante como las "actuaciones excepcionales" que se representaron en el Theó aôtre des Arts. "¡Victoria!", Repitioó cinco veces. Habríóa cuatro trabajos en la lista, con ninguno de los cuales, pensoó , Ernest todavíóa era familiar: una obra de Scribe, otro por Berquíón, una breve Proverbe dramatique por el escritor del siglo XVIII Carmontelle, y, finalmente, de Molieè re Monsier de Pourceaugnac (mal escrito Poursognac), una obra de teatro notable, dadas las circunstancias, para retratar a los meó dicos, en una escena hilarante, como poseedores venales y adictos al galimatíóas escolaó stico y panaceas galeó nicas. "Los billetes, el teatro,. . . los boletos de 1ra, 2da y 3ra clase estaó n listos y hemos arreglado 37 Marion de Lorme es una obra de teatro en cinco actos, escrita en 1828 por Victor Hugo. Se trata de la famosa cortesana francesa de ese nombre, que vivió bajo el reinado de Luis XIII. La obra se representó por primera vez en 1831 en el Théâtre de la Porte Saint-Martin, pero luego fue prohibida por el rey Carlos X.
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los asientos de cíórculo de vestir", explicoó . "Tambieó n habraó techos y decoraciones. Tenemos el teloó n. Diez o doce personas pueden venir a vernos. Asíó que arruina tu coraje y no tengas miedo. El pequenñ o Lerond cuidaraó la puerta y su hermana tendraó un papel." Entre otros espectadores en esta ocasioó n de gala, esperaba que el tíóo y la madre de Ernest, Madame Flaubert, dos sirvientes, y “posiblemente algunos companñ eros de clase." La presencia de ciertos habitueó s que asistieron y no fueron mencionados puede haberse dado por sentado, maó s obviamente, los Le Poittevins. Caroline y Gustave estaban vinculados por lazos casi familiares con los hijos de un rico fabricante de textiles llamado Paul Le Poittevin. Cinco anñ os mayor que Gustave, Alfred Le Poittevin, que escribioó poesíóa, aplaudioó los esfuerzos literarios del ninñ o. Y Laure, que un díóa daríóa a luz a otro escritor de genios, a menudo montaba un taburete de jardíón para dar vueltas de estrellas en la mesa de billar. El teatro no era la uó nica salida para la exuberancia creativa de Gustave. Una vez que comenzoó a blandir una pluma de ganso con tinta (las plumas de metal nunca se adaptaríóan a eó l), proboó suerte en todos los geó neros. Sabemos acerca de los discursos "constitucionales liberales" que redactoó a los nueve anñ os, presumiblemente en una denuncia contra Louis-Philippe, que Achille-Cleó ophas encontroó ofensivos. Escribioó poemas, uno sobre la muerte de Luis XVI y otro llamado "Una madre". Don Quijote, del que tomoó cuidadosas notas durante los tutoriales de Peè re Mignot, le inspiroó la idea de componer "novelas" pobladas de personajes de Cervantes: Cardenio, la seducida y abandonada Dorotea, el triaó ngulo atormentado de Anselmo, Camila y Lotario. Y el historiador en el que podríóa haberse convertido aparecioó precozmente en una sinopsis del reinado de Luis XIII, dedicado a su madre. Nada de esto sobrevive excepto un breve ensayo elogiando a Corneille, que impresionoó tanto al hijo abogado de Peè re Mignot, Ameó deó e, que lo imprimioó como Trois pages d'un cahier d'écolier ("Tres paó ginas de un cuaderno para colegiales"). Se abre con disculpas por su arrogancia. "¡Oh! padre de Tragedia Francesa, para retratar necesitaraó s un Horacio, un Virgilio, un Homero. Para cantar tus alabanzas yo necesitaríóa la lira de Apolo, y si la tuviera, ¿cantaríóa en mis manos?" El poeta cuyo genio "dio lengua a los Ceó sares" es una voz que todavíóa "hace eco en toda Europa" y una luz que brilla "como el sol" en todo el mundo. "Oh Corneille", eó l apostrofa, ¡Oh, mi querido compatriota, cuaó ntas obras maestras tienes en tu cabeza! Ahora su casa estaó ocupada por un vulgar trabajador; tu estudio, que resonoó con palabras sublimes, síó, palabras que deberíóan elevarse merecidamente al cielo, ahora escucha los golpes sordos de un martillo. ¿Por queó naciste sino para humillar a los demaó s? ¿Quieó n se atreveríóa a medirse contra ti? Ninñ os, hombres maduros y barbas grises se unen para aplaudir. Tus obras se ven en todas partes como impecables. Naciste para glorificar el reinado de Luis XIV y al hacerlo inmortalizarte a ti mismo. Existe un debate acerca de quieó n posee mayor meó rito, tuó o Racine, y digo con orgullo: ¿quieó n tiene mayor meó rito, el que limpia un camino de espinas o el que luego lo llena de flores? Bueno, eres tuó quien limpioó las espinas, es decir, los problemas de la versificacioó n francesa. Corneille, tuó ganas los laureles. Te saludo.
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Despueó s de este ejercicio de alto vuelo, como Sancho Panza etiquetando a Don Quijote, hay un breve paó rrafo titulado "La belle explication de la fameuse constipation38", en el que Gustave, muy de dos mentes sobre la sublimidad y sobre eó l mismo, dirige su talento para las figuras retoó ricas a las regiones inferiores. Con evidente intereó s en esas partes femeninas de donde vino, compara el costoso "hoyo" (el trou merdarum) que no puede producir excrementos al mar que no hagan espuma y, a la mujer que no tiene hijos. Se habíóa ido, le dijo a Ernest Chevalier, de dirigirse a la posteridad para dirigirse a los posteriores. De todos modos, parece que ser un autor publicado le dio menos placer a los diez anñ os que sus hazanñ as teatrales. Se deleitoó en la experiencia de cautivar a una audiencia con un diaó logo que eó l mismo habíóa compuesto para auxiliares felices de recitarlo. A la sombra, en la mayoríóa de los sentidos, por un hermano mayor que ya estaba destinado a la escuela de medicina, se hizo, los domingos por la tarde, el encanto de todos los ojos39. La aprobacioó n es lo que eó l anhelaba, y sus brillantes mimetismos sirvieron para ese fin incluso mejor que sus retoó ricos tours de force 40. En Gustave, el oyente hechizado, habíóa renacido Gustave, el hechicero. "Si hubiera sido bien dirigido, podríóa haberme convertido en un excelente actor", se lamentoó a Chevalier algunos anñ os despueó s, cuando se enfrentoó a la temible perspectiva de elegir una carrera. "Lo sentíó en mis huesos". Y a los veinticinco anñ os, todavíóa reflexionando sobre la paradoja de que eó l mismo habríóa sido maó s genuino en el reino de la suplantacioó n, declaroó : "Diga lo que diga la gente, hay un showman en el centro de mi naturaleza. En la infancia y la juventud, mi amor por el escenario no conocíóa líómites. Podríóa haberme convertido en un gran actor si hubiera nacido maó s pobre".
A DIFERENCIA DE OTROS ninñ os privilegiados, Gustave, nacido y criado en un hospital de la ciudad, estuvo expuesto desde la primera a las dispensas maó s crueles de la vida. Anñ os despueó s debíóa observar que sus frecuentes raó fagas de bufonadas manteníóan a raya la angustia que acechaba debajo, que la desesperacioó n era su estado normal, y asíó pudo haber sido en su juventud el teatro le ofrecioó refugio en el ambiente de decrepitud. El alto y el cojo, los moribundos y los muertos, de hecho lo rodeaban, y Gustave algunas veces acompanñ aba a su padre en rondas de campo. Su habitacioó n daba al patio del hospital, donde, si el clima lo permitíóa, se movíóan las mejillas blancas entre los paó lidos invaó lidos. En el jardíón reservado para el cirujano jefe, los dos hijos menores del doctor Flaubert, Gustave y Caroline, se arriesgaban a charlar colgando de un enrejado para mirar, asombrados, a traveó s de las ventanas del anfiteatro de anatomíóa las disecciones en curso. El apartamento en síó era un recipiente poroso. Cuando cerroó los ojos, sus oíódos permanecieron alertas y los gemidos de la sala del hospital entraron por una puerta que daba al comedor familiar. Esto pudo haber sido particularmente problemaó tico en la gala de Gustave el domingo de 1832, durante una primavera marcada por la pandemia de coó lera que habíóa corrido desde India a Europa, y en toda Francia desde Marsella a Paríós. 38 estreñimiento 39 “the cynosure of all eyes” en el original. 40 Hazañas de fuerza.
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Lo que indudablemente inquietoó a los companñ eros notables del doctor Flaubert tanto como la enfermedad era la perspectiva de que desencadenara en Rouen algo asíó como la violencia que habíóa envuelto a Paríós. Cuando el coó lera atacoó la capital, tantos parisinos murieron tan raó pido que se necesitaron coches fuó nebres para transportarlos al campo de alfarero y, a su debido tiempo, se corrioó la voz entre los distritos de clase trabajadora de que la supuesta enfermedad era una mentira inventada por las autoridades empenñ adas en envenenar a los pobres en masa. Una vez que esta nocioó n ganoó credibilidad, la muchedumbre comenzoó a linchar a los desafortunados que se veíóan apoyados sobre pozos o al ralentíó fuera de las vinotecas, y "¡Al poste con los envenenadores!" Se convirtioó en una sentencia de muerte comuó nmente escuchada. "No es el pensamiento de las personas civilizadas, es el grito de los salvajes", declaroó el primer ministro Casimir Peó rier antes de que el coó lera lo convirtiera en su víóctima maó s rica. Despreciados como vagabundos en una tierra de propietarios, como borrachos en una nacioó n sobria, y como basura en un reino de aó vidos coleccionistas, el petit peuple41, la misma gente que abrazoó a Robert Macaire, teníóa alguna razoó n para temer lo impensable. Despueó s de haberse encargado de las barricadas en 1830, vieron que los orleanistas constitucionales les habíóan robado la victoria por insensibles como lo habíóan sido los legitimistas borboneses y, descargaron su ira proporcionalmente. Los sospechosos de envenenamiento fueron colgados en la rue Saint-Denis, en Halles, en el Pont d'Arcole, y en otros lugares de Paríós. Un incidente particularmente horrible ocurrioó en la rue de Vaugirard, donde dos hombres a quienes se les encontroó polvo blanco fueron asesinados. La muchedumbre, incluida una anciana que los golpeaba en la cabeza con sus zuecos de madera, les arrancaron el pelo, las narices y los labios, y exhibioó los sangrientos y desnudos torsos ante un coro de "¡Aquíó tienes coó lera morbus!" El 7 de abril, antes de que la epidemia llegara a Rouen, el Journal de Rouen deploroó esta histeria en un editorial de primera plana. "Hace tres díóas, los rumores de envenenamiento agregaron combustible a la ansiedad demasiado justificada inspirada por la presencia del coó lera en Paríós. ¡Las imaginaciones aterrorizadas raó pidamente dan creó dito al rumor sin fundamento! En su ignorancia, vayamos maó s allaó y digamos en su brutalidad, el pueblo parisino ha cometido actos tan baó rbaros como para invitar a la comparacioó n con los de las hordas maó s primitivas." Tan pronto como el coó lera se declaroó en Rouen, el rumor de envenenamiento rondoó la ciudad. El 21 de abril, un columnista habitual del Journal senñ aloó que la enfermedad se habíóa extendido con particular intensidad en Saint-Sever, un distrito pobre de la orilla izquierda, y atribuyoó el brote a "emanaciones" de la sentina industrial. Los residentes no estuvieron de acuerdo. Cuando un meó dico identificoó la zanja de aguas residuales como una fuente de infeccioó n y los instoó a drenarla, afirmaron que no habíóa coó lera, que las personas habíóan sido envenenadas. A esto siguioó una caza de brujas. Varios sospechosos de envenenamiento fueron atacados por la turba y escaparon por poco con vida. De hecho, una ciudad cuyos callejones putrefactos eran el caldo de cultivo ideal para los microbios oportunistas de todo tipo se podríóa haber esperado que sufriera peor de lo que lo hizo. El coó lera matoó a mil doscientos por díóa en Paríós, mientras que soó lo setenta y cinco habíóan sucumbido en Rouen dos semanas despueó s de que el doctor Flaubert 41 pequeño pueblo
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diagnosticara el primer caso. Pero todo estaba escrito maó s grande que la vida. Con la muerte en general, los Rouennais que podíóan pagarlo se quedaban en casa. Salvo para ver la oó pera Robert le Diable de Meyerbeer, para la cual los clientes estaban evidentemente preparados para correr riesgos mortales, el puó blico abandonoó el Theó aôtre des Arts, ignorando las garantíóas de que habíóa sido fumigado. Y en cualquier caso, las estadíósticas publicadas diariamente en el boletíón oficial no exigíóan la creencia tan faó cilmente como las cifras dictadas por el miedo. "Recuerdo que vivíóa en 1832 en medio del coó lera", escribioó Flaubert. "Una particioó n simple, que teníóa una puerta, separaba nuestro comedor de una sala de enfermos donde la gente caíóa como moscas". Coó mo la vida familiar y, la vida hospitalaria, se enredaron en el centro de la sensibilidad de Gustave, donde las divisiones no existíóan, tal vez se pueda deducir de los suenñ os que registroó en una obra autobiograó fica temprana. Uno de ellos tuvo lugar en un campo verde salpicado de flores silvestres. Caminando junto a eó l en la orilla de un ríóo estaba su madre, quien, de repente, cayoó y desaparecioó bajo el agua espumosa y ondulante. Hasta que la corriente comenzoó a fluir tranquilamente otra vez entre los juncos, no la escuchoó gritar. "Me recosteó boca abajo sobre la hierba y me inclineó para mirar. No pude ver nada; los gritos continuaron. Una fuerza invencible me ancloó en el suelo — y la escucheó gritar: ‘¡Me estoy ahogando! ¡Me estoy ahogando! ¡Ayuó dame!’ El agua seguíóa fluyendo, fluyendo transparente, y esa voz que se elevaba del lecho del ríóo me sumioó en un estado de furia y desesperacioó n". Otra pesadilla evocaba la "casa de su padre", con todo amueblado como eó l lo conocíóa, pero banñ ado en tonos sombríóos. Era de noche en la temporada de invierno. Un paisaje nevado iluminaba su habitacioó n. Acostado despierto en una cuna, de repente vio derretirse la nieve y el paisaje se volvioó rojo, como en llamas. Desde la escalera llegoó el sonido de unos pasos acompanñ ados por una raó faga de aire feó tido. La puerta se abrioó , y siete u ocho hombres descuidados, todos con la barba oscura, entraron en tropel y lo rodearon. Entre sus castanñ eantes dientes brillaban hojas de acero. Se separaron de la cortina blanca, dejando huellas sangrientas, y lo miraron sin parpadear. Miroó hacia atraó s a su vez, paralizado por el miedo al ver las caras sin paó rpados y medio desolladas de los lados abiertos de los que manaba la sangre. Despueó s de levantar su ropa de cama, que estaban empapadas en sangre, partieron el pan. Al igual que la carne, tambieó n parecíóa una hemorragia, y se rieron "con un estertor de muerte." Baste decir aquíó que la valiente cara que Flaubert demostroó maó s tarde al retratarse a síó mismo (para su amante) como maó s dura o maó s "viril" por haber visto las espantosas cosas que vio a una tierna edad es desenmascarada por su pesadilla. No con impunidad observoó al Dr. Flaubert y los estudiantes, con el bisturíó en la mano, acurrucados sobre cuerpos cortados. El ninñ o que puede haberse atrevido a darse un festíón con imaó genes prohibidas en el teatro de la vida — ¿sus padres tienen sexo? — podríóa haber esperado sufrir el castigo condicional de un padre que se convirtioó en Jack el Destripador a puertas cerradas. Hay, de hecho, mucho para sugerir que un suenñ o era una secuela punitiva para el otro, sobre todo el hecho de que Gustave asociaba el placer eroó tico con ahogamiento o amamantamiento. Anñ os maó s tarde, como resultado de un momento apasionado, comparoó el corazoó n de su enamorada, una madre unos anñ os mayor que eó l, con "una fuente inagotable" de la que le hizo tragar bocados. "Me inunda. Me penetra.
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Me ahogo en ello. ¡Oh! que hermosa era tu cabeza. . . Todo lo que podíóa hacer era mirarte."42 El tiempo finalmente contoó coó mo la brillantez literaria de Flaubert invirtioó en el acto de mirar. Lleno de peligro o impregnado de deseo, depredador o impotente, ese acto dibujaríóa líóneas que nunca se cruzaríóan en la vida y formaríóa caminos personales para su energíóa creativa.
EN 1832, el anñ o de la pestilencia y el arte esceó nico, Gustave experimentoó un importante rito de iniciacioó n. Habieó ndole dictado clases en su casa hasta los diez anñ os, un arreglo que no era inusual entre las familias burguesas, los Flaubert lo enviaron al Colleè ge royal para la escuela regular. Ingresoó a la clase de principiantes durante su uó ltimo trimestre en mayo, maó s o menos como si Charles Bovary fuera empujado por ninñ os que habíóan estado juntos desde octubre. Los registros indican que durante el siguiente anñ o escolar se convirtioó en interno, en el siguiente grado superior.43
III Días de Escuela THE COLLEÈ GE royal, la primera escuela de Gustave, habíóa ocupado las partes altas montanñ osas de la orilla derecha desde 1593, repicando horas de clase desde un campanario barroco sobre su entrada monumental. Fundado por la Companñ íóa de Jesuó s, habíóa permanecido como una institucioó n jesuita hasta 1762, cuando los partidos antagoó nicos a la orden convencieron a Luis XV para que los desterrara de Francia. Durante ese lapso, la escuela se habíóa implantado en la vida de la capital normanda. Donde Flaubert se comprometioó a aprender griego y latíón, las generaciones anteriores a eó l habíóan estudiado con clasicistas bien entrenados. En la capilla abandonada donde afirmaba ver buó hos y grajos posarse, uno de los grandes oradores de la Contrarreforma, Louis Bourdaloue, que maó s tarde predicoó en Versalles, habíóa entregado sermones del Sabbath44 por los cuales tout Rouen se reunía. No por casualidad la ciudad surgioó en el siglo XVII particularmente hospitalaria para el arte dramaó tico: las representaciones teatrales — sobre todo en latíón — fueron las que los jesuitas hicieron con ninñ os bajo su tutelaje, y muchos de la eó lite de Rouen, incluido Pierre Corneille, desarrollaron por primera vez el amor por el teatro en la escuela. 42 O nuevamente: "Cuando amo, mi sentimiento es una inundación que envuelve todo alrededor". 43 En las escuelas francesas, cuanto menor es el grado, o la forma, mayor es el número. Uno entró en la octava forma y avanzó al primero, que abarcó dos años, llamado "Retórica" y "Filosofía". 44 Sábado.
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Tampoco era sorprendente que otro famoso graduado debiera haber sido el explorador Reneó Cavelier de La Salle: la geografíóa ocupaba un lugar destacado en la agenda pedagoó gica de una hermandad que veíóa el Sena en Rouen como un víónculo no tanto con Paríós como con los oceó anos cruzados por propagadores de la fe. Ex alumnos que no exploraron el mundo ni lo evangelizaron, se unieron en una Congreó gation des Messieurs45 para recaudar fondos para misiones y otras obras piadosas. Como tantas instituciones francesas, esta tuvo su nombre cambiado por cada reó gimen políótico sucesivo. Dos aó ngeles bien emplumados con un escudo de maó rmol negro sobre la entrada presenciaron estoicamente las vicisitudes de la historia cuando el Collegium regium Rothomagense se convirtioó en una EÁ cole centrale durante la Revolucioó n, luego un Lyceó e impeó riale bajo Napoleoó n y, finalmente un restaurado Colleè ge real despueó s de Waterloo. A raíóz de la Revolucioó n de 1830 46, se tomaron medidas para separarla del trono y el altar. Una cruz que corona el campanario descendioó , junto con otros emblemas de su pasado sectario. El premio quincenal otorgado a los eruditos mejor clasificados ahora era un gallo de cobre en lugar de una flor de lis de plata. Los graduados de la EÁ cole Normale Supeó rieure reemplazaron a los jesuitas pora ensenñ ar filosofíóa a estudiantes avanzados. El bello cruce de una capilla goó tica claó sica cayoó en mal estado. Auó n asíó, los ninñ os que entraron al patio principal, o cour d'honneur, pasaron ante un gran reloj de estilo jesuita, alrededor del cual estaba pintada la inscripcioó n: Hic labor, hic ereirs musarum pendent ab horis, "Aquíó, el trabajo y el reposo de las Musas dependen de las horas." Ninguó n ninñ o normal de diez anñ os podríóa haber acogido esta advertencia, pero a un espíóritu tan intolerante de las limitaciones externas como el de Gustave, quien a menudo perdíóa la nocioó n del tiempo en trances de lectura y sonñ ar despierto, sonaba como Lascia esperanza. El reloj despiadado reinaríóa supremo, atrayendo y descuartizando el díóa, y los vigilantes monitoreaban a sus pobres sujetos en el trabajo y en el juego, en el dormitorio y en el refectorio. El principal entre ellos era el proviseur, o principal. Debajo de eó l estaba el censeur, una presencia mucho maó s palpable para los seiscientos colegiados a los que evaluaba a intervalos regulares. Responsable del bienestar moral y material de la comunidad, el subdirector se ocupoó de sus levantamientos y retiros, de la comida que comíóan, de la ropa que vestíóan, de las imaó genes que podríóa haber contrabandeado, de los libros que leíóa en clase o a escondidas. Idealmente, no se le escapaba nada que no se aferrara a una conducta adecuada. Sus ojos de Argos47 eran los custodios conocidos como maîtres d'étude48, que vigilaban la sala de estudio, apagaban las laó mparas de aceite a la hora de acostarse y 45 Congregación de Caballeros. 46 La Revolución de 1830 fue un proceso revolucionario que comenzó en París, Francia, con la denominada Revolución de Julio o las Tres Gloriosas (Trois Glorieuses) jornadas revolucionarias de París que llevaron al trono a Luis Felipe I de Francia y abrieron el periodo conocido como Monarquía de Julio. Se extendió por buena parte del continente europeo, especialmente en Bélgica, que obtuvo la independencia frente a Holanda; Alemania e Italia, donde se identifica con movimientos de tipo nacionalista unificador; Polonia y el Imperio austríaco, donde se identifica con movimientos de tipo nacionalista disgregador. 47En la mitología griega, Argos Panoptes (Άργος Πανοπτης, Argos ‘de todos los ojos’) era un gigante con cien ojos. Era por tanto un guardián muy efectivo, pues solo algunos de sus ojos dormían en cada momento, habiendo siempre varios otros aún despiertos. Era un fiel sirviente de Hera. 48 maestros de estudio
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las volvíóan a encender al amanecer, cuando comenzaba el largo díóa escolar. Ese díóa podríóa durar quince horas. Una vez a la semana, Gustave se uníóa a otros companñ eros internos en una caminata ordenada por la angosta rue du Maulevrier hacia el lugar de Saint-Ouen y las calles vecinas o hacia el alto de las colinas en el campo que rodea la Cimetieè re de la Jatte. Guiados por sus maestros, llevaban pequenñ os sombreros redondos para la excursioó n, chaquetas azul real con una insignia de dos grandes ramas inscritas en botones de metal amarillo, y chalecos cortados de la misma tela. Como evocador del Antiguo Reó gimen como su reloj sentencioso, estaban el curriculum y el meó todo pedagoó gico de la escuela, que se asemejaba a la ratio studiorum49 de los jesuitas lo bastante como para tranquilizar a un cleó rigo del siglo XVII. A pesar de la eó tica secularizante de Francia despueó s de 1830, los ninñ os recibieron instruccioó n religiosa durante la escuela secundaria. En el octavo grado aprendieron la historia del Antiguo Testamento, y procedieron hacia arriba, en seó ptimo grado, al Nuevo Testamento. Desempenñ ando un papel maó s modesto que anteriormente, el capellaó n les hizo memorizar el catecismo diocesano, pero a medida que se acercaba la Comunioó n, los ninñ os se convirtieron en su audiencia cautiva en la misa cada jueves por la manñ ana para conferencias sobre principios cristianos, sin concesiones al hijo de un doctor volteriano. A partir de entonces, el estudio de la Biblia fue administrado por la facultad laica en griego y latíón. La clase podríóa abrirse con una oracioó n recitada por el maestro y la recitacioó n de dos versíóculos de los Hechos de los Apoó stoles y otros dos aprendidos el díóa anterior. Al ser llamados a equilibrar la Roma claó sica contra la iglesia, los muchachos a menudo memorizaríóan un paó rrafo de Ciceroó n y un pasaje de las oraciones fuó nebres de Bossuet, Fleó chier u otro gran retoó rico eclesiaó stico del siglo XVII. El hecho de que el versíóculo apostoó lico se presentara a los antiguos universitarios bajo la eó gida de las letras claó sicas refleja no tanto la firmeza de mantener la fe en la doctrina cristiana como el prestigio cuasi-religioso conferido a la latinidad. Debe haberle quedado claro a Gustave desde el principio que todas sus otras asignaturas — historia de la Biblia, gramaó tica francesa, geografíóa, aritmeó tica, escritura a mano — seguíóan a la gramaó tica latina como paó ginas posteriores a un príóncipe. En cualquier caso, quedoó muy claro cuando entroó en el sexto grado a la edad de once anñ os. Manñ anas enteras estaríóan dedicadas a textos como De viris illustribus urbis romae (Sobre hombres ilustres de la ciudad de Roma). El programa claó sico abarcaba la geografíóa, en la que Gustave se familiarizoó con los mapas del mundo antiguo, y la composicioó n, para la cual se extrajeron temas prescritos de la mitologíóa. El uó nico autor franceó s que leyoó fue La Fontaine, que calificoó para un pasaporte al aparecer en companñ íóa del fabulador romano Fedro50. Si su viejo amigo Alfred Le Poittevin hubiese levantado a Gustave por encima del travesanñ o del sexto grado, habríóa visto un futuro lleno de nombres griegos y latinos: Ciceroó n, Salustio, Cornelio Nepote, Quintiliano, Horacio, Luciano, Tito Livio, Virgilio, 49 sistema de aprendizaje 50Cayo o Gayo Julio Fedro a (ca. 15 a. C.-ca. 70) fue un fabulista romano. Fedro fue un esclavo originario de Macedonia. Recibió la libertad de manos de Augusto y desarrolló su actividad literaria durante los reinados de Tiberio, Calígula y Claudio. Publicó en cinco libros su colección de fábulas latinas en verso. Muchos de los temas de estas composiciones están tomados de Esopo; otros, sin embargo, proceden de su experiencia personal o se inspiran en la sociedad de su época.
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Ovidio, Taó cito, Plutarco. Tambieó n habríóa visto plumas de ganso en la sala de estudio de la divisioó n superior que trabajaban siete horas y media al díóa en las tareas de mandaríón requeridas para los candidatos al grado de bachillerato 51. Los joó venes compusieron discursos en latíón y versos latinos (con un diccionario de mano llamado Gradus ad Parnassum, o el paso hacia el Parnaso). Hicieron traducciones del latíón al franceó s (version) y del franceó s al latíón (thème). Durante la deó cada de 1830, su carga se hizo maó s pesada con ensayos sobre la antigua Roma, asignados por un erudito de gran promesa intelectual cuyo mentor en la EÁ cole Normale Supeó rieure habíóa sido el historiador preeminente de Francia, Jules Michelet. Esta disciplina hermeó tica puede parecer tan ajena a la Francia burguesa como la peluca52 de Luis XIV, pero, de hecho, cuanto maó s moó vil y adquisitiva se volvíóa la sociedad francesa, maó s fuerte era el atractivo de tales disciplinas tanto para sus elementos conservadores como para el nuevo anhelo de dinero53 despueó s de una paó tina instantaó nea. La cultura ya no mereceríóa su nombre cuando se ocupa de lo cotidiano o lo praó ctico; fue désintéressée — desinteresado, o impersonal. Levantoó a su propietario por encima de la naturaleza; establecioó una distancia interna que garantizaba su virtud; forjoó una esencia impermeable al motivo; y santificoó el poder. Mientras los zafios se dejaban influir por el oportunismo, la avaricia o la lujuria, los hombres criados en lo antiguo idealmente hablaríóan desde fuera, su educacioó n los ubicaríóa allíó. Un historiador de la pedagogíóa francesa explica coó mo funcionoó esta "clasicidad": Escribir una oracioó n era poner palabras nobles en la boca de grandes personajes. Maximiliano le escribe a Diocleciano imploraó ndole que no renuncie al Imperio, Francisco I a Carlos V quejaó ndose de su encarcelamiento, etceó tera. El sujeto que habloó siempre fue grande: rey o emperador, santo, sabio o poeta. ¿Y queó dijo uno de estos personajes? Sin duda, nada podríóa haber sucedido que oíór en la vida cotidiana, sino, maó s bien, aforismos robustos. Como en Corneille y Bossuet — que se convirtieron en claó sicos por esta misma razoó n — uno exhalaba solo grandes sentimientos. "¡Queó almas puras y virtuosas!", exclama Villemain. Estos príóncipes son ajenos a las razones de estado, los celos, el enganñ o. . . . Honor, dignidad, nobleza, virtud, coraje, sacrificio, repudio del mundo: en estas cumbres heroicas, la generosidad era el aire que uno respiraba.
A lo largo del siglo, la retoó rica coronoó el curríóculum acadeó mico. Las escuelas otorgaban altos honores a aquellos que habíóan escrito las oraciones maó s elocuentes y lo hacíóan en un idioma muerto. Para que los alumnos no descubran ejemplos de bajeza en, digamos, Ovidio o Taó cito, los pedagogos expurgaron el original o escribieron para los antiguos una literatura que se ajustaba a su propia misioó n edificadora (De viris illustribus urbis romae era una de esas antiguë edades falsas). Como lo habíóa hecho bajo el Antiguo Reó gimen y durante la Revolucioó n Francesa, cuando los Jacobinos invocaron a griegos y romanos valiosos, el latíón sirvioó para entronizar la virtud en la historia y restablecer, en teó rminos seculares, una dispensacioó n de la cual la humanidad habíóa caíódo. Era la premisa de la retoó rica que un ninñ o que "poníóa palabras nobles en la boca 51baccalaureate en el original. 52periwig en el original. 53Debe entenderse como nuevos ricos.
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de grandes personajes" anñ o tras anñ o, en virtud de este ejercicio histrioó nico, se trascendíóa a síó mismo, para asíó exorcizar a la ninñ ez misma; la antiguë edad representaba un modelo externo, pero un modelo externo que los elegidos de la sociedad podríóan internalizar. "Real y serio hasta el nuó cleo" es coó mo un primer ministro de la deó cada de 1830, François Guizot, elogioó a otro, Casimir Peó rier, como si estuviese defendiendo su entierro en el Panteoó n. Fue Guizot quien declaroó en otra ocasioó n que los hombres sin latíón eran "intelectuales advenedizos". Cualesquiera que fueran las cualidades de un industrial o comerciante exitoso, permanecíóa en la casta inferior por carecer de la musculatura objetiva desarrollada en la retoó rica progymnaó stica 54. "Nuestra burguesíóa, incluso los miembros maó s humildes de ella, aprecia mucho el latíón y el griego", escribioó un candidato a las elecciones al Consejo Superior de Instruccioó n Puó blica dos generaciones despueó s. "Ellos son la insignia de una verdadera educacioó n escolar superior". Si [esas escuelas] alguna vez las abandonan, la burguesíóa repararaó las instituciones de la Iglesia. ¿Coó mo puede uno hacer entender a los que aceptan esta mutilacioó n del curríóculum que una casa en la que uno aprende solamente franceó s no difiere significativamente de la escuela primaria? "El latíón separaba no solo a las clases altas de las inferiores (la matríócula anual en el Colleè ge royal era 750 francos, el ingreso anual entero de un trabajador textil) sino tambieó n, los hombres de los muchachos. El griego marcoó la distincioó n auó n maó s enfaó ticamente. Un importante cuerpo de opinioó n sostuvo, como lo hizo Thomas Macaulay en su Historia de Inglaterra, que una era carente de estadistas eminentes que podíóan leer a Soó focles y Platoó n con gozo era una era en decadencia. Nadie abordoó este tema maó s directamente que un influyente obispo del siglo diecinueve llamado Feó lix Dupanloup, en cuyas declaraciones el latíón es la base para crear mentes y almas superiores. "Los ninñ os piensan, imaginan, sienten, escriben nunca maó s vigorosamente que en latíón y, lo que es maó s, en verso latino", afirmoó . Desterrados de su lengua materna, "que hablan mal", los joó venes en bruto son guiados por una mano muerta hacia los Campos Elíóseos, "donde no encuentran a nadie maó s que hombres genios y conocen solo el lenguaje de Ciceroó n, Virgilio, Platoó n, Homero". Su expatriacioó n linguë íóstica, escribioó , redundoó en provecho de la propia Francia, con la elevada mentalidad adquirida durante su estancia en la antiguë edad ennobleciendo la lengua vernaó cula. Dupanloup, aficionado a la metaó fora contenida en la culture, que significa tanto la cultura intelectual como la labranza, prescribioó el estudio de las lenguas claó sicas como un ejercicio devocional o una disciplina estoica: El objetivo de todo esto es alcanzar no la palabra vana y banal, sino la palabra verdadera. . . Para hacer eso, la palabra primitiva, natural y vulgar debe ser rota e injertada; a traveó s del arte, a traveó s del arte verdadero, a traveó s de la verdadera cultura y la gran educacioó n, se le debe dar una especie de nueva forma, maó s noble y maó s elevada. La maó xima de Virgilio debe aplicarse al suelo de la mente. Et qui proscisso quae suscitat aequore terga / Rursus en
54“La retórica tiene tres niveles: por un lado tenemos el Progymnástico, que se refiere a los manuales que se usaban en la escuela para enseñar retórica. Estos textos son descriptivos, sugieren determinados ejercicios, definen conceptos y marcan lo que es la oratoria de lo que no es” Antología de la estética en México, siglo XX. Editado por María Rosa Palazón Mayoral.
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Flaubert: Una vida — Frederick Brown obliquum verso perrumpit aratro [Mucho sirve, tambieó n, el que hace girar su arado / Y otra vez se rompe transversalmente a traveó s de las crestas que levantoó ].
Al igual que el prelado que consagroó una nueva iglesia esparciendo cenizas en el suelo y trazando los alfabetos griego y latino en ellas, Dupanloup declaroó que los lycées claó sicos y collèges son escuelas de derecho divino. "Las clases dominantes siempre seraó n las clases dominantes porque saben latíón". Hasta los uó ltimos anñ os de la Restauracioó n, las letras claó sicas teníóan un dominio casi absoluto en Rouen, como lo hicieron en las cuarenta y una escuelas universitarias reales; el franceó s apenas si figuraba en la lista de temas por los que se otorgaron premios en el comienzo de agosto de cada anñ o. Despueó s de 1830, el gobierno, apaciguando a sus constituyentes liberales, permitioó cautelosamente que el mundo moderno se infiltrara en el plan de estudios. Tan desconcertado como debioó de estarlo por la zanfona que regularmente arrancaba la "Marsellesa" en la rue Maulevrier, el profesor Magnier, un clasicista intransigente cuyo mantra era Le beau est la splendeur du vrai ("Lo bello es el resplandor de la verdad," de Plotino 55), sin duda estaba mucho maó s molesto por el decreto ministerial que reservoó los maó s altos honores filosoó ficos en el uó ltimo anñ o para un ensayo franceó s en lugar de uno latino. Este movimiento abrioó la puerta un poco, y otros plebeyos marginados entraron. La facultad joven se sintioó maó s libre de presentar autores franceses que ademaó s eran del siglo XVII junto con el latíón y ensenñ ar composicioó n francesa (narracioó n), incluso antes de convertirse en un ejercicio sancionado en segunda forma. La historia, que habíóa sido criticada poco despueó s por un reó gimen empenñ ado en ocultar a la Francia revolucionaria bajo un manto de lirios blancos, recuperoó su dignidad. Las matemaó ticas y la fíósica se levantaron de la tumba a la cual los funcionarios de la Restauracioó n habíóan consignado toda la ciencia. Y a mediados de la secundaria, los estudiantes comenzaron a aprender obligatoriamente elementos de un idioma extranjero — ingleó s o alemaó n — en cursos que los reuníóan una vez a la semana. Al ser bastante míónimo a excepcioó n de la historia, estas adiciones no equivalen a nada como la verdadera reforma. Los Rouennais, que teníóa una visioó n utilitarista de las perspectivas de sus hijos, consideraron que la toga virilis56 que cubrioó el plan de estudios antes de 1830 todavíóa la envolvíóa diez anñ os despueó s. Muchos rechazaron el Colleè ge Royal por establecimientos privados que ofrecíóan una educacioó n maó s adecuada para el mundo mercantil. Otros insistieron en que su escuela estatal negocie con las realidades del siglo XIX. Tíópico de este uó ltimo era una carta firmada por los autoproclamados pères de famille, ansiosos de que se ensenñ ara italiano en el collège. "Se cree ampliamente en la actualidad", solicitaron al ministro de educacioó n, "que los idiomas antiguos no deberíóan constituir el principio y el fin de la erudicioó n de un joven y que el estudio de las ciencias y lenguas vivas es esencial para cualquier buena educacioó n. Sin embargo, lo que puede ser una caracteríóstica electiva del curríóculo en cualquier otro lugar, es un componente central en las ciudades industriales, donde la mayoríóa de los graduados abrazaraó n las carreras comerciales. En cuanto al italiano, existen razones comerciales y literarias para incluir un lenguaje rico en textos claó sicos 55Plotino (en griego, Πλωτίνος; en latín, Plotinus; 205-270) fue un filósofo griego neoplatónico, autor de las Enéadas (Ἐννεάδες; en latín, Enneades). 56Toga viril.
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y hablados en el mundo cotidiano. No hace falta decir que las escuelas colegiales reales se beneficiaríóan materialmente de una mayor receptividad a las necesidades intelectuales de las poblaciones en medio de las cuales estaó n situadas." Las esperanzas enardecidas por la aparente concesioó n del oficialismo se extinguieron al menos a medias en agosto de 1840, cuando el gobierno dictaminoó que los meó todos probados y verdaderos utilizados en los cursos de griego y latíón deberíóan aplicarse a aquellos en ingleó s, alemaó n e italiano. Por lo tanto, la mayoríóa de los hombres joó venes acicalados por el libro y la pluma para ser notables en el futuro permanecieron monolinguë es, a diferencia de las mujeres joó venes, que, como Caroline Flaubert, a menudo recibíóan instruccioó n de institutrices extranjeras. Para esta uó ltima, hablar una u otra de las lenguas modernas fue un logro adecuado. Si los descontentos pères de famille se hubieran preocupado tanto por las condiciones fíósicas de vida de los internos como por el plan de estudios, habríóan tenido abundante material para otro agravio. Atraó s quedaron los tambores que definíóan las horas de clase, las espadas y los ejercicios que identificaban a los lyceó es napoleoó nicos como guarderíóas de un estado militar; sin embargo, los estudiantes bajo Louis-Philippe continuaron soportando las dificultades de los soldados en vivac. Encerrados todo el díóa, a excepcioó n de una hora de "recreacioó n", que generalmente se gastaba haciendo amigos y enemigos, nunca eran libres para correr salvajemente. No fue hasta el Díóa de Todos los Santos, el 1 de noviembre, que las habitaciones se calentaron, e incluso entonces la administracioó n escatimoó en lenñ a. Permanecer despierto en la sala de estudio durante el invierno significaba luchar contra el fríóo que inevitablemente ganaba. Aunque Gustave, cuando crecioó maó s que la mayoríóa de los chicos de su edad, les hizo creer que descendíóa de los rovers vikingos, su imaginacioó n llegoó a abrazar a un soleado Levante rodeado por un mar líómpido. El lavado no ocupaba un lugar destacado en la rutina diaria de los internos, y aquellos con narices sensibles sufríóan auó n maó s por los malos olores que por el sabanñ oó n. Nada habíóa cambiado desde los díóas de escuela de Balzac en el Colleè ge Vendoô me, donde cada habitacioó n apestaba a lo que en Louis Lambert57 llama "intramural humus". Habíóa una fuente en el patio para salpicar la cara, cerca de un orinal cerrado, pero el cuerpo estudiantil se banñ aba una vez por trimestre en promedio, y en las mejores circunstancias se limpiaba los pies cada quince díóas, sin el beneficio de jaboó n o estríógilas 58. La arena se acumuloó bajo los pies mientras las mujeres trataban en vano de barrer los pisos. La comida que se contrabandeoó del comedor, eventualmente traicionoó su presencia en nichos secretos por todo el dormitorio. Los adolescentes que viven privados de placer sensual (por lo que compensaron con mucha masturbacioó n y fumar cigarrillos en el urinario) convirtieron a la escuela universitaria en un polvoríón que deseaba solo una privacioó n maó s o una chispa políótica del mundo exterior para explotar. En 1819, cuando los resurgentes liberales y ultra realistas se enfrentaron con las dagas desenvainadas, estalloó la guerra civil en tres eó lites de los liceos de Paríós. En 1831, poco antes de que Gustave ingresara en el Colleè ge 57Louis Lambert es una novela escrita en 1832 por el novelista y dramaturgo francés Honoré de Balzac (1799–1850), perteneciente a la sección Estudios filosóficos de la serie de novelas La comedia humana. Ambientada principalmente en una escuela en Vendôme, la novela examina la vida y las teorías de un niño prodigio fascinado por el filósofo sueco Emanuel Swedenborg (1688–1772). 58Histórico: en Grecia y Roma raspador de cuerpo (body scraper).
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Royal, los estudiantes que se habíóan atrincherado en dormitorios para impugnar la expulsioó n de cuarenta y siete companñ eros de clase fueron ahuyentados con mangueras de agua. Tales motines en toda regla (que en Rouen pueden haber comenzado como una protesta contra los ejercicios militares reinstituidos brevemente despueó s de la Revolucioó n de Julio) ocurrieron, por supuesto, con mucha menos frecuencia que las infracciones individuales. Pero, sea cual sea la forma que tomoó , la insubordinacioó n no quedoó impune. La escuela teníóa una celda de detencioó n en la que encerraba a cualquier persona culpable de grandes danñ os. Para ofensas menores, el profesor asignaba al chivo expiatorio un pensum, o tarea, y lo hacíóa pasar tiempo libre copiando y volviendo a copiar los aforismos latinos. Maó s tarde, Flaubert, cuando no estaba execrando a la escuela universitaria o recordaó ndola con nostalgia, fue capaz de entender el internado como el primer episodio de una croó nica de internamientos. Desde esa perspectiva posterior, tambieó n habríóa visto que la camaraderíóa que compartíóa con Ernest Chevalier presagiaba la sucesioó n de lazos fraternales a los que se aferroó a lo largo de los anñ os como un naó ufrago agarrado a una cuerda de salvamento. Las cartas intercambiadas por los dos muchachos durante las vacaciones muestran a Gustave tratando de alcanzar el amor, el consuelo y el companñ erismo. "Estamos unidos por el amor fraternal, por asíó decirlo", declaroó en 1832, a la edad de diez anñ os, aseguraó ndole a Ernest que esto no era solo fanfarronada. "Síó, yo, que tengo sentimientos fuertes, caminaríóa mil leguas si fuera necesario para reunirme con el mejor de mis amigos, porque nada es tan dulce como la amistad. ¡Oh, dulce amistad! ¿Coó mo sobreviviríóamos sin ella?" En una carta enviada por Nogent al anñ o siguiente y firmada" Tuyo hasta la muerte," le informoó a Ernest que un aprendiz de su tíóo Parain, el orfebre, le habíóa hecho un sello que uníóa sus dos nombres. Nunca Werther59 habíóa carecido de Charlotte o Adolphe 60 de Elleó nore, en ese sentido, Gustave se sentíóa maó s vacíóo en ausencia de Ernest, y el Dr. Flaubert, un padre 59Las penas del joven Werther, que también ha sido titulada con múltiples nombres, entre los que cabe mencionar Las desventuras del joven Werther, Las penas del joven Werther, Los sufrimientos del joven Werther, o simplemente El joven Werther (en alemán, Die Leiden des jungen Werthers), es una novela epistolar semiautobiográfica de Johann Wolfgang von Goethe, publicada en 1774. La escena principal muestra fundamentalmente la traducción alemana de Goethe de una porción del ciclo de poemas Ossian que, aunque originalmente se consideraban traducciones de obras antiguas, posteriormente se descubrió que habían sido escritos por James Macpherson. Werther es una novela importante del movimiento Sturm und Drang en la literatura alemana. Es uno de los pocos trabajos de este movimiento que Goethe escribió antes de que, junto a Friedrich von Schiller, comenzara el movimiento Weimar. También influyó en la literatura del Romanticismo que siguió a este movimiento. El libro hizo que Goethe se convirtiera en una de las primeras celebridades literarias. Hacia el fin de su vida, viajar a Weimar y visitar al maestro era un ritual para muchos jóvenes que viajaban a Europa. Muchos de los que lo visitaban, sólo habían leído ese libro, entre todos los que él había escrito. 60Adolphe, anécdota encontrada en los papeles de un desconocido, luego publicada, es una novela de Benjamin Constant publicada en 1816. Adolphe cuenta la inexorable descomposición de una relación romántica. Después de seducir a Ellenore más por vanidad que por amor, Adolphe no rompe ni ama. Su indecisión, entre la sinceridad y la mala fe, y una especie de sadismo mezclado con compasión, precipitarán la carrera al abismo de esta pareja fatal. Escapó como si accidentalmente de la pluma de Constant se entretuviera con sus problemas emocionales con Charlotte de Hardenberg y Madame de Staël (es una cierta concepción de la génesis del texto), Adolphe es una obra maestra de la novela analítica: una "historia bastante verdadera de la miseria del corazón humano."
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normalmente indulgente, maó s de una vez tuvo que negarse a permitirle visitar Les Andelys. Si fuera solo por eó l, escribioó Gustave en septiembre de 1833, al instante se reservaríóa un asiento en la diligencia, pero la idea habíóa sido vetada (en otras ocasiones los Flaubert visitaron a los Chevaliers en conjunto, y Gustave pasaríóa varias vacaciones de Pascua con Ernest). "El hombre propone y Dios dispone, como dice M. Delamier hacia el final de la uó ltima escena de la obra Le romantisme empêche tout.61" Ya un corresponsal inspirado, Gustave mantuvo la cuenta de las cartas enviadas y recibidas, reganñ ando al amado amigo que no siempre devuelve su moneda en igual medida. "Aquíó escribíó dos cartas y tuó respondiste con una, y no con una extensa". Su avidez de confidencias gravaba a un servicio postal que entregaba correo varias veces al díóa, incluido el domingo. Como era de esperar, los amigotes pre pubescentes se dedicaron al irreverente humor del banñ o. Lo que queda de la correspondencia temprana de Gustave (casi todas las cartas de Chevalier han desaparecido) sugiere que hubo muchas risitas sobre el posterior, sus funciones y verguë enzas. Le hizo cosquillas al saber, por ejemplo, que el estudiante de un reconocido pintor regional llamado Eustache-Hyacinthe Langlois (eó l mismo un antiguo aprendiz de Jacques-Louis David) casi se habíóa encontrado con un desastre en el privado de su maestro. "Tan pronto como colocoó las mejillas en el asiento, se agrietoó , y si no se hubiera agarrado bien, habríóa caíódo en el excremento del Peè re Langlois." Que este joven se hizo pasar por el sobrenombre de "Jesuó s" hizo que su percance casi todo el maó s divertido. Las asociaciones de escatoloó gicas fueron, de hecho, a menudo visitadas sobre Cristo. La irreverencia que cultivaron, auó n maó s exuberantemente, mostrada en un precoz desdeó n por los rituales, las convenciones sociales, por los clicheó s y las ideas recibidas. El mensaje del Díóa de Anñ o Nuevo a Ernest en 1832 fue, el que eó l, tambieó n encontroó "estuó pido" el díóa de Anñ o Nuevo. Hacer de padrino de un segundo primo en Nogent no le dio creó dito hasta que negoó el honor con afirmaciones a Ernest que habíóa recitado una Ave Maríóa y un Padre Nuestro casi inaudible y, en general, habíóa cometido un error al bautizar a su "pobre" ahijado. Pero, sobre todo, ser poco convencional requeríóa que burgueses privilegiados como eó l difamaran a su benefactor real, y Gustave, que repitioó lo que el Dr. Flaubert o amigos de la familia decíóan en casa, se unioó al coro de burla que se hizo oíór cuando el rey pagoó a Rouen una visita oficial el 9 de septiembre de 1833. En los preparativos para este evento de senñ al, los funcionarios de la ciudad no escatimaron gastos. Hubo desfiles y fuegos artificiales. Hubo un concierto de la oó pera coó mica Fra Diavolo de Auber y Scribe en el Theó aôtre des Arts, donde nuevos candelabros iluminaron los rincones oscuros de la gran sala. Espectadores en una baile de suscripcioó n hicieron cola media milla cuesta arriba, hasta los burdeles en la rue de la Cicogne, por el placer de ver a M. Ernest Delamarre, un rico comerciante, bailar con la princesa Clementine, y Nemours, el hijo del rey, escudero de Mlle Josephine Teste. Hubo otras festividades, todas menos una de las cuales Gustave evitoó . "Louis-Philippe y su familia estaó n ahora en la ciudad del nacimiento de Corneille", se burloó de Ernest. "Queó estuó pidas son las personas, queó tontas. . . . Imagíónense corriendo por un rey, votando treinta mil francos por celebraciones, importando muó sicos de Paríós por tres mil quinientos francos, ¿teniendo problemas para queó ? ¡por un rey! De pie 5½ horas en líónea ¿para queó ? ¡por 61El romanticismo lo previene todo.
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un rey! ¡Ah, queó tontas pueden ser las personas!!! Yo mismo no vi nada, ni la revisioó n militar, ni la llegada del rey, ni de las princesas, ni de los príóncipes. Saqueó mi nariz de los fuegos artificiales, solo porque me molestaban." Con el paso del tiempo, se agradaríóa gustosamente por un emperador cuyo tíótulo de grandeza imperial era bastante maó s cuestionable que el reinado de Luis Felipe. Aun asíó, nunca abandonoó sus pocas visiones subversivas, de síó mismo y de un alma gemela unida contra el mundo filisteo, marcando cartas con un sello comuó n y firmando trabajos con una pluma comuó n. Gustave propuso que eó l y Ernest formen una "asociacioó n" para escribir una cosa y otra, ya sean comedias, historias o suenñ os. Los dos eran, como eó l lo vio a los doce anñ os, "hijos de la literatura", nacidos en un escenario de fieltro verde por alguó n destino excepcional. Debido a las vacaciones escolares tuvieron que interrumpir esta companñ íóa, a pesar que se anticiparon fervientemente, trajeron una sensacioó n de peó rdida. Y los pensamientos que escoltaron a Ernest alrededor de la escuela, continuaron buscaó ndolo desde donde los Flaubert llevaron a Gustave durante el receso de verano: Deó ville, Nogent, Fontainebleau, Paríós, Versalles, la costa del Canal. Emocionado por un melodrama sangriento en el teatro Porte Saint-Martin, no podíóa esperar a una reunioó n en el Hoô tel-Dieu o el collège para describir los siete asesinatos en el mismo. Mientras pescaba con su padre en un estanque en la propiedad de Flaubert a las afueras de Nogent, se divirtioó enormemente, "como hubieras hecho", escribioó , "si hubieras estado allíó". Recolectando conchas marinas en Trouville en agosto de 1834, donde los mares tormentosos y la bruma el cielo hizo un espectaó culo asombroso, salvoó los elegidos para su "amigo de amigos", a quien siempre tuvo en mente. "Regresa, vuelve, vida de mi vida, alma de mi alma, porque me gustaríóa volver a componer con el amigo Ernest. . . Las vacaciones seríóan el doble de buenas, y no imagines que esteó exagerando cuando digo que encontraríóa la vida insíópida si no vienes. Esa es la verdad absoluta." La verdad absoluta estaba en alguó n lugar entre "el doble de bueno" e "insíópido". En Deó ville, caminando por las rutas rurales con un Terranova llamado Neó o y jugando con su querida hermana, no languidecioó . Tampoco se sintioó desolado en Trouville, que figuraríóa tan importante en su juventud como Cabourg en Marcel Proust. Esta aldea a quince kiloó metros de la Coô te de Graô ce de Honfleur se menciona por primera vez en la carta de 1834 a Ernest, anñ os antes de que se convirtiera en un centro turíóstico de moda para burgueses adinerados atraíódos, entre otras cosas, por las bellas imaó genes de Charles Mozin en el Saloó n anual, y anñ os antes de que los banñ os oceaó nicos se convirtieran en un placer imaginable. Los Flaubert viajaron en varios carruajes muy cargados a traveó s de Pont l'Eveô que, una corta distancia tierra adentro, donde visitaron a parientes e inspeccionaron sus granjas. Siguiendo el ríóo Touques hacia el norte hasta su confluencia con el mar, dejaron sus vehíóculos justo a las afueras de Trouville, un pueblo de pescadores encaramado en el flanco de un acantilado que se inclinaba abruptamente hacia la corriente de marea. Un sendero de sirga y un angosto muelle corríóan a lo largo de eó l hasta llegar a un promontorio de nariz puntiaguda que se adentraba en el Canal. Hacia el este, donde las villas y los hoteles estaríóan un díóa lado a lado frente a un malecoó n, habíóa una playa príóstina que se extendíóa varios kiloó metros hacia otro risco llamado Les Roches Noires. Hacia el oeste, maó s allaó de los Touques, donde las personas podíóan vadear a caballo durante la marea baja si teníóan negocios en una pequenñ a aldea llamada Dosville o eran propietarias de una de las diez granjas 46
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situadas en los alrededores, habíóa praderas pantanosas buenas principalmente para pastorear ganado. Bajo Napoleoó n III, Dosville se metamorfosearíóa en Deauville. No fue sino hasta finales de la deó cada de 1840, cuando los transbordadores impulsados por vapor con nombres como La Reine des Plages, L'Hirondelle y La Gazelle comenzaron a operar entre Le Havre y Trouville que los vacacionistas visitaron durante un fin de semana o un díóa. Los veraneantes vinieron a visitar y se quedaron en las pocas posadas disponibles. Una pensioó n de bajo costo administrada por una mujer conocida como la meè re Ozerais era el domicilio favorito de los pintores que seguíóan los pasos de Charles Mozin. Otros, incluidos los Flaubert, alquilaron habitaciones de Louis-Victor David y su esposa, la meè re David, en el Auberge de l'Agneau d'Or en el muelle. Conocida por su cocina, que la recomendoó poderosamente a un colegial enfermo de comida institucional, la meè re David cortoó una figura tan pintoresca en su cofia de encaje como su esposo con su gorro de lana con borlas. Mientras atendíóa a los invitados, LouisVictor hizo el papel de Maíôtre Jacques, mejorando su sustento por cualquier medio en una comunidad que difíócilmente podríóa imaginar tiempos proó speros. Cuando terminoó de servir como indicador de la captura diaria de la flota pesquera, se convirtioó en el empleado del pueblo registrando nacimientos y muertes. Bajo Napoleoó n, los terratenientes conocedores de su servicio en el Gran Ejeó rcito lo nombraron gardechampêtre, o policíóa rural, y cinco anñ os despueó s acordaron despedirlo por negligencia en el cumplimiento del deber. Esta decepcioó n aparentemente no se llevoó a cabo contra Louis-Victor, porque el afable hombre que saludoó al Dr. Flaubert y su familia en 1834 lo hizo no solo como el principal posadero de Trouville sino como el vicealcalde de la aldea. Despueó s de haber tomado lecciones en la escuela de natacioó n de M. Fessart en Rouen, Gustave florecioó en Trouville. Sin desanimarse por un ahogamiento que ocurrioó durante sus primeros díóas allíó, parecíóa haber encontrado su verdadero elemento y nadar con fuerza y resistencia. El esfuerzo fíósico en la tierra lo repelioó , siempre lo haríóa. Pero en el mar, este muchacho ligeramente mareado que se irritaba por las reglas y los líómites se movíóa como un joven tritoó n. Las manñ anas se gastaban en la playa de arena, si el clima lo permitíóa. Por la tarde, la familia, acompanñ ada por la institutriz inglesa de Caroline, a menudo subíóa en burro por encima de Roches Noires, a traveó s de colinas y desfiladeros, donde enormes extensiones resplandecientes del Canal aparecíóan a traveó s de las zarzas que bordeaban la carretera. Otros parques infantiles eran las dunas de Dosville, maó s allaó de Touques, que se alzaban entre un gran pantano ovalado que extranñ amente prefiguraba el hipoó dromo destinado a hacer famosa a Deauville y una playa que abundaba en pequenñ as criaturas que se lavaban desde las profundidades. En díóas excesivamente calurosos, la familia se quedaba en sus habitaciones. "El deslumbrante brillo sin barras de luz embistioó a traveó s de las persianas", recordoó . "No hay ruido en el pueblo. Nadie en la calle de abajo. Este silencio envolvente magnificoó la quietud de las cosas. En alguó n lugar a lo lejos, se escucharon martillos golpeando tapones en los cascos, y una brisa sofocante arrojoó hacia nosotros el olor a alquitraó n." Pero cuando los pescadores regresaron hacia la noche, todos se dirigieron a los muelles para ver los barcos que se acercaban a Trouville con las velas desplegadas. La captura llegoó a la costa en cestas y carretillas llenas alineadas en el muelle. Cuando el verano llegoó a su fin en 1834, Gustave se dirigioó a su casa nuevamente, preguntaó ndose coó mo las vacaciones anticipadas tan ansiosamente dos meses antes 47
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entre los bravos, el latoó n atronador, los elegantes banñ os y las despedidas del díóa de graduacioó n, se habíóan esfumado. Auó n asíó, habíóa perspectivas agradables para animarlo. EÁ l, por supuesto, recuperaríóa a su querido amigo Ernest Chevalier, y estudiaríóa en un nivel maó s sofisticado en la escuela colegial, con nuevos maestros que se cree que son capaces de reconocer el talento intelectual y cultivarlo.
IV Cuentos e Historias ENTRE LOS NUEVOS PROFESORES DE GUSTAVE, destacaba su profesor de historia, Adolphe Cheó ruel, un nativo de Rouen, doce anñ os mayor que eó l. Descrito por un inspector escolar como "vivo, claro, preciso", exhibioó esas cualidades en toda su persona. Con el pelo largo y oscuro y una mandíóbula prognata, el larguirucho Cheó ruel le ordenoó maó s respeto de lo que eó l pudo haber encontrado uó til al tratar de hacer pensar a los lacoó nicos chicos normando en voz alta. EÁ l mismo habloó muy bien, dando conferencias sin el beneficio de las notas, movieó ndose aó gilmente del detalle probatorio a la imagen maó s amplia, y poniendo gran eó nfasis en el contexto geograó fico de los eventos. Al igual que su maestro Michelet — un brillante escritor cuyo genio para ambientar escenas armonizaba con el entusiasmo de los romaó nticos literarios por el color local — Cheó ruel adujo documentos originales siempre que fue posible. Sus trabajos posteriores incluiríóan una edicioó n de la correspondencia de Mazarin, un compendio de las croó nicas normandas que datan de 473, varias monografíóas sobre la administracioó n de Luis XIV que se basaron en material manuscrito en la Biblioteca Imperial y, sobre todo, un Dictionnaire historique des institutions, moeurs et coutumes 48
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de la France. Se observoó que teníóa la palidez reveladora de un investigador, pero el archivista tenaz podíóa sacudirse el polvo de la biblioteca, volar y desplegar su inmensa erudicioó n sobre un paisaje maó s amplio. Casi toda esta escritura acadeó mica se hizo despueó s de la graduacioó n de Gustave del Colleè ge Royal y despueó s de que el propio Cheó ruel se fue para asumir una caó tedra en Paríós en la EÁ cole Normale. Durante la deó cada de 1840, restringioó su beca al Rouen medieval. Las obras con las que obtuvo un mayor reconocimiento fueron, si no equivalentes a la Histoire de France de Michelet, auó n de proporciones enciclopeó dicas. Que cualquiera pudiera ver los asuntos humanos deslumbroó tan comprensivamente a Gustave, y este ejemplo plantoó o nutrioó la semilla de lo que luego florecioó en las ambiciones faó usticas. Tomado con la Francia medieval cuando los poetas europeos estaban encendiendo el entusiasmo por todo lo medieval, Cheó ruel se volvioó cada vez maó s hacia el períóodo claó sico para estudiar instituciones monaó rquicas, que Michelet, que complacioó sus propias simpatíóas proletarias, no tratoó con imparcialidad. En la escuela colegiada, Cheó ruel inspeccionoó toda la civilizacioó n occidental y, ademaó s, ofrecioó a los mayores un curso de filosofíóa de la historia que los familiarizoó con nombres como Herder y Vico. La idea de que las sociedades debíóan estudiarse como organismos en evolucioó n regidos por la tradicioó n, el mito, el lenguaje y las circunstancias, que cada eó poca teníóa un caraó cter uó nico manifiesto en todas sus expresiones culturales, formoó la base de la pedagogíóa de Cheó ruel. Lo que un estudiante infirioó de Plutarco no habríóa obtenido altas calificaciones de Cheó ruel, quien reunioó todo su conocimiento en contra de la idea de que la historia residíóa principalmente en las vidas de los grandes hombres o en la voluntad y el propoó sito de Dios. Cheó ruel era lo suficientemente joven como para reconocer que incluso un ninñ o herido por el pasado, que ganaríóa dos veces premios en historia, no siempre encontraríóa las disquisiciones equilibradas, incluso del historiador maó s colorido, tan seductoras como el tumulto de los alfareros histoó ricos. Y fue lo suficientemente literario como para reconocer que el novelista de lujo con el que no podíóa competir se volvioó rico para el futuro beneficio del historiador. Sin duda, Gustave amaba las conferencias de Cheó ruel en la corte de Borgonñ a y, a sugerencia de Cheó ruel, se adentroó en la voluminosa Histoire des ducs de Bourgogne de Barante. Devoroó las obras de Michelet: Histoire romaine, los primeros voluó menes de su Histoire de France. La escuela colegiada síó asignoó textos histoó ricos que abarcaban disciplinas distintas de la historia (latíón con Titus Livy, entre otros, franceó s con Voltaire y La Bruyeè re). Pero al igual que muchos adolescentes febriles, Gustave roboó el tiempo de la escuela para un plan disidente repleto de Alexandre Dumas (Catherine Howard, La Vuelta de Nesle, Don Juan de Marana, Isabel de Bavière), Victor Hugo (Marie Tudor, Notre-Dame de Paris, Angelo) y Walter Scott (Quentin Durward, Anne de Geierstein). Poco despueó s, a la mitad de su decimotercer anñ o, Gustave, a diferencia de la mayoríóa de los adolescentes, decidioó pagar un sangriento tributo propio al Moloch de la eó poca. Entre septiembre de 1835 y septiembre de 1836 escribioó cinco historias en la lengua romaó ntica de la intriga de la corte medieval y renacentista, todas dramatizando brutalidades no controladas por la conciencia y que necesita pocas escenas para producir media docena de cadaó veres. El recuento de cuerpos casi coincide con el recuento de romances familiares. Un caso flagrante es una historia titulada "La Peste aè Florence", que recuerda la famosa 49
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obra de Alfred de Musset, Lorenzaccio (publicada dos anñ os antes) y refleja la fascinacioó n contemporaó nea por los secretos de los clanes patricios que se asesinan entre síó en la Italia del siglo XVI. Cosme de Meó dicis, el gran duque que gobierna la Toscana, tiene dos hijos, uno, François, muy favorecido sobre el otro, Garcia. Incluso cuando estalla la plaga en Florencia, el deseo de matar a François abruma a Garcia. Al enterarse de que el Papa ha nombrado cardenal a François, se las arregla para enfrentar a su hermano en el bosque durante una caceríóa organizada por Cosme y lo mata. "Ah, tiemblas" son sus palabras de despedida. "Tiembla y sufre como he temblado y sufrido. Usted y su presumida sabiduríóa, no teníóan idea de cuaó n casi un hombre se parece a un demonio cuando la injusticia lo ha convertido en una bestia salvaje. Ah, sufro solo por verte con vida." Expuesto, Garcia sufre el destino de François a manos de su padre vengador, que lo empala junto al cadaó ver de François en una habitacioó n" huó meda y sepulcral como un teatro de diseccioó n." Gustave tuvo otra oportunidad con el tema de la rivalidad entre hermanos en una historia inacabada titulada "Un secret de Philippe le Prudent". Aquíó la disputa, que involucra a los Habsburgo espanñ oles del siglo XVI, enfrenta al hijo legíótimo de Charles V, Philippe, contra su bastardo, Don Juan de Austria. Emperador coronado cuando Charles renuncioó a los asuntos mundanos, Philippe gobierna con mayor inquietud por tener un medio hermano que, aunque mal concebido, posee todas esas cualidades de cuerpo y mente de las que eó l mismo carece. Palabras clave del leó xico romaó ntico vinculan a Don Juan, imbuido de "energíóa", "fuerza" y "pasioó n", con François, y a un escuaó lido Philippe, cojo y sin sangre, con Garcia. Philippe, cuyo entusiasta procesamiento de la herejíóa a traveó s del gran inquisidor enmascara sus cobardes propoó sitos, no se sentiraó imperial ni real hasta que todos sus parientes varones esteó n muertos a su alrededor. Angustiado por saber que Juan ha escapado de la prisioó n, estaó igualmente amenazado por el espectro de su padre encarcelado, que le ordena maó s respeto en cilicio que en arminñ o. "Philippe temíóa la fama de este hombre, pesaba sobre eó l, lo maldecíóa, porque cada vez que teníóa un suenñ o ambicioso, el rostro de Charles Quint aparecíóa inmediatamente ante eó l como para arrebatarle su porcioó n de inmortalidad. La noche despueó s de perder una batalla, parecioó escuchar una voz hueca y aterradora que le decíóa: "¡Philippe! ¡Cuidado con mi corona y mi cetro! Usted estaó opacando su lustre. Si ganaba una batalla, la voz volveríóa a pronunciar una sola palabra: ‘Pavia’"62. Mientras tanto, bajo vigilancia en el palacio real y obligado a comparecer ante la Inquisicioó n, estaó el hijo de Philippe, don Carlos, otro personaje romaó ntico, distinguido por una cojera byroniana y por pasiones que desgarran su alma "como una espada afilada que desgasta su vaina". Philippe, que ha hecho de la enamorada de su hijo su propia novia, lo mira atentamente a traveó s de una mirilla, temeroso de que todo esteó oculto a la vista. Para escribir estas historias y otras, Gustave, sin preocuparse demasiado por la precisioó n histoó rica, utilizoó fuentes oó mnium-gatherum: Las Lecciones y modelos de literatura francesa de PF Tissot, los trabajos antes mencionados en su programa extracurricular, y la Histoire littéraire d'ltalie de PL Guinguenc, que era ampliamente conocido. Pero ninguno le servíóa mejor que su propia psique y experiencia. El amor 62Pavia fue el sitio de la victoria de Charles sobre François I. Las victorias de Philippe son triviales en comparación.
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que profesoó por su padre no se extendioó sobre su hermano, y menos auó n a mediados de la deó cada de 1830, cuando Achille, un estudiante de medicina en Paríós, vivíóa en su casa y recibíóa lecciones de anatomíóa de Achille-Cleó ophas. Contrariamente, tampoco le ahorroó la angustia nacida del conflicto edíópico. Como las espadas abundan en las historias de Gustave, los bisturíós abundaban en casa. Las fantasíóas asesinas entretenidas, tocarse subrepticiamente, espiar a sus padres haciendo el amor (lo que la historia invierte, con el padre espiando a su hijo), jugar a la atencioó n a expensas de los rivales que cortan los cuerpos todos los díóas, podríóa tener terribles consecuencias. El bebeó Gustave rodeado de caras medio desolladas con cuchillos entre los dientes se lo dijo en su suenñ o recurrente. Auó n asíó, no podíóa evitarlo faó cilmente. Los desaires percibidos como en famille se sentíóan como heridas mortales, y su ira, que de todos modos hacíóa que todos se fijaran en eó l, era proporcional al peligro. Ahogoó las voces que lo menospreciaban desde adentro. "En la vida de cada hombre hay dolores y penas tan penetrantes, mortificaciones tan conmovedoras que, por el placer de insultar a su torturador, abandonaraó y despectivamente descartaraó su dignidad masculina como una maó scara de teatro", concluye "La Peste aè Florencia". ¿Podríóa Gustave, con esta notable conclusioó n, haber universalizado la negrura en su corazoó n y haberse vengado de su propia credulidad? Al perder su aplomo, el muchacho creó dulo desenmascaroó a "cada hombre", y al hacerlo, propuso revelar la historia misma como una mascarada de píócaros enganñ ados en trajes de virtud, de dignos herederos vestidos con harapos, de valets maó s principescos que sus amos pero condenado por un accidente de nacimiento a usar librea. Gustave el autor le proporcionoó a Gustave el estudiante recreacioó n terapeó utica. Se puede decir que estas historias de inspiracioó n romaó ntica han subvertido el programa claó sico que se le atribuye en la escuela: lejos de hacerse pasar por grandes hombres en discursos nobles, pronunciaban lo indescriptible a puertas cerradas. Una excepcioó n — y es un tour de force retoó rico que muchachos mayores que eó l habríóan plagiado con gusto — es la carta que escribe Charles V (ahora conocido como "Padre Arseè ne") en "Un secret de Philippe le Prudent", desde un monasterio, a su querido hijo Don Juan. Se lee en parte: Aquíó hay una carta. Quizaó s sea la uó ltima, y entenderaó s la razoó n cuando te informe sobre mi estado de aó nimo. Oh, si supieras en queó apuros se encuentra tu padre, Charles Quint, te burlaríóas de la naturaleza humana y diríóas compasivamente: "Síó, hizo bien en quitarse una corona pesada de su cabeza tambaleante, para entregar el cetro con su manos temblorosas, sobre todo para cambiar su manto real por el sudario de un cadaó ver ambulante." Porque un cadaó ver andante es lo que yo tengo en este haó bito de monje, yo que cuento las horas a medida que pasan, y pasan muy despacio, por desgracia, para apaciguar mi cansancio de alma… ¡Ah! cuando cae la noche y yo, solo, doy rienda suelta a mis pensamientos y recuerdos, a menudo contemplo la pesada espada sobre mi cama y pienso: "Tuó , fiel companñ ero de mis victorias y conquistas, que destrozoó tantas coronas, aplastoó a tantos tronos. Ah, si por casualidad, la posteridad debe mirarte envidiosamente con el guerrero en mente que afinoó tu espada en craó neos humanos, diles: ¡No, no te enganñ es a ti mismo! ¡EÁ l no conocíóa la felicidad! Su felicidad fue la alegríóa forzada de un bufoó n profesional, del hombre que desempenñ a un papel." ¿Felicidad? Es como uno de esos suenñ os infantiles olvidados que cobran vida en una noche estrellada cuando me quedo mirando el campo a traveó s de los barrotes de mi celda. . . Estoy nuevamente en mi trono, en medio de mis cortesanos, o de mi corcel negro, en la batalla de Pavia, y recuerdo lo que vi, lo que hice, lo que dije en díóas de 51
Flaubert: Una vida — Frederick Brown poder y orgullo. Luego bajeó la mirada sobre míó mismo, estudio las manos fruncidas con cicatrices, . . . Me paso la mano por la barba blanca y digo: "Estaó es Charles Quint, rey de Espanñ a, emperador de Austria, terror de François I. . . ¡Allíó estaó , un oscuro monje enterrado en un convento!" Y me invade el deseo de abandonar esta lamentable existencia, montar mi trono y mi caballo, ordenar a mis tropas, empunñ ar mi espada una vez maó s. Me muevo hacia eó l, pero tambaleo, mis manos se relajan, mi cabeza se inclina hacia mi pecho y vuelvo a caer en la cama, maó s triste y maó s desesperado que nunca. Solo un recuerdo me anima y es de ti, querido Don Juan. Síó, cuando pienso en ti, mi corazoó n canta, mi alma florece; si una ligera brisa agita mis prendas negras por la noche, yo digo: "¡Oh! ¡si tan solo esta misma brisa estuviera atrapando la pluma en la gorra de mi Don Juan!" Entonces lo aspiro amorosamente y con avidez. . . Mis pensamientos van a esa hermosa cabeza oscura tan llena de fuego y energíóa, ese semblante rosado, esos grandes ojos azules que personifican la vida misma para míó. . . Porque te amo, Juano, tanto como el corazoó n de un hombre arruinado por la realeza todavíóa puede sentir ternura y amor. Si el hijo legíótimo fuera el de la mujer amada, ahora seríóas el rey de Espanñ a.
Puede que no haya habido otro adolescente en la escuela con el talento suficiente para despertar la fantasíóa de un padre poderoso (identificado con la espada que eó l apostrofoó ) retiraó ndose de la vida activa por propia voluntad, tomando votos monaó sticos, honraó ndolos con pesar, y otorgando a su hijo amoroso como sobre su propio yo impotente, una corona que ya no es suya. Que la historia no tenga desenlace es en síó misma elocuente. Deja a Don Juan en el limbo, un hijo ilegíótimo, autorizado por su padre para gobernar pero incapaz de usar su corona, y prefigurando asíó a Jules en la original Éducation sentimentale, de quien Flaubert escribiríóa: "Por su propia voluntad, y como un rey que abdicoó el díóa que fue coronado, habíóa renunciado para siempre a la posesioó n de todo lo ganado y comprado en el mundo, los placeres, los honores, el dinero, las delicias del amor y los triunfos de la ambicioó n". Cuaó ntos heó roes flaubertianos, comenzando con la ausencia de Charles V heredero en "Un secret de Philippe le Prudent" y continuando con Freó deó ric Moreau atemorizado desde el burdel de Zoraide Turc en L'Éducation sentimentale (versioó n definitiva), resultaríóan ser paradigmas del monarca que no abandona despueó s de un glorioso reinado, sino el díóa u horas antes de asumir el poder. A juzgar por un ensayo que escribioó en marzo de 1837, "L'influencia des arabes d'Espagne sur la civilisation française du moyen age 63", y el esquema detallado de otra composicioó n sobre el enfrentamiento del emperador Enrique IV con el Papa Gregorio VII, uno puede imaginar faó cilmente que Gustave podríóa, como el gran medievalista Fustel de Coulanges, haberse convertido en un historiador bajo la tutela de Adolphe Cheó ruel, si no hubiera ido despueó s de una carrera en el teatro. A medida que el dominio de la ficcioó n histoó rica disminuyoó , el de la erudicioó n histoó rica aumentoó enormemente. "Ahora que ya no escribo, que me he hecho historiador (llamado asíó), que leo libros, que afecto actitudes serias y en medio de todo eso mantengo suficiente sangre fríóa y aplomo para mirarme a míó mismo en el espejo con la cara seria, doy la bienvenida al pretexto de una carta para dejarme ir, para posponer la toma de mi nota", le confioó a Ernest Chevalier en junio de 1837. Gustave puso a prueba su seriedad de propoó sito contra algunas figuras poderosas. Para estar seguro, leyoó mucho a Walter Scott para una obra titulada Loys XI. Pero se sumergioó en Histoire de France, 63La influencia de los árabes de España en la civilización francesa de la Edad Media.
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Histoire romaine, y Mémoires de Luther de Michelet, en el Cours de littérature dumoyen âge de Abel Villemain, en el De littérature du Midi en Europe, de Sismondi, y en Decline and Fall of the Roman Empire, de Gibbon. No es que haya dejado de escribir historias, solo que despueó s de 1836 se abstuvo de recurrir a la historia para contarlas. Su fantasíóa recibioó rienda suelta, y, de hecho, el "hijo de la literatura", como se describioó a síó mismo, hizo mucha libertad. Habíóa hablado por ello tan estridentemente como el republicano maó s fanaó tico cuando en 1835 el gobierno de Louis-Philippe amordazoó el teatro y la prensa. "Noto con indignacioó n que se reforzaraó la censura dramaó tica y se aboliraó la libertad de prensa", le escribioó a Ernest. "Síó, esta ley pasaraó , porque los representantes de la gente no son maó s que un grupo de adormilados con ojos para la oportunidad principal [y] un lomo para agacharse. . . Pero viene la tercera revolucioó n,. . . las cabezas reales se moveraó n, fluiraó n ríóos de sangre. Al hombre de letras le estaó siendo negada su conciencia, su conciencia artíóstica. . . Adioó s, y apliquemos siempre el arte, que trasciende a las personas, las coronas y los reyes." No se menciona en ninguna carta el acto de terror que provocoó las llamadas leyes de septiembre. El 28 de julio, durante un desfile militar a traveó s de Paríós, las balas de dos docenas de mosquetes sujetados a un marco, colocadas en las ventanas de los apartamentos, y preparadas para estallar de inmediato arrastraron al seó quito real mientras bajaba por el bulevar del Templo (donde Flaubert alguó n díóa residiríóa), extraviando a Louis-Philippe pero matando a unos cuarenta acompanñ antes. Las caricaturas viciosas, a menudo brillantes, publicadas por La Caricature y Le Charivari y los artíóculos en la prensa republicana, que no dieron al rey ninguó n cuartel, se pensoó que habíóan incitado al regicidio fallido. Ahora ya no podíóan aparecer con impunidad, aunque, por supuesto, las leyes en contra de ellos no hicieron maó s que soplar la espuma de un mar en ebullicioó n. La diatriba belicosa de Gustave refleja la confianza que le inculcoó un maestro con quien estudioó durante dos anñ os, en el quinto y cuarto grado. Henry GourgaudDugazon, que procedíóa de la regioó n de Caux, se unioó a la facultad en 1834 y tuvo a Gustave en su primera lista. Significativamente maó s viejo que Cheó ruel representoó una figura maó s paternal. "Celoso", "devoto" y "bueno para inspirar un amor al trabajo" es como los inspectores escolares lo retrataron al principio. Los premios ganados en el Concours geó neó ral, o exaó menes competitivos nacionales, por los estudiantes que preparoó corroboran esta evaluacioó n. Pero ciertos otros rasgos, estigmatizados como defectos de caraó cter, que pronto iban a pesar mucho en su contra, pudieron haber sido los que Gustave encontroó maó s atractivos acerca de Gourgaud. Despueó s de varios anñ os se observoó que carecíóa de "aplomo", y esta palabra, o palabras con el mismo efecto, se repitieron en cada juicio posterior. Un inspector lo culpoó por perder el control de su clase, y luego tratar de recuperarlo con tareas onerosas. Una mudanza a Versalles en 1838, donde Gourgaud ensenñ oó hasta la jubilacioó n, no mejoroó su reputacioó n o avanzoó en su carrera. Los toques negativos ahora se convirtieron en rasgos generales, imaginaó ndolo como un hombre culto cuya timidez lo convertíóa en presa natural de los bulliciosos adolescentes. "Desafortunadamente, eó l siempre ha querido firmeza e iniciativa, y ahora los quiere maó s enfaó ticamente que nunca", concluyoó el funcionario, que al final lo instoó a renunciar. "Los estudiantes adquieren o mantienen haó bitos de disipacioó n, de irreverencia hacia el maestro, y su trabajo lo sufre. Aunque reconocen su erudicioó n y devocioó n, los padres se quejan." 53
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Para Gourgaud, el Dr. y la Sra. Flaubert no deberíóan haber tenido otra cosa que expresar sino la gratitud por hacerse amigo de su hijo en un ambiente hostil, por tomarse en serio sus ambiciones, detectar su don de inmediato y nutrirlo. La educacioó n se hizo con temas de composicioó n llamados narrations, que normalmente se asignaban a los de segundo grado como preparacioó n para la Retoó rica, el penuó ltimo anñ o de la escuela secundaria. Un ejercicio tíópico de este tipo establecioó una líónea argumental o "argumento" y lo desarrolloó en una narrativa, en la que el alumno, usando el lenguaje figurado donde fuera apropiado, modeloó su propia versioó n. Otro tipo podríóa requerir que represente a un personaje famoso. En 1835-36, Gustave escribioó seis ejercicios de este tipo para Gourgaud, movieó ndose tan elegantemente de una tarea a otra que su maestro debioó haberse sentido como si a Cambuscan 64 le hubiera clavado un alfiler en su oreja de descarado caballo. El cuadernillo grueso de Gustave contiene un retrato caricaturesco de Lord Byron (galopando a toda maó quina con un cigarrillo en la boca), una aneó cdota coó mica sobre Federico el Grande, una historia inspirada en el Tour de Nesle de Dumas, otra sobre las hazanñ as romaó nticas de un condottiere corso llamado San Pietro Ornano, una variacioó n de Matteo Falcone de Prosper Meó rimeó e (recientemente publicado), y un cuento goó tico titulado "Le Moine des Chartreux" (El Monje Cartujo), basado en uno de un libro de texto llamado Nouvelles narrations françaises de A. Filon. En esta uó ltima composicioó n, Gustave aprovechoó al maó ximo el material peculiarmente adecuado para su vida de fantasíóa. Como dice el "argumento" de Filon, un cartujo en el funeral de su prior nota que el cadaó ver lleva un anillo de oro en su dedo, y decide robarlo, lo que hace despueó s de entrar a la cripta en la oscuridad de la noche. Sin embargo, apenas se ha dado la vuelta, se encuentra agarrado por la espalda por la mano que teníóa el anillo. Sin darse cuenta de que su manga ancha se ha quedado atrapada bajo un clavo, instantaó neamente muere de miedo. ¿Y coó mo fue que Gustave hizo suya esta historia? Al hacer que su propio protagonista, Bernardo, sea un prisionero de su vocacioó n religiosa que anhela placeres mundanos que nunca disfrutaraó , condenados a buscar la gratificacioó n en imaó genes y fetiches, uno de los cuales es el anillo de oro. Todos los monjes saben que el prior habíóa hecho los votos despueó s de una apasionada historia de amor, habíóa rescatado solo este anillo de los restos y lo llevaba como si una parte de eó l nunca se divorciara de los recuerdos de la juventud amorosa. Impulsado no por la lujuria del dinero sino por el deseo obsesivo de poseer la pasioó n juvenil de su superior, de vivirlo vicariamente, de habitar una caó mara nupcial en lugar de una celda, y para pretender su pretensioó n con este talismaó n dorado, Bernardo nace claramente de la misma familia que Charles Quint, quien, casado con una espada principalmente emblemaó tica, apreciaba la ilusioó n de la conquista a traveó s de su poder. Tambieó n estaó relacionada Emma Bovary, bordando la caja de puros de plata del marqueó s d'Andervilliers con fantasíóas eroó ticas. Desde la ventana de la celda de Bernardo se puede ver un castillo, que sustituye al cielo: ¡Oh! ¡Hay hombres llenos de vida que saltan por la pista de baile con un vals entrecortado y delirante! Hay mujeres dando vueltas y vueltas, arrastradas en los brazos de sus parejas; hay sirvientes con librea de oro, caballos cuyos atavíóos le cuestan a alguien tantas horas de 64Caballo de carrera (1861).
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Flaubert: Una vida — Frederick Brown trabajo como mi internamiento me ha costado horas de angustia; hay candelabros resplandecientes, diamantes brillando en los espejos.
El susto no era tan dramaó tico como para satisfacer a Gustave. Hizo que Bernardo cayera hacia atraó s, golpeara su craó neo contra la tapa del atauó d y sangrara por todos lados. Al visitar la cripta varios anñ os maó s tarde, los monjes descubren un esqueleto sin nombre clavado en el atauó d de antes, con uno de sus díógitos, el anillo que traicionoó un suenñ o de libertad y virilidad. La conjuncioó n de eros y tánatos65 que informan estas primeras obras fue la nota clave de gran parte de lo que siguioó , y en la adolescencia de Gustave, 1836-37, una docena o maó s de cuentos designados por historiadores literarios como "filosoó ficos" y "fantaó sticos" fluyeron de eó l con una facilidad que habríóa confundido al viejo Flaubert. En diciembre de 1836, por ejemplo, tres díóas despueó s de su decimoquinto cumpleanñ os, produjo una historia titulada "Rage et impuissance 66" (subtitulada "Conte malsain pour les nerfs sensibles et les aô mes devotes 67"), sobre un hombre enterrado vivo. Una vez maó s, Gustave cortoó el material ya hecho a la medida de su propia vida de fantasíóa. Las visitas desde el maó s allaó , los coloquios sobrenaturales, las mesas giratorias, las resucitaciones galvaó nicas, el magnetismo animal, fueron todo para una generacioó n romaó ntica que queríóa evidencia material de la vida despueó s de la muerte o de alguó n orden de ser trascendente. Bajo la monarquíóa de julio, con la epidemia de coó lera auó n fresca, los perioó dicos a menudo informaban historias de Inglaterra o Alemania sobre personas enterradas vivas mientras se encontraban en un estado de trance que imitaba la muerte y el despertar en sus tumbas o durante el servicio fuó nebre. Estos no habríóan sido discutidos en el Hoô tel-Dieu. El protagonista de la historia de Gustave es, de hecho, un alemaó n y un meó dico. El nombre de su ciudad, Mussen, puede haber sido la intencioó n de sugerir que vivioó obligado en la patria de imperativos categoó ricos, aunque su propio nombre, Ohmlin, un juego de homme, afirma su universalidad. Agotado despueó s de un arduo díóa de rondas en el duro clima invernal, Ohmlin toma tabletas de opio y pasa a un suenñ o similar al coma del que no puede ser despertado por su sirviente o por sus colegas reunidos con el propoó sito de decidir si todavíóa estaó vivo. La mayoríóa lo juzga muerto, y un cortejo asolado lo sepulta bajo un terreno cubierto de nieve, a pesar de las protestas de su perro. En la tumba y, habieó ndose alejado ostensiblemente de esta espiral mortal, Ohmlin, todavíóa no despierta, suenñ a con mujeres voluptuosas, cielos azules y sol, incienso y granadas en una ciudad tachonada de minaretes dorados. Oriente con sus hadas, sus caravanas cruzando la arena. Oriente con sus seraglios. . . [Ohmlin] vio las alas blancas de los aó ngeles cantando versos del Coraó n en los oíódos del Profeta, los labios puros y rosados de las mujeres, grandes ojos negros con amor solo por eó l. . . EÁ l sonñ oó con el amor en una tumba. Pero el suenñ o se evaporoó y la tumba permanecioó .
65En psicoanálisis, Tánatos es la pulsión de muerte, que se opone a Eros, la pulsión de vida. La pulsión de muerte, identificada por Sigmund Freud, señala un deseo de abandonar la lucha de la vida y volver a la quiescencia y la tumba. 66Rabia e impotencia. 67Cuento poco saludable para nervios y almas sensibles.
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Liberado de los grilletes de lo cotidiano, Ohmlin, como Bernardo, abraza una visioó n de satisfaccioó n extaó tica para la cual no hay lugar en la prisioó n de la vida. Lo que prometioó salvarlos, en su lugar, los condenoó , y el dorado domo de placer brilla iroó nicamente sobre sus restos esqueleó ticos. Pero a diferencia de Bernardo, Ohmlin, que yace totalmente consciente bajo tierra, tiene tiempo para vituperar contra el Dios que no lo resucitaraó . "¿Crees que te rezareó en mi uó ltima hora? . . . ¿Deberíóa bendecir la mano que me golpea, deberíóa abrazar al verdugo? Oh, corporíózate en forma humana y visíótame en mi tumba para que pueda transportarte hacia la eternidad que tambieó n te devoraraó un díóa." En un epíólogo simulado titulado "Moral (cíónico) para indicar una conducta apropiada a la hora de muerte", Gustave alistoó la autoridad de dos escritores que se habíóan convertido en sus companñ eros constantes: Montaigne y Rabelais. ¿Coó mo podríóan haber expresado su opinioó n sobre las perspectivas de vida despueó s de la muerte? preguntoó . Cada uno a su manera, eó l respondioó : Montaigne con Que sais-je? (¿Queó seó yo?) Y Rabelais con peut-être (quizaó s). Rage and Impotence puede servir como un tíótulo apropiado para las historias recopiladas, a traveó s de la cual los personajes de Gustave desfilan como condenados a cadena perpetua en confinamiento solitario lamentando la virilidad que perdieron o las mujeres que nunca podríóan poseer. Otro ejemplo es "Bibliomanie", que tiene algo al respecto al Balzac de Recherche de l’absolu y de The Antiquarian de Scott, pero cuya fuente principal era la de tanta ficcioó n romaó ntica: la Gazette des Tribunaux, o Gaceta de la Corte. Muy impresionado por el juicio de un vendedor de libros catalaó n condenado por asesinar tanto a un competidor, que lo habíóa superado por alguó n artíóculo raro, como a clientes, a quienes roboó libros valiosos que acababan de comprarle, Gustave lo convirtioó en su propia cuenta en Giacomo, un joven de apariencia sepulcral que se ha convertido en un comerciante de libros de monjes despueó s de ser un monje bibliomaníóaco. Excepto en las subastas, Giacomo desdenñ a el mercado. Enamorado de los incunables como objetos que deben ser admirados por su belleza material — su dorado, su olor, sus adornos goó ticos — no puede adquirir suficientes libros "sagrados". Codiciando despueó s de cada nuevo premio, eó l codicia de manera insaciable porque es de hecho analfabeto y vive en medio de su coleccioó n como el eunuco en un harem. Este mundo hermeó tico se derrumba cuando otro coleccionista, su rico archirrival, compra la uó nica copia existente del primer libro publicado en Espanñ a, una Biblia. "[Baptisto], cuya fama odioó con el odio de un artista. . . se habíóa convertido en una carga ", escribe Gustave, representando ingenuamente una vez maó s una guerra edíópica librada a una singular desigualdad. "Siempre fue eó l quien llevoó los manuscritos fuera de subasta puó blica; eó l sobrepujoó y obtuvo. ¡Oh, cuaó n a menudo el pobre monje, en sus suenñ os de riqueza y ambicioó n, ve a la larga mano de Baptisto extenderse a traveó s de la multitud, como en los díóas de subasta, para arreglaó rselas con un tesoro. . . ¡Que por mucho tiempo habíóa codiciado!" La trama se complica tan pronto como Baptisto triunfa. Su tienda se incendia con eó l adentro, por lo que Giacomo, que no le prendioó fuego, sin embargo gana su venganza al rescatar el premio de los premios. Sin embargo, no seraó suyo. El desastre le sucede a Barcelona en una ola de críómenes que llena las calles de cadaó veres, y la ciudad, buscando su neó mesis, como Tebas buscoó un chivo expiatorio para su plaga, acusa a Giacomo, quien posee el libro raro." La gente no sabíóa a quieó n culpar del horrible azote; porque la desgracia debe ser atribuida al extranñ o, pero buena suerte para uno mismo. "Un astuto abogado defensor, al descubrir en el 56
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extranjero una segunda copia de la Biblia, subvierte el caso en su contra, pero resulta que Giacomo antes moriríóa que perder la idea de poseer el primero, el solo-uno, el maó s raro. Se proclama culpable de todos los críómenes presuntos, asegurando su propia extincioó n, y al final desgarra la segunda copia con esta frase de despedida: "Usted mintioó , Monsieur l'avocat. ¿No le dije que era la uó nica copia en Espanñ a? "Bibliomanie" fue la primera obra publicada de Gustave, apareciendo en las paó ginas rosadas de una breve resenñ a llamada Le Colibri, "The Humming Bird68". Un paso lateral le quitoó la imaginacioó n al amante de los libros incapaz de leerle a un bruto sensible que no podíóa hablar en una historia con el tíótulo latino "Quidquid volueris", "Lo que quieras". Aquíó el protagonista, Djalioh, es el fruto de un experimento realizado por un aristoó crata franceó s en Brasil, Paul de Monville, quien por su insensible diversioó n apareoó a una mujer negra con un orangutaó n. Cuando De Monville se repatríóa para casarse con su bella y rica prima Adeè le de Lansac, trae al hombre mono con eó l. Djalioh excita una gran curiosidad mientras se mueve entre damas y caballeros titulados, observaó ndolos mudamente y sufriendo sus miradas a su vez. La humillacioó n lo ha agotado a los diecisiete anñ os. Una criatura con sensibilidad, a diferencia de su hastiado maestro, sin embargo, no tiene los medios para ordenar sus pensamientos, hacerse entender, abrir su corazoó n, trascender su monstruosidad. Cuando busca un instrumento de expresioó n, agarrar un violíón en el baile nupcial de los Monvilles y lo toca como un ninñ o lo podríóa tocar, cacofoó nicamente. Se aíósla auó n maó s. "El arco saltoó de las cuerdas como una pelota elaó stica", escribioó Gustave, que se habíóa encontrado con un simio tocando el violíón en Physiologie du mariage69 de Balzac. La muó sica era grosera, aguda y estridente. Uno se sentíóa oprimido por ella, como si las notas fueran de plomo y pesadas sobre el pecho. Luego habíóa arpegios audaces, octavas que ascendíóan como una aguja goó tica, notas que se agrupaban y se dispersaban. . . Y todos estos sonidos [eran] sin medida, sin ritmo, sin melodíóa, pensamientos vagos y fugaces que se sucedíóan como un carrete de demonios, o suenñ os que giraban en un remolino incesante. . . A veces se deteníóa, alarmado por el ruido. Sonreiríóa estuó pidamente y reanudaríóa con maó s amor el curso de su ensonñ acioó n.
Negado de todo lo que desea, la elegancia de la buena educacioó n, el don del habla, la gracia de los cisnes, el amor de las bellas mujeres y, sobre todo, Adeè le de Monville, que a su debido tiempo se convierte en madre, finalmente Djalioh explota. Con sus impulsos humanos sofocados, se rinde a su ser bestial, violando a Adeè le, mataó ndola, rajando el cerebro a su hijo y luego el suyo. Tampoco es este inocente al reconocimiento de su humanidad maó s allaó de la tumba. Humillado en la vida, lo miran poó stumamente como un esqueleto detraó s del cristal de una exposicioó n zooloó gica. Mientras tanto, Paul de Monville no pierde el tiempo casaó ndose con otra fortuna. Y, no sea que nos preguntemos doó nde descansan las simpatíóas de Gustave, en un breve epíólogo de un comerciante bien alimentado que habla sobre el asunto. "'Es horrible', exclamoó una familia de tenderos reunidos patriarcalmente alrededor de una enorme pierna de cordero cuyo aroma hizo que sus fosas nasales se contrajeran. "¿Coó mo puede alguien ir a matar a esa pobre mujercita?", Dijo el tendero, un hombre 68El Colibrí. 69Fisiología del matrimonio.
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eminentemente virtuoso, galardonado con la cruz de honor por su buena conducta en la Guardia Nacional y suscriptor de Constitutionnel70." Incorporado maó s o menos abiertamente en el nombre de Djalioh son algunas de las fuentes de Gustave. Djali, la cabra de Esmeralda en Notre-Dame de Paris, fue una. El nombre tambieó n evoca a Nadjah, la mujer asesinada y violada por un orangutaó n en una historia llamada Le brick du Gange (El bergantíón de Gange), publicada varios anñ os antes, de la cual Gustave tomoó prestados fragmentos para su escena de asesinato. Y si, como es probable, frecuentaba el circo Saint-Sever de Paul Lalanne, que se inauguroó en 1834, a traveó s del Sena desde el Hoô tel-Dieu y, atraíóa a grandes multitudes, habríóa visto una obra de mimo con "Jocko, el mono brasilenñ o". De hecho, desde la reciente introduccioó n de primates en Europa — el Jardin des Plantes en Paríós adquirioó su primer orangutaó n en mayo de 1836 — los oríógenes del hombre se habíóan convertido en un tema de discusioó n cada vez maó s acalorado. Pero a Gustave no le preocupaban tanto los simios antropoides y los oríógenes del hombre como lo era con las nuevas figuraciones del extranñ o Romaó ntico abandonado en una sociedad que no deja lugar a la interioridad, cuyas consignas son dinero, clase, poder, utilidad. Los parientes maó s cercanos de Djalioh no son criaturas tomadas del bosque, sino almas sensibles que podríóan desear buscar asilo en ella. EÁ l pertenece a la familia de Werther, Quasimodo, Reneó de Chateaubriand, Octava de Musset (La Confession d’un enfant du sieè cle fue publicada en 1836). “El corazoó n de [Djalioh] era vasto e inmenso — pero vasto como el mar, inmenso y vacíóo como su soledad. . . Su corazoó n estaba menos tenso y maó s sonoro que el de los demaó s. El dolor lo sumioó en convulsivos espasmos y el placer en transportes sensuales." Tambieó n son faó cilmente discernibles las insinuaciones de los futuros protagonistas de Gustave. En la presencia simiesca de Djalioh en las festividades nupciales organizadas por Madame de Lansac, se puede ver a Charles Bovary avergonzando a Emma en el castillo del marqueó s d'Andervilliers. E incluso Freó deó ric Moreau de L'EÁ ducation sentimentale cruza este escenario, porque cuando los estuó pidos amigotes de Paul le preguntan durante el baile de bodas sobre el apetito sexual de Djalioh, eó l responde: "Una vez lo lleveó a un burdel y eó l huyoó , llevando una rosa y un espejo." Lo que queda por decir es que este deporte de la naturaleza sirvioó como un receptaó culo en el que Gustave vertioó sus sentimientos sobre síó mismo, y maó s allaó de la repeticioó n de temas de "Quidquid volueris" en otras historias, un episodio particular recogido de la vida deja pocas dudas al respecto. A fines de septiembre de 1836, el marqueó s de Pomereu invitoó a los Flaubert a pasar varios díóas en Michaelmas en el Chaô teau du Heron, cerca de Rouen71. Esa breve estancia se convirtioó en una estrella fija en el imaginativo firmamento de Gustave. El recuerdo lo acompanñ oó a todas partes, saliendo a la superficie en lugares extranñ os en momentos extranñ os y maó s extranñ amente durante su viaje por el Nilo en 1850, despueó s de una noche agotadora con la cortesana Kuchiuk-Hanem. Su placer poscoital era disparar a las toó rtolas a traveó s de los campos de algodoó n. "Camineó trabajosamente y penseó en manñ anas similares, entre otras en el Chaô teau du Heron del marqueó s de Pomereu, despueó s de un baile", escribioó a un amigo en Rouen. "No me habíóa acostado y en la manñ ana fui a 70Un periódico pro gobiernista bajo Luis Felipe. 71Existe alguna duda sobre si el año de la invitación fue en 1836 o 1837. En cualquier caso, más tarde inspiró la elevación mágica de Emma Bovary en el Château de la Vaubyessard.
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remar en el estanque, solo, en mi uniforme escolar. Los cisnes me miraban y las hojas caíóan al agua." Gustave habíóa evocado el Chaô teau du Heron mucho antes, en "Quidquid volueris", donde el desdichado casto Djalioh realiza su paseo en bote por la manñ ana despueó s de una noche de anhelo por el nueva novia de su inventor. "Pobre, desesperado y abandonado, rioó salvajemente cuando pensoó en el baile, sus flores, esas mujeres, Adeè le y sus pechos y hombros desnudos, su mano blanca. . . Vio la sonrisa de Paul, los besos de su esposa. Vio a los dos entrelazados en un sofaó de seda.” Contemplando cisnes deslizaó ndose a su lado, Djalioh, el adolescente medio simiesco fascinado por su graó cil progreso, glorifica las criaturas del aire. "Cuando eó l se acercoó a la gente, huyeron. EÁ l vivioó despreciado entre los hombres. ¿Por queó no habíóa nacido un cisne, un paó jaro, algo ligero que canta y es amado?" El impulso saó dico de Gustave pudo haber sido desviado de las mujeres a los paó jaros; la ira de Djalioh se desata en la violacioó n, que ocurre junto a una pajarera donde se piaba ruidosamente.
En casa, la uó nica gente que sangraba estaba en cirugíóa, y Gustave usualmente lograba ocultar su pesadez de espíóritu detraó s de una conducta jovial. La vida transcurrioó sin registrar la calamidad, y la casa Flaubert, por todo lo que se ha escrito sobre la lejaníóa de Caroline, era un lugar sociable. Despueó s de que su esposa, Eulalie Flaubert Parain, muriera en 1836, François Parain a menudo veníóa de Nogent, hacieó ndose muy querido por todos y especialmente por Gustave, quien ansiaba y recibíóa el apoyo incondicional que un tíóo afectuoso podíóa dar. Entre los colegas meó dicos de Achille-Cleó ophas, el amigo de la familia maó s cercano puede haber sido el Dr. Jules Cloquet, que habíóa estudiado anatomíóa con eó l en el Hoô tel-Dieu antes de trabajar en el hospital militar Val de Graô ce y establecerse en Paríós. Ambos muchachos Flaubert lo conoceríóan no solo como un invitado sino como un companñ ero de viaje — Achille en 1835, cuando Cloquet lo escoltoó por Escocia, y Gustave cinco anñ os despueó s (como veremos) en una gira de pirineos, el Midi y Coó rcega. Otro colega meó dico y amigo de la familia era Feó lixArchimeè de Pouchet, que tambieó n habíóa estudiado con Achille-Cleó ophas y que a su vez le ensenñ oó historia natural a Gustave en la escuela, presumiblemente como una extensioó n de sus funciones como director del Museo de Historia Natural de Rouen. A devoto masoó n descendiente de protestantes Cauchois, Pouchet, que ayudoó a AchilleCloó ophas a encontrar la escuela de medicina de Rouen, ganoó considerable notoriedad bajo el Segundo Imperio por su poleó mica contra la teoríóa de geó rmenes de Pasteur, que sostuvo como una manifestacioó n del oscurantismo catoó lico en consonancia con el Syllabus de de errores 72 de Píóo IX. EÁ l mismo abogoó por la generacioó n espontaó nea, asegurando un nicho indeseable en la historia de la ciencia. La literatura no estaba bien representada en el Hoô tel-Dieu, excepto por su escritor en residencia, pero el Dr. Flaubert, miembro de la Acadeó mie de Rouen, estaba dispuesto a recibir artistas y muó sicos que habíóan dejado su huella en la ciudad o se habíóan convertido en los maestros de Mlle Caroline. Hyacinthe Langlois, antes de morir en 1837, se habíóa congraciado lo suficiente con Gustave como para ser apodado Peè re Langlois, un par de su vecino Peè re Mignot, y el padre de otro pintor muy 72Syllabus of Errors en el original.
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respetado, Polycleè s Langlois. Los exiliados polacos presentes en Rouen despueó s de 1830 incluyeron a Antoni Orlowski, un gran favorito de la casa Flaubert, que se distinguioó en la vida musical de la ciudad — dirigiendo la Orquesta Filarmoó nica, ofreciendo recitales de violíón y piano en el Theó aôtre de Rouen y clases de piano a senñ oritas ricas como Caroline Flaubert. Orlowski se beneficioó auó n maó s de su amistad con Chopin. En un esfuerzo por complementar sus ingresos, organizoó un concierto beneó fico de eó l. Animoó a Chopin a tocar. El 11 de marzo de 1838 — un domingo de oro en la vida de Orlowski — los Flauberts sin duda se sentaron entre los quinientos Rouennais que estaban "aturdidos, conmovidos e intoxicados", como lo expresoó un críótico, por una orden sublime de creacioó n musical. En cuanto a Gustave, lo que quizaó s le importoó maó s que las ofrendas musicales era la fraternidad demostrativa, muy poco normanda, que eó l disfrutaba entre las varias docenas de compatriotas en la multitud de Orlowski. Aparentemente, ninguno de los padres de Flaubert tuvo reparos en dejar a su joven adolescente acompanñ ar a su hermano mayor a las celebraciones polacas del domingo de Pascua, donde rellenarse con salchichas, fumar, emborracharse y, como dijo Gustave, "vomitar cinco o seis veces", eran rigueur73. Aun asíó, los amigos y conocidos de los Flauberts pertenecíóan predominantemente a la rica y endogaó mica burguesíóa de Rouen. Pouchet, el hijo de un propietario de faó brica (cuyo sobrino, Pierre Pouchet, otro propietario de la faó brica, engendroó a la madre de Andreó Gide), no necesitaba trabajar para vivir. Achille-Cleó ophas y Caroline conocíóan a Freó deó ric Louis Baudry, editor liberal del principal perioó dico de Rouen, el Journal de Rouen, a traveó s de sus dos hijos, Freó deó ric y Alfred, companñ eros de clase de Gustave, estaban destinados, a de vez en cuando, desempenñ ar un papel importante en su vida. Muchas de esas líóneas formaron una red en todo el opulento Rouen. Pero sin lugar a dudas la líónea maó s importante conectaba a los Flauberts con los Le Poittevins, una familia que vivíóa en la rue de la Grosse Horloge 74, en el centro de la ciudad. Mme Victoire Le Poittevin conocíóa a la Mme Caroline Flaubert desde la infancia. Como mejores amigas en el internado dirigido por dos damas solteras en Honfleur, crecieron juntas y se mantuvieron unidas. Ambos se casaron en 1812, y ambos criaron a tres hijos, cuyas vidas se entrelazaron. Paul Le Poittevin era tanto un hombre hecho a síó mismo de la eó poca napoleoó nica como Achille-Cleó ophas Flaubert. Dado a un tíóo en el sacerdocio para su educacioó n despueó s de que perdioó a su padre a los dos anñ os, y luego a la deriva a los doce, en 1790, cuando el gobierno revolucionario exilioó al sacerdote por negarse a tomar un juramento civil, se habíóa convertido en capataz de un trabajo de tinte en Rouen a los treinta anñ os y un fabricante a los cuarenta. La dote de Victoire, que se derivoó de una modesta fortuna hecha en los astilleros de Feó camp, donde tambieó n heredoó bienes inmuebles, ayudoó a construir maó s faó bricas. Dieciseó is anñ os maó s joven que su marido y lo suficientemente cultivada como para ser considerado una especie de literata en su cíórculo, Victoire aplaudioó maó s fuerte que nadie en las obras teatrales de Gustave, maó s fuerte que Madame Flaubert. Ella y la seria y discreta Caroline eran perfectamente opuestas. Cuando Caroline se pasoó la mitad de su vida con un bonete de encaje negro como si llorara perpetuamente a sus bebeó s muertos, Victoire, una mujer bondadosa, vestíóa trajes de colores brillantes, 73rigor 74La rue de la Grosse Horloge también era conocida como la Grand'Rue en ese momento.
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chales de crepeó amarillo y sombreros con flores. Caroline midioó sus palabras; Victoire, que escribioó poesíóa, midioó sus alejandrinas. Como la nieta de Mma Flaubert recordoó a Victoire: Ella era una mujer muy literaria. Ella escribioó poesíóa y se escuchoó recitarla. Las frases maó s ligeras salieron de sus labios como algo precioso; con una actitud bastante lenta, una sensacioó n de ridíóculo, a menudo hacíóa comentarios divertidos, y luego se reíóa hasta que lloraba, sacudiendo la cabeza, y sus dos [bucles] anglosajones tocaban sus mejillas .
Victoire transmitioó su amor por la literatura no solo a sus dos hijos mayores, Alfred (cuyo padrino era el Dr. Flaubert) y Laure, sino tambieó n a la generacioó n siguiente en la persona del hijo de Laure, Guy de Maupassant 75. Nacida solo tres meses antes que Gustave, Laure se convirtioó en otra hermana suya. Alta y delgada, con grandes ojos azules, ondulado cabello castanñ o rojizo, y una racha teatral que podríóa haberle dado lugar, abrazando una carrera en el escenario si las circunstancias lo permitíóan, teníóa el cerebro adecuado para su apariencia. Al igual que Gustave, Laure leyoó a Shakespeare y, como la joven Caroline, que la adoraba, hablaba bien el ingleó s. Su italiano era igualmente fluido, gracias a un tutor que compartioó con Caroline. Sin embargo, lo que la diferencioó de otras joó venes consumadas de su clase fue su conocimiento del latíón y el griego. Para este dominio, pueden haber estado en deuda con algo que los autodidactas claó sicos como Mary Wortley Montagu y George Eliot no disfrutaron: la instruccioó n y el aliento de un hermano mayor. Todos los ninñ os miraron a Alfred, que era cinco anñ os mayor que Gustave. En 1862, mucho despueó s de que el joven con aire patricio a su alrededor habíóa muerto, Gustave, cuya imagen adolescente de Alfred nunca envejecioó , le escribioó a Laure: "Ahora seó lo que generalmente se llama 'la mayoríóa de los hombres de nuestro tiempo'. Los mido contra eó l y los encuentro mediocres en comparacioó n." Byron cruzado con Epicteto 76 podríóa aproximarse al Alfred Le Poittevin idolatrado por su joven amigo. Para estar seguro, Alfred estaba intelectualmente dotado. En el Colleè ge Royal completoó Retoó rica segundo en su clase, con su nombre citado en repetidas ocasiones para premios de latíón e historia en el díóa de graduacioó n. Las cartas que eó l y Laure intercambiaron en italiano sugieren que los idiomas le fueron faó ciles. Y su verso, que aparecioó en Le Colibri (donde sin duda ayudoó a Gustave a publicar "Bibliomanie"), habríóa recibido altas calificaciones por su suavidad acadeó mica. Gustave nunca se habíóa encontrado con tanta amplitud de cultura literaria. Tampoco habíóa conocido a nadie que se encargara de dar sentido a la vida leyendo a Spinoza, Hegel y Kant por su cuenta. La conversacioó n con Alfred fue la alfombra maó gica que lo transportoó maó s allaó de su conocimiento. "Nunca he hecho tales viajes", recordoó .
75René Albert Guy de Maupassant; Dieppe, 5 de agosto de 1850-París, 6 de julio de 1893) fue un escritor francés, autor principalmente de cuentos, aunque escribió seis novelas. 76Epicteto (en griego: Επίκτητος [Epíktētos]; Hierápolis,155 – Nicópolis, 135) fue un filósofo griego, de la escuela estoica, que vivió parte de su vida como esclavo en Roma. Hasta donde se sabe, no dejó obra escrita, pero de sus enseñanzas se conservan un Enchiridion (Ἐγχειρίδιον) o 'Manual', y sus Discursos (Διατριβαί) editados por su discípulo Flavio Arriano.
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Flaubert: Una vida — Frederick Brown Viajaríóamos lejos sin dejar la esquina de nuestra chimenea, y alto, aunque el techo de mi habitacioó n era bajo. ¡Habíóa tardes alojadas para siempre en mi cabeza, conversaciones de seis horas de duracioó n, paseos por las colinas de alrededor y problemas que nos agobian, problemas y problemas! Lo recuerdo todo en rojo brillante, brillando detraó s de míó como un fuego.
Entre otras cosas, la necesidad de un ninñ o de tener un hermano mayor en el que confiar y el otro de un protegido brillante en el que verse engrandecido los convertíóa en espíóritus compatibles, a pesar de la diferencia de edad. Gustave entroó y salioó de la casa de Alfred, donde la companñ íóa podríóa incluir a Ernest Chevalier o Freó deó ric Baudry. A veces se escabullíóan para recorrer en canoa millas por el Sena hasta Oissel, o merodeaban por la avenida de aó lamos a lo largo del ríóo, cerca de la escuela de natacioó n de M. Fessart. "Nunca he conocido a alguien con una mente tan trascendental [como la suya]". Apenas transcurrioó una semana entre 1834 y 1838 en la que no pasaron tiempo juntos, excepto durante las vacaciones de verano, que los Le Poittevins pasaron en Feó camp, en el Canal. Gustave a veces los visitaba a eó l y a Laure allíó y recordaba haber leíódo la primera coleccioó n de poemas de Hugo, Les Feuilles d'automne77, con ellos. Aunque no engendraron un trabajo singular o una carrera ilustre, las cualidades de la mente y el caraó cter que le dieron a Alfred su encanto incorporaron un estilo que hablaba de esa eó poca en Francia como el humor negro, la caricatura grabada con aó cido y el nihilismo con guantes blancos. La ternura en el corazoó n, todavíóa estaba inclinada a entrenar en el mundo un ojo iroó nico del que nadie podíóa sentirse del todo seguro. Caballeroso en la conducta ordinaria de la vida, era, sin embargo, un lector entusiasta de Justine78 de Sade. Nacido con todas las ventajas, profesoó no creer en ninguó n futuro para síó mismo y, de hecho, sufríóa de un sentimiento de falta de unioó n que recibioó el nombre de ennui79. El sentimiento era en síó mismo una carga para Alfred. Y puede haber agobiado al aspirante a poeta incluso maó s que a un amigo: a Gustave, que llevaba el corazoó n en la manga en las primeras obras autobiograó ficas, predicaba el ideal de la impersonalidad que llegoó a ser identificado como flaubertiano. Cuando Gustave, irritado por la prosa exclamatoria de una escritora algunos anñ os maó s tarde, la instoó una y otra vez a "esconde tu vida" (cache ta vie), uno supone que su consejo se hizo eco de Le Poittevin. Aquíó estaba la mente "trascendental", egoceó ntrica y carismaó tica, de quien Gustave sonñ oó mientras leíóa a Louis Lambert de Balzac. Y si hubiera leíódo el brillante ensayo de Baudelaire sobre el dandismo en Le Peintre de la vie moderne80, eso tambieó n podríóa haber llenado sus suenñ os con Alfred. "[Dandismo] es una especie de culto del yo que puede sobrevivir a la buó squeda de la felicidad en las relaciones con los demaó s, con una mujer, por ejemplo; que incluso puede sobrevivir a todo lo que se llama ilusiones", escribioó Baudelaire. 77Las hojas de otoño. 78Justine o los infortunios de la virtud (en francés: Justine ou les Malheurs de la vertu) es una novela de Donatien Alphonse François de Sade, más conocido en la historia de la literatura como marqués de Sade. La primera versión de la novela fue escrita en 1787. En 1791 y 1797 se editaron dos versiones diferentes de la novela. Es una de las obras más importantes e influyentes de su autor, junto con Los 120 días de Sodoma y La filosofía en el tocador. 79Aburrimiento. 80El pintor de la vida moderna.
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Es el placer de lo asombroso y la altanera satisfaccioó n de no sorprenderse nunca. Un dandy puede ser duro e incluso atormentado por el dolor; pero en el uó ltimo caso, eó l sonreiraó como el ninñ o espartano que tiene sus tripas roíódas por un zorro. Entonces uno puede ver que en algunos aspectos el dandismo limita con el espiritismo y el estoicismo.
Acosado con el aburrimiento y deprimido por las expectativas filisteas, Alfred pasoó tres anñ os, entre la graduacioó n de la escuela secundaria en 1835 y la admisioó n a la facultad de derecho en 1838, haciendo poco maó s que leer y, con menos frecuencia, escribir. Un poema sin tíótulo, aparentemente escrito durante este períóodo, describe a un hombre que recuerda coó mo se extravioó , como Dante, a mitad de camino. Otros lucharon para librarse de la madera oscura, pero eó l no: Mais, vers aucun deó sir ne me sentant porteó , Dans inaction je suis toujours resteó , J’aimais a regarder, dans leur cours eó pheó meè re, Mes jeunes compagnons poursuivre leur chimeè re, Et, laissant heó siter mon esprit indeó cis, A l’angle du cheminje suis encore assis.81
La salvacioó n para el gran burgueó s imbuido de "amor piadoso por las cosas del pasado", como lo expresoó en otro poema, yace en el "Oriente" tan querido por muchas almas alienadas del siglo XIX. Abrazoó esta quimera mientras otros buscaban refugio, como Baudelaire, en una fantasíóa de "luxe, calme et volupté82" y otros todavíóa en las arenas del Barrio Vacíóo de Arabia, donde solo los camellos hacíóan huellas. Si la salvacioó n huyera a alguó n lugar primitivo fuera de Europa (este u oeste: el Reneó de Chateaubriand vive entre los indios Natchez), el alivio momentaó neo de la convencioó n adulta se encontraba en una gran farsa, y Alfred, junto con Gustave, retrocedioó hilarantemente improvisando un tipo de proto-Ubu que llamaron "le Garçon" o Descambeaux. Uno o el otro podríóa haber reclamado la paternidad, pero Descambeaux, "el Ninñ o", pronto se convirtioó en una creacioó n colectiva, abierta a todos los que estaban en su cíórculo, incluida Laure Le Poittevin, que lo recordaba como un verdadero hijo de Gargantuó a83. "Colaboreó (muy modestamente para estar seguro) en la improvisacioó n de mis camaradas y agregueó algunos episodios que fueron muy bien recibidos. El Garçon teníóa dos companñ eros Boon, el ‘Neè gre’ (moro) y el ‘Troupier’ (soldado), y ¡queó aventuras extraordinarias!” Muó ltiples padres hicieron una personalidad muó ltiple, pero el ninñ o nacioó para ser rellenado con incongruentes 81Traducción de Frederick Brown: Spurred by no desire, I couldn’t take a step. I liked to observe my young companions chase will-o’-the-wisps. And, favoring my indecisive spirit, I remained seated here at the crossroads. Traducción de Víctor Otero: Pero no sintiéndome llevado por ningún deseo/ He permanecido invariablemente en la inacción/ Me gustó siempre mirar el curso efímero/ De mis compañeros jóvenes persiguiendo una quimera/ Y, dejando vacilar mi espíritu indeciso/ Estoy todavía sentado al lado de la chimenea. 82"lujo, calidez y voluptuosidad" 83El Niño no encaja del todo con el Garçon, que es muchas cosas y no tiene una edad específica, pero tendrá que ver con una criatura concebida como irreverente, obstinada y permanentemente ineducable.
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probabilidades y fines. Lo que parecíóa que alguó n díóa Pantagruel podríóa sonar maó s como Calíógula al siguiente, o Sade, o una merceríóa aceó fala que promulgaba el tipo de trivialidad que Gustave luego reunioó en un Dictionnaire des idées reçues84. Ciertas circunstancias estimularon inevitablemente al gnomo. Gustave y Alfred no pudieron pasar la catedral de Rouen, por ejemplo, sin que uno declarase: "Es hermosa, esta arquitectura goó tica; eleva el alma ", y el otro reíóa en respuesta, lo suficientemente estridente como para detener a los transeuó ntes muertos en sus huellas: "Síó, es hermoso. Tambieó n lo es Saint-Bartheó lemy. Tambieó n lo son el Edicto de Nantes y los dragonada85. ¡Todos son hermosos, todos ellos!" 86 ¿Cuaó l era el Ninñ o, el ferviente proveedor de sentimientos triviales, o el maníóaco inclinado a la burguesíóa impactante? El Ninñ o teníóa espacio para ambos y tambieó n se prestaba, sin mujeres presentes, a la tonteríóa escatoloó gica, como cuando desempenñ oó el papel de un hotelero en cuyo establecimiento, el Hoô tel des Farces, los invitados se reuó nen para celebrar una Feô te de la merde87 durante el " "temporada de aguas residuales" (vidange, "cloacas", evocando la cosecha anual de uva, o vendange). Cuando un truculento crimen se convirtioó en noticia, Garçon, como abogado defensor, interpuso largos y obscenos argumentos en una sala de billar llena de jurados. La sala tambieó n habríóa estado llena de oraciones fuó nebres en honor a una persona perfectamente sana pero completamente despreciada. El Garçon, alias Descambeaux, era el pequenñ o burgueó s amante de la comodidad, barrigudo y engreíódo que no podíóa llevar equipaje, pero tambieó n era un irreverente agente de demolicioó n. Era una persona predilecta pero discreta, piadosa y salvajemente iconoclasta. Chasqueoó el comportamiento no convencional, pero murioó con el epitafio de Flaubert: Ci-gît un homme adonné à tous les vices (Aquíó yace un hombre dado a todos los vicios). Pudo haber dejado que un sacerdote rezara por eó l o lanzara obscenidades con su aliento agonizante, pero de cualquier forma ganoó cierta inmortalidad como toó tem de esta camarilla, y el santo y senñ a que siempre, maó s adelante en la vida, abriríóa de inmediato las puertas a la infancia. Cuando Gustave se embarcoó en un largo viaje, su hermana expresoó la esperanza de que "la soó lida constitucioó n del Ninñ o" no le fallara en el camino y que "los fastidiosos preparativos del Ninñ o" le sirvieran bien. En 1847, cuando Ernest Chevalier se puso sus tuó nicas judiciales en Coó rcega, una carta del Garçon en Rouen que le recordoó por la fuerza "el desfachatado humor de su ociosidad" pudo haber puesto nervioso al joven magistrado: "Me gustaríóa visitar su tribunal, una buena manñ ana, aunque solo sea para 84Diccionario de los lugares comunes. 85La dragonada (del francés dragonnade, de dragón, cuerpo militar) es el nombre con el que se conoce una política de represión y abusos aplicada por las tropas reales de Luis XIV de Francia contra la población insumisa durante el siglo XVII en Francia. Fue utilizada por primera vez en 1675 en Bretaña como medida de castigo tras la «revuelta del papel sellado» o «revuelta de los bonetes rojos», y a partir de 1680 contra la población de religión protestante. Consistía en obligar a los habitantes a alojar y alimentar a compañías de dragones en su casa, los cuales tenían carta blanca para vejar y torturar a sus anfitriones y saquear sus pertenencias si no renegaban de su religión y rehusaban convertirse al catolicismo. 86Esta es una enumeración sin sentido. En el día de San Bartolomé, en 1572, los católicos masacraron a los protestantes franceses. El edicto de Nantes, promulgado en 1598, otorgó a los hugonotes la libertad de conciencia y culto. La dragonnade era una práctica, prevaleciente incluso antes de que el Edicto de Nantes fuera revocado por Luis XIV, de pagar a la fuerza a las tropas más asediadas, los dragones, en hogares protestantes. 87Fiesta de la mierda.
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aplastar y romper todo, eructar detraó s de la puerta, volcar los tinteros y la basura frente al busto de Su Majestad ", escribioó Gustave. "En resumen, para hacer la gran entrada de Garçon". El Garçon, en cuya piel Gustave alcanzoó el apogeo de su carrera teatral, permanecioó con eó l para siempre, rieó ndose de su risa teatral, abalanzaó ndose sobre la evidencia de que los notables disfrutaban en secreto de lo que criticaban en puó blico y emitíóan escandalosas arengas o gueuleries. EÁ l no era solo el portero de la infancia; encarnaba su mismo espíóritu en recuerdos de transgresioó n segura que poníóan un gorro de burla en cada pizca de consejo sensato. En junio de 1843, Gustave, un estudiante de derecho afligido, le escribioó a su hermana: "Tengo en mis oíódos tu dulce y sonora risa, esa risa por la que me convertiríóa en un completo bufoó n, vacíóa mi bolsa de bromas, trago mi uó ltima gota de saliva." Solo en su habitacioó n, a veces se hacíóa caras en el espejo o chillaba como el Garçon, "como si estuvieras allíó para verme y admirarme, porque echo de menos a mi puó blico." Tan astuta como era, Caroline seguramente sabíóa que el farceur88 teníóa una piel delgada para protegerse dentro de su caparazoó n de la burla. Que el actor, que nunca se sintioó maó s vivo que cuando teníóa una arraigada audiencia, nunca se sintioó maó s en peligro que en el campo magneó tico de una bella mujer. Si su capacidad para el culto eroó tico no se habíóa declarado antes de 1836, habloó en voz alta durante el verano de ese anñ o.
V Primer Amor EL ANÑ O 1836 fue notable por las decapitaciones en Paríós. El primer jefe famoso en caer pertenecioó a un criminal llamado Lacenaire, quien, despueó s de haber robado y matado a una anciana, asombroó a los testigos en su juicio con argumentos que elocuentemente justificaban su derecho a cometer un asesinato. Conocedor de Robert Macaire y el Marqueó s de Sade, aristoó cratas sin sustancia, mujeres de la sociedad intrigadas por un matoó n tan retoó ricamente refinado como era, desmesurado y cuya levita azul podríóa haber sido confeccionada para un dandi, todos lo abrazaron, en un espíóritu no esencialmente diferente de la de los snobs ricos, que una generacioó n o dos maó s tarde, se excitaban en inmersiones bajas en los barrios asolados por el crimen llamados "territorio Apache". Hubo solicitudes para conocer a Lacenaire, pintar su retrato, esculpir su busto, publicar sus memorias (que de hecho aparecioó impresa). Cuando montoó en el cadalso frente a la puerta de aduanas de Saint Jacques en un fríóo díóa de invierno, la multitud del carruaje se concentroó allíó, solo para partir despueó s de la decepcionante ejecucioó n de su mascota psicoó pata que habíóa perdido su despreciativa compostura en presencia de la muerte. De acuerdo con la Gazette Médicale, los frenoó logos que examinaron la cabeza cortada de Lacenaire estaban 88Bufón.
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desconcertados por la notable prominencia de los baches que miden su capacidad para la bondad y la "teosofíóa." Durante los meses siguientes cuatro regicidas potenciales montaron el mismo cadalso en el extremo sur de la ciudad. Los primeros en morir, en febrero, fueron tres conspiradores responsables del banñ o de sangre en el bulevar du Temple en 1835. Como su audiencia probablemente incluiríóa a miembros de la radical republicana Socieó teó des droits de l'homme89, que ya habíóa provocado disturbios e insurrecciones contra el reó gimen, seis mil soldados estuvieron presentes para mantener el orden. Muchas de las mismas tropas se reunieron para el mismo propoó sito en julio, cuando una carreta transportoó a Jacques Alibaud por la avenida de l'Observatoire y por el bulevar interior hasta la puerta de entrada de Saint-Jacques. Un ex sargento de Níômes de veintiseó is anñ os que mostraba algo de la altaneríóa y elegancia de Lacenaire, Alibaud habíóa disparado contra Louis-Philippe con un rifle oculto dentro de un bastoó n cuando el carruaje del rey salioó del Louvre. Si los planes para la ejecucioó n no se hubieran mantenido en secreto, muchos parisinos maó s habríóan recorrido la ciudad en las horas previas al amanecer y lo habríóan visto interpretar su uó ltimo acto con el estilo que se esperaba de Lacenaire. Una vez que un guardia le quitoó la malla negra que le cubríóa la cabeza y el alguacil de la Corte de Peers leyoó el sentencia en su contra, declaroó en voz alta y resonante: "Estoy muriendo por la libertad, por el hombre comuó n, y por la extincioó n de monarquíóa." Se dice que su discurso de despedida, que causoó gran consternacioó n en la casa real, afectoó incluso al imperturbable Louis-Philippe. Estas brutales ceremonias senñ alaban que un rey burgueó s, por genial que fuera en la vida privada, se defenderíóa despiadadamente. Auó n asíó, el enemigo era una hidra, creciendo dos cabezas donde una habíóa sido cortada, y a mediados de la deó cada de 1830 muchos de ellos parecíóan llevar sombreros amartillados napoleoó nicos. O maó s bien, llevaban sombreros de ala y gorros rojos casi indiscriminadamente, porque cuando Napoleoó n se convirtioó en una figura icoó nica durante la Restauracioó n, fue glorificado como muchas cosas: el legislador que restauroó el orden, el heó roe que mantuvo encendida la llama revolucionaria, el general que conquistoó la mayor parte de Europa. Un meó dico estadounidense que visitoó Paríós en 1816, Franklin Didier, notoó que el nombre de Napoleoó n habíóa sido desterrado del discurso puó blico. Uno de ellos escuchoó apenas maó s de eó l que si nunca hubiera existido, escribioó . "De hecho, muchas personas no saben doó nde estaó . Cuando digo esto, aludo a los artíóculos políóticos en las revistas y las conversaciones en los cafeó s, clubes, etc., porque en las asambleas privadas [su nombre] a menudo se pronuncia con veneracioó n." Carlos X llevoó la censura maó s allaó de su el hermano Luis XVIII que prohibioó a los cantantes callejeros, de los cuales habíóa muchos, ensalzar al emperador. Pero la estrella de Napoleoó n brillaba con maó s fuerza. Colecciones de letras patrioó ticas hicieron del poeta Beó ranger un autor maó s vendido, y la mayoríóa de los franceses de clase trabajadora conocíóan de memoria a "Waterloo", "Les Deux Granaderos" y "Le Vieux Drapeau". Las medallas se sellaron, los bustos se esculpieron, ruó sticas imaó genes de EÁ pinal 90 circularon a traveó s de 89Sociedad de Derechos Humanos.
90Las imágenes de Épinal fueron estampas de temática popular y vivos colores que se produjeron en Francia durante el siglo XIX. Su nombre deriva del de la primera empresa que las lanzó, " Imagerie d'Épinal". Ésta había sido fundada en 1796 por Jean-Charles Pellerin, un nativo de la ciudad francesa
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vendedores ambulantes rurales. Un prefecto informoó desde Burdeos poco antes de la revolucioó n de 1830 que las "efigies del usurpador" abundaban, y donde las efigies no podíóan mostrarse, los síómbolos podíóan pasar. Algunos leales adoptaron corbatas deportivas impresas con el aó guila napoleoó nica o el bicorne. El clan Bonaparte no volvioó a entrar en Francia con otros exiliados políóticos cuando Carlos X cayoó del poder. Louis-Philippe estuvo apenas menos inclinado que su primo Borboó n a ofrecerles la compra de territorio franceó s, incluso despueó s de que el hijo de Napoleoó n, el duque de Reichstadt, muriera en 1832 a la edad de veintiuó n anñ os. Se equivocoó con una peticioó n en la que exigíóa a Francia que recuperara los restos de Napoleoó n de Inglaterra, hasta que los asesores, que le advirtieron que los restos eran maó s peligrosos que los parientes, ganaron el díóa. Un intento de pacificar a los bonapartistas llevoó al gobierno a encargar una nueva estatua de Napoleoó n para la columna de Vendoô me, que habíóa permanecido sin cabeza desde 1815. Pero la agenda generalmente pacifista de Louis-Philippe no aseguroó la paz en casa. Por el contrario, la clase baja privada del derecho al voto y cerrada por el pays légal (los doscientos mil franceses calificados para votar despueó s de 1830) anhelaba un pays militant en el que la gente, bajo las armas, marchara como uno contra un enemigo comuó n. Antorchas de Francia habíóan encendido fuegos en toda Europa, y el clamor se levantoó para ayudar a los rebeldes en Beó lgica, Polonia e Italia a deshacerse de un rey, un zar y un papa. Esas antorchas encendieron otra insurreccioó n en Paríós durante la gran epidemia de coó lera. Su ocasioó n fue el funeral de Jean-Maximilien Lamarque, un legislador republicano ampliamente admirado por haber librado victoriosas batallas como general en el ejeó rcito Revolucionario y en las campanñ as de Napoleoó n. Con Lafayette y otro general napoleoó nico llamado Clauzel sosteniendo el feó retro, el atauó d de Lamarque fue seguido por Paríós desde el lugar Vendoô me hasta el Pont d'Austerlitz por guardias nacionales, gremios de trabajadores, miembros de sociedades secretas, delegaciones extranjeras y una multitud de cien miles, muchos de los cuales blandíóan palos con guirnaldas en el follaje como meó nades ondeando tirsos. Delirando con el miedo al coó lera tanto como con la pasioó n políótica, el cortejo fuó nebre se convirtioó en una chusma insurreccional, ahora cantando la "Marseillaise", ahora cantando "libertad o muerte". Se extendioó en gran parte del este de Paríós ante la milicia, en varios enfrentamientos sangrientos, rechazando a las muchedumbres armadas. Su afirmacioó n de autoridad le valioó a Louis-Philippe un prorroga del espectro de Napoleoó n, excepto en el escenario popular, donde ciertos actores disfrutaban de un empleo a tiempo completo interpretando al pequenñ o cabo. Bajo un reó gimen hecho para empresarios, el negocio prosperoó . Astolphe de Custine, el autor perspicaz de La Russie en 1839, se conmovioó al reflexionar que "la gloria de los mercenarios, que promete mucho y se conforma con tan poco, es solo una sombra de lo real: la verdadera gloria acompanñ a al gran renombre, mientras que esta falsificacioó n difiere el reino del genio usurpando su cargo y su lugar." Custine pudo haber tenido en mente a de Epinal. Con el paso de tiempo, la expresión ha adquirido un sentido figurado en francés, designando una visión tradicionalista y naif de las cosas que se decanta únicamente por su lado bueno. Las "imágenes de Épinal" se difundieron ampliamente en otros países, como España, donde se llevaron a cabo ediciones en español y tuvieron una gran influencia en la producción autóctona de aleluyas
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Louis-Philippe (a menudo llamado "el usurpador" por Legitimistas) o simplemente escritores como Eugeè ne Sue, quien se hizo rico y famoso con ficciones publicadas en serie en perioó dicos que ahora encontraron posible, a traveó s de la tecnologíóa moderna, triplicar o cuadruplicar la circulacioó n. Los candidatos para los laureles de papiermaô cheó y coronas de estanñ o no faltaron. Pero la "gloria" que los chauvinistas desinflados encontraron maó s odiosa se personificoó en el teó rmino utilité publique. Para fomentar las empresas que se consideran de utilidad puó blica, las personas podríóan verse obligadas a abandonar sus hogares y sus tierras. Como una vanguardia irresistible, esta foó rmula burocraó tica despejoó el terreno para un ejeó rcito ocupante de mineros, excavadores de canales, constructores de carreteras, propietarios de faó bricas, pioneros del ferrocarril. Donde las tropas de Napoleoó n conquistaron Europa, el burgueó s Louis-Philippe dominoó la patria. La industrializacioó n comenzoó a transfigurar a Francia durante estos anñ os de paz, incluso si no causaba que corazones romaó nticos latieran maó s raó pido. Aun asíó, el espectro no desapareceríóa por las buenas, y en 1836 los acontecimientos lo revivificaron. El Saloó n anual, que se inauguroó en marzo, fue una exaltacioó n de la guerra napoleoó nica. Tres grandes cuadros de Horace Vernet representaban las batallas en Jena, Friedland y Wagram. Otros por Bellangeó mostraron el cruce del Mincio y la batalla de Landsberg, y en otro maó s, por parte de Charlet, una columna de soldados heridos en Rusia pasoó arrastrando los ojos luó gubre de Napoleoó n. Todo esto anunciaba una ocasioó n trascendental para el alboroto imperial. El 28 de julio, el sexto aniversario de la Revolucioó n de Julio, cayoó un velo del recientemente terminado Arco del Triunfo, que llevaba tres deó cadas en la fabricacioó n. Casi dos veces maó s alto que el Arco de Constantino, el edificio conmemoraba las grandes batallas de Napoleoó n, los generales que los ganaron (incluyendo a Lamarque), el cuerpo de ejeó rcito que los combatioó . Envejecidos veteranos del Gran Ejeó rcito estaban al lado de la milicia. Los ministros de Louis-Philippe presidieron la ceremonia inaugural, pero no el propio Louis-Philippe. Se dijo que la noticia de un complot para su asesinato lo persuadioó de no llevar a cabo su plan de revisioó n de las tropas. Tambieó n se dijo que se ausentaba para apaciguar a las potencias europeas furiosas con Francia por grabar en piedra la historia de su reciente sometimiento. Se puede haber pensado, ademaó s, que no le gustaba la posibilidad de perder auó n maó s dimensioó n bajo este monumento al caudillo eó pico. El 25 de octubre, cuando se levantoó el obelisco de Luxor en el lugar de la Concordia, media deó cada despueó s de que Muhammad Ali Pasha lo hubiera regalado al nuevo reó gimen, Louis-Philippe fue testigo orgulloso de la hazanñ a desde un balcoó n del Ministerio de Marina. . Pero Napoleoó n tomoó creó dito incluso por esto; para muchos parisinos el obelisco hablaba de un joven general faó lico aplastando a los mamelucos en Egipto en lugar de un famoso rey en forma de pera que llevaba un paraguas enrollado, y sin duda el pachaó sabíóa muy bien que nunca habríóa ganado el control de Egipto veinticinco anñ os antes sin un ejeó rcito entrenado por los oficiales e ingenieros de Napoleoó n. La uó ltima de las epifaníóas napoleoó nicas en molestar a Louis-Philippe en 1836 vino en forma de noticias de Alsacia que el sobrino itinerante del emperador, LouisNapoleon Bonaparte — el mismo que inspiroó la observacioó n de Karl Marx sobre la historia repitieó ndose, la primera vez como tragedia , la segunda vez como farsa — habíóa intentado infructuosamente un golpe de estado. Louis-Napoleon habíóa sido 68
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desterrado de Francia despueó s de Waterloo, junto con su madre, que era hijastra y cunñ ada de Napoleoó n I (habiendo nacido Hortense de Beauharnais y habieó ndose casado con Louis Bonaparte, rey de Holanda). Louis-Napoleon crecioó cerca de Konstanz al lado del Badensee, donde Hortense lo habíóa educado en un espíóritu que acomodaba ambiciones imperiales y fantasíóas socialistas. Estos fueron legitimados durante una reunioó n con su distanciado padre en Florencia; reforzado ocho anñ os maó s tarde, cuando se unioó a los revolucionarios que luchaban por liberar el territorio de Romanñ a del gobierno papal; y se le dio rienda suelta despueó s de la muerte del hijo de Napoleoó n en 1832. Ese anñ o Louis-Napoleon publicoó en privado un panfleto, titulado Rêveries politiques, que fue contrabandeado al notorio periodista republicano Armand Carrel. A su debido tiempo, un emisario de Louis-Napoleon preguntoó a Carrel si su perioó dico de oposicioó n, Le National, daríóa la bienvenida a un gobierno bonapartista ratificado por plebiscito. La obertura de Louis cayoó en oíódos sordos, pero la trama siguioó adelante de todos modos. Guarnecido en Estrasburgo estaba el Cuarto Regimiento de Artilleríóa, al cual Napoleon Bonaparte habíóa sido originalmente atado. Con la ayuda de una bella seductora, Louis y otros conspiradores ganaron a su comandante, un coronel descontento llamado Vaudrey. El 30 de octubre, el diminuto sobrino se puso el uniforme rojo y azul de un coronel de artilleríóa, anñ adioó un sombrero de general para la buena medida, y ensayoó su proclamacioó n oficial: "Estoy decidido a conquistar o morir por la causa de los franceses. . . Fue en su regimiento que mi tíóo, el emperador Napoleoó n, se desempenñ oó como capitaó n: fue con ustedes que ganoó fama en el asedio de Toulon; y fue su valiente regimiento quien le abrioó las puertas de Grenoble a su regreso de la Isla de Elba. ¡Soldados! Un nuevo destino los espera. Es para ustedes el comenzar una gran empresa; ¡seraó n los primeros en tener el honor de saludar al aó guila de Austerlitz y Wagram!" La lealtad del cuarto regimiento se comproó con sobornos liberales, y al amanecer, detraó s de Vaudrey, marchoó por calles estrechas hacia el patio del cuartel de infanteríóa. Allíó, en medio de una gran confusioó n, un capitaó n aparentemente pensoó que el hombrecillo que afirmaba ser el sobrino de Napoleoó n y que sosteníóa un aó guila imperial estaba sufriendo delirios de grandeza y lo puso bajo arresto. Louis-Philippe decidioó prudentemente contra el encarcelamiento de los cautivos, para que no transformara una peste en un maó rtir. Prescribioó el exilio en su lugar, y en cuestioó n de díóas Louis-Napoleoó n se vio obligado a subir a bordo del Andromède, lo que tardaríóa cuatro meses en llevarlo a Norfolk, Virginia, en camino de Ríóo de Janeiro.
CUANDO LOS Flaubert dejaron su hogar para disfrutar de sus vacaciones anuales en agosto de 1836, sin duda se alegraron de posponer todos los pensamientos de inquietud políótica, cirugíóa y el syllabus del griego de tercer anñ o. Poco sospechaba Gustave de cuaó n fatal seríóa ese mes para eó l. Trouville se habíóa puesto cada vez maó s de moda; ademaó s de los pintores que difundíóan la noticia de que la ciudad ofrecíóa bellas vistas y de la hospitalidad barata de sus habitantes, estaba el voluble Alexandre Dumas, quien habíóa veraneado allíó, promocionando su costumbre en todo Paríós. Dos de sus amigos, EÁ lisa y Maurice Schlesinger, decidieron prestar atencioó n a sus 69
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revelaciones entusiastas y, durante el verano de 1836, alquilaron una cabanñ a junto al mar. En Gustave, de catorce anñ os, con quien se hicieron amigos, esta inusual pareja causoó una impresioó n que eventualmente daríóa frutos en una obra maestra de la ficcioó n del siglo XIX, su Éducation sentimentale (la segunda versioó n). Mucho antes de L'Éducation vino el fruto menor de Mémoires d'un fou91, un monoó logo autobiograó fico en el que los detalles de la amistad de Gustave con los Schlesinger (el nombre de EÁ lisa cambioó a Maríóa) se entrelazan a traveó s de sus densas reflexiones sobre el amor y la vida. Mientras paseaba una manñ ana por la playa hacia Roches Noires, donde a los banñ istas les gustaba congregarse, Gustave notoó que el agua lamíóa el chal rojo de rayas negras de una mujer y la movíóa a una distancia segura del oleaje. Su recompensa inesperada vino durante el almuerzo en el comedor del Auberge de l'Agneau d'Or. Una mujer joven sentada cerca con su marido canoso se presentoó como la banñ ista cuyo vestido habíóa rescatado, para agradecerle por un gesto galante. La mirada que acompanñ aba a este ramo lo dejoó completamente aturdido. Lo que vio en su estado herido fue una belleza que eclipsaba todo lo que la rodeaba. Alta y de pecho pleno, nariz aguilenñ a, piel de color aó mbar y abundante cabello oscuro, EÁ lisa, de veintiseó is anñ os, que habíóa dado a luz a una hija cuatro meses antes, parecíóa maó s mediterraó nea que Normanda. Gustave la encontroó al instante perfecta, incluyendo el fino tono azulado que sombreaba su labio superior y le dio a su rostro un fuerte, casi masculino, molde. "Ella podríóa haber sido culpada por ser rolliza o descuidada de su persona a la manera de los artistas, y en general las mujeres la encontraron comuó n", escribioó . Su negligencia hizo que Mme Schlesinger fuera maó s deseable para Gustave, cuya predileccioó n siempre seríóa para damas bien tapizadas y oscuras, como Mme Flaubert. Y las trenzas que le caíóan sobre los hombros anunciaban una libertad de espíóritu inimaginable en las cabezas adornadas con festones, como jardines ornamentales, con rizos y rizos tubulares. Si quedaba algo para hechizar, despueó s de que sus ojos lo fijaran, su voz realizaba la hechiceríóa. Hablaba lentamente, con una suave cadencia musical. A partir de entonces, los movimientos de Gustave fueron gobernados por los de ella mientras se obsesionaba obsesivamente por cruzar su camino o sentarse cerca de ella en la playa. El mito de Afrodita alzaó ndose desnuda de la espuma del mar, montada en una concha de vieira y aterrizando en Cythera, se desplegaba ante sus ojos cada vez que EÁ lisa bajaba a la playa empapada, con un traje que debíóa parecer nada al ninñ o criado con los elaborados atavíóos de las mujeres burguesas. Su corazoó n se aceleroó , su rostro enrojecioó , su lengua se incrustoó en su paladar, y en una ocasioó n, al verla amamantar a su pequenñ a hija, sintioó el deseo en eó l. ¿Desde queó distancia podríóa observar "venas azules"92 debajo de la piel oscura de su pecho? Nunca habíóa visto a una mujer desnuda hasta entonces [exceptuando a las locas, como veremos] ¡Oh!, en queó eó xtasis tan singular me sumioó la vista de aquel seno; ¡coó mo la devoreó con los ojos, cuaó nto me hubiera gustado tocar solamente este pecho! Me parecíóa que, de haber puesto mis labios, mis dientes la habríóan mordido de rabia; y mi corazoó n se fundíóa en delicias pensando en las voluptuosidades que procuraríóa aquel beso. 93 91Memorias de un loco 92Azure veins en el original. 93Traducción de Luarna Ediciones de Memorias de un loco.
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Derrotado por la idea de dirigirse a la divinidad, podríóa haber permanecido para siempre fuera de su cíórculo maó gico si no fuera por su regordete consorte, Maurice Schlesinger, un hombre cordial y, a decir de todos, un bon vivant que llegoó a Trouville con cajas de vino del Rin para mantener a su companñ íóa bien regada. Los catorce anñ os de Gustave no le impidieron unirse a esa companñ íóa, lo que atrajo a pintores, escritores y muó sicos de los alrededores. Por el contrario, puede haberle hecho querer a Schlesinger, y no hay ninguna indicacioó n de que el doctor y la senñ ora Flaubert percibieran alguó n peligro en asociaciones bohemias, o cualquier cosa que no dejaríóa de existir una vez que Gustave volviera a encontrarse bajo el techo familiar. Estaba en libertad de planear sobre EÁ lisa en habitaciones llenas de humo, donde las palabras y el "grog"94 fluíóan libremente. Mientras que la hermana Caroline tomaba clases de dibujo en un taller u otro, Gustave podríóa haber montado a caballo con Maurice en la playa. ¿Schlesinger tambieó n lo vio como un adorno fíósico para su cíórculo? El chico alto y esbelto que aparentemente no se daba cuenta de su buena apariencia, que a menudo vestíóa una camisa de franela roja, pantalones de tela azul y una bufanda azul atada a su cintura, era un espectaó culo para los ojos pictoó ricos y una buen jinete. Primero entre todos los animales que alguna vez habíóa querido ser, escribioó maó s tarde, llegoó el caballo. Es muy posible que nadie en Trouville supiera que los Schlesinger eran en realidad una pareja no casada, y mucho sobre los comienzos de su vida conyugal auó n permanece oscuro. EÁ lisa era una chica normanda de la ciudad de Vernon, nacida en 1810 de Auguste Charles Foucault, que habíóa luchado bajo Napoleoó n en Austerlitz y Jena antes de retirarse con el rango de capitaó n. EÁ l la envioó a la escuela del convento local, donde las monjas le ensenñ aron artes domeó sticas y la instruyeron en los rudimentos de la muó sica. A los diecinueve anñ os se casoó — tal vez bajo coaccioó n — con un teniente guarnecido en Vernon, EÁ mile Jacques Judeó e, que era catorce anñ os mayor que ella. Mucho se ha escrito sobre lo que sucedioó a continuacioó n, pero por razones que no se pueden dilucidar a la perfeccioó n, su vida salioó mal. En la versioó n maó s reciente de los acontecimientos, Flaubert et le secret de Madame Schlesinger, que deriva de la tradicioó n familiar, EÁ lisa fue violada en su noche de bodas por los companñ eros de su marido impotente e inmediatamente huyoó a Paríós. Allíó encontroó refugio con una hermana casada, Lia, quien la protegioó contra las repercusiones del escaó ndalo. Un anñ o maó s tarde, 1830, Judeó e dejoó Vernon por Argelia. Acababa de regresar de la guerra colonial cuando Gustave conocioó a EÁ lisa. Durante gran parte de ese intervalo, ella continuoó viviendo con su hermana en la rue Montmartre, ganaó ndose la vida haciendo encaje, en el que adquirioó habilidades excepcionales, mientras tomaba clases de canto. Puede haber sido a traveó s de Lia, ella misma una cantante entrenada, que EÁ lisa conocioó al editor de muó sica Maurice Schlesinger, cuyo negocio se encontraba bastante cerca de su apartamento. Sin embargo, la reunioó n se produjo, ella pronto se habríóa descubierto que este vibrante prusiano judíóo, media cabeza maó s bajo que ella y doce anñ os mayor, con un ojo notoriamente errante, presidioó uno de los centros culturales de Paríós en el 89, rue de Richelieu. En EÁ lisa, Maurice encontroó una bella e inteligente mujer. ¿La encontroó tambieó n embarazada de seis meses por un 94Ponche.
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cierto Conde von F—, como afirma la familia? Si es asíó, acordoó otorgar su nombre al ninñ o. Juntos establecieron una casa, y en abril de 1836 EÁ lisa dio a luz a Marie Schlesinger. La unioó n de la pareja se consagraríóa en 1840, un anñ o despueó s de que les llegara la noticia de que Judeó e habíóa muerto. Sin preocuparse maó s por la persuasioó n religiosa que por los nombres que cambioó o los pasaportes que llevaba, Maurice se convirtioó al catolicismo a peticioó n de EÁ lisa, para la boda en la iglesia. A Maurice se le habíóa dado el nombre de Mora Abraham en su nacimiento, en Berlíón, donde su padre, Abraham Moses, o Adolf Martin, poseíóan una libreríóa frecuentada por la gran comunidad de expatriados hugonotes. Mora se convirtioó en Moritz y demostroó ser un digno hijo de Adolf, quien en 1811 establecioó una companñ íóa de publicacioó n de muó sica y libros que comenzoó a prosperar cuando se firmaron contratos con Spontini, Carl Maria von Weber y Cherubini. Despueó s de Waterloo, Schlesinger's Musikhaë ndlung se convirtioó en la principal empresa de este tipo en Berlíón, gracias en gran medida a las exitosas negociaciones de Moritz. Apenas se unioó a la empresa — un joven de educacioó n claó sica y un ex huó sar — Adolf lo alistoó en una campanñ a para capturar a Beethoven. Moritz cumplioó esta misioó n, y su relato de la forma en que lo hizo durante una reunioó n cerca de Viena en Modling, donde Beethoven pasoó el verano, ofrece una imagen víóvida de ambos hombres. Mientras descendíóa de su carruaje, fue recibido al ver a Beethoven saliendo de la posada con gran asco. Esto no auguraba nada bueno, pero Beethoven consintioó en verlo y le explicoó que el posadero no habíóa tenido carne de ternera para satisfacer su deseo repentino de una chuleta. "Lo consoleó ", escribioó Schlesinger, y hablamos de otras cosas. Me quedeó alrededor de dos horas. Teníóa miedo de aburrirlo o molestarlo, pero cada vez que trataba de irme me deteníóa. Tan pronto como llegueó a Viena, le pregunteó al hijo del posadero si teníóa alguna ternera en la tienda. Lo hizo y lo hice enviar a Beethoven en el carruaje que teníóa a mi disposicioó n. A la manñ ana siguiente, todavíóa no me habíóa levantado cuando Beethoven entroó corriendo, me besoó , me abrazoó y me dijo que era el mejor hombre que habíóa conocido. Nada lo habíóa hecho maó s feliz que la tan ansiada ternera.
A cambio de la chuleta, Moritz recibioó varias composiciones para glorificar la lista ecleó ctica de la firma, incluyendo canciones y sonatas para piano de 30 a 32, con la promesa de maó s. Parece haber sido igualmente bueno con el encantador príóncipe Federico (entre otros miembros de la corte real), que escribioó muó sica marcial. La coleccioó n completa de Schlesinger de marchas militares prusianas era un artíóculo lucrativo. Asíó como los hijos de Mayer Rothschild fueron al extranjero a crear satrapíóas de su imperio financiero, Moritz, un hablante franceó s fluido, se establecioó en Paríós en la deó cada de 1820. Despueó s de varios anñ os de empleo en una empresa especializada en la importacioó n y exportacioó n de libros, solicitoó una licencia para comerciar libros por derecho propio, pero fue rechazado por la monarquíóa borboó nica, que de alguna manera se habíóa enterado de sus simpatíóas políóticas liberales. Los Borbones no expresaron ninguna objecioó n, por otro lado, establecerse como editor de muó sica, y Schlesinger, que teníóa todos los instintos de un gran empresario, no pasoó desapercibido por mucho tiempo. Los muó sicos serios llegaron a reconocer su colofoó n 72
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en las reducciones de piano de las oó peras de Mozart, asíó como las partituras completas de piano de Beethoven. A su debido tiempo, tambieó n se adhirioó a las obras de Meyerbeer, Liszt, Mendelssohn, Chopin, Ceó sar Franck, Haleó vy y Berlioz, aunque la vida despilfarradora de Maurice no podríóa haberse sostenido sin los ingresos generados por mercancíóas maó s fluidas — los "airs favoris 95" y "bagatelles96" endeó micos en los salones de clase media. Sin embargo, lo que lo distinguioó de otros editores influyentes y, finalmente, lo hizo primus inter pares en el continente, fue la Gazette Musicale. Fundado en 1834 como un vehíóculo para promover su lista, este diario se convirtioó en algo mucho maó s que eso. No solo mantuvo al puó blico al tanto de los eventos musicales en toda Europa, con informes de corresponsales en todas las capitales, sino que tambieó n abrioó sus paó ginas a los escritores y compositores que desean un foro para alguna idea o reclamo. Berlioz transmitioó su mimada molestia, la presuntuosa farsa de críóticos musicales musicalmente analfabetos. Liszt denuncioó los tabuó es anacroó nicos que inhibíóan la ejecucioó n de la muó sica sacra en las salas de conciertos. Richard Wagner, a quien Schlesinger empleoó en varias tareas cuando vivíóa indigentemente en Paríós, exaltoó las virtudes especiales de la personalidad musical de Alemania. Balzac, George Sand, Alexandre Dumas, todos escribieron para la Gazette. Y todos los caminos se cruzaban en 89, rue de Richelieu, que en la mayoríóa de las tardes se asemejaba a un saloó n animado en lugar de un lugar de negocios. La mente de un adolescente enamorado no podíóa abrigar la esperanza de este personaje de gran capacidad, que apostoó por el futuro de Trouville ese verano al adquirir una posada cerca del puerto con la intencioó n de construir un gran hotel allíó (de hecho, construiríóa una, llamado Bellevue). A menos que hiciera un trabajo pesado para eó l, como Wagner arreglando extractos operíósticos como catorce suites para la corneta, era difíócil menospreciarlo o desagradarlo. Alrededor de Schlesinger, el tiempo rara vez colgaba pesado. Ya sea consciente o no del hechizo de Gustave con su esposa, no le importoó que lo llamaran "Peè re Maurice", e invitoó al ninñ o a las festividades que los unieron a eó l y a EÁ lisa. Particularmente memorable fue una excursioó n a la luz de la luna en el ríóo Touques durante la cual un amigo cercano de Schlesinger, el violinista polaco Heinrich Panofka, tocoó temas del Saul de Handel. En su relato de la noche, Gustave omitioó a todos excepto a eó l mismo y a EÁ lisa, cuyo sonido de voz lo arrullaba como el barco mecieó ndose. "Ella estaba cerca de míó, sentíó la curva de su hombro y el roce de su vestido", escribioó . "Estaba fascinado por el amor, escucheó que los remos se hundíóan ríótmicamente, las olas rodaban contra el esquife, me sentíó conmovido por todo eso, y escucheó la dulce y vibrante voz de Maríóa". Pero esta adoracioó n acunada lo dejoó desolado y amargado, ya que el forastero condenado a fingir intimidad caminando con el perro de EÁ lisa o paraó ndose debajo de la ventana iluminada por la noche. Por la noche, cuando las imaó genes de la cama conyugal lo manteníóan despierto, Trouville se convirtioó en una orilla solitaria. El droit de mariage97 de Peè re Maurice era la miseria de Gustave. “Para eó l esta mujer toda entera — su cabeza, sus senos, su cuerpo, su alma, sus sonrisas, sus dos brazos envolventes, sus palabras de amor. Para eó l todo, para mi nada.98” 95canciones favoritas 96trivialidades 97matrimonio correcto 98Traducción de Luarna Ediciones.
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El retrato de Gustave de síó mismo conmemorando los eventos del verano durante su viaje en carruaje a Rouen anticipa la triste escena de Charles Bovary bajo el aó rbol preguntaó ndose si la vida con Emma no habíóa sido, despueó s de todo, un suenñ o rutinario en su vida de color pardusco. "¡Adioó s para siempre! ella se fue como las nubes de polvo volando detraó s de ella." Pero eó l veríóa a EÁ lisa otra vez, a menudo; y antes de eso, en 1838, volveríóa a visitar su despertar con Mémoires d'un fou. Habíóa muchos burgueses de Rouen al borde del cíórculo social del doctor Flaubert que encontraron extranñ o a su hijo menor y que, cuando Madame Bovary aparecioó veinte anñ os maó s tarde, no se habríóa sorprendido al saber que a los dieciseó is anñ os habíóa escrito una meditacioó n episoó dica llamada Memoirs of a Madman. Uno de esos conocidos fue el Dr. Eugeè ne Hellis, jefe de medicina en el Hoô tel-Dieu y un catoó lico dado a cruzar espadas con su colega Volteriano. Hellis descartoó a Gustave como "una cabeza salvaje y lanuda si alguna vez conociera a una", una extranñ a criatura insensible a la aptitud esencial de las cosas. Para un adolescente carcomido por la duda, fou99 no era una charla ociosa. El miedo a volverse loco obsesionoó a Gustave mucho antes de que algo muy parecido a la locura llegara en un rayo desde el azul. Sin duda las migranñ as incapacitantes de Mme Caroline Flaubert lo preocupaban. Y su ansiedad puede haber sido exacerbada por las imaó genes formadas a los siete anñ os, cuando François Parain, creyendo que una desviacioó n notoriamente cruel de los Rouennais de principios del siglo XIX seríóa un gran entretenimiento para su sobrino, mostraó ndole reclusos harapientos y delirantes en un manicomio maó s allaó de la abadíóa de Saint-Ouen. En lugar de culpar a su querido tíóo, Gustave prefirioó mantener que el espectaó culo lo habíóa endurecido de por vida 100. Pero esta afirmacioó n, una versioó n de la cual se puede encontrar en el tributo que EÁ mile Zola pagoó a matones que lo atormentaron en su escuela en Aix-en-Provence, fue en gran parte jactancia servida como tarifa antiburguesa. En un nivel maó s profundo, compartíóa la creencia del Dr. Flaubert de que nadie gozaba de inmunidad contra el trastorno mental y que la locura podíóa ser atrapada por los locos, como la plaga de coó lera, si uno no podíóa mantener la distancia. "Mi padre siempre solíóa decir que nunca habríóa practicado en un hospital psiquiaó trico, porque si uno se dedica a tratar la locura, seguramente lo contraeraó ". Sin embargo, mantener su distancia de la locura, ¿ha requerido un acto de exorcismo? Gustave estaba maó s que medio convencido de que los "locos y cretinos" lo perseguíóan, como luego le dijo a un corresponsal, como perros que olfatean a uno de su propia clase. Salvaje y confuso, si no desquiciado, es como se presenta en Mémoires d'unfou, al tiempo que se enorgullece implíócitamente, con el orgullo del joven Romaó ntico, de una extravagancia que para el Dr. Hellis habríóa senñ alado graves defectos de la mente y personaje. La vida gobernada por el reloj era, declaroó , una tiraníóa que promovíóa la muerte del alma. "Nunca me han gustado los horarios, los tiempos establecidos, una existencia tic-tac, en la que el pensamiento se detiene al sonar la campana de la escuela, y todo termina de antemano, durante siglos y generaciones". No para sonñ adores como eó l era una "regularidad" que incitoó los freneó ticos disenñ os de sus contemporaó neos. Mientras que el mayor nuó mero respiraba alegremente en una 99loco 100"Ce sont de bonnes impresiones a avoir jeunes; elles virilisent "(Son buenas impresiones para tener cuando uno es joven, te hacen viril).
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sociedad que glorificaba el "materialismo y el sentido comuó n", para eó l eran tan sofocantes como una nube de negro humo sobre el ala de un paó jaro. Se fue solo y allíó leyoó — "devorado" — Childe Harold y Caín, Werther y Fausto, Hamlet y Romeo y Julieta. Deambular solo reflejoó su aversioó n a todos los senderos trillados y las líóneas rectas, incluso los largos corredores de la escuela colegial, asociados con el eó xito en la vida. Como el reloj de la escuela que acorta el curso aleatorio de sus ensonñ aciones, la secuencia estricta de las expectativas burguesas — empleo remunerado, matrimonio, paternidad — dejoó a Gustave incapacitado para cualquier futuro que pudiera inspirar respeto a los ojos de la sociedad. Pasoó el tiempo de la preparatoria escudrinñ ando el piso de la sala del estudio o una aranñ a girando su red en la pata del escritorio del supervisor. Y cuando la maó scara del cinismo cayoó , se vio a síó mismo como un haragaó n incapaz de aclarar los hechos o mostrarse dispuesto a aprender una profesioó n, "que seríóa inuó til en este mundo donde todos deben participar del banquete, y, en resumen, siempre seguir siendo un bueno para nada — o a lo maó s hacer de un bufoó n pasable, un expositor de animales entrenados, un productor de libros." Al igual que Djalioh jugueteando con una tormenta fuera del aó mbito de la composicioó n armoó nica es el fou, el "loco" memorista no restringido por " lecciones claó sicas", cuyos pensamientos lo conducen a una velocidad vertiginosa a traveó s de torrentes, montanñ as, espacio, en vuelos que terminan en escenas de carniceríóa u orgíóa. La uó nica líónea recta por la cual Gustave parecíóa mostrar entusiasmo era aquella que trazaba el progreso de una civilizacioó n que se desgastaba a medida que arrasaba su camino burgueó s hacia el olvido. Deterioro, erosión, nada, vacío, sepulcro, son palabras que dieron color a su prosa. Limitado por la posibilidad de que alguó n díóa ingrese a la sociedad y "golpeado" por el contacto con el profanum vulgus101, encontroó un toó nico para la neurastenia en las visiones del holocausto final. "Entonces, ¿cuaó ndo esta sociedad libertina en mente, cuerpo y alma finalmente encontraraó su fin?" Pregunta. Habraó regocijo en la tierra cuando el vampiro mentiroso e hipoó crita llamado sociedad expire. Despojadas de mantos, cetros y diamantes, la realeza huiraó de sus palacios en ruinas en el eó xodo general de las ciudades caíódas, para reunirse con las yeguas salvajes y las lobas. Despueó s de desgastar sus pies en los pavimentos de la ciudad. . . el hombre moriraó en los suelos del bosque. Los incendios se enfureceraó n. . . y la naturaleza de ahora en adelante solo daraó frutos amargos y espinosas rosas. Las carreras se extinguiraó n en la cuna como arbustos azotados por el viento que perecen antes de florecer. Todo debe terminar, y la tierra debe desgastarse para ser pisoteada; el inmenso firmamento debe finalmente cansarse de esta mota humana que perturba la majestuosidad de la nada con sus matices y sus gritos. El oro debe desgastarse pasando de mano en mano y ensuciaó ndolos a todos. Este vapor de sangre debe enfriarse, los palacios deben derrumbarse bajo el peso de los tesoros almacenados en ellos. . . Entonces se oiraó una gran carcajada de desesperacioó n, cuando los hombres contemplen el vacíóo.
Mientras el trono se va, asíó va el altar, y Gustave imagina coros desnudos y en ruinas junto a los escombros de los palacios. En sus díóas de agoníóa, Roma vislumbroó un crucifijo "luminoso con eternidad", escribioó , pero despueó s de mil ochocientos anñ os, la cruz se habíóa convertido en madera petrificada. ¿En queó podríóa el hombre del siglo XIX colgar su suenñ o de la trascendencia? 101Vulgo profano
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Para este colegial oscuramente elocuente, el final del tiempo era maó s agradable de contemplar que el díóa del juicio final de la graduacioó n. ¿Un rol profesional resultaríóa en un auto alejamiento para toda la vida? La verdadera individualidad requeríóa una extensioó n vacante sobre la cual su imaginacioó n podíóa jugar como lo deseaba, sin tener en cuenta senñ ales paternas, caminos rituales, curríócula vitae, reclamos de propiedad, juicios ajenos. Sintieó ndose conectado solo cuando estaba desamparado o abandonado, el chico rebosante de vacíóo expresoó sus paradojas en un epíólogo a cuenta de su enamoramiento. En eó l, eó l declara que Maria no pudo haber conocido su amor porque eó l no la habíóa amado. "En todo lo que te dije [el lector], mentíó". La mentira se convirtioó en verdad solo dos anñ os despueó s, cuando volvioó a visitar Trouville. Solo en la orilla, en el bosque y los campos, creoó a Maria para eó l, caminando a su lado, hablando con eó l, miraó ndolo. "Me bajaba y veíóa el viento acariciar la hierba y el oleaje golpeaba la arena y pensaba en ella y reconstruíóa en mi corazoó n cada escena en la que actuaba o hablaba. Estos recuerdos fueron una pasioó n". Como un paleontoó logo entusiasmado por los restos foó siles y no por las criaturas en carne y hueso, a Gustave le encantaba abrazar las ausencias. Sin un cuerpo externo que limitara su imaginacioó n y sin circunstancias histoó ricas que frustraran su voluntad, convirtioó a Maria en una Galatea. Aunque no podíóa poseer a la mujer, teníóa algo que se podíóa poseer en una imagen de su propia invencioó n y, como eó l dice, lo preferíóa de esa manera. No importa, Lord Byron. Leyendo Les Confessions, se conocioó con un espíóritu verdaderamente afíón en JeanJacques Rousseau, o en el Jean-Jacques que dejoó la cama Mme de Warens en busca de una cabanñ a detraó s de su casa, para fantasear mejor con ella desde lejos. Esta inclinacioó n por la intimidad remota permanecioó con Gustave. Siempre se sentiríóa maó s a síó mismo en la solidez del amor indefinidamente no consumado, del anhelo, de la peó rdida. Sin duda, pronto habríóa consumaciones, pero no de amor, ni en Trouville. En un arreglo geograó fico que reflejaba su estado psicoloó gico, asíó como la etiqueta de los joó venes de la clase alta, el paíós era un lugar apropiado para los romances y la ciudad un lugar para el sexo neutral. Gustave tuvo otros roces amorosos durante las vacaciones de verano en la costa; en Rouen, varios anñ os despueó s, con persuasioó n por parte de Alfred Le Poittevin (su ejemplo en todo lo veneó reo), se convirtioó en un habitueó de burdeles en la rue du Plaô tre y la rue de Cigogne. Se puede suponer con seguridad, si los Rouennais se ajustaba a la norma burguesa, que maó s de un companñ ero de clase de Gustave en la escuela habíóa sido iniciado por una camarera familiar (el Manuel des pieuses domestiques102 advirtioó severamente contra este peligro). Sin embargo, bajo la mirada de Mme Flaubert, no parece haberse producido tal iniciacioó n en el Hoô tel-Dieu. A la mitad de la adolescencia, Gustave habíóa caíódo completamente bajo la influencia de Alfred Le Poittevin. Emulando el estilo de Alfred, que combina travesuras anticuadas y profundo pesimismo, grosera bufonada y una inclinacioó n por la metafíósica, desprecio por las cortesíóas de la sociedad educada y la inmersioó n total en la cultura literaria, Gustave no podíóa saltarse la cuneta tan aó gilmente como su amigo o moverse con su facilidad de los tours de force retoó ricos a las bromas obscenas. Lo que no parecíóa forzado en Alfred aparecioó en Gustave como la fanfarroneríóa de un mocoso 102Manual de piadoso doméstico.
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brillante cuya voz habíóa caíódo recientemente una octava. Son tíópicos los comentarios que hizo en una carta escrita el 23 de septiembre de 1837, despueó s de visitar Le Paraclet — el monasterio que Pierre Abeó lard construyoó cerca de Nogent-sur-Seine y que le fue otorgado a Heó loise. Lejos seríóa que se uniera a lacrimosos contemporaó neos que queríóan que la pareja martirizada se enterrara una junto a la otra en el cementerio de Peè re-Lachaise. "El maestro Abailard [sic]", le dijo a Ernest, que era un "pataó n" y un "imbeó cil" que debíóa ser despreciado por sacrificar "un testíóculo" al servicio del amor. A Adolphe Cheó ruel no le fue mucho mejor que al pobre Abeó lard cuando Gustave supo que su profesor de historia se habíóa casado con la viuda de un colega. Cheó ruel conectoó el agujero de Mme Bach, como le dijo a Ernest, no fuera que la dama "muriera de onanismo solitario" (una praó ctica consentida por el propio Gustave y universalmente reputada de tener consecuencias nefastas). Nada hizo que su corazoó n irreverente saltara maó s que un rumor bien fundado de que el subdirector encargado de monitorear la moral estudiantil en el collége habíóa sido sorprendido en un prostíóbulo. Esto era carne roja para el depredador Garçon. "Me hace bien a todo — pecho, estoó mago, corazoó n, víósceras, diafragma, etc.", le cantoó a Ernest. "Cuando me lo imagino a [eó l] atrapado empujando pesadamente a su miembro, no puedo evitar gritar, beber, . . . dando la garganta completa a la risotada del Garçon. Golpeo la mesa, me arranco el pelo, ruedo por el piso. ¡Queó gran historia!" Mémoires d'un fou, que se inicia poco despueó s, sugiere en sus reflexiones sobre la moralidad cuaó n raó pidamente podríóa perder piedad esta figura jovial, lo poco que le tomoó a un Garçon lleno de esperma rabelesiano convertirse en un ninñ o abandonado del siglo. La peó rdida de la fe en Dios lo habíóa llevado a dudar de la existencia de la virtud, "una idea fraó gil que cada siglo ha erigido en un andamiaje de leyes cada vez maó s precario", escribiríóa Gustave y otra vez maó s sombríóamente: "Alrededor del hombre todo es sombra, todo es vacíóo A eó l le gustaríóa alguó n punto fijo mientras se desvíóa en esta inmensidad de vaguedad. Al tratar de detenerse, se aferra a una cosa y a otra, pero ve que todo se le escapa — nacioó n, libertad, creencia, Dios, virtud." Otra coleccioó n de pensées103 que datan de esos anñ os y dedicados a Le Poittevin, en donde dice francamente que en Gustave el universo de la clase media dominaba las musas del teatro, que el hogar del hombre respetable era una fachada y el burdel su verdadero interior, que el sofaó nupcial era un apoyo para los asuntos aduó lteros, que "la vida es una maó scara, la muerte es la verdad". Para puntos fijos y orientacioó n moral, Alfred Le Poittevin no pudo ayudar; todo lo contrario. Mientras por su cuenta Gustave descubríóa a Montaigne y Rabelais, a quienes describioó en un breve ensayo como la encarnacioó n de "una risa genuina, fuerte y brutal, la risa que rompe y destroza [íóconos]", se estaba familiarizando a traveó s de Alfred con una literatura subversiva de los imperativos morales y los ideales racionales establecidos por la sociedad burguesa. El consumado latinista que pronto seríóa un abogado joven y suave y, que eventualmente podríóa haber sido un magistrado cíónico si hubiera vivido lo suficiente (lo pensoó Freó deó ric Baudry) presentoó a Gustave a Byron, a Gautier, al Fausto de Goethe, y de forma maó s duradera, como veremos, a las obras del Marqueó s de Sade. Bajo los auspicios de Alfred, Gustave se convirtioó en autor publicado por segunda vez en Le Colibri, otra vez a los dieciseó is anñ os, con una pieza 103pensamientos
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brillantemente mordaz titulada "Une leçon d'histoire naturelle: Genre commis 104", que atrapa el espíóritu burloó n de las confabulaciones del jueves por la noche de Alfred en la rue de la Grosse Horloge. Para ridiculizar al tendero, el empleado o el tenedor de libros era vanguardista a la moda. Estaba auó n maó s de moda invocar a los grandes naturalistas del díóa presentando la caricatura de uno como un ejercicio de taxonomíóa zooloó gica. Los cerebros han sido atormentados, comienza, por la clasificacioó n correcta de un animal que combina caracteríósticas del bradypodidae105, el perezoso, el mono aullador y el chacal. "Su gorro de piel de nutria asíó como los largos vellos de su levita marroó n indican una vida acuaó tica, mientras que su chaleco de lana, de varios centíómetros de grosor, ofrece pruebas positivas de que esta criatura se origina en climas del norte; sus unñ as enganchadas podríóan sugerir un carníóvoro, si tuviera alguó n diente. Por fin, la Academia de Ciencias oficialmente lo llamoó bíópedo, reconociendo demasiado tarde que se mueve con la ayuda de un bastoó n de eó bano". Aunque maó s breves y maó s caó usticas que las fisiologías de Balzac y el estudio de los tipos sociales que inspiraron a Les Français peints par eux-mêmes: Encyclopédie morale du XIXe siècle106 (a los que Balzac contribuyoó durante la deó cada de 1840), los bocetos de Gustave no dejan dudas de que eó l, como sus romaó nticos mayores, habíóan desarrollado un buen oíódo y ojo para las costumbres susceptibles de ser consagradas en los retratos geneó ricos. En el trabajo, escribioó , el empleado se sienta en su taburete alto con un bolíógrafo pegado a su oreja izquierda y escribe lentamente, saboreando el olor a tinta en una gran hoja de papel extendida ante eó l. "Canta lo que escribe entre los dientes cerrados y hace muó sica incesante con la nariz, pero, cuando lo presiona, no tiene igual para escupir comas, puntos, guiones, florituras finales. . . Charla de oficina gira alrededor del deshielo invernal, las babosas, la repavimentacioó n del puerto, el puente de hierro, las laó mparas de gas". Para el entretenimiento en vivo, este voraz consumidor de novelas ligeramente pornograó ficas de Paul de Kock va al teatro todos los domingos, sentado en una galeríóa superior o en el hoyo. "EÁ l sisea la cortina y aplaude al vodevil. Cuando es joven, juega un juego de dominoó durante el intermedio. A veces pierde, luego se va a casa, rompe dos platos, ya no llama a su esposa 'mi esposa', olvida a Fido, devora los restos de la carne hervida de ayer, sacia furiosamente los frijoles y se duerme sonñ ando con auditoríóas, deshielos, repavimentacioó n, sustraccioó n." A pesar de su lascivo sentido de la mente, es, en la edad madura, el ciudadano modelo — "pacíófico y virtuoso". El hace fielmente la guardia municipal, se retira a las 9 pm, y nunca sale de la casa sin su paraguas. El Constitutionnel junto a su cafeó con leche 107 matutino traiciona a un hombre de simpatíóas liberales. "Es un entusiasta partidario de la Carta de 1830 y las libertades de julio. EÁ l respeta las leyes de su paíós, grita Vive le Roi!108 en los fuegos artificiales y pule su pechera de la Guardia Nacional todos los saó bados por la noche. El tenedor de libros es un entusiasta miembro de la Guardia Nacional. Apenas oye el 104Una lección de historia natural: género comprometido 105Bradypus es un género de mamíferos placentarios del orden Pilosa, conocidos vulgarmente como perezosos de tres dedos o perezosos tridáctilos. El único dentro de la familia Bradypodidae. Se conocen cuatro especies. 106Los franceses pintados por ellos mismos: Enciclopedia moral del siglo XIX. 107“Café au lait” en el original. 108¡Viva el Rey!
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redoble de tambor que corre hacia el patio de armas, todo sonrojado y fuertemente abotonado, tarareando: 'Ah, queó placer es ser un soldado'". Habríóa sido faó cil para la mayoríóa de los lectores detectar la enorme admiracioó n de Gustave por La Bruyeè re y Montesquieu, pero habríóa requerido adivinacioó n ver en su anoó nimo contable el paradigma de los empleados literarios auó n no nacidos. "Ayer visiteó a Degouve-Denuncques [editor de Le Colibri]; mi 'Comisioó n' apareceraó el proó ximo jueves y el mieó rcoles corregiremos las pruebas juntos", informoó a Ernest el 24 de marzo de 1837, y con tanto orgullo le dio a Rouen un personaje destinado a disfrutar de la posteridad en personajes flaubertianos — en Homais, en Bouvard, en Peó cuchet — como una borla que corre el hilo por el hilandero a todo lo largo. Ese orgullo sin duda fue compartido por Achille-Cleó ophas, por quien Gustave profesoó su amor en un diario. No se sabe coó mo se sintioó acerca de las lecturas espeluznantes de su hijo y su cinismo precoz. Puede ser que eó l les haya pensado poco. Muy preocupado por los deberes profesionales, el doctor dedicoó tiempo libre a la administracioó n y adquisicioó n de propiedades, ya que amplioó en gran medida el patrimonio familiar. La Ferme de Gefosse en Pont l'EÁ veô que y varias parcelas adyacentes a la granja de Caroline Flaubert en Touques fueron adquiridas en la deó cada de 1820. En 1833, Achille pagoó la considerable suma de setenta mil francos por veintitreó s acres de pastos con ingresos cerca de Betteville, a algunas millas ríóo abajo de Rouen y bastante cerca de las ruinas de la abadíóa benedictina de Saint-Wandrille del siglo XI. Tres anñ os maó s tarde, por una cantidad auó n mayor, noventa mil francos, comproó la Ferme du Coô teau en Deauville, unos sesenta y cinco acres incluyendo granjas, tierras bajo cultivo, huertos y praderas situadas en una suave pendiente que subioó a su punto maó s alto en Mont. Canisy. Durante las vacaciones de verano, Gustave a menudo cruzaba los Touques desde Trouville para visitar esta granja y hablar con los inquilinos. Tan insignificante fue la aldea de Deauville que habloó de su propio dominio futuro como "nuestra granja, que se llama Deauville". La opinioó n de Mme Flaubert sobre las predilecciones literarias de Gustave tampoco fue registrada. Lo que encontroó incluso maó s nocivo que Sade, tal vez — suponiendo que supiera algo de Justine or Philosophie dans le boudoir 109 — fuera la pipa que se convirtioó en un accesorio inevitable para la vida intelectual de Gustave. El humo del tabaco sin duda agravoó sus dolores de cabeza, pero no se hizo nada al respecto. Su prohibicioó n podríóa haber parecido excesivamente dura en una era de resoplidos epideó micos, cuando los hombres joó venes no se sentíóan del todo completos a menos que estuvieran equipados con puros o, como nos muestran los dibujos de Daumier, con bruô legueules110 de arcilla de tallo largo. Despueó s de hacerse fumador de George Sand, Jules Sandeau se volvioó contra el tabaco, declarando que la hierba estaba destinada a deletrear la ruina de los joó venes bien nacidos. La inmoralidad que prevalece en las salas de juego y burdeles palideceraó al lado del cigarro perverso. . . Nos haraó maó s danñ o que la literatura alemana, que los amores de Werther, los suenñ os huecos de René y los Cuentos de Hoffmann. . . El cigarro, que se ha infiltrado en el mundo de los salones elegantes, ha hecho 109Justine o Filosofía en el tocador. 110Pipas
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Flaubert: Una vida — Frederick Brown sentir su presencia sobre todo en los cíórculos artíósticos. . . [El cigarro] es la insignia del hombre de letras y del artista.
Si Mme Flaubert le hubiera leíódo esto a su hijo, no habríóa importado, o la cita podríóa haber provocado una contraparte perversa. Las cartas escritas a Ernest durante estos anñ os escolares dejan muy claro que el futuro Flaubert, cuyo díóa de trabajo nunca comenzoó hasta que agudizoó sus plumas y fumoó el primero de una treintena de cuencos, ya era completamente adicto en la adolescencia. 111 En agosto de 1838, antes de unirse a Alfred en la casa de verano de Le Poittevins en Feó camp, pensoó maó s en su provisioó n de tabaco que en su guardarropa. "He pasado dos díóas haciendo mis preparaciones de tabaco para el viaje. Justo ahora he pasado otras dos horas envolviendo media docena de tuberíóas (n.° 17). Ademaó s, para el camino, traereó dos cajas de amadou [yesca], media docena de cigarros, un fajo de Maryland, etc., etc. Tomareó Rabelais, Corneille y Shakespeare." Comenzando con el anñ o escolar 1838-39, durante el cual vivioó en su casa, Gustave teníóa la costumbre de entrar en un cafeó cerca del Colleè ge Royal todas las manñ anas y de animarse. Se consoloó de antemano por la austeridad y las privaciones que soportaríóan durante todo el díóa en un banco de madera y lo amaba tanto como lo haríóa maó s tarde, en su escritorio. "¡Ah! Queó vicios tendríóa si no escribiera", exclamaba a su futura amante (que lo queríóa maó s vicioso). "La pipa y la pluma son las dos garantíóas de mi moralidad". La sensacioó n de estar abandonado o perdido, que se apoderaba de eó l cada vez que sus amigos no respondíóan sus cartas raó pidamente, se intensificoó despueó s del verano de 1838. Primero, Alfred Le Poittevin partioó de Rouen para comenzar estudios de derecho, mucho à contre coeur112, en la Universidad de Paríós. Luego fue Ernest Chevalier, que todavíóa no habíóa recibido el grado de bachiller, y se fue a trabajar en una pensioó n parisina para ingresar a la facultad de derecho. Por encima estaban las caminatas amistosas que regularmente tomaban por el campo a las afueras de Rouen. Gustave asociado con sus companñ eros de clase, con Orlowski, con la facultad junior en el collège (dos de los cuales — Horbach y Podesta, profesores de alemaó n e italiano — le dieron alcance internacional al Garçon en payasadas en la casa de campo de los Flaubert). Pero ninguno podríóa reemplazar a Alfred y Ernest. Si solo hubiera disfrutado del "poder ilimitado" que encontraba tan atractivo en las obras de Sade, podríóa haberlo usado para no practicar fantasíóas sexuales con mujeres (o no de inmediato) sino para detener el paso del tiempo. El tiempo lo vacioó . Le trajo un cambio. Lo hacíóa sentirse rezagado. Lo arrastroó inexorablemente hacia el gran Niaó gara de compromisos adultos. Dejado atraó s en el muelle despueó s de despedirse de sus companñ eros íóntimos que se habíóan embarcado en la vida profesional, se vio auó n maó s oprimido por el exitoso curso que Achille estaba formando con evidente autosatisfaccioó n. En mayo de 1839, las dos Carolinas, madre e hija, se unieron a Aquiles en Paríós para ofrecerle apoyo moral durante la defensa puó blica de su tesis doctoral (sobre hernias estranguladas, publicada ese anñ o como Quelques considerations sur le moment de l’opération de la hernie étranglée). Tambieó n estaban presentes la prometida de Achille, Julie Lormier, y sus 111Los registros hospitalarios indican que el Dr. Achille-Cléophas Flaubert ocasionalmente recetó tabaco a los pacientes, violando las normas del hospital, de lo que se puede deducir que era un padre indulgente en el tema del fumador en pipa. 112contra el corazón.
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futuros suegros, bien arreglados mercaderes de lana normanda. Vieron a la gran traó gica Rachel actuar en la Comeó die-Française y admiraron las obras hidraó ulicas de Versalles, donde la multitud acalorada de calor llenoó las galeríóas, y finalmente le compraron a la hermana Caroline un piano nuevo, honrando la solicitud de Gustave para uno con un gran sonido. Pero ellos hicieron de su negocio principal el montaje del ajuar de Julie. Gustave miroó con amargura estos rituales prenupciales. "[Mi hermano] se va a establecer", le dijo rencoroso a Ernest, como correspondíóa a un joven que habíóa declarado que si alguna vez poníóa un pie en el escenario mundial seríóa en el papel de un "desmoralizador" diciendo "horrible" verdades. "De ahora en adelante se pareceraó a esos poó lipos que se adhieren a las rocas. La vida cotidiana giraraó en torno al conñ o rojo de su amado; brillaraó sobre el hombre feliz mientras el sol brilla sobre el estieó rcol". Nada, ni siquiera las noticias de que otra insurreccioó n de republicanos de extrema izquierda habíóa levantado barricadas en el bajo Montmartre y barrido a los turistas de las calles, parecioó distraerlo por mucho tiempo de los pensamientos sobre la vida sexual de Achille bajo la nueva dispensacioó n. "Manñ ana se casan", escribioó el 31 de mayo. "Es entre el 1 y el 2 de junio que comenzaraó el puto deseo y el suave crujido de las camas en la oscuridad de la noche indicaraó la dicha matrimonial". Cuando los recieó n casados tomaron su obligatoria luna de miel en Italia varios meses despueó s, Gustave conjeturoó que Aquiles volveríóa maó s liviano por varias onzas de semen. La idea de ejercer una profesioó n era un abismo sobre el que su alma flotaba como un convicto de rodillas sobe el cadalso. Es cierto que no lo arruinoó para la escuela, donde Cheó ruel le otorgoó el segundo premio general en historia, y el temible Louis Magnier, a quien un inspector describioó como un "franco y leal" profesor de retoó rica hostil a la "delincuencia" de la literatura romaó ntica, lo clasificoó alto en la composicioó n francesa. Dos veces ganoó el primer premio en historia natural. Trabajoó diligentemente en lenguas claó sicas, como siempre lo haríóa. Sin embargo, el futuro se aprovechoó de su mente. Si era necesario, estudiaríóa derecho, le dijo a Chevalier en febrero de 1839, pero sin intencioó n de practicarlo, excepto para defender a un asesino como Lacenaire u otra causa atroz. En julio, cuando su uó ltimo anñ o se hizo maó s grande, se habíóa vuelto maó s abatido. Para Ernest declaroó enojado que tomaríóa su lugar en la sociedad, se convertiríóa en cualquier convencioó n dictada, un "engranaje como todos los demaó s," un "zopenco" indistinguible de los demaó s, un abogado, un meó dico, un subprefecto, un notario, un juez comuó n y corriente — "porque uno debe ser algo asíó y no hay teó rmino medio". Su mente estaba preparada. "Ireó a estudiar Derecho, lo cual, en lugar de abrir todas las puertas, no lleva a ninguna parte. Pasareó tres anñ os en Paríós contrayendo enfermedades veneó reas. ¿Y entonces? Todo lo que quiero es vivir todos los díóas en un viejo castillo en ruinas cerca del mar." La alabanza de Ernest, quien encontroó su omníóvoro intelecto desalentador, cayoó en oíódos sordos. Se consideraba a síó mismo como un premio imbeó cil. Incluso su escritura lo aburrioó . No quedaba nada, se quejoó , de la vanidad o el talento que lo habíóan hecho tan productivo. Hubo momentos no deleteó reos cuando Gustave, haciendo un balance de su vida, admitioó que nada justificaba sus "interminables jeremiadas", que alguien tan bien rodeado de afectuosos familiares y amigos solo teníóa que culparse por las espinas en su camino. Esta comprensioó n no lo animoó . Sintieó ndose fuera de lugar y fuera de tiempo, se consoloó lo mejor que pudo con paliativos disponibles para un joven cuyo subsidio puede haber igualado los salarios del trabajador ordinario. Para creer en uno de sus 81
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jeremiadas, fumoó hasta que se le cortoó la garganta, bebioó brandy cada vez que se presentoó la oportunidad, comioó glotonamente, visitoó un burdel en la rue du Plaô tre. Aburrido es lo que dijo haber sido por esa visita, pero el hastíóo o embêtement expresaron una actitud — una especie de hastiado nil admirari113 — de moda entre los joó venes literatos rebeldes. Por supuesto, su iniciacioó n sexual no se logroó entre bostezos. El evento, que aparentemente tuvo lugar varios meses antes del matrimonio de Achille, inspiroó un tributo a la prostitucioó n que cumplíóa con otro imperativo de los joó venes rebeldes: épatez les bourgeois — conmocionar a la burguesíóa. Trollops era preferible, en su opinioó n considerada, a las dependientas problemaó ticas que deseaban el tipo de relacioó n apasionada que habitualmente se sirve en las casas de vodevil. "Absolutamente no, tomareó al innoble en su forma no adulterada cualquier díóa", le aseguroó a Ernest, que no compartíóa esta opinioó n. "Es solo otra pose y otra a la que respondo maó s faó cilmente que a cualquier otra. Lo que anhelo es una mujer hermosa, ardiente y puta de lado a lado". Al elogiar a las mismas mujeres a quienes el famoso hijo de Alexandre Dumas, Alexandre (conocido como Dumas fils), pronto denunciaríóa como enemigos mortales de la sociedad burguesa, Gustave enmascaroó su temor con bravuconadas contrarias, y en Smar, una ficcioó n dramaó tica recargada y enredada escrita durante los primeros meses de 1839, siguioó desempenñ ando el papel de abogado del diablo, subvirtiendo a la burguesíóa en una escala coó smica. Nadie sabe coó mo llegoó a este tíótulo — la síólaba oriental exoó tica simplemente puede haber sonado bien — pero estaó claro que su "misterio", como lo describioó , debe mucho al Fausto de Goethe, al Caín de Byron y al Ahasvérus de Edgar Quinet. Satanaó s, bajo la apariencia de un meó dico griego, desciende sobre un ermitanñ o piadoso llamado Smar, que raó pidamente cede a su apetito, hasta entonces no reconocido, de conocer mundos maó s allaó de su retiro levantino. Se van en un vuelo a traveó s del espacio, con Satanaó s gorjeando: "¿No eres el rey de esta creacioó n? La eternidad a tu alrededor fue creada para tu alma", y Smar exclama: "¡Oh! ¡Queó ancho es mi corazoó n! Me siento superior a este miserable mundo perdido en las vastas distancias bajo mis pies". Con las felices proporciones de su vida anterior sesgada por la exposicioó n al infinito, Smar, un vagabundo que desaprende la leccioó n de Candide (Il faut cultiver notre jardin), ahora contempla el jardíón que una vez cultivoó como prisioó n. Los líómites que lo definieron en la tierra caen en su estado de egocentrismo coó smico. "Todo esto parece haber sido hecho para míó", se regocija. Pero Satanaó s el enganñ ador desilusiona a Smar, recordaó ndole su mortalidad. Nacido bajo una sentencia de muerte, eó l no es libre. Y el vacíóo en expansioó n que no puede abarcar atestigua la ausencia de un ser trascendente en cuya custodia moral los hombres tercamente creen. "Síó, la nada supera con creces la mente humana y toda la creacioó n. . . La verdad es una sombra que se escapa cuando el hombre se acerca para agarrarla", dice Satanaó s. Incompleto con todo, demasiado hinchado para el hogar del que se exilioó y demasiado humano para el empíóreo al que aspira, Smar se disuelve perplejo: "No seó nada, la angustia me roe. . . ¿Por queó estos mundos? ¿Por queó algo? ¿Por queó estoy aquíó?" Entonces, anhelando una visioó n de la vida de abajo, el alma hueó rfana se encuentra con el confederado de Satanaó s, un malvado Sancho Panza llamado Yuk, que le muestra la comedia humana que se desarrolla de una escena depravada a otra. La virtud no tiene hogar en este mundo 113no es de extrañar
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dejado de la mano de Dios, donde los siete pecados capitales son concejales burgueses, donde los esposos usan cuernos y los sacerdotes se unen a sus concubinas despueó s de la misa, donde la nobleza ha evacuado palacios y el espíóritu ha huido de la iglesia. "Queó hermosa [la iglesia] debe haber sido en los díóas de invierno con su multitud de velas, su congregacioó n cantando y caminando en los pasillos,. . . cuando todo — boó veda, cementerio, vidriera, piedra — estaba imbuido de alegríóa. "Ahora los santos son grises y llevan el clima, el rosetoó n estaó descolorido, el campanario estaó en silencio. Presidiendo este decadente espectaó culo estaó Yuk (la posteridad de Robert Macaire y otro avatar del Garçon), de quien Gustave escribe que pateoó "una corona, una creencia, un alma ingenua, una virtud, una conviccioó n" cada vez que extendíóa el pie. Como "dios de lo grotesco", cuya cruel risa resuena en todo momento, eó l es, dice Gustave, la divinidad mejor calificada para explicar los asuntos humanos. Que Smar no ganoó ni el premio Montyon, otorgado cada anñ o por la Acadeó mie française a una obra que mejora moralmente, ni la aceptacioó n de las madres protectoras de la virtud de sus hijas le dieron a Gustave una gran satisfaccioó n. «Molestar la moral puó blica» — la acusacioó n formulada por el segundo imperio contra Madame Bovary veinte anñ os despueó s — era disfrutar de la potencia del terrorista, y Gustave, aunque burgueó s en otros aspectos, no encontroó nada maó s estimulante que el principio o el fin de los escenarios del mundo, visiones de Neroó n quemando Roma, de Erostratus destruyendo a EÁ feso, del incesto de Calíógula, de las revelaciones petronianas para un imperio moribundo, de todos los tabuó es imaginables que se burlan de Walpurgisnacht114. En Smar, el inadaptado que no podíóa atornillar su mente a la agenda prescrita de su clase imaginaba un universo vacíóo carente de propoó sito, sin puerto ni tierra prometida para una especie inuó til condenada a vagar por ella ad infinitum como noó madas y saltimbanquis. Durante su uó ltimo anñ o en la escuela, Gustave se mantuvo con los Anales de Taó cito, las Epistolae morales de Seó neca y, sobre todo, los ensayos de Montaigne, a quien habíóa llegado a considerar un alma gemela, si no un padre ideal. Completamente confundido por los nuó meros, imploroó a Ernest que le enviara sus notas sobre aó lgebra, geometríóa y fíósica. Se declaroó analfabeto en griego despueó s de cuatro anñ os. Filosofíóa, que se aprendioó de un manual basado en el ragout de sensacionalismo, idealismo, escepticismo y misticismo llamado eclecticismo (como profesoó Victor Cousin, ministro de instruccioó n puó blica, que se convirtioó en el aó rbitro todopoderoso de Francia en asuntos educativos y filosoó ficos), hizo auó n maó s difíócil levantarse cada manñ ana, pero aquíó al menos logroó la distincioó n. "Soy el primero en filosofíóa. M. Mallet ha rendido homenaje a mi aptitud para las ideas morales. ¡Queó absurdo, yo, el galardonado en filosofíóa, eó tica, razonamiento, buenos principios!", Declaroó a Ernest (dejando a un lado el hecho de que leíóa mucho maó s a Seó neca y Montaigne de lo que la escuela le exigíóa). Lo que ninguna filosofíóa podíóa resolver era la paradoja de querer obtener su grado de bachiller instantaó neamente — si Ernest fuera un dios capaz de conjurar los meses que auó n no se habíóan soportado antes del comienzo, eó l construiríóa, escribioó , un "templo dorado", aunque temíóa la secuela. 114Noche de Walpurgis (o Valborgsmässoafton en sueco, Walpurgisnacht en alemán) es una festividad pagana celebrada en la noche del 30 de abril al 1 de mayo por grandes regiones de la Europa Central y Septentrional. También es conocida como la noche de las brujas.
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Esta sombríóa paradoja casi lo atraviesa camino a la graduacioó n. A principios de diciembre, un maestro sustituto impuso un pensum a estudiantes de uó ltimo anñ o culpables de un caos premeditado. Su informe los describe gritando cuando ingresaron al aula e ignorando sus suó plicas de silencio. Cuando finalmente comenzoó la leccioó n, tres estudiantes lo interrumpieron, Gustave era uno. Los castigos impuestos a ellos tuvieron poco efecto en los demaó s: Hubo un arrastrar de los pies y un murmullo bajo. Absorto como estaba en una explicacioó n difíócil, no pude identificar a los culpables, lo que me obligoó , lamentablemente, a infligir el mismo castigo a todos por igual. Esto lo hice solo despueó s de tres advertencias y en el entendimiento de que el castigo seríóa derogado si los culpables se presentaban.
Treinta estudiantes declararon en una carta colectiva su intencioó n de no hacer el pensum (copiar mil líóneas de versos), por lo que Jean Paillat, un gramaó tico inflexible que habíóa sido recientemente nombrado subdirector, seleccionoó a tres firmantes para su expulsioó n. En este punto, Gustave, junto con algunos otros de los perdonados, dirigioó una protesta al superior de Paillat. La expulsioó n, escribieron, significaba la ruina profesional para los tres. "Hubiera sido aconsejable antes de tomar una medida tan decisiva, tan grave, sopesar un equilibrio imparcial, la equidad o la injusticia de una tarea asignada arbitrariamente". Si Paillat hubiera reflexionado maó s sobre el asunto, continuaron diciendo, que sin duda habríóa mostrado maó s indulgencia, pero en cualquier caso, la seleccioó n de víóctimas ejemplares no teníóa sentido. "Nosotros, que firmamos la carta original y no nos retractamos de lo que declaramos, estamos listos ahora para presentarle, senñ or, las razones que explican nuestra accioó n presente. Si todavíóa falla en contra nuestra, nosotros, los abajo firmantes, exigimos que todos hagamos la tarea o todos suframos expulsioó n, cualquiera que elija". Concluyeron afirmando que dado que esta apelacioó n habíóa sido muy seria, esperaban ser tratados como adultos maduros en lugar de impulsivos estudiantes de 17 anñ os. Doce companñ eros de clase se unieron a Gustave en esta declaracioó n, incluidos EÁ mile Hamard y Louis Bouilhet, que desempenñ aríóan un papel importante en su vida. Todo fue en vano. El director no les hizo caso. En cambio, imitoó a su asistente, a quien escribioó una nota senñ alando a tres firmantes para la expulsioó n: "Al rechazar el pensum, los estudiantes Flaubert, Piedelieè vre y Dumont se han desconectado automaó ticamente de la escuela. Por lo tanto, no seraó necesario informar a los padres sobre su ausencia." La sentencia resultoó menos draconiana de lo que su cortante nota podríóa sugerir. O bien, la presioó n para conmutar la pena fue llevada al director Dainez por los influyentes amigos del Dr. Flaubert. En cualquier caso, no podríóa haber decepcionado a Gustave, a menos que secretamente esperara la expulsioó n directa como una solucioó n radical a su dilema. Desterrado de la escuela universitaria, auó n se le permitiríóa tomar exaó menes de bachillerato y, si tiene eó xito, recibir el grado. A partir de entonces, con su padre alentaó ndolo, ejercioó mucha maó s autodisciplina que nunca, aunque no en el tema del fumar en pipa. Sabemos por una carta a Chevalier que rutinariamente se levantaba a las 3 a.m., se retiraba a las 8:30 p.m. y estudiaba durante horas y horas. Las cantidades de griego tuvieron que ser memorizadas, incluyendo dos libros de la Ilíada, que leyoó con dificultad. Ciceroó n lideroó una multitud de autores latinos en su plan de estudios. Repasoó las sesenta y dos lecciones del Manuel de philosophie del profesor Mallet. Las 84
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notas prestadas de Chevalier ayudaron con la fíósica, pero nada menos que la intervencioó n divina, pensoó , lo ayudaríóa a tener eó xito en matemaó ticas. "¡Es un terrible sufrimiento para una persona como yo que estaó hecha para leer el Marqueó s de Sade en lugar de todas estas tonteríóas!" Lo que le obstaculizaba en general era el estrabismo emocional de un joven que esperaba desesperadamente liberarse de su camisa de fuerza acadeó mica mientras miraba hacia atraó s con un dolor de corazoó n a las camaraderíóas arruinado por la diaó spora de la graduacioó n. "Esas manñ anas deliciosas en las que fumaó bamos y conversaó bamos en Rouen, en Deó ville, siempre estaríóan vivas para míó", le escribioó a Ernest. "Estaó n tan frescos como ayer, todavíóa puedo escuchar nuestras palabras debajo de las frondosas ramas donde nos tumbamos en el suelo, con el humo saliendo de nuestras pipas y el sudor que bordea nuestras cejas. . . O bien estamos en la chimenea, a tres pies a la izquierda cerca de la puerta, con las tenacillas en la mano, trazando un cíórculo de cenizas blancas en el dintel." Gustave luchoó hasta el díóa de la graduacioó n. Los ejercicios de graduacioó n, en los cuales su nombre no fue citado para ninguó n premio o mencioó n honoríófica, tuvieron lugar el 17 de agosto de 1840, en la capilla de la escuela. Debido a las inclemencias del tiempo, aparecieron menos espectadores de lo habitual. Peor auó n, los peces gordos administrativos y militares que normalmente habríóan adornado el podio asistieron al Rey Louis-Philippe en la estancia de Orleó ans en Eu. Pero, como siempre, la Guardia Nacional proporcionoó ayuda musical y, por primera vez, se unioó a un grupo de estudiantes cuya actuacioó n maó s o menos coherente movioó el Journal de Rouen para senñ alar con aprobacioó n que los funcionarios escolares no permitieron que las "ramas de estudio maó s serias" fuera "las artes animadas". Despueó s de que un miembro de la facultad demostrara su destreza retoó rica en un discurso elogiando al reó gimen por reconciliar la libertad y la autoridad, el Director Dainez siguioó con un discurso igualmente orquestado que insinuaba que los peligros nacionales podríóan requerir que los graduados estuvieran dispuestos a sacrificarse. La alusioó n, como todos en su audiencia sabíóan, era para la perenne "cuestioó n oriental". Un anñ o antes, cuando el joven Abdul Mejid I sucedioó a su padre como sultaó n en Constantinopla, pocas personas pensaron que ocuparíóa el trono por mucho tiempo, con Muhammad Ali, el gobernador amotinado de Egipto, enrutando a los ejeó rcitos turcos en todo el Cercano Oriente. Temiendo que Rusia pudiera explotar su situacioó n para invocar los teó rminos de un tratado anterior y enviar buques de guerra a los Dardanelos, las potencias europeas programaron una conferencia en Londres. Con haó biles maniobras diplomaó ticas, el zar Nicolaó s se colocoó entre Inglaterra, que habíóa apuntalado intermitentemente al Imperio Otomano, y Francia, que era el aliado constante de Muhammad Ali. La conferencia de Londres reunioó a Austria, Prusia, Inglaterra y Rusia en una reunioó n de naciones victoriosas en Waterloo. Habiendo negado cualquier opinioó n en los arreglos políóticos que debíóan gobernar el Mediterraó neo oriental hasta la Guerra de Crimea de 1854-56, Francia consideroó su exclusioó n como un casus belli 115. En la víóspera del regreso de Napoleoó n de Santa Elena para su nuevo entierro en el Hoô tel des Invalides, el sentimiento chovinista era muy alto. Los reclutas joó venes fueron llamados a las armas, y el director Dainez golpeoó su propio pequenñ o tambor. Las madres que habíóan derramado laó grimas cuando sus hijos salieron de casa a la escuela 115Caso o motivo de guerra. Motivo que origina o puede originar cualquier conflicto o enfrentamiento.
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ahora podíóan apreciar el producto varonil de la disciplina ilustrada, le dijo a la clase de Gustave. "Encontraó ndo [a sus hijos] tan buenos como siempre, pero maó s sumisos, maó s amables quizaó s y no menos amorosos, maó s dignos de ellos en una palabra, reconoceraó n faó cilmente que esta disciplina, que no es tan dura como puede parecer, . . . es el pilar maó s fuerte de nuestro orden social, y el garante maó s seguro de nuestras promesas de deber." Si fuera necesario, civiles tan bien entrenados seríóan soldados exuberantes. "Si el paíós, teniendo que defender su honor nacional, o rechazar pretensiones absurdas, recurre a su patriotismo alguó n díóa, usted, siguiendo los pasos de sus mayores, recordaraó a los enemigos de Francia que el trono y las instituciones que protege no pueden perecer por tanto tiempo ya que estaó n respaldados por el afecto y el coraje de un pueblo libre". El Journal de Rouen observoó que sus nobles sentimientos claramente resonaban en el cuerpo estudiantil. En Gustave hicieron eco a traveó s de una caó mara vacíóa. El diaboó lico imitador esperoó trece o catorce anñ os antes de ridiculizar a Dainez y su especie en Madame Bovary con el discurso del funcionario de la subprefectura en la feria agríócola de Yonville. Mientras tanto, se contuvo, vistioó su corona ceremonial de huó medas hojas de roble, encontroó consuelo en la admiracioó n de su cíórculo íóntimo, y dirigioó sus pensamientos hacia el viaje que sus padres le habíóan prometido como recompensa por mantener el rumbo. ¿Un viaje a doó nde? Sabemos ahora que su itinerario inicial lo habríóa visto viajar por Espanñ a como aprendiz en estudios histoó ricos, ya que Adolphe Cheó ruel le preguntoó a Michelet, en nombre de su protegido, si el gran maestro deseaba darle una tarea de investigacioó n de cuatro o cinco meses. El amigo (como describioó a Gustave), aunque no muy bien educado, "como cualquier otro joven recieó n salido de la escuela secundaria", y ciertamente no agobiado por el peso del conocimiento que reclamaba para síó mismo, estaba lleno de ardor e inteligencia. "Le encantaríóa que le asignaran trabajo en un paíós interesante, como Espanñ a. Si su proyecto se materializa, eó l te visitaraó con una carta de presentacioó n míóa y aceptaraó cualquier tarea que quieras que realice en Espanñ a." Cuando no salioó nada de eso, se trazoó otro itinerario, el que conducíóa maó s lejos, desde los Pirineos, pasando por el Midi hasta Marsella, y cruzando el mar hasta Coó rcega.
VI La Gran Gira OTRO EVENTO al que se desvioó la conversacioó n en agosto de 1840 fue la segunda y descabellada invasioó n de Francia por parte de Louis-Napoleon Bonaparte. Despueó s de cruzar el Atlaó ntico, se instaloó en Londres, encontroó un aó ngel guardiaó n en Lady Blessington (quien le presentoó eminencias políóticas como Disraeli) y se rodeoó de compinches leales a su obsesioó n por el poder. Los suenñ os de la gloria imperial se encendieron nuevamente en marzo de ese anñ o, cuando la Caó mara de Diputados votoó a favor de los fondos para traer los huesos de Napoleoó n a casa desde Santa Helena. El momento parecíóa auspicioso para unir a los ciudadanos desilusionados contra su soberano anodino y apacible. Esta vez Boulogne fue elegido como cabeza de playa. 86
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Louis llegoó allíó en las primeras horas del 6 de agosto en un barco de vapor normalmente alquilado para cruceros de recreo. Cincuenta y seis hombres armados con uniformes falsos desembarcaron bajo el luó gubre ojo de un buitre domesticado adquirido en Gravesend para hacerlo pasar por el aó guila napoleoó nica y, dirigidos por un conspirador alojado en la guarnicioó n local, marcharon frente a los cuarteles del regimiento que eran vigilados por centinelas. Un coronel indignado, cuya ausencia habíóa sido contada, frustroó la pateó tica recreacioó n de Louis del regreso de Napoleoó n de Elba. Resistencia fue ofrecida Sonaron disparos, y el propio Louis hirioó a un soldado antes de huir con su heterogeó nea tripulacioó n. Otra escaramuza ocurrioó cerca del barco, donde dos de los perseguidos fueron asesinados a tiros. Louis se presentoó en su juicio posterior como un aceó rrimo defensor de la soberaníóa popular. El Tribunal de Pares acordoó un períóodo de cadena perpetua en la prisioó n de la fortaleza de Ham, en Picardy. La aventura podríóa haber muerto como la espuma en la costa de Normandíóa si no fuera por el estado lamentable de las relaciones anglo-francesas y la perspectiva de una apoteosis napoleoó nica en diciembre, cuando se programaron elaboradas ceremonias fuó nebres.116 Este acto le anñ adioó maó s lenñ a al fuego del chovinismo que se agitaba con tanta intensidad entre la gente de todas las caminatas que Louis-Philippe se sintioó obligado a adoptar poses marciales impropias de un paterfamilias de sesenta y siete. Quinientos mil hombres fueron movilizados en agosto y septiembre, incluidos dieciocho nuevos regimientos de soldados a caballo y de infanteríóa. El terreno estaba roto por un anillo de fuertes conectados alrededor de Paríós. Los buques de guerra franceses e ingleses se enfrentaron en el Boó sforo, mientras Sir Charles Napier bombardeoó Beirut, que habíóa sido capturado por el proteó geó de Francia Muhammad Ali. Como predijeron los observadores astutos como James de Rothschild, Louis-Philippe finalmente retrocedioó , abandonando a Muhammad Ali a su suerte, pero el alboroto nacional auguraba malestar cuando Gustave se presentoó el 22 de agosto. Su siempre inquieta madre se consoloó sabiendo que tres adultos sobrios lo estaríóan acompanñ ando: El Dr. Jules Cloquet, profesor de cirugíóa de Achille en la Escuela de Medicina de Paríós, que habíóa recorrido Escocia con eó l cinco anñ os antes; la hermana soltera de Cloquet, Lise; y un sacerdote italiano llamado Stefani. En Paríós, donde Gustave, ahora luciendo un bigote rubio, recibioó felicitaciones de su antiguo maestro Gourgaud-Dugazon y se liberoó de sus preocupaciones sobre la facultad de derecho, el grupo abordoó una diligencia en la ruta hacia Burdeos. Este viaje de cuatrocientas millas sobre ruedas de madera en el calor del verano requirioó una fortaleza excepcional. Disfrutando de las condiciones maó s favorables, los viajeros ocuparon el compartimiento "interior" o medio, que teníóa capacidad para seis personas, con la privacidad que proporcionaban las divisiones de cuero con la cabeza alta. Aun asíó, el espacio no estaba disenñ ado para acomodar a un joven fornido, y menos auó n de noche, cuando trataba de estirar las piernas. Si se durmiera, habríóa sido interrumpido cada pocas horas por el alboroto de los relevos y los postillones que habíóan terminado su turno empujaó ndolo para obtener una propina. Peor auó n era la prohibicioó n taó cita contra el tabaco. Aunque no lo notoó , Gustave indudablemente miroó con envidia a la rotonda, o compartimiento trasero sellado, donde los pasajeros pobres 116En la clase obrera, Napoleón estaba tan generalmente adulado como Louis-Philippe era despreciado. Cuando el cortejo fúnebre con las cenizas de Napoleón pasó por Rouen el 10 de diciembre, muchos miles se reunieron y observaron en un reverente silencio.
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— trabajadores, soldados de permiso, nodrizas mojadas que amamantan sus cargas — por lo general, se sentaron muy juntos en una niebla de humo de pipa. Lo que síó escribioó en su diario, despueó s de advertirse a síó mismo de mantener su prosa simple y directa, eran imaó genes de la campinñ a francesa tenñ idas de asociaciones literarias. Entre Blois y Tours, donde el Loire se reducíóa a una cinta de agua que fluíóa sobre un lecho de arena poco profundo y los bosques se retiraban de las orillas y los caballos remolcaban veleros en calma, Gustave decidioó que el paisaje riberenñ o habíóa sido hecho para las decorosas baladas de Charles d'Orleó ans. "No es ni grande, ni bella, ni muy verde", escribioó , anticipando los pensamientos de Taine sobre la relevancia de un medio especíófico para una sensibilidad particular, "pero es, por asíó decirlo, un poema de Charles d'Orleó ans, uno de esos estribillos cuya ingenuidad emite un sentimiento de ternura tan tranquilo y deó bil que apenas tiene pulso." Imaginando a un nativo lujurioso del siglo XVI de la regioó n, François Rabelais, servíóa como antíódoto contra el aburrimiento, y el Garçon, alias Gargantuó a, podíóa haber improvisado comentarios obscenos en un burlesco franceó s arcaico si hubiera tenido alguna posibilidad de divertir a la solterona, el sacerdote y el sabio doctor. Cuando pasaron a traveó s de Blois, Gustave, fiel a su debilidad por los depravados gobernantes, se quejoó de no poder visitar el castillo en el que Enrique III, que ayudoó a su madre, Catherine de Meó dicis, a planear la masacre del díóa de San Bartolomeó , retozando con chicos bonitos. Las caó lidas brisas alcanzaron al joven al sur de Poitiers en una tierra de boinas rojas y techos de tejas rojas y lo revivieron como un ramillete fragante. El grupo pasoó varios díóas ajetreados en Bordeaux antes de partir hacia los Pirineos. Consciente del precepto del Dr. Flaubert de que el viaje debe ampliarse, Gustave visitoó museos, bibliotecas, una coleccioó n de historia natural, una faó brica de porcelana, iglesias. Su aversioó n a la líónea recta lo puso en contra de una ciudad dispuesta de forma rectilíónea, sin nada "incisivo" para recomendarla, y limitada por un ríóo tan flemaó tico como eó l. Nadar en el amarillo y lozano Garonne hizo que le hormigueara la carne. Pero hubo emociones de un tipo diferente. La cripta de la basíólica de Saint-Michel, que conteníóa cadaó veres momificados exhumados del cementerio vecino, se habíóa convertido en un atractivo para los romaó nticos enamorados de lo macabro (Theó ophile Gautier, entre otros, que lo describioó en su Voyage en Espagne), y Gustave intentoó seguir su ejemplo. "Puedo testificar que [todos] tienen la piel tan parecida a un tambor, coriaó cea, marroó n y reverberante como el culo escondido", escribioó . "No haber tenido ninguna idea extranñ a mientras estaba de pie en medio de estas venerables momias me hizo desesperar; no soy tan sensible como para haber experimentado ninguó n horror tampoco. De hecho, descubríó que sus diversas muecas divertíóan." Lo que le causoó escalofríóos en la espalda fue la edicioó n de 1588 de los ensayos de Montaigne, una copia de la cual, con las notas y enmiendas marginales de Montaigne, se habíóa conservado en la biblioteca municipal. Al igual que la "bibliomaníóa" de su historia, la tocoó , dijo, en el espíóritu de los verdaderos creyentes que tocan reliquias sagradas. Despueó s de un bebedor paseo por los vinñ edos de Meó doc y comidas gourmet servidas por amigos del Dr. Cloquet, cuyo cíórculo lejano incluíóa al General Carbonel, comandante del distrito militar de Gironda, partieron hacia el Paíós Vasco, cruzando los grandes pinares del Languedoc en ruta hacia Bayona, donde Gustave finalmente encontroó un ríóo que le gustaba en el Adour. En Biarritz, que era, como Deauville, un pueblo pobre destinado a hacerse rico bajo Napoleoó n III, donde la playa lo alejoó de su puritana 88
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companñ íóa con fantasíóas de encontrarse con otra EÁ lisa. Quince anñ os maó s tarde podríóa haber encontrado una voluptuosa ninfa de la clase alta allíó, pero el 30 de agosto de 1840, sus ensonñ aciones fueron interrumpidas por gritos de ayuda para salvar a dos hombres que se ahogaban. "Escucheó fuertes lamentos y una mujer corpulenta, vestida de negro, a la que interpreteó como su madre, corrioó hacia míó", recordoó . Esta matrona, bendiciendo y exhortaó ndolo a su vez, lo ayudoó a desabrocharse las botas. "Me zambullíó de inmediato, pero con la misma sangre fríóa que teníóa en un banñ o normal, y de hecho tan imperturbable que mientras empujaba las olas, olvideó por completo que estaba realizando una misioó n de misericordia". Sin inmutarse por la emergencia en el mar, ya que no habíóa sido intimidado por las momias en Bordeaux, ¿temíóa que su ecuanimidad mostrara una escasez de imaginacioó n, falta de corazoó n o fraude? "Lo uó nico que me molestoó fueron mis pantalones y calcetines, que no habíóa quitado y que estaban obstaculizando mis movimientos. Necesitaba unas cincuenta brazadas para alcanzar a un hombre inconsciente siendo laboriosamente remolcado a la orilla por otros dos". Ninguna víóctima podíóa salvarse, y Gustave (que se vistioó en esta coyuntura de su gran gira con guantes blancos, una corbata de sateó n y un chaleco con un lente enroscado en el botoó n superior) lloraba sus pantalones en ruinas. Un díóa pasado en suelo espanñ ol al otro lado de la frontera del ríóo Bidassoa, cuando Don Quijote parecíóa caminar a su lado y un sol maó s radiante que el de Francia, que deslumbraba a las campesinas descalzas, y cada impulso profundo le decíóa al apuesto normando que su verdadera vocacioó n era ser mulero, no era Espanñ a suficiente para eó l. Pero en un díóa fue todo lo que obtuvo. Tierra adentro, desde Bayona, se alzaban las laderas boscosas y los picos nevados de los Pirineos Atlaó nticos, a los que ahora se dirigíóan los protegidos del doctor Cloquet. En poco tiempo teníóan una altura de una milla, mirando los acantilados a ambos lados de valles tallados por raó pidos torrentes llamados gaves. Subieron por el Gave de Pau y pasaron por Lourdes — todavíóa tan oscuro que solo se menciona entre pareó ntesis — en una carretera serpenteante a lo largo de la ladera de la montanñ a hacia Cauterets como una tenia blanca y delgada. A pie y a caballo llegaron al priorato de Saint-Savin del siglo XI, encaramado sobre cuatro valles convergentes, cuya comunidad de monjes benedictinos cantaba caó nticos a nivel de la nube. Un uó ltimo empujoó n los llevoó a traveó s de morrinñ a a la hermosa extensioó n verde del Lago de Gaube y al Piqueó Longue que se elevaba detraó s de eó l. Allíó, Gustave, que una vez maó s se sintioó inadecuado para una ocasioó n de liberacioó n emocional o libertad imaginativa, arremetiendo contra los demaó s, como si su presencia — o su estoó mago colectivo — se interpusiera entre su mente y sus impresiones. "Ciertamente, estar solo y quedarse despueó s del anochecer para ver la luz de la luna reflejada en sus aguas verdes, con la silueta de los picos nevados. . . uno podríóa comprender maó s faó cilmente su belleza y grandeza; pero no, uno va allíó como uno va a todas partes, en un viaje oficial, lo que significa que uno no puede sonñ ar o permitirse a síó mismo el complacerse inmodestamente en vuelos de fantasíóa. Uno llega al mediodíóa, hambriento y se atiborra con excelente trucha salmonada; la imaginacioó n es asíó enganñ ada de toda su "ligereza" y se evita que se eleve en lo alto, para revolotear con las aó guilas". No fue hasta que atravesoó un estrecho desfiladero cubierto de pedregales y, cuando se abríóa como un embudo, vio un gigantesco anfiteatro de acantilados llamado el Circo de Gavarnie, desde donde la escorrentíóa glacial descendíóa en cascada hacia la tierra virgen, Gustave abrazoó el mundo montanñ oso. "A la izquierda estaba la brecha de Roland y la 89
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cantera de maó rmol", escribioó sobre el Circo de Gavarnie, en paó ginas bastante parecidas a las del diario bien antologizado de Hugo. "Y el suelo, que parecíóa nivelado desde lejos, se inclina tan abruptamente que uno termina trepando sobre manos y rodillas para alcanzar el pie de la cascada; la tierra se desmorona bajo los pies, las piedras ruedan colina abajo en el torrente, la cascada retumba y te empapa con su niebla. . . Las masas grises de bordes nevados de las montanñ as de Marboreó destacaban sobre un cielo azul, y sobre sus cabezas flotaban algunas nubes pequenñ as, delineadas en oro por el sol. Es un espectaó culo deslumbrante." De las cartas casi diarias que Gustave intercambiaba con una familia que siempre pedíóa noticias, pocas han sobrevivido, pero esas pocas son testigos parciales del tono y la deriva de la conversacioó n en una casa muy privada. Persuadirse de que la apariencia robusta de su hijo no ocultaba un fantasma fraó gil era difíócil para Mme Flaubert, quien, cuando se sentíóa lo suficientemente bien como para escribir, se inquietaba hipocondríóacamente por síó misma y por Gustave. ¿Podríóa tranquilizarla luego de que el largo viaje al sur no lo habíóa dejado exhausto y enfermo? Dios no permita que eó l tenga accidentes en el camino. En cuanto a ella, las migranñ as la perseguíóan adonde fuera, en Nogent-sur-Seine despueó s de una sacudida cabalgata desde Rouen, y de vuelta en Rouen despueó s de una semana de preocuparse por el querido Gustave, cuya ausencia era insoportable. Hasta que eó l volviera (¿cuaó ndo exactamente lo iba a hacer?, se preguntoó ), solo las cartas podríóan calmar su dolor. "¡Cartas! ¡Cartas! Las espero con impaciencia, y seraó n mi mayor fuente de felicidad durante tu ausencia", escribioó el 24 de agosto, y dos semanas despueó s, "Nunca, mi buen Gustave, me quejareó de tener demasiadas cartas tuyas. Escribe tantas como quieras, siempre seraó n recibidas con gran placer". Achille-Cleó ophas fue otro aó vido lector, pero donde la madre exhortoó , el padre prescribioó . "Que tus espíóritus permanezcan altos y que tu corazoó n sea bueno, como sabemos que es", instoó , en una aceptable imitacioó n de Polonio. "Aprovecha tu viaje y recuerda a tu amigo Montaigne, quien recomienda que uno viaje principalmente en orden de recuperar las costumbres y los humores de las naciones, y para 'frotar y pulir nuestro cerebro contra el de los demaó s'. Mira, observa y toma notas. No seas un tendero de vacaciones o un viajero comercial en sus rondas. Siempre recuerda que eres es el maó s joven del grupo y debes ser el maó s alegre, el primero en tener sus maletas [Gustave notoriamente inmatinal y dilatorio]." El doctor concluyoó su prescripcioó n con "Tu padre y amigo, Flaubert." Las cartas de la hermana Caroline, a quien apodaban "rata joli", "raton" y "Carolo", y quien lo llamaba "Boun", "Gus", "Gust" y "mon gros farceur 117", eran puro placer, con nada en ellos para inspirar culpa o ansiedad. Adoradora y juguetona, siempre habíóa sido una excelente audiencia para el Garçon, cuyas tonteríóas la deleitaban. Las burlas de Gustave acerca de las conferencias sobre quíómica y fíósica (la incoherente comprensioó n de Charles Bovary de la anatomíóa del pie zambo teníóa una larga historia) Caroline las echaba de menos, se quejaba de la noche en que un pedante meó dico llamado Parfait Grout convirtioó a estos temas en su conversacioó n de la cena. "Hablamos de ti mil veces al díóa y estamos de acuerdo, mientras cantamos tus alabanzas, que tus payasadas a veces son excesivas. Digo "nosotros" porque comenceó la oracioó n en primera persona en plural, pero yo misma nunca me canso de ellas y te aseguro que a 117mi gran bromista
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tu regreso me reireó tontamente como siempre de todo lo que digas." Hermano y hermana se confiaban el uno al otro. Si Caroline necesitaba consuelo, entretenimiento o consejos, solo teníóa que llamar y Gustave apareceríóa de inmediato. Cuando su querida Terranova y su chiva dejaron de ser objetos adecuados para una efusioó n afectuosa, eó l pudo haber sido el primero en conocer su intereó s romaó ntico en su companñ ero de clase, amigo y colega peticionario EÁ mile Hamard, quien aparentemente pasoó por el Hoô telDieu para preguntar por eó l durante su viaje. Pero los confidentes tambieó n fueron maestro y alumno. Gustave se complacioó en dominar a Caroline durante las clases regulares y obtuvo una satisfaccioó n especial al ensenñ arle materias que se pensaba que eran la competencia legíótima y exclusiva de los joó venes, especialmente la historia. En su opinioó n, era una eminencia intelectual en lugar del hermano menor de Achille, un mentor mucho maó s importante que cualquier otro en la escuela privada a la que asistíóa. "He comenzado el primer volumen de M. Thiers [su libro de diez voluó menes Histoire du Consulat et de l'Empire118]", escribioó el 7 de septiembre. "Teníóa la intencioó n de tomar notas, pero las notas sobre diez voluó menes seríóan demasiado, asíó que solo estoy leyeó ndolo y espero que no me reganñ es por mi falta de coraje. Si eres severo, me deshareó en laó grimas y estaraó s doblemente obligado a consolarme." Una quincena maó s tarde, informoó que habíóa continuado con cuatro voluó menes sin omitir ninguna descripcioó n de las batallas o pasajes del anaó lisis econoó mico. Tal perseverancia por parte de los dieciseó is anñ os recibioó el debido creó dito. El hecho de que Gustave elogiara las habilidades para el refinamiento del cual no podíóa contribuir y para las cuales eó l mismo no teníóa ninguna aptitud — bailar, tocar el piano, dibujar — era otra cosa. Al preguntarle, por ejemplo, sobre sus sesiones en el estudio de Charles Mozin en Trouville, se preguntoó condescendientemente si el pintor reconoceríóa su “petit talent d’artiste119.” Despueó s de Bagneè res-de-Luchon, que se sentoó a horcajadas sobre la carretera de montanñ a que discurre entre pueblos famosos desde la antiguë edad romana por sus manantiales de aguas minerales, Gustave fue cuesta abajo, tanto emocional como geograó ficamente. En una carta a Caroline fechada el 28 de septiembre, recitaba nombres de lugares que marcaban su viaje desde los Pirineos a traveó s del sur de Francia a modo de explicacioó n de la fatiga a la que eó l y sus acompanñ antes finalmente habíóan sucumbido. Pero su diario describe un progreso maó s deliberado, incluso tedioso, a traveó s de Languedoc. Tan satisfecho estaba de la arquitectura romaó nica que la gran iglesia de Saint-Sernin en Toulouse, hermosa como eó l sabíóa que era, lo dejoó con los ojos vidriosos. En una barcaza remolcada a unos cien kiloó metros por el Canal du Midi, pasando Carcasona en direccioó n a Narbona, contemplaba la inmensa extensioó n de vinñ edos como un naó ufrago contemplando el horizonte y reflexionoó una vez maó s sobre las oportunidades desperdiciadas de elevacioó n espiritual y ampliacioó n sensual. "Nuestro barco se desliza entre hileras de aó rboles cuyas cabezas redondeadas se reflejan en el agua, el agua simula murmurar en la proa, de vez en cuando nos detenemos en las esclusas de los canales, la manivela rechina y el cable del remolque se estira. Hay personas que encuentran esto magníófico y se desmayan por lo pintoresco de todo; me aburre, tal como lo hace la poesíóa descriptiva. . . ¡De hecho, las iglesias del sur 118Historia del Consulado y del Imperio. 119"pequeño talento de artista"
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son todas iguales! — el romaó nico exterior, el portal generalmente renacentista, el interior encalado." Para entonces sintioó que sus asiduos companñ eros, uno de los cuales — el padre Stefani—, no dejaba de comer higos, y todos ellos prometíóan absoluta lealtad a sus guíóas, lo habíóan enganñ ado de aventuras y se consolaba con Candide120, una novela favorita. Hasta que llegaron a Níômes, en el extremo oriental de Languedoc, donde su cultura latina cobroó vida en las grandes ruinas augustas de la ciudad, Gustave volvioó a sonreíór. Un bienvenido alivio del suave buen humor que se encontroó en el camino fue la animacioó n de escenas de la calle que eó l podíóa imaginar en el escenario en una comedia de Plauto. La animacioó n de Níômes fue un mera flautíón para la banda de la vida callejera en Marsella, donde Gustave y su companñ íóa se recuperaron en un hotel cerca del Puerto Viejo, en la rue de la Darse. Esta Babel de un barrio lleno de marineros de todos lados y creencias para todos los gustos. Durante los dos díóas que pasoó allíó, Gustave se unioó a la multitud políóglota en cabarets al aire libre, cuando no estaba paseando por el Cannebieè re, nadando o siendo el turista adquisitivo en un mercado zoco 121 que le recordaba a Esmirna y caravanas y seraglios 122 — sobre todo seraglios. Abrumado por tanta promiscuidad, salioó de Marsella con pipas turcas, sandalias, un bastoó n de rataó n y otra parafernalia necesaria para que su proó xima gira por Coó rcega sea maó s coó moda o expedicionaria. Las pistolas podríóa haber completado la imagen. Como nunca habíóa habido dudas de que el Padre Stefani y Lise Cloquet visitaran una isla auó n infestada de bandidos que no necesariamente consideraban adecuado honrar a mujeres y cleó rigos, Gustave y el Dr. Cloquet se teníóan solo para acompanñ ar en un barco de vapor que levaba en Toulon en las primeras horas del 4 de octubre. El viaje duroó todo el díóa y la noche en mares agitados y resultoó excepcionalmente poco romaó ntico. Echando un lado a otro bajo un rocíóo constante de su rueda, el bote se estremecioó con cada golpe del pistoó n. De espaldas, Gustave vio mucho maó s un cuenco de peltre lleno de voó mitos que del Mediterraó neo, y seguramente habríóa gemido ameó n por una observacioó n que haríóa veinticinco anñ os maó s tarde Edward Lear durante un cruce similar: "Es afortunado quieó n, despueó s de diez horas de travesíóa por mar, no pueda recordar nada de esa condicioó n pasiva de sufrimiento — de ese trastorno de la mente y el cuerpo, o la incapacidad de pensar con claridad, por asíó decirlo, cuando el hombre se retuerce y gira sacudido." Para colmo de insulto, fue la aparente inmunidad de tres sacerdotes en la mesa masticando como nutrias hambrientas. No fue hasta que puso pie a tierra en Ajaccio que los objetos fijos se quedaron quietos. 120Cándido, o el optimismo (título original en francés: Candide, ou l'Optimisme) es un cuento filosófico publicado por el filósofo ilustrado Voltaire en 1759. Voltaire nunca admitió abiertamente ser el autor de la controvertida novela, la cual está firmada con el seudónimo «Monsieur le docteur Ralph» (literalmente, «el señor doctor Ralph»). 121Un zoco (del árabe سوقsūq) es la denominación que se da en castellano a los mercadillos tradicionales de los países árabes, especialmente los que se celebran al aire libre y que, con frecuencia, tienen lugar en un determinado día de la semana o en una determinada época del año, aunque la palabra se puede hacer extensiva a todo tipo de mercado tradicional. El significado de la palabra zoco en castellano es restringido respecto del término original árabe suq, que significa mercado, en México se conoce como Tianguis (del náhuatl tiānquiz(tli) 'mercado') 122Un seraglio (/ səræljoʊ / sə-RAL-yoh o / sərɑːləʊ / sə-RAHL-yoh) o el serail es la vivienda secuestrada utilizada por esposas y concubinas en una casa otomana.
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Aunque hermosamente situado en un promontorio con un castillo en un extremo, Ajaccio se recortoó una figura pobre a los ojos que se acababan de dar un festíón con el color y el movimiento de Marsella. A lo largo de su calle principal habíóa casas altas y voluminosas que se parecíóan entre síó como dominoó s. Agachado entre el mar y los resistentes declives del monte Aragnasco, al parecer nunca fue visitado por un impulso de enrojecer sus fachadas, embellecer ventanas con balcones y frontones, alegrarse en chapiteles o describir los arcos de una galeríóa. Las persianas venecianas se adaptaban mejor a los corsos que las verdes brillantes que prevalecíóan en la costa italiana, y en la vestimenta esta dureza de temperamento no teníóa nada maó s alegre que el marroó n oscuro. El turista que era lo suficientemente naturalista como para saber que las especies autoó ctonas de la isla incluíóan Helix tristis o melancoó lico caracol, ahora podríóa haber comprendido por queó , si no hubiera tomado la palabra de Prosper Meó rimeó e, en Coó rcega todo era grave. Todo menos los pantalones rojos de los soldados franceses. Jourdan du Var, un prefecto genial y supuestamente corrupto (que renuncioó bajo una nube cinco anñ os maó s tarde), alojoó a sus intreó pidos compatriotas en su residencia oficial hasta el 7 de octubre, cuando los dos partieron a caballo para Vico. Con Gustave medio esperando ser atacado inofensivamente por los bandidos, pronto entraron en un mundo que superoó sus visiones de belleza primigenia. Los almendros ya no florecíóan, pero las higueras todavíóa estaban cubiertas de hojas, y el camino de la montanñ a atravesaba campos cubiertos de lentiscos, cactus, retamas amarillas, mirtos y madronñ os. Maó s arriba, atravesaba bosques de acebuches, corchos y encinas, cuyo brillante follaje verde, en medio del cual enormes robles asomaban sus brazos grises, alfombrados en la ladera. Maó s arriba auó n, sobre las copas de haya amarilla, serpenteaba a lo largo de acantilados de granito que miraban al oeste, hacia el golfo de Sagone, y luego hacia abajo, obligando a los jinetes a desmontar, al aroma salado de una ciudad costera. Aquíó, bajo un sol brillante, Gustave sintioó por una vez, e intensamente, la paz consigo mismo. "Uno es penetrado por los rayos del sol, el aire puro, los pensamientos suaves e intraducibles", anotoó en su diario. "Todo en ti palpita de alegríóa y bate sus alas con los elementos. . .La esencia de la naturaleza animada parece haberse infiltrado en ti, sonríóes a las brisas que surcan las copas de los aó rboles, el murmullo de las olas golpeando la playa. Algo grande y tierno flota en la luz y luego se convierte en un resplandor impalpable, como los vapores de la manñ ana cubiertos de rocíóo que se elevan hacia el cielo." Se hicieron planes cuidadosos con una guíóa y tres voltigeurs, o fusileros, contratados como acompanñ antes armados. La excursioó n de Gustave a Vico lo habíóa preparado para el duro viaje a traveó s de una isla de ciudades remotas enclavadas en valles separados por cordilleras profundamente marcadas. Maó s allaó de Bocagnano, la partida siguioó un camino forestal que conducíóa al este a traveó s de pinos cubiertos de cojines que crecíóan ochenta pies de altura. Con la silueta blanca del monte Renoso a un lado y una cadena de estupendos precipicios llamados Kyrie y Christe Eleison, avanzaron a pie y a caballo hasta que oscurecioó y se detuvieron en el pueblo adosado de Ghisoni. Aquíó Gustave pasoó una noche sin dormir matando a las pulgas en una destartalada granja ocupada por cerdos y campesinos, pero tambieó n mirando embelesado al campo iluminado por la luna. La noticia de la visita de un distinguido meó dico franceó s habíóa precedido al Dr. Cloquet, quien despertoó al ver a ghisonianos enfermos haciendo cola para consultas gratuitas. Una vez que se habíóan dispensado los consejos, los cinco comenzaron su 93
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arduo ascenso del Christe Eleison, subieron por una ladera boscosa, luego por encima de la líónea de aó rboles y, finalmente, salieron a un altiplano llamado Prato. "Pudimos ver una cadena montanñ osa tras otra ondulando hacia el mar, cada una de ellas coloreada con varios tonos de sotobosque, castanñ os, pinos, alcornoques y brezales", escribioó Gustave. "El panorama se extendíóa treinta leguas hacia el horizonte y abarcaba el mar Tirreno, la isla de Elba,. . . un rincoó n de Cerdenñ a. A nuestros pies yacíóa la llanura de Aleria, inmensa y blanca como una vista oriental." Fueron doce horas maó s, y un descenso tan peligroso como la escalada, antes de llegar a Isolaccio, donde el hijo del capitaó n Laurelli, su principal escolta, le ofrecioó hospitalidad. Despueó s de deleitarse con carne de cabra y dormir en jergones limpios, se despidieron de todos los fusileros, salvo Laurelli, a algunas millas de la costa, cerca del distrito de Fium'Orbo, cuyos habitantes ingobernables, crudamente armados, habíóan repelido a cinco mil soldados franceses bien equipados durante la Restauracioó n. Algunos kiloó metros maó s al norte se desviaron hacia el interior y se dirigieron hacia Corte. Entre las ciudades corsas, ninguna era maó s pintoresca que la antigua capital de la isla, a medio camino entre Ajaccio y Bastia, donde Gustave y Cloquet llegaron el 14 de octubre despueó s de diez horas a caballo. Construido en una mota dentada en la confluencia de dos ríóos que fluíóan por gargantas cercanas a los montes Artica y Rotondo, Corte era ideal para pintores de paisajes romaó nticos y para guarniciones militares. Solo una cara de roca se inclinaba con la suficiente suavidad como para ser habitada, y las casas altas la cubríóan, retrocediendo como los bloques de una piraó mide hacia una fortaleza encaramada en lo alto. Los turistas que visitaron la ciudadela caminaron a traveó s de la atormentada historia de Coó rcega, un capíótulo reciente de su inuó til lucha por la independencia durante la deó cada de 1760, cuando la rebelioó n contra Geó nova fue dirigida desde este bastioó n (Geó nova cedioó la isla en 1768, pero a Francia). ¿Se molestaron Gustave y Cloquet en recorrerlo? Solo sabemos que aquíó se separaron del Capitaó n Laurelli, que vivíóa en Corte, y se prepararon para completar su gira bajo diferentes escoltas123. Aunque Gustave, a quien nadie consideraba que la separacioó n fuera maó s dolorosa, lamentaba la partida del capitaó n, habíóa llegado, seguó n eó l, a aceptar la amistad transitoria como un sentimiento tristemente dulce y concomitante a los largos viajes. "Es difíócil apartarse de lo que nos agrada, pero a medida que el haó bito gana la ventaja, uno ya no desea lanzar miradas hacia atraó s, uno piensa siempre en el manñ ana, nunca en el díóa anterior. La nuestra mente, como nuestras piernas, se acostumbra a seguir adelante, y el mundo galopa en un panorama incesante. Valles en las profundidades de las sombras, brezales espesos de mirto, . . . enormes bosques de pino picado, confidencias en el camino, largas charlas con amigos hechas ayer." Ni una sola vez se habíóa detenido la escena, o los voltigeurs del capitaó n Laurelli se habíóan desviado lo suficiente como para que los bandidos saltaran del maquis y le ofrecieran a Gustave un momento heroico. Como consuelo, eó l y Cloquet visitaron caó rceles en Ajaccio y Bastia, con alguó n pretexto filantroó pico, para ver corsos verdaderamente salvajes, como amantes de la vida salvaje en un safari que, al no encontrar bestias en la selva, terminan en un zooloó gico africano.
123Si hubieran venido varias décadas antes, ellos, como James Boswell y la mayoría de los visitantes de renombre, se hubieran quedado en el monasterio franciscano. En 1840 yacía en ruinas.
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El desastre casi golpeoó en su uó ltima vuelta, cuando el guíóa, que no estaba del todo sobrio, los llevoó a extraviarse en un bosque oscuro en alguó n lugar entre Corte y Piedicroce. Finalmente, volvieron a orientarse, y el incidente acercoó a Gustave y Jules Cloquet, ya que Cloquet se habíóa mostrado a síó mismo como un companñ ero bonachoó n e incluso juguetoó n. En Bastia, donde zarparon el díóa 18, los dos descansaron brevemente en una ciudad europeizada por su proximidad a Livorno, con cafeó s, banñ os, carruajes y otras comodidades, de las cuales Gustave, a pesar de sus ditirambos sobre el hombre natural (sin problemas legales o escuela de leyes), con mucho gusto se aprovechoó de síó mismo. Una aventura de otro tipo lo aguardaba cuando menos lo esperaba, en tierra firme, poco despueó s de que desembarcaran en un mistral que se agitaba en el puerto de Toulon. Las fantasíóas sexuales habíóan sido su companñ ero maó s fastidioso desde agosto. Finalmente les dio su merecido, no en ninguno de los burdeles que abundaban en Marsella, sino con una mujer de cabello oscuro llamada Eulalie Foucaud, quien, junto a su madre, dirigíóa el Hoô tel de Richelieu en la rue de la Darse, donde ambos hombres regresaron despueó s de su primera estadíóa tres semanas antes. ¿Eulalie habíóa estado esperando ansiosamente el regreso de Gustave de Coó rcega? Ciertamente, la seduccioó n, como lo relataron los Goncourt veinte anñ os despueó s (con los adornos de Flaubert o tal vez la suya), parece haber sido iniciada por ella. "Se registroó en un hotel pequenñ o", senñ alaron, donde tres damas francesas que regresaban de Lima habíóan traíódo a casa algunos muebles de eó bano del siglo XVI con incrustaciones de naó car sobre los cuales la gente se reíóa y aullaba. Usando pedales de seda sueltos, fueron acompanñ ados por un negro que se levantoó con nankin y babouches. Para este joven provinciano normando. . . todo era deliciosamente exoó tico. Una vez, despueó s de haber regresado de una tarde de natacioó n, [la mujer maó s joven], una voluptuosa criatura de unos treinta anñ os, lo atrajo a su habitacioó n. EÁ l le dio un beso largo y conmovedor. Esa noche ella lo visitoó y comenzoó a sorberlo de inmediato. Hubo orgasmos magníóficos, luego laó grimas, luego cartas, luego nada.
Del estado civil de Eulalie sabemos con certeza que ella teníóa una hija pequenñ a, proveníóa de una familia de comerciantes acaudalados y teníóa propiedades en la Guayana Francesa. De su corazoó n se sabe mucho maó s, ya que lo derramoó en cartas al apuesto joven, que se fue a Paríós el díóa despueó s de hacer el amor. Esta uó nica coó pula cambioó su cabeza. Gustave, declaroó ella, era el aliento que inflaba su alma, el fuego que despertaba su carne. Las cartas apasionadas lo siguieron a Rouen a traveó s de Paríós, donde EÁ mile Hamard sirvioó de intermediario. Hasta que aparecioó , Eulalie le aseguroó que no estaba maó s viva que un autoó mata. "Te has convertido para míó en el aliento de la creacioó n, y de ahora en adelante no tendreó suficiente fuerza para vivir sin este amor del que depende por completo mi felicidad." Gustave no respondioó de inmediato. Cuando finalmente lo hizo (en una carta perdida), su tono se elevoó auó n maó s. Si eó l la visitara de nuevo en Marsella, respondiendo asíó sus oraciones, podríóa morir sin remordimientos. Mientras tanto, eó l debíóa recordar que dondequiera que iba, sus pensamientos lo acompanñ aban; que, sin importar lo que eó l sentíóa, sus sentimientos obedecíóan a los suyos. "Desde ahora mi alma estaó tan casada con la tuya que no somos maó s que uno, para bien y para mal", escribioó Eulalie en febrero de 1841. "Haberte poseíódo y ahora ser 95
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privado de ti es un infierno absoluto. . . ¡Oh, mi querido Gustave! Coó mo te compadezco si estaó s sufriendo tanto como yo, una mujer pobre exiliada en esta tierra, indiferente a todo. Penseó que mi corazoó n estaba acostumbrado a todas las sensaciones, a todos los deseos, pero encendiste un fuego incontenible en míó, Gustave. Nuestros corazones hablan el uno al otro. Me embarqueó en una nueva existencia, solo para anhelar y sufrir." Diez meses despueó s de su noche juntos, el fuego auó n ardíóa. Al tener que visitar "Ameó rica" (presumiblemente Guyana, por razones no divulgadas), Eulalie predijo que su estancia allíó seríóa breve, pero la perspectiva de la separacioó n oceaó nica la inquietoó maó s explíócitamente sobre la diferencia de edad. Su cabello no se volveríóa blanco durante el intervalo, le aseguroó , y sus besos, en su reunioó n, seríóan igual de "delirantes." ¿Era demasiado joven para apreciar que el amor, como el vino, mejoraba con la edad, que las anñ adas124 maó s antiguas teníóan un cuerpo maó s rico? ¿Podríóa ignorar su savoir faire125 eroó tico o la mayor capacidad de sentir que le habíóan dado sus anñ os?" A mi edad, Gustave, una es maó s capaz de amar, de sentir, que a tu edad", escribioó , medio en tono de reproche, en agosto de 1841. "¡Las pasiones son maó s ardientes, maó s vivas! A menos que quemes la vela en ambos extremos y te gastes en orgíóas y libertinaje, reconoceraó s en diez anñ os la verdad de lo que digo, por muy peculiar que parezca ahora. Es entonces cuando podraó s amar verdaderamente y darte cuenta de que la mujer amada encarna todas las alegríóas, todas las delicias sensuales con las que un hombre puede sonñ ar." La mujer de treinta y cinco anñ os, con la que pasoó una noche para dejarlo todo por amor, le recriminoó los luó gubres pensamientos revoltosos de sus diecinueve anñ os acerca de la inevitabilidad de la facultad de derecho, y se lo contoó , como en un cuento de hadas caballeresco, que despueó s de un aprendizaje de diez anñ os podríóa tener la esperanza de convertirse en su abyecto esclavo. "Amar, Gustave, es dedicarse [a la mujer], convertirla en el uó nico y sagrado objeto de los propios pensamientos y deseos, no tener voluntad, ni alegríóa, ni placeres, sino los de ella. Es sentirse capaz de realizar las maó s grandes y maó s nobles acciones en su nombre, sentir el corazoó n estremecerse de felicidad ante su acercamiento, sentirse ebrio al verla, anhelarla cuando estaó ausente, verla en todas partes díóa y noche." Incluso entonces eó l no amaríóa tan ardientemente como su corresponsal, proclamoó . Experimentar lo que ella necesitaba requeríóa un "alma de fuego" y un temperamento tan prolíófico de laó grimas y remordimientos que no podíóa, despueó s de todo, desearlo en eó l. Hay razones para suponer que Gustave sintioó muchas cosas: se impresionoó consigo mismo por inspirar tales arias, aliviado por escapar de la esclavitud de la que Adolphe es víóctima en la gran novela de Benjamin Constant, temeroso de que Eulalie llegue al norte, sin una pareja sexual diferente que cualquier otro hubiera tenido y era responsable de su dolor. Tíópicamente, eó l anunciaríóa su conquista al restarle importancia. ¿Coó mo podríóa amar a una mujer que deletreaba automatizar "otomatizar"?126 Simplemente habíóa fingido amor en cartas de amor a "la madre Foucaud", afirmoó despueó s, cuando una amante celosa le arrojoó el nombre de Eulalie a la cara. Pero su uó nica noche lo afectoó tanto como a ella, y la imaginacioó n de Gustave era igual a la de Eulalie en cuanto a su aptitud para alimentarse glotonamente de una migaja. Ella no seríóa olvidada. Ella puede haber legado algo de su esencia a 124Cosecha de cada año, y especialmente la del vino. 125saber hacer 126De manera reveladora, Gustave cometió un error similar al escribir mal el nombre de un conocido. En lugar de "Daupias" escribiría "D'Oppia".
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Emma Bovary. En los anñ os siguientes, como veremos, Gustave visitoó repetidamente la rue de la Darse, en ese momento uno de sus cementerios privados, para llorar a Eulalie, a quien nunca volvioó a ver.
ANTES DE DEJAR Marsella, Gustave caminoó a lo largo de la líónea de costa, escuchoó por uó ltima vez la llamada de la sirena del Mediterraó neo, y se prometioó a síó mismo explorarlo de un extremo a otro. La vida se mantendríóa medio viva hasta que viera las adelfas que florecíóan en las riberas del Guadalquivir en Andalucíóa, la Alhambra, Toledo, Sevilla, Naó poles y Venecia, y hubiera navegado hacia el este en direccioó n al Cuerno de Oro, donde su imaginacioó n era un viajero frecuente. Los nombres de lugares antiguos y modernos se arremolinaban en una fantasmagoríóa de caravanas, mezquitas con columnas de poó rfido, campamentos de Alejandro, camellos, centelleantes cimitarras. Se le pasoó por la cabeza que un normando tan aberrante como eó l — que se volvioó sonñ ador ante la simple mencioó n de Níónive y Perseó polis, que se sentíóa maó s en casa recostado en gruesas alfombras y que habitualmente se imaginaba aduenñ arse de esclavos obsequiosos en lugar de funcionar entre iguales comprometidos con el estado de derecho — podríóa haber sido oriental en una vida anterior, o misteriosamente concebido en otra parte, como un arbusto exoó tico nacido de una semilla soplada lejos de su suelo nativo. El viaje en carruaje hacia el norte fue largo y triste. Se escuchoó que los relojes volvíóan a marcar despueó s de dos meses de silencio. Gustave, cuyo apetito rara vez le falloó , se consoloó lo mejor que pudo con la perspectiva de disfrutar de pato salvaje y champaó n helado, de ver los campos de trigo madurar en la primavera, de remar en el Sena al atardecer. Por desgracia, la niebla de finales de otonñ o que envuelve a Rouen, hacieó ndole preguntarse si el trigo volveraó a madurar alguna vez o si los rayos del sol poniente se inclinan a traveó s de los aó lamos a lo largo del ríóo, pronto derrotaron su esfuerzo por mantener una actitud optimista. El sol, maldecíóa, no era maó s visible que los "diamantes en el culo de un cerdo". Y la oscuridad fomentaba la enfermedad, al parecer, las migranñ as de Mme Flaubert continuaron paralizaó ndola, aunque nunca lo suficiente como para interferir con el ritual de los domingos en Deó ville, que Gustave y Caroline encontraron cada vez maó s tedioso. Una infeccioó n croó nica de la garganta y dolor en la parte baja de la espalda que posiblemente indicoó un trastorno renal causoó gran preocupacioó n por su hermana, a quien se le negoó una vida social activa y sometida a supersticiones dieteó ticas que hicieron que su salud fuera maó s delicada de lo necesario. Achille-Cleó ophas, el cuidador infatigable, tambieó n requirioó atencioó n cuando una enfermedad diagnosticada como reumatismo lo mantuvo postrado en cama en diciembre y principios de enero de 1841. Un mes maó s tarde, casi a la mitad de su uó ltimo anñ o de la facultad de derecho, Alfred Le Poittevin regresoó de Paríós con una infeccioó n respiratoria tenaz que simulaba los síóntomas de la tuberculosis. Gustave se puso en peligro al visitarlo casi todos los díóas durante cinco semanas. Se deduce de dos detalles en las cartas de Gustave a Ernest Chevalier que eó l mismo estaba indispuesto y que la mala salud podríóa explicar el aplazamiento de un anñ o de la facultad de derecho despueó s de la graduacioó n. El 6 de abril de 1841, anuncioó que se encontraríóa con Ernest en Les Andelys para una reunioó n de Pascua bien provista de 97
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pipas, cigarros y tabaco, solo para escribir dos díóas despueó s que ya no fumaba, habiendo abandonado todos sus "malos haó bitos". . "En julio, cuando habíóa alguna duda de que Ernest le devolviera la visita, Gustave le advirtioó , con la fanfarroneríóa escatoloó gica a la que a menudo recurríóa como paliativo en asuntos preocupantes, que su apariencia fíósica podríóa sorprender. "Mi hermano fue pateado por un caballo. . . y ha estado postrado en cama durante cinco semanas mientras sana la membrana que envuelve la articulacioó n de la rodilla. En cuanto a míó, me he vuelto colosal, monumental, soy un buey, una esfinge, un toro de tebeo, un elefante, una ballena, lo que sea maó s enorme, maó s grueso y maó s pesado, tanto espiritual como fíósicamente." Si los zapatos teníóan cordones, su barriga evitaríóa que los atara. Todo lo que hizo, dijo, fue resoplido y soplo, sudor y baba. "Soy una faó brica de chile, una maó quina para producir sangre que golpea y azota mi cara, para hacer mierda que apesta y me broncea el trasero." Sin duda, la glotoneríóa y el haó bito de fumar comprometieron su salud. Pero es menos probable que los efectos nocivos de la indulgencia excesiva mantuvieran a Gustave en casa, que el hecho de que un estado depresivo relacionado con el curso profesional trazado para eó l por otros lo llevara a buscar consuelo en la comida y el tabaco. Su anñ o libre puede haber sido parte de un regateo que Achille-Cleó ophas habíóa arreglado con eó l incluso antes de graduarse de la escuela. Si es asíó, simplemente pospuso la ineluctable necesidad de asentar su cabeza bajo la hoja de las expectativas burguesas. Sin una alternativa praó ctica a la escuela de leyes, Gustave era libre de pasar díóas enteros como reheó n pensando en su destino y fantaseando sobre la liberacioó n en la forma de un tíóo rico estadounidense. Cuando Ernest le preguntoó queó esperaba ser, eó l respondioó "nada" y citoó , como lo haríóa a menudo otra vez, el mandamiento epicuó reo: "Esconde tu vida" 127. Como el destino decretoó que debíóa hacer algo por síó mismo, eó l haríóa lo míónimo posible. "El asno maó s asqueroso todavíóa tiene algunos pelos en su piel, el tonel maó s vacíóo auó n contiene dos o tres gotas de vino, y el proó ximo anñ o yo, mi querido amigo, estudiareó el noble oficio en el que pronto tendraó s licencia", escribioó . ¿Queó expresioó n de desafíóo maó s radical podríóa ser el adquirir un grado auó n maó s elevado en leyes de lo que era necesario para practicarlo, y con eso, despreciar mejor la ley por completo? "Hareó leyes e incluso agregareó un cuarto anñ o para bromear con el tíótulo de doctor. Entonces puedo irme para convertirme en turco en Turquíóa, en arriero en Espanñ a o en jinete de camello en Egipto. Siempre he tenido predileccioó n por ese tipo de vida." De queó otra manera Gustave se ocupoó durante este poleó mico anñ o sabaó tico puede deducirse de las referencias a autores claó sicos que encajan en su correspondencia. Al comienzo se asignoó un poderoso plan de estudios, que sirvioó para varios propoó sitos. Hubo orgullo para ser rescatado por no haberse distinguido lo suficiente en el Colleè ge Royal. Hubo dominio de lenguas extranjeras y una sed de conocimiento de mundos, especialmente mundos desaparecidos, que desatoó su imaginacioó n. Tambieó n existíóa el deseo de prolongar los díóas de escuela, de disfrutar del asilo en un programa 127La máxima es citada por uno de los escritores favoritos de Flaubert, Chateaubriand, hacia el final de Mémoires d'outre-tombe (Memorias de más allá de la tumba), en un famoso pasaje que describe los últimos días de la monarquía borbónica. Durante la revolución de julio de 1830, el autor se precipita al palacio de Luxemburgo de noche solo para descubrir que sus compañeros, que se reunieron allí, habían huido. Mientras camina por los jardines desiertos, recuerda la máxima de Epicuro. Las memorias de Chateaubriand, aunque se completaron en 1841, no se publicaron hasta 1848-49.
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acadeó mico que descansara sobre el griego y el latíón como templo sobre sus pilares centrales. Por lo tanto, con papel de notas y diccionarios a mano, leyoó a Horacio, Taó cito, Tucíódides, Jenofonte y, maó s persistentemente (como Werther de Goethe), Homero. El díóa de Anñ o Nuevo de 1842, Gustave, que cultivaba una reputacioó n local de pesimista, se encerroó con la Ilíada y la Odisea despueó s de levantarse a las 4 a.m. para comenzar a fumar compulsivamente — su abstinencia de tabaco habíóa sido de breve duracioó n — y crear el ambiente cargado que favorecíóa trabajo intelectual. "Todavíóa trabajo en griego y en latíón, y tal vez siempre lo haga", informoó a Gourgaud-Dugazon. "Me encanta el aroma de esos hermosos idiomas". Aun asíó, la depresioó n se salioó con la suya. Los malos olores emitidos por el futuro se filtraron a traveó s de las grietas en la torre de marfil y lo distrajeron de la antiguë edad claó sica. Cuando se trataba de graduarse en su trabajo de posgrado, era maó s duro de lo que el profesor Magnier habíóa sido. "¿Queó estoy haciendo? ¿Queó voy a hacer?" se preguntoó en notas privadas. "¿Cuaó l es mi futuro? Poco me importa. Me hubiera gustado trabajar este anñ o, pero no tengo corazoó n para eso, y estoy profundamente decepcionado. Pude haber aprendido latíón y griego, tambieó n ingleó s. Mil cosas me arrancaron el libro de las manos, y yo caíó en fantasíóas durante maó s tiempo que el crepuó sculo persistente." Lo que sin duda tuvo que mostrar para ese anñ o, por otro lado, fue una parte considerable de su primer trabajo largo, una novela que comenzoó poco despueó s de su regreso de Coó rcega y se tituloó Novembre. En enero de 1842, ya estaba lo suficientemente avanzada como para anunciar su finalizacioó n inminente (aunque, de hecho, no lo terminaríóa hasta octubre de ese anñ o) a Gourgaud-Dugazon y describirlo aprensivamente como un "pisto128 sentimental" completamente desprovisto de accioó n. Analizar el trabajo, dijo, seríóa una redundancia sin sentido, ya que su propio tejido era el anaó lisis. "Puede ser hermoso por lo que seó , pero me temo que suena falso y parece pretencioso y forzado." Cuando volvioó a leer maó s tarde el manuscrito ineó dito, Flaubert, que ni repudioó a su primogeó nito ni dejoó de reganñ arlo por su torpeza, tuvo muy poca dificultad para reconocerse a síó mismo en las brillantes efusiones entre la maníóa y la depresioó n. Como poco natural apenas describiríóa a Novembre, pero en realidad estaba desprovisto de accioó n. La parte 1 del esquema tripartito es una meditacioó n que se extiende a traveó s de la cabeza de un ninñ o de escuela preocupado. El narrador de dieciocho anñ os se recuerda a síó mismo como un joven de quince anñ os sin apegos emocionales que lo atan a una vida comuó nmente compartida. La suya es la libertad del prisionero encerrado fuera, la del vagabundo. Es un voyeur enamorado del amor pero temeroso de las mujeres, hambriento de companñ erismo pero convencido de que cada corazoó n es impenetrable, anhela un principio trascendente pero reza en templos descontentos. "No vi nada a lo que aferrarme, no la sociedad tampoco la soledad, no la poesíóa, no la ciencia, no la impiedad, no la religioó n. Vagueó en medio de todo eso como un alma rechazada igualmente por el paraíóso y el infierno." Solo el cielo o el infierno, la salvacioó n o la condenacioó n, parece una secuela adecuada de la vida de un estudiante universitario — no aprender una profesioó n, casarse, paternidad, vivir la vida en el plano finito de las ocupaciones humanas ordinarias. Atormentado por las escenas de gente rica que se reuó nen alegremente en habitaciones iluminadas, hace que su dolor sirva a su orgullo y 128“ratatouille” Mezcla confusa de diversas cosas en un discurso o en un escrito.
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toma la soledad como un signo de eleccioó n. O bien, experimentando lo contrario, se encuentra en un delirante trance en el centro de la creacioó n. Una de esas experiencias — que Gustave describe con víóvidas imaó genes en el Mediterraó neo vistas desde arriba de Vico pero tambieó n de un paseo a mediados del verano por el campo entre Pont l'EÁ veô que y Trouville — concluye la parte 1. "Me encontreó en una meseta, en una campo de heno segado," escribe. El mar se extendíóa ante míó, muy azul. La luz del sol brillaba como perlas luminosas, y los rayos ardientes rayaron el agua. Entre el cielo azul y el mar maó s oscuro brillaba el horizonte. De hecho, brilloó . La boó veda se elevoó justo encima de mi cabeza y se hundioó detraó s de las olas, formando algo asíó como el cíórculo cerrado de un infinito invisible. Monoó tono en el suelo, me perdíó en la contemplacioó n de su belleza. . . [Maó s tarde] Corríó cuesta abajo hasta la orilla del mar,. . . inhalando la brisa fresca. . . Sentíó que mi corazoó n se hinchaba, el espíóritu de Dios me llenoó . Con algo de gran devocioó n en el interior, me hubiera gustado resolver la luz del sol o volverme azulado en la inmensidad azul. . . La alegríóa salvaje se apoderoó de míó.
Cuando la narracioó n emerge de un estado que Freud llamaríóa "oceaó nico" en la Civilización y sus Descontentos, la melancolíóa estaó cerca. Reingresar al mundo de la cotidianidad trae un sufrimiento agudo. "Del mismo modo en que habíóa experimentado una felicidad inconcebible, ahora caíó en el desaliento sin nombre." Estos sentimientos difusos cristalizan en torno a una mujer cuya aparicioó n en la parte 2 es el clíómax hacia el que todo tiende, el momento iniciaó tico que confiere un sentido dramaó tico a la vida del narrador. El tiempo estructurado se manifiesta ahora y el proó logo del anhelo se convierte, en un díóa, en un epíólogo de remordimientos. Un díóa es todo lo que pasa con "Marie", una prostituta claramente inspirada en Eulalie, que lo cautiva por completo. A diferencia de Maria in Mémoires d'unfou, Marie habla extensamente y con tanta elocuencia como eó l mismo, y narra un pasado que rivaliza con la ninfomaníóa de Messalina y la autoabnegacioó n espiritual eroó tica de Santa Teresa. Su vida comenzoó , dice, en una granja, donde pastorear corderos y preparar la comunioó n eran sus principales empleos. El final de la inocencia llegoó en una ciudad a la que la familia se mudoó despueó s de la muerte de su padre. Por indignas que fueran, no podíóa permitirse, a los dieciseó is anñ os, despreciar las propuestas de un anciano rico que deseara una concubina. Asíó adquirioó riqueza, pero tambieó n sintioó la necesidad de un enamorado absoluto proporcional a su sacrificio, y esto lo ha buscado en una vida de promiscuidad. Los dos libros que estaó n siempre en su cabecera, Paul et Virginie129 y Les Crimes des reines, muestran su naturaleza dividida. Siempre la virgen nacida para acostarse providencialmente con un alter ego masculino, tambieó n se regocija como una cabeza coronada en el poder de su carisma sexual, reinando sobre los espectadores 129Pablo y Virginia (en idioma francés, Paul et Virginie o Paul et Virginia) es una novela de Jacques-Henri Bernardin de Saint-Pierre publicada en 1787. Los protagonistas son dos amigos de la infancia que se enamoran inocentemente pero terminan muriendo de forma trágica cuando naufraga el barco Le SaintGeran, en el que viajan (un hecho real que sucedió en el año 1744). La historia está ambientada en la isla Mauricio durante el gobierno colonial francés. El lugar se llamaba entonces Isla de Francia, y el autor lo había visitado. Escrita en vísperas de la Revolución francesa, la novela es considerada la mejor obra de Bernardin. Muestra el destino de los hijos de la naturaleza corrompidos por el sentimentalismo falso y artificial que prevalecía en la época entre la élite francesa.
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cautivados en su palco en el teatro. "Dirigiríóa mis ojos sobre el puó blico triunfante y provocativamente, miles de cabezas seguiríóan el movimiento de mis cejas, y yo domineó todo por la insolencia de mi belleza." El narrador puede identificarse faó cilmente con el suenñ o de dominacioó n de Marie. En la primera parte confiesa que le gustaríóa haber sido un emperador para sus esclavos y una mujer hermosa para ella. "Me hubiera gustado haber estado. . . capaz de admirarme, desvestirme, dejar que mi cabello me caiga sobre los talones y ver mi reflejo en las corrientes." Uno tiene en cuenta la noche de Gustave con Eulalie, durante la cual se describe a síó mismo como "tomado" por ella. Los cambios de geó nero llegaríóan a la fruicioó n literaria en Madame Bovary, donde la bella heroíóna envidia la libertad de los hombres, toma iniciativas masculinas en el sexo y se siente amargamente decepcionada al saber que ha dado a luz a una ninñ a. Cuando, por fin, el libertinaje de Marie la deja malgastada en espíóritu, es visitada por un impulso cuasirreligioso. La cortesana se convierte en una especie de puta de templo y se entrega al burdel como un pecador arrepentido que se retira a un convento de monjas. Allíó, como una paó gina en blanco para las fantasíóas de los hombres, ella sirve a todos los que se acercan pero permanece impenetrable. Previendo a Emma, que vestiraó de blanco Comunioó n en su lecho de muerte, y Flaubert de mediana edad, que declararíóa en un coó mico destello de ingenio que cada mujer con la que se acostaba era un colchoó n para un ideal ausente, convirtieó ndola en una virgen perpetua, Marie es la puta inmaculada130. "Desconocieó ndose el uno al otro, ella en su prostitucioó n y yo en mi castidad, habíóamos seguido el mismo camino, terminando en el mismo abismo," concluye el narrador. "Mientras buscaba una amante, ella habíóa buscado un amante, ella en el mundo, yo en mi corazoó n, ambos inuó tilmente." Despueó s de la noche culminante, se va, con recuerdos de amor apasionado, de una voluptuosa Marie, echada sobre eó l y delirante, proponieó ndoles que huyan a una tierra de naranjos y luz solar perpetua. Pero mucho maó s segura que la mujer que se ofrece a síó misma es la imagen de ella que viene a llorar. Nunca es maó s indispensable que en su ausencia. El narrador nunca volveraó a verla, aunque no por falta de intentos: Marie y el burdel desaparecen misteriosamente, como si nunca hubieran sido totalmente reales. Una secuencia de díóas vacíóos es todo lo que su amante autoexiliada preveó . "¡Queó vacíóo estaó el mundo para el hombre que camina solo en eó l!" eó l exclama. "¿Queó iba a hacer? ¿Coó mo iba a pasar el tiempo? ¿En queó iba a emplear mi mente?" Como eó l pasa su tiempo despueó s, es contado por un amigo, quien completa esta historia en la parte 3 con reflexiones de arco criticando el estilo hiperboó lico del manuscrito legado a eó l (partes 1 y 2). Muerto en contra del matrimonio, e incorrecto para todas las carreras burguesas, pero sin dones artíósticos que combinen con su amor por el arte, el protagonista se desespera. Los eó xtasis oceaó nicos que alguna vez lo hicieron sentir indisolublemente ligado al mundo, son suplantados por la conviccioó n de que eó l no tiene absolutamente ninguó n lugar en eó l. Asistir a la escuela de leyes es un gesto ritual que solo agrava su taedium vitae 131. "Nacíó con el deseo de morir", habíóa observado al principio de sus memorias, y al final la muerte se arrastra insensiblemente en la escena 130Flaubert produce una variación de esta imagen en Novembre, donde el narrador declara que aquellos a su alrededor conocen tan poco de su vida interior como la cama en la que duerme sabe de sus sueños. 131TAEDIUM VITAE. (Loc. lat., tedio de la vida.) Inapetencia para la acción y los goces, que suele ser consecuencia de una vida ociosa y entregada al placer.
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del descuido propio que es su buhardilla parisina. "Murioó , pero lentamente, poco a poco, a fuerza de pensar solo, sin que ninguó n oó rgano esteó enfermo, ya que uno muere de tristeza." En la familia de adolescentes literarios a la que pertenece — Werther, Reneó de Chateaubriand, Chevalier des Grieux de Preó vost, Adolphe de Constant, Octave de Musset, Amaury de Sainte-Beuve — el narrador puede ser incluso el maó s irresponsable de todos. Adolphe y el caballero, por ejemplo, caen como lo hacen bajo el dominio de una mujer justo cuando se les pide que se establezcan en companñ íóa masculina. Pero el hecho de que ambos son ninñ os hueó rfanos de madre que vagaríóan por la tierra al final de las cadenas de mandos antes que llegar a la ambicioó n de sus padres, le da a su anomia una dimensioó n biograó fica de la que carece por completo: nada se dice de los padres en Novembre132. Y mientras ellos viven con mujeres, aunque brevemente, en relaciones que crecen o disminuyen, que envuelven a otros, que derivan una carga psicoloó gica de huida rebelde, de culpa y enganñ o, de la necesidad de rescatar a una mujer angustiada, de ser amada, el narrador de Gustave se para solo, a excepcioó n de un díóa crucial en el que pierde toda conciencia de síó mismo. Lo que eó l busca no es companñ erismo sino salvacioó n, no algo que se desarrolla sino la unioó n perfecta o el momento utoó pico que revocaríóa la historia personal. Oprimido por el tiempo, que desgasta (el verbo usuario ocurre obsesivamente), no puede esperar crecer y madurar, solo derretirse extaó ticamente o morir. "Cuando se acercaba la primavera,. . . Me sentíó abrumado por el deseo de fundirme por completo en el amor, de quedar absorto en una sensacioó n grande y suave," dice, y nuevamente, "¡Oh! si pudiera duplicarme, amar a este otro ser y fundirme con eó l." Contar historias se vuelve irrelevante. Como nada se desarrolla para el heó roe, no hay una historia que contar. Solo hay vacíóo o plenitud, identidad o epifaníóa, ser un homo dúplex133 consciente de síó mismo o un bebeó inconsciente, soportar "la eterna monotoníóa de las horas que se deslizan y los díóas que regresan" o suspender el tiempo en un suó bito y momentaó neo transporte. Lo que maó s nos trae a casa es que el sentido de vehemente auto-peó rdida del heó roe es una obra visual que se repetiraó a lo largo de la obra de Flaubert, especialmente en Madame Bovary. La teoríóa del magnetismo animal propuesta por Mesmer — de un fluido magneó tico que las personalidades poderosas proyectan visualmente — teníóa numerosos adeptos (Balzac entre ellos), y Gustave recurrioó a ella en una descripcioó n de que Marie cautivaba al narrador. "Su pupila parecioó dilatarse. De ahíó salioó un fluido que sentíó correr por mi corazoó n. Sus emanaciones me fascinaron como el vuelo de un halcoó n marino volando en cíórculos sobre mi cabeza. Esta magia me enredoó en ella." 132El título recuerda el comienzo de una de las cartas más sombrías de Werther a Wilhelm: "A medida que la Naturaleza declina hacia el otoño, el otoño está en mí y en mi entorno. Mis hojas se están poniendo amarillas y ya han caído las hojas de los árboles cercanos." 133Homo dúplex es una visión promulgada por Émile Durkheim, un macro sociólogo del siglo XIX, que dice que un hombre, por un lado, es un organismo biológico, impulsado por instintos, con deseo y apetito y, por otro lado, está siendo guiado por la moralidad y otros elementos generados por la sociedad. Lo que permite a una persona ir más allá de la naturaleza "animal" es la religión más común que impone un sistema normativo específico y es una forma de regular el comportamiento. Si no se controla, el individualismo lleva a toda una vida de búsqueda de aplacar los deseos egoístas que conduce a la infelicidad y la desesperación. Por otro lado, la conciencia colectiva sirve como un freno a la voluntad. Esto es creado por la socialización. Las sociedades altamente anómicas se caracterizan por lazos débiles del grupo primario: familia, iglesia, comunidad y otros grupos similares.
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Cuando se abrazan, eó l "bebe" su primer beso de amor y de nuevo se vuelve delicuescente en su ojo. "Sus ojos brillaron, me inflamaron. Su mirada era maó s envolvente que sus brazos. Me perdíó en su ojo." Asíó tambieó n Charles Bovary se perderaó en el de Emma. Gustave, que rara vez resistioó la tentacioó n de leer su obra en voz alta (durante el viaje por el sur de Francia, entretuvo a los Cloquets con sus notas de viaje), no hizo excepcioó n de Novembre. Caroline escuchoó las 150 paó ginas hasta el final, los Goncourt escucharon extractos veinte anñ os despueó s, y otros escucharon en el medio. Gustave no perdioó su aficioó n por un trabajo que nunca perdioó su pertinencia. Para estar seguro, lo leeríóa con una voz de burla histrioó nica, distanciaó ndose asíó de la forma en que se distancioó de los clicheó s al ponerlos en cursiva. EÁ l lo leyoó de todos modos. Y aunque declaroó que este "fragmento" cerroó su juventud, habloó con maó s sinceridad en una ocasioó n, mucho despueó s de haberse quedado completamente calvo, cuando dijo que Novembre no solo conmemoraba al ninñ o con una melena rubia, sino que conteníóa suficientes cosas inconfesables para explicar la persona que todavíóa era. Los Goncourt, que rara vez hacíóan cumplidos libremente, pensaban que era un trabajo de un poder asombroso para una veinteanñ ero, con pasajes descriptivos equivalentes a los mejores de Madame Bovary. Desde que noviembre marcaba el comienzo del anñ o escolar, siempre humedecíóa los aó nimos de Gustave. Los ahogoó en 1841. Nunca habíóa llegado el mes maó s espontaó neo que a los veinte anñ os, cuando visitoó Paríós durante dos díóas para inscribirse en la EÁ cole de Droit, la Facultad de Derecho. Asistir a una oó pera con EÁ mile Hamard lo alentoó un tanto. Y teníóa toda la intencioó n de estudiar solo, bajo el techo de los padres, durante su primer anñ o (un arreglo no poco comuó n cuando los exaó menes de fin de teó rmino fueron los uó nicos). Pero el primer paso fatíódico y, arrastrando los pies hacia la vida profesional, habíóa sido tomado. Incluso si eligiera un nuó mero desafortunado en el reclutamiento de marzo de 1842 — y la vida del ejeó rcito habríóa sido solo una perspectiva un poco maó s odiosa que la facultad de derecho — sabíóa que el doctor Flaubert le compraríóa un sustituto del servicio militar.
VII Una Caída Afortunada AUNQUE LA ESCUELA DE DERECHO era el curso generalmente prescrito para muchachos de la clase alta con aspiraciones literarias, no deberíóa deducirse de las caricaturas burlonas de Daumier que la ley era necesariamente la profesioó n de uó ltimo recurso. En una sociedad cuyo precursor aristocraó tico habíóa creado una especie de 103
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nobleza llamada noblesse de robe (una referencia a las tuó nicas judiciales), la abogacíóa todavíóa gozaba de un alto estatus. Las fortunas hechas por los padres en los hospitales o en las faó bricas recibieron una paó tina de ceguera por parte de los hijos sentados en el banquillo de la corte de audiencia o nombrados consejeros del rey. Al igual que Paul Le Poittevin y Achille-Cleó ophas, muchos padres adinerados estaban dispuestos a pagar los seis o siete mil francos que una educacioó n de escuela de leyes costaba en Paríós en tres anñ os, aunque solo fuera para mejorar las probabilidades de sus hijos de atraer una gran dote. El brillante joven defensor o juez precoz era menos propenso que el joven empresario emprendedor o el cirujano a escuchar a su suegra titulada con resignacioó n citar el aforismo ofensivo de la Mme de Seó vigneó : "De vez en cuando, incluso el mejor suelo puede necesitar algo de abono." 134 En los establecimientos políóticos y culturales, los graduados de la EÁ cole de Droit estaban bien representados. Por ejemplo, superaron a todos los demaó s distritos electorales en la Acadeó mie des Sciences de Rouen, BellesLettres et Arts. Y en el escenario nacional dominaron la Caó mara de Diputados. En la Francia posrevolucionaria, un abogado se beneficiaba del prestigio social concedido a los hombres que demostraban grandes poderes de persuasioó n en los tribunales de justicia y en los debates legislativos. El manto sagrado usado por los grandes predicadores del antiguo reó gimen — los Bossuets, los Bourdaloues, los Massillons, cuya elocuencia fluíóa de la autoridad de las escrituras — habíóa recaíódo en oradores cuya autoridad era el corazoó n desbordante, la conciencia impregnada de amor por el paíós, la carismaó tica presencia. Esa elocuencia no habíóa huido de la iglesia por completo, o que los grandes predicadores habíóan perdido su audiencia. Cuando el mayor de ellos, el padre Henri Lacordaire (formado como abogado) disertoó en NotreDame sobre las excelencias morales y sociales de la fe cristiana, unas seis mil personas se apinñ aron en la catedral para escuchar sus brillantes homilíóas. Un puó blico numeroso, joó venes y viejos, procedentes de los salones y las escuelas, creyentes y librepensadores, se reunieron a su alrededor, seguó n François Guizot. Muchos, escribioó , fueron enteramente transportados por las "Confeó rences de Notre-Dame." 135 Aunque Guizot veneroó en un templo protestante y no pudo suscribirse a los ideales democraó ticos de Lacordaire, honroó la destreza retoó rica de un sacerdote que no desarrolloó tanto los 134En cuanto a la afirmación de Jean-Paul Sartre en L'Idiot de la famille de que la asignación de Gustave a la facultad de derecho era un reflejo de su condición inferior en una familia médica, debe enfatizarse que los cirujanos con ambiciones sociales generalmente acogen la perspectiva de que un hijo elija la ley. La jerarquía de los tiempos puede juzgarse por las memorias de un estadounidense, John Sanderson, que pasó algún tiempo en París a fines de la década de 1830: "Los estudiantes de medicina son en su mayoría pobres y laboriosos, y están obligados a seguir su sucia ocupación de disecar, son negligentes con el vestir y los modales. Los discípulos de la ley son más de las clases ricas, tienen tiempo libre, mantienen mejor compañía, y tienen un aire más distinguido. Los doctores de la ley en todos los países tienen un rango por encima de la medicina. La cuestión de la precedencia, recuerdo, fue determinada por el tonto del duque de Mantua, quien observó que "el pícaro siempre camina delante del verdugo". Sin embargo, es notable que cuando Flaubert tenía quince años, las autoridades escolares lo marcaron para una carrera en medicina. 135Uno que no cedió fue un visitante de Filadelfia que escribió: "¡Era demasiado elocuente! La oratoria en este país, al menos en el Púlpito, tiene su trompeta siempre a todo volumen, y anuncia las más insignificantes noticias con el énfasis de un milagro. Su método es correr hasta lo más alto de la voz y luego derramar todo su espíritu, como su metodista en Guinea Hill, hasta que la naturaleza humana se agote, y luego tomar un trago y comenzar de nuevo. Le daré un sermón francés, si lo desea, a la escala, y puede tocarlo en el piano."
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pensamientos como los "pintoó ". Pero esta fue la eó poca en que Alexis de Tocqueville declaroó que nada le parecíóa maó s admirable o maó s poderoso que un gran orador que debatíóa sobre grandes cuestiones de estado en una asamblea democraó tica, y la elocuencia habíóa movido sus asientos principales en Paríós desde el puó lpito al Palais de Justice y el Palais Bourbon, donde los abogados-diputados de nota, junto con los diputados-poetas Victor Hugo y Alphonse de Lamartine, se enfrentaron ante un puó blico grande y agradecido. La gente incluso se complacíóa en leer sobre la oratoria, a juzgar por el eó xito de las Leçons et modeles de éloquence judiciaire 136 de Antoine Berryer y, especialmente, el Livre des orateurs137 de Louis de Cormenin, que proponíóa analizar el estilo oratorio de los diferentes regíómenes políóticos. Con este libro, Cormenin, un eminente jurista, se convirtioó en autor de best-sellers. Encontroó su camino en la biblioteca de la familia Flaubert. Para quienes participan en la configuracioó n del futuro en la EÁ cole de Droit de Paríós, la vida era poleó mica de una manera menos teatral. Una faccioó n, que fundoó la revista Thémis, tratoó de ampliar el alcance de los estudios juríódicos con cursos que reflejaban el intenso fermento que se producíóa en aó mbitos tan afines como la historia, la filosofíóa y la ciencia políótica. Parecíóa de vital importancia que los líóderes embrionarios de Francia fueran humanistas familiarizados con la teoríóa legal, capaces de evaluar la ley francesa contextualmente, ahora desde una perspectiva histoó rica amplia, ahora por su receptividad a las realidades econoó micas y sociales de la eó poca. Inspirado por el Comiteó de Ciencias Políóticas y Morales, que Guizot y De Tocqueville, entre otros, habíóan establecido para acumular documentos que constituyeron una biblioteca para acadeó micos interesados en las fuentes de la jurisprudencia, la filosofíóa y las instituciones civiles, el grupo Thémis previoó la escuela de derecho como una empresa intelectualmente ambiciosa adecuada para el estado moderno. En esto, sin embargo, fueron superados en nuó mero en la EÁ cole de Droit. La mayoríóa de sus colegas teníóan una visioó n sombríóa del pensamiento libre entre derecho y políótica, políótica y filosofíóa. Comprometidos con los intereses de la clase dominante, funcionaban como custodios de un texto cuasi sagrado llamado Coó digo Civil y entendíóan que los estudios juríódicos eran una cuestioó n de exeó gesis piadosa. Los estudiantes que teníóan mentes errantes no prosperaron debajo de ellos. Claramente, la democratizacioó n de la vida puó blica exigioó una ampliacioó n del plan de estudios. En 1834, Guizot decretoó que deberíóa incluir conferencias sobre el derecho constitucional. Cinco anñ os maó s tarde, los reformadores forzaron a traveó s de un curso (aunque electivo) sobre la filosofíóa del derecho, declarando que el estudio de los primeros principios del derecho consistioó en un examen de diferentes sistemas filosoó ficos, siendo esta la fuente para una adecuada comprensioó n del espíóritu original de la ley, sus oríógenes, su raison d'eô tre 138. Pero hasta 1848 tales victorias para la reforma fueron pocas y duramente ganadas. La facultad conservadora, ignorando la necesidad de mentes legales creativas para encargarse de un mundo de relaciones cada vez maó s complejas entre el aó mbito privado y puó blico, eludioó todos los desafíóos al privilegio. Siempre y cuando se salieran con la suya, un estudiante pasoó la mayor parte de su tiempo analizando el Corpus Juris Civilis, el cuerpo de la ley romana en el que se 136Lecciones y modelos de elocuencia judicial 137Libro de oradores 138razón de ser
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habíóa modelado el sistema legal de Francia. El eó xito en la EÁ cole de Droit se midioó muy a menudo por la capacidad de uno para citar el capíótulo y el verso de los Institutes (parte 1 del Corpus, un estudio general de la ley romana) y los Pandects (parte 2, que contienen no solo la ley en forma concreta, sino tambieó n, selecciones de treinta y nueve juristas claó sicos conocidos). A pesar de lo ríógido que era, los graduados de la escuela secundaria se congregaron en la EÁ cole de Droit de Paríós, que teníóa el doble de matríóculas de ocho escuelas de derecho provinciales combinadas, y Gustave fue uno de casi dos mil estudiantes de primer anñ o que se matricularon en noviembre de 1841. Aquellos que pudieron haber seguido carreras militares bajo Napoleoó n, cuando las perspectivas de progreso para joó venes brillantes y eneó rgicos eran muy buenas, ahora escogieron la ley, o los empujaron sobre ello padres conscientes de la prediccioó n de un jurista famoso de que en tiempos litigiosos los abogados constituiríóan la aristocracia del siglo. Si Stendhal hubiera imaginado a Julien Sorel veinticinco anñ os despueó s de Waterloo, bajo LouisPhilippe, en lugar de once anñ os despueó s, bajo el reinado de Carlos X, el negro podríóa haber significado vestimentas de proceso judicial para eó l en lugar de vestimenta clerical. Lo que pronto resultoó , fue un exceso de profesionales. Por cada aspirante destinado a lograr el eó xito en la barra, sentado en la banca, hablando en la tribuna, asesorando a la industria o imponiendo el gobierno, muchos maó s quedaron en el camino. Una observacioó n especialmente funesta vino de E. de Labeó dollieè re, un abogado y periodista, que refutoó la nocioó n comuó nmente aceptada de que los diplomas de la escuela de leyes abrieríóan todas las puertas. ¿Coó mo les iba a los graduados una vez que se habíóan vendido en un mundo maó s grande, con miles de personas? ¿Habíóan encontrado todos ellos un empleo honorable y lucrativo? Desgraciadamente, no, concluyoó en un ensayo escrito para Les Français peints par eux-mêmes 139 y publicado en 1840. "La mayoríóa nunca pone un pie en el Palais de Justice. Algunos se convierten en notarios, abogados o alguaciles; el resto se abre en varias profesiones. El agente comercial que negocia la compra y venta de inventario remanente posee un tíótulo en derecho. Este ‘protagonista romaó ntico’ en una companñ íóa de teatro variopinto que se desliza por las provincias es licenciado en derecho. Este escriba que hace cumplidos en prosa y verso para las criadas tiene un tíótulo en derecho. Este dramaturgo que inventa espectaó culos para el teatro de Madame Saqui tomoó el juramento de abogado." Los rangos del ejeó rcito, las burocracias, las tiendas y los puestos callejeros se llenaron de ex alumnos que vegetaban en sus trabajos y queríóan recuperar los tres anñ os perdidos "supuestamente aprendiendo las leyes, de las cuales siguen siendo perfectamente ignorantes." La idea difundida por los ideoó logos burgueses (preeminentemente Guizot) de que los hombres que ocuparon el piso superior del edificio social despueó s de 1830 debieron su eó xito y autoridad a una "capacidad" racional que faltaba en el comuó n funcionamiento de los 139Los Franceses pintados por ellos mismos, editado por Léon Curmer, es un interminable libro, elaborado por una brillante pléyade de autores e ilustradores, que fue publicado de 1840 a 1842 en 422 entregas, compiladas en nueve volúmenes: cinco sobre París, tres sobre La Provincia, y como regalo, Le Prisme. El conjunto, que pretende bosquejar un retrato de la sociedad contemporánea, constituye la obra más importante de la "literatura fisiológica", entonces en boga. Se trata de una serie de monografías que, de la primera –L'épicier de Balzac– a la última –Le Corse– sigue siendo el testimonio inigualable de un análisis social sin precedentes, de inestimable valor para los historiadores aún en nuestros días.
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hombres, habríóa parecido sumamente dudoso a Labeó dollieè re. La influencia a menudo contaba maó s que la capacidad en la realizacioó n de una carrera, y los Flauberts no eran nada si no estaban bien conectados. Desafortunadamente, Gustave veíóa las conexiones que probablemente lo ayudaríóan a establecerse en la profesioó n de la misma manera que un oso desconsolado podríóa ver a los cuidadores del zooloó gico duplicando los barrotes de su jaula. En víósperas de 1842 miroó atraó s nostaó lgicamente al pasado de Anñ o Nuevo, cuando eó l y su invitado, Ernest Chevalier, se quedaron despiertos hasta tarde hablando a la tenue luz de las brasas en sus pipas de tallo largo y porcelana blanca. Unas tres semanas maó s tarde auó n no habíóa abierto sus libros de leyes y habíóa anunciado planes para preservar su virginidad hasta tan poco tiempo antes del examen de julio, tanto como fuera necesario para hacer una pretensioó n creíóble de haber aprendido los Institutes. Si fracasa, le dijo a Chevalier que despediríóa a sus examinadores con los insultos habituales. Si eó l pasa, el "burgueó s" lo consideraríóa una apuesta segura para conferir distincioó n en la barra de Rouen al defender la construccioó n de muros de propiedad y personas que sacuden sus alfombras por la ventana, asesinan al rey o piratean a sus padres y esconden las piezas en sacos de yute, "todas las cosas que los franceses estaó n dispuestos a hacer." Su antiguo profesor Gourgaud-Dugazon, que le habíóa prestado oíódos comprensivos el septiembre anterior, escuchoó algunas de las mismas cosas expresadas en un lenguaje maó s ingenuamente desesperado. Su situacioó n era "críótica" y requeríóa la "competencia" y la "amistad" de Gourgaud-Dugazon. En la encrucijada donde ahora se encontraba, la vida y la muerte dependíóan de su eleccioó n de direccioó n. Tomar el camino equivocado, escribioó , seríóa traó gico, porque la persona obstinada y estoica que Gourgaud-Dugazon sabíóa que era, algo asíó como un objeto inanimado gobernado por la fuerza inercial: una vez lanzado de esta o de otra forma, no podíóa cambiar de rumbo. "Si se trata de eso, obtendreó una licenciatura en leyes, [pero] debo admitir que cuando la gente dice: 'Este tipo se declararaó eficaz', porque tengo hombros anchos y una voz vibrante, me irrito interiormente y no siento cortado para esta vida material, trivial." Cada díóa que pasaba, continuaba su admiracioó n por los poetas amados, en quienes encontraba cosas que anteriormente se le habíóan escapado y se hizo maó s fuerte. Habíóa tres historias que planeaba escribir, cada una ilustrando un geó nero diferente. Gourgaud-Dugazon lo ayudaríóa a decidir si incorporaban una prueba definitiva de talento. "Los investireó con tanto estilo, pasioó n e inteligencia como pueda, y luego veremos." Gustave no pasoó toda la primavera de 1842 en los cuernos de este dilema. En febrero, por ejemplo, se vistioó con un traje negro, medias de seda y zapatos para un baile de maó scaras y persuadioó a dos cortesanas experimentadas — mujeres mantenidas por la aristocracia de Rouen, informoó orgullosamente a Chevalier — a cenar con eó l y con Orlowski. Cualquiera que haya sido el desenlace eroó tico de la noche, Gustave valoroó a las mujeres como fuentes para ser explotadas para el retrato de Marie en Noviembre. ¿Por queó no deberíóa considerar a la gente a su alrededor como material para libros? fue su pensamiento. El mundo, le dijo a Chevalier al formular un breve credo de realismo literario, es un instrumento del cual el verdadero artista dibuja sonidos que transportan personas o envíóan escalofríóos. "La sociedad alta y baja debe ser estudiada. La verdad radica en ambos. Vamos a entender todo y no culpar a nada. Asíó es como saber mucho es estar tranquilo, y estar tranquilo no es insignificante, es casi feliz." 107
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Pero alejarse de su yo ansioso y de un mundo peligroso — la lejaníóa que le daríóa espacio para la calma, si no la felicidad, asíó como una base para la creacioó n literaria — finalmente se le escapoó . Lo mejor que pudo hacer fue mantener a la mayoríóa de las personas alejadas fumando su pipa, cosa que hizo incesantemente, y criticar casi todo, lo cual hizo con la misma frecuencia. Estas diatribas escatoloó gicas, o gueulades, eran rayos en un cielo que bajaba. Liberaron la ira por su incapacidad para escribir o estudiar, y con frecuencia golpeaban al pobre Ernest Chevalier, el principal corresponsal de Gustave, cuya diligencia lo exasperaba. Se instoó al estudiante de derecho a entrar en cafeó s y salir sin pagar, a jugar bromas de noche, a aplastar los sombreros de copa, a fastidiar al perro, a eructar en las caras de las personas, a agradecer a la Providencia por haber nacido en tiempos felices. "Los ferrocarriles surcan el campo", declaraba el Ninñ o, "hay nubes de humo bituminoso y lluvia, aceras de asfalto y pavimentos de madera, penitenciaríóas para joó venes delincuentes y cajas de ahorro para que los domeó sticos ahorrativos abran cuentas con dinero robado a sus amos." Mientras Ernest, un futuro magistrado, estudiaba intensamente díóa y noche 140, Gustave afirmoó que moriríóa rieó ndose del espectaó culo de un hombre juzgando a otro si no se viera obligado a memorizar los absurdos que racionalizan tales juicios. Nada, dijo, parecíóa maó s estuó pido que la praó ctica de la ley, excepto el estudio de la misma. "Trabajo con un disgusto extremo y estoy vacíóo de corazoó n y el espíóritu para cualquier otra cosa." Si uno puede creer en su constante lamento, los Coó digos de Justiniano y Napoleoó n no se hundiríóan. Le tomoó meses negociar un libro y medio de los Institutes. A finales de mayo se enfurecioó y declaroó que las sanciones civiles deberíóan evaluarse contra las personas que usaban palabras como usucapion, agnats y cognats. A uó ltima hora de la tarde nadoó cerca de la IÎle du Petit-Guay, seguido de un vaso de ron con Fessart, el instructor de natacioó n que lo ayudoó a perseverar cuando el clima se tornoó caó lido. En junio, digirioó lo mejor que pudo cien artíóculos de la ley francesa, pero la posibilidad de decir algo inteligible sobre cualquiera de ellos en los exaó menes de agosto parecíóa pequenñ a. "No seó casi nada, o, maó s exactamente, nada en absoluto," le dijo a Chevalier el díóa 25. Auó n asíó, hubo mociones para revisar. A principios de julio ocupoó su lugar en la EÁ cole de Droit en cursos de conferencias en los que se habíóa registrado dos meses y medio antes, durante una quincena pasada en Paríós. Ernest Chevalier acababa de terminar la escuela de leyes, y Gustave se mudoó a su habitacioó n en el 35 de la rue de l'Odeó on, a pocos pasos de la EÁ cole de Droit, que ocupaba una estrecha esquina frente al Panteoó n. Esta conveniencia, adquirida a expensas de la companñ íóa de Ernest, hizo su reó gimen de estudioso — lo que eó l llamoó "mi vida feroz"— solo un poco menos oneroso. Separado de Alfred Le Poittevin, que ya practicaba leyes en Rouen, y de su familia, que partioó hacia Trouville poco despueó s de su partida a Paríós, Gustave se sintioó indescriptiblemente abandonado, a pesar de los esfuerzos de todos, incluido el Dr. Flaubert, para mantener un flujo constante de cartas. Su padre administroó dosis iguales de charla y exhortacioó n. "Tu madre insistioó en escribirte, pero me opuse a que lo hiciera para evitar que empeorara un dolor de cabeza que, felizmente, no es su migranñ a habitual", escribioó el 3 de julio: 140“crammed day and night” en el original.
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Ella ya imagina que sufriste de pleuresíóa [pleurésie], peripneumoníóa [péripneumonie] y cualquier otra enfermedad que termine en ie porque bebiste dos jarras de agua helada a tu llegada. Su consejo es que no deberíóas beber tan fríóo. Espero que tengas buen aó nimo y que hayas cambiado tus pensamientos de Trouville a la facultad de derecho. En poco tiempo te reuniraó s con tu familia, amigos y nuestro excelente alcalde M. Coyeè re que, por el bien de la regioó n, le gustaríóa ver el ríóo Touques "canalated" [que significa canalizado]. Tu hermana dio un pequenñ a caminata y montoó un burro, luego se banñ oó en el mar, lo que le dio mucho placer sin cansarla. A Miss Jane [su tutora inglesa] y a míó nos fue tan bien. Tengo dolor de cabeza y ella tiene doloridas las articulaciones de los dedos por haberse aferrado tan fuertemente a mi persona en las olas. Esperamos que te apliques como un muchacho razonable y que regrese sano y salvo con buenas calificaciones.
Gustave se aplicoó a síó mismo, pero en un espíóritu de martirio. Asistiendo irregularmente a los cursos de Oudot, Ducoudray y Duranton — tres famosas mentes parroquiales que hacíóan causa comuó n contra cualquier especulacioó n susceptible de subvertir los poderes establecidos — se ofendioó tanto por la jerga de los profesores como por su tema. El mugido del ganado teníóa maó s resonancia literaria que las lecciones de estos senñ ores escleroó ticos, le aseguroó a su hermana Caroline. ¿Acaso no amenazaron con ahogar su voz interior con un galimatíóas, para destruir la aptitud para el lenguaje expresivo en el que su virilidad estaba totalmente investida (eó l habloó de "castracioó n moral")? ¿Coó mo iba a aprender auó n a detener sus oíódos? ¿Satisfacer las expectativas de su padre y mantener a raya a este caballo de Troya? Los "libros baó rbaros" eran todo lo que leíóa ahora, y, perdido en un "laberinto de mala prosa," no podíóa restablecerse por la noche, porque la ley, invadiendo sus suenñ os, ensuciaba incluso ese santuario. Lo peor de todo — de hecho, un signo seguro de alienacioó n — era el hecho de que no pensaba en el Ninñ o durante díóas seguidos ni se entreteníóa rugiendo arengas.141 Como de costumbre, Chevalier, que puede haber necesitado un poco de aliento, fue el oíódo en el que vertioó repetidas confesiones de que la maníóa de la edad para el avance social o el poder no le habíóa afectado. "¿Deseo ser fuerte, ser un gran hombre, conocido en todo un distrito, un departamento, tres provincias, ser un tipo escuaó lido con problemas estomacales? ¿Albergo ambiciones, como los lustrabotas, los cocheros y los ayudantes de caó mara que quieren convertirse en expertos en moda, mozos de cuadra y maestros? ¿Tengo mi corazoó n puesto en servir como diputado o ministro del gabinete? Todo me parece muy triste." Aunque distraíódo por un vecino exagerado fornicando fuerte y todas las noches, Gustave absorbioó lo suficiente de lo que leyoó para concluir, despueó s de presenciar un examen puó blico, que podríóa superar el suyo en agosto. Indudablemente Cloquet y Gourgaud-Dugazon, a quienes visitoó , le dieron apoyo moral. El Dr. Flaubert le aseguroó 141Sin embargo, en al menos una ocasión, bramó con bastante éxito en público. Era una cena ofrecida por un banquero llamado Tardif, a quien conocía a través de sus padres. Cuando el cónsul general de Portugal y su esposa — "rabiosos Louis-Philippards", como él los describió — comenzaron a alabar al rey, Gustave aprovechó esta oportunidad para denunciar a Louis-Philippe por haber desfigurado una obra de Gros en Versalles. Como la imagen no había sido lo suficientemente grande para un panel de pared en particular, se quitó su marco y se agregaron varios pies cuadrados de lienzo pintado. El descontento de Gustave con la "monarquía burguesa" se vio acrecentado por la inmensa cantidad de homenaje oficial al delfín, que había muerto recientemente en un accidente de carruaje.
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que el miedo a los exaó menes era bastante normal, que un poco de desfachatez y fanfarronada lo ayudaríóa a pasar. Las perspectivas se atenuaron, sin embargo, cuando el profesor Oudet, conocido por los corresponsales de Gustave como "el cretino", anuncioó que ninguó n candidato podíóa tomar el examen sin un "certificado de asistencia regular" y que la prueba de asistencia regular residíóa en un conjunto completo de notas para su curso. Gustave aparentemente intentoó obtener el de otra persona. Incapaz de perpetrar este fraude de todos modos, aplazoó su examen hasta diciembre y se unioó a la familia en Trouville antes de lo planeado, con argumentos bien ensayados de autojustificacioó n para apaciguar a su decepcionado padre. Seis o maó s semanas de aire reparador en el oceó ano compensaron el toó rrido verano en Paríós, donde en vano habíóa buscado alivio en los concurridos y feó tidos clubes de natacioó n del Sena. A mediados o fines de agosto, pasoó sus díóas banñ aó ndose, tomando el sol en una playa arenosa (cuya extensioó n estaba arruinada, a su vista, con banderas que honraban al fallecido duque de Orleaó ns), comiendo, fumando, caminando con su gran Terranova, Neó o, practicando su pequenñ o ingleó s con la tutora de Caroline, Miss Jane, regalando a Caroline (auó n magullada por haberse caíódo de un burro), haciendo bocetos (preferiblemente chozas destartaladas), mirando las nubes moverse rapidamente, saboreando la poesíóa de Ronsard y leyendo otra literatura estrictamente sin relacioó n con la ley. Tambieó n vio a muchos familiares y amigos. El Dr. Achille, el menor, su esposa Julie y su hija Juliette estaban allíó. Tambieó n lo fueron los companñ eros de viaje de Gustave en 1840. Su amado tíóo François Parain pasoó dos semanas en Trouville y se fue a casa cuando su hija y yerno, Olympe y Louis Bonenfant, llegaron desde Nogent-surSeine. El grupo de Rouen incluyoó a Antoni Orlowski, a quien Gustave apodoó a Avare (Tacanñ o) Orlowski — tal vez por haberse hecho beneficiario de un concierto beneó fico o, perversamente, por ser tan generoso con exiliados polacos auó n maó s pobres que eó l — y un fabricante de algodoó n llamado Stroehlin con cuya esposa Mme Flaubert se habíóa hecho buena amiga. Gustave le ensenñ oó a Mme Stroehlin, lo mejor que pudo, coó mo nadar. Los Le Poittevins, que veraneaban todos los anñ os en Feó camp a cierta distancia de la costa, no lo visitaron. Tampoco aparecieron los Schlesinger, Maurice habíóa enviado a su esposa a Alemania y se habíóa marchado al Levante en companñ íóa de Heinrich Panofka. Gustave descubrioó que echaba de menos estar bajo el hechizo de EÁ lisa, pero la decepcioó n por no haber visto a su opulenta persona en la playa pudo haber sido atenuada por un coqueteo con dos joó venes inglesas llamadas Gertrude y Harriet Collier. Expatriados desde 1823, la familia Collier habíóa perdido grandes sumas en una quiebra bancaria y, como muchos ingleses endeudados de la eó poca, huyoó a Francia, donde la vida era maó s barata. Con lo que quedaba de su herencia, el capitaó n Henry Collier, un oficial naval, establecioó su gran familia en una casa en los Campos Elíóseos. Ostentosamente monolinguë e y complacido con los fanfarrones franceses, que durante la Restauracioó n hicieron gran parte de todo, desde la victoriosa Albioó n, llegoó a confiar en su hija mayor, Gertrude, como inteó rprete. En Trouville, que debíóa su atractivo a ser un lugar salvaje, poco frecuentado, sin bandas, multitudes o explanada, eran un clan tan conspicuo como los Flauberts. Las memorias escritas anñ os despueó s explican coó mo estas familias se conocieron. Intrigado por el chalet de Charles Mozin encaramado en Roches Noires, Gertrude, que entonces teníóa veintidoó s anñ os, reclutoó a un primo para acompanñ arla en una visita improvisada al artista (su hermana menor, Harriet, teníóa una 110
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salud croó nica deficiente y solíóa estar confinada a la cama o a un chaise longue). "Con valentíóa trepamos por la eminencia rocosa bajo el ardiente sol y nos encontramos ante una puerta abierta que conducíóa a una habitacioó n elevada y bellamente proporcionada que recorríóa toda la casa con una ventana en cada extremo", recordoó ella. Allíó se encontraron con Caroline Flaubert. Las paredes eran de madera manchada y colgaban con varias pieles y cubiertas con todo tipo de objetos indescriptibles. . . Pero maó s hermosa que el mar azul oscuro que vimos desde las ventanas del chalet o cualquier otra cosa en esa habitacioó n era una ninñ a dibujando en una de las mesas. Simplemente estaba vestida con un poco de fresca muselina — nos miroó por un momento y luego continuoó su dibujo con orgullosa indiferencia.
Destinada, como Mrs. Gertrude Tennant, a entretener a personas como Gladstone, Tennyson, Ruskin y Huxley en su casa de Londres, esta mujer joven y sociable pronto vencioó la actitud distante de Caroline y luego reprendioó al arrogante hermano de Caroline. Paseando por la playa con su exuberante corona de cabello rubio y camisa roja de franela, Gustave, de un metro ochenta y buen tamanñ o, impresionoó no solo a Gertrude y Harriet, que al instante se enamoraron, pero el capitaó n Collier, le hizo el cumplido de reveó s. "Queó excelente joven que es, queó laó stima que sea un franceó s." (Sin duda, habríóa aplaudido la observacioó n que William Thackeray hizo despueó s de una gira por Francia de que "la naturaleza, aunque ha limitado los cuerpos y extremidades de la nacioó n francesa, ha sido muy liberal con ellos por su cabello.") Gertrude estaba tan mal equipada para concebir que la arrogancia de Gustave disfrazara timidez, como para imaginarse a este "Adonis" en Paríós disfrutando de una felacioó n con una ramera llamada Leó onie. Cuando a tiempo se ablandoó lo suficiente como para bromear, le dio a las chicas algo de lo que obtuvo de su chauvinista padre. Los haó bitos ingleses le interesaban, pero eran abasto para el molino del Ninñ o. EÁ l ridiculizoó su observancia del Sabbath. Afirmoó que encontraba la nocioó n del deber, que consideraban sagrada, absurdamente pintoresca. Epicier fue una palabra clave para el filisteíósmo de la clase media, y las divertidas caricaturas de Gustave no perdonaron a John Bull. 142 Mientras que Gertrude, la matrona victoriana de mediana edad, le dio una conferencia sobre la fijeza del propoó sito, eó l a su vez paroó con la afirmacioó n de que solo queríóa mirar el cielo azul, las olas verdes y la arena amarilla. "Mi coqueteríóa", escribioó , "era solo una especie de ambicioó n". Verdaderamente ignoreó que lo amaba, que en secreto y en lo interno estaba de acuerdo con todas sus locas aspiraciones." Gustave, Caroline y Colliers se hicieron amigos raó pidamente despueó s de una cataó strofe cercana. Una noche, en una habitacioó n del segundo piso de la cabanñ a Collier, una cortina de muselina se incendioó y se convirtioó en una candela. La alarma apenas se habíóa levantado cuando Gustave, que vio llamas desde su habitacioó n, llegoó para llevar a 142Balzac, que escribió un ensayo en defensa del tendero, señaló que épicier se había convertido en un término completamente peyorativo. "Desde las alturas de su falsa grandeza, de su inteligencia implacable o sus barbas artísticamente preparadas, algunas personas han hecho del nombre del tendero una palabra, una opinión, una cosa, un sistema, un personaje enciclopédico de valores europeos. Es hora de derrotar a estos Dioclecianos de la tienda de comestibles. ¿Qué culpa hay en el tendero? ¿Son sus pantalones más o menos de color marrón rojizo, verdoso o de color chocolate? ¿Sus calcetines azules y zuecos, su gorra de falsa piel de nutria. . .? ¿Pero te atreves a castigar en él, la sociedad de base sin una aristocracia,. . . el estimable símbolo del trabajo?"
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Harriet escaleras abajo. El incidente la afectoó gravemente, y al final del verano se decidioó que deberíóa pasar varias semanas convaleciendo en Rouen bajo la supervisioó n del Dr. Flaubert para que su salud no fuera igual a los rigores de un largo e ininterrumpido viaje en diligencia a casa. Durante la breve estadíóa de los Colliers allíó, tuvo lugar una cita frecuente entre todos los interesados. Y con la reanudacioó n de las clases de la facultad de derecho en noviembre, Gustave se encontroó con entusiasmo invitado a cenar en su residencia en los Campos Elíóseos.
LA CENA CON los Colliers (a veces precedida por una tarde de lectura de Chateaubriand o Hugo ante la eternamente cloroó tica y enferma de amor Harriet) seríóa uno de los pocos intervalos agradables en su torturada lectura del Coó digo Civil, y los Campos Elíóseos un bienvenido cambio de escena del Barrio Latino. Su nueva direccioó n era 19, rue de l'Est, una calle que bordea el Jardin du Luxembourg, que maó s tarde, durante la reconstruccioó n de Haussmann de Paríós, se convirtioó en el bulevar Saint-Michel en su extremo sur, cerca del Observatorio. Trescientos francos al anñ o, o el doble de lo que los estudiantes pobres generalmente pagaban por diminutas y fríóas habitaciones de hotel, le compraban comodidad, luz y una vista del vivero de jardines de Luxemburgo. Enfrentado a la abrumadora tarea de amueblar su habitacioó n, encontroó a un vehemente auxiliar en EÁ mile Hamard, quien parece haber sido tan inmutable con los aspectos praó cticos de la vida como Gustave era perplejo. Con la ayuda de Hamard, adquirioó una cama de tres pies por seis, tres sillas, herrajes para chimenea y otros artíóculos descritos en cartas a su insaciablemente curiosa hermana. En una larga caminata desde la rue de l'Est hasta los Campos Elíóseos, Gustave habríóa atravesado barrios que desapareceríóan o sufriríóan cambios radicales despueó s de 1851, bajo Napoleoó n III. Rue de la Harpe, la principal arteria norte-sur del Barrio Latino, que siguioó la ruta romana original, era una carretera estrecha y obstruida. En medio de peatones que arriesgaban la vida si no estaban atentos, los carruajes de caballos de alquiler se dirigíóan hacia el Palais de Justice y Notre-Dame en una direccioó n y la Sorbona en la otra empujaba diligencias con destino a Bretanñ a y el valle del Loira. En varios puentes, el traó fico vehicular todavíóa se encontraba con barreras de peaje, aunque no en el Pont Saint-Michel, donde Gustave podíóa detenerse y observar las barcazas que eran arrastradas a caballo desde los caminos de sirga a ambos lados del ríóo. Sin embargo, detenerse en IÎle de la Citeó despueó s del anochecer era imprudente, ya que los callejones mal iluminados y apestosos que rodeaban Notre-Dame albergaban los basfonds143 de gamberros de Paríós. Las yuxtaposiciones de majestad y miseria eran un lugar comuó n parisino antes de que el baroó n Haussmann arreglara la capital. Gustave habríóa visto otro ejemplo de la rue de Rivoli en la orilla derecha, donde la brillante luz de gas habíóa comenzado a reemplazar las laó mparas de aceite. Napoleoó n I no demolioó cada tugurio en la creacioó n de la rue de Rivoli. Muchos sobrevivieron en las calles antiguas que formaban un ghetto entre dos palacios, el Louvre y las Tulleríóas. Estas casas, que Balzac describioó en La Cousine Bette, estaban perpetuamente envueltas en la sombra, ya que los patios de las residencias reales circundantes se habíóan apilado 143Bajos fondos
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sobre el nivel del suelo. "Las sombras, el silencio, el aire geó lido, la profundidad cavernosa de las calles, conspiraron para convertirlos en criptas de una especie, tumbas vivientes." Asíó que, sin duda, fue de noche. Durante el díóa, este barrio se llenoó de anticuarios, filatelistas, vendedores ambulantes de curiosidades y comerciantes de arte, quienes, cuando no encontraron espacio en la calle, se instalaron en la place du Carrousel. Balzac podríóa haber aplicado imaó genes igualmente morbosas al lugar de la Concordia, que hasta 1834 parecíóa una arena castigada por el descuido por haber albergado tantas decapitaciones, sobre todo la de Louis XVI, durante la Revolucioó n — y, de hecho, los agricultores afirmaron que los bueyes tirando de sus vagones que atravesaban Paríós hacia el mercado mayorista por la noche se alejaban de eó l, como si los adoquines conservaran un aroma de matanza. Cubierto de vegetacioó n y marcado con zanjas fangosas, se convirtioó en el elegante centro que se ve hoy en díóa bajo LouisPhilippe, que vetoó el plan de su predecesor Borboó n para instalar una capilla expiatoria como su pieza central. El obelisco de Luxor lo rescatoó de la guerra interna de la historia francesa. Maó s allaó del lugar de la Concordia, Gustave podíóa esperar una uó ltima vuelta por los Campos Elíóseos hasta el Rond-Point, donde el capitaó n Henry Collier vivíóa con mayor comodidad de lo que sus acreedores podíóan haber sabido. Despueó s de 1828, cuando Francia cedioó oficialmente los Campos Elíóseos a Paríós, esta impresionante avenida ajardinada, que habíóa sobresalido de la ciudad, con muy pocos edificios alineados, hacia un abandonado Arco del Triunfo, vestida para la vida urbana.. Se construyeron mansiones y varios hoteles. En 1841 dos cafeó s-concert se abrieron uno al lado del otro, el Alcazar d'EÁ teó y el Cafeó des Ambassadeurs. En el mismo anñ o aparecioó en el lado norte un circo de proporciones monumentales, el Cirque d'EÁ teó . Hittorf, quien lo construyoó , tambieó n fue responsable de una gran rotonda cerca del sitio actual del Grand Palais con panoramas de victorias napoleoó nicas. Los panoramas, como observoó burlonamente Balzac en Père Goriot, eran furor, aunque Gustave quizaó s nunca haya visto uno. Lo que debe haber visto en sus paseos por la ciudad fue abundante evidencia de un fenoó meno destinado a afectar su propia vida de manera bastante directa, a transformar Paríós y a crear una economíóa completamente nueva: el ferrocarril. En 1835, un financista audaz llamado Isaac Peó reire obtuvo permiso para construir una líónea desde Paríós hasta la ciudad suburbana de Saint-Germain-en-Laye, con la esperanza de que este proyecto piloto convirtiera a muchos esceó pticos en cargos puó blicos. En 1837, el proyecto se habíóa completado. Dos anñ os maó s tarde, los trenes servíóan a Versalles desde las terminales a ambos lados del Sena. Pero varios factores, no solo el antagonismo conservador, obstaculizaron los esfuerzos maó s ambiciosos. Mientras Inglaterra y Beó lgica y Ameó rica conectaban todo lo que se veíóa con la víóa feó rrea, Francia simplemente habloó de hacerlo. El Journal des Débats instoó a los legisladores para la construccioó n nacional de ferrocarriles, como algo anaó logo en tiempo de paz de las campanñ as napoleoó nicas, es decir, como un proyecto lo suficientemente grande como para suplantar el conflicto de clase con la cohesioó n patrioó tica. "Dado el estado mental presente, es de vital importancia aprovechar la opinioó n puó blica para un gran pensamiento. . . El genio de la paz puede superar el genio de la guerra solo si puede desplegar algo que pueda conmover y deslumbrar." 113
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Cuando por fin prevalecioó esta visioó n y se eliminoó la cuestioó n de la propiedad del gobierno frente a la empresa privada, la mala suerte amenazoó con detener el progreso. El 8 de mayo de 1842, un tren atestado de parisinos que regresaban de su excursioó n dominical a Versalles descarriloó a toda velocidad. Atrapados en carros cerrados, maó s de cincuenta personas murieron quemadas y docenas sufrieron lesiones graves. La indignacioó n puó blica coincidíóa con la inquietud capitalista. Una muchedumbre amenazoó con destruir la recieó n construida estacioó n de Montparnasse, y financieros como Rothschild reconsideraron su inversioó n en las seis líóneas propuestas para el desarrollo. Pero, inesperadamente, el evento reforzoó la determinacioó n de Francia de recuperar el tiempo perdido. Con la aprobacioó n de la legislacioó n habilitante, se comenzoó a trabajar en un camino que uniríóa Paríós, Ruaó n y Orleó ans. Durante el primer anñ o de Gustave en la escuela de leyes, la modernidad establecioó bastiones en forma de dos estaciones de ferrocarril: una cerca del Sena — la Gare d'Austerlitz — y la otra mucho maó s al oeste en la orilla derecha, la Gare Saint-Lazare, que seríóa testigo de sus idas y venidas desde ese momento en adelante. Despueó s de mayo de 1843, pudo viajar las ochenta y cuatro millas de su casa en cuatro horas, en trenes que realizaban seis viajes diarios entre Paríós y Rouen. En 1860, el recorrido express tomoó dos horas y cuarenta minutos. Mientras tanto, sus movimientos se limitaron en gran medida al Barrio Latino, donde, como dijo un contemporaó neo, los estudiantes de derecho eran "sultanes sin igual" que proporcionaban a los propietarios, restauranteros, cafetières y tabaquero con ingresos regulares. Si Gustave hubiese cortado una figura tíópica, habríóa lucido la boina roja y el cinturoó n que identificaban a un estudiante de derecho con gendarmes generalmente mal dispuestos. Se habríóa puesto el pelo y la barba largos y afeitado al uó ltimo en la víóspera de los exaó menes. Habríóa acentuado su aire rebelde al lucir un cuenco de pipa tallado en la imagen de Saint-Just o Robert Macaire y resoplando visiblemente mientras paseaba por el Jardíón de Luxemburgo. Habríóa cruzado los alleó es del jardíón en busca de una grisette o ninñ era hospitalaria a sus avances. Habríóa conseguido una cachimba y se habríóa posado en un divaó n oriental cubierto de terciopelo rojo de Utrecht. Habríóa comido con cucharas grasientas, a menos que la dependienta con la que habíóa encontrado el favor pudiera cocinar. De hecho, Gustave llevaba el pelo largo y casi obsesivamente bien peinado, pero no se conformoó con el tipo durante los primeros meses en la EÁ cole de Droit. "Asíó es mi vida", le escribioó a Caroline el 16 de noviembre. "Me levanto a las 8 en punto; Voy a mi curso; Regreso y tomo un almuerzo frugal; Trabajo hasta las cinco de la tarde, momento en que ceno. Estoy de regreso a mi habitacioó n a las seis; hago lo que me da la gana hasta la medianoche o 1 a.m. Una vez a la semana como mucho cruzo el Sena para ver a nuestros amigos [los Colliers]." Anñ os maó s tarde, en la intimidad de su estudio, podríóa pasear tranquilamente aè la Turque en culottes a rayas blancas y rojas, pero en la facultad de derecho solíóa llevar un traje negro, una corbata blanca, guantes blancos y botas muy pulidas (la mugre del la ciudad no podíóa seguirlo en el interior), hasta que las burlas de sus amigos lo convencieron de que se parecíóa demasiado al padrino de una boda. Para sustento, tomaba comidas en un restaurante local a precios mensuales, comiendo vorazmente y hablando con nadie, excepto el propietario, quien, impresionado por su estatura fíósica, afirmaba Gustave, le mostraba gran consideracioó n. El principal problema con la comida era masticar. Sus dientes lo atormentaban asíó que 114
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le informoó a su padre (afligido de forma similar) que si el dolor no disminuíóa, su dentista sacaríóa a tres o cuatro de ellos, y ocasionalmente se reunioó con eó l para cenar. Para Caroline, a quien el Dr. Flaubert mudo al primer piso para que su habitacioó n no albergara la misteriosa causa de su pobre salud, Gustave escribioó que el dolor de los dientes podridos era mucho maó s tolerable que el Coó digo Civil, que estudiar leyes pronto lo convertiríóa en un idiota balbuceante. La uó nica distraccioó n en víósperas de su vigeó simo primer cumpleanñ os consistíóa en limpiar botas y acomodarlas en el armario. "Pieó nsalo, desde que te dejeó no he leíódo una sola líónea de franceó s, ni seis versos insignificantes, ni una frase decente. Los Institutes estaó n en latíón, y el Coó digo Civil estaó escrito en algo auó n menos franceó s que eso. Los caballeros que lo redactaron sacrificaron muy poco a las Gracias. Han inventado un documento tan seco, tan duro, tan sucio y burdamente burgueó s como los bancos de la sala de conferencias en los que uno desarrolla hemorroides mientras escucha explicaciones juríódicas." Parecíóa tremendamente injusto, continuoó , que eó l envenenara su mente con ingresos y servidumbres mientras ella practicaba scherzos de Chopin y mezclaba colores en su paleta. No fue la uó ltima vez que citoó , o mencionoó erroó neamente, el pasaje de "De l'expeó rience" en el que Montaigne declara que la jurisprudencia, especialmente la ley francesa, es tan innecesariamente opaca como cualquier otra invencioó n humana. Achille-Cleó ophas pasoó varios díóas y noches en la rue de l'Est, principalmente para apuntalar el ego de su hijo. Para el 21 de diciembre, una semana antes del examen, un belicoso Gustave, que esperaba celebrar la Nochevieja en su casa, aseguroó a Caroline con la voz maníóaca de Descambeaux que pasaríóa volando con colores volantes y le daríóa a cualquiera que pensara lo contrario "para queó ." Privado de suenñ o, casi demacrado y maó s doó cil que el Ninñ o, pero barbudo sin arrepentirse, se sometioó el díóa del juicio a tres examinadores vestidos con toga y los satisfizo con recitaciones del Coó digo Civil, incluso si los colores que le otorgaron no estaban volando. Una bola negra significaba falla, una blanca indicaba eó xito y la roja una aprobacioó n tibia. Gustave recibioó tres bolas rojas. Ante esto, dejoó escapar un suspiro de alivio durante todo el camino hasta Rouen, donde toda la familia se habíóa encargado de eó l y de su logro, incluido el tíóo Parain y la tutora de ingleó s de Caroline, Jane ("Missy") Fargues. Aunque la vida en la capital pudo haber sido sombríóa, habíóa enriquecido su repertorio coó mico. A lo largo de un fríóo y gris enero, se vengoó de Paríós con imitaciones lo suficientemente graciosas como para distraer a Mme Flaubert de sus migranñ as, al Dr. Flaubert de sus litotomíóas, Caroline de su dolor lumbar, y el tíóo Parain de su dominoó . A cambio de las payasadas que posueron un poco de efervescencia en una casa apagada, Gustave queríóa la seguridad de saber que teníóa su lugar allíó, que de hecho podíóa contar con tres mujeres para adorarlo. Habíóa una comodidad inefable al oíór el patroó n de voces familiares fuera de su habitacioó n y al dar abrazos de oso a Carolo con la frecuencia que quisiera. De vuelta en Paríós, le escribíóa: "Ahora estoy solo, pensando en todos ustedes y preguntaó ndome queó estaó n tramando. Estaó n todos reunidos alrededor de la chimenea, donde yo solo no estoy. Estaó n jugando al dominoó , gritando, riendo, todos estaó n juntos, excepto yo, sentado aquíó como un idiota con los codos sobre la mesa preguntaó ndome queó hacer." La afectuosa familiaridad y el espíóritu afíón que siempre habíóa encontrado en Alfred Le Poittevin aligeraron la carga de pensamientos sobre su futuro que normalmente pesaba sobre eó l. Sin duda, el debut de Alfred en la barra de abogados de Rouen, que habíóa sido marcado por dos veredictos favorables, podríóa haber dejado a Gustave sintieó ndose auó n maó s 115
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anormal, pero Alfred nunca dejoó que su eó xito inicial fuera una fuente de orgullo o que ahora teníóa ambiciones de hacer huella en la ley. Mientras Gustave se quejaba de que la EÁ cole de Droit auó n lo reduciríóa a la imbecilidad, Alfred expresoó su temor de que su actividad profesional en un mundo vulgar (siendo vulgar una palabra que solíóa usar) le robe el placer, si no la voluntad, de cultivar su mente. Con estos dos reunidos, enero resultoó ser un famoso mes para hablar de poesíóa y Spinoza y, resucitar al Garçon. Despueó s de enero Gustave se sintioó maó s triste que nunca, sin nada bueno que decir de Paríós y nada malo que recordar sobre Rouen. Pero Rouen no era el lugar de convivencia que imaginoó en su ausencia. Tampoco era Paríós el triste inframundo Rhadamanthine que solíóa representar para los corresponsales. Caroline informoó que la casa, especialmente el tíóo Parain, llevaba una cara larga desde su partida, que la risa dejoó el Hoô tel-Dieu cuando regresoó a Paríós. Aunque el champaó n fluyoó durante una comida celebrando el trigeó simo primer aniversario de sus padres, no se vertioó tan libremente como podríóa haberlo hecho si Gustav hubiera estado allíó, y para Mme Flaubert el evento resultoó en el confinamiento con una migranñ a particularmente atroz. Los juegos de cartas procedieron, pero solemnemente. Los amigos de los padres de Caroline, los Maupassants, fueron invitados a cenar, pero los Maupassants corresponderíóan varios díóas despueó s y la perspectiva de tener que soportar dos veces las ocurrencias en sucesivas veladas la deprimieron. Seríóa mejor, aconsejoó Caroline, que baile el cancaó n o vaya a ver a Phèdre144 con su amigo Hamard antes que extranñ ar Rouen. El genio de Gustave para idealizar los lugares de los que se sentíóa exiliado o excluido hacíóa difíócil tomar buenos consejos. En Paríós ansiaba a Rouen, y en la ribera izquierda miraba envidiosamente, no como los heó roes provinciales de Balzac, a los ricachones que vagabundeaban por la derecha. "Allaó van a la OÁ pera todas las noches, a los italianos, a las veladas", se lamentoó a Ernest. "Sonríóen con mujeres bonitas que quieren que sus conserjes nos rechacen si nos aventuramos a aparecer en sus puertas con nuestros abrigos sucios y trajes oscuros de tres anñ os." El mejor de los domingos en la margen izquierda era el atuendo de lunes a viernes a la derecha. Los estudiantes en la margen izquierda hacíóan senñ as sobre las dependientas con las manos agrietadas, o cuando podíóan permitíórselo encontraban satisfaccioó n en los burdeles, mientras que el joven dorado dormíóa con marqueses. En la orilla izquierda, uno caminoó , a la derecha cabalgoó , en su propio carruaje. De hecho, su propia vida en realidad no ejemplificoó la privacioó n de los estudiantes. Si caminar por la ciudad era oneroso, contratoó un cabrioleó (bastante inasequible para el estudiante promedio). Subiendo las facturas de los sastres de forma desproporcionada a su asignacioó n, Gustave recurríóa con frecuencia al Dr. Flaubert para que les pagara, y cuando la probabilidad de que su padre le diera otra conferencia lo llenaba de consternacioó n, utilizaba a Caroline como emisaria. 145 Preferiríóa haberse ido desnudo antes que abandonar su departamento con un abrigo sucio. Tampoco queríóa invitaciones para socializar en ambos bancos. Jules Cloquet y los Colliers pudieron 144Phèdre es una tragedia en cinco actos y versos de Jean Racine creada el 1 de enero de 1677 en París bajo el título Phèdre et Hippolyte. Racine no adoptó el título de Phèdre hasta la segunda edición de sus obras en 1687. La pieza contiene 1.654 versos alejandrinos. 145Achille-Cléophas comenzó una carta con: "Te agradezco por pensar en mí de vez en cuando, especialmente cuando tu monedero todavía no está vacío". En otra ocasión lo rescató y escribió: "Ve y paga a tu sastre, sobre quien siempre me están hablando y para quien muchas veces te envío dinero."
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haber sido sus anfitriones maó s entusiastas, pero hubo otros, especialmente los Schlesinger, con quienes cenoó todos los mieó rcoles durante varios meses y ocasionalmente los fines de semana en su casa de campo en Vernon. A veces cruzaba el Sena para mezclarse con otros visitantes en el establecimiento comercial de Maurice, rara vez sabíóa a primera vista a quieó n encontraríóa en una escena que cambiaba con la temporada de conciertos, la aparicioó n aleatoria de los contribuyentes de la Gazette Musicale, los uó ltimos entusiasmos y alejamientos de su temperamental amigo. Quince meses antes, Richard Wagner, que conocioó a Liszt a traveó s de Schlesinger, podríóa haber estado presente, aunque era imposible conversar a menos que uno hablara alemaó n. Los virtuosos musicales se congregaban como palomas alrededor del 89, rue de Richelieu, ansiosos de migajas de publicidad que el empresario se dignaba lanzarles. "Tuve la gran oportunidad de ver con mis propios ojos a ilustres artistas postrarse a sus pies", escribioó Heinrich Heine, corresponsal en Paríós de la Augsburg Gazette. "Todavíóa visible en las coronas de laureles de virtuosos a quienes las capitales de Europa rinden homenaje era el polvo de las botas de Maurice Schlesinger." Cuando Gustave aparecioó por primera vez, Heine habíóa sido desterrado recientemente de las instalaciones despueó s de cometer lo que eó l mismo llamoó una "torpeza juvenil." Auó n asíó, el estudiante de derecho se levantoó para encontrarse con Liszt, Alexandre Dumas o Hector Berlioz. En cuanto a EÁ lisa, uno hubiera pensado que cualquier díóa que la viera era memorable, pero EÁ lisa en carne propia ya habíóa interferido con la imagen que Gustave queríóa preservar de su divinidad de Trouville. 146 Habíóa muchas formas en que idealizaba o fetichizaba las ausencias. La forma de madera de los zapatos de tacoó n alto de una mujer en la vitrina de un zapatero siempre lo excitaba. Caminar por la manñ ana en las aceras donde las prostitutas habíóan rondado la noche anterior hacíóa que le hormiguearan las piernas. Unos cuatro anñ os maó s tarde confesoó que volver a visitarla le ayudoó a entender a los emigrados aristocraó ticos que, al ver sus palacios nuevamente despueó s de anñ os de exilio, se preguntaban coó mo podríóan haber vivido alguna vez en ellos (sin duda, la confesioó n tal vez fue desvirtuada por el hecho de que su celosa receptora , Louise Colet, necesitaba constante seguridad). Fuera de la sala de conferencias, veíóa muy poco a sus companñ eros de clase en la escuela de derecho, con la excepcioó n de los companñ eros Rouennais. Estaba EÁ mile Hamard. Tambieó n estaba Ernest Le Marieó , un ninñ o brillante y divertido que podríóa haber participado en la bufonada de Descambeaux si no hubiera sido trasladado del Colleè ge Royal al Colleè ge Charlemagne en Paríós. Le Marieó compartioó ajojamiento cerca del barrio pobre IÎle de la Citeó con un aspirante a escritor llamado Maxime Du Camp. Gustave aparecioó sin avisar en la puerta de su casa un díóa de marzo de 1843, con su llamativo sombrero inclinado sobre una oreja. No perdioó el tiempo al entablar una amistad que iba a sobrevivir períóodos de distanciamiento y duraríóa toda su vida. Nacido dos meses despueó s de Gustave, Maxime Du Camp era tan alto como el florido normando e hijo de un distinguido cirujano. A diferencia de Gustave, nunca habíóa conocido a su padre. El doctor Theó odore-Joseph Du Camp murioó a los veintinueve anñ os de tuberculosis, dejando a su hijo de un anñ o, un hijo uó nico, para ser criado por una viuda adolescente. Que la crianza tuvo lugar en una casa de la ciudad de Mansart en el lugar Vendoô me da fe de la riqueza de los padres de Maxime. Tuvo una infancia mimada, 146
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con fines de semana en una villa no lejos de Paríós y veranos en un chaô teau en la finca boscosa de su abuela materna, Marie-Antoinette de Freó musson. Hasta su noveno anñ o, cuando se decidioó que el internado proporcionaríóa el rigor masculino que faltaba en la vida familiar, disfrutoó de la companñ íóa constante de un muchacho de su misma edad llamado Louis de Cormenin, que maó s tarde se convertiríóa tambieó n en amigo de Gustave.147 La separacioó n parecíóa inimaginable. Le asustaba, y lo habríóa hecho bajo cualquier circunstancia, pero el Colleè ge Louis-le-Grand, donde, desconocido para Maxime, Charles Baudelaire era un companñ ero sufriente, lo hizo insoportable. O mejor dicho, aguantoó rebelandose contra una disciplina auó n maó s cruel que la que Gustave experimentoó en el Colleè ge Royal. Maxime nunca se reconcilioó con este reó gimen. Sus anñ os en Louis-le-Grand incluyen díóas enteros pasados en confinamiento solitario copiando miles de líóneas de verso latino, y la maravilla es que alguna vez deberíóa haber aprendido a leer latíón con placer. La literatura romaó ntica era otra cosa. Pasado de contrabando el Cerberus148 responsable de olfatear las obras peligrosas, Feuilles d'automne149 de Hugo tambieó n lo ayudoó a aguantar. Escribioó poesíóa a la manera de Musset e identificoó con Chatterton150 de Alfred de Vigny. A los catorce anñ os, Maxime habíóa sido expulsado de Louis-le-Grand y se habíóa hecho llamar briboó n en el Colleè ge Saint-Louis, otra institucioó n del Barrio Latino. Dos anñ os maó s tarde, todo se estrelloó a su alrededor cuando su querida madre, Alexandrine Du Camp, murioó repentinamente. Los abuelos le dieron un hogar seguro, pero la compasioó n por el ninñ o hueó rfano yacíóa maó s allaó del alcance emocional de los maestros de escuela. Nadie parecíóa entender que la indisciplina pudiera expresar enojo o que la ira se alimentara de la afliccioó n. Previsiblemente, una segunda expulsioó n siguioó . Luego ingresoó en una escuela privada cuya principal virtud era su descuido. Obligado a educarse a síó mismo en la ausencia de una autoridad fuerte y una disciplina externa, Maxime reunioó la voluntad de hacerlo, esforzaó ndose con la ayuda de Louis de Cormenin. Actuoó brillantemente en el examen de bachillerato en agosto de 1841. Tan pronto como su familia celebroó este eó xito, revoloteoó el palomar al anunciar que no se convertiríóa en un diplomaó tico o un abogado, sino en un hombre de letras. ¿Acaso el manojo de poemas que le envioó a Víóctor Hugo para que comentara no provocoó elogios hiperboó licos? (Hugo recibíóa tales manojos todas las semanas y siempre daba elogios hiperboó licos.) ¿No se habíóan embarcado eó l y Cormenin juntos en la redaccioó n de una novela? En cualquier caso, su fortuna lo hizo mucho maó s independiente que Gustave, si todavíóa estaba sujeto a las advertencias y restricciones legales de su tutor. Cuando Achille-Cleó ophas le ofrecioó a Gustave un gran viaje despueó s de su graduacioó n, el hueó rfano de padre Maxime, comenzoó a llevar la vida indolente de un genial Margen Derecho, tan pronto como tuvo su diploma en la mano, corriendo con una raó pida multitud cuya extravagancia podríóa haber parecido infinitamente deseable 147Él era el hijo del autor del Livre des orateurs/Libro del orador antes mencionado. 148Un monstruoso perro guardián con tres (o en algunas cuentas cincuenta) cabezas que custodiaban la entrada a Hades. 149Hojas de otoño. (Poemario) 150Chatterton es una obra de teatro en 3 actos y en prosa del dramaturgo francés Alfred de Vigny. La pieza recrea el final de la vida del poeta inglés Thomas Chatterton, que se suicidó a la edad de 17 años. El joven pretende ganarse la vida a travñes de su pasión, la poesía; pero con poca fortuna lo que lleva a buscar un trabajo como empleado doméstico. Además vive un amor atormentado con Kitty Bell, la esposa de su casero.
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desde la penosa perspectiva de Gustave. La constante buó squeda del placer lo llevoó a pasear a las afueras de Paríós para cazar ciervos, a la pista de carreras, a las salas de juego, al Cafeó Tortoni, donde Gustave a veces iba a observar el beau monde y tras bastidores en varios teatros para una cita con joó venes actrices. Cuando un consejo de familia puso su fortuna bajo llave, recurrioó a los usureros que aceptaban pagareó s a su vigeó simo primer cumpleanñ os. Para entonces Maxime ya no estaba malgastando. Despueó s de seis meses de secuestro autoimpuesto en el chaô teau medieval de su abuela, salioó del retiro un nuevo hombre comprometido con objetivos serios. O al menos eso insistioó . El nuevo hombre necesitaba un nuevo ambiente y lo encontroó a mitad de camino a traveó s del Sena en el quai Napoleoó n, mirando hacia el margen derecho, donde eó l y su amigo de la escuela secundaria vivíóan en un desorden de libros, acuarelas y partituras. El ex haragaó n presentado a Gustave, se habíóa convertido en un diletante eneó rgico cuyo savoir faire, habilidad, impresionoó al torpe provinciano. Maxime miroó cada pulgada del material de Jockey Club. De largas piernas, delgado y moreno, maó s en casa por la ironíóa que por la farsa, teníóa facciones finamente cinceladas, un ojo agudo y una barba Vandyke muy adecuada para la sonrisa superior que habitualmente jugaba en las comisuras de su boca. En marzo de 1843 pudo haber sonreíódo maó s ampliamente que de costumbre, como sustituto de su servicio militar que acababa de ser comprado por dos mil seiscientos francos y un reloj de oro. Ese problema nunca surgioó con Gustave, quien, como se senñ aloó anteriormente, habíóa sacado un nuó mero de la suerte un anñ o antes. Los dos eran opuestamente atraíódos el uno al otro. A medida que se desarrolloó su amistad, el nombre de Maxime comenzoó a aparecer en la correspondencia de Gustave. El 11 de marzo le escribioó a Caroline que le costaba redactar su carta porque "mi amigo Du Camp estaó aquíó en mi habitacioó n e insiste en dictar algo — puntos, comas y todo. Debo esforzarme por seguir el hilo de mis ideas, que, dado que no tengo ninguna, no llevan a ninguna parte." Maxime no notoó tanta falta de ideas en conversaciones que a veces duraban toda la noche y, recordoó muchos anñ os despueó s, iba desde la supuesta existencia de Dios hasta la bufonada en los pequenñ os teatros del bulevar du Temple. Louis de Cormenin, ahora un estudiante en la EÁ cole Normale, a menudo se les unioó . Cuando Alfred Le Poittevin, a quien Maxime describioó como "sinuoso como una mujer", visitoó Paríós, los cuatro cenaron en Chez Dangeaux en la rue de l'Ancienne Comeó die, cerca del Odeó on. Estas fueron ocasiones memorables. Con al menos tres exhibicionistas presentes, la velada con frecuencia se convirtioó en un concurso de ingenio y erudicioó n. En otras ocasiones, el haó bito de Le Poittevin de pronunciar las grandezas de Macairian como si estuviera comentando sobre el clima inclinoó la razoó n de la mesa. Gustave ejercioó su talento para repetir a la gente e hizo una imitacioó n especialmente apreciada de la ceó lebre actriz Marie Dorval, a quien habíóa visto en Antony 151 de Dumas. Pero la mayoríóa de las veces un fisgoó n habríóa escuchado hablar sobre literatura y filosofíóa, mientras la conversacioó n se desarrollaba sin control desde los soó tanos hasta los campanarios. Maxime escribioó en su Souvenirs littéraires: "Recuerdo un coloquio que 151Antony es una obra de teatro en prosa en cinco actos, escrita por Alejandro Dumas (padre), en 1831. Muchos afirman que Dumas se inspiró en una de sus pasiones personales para escribir este drama. En sus memorias dice sobre ella: "...Antony no es un drama, Antony no es una tragedia, Antony no es una obra teatral; Antony es una escena de amor, celos y cólera, en cinco actos..." Su estreno fue el 3 de mayo de 1831 en el Teatro Puerta de San Martín de París.
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comenzoó con nosotros riendo a carcajadas sobre una farsa en el Palais-Royal, continuoó con el anaó lisis de una obra de esteó tica de Gioberti, y terminoó con una exposicioó n de Idées hébraiques de Herder." Incluso si Gustave no se lo hubiera dicho, Maxime podríóa haber llegado a la conclusioó n de que Gustave era un aspirante a actor. Maxime sabíóa cuaó nto tiempo el apuesto joven cuyos hombros anchos desmentíóan su delicadamente nerviosa frescura pasada frente a un espejo ensayando varios personajes. Despueó s de las tardes en el teatro, la personalidad elaó stica de Gustave podríóa deslizarse en la piel de un papel que lo cautivoó por una razoó n u otra, y las preguntas de identidad vinculadas con el miedo a perderse a la pasioó n o la apremiante necesidad de una audiencia estaban obviamente en su mente. Pero solo cuando el joven escritor leyoó en voz alta Novembre, que habíóa traíódo de Rouen, supo Maxime algo sobre su obra ineó dita. La lectura tuvo lugar en circunstancias que los íóntimos llegaríóan a experimentar como una prueba iniciaó tica de amistad con Gustave. Este uó ltimo invitoó a Maxime al piso de arriba, lo sentoó en una de sus tres sillas y aguantoó hasta el amanecer. Casi medio siglo despueó s del evento, Maxime afirmoó que habíóa escuchado hechizado durante toda la noche, con la creciente conviccioó n de que habíóa nacido un gran escritor. Mientras tanto, Gustave se saltaba las clases en la facultad de derecho, leíóa lo que le veníóa en gana, sonñ aba con los placeres levantinos, escribíóa siempre que podíóa, bebíóa garrafas de cafeó y se obligaba, en una mecaó nica parodia de estudiosidad, a copiar literalmente disquisiciones literales sobre hipotecas y contratos matrimoniales. Un segundo examen importante surgioó , y pensar en eso sacudioó su cerebro, le dijo a Chevalier, como un martillo golpeando un yunque. El síómil puede haber aludido a síóntomas fíósicos tan reales como los paroxismos de ira que describioó en una carta a Caroline varios meses despueó s, cuando comenzoó a estudiar intensamente contra el reloj. "Desde ahora hasta agosto estareó en un estado de furia permanente. A veces me asaltan los espasmos y forcejeo con mis libros y notas como si tuviera en el baile de San Vito. . . o estubieran cayendo con la epilepsia." ¿Era enojo — la ira que desahogaba en las diatribas profanas de Descambeaux y las recitaciones nocturnas del Satyricon de Petronio — una defensa contra la depresioó n? Si es asíó, no siempre funcionoó . Varias veces a la semana dormíóa ininterrumpidamente durante dieciseó is horas. Salir de la cama fue una lucha apaó tica. Dos semanas en Normandíóa durante la Semana Santa estabilizaron sus nervios, o al menos le dieron la oportunidad de reemplazar un objeto de aversioó n, la prosa legal, por otro — la adoracioó n ferroviaria. La líónea ferroviaria de Paríós finalmente llegoó a Rouen, los Rouennais no podíóan hablar de otra cosa, y la inauguracioó n oficial eclipsoó todas las demaó s noticias. Tuvo lugar el 3 de mayo con mucha fanfarria, ya que miles de miembros de la Guardia Nacional se reunieron en el Champ-de-Mars para marchar por la ciudad a traveó s de barrios cubiertos con banderas tricolores. Tricolor adornaba los sombreros y las solapas de trabajadores y estudiantes desfilando entre las tropas en la formacioó n del gremio. En una terminal a medio acabar en las afueras, este cortejo se preparoó para saludar a un tren lleno de visitantes de Paríós, entre ellos dos de los hijos de LouisPhilippe, los du duques de Nemours y de Montpensier. Los espectadores se pararon durante horas, repartidos en los campos, mientras los dignatarios comíóan copiosamente en un banquete ofrecido por la companñ íóa de ferrocarriles, y los sacerdotes (cuya presencia ofende a los espectadores liberales) bendijeron las pistas. 120
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Un periodista se preguntoó si la buena mezcla de burgueses y "proletarios" en la multitud festiva podríóa no prefigurar una nueva armoníóa social impulsada por el traó nsito raó pido. Otro, refirieó ndose a la líónea operacional de Paríós-Orleó ans, se hizo auó n maó s elocuente. "Aquíó hay dos grandes líóneas que promueven la circulacioó n en los alrededores de la capital," escribioó en el Journal de Rouen. Ayer, Orleó ans y hoy Rouen han visto desaparecer la distancia que los separaba de Paríós. Un curioso paralelo viene a la mente con motivo de estas ceremonias inaugurales que tienen lugar sucesivamente en dos ciudades donde vive la memoria de Juana de Arco: Orleó ans fue el escenario del triunfo de la heroíóna y Rouen de su martirio. La solemnidad con que Rouen resolvioó inaugurar el ferrocarril honra la inteligencia de nuestra industriosa ciudad. Nos hubiera gustado que Orleó ans aproveche la ventaja de la prioridad con maó s esplendor. La faz del mundo bien puede ser cambiada por estas víóas de comunicacioó n raó pida; por lo tanto, uno debe reconocer cuaó n afortunado ha sido para gozar de prioridad sobre otros sitios en el logro de una gran y noble conquista.
Los clicheó s emitidos por la mera mencioó n de los ferrocarriles enfurecieron a Gustave, quien, sin embargo, comenzoó a viajar por ferrocarril ya en junio de 1843. Esperaba desarrollar ictericia, dijo, si escuchaba a otro "tendero" cantar sus alabanzas. Esta crisis hepaó tica (que no disminuyoó el entusiasmo de su hermana) tambieó n pudo haber sido inducida por las noticias de que el tendido de víóas pronto comenzaríóa entre Rouen y Le Havre a traveó s de Deó ville y que haríóa inhabitable la villa de Flaubert. Invocando una ley que conferíóa poder expropiatorio a las empresas que se consideraban de "utilidad puó blica", el ferrocarril adquirioó varios acres de AchilleCleó ophas. Como los trenes estaríóan pasando maó s allaó del muro del jardíón, AchilleCleó ophas decidioó que todo deberíóa venderse. La perspectiva de abandonar una casa llena de recuerdos enojoó mucho a Gustave, quien siempre experimentoó el cambio como una peó rdida. En ninguó n otro aspecto era maó s romaó ntico que en su compromiso emocional con las ruinas, la ausencia, las casas embrujadas, los lugares de los que la vida habíóa huido. Una carta fechada en julio de 1843 del Dr. Flaubert reganñ ando a su hijo creó dulo por haberse permitido, como un "simploó n provinciano," ser estafado por un hombre de confianza o una prostituta (no sabemos cuaó l o coó mo) y ocultar la desventura de un padre en quien deberíóa confiar solo podríóa haber hecho que Gustave temiera comportarse como un papanatas en su examen puó blico. En un esfuerzo por envanecerse no hizo nada para convencerlo de que no estaba mal preparado, pero tampoco toleraríóa ninguó n intento de su madre de influir en los examinadores a traveó s de una amiga influyente. ("Tales jugarretas no son mi estilo", le dijo a Caroline, quizaó s temerosa maó s del eó xito que del fracaso.) El reconocimiento se produjo el 24 de agosto. Maxime Du Camp, quien lo acompanñ oó a la EÁ cole de Droit y lo ayudoó a ponerse su toga acadeó mica, presencioó un espectaó culo humillante que resultoó en dos bolas negras y dos rojas. ¿Se preguntoó Gustave por queó se habíóa traíódo este fracaso? Hacerlo habríóa sido completamente fuera de lugar. Por el contrario, le brindoó la oportunidad de poner a prueba su creencia de que el exorcismo ayudoó maó s que la comprensioó n, que los repetidos gritos de Merde! fue (como luego dijo) un baó lsamo para las miserias de la 121
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vida. En una carta a Chevalier escrita diez díóas maó s tarde, fulminoó contra toda la sociedad burguesa y maldijo su propia existencia. Ojalaó ese cielo destruyera su lugar de nacimiento, los muros que lo protegíóan, la burguesíóa que lo conocioó de ninñ o, las aceras sobre las que comenzoó a "endurecer sus talones", exclamoó . Nada podríóa complacerlo maó s que ver a Atila, un "simpaó tico humanitario," regresar a la cabeza de cuatrocientos mil jinetes e "inmolar a Francia la hermosa, tierra de zapatos bajo el pantaloó n rayado y ligas, comenzando simultaó neamente con Paríós y Ruaó n." En un viaje en diligencia que lo puso en una incoó moda proximidad a su padre durante muchas horas, los Flaubert viajaron en famille a Nogent-sur-Seine inmediatamente despueó s de la debacle. Gustave se quedoó allíó varias semanas con Louis Bonenfant, el yerno de François Parain, que ejercíóa la abogacíóa. Una breve estadíóa en Le Poittevins en Feó camp a fines de septiembre, cuando Alfred sufríóa de gonorrea, asíó como, de tuberculosis, sin duda ayudoó a ambos hombres a desterrar sus infortunios con el humor de Garçon. Iba a ser su uó ltima reunioó n en Feó camp. De lo contrario, es posible que Gustave no haya visto la orilla del mar ese verano. En noviembre de 1843 estaba de vuelta en Paríós preparando su segunda oportunidad en el examen fallido, o estudiando detenidamente los libros de leyes (y evitando burdeles, si se puede acreditar correspondencia posterior con Louise Colet, que afirma que un períóodo de abstinencia sexual comenzoó alrededor esta eó poca, o tal vez un poco antes). Su vida social era principalmente una ronda gastronoó mica de mesas familiares. Continuoó visitando a los Colliers y de vez en cuando se les unioó en la oó pera, en el palco de un amigo rico, el conde de Rambuteau, que era suyo para pedirlo. El doctor Cloquet se habíóa encarinñ ado mucho con eó l. Asíó que, al parecer, fue EÁ lisa Schlesinger, quien insistioó en que eó l cenara con ellos en su casa de campo el díóa de Anñ o Nuevo. Se encontroó con Gertrude Collier en la casa del escultor James Pradier en el quai Voltaire, muy cerca del antiguo taller de Delacroix. Invitado por Louise Pradier, nacida Louise d'Arcet, cuyos padres conocíóan a los Flaubert desde sus primeros anñ os de matrimonio, Gustave realizoó su primera visita registrada en noviembre, cuando su hermano Achille se alojaba con eó l, y resultoó ser memorable no solo porque fue la primera de muchas importantes veladas, como la ocasioó n de su encuentro con Victor Hugo. "Estaó s esperando detalles sobre V. Hugo", le escribioó a Caroline. ¿Que te puedo decir? Es un hombre de aspecto ordinario con un rostro bastante feo y un exterior comuó n. Tiene dientes magníóficos, una frente soberbia, sin pestanñ as ni cejas. No habla mucho, da la impresioó n de que se mira a síó mismo para no dejar que el gato salga de la bolsa. EÁ l es muy corteó s y un poco ríógido. Me gusta mucho el sonido de su voz. Me complacioó contemplarlo de cerca. Lo mireó con asombro, como un joyero con millones de diamantes reales dentro de eó l, y penseó en todo lo que habíóa salido de ese hombre sentado a mi lado en una pequenñ a silla. Mis ojos estaban pegados a su mano derecha, que habíóa escrito tantas cosas bellas. Aquíó estaba el hombre que siempre habíóa hecho latir mi corazoó n maó s raó pido que cualquier otro escritor, y a quien quizaó s amaba maó s que a nadie que no conociera personalmente. La conversacioó n fue sobre tortura, venganza, ladrones, etc. Fuimos yo y el gran hombre los que maó s conversamos; no recuerdo si lo que dije era inteligente o eran sandeces. Pero dije mucho.
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Obviamente muy preocupado por la impresioó n que estaba causando, no observoó al libidinoso Hugo comerse con los ojos a Louise y a la bella Louise tentando a Hugo. Si Louise, que era siete anñ os mayor que Gustave, le hubiera dado aó nimo, como lo haríóa en su momento, eó l tampoco lo habríóa notado, a pesar de una reciente carta de Alfred Le Poittevin dicieó ndole que teníóa mucho que ganar cultivando a los Pradiers, "quizaó s una amante", o amigos uó tiles por lo menos. Gustave, Achille y Gertrude Collier pueden haber sido los uó nicos invitados que ignoraron que la paciencia de Pradier con su esposa compulsivamente promiscua se habíóa agotado. "La suya es una casa que me gusta mucho", le escribioó a Caroline. "Uno no se siente limitado allíó, y es completamente mi estilo". Gustave decidioó que era mejor posponer su examen hasta enero o febrero de 1844 y celebrar el Anñ o Nuevo con su familia en lugar de con los Schlesinger. Despueó s de haber sido invitado a un baile por una matrona social de Rouen llamada Mme Geó tillat — la misma mujer que, si se la alentaba, habríóa movido los cordeles de la facultad de derecho — dio instrucciones a Caroline en teó rminos inequíóvocos para que la rechazara en su nombre. Gustave no bailaba ni jugaba, y ya habíóa reprimido todo lo que podíóa soportar las acusaciones contra Louis-Philippe en presencia de Louis-Philippards, presumidos y adornados con listones. Su plan era pasar la quincena en Rouen acurrucado como un oso en su guarida de invierno, "lejos de todos los burgueses". Lo uó nico que podíóa atraerlo al aire libre era una inspeccioó n de la propiedad de Flaubert en Deauville, donde, despueó s de mucho debate intramuros sobre el sitio maó s ventajoso, Achille-Cleó ophas habíóa hecho arreglos para construir una cabanñ a con vistas al oceó ano. Pocos díóas en la vida de Flaubert seríóan maó s aciagos que el 1 de enero de 1844, el díóa en que eó l y su hermano visitaron Deauville. Lo que sucedioó cerca de Pont l'EÁ veô que en su camino de regreso borroó sus recuerdos de la visita en síó. Cabalgaban hacia el sur por la noche, a traveó s de las tierras de labranza oscuras como boca de lobo, excepto por una linterna afuera de una posada rural, y excepto por un carro que veníóa detraó s de ellos cuando de repente Gustave, que sosteníóa las riendas de su cabriolet de dos asientos, cayoó inconsciente. Todo lo que pudo recordar despueó s fue la sensacioó n de haber sido barrido en un "torrente de llamas". Diez minutos pasaron antes de que recuperara la conciencia. Incierto, durante el intervalo de coma, si su hermano estaba vivo o muerto, Achille lo transportoó a la posada. Allíó, asumiendo que Gustave habíóa sufrido un ataque apopleó tico y confiando, como lo hizo su padre, en la teoríóa humoral 152 de que la apoplejíóa derivaba de una condicioó n pletoó rica, lo desangraba profusamente. No fue hasta que Maxime Du Camp se atrevioó a pronunciar la palabra epilepsia en Souvenirs littéraires, publicada dos anñ os despueó s de la muerte de Flaubert, que el 152La teoría de los cuatro humores o humoral, fue una teoría acerca del cuerpo humano adoptada por los filósofos y médicos de las antiguas civilizaciones griega y romana. Desde Hipócrates, la teoría humoral fue el punto de vista más común del funcionamiento del cuerpo humano entre los «físicos» (médicos) europeos hasta la llegada de la medicina moderna a mediados del siglo XIX. En esencia, esta teoría mantiene que el cuerpo humano está compuesto de cuatro sustancias básicas, llamadas humores (líquidos), cuyo equilibrio indica el estado de salud de la persona. Así, todas las enfermedades y discapacidades resultarían de un exceso o un déficit de alguno de estos cuatro humores. Estos fueron identificados como bilis negra, bilis, flema y sangre. Tanto griegos y romanos como el resto de posteriores sociedades de Europa que adoptaron y adaptaron la filosofía médica clásica, consideraban que cada uno de los cuatro humores aumentaba o disminuía en función de la dieta y la actividad de cada individuo. Cuando un paciente sufría de superávit o desequilibrio de líquidos, entonces su personalidad y su salud se veían afectadas.
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puó blico sabíóa lo que los íóntimos susurraron entre ellos. Las preguntas siempre quedaraó n sin respuesta, pero eminentes neuroó logos que han estudiado el tema de cerca, sobre todo Henri Gastaut, coinciden en que una lesioó n en el loó bulo temporal derecho o en la corteza occipital (que explicaríóa las alucinaciones visuales) provocoó cortocircuitos en otros lugares, lo que a una convulsioó n generalizada o de gran mal caracterizada por espasmos, afasia, peó rdida del conocimiento y secuelas de gran fatiga. Se pueden imaginar, que los temores que el informe de Achille reportoó alborotaron el Hoô tel-Dieu cuando finalmente los dos llegaron de alguna manera a casa, sin embargo, Gustave dejoó Rouen en camino a Paríós varios díóas despueó s, sin duda sobre las protestas de Mme Flaubert, sin haber experimentado ninguó n otro ataque. El Dr. Flaubert habíóa extraíódo maó s sangre, quien, tratando de levantar una vena con agua caliente, escaldoó la mano derecha de su hijo, lo que dejoó una cicatriz permanente. ¿Por queó Achille-Cleó ophas, un hombre prudente, no insistioó en que Gustave convaleciera de un episodio obviamente grave? Si el meó dico, que habíóa pasado suficiente tiempo en los hospitales de Paríós y Rouen para presenciar muchos ataques epileó pticos, pensoó que su hijo habíóa sufrido uno, es posible que la negacioó n tuviera ventaja sobre la prudencia, ya que habíóa una buena razoó n para negar una enfermedad tan intratable o tratada tan brutalmente, y tan cargada de mitos pseudocientíóficos. Como escribioó un meó dico del siglo diecinueve: "Existe apenas una sustancia en el mundo capaz de atravesar la garganta de un hombre que en un momento u otro no gozoó de la reputacioó n de ser antiepileó ptico." Antes de que Charles Locock descubriera una medicina verdaderamente eficaz en el bromuro de potasio trece anñ os despueó s de que Gustave cayera enfermo, el paciente podríóa haber sido recetado con valeriana silvestre, raíóz de peoníóa, mueó rdago, digitalina, quinina, origanum dictamnus 153, ruda, narciso, opio, asafeó tida, ajo, alcanfor , cantaó ridos, cobre, zinc, plomo, antimonio, mercurio, hierro, plata, aó cido carboó nico o foó sforo: cada especifico tuvo su defensor, tanto entre los meó dicos de la ciudad como en los empíóricos rurales. La sangríóa se practicaba comuó nmente, los nervios se cauterizaban o cortaban, las ampollas se elevaban con vesicantes y se administraban cataó rticos. En casos extremos, los meó dicos, incluido el famoso neuroó logo Brown-Seó quard, recomendaban la castracioó n. El epileó ptico ya no se veíóa como un recipiente para la profecíóa o como un alma poseíóda. Hueó rfano de Dios y de Sataó n, no pudo escapar a la imputacioó n que sufrioó con su propia mano abusiva. Mientras que la ciencia meó dica habíóa desacreditado a los demonios, los meó dicos de la Ilustracioó n demonizaban la masturbacioó n, y el Dr. Samuel Tissot era solo el maó s prominente entre ellos para ver el espectro del onanismo detraó s de la mayoríóa de las aflicciones nerviosas. Al burlarse de la naturaleza, el onanista corríóa un riesgo mayor que el libertino de enloquecer, declaroó Tissot en su claó sico tratado sobre la masturbacioó n. "Demasiada cantidad de semen que se pierde en el curso natural produce efectos nefastos; pero auó n son maó s terribles cuando la misma cantidad se ha disipado de una manera antinatural. Los accidentes que ocurren como el desperdicio de una manera natural son muy terribles, los que son ocasionados por la masturbacioó n lo son auó n maó s." Tales accidentes terribles caen sobre el onanista, continuoó diciendo, porque se somete a síó mismo a querer sin querer, y accede a las importunidades de "haó bito" e "imaginacioó n" maó s que de glaó ndulas. Cuaó n generalizado 153“white dittany” en el original.
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se habíóa vuelto este argumento puede deducirse de las propias reflexiones posteriores de Flaubert sobre la enfermedad que nunca se atrevioó a llamar por su nombre. Describiendo sus efectos unos diez anñ os despueó s de su aparicioó n, escribioó : "La locura y la lujuria son dos aó mbitos que he explorado tan deliberadamente, a traveó s de los cuales he trazado un curso tan voluntario, que nunca sereó (espero) un lunaó tico o un Sade. Pero he pagado un precio por ello. Mi enfermedad nerviosa es la escoria de estas pequenñ as bromas intelectuales. Cada ataque ha sido una especie de hemorragia de inervacioó n." La miríóada de imaó genes que brillaron en su cabeza como fuegos artificiales fueron, dijo, una "descarga seminal" de la "facultad pictoó rica" del cerebro. Pero en una eó poca cada vez maó s preocupada por cuestiones de herencia, contaminadas o no, innumerables teoríóas y estudios estadíósticos estaban disponibles para los padres que podríóan haber estado dispuestos a considerarse intríónsecamente responsables de la enfermedad de un ninñ o. Los alienistas encontraron la culpa en la puerta de su casa, encontrando la fuente de la epilepsia en aquellos aquejados de migranñ as, con tuberculosis, con síófilis, incluso con una imaginacioó n excesivamente viva. La simple vista de un ataque epileó ptico o de alguó n otro desorden espectacular podríóa provocar que una mujer embarazada lo reproduzca en su feto, declaroó el venerable meó dico holandeó s Hermann Boerhaave (una nocioó n propagada como "impregnacioó n" por Jules Michelet en La Femme, seguó n la cual poderosas imaó genes pueden ser impresas en el material somaó tico de las mujeres). Aunque Madame Flaubert nunca registroó sus pensamientos sobre el tema — parece probable, dada su conciencia draconiana, que de alguna manera se incriminoó a síó misma — el Dr. Flaubert creíóa firmemente en el contagio imaginativo o visual de la epilepsia. Anñ os antes, habíóa instado a Gustave, por esa razoó n, a no imitar a un mendigo epileó ptico visto cerca del hospital.154 Si Achille-Cleó ophas albergaba sospechas de que el ataque de Gustave habíóa sido en parte un vuelo histeó rico desde el díóa del juicio en la EÁ cole de Droit, podríóa haber sentido que reponerlo haríóa maó s bien que consentirlo. Cuando, casi tres semanas despueó s, Caroline expresoó la ansiedad de la familia sobre su salud y disposicioó n a enviar a alguien a Paríós en cualquier momento, su carta conteníóa la ambigua posdata: "Papaó leyoó tu carta y no me dijo nada sobre tu [quemado] brazo, pero aquíó estaó mi receta: descanso y manteca." ¿Achille-Cleó ophas no le habíóa dicho nada acerca de la cabeza de su hijo? ¿O suponíóa que un veredicto favorable del jurado de la facultad de derecho lo arreglaríóa todo? En cualquier caso, "Oculta tu vida" podríóa haber servido, incluso maó s desde entonces que en el pasado, como un lema familiar. Nunca llegoó a los veredictos. En alguó n momento a fines de enero, Gustave visitoó Rouen para un breve respiro. Durante esa visita tuvo otro ataque, que se llamoó "congestioó n del cerebro" o "ataque apopleó tico en miniatura" (palabras de Gustave). Esta vez, el Dr. Flaubert, que pudo haberlo presenciado, tomoó el asunto muy en serio y recetoó una serie de terapias horripilantes, ademaó s de dosis regulares primero de valeriana y luego de quinina. "Casi me presento ante Plutoó n, Radamanto y Minos", informoó Gustave a Ernest, refirieó ndose tan alegremente como pudo a los tres jueces del inframundo. "Todavíóa estoy en la cama con un sedal en el cuello, que es un collaríón auó n 154Es muy posible que el mendigo fuera él mismo un actor. Los mendigos que simulaban la epilepsia, conocidos como los "Cranke," quienes se convirtieron en personajes comunes en las ciudades europeas durante los siglos XVI y XVII, no habían desaparecido completamente de la escena.
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maó s ríógido que el de un oficial de la Guardia Nacional, con muchas píóldoras, infusiones y, sobre todo, ese espectro peor que todas las enfermedades en el mundo llamado Dieta." A partir de un diagnoó stico de congestioó n cerebral se siguioó con que el cuerpo debíóa sangrarse, purgarse y drenarse, lo que significaba que regularmente se colocaban sanguijuelas detraó s de las orejas, se colocaban jeringas en el recto y se aplicaban sedas en la nuca. Tratamientos medievales eran los uó ltimos en ser aplicados: un collar con un cordoó n ensartado a traveó s de dos incisiones para mantenerlas abiertas y asíó permitir escapar humores impuros o materia peccans. Realizar su aseo diario, como lo describioó en un lenguaje colorido, requeríóa hazanñ as de contorsioó n. Aun asíó, se habríóa retorcido de buen grado si hubiera sido recompensado con un cigarro diario. Ni el sedal, tampoco las frotaciones de mercurio, ni la "sodomíóa", ni siquiera el agua de azahar con la que bebíóa sus insíópidas vituallas lo exasperaban maó s que la abstinencia forzosa del tabaco. "Comprenderaó s cuaó n profunda debe ser mi tristeza y lo difíócil que es vivir cuando te digo que la pipa — síó, la pipa, síó, me has leíódo correctamente — ¡esa vieja pipa estaó estrictamente prohibida!!! ¡Yo que la ameó tanto, que la ameó solo a ella! con un grog fríóo en verano y cafeó en invierno," le escribioó a Ernest. Toda esta renuncia no le ahorroó maó s ataques. Tuvo muchos durante la primera parte de 1844, y entre convulsiones experimentoó miedo desgarrador. Toda su persona — rodillas, hombros, estoó mago — temblaríóa ante la menor provocacioó n, como un arpa eoó lica que vibra bajo la maó s leve brisa. La vida se habíóa vuelto extraordinariamente precaria. No pasoó un díóa, dijo, que su campo de visioó n no estuviera plagado de productos que parecieran mechones de cabello o iluminados por luces de Bengala. Anñ os despueó s, para el filoó sofo Hippolyte Taine, Flaubert dio su versioó n maó s precisa de la gran mal aura. "Primero hay una angustia indeterminada", escribioó en 1866, un malestar vago, una dolorosa sensacioó n de espera, como antes de la inspiracioó n poeó tica, cuando uno siente que "algo va a venir" (un estado comparable solo al del fornicador que siente que su esperma se llena justo antes de ser descargado. ¿Ha quedado claro?). Entonces, de repente, como un trueno, la invasioó n, o mejor dicho, la erupcioó n instantaó nea de la memoria, porque en mi caso la alucinacioó n es, estrictamente hablando, nada maó s que eso. Es una enfermedad de la memoria, un aflojamiento de lo que la retiene. Uno siente que las imaó genes escapan como torrentes de sangre. Uno siente que todo en la cabeza estalla de golpe como las mil piezas de una exhibicioó n de fuegos artificiales, y uno no tiene tiempo para mirar las imaó genes internas que pasan velozmente corriendo. En determinadas circunstancias, comienza con una sola imagen que crece, se desarrolla y, al final, cubre la realidad objetiva, como, por ejemplo, una chispa errante que se convierte en una conflagracioó n. En este uó ltimo caso, uno puede volver la mente a otros pensamientos, y esto se confunde con lo que llamamos "mariposas negras", es decir, pequenñ os discos de sateó n que algunas personas ven flotando en el aire cuando el cielo es grisaó ceo y sus ojos estaó n cansados.
Un neuroó logo estadounidense, John M. C. Brust, ha descrito este fenoó meno como algo totalmente interno y representa una exhibicioó n del proceso nemoteó cnico o el acto mismo de recordar tanto como la invocacioó n de recuerdos especíóficos. En cualquier caso, el terror era la sensacioó n abrumadora; sintioó que su personalidad, arrancada de su cuerpo, se habíóa precipitado por la puerta y la habíóa dejado abierta para que entrara la muerte. 126
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En abril, Gustave, todavíóa atado a su correa subcutaó nea, que afortunadamente no causoó infeccioó n sisteó mica, pasoó varios díóas en Paríós estableciendo negocios y limpiando su habitacioó n en la rue de l'Est antes de recuperarse con la familia en el pequenñ o pueblo costero de Treó port, cerca de Dieppe. Todos se sintieron enfermos. Caroline (siempre la voraz lectora, y profundamente absorta en Schiller) teníóa un dolor de garganta croó nico. Mme Flaubert sufríóa de migranñ as y, como siempre, atenuaba el dolor con laó udano, que a veces se veíóa en manchas moradas en la frente. Un cuenco de sanguijuelas tambieó n habríóa estado a su lado. Los dientes del doctor Flaubert lo atormentaban. El mundo estaba lleno de peligros, Gustave vaciloó en montar a caballo, desafiar las olas, escalar los abruptos acantilados que dominaban Treó port, o hacer cualquiera de las otras cosas que hubiera hecho exuberantemente un anñ o antes. Pero su enfermedad, de todos modos, le habíóa servido para ayudarlo a salvarlo de la facultad de derecho. "Mi enfermedad tendraó la inestimable ventaja de convencer a la gente de que me permita ocuparme como me plazca", escribioó varios meses despueó s a Emmanuel Vasse de Saint-Ouen, un antiguo companñ ero de escuela. "No hay nada en el mundo que yo prefiera que una habitacioó n bien calentada, con libros que uno ama y todo el ocio que uno desee." Del mismo modo que Marcel Proust escapoó de la salud, con el pretexto de buscarlo en el sanatorio del doctor Sollier, para encerrarse con À la recherche du temps perdu, fue tambieó n para Gustave que la enfermedad le ofrecioó la posibilidad de una vida en el arte.
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Muertes en la Familia LAS CONVULSIONES DE GUSTAVE PUEDEN haber convencido a Achille-Cleó ophas, si era necesario convencerlo, de que consiguiera otro refugio rural para su familia croó nicamente enferma. Como resultoó , esto no implicoó una buó squeda prolongada. El 21 de mayo de 1844, apenas seis semanas despueó s de vender la propiedad en Deó ville a un fabricante local, se convirtioó en el propietario de una residencia mucho maó s grande en la orilla derecha del Sena, tres millas ríóo abajo del Hoô tel-Dieu, en la pequenñ a aldea de Croisset. Habíóa sido puesto a la venta por la propiedad de Charles-Antoine Piquerel cuando Piquerel murioó en diciembre de 1843, dejando maó s de un milloó n de francos a sus herederos y una deuda de 255 francos a su meó dico, el Dr. Flaubert. El tribunal civil de Rouen aceptoó la oferta de Achille-Cleó ophas de 90.500 francos. Una estructura blanca, a dos aguas, oblonga de tres pisos (incluyendo una buhardilla amueblada) con ventanas altas en el estilo de las villas Imperio y Restauracioó n, la casa fue un hito notable para el traó fico de botes. Se encontraba a solo unos metros de un camino de sirga, anidado entre el Sena, que lo reflejaba, y el flanco amplio y herboso de una colina que informaba sobre las campanadas de una iglesia parroquial oculta a la vista. Su largo camino hacia el jardíón dio lugar a un pabelloó n cuadrado construido en el siglo anterior, cuando, antes de su renovacioó n, esta propiedad habíóa servido como cuartos suplementarios para una abadíóa benedictina. Enfrente, a la izquierda, habíóa una granja de seis o siete acres unida a la maison de maître155 y un pequenñ o huerto de manzanas detraó s de ella. Los transeuó ntes podíóan ver muy poco del jardíón en terrazas, cubierto de tejos, a menos que se atrevieran a asomarse por la puerta de entrada de hierro forjado. Una pared de casi seis pies de alto brindaba privacidad. Sobre el ríóo, cerca de un pequenñ o muelle donde Gustave atracaríóa su bote, media docena de aó lamos altos se encontraban uno al lado del otro como granaderos en atencioó n. En medio de la confusioó n de la carpinteríóa, los criados — en particular el ayuda de caó mara de Julie y Achille-Cleó ophas, Narcisse Barette — se mantuvieron ocupados moviendo muebles traíódos de Deó ville asíó como armarios, un piano, ollas y desbordamientos de la impresionante biblioteca de la familia. Hubo un amplio espacio para todo esto, aunque Achille-Cleó ophas insistioó en agregar una sala de billar. Los Flauberts teníóan a su disposicioó n no uno sino dos comedores, una vasta cocina y cabanñ as para lavar la ropa y banñ arse. El saloó n, cuyos paneles de madera con molduras doradas y enormes espejos pueden haberles parecido excesivamente ornamentados, presentaba una chimenea de maó rmol blanco con reó plicas de envolturas de momias egipcias. Las figuras de estuco blanco modeladas seguó n las esculturas de Bouchardon de las Cuatro Estaciones adornaban los dinteles de las puertas. Un vuelo hacia arriba, un largo pasillo que daba acceso a tres habitaciones y un cabinet de toilette. Gustave tomoó posesioó n de una gran sala en el extremo del pabelloó n, desde donde podíóa examinar el ríóo a traveó s de un gran tulipaó n en una direccioó n y tilos altos y podados que alineaban el sendero del jardíón en la otra. Como todas las habitaciones, teníóa una chimenea. El otonñ o y el invierno trajeron un clima maó s duro para Croisset que para Rouen. La huó meda se elevava directamente del Sena. Y donde Rouen yacíóa bajo la 155Casa del amo.
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joroba protectora de Sainte-Catherine, los vientos del norte soplaban sin obstaó culos a traveó s de aldeas riberenñ as. Esta habitacioó n se convirtioó en el estudio de Gustave. En noviembre de 1844, lo habíóa impregnado con humo de tabaco. El setoó n 156, que hizo ardua incluso la vida de un libresco (especialmente uno que incluíóa el constante hojear de los pesados diccionarios claó sicos) finalmente se disipoó , pero los nervios de Gustave siguieron fallando, y el ignorante reó gimen prescrito por el Dr. Flaubert no cambioó de otro modo. Como si el griego no fuera lo suficientemente difíócil para eó l, avanzoó penosamente a traveó s de Homero, Herodoto y Plutarco con sanguijuelas gordas detraó s de las orejas, como un explorador amazoó nico que vadea los pantanos infestados de manglares. Entre los historiadores latinos que se mencionan con mayor frecuencia en la correspondencia, Taó cito fue a quien su fascinacioó n duradera con las extravagancias moó rbidas de Neroó n siempre lo llevoó de vuelta. Leíóa omníóvoramente, tanto maó s por saber que cualquier salida de casa invitaba a la posibilidad de caer inconsciente en puó blico. "Mis autores de cabecera son Montaigne, Rabelais, Regnier, La Bruyeè re y Le Sage," escribioó a Louis de Cormenin en junio de 1844 (el destinatario habitual de sus cartas, Maxime Du Camp, estaba en el extranjero en su primera gran gira por el Levante). "He leíódo Candide veinte veces, lo he traducido al ingleó s. . . Con el tiempo, cuando me sienta mejor, reanudareó Homero y Shakespeare. Homero y Shakespeare, ¡lo dicen todo! Otros poetas, incluso los mejores, parecen enanos en comparacioó n." Las cartas que Gustave le escribioó a Ernest Chevalier y Alfred Le Poittevin despueó s de sus primeras convulsiones muestran a un joven sobre el cual la sombra habíóa caíódo tratando por todos los medios de hacer algo redentor. Ahora que "consintioó " en estar irremediablemente enfermo y abdicar de la "vida praó ctica", le dijo a Alfred que se sentíóa maó s bien en paz consigo mismo. ¿Era esta enfermedad una circunstancia providencial o un signo de eleccioó n que lo diferenciaba, donde siempre se habíóa localizado eó l mismo de todos modos? ¿Fueron las terribles pruebas por las que pasoó , una disciplina iniciaó tica por la que podríóa acceder a su propio mundo, a la vida verdadera, al santuario interior del Arte? Como un reencarnado, contemploó las cosas que antes le resultaban familiares desde un gran alejamiento psicoloó gico. Los síómbolos y la liturgia en un bautismo, por ejemplo, de repente parecíóan tan críópticos como si pertenecieran a un rito faraoó nico. Las declaraciones simples, sin adornos teníóan el anillo de acertijos deó lficos. "La observacioó n maó s banal me deja boquiabierto de admiracioó n. Hay gestos, timbres que me maravillan, y tonteríóas que me hacen desmayar. ¿Alguna vez has escuchado atentamente una lengua extranjera que no comprendes? Asíó es como estaó n las cosas conmigo." Esta afirmacioó n de inocencia puede haber sido hiperboó lica, pero Alfred Le Poittevin, por su parte, sabíóa que no cabíóa duda del deseo de Gustave de vivir en una mente perfecta e inconsciente a partir de la cual todos los juicios, voluntades, propoó sitos y significados distintos de los suyos hubieran sido borrados. "Ocultar tu vida" no era su uó nica orden obsesiva. "Romper con el mundo exterior", le aconsejoó a Alfred, en una arenga anticipando la memorable declaracioó n de un períóodo posterior, que su obra ideal seríóa un libro sobre la nada, un libro
156Una madeja de algodón u otro material absorbente pasa por debajo de la piel y se deja con los extremos que sobresalen, para promover el drenaje del líquido o para actuar como contrairritante.
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desprovisto de víónculos externos "respaldado por su propia fuerza interna de estilo, como la tierra que gira sin que nada la sostenga en lo alto." La perfecta autoposesioó n que buscaba a traveó s del arte implicaba un voto de castidad y pobreza, o al menos eso parecíóa, al proponerse fortificarse contra la vida, no podíóa imaginar tener una mujer que compartiera su nido desapasionado sin ser eó l mismo desalojado de ese nido. La peó rdida de control podríóa tener consecuencias nefastas. Para la creencia de que el conocimiento carnal se neutralizaba cuando no mataba, su vista era la maó s elocuente. El terror y la fascinacioó n ejercida sobre eó l por las mujeres — Medusas que lo manteníóan fijo en su mirada, dejaó ndolo paralizado, estupefacto, cegado o doblado bajo un "peso" magneó tico — recuerdan el aura de ataques epileó pticos, que a menudo describioó como llenando sus ojos con llamas antes de ponerlo de rodillas y dejarlo sin palabras. Una patologíóa aumentoó a otra. Pero en las ceremonias voyeuristas del tipo que experimentoó o imaginoó ficticiamente, sus propios ojos supervisaron una distancia emocional que le dio poder como el vidente invisible. "La fornicacioó n ya no me ensenñ a nada; mi deseo es demasiado universal, demasiado permanente y demasiado intenso para que tenga deseos", le escribioó a Alfred el 13 de mayo de 1845, cuando su profunda renuencia a arriesgarse a la humillacioó n, junto con la disminucioó n de la libido que a menudo acompanñ a a la epilepsia del loó bulo temporal costoó a los burdeles de Rouen un cliente familiar. "No uso mujeres. Hago lo que hace el poeta en tu novela, las consumo con la vista." La curiosidad ya no lo impulsaba a descubrir "lo desconocido" dentro de la corola de enaguas de una mujer, a manosear la carne en medio de fruncidos, volantes y ajetreos de crin. Tan peculiarmente extranñ as se habíóan convertido las mujeres que no tuvo sexo en dos anñ os. Al igual que alguien "a quien se le habíóa prodigado amor," no queríóa saber maó s de eso. O, se preguntoó , ¿era eó l mismo la persona proó diga? "La masturbacioó n es la causa, me refiero a la masturbacioó n moral. Todo viene de míó y vuelve a míó. No puedo producir esas magníóficas secreciones que durante mucho tiempo han estado hirviendo para derramarlas." Asediado mientras tanto por las noticias de los amigos que acudíóan al altar, Gustave elevaba sus defensas cada vez maó s. EÁ l era lo que era — una paradoja que no hubiera querido sellarse si no hubiera sido tan poroso. "El coito normal, regular y sostenido tomoó demasiado de míó, me descompuso. Me encontraríóa sumido de nuevo en la vida activa, en la verdad fíósica, en la forma comuó n de las cosas, y siempre que he intentado eso me ha perjudicado." Las fantasíóas eroó ticas eran una cosa, pero resolviendo consumarlas completamente, le dijo a Alfred, en quien vio a un fratenal forastero. "Tuó y yo estamos hechos para sentir, para narrar y no para poseer". Su presunto desapego no le impidioó arremeter amargamente contra aquellos que sin aparente angustia se comprometieron con el mundo de las convenciones. "Estaó n lloviendo matrimonios, estaó n celebrando nupcias, es un aguacero de rectitud," exclamoó . La visioó n de su antiguo companñ ero de escuela Alfred Baudry en una luna de miel priaó pica157 en los Pirineos alejoó su mente de la Historia de Alejandro de Quinto Curcio Rufo158 y de una erupcioó n de furuó nculos dolorosos. "¡Coó mo estaó excitada su verga por la 157Dicho de un hombre: Que tiene una exagerada actividad sexual. 158Quinto Curcio Rufo (en latín, Quintus Curtius Rufus) fue un escritor e historiador romano, que vivió presumiblemente bajo el reinado del emperador Claudio, en el siglo I según unos, o en el de Vespasiano, según Ernst Bickel.La única obra que se le conoce es Historiae Alexandri Magni Macedonis 'Historia de Alejandro Magno de Macedonia', una biografía de Alejandro Magno en diez libros. Los dos primeros están
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perspectiva de las montanñ as! EÁ l compara las cascadas con sus eyaculaciones y las trufas con el montíóculo de su novia." 159 De Podesta, el profesor de italiano en la escuela, supuso que su novia podríóa tener una aficioó n ramera por el sexo en carruajes. Y once meses antes de casarse con el primo con el que estaba comprometido, un antiguo companñ ero de clase llamado Alexandre Bourlet de la Valleó e ya era objeto de sarcasmos flaubertianos. "¡Queó tal su constancia! Un díóa lo encontraraó n en su cama muerto de ereccioó n, ríógido y recto como un conejo congelado." Ernest Chevalier, auó n maó s alejado del matrimonio en esta declinacioó n conyugal, ni siquiera habíóa adquirido una prometida cuando Gustave comenzoó a tirarle pullas en el camino. "Te sucederaó uno de estos díóas," escribioó en junio de 1845. "Estoy ansioso por verte provisto de un pequenñ o Víóctor o Adolphe o Arthur, para ser apodado Totor, Dodofe o Tutur, vestido con un uniforme de artillero y pidiendo que recite faó bulas." Pero Ernest que ya calificoó para el ridíóculo al casarse con la ley. Un joven fraó gil que pasoó un tiempo en el cuidado de un meó dico en Les Andelys despueó s de obtener el doctorado, se embarcoó en su carrera con un nombramiento a Calvi en Coó rcega como fiscal. "Ahíó estaó s ahora, un hombre serio, establecido, piadoso, investido de funciones honorables y responsable de defender la moral puó blica," se burloó Gustave. "Míórate en el espejo en este momento y dime que no estaó s muy tentado de reíór a carcajadas. Tanto peor para ti si no lo eres. Demostraríóa que ya estaó s tan sumido en tu profesioó n que te has vuelto estuó pido." Le ordenoó que enjuicie a los malhechores lo mejor que pueda sin perder su sentido de la ironíóa filosoó fica. "Por amor a míó, no te tomes en serio." Soó lo Alfred Le Poittevin, con quien hablaba en el idioma de Montaigne apreciando a su querido amigo La Boeë tie o con obscenos saludos en el espíóritu del Garçon, estaba exento de rencor. Despueó s de una pasantíóa auspiciosa en la barra de Rouen, Alfred aparentemente habíóa caíódo en un estado abatido y pospuesto, si no habíóa renunciado, el futuro bien decorado previsto para eó l. Pasando tanto tiempo en Paríós como en Rouen, escribioó poemas sobre la duda y la desilusioó n. Su verso se basaba en su reticencia a ir de un lado a otro, a elegir entre una profesioó n para la que no sentíóa entusiasmo y una vida contemplativa para la que no teníóa suficiente disciplina. Tíópico de su mal humor son estas líóneas de "A Goethe": Dès que je me connus, je me sentis mobile, A toute impression cédant comme l’argile, Et dans ma vanité, toujours humilié D’une agitation qui faisait pitié160
La primera líónea se hace eco paroó dicamente de Hipoó lito de Racine, recordando, en Phèdre161, el orgullo que habíóa sentido al descubrir el pasado heroico de su padre, ansioso de realizar hazanñ as comparables, y declarando: "Je me suis applaudis quand je perdidos, y los ocho restantes incompletos. 159Baudry se casó con la hija del abogado que más tarde organizaría una defensa exitosa de Madame Bovary contra el procesamiento del gobierno. 160Cuando descubrí quién era, me encontré mudable, Cediendo como arcilla a cada impresión, Y en mi lastimosa vanidad constantemente irritada por desaires imaginarios. 161Fedra es una tragedia del dramaturgo francés Jean Racine que se publicó en 1677. La obra está basada en la tragedia Hipólito de Eurípides, que narra el mito de Fedra. Sin embargo, Racine también tuvo en cuenta las aportaciones al mito de la tragedia de Séneca y Garnier.
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me suis connu."162 Con Le Poittevin, el reconocimiento de síó mismo es recibido no por la autocomplacencia de un aristoó crata ambicioso que proclama su temple innato sino por el desprecio de síó mismo de un burgueó s irresponsable que lamenta su naturaleza maleable. Aun asíó, Alfred habríóa reclamado maó s faó cilmente su descendencia de una ostra que honrar cualquier cosa del emprendedor en síó mismo. Su escritura estaó cargada de imaó genes de lasitud, inaccioó n, paraó lisis, impasse, hastíóo; pero el tedio revelaba un estado de trascendencia sin cielo o de elevacioó n abandonada de la mano de dios, que pasoó a la nobleza entre los contemporaó neos de Baudelaire. Lo que puede haber importado maó s es que todo este desorden guioó a Alfred hacia Spinoza, cuyas obras estudioó cuidadosamente y urgíóo a Gustave a hacer lo mismo. La palabra externo, como ambos hombres lo usaron en la correspondencia, aludioó a La Ética. Poderosamente convincente para Alfred, al parecer, fue la distincioó n de Spinoza entre los sentimientos "activos" y los sentimientos "pasivos" y el argumento derivado de que un hombre activo, cuya experiencia es la consecuencia de su propia naturaleza, camina libre, mientras que el hombre pasivo va donde la emocioó n lo arrastra, como un infante con una correa. El progreso moral, desde este punto de vista, significa el ascenso de la esclavitud a la individualidad, de la alienacioó n a la identidad, y el progreso intelectual sigue el mismo camino. En una etapa primitiva, el hombre es la criatura de la opinioó n, bajo la influencia de cosas externas a eó l. Solo cuando la razoó n crece lo suficiente como para esquivar las tentaciones externas eó l puede encontrar su centro y, al ocuparlo, comprender coó mo las pasiones se distorsionan. Por lo tanto, se alejaraó de los resentimientos, remordimientos y desilusiones; alcanzaraó la serenidad; y si eó l deberaó elevarse auó n maó s, tanto que veraó un orden eterno reflejado en cada pisca de la creacioó n. La exterioridad misma desaparece, cuando la mente, sostenida en alto por el "conocimiento intuitivo", identifica sus pensamientos con los pensamientos coó smicos y sus intereses con los intereses coó smicos. Comenzando su viaje fuera de eó l, en las tierras bajas oscuras, el hombre lo completaraó en esta cumbre impersonal. En cuanto a Alfred Le Poittevin, lo que tomoó de The Ethics forma la conclusioó n de su Promenade de Bélial, una gira Spinoziana de costumbres contemporaó neas guiadas por el diablo. "Incluso en su etapa superior, la Mente debe recapitular las tres fases con las que ahora estaó familiarizado", escribioó . "Atrapado por las maravillas que la naturaleza prodiga, al principio se convertiraó en su esclavo de nuevo, luego lo repudiaraó para obtener su libertad y, al final, al regresar a la naturaleza, gobernaraó sobre ella. Las aspiraciones infinitas que uno se siente gestando confusamente dentro de uno mismo tienen realidades correspondientes, cuando maduran." Desafortunadamente, su cuerpo lo traicionoó . Agotado por un corazoó n deó bil, y en un punto quemado por la gonorrea, descubrioó que el alcohol era maó s uó til que Spinoza en su intento de escapar de la cieó naga del abatimiento. Gustave, un abstemio descontento por el momento, le advirtioó que no lo hiciera y protestoó por su amor cada vez que podíóa, por temor a que la cuerda de salvamento que los ataba se aflojara. Cada uno se sentíóa vago, incompleto y sin rumbo cuando estaba separado del otro, declaroó . Alfred, a quien saludoó como "un hombre querido y grande", era dimidium animae meae, o la mitad de su alma. "Despueó s de nuestra uó ltima separacioó n volvíó a experimentar un dolor de corazoó n, el cual, aunque me sorprendioó menos de lo que alguna vez lo hizo, todavíóa 162“Me congratulé de ser como era”. Traducción de editorial del cardo.
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me dejoó triste", escribioó desde Nogent-sur-Seine el 2 de abril de 1845. "Han pasado tres meses desde que estaó bamos juntos — solos en nosotros mismos y solos estando juntos. ¿Hay algo comparable a las curiosas conversaciones que tienen lugar en un rincoó n de la tiznada chimenea donde vienes y te sientas, mi querido poeta? Hurgas en tu vida y admitiraó s, como lo hago yo, que no hemos almacenado recuerdos mejores — ninguno maó s íóntimo, maó s profundo, maó s tierno incluso en su majestuosidad." Improvisando las payasadas pueriles del Ninñ o ya habíóa contribuido, de alguna manera, a colocarlos en terreno llano, a pesar de la diferencia de edad, pero ahora Gustave se sentíóa libre para reunir a su perplejo mayor con un aire de autoridad moral. El Spinoza predicado por Alfred regresoó a eó l de Gustave en recetas que imitaban el duro amor del Dr. Flaubert. "Descubre cuaó l es tu naturaleza y actuó a de acuerdo con ella", insistioó Gustave. "'Sibi constat [sic]', escribioó Horace, y lo teníóa absolutamente correcto." 163 Se le aconsejoó a Alfred que siguiera su hosco ejemplo. "Romper con el exterior,. . . expulsa todo, todo excepto tu inteligencia." A diferencia de la felicidad, la ausencia de infelicidad podríóa ser un objetivo alcanzable, pero solo dentro del castillo del Arte, detraó s de una puerta levadiza bajada. Cuando Alfred, tratando de convencerse a síó mismo, a la edad de veintiocho anñ os, de haber hecho un buen trabajo, habíóa encontrado la manera de convertirse en artista, declaraba que lo que le faltaba era la fuerza de voluntad, Gustave lo molestaba para que se rremangue las mangas, para "cincelar" ", y entrenar sus pulmones para respirar en un clima burgueó s anaeroó bico. "De esa forma se expandiraó n con mayor alegríóa cuando te mantengas en pie y aspires grandes raó fagas." Afirmoó no estar totalmente de acuerdo con la maó xima de Buffon de que el genio tiene suficiente paciencia para mantener el rumbo ("Le geó nie est une longue paciencia") pero produjo una variacioó n sobre el tema, "C'est dans une lente souffrance que le geó nie s'eó leè ve" (El sufrimiento lento es lo que nutre al genio). La salvacioó n para eó l estaó en el trabajo diario. La fuerza de voluntad y la resistencia no eran las deficiencias de Gustave. Aunque Maxime Du Camp afirmoó muchos anñ os despueó s que la epilepsia habíóa transformado a un escritor fluido en uno famoso deliberadamente, su enfermedad no impidioó que Gustave reanudara el trabajo, cuatro meses despueó s de la primera convulsioó n, de un libro que habíóa comenzado en febrero de 1843, cuando estaba en la escuela de leyes, y que terminoó en enero de 1845. Destinada a metamorfosearse por completo en los proó ximos veinticinco anñ os, esta novela, que intentoó mucho maó s que Novembre, mantuvo su tíótulo original en todo: L'Éducation sentimentale. La primera versioó n se publicaríóa poó stumamente, como un apeó ndice de la edicioó n 1909-12 de las obras completas. L'Éducation sentimentale se ocupa de los caminos divergentes tomados por amigos íóntimos, Henry y Jules, que deben separarse cuando Henry se vaya a Paríós y a la escuela de leyes. Tres cartas largas de Jules le dan un mero punto de apoyo en lo que es principalmente, excepto hacia el final, un relato de las vicisitudes de Henry. Al igual que muchos adolescentes noveles del siglo XIX de la Francia provincial cuyo propoó sito al mudarse a Paríós se extravioó cinco minutos despueó s de que atraviesan las puertas de la ciudad, Henry se convierte en ciudadano naturalizado de Babilonia, donde cualquier cosa que no ofrezca gratificacioó n inmediata cuenta por poco o nada. La gratificacioó n se encuentra al alcance de la mano, en la distinguida pensioó n de estudiantes a la que le 163"Sibi constet," que significa "Que él permanezca de acuerdo consigo mismo."
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han enviado sus nouveau riche padres. Dirigido por un casero corpulento excesivamente aficionado a su gorra de punto y su albornoz de tartaó n, la pensioó n huele maó s al perfume que emana de la bella esposa del casero, EÁ milie Renaud, que del aceite de medianoche. Gustave retrata a este personaje con cierta extensioó n. Atrapada en un matrimonio sin amor y sin hijos, preside el establecimiento como una figura de frustracioó n, sofocando sus anhelos maternos y fantasíóas romaó nticas hasta que Henry, listo para la aventura, entra en su vida. Clandestinidad, timidez, remordimientos de conciencia, estrategias seductoras, el desafíóo Edíópico, exacerban una pasioó n que oscurece todo lo demaó s. Indiferente al pasado y al futuro, el estudiante de derecho delincuente ha encontrado su Lotte, su Mme de Warens, su Elleó nore, su Sophie de Reô nal. Para Henry, a quien EÁ milie llama mon enfant164, el mundo se define a partir de ahora por la bruó jula de sus ojos: ser es vivir dentro de eó l, y morir es caer afuera. "Teníóa las pestanñ as largas y levantadas, las pupilas negras veteadas de filamentos amarillos como el oro que brilla sobre un suelo de eó bano", observa Gustave desde el principio. "La piel alrededor de sus ojos era de un tono rojizo que les daba su expresioó n cansada y amorosa. Amo los grandes ojos de la mujer de treinta anñ os, ojos en forma de almendra, ojos con capucha, cejas oscuras y enfaó ticas, piel morena oscurecida por el paó rpado inferior, aspecto laó nguido y andaluz, materno y lascivo. Maó s tarde, Henry le confiaraó a Jules: "Ayer me visitoó en mi habitacioó n. Todo el díóa ella me miroó extranñ amente y no pude apartar los ojos de esa mirada; me rodeaba como un aro que circunscribíóa mi vida." Cuando EÁ milie, abandonando toda pretensioó n de fidelidad conyugal, se entrega a síó misma, el acto amoroso es descrito por Henry como un evento visual. "Toda la tierra desaparecioó , solo vi a su pupila, que se abrioó maó s y maó s." Asíó seraó para Charles Bovary acostado en la cama con Emma la manñ ana despueó s de su noche nupcial. El resultado de esta consumacioó n extaó tica es inquietud. Apenas han creado un mundo entero en síó mismo, Henry comienza a sentirse preso por las atenciones de una madre posesiva y EÁ milie el miedo a ser abandonada. La vida continuó a, pero a medida que las citas se vuelven rutinarias, la sensacioó n de que cada uno de alguna manera se ha perdido a síó mismo con el otro, desplaza la integridad que conocieron brevemente. Expulsados del paraíóso, buscan fuera de síó mismos, en el mundo, un centro. "La monotoníóa de su existencia, la misma regularidad de su felicidad, los irritaba, los hacíóa anhelar una vasta y menos estrecha felicidad. Lo ubicaron en otro lugar, en un paíós nuevo, lejos del viejo, y separado de todo su pasado por la profundidad de los mares." Pero no habraó una nueva exoneracioó n. Gustave los lanza a traveó s del Atlaó ntico hacia Ameó rica, tierra de tíóos ricos e identidades asumidas, donde su dinero pronto se agota, lo que agrava la situacioó n emocional que trajeron consigo. Peor que la miseria material es el desgaste psicoloó gico que hace que Henry se sienta cada vez maó s irreal. Andrajoso en Nueva York, su ser interior como servidumbre de EÁ milie, el cual se cierne sobre eó l diligentemente, se convierte en el fantasma de síó mismo. Y donde el amor ha huido, las fantasíóas obscenas se afianzan. "Los deseos monstruosos invadieron su alma, nuevos apetitos, formas de otro mundo. Le hubiera gustado que los ojos lo quemaran como brasas, brazos para sofocarlo con abrazos sobrehumanos, muslos para entrelazarse a su alrededor como una serpiente, dientes de maó rmol para morder su corazoó n. . . Buscoó alivio en un frenesíó carnal." Despueó s de dieciocho meses en el extranjero, los 164“mi niño”
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expatriados vuelven a casa. Sin aparente resistencia, Henry es liberado de EÁ milie y colocado con un tíóo en Aix-en-Provence para continuar el estudio de la ley. Desgraciadamente, ella reanuda su vida matrimonial mientras eó l insultantemente enganñ a a otros maridos. Tres anñ os maó s tarde, Henry ingresa a la arena social como una suave don nadie, con la mira puesta en la oportunidad principal y un talento similar al camaleoó n para unir sus principios con su entorno. "Es un hombre en toda su inconsecuencia y el franceó s en toda su gracia," concluye Gustave. Por supuesto, cuando Henry se casa, se casa con ricos. Mientras tanto, Jules, que justificaraó el itinerario ideal de Gustave, evita las relaciones sociales. Empleado como oficinista, vive desconsolado entre la burguesíóa y no es amado por su talento literario hasta que el director de una companñ íóa itinerante de teatro le propone representar una obra que ha escrito (en el modo romaó ntico). La salvacioó n atrae, y, de hecho, Jules exhibe síóntomas de eó xtasis religioso. Como un verdadero creyente tomado por el Espíóritu al entrar en el espacio consagrado, estaó hechizado por actores que tejen hechizos detraó s del arco del proscenio. En un mundo filisteo, solo el teatro ofrece hospitalidad a su vida imaginativa. 165 "Era un ninñ o creó dulo y confiado," escribe Gustave, eó l mismo un hombre creó dulo nunca maó s feliz que en los teatros, que alguó n díóa crearíóa un personaje famoso por creer que su loro de peluche era el Espíóritu Santo. "Nervioso y femenino por naturaleza, con un corazoó n que se rompe faó cilmente,. . . se regocijaríóa o se inclinaríóa sin razoó n aparente y necesitaríóa muy poco para hacerlo sonñ ar despierto. Las bagatelas desataron grandes odios y ciertas palabras lo enfurecieron. EÁ l ardientemente deseaba chucheríóas. . . y adoroó toda clase de tonteríóas. Una expansioó n innata aumentoó la intensidad de sus alegríóas o tristezas." Esta isla espiritual tambieó n es su Cythera. La magia que lo ha rescatado, a este simple empleado del olvido, informa a toda la companñ íóa teatral y, en primer lugar, a su principal actriz, Lucinde, con quien se enamora Jules, para consternacioó n de sus padres. Lucinde insinuó a que su amor no iraó no correspondido, que la intimidacioó n es garantíóa suficiente por los cien francos que le pide prestados. Los ojos de Jules se abren solo cuando la companñ íóa desaparece de la noche a la manñ ana sin haber realizado su obra. Las ilusiones colapsan como un escenario golpeado. Escribe a Henry con desesperacioó n: "Ya no tengo esperanza, proyectos, fuerza, voluntad; me muevo y vivo como una rueda floja que no deja de rodar hasta que cae, como una hoja que revolotearaó mientras haya aire para almohazarla. . . una maó quina para derramar laó grimas y crear tristeza." El esquema de Gustave requiere de Jules una espiral hacia el interior para equilibrar la carrera centríófuga de Henry. Uno se adelgaza, los otros bultos son maó s grandes. Uno gira con el mundo, el otro gira alrededor de su propio eje. No es que Jules pueda resistir de inmediato el impulso de idealizar lo que no es, de codiciar lo que no es suyo, de idealizar lo que ya no es, de imaginar una vida maó s plena en otro lugar. Mientras que la naturaleza, al cultivar flores silvestres incluso sobre los muertos de los campos de batalla empapados de sangre, olvida cada insulto, la mente inevitablemente se contempla a síó misma, como un rey atado al trono que podríóa abdicar. Entonces Jules 165Después de visitar La Scala en Milán en 1845, Gustave escribió: "Un teatro es un lugar tan sagrado como una iglesia. Entro en él con emoción religiosa porque allí, también, el pensamiento humano, saciado consigo mismo, busca abandonar lo real; allí también, uno viene a llorar, reír o admirar, que describe la brújula del alma."
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llora, duda y envidia. Pero eó l (varias paó ginas maó s tarde) se elevaraó por encima del fango de la verguë enza humana para convertirse en un observador de los hombres, asíó como eó l satisfaraó su ansia de riquezas y poder adquiriendo una gran cantidad de conocimiento. "L'ensemble" es su consigna: el "todo" estudiado desde un punto de vista impersonal. "El que cura las heridas de los hombres se acostumbra a su olor", escribe Gustave. Aquel cuyo dominio es el corazoó n humano debe usar una armadura para vivir serenamente en medio de los fuegos que enciende, para ser invulnerable en la batalla que observa; quien participa en una accioó n no lo ve todo, el jugador no siente la poesíóa del juego, ni el libertino la grandeza del libertinaje, ni el amante el lirismo del amor. . . Si cada pasioó n, cada idea dominante en la vida fuera un cíórculo, no se podríóa medir su circunferencia o extensioó n desde dentro, solo desde afuera.
Despueó s de haber salido del cíórculo, Jules se retira como un personaje para servir en su ficticia vida futura como portavoz de la disputa de Gustave con las normas de exclusioó n, con absolutos morales que imponen una visioó n parroquial de la naturaleza humana. Al traspasar ortodoxias como un animal migratorio que ignora las fronteras nacionales, viaja a traveó s de la historia y, en el espíóritu del prefacio de Hugo a Cromwell, nivela cada poste indicador en el camino, cada particioó n, cada estandarte volado por los propietarios acadeó micos. "Teoríóas, disertaciones, afirmaciones hechas en nombre del buen gusto, declamaciones contra la barbarie, sistemas basados en alguna idea de lo Bello, apologíóa de los antiguos, calumnias pronunciadas en defensa del lenguaje puro, chismes sobre lo sublime todo lo ayudaron a apreciar la vanidad risible de diferentes escuelas y eó pocas." Si uno supone que la lealtad de Gustave a la "impersonalidad" estaba ligada no solo al meó todo clíónico del Dr. Flaubert, sino a su lucha contra la explosioó n de la personalidad en ataques cloó nicos o la fantasíóa de controlar su yo defectuoso desde fuera, tambieó n se puede suponer que el disgusto por las taxonomíóas morales y esteó ticas que no fueron cuestionadas por la mayoríóa de las personas teníóa alguna relacioó n con el estigma de la epilepsia.166 “Hermanas son la belleza y la infamia,” 167 informa Juana La Loca de Yeats al obispo, y asíó lo dice Gustave en su taó cita acusacioó n de un mundo que llama a todo lo singular extravagante. "Lo que a primera vista parecíóa discordante y confuso en la historia, desaparecioó gradualmente", escribe, "y [Jules] comenzoó a ver que lo monstruoso y lo extranñ o tambieó n teníóan sus leyes, como lo elegante y lo severo. La ciencia no reconoce ninguó n monstruo, no excluye a ninguna criatura, y estudia con igual amor las veó rtebras de las boas constrictor, el miasma de los volcanes, la laringe de los ruisenñ ores, la corola de las rosas." La fealdad existe solo en el ojo del espectador, y los desmayos causados por bellos objetos simplemente argumentan la debilidad de la mente. "La naturaleza no puede hacer tales distinciones. Todo en eó l es orden y armoníóa: 166Años más tarde, en una divagación sobre la necesidad de distanciarse de las propias emociones en el proceso creativo, Flaubert le escribió a Louise Colet: "Si mi cerebro hubiera sido más sólido, hacer leyes y aburrirse no me habría enfermado. Hubiera obtenido alguna ventaja de ello en lugar de enfermedad. En lugar de permanecer en mi cráneo, el dolor fluyó a mis extremidades y las convulsionó. Fue una desviación. Hay muchos niños que se enferman de la música. Son muy talentosos, pueden recordar las partituras nota por nota después de una sola audición, se dejan llevar por el piano: su pulso se acelera y crecen delgados y pálidos. . . Estos no son los Mozart del futuro. La vocación ha sido desplazada." 167“Fair and foul are near of kin,” En el poema original de Yeats. La traducción al español es de Jorge Ávalos.
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los campos de trigo son hermosos, pero igualmente bellos son las tormentas, las rocas esteó riles. Las aranñ as tienen su belleza; cocodrilos, simios, buó hos, hipopoó tamos, buitres tienen el suyo. En cuclillas en su guarida, revolcaó ndose en su inmundicia, aullando sobre su presa, brotan del mismo uó tero. . . y regresan al mismo polvo — todos los rayos de un cíórculo que convergen en su centro."168 Tambieó n en el aó mbito de la humanidad, las particiones que separan alto y bajo son desmanteladas. Sin tener en cuenta la sangre o el conocimiento del latíón en el que una clase predicaba su superioridad sobre la otra, Jules encuentra evidencia de embustes en el Panteoó n y de virtud en la prisioó n. Subvirtiendo auó n maó s las ideas recibidas, detecta el humor en la tragedia, la profundidad en las maó scaras, el hombre en la mujer. Donde sea que mire, la contradiccioó n se engendra. Neroó n, justo antes de suicidarse, llora por la peó rdida de un amuleto que le dio Agrippina. El homosexual Henri III envíóa cartas escritas en su sangre a una mujer joven. Un valiente general, Turenne, salta a las sombras, y otro, De Saxe, retrocede ante los gatos. El hecho de que estos fueran capaces de ser modificados por demonios establece las cosas bien para Jules. Hace su propia fragilidad maó s respetable, escribe Gustave. Restaura su lugar entre los hombres. Las piedades trituradas despiertan el apetito de Jules por todo el conocimiento que la mesa del banquete pueda soportar. Siendo conscientes de la proposicioó n de Spinoza de que un hombre libre es aquel que enfrenta las cosas como necesariamente estaó n en el uó nico mundo posible y se esfuerza por comprender su muó ltiple interconexioó n, muestra la generositas de un aristoó crata intelectual, sin prejuicios ni caó lculos mezquinos. Mientras Henry jadea despueó s de su ser fugitivo en dos continentes, Jules, ocupando su propio centro desapasionado, se traga el mundo entero. "La poesíóa en su maó xima expresioó n, la inteligencia en su sentido maó s amplio, la naturaleza en todas sus facetas, la pasioó n con todos sus gritos, el corazoó n humano y sus abismos combinados en una enorme síóntesis que respetaba por amor al conjunto, sin desear negar a los ojos humanos una sola laó grima o eliminar una sola hoja del bosque. Vio coó mo todo lo que elimina las limitaciones, coó mo todo lo que se escoje se olvida, coó mo todo lo que se poda destruye, coó mo los poemas eó picos fueron menos poeó ticos que la historia." La plenitud total de la historia da la medida de a queó debe aspirar el arte. Nada de la realidad deberíóa quedar fuera de su dominio, declara Gustave a traveó s de Jules, quien venera a Homero y Shakespeare como supremos omníóvoros. Dado el contrapunto filosoó fico de L'Éducation sentimentale, puede ser que Gustave pretendiera que la historia anecdoó tica respaldara la disquisicioó n sobre el pensamiento de Jules, como una plataforma construida para un conferenciante. Los compendios de Curt y los pasajes tediosos sugieren que las proporciones estuvieron sesgadas por meses de descanso por enfermedad. La novela estaó lejos de ser perfecta. Las intervenciones del autor del tipo que se podríóa esperar, en el teatro, de un joven y nervioso director que interrumpe constantemente los ensayos dificultan su flujo narrativo. Pero Flaubert el maestro puede verse faó cilmente a lo largo de este trabajo de 168Flaubert volverá a elaborar esta idea en su relato de un viaje por Bretaña, Par les champs et par les grèves (Por los campos y la playas), después de observar especímenes mutantes en un museo de historia natural: "Si los llamados fenómenos de la naturaleza comparten características anatómicas. . . y leyes fisiológicas,. . . ¿Por qué todo eso no tiene su particular belleza, su ideal? ¿Los antiguos no pensaban eso? ¿Y su mitología es algo más que un universo monstruoso y fantástico repleto de formas imposibles para nuestra naturaleza, pero tan armoniosas y congruentes entre sí como para ser bellas?
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aprendiz. La brillantez líórica de su alegato de una literatura lo suficientemente humana como para reconocer el rostro oscuro e irracional de la humanidad, apoya la afirmacioó n de Paul Le Poittevin de que habríóa tenido una presencia formidable en el tribunal. Hay personajes menores que ilustran un regalo para el retrato paroó dico digno de La Bruyeè re. Hay una fríóvola confrontacioó n entre Monsieur Renaud y los padres de Henry en la que Gustave imita a las fiestas olvidadas con una oreja maravillosamente en sintoníóa con el parloteo santurroó n. Sobre todo, existe el sentido (incluso si Jules llega a despreciar lo cotidiano) de una historia que se desarrolla escena por escena y dentro de un contexto histoó rico. Las alusiones a las obras publicadas durante la deó cada de 1840, los eventos externos, los entretenimientos documentados, la ropa de moda y la decoracioó n crean un ambiente Louis-Philippeano. Y el refinamiento psicoloó gico evidente en la representacioó n de EÁ milie y Henry es en síó mismo temporal: como los pintores pueden transmitir con color la impresioó n de que las cosas retroceden en el espacio, entonces aquíó las emociones que se desarrollan en el tiempo son las que hacen que el tiempo pase. No hicieron pasar el tiempo lo suficientemente raó pido para Achille-Cleó ophas cuando Gustave le leyoó la novela, o eso escribioó Maxime Du Camp, quien afirmoó , en memorias escritas treinta y siete anñ os despueó s del suceso, que el doctor se habíóa quedado dormido, y al despertarse denigroó la vocacioó n literaria con jovial indiferencia. Se dice que escribir, podríóa ser mejor que frecuentar cafeó s y salas de juego, pero su principal virtud es su inocuidad. "¿Por queó necesita uno escribir? Una pluma, tinta y papel, nada maó s. . . Literatura, poesíóa, ¿para queó sirven? Nadie lo ha sabido nunca." En la aneó cdota de Du Camp, Gustave respondioó preguntando para queó sirve el bazo. "No tienes idea, doctor, ¿verdad? ¡Ni yo tampoco, aunque sabemos que es indispensable para el cuerpo humano, como la poesíóa para el alma humana!" Entonces el doctor se encogioó de hombros. Entre mucho maó s, la gran coleccioó n de obras literarias e histoó ricas que recubren muchas paredes de las residencias de Flaubert arroja dudas sobre esta historia, que ha tergiversado al padre de Gustave durante generaciones. Uno puede suponer que la aneó cdota fue embellecida, si no fabricada, para satisfacer los sentimientos ambivalentes de Maxime hacia el mismo Gustave; que una descripcioó n de Jules y Henry como sensibilidades incompatibles recorriendo juntos Italia en L'Éducation describe profeó ticamente — a expensas de Henry/Maxime — el viaje que eó l y Gustave hicieron despueó s por el Levante. La narracioó n de Maxime tambieó n puede haber expresado su ambivalencia hacia el arte, ya que nunca compartioó la exaltada visioó n de Gustave sobre eó l y, hacia 1882 le habíóa dado maó s o menos la espalda a la literatura para escribir un monumental estudio de las instituciones sociales y administrativas de Paríós. En ese momento posterior, posiblemente se habríóa identificado tanto con el medio-apoó crifo Dr. Flaubert como con Gustave. Lo que parece plausible en la historia es la inoportuna siesta de Achille-Cleó ophas y el resentimiento de Gustave. Si bien el meó dico con toda probabilidad habríóa negado que pensara que la literatura era una distraccioó n gentil de poca importancia, su gusto indudablemente se dirigíóa a la prosa tensa, apotegmaó tica en lugar de adornos líóricos y anaó lisis psicoloó gicos, a Voltaire en lugar de Goethe o Hugo o Musset. Es muy posible que despueó s de un largo díóa en el hospital, apenas pudo seguir a su hijo a traveó s de la penetracioó n de dos adolescentes difíóciles. ¿No dijo Gustave tiempo despueó s que habíóa 138
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nacido hablando un idioma propio, que nadie realmente lo entendíóa, y que el doctor, entre otros, derramoó laó grimas de incomprensioó n? Deseando la redencioó n por haber decepcionado dos veces a su padre, pudo haberse irritado por haberle fallado una vez maó s.169 De los companñ eros que solicitoó los elogios ilimitados que le negaron en casa. Maxime escribioó que Alfred Le Poittevin y eó l ayudaron aplaudiendo su trabajo. "A menudo nos leíóa L'Éducation sentimentale, como para reclutar testigos contra la injusticia paterna." Como se senñ aloó anteriormente, las obras de lectura en progreso se convirtieron en un ritual permanente de amistad con Gustave (quien tambieó n recitaba oraciones mientras las componíóa). Esto siempre lo reforzaríóa. Y como lo encontroó indispensable, nada le molestaba menos que la contradiccioó n entre estas interpretaciones en las que se presentaba como dramaturgo, director, y todo junto y el principio que maó s tarde enunciaba que un escritor deberíóa ser en su obra como Dios en su creacioó n, en todas partes se siente y no se ve en ninguna parte. Despueó s de varios anñ os, cuando Gustave se distancioó de su torcido hijo, dejoó de exigir que los amigos lo felicitaran y, de hecho, juzgoó eó l mismo el trabajo con dureza. Una carta escrita a Louise Colet el 16 de enero de 1852 habla de sus dos yo literarios: uno romaó ntico transportado por el vuelo de aó guilas, ideas elevadas, "estridentes" y "todos los timbres de una oracioó n"; el otro, un riguroso detallista cuya ambicioó n era hacer que las cosas que representaba fueran materialmente palpables para un lector. "Desconocido para míó, L'Éducation sentimentale fue un intento de fusionar estas dos tendencias de la mente. . . Falleó . Podríóa jugar con eso y tal vez lo haga, pero cualquier modificacioó n que haga, seguiraó siendo defectuosa. Le faltan demasiadas cosas. Tendríóa que hacer un nuevo reparto de papeles en todo. . . y, lo maó s desalentador de todo, incluye un capíótulo que muestra coó mo, inevitablemente, el mismo tronco de aó rbol tuvo que bifurcarse, por queó este personaje o ese otro resultoó como lo hizo." El nuevo reparto de papeles de la novela durante la deó cada de 1860 no dejaríóa nada intacto mas que su tíótulo.
EN 1845 — cuando Victor Hugo fue nombrado par e Ingres (un comandante en la Legioó n de Honor), cuando Ruaó n estaba alborotado por las noticias de telegrafíóa eleó ctrica que lo conectaban con Paríós, y la cosecha fallida de papa, que precedioó a una calamitosa cosecha de trigo, le dio al gobierno de Louis-Philippe que tacanñ o, nerviosamente y prudentemente se dio cuenta de que ocurriraó n revueltas a menos que aborde el problema del pauperismo generalizado — la familia Flaubert podíóa pensar en otra cosa que no fuera Caroline, de veintiuó n anñ os. El 3 de marzo de 1845, la hermana de Gustave se casoó con su amigo y ex companñ ero de clase EÁ mile Hamard. Hamard, que firmoó la fatíódica protesta escolar de diciembre de 1839 y, como Gustave, publicoó piezas satíóricas en Le Colibri, proveníóa de una familia de medios sustanciales. Su padre, Charles-Pierre, habíóa abandonado la granja Hamard para instalarse en Rouen, donde se casoó bien con Deó sireó e Dupont, la hija de un comerciante 169Después de la muerte del Dr. Flaubert, Gustave le escribiría a Ernest Chevalier: "Conocías y amabas al hombre bueno e inteligente que perdimos, al alma dulce y de gran ánimo que se ha ido."
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conocido como presidente de la Caó mara de Comercio y de una dama nacida como Mlle Du Creux, cuyos antepasados incluyeron juristas ennoblecidos en el siglo diecisiete. Charles-Pierre murioó joven, pero el hueó rfano EÁ mile y su hermano menor nunca lo sufrieron materialmente. Vivíóan en un elegante bulevar exterior, cerca del lugar Cauchoise. Hay razones para suponer que durante las vacaciones escolares, Hamard, cuyos parientes se movíóan en el mismo mundo social que los Flaubert, a veces le hacíóa visitas a Gustave en el Hoô tel-Dieu. Sabemos que mantuvo a Caroline en companñ íóa durante el viaje de posgrado de Gustave, cuando, tranquilizando a su hermano celoso de que nadie podríóa reemplazarlo, escribioó : "Estoy bastante convencida de que el melancolico H. no tendraó toda tu energíóa y que tuó pensaraó s en míó de vez en cuando." Su melancolíóa puede haber sido un cambio bienvenido de la tosca jocosidad del Ninñ o. A fines de 1841, Caroline llamaba a Hamard "mi delicado amigo" y preguntaba por eó l. EÁ l y Gustave se vieron regularmente en Paríós, sufriendo las mismas conferencias de la Facultad de Derecho, asistiendo al teatro, cenando con conocidos mutuos. Aun asíó, el tiempo que pasaron juntos nunca resultoó en una amistad cercana; Gustave, que amaba los sobrenombres afectuosos, no inventoó ninguno para Hamard. Caroline, mientras tanto, cultivoó mucho maó s carinñ o hacia eó l. Le angustioó que "ce pauvre Hamard" pudiera pasar por alto Deó ville camino al funeral de su hermano menor en Pissy-Poville en mayo de 1843, y le agradoó desmesuradamente que el "gentiluomo galantissimo", como lo llamaba ahora, fuera a visitarla. Sin embargo, cuando eó l no delatoó ninguó n signo de dolor durante la conversacioó n, ella se preguntoó si la delicadeza enmascararíóa un corazoó n hueco. Gustave, a quien dirigioó su preocupacioó n, tranquilizoó su mente. "Lo que me contaste sobre Hamard me hizo sentir mejor," escribioó ella. "Preferiríóa que eó l estuviera maó s triste que insensible." Varios meses maó s tarde, poco antes de su examen de agosto, Gustave reavivoó su simpatíóa con una descripcioó n del joven "pudrieó ndose" en un camastro en la huó meda celda donde pasoó veinticuatro horas por negarse a cumplir con los deberes de la Guardia Nacional. Diligente y rebelde, Hamard trajo consigo sus libros de leyes. Las dudas de Caroline sobre la capacidad de Hamard para afligirse, si es que quedaban algunas, se disiparon en enero de 1844 cuando su madre, a quien amaba profundamente, se enfermoó y murioó . Gustave, todavíóa conmocionado por su primer ataque epileó ptico, lo consoloó lo mejor que pudo pero huyoó de Paríós en busca de Rouen para escapar de las lamentaciones de la peó rdida de un ser querido. "En menos de dos anñ os habraó perdido todo lo que amaba, este pobre Hamard — ve a verlo, porque a menudo me ha dicho lo mucho que tuó le agradas," le habíóa dicho Caroline a su hermano el 17 de enero. Para una joven compasiva, la orfandad de Hamard y su frente fruncida pueden haber sido sus rasgos maó s atractivos. Caroline se encontroó cortejada asiduamente en la primavera y el verano de ese anñ o. Para septiembre, cuando la graduacioó n de la facultad de derecho solo requeríóa que defendiera su tesis, lo cual haríóa con eó xito en enero, habíóa llegado el momento de una propuesta. Hamard le entregoó una al Dr. Flaubert a traveó s de Gustave, quien, preocupado como habíóa estado por la enfermedad y L'EÁ ducation sentimentale (borrando la realidad objetable), fue tomado por sorpresa. "Has oíódo hablar de nuestra gran noticia", escribioó a Ernest Chevalier en noviembre, el mes del compromiso de Caroline. "¿Queó puedo decir? Lo que quieras. Comenta lo que quieras sobre este asunto. Resumíó [mi propia opinioó n] en la uó nica 140
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palabra que pronuncieó cuando me lo contaron: ¡AH!" Ernest sabíóa muy bien que la falsa modestia de Gustave no implicaba aprobacioó n, que la significativa síólaba conteníóa una diatriba virtual contra la hermana que planeaba abandonarlo y al astuto amigo decidido a robarla. Se sentíóa traicionado, aunque no podíóa decirlo tan abiertamente, excepto tal vez a Mme Flaubert, que compartíóa sus sentimientos. La generosa reaccioó n fue de Maxime Du Camp y no de Gustave. "Si hubiera sido el padre de tu hermana, no habríóa elegido otro companñ ero para mi hija: es uno de los mejores y maó s honorables hombres que conozco," escribioó Maxime desde Roma, en su camino de regreso a Francia despueó s de meses en el norte de AÁ frica y Turquíóa. Si esos dos no son felices, no seó doó nde buscaríóan la felicidad. Tu hermana podríóa haberse casado con alguien que la habríóa separado de su familia, se habríóan visto a intervalos inusuales, podríóa haberte preocupado por su estado mental, mientras de esta manera, con ella casada con un amigo cercano, los lazos que te atan se fortaleceraó n. Hamard no me ha escrito sobre eso y las noticias me dejaron sin aliento. Releíó tu carta dos veces antes de entenderla. Cuando lo hice, praó cticamente salteó de alegríóa ante la idea de su felicidad.
Pero la pregunta retoó rica de Maxime, "¿No estamos siempre dispuestos a abrazar los afectos de nuestros amigos maó s queridos?" debioó haber tenido a Gustave preguntaó ndose si su amistad podríóa resistir tales trivialidades. Para eó l, el afecto odioso de Hamard significaba peó rdida. Caroline se las arregloó bien. La necesidad de liberarse de una familia posesiva no le impidioó tomar medidas para mitigar el dolor. Para pedir ayuda, llamoó a su tíóo, quien, junto con su hermano Achille, seríóa testigo en su boda. Su idea era que pasara varios meses en Croisset antes del evento y un mes maó s durante la luna de miel italiana, ya que la imagen de una casa abandonada le atormentaba. Su pobre madre, Caroline escribioó en septiembre u octubre de 1844, no podíóa dejar de preocuparse por el viaje a Italia, porque como todos los recieó n casados joó venes con algo de dinero en el bolsillo planeamos [tal viaje]. A nuestro regreso, pasaremos cuatro meses en Croisset, despueó s de lo cual encontraremos una residencia en Paríós y nos instalaremos. Ya ves, buen y querido tíóo, cuaó nto tiempo necesitaraó s durante mi ausencia; y siempre estamos ilusionados por tenerte, no sabemos cuaó ndo es mejor rogarte que vengas y te quedes. Aquíó estaó n mis pensamientos. Pase noviembre, diciembre y enero aquíó. Regreseó a Nogent en febrero, luego regreseó aunque estube viajando. . . ¿Queó seríóa de mi madre en Croisset sin ti? Cuento contigo, tíóo, y partireó maó s tranquila sabiendo que ella te tiene por companñ íóa.
Para proteger a Hamard de la impresioó n de que era el yerno de mala gana de los Flaubert, Caroline reclutoó una amable presencia en el tíóo François Parain y lo animoó a visitar a su prometido en su piso de la rue de Tournon, cerca del Palais du Luxembourg. Reunir un ajuar tomoó casi una semana completa en Paríós, despueó s de mucha correspondencia preliminar. Siguioó prenda por prenda y díóa por díóa, desde el vestido de novia hasta el corseó , chales y encajes, con Mme Flaubert al lado de su hija, luchando valientemente contra una migranñ a. Estos esfuerzos prenupciales pudieron haber ayudado a las mujeres a desarrollar un apetito fuerte, aunque incluso tres hambrientos normandos no pudieron terminar la comida que Hamard ordenoó en Veó ry, un santuario 141
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gastronoó mico en el Palais-Royal (maó s tarde renombrado le Grand Veó four). "Dile a Gustave que ayer, con eó l en mente, tomeó sopa de tortuga en Veó ry", informoó Caroline a su padre. "Ademaó s, la comida incluíóa tres docenas de ostras verdes, dos filetes financieè re, dos lenguados en salsa de mayonesa, un paô teó en crouô te caliente en salsa madeira, dos botellas de Graves. Todo costoó veintiseó is francos y Hamard, que era responsable de las porciones dobles. . . y se jactaba de lo barato que comíóa, estaba abatido." Tal vez los veintiseó is francos, que representaban alrededor de diez díóas de salario para el trabajador promedio, que apenas podíóa alimentarse en anñ os de precios inflados de pan, seguíóan recayendo en la conciencia de Hamard tres anñ os maó s tarde, cuando abrazoó la revolucioó n.170 Ninguó n matrimonio burgueó s podríóa seguir adelante antes de que un notario redactara un contrato cuyas estipulaciones precisas regularan el futuro econoó mico de la pareja, y todos los interesados se reunieron en la oficina de Maíôtre Boulen el 1 de marzo de 1845 para acordar que la dote de 105,000 francos de Caroline deberíóa permanecer inalienablemente suya bajo el reó gimen dotal, siendo esto un avance en contra de su eventual herencia. El Dr. Flaubert mantendríóa el capital en fideicomiso, lo cederíóa solo con la condicioó n de que Hamard lo use para comprar propiedades para Caroline y transmita el intereó s en pagos trimestrales que Caroline o Hamard cobraraó n en el hogar de los padres. La contribucioó n de Hamard, aparte de varias anualidades pequenñ as y 90,000 francos, era de bienes raíóces. Habíóa heredado tres casas de campo, cuatro granjas con ingresos en Cambremer, en Calvados, y Pissy-Poville ríóo abajo de Rouen, y, como propiedad desnuda sin usufructo, un edificio de apartamentos en Rouen. La pareja estaba bien provista. Estaríóan auó n mejor cuando Hamard comenzara a ejercer la abogacíóa como jefe de la Cour des Comptes, o Tribunal Comercial, en Paríós. Poco se sabe sobre la boda, pero mucho maó s sobre la luna de miel, por razones que obligaron a Hamard a posponer el placer de la privacidad completa con su novia alta, rubia y de ojos azules. Les gustara o no, los recieó n casados seríóan escoltados hasta Geó nova por la familia de Caroline (todos excepto el hermano Achille, que le importaba la tienda), desde allíó viajaríóan a Naó poles mientras Gustave y sus padres recorríóan el sur de Francia. Esto no fue necesariamente visto como un arreglo peculiar, ya que viajar cinco juntos en una eó poca de viajes arduos ofrecíóa claras ventajas. Siempre se ha dicho, ademaó s, que Dr y Mme Flaubert estaban preocupados por la salud de Caroline, aunque, si eso fuera asíó, uno podríóa preguntarse por queó consideraron ir por caminos separados despueó s de Geó nova. Era tan probable que una madre atormentada toda su vida por los recuerdos de la ninñ ez de la separacioó n no pudiera aceptar la perspectiva de la vida independiente de su hija. En cualquier caso, Gustave hizo una croó nica minuciosa del viaje en cartas a Chevalier y Le Poittevin y, sobre todo, en las notas que conservaba. Para empezar, hubo breves estadíóas en Paríós y Nogent-sur-Seine, donde François Parain le dio a Hamard sus paternales bendiciones. Otra reunioó n familiar tuvo lugar en Dijon. En el muelle fluvial de Chalons, la silla de posta fue llevada en un barco de vapor, que transportoó al grupo del doctor Flaubert setenta y cinco millas por el Saoô ne hasta Lyons, avanzando demasiado despacio para Gustave, que se metioó dentro del carruaje 170Hubo solaz literario en Illusions perdues de Balzac, donde el vano y joven héroe, Lucien de Rubempré, que llegaba a París desde su Angoulème natal, decidido a hacer lo de moda, cena en Véry con ostras de Ostende, un pescado, un faisán, macarrones y fruta, y bajarlo con un bordeaux, todo por cincuenta francos. O Balzac exageró mucho o los Rouennais salieron baratos.
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estacionado con la poesíóa de Horacio. Bajo un cielo gris y huó medo, Lyons se veíóa peor. En telegraó fica prosa derramoó una variedad de impresiones — del famoso filoó sofo catoó lico-realista Bonald, una figura demacrada parada en su terraza; de dos magníóficos Rubenses en el Museó e des Beaux-Arts de la ciudad; del Rhoô ne que se desplaza hacia el sur en su confluencia con el Saoô ne. Apenas podíóa esperar para reanudar su viaje a bordo de un barco con destino a Avinñ oó n, que navegaba entre las montanñ as de color rojo oscuro y despueó s de varios díóas depositoó pasajeros debajo de las paredes machiacladas del palacio papal. Gustave, cuyo estado de aó nimo estaba fuertemente influenciado por la luz, sintioó que su espíóritu se levantaba tan pronto como entraba en la ciudad en tonos pastel banñ ada por el brillante sol Vauclusiano. "Es el Midi, la gente al aire libre, tonos blanquecinos, el aire caliente soplando en raó fagas calles generosamente elegantes. Fachadas descoloridas en un antiguo claustro, una iglesia redonda — abundan los molinos." Turista diligente, vio todas las vistas consagradas, con especial atencioó n, por supuesto, al palacio papal — donde su guíóa, una anciana freneó tica con un sombrero blanco y una peluca negra, se deleitaba desvaneciendo sangrientas reliquias de la Inquisicioó n — y se alejoó de su familia siempre que fuera posible. Perderse fue casi tan divertido como obtener direcciones en un burdel. "El lugar era bajo y blanco, tres o cuatro [prostitutas] al frente, una vestida de rosa, una negra. Camas en la parte trasera [media docena, colocadas de punta a punta], algo fresco y atractivo — me parece recordar que habíóa flores azules en el alfeó izar de la ventana." Varios díóas despueó s, en una tranquila y soleada manñ ana en Arles, lo suficientemente temprano para ver a los residentes tirar la tierra de la noche en el gran teatro romano al otro lado de la calle, Gustave se detuvo en otro burdel. Esta vez el objeto de su buó squeda no fueron las indicaciones, sino algunos rastros del adolescente que habíóa estado allíó en 1840. De Avinñ oó n a Níômes a Arles a Marsella a Toulon, siguioó recorriendo su joven yo, nostaó lgicamente, como un hombre desprovisto de futuro. En Níômes, los recuerdos se juntaban alrededor del Coliseo, o una higuera silvestre que habíóa crecido justo al lado de ella a traveó s de una de las aberturas de la planta superior hecha para postes que soportaban el gran dosel que se extendíóa sobre las audiencias del primer siglo. En Marsella visitoó la rue de la Darse y contemploó el ahora abandonado hotel donde "una excelente senñ ora de grandes tetas", como le dijo a Alfred, le habíóa ofrecido "tan agradables cuartos de hora". En Toulon, desde cuyo puerto eó l y Jules Cloquet se habíóa embarcado, cada piedra le hablaba de ese primer viaje, tan conmovedor que las imaó genes de un díóa se fusionaron con otras almacenadas durante cinco anñ os y todas se volvieron equidistantes: "Despueó s de un tiempo la luz y las sombras se mezclan, todo adquiere el mismo matiz, como en las pinturas antiguas. Anodinos díóas toman la coloracioó n de otros alegres, díóas felices se impregnan de la melancolíóa de otros. Por eso a uno le gusta volver al pasado: es triste, pero encantador." El grupo estaba agotado por la agitada visita incluso antes de llegar a Italia, y las migranñ as de Mme Flaubert pueden haber sido la menor de sus dolencias. Preocupado por un desorden oftaó lmico que comenzoó a afligirlo apenas abandonoó Rouen, el Dr. Flaubert bizqueoó todo su camino a traveó s de Francia, preocupado todo el tiempo por los pacientes puestos bajo el cuidado de Achille. El problema croó nico de espalda (o rinñ oó n) de Caroline eventualmente disuadioó a los recieó n casados de aventurarse maó s allaó de Geó nova. Y Gustave, que habíóa venido para la recreacioó n, tuvo dos ataques completos, uno de los cuales ocurrioó en presencia de una camarera en una posada en el Corniche. 143
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Parecíóa poco probable ahora que sanase raó pidamente, si es que lo hacíóa, le dijo a Ernest Chevalier. Su placebo favorito, agregoó , era la palabra mierda. Funcionoó mejor cuando se repitioó una y otra vez. No estar solo con sus pensamientos o dominar su itinerario molestaba tanto al desalentado Gustave como a perder el control de su cerebro. Una carta enviada a Alfred desde Marsella lanza una ofensa contra sus companñ eros por vetar su propuesta de visitar la ciudad medieval fortificada de Aigues-Mortes, el lugar de peregrinacioó n de Sainte-Baume y el campo cerca de Aix en el que Cayo Mario rechazoó a los teutones en el 102 AC. Esta seríóa su segunda visita al Mediterraó neo, se quejoó , con un envidioso pensamiento, sin duda, de que Maxime Du Camp viajara al extranjero por su cuenta y le enviara relatos pintorescos de sus aventuras en Constantinopla. "Por todo lo que consideras sagrado, si tienes algo sagrado, por el verdadero y grandioso, querido y tierno Alfred, te lo ruego en el nombre del cielo y el míóo, ¡viaja sin nadie! ¡Nadie!" Lo que los demaó s insistieron en ver tambieó n lo irritoó . En Toulon, la infame prisioó n ofrecíóa entretenimiento a los visitantes en los domingos tediosos. Los hombres y mujeres con guantes blancos, notoó indignado, fueron vistos allíó sosteniendo sus lentes e inspeccionando (desde lejos) a los convictos en sucios lechos de tablas, no muy diferentes de las damas en Thérèse Raquin de Zola mirando los cadaó veres podridos de hombres y mujeres ahogados, dispuestos en losas en la morgue de Paríós. Sentíóa una mayor afinidad con la mente criminal que la burguesíóa. "Uno se siente enfurecido con la estuó pida carrera de los fiscales, con su presuncioó n, con caballeros encarcelando a hombres que actuaron de acuerdo con su posicioó n y su naturaleza. Uno estaó tentado a romper sus cadenas y soltarlos contra en el mundo." Pero lo peor de todo fue un pensamiento que lo hechizoó durante todo este viaje (como lo hizo durante el anterior) de que no podíóa asimilar las maravillas que veíóa, que la presencia de otros se interponíóa entre las cosas y su imagen de ellas. Seul171 a menudo le vuelven a la mente sus notas sobre experiencias particularmente víóvidas o memorables, como si los mejores momentos fueran los robados de la companñ íóa. Respiroó maó s libremente cuando un cambio repentino de planes que les obligoó a recorrer Campania en conjunto no llegoó a nada. "Las sensaciones exquisitas que me provocoó Naó poles se habríóan mancillado de una forma u otra," le dijo a Alfred (advirtieó ndole que no repita la confidencia). Cuando vaya allíó, quiero entrar en la meó dula de la antiguë edad, quiero ser libre — completamente mi propio hombre — solo o contigo, no con los demaó s. Quiero poder dormir bajo las estrellas, salir sin saber cuaó ndo regresareó . Solo entonces mi pensamiento se animaraó y fluiraó sin obstrucciones. El color de las cosas empaparaó mis ojos. Estareó absorto en ellos. Viajar debe ser un trabajo serio. De lo contrario, produce amargura y estupidez, a menos que uno deó vueltas todo el díóa. Si supieras cuaó nto [mis companñ eros] involuntariamente me vencieron, cuaó nto me desgarran, cuaó nto pierdo, te enojaríóa.
Medio siglo despueó s, cuando los turistas empezaron a invadir Europa con las caó maras listas, Gustave (que casi nunca se permitioó ser fotografiado o caricaturizado, 172 maó s de 171Solo. 172Durante el Segundo Imperio, se requirió permiso para publicar una caricatura del tema, y cuando el famoso caricaturista Gill le preguntó a Flaubert por ello en 1869, Flaubert lo rechazó, declarando: "Me
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lo que permitioó a los editores producir ediciones ilustradas de su trabajo) podríóa haber apreciado el doble sentido incrustado en la palabra cliché, que significa "instantaó nea", asíó como "frase de lugar comuó n." Para eó l, no habíóa un teó rmino medio. Si, como un modelo de Spinoza, uno no absorbíóo el mundo entero, entonces uno solo cosechoó la caó scara de las cosas, y el viaje le dio a esta verdad maó s inmediatez. ¿Podríóa Gustave alguna vez escapar de la autoconciencia en una unioó n extasiada, o trascender la mera acumulacioó n de imaó genes en un abrazo invisible? La carga que colocoó en su sensibilidad lo condujo a la decepcioó n, aunque no tanto en la noche, cuando la gente guardoó silencio y el mundo oscurecido se rindioó ante eó l. "¡La noche! La inhaleó como un perfume," escribioó sobre un paseo a la luz de la luna por las calles desiertas de Freó jus. "Por la noche, el alma extiende sus alas y se eleva en paz. Amo la noche. Todo mi ser se crece en eó l, como un violíón tirantemente tenso cuyas clavijas se aflojan." Sus haó bitos siempre seríóan nocturnos. Los ruidos diurnos lo distraíóan faó cilmente. A diferencia de Nathaniel Hawthorne, para quien en 1859 "fue como pasar de la muerte a la vida, encontrarnos ocupados, alegres, efervescentes en Francia despueó s de vivir tanto tiempo dormidos y despiertos en la lenta Italia," Gustave cobroó vida en el lado italiano . No hasta que salioó de Francia, la tierra de las comparaciones odiosas, donde a cada paso —pero especialmente en el Eulalieless Hoô tel de Richelieu — se topaba deliberadamente con un ser preepileó ptico maó s joven, maó s verde, si sus ojos se abríóan de verdad. Geó nova en particular lo cautivoó con su laberinto de callejuelas empinadas y calles enrevesadas que de pronto se abríóan a las vistas del Mediterraó neo. Su pasioó n por el esplendor mineral se nutrioó de esta ciudad en la que las mayoó licas revestíóan la aguja maó s alta y el maó rmol blanco y negro adornaba las fachadas de las iglesias medievales, en las que uno ascendíóa por escaleras de maó rmol, mientras los tritones de maó rmol se exhibíóan alrededor de las cuencas de maó rmol. Durante una breve excursioó n a caballo por la regioó n montanñ osa de Liguria, contemploó el magníófico desorden de cuó pulas y campanarios de Geó nova. Abajo, todo el tiempo que le permitioó su itinerario, lo pasoó mirando a los viejos maestros en los palacios renacentistas que flanqueaban la Strada Nuova. Repleto de descripciones detalladas — principalmente de la Tentacioó n de San Antonio de Breughel el Joven en el Palazzo Balbi, que disparoó su imaginacioó n — las notas de Gustave muestran una memoria visual aguda y retentiva. Pero las mujeres italianas tambieó n llamaron su atencioó n. Durante un concierto al aire libre en la explanada de Acquasola, estuvo embelesado con una dama de luto, cuyo velo blanco y negro no ocultaba su palidez, nariz aristocraó tica y grandes ojos azules. "Algo alegre en su rostro (aunque esta no debe ser su expresioó n habitual) y elegante — sus paó rpados se agitaron. Creo que es la mujer maó s hermosa que he visto — la bebíó como uno sacia la sed con largas copas de un exquisito vino; ella debe haber sido hermosa, porque me sonrojeó de asombro a primera vista, y teníóa miedo de enamorarme." Cuando su renaciente libido lo arrastroó de regreso a Acquasola varios díóas despueó s, encontroó a otra mujer deseable en su lugar, eó sta con un sombrero blanco y bastante menos sublime: "Boca y barbilla sobresalientes, labios azulados, nariz afilada, una apariencia de desabrochar tus pantalones, un porte cansado y laó nguido, pero detraó s de ello hay una insinuacioó n de gritos y mordiscos." Luego estaba la maestra que supervisaba a las chicas pobres en un convento con asilo para indigentes llamado el Conservatorio reservo mi rostro para mí."
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Fieschine, famoso en toda Europa por sus flores artificiales. "Pequenñ a, muy regordeta, vestida de negro, con manos delicadas, olor agradable, la piel blanca y limpia — cabello castanñ o separado en el lado izquierdo, frente amplia, dos arrugas en el cuello — dientes blancos y labios delineados; mezcla de bondad y suave sensualidad," escribioó , en un estilo telegraó fico que salta confusamente de imaó genes pintadas o esculpidas a personas vivas. "¡Queó laó stima que no pronuncieó una palabra! Por otro lado, mireó , mireó y la mireó ." Extendido en su predileccioó n por las mujeres mayores, especialmente aquellas con amplios senos, declaroó que valíóa la pena fantasear y sostuvo que a las de cuarenta anñ os no se les habíóa otorgado la debida literatura. Todo lo cual auguroó un climax similar a Eulalie. Lamentablemente, nunca sucedioó . En la manñ ana de su partida de Geó nova, se levantoó al amanecer, caminoó hasta el puerto, alquiloó un bote y lo hizo remar maó s allaó del rompeolas en mares agitados, "ver por uó ltima vez," le dijo a Le Poittevin, "las olas azules que amo tanto." Despueó s, la tristeza lo sofocoó durante díóas. Una semana o dos despueó s, durante una gira por la Villa Sommariva en el Lago Como, Gustave desatoó sus deseos reprimidos en el hermoso desnudo con los brazos extendidos en El amor de Psique de Canova, subrepticiamente plantando besos por todo su cuerpo (el ardiente conocedor escribioó , a modo de autojustificacioó n, que era la belleza misma a la que le habíóa besado la axila). 173 De lo contrario, continuoó mirando y mirando mientras el exhausto grupo volvíóa en cíórculos hacia Francia a traveó s de Milaó n, el Lago Maggiore, el Paso Simplon, Lausana y Ginebra. Un eclesiaó stico con gafas lo guioó a traveó s de la huó meda Biblioteca Ambrosiana, donde la edicioó n de Petrarca de Virgilio, las cartas de Lucrecia Borgia y el Agua y Fuego de Breughel el Joven, entre muchas otras cosas que vio allíó, de alguna manera habíóan logrado no convertirse en polvo. Caminoó en el escenario de La Scala, examinoó sus escotillas, entroó en los palcos y saludoó reverentemente al puó blico. En Monza, se presentoó otra oportunidad de tanteo museoloó gico en el tesoro de reliquias medievales de la iglesia, y Gustave se apoderoó de eó l para asearse con el peine de oro y marfil de una reina lombarda del siglo VI llamada Theodelinda. "[Penseó acerca] del pelo desconocido que una vez se mantuvo unido en una nuca real. Su cabeza debe haber sido orgullosa, arrogante — una mujer grande y robusta, perteneciente a la raza de Fredegonde y Brunhilde; una belleza híóbrida. . . Bronce romano recubierto de color teutoó nico." Su comunioó n maó s memorable lo esperaba en la fortaleza de Chillon en el lago Ginebra, que se habíóa convertido en lugar de peregrinacioó n no solo para los patriotas suizos que recordaban a François de Bonivard, el rebelde del siglo XVI encarcelado allíó, sino de romaó nticos que conocíóan el poema de Byron "El prisionero de Chillon" de memoria. Byron habíóa grabado su nombre en un pilar de la mazmorra. Ennegrecido para diferenciarlo de los de otros visitantes (entre ellos George Sand, Victor Hugo, Alexandre Dumas), se habíóa convertido en una firma icoó nica, y, de hecho, Gustave, que traduciríóa "El prisionero de Chillon" en la deó cada de 1850 con una joven inglesa, Juliet Herbert, sintioó que su pulso se aceleraba al verlo. "[Ello] me llenoó de una exquisita alegríóa," le escribioó a Alfred. "Penseó en Byron maó s que en el prisionero; la tiraníóa y la esclavitud ni siquiera se me pasaron por la cabeza. Mientras tanto, imagineó que ese hombre paó lido llegaríóa un díóa, caminando de un lado a otro, inscribiendo su nombre y 173Es posible que no supiera que estaba haciendo el amor con Adamo Tadolini, copia de la obra maestra de Canova. El original estaba más cerca de casa, si es menos accesible, en el Louvre.
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partiendo. Uno debe ser muy audaz o muy tonto para imitarlo. . . Victor Hugo y George Sand lo hicieron,. . . lo cual me dolioó . Supuse que teníóan mejor gusto." Byron iba a ser emparejado con otro íódolo varios díóas maó s tarde, cuando, a sesenta kiloó metros al oeste, Gustave asistioó a un concierto de la banda en la pequenñ a isla frente a Ginebra llamada Jean-Jacques Rousseau. "El programa duroó bastante tiempo. Seguíó retrasando mi regreso de sinfoníóa a sinfoníóa. Finalmente me fui. En ambos extremos del lago de Ginebra hay dos genios que proyectan sombras maó s altas que los Alpes." Con el humo de cigarro envolviendo su cabeza, Gustave encontroó a esos grandes vagabundos romaó nticos adquiriendo sus rasgos y los de Le Poittevin en una visioó n de congenialidad trascendental. Desde Ginebra escribioó una carta que los describioó como companñ eros de viaje uó nicos en su especie y encerrados juntos como estrellas gemelas aisladas en el firmamento. "La Providencia nos hace pensar y sentirnos armoniosamente." Lo impensable del matrimonio, la burguesíóa o lo que fuera, era algo que teníóan en comuó n.
GUSTAVE Y Alfred pasaron una tarde hablando y paseando en los bulevares de Paríós en alguó n momento despueó s del 8 de junio, durante la escala de tres díóas de los Flaubert en la capital. Pero Gustave veríóa muy poco de su amigo ese verano. Al parecer, tomando un anñ o sabaó tico de ley, Alfred llevaba una vida inquieta. Pudo haber partido hacia Turquíóa si la salud lo permitíóa. En su lugar, recorrioó la costa de Normandíóa y se alojoó durante semanas en un elegante hotel en la rue de Castiglione en Paríós, y cuando llegoó el final de agosto, emigroó , como lo hacíóa todos los anñ os, a la casa de verano de la familia en la costa de EÁ tretat, en Feó camp. Excepto por un cuento burlesco llamado "La Botte merveilleuse", posiblemente inspirado por E. T. A. Hoffmann o por Les Bijoux indiscrets de Diderot174, muy poco vino de las ambiciones literarias que no moriríóan ni daríóan frutos. El tedio se filtroó fatalmente en cada rincoó n de su conciencia. "Solíóa creer que la felicidad no existíóa, pero ahora creo en ella porque me he encontrado con hombres que me han dicho con toda seriedad que eran felices," le confioó a Gustave, quien a su vez sintioó que la expectativa de la felicidad causaba una miseria incalculable, que la palabra misma era mejor dejarla de pronunciar. "Tener nervios es una molestia, y esa es la causa de todos los problemas. . . la mente." El alcohol y las mujeres de alquiler fueron un consuelo. Bebioó enfermo y gastoó libremente en prostitutas, sin tomar precauciones contra la síófilis.175 174Las joyas indiscretas (Les Bijoux indiscrets) es una novela del romanticismo del filósofo y escritor francés Denis Diderot, publicada en 1748. Vista en retrospectiva, Las joyas indiscretas es menos una novela erótica, como a menudo se la clasifica, que una alegoría que utiliza al sexo para denunciar los hábitos escandalosos de la aristocracia. Básicamente, aquí se nos presenta al rey Luis XV disimulado bajo el velo de un sultán africano llamado Mangogul, cuya posesión más preciada es un anillo mágico que hace hablar a las vaginas de sus concubinas. 175Por lo tanto, esta carta fechada el 20 de diciembre de 1845: "Después de haber recogido a una prostituta, sin vacilar seguí a su casa, donde estuve dos horas. La obligué a desnudarse y le prometí cinco francos si se tragaba mi eyaculación: uno debe fomentar las aptitudes naturales. Mientras su lengua excitaba a este viejo Príapo, su dedo me abría el culo. Suspiré durante siete u ocho minutos, con las piernas abiertas como Dorothée en De Sade (volumen 3), o más bien como una puta desvergonzada, y terminé desmayándome cuando llegué. Todo esto es literal. No me detuve allí. . . No hace falta decir que la penetré. A pesar de mi miedo a la sífilis, entré sin condón y mantuve mi herramienta en el fuego durante un cuarto de hora, luego la
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Para Gustave, que meditaba sobre la paradoja de ser tan fornido pero muy impresionable, tener nervios era peor que una molestia, pero continuoó bendiciendo la virtud de su fragilidad. Los nervios le habíóan ganado la "libertad" y el "ocio," la desgracia lo habíóa convertido en un hogar de su agrado, la invalidez profesional habíóa limitado su horizonte, y el trance mortal habíóa centrado sus energíóas. Croisset era su madriguera y el oso era su toó tem. Le hubiera gustado colgar una foto de uno sobre la repisa de la chimenea, pero en su lugar consiguioó una piel de oso blanco, que cubríóa el suelo de su estudio. Se habíóa destetado de tantas cosas que ahora se sentíóa "rico en el seno de la privacioó n absoluta." Si la privacioó n se definíóa solo por la medida de la intimidad con las mujeres — no por la subvencioó n del padre, la indulgencia de la madre, el servicio domeó stico, el transporte local en un carruaje privado, una despensa llena por el arrendatario, un guardarropa reabastecido a la moda por los sastres parisinos, libros que se acumulaban maó s raó pido que las estanteríóas que se construiríóan para ellos — entonces, la privacioó n era realmente absoluta. Y por el momento, esto le conveníóa. Una existencia regular, laboriosa, monacal, protegida de la confusioó n emocional, es lo que esperaba que le reservara el futuro. Las cartas informaban a los amigos que sus costumbres habíóan sido establecidas, que era tan inmutable como una vieja bota usada dondequiera que el cuero se pudiese usar, pero todavíóa muy pulida. El desafíóo de los lenguajes claó sicos todavíóa lo manteníóa cautivo, y cada díóa se pasaba horas descifrando a Herodoto, a quien estaba decidido a leer con fluidez para fines de anñ o. Las tardes generalmente estaban reservadas para los historiadores romanos y Shakespeare, aunque maestros de todo tipo pasaban por su escritorio, incluido Confucio. Cuando no teníóa companñ íóa, solíóa elucubrar hasta la madrugada en su escritorio o en un sofaó de cuero verde, con las ventanas abiertas hacia el tulipaó n, el camino de sirga y maó s allaó del Sena, brillando en las noches de luna. Aparte de las notas que habitualmente tomaba, escribíóa muy poco. Para su enfermedad, contra la cual dos especíóficos comuó nmente prescritos, la valeriana y el agua de azahar, habíóan sido ineficaces, Gustave recibioó ahora corteza de arbol peruano y dosis masivas de sulfato de quinina.176 Ese verano, amigos y familiares recorrieron la casa. Maurice Schlesinger, que aparecioó sin anunciarse sin EÁ lisa, se encontroó con Gustave para almorzar en un restaurante en Rouen llamado Jay's (donde los Flauberts, clientes presumiblemente leales, habíóan tenido un pudíón llamado asíó) y consiguioó que su companñ ero de viaje, Heinrich Panofka, ofreciera a los residentes de Croisset un recital de violíón improvisado. En agosto, Gustave dio la bienvenida a su antiguo profesor de historia retiré. Tal fue mi prodigalidad que le di veinticinco francos a la moza y uno al proxeneta. Cuando llegué a casa, me froté la piel con agua de saturno, asombrado por mi imprudencia." 176Se puede obtener alguna idea del conocimiento médico en el campo a partir de las observaciones sobre la valeriana en un tratado sobre epilepsia realizado por un respetado neurólogo del momento, Louis Delasiauve. "En verdad, y tal vez como resultado de las diferencias en el modo de preparación o administración, la valeriana no ha conservado su antiguo prestigio. . . Indispensable a su aplicación son una serie de condiciones. Las plantas deben ser de buena calidad. La variedad cosechada en regiones elevadas tiene más fuerza, un aroma más penetrante e intoxica cuando se inhala por largo tiempo. No debe oler a almizcle, este olor ha sido comunicado por la orina de los gatos, que han mostrado un gran apetito y buscan lugares donde se está secando. A veces se cosecha y se vende junto con el ranúnculo, un detalle preocupante en la medida en que esta última raíz tiene propiedades venenosas que pueden inducir trastornos graves en el tracto digestivo."
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Adolphe Cheó ruel, ahora profesor de luminarias acadeó micas en la EÁ cole Normale Supeó rieure, en cuya cabeza se habíóan puesto los laureles oficiales; a pesar de que Cheó ruel lo describioó como "un paó jaro extranñ o" (drôle de corps), se habíóan convertido y seguiríóan siendo amigos cordiales. El tíóo Parain llegoó desde Nogent. Su hermano Achille, su esposa, Julie, y su hija, Juliette, eran invitados a la cena semanal. En cuanto a su hermana Caroline, despueó s de haber sobrevivido a su dura prueba de luna de miel y de completar el trabajo de amoblar su piso en la rue de Tournon en Paríós, se convalecioó en Croisset a fines del verano. Alfred y Gustave se vieron brevemente cuando el primero se trasladoó a Feó camp desde Paríós víóa Rouen. Un notable ausente hasta finales de julio fue Maxime Du Camp, que habíóa completado su circuito mediterraó neo poco antes de que la fiesta de bodas partiera de Paríós. A traveó s de Caroline establecioó fechas para una visita a Croisset y siguioó cancelaó ndolas. Intrigado por su morosidad, Gustave no sabíóa nada de las circunstancias personales que lo explicaran. Maxime habíóa regresado del norte de AÁ frica con fiebre tifoidea. Su abuela lo cuidoó durante semanas en su piso cerca de Madeleine. Aunque era lo suficientemente recto como para perseguir a una nueva amante, auó n no habíóa recobrado su equilibrio emocional y, medio desangrado por las sanguijuelas, se tambaleaba entre la abstraccioó n y la insolencia. Su insolencia provocoó varios duelos. Su abstraccioó n lo convertíóa en algo asíó como un trasnochador, golpeando a Montmartre en una neblina narcoó tica. Las píóldoras de opio síó contribuyeron a estas deambulaciones, asíó como al estado casi delirante al que entraríóa al sonido de la muó sica. A mediados o finales de julio, finalmente partioó hacia Croisset, donde Gustave, que todavíóa estaba puliendo L'Éducation sentimentale, lo aguardaba con impaciencia. Disfrutaron de tres semanas juntos. "Paseó parte del verano en Croisset, a orillas del Sena, frente a uno de los paisajes maó s hermosos que se pueden ver en Normandíóa," recordoó Maxime. Su anfitrioó n lo remaríóa alrededor de las islas o encajaríóa su bote con un maó stil y navegaríóa con confianza por el Sena. "A veces íóbamos al final del jardíón y nos instalamos en un pequenñ o pabelloó n que daba al camino de sirga." En ese pabelloó n, que es todo lo que queda de la finca de Flaubert hoy, menos sus muebles de eó bano rojo y felpa, Gustave leyoó su novela en voz alta con gran atencioó n al eó nfasis y al ritmo, fumoó innumerables pipas y se unioó a Maxime para sonñ ar maravillosos viajes, cuya inverosimilitud no importaba demasiado. Alfred Le Poittevin tambieó n estuvo presente. Hasta su llegada en agosto o principios de septiembre, Caroline habíóa sido una ausente auó n maó s conspicua. Entristecioó a Gustave que ella ya no estuviera disponible para ser estrangulada en una parodia de Dumas, La Tour de Nesle, y que ruede sobre su cama como Neó o, y generalmente para interpretar a la entusiasta mujer honrada para sus mequetrefes. Que su habitacioó n vacíóa no lo dejara sintieó ndose auó n maó s vacíóo de lo que estaba lo habíóa sorprendido. Dio testimonio, como lo dijo burlonamente, de su gran corazoó n, o de su aficioó n por "este buen EÁ mile." Pero otras líóneas sentidas traicionaron sentimientos bastante diferentes. Su boca a veces queríóa la sensacioó n de besar sus mejillas, que comparaba con las conchas marinas en su frescura y firmeza. "Podríóa decirte lo que dijo un escritor del siglo diecisiete sobre una cosa u otra: 'un espectaó culo hecho expresamente para el placer de los ojos.'" ¿Recordoó ella sus lecciones de historia? ¿El regreso, de Gustave, a casa de la escuela a las cuatro en punto? ¿Cuando Caroline estaó de pie con un sombrero de terciopelo verde esperando a que Gustave la recoja en su pensioó n? ¿La salida de ambos, Gustave y Caroline, con Ernest Chevalier en la abadíóa 149
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de Saint-Wandrille? "Todo eso me viene a la mente cuando pienso en ti, pobre ninñ a 177. . . Escucho tu voz y veo tus ojos sonreíór. Si me quieres, es justo que lo hagas, porque a cambio te he amado bien." Lejos de gustarle a EÁ mile Hamard, Mme Flaubert se negoó a perdonar al hombre que se habíóa fugado con su hija. Cuando, despueó s del matrimonio, se supo que la pareja abandonaríóa Rouen definitivamente, estaba furiosa. Caroline se encontroó culpable de traicioó n durante un enfrentamiento en Paríós y rogoó comprensioó n. "En cuanto a nuestro apartamento, mi buena madre, sabíóas que tomaríóamos uno, ya que, incluso antes de mi matrimonio, a menudo discutíóamos el asunto; me diste consejos sobre el hogar y, si lo recuerdas, te dije que mi mayor placer seríóa recibirte, que haríóa todo lo posible para que te sientas como en casa." Prometiendo que volaríóa a Rouen en cualquier momento si era necesario y, por cualquier motivo, no aplacoó a madame. "Entonces ya no consideras a tu hija como una buena hija. Despueó s de todo tipo de reproches, apenas me besaste cuando me dejaste ayer. Nunca hubiera creíódo que pudieras estar tan disgustada conmigo, y papaó tambieó n, . . . aquel a quien amo tanto y que normalmente alisa tus plumas cuando las arrugo. Dime queó piensa de míó y si realmente siente que me porteó mal. Responde de inmediato, porque no puedes imaginar lo atormentada que estoy." Caroline quedoó embarazada durante la luna de miel, y las interminables afirmaciones de que su salud era bastante buena cayeron en oíódos sordos. Mme Flaubert se aferroó a la creencia de que la muerte la arrebataríóa bajo el ala inerte de Hamard. "Como te prometíó, mi buena madre, te direó la verdad," insistioó Caroline en una de las muchas cartas sobrevivientes. Durante los uó ltimos díóas me ha molestado la garganta y la parte baja de la espalda. Es una versioó n muy pequenñ a de lo que teníóa hace quince meses, asíó que no te preocupes y, por favor, creó eme cuando digo que no hay nada maó s que eso. Ademaó s, los dolores son maó s deó biles hoy y tengo la esperanza de que manñ ana pueda levantarme. . . Nada podríóa haber ocasionado este ataque, ya que desde tu partida he dejado el apartamento solo dos veces, una vez para ver Cher ami [Dr Cloquet] y una vez para cenar con M. de Tardif. Despueó s del domingo, sintieó ndome muy cansada, me quedeó en casa, leíó, y bordeó . Anteayer me fui a la cama con dolor de garganta y me alimenteó con jarabe de grosellas y caldo de hierbas. EÁ mile queríóa llamar a M. Cloquet, pero seó perfectamente lo que se necesita, y M. Cloquet sin duda me prescribiraó una gran cantidad de brebajes y cataplasmas que no quiero. Prefiero tratarme a míó misma, recordando la forma en que papaó me cuidoó en estas circunstancias.
Daó ndole todo lo que podíóa beber para saciar una sed insaciable, EÁ mile Hamard la aguardaba con devocioó n. No podríóa pedirte maó s, aunque a menudo te tengo en mi mente. No deberíóas tener ninguó n tipo de mala voluntad, como lo haces. EÁ l es muy sensible y le gustaríóa visitar la casa si su bienvenida fuera maó s caó lida. Me parece que no ha hecho nada que te disguste excepto tomar a tu hija, y cualquier yerno hubiera hecho lo mismo. Si solo ustedes dos estuvieran unidos y confiados, queó feliz me haríóa. Habíóa esperado ese resultado y, a pesar de mi propio caraó cter no conciliatorio, hareó y direó todo lo que pueda para lograrlo. 177Pauvre (pobre) era una expresión de ternura en lugar de piedad, favorecida por su madre. Flaubert lo utilizó toda su vida en ese espíritu, como un cariño.
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En una posdata repitioó una vez maó s que su indisposicioó n era leve y, a modo de tranquilizar a Mme Flaubert, que debioó haber palidecido cuando Hamard le pidioó que lo considerara uno de sus hijos, firmoó la carta "Tiernamente, tu hija y amiga C. Flaubert." En junio, Achille-Cleó ophas, que nunca tuvo problemas con las tonteríóas o las vacaciones, reanudoó su onerosa agenda en el Hoô tel-Dieu con un suspiro de alivio. Conocido como le père des pauvres (que administraba la medicina con maó s libertad que la frugal administracioó n del hospital), estaba haciendo maó s y maó s trabajo de caridad y ese verano ofrecioó sus servicios a las víóctimas de un tornado que habíóa arrasado tres faó bricas en Monville, una ciudad cerca de Rouen, donde era duenñ o de una propiedad. Tan infatigable era en circunstancias normales que las quejas de fatiga durante la caíóda causaron gran consternacioó n. En noviembre, cuando su salud disminuyoó notablemente, un examen reveloó un absceso profundo en el muslo, que requirioó cirugíóa. Cloquet llegoó desde Paríós, pero Achille-Cleó ophas eligioó su tocayo para operar. Falloó , como muchos de esos procedimientos realizados por manos sucias lo hicieron. Cuidado las 24 horas, el Dr. Flaubert se demoroó durante diez semanas, vomitando copiosamente mientras el joven Achille seguíóa asegurando a la familia que estaba recuperaó ndose, y murioó de septicemia el 15 de enero de 1846, a los sesenta y un anñ os. Rouen lamentoó su peó rdida. Un destacamento de soldados de infanteríóa le otorgoó los honores militares debidos a un miembro de la Legioó n de Honor. La gente del pueblo, muchos de los cuales habíóan sido sus pacientes, se reunieron en el patio de la funeraria y en las calles de aledanñ as. El 17 de enero cerraron las tiendas. Los trabajadores portuarios que habíóan solicitado el privilegio llevaron su atauó d a la Madeleine, donde los seis de sus hijos habíóan sido bautizados. La iglesia estaba cubierta de negro. Despueó s de que cuatro colegas, un meó dico y un estudiante de medicina pronunciaron elogios, Gustave, Achille y EÁ mile Hamard condujeron el cortejo fuó nebre a traveó s de las multitudes de Rouennais hasta un cementerio situado cuesta arriba, bastante lejos, maó s allaó de la escuela universitaria y el bulevar perifeó rico. "Rara vez nuestra ciudad ha sido testigo de una solemne ceremonia de tal magnitud," informoó el Journal de Rouen. "Nunca una ciudad entera se ha sentido maó s unaó nime por un hombre de excelente caraó cter, ciencia y talento. Todas las clases sociales llegaron en nuó meros." Hablando en nombre de la Sociedad Meó dica de Rouen, el Dr. Parfait Grout declaroó que Flaubert, "uno de los decanos de nuestra profesioó n," habíóa aceptado recientemente una invitacioó n para formar parte de su consejo. "La autoridad de sus opiniones, su conocimiento del alcance y los líómites del arte meó dico, nos han ayudado enormemente en nuestro trabajo. Tan notable consejero como eó l fue un hacedor, nos habríóa presidido con esa voz que ha mandado nuestro respeto y nos ha encantado desde nuestros díóas de estudiante." El elogio se convirtioó en un complemento para Achille, el maó s joven, contra el que los rivales de Achille-Cleó ophas en la administracioó n del hospital habíóan comenzado a conspirar. "Y usted, mi querido Achille", continuoó Grout, "su hijo mayor, su asistente, nuestro colega y nuestro amigo, continuó a reemplazando a su digno padre en todo y para que lo traiga vivo ante nuestros ojos; nuestros votos y deseos te acompanñ araó n mientras persigues una carrera brillante sostenida por tu celo, tu amor por la ciencia y la humanidad, tu talento comprobado y las lecciones de tu venerable padre." 151
Flaubert: Una vida — Frederick Brown
Mme Flaubert estaba abatida por el dolor, y Gustave se dedicoó activamente a solicitar contribuciones para la estatua de su padre cuando, el 21 de enero, Caroline dio a luz a otra Caroline. Tres díóas maó s tarde, la fiebre puerperal, el asesino de su abuela materna, se declaroó . Temblorosa con escalofríóos y palpitaciones, se debilitoó progresivamente a medida que la infeccioó n por estreptococos, que una mujer que teníóa problemas renales le habríóa resultado especialmente difíócil de combatir, se extendioó por todo su cuerpo. Los doctores estaban indefensos. En su desesperacioó n, la familia recurrioó a una cura de alcanfor promocionada por el ceó lebre quíómico François Raspail; el tíóo Parain, con la ayuda de Maxime Du Camp, de alguna manera lo rastreoó en Paríós (Raspail, buscado por actividades revolucionarias, se estaba escondiendo de la policíóa). Todo fue en vano. El 15 de marzo, Gustave describioó una casa en la que su pequenñ a sobrina no paraba de gritar, su madre no paraba de sollozar, su hermana delirante no recordaba nada, su hermano barbudo estaba estupefacto. "En cuanto a míó, mis ojos estaó n secos como el maó rmol," le escribioó a Maxime. "Es extranñ o, pero tan expansivo, fluido, abundante y desbordante como lo siento cuando se trata de dolores ficticios, en la misma medida en que los reales se sientan en mi corazoó n amargos y fieros; en el momento en que entran, se endurecen." La desgracia estaba hambrienta, dijo, y no se iríóa hasta que no se hubiera saciado. "Voy a ver una vez maó s las saó banas negras y oireó el ruido innoble de los enterradores con zapatos con clavos que pisan fuerte la escalera." Caroline murioó el 22 de marzo. Dos díóas despueó s, despueó s de que los dolientes de la Cimetieè re Monumental esperaran hasta que los excavadores agrandaron un foso demasiado angosto para el atauó d, la enterraron en su vestido de novia con ramos de rosas, violetas e inmortales. Hamard se arrodilloó en la tumba sollozando y soplando besos. Gustave, que maó s tarde alegaríóa que asistioó a los funerales de su padre y su hermana en su imaginacioó n antes de que tuvieran lugar en el mundo, no pudo llorar. Arrojoó su sombrero hacia abajo y soltoó un grito triste a nadie en particular. Un amigo de la familia informoó , ya sea por rumores o por observacioó n directa, que era su enfermedad nerviosa. La noche anterior se habíóa sentado a su lado durante horas leyendo los ensayos de Montaigne. "Directamente como puede ser, ella yacíóa en su cama, en esa habitacioó n donde la escuchaste tocar muó sica," le dijo a Maxime. "Con un velo blanco que descendíóa sobre sus pies, parecíóa mucho maó s alta y maó s hermosa en la muerte que en la vida. Cuando llegoó la manñ ana y la metieron en su atauó d, le di un largo beso de despedida." Los asistentes de la funeraria prepararon una maó scara mortuoria por James Pradier, quien eventualmente esculpioó su busto al igual que el del Dr. Flaubert. Gustave guardaba esa efigie en su habitacioó n, junto con un chal de color pardo que Harriet Collier le habíóa regalado, un mechoó n de su cabello y el escritorio en el que habíóa tomado notas durante las lecciones de historia de su hermano. La oscuridad envolvioó a Croisset. Gustave, a quien ahora llamaremos Flaubert, aunque todos en Rouen supusieron que Achille en vez de glorificar el patroníómico regresaríóa del funeral a las caó maras fríóas en un díóa gris, con el viento silbando a traveó s de ramas sin hojas y el Sena en plena crecida. Se sintioó estupefacto y sus nervios se dispararon, incluso para su sorpresa no le habíóan dado ataques. "¡Nunca reanudareó mi vida tranquila de arte y meditacioó n relajada!", exclamoó en una carta a Maxime. "Queó cosa tan vana es la voluntad humana. Me burlo de su lastimosa pretensioó n cuando creo 152
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que he querido dominar el griego durante seis anñ os, y las circunstancias han sido tales que ni siquiera he aprendido a conjugar verbos." Seríóa diciembre y la víóspera de su veinticinco cumpleanñ os antes de que se ablandara lo suficiente como para admitir cuan desesperadamente extranñ aba a la familia que alguna vez habíóa considerado opresiva.
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IX Louis, Louise, y Max LA MUERTE DE CAROLINE puede haber pasado casi desapercibida en Rouen, donde la conversacioó n giroó en torno a un juicio sensacional que comenzoó dos díóas despueó s del funeral y atrajo multitudes al gran saloó n del Palais de Justice. Jean-Baptiste Rosemond de Beaupin de Beauvallon, un hombre grande y con bigote de veinticinco anñ os que habíóa matado al editor Alexandre Dujarier en un duelo presuntamente manipulado. El nombre de Dujarier estaba asociado con EÁ mile de Girardin en la direccioó n de La Presse, un joven perioó dico que habíóa transformado el periodismo franceó s desde 1836, vendiendo a la mitad de precio que sus rivales, conteniendo mucha maó s informacioó n que opiniones, y presentando novelas seriales, o romans-feuilletons, en la paó gina principal. Muchos suscriptores descubrieron a Balzac a traveó s de La Presse, que serializoó Le Curé de village y Honorine, entre muchas otras cosas. Aunque Balzac no estuvo en Rouen el 26 de marzo, otro escritor con el que Dujarier se habíóa hecho amigo, Alexandre Dumas, testificoó contra Beauvallon y llegoó al Palais de Justice en un carruaje abierto como el príóncipe de las letras que, con razoó n, se consideraba a síó mismo. La aparicioó n de Dumas causoó revuelo, pero los rouennais, los reporteros estenograó ficos y los curiosos parisinos que asistieron estaban maó s intrigados por el testimonio de Lola Montez. Despueó s de encender chispas en toda Alemania y Rusia, la bella irlandesa que se reinventoó a síó misma como bailarina espanñ ola habíóa llegado a Francia en 1844. Las cartas de recomendacioó n de su antiguo amante, Franz Liszt, la condujeron a un breve compromiso en la Opeó ra de Paríós, recordada maó s víóvidamente por joó venes en cuyo medio ella habíóa tirado una liga. Mientras los críóticos analizaban sus giros pseudo ibeó ricos, los leones de la sociedad parisina buscaban ardientemente sus favores. Dujarier ganoó el premio, la colocoó en un elegante apartamento junto a la suyo, la ayudoó a recuperarse de su fiasco con un compromiso en el Theó aôtre de la Porte Saint-Martin, donde interpretoó un nuó mero llamado "La Dansomanie," y prevalecioó sobre Theó ophile Gautier para escribir una críótica laudatoria que declara que en sus cachuchas Lola trajo al escenario "una audacia desenfrenada, un ardor loco y un bríóo salvaje" que ninguó n amante de las claó sicas ronds de jambes podíóa tolerar. Todo parecíóa justo hasta que Dujarier insultoó al sombríóo Beauvallon por un juego de lansquenet en el Trois Freè res Provençaux y, aunque no estaba familiarizado con las armas (Lola, por el contrario, era una experta tiradora), aceptoó el desafíóo de Beauvallon. Cuando su amante se enteroó , ya eó l habíóa caíódo en el Bois de Boulogne con una bala en la cabeza. Balzac y Dumas sirvieron como portadores del feó retro. Se unieron a otros amigos que caminaban detraó s del coche fuó nebre mientras avanzoó desde la iglesia de Notre-Dame de Lorette hasta el cementerio de Montmartre. Obligada a ocultarse en el funeral, Lola Montez tomoó el centro del escenario un anñ o maó s tarde en el juicio. Los disfraces eran su fuerte, y se vistioó para la parte de la viuda 154
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desconsolada con un vestido de seda negro, un velo negro, guantes negros y un chal de cachemira negro hasta el suelo. Para que nadie dude de que Dujarier hubiera ocultado sus intenciones, Lola sacoó de su seno la nota que escribioó esa fríóa manñ ana de marzo antes de ir al Bois. "Me voy a luchar con pistolas," decíóa. "Esto explica por queó queríóa dormir solo y tambieó n por queó no vine a verte esta manñ ana. Necesito toda mi compostura y debo evitar las emociones que al verte se habríóan despertado. A las diez, todo habraó terminado, y me apresuro a abrazarte, a menos que. . . Mil ternuras, mi querida Lola." Las laó grimas corrieron por su rostro cuando recordoó , en un franceó s con mucho acento, coó mo el cuerpo ensangrentado de su amante se habíóa caíódo de un carruaje en sus brazos. Todo esto fue en vano. Deliberando al alcance del oíódo de una muchedumbre ruidosa fuera del Palais de Justice, el jurado exoneroó a Beauvallon (los duelos eran ilegales pero los duelistas rara vez eran condenados). Para entonces, Lola habíóa regresado a Paríós. Siete meses despueó s, ella se estableceríóa en Munich con un atractivo estipendio de su nuevo amante, el Rey Ludwig I de Baviera, sobre quien ella ejercioó dominio absoluto. Incluso si Flaubert hubiera querido presenciar por síó mismo estos procedimientos judiciales, no podríóa haber dejado una casa afligida para satisfacer su curiosidad. En cualquier caso, su mente residíóa en otra parte, en las secuelas praó cticas de las tragedias de su familia. Para empezar, hubo una lucha en el Hoô tel-Dieu para decidir si Achille Flaubert reemplazaríóa o no a su padre como cirujano jefe. Apenas habíóa muerto AchilleCleó ophas, que un antiguo alumno y asistente, EÁ mile Leudet, que desafiaba su autoridad desde 1834, insistioó en que el tíótulo y sus prerrogativas deberíóan, por razoó n de antiguë edad, recaer sobre eó l. Este reclamo desafioó una tradicioó n que teníóa sus raíóces en los díóas de los artesanos de la praó ctica quiruó rgica, cuando los hijos de aprendices normalmente sucedíóan a sus padres maestros. Varios eminentes cirujanos del siglo XIX, especialmente François Broussais en el Val de Graô ce, calentaron un asiento para sus hijos, y tales fueron las expectativas del joven Achille Flaubert en el Hoô tel-Dieu. "Su padre habíóa ganado el cetro de cirujano de Normandíóa", observoó un contemporaó neo. "EÁ l mismo ya era cirujano jefe en el uó tero de su madre y presunto heredero del monopolio creado antes de su nacimiento." No es que Achille careciera de habilidades impresionantes. Sus manos eran diestras y raó pidas. Ademaó s, cortaba una figura magistral, era alto y anguloso, con ojos oscuros y brillantes en un rostro finamente cincelado, cuya parte inferior desaparecíóa a una edad temprana bajo una barba exuberante. Pero si los indicios de eso no estuvieran claros, el tiempo diríóa hasta queó punto la piedad filial excedioó la investigacioó n cientíófica al darle forma a su carrera. Mantenieó ndose alejado de las sociedades profesionales, se las arregloó con el bagaje de opiniones, tesis y doctrinas ensenñ adas por Achille-Cleó ophas. Pater dixit178 era su regla, y la sabiduríóa paterna, a menudo articulada en el lenguaje salado de su padre, casi siempre lo coloca en contra de la innovacioó n. Cuando, por ejemplo, otros cirujanos adoptaron el eó ter, Achille dudoó al principio, defendiendo la opinioó n de que el dolor era una declaracioó n necesaria de la naturaleza. Al igual que Achille-Cleó ophas, no contribuyoó casi nada a la literatura meó dica, como si esta hubiera estado por debajo de eó l, o arrogante, para hacerlo. Celoso de su nombre y reputacioó n, los queríóa propagados por 178El padre dijo.
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ligaduras elegantes y piedras extraíódas, no por su pluma. Sus cooó frades no pudieron detectar nada en eó l del histrionismo de Gustave Flaubert. Inquieto en el estrado con vestimenta y gorro de profesor, era maó s feliz mirando a traveó s de un espeó culo, o en su casa, a puertas cerradas, fumando una pipa. Algunos pensaban que su escepticismo oculto revestíóa un ego fraó gil. Otros lo describieron como "atoó nico" y "malhumorado." Todos podríóan haber estado de acuerdo en que el heredero no habíóa heredado el espíóritu combativo de un hombre hecho a síó mismo. Era para su hermano menor luchar contra Leudet, y Flaubert, el burgueó s "burguesoó fobo" (su teó rmino), tomoó las armas con entusiasmo, obteniendo una especie de satisfaccioó n viril, como siempre lo haríóa, del despliegue efectivo del poder y la influencia de la familia. El tirar de las cuerdas lo hizo arrogante. A fines de enero, informoó a Ernest Chevalier que la administracioó n del hospital, a pesar de los inmensos servicios prestados por su padre, habíóa querido "echar" a Achille. "Sir Leudet estaba detraó s de esto. Pero saqueó ventaja. He estado en Paríós dos veces (vuelvo una tercera vez manñ ana) y he actuado con tal buen efecto que, tal como estaó n las cosas ahora, estamos bastante seguros de que Achille sucederaó a su padre en y para todo." Un mes maó s tarde, la situacioó n fue diferente, cuando Maxime Du Camp habloó de un "reveó s" y supuso que la agencia gubernamental relevante, sin hacer caso de las apelaciones de Jules Cloquet y James Pradier, inter alios, desestimoó el asunto como una disputa provincial que no valíóa su intervencioó n. Pero el febril trabajo en red de Flaubert, junto con maniobras partidistas en Rouen, condujo a un compromiso aceptable. A partir de entonces el Hoô tel-Dieu tendríóa dos cirujanos principales y la escuela de medicina dos profesores de cirugíóa. Luego de nuevas negociaciones, los administradores le otorgaron a Achille el departamento del hospital, que habíóa sido su hogar desde 1818. Para los sobrevivientes que deseaban desesperadamente la continuidad, este privilegio significaba todo. Otro víónculo, maó s vital con el pasado, fue la pequenñ a Caroline Hamard, cuya custodia se convirtioó en un tema triste, feo y en cierto modo desconcertante. Mme Flaubert resolvioó que el yerno que habíóa confiscado a su hija no deberíóa tener tambieó n a la hija de su hija. Flaubert lo sabíóa y esperaba problemas. Un acuerdo amistoso ya no era posible, le confioó a Maxime poco despueó s del funeral de su hermana. "Tendraó que resolverse en el tribunal." Si actuamos con prontitud, auó n demoraraó tres meses." De hecho, la familia resolvioó las cosas entre ellos, o al menos eso parecioó . Por un acuerdo en el que Hamard accedioó , Caroline permanecioó bajo el cuidado de su abuela, con un abuelo paterno, Achille Dupont, que sirve como guardiaó n sustituto. Hamard renuncioó a su pasantíóa, dejoó Paríós y encontroó alojamiento en Croisset, muy cerca de los Flauberts. Cuando Mme Flaubert alquiloó una casa de la ciudad de Rouen en el 25 rue de Crosne para usar durante los meses de invierno, que eran lo suficientemente fríóos como para congelar el Sena, Hamard abrioó un bufete de abogados en la calle, tratando de establecerse en la praó ctica privada. Viajaba diariamente a Rouen y veíóa a su hija regularmente. La praó ctica no prosperoó . Tan aburrido por la ley como Flaubert, Hamard lo podríóa haber intentado si Caroline hubiera estado a su lado, pero las muertes de su madre y su esposa eliminaron cualquier incentivo para superar su antipatíóa. Tampoco nada de lo que su ego pudo alimentar provino de la hostil Mme Flaubert y su egoceó ntrico cunñ ado. Deprimido, gradualmente se alejoó del trillado camino en un laberinto de ambiciones literarias y eruditas, y Flaubert se culpoó a síó mismo por alentar este descarríóo con el 156
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ejemplo. El mismo espíóritu de imitacioó n o necesidad de camaraderíóa que habíóa impulsado a Hamard a firmar la peticioó n escolar de Flaubert siete anñ os antes todavíóa estaba aun en el trabajo, pensoó . "Cuando te confieó a ti que creo que tuve una influencia funesta sobre eó l, no quise decir que lo inoculeó con mi vacuna intelectual, solo que al hacerme companñ íóa, su mente se ha envenenado con la idea de que eó l puede vivir una vida como la míóa, solitario y meditativo," es la forma en que explica el predicamento a un amigo. "Lo hace vano, y la vanidad a su vez lo vuelve obstinado. No hay nada maó s que dejar que el tiempo, esa piedra de afilar, se mueva. Mientras tanto, se estaó agotando, se estaó muriendo de pereza, de melancolíóa y de proyectos reprimidos." Un anñ o despueó s de la muerte de Caroline, desesperado por su existencia destrozada, pensoó que un entorno extranjero podríóa ayudarlo a reensamblarse de manera diferente y, a traveó s de su antiguo profesor Adolphe Cheó ruel, con quien se habíóa mantenido en contacto, solicitoó cartas de referencia de Jules Michelet, esperando hacer una investigacioó n para un historiador ingleó s. Tambieó n consideroó estudiar paleografíóa en la EÁ cole des Chartes. Estas ideas no llevaron a ninguna parte, y tampoco el viaje diario a su oficina nominal en Rouen. La pequenñ a Caroline, que parecíóa destinada a una tumba temprana, no pudo endurecer la determinacioó n de su padre. Yeó ndole pobremente durante los primeros meses de vida, ella era una lloriqueante encarnacioó n de todo lo que habíóa perdido. "Mi madre y yo," escribioó Flaubert, "estamos muy preocupados por mi cunñ ado. El dolor ha dejado al pobre hombre tan quebrantado de espíóritu que creemos que se estaó volviendo loco. Su cabeza simplemente no resistiraó . Esto estaó destinado a terminar mal." A medida que las perspectivas de atraer a una clientela se atenuaban, Hamard comenzoó a pasar maó s tiempo en Paríós, escribiendo poesíóa, congraciaó ndose con un eminente, famosamente dispeó ctico críótico literario llamado Gustave Planche, y coqueteando con la políótica radical en dudosos bistros. Mme Flaubert podríóa haber deseado en maó s de una ocasioó n que eó l desapareciera por completo de su vida, aunque todavíóa no era el caso. Mientras tanto, ella era una madre otra vez a los cuarenta y nueve anñ os, meciendo, arrullando, preocupaó ndose y haciendo todo lo posible por la Caroline recieó n entregada, lo que una vez hizo por la recieó n sepultada, excepto amamantarla. Desgarrado entre el deseo de huir y la necesidad de anclarse, Flaubert le aseguroó a Maxime el 7 de abril, el díóa despueó s del bautismo de Caroline, que si su madre moríóa se instalaríóa instantaó neamente en Roma, Siracusa o Naó poles, pero un mes maó s tarde declaroó , como Frollo suspendido sobre el abismo en Notre-Dame de París, que se aferraba a lo que todavíóa teníóa: amigos y trabajo y su estudio en un rincoó n de Croisset. Todos los díóas su estudio se convirtioó en su Siracusa o Roma, ya que se sumergioó durante ocho o diez horas en la literatura claó sica y la historia antigua, leyendo, entre otras cosas, Histoire romaine de Michelet. Tan extasiado estaba con todo lo antiguo que la metempsicosis (sobre la que sin duda oyoó explayarse a Alfred Le Poittevin) comenzoó a tener mucho sentido. "No hay duda de que vivíó en Roma bajo Ceó sar o Neroó n," le dijo a Maxime. "¿Alguna vez has sonñ ado con una velada triunfal cuando las legiones regresaban, cuando el incienso perfumaba el aire alrededor del carro del general victorioso y los reyes cautivos caminaban detraó s? ¡Y luego, ese magníófico anfiteatro viejo! Ahíó es donde uno debe vivir, ¿sabes? Allíó es donde uno tiene aire para respirar, aire poeó tico, pulmones llenos." El Journal de Rouen informoó de dos atentados maó s sobre la vida de Louis-Philippe y de disturbios por pan en el distrito de Saint Antoine de 157
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Paríós. Seguó n George Sand, los reformadores sociales, incluida ella misma, disfrutaron de una libertad sin precedentes para discutir sus críóticas al reó gimen. Flaubert apenas prestoó atencioó n. Su mente estaba en otra parte, en Roma, o con las tropas de Nicias en Epipolae durante el desastroso asedio de Siracusa en 413-411 AC. Solo una persona, un tapicero parisino a quien le habíóa encargado reformar su estudio, podíóa atraerlo desde Croisset; como la tuó nica que llevaba cuando escribíóa, la decoracioó n de sus trabajos literarios era una cuestioó n de cierta importancia. Flaubert y su madre no sufrieron en aislamiento. La familia de Aquiles — "Los Achille", como los llamaba Flaubert — aparecíóa ritualmente para la cena los domingos, aunque a menudo lo suficientemente tarde como para exasperar a la familia. François Parain, una presencia benigna, realizoó su migracioó n estacional desde Nogent-sur-Seine, precediendo a Olympe y Louis Bonenfant. Maxime visitoó Croisset en mayo. A pedido de Mme Flaubert regresoó durante tres semanas a mediados de agosto, cuando a menudo se les unioó Louis Bouilhet, un companñ ero de clase de Flaubert en la escuela (y signatario de su famosa peticioó n) a quien habíóa llegado a conocer como amigo desde febrero. El tríóo de Louis, Gustave y Max hicieron breves excursiones a La Bouille en el primer gran circuito del Sena, y maó s abajo, por el ríóo que fluye hacia el mar, hasta las grandes ruinas benedictinas de Jumieè ges y Saint-Wandrille. La diversioó n sedentaria para estos joó venes literarios fue traducir la Lisístrata de Aristoó fanes y el Rudens de Plauto. Hubo noches enteras dedicadas a la composicioó n de una obra en verso que parodiaba la ampulosa tragedia del siglo XVIII, en alejandrinas correctas y con cada sustantivo reemplazado obligatoriamente por una períófrasis. Vinieron con metaó foras adornadas para demostrar que cualquier cosa podíóa decirse en un lenguaje de alto vuelo, escribioó Maxime. O hicieron lo contrario. "Iríóamos al líómite empujando lo coó mico a la obscenidad total. . . Eso fue un exceso no siempre faó cil de rodear con Flaubert, quien, como Beó ranger, creíóa que en lo que respecta a las palabras, uno no podíóa ser demasiado grosero." Bouilhet compartioó con Flaubert y Le Poittevin, cocreadores del Ninñ o, un sentido del humor que con entusiasmo colocoó la erudicioó n al servicio de lo escatoloó gico. A todos les encantaba ennoblecer la cuneta y profanar el templo. Por la misma razoó n, todos habíóan visto los cuerpos cortados. 179 El hermano de Flaubert permitioó que Maxime presenciara amputaciones. Parece que Bouilhet ocupoó un espacio desocupado en la vida de Flaubert, que esta nueva amistad era la medida de su creciente distanciamiento de Alfred Le Poittevin. En una carta escrita a fines de marzo de 1845, Alfred describioó su vida como anaó rquica, su salud como pobre, su perspectiva sombríóa y su espíóritu sofocado. Incomprendido, como eó l lo veíóa, por aquellos que profesaban su amor por eó l, pudo haber estado bajo una considerable presioó n para casarse y reanudar la carrera que habíóa comenzado de 179Ahí está, por ejemplo, este extracto de la carta de Le Poittevin a Flaubert en París, fechada el 18 de marzo de 1843: "¿Qué estás haciendo con tu cadáver allá abajo? ¿Has vuelto a ver a Elodie y en ese arbusto de zorra lasciva olfateado los vapores de su clítoris? Un hombre feliz que eres. Me haces pensar en Polícrates, tan favorecido por la fortuna que arrojó su anillo al mar Jónico, como para apaciguarlo. Y de manera similar, sumerges tu precioso falo en el coño de las putas parisinas, como si quisieras contraer la sífilis. Pero en vano. Cuando el pez devolvió su anillo a Polícrates, los coños más sucios restauraron tu tesoro intacto. . . ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! Qué comparación. ¡Qué periodos! Qué modelo de elocuencia. Léale eso a los dos sirvientes del Garçon, el Soldado y el Negro, y proclámame Virum dicendi peritum ['Un hombre experto en hablar,' tomado de Catón el Viejo].”
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manera auspiciosa. Varios meses despueó s, cuando Flaubert estaba en Italia, hizo un breve viaje a lo largo de la costa del Canal, visitando Boulogne, Honfleur y Le Havre, donde una noche de luna revivioó los recuerdos del verano. "Sonñ eó con el amor allíó cuando era muy joven, con el amor que rechazaríóa hoy, de donde venga, sea lo que sea." El tiempo no habíóa mitigado el agudo filo de su apetito sexual, pero ya no podíóa besar sin sentirse fuera del gesto, a una distancia iroó nica de sus labios, como el griego, escribioó , que no podíóa sonreíór de nuevo despueó s de entrar en la cueva de Trofonio. El plan de Alfred era hacer una virtud de su situacioó n, abrazar la ironíóa en lugar de estrangularla y volver a visitar el paisaje de su adolescencia con una puta elegida al azar. En cambio, hizo lo impensable. De repente, decidioó casarse y, a comienzos de 1846, pidioó la mano de Louise de Maupassant, la hija de los amigos de sus padres. (Al mismo tiempo, su hermana Laure comprometioó la de ella con el hermano de Louise, Gustave.) Flaubert, que a veces saludaba a amigos íóntimos — siempre habríóa uno como Castor a su Polux — con una frase latina, solus ad solum180, que resumíóa su creencia de que la hermandad era necesariamente el resultado de la alienacioó n o de la singularidad mutua, quedoó estupefacto ante este acontecimiento. Se sintioó traicionado y no hizo ninguó n esfuerzo por ocultar sus sentimientos a Alfred. El 31 de mayo, cinco semanas antes de la boda, se desahogoó , en una carta notable, tanto por su falta de voluntad para escuchar a Alfred, como por su tono sentencioso. "Me temo que te estaó s enganñ ando, seriamente enganñ aó ndote a ti mismo, lo que sucede cada vez que uno emprende alguna accioó n en el mundo," pontificoó , declarando que aunque su consejo no habíóa sido solicitado, los poderes de previsioó n con los que estaba infelizmente dotado lo compelieron para poner derecho a su equivocado amigo. ¿Estaó s seguro . . . que no terminaraó s siendo un burgueó s? Siempre me he imaginado a ambos unidos en mis suenñ os de arte. Eso es lo que me estaó haciendo sufrir. ¡Es demasiado tarde! Si debe ser asíó, ¡deó jalo! Siempre me encontraraó s aquíó, pero queda por ver si te encontrareó de nuevo. ¡No, no protestes! El tiempo y la deriva de las cosas son maó s fuertes que nosotros. Necesitaríóa un volumen completo para explicar la menor jota o tilde en esta paó gina. Nadie quiere tu felicidad maó s que yo, y nadie tiene mayores dudas de que esteó a mano, aunque solo sea porque tu buó squeda es en síó misma un acto anormal. ¿La amas? Todo sano y bueno. Si no, intenta hacerlo. ¿Seguiraó habiendo, entre nosotros, esa arcana reserva de ideas y sentimientos inaccesibles para el resto del mundo? ¿Quieó n lo puede decir? Nadie.
El matrimonio era el problema, no el hecho de que Alfred hubiera abandonado su postura iconoclasta por una joven descolorida, algo menos rica que eó l, pero con un tíótulo claro para la preposicioó n nobiliaria en medio de su nombre. 181 Mientras su íódolo permaneciera soltero, podríóa soportar el trato despectivo de la burguesíóa que desdenñ aba la solteríóa. "Otro perdido para míó", Flaubert tristemente informoó a Chevalier. Aunque continuaron intercambiando afectuosos saludos, la ira bullíóa bajo la superficie. Y las circunstancias no favorecieron la reconciliacioó n. Despueó s de haber buscado 180"De un alma solitaria a otra." 181Después de la muerte de Alfred, un amigo cercano suyo, Boivin-Champeaux, le dijo a Flaubert que varios días antes de su matrimonio, Alfred había pensado en romperlo y propuso que Boivin y él hicieran un viaje rápido a lugares desconocidos.
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infructuosamente empleo en el gobierno como fiscal adjunto dentro de la jurisdiccioó n de Rouen, Alfred se trasladoó a Paríós. Despueó s de varios meses, durante los cuales no se materializoó ninguna oportunidad profesional, la pareja se unioó a los padres de Louise en la casa Maupassant en La Neuville-Chant-d'Oisel, un pueblo cerca de Rouen, donde Alfred, que se estaba muriendo lentamente, se retiroó de la vida activa.
EN JUNIO y julio de 1846 Flaubert visitoó Paríós al menos dos veces, cada vez con un encargo especíófico, pero indudablemente agradecido por cualquier pretexto para escapar de la penumbra que se cerníóa sobre Croisset, para ver caras diferentes y meditar con Maxime Du Camp sobre la defeccioó n de Alfred. El estudio de James Pradier, a quien conocioó a traveó s de la esposa separada del escultor, Louise, era uno de sus destinos.182 Pradier habíóa sido elegido por una comisioó n en Rouen para esculpir el busto de Achille-Cleó ophas, y Flaubert, a traveó s de cuyos buenos oficios se habíóa negociado este acuerdo, se vio obligado a mediar entre un artista impaciente y unos buroó cratas imposiblemente dilatorios. El reconocimiento que le merecíóa de alguien poderoso que estaba in loco patris183 se estaba preparando para el joven de veinticinco anñ os. Pradier, un suizo trasplantado de Ginebra (donde Flaubert recientemente habíóa fumado cigarros bajo su estatua de Jean-Jacques Rousseau en IÎle Rousseau), gozaba de gran fama, con figuras de maó rmol que lo anunciaban por toda la capital — en las Tulleríóas y la Madeleine, en los Campos Elíóseos, en el lugar de la Concordia, los Invaó lidos, el Palais du Luxembourg, el Palais Bourbon. Sus laó nguidos desnudos, que provocaron a un rival, Auguste Preó ault, el experto: "Todas las manñ anas, Pradier se va a Atenas, pero nunca pasa la rue Notre-Dame-de-Lorette" (una calle preferida por las prostitutas cerca de la rue Breó da, donde Pradier teníóa un atelier), eran tan ubicua como su estatuaria cíóvica. Y los parisinos que no estaban familiarizados con el arte no podíóan perderse al artista mientras paseaba por la ciudad con llamativos disfraces a menudo con un sombrero tiroleó s de ala ancha, una chaqueta de terciopelo negro, leotardos bordados en oro, un abrigo corto forrado con seda azul sobre un hombro, un jabot blanco. De su estilo de sartorial, uno no podríóa haber inferido una sensibilidad enamorada de la Grecia claó sica. Tanto el dandi como el prodigiosamente laborioso helenista llamaron la atencioó n de Flaubert. "Es un hombre excelente y un gran artista, síó, un gran artista, un verdadero griego y, entre todos los modernos, el maó s antiguo," se entusiasmoó . "Un hombre que no se preocupa por nada, ni de la políótica, ni del socialismo, ni de Fourier, ni de los jesuitas, ni del sistema educativo, y, como un buen trabajador con las mangas remangadas, trabaja desde el alba hasta el crepuó sculo, deseando solo hacer bien su tarea, por amor al arte. El amor al arte es de lo que se trata." Igualmente atractivo fue Pradier, el anfitrioó n, que trabajaba mejor cuando estaba rodeado de modelos, rudos artesanos, y visitantes en su atelier principal en el Palais 182Louise Pradier, de soltera d'Arcet, era la hermana mayor del compañero de clase de Flaubert, Charles d'Arcet. Su padre, un distinguido químico, había sido nombrado director de la casa de la moneda y vivía en el elegante Hôtel des Monnaies del siglo XVIII en el quai de Conti, bastante cerca del apartamento de Pradier en el número 1 de Quai Voltaire. Flaubert visitó a ambos durante sus años de escuela de derecho, y más tarde. 183En lugar del padre.
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abacial detraó s de la iglesia de Saint-Germain des Preó s. Uno no necesitaba una invitacioó n. La gente iba y veníóa y se codeaba alegremente mientras eó l esculpíóa en su bata blanca, y hablaba todo el rato. Muchas convergencias significativas ocurrieron en este saloó n informal. Una tuvo lugar en junio de 1846, cuando Flaubert conocioó a la llamativamente atractiva Louise Colet. Once anñ os mayor que Flaubert y, por lo tanto, exactamente la misma edad que EÁ lisa Schlesinger, Louise, once anñ os antes, se casoó con Hippolyte Colet, un compositor menor que demostroó ser mucho maó s resuelto en cabildear en la facultad del Conservatorio de Paríós que en sostener a su esposa en sus votos. Nacida Louise Reó voil, proveníóa de Aixen-Provence, donde el aó rbol genealoó gico se habíóa ramificado en lo alto de la aristocracia judicial, la noblesse de robe. Su abuelo materno se habíóa puesto la capa durante la Revolucioó n, sirviendo en la legislatura que condenoó a Louis XVI, pero, a diferencia de su amigo y compatriota Mirabeau, sobrevivioó para quebrar a su familia como un proó digo, campeoó n desempleado de las causas republicanas. La finca cerca de Saint-Reó my, en la que Louise pasoó buena parte de su juventud, habíóa sido salvada de la ruina por su padre, Antoine Reó voil, un funcionario burgueó s que habíóa jurado al rey y al altar. Ella crecioó entre lealtades oximoroó nicas. Sus primeros anñ os, como ella los describioó , fueron solitarios. Como Julien Sorel, golpeoó la viga en la que estaba sentada leyendo el Mémorial de Sainte-Hélène de Las Cazes, soportoó las burlas de los hermanos mayores que despreciaban sus entusiasmos literarios y se armoó contra el sarcasmo con la creencia de que se le habíóa asignado un destino excepcional. "Sola en el desierto, atada a mi pena muda, hubiera perecido si Dios no me hubiera hecho una poeta," escribioó .184 Despueó s de 1830, la políótica exacerboó estos antagonismos familiares. Entre los Reó voils, donde identificarse con los antepasados aristocraó ticos de uno significaba burlarse de la monarquíóa, Louise y su madre confirmaron la visioó n liberal mientras que sus hermanos y hermanas (el padre murioó en 1828) hablaron por la realeza. Los argumentos se encendieron sobre cada asunto de iglesia y estado. El nombre de George Sand, que se habíóa convertido en sinoó nimo de amor libre cuando aparecieron Indiana y Valentine, era un foó sforo para la yesca. Si Dios hizo de Mlle Reó voil una poeta, Julie Candeille le dio una audiencia. No se sabe exactamente coó mo conocioó Louise a esta notable mujer, que se habíóa retirado a Níômes (a poca distancia de Servanes y Avinñ oó n) con su tercer marido, Henri Peó rieó , despueó s de ocupar un nicho seguro en la vida cultural de Paríós durante cuarenta anñ os. Bailarina, dramaturga exitosa, traó gica de la Comeó die-Française, cantante, compositora, poeta y novelista, virtuosa pianista y arpista, Julie se vio obligada a negar el rumor de que ella tambieó n habíóa sido una simpatizante de los jacobinos y que tuvo papel de la Razoó n en la Feô te de la Liberteó durante el Terror. Esta figura escultural y eneó rgica no perdioó tiempo organizando un saloó n cuando Peó rieó asumioó sus funciones como conservador de antiguë edades romanas. La intelectualidad y la eó lite artíóstica de Níômes se reuniríóan todas las semanas en su casa para veladas musicales. Se convirtioó en un espeó cimen superior de lo que Balzac llamoó "la Musa departamental." Los poetas joó venes ansiosos por ser escuchados se encontraron bienvenidos, y especialmente bienvenida fue Louise Reó voil, en quien Julie Candeille puede haber admirado algo de su propia juventud. Ciertamente, la bella joven, alta y de pechos grandes, con ojos azul oscuro y sedoso pelo 184“Seule, au désert, livrée à ma douleur muette, / Oh! j’aurais succombé . . . mais Dieu me fit poète!”
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castanñ o claro, que se vertíóa en bellas alejandrinas, parecíóa una protegida ideal. Los sentimientos de Louise por Julie fueron maó s allaó de la mera admiracioó n. Para una provinciana ambiciosa, la versaó til alumna de grandes escenarios encarnaba todo lo que deseaba para ella, todas las imaó genes de gloria y distincioó n artíóstica conjuradas por la palabra París. Los autores de memorias, incluso los amistosos, coinciden en que el destructor de muchos de los dones de Julie fue una intelectualoide arrogancia. Pero nada arruinoó a Louise, quien, por el contrario, se modeloó detraó s de lo précieuse.185 Y ella no era uó nica. Junto con George Sand, Julie Candeille habloó a muchas mujeres de la liberacioó n de existencias cansadas y provincianas en el interior. "Cuando, despueó s de la Revolucioó n de 1830, la estrella de George Sand brilloó sobre Berry", escribioó Balzac, "muchas ciudades estaban maó s bien dispuestas a honrar los maó s exiguos talentos femeninos. Asíó se veíóa a muchas Deó cimas Musas en Francia, ninñ as o mujeres joó venes desviadas de vidas pacíóficas por un espejismo de gloria." Una de sus cunñ adas maó s tarde se dio cuenta de que Louise "incorregiblemente tiene ilusiones sobre síó misma, como sobre todo." Louise adquirioó su pasaporte a Paríós en el saloó n de Julie en la persona de Hippolyte Colet. Careciendo de dote y cercana a los veinticinco anñ os (la edad de «trenzar las trenzas de Santa Catalina», cuando se decíóa que las mujeres entraban en la vieja doncellez), decidioó que el maestro de violíón, que teníóa la vista fija en Paríós, seríóa un companñ ero plausible. Se hizo auó n maó s atractivo despueó s de que su madre y Julie Candeille murieran con dos meses de diferencia a principios de 1834. El matrimonio tuvo lugar cerca de Servanes, sin la supervisioó n de los miembros de la familia de Louise. Sin duda, este insulto hizo que fuera maó s faó cil salir de Provenza sin mirar atraó s, lo que hizo la pareja de inmediato, mientras que Colet obtuvo una ayudantíóa en el Conservatorio. Un pequenñ o, oscuro y mal calentado apartamento cinco pisos arriba en el abarrotado vecindario de Saint-Denis era todo lo que podíóan pagar, pero la tierra prometida en cualquier condicioó n le conveníóa maó s que el exilio. Alentada por la conviccioó n de que sus poemas, titulados colectivamente Fleurs du Midi, ganaríóan su fama y fortuna, se puso a circularlos. Hippolyte ya puede haber adivinado que Louise no dudaríóa en alardear de sus dotes naturales para obtener una ventaja literaria. Tan pronto como terminoó de inspeccionar Paríós, recorrioó revistas, conocioó a los editores e inmediatamente colocoó varios poemas en L'Artiste (un diario en el que, unos doce anñ os despueó s, Baudelaire resenñ aríóa Madame Bovary). Maó s difíócil de obtener fue el elogio incondicional de un patrocinador influyente. Chateaubriand, a quien llamoó despueó s de enviarle un cumplido poeó tico, no le mostroó nada sobre el caballero benigno que teníóa fama de administrar hipeó rboles bajo pedido. Y cuando se acercoó a Charles Sainte-Beuve con una sincera suó plica por la críótica franca de un poema, tuvo la audacia de tomar su palabra. Algunos anñ os maó s tarde diríóa lo que siempre habíóa sentido por ella, que en su poesíóa habíóa un simulacro de excelencia, un falso aire de belleza. "Su verso tiene un frente bastante encantador, pero ¿es un pecho o un gancho de corset? Es como la mujer misma. ‘¿La encuentras hermosa?’, me preguntaron un díóa. 'Síó', respondíó, 'parece hermosa.'" Su incansable demostracioó n de una personalidad poeó tica, la suavidad faó cil de su verso, tendíóa a
185Rebuscado, afectado, estirado, creído, snob.
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ofender o hechizar. A ella le gustaba que la llamaran "la Musa," y los conocidos varones la llamaban asíó, no necesariamente con la lengua en la mejilla. Impaó vida, empujoó el manuscrito de Fleurs du Midi a traveó s de muchos escritorios atestados antes de que un editor lo comprara. Aparecioó en febrero de 1836, despueó s de lo cual Louise, una publicista nata, inundoó Paríós con copias de cortesíóa, solicitando editores y posibles críóticos para tanta notificacioó n como pudieran dar. Pocos le prestaron atencioó n. El volumen fue enterrado, pero no asíó el amor propio de Louise. Salioó del funeral interpretando un papel en el que se habíóa educado desde la infancia, la de maó rtir. ¿Coó mo podríóa Fleurs du Midi esperar una larga vida en el mundo filisteo de 1836? Habíóa sido consignado al olvido por los especuladores que azotaban la mercancíóa barata de los romans-feuilleton, por una multitud preocupada solo por el pan y los circos. "Los juegos violentos que una vez el populacho romano requirioó de su amo ahora son requeridos en los romans-feuilletons por el populacho parisino," escribioó ella maó s tarde. "La literatura contemporaó nea no ha elevado a la gente a su nivel, sino que se ha rebajado a la del pueblo. Crear conmocioó n, sorpresa, espanto con escenas exorbitantes se ha convertido en la preocupacioó n de este jactancioso batalloó n de escritorzuelos seriales." Su delgada cintura, su figura bien formada, su aire vulnerable y su embriaguez con el estrellato la hicieron acreedora del aprecio del famoso poeta y compositor Pierre Beó ranger, quien a su vez le hizo ganar la simpatíóa de la hija de LouisPhilippe, Marie d'Orleó ans. Fue a traveó s de Marie d'Orleó ans que Louise recibioó una pensioó n estatal, que los Colets apenas merecíóan, pero que necesitaban desesperadamente. Mientras avanzaba en la escalera acadeó mica contra la oposicioó n del director del Conservatorio, Cherubini, Hippolyte se ganoó el sueldo de un modesto funcionario. Beó ranger tambieó n puede haber alentado a Louise a competir cuando la Academia Francesa anuncioó un premio para el mejor poema de celebracioó n sobre la apertura de Versalles como museo nacional. Puede que incluso haya tenido algo que ver con garantizar su eó xito, aunque otros afirman que de los sesenta ditirambos presentados, el suyo, que incluyoó profundas reverencias a la familia de Orleans, fue el menos mediocre. En cualquier caso, ella recaudoó cuatro mil francos, provocoó controversia y, sobre todo, aseguroó una presentacioó n al potentado acadeó mico Victor Cousin. Cousin se convertiríóa en ministro de instruccioó n puó blica en 1840. Antes de su ascenso, sin embargo, se convirtioó en el amante de Louise Colet. Esta fue una conquista sorprendente, ya que la advenediza literaria difíócilmente podríóa haber enganchado sus ambiciones a un mejor vehíóculo que el hombre considerado por muchos como la personalidad intelectual dominante de Francia. Exponiendo un credo espiritualista llamado eclecticismo, que unioó elementos de Kant, Schelling, Hegel y otros y que influiríóa enormemente en los trascendentalistas de Nueva Inglaterra, Cousin se manifestoó en la Sorbona con una elocuencia que oscurecioó sus costuras torcidas. "Fue visto como un hombre de mente muy abierta, asimilando raó pidamente la sustancia de otros pensadores, suficientemente versados en la antiguë edad y la literatura, altamente ingenioso, ardiente, elocuente, indiscutiblemente el primero de los franceses," escribioó un observador cercano. "Las multitudes que se congregaron en el gran anfiteatro de la Sorbona y se desbordoó en el patio saludaríóan su aparicioó n con freneó ticos estallidos de aplausos. . . Fue un espectaó culo emocionante." En 1840, cuando Louise asistíóa regularmente a estas conferencias (cuya sustancia se convirtioó en doctrina oficial en los 163
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planes de estudio de la escuela secundaria; Cousin realmente "dirigioó " la filosofíóa entre 1830 y 1848), los amantes se habíóan apodado "le Philosophe" y "Penserosa." Penserosa fue el tíótulo de su uó ltimo volumen de poesíóa. En 1840, Louise dio a luz a una hija, Henriette. Era casi seguro que Cousin era el padre de la ninñ a, pero las apariencias todavíóa contaban para algo, y durante su embarazo, cuando un chismoso del díóa llamado Alphonse Karr clavoó el arpoó n, Louise — haciendo lo que Hippolyte no se atrevioó a hacer — se vengoó de una manera calculada para darle a ella maó s notoriedad que a sus obras completas. Armada con un cuchillo de cocina (un arma maó s elegante habríóa sido "teatral" es coó mo se explicaba a síó misma, afirmando que su "dolor agudo" requeríóa que tomara lo que tuviera maó s a mano), lo encontroó frente a su edificio de departamentos y infligioó una herida en la carne tan leve que Karr perdioó poca de su sangre y nada de su compostura. "Ciertamente habríóa sido gravemente herido si mi atacante me hubiera acuchillado con un empuje horizontal directo en lugar de levantar su brazo por encima de su cabeza en un gesto traó gico, seguramente en previsioó n de una proó xima litografíóa del incidente," comentoó maó s tarde. Su atormentador admitioó que el valor que mostraba, a plena luz del díóa, sola y nueve meses embarazada, mostraba un caraó cter real, mientras que su amante la honraba en latíón con el epigrama: Maxime sum muller: sed vicut vir ago (soy una mujer por excelencia, pero seó actuar como un hombre). Se notoó que su voz ronca y su andar masculino hablaron contra sus rasgos femeninos. Querer tener eó xito por síó misma, mientras que la amante de una celebridad intelectual dieciocho anñ os mayor que ella, cuya caracteríóstica maó s irresistible puede haber sido su largo brazo, era maó s bien el dilema familiar de una mujer que quiere ser arrastrada por sus pies por un hombre que puede dominar, y el conflicto provocoó las peleas de los amantes no menos amargas que las conyugales. La paz requeríóa de una fascinacioó n mutua, es decir, que Cousin podíóa tirar de los hilos cuando publicaba sus libros, siempre y cuando no se lo dijera, mientras ella fingíóa ignorancia sobre sus tíóteres. La maternidad no parece haberla distraíódo de sus trabajos literarios. Penserosa aparecioó a principios de 1840, y maó s tarde ese anñ o, cuando los restos de Napoleoó n llegaron en medio de los preparativos para la guerra, Louise se apresuroó a escribir una larga oda para reunir a la nacioó n nerviosa: Soyez unis dans le danger N’ayez qu’un amour, la patrie! Et qu’une haine: l’Etranger!186
Consciente de su escandaloso abuelo, de las victorias del ejeó rcito ciudadano en Valmy y Jamappes, de Julie Candeille supuestamente posando en la Feô te de la Liberteó , recurrioó a la Revolucioó n del siglo XVIII por temas: primero con una obra en prosa de un acto sobre Mirabeau, luego con poemas dramaó ticos sobre dos maó rtires femeninas, Charlotte Corday (que empunñ aba un cuchillo contra el demagogo Marat con mayor eficacia que Louise contra Alphonse Karr) y Mme Roland. Mientras tanto, los problemas 186Let us be united in danger, Let us have but one love, the fatherland! And but one hatred: the Foreigner! En la tradución del autor. Unámonos en peligro. ¡Tengamos un solo amor, la patria! Y solo un odio: ¡el extranjero! En una traducción literal al español.
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financieros la acosaban. El salario de Hippolyte Colet podríóa haber sido suficiente si su esposa hubiera sido ahorrativa o venal, pero Louise no lo era. Maó rtir de su prodigalidad y su orgullo, ella pagoó por ellos produciendo una prosa remunerativa en forma de un libro de viajes impresionista sobre Provenza y dos voluó menes de historias sobre mujeres brutalizadas y explotadas — Coeurs briseó s (Corazones Rotos). Otro concurso de poesíóa patrocinado por la Academia Francesa, este para celebrar el monumento de Molieè re presentado en enero de 1844 cerca de la Comeó die-Française, le otorgoó otro premio, dos mil francos, que orientoó a la familia sobre los escollos que se aproximaban. Beó ranger, que la preparoó en la composicioó n del poema, tambieó n promovioó su causa. 187 La energíóa, el rasgo maó s glorificado por los romaó nticos europeos, fue lo que Juliette Reó camier afirmoó admirar en Louise cuando las dos fueron presentadas durante este períóodo. Para Louise, la estima de Mme Reó camier y la consecuente admisioó n en su saloó n le otorgaron prestigio social y literario maó s allaó de cualquier cosa que la Academia francesa pudiera concederle. En la Abbaye-aux-Bois, un convento en la rue de Seè vres al que las senñ oras de distincioó n en ruinas se retiraron sin recibir oó rdenes, la gran belleza exiliada por Napoleoó n por sus simpatíóas liberales habíóa retenido su corte desde 1814. Fue allíó donde Delacroix, Hugo, Balzac, Lamartine, Sainte-Beuve, Benjamin Constant, Musset y Stendhal se habíóan mezclado con eminencias políóticas. Los puestos de embajador se ganaron o perdieron en la deó cada de 1840, y el caballero platoó nico de Juliette, Chateaubriand, destinatario de varios de esos puestos, aparecíóa todas las tardes a las tres para leer los pasajes de su enorme obra en progreso, Mémoires d'outretombe. Auó n asíó, la iniciacioó n de Louise no disminuyoó el dolor de la vida. En 1843, otro ninñ o, hijo de Cousin o Colet, murioó despueó s de varias semanas. Hippolyte contrajo tuberculosis; tener que cuidar al marido que hacíóa mucho que habíóa dejado de amar o agradar la amargaba auó n maó s. Su relacioó n con Cousin tambieó n se desgastoó ligeramente, aunque incluso en el peor de los casos, nunca dejoó de proporcionarle una asignacioó n a su hija y discretamente la ayudoó a publicar su trabajo. Los berrinches que brillaron como rayos desde el azul confirmaron la impresioó n de que Louise no teníóa ninguna aptitud para la satisfaccioó n. "¡Oh, triste personalidad!" exclamoó Cousin. "Ella es su propia enemiga y huye de la felicidad por no saber coó mo daó rla." Una amiga contra la que se volvioó sin maó s motivo que los favores recibidos, escribioó que era una pobre criatura llorando por los escombros que ella misma habíóa esparcido. Un refugio para sus problemas fue el taller de Pradier en la rue Breó da, cerca de su apartamento en la rue Fontaine-Saint-Georges. Con su ojo avizor para la belleza femenina, Pradier aprecia a Louise y la esculpioó dos veces, primero en 1837 como Safo recostada pensativamente contra el tronco de un aó rbol junto a un arroyo, y luego, nueve anñ os despueó s, como ella misma. El famoso mujeriego que era pudo haber querido agregarla a una lista de concubinas modelo que incluíóa a Juliette Drouet la amada de Hugo, pero en este caso se conformaríóa con el papel de intercesor cuando, varias semanas despueó s de encontrarse en su estudio principal en el Palacio abacial, Louise y Flaubert se hicieron amantes.
187Ella hábilmente promovió su propia causa en su propio salón, que llenó todos los jueves de luminarias académicas (las conocidas por sus puntos de vista liberales) presentadas por Cousin.
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Ese evento tuvo lugar durante el aniversario de "Les Trois Glorieuses", los "tres díóas gloriosos" (como se conocíóa del 27 al 29 de julio) que marcaron el ascenso de LouisPhilippe al poder en 1830. Las celebraciones comenzaron con dos disparos al rey desde debajo de un balcoó n del palacio en el que se presentoó para un concierto puó blico en las Tulleríóas. Paríós apenas prestoó atencioó n a otro intento fallido de asesinato, y Flaubert menos auó n, que habíóa quedado paralizado en el estudio abacial por Louise con un vestido azul, sus largos rizos de cabello o papillotes, rozando sus hombros desnudos. Cuando cayoó la noche, los papillotes se desplegaron sobre una almohada en la habitacioó n de un hotel en la rue de l'Est, pero el veintinueve terminoó para el escritor como algo ignominioso, como lo habíóa sido para el rey, con Louise consolando a un joven incapaz de tener sexo. "Soy una pobre excusa para un amante, ¿verdad?", Escribioó Flaubert, que no podíóa perdonarse faó cilmente este rato de impotencia. "¿Sabes que lo que sucedioó nunca me habíóa sucedido antes? (Estaba cansado como un perro y tenso como una cuerda de violonchelo.) Si hubiera sido un hombre orgulloso de su persona, me habríóa sentido terriblemente enojado. Estaba realmente molesto, pero en tu juicio." Mientras que otra mujer podríóa haber hecho "suposiciones odiosas" — sobre ella o eó l, dudando ella de su atractivo o eó l de su virilidad — ella no hizo ninguna de las dos cosas. "Te estaba agradecido por una inteligencia espontaó nea que no vio nada draó sticamente cuando me sentíó desconcertado por lo que creíóa que era una monstruosidad inaudita." Dado que ninguó n desastre semejante habíóa caíódo sobre eó l en companñ íóa de rameras, ella podíóa asegurarse a síó misma que significaba amor y respeto en lugar de lo opuesto. En cualquier caso, Gustave hizo mejoras la noche siguiente, o la tarde siguiente, en un coche hansom, durante una de las dos excursiones que tomaron por el Bois de Boulogne.188 Si eó l fuera lo suficientemente rico, escribioó , compraríóa el carruaje y lo guardaríóa en su cobertizo como una reliquia del momento tierno que experimentaron juntos. Los ojos de Louise lo hipnotizaron, escribioó . "La suave cadencia de los resortes y nuestras miradas, maó s entrelazadas que nuestras manos. Vi tus ojos brillar en la noche. Mi corazoó n se derritioó . . . Fue puro eó xtasis sentir tu pupila clavada en la míóa y bebiendo lentamente su efluencia." Louise deseoó que su pasioó n fuera libre y clara, pero desde el principio estuvo llena de presentimientos de fatalidad, como en otra imagen que recuerda a otro carruaje, otro paseo nocturno y su primer ataque epileó ptico. "¿Queó fuerza irresistible me empujoó hacia ti?", Preguntoó Gustave. "Por una fraccioó n de segundo me puse de pie en el borde y vi el vertiginoso abismo, luego me inclineó hacia adelante." Louise tambieó n habíóa caíódo, menos ambivalentemente. Flaubert deja en claro por sus negativas que ella discernioó la grandeza en eó l. Sin embargo, no queda nada de las cartas que interpretan estos eventos desde la perspectiva de Louise. Casi todas fueron destruidas. En noviembre habríóan escrito el primer volumen de lo que se convirtioó en una historia de amor epistolar. Apenas llegoó Flaubert a Rouen, obedecioó el mandato de Louise de enviarle una carta por díóa. Dado que su propia papeleríóa todavíóa mostraba el borde negro del luto, usoó papel normal, queriendo "nada triste", explicoó , para cursar 188Otra prefiguración de las escapadas de Emma Bovary. Exactamente cuándo comenzó el romance no está claro, pero probablemente no tuvo lugar el día 30, durante la exhibición de fuegos artificiales, cuando la hija de Louise, Henriette, estaba con ellos en el coche, durmiendo. Menos importante que la fecha exacta de consumación es la probabilidad de que Louise haya parecido menos desalentadora, porque fue más fácil, en un coche que en la cama.
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entre ellos. "Me gustaríóa traerte solo alegríóa y rodearte con una felicidad tranquila y pagarte una pequenñ a medida de todo lo que me has prodigado." Del mismo modo que a menudo se quejaba, en notas de viaje, de que su respuesta a la belleza externa era inadecuada, entonces ahora, mientras escribíóa "¡Queó recuerdo! y ¡queó deseo! . . . Estaó bamos solos, felices. . . ," expresoó el temor de sonar "fríóo, seco y egoíósta," de ser impotente o, en cualquier caso, desigual a las pasiones que se agitan dentro de eó l." Me parece que no estoy escribiendo bien, que vas a leer esto con frialdad, que no estoy diciendo nada de lo que quiero expresar." Maó s tarde se volvioó líórico al describir coó mo el pensamiento de ella le cantaba a eó l, coó mo bailaba ante sus ojos como un "fuego alegre" impartiendo calidez y color. EÁ l visualizoó el movimiento "provocativo" de su boca mientras hablaba, su "boca rosada y huó meda" lo convocaba a besarla, "succionaó ndolo" hacia ella. La mayoríóa de las veces, el deseo de Flaubert luchaba por hacerse oíór sobre un aullido de ansiedades. La musa que admiraba su lenguaje y su erudicioó n era tambieó n el antimusa que lo paralizaríóa al insistir en que publicara. La belleza demostrativa que lo habíóa colocado por encima de Victor Cousin era la madre cuya preferencia por eó l podíóa costarle su virilidad. El emancipador que lo habíóa abierto fue la mujer fatal que lo desalojaríóa de su vida interior. Despueó s de cinco díóas en Croisset, escribioó : "Has hecho una gran brecha en mi existencia. Me habíóa rodeado de una pared estoica; solo una de tus miradas la derriboó como una bala de canñ oó n. Síó, a menudo me parece que puedo escuchar detraó s de míó tu vestido crujiendo en la alfombra." Al declarar que los hombres acarician con carinñ o a los ninñ os que mueren joó venes, se moriríóa a síó mismo, temíóa que, con todas sus caricias, llegara a considerarla indispensable. "[El prospecto] me da vueltas la cabeza. Tu imagen me atrae, me da veó rtigo. ¿Queó seraó de míó? No importa, ameó monos, ameó monos." Un tema constante, desde el momento en que llegoó a casa, fue su paraó lisis. En casi todas las cartas le decíóan a Louise que las cartas que le enviaba estaban excluyendo alguó n otro proyecto o que la imagen de ella alojada en su cerebro, como la de Medusa, habíóa detenido su pluma. Las puó as se agudizaron ritualmente, pero sin ninguó n efecto. Su estudio se habíóa convertido en una sala para pasear y tumbarse en el sofaó de cuero verde. "Puedes ver que ya no tengo corazoó n o voluntad para nada," se lamentoó el 11 de agosto. "Soy una criatura tierna y flaó cida que existe a tu entera disposicioó n. Mi vida es un mundo de ensuenñ o vivido en los pliegues de tu vestido, al final de tus suaves rizos. Tengo un mechoó n de tu cabello justo a mi lado. ¡Queó maravilloso huele! ¡Si supieras cuaó n seguido pienso en tu voz, en el aroma de tus hombros! Senñ or, teníóa la intencioó n de trabajar, no de conversar contigo. No pude, tuve que rendirme." Quince díóas maó s tarde, despueó s de soportar peticiones implacables para una reunioó n en Paríós y diatribas en contra de su excesiva teatralidad o inclinacioó n por el autoanaó lisis, repitioó su lamento, sin el sensual toque final. "No estoy haciendo nada, no estoy leyendo nada, ya no escribo, excepto para ti. ¿Doó nde estaó la pobre y simple vida de trabajo duro que solíóa llevar? Digo 'solíóa' porque ya pasoó hace mucho tiempo." Lo que solíóa acompanñ ar estas acusaciones contra la antimusa fueron las protestas de indignidad. Cuanto maó s se deleitaba Louise en la amplitud de su amor, maó s se denunciaba Flaubert por la insuficiencia del suyo. Mientras que ella, que despidioó a su marido con un gesto casual de su hermoso brazo, siguioó deseando abrazarlo. EÁ l interpuso constantemente a Mme Flaubert, declarando una y otra vez que no era un hombre disponible, libre para satisfacer sus deseos, sino un reheó n del dolor de su 167
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madre. ¿Podríóa eó l simplemente dejar todo atraó s y vivir en otro lado? eó l le preguntoó a ella en respuesta a su burlona observacioó n de que eó l se comportaba como una mujer joven bajo estricta vigilancia. "Es imposible. Si fuera completamente libre iríóa a Paríós; síó, contigo allíó no tendríóa la fuerza para exiliarme de Francia, un proyecto apreciado desde la juventud, que lograreó alguó n díóa. Porque quiero vivir en un paíós donde nadie me ama o me conoce, donde mi nombre no arranca las cuerdas del corazoó n, donde mi muerte, mi ausencia no le costaraó a nadie una laó grima." Como dijo en otra ocasioó n, su vida estaba atada a la tiraó nicamente protectora Mme Flaubert, quien, sin tener otra raison d’eô tre189 que su hijo menor, imaginoó obsesivamente que su neó mesis se lo habíóa arrebatado. Desaparecieron los placeres de maniobrar un velero en un fuerte viento: habíóa enviado su equipo al aó tico. Ni siquiera se atrevioó a tocar madera, velas o tabaco: su madre, convencida de que habíóa tenido un ataque, se precipitaríóa por la escalera, precediendo al criado. Si solo Louise hubiera podido presenciar la profunda depresioó n en la que el busto de Caroline, hecho por Pradier, habíóa arrojado a Mme Flaubert, comprenderíóa mejor su situacioó n, pensoó . Mientras tanto, nadie entendioó . Una cara llorosa se despidioó de eó l cuando salioó de Paríós, y otra lo saludoó cuando llegoó a Rouen. "Las dos mujeres que tengo maó s queridas han corrido un poco con dos riendas en mi corazoó n. Me tiran alternativamente por el amor y el dolor" ¿Un fragmento o un todo? Necesitando distancia emocional, el joven que tuvo tanta falta de personalidad se sintioó maó s coó modo en Croisset conjurando una imagen eroó tica de Louise, con un cajoó n lleno de fetiches, que la que tuvo en Paríós lidiando con una mujer incontrolable. Ademaó s del mechoó n de pelo, habíóa una bolsa de fragancias, un panñ uelo, un retrato, sus cartas (olíóa su olor almizclado) y unas zapatillas manchadas de sangre, que lo excitaban maó s intensamente que cualquier otra cosa. 190 Un segundo retrato, maó s grande, estaba apoyado contra una almohada en el sofaó de chintz rescatado de su piso de estudiante, entre dos ventanas, donde podríóa imaginarla sentada en persona alguó n díóa. "Lo dejareó allíó asíó", escribioó el 14 de agosto de 1846, el díóa en que lo entregoó Maxime Du Camp. "Nadie lo tocaraó . Mi madre lo vio, tu cara la complacioó , te encontroó linda, con — en palabras de ella — un aire alegre, abierto, de buen caraó cter. Le dije que yo y otros te visitaó bamos cuando recibiste pruebas del grabado recieó n impreso y que nos las diste como regalos." Puede que Louise ya haya empezado a preguntarse si alguna vez se sentaríóa en el sofaó de chintz entre dos ventanas o se encontraríóa con su augusto rival (de quien la relacioó n estaba oculta con mentiras y arreglos postales enganñ osos), si los objetos imbuidos de tal vida para Flaubert de hecho no consagraban su ausencia. Ciertamente, el alboroto que hizo varias semanas maó s tarde sobre un nuevo silloó n despertoó terribles sospechas. "Con esta carta bautizo el silloó n en el que estoy destinado, si vivo, para pasar largos anñ os," escribioó . "¿Queó voy a escribir en eó l? Soó lo Dios sabe. ¿Seraó bueno o malo, tierno o eroó tico, triste o alegre? Un poco de todo eso, probablemente, y nada exclusivamente del uno o del otro. En cualquier caso, que esta inauguracioó n bendiga mi futuro trabajo." Si su celebracioó n de un objeto que encarnaba desde el principio su preferencia por las relaciones epistolares la ofendíóa, tambieó n lo 189Razón de ser. 190Aunque muy erotizado para Flaubert, como para muchos hombres de la época, el pie calzado de una mujer no estaba completamente fetichizado en el sentido clásico en el que el interés erótico está completamente desplazado de los genitales. Aquí los dos se combinan en una imagen de zapatillas manchadas con sangre menstrual.
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hacíóa su obtusa respuesta a la indignacioó n de ella. "¡¡¡Coó mo puedes reprochar incluso mi afecto inocente por un silloó n!!! Si hablara sobre mis botas, creo que estaríóas celosa de ellas." Solo anñ os maó s tarde admitiríóa que habíóa proporcionado el estudio con un ojo femenino a cada detalle, ya que su bienestar espiritual dependíóa de su extranñ o y personal mobiliario. En ninguna parte de su cruel ingenuidad y el impulso de empujar cuando se aprieta de manera tan flagrante como en una carta que podríóa haber disuadido a una mujer menos enamorada que Louise con el martirio o lo suficientemente modesta como para darse cuenta de que la regla de hierro de Flaubert no permitíóa excepciones. "Quiero llenarte de todas las felicidades de la carne, para hacerte cansar de ellas, para hacerte morir de ellas. Quiero que recuerdes esos transportes en tu vejez y que tus huesos disecados tiemblen de alegríóa ante la idea," escribioó . Flaubert que amaba la oda de Ronsard "AÈ sa maíôtresse", pero lo que le daba a su propia amante era una perversioó n de carpe diem: los transportes de placer que espera compartir con ella solo son recuerdos de una edad solitaria. Se imagina a Louise y a eó l aprovechando el díóa solo para dejarla con las manos vacíóas, como un amante saciado escabulleó ndose en la oscuridad de la noche, o un actor golpeando el escenario despueó s de su turno de estrellas. Los aplausos por una actuacioó n que finalmente borraríóa el fiasco de su primera noche y que eclipsara a Victor Cousin significaban maó s que el placer en síó mismo. Flaubert sabíóa, ademaó s, cuaó n angustiada estaba Louise por los heraldos de la edad madura. Todos los saó bados, una peluquera, con quien teníóa citas diarias para restaurar el rizo y la caíóda de sus papillotes, le arrancaba sus cabellos blancos.191 Breves reuniones tuvieron lugar a grandes intervalos, la primera en Paríós hacia fines de agosto, una segunda cita tres semanas maó s tarde en Mantes, un pueblo en el Sena maó s allaó de Les Andelys, donde visitoó a Ernest Chevalier, su hogar de Coó rcega durante el receso de verano , proporcionoó una coartada para confundir a Mme Flaubert. Una noche fue suficiente para inspirar semanas de reminiscencias torturadas. Deseo cuajado de culpa. La imagen de Louise se arqueoó sobre eó l con los dientes castanñ eteando en un apasionado coito mezclado con las laó grimas corriendo por su rostro cuando se separaron en la estacioó n de tren. Siempre inadecuado despueó s del hecho, apenas sabíóa si su amor habíóa sido un clíómax o un sufrimiento. "Me encontraste fuerte e inflamado," escribioó al regresar de Mantes. "Bueno, ahora me parece que teníóa fríóo, que podríóa haberte dado maó s besos ardientes. En la primera oportunidad borrareó el recuerdo de esa noche, justo cuando esa noche borroó la memoria de su predecesor. Ya no dudas de míó, ¿no es asíó, querida Louise? Estaó s bastante segura de que te amo, de que continuareó amaó ndote por mucho tiempo. Y no juro nada, no prometo nada, mantengo mi libertad como tuó la tuya." EÁ l no podíóa olvidar sus ojos brillando mientras ella se acostaba encima de eó l, sus rizos colgando debajo de su gorro de dormir, y el suave calor de su cuerpo. "¿Recuerdas mi arrobamiento?", Preguntoó Gustave. ¿Recordoó eó l su dolor? ella puede haberse preguntado. Las separaciones la desgarraron; pero una relacioó n constantemente tensa, una aventura amorosa mantenida en un alto tono emocional, la 191Cuando Louise Colet decidió llevar un diario en 1845, su primera entrada fue un autorretrato físico, que dice, en parte, de la siguiente manera: "Mi figura ya no es esbelta, pero sigue siendo elegante y bien formada. Mi pecho, cuello, hombros, brazos, son muy hermosos. La gente todavía admira la forma en que mi cuello se funde con mi cara. El inconveniente es que la cara, como resultado, puede parecer demasiado redonda. Corrijo este defecto con mi peinado."
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satisfizo tanto como la oportunidad de montar a horcajadas sobre su joven hombre. A juzgar por sus versos, Contre une heure d’amour, de pure volupteó J’eó changerais ma vie et mon eó terniteó ,192
uno podríóa decir que ella vivioó para interludios tan romaó nticos, que la ayudaron a traveó s de lo cotidiano banal como arias en un recitativo seco. Flaubert prescribioó la resignacioó n a una existencia "maó s paó lida, maó s opaca" organizada en torno al trabajo, y con una seriedad de meó dico le advirtioó que su "estado convulsivo del alma" tendríóa consecuencias fatales. "Que mi imagen te caliente en lugar de quemarte." Todo fue en vano. Dado que Flaubert solíóa manifestar su determinacioó n de no casarse ni tener hijos fuera del matrimonio, Louise esperaba que despotricara o se desmayara al saber, a mediados de septiembre, que podríóa estar embarazada. De hecho, reaccionoó con ecuanimidad y le aconsejoó que no se alejara de Paríós por un aborto, como ella se propuso hacer, hasta que un meó dico, preferiblemente uno que no la conocíóa, le confirmara sus peores temores o hasta que ella hubiera tomado una medicina que induciríóa el flujo menstrual (llamada les Anglais en esta correspondencia) si el embarazo no fue la causa de su arresto. "Una crisis emocional puede ser suficiente para retrasarlo," la tranquilizoó . "Viajar al extranjero para encontrar una solucioó n a un problema inexistente seríóa una locura. Creo que este es un consejo sabio y te ruego que lo sigas. Ademaó s, quema esta carta." Dos o tres díóas despueó s, aparentemente anuncioó , con sarcasmo, que el aborto habíóa tenido lugar. Si un ninñ o hubiera venido, respondioó eó l, no habríóa sido la figura angustiada que ella habíóa imaginado. "Lloro mucho antes de los eventos, muy poco durante. Tengo miedo al peligro mientras no exista. Una vez que se presenta, lo acepto sin pensar." De ninñ o le habíóa tenido miedo a las sombras y los fantasmas, no a los caballos ni a los truenos, y asíó se quedoó . Auó n asíó, las cosas habíóan salido lo mejor posible. "Un alma menos miserable en la tierra," exclamoó en el preludio de una nihilista gueulade. "Un candidato menos para el tedio, para el vicio o el crimen, sin duda para la desgracia. ¡Tanto mejor si no tengo posteridad! Mi nombre oscuro se extinguiraó conmigo y el mundo continuaraó en su camino como si hubiera dejado uno ilustre. La idea de la nada absoluta me agrada. . . [De todos modos], piensa queó molestia habríóa sido para ti, queó espina en tu almohada." La denuncia furiosa de una sociedad muy preocupada con el linaje (y probablemente considere a su hermano mayor como el tema maó s cierto de su ilustre padre) lo apaciguoó ; despueó s de pronunciar su diatriba cayoó de rodillas adulando a Louise: Vine, me aceptaste en la sublime ingenuidad de tu candido amor. Entonces, sin que yo lo exigiera, sacrificaste tu cuerpo, tu alma, tu modestia femenina, el amor de los hombres superiores que te rodeaban, y, egoíóstamente decidido a disfrutar de míó mismo sin importar nada, te pagueó infligieó ndote un castigo, el maó s terrible por que el costo te sea muy alto. ¡Y te resignaste a ello de antemano, pobre aó ngel! Todavíóa estabas contenta, aunque ahora lo lamentes. ¡Oh! coó mo te abrazo. Estoy conmovido, estoy sollozando. ¡Síó, deó jame besarte por 192For an hour of love, of pure sensual pleasure / I would trade my life and my eternity. Traducción del francés por el autor. Por una hora de amor, de puro placer sensual / Yo cambiaría mi vida y mi eternidad. Traducción libre al español.
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Flaubert: Una vida — Frederick Brown ese pobre corazoó n que late por míó! ¡Oh! ¡Queó buena eres! ¡Devota! Si hubieras nacido fea, tu alma auó n brillaríóa en tus ojos y te volveríóa encantadora con un encanto que toca . . . Tienes razoó n al decir que nunca he sido amado como tuó me amas. Ni tampoco lo sereó jamaó s. Sucede solo una vez en la vida.
De nuevo sobre sus pies, eó l la instoó a trabajar duro, a cenñ irse su flacidez sentimental con una prosa "sobria y severa" y a ofrecerle un "trabajo grande y hermoso" — presumiblemente en lugar de un bebeó grande y hermoso. Tomar banñ os diarios (lo maó s inusual para aquellos díóas) tambieó n le haríóa bien, como a eó l. Durante todo el otonñ o, ocho o diez cartas clandestinas volaron en ambas direcciones entre Paríós y Croisset cada semana, llevando mensajes de amor con alas de reproche. ¿Por queó eó l le dedicoó tanto espacio precioso a Shakespeare? ella se quejoó . ¿De queó deberíóa hablar si no fuera de las cosas que consideraba maó s queridas? eó l respondioó . Su constante suó plica era que viniera a Paríós o la invitara a Croisset, y su respuesta habitual era que las circunstancias lo impedíóan. Ella lo acusaba de tener maó s imaginacioó n que corazoó n, con ser extranñ amente caprichoso, con disfrutar de la companñ íóa de familiares y amigos mientras vivíóa una existencia triste. EÁ l insistioó en ser reconocido como el indiscutible senñ or de la soledad, y aludioó a lo que pudieron haber sido pequenñ os ataques, o "ausencias," experimentadas en su presencia. 193 "Soy yo quien estoy solo, que siempre lo he estado. ¿No notaste dos o tres ausencias en Mantes? . . . cuando gritaste: '¡Queó caracter maó s raro tienes! ¿Con queó estaó s sonñ ando?' No seó de queó va, pero el estado que rara vez has visto es mi estado habitual. No estoy con nadie, en ninguna parte, no en mi tierra y tal vez no en el mundo. La gente me rodea en vano, ya que no hay un yo que rodear. La muerte no alteroó mi condicioó n espiritual cuando me arrebatoó a mi familia; lo perfeccionoó . Previamente estaba solo dentro de míó, y ahora estoy solo tambieó n afuera de míó." Si ella hubiera sido excesivamente indulgente, Louise podríóa haber atribuido ciertos errores hirientes a esta desconexioó n maó s que a una mala racha en eó l. Cuando eó l se enteroó , por ejemplo, que un primo de ella se dirigíóa a Guyana, le escribioó a Eulalie Foucaud una carta de tono coqueto y se la envioó a Louise con la peticioó n de que su primo la entregara tan pronto como llegara a Cayenne. Peor auó n, la invitoó a leerla. "Es una vieja conocida, no tengas celos de ella, puedes leer la carta siempre y cuando no la rompas," instruyoó . "No te diríóa todo esto si te considerara una mujer ordinaria. Pero lo que en verdad te puede desagradar es el hecho de que te trato como a un hombre en lugar de a una mujer." Le suplicoó que confiara maó s en su mente que en su temperamento en sus relaciones con eó l. "Maó s tarde, tu corazoó n estaraó agradecido con su cabeza por esta imparcialidad. Siempre penseó que encontraríóa en ti menos personalidad femenina, una concepcioó n maó s universal de la vida." Mientras que Louise deseaba la mansedumbre en su amante epistolar, Flaubert queríóa, o pretendíóa querer, la mente de un hombre en el cuerpo de una mujer. Lo que obtuvo fue indignacioó n. "¿De modo que encontraste que mi carta [a Eulalie Foucaud] era demasiado afectuosa?", preguntoó eó l hipocritamente, despueó s de haber evocado, con cierta nostalgia, los grandes pechos de Eulalie. "No habríóa sospechado eso. Penseó , por el 193Ausencias se introdujeron como el término para pasar confusiones mentales sin síntomas físicos definidos por un neurólogo francés, L. F. Calmeil, en 1824 (y rebautizados como "estados de ensueño" por el gran neurólogo inglés John Hughlings Jackson). Louise no fue testigo de una convulsión en toda regla hasta agosto de 1851. Ella relató el evento en un diario, pero nunca escribió sobre él.
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contrario, que a veces rayaba en la insolencia y que su tono general era un poco descarado." No era cierto, afirmoó eó l, que hubiera amado a Eulalie alguna vez. Solo que, como un actor obligado por su papel, podíóa persuadirse de cualquier cosa con la pluma en la mano. "Tomeó mi tema en serio, pero solo mientras escribía. Muchas cosas que me dejan fríóo cuando las veo o cuando otros hablan de ellas, me excitan, irritan, me hieren si yo mismo hago el discurso, o especialmente lo escribo. Esto demuestra que soy un showman nato." La carta a Eulalie fue un ensayo de Rodolphe para Emma Bovary, con Louise en la audiencia albergando dudas sobre la sinceridad de sus cartas. Cada avance de Louise fue desviado con un síómil. Cuando ella hizo una mueca ante un comentario grosero, eó l protestoó que la habíóa lastimado involuntariamente, como un gato que ensangrenta a la mujer que acaricia. Cuando ella cuestionoó su lejaníóa, afirmoó que no habíóa sido hecho para el amor o la felicidad, que, como un mendigo hambriento en la bodega de un restaurante que se alimenta de los aromas de la cocina de abajo, nunca habíóa probado tampoco. Sus retrazos la volvieron loca. Llegoó el invierno, luego el Anñ o Nuevo, y el torrente de cartas disminuyoó . Con ella entregando el mismo informe cada vez con mayor acritud, y con eó l ladrando los mismos argumentos en defensa propia, su correspondencia se convirtioó , como Flaubert lo dijo, "epileó ptica." La mediacioó n de Maxime Du Camp, en quien instoó a Louise a confiar, confiando en que la presencia de un enviado discreto la calmaríóa, solo empeoroó las cosas. Ella imaginoó sus confidencias traicionadas. Es posible que Flaubert ya haya reflexionado sobre la construccioó n de un drama en torno a la figura de San Antonio. Prominente en su estudio era el grabado de Callot basado en la Tentación de Breughel. Pero eó l no escribioó , o escribioó muy poco, y las referencias a la paó gina en blanco recorren su abundante correspondencia con Louise como un luó gubre obligato. ¿El refinamiento de su inteligencia y gusto habíóa atrofiado su vitalidad? ¿Su entusiasmo por la perfeccioó n habíóa subvertido su capacidad de apreciar cualquier cosa que no llegara a alcanzar? ¿Finalmente lo paralizaríóa por completo? El miedo a la impotencia emigroó de su cama a su escritorio. "Para míó, un tema a tratar es como una mujer de la que uno estaó enamorado," le confioó en octubre, declarando que volveríóa a trabajar en la primavera. "Cuando ella cede, tiemblas de miedo, es un susto voluptuoso. Uno no se atreve a tocar el deseo." Rara vez Louise lo vio tan desnudo. Por lo general, se vistioó de patetismo o humildad y afirmoó que su ambicioó n habíóa sido enterrada junto a su padre y su hermana, o que su tiempo era mejor cuando lo pasaba leyendo a los maestros que tratando de serlo. El anñ o 1847 se abrioó con una salva de Louise condenando sus "orgíóas intelectuales" y Flaubert suplicando castidad. "Ya no escribo, ¿cuaó l es el punto?" suspiroó . "Todo lo bello ha sido dicho y bien dicho. En lugar de construir un trabajo, seríóa maó s prudente descubrir otros nuevos bajo los anteriores. Me parece que cuanto menos produzco, maó s disfruto contemplar a los maestros, que es lo que hago, ya que pasar mi tiempo agradablemente es todo lo que deseo." Teoó crito y Lucrecio fueron sus amos del momento. "¡Queó artistas, esos antiguos! ¡Y queó idiomas esos idiomas! Nadie habla ya que es su igual." Louise, que habíóa querido lecciones de latíón de eó l y habíóa sido desairada, indudablemente sintioó que su reverencia por el mundo esoteó rico al que eó l le negaba el acceso era, en parte, una especie de postura desdenñ osa. A mediados de febrero de 1847, cuando Flaubert arregloó ver el busto de su padre hecho por Pradier y, le hizo una llamada de peó same a los d'Arcets (su hijo, el hermano 172
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de Louise Pradier, habíóa muerto por una laó mpara de gas que explotoó ), las relaciones se habíóan deteriorado tanto que Louise se enteroó de su planeada visita a Paríós por Maxime Du Camp. Una reunioó n, ciertamente no fortuita, tuvo lugar en el Palais abbatial. Maó s tarde, cerraron su alejamiento con una amarga disputa en la que ella transmitioó sus agravios contra eó l, todo excepto la sospecha, reservada para una carta, de que se habíóa convertido en el uó ltimo amante de Louise Pradier. 194 Flaubert se refugioó de la tormenta en el departamento de Maxime, donde, por la noche, una convulsioó n violenta lo incapacitoó . Dos semanas maó s tarde reunioó sus pensamientos en una carta grosera a Louise, diciendo, en detalle, que ninguno era culpable de su incompatibilidad baó sica. ¿Coó mo podríóa alguien como eó l, "las tres cuartas partes de su díóa", pasar admirando a Neroó n o Heliogaó balo, haber aplaudido las "pequenñ as devociones morales" y "virtudes domeó sticas o democraó ticas" que ella afirmaba mantener? "Completamente parcial como lo soy con la líónea pura, la curva prominente, el color fuerte, la nota sonora", escribioó , "siempre encontreó en ti un tono que gotea con un sentimiento que diluíóa todo y arruinaba tu pensamiento." Si solo ella hubiera estado satisfecha de amar intermitentemente, podríóa haber funcionado, pero queríóas extraer sangre de una piedra, la astillaste y ensangrentastes tus dedos. Queríóas hacer una caminata paralíótica; eó l cayoó sobre ti con todo su peso y ahora estaó maó s paralizado que nunca.
DURANTE LA ESTADIÁA DE MAXIME Du Camp en Croisset en agosto de 1846, eó l y Flaubert habíóan discutido la idea de un viaje largo de verano, a pie siempre que fuera posible, por el valle del Loira y alrededor de la peníónsula bretona. No era el Levante, pero Bretanñ a, una provincia en la que muchos aldeanos solo hablaban su lengua celta nativa, tampoco era Francia. Tampoco estaba maó s allaó del líómite geograó fico de la capacidad de Mme Flaubert para tolerar la separacioó n. Como Maxime, que la habíóa convencido por completo, parecíóa una companñ era responsable, ella bendijo el plan, con la condicioó n de que ella, viajando en carruaje, los encuentre una o dos veces en ciudades designadas. A fines de abril de 1847, los dos estaban listos para partir. Se tomaríóan notas en el camino para un trabajo colaborativo. Flaubert ya habíóa investigado la historia de Bretanñ a en la biblioteca municipal de Rouen, mientras que, en la Bibliotheè que Royale de Paríós, Maxime se ensenñ oó a síó mismo la geografíóa y costumbres bretonas y todo lo que pudo absorber de los monumentos celtas. La pareja consciente de la ropa habíóa pensado seriamente en su equipajes correspondientes, que incluíóan mochilas de piel de becerro de treinta libras llenas, botas de cuero blanco con tacos dientes de cocodrilo, sombreros de fieltro gris, polainas de cuero, bastones 194En agosto de 1847, Pradier, en medio de una conversación con Maxime Du Camp, repentinamente le preguntó: "¿Qué [sic] está fastidiando a Flaubert cuando viene a París?" Aunque tomado por sorpresa, Du Camp afirma no haber perdido la cabeza: "Respondí con un ligero indicio de desprecio por ti: 'Bueno, qué puedo decir, está jodiendo a una perra de una mujer conservada conocida como Madame Valory. Estoy muy molesto de verlo mezclándose con una grupo como ese.' Lo logré muy bien." Esta es la mejor evidencia de que su aventura con Louise Pradier comenzó ahora en lugar de en la década de 1850. Pradier había sorprendido a Louise en flagrante delito (sus amantes eran una legión) en diciembre de 1845, repudió las asombrosas deudas en que había incurrido y la expulsó del piso.
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gruesos usados en el comercio de caballos, chalecos de lino, ondulantes pantalones de lino, pipas tirolesas, cuchillos, cantimploras y trajes para uso urbano. En la manñ ana de 1 de mayo, caminaron bajo los higos desde el apartamento de Maxime a lo largo de los muelles hasta la Gare d'Orleó ans y abordaron un tren con destino al valle del Loira. Un canñ onazo anuncioó el díóa del nombre de Louis-Philippe — el uó ltimo de su reinado — pero Flaubert escuchoó un llamamiento inminente para olvidar las laó grimas de las mujeres en las salvajes costas escarpadas y en los paó ramos alfombrados de oro, entre los megalitos celtas y los coros desnudos y arruinados de las brigadas revolucionarias. La "fatalidad" de su propia naturaleza no puede ser arrastrada a voluntad. Poco despueó s de llegar a la regioó n del Loira sufrioó otro ataque de gran mal, no entre ciudades, afortunadamente, sino en Tours, donde Maxime, con gran presencia de aó nimo, contactoó a Pierre Bretonneau, un meó dico eminente (conocido hoy como el descubridor de la difteria y el primero hombre para formular una teoríóa de geó rmenes de la enfermedad), que administroó dosis masivas de quinina. No hubo maó s episodios durante sus tres meses en la carretera. En carruaje y carreta, en barco de vapor y a pie, se movieron hacia el oeste, hacia la costa atlaó ntica, visitando los castillos renacentistas situados a lo largo del Loira, como viudas medio olvidadas, una vez celebradas por su belleza. El ferrocarril pronto iba a dar a Blois, Chambord y Amboise toda una nueva generacioó n de cortesanos equipados con Baedekers, pero en 1847 los peregrinos realistas que honraban al pretendiente borboó nico exiliado, el nieto de Charles X, el conde de Chambord, seguiríóan siendo maó s numerosos que el turistas de clase. Uno se da cuenta de que Maxime y Flaubert, que sabíóan por sus investigaciones queó era de intereó s histoó rico o artíóstico en cada sitio, a menudo vagaban, casi solos, por las grandes casas. En Chambord, cuyas tablas de suelo podridas hacíóan que cualquier inspeccioó n fuera peligrosa, lo que teníóan por companñ íóa era una asna que amamantaba a su críóa. En Blois, donde las consolas habíóan sido despojadas de las estatuas obscenas que alguna vez sostuvieron, la esposa del conserje colgoó su ropa en la explanada del castillo. Chenonceaux pudo haber sido maó s visitado que otros por su hermoso espacio sobre el ríóo Cher, pero Flaubert no reportoó ninguna conversacioó n tonta que lo distraiga mientras contemplaba la cama de Diane de Poitier con el mismo ardor travieso que lo impulsaba a besar a la Psique de Canova. En lugar de compartir la cama de Diane, dormioó en un jergoó n en un monasterio trapense cerca de Meilleraye, comioó agrilla y gachas, y escuchoó Salve Regina cantar en víósperas. Los dos viajeros habíóan dejado los asuntos de habitacioó n, comida y transporte en gran medida al azar. Pasaríóan una noche en la prisioó n departamental despueó s de conversar con el alcaide y el siguiente en un hotel de la ciudad. Cuando la oscuridad o el cansancio se apoderaron de ellos, se establecieron en establos, cabarets, granjas, habitaciones bajo las vigas de posadas de campo normalmente ocupadas por mozos de cuadra sin lavar. En una ocasioó n, su anfitrioó n fue el oficial de aduanas local, en otro, un locuaz sobreviviente de Trafalgar y la campanñ a rusa de Napoleoó n. La aventura comenzoó en serio una vez que llegaron al estuario del Loira en Nantes, rodearon las salinas al norte de Saint-Nazaire, atravesaron Gueó rande y entraron en la Baja Bretanñ a, donde su aspecto desconcertoó a los nativos maó s propensos a creer en elfos que en turistas. Varios díóas maó s de viaje por un medio u otro, durante el cual cenaron repetidamente los alimentos baó sicos bretones que Flaubert llamoó "nuestra inevitable tortilla e ineluctable ternera," los llevaron a Vannes en el golfo de Morbihan, 174
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un mar de agua salada interior con islas cubiertas de pinos. Estas se cruzaron en un bote alquilado, inspeccionando diligentemente la extraordinaria caó mara funeraria de doó lmenes con remolinos como huellas dactilares excavadas quince anñ os antes en IÎle de Gavrinis y la confusioó n de menhires y tuó mulos en la peníónsula de Locmariaguer antes de visitar los Stonehenge de Bretanñ a en Carnac, donde se formaron losas verticales con una aó spera media luna en diez filas. ¿Coó mo vieron los megalitos? Con un bostezo, seguó n ambos, aunque los autodenominados "celofoó bicos" maó s tarde hicieron que los campesinos les cavaran un poco con la esperanza de encontrar artefactos o, mejor auó n, craó neos prehistoó ricos. Maó s pronto habríóan hecho el viaje para ver los sombreros bretones que las piedras bretonas (y en particular un sombrero de mimbre tan grande que Flaubert pensoó que era mejor describirlo como un planisferio). Lo que síó les interesoó de las piedras fue el exuberante crecimiento de la especulacioó n que cubríóa estos misteriosos escombros. Se divirtieron con traviesos resuó menes de varias teoríóas recientes. "Esta trivialidad constituye la llamada arqueología celta, una ciencia en cuyos encantos simplemente debemos iniciar al lector," escribioó Flaubert, ya anticipaó ndose a su Bouvard et Pécuchet. Una piedra colocada sobre otros se llama dolmen, ya sea horizontal o vertical. Una coleccioó n de piedras verticales coronadas por losas consecutivas, formando asíó una serie de doó lmenes, es una gruta de hadas, una roca de hadas, una mesa de hadas, una mesa del diablo o un palacio de gigantes, como anfitriones burgueses que sirven el mismo vino bajo diferentes etiquetas, Celtomanes . . . han adornado cosas ideó nticas con diversos nombres. Cuando estas piedras estaó n dispuestas en una elipse, sin sombrero en sus orejas, uno debe decir: "Hay un cromlech." Cuando uno divisa una piedra colocada horizontalmente en dos verticales, una estaó mirando un lichaven o trilith. . . A veces, dos enormes bloques se sostienen entre síó, aparentando tener un solo punto de contacto, y uno dice que "estaó n tan equilibrados que una raó faga de viento a veces es suficiente para hacer que el superior se balancee." No niego esta afirmacioó n, aunque los bloques supuestamente impresionables nunca se movieron cuando les dimos algunas patadas raó pidas.
Si se lo invita a ofrecer su propia opinioó n, se hubiera mantenido incondicionalmente firme y, cenñ ido a la reaccioó n de conmocioó n de doctos comentaristas, declaroó que "las piedras en Carnac son realmente piedras muy grandes." La naturaleza era un asunto completamente diferente: las palabras que reteníóa de las piedras que incorporaban un mensaje críóptico se derrochaban en las rocas lisas disponibles para sus pensamientos y sentimientos. Estos los encontroó a lo largo de la costa escarpada, pero especialmente, en Belle-IÎle, a ocho millas de la peníónsula de Quiberon. Atraíódos por los acantilados de cuarcita que surgíóan del Atlaó ntico y centelleaban con la luz del sol, eó l y Maxime llegaron a ellos tan pronto como desembarcaron en Le Palais, debajo de la ciudadela en forma de estrella construida por Vauban. Un camino corríóa alrededor del borde de la isla. Lo siguieron por paó ramos y descendieron al mar, donde los desprendimientos de tierra habíóan creado una doó cil canñ ada. Caminaron durante horas, sin importar el tiempo y la marea, a lo largo de las playas de arena y las rocas color nacarado. Auó n maó s entusiasmados que durante sus momentos maó s felices en Coó rcega, Flaubert cedioó ante el mundo que lo rodea. "La forma de las algas marinas, la suavidad de los granos de arena, la dureza de la roca haciendo clic debajo de nuestros zapatos, la altura de los acantilados, el borde de las 175
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olas, la hendidura de la costa, la voz del horizonte, la brisa del mar acariciaó ndonos como labios invisibles: . . . nuestro espíóritu agitaó ndose en la profusioó n de estos esplendores, alimentamos nuestros ojos en ellos, nuestras fosas nasales se encendieron, nuestras orejas se levantaron," escribioó . Algo vital extraíódo magneó ticamente de los elementos por nuestra mirada amorosa nos alcanzoó y se fusionoó con nosotros . . . Nos convertimos en naturaleza, sentimos su envolvimiento y nuestra alegríóa era inconmensurable. Nos hubiera gustado perdernos en eó l, haber sido encantados . . . Al igual que en los transportes de amor uno desea tener maó s manos para andar a tientas, maó s labios para besarse, maó s ojos para contemplar, maó s alma para amar, entonces, cubrimos la naturaleza en una aventura delirante, lamentamos que nuestros ojos no pudieran penetrar el seno de las rocas o llegar al fondo de los mares o subir a la extensioó n maó s lejana del cielo para ver coó mo comienzan las rocas, coó mo se forman las olas y se encienden las estrellas.
Para Belle-IÎle eó l era el amante que Louise habíóa anhelado. Empapados por catorce horas banñ ados por la neblina marina y los dedos de los pies sobresaliendo de las botas desgarradas, llegaron a la ciudad amurallada de la isla justo antes de que se cerraran las puertas, se quedaron profundamente dormidos y, auó n embriagados por el recuerdo de una alegríóa abundante, se levantaron al amanecer para ponerse a navegar hacia el continente. Cuanto maó s avanzaban hacia el norte, paseando de un lado a otro entre impenetrables setos y pasadas cruces celtas erigidas en cruces de caminos o viajando en campo abierto, maó s parecíóa que hubieran entrado en un tuó nel del tiempo. Las ciudades pequenñ as no teníóan aceras ni luz de gas, y en las aldeas pocas personas hablaban franceó s. Durante la misa en una iglesia del siglo XI atestada de feligreses de Quimperleó , eó l decidioó que todo sobre ellos — su vestimenta, su fe, su trabajo, su anatomíóa — declaraba que no habíóan perdido su identidad ante las contradicciones que aquejaban al hombre moderno. Los hombres eran "bellos" porque exhibíóan en las arrugas de sus rostros atemporales, en los pliegues de sus pantalones tradicionales bragow-brass, y en las manos tenñ idas con el gris del arado, las insignias de su raza. "Quizaó s es por eso que parecen tan llenos, por queó cada uno parece llevar dentro de síó maó s cosas de las que normalmente se encuentran en un hombre." Completo y lleno — palabras recurrentes — proclaman su anhelo de una especie de individualidad orgaó nica. No es que esta idealizacioó n primitivista (que teníóa una analogíóa en su idealizacioó n de aristoó cratas "sangrientos") alguna vez lo cegara por largo tiempo a las sombríóas realidades de un miserable interior lleno de sacerdotes, y cuando lo hicieron, mendigos de los que no podíóa sacudirse lo pusieron erguido. Solo la penitencia, la fatiga y la privacioó n fueron naturales para el bretoó n. Los festivales de la aldea eran una imitacioó n de madera de hombres y mujeres en juego. "[La gente] no baila, se vuelven", escribioó sobre una celebracioó n en el Finisteè re. "Ellos no cantan, ellos silban." Mientras los gaiteros sentados en una pared emitíóan un chillido agudo, dos líóneas dispuestas de punta a punta en el patio de abajo se enroscaban lentamente una alrededor de la otra, sin mantener un ritmo perceptible. El contraste con los saltimbanques italianos con
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lentejuelas doradas que se materializaron de la nada varias semanas despueó s en una procesioó n en Guingamp no podríóa haber sido maó s crudo. La naturaleza en Bretanñ a compensa con creces el comportamiento solemne de sus habitantes. Casi se los tragoó un díóa cuando se adentraron en una cieó naga oculta bajo campos de gladiolos. Desde una colina cubierta de hierba llamada Menez-Hom, presentaba una colcha de retazos que se extendíóa hasta el Atlaó ntico. Hacia el oeste se extendíóan salvajes promontorios a lo largo de cuyos traicioneros acantilados Flaubert y Maxime trepaban, a veces a cuatro patas, para ver olas que se estrellaban a quinientos pies o, en la Pointe du Raz, rocas que sobresalíóan del oceó ano como la columna vertebral de un monstruo marino sumergido. Hacia el interior vagabundeaban entre los tojos y los bosques. "Seguimos caminos trillados y siempre tropezamos con alguó n claro en el medio del bosque," escribioó Maxime. "Al igual que los escolares que faltan a la escuela, cruzamos corrientes recitando versos mientras íóbamos. No habíóa nadie maó s alrededor. Vagamos libres, con el cuello desnudo y el pelo alborotado." El largo viaje de regreso a casa, despueó s de una inspeccioó n de los astilleros y burdeles de Brest, los llevoó a Roscoff, Saint-Malo y Mont Saint-Michel en la costa del Canal, en peregrinacioó n a Combourg, donde recorrieron reverentemente el castillo en el que Chateaubriand habíóa crecido, visitando cada rincoó n sagrado y grieta a la que se les concedioó acceso. La parafernalia de Flaubert incluíóa esa biblia de la juventud romaó ntica, René, y al atardecer los dos la leíóan en voz alta junto a un lago descrito por Chateaubriand en Mémoires d'outre-tombe. Flaubert tratoó de imaginar a su íódolo cuando ninñ o mirando la lluvia caer por las ventanas geminadas de la sala de su torre y sufrir la "amarga soledad" de la adolescencia. No importa que uno no pueda decir como se gestan las grandes obras, escribioó , "uno todavíóa se emociona al ver doó nde fueron concebidas, como si esos lugares albergaran algo del desconocido ideal auó n por nacer pero ya animado". Con Chateaubriand — que se sentoó a horcajadas dispares siglos, que pertenecíóan a ambos y a ninguno, cuyo ser y arte estaban unidos por la contradiccioó n — se identificoó apasionadamente. "En el ocaso de una sociedad y el amanecer de otra, fue para eó l encarnar el movimiento de uno a otro, para reanudar en síó mismo recuerdos y esperanzas. EÁ l fue el embalsamador del catolicismo y el heraldo de la libertad. Empapado en viejas tradiciones e ilusiones, era constitucional en políótica pero revolucionario en literatura. Religioso por instinto y educacioó n, descargoó su desesperacioó n y pregonoó su orgullo ante todos los demaó s, Byron incluido." Las cuatro torrecillas sombríóas de Combourg proyectaban una sombra sobre la uó ltima vuelta de la expedicioó n. Y Chateaubriand auó n persiguioó a Flaubert seis semanas maó s tarde, cuando eó l y Maxime se reunieron en Croisset para escribir un libro sobre su aventura, y cada uno contribuyoó con capíótulos alternativos. De Flaubert salieron aneó cdotas, retratos brillantemente esbozados, paisajes, reflexiones sobre la historia y la esteó tica, todo atado en un lenguaje elegante y rico en figuras que marcoó su verdadera madurez como artista en prosa. "La dificultad de este libro", escribioó varios anñ os despueó s, cuando era obvio que se publicaríóa poó stumamente, si alguna vez, "residíóa en las transiciones, y en general se forjaba a partir de una multitud de cosas diferentes". Otra dificultad puede haber residido en las preguntas planteadas por el periplo, o por el viaje mismo, sobre las huellas enigmaó ticas, la evanescencia de la memoria y la transitoriedad de la vida. Una imagen recurrente en lo que titularon Par les champs et 177
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par les grèves (Por campos y Costas) es la de las huellas de vagones que no llevan a ninguna parte. Tan pronto como Flaubert se restablecioó en Croisset, sufrioó otro ataque epileó ptico, el primero desde Tours. EÁ l culpoó a las frustraciones que asistieron a su esfuerzo por encontrar en el lenguaje un receptaó culo adecuado para su pensamiento. La escritura, de la que habíóa hecho muy poco durante los dos anñ os anteriores, lo poníóa irritable. El mot juste era una presa esquiva, y en cada vuelta sus dudas lo vencíóan. "Felices son aquellos que no dudan de síó mismos y cuyas plumas vuelan a traveó s de la paó gina," escribioó . "Yo mismo vacilo, titubeo, me enojo y temo, mi impulso disminuye a medida que mejora mi gusto, y le doy muchas vueltas a una palabra inadecuada, mas que regocijarme por un paó rrafo bien proporcionado." Un adjetivo deslucido o una multitud de los pronombres relativos lo mortificaban (en las cartas se disociaba de su imperfeccioó n al subrayar las palabras ofensivas, como un maestro de escuela). "Cuanto maó s estudio el estilo," le confioó a Louise Colet, "maó s ignorante me percibo ser." Desde Bretanñ a Flaubert le habíóa escrito a Louise, tal vez queriendo asegurarse, al reavivar sus esperanzas, que todavíóa valíóa la pena sonñ ar con ello. Louise le respondioó , a pesar de que, mientras tanto, habíóa encontrado consuelo en los brazos de un joven refugiado polaco llamado Franc. Y entonces ellos retomaron donde lo habíóan dejado. Se intercambiaron largas cartas muy parecidas a las que intercambiaron meses antes. Su vieja pelea estalloó de nuevo. Continuoó durante el otonñ o, alternando entre recriminatorio vouss y suplicatorio tus. Todo esto puso nervioso a Flaubert. Los ataques (de los cuales hubo al menos tres mayores en 1847), carbunclos, dolores de muelas, dolores de oíódo y cualquier otra circunstancia atenuante que eó l pudiera aducir para posponer una cita no le sirvieron de nada. Ni sus suó plicas de pobreza le ganaron la indulgencia de Louise. Ella creíóa firmemente que Maxime Du Camp, quien abandonoó su papel de intermediario en absoluto agotamiento, despueó s de recibir trescientas cartas de Louise (seguó n su recuento), habíóa influido en Flaubert en su contra. Flaubert se declaroó a síó mismo como su propio duenñ o, dotado de libre albedríóo y, por desgracia, "radicalmente" incapaz de hacer feliz a una mujer. Simplemente no podíóan llevarse bien, suspiroó , "como dos personas que se habíóan casado tarde en la vida." Su afectuoso y conciliador saludo de Anñ o Nuevo seríóa una especie de despedida. Varios meses despueó s, se enteroó de que Louise estaba embarazada de su amante polaco. Tambieó n desalentador fue el estado moribundo de Alfred Le Poittevin, a quien Flaubert y Maxime visitaron en La Neuville-Chant-d'Oisel, cerca de la aldea de BourgBeaudouin, de Julie Heó bert, el 18 de septiembre de 1847. Con el pelo ralo, dificultad para respirar, una tez gris y manos que apenas teníóan suficiente fuerza para acabar con Bélial, Alfred parecíóa tener maó s de treinta y un anñ os. Los tres se pasearon por un sendero sombreado por aó rboles, charlando sin parar. Cuando el suegro de Alfred se unioó a ellos, el tema recurrioó a la políótica y a un movimiento que operaba en todo el paíós a traveó s de los denominados banquetes, mediante los cuales los reformistas evadieron una ley contra los míótines políóticos. Para el moribundo, todo parecíóa mortal. Louis-Philippe estaba condenado, afirmoó . La nueva mayoríóa parlamentaria, de pie sobre tierra firme, caeríóa, y los bonos del gobierno colapsaríóan. Alfred, que pasoó sus uó ltimas semanas estudiando a Spinoza, murioó el 3 de abril de 1848. Acompanñ ado por su madre, Flaubert, que apenas habloó durante el viaje en carruaje, viajoó quince millas hasta Neuville y permanecioó allíó tres díóas, llevando libros 178
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para la vigilia para ser puestos sobre el cadaó ver de Alfred. La primera noche (despueó s de una cena insoportable en la que varios parientes de Maupassant desconcertaron el afecto de Alfred por Spinoza y concluyeron que el pobre hombre habíóa sido víóctima de "sistemas erroó neos") leyoó Les Religions de l'antiquité de Creuzer hasta la 1:30 a.m. Fumeó , leíó, la noche me parecioó larga — y sin embargo mi mente estaba trabajando tan intensamente que temíóa perder ese estado." Durmioó muy poco y, a la manñ ana siguiente, temprano, regresoó a la caó mara mortuoria, donde estaba sentada una sirvienta al lado del atauó d, zurciendo medias negras. Maó s tarde se durmioó en el campo, detraó s de una retama. La segunda noche, su companñ ero era Feuilles d'automne de Victor Hugo, una copia de la cual habíóa encontrado en la estanteríóa de Alfred. De vez en cuando, levantaba el velo para contemplar la cara de su amigo, le dijo Flaubert a Maxime. Yo mismo estaba ahogado con un abrigo perteneciente a mi padre, que solo vistioó una vez, el díóa en que Caroline se casoó . A primera luz, el encargado y yo nos pusimos a trabajar. Lo levanteó , lo volteeó y lo envolvíó. La impresioó n de sus extremidades fríóas y ríógidas permanecioó conmigo todo el díóa, en la punta de mis dedos. Estaba horriblemente putrefacto, las saó banas estaban sucias. Usamos dos mortajas, que lo hicieron parecer una momia egipcia, y experimenteó una especie de afloramiento de alegríóa y libertad para eó l. Habíóa una niebla blanca afuera. Cuando eó sta se levantoó aparecioó el bosque. Las dos antorchas brillaban en esta blancura naciente, cantaban dos o tres paó jaros, y me reciteó esta frase de su Bélial: "El paó jaro jubiloso iraó y saludaraó al sol que amanece entre los pinos," o mejor escucheó su voz recitarlo y durante todo el díóa estuve deliciosamente obsesionado con eso.
En una manñ ana huó meda, los portadores del feó retro llevaron el pesado atauó d al cementerio, donde Flaubert, junto con Louis Bouilhet, que habíóa llegado maó s tarde que eó l, escuchoó a Alfred elogiado con vehemencia. "No pude evitar acercarme al borde del pozo y quedarme allíó," escribioó . "Sentíó una amargura de ojos secos. No pude llorar. Tuve sollozos en mi vientre. ¡Coó mo los terrones de tierra seguíóan golpeando la tapa del atauó d! Sonaron como cien mil paladas. Se me ocurrioó pensar que podíóa parecer que estaba adoptando una pose (teníóa fríóo, me habíóa abrochado parcialmente el abrigo y coloqueó la vela en el suelo contra uno de los postes utilizados para bajar el atauó d), asíó que retrocedíó." Varias horas maó s tarde, Flaubert montoó su calesa, encendioó un cigarro y, con Bouilhet a su lado, se dirigioó a casa con gran prisa, gritando a los caballos, como no habíóa gritado a nadie en particular cuando Caroline fue bajada dentro de la tierra. En una carta iroó nica y conmovedora informoó a Ernest Chevalier de estos tristes acontecimientos. "Tuó que nos conociste en nuestra juventud sabes coó mo lo amaba y queó dolor me debe haber costado esta peó rdida," escribioó . "La existencia es un negocio de pacotilla. Dudo seriamente que la repuó blica invente un remedio para ello." Para entonces, las profecíóas de Alfred habíóan sido confirmadas. Paríós se habíóa sublebado, el resto del paíós habíóa seguido su ejemplo, y una repuó blica habíóa reemplazado a la monarquíóa constitucional. Louis-Philippe, a quien el alcalde de Trouville ocultoó durante varios díóas, habíóa tomado un barco en Le Havre disfrazado como Mr. William Smith y se habíóa instalado con su familia en una mansioó n que la reina Victoria puso a su disposicioó n. Las chispas de Francia estaban provocando incendios en toda Europa.
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X 1848 SIENDO MME FLAUBERT, quieó n pagaba las cuentas, teníóa motivos suficientes para desesperarse de que su hijo, un empleado sin paga, aprendiera alguna vez el valor de un franco puede deducirse de los comentarios que le hizo a Alfred Le Poittevin sobre la distanciada esposa de James Pradier, Louise. Horrorizada por el draconiano tratamiento que recibíóan las aduó lteras como ella de las cortes de justicia napoleoó nica, la consoloó (no sin motivos ulteriores) durante una visita en abril de 1845. Se habíóa ido con sus hijos pequenñ os, a quienes teníóa prohibido ver, y mucho menos criar. Tambieó n se habíóan ido los techos dorados y la seda puó rpura de sus enormes salones en el 1 de Quai Voltaire. En su piso amueblado, escribioó Flaubert, vivíóa indigentemente, "dans la miseè re," aranñ ando los seis mil francos al anñ o. Dos deó cadas maó s tarde, cuando el franco compraba mucho menos, un ingreso de seis mil francos, que resultoó ser la pensioó n de Gustave, era lo que el joven EÁ mile Zola creíóa que necesitaríóa para mantener a su madre, a su futura esposa y a síó mismo coó modamente, empleando una criada de servicio a tiempo completo. La amada de los Flaubert, Julie, ganaba trescientos francos, su salario se ajustaba al salario anual promedio de los criados en Rouen antes de 1848. Los maestros de las escuelas rurales no ganaban mucho maó s. En toda Francia, los trabajadores no calificados trabajaban doce horas diarias por dos francos. En La Cousine Bette, Balzac senñ aloó que el gobierno pagaba a los estibadores del astillero de Toulon un franco y medio, lo que los obligaba a subsistir lo mejor que podíóan con pan y coraje. Un trabajador podíóa comenzar el díóa con pan banñ ado en una infusioó n de achicoria endulzada con melaza. Comuó nmente almorzaba en su lugar de trabajo papas, repollo, nabos o zanahorias, comíóa pan a media tarde y teníóa maó s pan con cafeó con leche para la cena. La manteca de cerdo que humedecíóa su pureó de patatas era lo maó s cercano a probar la carne. El pan lo manteníóa con vida. Cuando las cosechas fueron abundantes y los trabajos disponibles, los adultos consumian un kilogramo de centeno por díóa. Cuando las cosechas fallaban y las faó bricas se cerraban, ellos moríóan de hambre. En 1845-46, las cosechas de cereales fracasaron y la plaga de la papa que arrasoó Irlanda visitoó Francia. Se gastaron enormes sumas para importar trigo de Rusia, lo que resultoó en una seria peó rdida de reservas. Dado que las familias gastan 180
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desproporcionadamente en alimentos, la industria vio coó mo el mercado de productos terminados disminuíóa. Para sobrevivir, las empresas con exceso de existencias despidieron a los trabajadores, que luego confiaron en el subsidio de desempleo o fueron a mendigar. Los mendigos se apinñ aban en las ciudades francesas, y en ninguna parte maó s llamativamente que en Rouen, donde muchas faó bricas de algodoó n se habíóan callado. Sin duda, 1847 trajo mejores cosechas, pero todo lo demaó s quedoó rezagado. Para entonces, ademaó s, la angustia econoó mica habíóa exacerbado la insatisfaccioó n con un reó gimen que se sosteníóa sobre piernas delgadas, como el amplio torso del rey. Teníóa una base electoral estrecha y se resistioó a los esfuerzos para otorgar el derecho de voto a los miembros de las profesiones liberales que poseíóan poca o ninguna propiedad. Aun asíó, la legislatura despueó s de 1846 incluyoó distinguidos diputados conscientes de la necesidad de una reforma políótica y social. De hecho, la reforma se convirtioó en su contrasenñ a. Se solíóa hablar en el debate parlamentario, daba su nombre a un perioó dico cuya influencia sobrepasaba su circulacioó n, y uníóa a los burgueses progresistas con "banquetes" mediante los cuales se eludíóa una ley que prohibíóa la asamblea puó blica no autorizada de maó s de veinte personas. Estos banquetes, donde una comida espartana preparoó el escenario para arengas políóticas enmascaradas como brindis, concentraron las difusas energíóas hostiles a la políótica de Louis-Philippe. La primera tuvo lugar el 9 de julio de 1847, en el Chaô teau Rouge, un popular saloó n de baile al aire libre cerca de la barrera aduanera al norte de Paríós. Asistieron mil doscientas personas, incluidos ochenta y seis diputados, uno de los cuales se disculpoó profusamente por su ignorancia previa y prometioó su lealtad a la "reforma." Todos cantaron la "Marsellesa," moderados y radicales por igual, en una apasionante muestra de unidad. En poco tiempo, las ciudades provinciales siguieron este ejemplo. En un banquete en Dijon, el socialista Louis Blanc, cuyo libro L'Organization du travail propagoó la foó rmula "De cada uno seguó n sus habilidades, a cada uno seguó n sus necesidades," declaroó que la maó s míónima brisa seríóa suficiente para sacudir la fruta podrida suelta del aó rbol de estado. En Macon, Alphonse de Lamartine, poeta romaó ntico convertido en estadista, hizo profecíóas maó s adornadas bajo un cielo iluminado por relaó mpagos. Un apoó stol particularmente eneó rgico de la reforma, Odilon Barrot, que viajoó de banquete en banquete, fue a buscar el díóa de Navidad con otras luminarias reformistas en Rouen, donde cientos de personas se reunieron en un enorme saloó n suburbano adornado con banderas tricolores. Yendo y viniendo como un trompetista evangeó lico, Barrot recibioó frecuentes aplausos, aunque al menos tres banqueteros dispeó pticos — Louis Bouilhet, Maxime Du Camp y Gustave Flaubert — se sentaron en sus manos. A Flaubert le molestaba poderosamente que a los proveedores de cantos políóticos se los saludara con maó s alboroto que a los poetas dotados. "¡Queó sabor! ¡Queó cocina! ¡Queó vinos! ¡Y queó discursos!" Exclamoó a Louise Colet, sabiendo que estos sentimientos podíóa ella tomarlos como un ataque a su propio sesgo liberal. "Nada podríóa hacerme maó s despreciativo del eó xito, teniendo en cuenta el precio al que se compra. Me senteó impasible, con naó useas ante el fervor patrioó tico que azotaban con melosos lugares comunes como 'el abismo hacia el que estamos corriendo,' el 'honor de nuestra bandera,' la 'sombra proyectada por nuestros estaó ndartes,' la 'fraternidad de los pueblos.' Nunca habraó un cuarto de ovaciones para las maó s bellas obras de los
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maestros. Nunca el heó roe de 'La Coupe et les Leè vres' 195 de Musset causaraó tanto aliento adulador como se escuchoó por todas partes cuando Barrot y Creó mieux se subieron al escenario, el uno bramaba su virtud personal, el otro lamentaba nuestra insolvencia nacional." Despueó s de nueve horas en un pasillo fríóo en una mesa cargada de pavo fríóo, donde sus hombros fueron palmoteados por un cerrajero cada vez que los oradores decíóan puntos destacados, se fue a casa a descongelar. "Queó triste opinioó n se forma uno acerca de los hombres, queó amargura se apodera del corazoó n cuando uno ve tan delirante tonteríóa en exhibicioó n." Resuelto en la creencia de que ninguó n principio podríóa quedar incontaminado por la fanfarronada en la que los políóticos lo expresaron, puede haber estado sordo a problemas trascendentales. Difíócilmente se podíóa imaginar en ese momento que tres meses maó s tarde, durante el caoó tico períóodo posterior a la caíóda de Louis-Philippe, eó l jugara con la idea de solicitar un puesto diplomaó tico en Roma, Atenas o Constantinopla. Otro banquete, uno que habríóa reunido a varios miles de personas en una sala de los Campos Elíóseos si alguna vez hubiera tenido lugar, puso en marcha una cadena de eventos que llevaron a la abdicacioó n del rey. Barrot y otros líóderes de la oposicioó n leal planearon que ocurriera el 22 de febrero de 1848, junto con una marcha de protesta de trabajadores y estudiantes organizada por hombres cuya oposicioó n era decididamente poco leal. El gobierno se impuso a Barrot para cancelar el banquete, pero la marcha avanzoó seguó n lo programado, en una manñ ana fríóa y lluviosa. Cantando la "Marsellesa," miles de personas se congregaron en la plaza de la Madeleine, reunieron fuerzas de los holgazanes y se encaminaron hacia la plaza de la Concordia, donde destacamentos de la policíóa militar bloquearon su ruta a la Asamblea Nacional. Quienes lograron atravesar el Sena fueron rechazados por los dragones. La mayoríóa se dispersoó o se retiroó al Ministerio de Asuntos Exteriores en el boulevard des Capucines, cantando "AÈ bas Guizot" (como ministro de Asuntos Exteriores y primer ministro, Guizot fue doblemente el objeto de la ira de los manifestantes). Las tiendas permanecieron abiertas, aunque no las armeríóas, muchas de las cuales fueron destruidas con ejes de oó mnibus y saqueadas. En estos eventos, la Guardia Nacional — el ejeó rcito ciudadano que habíóa empoderado a Louis-Philippe dieciocho anñ os antes — no tuvo participacioó n. Consciente de su simpatíóa por las reformas y por temor a las deserciones masivas, el ministro del Interior mantuvo la boca cerrada.196 Despueó s del anochecer, cuando Maxime Du Camp paseaba por su vecindario, una brillante incandescencia era visible en el oeste. Allíó, en los Campos Elíóseos, se encontroó con hogueras construidas con sillas de mimbre que bordeaban el paseo. "¡Ah! Asíó comenzoó la Revolucioó n de Julio," exclamoó maó s tarde su conserje. El conserje era maó s premonitorio que los reformadores, a quienes Du Camp comparoó con el aprendiz de brujo. Habiendo movilizado el apoyo a una monarquíóa maó s liberal, no pudieron limitarlo al logro de su agenda moderada, como pronto lo demostraríóan los acontecimientos. El díóa 23, en el distrito de la clase obrera de la rue 195La copa y loa labios poemario de Alfred de Musset publicado en 1831. 196Desde 1816, los franceses que pagaban impuestos entre las edades de veinte y sesenta años habían pertenecido a la Guardia Nacional. Aunque la membresía se había convertido en una patente de respetabilidad burguesa, apenas un tercio de los sesenta mil que servían en París pagaban los impuestos suficientes para disfrutar del privilegio electoral, y esto había sido un tema cada vez más molesto desde 1832 y 1834, cuando la Guardia Nacional reprimió las insurrecciones republicanas.
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du Faubourg Saint-Denis, Maxime vio a soldados hambrientos y helados que habíóan encarcelado a algunos agitadores y que los dejaríóa caminar libres a cambio de pan y vino de una amable multitud. Maó s tarde, en la plaza de las Victorias, vio auó n maó s claramente en queó direccioó n soplaba el viento cuando el comandante de una unidad de la Guardia Nacional encargada de proteger el Banco de Francia colocoó su la gorra puntiaguda sobre la bayoneta, la levantoó en alto y gritoó : "Vive la reó forme!" e hizo marchar a sus hombres hacia el bulevar exterior. Esto no seríóa un caso aislado. Consternados por la perspectiva del caos general, los funcionarios habíóan convocado tardíóamente a la Guardia Nacional, solo para recordar por queó habíóan contemporizado previamente. La insubordinacioó n era abundante. Los guardias ignoraron la llamada o se reunieron en batallones maó s a menudo vistos para proteger a los manifestantes contra el ejeó rcito regular, que para contener a los rebeldes. El hecho de que tantos en su guardia pretoriana se volvieran contra eó l finalmente convencioó a Louis-Philippe para que sacrificara a su primer ministro. Guizot fue reemplazado el 23 de febrero, y las noticias de su victoria se extendieron raó pidamente entre los reformadores insurgentes. Cuando Flaubert y Louis Bouilhet llegaron a la estacioó n de Saint-Lazare a media tarde de ese díóa para presenciar los disturbios ("desde la perspectiva de un artista", le dijeron a Du Camp), debieron haberse sentido como Fabrice del Dongo en La Chartreuse de Parme197 ponieó ndose al díóa con la Grande Armeó e en Waterloo despueó s de viajar a traveó s de Francia para reclamar una parte de la gloria napoleoó nica. Patrulladas por dragones, las calles de Paríós parecíóan maó s tranquilas de lo normal, a excepcioó n de las companñ íóas de la Guardia Nacional que hacíóan saludos al rey. Fue, pronto descubrieron, una pausa antes de la tormenta. En su camino a Les Trois Freè res Provençaux para una copiosa cena, vieron a vecinos colgando faroles de papel de sus ventanas mientras los celebrantes abajo gritaban: "¡Illuminez! ¡Illuminez! Maó s tarde, en su camino de regreso al piso de Du Camp, frente a la iglesia de la Madeleine, pasaron apresuradamente frente a una columna de la Guardia Nacional desarmada que marchaba detraó s de un hombre grande e hirsuto con un sombrero de fieltro y una tuó nica azul. "Su larga barba marroó n bajoó hasta su pecho," escribioó Du Camp. "Lo observeó con cuidado, pensando que lo reconocíó de los estudios de artistas, donde a menudo posaba como Cristo. Parecíóa un auteó ntico agitador. La fatiga y probablemente el alcohol tambieó n le daban una voz aó spera. Sosteníóa una antorcha y la agitaba de un lado a otro." El acceso al boulevard des Capucines, que los tres amigos habíóan tomado normalmente, estaba prohibido por los soldados del Decimocuarto Regimiento y los dragones. Cuando por fin llegaron al edificio de Du Camp, una fuerte raó faga cercana los detuvo como muertos en su trayecto. Para Flaubert, quien propuso que fueran a investigar, sonaba como el crujido de la mosqueteríóa. Du Camp, que pensaba que era mucho maó s probable que los petardos fueran lanzados por ninñ os bulliciosos, no se imaginoó otra escena de puó blico. Y entonces subieron las escaleras para escuchar que Bouilhet leíóa partes de su largo poema Melaenis. Flaubert habíóa acertado, como ellos lo supieron a su debido tiempo. Numerosos manifestantes, incluidos republicanos militantes y parisinos de la clase obrera hartos de medias tintas — para quienes la bandera roja bajo la cual muchos habíóan marchado desde el distrito de Saint Antoine hasta el bajo Montmartre hicieron una declaracioó n 197La Cartuja de Parma.
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maó s inclusiva que la tricolor — se habíóan congregado frente al oficinas del perioó dico de izquierda Le National alrededor de las 10 pm el 23 de febrero. Allíó, su editor principal, Armand Marrast, predicoó la tenacidad, insistiendo en que los ciudadanos se manifestaran hasta que el reó gimen hubiera instituido la reforma parlamentaria y electoral. Tan pronto como este puó blico febril comenzoó a moverse hacia la lplaza de la Madeleine, con gritos de“AÈ bas Philippe! Vive la Reó publique!” ahogando "Vive la reó forme!" que se unioó a otra multitud recieó n llegada de trabajadores persuasivos para iluminar el Ministerio de Justicia en la rue de la Paix. Juntos se encontraron con las tropas que Du Camp y Flaubert habíóan vislumbrado anteriormente, que mientras tanto habíóan formado una plaza defensiva en el boulevard des Capucines frente al Ministerio de Asuntos Exteriores. Lo que pasoó despueó s nadie lo puede dilucidar. Se disparoó un tiro, tal vez por un agente provocador decidido a agravar la situacioó n, o por un soldado que vio a un manifestante empujar su antorcha contra el comandante. En cualquier caso, el Decimocuarto Regimiento disparoó espontaó neamente una descarga en la multitud densa, con resultados devastadores. Dieciseó is cadaó veres dejaban charcos de sangre en el bulevar, y al menos el doble, entre hombres y mujeres, yacíóan heridos. Mientras que los soldados aterrorizados buscaron refugio dentro del ministerio, se encontroó una carreta. Y mientras las campanas de alarma sonaban por todo Paríós, los muertos fueron llevados por el distrito de Saint Antoine, acompanñ ados por testigos de la masacre que gritaban "¡Venganza! ¡Venganza! ¡Estaó n masacrando a la gente!" Su destino final era la plaza de la Bastilla; los cuerpos fueron depositados al pie de la Columna de Julio y finalmente enterrados debajo de ella. Los parisinos no necesitaban maó s advertencias para talar aó rboles en busca de barricadas, que se levantaron durante la noche en toda la mitad este de la ciudad, a unas pocas cuadras de las Tulleríóas. Durante toda la noche, dentro del palacio, el mariscal Bugeaud, que habíóa aplastado una insurreccioó n republicana en 1834 como comandante de Paríós, y Adolphe Thiers, que habíóa ayudado a Bugeaud a aplastar esa insurreccioó n como primer ministro, estaban igualmente ocupados preparando un nuevo gabinete, que tendríóa incluidos a Alexis de Tocqueville y Victor Cousin. Al amanecer, los insurgentes se unieron a la batalla en serio. En poco tiempo habíóan derrotado en cada frente a un ejeó rcito dirigido a luchar sin piedad en un momento y hacer gestos conciliadores al siguiente. Al mediodíóa, todo lo que se interponíóa entre ellos y las Tulleríóas era un laberinto de callejuelas alrededor de una gran fuente de roca llamada Chaô teau d'Eau. Thiers y Bugeaud propusieron que el rey huyera a Saint-Cloud mientras pudiera, luego atacaríóa Paríós con sesenta mil tropas (una estrategia que Thiers emplearíóa veintitreó s anñ os maó s tarde contra la Comuna), pero Louis-Philippe, quien desde el despertar habíóa parecido extranñ amente imperturbable, rechazoó la idea. Lo que síó lo sobresaltoó fue el saludo de "Vive la reó forme!" En lugar de "Vive le Roi!" De la Guardia Nacional adjunta a las Tulleríóas. Despueó s de revisarlos, se retiroó a su estudio en estado de shock y dejoó que generales, ministros, hijos y esposa lo tiraran de todas partes. Convencido de que las concesiones que habíóa otorgado durante las veinticuatro horas anteriores aplacaríóan pronto a sus suó bditos a pesar del continuo clamor por la reforma, el rey mantuvo la realidad a raya hasta que el editor EÁ mile de Girardin, cuyo perioó dico, La Presse, era amistoso con el reó gimen, declaroó que deberaó abdicar o que como Louis XVI se convertiríóa en la víóctima de una repuó blica. Girardin se unioó asíó a las filas de los periodistas que desempenñ aron papeles centrales en la revolucioó n. Louis184
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Philippe inmediatamente escribioó una carta abdicando a favor de su nieto. Como sucedioó , inmediatamente fue demasiado tarde para salvar el trono, y casi demasiado tarde para salvar su pellejo. Con los establos reales sitiados cerca del Chaô teau d'Eau, la familia real escapoó de las Tulleríóas en tres carruajes de un solo caballo. Intentando informar a la muchedumbre de la abdicacioó n de Louis-Philippe, un mariscal anciano sobre un caballo blanco precedido por un trompetista pasoó desapercibido. Temprano en la manñ ana del díóa veinticuatro, Flaubert y Bouilhet se apresuraron, varias cuadras maó s allaó , desde su hotel en la rue du Helder hasta el 30 de la plaza de la Madeleine, buscaron a Maxime Du Camp, y procedieron a dar con los eventos, comenzando en el cafeó de Tortoni, donde los corredores de bolsa estaban intercambiando informacioó n sobre la masacre en el boulevard des Capucines. Inseguros de su proó ximo movimiento, recibieron oó rdenes de marcha de una columna de fusileros que gritaban: "¡A las Tulleríóas!" El ruido de la batalla se hizo maó s fuerte cuando se acercaron a la plaza du Palais-Royal, y Du Camp perdioó brevemente de vista a Flaubert en la atestada rue Saint-Honoreó . Bouilhet desaparecioó por completo. Reinoó el pandemonio. Flaubert y Du Camp se encontraron cerca de donde una mujer desalinñ ada y semidesnuda con un cuchillo de carnicero instaba a una banda armada a unirse a los insurgentes que habíóan comenzado a moverse contra los soldados posicionados cerca del Chaô teau d'Eau en una uó ltima defensa del Tulleríóas. Este regimiento, otra vez el desdichado decimocuarto, no teníóa ninguna posibilidad. Una vez que fue vencido, las puertas del palacio se abrieron, aunque la mayoríóa de la gente se quedoó atraó s, como dudando si todavíóa se podíóa caminar a traveó s de ellos de manera segura. Informado por un oficial de la Guardia Nacional que el cuerpo de eó lite del rey habíóa sido desarmado, Du Camp y Flaubert fueron de los primeros en entrar. Al principio se encontraron con casi tantos miembros abandonados del personal de la casa real como combatientes. Estos uó ltimos se comportaron como excursionistas respetuosos. Sin duda, uno de ellos no pudo resistir la tentacioó n de simular saludos reales desde un silloó n dorado en la sala del trono, mientras que otros celebraron lo que llamaron un banquete de reforma en una mesa del comedor con plata real. Pero las bayonetas estaban envainadas para no romper inadvertidamente candelabros de cristal o rasgar colgaduras de brocado. Todo esto cambioó en poco tiempo. "Vimos la primera turba desde la plaza du Palais-Royal," escribioó Du Camp. "Un enorme estreó pito de fuertes voces y traqueteantes armas se elevoó hacia nosotros en el segundo piso. Corrimos hacia la cabeza de la escalera central y nos enfrentamos a una multitud que gritaba 'muerte' y 'victoria'. Fue una estampida tal que las barandillas casi cedieron. Cuando llegaron al rellano, corrieron por los apartamentos. Escuchamos varias explosiones: se disparaban armas contra los espejos. El genio de la destruccioó n . . . habíóa hecho su gran entrada." En estas circunstancias, la mejor parte del valor obligoó a Du Camp y Flaubert — dos burgueses muy conspicuos — a pronunciar juramentos prudentes y democraó ticos.198 198En sus memorias, Alexis de Tocqueville afirma que en los días inmediatamente posteriores a la revolución, observó una inclinación general a recortar las velas al viento predominante. "Los grandes terratenientes se deleitaban en recordar que siempre habían sido hostiles a la clase media y bien dispuestos con los humildes; los sacerdotes encontraron de nuevo el dogma de la igualdad en el Evangelio y nos aseguraron que siempre lo habían visto allí; incluso las clases medias descubrieron cierto orgullo al recordar que sus padres habían sido trabajadores."
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El genio de la destruccioó n tambieó n habíóa entrado en el Palais-Royal, la casa ducal de Orleó ans, donde Du Camp y Flaubert merodeaban despueó s de salir de las Tulleríóas. En cinco hogueras encendidas alrededor del jardíón, los revolucionarios arrojaron todo lo que habíóan saqueado arriba: muebles, espejos, porcelana. Du Camp tratoó de salvar una copa de plata embellecida con medallones de oro antiguos pero la arrojoó a punta de pistola. Luego imploroó a un estudiante de la EÁ cole Poly-technique, cuyo atildado uniforme lo tranquilizoó , que interviniera. "Le expliqueó que habíóa valiosas pinturas en el palacio, firmadas por nombres ilustres, y que no podíóamos dejar que se esfumaran. . . Levantando los brazos abatido, dijo: "¿Queó quieres que haga?" Por lo que Du Camp podíóa decir, todo habíóa sido alimentado por las llamas excepto el vino saqueado del soó tano. Esto fue consumido por los propios insurgentes, maó s de uno de los cuales se tambaleoó amenazante alrededor del jardíón. Las peregrinaciones de Flaubert no habíóan terminado cuando alcanzoó el departamento de Du Camp (y encontroó a un Bouilhet extremadamente cansado, que habíóa sido presionado para construir barricadas), porque Louis de Cormenin se presentoó en el Hoô tel de Villecon, con la noticia de que la repuó blica debíóa declararse maó s tarde en la noche en el ayuntamiento. Todos sabíóan acerca de la abdicacioó n, pero solo despueó s descubriríóan coó mo la monarquíóa habíóa exhalado su uó ltimo aliento durante una sesioó n de la Caó mara de Diputados. Salieron de las Tulleríóas a traveó s del Sena hasta la Legislatura, incluso cuando los insurgentes entraban por las puertas del palacio, la nuera de Louis-Philippe, la duquesa de Orleaó ns, y su pequenñ o hijo, el sucesor designado del rey, habíóan asistido a un furioso debate entre dinaó sticos que intentaron que se nombrara a la duquesa como la regente y a los republicanos que abogaban por el establecimiento de un gobierno provisional. Los temperamentos deshonestos habíóan logrado respetar la etiqueta parlamentaria hasta que una muchedumbre entroó en la Caó mara, liderada por un píócaro uniformado que subioó a la tribuna, blandioó su sable y proclamoó : "Aquíó ya no hay maó s autoridad que la de la Guardia Nacional, representada por míó y por el pueblo, representada por cuarenta mil hombres armados que rodean este lugar." Siguioó el caos, con las manos rudas empujando a los diputados auó n presentes, pero de alguna manera el orden fue restaurado lo suficiente como para dar al verboso Lamartine su voz. Lo que finalmente dijo, despueó s de un largo exordio, fue que solo un gobierno provisional podíóa separar a los combatientes y que a la primera oportunidad un congreso democraó tico deberíóa determinar el futuro políótico de Francia. A la mitad de su discurso, otra muchedumbre — esta vez armada con picas y alfanjes — irrumpioó en la Caó mara gritando: "¡Abajo la Caó mara! ¡Fuera con los corruptos!" LedruRollin, un diputado republicano a quien los insurgentes reconocieron como uno de los suyos, solicitoó un voto de voz para cada nombre en una lista de posibles ministros redactados por los dos perioó dicos de oposicioó n, Le National y La Réforme. Cuyas voces pertenecíóan a los legisladores y quienes a la gente de la calle pueden no haberles preocupado excesivamente. Para entonces, la mayoríóa de los legisladores conservadores habíóan tomado asiento en las gradas maó s altas, como las víóctimas de las inundaciones que buscaban un terreno maó s elevado, y el aspirante a regente habíóa huido con su rey virtual. La lista fue ratificada y el poder otorgado a un ejecutivo autorizado para reunirse en el Ayuntamiento. En una fina llovizna y niebla, el Hoô tel de Ville, al cual los miembros del nuevo gabinete ahora dirigíóan sus pasos, presentaba una escena apocalíóptica. Caballos 186
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muertos y armas rotas cubríóan su explanada. Aterrorizados por la muchedumbre, el fuego festivo de los mosquetes, los petardos, la titilante luz de las antorchas, los caballos de caballeríóa abandonados para arreglaó rselas solos. Las tropas que huíóan habíóan abandonado cuatro canñ ones bien preparados. La gran campana de tenor de Notre-Dame doblo incesantemente. Flaubert maó s tarde escribioó sobre Freó deó ric Moreau en L'Éducation sentimentale que "El magnetismo de las multitudes entusiastas lo habíóa contagiado," que "Aspiraba voluptuosamente el aire de tormenta, cargado de los olores de la poó lvora."199 Pero para Alexis de Tocqueville, que ya habíóa tenido suficiente desorden despueó s de soportar una tarde tumultuosa en la Caó mara, y para Lord Normanby, el embajador ingleó s, que no podíóa creer, como senñ aloó en su diario, que "una gran nacioó n como esta puede realmente someterse permanentemente al dictado de unos pocos y bajos demagogos, ninguno de ellos, excepto Lamartine, sin ninguó n partidario personal, sino alzados en el poder por desercioó n baó sica del deber por parte de todas las fuerzas armadas, y al placer de la mismíósima escoria de la tierra," el Hoô tel de Ville era una escena para evitar. Mientras Lamartine y sus coó frades deliberaban en la sala del consejo, los trabajadores, estudiantes y funcionarios se arremolinaban en los pasillos del exterior. En cada turno, otro orador que habla por síó solo o que representa a uno de los clubes que se multiplicaron durante este períóodo expuso una foó rmula de salvacioó n políótica para quien quisiera escuchar. (Uno de los clubes maó s radicales, Blanqui's Club reó publicain central, incluíóa entre sus miembros a Maurice Schlesinger, que puede haberse convertido en persona non grata en Francia despueó s del golpe de Estado de Louis Napoleon.) Alejado de los fines destructivos, la energíóa de la turba engendroó arengas, y una de tales arengas llegoó al comiteó ejecutivo cuando Louis Blanc, un socialista indomable, interrumpioó sus deliberaciones para abogar por una repuó blica. Sobre este tema fundamental, el comiteó se dividioó en dos facciones, aquellos que queríóan que una repuó blica fuera declarada incondicionalmente y aquellos que rehusaban anunciar una forma definitiva de gobierno. Con gran ingenio, Lamartine redactoó una proclamacioó n que comenzoó de la siguiente manera: Un gobierno retroó grado y oligaó rquico acaba de ser derrocado por el heroico pueblo de Paríós. Este gobierno ha huido, dejando tras de síó una huella sangrienta que siempre evitaraó que regrese. El pueblo ha sangrado como lo hiciera en julio [1830], pero esta vez su sangre generosa no seraó traicionada. Ha ganado un gobierno nacional popular que refleja los derechos, el progreso y la voluntad de esta gran ciudadaníóa.
Pidioó a cada ciudadano que se considerara un magistrado responsable del orden civil y declaroó que el gobierno provisional queríóa una repuó blica, a condicioó n de que el paíós la respaldara en un refereó ndum que se celebraríóa de manera expedita. Incluso antes de que la proclama llegara de la imprenta, los trabajadores izaron un gran lienzo blanco con "La repuó blica una e indivisible es proclamada en Francia" escrita en tiza negra. Cuando, tarde en la noche, el documento impreso estuvo disponible al fin, cientos de copias fueron lanzadas como palomas desde las ventanas del Ayuntamiento. El 25 de febrero, un domingo, Flaubert, cuya ausencia del hogar en estas circunstancias debioó haberle dado a Mme Flaubert una de sus severas migranñ as, ingresoó a una ciudad que en verdad honraba el pedido de orden del gobierno. Hubo, sin 199Traducción de La Educación Sentimental de Hermenegildo Giner de los Ríos.
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duda, una destruccioó n generalizada. Los cobertizos de madera de los carros yacíóan en las carreteras — los que no habíóan sido derribados por barricadas, junto con aó rboles, postes de alumbrado y barandas. Los saqueadores irrumpieron en las tiendas de armeros. Un cartel firmado por impresores y asociados del perioó dico de los trabajadores L'Atelier aparecioó en las paredes ordenando a los "hermanos" no arruinar las prensas mecaó nicas, sino maó s bien culpar a los "gobiernos egoíóstas y miopes" de sus desgracias. Peores casos de Ludismo200 ocurrieron en otras partes, en Rouen, por ejemplo, donde bandas que se enfurecíóan contra la tecnologíóa introducida por ingenieros ingleses saquearon la estacioó n de ferrocarril y quemaron un puente ferroviario llamado Pont aux Anglais. Pero en Paríós, los testigos comentaron sobre la calma prevaleciente. Lo que impresionoó maó s a Alexis de Tocqueville sobre esta urbanidad, fue el hecho de que los civiles de la clase trabajadora la mantuvieron en ausencia de soldados y gendarmes. "La gente sola portaba armas, cuidaba edificios puó blicos, vigilaba, ordenaba y castigaba," escribioó . Fue una cosa extraordinaria y atemorizante ver toda esta enorme ciudad, llena de tantas riquezas, o maó s bien toda esta gran nacioó n, en manos de aquellos que no poseíóan nada; porque, gracias a la centralizacioó n, quienquiera que reina en Paríós controla Francia. En consecuencia, el terror que sentíóan todas las otras clases era extremo; no creo que haya sido tan intenso en ninguó n otro momento de la revolucioó n, y la uó nica comparacioó n seríóa con los sentimientos de las ciudades civilizadas del mundo romano cuando de repente se encontraron en el poder de los vaó ndalos o los godos.
Por lo que eó l podíóa decir, una "moralidad del desorden" que toleraba otras travesuras pero no el robo, prevalecioó , por lo que los opulentos parisinos que se habíóan preparado para lo peor se habíóan salvado en su mayoríóa. Y como ambos adversarios quedaron atoó nitos — monaó rquicos por su derrota, insurgentes por su raó pido eó xito —, no habíóa habido tiempo, de Tocqueville pasoó a observar, para que las pasiones se desbordaran. De todos modos, muchos burgueses usaban zapatos gruesos, llevaban sombrillas y trataban de parecerse tanto a sus propios conserjes como podíóan. Un ritual de reconciliacioó n que se hizo casi oficial en Francia, pero especialmente en Paríós, fue la plantacioó n de arbres de la liberté. Durante los meses de marzo y abril, joó venes aó lamos aparecieron en las intersecciones, en las plazas, en los mercados, en la Opeó ra, en los patios de los edificios oficiales. La gente se reuniríóa, el alcalde del distrito (o el teniente de alcalde en el caso de Victor Hugo) efervesceríóa, se cantaríóan himnos 200El ludismo fue un movimiento encabezado por artesanos ingleses en el siglo XIX, que protestaron entre los años 1811 y 1816 contra las nuevas máquinas que destruían el empleo. Los telares industriales y la máquina de hilar industrial introducida durante la Revolución Industrial amenazaban con reemplazar a los artesanos con trabajadores menos cualificados y que cobraban salarios más bajos, dejándoles sin trabajo. Aunque el origen del nombre ludita es confuso, una teoría popular es que el movimiento recibió su nombre a partir de Ned Ludd, un joven que supuestamente rompió dos telares en 1779, y cuyo nombre pasó a ser emblemático para los destructores de máquinas. El nombre evolucionó en el imaginario general ludita Rey Ludd, una figura que, como Robin Hood, era famoso por vivir en el bosque de Sherwood. El historiador Eric Hobsbawm ha considerado a este movimiento de destrucción de máquinas como una forma de "negociación colectiva por disturbio", lo que sería en esta formulación una táctica utilizada en Gran Bretaña desde la Restauración, ya que la diseminación de fábricas a través del país hizo que las manifestaciones a gran escala fueran poco prácticas.
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revolucionarios, se dispararíóan salvas, se colgaríóan guirnaldas en las ramas y, en conclusioó n, un sacerdote local iríóa a regar el aó rbol joven con su aspersorio. El 4 de marzo, en una procesioó n fuó nebre celebrada por todos los que habíóan muerto durante los tres díóas de febrero — tanto soldados como insurgentes — los parisinos marcharon en masa en una fraternidad de luto que conmovioó incluso a los que estaban mal dispuestos a la recieó n nacida repuó blica. Con banderas, sombreros y panñ uelos de mano ondeando y perfectos desconocidos que se trataban familiarmente de tú (lo que horrorizoó a Balzac), todo teníóa un aire festivo. Flaubert se preguntoó , dudosamente, si el nuevo reó gimen seríóa maó s amigable para el arte que el anterior. Para el 20 de abril, durante la Feô te de la Fraterniteó , cuando los regulares del ejeó rcito y los miembros de la Guardia Nacional subíóan a los Campos Elíóseos para jurar lealtad a la Repuó blica en el Arco del Triunfo, la fraternidad ya se habíóa convertido en un nombre inapropiado. Los antagonismos enmascarados despueó s del 25 de febrero desgastaron su rostro falso en el períóodo previo a las elecciones para una Asamblea Constituyente. A pesar de su facciosa ideoloó gica, el gobierno provisional acordoó medidas significativas: se comprometioó a garantizar el empleo para todos los ciudadanos y establecioó talleres o ateliers nationaux; creoó una comisioó n para abordar los problemas de los trabajadores; decretoó el sufragio universal masculino; abolioó la esclavitud en todas las colonias francesas. Auó n asíó, líóderes radicales como Auguste Blanqui, quien presidioó el maó s vociferante de los varios cientos de clubes en los que las personas discutíóan sobre políótica, crearon hostilidad hacia un ejecutivo maó s preocupado por mantener el orden y salvaguardar la propiedad que por erigir una sociedad igualitaria. Temeroso de que las elecciones produjeran un resultado conservador a menos que el tiempo fuera suficiente para alejar al hombre comuó n de aquellos en cuya sabiduríóa tradicionalmente habíóa confiado — empleadores, notables, cleó rigos locales — la izquierda radical solicitoó un aplazamiento. "La Ilustracioó n debe llegar incluso a las aldeas maó s pequenñ as. Los trabajadores deben levantar sus cabezas, que han sido doblegados por la servidumbre, y recuperarse del estado de postracioó n y estupor mantenido por intereses opresivos." La izquierda solicitoó un anñ o; se le dio algunas semanas. Pero incluso esa concesioó n nominal enfurecioó a la burguesíóa, quien lamentoó el curso de los acontecimientos y habríóa rechazado los banquetes si solo el anñ o anterior pudiera ser vivido nuevamente. Hablar de legitimar el divorcio, de "reorganizar" la propiedad, de nacionalizar la industria, de derribar los pilares jeraó rquicos, de purgar esto y aquello, de arrancar el ejeó rcito regular de Paríós: todo esto los alarmoó , especialmente despueó s del 17 de marzo, cuando cien mil trabajadores marcharon en protesta desde la plaza de la Concordia al Hoô tel de Ville. "La poblacioó n de reyes en overoles crece cada díóa maó s grande," senñ aloó un diplomaó tico austríóaco en su diario. "Se pavonean por las calles, a veces solos, a veces en grandes masas, para participar en todo tipo de manifestaciones que, por supuesto, siempre estaó n dirigidas contra la ley y el orden . . . Todo debe ser arrasado hasta el suelo, nada debe permanecer de pie. Eso es lo que quieren, estos miles y miles de tiranos que reinan sobre nosotros." Los parisinos de la clase media, algunos de los cuales habíóan descuidado el deber de la Guardia Nacional en el pasado, se apresuraron a inscribirse. Maxime Du Camp fue uno de esos ardientes voluntarios. Aguantoó largas vigilias, patrullas, noches pasadas en una estacioó n y, eventualmente, lanzoó batallas. Un ambiente igualmente pesado envolvioó a Rouen, donde la repuó blica fue proclamada en el Hoô tel de Ville el 1 de marzo. Los hombres de la Guardia Nacional se 189
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apoyaron regularmente a los trabajadores que protestaban convencidos de que una vez maó s, como en 1830, estaban a punto de ser enganñ ados por su revolucioó n. Hacia fines de marzo, una multitud invadioó la prisioó n central y el Palais de Justice, donde los manifestantes estaban siendo detenidos o juzgados. Varios díóas despueó s, los trabajadores del molino, que como muchos desempleados esperaban una prosperidad instantaó nea bajo la repuó blica, murieron en escaramuzas con la policíóa. Este fue el preludio de la confrontacioó n maó s sangrienta que tuvo lugar despueó s de las elecciones del 23 de abril, cuando las noticias de una victoria conservadora se extendieron por los barrios pobres de Rouen. Una turba enojada asedioó el ayuntamiento y luego, repelida por la policíóa montada, huyoó a las calles estrechas cercanas, levantando barricadas. Flaubert ya habíóa salido de su casa en la rue de Crosne, pero el sonido de un canñ oó n amortiguado le habríóa llegado a Croisset. Le tomoó al ejeó rcito solo un díóa sofocar la revuelta, y, teniendo en cuenta vengar su derrota de febrero, lo hizo de forma implacable. Treinta y cuatro personas murieron, pero muchas maó s resultaron heridas. Dos meses despueó s, lo mismo ocurriríóa en Paríós, con un derramamiento de sangre mucho mayor. Flaubert nunca mencionoó estos eventos en la escasa correspondencia que sobrevivioó desde principios de 1848. Uno supone que los ignoroó lo mejor que pudo, aunque incluso si hubiera querido seguir el ejemplo de Du Camp, no habríóa habido ninguna pregunta a un epileó ptico que estuviera haciendo tareas de la Guardia Nacional. La muerte de Alfred Le Poittevin se apoderoó de su mente, y al escribir un libro sobre San Antonio, al que se habíóa dedicado durante un anñ o o maó s, nada fue faó cil. "Me irritan la ira, la impaciencia, la impotencia," le escribioó a Du Camp en un lamentable estado de aó nimo. "Ayer, el padre Parain me encontroó cambiado. Y hoy seguíó orinando toda la tarde. . . Hay momentos en que mi cabeza estalla con los dolores sangrientos que se estaó n aduenñ ando de míó. Por pura frustracioó n ayer me hice una paja, sintiendo la misma frialdad que me llevoó a masturbarme en la escuela, cuando estuve sentado en detencioó n. La eyaculacioó n manchoó mis pantalones, lo que me hizo reíór, lo laveó . ¡Ah! ¡Estoy seguro de que Monsieur Scribe nunca se agachoó tanto!" Louise Pradier, a quien aparentemente vio en viajes no registrados a Paríós y cuyos prodigos favores compartioó , entre otros, un ingleó s anoó nimo sorprendido por su predileccioó n por el sexo oral, pudo haber suplantado a Louise Colet en sus fantasíóas onaníósticas. Apenas unos díóas antes de la insurreccioó n de junio que desgarroó a Paríós, los problemas visitaron a Flaubert en la persona de su cunñ ado. Desde la muerte de Caroline, a EÁ mile Hamard le habíóa ido mal. Habíóa hecho solo intentos poco entusiastas de establecer una praó ctica legal en Rouen. La existencia de la pequenñ a Caroline lo consoloó , pero no lo suficiente como para alejar a sus demonios, y los suegros de al lado no emitieron mucha calidez. Seguó n Flaubert, no teníóa ninguó n objetivo. En abril de 1847 Hamard habíóa cruzado el canal, con o sin la recomendacioó n que Cheó ruel habíóa solicitado a Michelet en su nombre. Despueó s de cinco meses, sobre los cuales no se ha rastreado ninguno de sus movimientos, dejoó Inglaterra para establecerse en Paríós. La revolucioó n fue un evento providencial para los hombres sin fuuro que no pudíóan encontrar un sitio en la sociedad establecida, y el desventurado vagabundo se convirtioó en un militante republicano. Frecuentando lo que los Flauberts consideraban "medios sospechosos," por lo que presumiblemente significaban clubes radicales, esperaba, en vano, reinventarse a síó mismo como un diputado. Peor auó n, ayudoó a financiar la causa con su herencia, derrochando treinta mil francos en ella (informoó Flaubert) y 190
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vendiendo las joyas de la familia. Lo poco que se sabe sugiere que la depresioó n se habíóa transformado en maníóa, o tal vez la pena en rabia. Ciertamente, el Hamard que descendioó sobre Rouen era un hombre decidido a reclamar a su hija de dos anñ os. Coó mo se desarrolloó este drama se puede reconstruir a partir de las cartas de Flaubert. Al enterarse de la intencioó n de Hamard de apoderarse de Caroline, Flaubert y su madre de alguna manera lo enganñ aron y le hicieron pensar que habíóan partido hacia Nogent-sur-Seine. Allíó Hamard fue y golpeoó a la puerta del yerno de François Parain, Louis Bonenfant, quien lo tratoó corteó smente. La artimanñ a les dio una ventaja. Durante la ausencia de Hamard en esta misioó n inuó til, huyeron con Caroline a Forges-les-Eaux entre Rouen y Dieppe, donde sus amigos le ofrecieron asilo. Mientras tanto, un tíóo Hamard tan convencido como ellos de que su sobrino no era sensato tomoó medidas para que se comprometiera. "Si supieras el efecto que todo esto ha tenido en míó," se quejoó Flaubert en una carta a Bonenfant, "te preguntaríóas si no terminaríóa teniendo que encerrarme junto a Hamard." Cuando lo amenazaron con encarcelarlo, Hamard contratoó a un abogado y demandoó a Caroline Flaubert por la custodia del ninñ o. Seguó n los teó rminos de una decisioó n de emergencia a la que todas las partes accedieron, se decidioó que Mme Flaubert mantuviera a la pequenñ a Caroline hasta que el caso contra la cordura de Hamard pudiera ser resuelto o al menos, hasta enero del anñ o siguiente, con Hamard disfrutando, en el interíón, de los derechos de visita. De estos eó l se aprovechoó "díóa y noche" para la desesperacioó n de todos. El caso contra Hamard nunca iríóa adelante, pero tampoco la demanda de Hamard por la custodia. EÁ l se rindioó a una abuela muy resuelta, abandonoó la ciudad y luego se presentoó irregularmente en Croisset o en Rouen en la casa instalada en un jardíón amurallado cerca del Hoô tel-Dieu que alquiloó Mma Flaubert despueó s de regresar de Forges-les-Eaux. El temor de que pudiera exigir en cualquier momento su derecho como tutor legal ensombrecioó la casa. "Cuando crecíó lo suficiente como para sentir verguë enza y enojo," escribioó maó s tarde su hija, "me llenoó de ambas cosas, ya que se contradijo con sus modales y palabras de todos los valores burgueses del orden y la regularidad criados en míó." No fue perverso o deshonesto, insistioó ella, pero "desquiciado por la fiebre tifoidea, el dolor y la inactividad". Ella no derramoó laó grimas cuando le llegaron noticias de su muerte muchos anñ os despueó s, en 1877. Sin duda, la idea cruzoó la mente de Mme Flaubert de que si su miserable yerno no hubiera elegido a finales de junio una rabieta litigiosa, podríóa haber perecido en las barricadas, ya que durante su pelea domeó stica en Rouen, la guerra civil estalloó de nuevo en Paríós, y el reinicio reclamoó muchas maó s vidas de las que se habíóan perdido cuatro meses antes. Lo que lo desencadenoó fue un decreto que expulsaba a los trabajadores no casados de los ateliers nationaux, los talleres nacionales establecidos despueó s de febrero. Otros decretos ya habíóan servido para reducir los beneficios disponibles a traveó s de estos talleres, que un gobierno conservador recieó n elegido consideraba no solo como una carga intolerable para los contribuyentes sino tambieó n como guaridas de sedicioó n socialista. La medida convencioó a los trabajadores parisinos de que pronto se aboliríóa una institucioó n que personifica su victoria. Se movilizaron a lo largo de barrios marginales en una insurreccioó n aparentemente espontaó nea que comenzoó el 22 de junio de 1848, cuando una multitud en el Hoô tel de Ville denuncioó el plan del gobierno de ofrecer a trabajadores ociosos parisinos que drenaran pantanos lejos de Paríós, en Sologne. Al cruzar ocho o diez mil personas, 191
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cruzaron el ríóo y comenzaron a subir por la rue Saint-Jacques. "A lo largo de su ruta, los tenderos cerraban temprano y las caras asustadas aparecíóan en las ventanas," escribioó Maxime Du Camp, quien presencioó esta demostracioó n. "Desarmados, marcharon en cadencia y cantaron luó gubres, '¡Pan o plomo! ¡Pan o plomo!' Era siniestro y realmente sorprendente." Ninñ os pobres con velas los precedieron a la plaza du Pantheó on, donde se extendieron alrededor de los oradores que se encontraban en un improvisado podio. Al borde de este enorme cíórculo, los informantes de la policíóa escucharon hablar de nuevas manifestaciones. Durante la noche, se excavaron adoquines para construir cimientos para maó s de doscientas barricadas, de unos quince pies de alto. En el llamado del gobierno a las armas, los tambores y las cornetas armaron un alboroto infernal y los Guardias Nacionales, afligidos por la anarquíóa que habíóan instigado por sus deserciones cuatro meses antes, durante el primer levantamiento, respondieron celosamente. Como lo vio De Tocqueville, Paríós se parecíóa a las ciudades sitiadas de la antiguë edad cuyos habitantes realizaban hazanñ as con la certeza de que la derrota significaríóa la esclavizacioó n. Pero tambieó n se notoó una sed de sangre propia de la guerra interna. En las conversaciones [en las calles de la ciudad], noteó coó mo muy raó pidamente, incluso en este siglo civilizado, la gente maó s pacíófica se sintonizaraó con el espíóritu de la guerra civil, y coó mo en esos infelices el gusto por la violencia y el desprecio para la vida humana de repente se extendioó . Los hombres con los que hablaba eran artesanos sobrios y pacíóficos cuyas gentiles costumbres . . . estaban auó n maó s lejos de la crueldad que del heroíósmo. Pero sonñ aban con nada maó s que destruccioó n y masacre. Se quejaron de que no se les permitíóa usar bombas o zapar y minar las calles que teníóan los insurgentes y que ya no queríóan dar cuartel a nadie.
Desde lejos, viajando a bordo de los primeros trenes de tropas de la historia, llegaron milicianos voluntarios deseosos de domesticar la capital que tantas veces habíóa impuesto su voluntad a la provincia de Francia. Se unieron a los regulares del ejeó rcito en una campanñ a ferozmente improvisada brillantemente bajo el general Louis Eugeè ne Cavaignac, el ministro de guerra, cuyo republicanismo no impidioó que aprovechara al maó ximo las facultades dictatoriales que le habíóa conferido la Asamblea Constituyente. La sangre fluyoó libremente a ambos lados de las barricadas. Los francotiradores insurgentes que combaten "sin un grito de batalla, líóderes o bandera", como dijo De Tocqueville, mantuvieron a raya a su poderoso enemigo durante dos díóas, pero finalmente cedieron a los bombardeos de artilleríóa, que pulverizaron todo. En la cuenta final de muertos habíóa cinco generales y Monsenñ or Affre, arzobispo de Paríós, de quien se dice que estaba agarrando una rama de olivo. Los insurgentes murieron por miles. Miles maó s fueron transportados a Argelia. Una bala en la pierna cortoó el servicio militar de Maxime Du Camp. Fue herido cuando peleaba en las barricadas adyacentes a la barrera aduanera del norte de Paríós y describioó el momento con el punctilio clíónico del hijo de un meó dico. "Me senteó , examineó mi herida. El disparo habíóa atravesado mi pierna en un aó ngulo descendente. La tibia se habíóa salvado, gracias a Dios, pero sabíóa sin lugar a dudas que el peroneó se habíóa hecho anñ icos, ya que inmediatamente extraje una astilla de hueso de la herida abierta." Mientras tranquilizaba a Flaubert en una carta escrita apenas doce horas despueó s, 192
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acerca de que no habríóa consecuencias serias, en privado se preguntoó si su suenñ o de explorar el Oriente podríóa lograrse en una pata de palo. Flaubert visitoó al convaleciente a mitad de julio, cuando parecíóa seguro dejar a su madre. Para entonces las calles ya habíóan sido barridas, los cuerpos habíóan sido enterrados, se habíóa nombrado una comisioó n de investigacioó n sobre la insurreccioó n y se habíóa puesto en marcha la maquinaria para condenar a los rebeldes a ser transportados. Los parisinos que buscaban alivio de los recuerdos del banñ o de sangre se congregaron en una feria en la explanada de los Invaó lidos. Y como Du Camp no podíóa unirse a ellos, Flaubert contratoó a uno de los atractivos — un granjero con una oveja de cinco patas— para visitar su apartamento en la plaza de la Madeleine. Cuando los ciudadanos burgueses dejaron sus mosquetes, muchos tomaron sus plumas para reflexionar sobre junio de 1848 en el lenguaje de Armagedoó n. "La civilizacioó n francesa sobrevivioó a uno de los mayores peligros para enfrentarla," escribioó Du Camp. El fiscal general de Angers, en su informe a la comisioó n de investigacioó n, afirmoó que sus companñ eros Angevois, suspendiendo sus diferencias políóticas, habíóan "acudido en ayuda de la sociedad, cuya existencia misma consideraban amenazada por una horda de baó rbaros que la subviertíóan desde adentro." Dado que la sociedad, o la civilizacioó n misma, estaban en juego, y los trabajadores desempenñ aban su papel como los hunos, la piedad habríóa sido suicida. "La lucha de estos uó ltimos díóas," declaroó un periodista en Le National, "ha sido claramente delineada a la fuerza. Síó, de un lado estaba el orden, la libertad, la civilizacioó n, la repuó blica decente, Francia; y por el otro, los baó rbaros, los desesperados que salen de sus guaridas de masacre y saqueos, y odiosos partidarios de esas salvajes doctrinas de que la familia no es maó s que una palabra y la propiedad nada maó s que un robo." Flaubert, el rico burgueó s sostenido por ingresos no ganados de las tierras agríócolas, no teníóa ninguó n uso para la doctrina igualitaria. Al declarar que solo trescientos o cuatrocientos hombres por siglo teníóan peso histoó rico, consideraba el socialismo utoó pico como el peor despotismo. Inherentemente poco inteligente era la mass qua mass. Pero con su animadversioó n contra la burguesíóa, tampoco podíóa soportar el derecho de propiedad a la civilizacioó n de los caballeros que intercambiaban ideas recibidas. Menos auó n podríóa tolerar el llamado al "orden moral" que se escucha ahora donde los conservadores hablaban y destinado a repetir el siglo como un mantra. Lo que estos beneficiarios de la movilidad social instaron a los trabajadores contenciosos fue la resignacioó n piadosa, y en ninguna ciudad fueron maó s sermoneados maó s rudamente que en Rouen. Si Flaubert leyoó un perioó dico local titulado La Liberteó el 3 de julio, lo habríóa visto afirmar que solo la religioó n podríóa inculcar un "sentido de jerarquíóa" en los trabajadores. Sin saber por queó se escatimoó cuando a los ricos no les faltaba nada, el hombre pobre estaba listo para la conversioó n a la violencia. "Culpa a nuestro sistema social y ve alguó n tipo de justicia al derrocarlo." La codicia lo habíóa convertido en un transgresor. Ya no estaba convencido de que su porcioó n habíóa sido divinamente ordenada, queríóa todas las cosas buenas de la vida. "Esto se convierte en una pasioó n consumidora y embriagadora. Ya no se trata de una victoria sobre alguna objecioó n verbal, o sobre la forma del gobierno. Lo que estaó en la raíóz de estos esfuerzos impíóos es la remodelacioó n total de la sociedad. De los disturbios políóticos hemos pasado a la guerra social." Incluso de Tocqueville, un civilizado, sutil y compasivo normando, estuvo de acuerdo hasta cierto punto con este punto de vista. El populacho 193
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que deseaba un respiro de "las necesidades de su condicioó n," escribioó , habíóa sido conducido por el camino de las príómulas por un espejismo de bienestar al que los charlatanes ideoloó gicos los habíóan hecho sentir con derecho. Fue, en su opinioó n, la mezcla de codicia y "falsas teoríóas" lo que le dio a la insurreccioó n su peculiar combustibilidad. Flaubert deseoó una calamidad en ambos antagonistas. Del mismo modo, encontroó poco para elegir entre el mundo exterior, que consideraba un paisaje de desolacioó n, y su familia, a la que llamoó , entre otros nombres menos peyorativos, uni cieó naga. Las payasadas de Hamard los habíóan aturdido, eó l y su madre se enfrentaron maó s acaloradamente que de costumbre. Despueó s de un estallido, Flaubert ofrecioó disculpas profusas y juroó nunca maó s comportarse como lo hizo. "Veraó s que no estoy orgulloso, que reconozco mis faltas," le escribioó a su madre que estaba en Rouen desde Croisset. "Estoy lejos de ser un hombre fuerte, el problema radica en mis malditos nervios, y luego, tambieó n, uno no puede practicar mi oficio sin sufrir consecuencias; uno termina con una sensibilidad desollada por ponerle un laó tigo todos los díóas. Piensa en eso y perdoó name." No hubo maó s suó plicas de Louise Colet para hacerle apreciar el internamiento y para equilibrar el peso emocional del llanto de Mme Flaubert sobre eó l en un extremo de la líónea Paríós-Rouen, aunque los amantes, una vez con futuro, se mantuvieran míónimamente en contacto. Louise habíóa alquilado un apartamento en la rue de Seè vres, al lado de Juliette Reó camier, cuya íóntima confidente se habíóa convertido. Vieja y ciega, Juliette le dio un mechoó n de cabello a Chateaubriand cuando murioó su novio de ochenta anñ os. Louise a su vez se lo envioó a Flaubert, reconociendo su reverencia por el autor de René y endulzando su recuerdo de ella. EÁ l se lo envioó de vuelta. El confidente de Flaubert era Louis Bouilhet, con quien se habíóa unido desde 1846, y especialmente durante los terribles meses de agitacioó n privada y puó blica. ¿Queó sabemos sobre este conocido de la infancia redescubierto varios anñ os despueó s de su graduacioó n de la escuela? A diferencia de Flaubert y Maxime Du Camp, Bouilhet proveníóa de una familia acostumbrada a circunstancias difíóciles. Su padre, Jean-Nicolas, habíóa servido en la administracioó n napoleoó nica como director de hospitales de campanñ a bajo el mando del mariscal Oudinot, un puesto que lo expuso a un peligro constante y, en uó ltima instancia, durante la desastrosa retirada de mediados de invierno desde Moscuó , socavoó su salud. Despueó s de 1815, Jean-Nicolas fue nombrado subdirector de una finca aristocraó tica en la meseta de Caux cerca de Cany, donde conocioó y se casoó con Clarisse Hourcastremeó , que ensenñ aba en un internado para ninñ as fundado por su padre. Ambos coó nyuges teníóan fuertes inclinaciones literarias. JeanNicolas escribioó canciones, faó bulas, comedias, montones de poesíóa y una memoria de sus campanñ as militares. Clarisse era lo suficientemente experta en versificar para componer recepciones oficiales en las raras ocasiones en que una celebridad visitaba Cany. Instruida en casa, habíóa recibido excelentes instrucciones de su padre, Pierre Hourcastremeó , a quien Louis Bouilhet recordaba como un octogenario con culottes y una peluca enpolvada. A traveó s de este abuelo, Bouilhet se sintioó singularmente conectado con la era de la Ilustracioó n, cuando Pierre escribioó ensayos filosoó ficos, tratados matemaó ticos y baladas que le valieron grandes elogios de nada menos que un personaje como Voltaire. Antes de 1789, el joven erudito habíóa mantenido correspondencia con Condorcet y con el economista fisioó crata Turgot. 194
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Un emotivo epíógrafe de las memorias de Jean-Nicolas deja en claro que estaba destinado a Louis. "Aprecio la idea de que alguó n díóa mi hijo contaraó con orgullo los peligros que su padre soportoó ," escribioó . "EÁ l me seguiraó [a traveó s de Europa] al leer la historia de mis desgracias . . . y jactanciosamente insiste en el coraje que tomoó nadar el Berezina. Una compensacioó n tardíóa y deó bil que el futuro me promete. . . cuando ya no exista." Para que la timidez que siempre lo habíóa molestado, afligiera a su hijo tambieó n, esperaba con sus memorias proyectar una imagen de valor, pero Jean-Nicolas murioó en 1832, dos anñ os antes de Pierre Hourcastremeó , y la formacioó n del personaje de Bouilhet recayoó en gran medida sobre Clarisse, que no dejoó mucho espacio para la autoafirmacioó n. Hostil a las ideas que su padre habíóa establecido, ella tocoó una líónea reaccionaria en religioó n y políótica. La vida en el hogar era decididamente adusta. Si Bouilhet, a diferencia de sus dos hermanas menores, escapoó del efecto total del reó gimen puritano de Clarisse, podríóa agradecerle a su abuelo. A traveó s de conexiones, Pierre Hourcastremeó lo habíóa inscrito en un internado cercano, y cuando el director, M. Jourdain, se afilioó a su establecimiento con la escuela colegial y lo trasladoó a Rouen, Bouilhet se convirtioó en companñ ero de clase de Flaubert. A pesar de una naturaleza tíómida y apacible que podríóa haberlo sumido en la oscuridad, Bouilhet hizo sentir su presencia gracias a una brillante erudicioó n, especialmente en los idiomas claó sicos. Nadie lo igualaba en escribir versos latinos, y en griego, que, como sabemos, Flaubert trabajoó toda su vida para dominarlo, era tan fluido que Jourdain le hizo ser tutor de los internos maó s lentos. En 1839, su penuó ltimo anñ o, el director le otorgoó a Bouilhet el prix d’excellence por haberse graduado primero en su clase. Entonces, fue el asombro de todos, cuatro meses despueó s, encontrar su nombre en la carta de protesta contra las penas injustas que resultaron en la expulsioó n de Flaubert (pero no en la suya). Alto y apuesto, parecido a Flaubert mucho maó s de cerca que Achille, era el chico ideal de becas, un genio claó sico que diligentemente le escribíóa largas cartas a su madre todos los saó bados. Tambieó n escribioó poesíóa y poesíóa de un tipo que mostraba la influencia extracurricular de Victor Hugo y Alfred de Musset. "No seó cuaó les son los suenñ os de los escolares hoy en díóa," recordoó Flaubert muchos anñ os despueó s, "pero los nuestros fueron espleó ndidos en su extravagancia — las uó ltimas exhalaciones del Romanticismo, sofocadas en un entorno provincial . . . Uno no era meramente trovador, insurreccional y oriental; uno era sobre todo un artista. Una vez completada la tarea, comenzoó la literatura y uno se esforzoó por leer novelas en el dormitorio." Mientras Flaubert teníóa poco talento para la versificacioó n, la mente de Bouilhet estaba sintonizada naturalmente con las cadencias meditadas. Como su familia no queríóa que Chatterton se muriera de hambre, le pidieron que estudiara medicina y, en octubre de 1840, Bouilhet ingresoó en la facultad de medicina de Rouen. Durante dos anñ os, el joven obediente sobrevivioó sin dormir mucho, asistioó a clases, a menudo cumplíóa tareas nocturnas en las salas y daba clases de lenguas claó sicas en una pensioó n de estudiantes. Luego se convirtioó en uno de los cuatro internos bajo la supervisioó n de Achille-Cleó ophas, una experiencia que puede haber sido para eó l lo que nadar la geó lida Berezina para escapar de los merodeadores cosacos habíóa sido para su padre. Coó mo conciliar las tareas que consumen mucho tiempo de una disciplina rigurosa con las lecciones privadas de las que dependíóa y con el ocio necesario para la poesíóa, la conversacioó n o el coqueteo era su dilema insoluble (Maxime 195
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Du Camp afirmoó que compuso versos en su cabeza todo el tiempo, incluso cuando ayudaba al cirujano principal a realizar ligaduras arteriales despueó s de una amputacioó n). Auó n asíó, eó l perseveroó y pudo haber practicado medicina si no hubiera sido por un incidente muy parecido al que habíóa resultado en la expulsioó n de Flaubert de la escuela. En agosto de 1843, los internos, disgustados por tener que dormir en sus habitaciones del hospital cuando no estaban de guardia, discretamente protestaron. La protesta fue ignorada, despueó s de lo cual los cuatro, incluido Bouilhet, organizaron una huelga. El Hoô tel-Dieu los despidioó sumariamente. Los tres obtuvieron pasantíóas en otros hospitales, pero Bouilhet, quien puede haber sido el menos militante entre ellos, tambieó n era el menos ansioso de superar las consecuencias de su rebelioó n. Despueó s de completar los cursos en el Hoô tel-Dieu, informoó a su madre agraviada en marzo de 1844 que habíóa suspendido los exaó menes para el tíótulo y que habíóa dejado la medicina. Los poemas que habíóa compuesto durante los tres anñ os anteriores, la mayoríóa de ellos escritos en cadencias senñ oriales pero con una voz dulce y elegíóaca que a veces llegaban, eran sobre el amor, la gloria, el poeta burlado por el filisteo. "En el mal como en el bien, no hay nada grandioso hoy en díóa, nada amplio," se lamentoó en un cuaderno de reflexiones filosoó ficas. "¡La moralidad es intolerante y el crimen es burgueó s! Estamos inflamados con linfa." La tutoríóa de joó venes para el bachillerato claó sico se convirtioó en la ocupacioó n a tiempo completo de Bouilhet. Los candidatos no fueron difíóciles de encontrar. Cuando Flaubert se encontroó con eó l otra vez, aparentemente poco despueó s de la muerte del Dr. Flaubert, vivíóa en un hotel barato llamado Trois Maures. A pesar de lo tedioso que debíóa haber sido, ocho horas diarias de trabajo tutorial le proporcionaron maó s tiempo libre que su pasantíóa en el Hoô tel-Dieu. Incursionista empedernido de cafeó s, pasaba las tardes envuelto en humo de pipa con sus amigos (sobre todo Charles LeBoeuf, el vizconde de Osmoy, un hombre maó s joven cuyo nombre puede haber inspirado el del meó dico rural de Flaubert). Encontroó tiempo para al menos una frustrada aventura amorosa y el cortejo torturado de una ramera llamada Rosette. En poco tiempo, las invitaciones para unirse a Flaubert, o Flaubert y Maxime Du Camp, comenzaron a llegar todas las semanas desde Croisset, donde su brillantez fue corroborada. "Bouilhet, que se sonrojoó cuando los ojos se posaron en eó l y se sintioó incoó modo en un saloó n, mantuvo creencias firmes y los argumentoó con brio," escribioó Du Camp. "Era gracioso, teníóa la destreza de un maestro de esgrima para la ironíóa, y podríóa haberse convertido en un poeta coó mico si su educacioó n temprana, la moda romaó ntica y una cierta aspiracioó n a la grandeza no lo hubieran empujado a la poesíóa líórica." Como dice Du Camp, los tres inventaron una tragedia burlesca llamada Jenner, o El Descubrimiento de la Vacuna, con Bouilhet poniendo su trama tonta en verso pulido, para el deleite particular de Flaubert, que pronto le otorgoó varios apodos (Bardache, Hyacinthe, l'Archeveô que, Monseigneur), que eran, como siempre, muestras de afecto. 201 La habilidad de Bouilhet para esculpir versos rimados de cualquier longitud sorprendioó a Flaubert, maó s bien como el tono perfecto podríóa parecerle sobrenatural a alguien incapaz de llevar una melodíóa. La habilidad de Bouilhet en los lenguajes claó sicos no dejaron una menos profunda impresioó n. Du Camp declaroó que nunca se encontroó con un humanista maó s distinguido. "No habíóa un poeta griego o latino que eó l no conociera; los leíóa 201Bardache era un argot para el catamita o prostituto masculino, aparentemente derivada del árabe bardaj.
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regularmente y usaba su erudicioó n a la ligera." Su abortada carrera como pasante quiruó rgico tambieó n le ayudoó . Conocer el Hoô tel-Dieu desde el interior le dio a eó l y a Flaubert un terreno comuó n. Y el decepcionante Dr. Flaubert lo fortalecioó . Bouilhet era su verdadero hermano, un florete para Achille, un alma gemela, un companñ ero abandonado en el mundo de las profesiones burguesas. En el otonñ o de 1848, cuando Maxime Du Camp se tambaleaba por el norte de AÁ frica, estos dos se veíóan todos los domingos y pasaban largas tardes acomodados en sillones verdes. Agradecido por una audiencia entusiasta, Bouilhet a menudo leíóa su poesíóa, lo que significa casi siempre las estrofas rimadas de un poema narrativo establecido en la antigua Roma que finalmente excedíóa las tres mil líóneas. La Tentation de San Antoine de Flaubert, una obra en progreso desde 1846, habíóa comenzado a crecer por encima del humus de tomos eruditos que alfombraban su habitacioó n de esquina en Croisset, pero seguíóa siendo el trabajo secreto de su autor. Durante dos anñ os Flaubert habíóa estado leyendo los Padres de la Iglesia y los decretos del consejo, comenzando con el de Nicea, compilado por Labbeó y Cossart. Se habíóa sumergido en la escolaó stica, la vida de los santos y todo lo que pudo encontrar en las herejíóas cristianas primitivas. Bouilhet le advirtioó que no mostrara maó s erudicioó n de lo que correspondíóa a su tema. "¡Ten cuidado! San Antonio era un alma simple y vas a convertirlo en un hombre culto." EÁ l no escuchoó . Al igual que Jules, el coprotagonista de L'EÁ ducation sentimentale (primera versioó n), Flaubert se vio impulsado a satisfacer otros deseos — riquezas y poder — al acumular una gran cantidad de conocimiento. Sinopsis y resuó menes no serviríóan. En esta obra de misterio, como eó l lo concibioó , los credos fantasmagoó ricos reunidos maó s allaó de Antonio requeríóan una enorme investigacioó n. Solo un hombre culto podríóa transformar la retirada del desierto de un hombre simple en un lugar de carnaval para grotescos teoloó gicos. Lo que Flaubert imaginoó fue la caíóda de la seguridad dogmaó tica a una individualidad vejada. Antonio se abrocha desde el principio, cuando, durante un momento introspectivo antes de la oracioó n vespertina, recuerda coó mo la experiencia de pensamientos parias que repentinamente inundaron su mente lo persuadioó a huir de la sociedad anñ os antes. "Me sentíóa desesperadamente incapaz de controlar mi pensamiento; resbalaron los lazos con los que lo teníóa atado y se me escapoó ," dice en un monoó logo que evoca la descripcioó n de Flaubert de ataques epileó pticos. "Como un elefante deshonesto, [mi mente] corríóa debajo de míó con trompetas salvajes. A veces me inclinaba asustado o intentaba detenerlo. Pero su velocidad me sorprendioó , y me levantaríóa roto, perdido." Recordar una invasioó n lo abre a otra, que ahora comienza. El deseo es primero romper la ermita, y su encarnacioó n es Maríóa, quien, cuando Antonio se arrodilla ante un íócono de la Virgen Madre de Cristo, de repente parece una tarta de poses luó bricas. Las imaó genes de incesto maó s oblicuas que eó sta se repetiraó n a lo largo de la narracioó n. Para Jesuó s, el hijo carismaó tico, a quien Antonio personifica, las mujeres abandonan a sus maridos. Se dice (por una voz interior) que acuden de todas partes, aó vidamente en busca de una realizacioó n mesiaó nica inconmensurable con la vida cotidiana. Flaubert trae al escenario, entre otros, a la Reina de Saba, cargada de regalos como en su procesioó n bíóblica a Jerusaleó n, que ha rechazado a Salomoó n por Antonio — el patriarca barbudo del monje infantil. Antonio abomina de sus fantasíóas, pero de nuevo escucha una voz subversiva. Hablando desde dentro del heó roe de Flaubert, "Loó gico", flanqueado por los Siete Pecados Capitales, argumenta que los hombres 197
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verdaderamente espirituales deben deshacerse de todas las restricciones. El ritual, la ley y el tabuó no son maó s que el edificio institucional de los sacerdotes escleroó ticos. Solo fuera de esta prisioó n puede el alma expandirse. "¡Deje que abra su buhardilla!" Exhorta la loó gica. "Que trague aire de cada viento, que vuele hacia el sur, hacia el norte, hacia el amanecer, hacia el sol poniente, porque Samaria ya no estaó maldita y Babilonia se ha secado de sus laó grimas." Pero los pensamientos prohibidos no se entretienen con impunidad. Las sombras de penitencia lucen todo el trabajo, y las referencias a espadas, al borde afilado del deseo no consumado y la automutilacioó n. Durante su estriptíós, Maríóa le promete a Antonio que lo abrazaraó y "hundiraó " en sus ojos, "que brillaraó como el acero de las espadas." En una escena posterior, Antonio se desmaya de placer cuando se flagela y el diablo le presenta tres libertinajes, uno de los cuales — una rubia alta y esbelta llamada Adulterio, cuyo chal negro gira alrededor de su carne desnuda como los anillos de una diosa serpiente de Creta — quieó n pregunta: ¿Los adolescentes pensativos relataron sus suenñ os contigo? La esposa se levanta de la cama y tantea el pasillo oscuro descalza. Su camisa, huó meda de sudor, hace parpadear la laó mpara de la noche. Ella sonríóe mientras tiembla, y el dedo que coloca sobre su boca indica que tiene miedo de que el ninñ o que despierta en su cuna se despierte. Me deleito en el juego de perfidias ocultas.
Si la cuna, la noche y el pasillo oscuro no eran lo suficientemente obvios para el suenñ o recurrente de Flaubert de un ninñ o rodeado de rostros ensangrentados y medio desollados con cuchillos entre los dientes, el adulterio aparece con una maó scara en una mano y una daga en la otra. Las dagas en la mano aparecen de nuevo durante la procesioó n de herejíóas, cuando una secta que practica la auto-castracioó n canta: "Aquíó [el cuchillo] es lo que destruye la raíóz y la rama de la concupiscencia. Aquíó [una corona de espinas] es lo que ataca al orgullo en su asiento. Gracias a la espada, la tentacioó n no nos pone en peligro; bajo la corona de espinas, el deseo se veraó obligado a someterse." Frecuentemente invocado por Flaubert en tiempos de exasperacioó n (aunque no en esta obra) fue el gran y prolíófico exeó geta alejandrino Oríógenes, quien, seguó n Eusebio, se castroó a síó mismo. Despueó s de confabularse en los ambivalentes placeres del santo, la Muerte y el Deseo son apartados y, como Artemisa y Afrodita peleaó ndose por Hipoó lito de Euríópides, se hacen competir por Antonio en un debate elocuente que senñ ala el final de La Tentation. Dividido entre su fuerza de vida y un deseo de muerte, favorece a cada uno por turno. La Muerte (La Mort) y la Lujuria (La Luxure) son obstinados litigantes, cada uno de los cuales no estaó dispuesto a renunciar a la uó ltima palabra. Cuando la Muerte se jacta de su invencibilidad, la Lujuria, personificada como una mujer, evoca su influencia dominante en los asuntos humanos. Un magistrado acaricia pensamientos de adulterio debajo de su toga roja; el erudito interrumpe su meditacioó n para encontrar una puta; un pescador que pesaba la pesca se desmaya de placer mientras su lancha avanza de un lado a otro; un sacerdote difíócilmente puede evitar temblar cuando llena la copa de comunioó n y empuja al objeto penitente de su lujuria en la fríóa sacristíóa; un embalsamador egipcio, que cierra la puerta de las caó maras inferiores, se arroja sobre el cadaó ver de una hermosa joven noble. Tuó , Muerte, cuando por la noche merodeas por ciudades silenciosas y miras casas obscenas, ¿has escuchado besos de 198
Flaubert: Una vida — Frederick Brown los labios o visto extremidades enredadas o saó banas huó medas olfateadas? Hinchados bajo sus gorros de dormir, pareja de esposos; la virgen emocionada despierta de su suenñ o, el hijo de la casa hace un revolcoó n de medianoche, el mozo de cuadra monta a la doncella, la perra en su perrera responde al ladrido masculino en la esquina de una calle. Matronas veladas, ancianos con muletas, adolescentes de pelo largo, príóncipes en sus palacios, caminantes en el desierto, esclavos en el molino, cortesanas en el teatro — son todos míóos, viven a traveó s de míó, se postran sobre míó. Desde la inquisicioó n de la infancia hasta la lascivia de la ancianidad, del amante que tiene palpitaciones cuando su amada roza contra eó l en un paseo en el prado hasta el hombre que necesita desmembramientos y azotes para su placer, yo poseo seres, quiera o no. ¿Me resisten? ¿Me evitan? ¿Quieó n puede conquistarme? No siempre eres tuó .
Y ella se apodera de su codiciado trofeo. Entonces la Muerte tira de ella por su vestido, rasgaó ndola de la cadera a los talones, y, haciendo sonar sus huesos, le dice a Antonio: "¡Ven aquíó! Estoy en reposo, estoy en paz, olvido, el absoluto. "La lujuria se reincorpora: "¡Ven! Yo soy la verdad, la alegríóa, el movimiento eterno, la vida misma." Tan pronto como la Lujuria se desviste y echa la cabeza hacia atraó s para duchar a Antoio con peó talos de su corona de rosas que la Muerte se quita su mortaja. El desconcierto supera al santo de Hamletiano: Pero ¿y si ambos mintieran? ¿Queó , oh Muerte, si hubiera otros males maó s allaó de ti? ¿Y queó , oh Lujuria, si encontrara en tus deleites un vacíóo auó n maó s sombríóo, una desesperacioó n auó n maó s envolvente? En los rostros de los agonizantes he visto algo asíó como una sonrisa de inmortalidad, y en los labios de los vivos tanto dolor que no seó quieó n de ustedes es maó s sepulcral.
Siguen cincuenta paó ginas en las que dioses paganos antanñ o poderosos, con mucha lamentacioó n, prueban el argumento del diablo de que todas las divinidades perecen, y que no hay fundamento para lo normativo o lo ortodoxo. Al final, Antonio todavíóa se aferra a su propio dios, pronunciando llamamientos desesperados a Jesuó s, que quedan sin respuesta. Nadie tiene la uó ltima palabra, incluso si el diablo tiene la uó ltima risa, y su burlona "¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!" Concluye La Tentation. Triunfantemente, Flaubert registroó la carcajada del diablo el 12 de septiembre de 1849. Varios meses antes todavíóa habíóa estado desesperado por el trabajo y sin duda se preguntaba si otra convulsioó n lo dejaríóa sin palabras de una vez por todas. Pero la afasia no era su problema, como Maxime Du Camp y Louis Bouilhet pudieron atestiguar, para su propia desesperacioó n, cuando Flaubert los convocoó a Croisset para una exposicioó n de la obra que habíóa mantenido en secreto desde que comenzoó en mayo de 1848. La lectura tomoó treinta y dos horas (casi tanto como le tomoó al copista transcribirlo), durante el cual los auditores se reservaron sus comentarios, a ipeticioó n de Flaubert. Escucharon ocho horas al díóa durante cuatro díóas, desde el mediodíóa hasta las cuatro y desde las ocho hasta la medianoche. Caroline Flaubert intentoó sin eó xito descubrir sus pensamientos. "[Despueó s de la Esfinge, la Quimera, Montano, Apolonio de Tiana, los Gnoó sticos, los Maniqueos], nos concentramos auó n maó s en los Marcionitas, los Carpocratianos, los Paternianos, los Nicolaitenes, los gimnosofistas, Plutoó n, Diana, Heó rcules e incluso el dios Crepitus," recordoó Du Camp en sus Souvenirs. "¡Fue inuó til! No entendimos, no pudimos adivinar a doó nde queríóa llevarnos, y de hecho no nos llevoó a 199
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ninguna parte." Du Camp nunca reconocioó los huesos del argumento esencial de Flaubert, pero despueó s de cuatro díóas de cautiverio en Croisset, incluso una mente maó s intuitiva que la suya y maó s hospitalaria a la expansioó n romaó ntica podríóa haber sido entorpecida por el enjambre de figuras histoó ricas, mitoloó gicas y alegoó ricas. Anhelando por algo —por cualquier — convergencia dramaó tica y poniendo los ojos ante el monoó logo saó dico, que exclamaba perioó dicamente: "¡Espera, ya veraó s!" Du Camp y Bouilhet esperaron en vano. Cuando llegoó su turno, se vengaron con críóticas no muy diferentes a las que le lanzaríóan a L'Éducation sentimentale en su versioó n final dos deó cadas maó s tarde. "Avanzas por expansioó n," dijo Du Camp a un tembloroso Flaubert. "Un sujeto te acerca a otro y terminas olvidando tu punto de partida. Una gota se convierte en un torrente, el torrente un ríóo, el ríóo un lago, el lago un oceó ano, el oceó ano un maremoto. Te ahogas, ahogas a tus personajes, ahogas el evento, ahogas al lector y tu trabajo se ahoga." Flaubert presentoó una defensa de la autocitacioó n, releyoó sus pasajes favoritos y desafioó a sus críóticos a no declararlos bellos, pero — como Du Camp lo recuerda — finalmente admitioó el punto de que muchos eran inuó tiles. Du Camp maó s tarde se atribuiríóa el meó rito de los consejos que hicieron de Flaubert el disciplinado autor de Madame Bovary. Cuando Flaubert se preguntoó coó mo alguien en cuya naturaleza exageraríóa — criar ovejas de cinco patas, por asíó decirlo — podríóa cambiar sus haó bitos literarios, supuestamente Du Camp dijo: "Debes elegir un tema en el que el lirismo sea tan impropio como para que te obligen a abstenerte de esto." Balzac senñ aloó el camino, no Hugo. "Elija un tema praó ctico, uno de esos incidentes en los que abunda la vida burguesa, algo asíó como La Cousine Bette o La Cousin Pons, y oblíóguese a tratarlo. . . sin esas divagaciones que, aunque bellas en síó mismas, obstaculizan el desarrollo de su esquema." En la explicacioó n de Du Camp, Bouilhet, que superoó su timidez en lo que respecta a la literatura, habloó auó n maó s sin rodeos. Pensoó que, como producto de una industria equivocada, el manuscrito se quemaba mejor. Flaubert no lo quemaríóa, siendo un acaparador en lugar de un piroó mano, por todos sus himnos a Neroó n, y San Antonio se convirtioó en otra aparicioó n en su vida.
CON EL 12 DE DICIEMBRE DE 1849, a la vista, Flaubert se habríóa sentido indescriptiblemente deprimido si no hubiera esperado la posibilidad de dejar atraó s su fiasco, partir de Francia y celebrar su vigeó simo octavo cumpleanñ os en Egipto. Por esto podíóa agradecer a Du Camp, con quien emprenderíóa un viaje destinado a durar muchos meses y conducirlos a traveó s del Imperio Otomano, desde El Cairo hasta Damasco. Du Camp lo habíóa estado organizando desde su breve gira por Argelia y Marruecos durante el otonñ o de 1848, pero Flaubert, un reheó n de su imprevisible enfermedad y de la ansiedad de su madre, no lo figuroó en sus planes hasta febrero de 1849, cuando los acontecimientos tomaron un sorprendente giro. Los dos estuvieron juntos en Rouen ese mes. Exasperado por la perspectiva de una aventura que no podíóa compartir, Flaubert expresoó enojo y desesperacioó n. Una cena familiar en el Hoô tel-Dieu le ofrecioó a Du Camp la ocasioó n de abordar el asunto con Achille, quien aceptoó que viajar en tierras banñ adas por el sol podríóa ser una excelente terapia para su hermano e instoó a esta opinioó n sobre Mme Flaubert. Despueó s de que el Dr. Jules Cloquet lo secundara, ella dio 200
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su aprobacioó n a reganñ adientes, aunque el mundo debe haber parecido maó s peligroso que nunca en medio de una epidemia de coó lera que cobroó dieciseó is mil parisinos entre marzo y mayo de 1849. "Necesito aire fresco, en toda su amplio sentido," escribioó Flaubert a Ernest Chevalier el 6 de mayo. "Mi madre, viendo lo indispensable que es para míó, consintioó , y eso es todo. La idea de darle motivos de preocupacioó n me llena de angustia, pero creo que es el menor de los dos males . . . De todos modos, el asunto estaó resuelto y he tardado mucho en resolverlo. La lucha con mi pasioó n por el camino abierto me ha quitado tanto que me he adelgazado. Ahora mismo estoy empezando a hacer los preparativos." Luchando no solo con su "pasioó n por el camino abierto", sino que, seguó n Du Camp, con el temor de que sus visiones resplandecientes de Oriente se hicieran anñ icos contra la realidad, superoó su ambivalencia el tiempo suficiente como para buscar un factoó tum para el viaje. El guardabosque de su tíóo en Nogent, Leclerc, que lo habíóa impresionado por haber matado recientemente a un lobo en la propiedad de Parain, le vino a la mente, y por mil quinientos francos, Leclerc de hecho se puso a disposicioó n. 202 Sus deberes, escribioó Flaubert, incluiríóan armar tiendas de campanñ a, limpiar armas, alimentar caballos, cepillar las botas, arrancar juegos, cocinar comidas. La etiqueta requeriríóa que vistiera ropas nativas, que se abstenga de consumir alcohol y que se mantuviera alejado de las mujeres cuyos favores sexuales podríóan provocarles la ira de un musulmaó n celoso. "Ademaó s", agregoó , "cabalgaraó a caballo junto a nosotros, estaraó armado para el juego de los dientes y la caza de todas las caracteríósticas: faisanes rojos, leones, cocodrilos. En el camino, este seraó su empleo principal . . . En resumen, participaraó plenamente en nuestra forma de vida." Mientras tanto, Maxime Du Camp, indujo a los funcionarios del gobierno de su conocido a proporcionar credenciales que inspiraríóan respeto a los consulados de Francia en todo el Levante. La misioó n improbable de Flaubert era mantener sus oíódos alertados en puertos y caravanas para obtener informacioó n en la que las caó maras de comercio francesas pudieran estar sumamente interesadas. Para la primera o segunda semana de octubre, sus equipos —sillas, carpas de caó mara y recipientes especialmente disenñ ados para los quíómicos necesarios para producir calotipos — habíóan sido despachados a Marsella en dos cajones de un peso de doscientas libras. No se ahorraron gastos, y el viaje iba a costar caro a Mme Flaubert. 203 Se despidioó de su hijo en Nogent, donde François Parain y los Bonenfants la ayudaríóan a soportar el dolor de la separacioó n, aunque no sin antes insinuar que planeaba tomar sus comidas a solas, como corresponde a una mater dolorosa. Los ladridos incesantes de un perro del vecindario en Nogent ese díóa parecíóan un mal presagio. Tambieó n le hizo companñ íóa cuatro monjas y un sacerdote, que abordaron el tren de Paríós con eó l. Incluso debatioó consigo mismo si irse a Egipto. El Hermano Achille no pudo ofrecerle consuelo a su madre en su ausencia. Las relaciones entre Mme Flaubert y su hijo mayor eran problemaó ticas. Ella nunca visitoó el Hoô tel-Dieu, que albergaba demasiados recuerdos, y se pensoó que habíóa responsabilizado a Achille por 202El tío de Flaubert le había regalado la piel de lobo. En última instancia, el valet corso de Du Camp, Sassetti, fue elegido por encima de Leclerc. 203Unos veintiocho mil francos. (Lo que un funcionario de aduanas, u otro funcionario gubernamental menor, podría esperar ganar durante trece o catorce años).
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haber estropeado la operacioó n de Achille-Cleó ophas. Tampoco ayudoó el hecho de que ella encontrara a su nuera, Julie, gorda de cuerpo y mente. Hasta su uó ltimo díóa en Paríós, Flaubert, herido de culpa, envioó a su madre una carta tras otra, insistiendo en que ella lo llamara a casa desde el extranjero si su ausencia resultaba insoportable, y protestaba por su amor. La partida habíóa sido programada para el 29 de octubre. Hubo llamadas sociales de uó ltima hora pagadas a Jules Cloquet, James Pradier y la esposa separada de Pradier. Hamard, durante un breve encuentro que confirmoó que Flaubert lo consideraba desquiciado y embrutecido por el alcohol, se preguntoó por queó alguien deberíóa embarcarse en un largo viaje al Levante cuando tanto Molieè re se realizaba en Paríós. Flaubert asistioó a una presentacioó n de Le Prophète de Meyerbeer, que encontroó "magníófico." Maurice Schlesinger (ahora residente durante todo el anñ o en la ciudad natal de EÁ lisa, Vernon) se despidioó de eó l despueó s de una reunioó n jovial en la Opeó ra-Comique. Con Bouilhet vio la coleccioó n de bajorrelieves asirios del Louvre y visitoó su burdel favorito cerca del Palais-Royal, la Meè re Gueó rin, para un polvo final con las putas francesas. En la noche del 28 de octubre, Flaubert, Du Camp, Louis de Cormenin y Bouilhet cenaron en el Palais-Royal en una sala privada de Trois Freè res Provençaux, con el conocido de Maxime, Theó ophile Gautier, con quien Flaubert se estaba reuniendo por primera vez. "Ayer Gautier expresoó una opinioó n, que siempre ha sido míóa, que 'solo la burguesa grazna,' en otras palabras, que 'cuando uno tiene algo en sus entranñ as, uno no muere antes de que uno lo haya cagado,'" escribioó Flaubert como una especie de despedida consoladora para su madre. Lo que teníóa en las entranñ as le aseguroó que regresaríóa vivo de Oriente.204 El itinerario convencional de los turistas que viajaban de Paríós a Marsella no habíóa cambiado desde abril de 1845, cuando los Flaubert acompanñ aron a su hija, la hermana de Flaubert, Caroline, en su luna de miel, aunque ahora se podíóa negociar maó s por ferrocarril. El 29 de octubre de 1849, Maxime Du Camp y Flaubert abordaron una diligencia con destino a Dijon y Chalon.
204Esta combinación de nacimiento y defecación en una imagen que aseguró a su madre que él no la abandonaría como su esposo pero que regresaría para rescatarla del dolor y prometiéndole el regalo de un trabajo futuro, recuerda lo que Freud dijo sobre regalos, incesto y rescate. En "Una clase especial de elección de objetos hecha por hombres," por ejemplo: "La idea de 'rescate' en realidad tiene un significado e historia propia y es una derivada independiente del complejo de la madre, o, más correctamente, del complejo parental. Cuando un niño escucha que le debe su vida a sus padres, que su madre le dio vida, los sentimientos de ternura en él se mezclan con el anhelo de ser grande e independiente por sí mismo, de modo que él forma el deseo de compensar a los padres por este regalo y retribuirlo por uno de un valor similar. . . Luego teje una fantasía de salvar la vida de su padre en alguna ocasión peligrosa por la cual él se rinde con su padre, y esta fantasía es comúnmente desplazada al Emperador, el Rey o cualquier otro gran hombre . . . En la medida en que se aplica al padre, la actitud de desafío en la fantasía ‘salvadora’ supera con creces el sentimiento de ternura en ella, esta última generalmente dirigida a la madre. La madre le dio la vida al niño y no es fácil reemplazar este regalo único con algo de igual valor. Por un ligero cambio de significado, que se efectúa fácilmente en el inconsciente. . . rescatar a la madre adquiere la importancia de darle un hijo o hacerle uno para ella — uno como él, por supuesto. La desviación del significado original de la idea de 'salvar vidas' no es demasiado grande, el cambio de sentido no es arbitrario. La madre le dio su propia vida y él le devuelve otra vida, la de un niño lo más parecido posible a él."
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XI Voyage en Orient: Egipto MUY APARTE de revelaciones arqueoloó gicas como el relato de Paul-EÁ mile Botta sobre la excavacioó n de Níónive en una obra de cuatro voluó menes que suscitoó gran intereó s cuando aparecioó entre 1846 y 1850, los viajes por el Cercano Oriente habíóan producido abundante literatura de viajes a mediados del siglo pasado. El libro que con mayor frecuencia obligaba a los joó venes literatos a emprender lo que se convirtioó en un rito de paso y que definioó el itinerario conocido como le voyage en Orient fue el Itinéraire de Paris à Jérusalem de François-Reneó de Chateaubriand. Publicado en 1811, cinco anñ os despueó s de su peligroso recorrido por el mar y el borde del Imperio Otomano, fue obra de un peregrino catoó lico educado en lugar de un aventurero casual. Embelesado por la antiguë edad, Chateaubriand pasoó por alto el presente mientras pasaba de la ruina a la ruina, bebiendo las fuentes de su ser cultural. La palabra recuerdo se repite una y otra vez, como si su destino fuera el recuerdo lo suficientemente embarazado para apartarlo de la temporalidad misma — el punto fijo de una vida tremendamente turbulenta. Embelesado por la antiguë edad, Chateaubriand pasoó por alto el presente mientras pasaba de la ruina a la ruina, bebiendo las fuentes de su ser cultural. La palabra recuerdo se repite una y otra vez, como si su destino fuera el recuerdo lo suficientemente fecundo para apartarlo de la temporalidad misma — el punto fijo de una vida tremendamente turbulenta. "¿Por queó es," preguntoó , un siglo antes de Proust, "que los recuerdos que uno prefiere a los demaó s son los maó s cercanos a la cuna?" Teniendo en cuenta los ilustres espartanos celebrados por Plutarco, caminoó a lo largo del ríóo Eurotas en un trance elevacioó n moral. Acercaó ndose a Atenas en el Camino Sagrado, se sintioó tan entusiasmado como Gibbon en Roma cuando recorríóa los escombros del Foro "con un paso elevado." Al asomarse al Monte Carmelo desde un 203
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barco lleno de griegos ortodoxos que de repente se callaron, se arrodilloó con sobrecogimiento de la "tierra de los prodigios", donde la historia humana tomoó un giro mesiaó nico. "Estaba a punto de poner un pie en aquellas costas que habíóan visitado Godefroy de Bouillon, Raimond de Saint-Gilles, Tancred el Valiente, Ricardo Corazoó n de Leoó n, San Luis. . . ¿Coó mo podríóa yo, un oscuro peregrino, pisar tierra consagrada por tantos predecesores famosos? Los extranñ os en este trascendente Oriente eran los impíóos y toscos que lo habitaban. Un gobernador otomano sentado con las piernas cruzadas sobre una alfombra que se extendíóa ante el templo de Atena de espaldas a la obra maestra de Fidias y que miraba vagamente hacia el golfo Saroó nico enfocoó el desprecio de Chateaubriand. De camino de Rosetta a El Cairo, notoó que el historiador griego antiguo Diodoro Síóculo, podríóa volver a visitar Egipto, se sorprenderíóa de encontrar la chusma grosera en el valle, una vez cultivada por un pueblo de sabiduríóa e industria legendarias. En su descarnada gratuidad, las piraó mides representaban como reproches desde el maó s allaó a un mundo que valoraba la utilidad por encima de la grandeza moral. Eso dijo el aristoó crata bretoó n. Cuando otro aristoó crata, Alphonse de Lamartine, se dirigioó al este veintiseó is anñ os despueó s, Itinéraire era su vademeó cum, y sus ecos se escuchan en todo el libro que publicoó en 1835, Voyage en Orient. Chateaubriand, cruzando el Peloponeso, se acostoó una noche debajo de un aó rbol de laurel, se envolvioó en su abrigo y se durmioó con los ojos fijos en la constelacioó n del Cisne de Leda directamente sobre su cabeza; y lo mismo hizo Lamartine isla abajo una tarde bajo una higuera en Galilea, envuelto en su abrigo, y miroó fijamente una escena pastoral sin cambios desde los díóas de Abraham. Para Chateaubriand, el Monte Carmelo se habíóa alzado en el horizonte como un ombligo gigantesco, verdadero centro por fin. Lamartine, que habíóa sido sacudido de manera similar en la voraó gine de la políótica francesa, encontroó en esa cumbre partes de síó mismo reunieó ndose en una identidad coherente. En estas epifaníóas, el inframundo oriental restauroó la plenitud perdida del ser. Chateaubriand lo sintioó en el camino a Eleusis y Lamartine en la regioó n montanñ osa al norte de Jerusaleó n. "Todas esas montanñ as tienen un nombre y un papel en las primeras historias que escuchamos en la rodilla de nuestra madre," escribioó Lamartine. "Seó que Judea estaó allíó, con sus prodigios y sus ruinas, que Jerusaleó n se encuentra justo detraó s de uno de esos montíóculos homogeó neos, que estoy separado de ella por unas pocas horas de marcha, que uno de los maó s anhelados destinos de mi largo viaje estaó a la mano. Me regodeeó en este pensamiento mientras el hombre se regocija cada vez que se acerca a uno de los objetivos. . . que algo de pasioó n le ha tocado." El cumplimiento de un tipo sensual era otro objetivo asociado con Oriente, y los hombres joó venes empenñ ados en encontrarse en el paisaje de su patrimonio cultural podríóan haber estado tan decididos a perderse en una costa extranjera, inocente de las costumbres que rodeaban a la Europa burguesa. Sin duda, a Paríós y Ruaó n no les faltaban mujeres que cumplieran con las fantasíóas sexuales de los clientes acomodados. Pero la mitologíóa exigioó su deuda. El ideal platoó nico de la antiguë edad romana al cual Chateaubriand rindioó homenaje en su afirmacioó n míóstica de que "la naturaleza humana conserva su superioridad en Roma, aunque los hombres superiores ya no residen allíó" teníóa un anaó logo carnal en la visioó n que inspiroó la Odalisca y Esclava de Ingre, la Muerte de Sardanapalus de Delacroix, y un sinnuó mero de otras imaó genes de bailarines argelinos, hareó n de banñ istas, femmes fatales judíóas y nubios oscuros. Los viajeros que 204
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se dirigen a los lugares sagrados tambieó n podríóan, sin miedo a la contradiccioó n, encontrar un mundo premoral donde la mujer oriental, investida de un prestigio eroó tico mayor que cualquier cortesana francesa, figurara como una divinidad primitiva (tal vez incluso el mismo Chateaubriand, ¿de queó debe estar hecho su encanto de hora de acostarse con el Cisne de Leda?). "Mademoiselle Malagamba posee el tipo de belleza que casi nunca se ve fuera de Oriente: la forma tan perfecta como en las estatuas griegas, el alma surenñ a que se revela naturalmente en las miradas. . . y en una franqueza de expresioó n que caracteriza a los pueblos primitivos" fue como Lamartine exaltoó a una joven mujer levantina. "Cuando estos rasgos se unen en el rostro de un adolescente floreciente, cuando una ensonñ acioó n y un capricho del pensamiento inundan los ojos de una luz suave y líóquida. . ., cuando su flexibilidad expresa la voluptuosa sensibilidad de un ser nacido para amar,. . . la belleza estaó completa y la vista de ella satisface por completo los sentidos." Ayudoó a contemplar todo esto con la brillante luz del sol, lo que intensificoó el placer sensual de los europeos del norte acostumbrados a los cielos huó medos y nublados. Entonces, para el caso, hicieron los colores primarios. Bajo LouisPhilippe, el negro se habíóa establecido como la marca de la respetabilidad en el atuendo masculino y una palidez exanguë e como la tez que maó s se adaptaba a las damas de la clase alta, algunas de las cuales bebíóan vinagre para lograrlo. Envuelta en un teó acogedor de enaguas, la mujer que valoraba su estatus social parecíóa un poco souffrante; la "salud ruda", como la tela audazmente tenñ ida, era vista como vulgar.
EL CHILLIDO DE SU MADRE en el momento de su partida auó n resonaba en los oíódos de Flaubert cuando el tren de Lyon llegaba a Marsella el Díóa de Todos los Santos, aunque momentaó neamente se ahogaba durante el fin de semana por los cantantes sentimentales en los cafeó s chantants y el alboroto del entretenimiento en los muelles. Los remordimientos lo persiguieron en el barco de vapor, donde Maxime Du Camp lo recordaríóa parado en la baranda del puerto que miraba tristemente hacia la orilla. En Marsella visitoó una vez maó s el Hoô tel de Richelieu tapiado para conmemorar su noche con Eulalie. Las cartas, las primeras de muchas, se dirigieron a Mme Flaubert (pauvre cheó rie, pauvre vieille adoreó e, fueron sus palabras de carinñ o habituales) afirmando que las fiebres y los bandidos ya no eran los flagelos de Egipto. Para esto invocoó la autoridad de su nuevo conocido Antoine Bartheó lemy Clot — o Clot-Bey — un meó dico franceó s que se habíóa expatriado en 1825, quien organizoó hospitales militares bajo Muhammad Ali, el todopoderoso pachaó de Egipto, y despueó s de la muerte de este uó ltimo en Agosto de 1849 regresoó a Francia (cargado de antiguë edades, que finalmente otorgoó al estado). Clot-Bey, dijo, la tranquilizaríóa en persona, cuando visitoó a su amigo Jules Cloquet durante el invierno, que una gira por Egipto era tan segura como una excursioó n por el campo normando. Primero tuvieron que cruzar un mar, y para cuando su paquebote, Le Nil of les Messageries françaises, atracoó en Malta el 7 de noviembre, Du Camp no tuvo nada en contra de la afirmacioó n del guíóa Murray de que "vivir, civilizar, limpiar y mayor certeza de llegar a la hora prometida," los vapores ingleses superaron al franceó s. Le Nil, en su descripcioó n, era una gran banñ era sin equilibrio ni poder. EÁ l y Sassetti, el ayuda de caó mara, yacíóan mareados en sus camarotes a lo largo de esta etapa del viaje. Flaubert, 205
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por otro lado, que vomitoó una sola vez, como informoó orgullosamente a su madre, adoptoó posturas romaó nticas y encantoó a sus companñ eros de viaje. "Hay paseos en la cubierta, cenas en la mesa del capitaó n, relojes en el puente. . . donde pretendo ser Jean Bart, un cigarro en mi boca y mi gorra inclinada sobre una oreja," escribioó , refirieó ndose a un heó roe naval franceó s del siglo XVII. "Absorbo lecciones naó uticas, me informo de maniobras, etc. En las tardes veo las olas y suenñ o, envuelto en mi pelisse como Childe Harold. . . No estoy seguro de queó es, pero soy adorado a bordo. Demuestro tanto por la ventaja en el elemento acuoso que estos senñ ores han llegado a llamarme papaó Flaubert." Despueó s de veinticuatro horas en el puerto de Valetta, Le Nil zarpoó hacia Egipto bajo un cielo ominoso. Una tormenta pronto los atrapoó . El miedo se apoderoó de todos, y con la nave crujiendo en fuertes olas y el timoó n golpeando contra el espejo de popa, el capitaó n finalmente se volvioó . Flaubert aprovechoó este contratiempo para recorrer Malta antes de que eó l y Du Camp reubicaran Le Nil para un segundo intento de cruzar a AÁ frica. De nuevo, el paquebote se desplazoó a traveó s de un mar embravecido, con gemidos que aterrorizaron a los creadores, silueteros y fabricantes de pelucas franceses traíódos por el sucesor inepto de Muhammad Ali, Abbas Pasha. Flaubert, que se acomodoó a la barandilla de popa, se regodeoó . Lejos de suplicar la absolucioó n del gran y todopoderoso Protector, a la manera de Panurge, su cobarde favorito, deseoó poder subir al maó stil como un vikingo. "Siento los instintos de un marinero; espumas de agua salada en mi corazoó n." Sin embargo, la llegada a tierra lo emocionoó tanto como a sus companñ eros de corazoó n deó bil cuando Le Nil se acercoó a Alejandríóa el 15 de noviembre despueó s de cinco díóas en el mar. Encaramado en la jarcia, divisoó la cuó pula blanca del serrallo de Muhammad Ali desde varias millas de distancia y, en medio de las importunidades de porteadores, barqueros, burros y conductores de camellos, pisoó lo que parecíóa tierra sagrada. "Una impresioó n aprensiva y solemne cuando sentíó mi pie presionar contra el suelo de Egipto," senñ aloó en un diario. Un inteó rprete, o dragomaó n, llamado Joseph Brichetti, que se convertiríóa en su companñ ero constante, se reunioó con los tres en el muelle y los condujo con sus voluminosos maletas a traveó s de un barrio turco al barrio europeo, donde los extranjeros generalmente se establecen en el Hoô tel d'Orient. Deslumbrados por todo lo que habíóan visto al desembarcar — camellos, pelíócanos, mendigos, estibadores barbudos con pantalones abultados, comerciantes con turbantes brillantemente vivos, mujeres con velos puestos sobre un ojo y sostenidas desde la frente por una cadena de cuentas, muchachas negras un mero vistazo de quienes despertaron al insaciable y lujurioso Du Camp — tomaron sus cenas en la mesa del anfitrioó n, pero exploraron barrios aó rabes en cada oportunidad. Fue su buena suerte, Flaubert informoó a su madre, ser testigo de una procesioó n de antorchas celebrando ruidosamente la circuncisioó n del hijo de un jeque. Durante su breve estancia, eó l y Du Camp se mezclaron con los turistas en las catacumbas, en la torre sarracena, en el Pilar de Pompeyo (una columna del siglo III en honor a Diocleciano) y en los dos obeliscos de granito rojo apodados "Agujas de Cleopatra" que habíóan sido transportados de Helioó polis para comandar el puerto frente a la isla de Pharos. A diferencia de otros turistas, llegaron gravados con pesados aparatos fotograó ficos, la misioó n de Du Camp era grabar para la Acadeó mie des Inscriptions el mayor nuó mero posible de las antiguë edades egipcias examinadas por Champollion dos deó cadas antes y Lepsius en la deó cada de 1840. Los funcionarios franceses que conservaron suficiente influencia bajo el nuevo pachaó teníóan un 206
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guardaespaldas armado que acompanñ aba a Du Camp para evitar que los curiosos intervinieran. Su primera visioó n del desierto llegoó despueó s de tres díóas, durante una excursioó n al este a lo largo de la costa mediterraó nea hasta Rosetta. Entre el oleaje y las dunas montaron a caballo en senderos de burro, detenieó ndose en Aboukir, donde los restos de la flota napoleoó nica destruida por Nelson en 1798 auó n yacíóan esparcidos por la playa, y de vez en cuando probaban sus rifles en desafortunados cormoranes, para deleite de los pilluelos revueltos despueó s de ellos. Visto contra un cielo crepuscular, las palmeras y los minaretes blancos de Rosetta hicieron que Flaubert, siempre sensible a la luz moribunda, recuperara el aliento. "Hay un rojo carmesíó que se derrite sobre nosotros, luego nubes rojas de un tono maó s profundo en forma de huesos de pez gigantes (por un momento todo el cielo se enrojecioó , mientras que la arena se volvioó oscura como la tinta)," escribioó . "A nuestra izquierda, en direccioó n a Rosetta y al mar, aparecen muestras de un delicado azul. Nuestras sombras montadas para correr una al lado de la otra son enormes. Siguen el ritmo de nosotros, como una vanguardia de obeliscos." La puerta de Rosetta se abrioó para dos joó venes "francos" con vestimenta turca lo suficientemente importante como para llevar una recomendacioó n de Suleiman Pasha al gobernador, Hussein Pasha.205 Como un putativo encargado de misioó n, Flaubert se sintioó obligado por primera y uó nica vez a visitar una faó brica durante los dos díóas que pasoó en Rosetta, pero lo hizo con los dientes apretados, ya que la industria era la contradiccioó n misma de lo que buscaba en Egipto. De lo contrario, su diario gira en torno a su canal alimenticio. Junto con las pulgas y los ladridos de los perros, los problemas estomacales provocados por el exceso de dulces y desmenuzables galettes lo mantuvieron despierto por la noche, incluso si no le afectaba el apetito al díóa siguiente, cuando el ritual turco de tomar cafeó fuerte y fumar una pipa antes del almuerzo lo hicieron impaciente por ser alimentado. La comida principal en la sede central de Hussein comprendíóa treinta platos (servidos por casi el mismo nuó mero de ayudantes), de los cuales solo uno le resultaba delicioso, la pasteleríóa. "Probeó pan aó rabe, masa cruda en anchas frituras. Tuve cuidado de no traicionar mi disgusto." La cocina turca pronto tuvo un efecto notable en su anatomíóa. El joven que habíóa partido de Rouen delgado volvioó bien inflado, maó s reconocible que el Flaubert de fotos supervivientes. Tan solo dos semanas despueó s de su decepcioó n gastronoó mica, un sastre seríóa convocado en El Cairo para realizar modificaciones urgentes. Sin embargo, Maxime Du Camp, piel y huesos para empezar, no estaba menos demacrado al final. Fuera de Rosetta contemplaban el Nilo que fluíóa hacia el mar, entre los montíóculos arenosos y los arrozales verdes a mil millas al norte de la Segunda Catarata en el Alto Egipto, hacia el cual sus pensamientos se volveríóan pronto. Pero el corazoó n no saltoó . Un barco de un maó stil, solo en el gran ríóo, de alguna manera entristecioó a Flaubert, que veíóa "el verdadero Oriente" — o tal vez a síó mismo — en su lento y adormecedor progreso. "Uno ya tiene presentimientos de una inmensidad despiadada en medio de la cual uno estaó bastante perdido." (Habíóa usado la misma imagen para describir al estudiante provinciano de derecho a la deriva en Paríós). Cerca encontraron la, como un cubo y blanca, laó pida de un hombre santo, un "santon", cuyo guardiaó n insistioó en que
205Francos era el término para los europeos en general, utilizado desde las Cruzadas.
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tomaran muestras del fruto del sicoó moro egipcio que se extendíóa por encima de sus cabezas. El coó lico de Flaubert estalloó de nuevo. En cartas a una madre mortalmente preocupada por la epilepsia, tracoma, peste buboó nica y coó lera, asíó como por aflicciones maó s benignas, Flaubert, quien aparentemente sufriríóa al menos una convulsioó n durante el viaje, fingioó una salud perfecta y le aseguroó que Du Camp lo estaba escudrinñ ando a eó l con excesiva vigilancia.206 Envueltos en franela para aislarse del fríóo, volvieron sobre sus pasos a lo largo de una costa azotada por el oleaje y despueó s de once horas llegaron a Alejandríóa, donde se necesitaron arreglos logíósticos para la siguiente etapa de su viaje, un viaje en barco hacia el sur a traveó s del delta a El Cairo. Los funcionarios se encontraron la semana anterior en las fiestas consulares y en audiencias personales demostraron ser uó tiles. El ministro de Asuntos Exteriores bajo Abbas Pasha, un egipcio de origen armenio llamado Artin-Bey, les dio un firman, o carta, ordenando la hospitalidad de los gobernadores todo el camino al sur. Un consejo uó til vino de un franceó s a cargo de las fortificaciones egipcias, el general Gallis-Bey. Sobre todo estaba el ya mencionado Suleiman Pasha, otro general, que lo tomoó a su cargo — enorgullecido por sus altos y joó venes compatriotas — de transportar su media tonelada de equipaje a su residencia en El Cairo. El nombre de Suleiman Pasha habíóa abierto la puerta de Rosetta y ahora abriríóa muchas maó s. Orgulloso de este patrocinio, Flaubert lo llamoó "el hombre maó s poderoso de Egipto, el conquistador de Nezib, el terror de Constantinopla." De hecho, nadie sabíóa maó s sobre el Egipto que estaban a punto de explorar (o el equilibrio de poder europeo tal como se desarrolloó en el Imperio Otomano) que este aó spero veterano de las Guerras Napoleoó nicas cuyo bigote retorcido se parecíóa a los cuernos de un buó falo de agua africano. Nacido Joseph Seè ve en Lyons en 1788, habíóa ingresado al Sexto Regimiento de Huó sares en 1807 despueó s de servir como artillero de diecisiete anñ os en el Bucentaure en Trafalgar y habíóa luchado en batallas en toda Europa — en Borodino, Pordenone, Leipzig, Munich, Brienne, Waterloo —antes de retirarse durante la Restauracioó n con una docena de cicatrices de cortes de sable para ilustrar sus encuentros de valentíóa. La vida civil no le quedaba bien. El ex teniente no pudo moverse del casco al cojíón. Totalmente desprovisto de gracias sociales ordinarias, fracasoó en sus negocios y huyoó a Egipto, una tierra pocas veces visitada por la paz. Allíó, identificaó ndose como el coronel Seè ve, impresionoó a Muhammad Ali, el conflictivo virrey del sultaó n otomano. Ali reconocioó a una alma gemela. Ambos habíóan surgido de las filas, y ninguno estaba preocupado por consideraciones de humanidad, o principios, o por amor a los turcos. Un albaneó s de Tracia, Ali habíóa adquirido prominencia durante la anarquíóa que asedioó a Egipto despueó s de la expulsioó n de Napoleoó n, cuando los beys nativos o los príóncipes reunieron a la antigua casta guerrera poderosa llamada mamelucos contra el sultaó n. Como líóder de un feroz contingente albaneó s lo 206Las enfermedades del ojo fueron especialmente temidas. El manual de Murray incluye esta observación: "Las calles de los bazares se mantienen frescas mediante el riego, lo que, aunque puede contribuir a ese fin, tiene un efecto muy perjudicial, el vapor que surge constantemente del suelo húmedo en un clima como Egipto que tiende a causar o aumentar la oftalmía; y a esto se le puede atribuir, en gran medida, el sorprendente hecho de que uno de cada seis habitantes de El Cairo está ciego o tiene alguna enfermedad en los ojos." En Notas sobre un viaje desde Cornhill al Gran Cairo, William Thackeray señaló: "Todo el mundo tiene grandes ojos giratorios aquí (a menos, para estar seguros, pierden uno de oftalmía)."
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suficientemente numeroso como para inclinar la balanza, se habíóa alineado ahora con un partido, ahora con el otro, y en 1805 se encontroó elegido pachaó (gobernador) por jeques con sede en El Cairo que buscaban instalar un gobierno firme y autocraó tico. El sultaó n ratificoó este fait accompli207, por lo que Inglaterra, que enganchoó sus intereses al dominio mameluco, desembarcoó tropas cerca de Rosetta. Una emboscada del ejeó rcito de Muhammad Ali los diezmoó en las estrechas calles que Flaubert atravesaríóa cuarenta y dos anñ os despueó s, y se batieron en retirada desesperada, dejando atraó s cientos de muertos cuyas cabezas fueron colocadas en estacas en la calle principal del barrio europeo de El Cairo. Beys y mamelucos ya habíóan sufrido un destino similar en El Cairo; la guardia del pachaó masacroó a un regimiento que habíóa atravesado las puertas de la capital, los habíóa decapitado, habíóa llenado sus cabezas de paja y enviado este tributo a Constantinopla. Los sobrevivientes buscaron refugio en Nubia, al sur, pero la huíóda no les sirvioó , ya que Ali lanzoó su red cada vez maó s lejos. En 1820 habíóa conquistado Nubia y en Arabia habíóa expulsado a los wahabíóes de Jidda y La Meca. Seguro de que el eó xito militar lo enfrentaríóa contra su senñ or supremo en Constantinopla, decidioó reconstruir el ejeó rcito egipcio siguiendo las líóneas europeas. En este punto, Joseph Seè ve aparecioó oportunamente y en poco tiempo habíóa fundado una escuela de infanteríóa a instancias de Muhammad, con eó l mismo de instructor en jefe. Una vez que Seè ve se convirtioó al Islam, lo cual hizo en 1821, las dignidades llovieron sobre eó l. Primero un aga, luego un bey y un pachaó , Suleiman (o Soliman), como ahora se llamaba a síó mismo, comandoó tropas en Acre, Jaffa y Jerusaleó n cuando Muhammad y el sultaó n finalmente se enfrentaron. Promovido generalíósimo, luchoó en Nezib en Siria en 1839, derrotando a los turcos en una batalla que podríóa haber dado a Muhammad Ali todo el Imperio Otomano para que las potencias europeas (excluyendo Francia) no intervinieran para confinar su autoridad a Egipto y Sudaó n. Con enemigos sometidos por dentro y por fuera, Muhammad reinoó hasta su muerte en 1848, mientras Suleiman descansaba sobre sus laureles en un palacio en el Nilo. Allíó, prescindiendo de la prohibicioó n musulmana contra el alcohol, dio la bienvenida a las eminencias y futuras eminencias de Francia. Flaubert lo encontroó agradablemente franco. "No podríóa haber sido maó s cordial," escribioó . "EÁ l nos daraó oó rdenes para todos los gobernadores en Egipto; eó l nos ha ofrecido su carruaje . . . Fue eó l quien organizoó el alquiler de caballos para nuestra excursioó n a Rosetta . . . Al parecer, nos ha cautivado." Su cordialidad se volveríóa maó s opulenta en El Cairo, el proó ximo destino de los dos hombres despueó s de once díóas en Alejandríóa. En el viaje a El Cairo por el canal Mahmudija, Flaubert fue desviado por otros pasajeros: un diplomaó tico belga, un ingeniero aó rabe bebedor, una inglesa que con su charla inuó til y su sombra verde le recordaba a un loro enfermo. Cuando llegoó al Nilo en Atfeh, sin embargo, solo teníóa ojos y oíódos para el ancho ríóo amarillo. Decidido a no perderse nada de su primera noche allíó, se vistioó con gusto, instaloó una cama plegable junto a la de Maxime en la cubierta y se quedoó dormido bajo un cielo estrellado, pensando en Cleopatra. Se despertoó con una vista de sicoó moros en verdes prados, desierto y piraó mides. El 26 de noviembre anclaron en Bulak, el puerto de El Cairo, donde el viaje terminoó en el mismo pandemonio que los habíóa recibido en Alejandríóa. Norman Macleod, el capellaó n de la reina Victoria, lo describioó mejor a su regreso de 207Hecho consumado
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Tierra Santa. "En la vehemencia de la gesticulacioó n, en el poder genuino de los labios y los pulmones para llenar el aire con un rugido de exclamaciones incomprensibles," escribioó , "nada en la tierra, mientras el cuerpo humano conserve su disposicioó n actual de muó sculos y vitalidad nerviosa, puede superar a los egipcios y su idioma." Tomaron habitaciones en el Hoô tel d'Orient, pero pronto se mudaron a un hotel dirigido por sus compatriotas Bouvaret y Brochier — el ex actor retirado y una inspiracioó n para los nombres de dos personajes de Flaubert — que decoroó su establecimiento con litografíóas de Gavarni208 arrancadas de Le Charivari.209 Aquíó pasaríóan algunas semanas, sin querer continuar su viaje hasta que hubieran sido testigos del espectaó culo de los peregrinos que regresaban de La Meca a traveó s de la Puerta de la Victoria de El Cairo. Ademaó s de Suleiman Pasha, otros distinguidos expatriados franceses estaban listos para saludar a Du Camp y Flaubert en El Cairo, muchos de ellos ingenieros comprometidos con la utopíóa cientíófico-industrial concebida por Claude-Henri de SaintSimon, cuyo principal discíópulo, Prosper Enfantin, habíóa visitado Egipto quince anñ os antes, a invitacioó n de Muhammad Ali con un seó quito de cuarenta tecnoó cratas y visiones de un canal en el istmo de Suez. Entre ellos estaba Louis-Maurice-Adolphe de Bellefonds, comuó nmente conocido como Linant-Bey. Las recomendaciones de Clot-Bey abrieron la puerta de Linant en la rue Hab el Hadid a los dos joó venes viajeros, y en su interior encontraron a un ingeniero bretoó n responsable de las presas, los sistemas de irrigacioó n y los estudios de las que dependeríóa Ferdinand de Lesseps para lanzar el proyecto del Canal de Suez. Otro notable ingeniero fue Charles Lambert-Bey, que habíóa abrazado el sansimonismo210 con el celo de un catecuó meno despueó s de graduarse como el primero en su clase de la EÁ cole Polytechnique. La presa de derivacioó n varias millas ríóo abajo de El Cairo atestiguaba su brillantez teó cnica, pero la intensidad de su conversacioó n filosoó fica tambieó n seríóa recordada por sus amigos. Maxime Du Camp luego se volvioó hiperboó lico sobre Lambert, "el hombre maó s inteligente" que habíóa 208Dibujante, grabador y caricaturista francés nacido el 13 de enero de 1804 en París, ciudad en la que falleció el 24 de noviembre de 1866. De verdadero nombre Guillaume Sulpice Chevalier, está considerado, junto con Daumier (1808-1879) y Grandville (1803-1847), como el mejor caricaturista e ilustrador francés del siglo XIX. En la revista Le Charivari publicó Gavarni las dos series que más popularidad le dieron, Las traiciones de las mujeres en asuntos sentimentales y Les Lorettes (1839-1846); esta última ilustraba la vida de las prostitutas francesas. 209Le Charivari fue un periódico publicado entre 1832 y 1937 en París, Francia. La publicación contenía caricaturas, viñetas políticas y ensayos críticos. En 1835, el gobierno francés prohibió la realización de caricaturas políticas, razón por la cual Le Charivari se enfocó en la composición de sátiras sobre temas de la vida diaria. Con el propósito de evitar el riesgo financiero por multas de censura que en el pasado había causado el cierre de operaciones del periódico antimonárquico La Caricature — el cual tenía un amplio tiraje y era impreso en papel de alta calidad — el caricaturista Charles Philipon y su cuñado Gabriel Aubert decidieron fundar su propio periódico, Le Charivari, con un enfoque humorístico y sin contenido político. La propiedad del periódico cambió frecuentemente a lo largo de los años debido a la censura, las multas y los impuestos. Le Charivari se publicó diariamente desde 1832 hasta 1936, y posteriormente semanalmente hasta el año 1937. 210El sansimonismo fue el movimiento ideológico con fines políticos fundado por los seguidores del socialista aristocrático Henri de Saint-Simon después de la muerte de éste en 1825. En Francia constituyó la primera experiencia práctica de socialismo, aunque se discute si sus propuestas fueron realmente socialistas. Su influencia se extendió fuera de Francia y alcanzó prácticamente a todo el planeta, presentándose no tanto como un «movimiento socialista o social como cuanto agrupación técnico-política, con objetivos reformistas, metas financieras y místico-filosóficas no demasiado definidas».
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conocido. "Nunca me he encontrado con un cerebro maó s amplio, un espíóritu maó s nutritivo e indulgente, una mayor comprensioó n de los sentimientos de otras personas, una aspiracioó n maó s constante hacia el bien," escribioó . "Su lenguaje, que era altamente figurativo pero preciso, elucidoó los problemas maó s oscuros — con esto me refiero a su lenguaje hablado, porque simplemente no podíóa escribir; tan pronto como lo intentoó , sus pensamientos se nublaríóan y sus oraciones se enredaríóan. Los dos o tres opuó sculos virtualmente incomprensibles que publicoó sobre cuestiones metafíósicas recuerdan al Apocalipsis. Para eó l, sansimonismo era una religioó n, y Enfantin. . . el apoó stol maó s grande desde San Pablo." Poco dispuesto a los argumentos de los utilitaristas evangeó licos, Flaubert, no obstante, apreciaba su companñ íóa. Las noches con los beys franceses eran bienvenidas, aunque solo fuera por sus consejos expertos sobre viajar al Alto Egipto. Tampoco despreciaba las ceremonias que requeríóan vestimenta formal en el consulado y en el palacio de Abbas Pasha. "Nuestro tiempo en la actualidad estaó mordisqueado por visitas para hacer y recibir," informoó a su madre. Mientras se puedan adquirir perioó dicos franceses, ellos los leeraó n. Todos los díóas, las tres piraó mides al suroeste de El Cairo los atrajeron, y el 7 de diciembre, Du Camp; Flaubert; su ayuda de caó mara, Sassetti; y Joseph Brichetti partieron con provisiones suficientes para una semana en el desierto, contratando barqueros para llevarlos a ellos y sus caballos hacia el sur hasta Gizeh. Allíó el cuarteto podíóa ver claramente la Piraó mide de Keops, situada a 130 pies por encima de la llanura de inundacioó n. Siguioó asomando maó s grande a medida que salpicaban hacia eó l a traveó s de arroyos y pantanos, y finalmente Flaubert, incapaz de contenerse, galopaba hacia delante con gritos que excitaban a los aó rabes alrededor. Banñ ado por la luz del sol bajo un cielo azul, las piraó mides y la Esfinge lo abrumaron. "A primera vista, estas asombrosas moles no parecen tan inmensas, ya que no hay otra estructura cercana para proporcionar una medida comparativa," le escribioó a su hermano. "Pero cuanto maó s tiempo permanezcas junto a ellos y, especialmente, cuando comiences a escalarlos, se volveraó n prodigiosos y pareceraó n tan propensos a aplastarte que encorvaraó s tus hombros. En cuanto a la vista en alto, . . . No creo que nadie, ni siquiera Chateaubriand, pueda hacerle justicia. Te envuelves en tu abrigo, ya que el aire fríóo muerde, y cierras la boca; eso es todo." El "regateo y negociacioó n" que estropeoó la visita de Thackeray a las piraó mides apenas lo pertubo. EÁ l y Du Camp subieron a Cheops, que cubre ocho acres y se eleva casi quinientos pies, antes del amanecer, despueó s de una noche de vigilia escuchando a los aó rabes cantar alrededor de la fogata y escuchar aullar a los chacales. Totalmente exhaustos por su laborioso ascenso — Flaubert describioó los bloques piramidales a los que escalaba como el cofre alto — descansaron en la cumbre hasta el amanecer, cuando la niebla se alzoó de los prados con canales de riego y los minaretes de El Cairo aparecieron a la vista. Maó s tarde se arrastraron arriba y abajo por los senderos empinados y suaves hasta la caó mara funeraria vacíóa del faraoó n, saludando a los ingleses que se arrastraban en la direccioó n opuesta. La muerte, como descubrieron, era el paisaje. Lo que no mencionaron Murray o Baedeker, ademaó s de la multitud de pulgas, de las que ni siquiera una tormenta de arena ofrecíóa alivio, eran los huesos humanos y trozos de tela de momia que cubríóan el aó rea. Los feó mures servíóan como palos. La gran piraó mide se alzaba sobre una plataforma rocosa con tumbas ahuecadas (en la que al menos un contemporaó neo, Eliot Warburton, que habíóa venido sin una tienda de campanñ a, pasoó 211
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sus noches impaó vido por el "fríóo de los huesos" y el excremento de murcieó lago y los escorpiones). En Saqqara, donde los lugarenñ os vendíóan craó neos humanos amarillentos, Flaubert adquiriríóa un ibis momificado en su olla de barro Mientras Du Camp realizaba las onerosas maniobras fotograó ficas que eventualmente produciríóan un ceó lebre aó lbum de calotipos 211, Flaubert fumoó su chibouk, 212 contemploó sonñ ado el color puó rpura y rosado de las arenas occidentales, y se regocijoó en una sensacioó n que se sintioó como respirar aire salado en Trouville despueó s de un invierno en Rouen. "Adoro el desierto," exclamoó a su madre. "El aire es seco y tan vigorizante como la brisa del mar, una comparacioó n que parece mucho maó s apropiada cuando uno saborea sal en la lengua despueó s de lamerse el bigote . . . Pasamos las uó ltimas seis noches bajo una carpa, viviendo con beduinos,. . . comiendo toó rtolas [que habíóan embolsado], bebiendo leche de buó fala . . . Nuestros caballos fueron especialmente calzados para viajar sobre la arena: los hemos conducido a toda velocidad, hemos devorado espacio en cargas totales." Esta expedicioó n los llevoó al sur hasta Saqqara, a traveó s de los escombros de la antigua capital de Egipto en Memphis (donde vivaquearon bajo las palmas en un terreno cubierto de arbustos de lilas, cerca de un coloso caíódo), y del pasado pequenñ as piraó mides construidas durante los Reinos Antiguo y Medio en el borde del valle. Para suplir todas sus necesidades, Joseph el dragoó n, a quien Flaubert describioó como un arabizado italiano de cincuenta anñ os, resultoó indispensable. Por lo general flemaó tico, cobroó vida cuando regateaba con mercaderes por simples piastras en nombre de los dos franceses. Excelentes comidas surgieron de una primitiva cocina de campamento, toda la comida al gusto de Flaubert y la mayor parte perjudicial para su cintura. Joseph era la practicidad misma. Conocíóa atajos, arreglaba bridas, hablaba con camellos, hacíóa calcos en el templo. Sassetti se convirtioó en el subalterno del subalterno. Aunque Flaubert todavíóa se ateníóa a una maó xima que llegoó a considerar completamente espuria, que los europeos ordenaban maó s respeto en el vestir occidental, ahora a menudo lucíóa un tarbo rojo en su craó neo afeitado y en el desierto llevaba una chilaba. 213 Asíó se vistioó mientras cabalgaba hacia El Cairo el 12 de diciembre, su vigeó simo octavo cumpleanñ os, en la orilla oeste del Nilo, inclinado hacia adelante bajo un sol ardiente. Las dudas que pesan sobre eó l pueden haber contribuido a su mala postura. "Cuando pienso . . . sobre mi futuro ", le escribioó a Mme Flaubert unas semanas maó s tarde "(esto rara vez sucede, porque no pienso en nada en absoluto, al contrario de lo que uno deberíóa pensar — pensamientos elevados — en presencia de ruinas), cuando me pregunto a míó mismo: '¿Queó debo hacer a mi regreso? ¿Queó debo escribir? ¿Queó valdríóa en ese punto? ¿Doó nde deberíóa vivir? ¿Queó líónea debo seguir? ' etc., etc., estoy lleno de dudas e indefinicioó n. A lo largo de mi vida he dispuesto no 211Procedimiento para sacar pruebas fotográficas, empleando un papel sensible que da imágenes de color de sepia o violado. 212Un chibouk (francés: chibouque, del turco: çıbık, çubuk (inglés: "stick") (bosnio: "Čibuk"), también romanizado čopoq, ciunoux o tchibouque) es una pipa de tabaco turco de tallo muy largo, a menudo con un cuenco de barro adornado con piedras preciosas. El tallo del chibouk generalmente oscila entre 4 y 5 pies (1,2 y 1,5 m), mucho más que incluso las pipas Western Churchwarden. Aunque principalmente se lo conocía como una pipa turca, el chibouk también fue popular en Irán. 213Su cabeza estaba rapada, excepto por un mechón de cabello, que los musulmanes dejaron para conveniencia del ángel de la resurrección, para sacarlos de sus tumbas.
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mirarme a míó mismo directo a la cara, y morireó como un octogenario sin ser maó s sabio en ese aspecto o haber producido un trabajo que demuestre de queó cosas. Estoy hecho. ¿Es San Antonio bueno o malo? A menudo me pregunto. ¿Quieó n estaó equivocado, yo o los demaó s? Retrocedioó ante este autoexamen y afirmoó que tales preguntas realmente no lo turbaban, ya que vivíóa como una planta imbuida de luz solar, aire y color. Pero de maneras que no siempre han sido conscientes, la duda — exacerbada por la companñ íóa diaria del amigo que habíóa declarado La tentación como un fiasco —lo molestoó durante todo el viaje. El Cairo fue una poderosa distraccioó n de su dilema. Le encantaba lo pintoresco, incluso cuando lo encontroó en el laberinto de callejones que apestaban a un cielo maó s alto que la infame rue de l'Eau de Robec de Rouen. Si eó l no hubiera hecho al oso su toó tem personal, podríóa haber elegido el camello. Estaba encantado con los dromedarios urbanos haciendo fila como taxis de rumiantes; metiendo sus hocicos hendidos en puestos de comida; grunñ endo bajo fajos de haces de lenñ a tan anchos como las calles estrechas; o, en el caso de un hombre orgulloso del establo real con plumas en la cabeza, mechones de campanas alrededor del cuello y espejos en las rodilleras, que transportan una magníófica carpa. En lo alto, en las cuó pulas y minaretes de tejas verdes que se erizaban en el horizonte, las ciguë enñ as luchaban contra los buitres por los gallineros maó s ventajosas, mientras que los comerciantes se metíóan por negocios en la multitud de bazares cubiertos, cada uno dedicado a una clase particular de productos o afiliados con un grupo eó tnico particular. Estaban los bazares turco, persa, franco. Mientras caminaba por desordenados y oscuros corredores, Flaubert visitoó el bazar de perfumistas, joyeros y comerciantes de esclavos aó rabes, donde fue invitado a que una joven nubia se desnudara para eó l. Su dragoman, escribioó , podríóa pasar medio díóa regateando alguó n artíóculo trivial. Los ninñ os cantaban ríótmicamente acarreando canastas de ladrillos y mortero para los masones con turbante en azul y zapatillas rojas gastadas. Los cairenes se tiritaron ese invierno, pero en los díóas caó lidos los portadores de agua tintinean platillos de bronce para anunciar su llegada circulada con jarras de sorbete. Los monos eran mendigos irresistibles, y, de hecho, abundaban los mendigos, siendo los maó s visibles los derviches de ojos salvajes desnudos a excepcioó n de los trapos de piel de oveja atados a sus genitales. Escoltados por un esclavo o un eunuco, las mujeres del hareó n se paseaban en burros, envueltas en lino blanco que seguó n un observador les daba la apariencia de banshees 214 sin sangre. La vida callejera proporcionaba entretenimiento sin fin. Entre los espectaó culos singulares que Du Camp y Flaubert presenciaron durante estos meses se celebroó una ceremonia todos los anñ os para celebrar el milagro de un hombre santo que en su camino a La Meca habíóa montado a caballo sobre frascos de vidrio sin romper ninguno. Para Dauseh, como la ceremonia era llamada, los cairenes abarrotaron la plaza principal, dando vueltas 214Las banshees (/ˈbænʃiː/, del irlandés bean si, ‘mujer de los túmulos’) forman parte del folclore irlandés desde el siglo VIII. Son espíritus femeninos que, según la leyenda, se aparecen a una persona para anunci ar con sus llantos o gritos la muerte de un pariente cercano. Son consideradas hadas y mensajeras del otro mundo. Se cree que las aos sí (‘personas de los túmulos’, ‘personas de paz’) son remanentes de deidades, espíritus de la naturaleza o los ancestros venerados por los escotos antes de la introducción del cristianismo. Algunos teósofos y cristianos celtas se refieren a estas como «ángeles caídos». También son criaturas europeas sobrenaturales que al gritar causan desastres. Mucha gente presume que las banshees tienen el poder de romperle los tímpanos a cualquier persona que se les cruce con su poderoso grito.
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expectantes. Luego, los eunucos del palacio abrieron un camino en el que los derviches se extendíóan transversalmente como adoquines apretados. "El sharif con un turbante verde y guantes verdes, con una barba negra, esperoó hasta que el pavimento humano estuviera nivelado antes de caminar sobre eó l con su caballo aó rabe," anotoó Flaubert en su diario. "Seguó n un recuento aproximado, habíóa unos trescientos en el suelo. El caballo se puso ríógido, pateando sin duda sus patas traseras, y una vez que pasoó , la multitud se arremolinoó detraó s de eó l. No podríóamos decir si alguien fue muerto o herido." 215 A su lado, apoyado contra una pared, se encontraban algunas putas walachianas a quienes eó l y Du Camp ya habíóan conocido en un baile de maó scaras en el distrito de burdeles. Incluso antes de que viera el serrallo de Muhammad Ali en Alejandríóa el 15 de noviembre, Flaubert pudo haber decidido que habíóa reservado un pasaje a la identidad de los continentes humanos, que Egipto debíóa comportarse de todas las maneras posibles como el proverbio de Plinio Semper aliquid novi Africam adferre, " AÁ frica es siempre algo nuevo." Es como si hubiera echado el ancla en un mundo de ensuenñ o inocente de restricciones morales sobre la imaginacioó n y las particiones taxonoó micas 216 que segregan la alta cultura de baja en Europa. Habíóa extravagancias primitivas en cada esquina: bufones obscenos, conjunciones tan alucinatorias como la Esfinge, escenas del Marqueó s de Sade. Los camellos saltaban como pavos y se balanceaban como cisnes. Las mujeres velaron sus caras pero desnudaron sus pechos. Los hombres santos disfrutaban de una licencia sexual sin restricciones. En las casas de banñ os, los hombres heterosexuales consentíóan en las manipulaciones eroó ticas del masajista o "alMoukaissati". Sintieó ndose obligado a burlar el tabuó burgueó s donde la promiscuidad suprema reinaba, Flaubert, el malgreó lui burgueó s, habíóa sido manipulado con tanta repugnancia como placer y ambivalentemente miraba a los chicos bailando para una audiencia de pederastas.217 Nada le habríóa satisfecho maó s, le dijo a Louis Bouilhet, que hacerse amigo de un eunuco. A Bouilhet le contoó las siguientes aneó cdotas: Un díóa, para entretener a la multitud, el bufoó n de Muhammad Ali agarroó a una mujer en un bazar de El Cairo, la tendioó en el umbral de una tienda y la violoó allíó mismo mientras el mercader imperturbable seguíóa fumando su pipa. En el camino de El Cairo a Choubra, hace alguó n tiempo, un joven extranñ o se hizo sodomizar en puó blico por un simio. . . Recientemente un hombre santo, un morabito, murioó . Era un idiota y teníóa fama de ser un santo golpeado por Dios. Todas las mujeres musulmanas regularmente le pagaban visitas y lo corrompíóan, por lo que finalmente murioó de agotamiento. Fue un libertinaje perpetuo desde la manñ ana hasta la noche. . . 215Se consideró que cualquiera que muriera había sufrido por el mal que había en ellos. 216Ciencia que trata de los principios, métodos y fines de la clasificación. Se aplica en particular, dentro de la biología, para la ordenación jerarquizada y sistemática, con sus nombres, de los grupos de animales y de vegetales. 217Sobre la experiencia de los baños, escribió: "Viajando por nuestras instrucciones y encargados de una misión del gobierno, consideramos nuestro deber ceder a este modo de eyaculación." La danza pederasta tuvo lugar "en un pequeño cabaret desagradable [donde] tres o cuatro niños de entre doce y dieciséis años jugueteaban con un violín y una mandolina. Trajes ineptos, sin brío, completa ausencia de arte . . . En cuanto a la pederastia, olvídalo . . . Estos pequeños caballeros están reservados para los pachás. No podríamos sentirlos. De lo que no estoy arrepentido, porque su baile me disgustó. En esto, como en tantas cosas de este mundo, uno debe contentarse con permanecer en el umbral."
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Flaubert: Una vida — Frederick Brown Quid dicis sobre el siguiente incidente. Hace alguó n tiempo, un sacerdote asceó tico paseaba desnudo por las calles de El Cairo, excepto por un gorro y una brageta. Para orinar, levantaba la uó ltima y las mujeres esteó riles que queríóan un ninñ o se encorvaban bajo el chorro de orina y se frotaban con eó l.
Como habíóa hecho en Bastia unos anñ os antes, Flaubert visitoó un manicomio adjunto a la mezquita del sultaó n Kalaoon, disfrutando de su fascinacioó n de por vida con actuaciones lunaó ticas (en este caso, una anciana desnuda mostrando seductoramente sus pechos colgantes, otra mujer golpeando a un ritmo de baile en su orinal de peltre, un eunuco negro de la casa real besando las manos y los pies de sus visitantes). Habíóa mucho maó s para satisfacer la morbosa curiosidad en un hospital por los mamelucos sifilíóticos, donde los maó s desfavorecidos exhibíóan sus ulcerosos anos bajo las oó rdenes de un meó dico, y justo fuera de la ciudad, cerca de un antiguo acueducto, donde los cairenes arrojaba camellos, burros y caballos muertos. Du Camp y Flaubert fueron allíó para la praó ctica de tiro sobre cometas y quebrantahuesos que volaban en cíórculos sobre sus cabezas, pero terminaron disparando contra los perros salvajes que hacíóan de este horripilante suburbio su hogar y deambulaban por El Cairo en manadas. "Duermen en agujeros excavados en la arena," senñ aloó Flaubert. "Algunos tienen hocicos morados con sangre seca y cubierta de sol . . . Las abubillas agujereadas sacan lombrices de tierra de entre las costillas de la carronñ a — las costillas planas y fuertes de un camello parecen ramas de palmera dobladas y despojadas de hojas. . . Hay un hedor de carne podrida al calor del sol del mediodíóa, el roer y el eructar de los perros." El sexo podíóa ser tenido por una miseria con las prostitutas del ejeó rcito que holgazaneaban bajo los arcos del acueducto. Flaubert dio a sus tres conductores de burros un piastro y medio cada uno para darse placer. La curiosidad de Flaubert y Du Camp no era ni morbosa ni eroó tica. A traveó s de Lambert-Bey conocieron a un caballero llamado Kalil Efendi, que habíóa estudiado en Paríós como el protegido de Muhammad Ali, pero habíóa caíódo en desgracia a su regreso y abrazoó el protestantismo para recibir un pequenñ o retenedor del consulado britaó nico. Kalil pasoó cuatro horas al díóa con los dos viajeros en su hotel, dando discursos sobre los ritos de nacimiento musulmanes y las ceremonias fuó nebres, sobre la circuncisioó n y el matrimonio, sobre las peregrinaciones y el maó s allaó . Cuando finalmente se fueran de El Cairo, sus alumnos sabríóan tanto sobre prescripciones islaó micas como muchos aó rabes cultivados y poseeríóan copiosas notas dictadas por su mentor. Una visita a El Azhar, la mezquita del siglo X que se habíóa convertido en el principal seminario teoloó gico del mundo islaó mico, complementoó este programa, aunque el favorito de Flaubert entre las instituciones religiosas era indudablemente el convento de los derviches, donde un monje extaó tico rodaba por el suelo con un una daga en la mano, acompanñ ado en pleno auge por tambores de darbukkah, le puso la piel de gallina. Eliot Warburton, amigo de Monkton Milnes, podríóa jactarse de que "la voluntad firme y vehemente del normando debe prevalecer sobre el salvaje entusiasmo y la actividad desconectada del oriental," pero Flaubert el viajero, si no Flaubert, el apoó stol de la belleza formal y la disciplina en arte, fue un normando feliz de someterse. Despueó s de siete semanas en El Cairo, eó l ansiosamente anticipoó su viaje por el Nilo. Du Camp, que hasta ahora habíóa tenido poco eó xito con el papel normalmente empleado para impresiones en el proceso de calotipo Talbot, se enteroó de las innovaciones de 215
Flaubert: Una vida — Frederick Brown
Blanquart-Evrard de un fotoó grafo aficionado en camino a India, el baroó n Alexis de Lagrange, y ahora estaba esperando la entrega de material. El 18 de enero, los dos franceses contrataron a Ibraham Farghali, un joven reis, o capitaó n de barco, para transportarlos a la parte superior de Nubia en una cangia (tambieó n conocida como dahabiah) por remo, vela y cuerda de remolque si fuera necesario. Flaubert le aseguroó a su madre, que lo vio al borde de un abismo, que sus condiciones de vida eran excelentes. El bote era azul y su cabina dividida en tres compartimentos. "El primero contiene dos pequenñ os sofaó s colocados uno frente al otro. Luego hay una habitacioó n lo suficientemente grande como para dos camas moó viles de tablas, y maó s allaó hay aó reas empotradas con un watercloset ingleó s a un lado y un armario al otro. Sassetti dormiraó en la tercera habitacioó n, que tambieó n serviraó como espacio de almacenamiento. En cuanto a nuestro dragoman, dormiraó en cubierta. Desde que lo conocemos, el hombre nunca se ha quitado la ropa." Si todo iba bien, continuoó , pasaríóan tres meses en el Nilo, empujando tan al sur como lo permitíóan los vientos favorables antes de darse la vuelta para navegar lentamente hacia el norte con la corriente. El 5 de febrero Du Camp y Flaubert cenaron con Suleiman Pasha en su villa junto al ríóo. Al díóa siguiente, despueó s del billar, abordaron la cangia en una brisa refrescante. Al caer la noche habíóan perdido de vista de la ciudadela de El Cairo encaramada en un espoloó n de las colinas de Mokattam.
El viento favorable resultoó enganñ oso. Murioó antes de la puesta del sol, lo que obligoó a la tripulacioó n de doce a remolcar su buque de cincuenta pies varias millas ríóo arriba y amarrarlo en una isla cerca de Saqqara. Con velas flojas, progresaron lentamente esa semana, pero les sobrevino peor cuando el viento volvioó a levantarse, porque ahora soploó adversamente, desde el desierto, y batioó arena por todo, oscureciendo el sol, haciendo girar barcos, arruinando tiendas de alimentos. Para reaprovisionarse, los viajeros desembarcaron a la primera oportunidad con rifles y, como Flaubert informoó con orgullo, trajeron no menos de cincuenta y cuatro palomas y toó rtolas. "¡Vivimos con lo que empacamos!" exclamoó . "¡Imagíónense, yo un cazador!" La dieta monoó tona iba a ser complementada con naranjas, daó tiles, higos y la densa masa de Joseph. Flaubert, que lamentaba el hecho de que ya habíóa adquirido un cojíón innoble de grasa, le dio a su madre todos los detalles de su comida diaria. Monoó tono de una manera igualmente placentera era el paisaje que podíóan contemplar desde debajo de un toldo en cubierta una vez que volvíóa el buen tiempo. Mirando hacia los acantilados de Mokattam, que se ondulaban a una distancia de maó s de tres millas, el ojo cruzoó la amplia orilla del ríóo, luego una interminable franja de vegetacioó n, palmeras y arena. Hacia el oeste se encontroó con campos de frijol silvestre, aó rboles de daó tiles, avenidas de acacia espinosa y extensiones sembradas de mijo y canñ a de azuó car antes de divisar el desierto de Libia. Pueblos ideó nticos de adobe, semiocultos en palmerales, volvieron hora tras hora, desde El Minya hasta Asyut y Tebas. Entre ellos se alzaban columnas esqueleó ticas, pequenñ as piraó mides saqueadas y otros restos de antiguë edad faraoó nica. El Nilo mismo era maó s variado. Abundaba en enormes peces con bigotes. Serpientes enroscadas a lo largo de las orillas, cocodrilos comenzaron a aparecer maó s allaó de Manfalut, y escudos de arena para los cuales el reis, en cuclillas en 216
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el frente, vigilaba cuidadosamente, a menudo temblaba con aves silvestres. Flaubert dormíóa profundamente, a pesar del fuerte consumo de cafeó y los tazones de tabaco Latakia fumados todo el díóa a intervalos regulares. Joseph Brichetti preparoó comidas sobre un hoyo de carboó n con cara de ladrillo construido cerca de la proa. Cuando la tripulacioó n, que dormíóa en las aberturas entre las tablas de cubierta, no se enrollaba y desplegaba las velas latinas, se entreteníóan con cabriolas lascivas. Sus calzones de algodoó n y sus largas camisas azules colgaban lo suficientemente sueltas para danzas de la maó s absoluta obscenidad, Flaubert alegremente informoó a su madre. Se habríóa necesitado un mejor linguë ista que el dragoman para ayudarlo a saborear sus canciones obscenas, pero tambieó n habíóa muó sicos a bordo, y las agudas y afiladas notas de una flauta del Nilo que atravesaba la vastedad de la noche africana no necesitaban traduccioó n. Se pasoó mucho tiempo con los libros. Du Camp se sumergioó en la Biblia mientras Flaubert, que trabajaba para siempre en su griego, leyoó la Odisea de Homero o se sentoó en un dorado sopor, con pensamientos que iban y veníóan como motas en un rayo de sol. El plan de viajar al sur lo maó s raó pido posible no les impedíóa explorar las ruinas, aunque lo haríóan con mayor fervor en el viaje de regreso. Inspirados por Herodoto, Plinio y Estraboó n, quienes mencionan un gran lago salobre al oeste de Beni Suef, marcharon a traveó s de la provincia de Faiyuū m a traveó s de marismas, hasta Birket Quaū ruū n, o el lago Moeris, "el lago del cuerno," donde los montíóculos, crudas piraó mides de ladrillo, muros de piedra y un complejo funerario subterraó neo llamado "el Laberinto" atestiguaron la importancia que el feó rtil oasis habíóa disfrutado en 1800 AC, durante el Imperio Medio. Flaubert nunca llegoó al Laberinto, pero hizo las paces diez díóas despueó s en Siut, o Asyuū t, una ciudad portuaria famosa por las catacumbas excavadas en la piedra caliza de las colinas circundantes. Muy por encima del Nilo, que serpenteaba a traveó s de la sabana verde, entroó en el Deir el-Gabrawi, una necroó polis dispuesta en niveles para mantener las tumbas a diferentes alturas. Un portal abovedado presentaba salones elevados y pequenñ as caó maras con inscripciones jeroglíóficas, momias de lobo, esculturas de hombres que traíóan ofrendas y mujeres que olíóan la flor de loto. 218 La ladera fuera de estas catacumbas, donde las tumbas individuales habíóan sido excavadas en la roca, parecíóa una gigantesca madriguera de conejos. Un viajero ingleó s describioó la escena como macabra: "Estuve mucho tiempo entre estas tumbas solitarias, rodeado de fragmentos de muertos momificados . . . Hombre y ninñ o, teníóan tres mil anñ os de edad, y estaban diseminados en tal variedad y profusioó n, que uno podríóa pensar que la ladera de la colina es el taller de Frankenstein 'en un negocio extenso.'" Cuando su tripulacioó n amarraba la cangia, Flaubert y Du Camp solíóan desembarcar en busca de cuerpos vivos en lugar de cadaó veres, y, a juzgar por las notas de Flaubert, ninguó n burdel entre El Cairo y Nubia era tan bajo que no se agacharan para entrar en eó l. A gatas se metieron en una choza con techo de paja, no maó s que un cofre alto para tener relaciones sexuales con una belle laide cuyos muebles consistíóan en una estera de paja y una laó mpara tenue. (Los extranjeros eran presas faó ciles bajo tales circunstancias, un barquero montaba guardia para protegerse de los matones). Sobre las manos y las 218En la antigüedad, este asentamiento, cuyos habitantes veneraban a una deidad de lobo, fue llamado Lycopolis por los griegos.
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Flaubert: Una vida — Frederick Brown
rodillas se arrastraron de nuevo a Siut, a IÎle en una choza auó n maó s pequenñ a y oscura al lado del Nilo con una ninñ a de quince anñ os a quien Flaubert encontroó inteligente y encantadora. "Gestos felinos clasificando a traveó s de los piastras en la palma de mi mano. Ella me mostroó sus anillos, su pulsera, sus pendientes." Cuanto maó s al sur viajaban, maó s oscuros eran sus companñ eros. Nada habríóa divertido al Garçon maó s que el reflejo de un turista ingleó s de que el maloliente aceite de ricino con el que las nubias escasamente vestidas se protegíóan del sol tambieó n ofrecíóa proteccioó n al viajero contra las "fascinaciones inconscientes." Las libidos de los franceses no eran tan fastidiosas. Tampoco la necesidad de privacidad los inhibioó . Al parecer, tuvieron relaciones sexuales en la companñ íóa del otro, e incluso con Joseph, el inteó rprete presente. El placer eroó tico de un orden diferente les esperaba unas treinta millas maó s allaó de Tebas. Una renombrada almah, o cortesana y bailarina, apodada iroó nicamente KuchiukHanem o "pequenñ a dama", se instaloó en Esna (Isna), a la que los mulaó s habíóan desterrado a muchos bailarines anteriormente domiciliados en un pueblo a las afueras de El Cairo. Tan pronto como bajaron a tierra, el confidente de Kuchiuk-Hanem, acompanñ ado por una oveja mascota moteada de henna amarilla, los recogioó y los condujo a una espaciosa casa de reunioó n. Kuchiuk-Hanem, que los saludoó desde lo alto de una escalera exterior, se unioó de inmediato a la lista de eó lite de mujeres carismaó ticas que subyugaban a Flaubert a primera vista. Con el cielo azul profundo como teloó n de fondo, se veíóa espleó ndida con sus pantalones de seda rosa a rayas y su blusa morada de gasa — de amplios hombros, grandes pechos, piel color de cafeó sirio con cabello negro y ojos con afeites de kohl. "Ella vestíóa un tarboosh coronado por un disco de oro convexo en el medio del cual estaba colocada una imitacioó n de esmeralda," escribioó Flaubert, que registroó cada detalle de su persona, senñ alando, por ejemplo, coó mo la borla azul de su sombrero la "acaricioó " su hombro y ese incisivo necesitaba cuidado dental. "Su pulsera estaó hecha de dos delgadas varillas doradas retorcidas una alrededor de la otra, su collar consiste en tres hebras de cuentas de oro vacíóas. Sus pendientes son discos de oro, convexos, con cuentas de oro alrededor del borde. Una líónea de escritura azul estaó tatuada en su brazo derecho." EÁ l admiroó especialmente sus hermosas roó tulas. En una carta a Bouilhet, Flaubert calculoó que durante las siguientes diecisiete horas habíóa sobrevivido a cinco rondas de coó pula y tres maó s de sexo oral, con pausas para el cafeó y maó s interrupciones para las comidas, un recorrido por el templo ptolemaico dedicado a una cabeza de carnero dios y bailes realizados por cuatro almahs. Dos jugadores del Rebec se inclinaron con estridencia, y cuando Kuchiuk se quitoó la ropa para bailar, se cubrieron los ojos, uno con un velo negro y el otro con una solapa del turbante. Flaubert describe a la mujer en un baile repetidamente sacando una cadera para provocar una cojera seductora. Otro baile contoó con una taza de cafeó colocada en el piso y Kuchiuk recogieó ndola con sus dientes despueó s de menearse hasta las rodillas, tocando castanñ uelas todo el tiempo. Sin embargo, otro, la Danza de la Avispa, involucroó muchos saltos. Superados por el agotamiento, finalmente todos se rindieron para dormir. Du Camp, que habíóa tenido una participacioó n menor de Kuchiuk, dormíóa en el divaó n de arriba. Flaubert yacíóa a su lado en el dormitorio de la planta baja. "La cubríó con mi pelisse de piel y ella se quedoó dormida, tomaó ndome de la mano," le confioó a Bouilhet. 218
Flaubert: Una vida — Frederick Brown Apenas pude pestanñ ear. Me sumergíó en un estado de intensa ensonñ acioó n, por lo que me quedeó . Mireó a esta hermosa criatura roncando mientras dormíóa con su cabeza presionada contra mi brazo, y. . . Penseó en ella, su baile, su voz cantando canciones que no podíóa entender, sobre mis noches de burdel en Paríós, una serie de viejos recuerdos. A las 3 a.m. me levanteó para orinar en la calle. Las estrellas brillaban en un cielo muy alto y claro. Se despertoó , fue a buscar una olla de carboó n, pasoó una hora junto a ella en sus piernas, calentaó ndose, y luego volvioó a dormir. En cuanto a los orgasmos, fueron buenos. El tercero fue especialmente entusiasta, y el uó ltimo con alma. Intercambiamos muchas palabras tiernas y hacia el final nos abrazamos con tristeza y amor.
En un momento dado eó l se sacudioó , casi en contra de su voluntad, con un dedo retorcido alrededor de su collar, como para evitar que ella lo abandonara mientras dormíóa, en un gesto que le recordoó a Judith y Holofernes. "Queó dulce seríóa para nuestro orgullo," senñ aloó en su diario, "si uno pudiera estar seguro, despueó s de la partida, de dejar atraó s un recuerdo — que ella lo recordaríóa maó s víóvidamente que los otros, que tuó permanecieras en su corazoó n." Asir la cabeza, en una inversioó n sexual de la historia bíóblica, podríóa haber sido equivalente a dejar atraó s un recuerdo de síó mismo. La cabeza habríóa constituido otro trofeo que demuestra su hombríóa. 219 Era hora de pensar en perder y recordar lo que habíóa maó s allaó de Esna, donde el ríóo comenzaba a estrecharse y las colinas lo rodeaban — donde los aó rboles crecíóan maó s alto, la poblacioó n era maó s escasa y la barba de Flaubert maó s llena. Cangias con turistas britaó nicos fueron vistos regresando de Wadi Halfa. Otros transportaban montones de colmillos de elefantes y esclavas negras, algunas con bebeó s lactantes, cuyo bote pudieron abordar los dos franceses para ver de cerca. Du Camp se ocupoó de la fotografíóa, pero lamentoó la ausencia de vida silvestre para satisfacer su aficioó n a la matanza al azar. Los cenobitas coptos que una semana antes habíóan saltado al Nilo desde las rocas debajo de su monasterio y, sin hacer caso de los cocodrilos, nadaban alrededor del casco rogando, "Carita! Per l'amor di Dio! Christiani! Elieeson!" hubiera sido una diversioó n bienvenida. Entristecido por la separacioó n de Kuchiuk, Flaubert estaba profundamente angustiado por una carta recibida en Beni Suef por su madre, imploraó ndole que pensara en su futuro. "Piensas en todo tipo de formas de atormentarte, pobre vieja querido," escribioó eó l. ¿A queó te refieres cuando afirmas que debo tener una posicioó n, "una posicioó n modesta", como la pones? . . . Te desafíóo a que me digas ¿queó tipo seríóa, en queó campo de esfuerzo? ¿Puede decir honestamente que hay alguó n puesto para el cual estoy calificado? Agregas: "uno que no ocupe demasiado tiempo y te impida hacer otras cosas." ¡Te enganñ as a ti misma! Es lo que Bouilhet teníóa en mente cuando se embarcoó en estudios de medicina, y lo que yo mismo penseó cuando fui a la abogacíóa y casi muero de rabia reprimida en el proceso. Cuando uno hace algo, uno debe hacerlo de todo corazoó n y bien. Una existencia mestiza en la que se vende sebo todo el díóa y se compone verso despueó s de la cena se hace para la 219Por supuesto, la imagen de Judith y Holofernes también puede interpretarse como una referencia oculta a su miedo al castigo (castración, sífilis), especialmente porque Kuchiuk lo había alentado a dormir en otro lugar por temor a que su presencia atrajera a los rufianes que ubicuamente atacaban a los extranjeros. Después de gratificarse sin reservas, el intruso tendría su cabeza entregada a él. Estos rufianes, llamados Arnaouts, de origen balcánico, eran nominalmente soldados al servicio del pachá pero en realidad eran una tribu pirata que robaba, violaba y asesinaba con total impunidad.
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Flaubert: Una vida — Frederick Brown inteligencia banal igualmente sin esperanza en el arneó s o ensillado, no aptos para tirar de un arado o saltar sobre una zanja.
Una posicioó n, continuoó , teníóa sentido para el dinero con el que recompensaba a su titular o el honor que le otorgaba, y ninguno de los dos aplicaba a su hijo idiosincraó sico. Cualquier cosa que eó l pudiera hacer seríóa vista por el mundo como no rentable, y el honor solo preocupaba a sus propios ojos. Mi vanidad es tal que no me siento honrado por nada: una oficina, por muy alta que sea — y eso no es lo que estaó s pidiendo de todos modos — nunca me daraó la satisfaccioó n que me otorga mi autoestima cuando coloque el terminar tocando algo bien hecho . . . Pesan todos mis argumentos, no metas tu cerebro sobre una idea vacíóa. ¿Hay alguna posicioó n en la que estaríóa maó s cerca de ti? ¿Maó s tuyo? Lo principal, al menos en parte, es hacer que la vida sea lo maó s tolerable posible, ¿no es asíó?
Pero las preguntas sobre si eó l podríóa justificarse en sus propios teó rminos flotaban ríóo arriba con eó l como una nube oscura en el cielo azul africano. Para Bouilhet, que sabíóa tan bien como Mme Flaubert que Gustave necesitaba una audiencia receptiva, confioó que su inteligencia se habíóa atenuado de forma calamitosa, que la pobre recepcioó n que sus amigos maó s cercanos le habíóan dado a San Antonio todavíóa le dolíóa. ¿Queó haríóa cuando llegara a casa? "¿Debo publicar? ¿No debo publicar? ¿Queó voy a escribir? ¿Escribireó ?" Las ideas que tomaron forma un momento se disolvieron al siguiente. Se inspiroó brevemente en la historia que Herodoto cuenta en Euterpe sobre el faraoó n Menkaure que viola a su hija, que luego se suicida y la entierra en un atauó d dorado. Nada salioó de eso. Era lo mejor, escribioó Flaubert, ser solo un ojo mientras viajaba, sin importar los riesgos que corríóan los ojos en Egipto. Sin duda, la necesidad de una audiencia y un miedo apenas disimulado de que su ausencia le costaríóa un lugar en la memoria de los delincuentes corresponsales a menos que los engatusara o los avergonzara — que no habíóa suficiente sustancia en eó l para evitar que se cayera del mundo — ayudoó a hacer de Flaubert un escritor de cartas brillante, generoso y prolíófico. En su relacioó n simbioó tica con Mme Flaubert, la separacioó n presagiaba la muerte, tanto la de eó l como la de ella, a menos que las letras salvaran el silencio. Ligado a su preocupacioó n por su bienestar y las seguridades de que continuamente le enviaba que ninguna calamidad homeó rica habíóa caíódo sobre su Odiseo, era necesario imaginarla estudiando minuciosamente un mapa de Egipto y siguieó ndolo paso a paso. "¿Sabes que estamos a casi mil cuatrocientas leguas de distancia?" escribioó el 24 de marzo. "¡Hasta doó nde debe parecerte eso a ti, pobre vieja cosa, y cuaó nto tiempo debe parecer ese mapa de Egipto! En cuanto a míó, me lleva algo de tiempo calcular la distancia, porque siento que estaó s cerca de míó, y que si deseara podríóa verte en cualquier momento." Describiendo sus travesuras a bordo del cangia y el talento previamente insospechado de Du Camp para la imitacioó n, eó l explicoó : "Incluyo todas estas tonteríóas, querida madre, porque eres tuó . Seó que disfrutas todos los aspectos de nuestra vida domeó stica. Puedes ver coó mo pasamos alegremente la hora del díóa. Auó n asíó, estareó encantado de llegar a El Cairo y recoger tus cartas." La cercaníóa no fue suficiente. Queríóa vivir dentro de ella, inalienablemente, al igual que otros, incluso
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maó s allaó de la tumba, vivíóan dentro de eó l. 220 Alfred Le Poittevin, por ejemplo, teníóa tanto en mente que se sintioó como portavoz de su amigo muerto. "En Tebas, [Alfred] estaba constantemente conmigo," le dijo a Mme Flaubert. "Si el sistema de sansimoniano [que abrazoó ciertas creencias míósticas] es verdad, eó l pudo haber estado viajando a mi lado. En ese caso, no estaba pensando en eó l, sino que eó l estaba pensando a traves de míó. Y tambieó n estaó n los otros. No puedo admirar nada en silencio. Necesito gritos, gestos, expansioó n. Tengo que gritar, romper sillas, en una palabra, reclutar a otros para amplificar mi placer." Es cierto que la distancia que Du Camp obtuvo de Flaubert con su caó mara hizo maó s para hacer que la convivencia fuera agradable durante dieciocho meses que los duó os obligatorios de entusiasmo. Fotografiando templos, tumbas y conflictos colosales pospuestos que se gestan debajo de la superficie. El fotoó grafo no requirioó la ayuda del sonñ ador; tampoco el sonñ ador ligeramente miope, que usoó un lente para enfocarse con precisioó n, sino que por lo demaó s se contentaba con puntos de vista impresionistas, quiere nitrato de plata o albuó mina en sus manos. A menudo pasaban horas separados, y en 1853, cuando Du Camp publicoó su relato del viaje, dejoó atraó s a Flaubert: escrito en forma de cartas a Theó ophile Gautier, Le Nil no hace mencioó n de un companñ ero de viaje. Sin embargo, Du Camp navegoó solo una vez, en marzo de 1850, cuando su bote ascendioó por la Primera Catarata sobre raó pidos, cargados con cascos destrozados como la cueva de Polifemo con huesos de víóctimas humanas. Desde una ventajosa posicioó n privilegiada en las alturas rocosas, Flaubert observoó a cien nubios tirar de una cuerda amarrada al maó stil principal y un maestro de barba blanca gritaba cadencias sobre el agua turbulenta como un timonel demoníóaco, mientras Du Camp se preparaba en la cangia. Se reunieron durante el uó ltimo tramo de su viaje al sur, a Wadi Halfa, en un ríóo verde que fluye entre los acantilados aó speros y marcados con viruelas de la cordillera libia y magníóficos arboledas de daó tiles, arces y arbustos de zarzamoras. Los carronñ eros se apinñ aban alrededor de un cadaó ver de cocodrilo. Alineando la orilla estaban las chozas de barro bajas de aó rabes de piel oscura llamados Ababda, que usaban poco maó s que taparrabos. Muy por encima de ellos se alzaban fortalezas ruinosas construidas por los mamelucos. Cerca de Wadi Halfa contrataron burros para llevarlos tres horas montanñ a arriba en el umbral de la Alta Nubia, desde cuya cumbre controlaban el desierto occidental. Mucho maó s cerca estaba el ríóo innavegable que caíóa en cascada a traveó s de un revoltijo de enormes rocas rojas de granito. En esta segunda catarata, se volvieron tristemente para el viaje de regreso a El Cairo. Las velas fueron arrizadas, se instalaron los mejores enganches, y al norte remaron, con la caó mara pesada de Du Camp a mano. Antes de volver a visitar la Primera Catarata, ya habíóa fotografiado templos tallados en una montanñ a en Abu Simbel durante el reinado de Ramseó s II y monumentos en la isla sagrada de Philae. "Nos detenemos en cada ruina," escribioó Flaubert a su madre el 22 de abril de 1850. 220En diciembre de 1850, cuando las noticias del matrimonio de Ernest Chevalier llevaron a Mme Flaubert a preguntarle a su hijo menor si tenía planes para casarse, Flaubert respondió lo siguiente. "No, no, cuando pienso en tu buena cara, tan triste y tan cariñosa, sobre el placer que tengo de vivir contigo, tan lleno de serenidad y serio encanto, siento que nunca amaré a otra mujer como te amo. Ven, no temas, no tendrás rival. Los impulsos o las fantasías de un momento nunca tomarán el lugar de lo que permanece, bien asegurado, dentro de un triple santuario."
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Flaubert: Una vida — Frederick Brown De los muelles de cangia, nos alejamos, siempre hay alguó n templo asomando de la arena como un esqueleto vomitado. Los dioses con cabeza de Ibis y cocodrilo estaó n pintados en paredes blancas con los excrementos de aves de presa encaramados en nichos de piedra. Nos abrimos camino alrededor de las columnas, levantando polvo viejo con nuestro bastoó n de palma. Muestras de cielo azul brillante se muestran a traveó s de brechas en las ruinas . . . Una bandada de ovejas negras a menudo pasta cerca, su pastor es un muchacho desnudo aó gil como un mono, con ojos de gato, dientes de marfil, un anillo de plata en su oreja derecha, y rayas cortadas en cada mejilla. En otras ocasiones, las mujeres aó rabes pobres vestidas con harapos y collares rodean a Joseph, que quieren venderle pollos, o que cosechan estieó rcol con sus propias manos para fertilizar sus exiguas parcelas. Una cosa maravillosa [en Egipto] es la luz, que hace que todo brille. Caminando por las calles de la ciudad, estamos deslumbrados, como por los colores girando en un inmenso baile de disfraces. En esta atmoó sfera transparente, el blanco, el amarillo y el azul cielo de las prendas se destacan con una crudeza de tono que haríóa deslumbrar a cualquier pintor . . . Intento envolver mi mente alrededor de todo. Me gustaríóa imaginar algo, pero no seó queó .
Las ruinas maó s gloriosas, las de Tebas en Luxor y Karnac, donde llegaron a fines de abril en una noche iluminada por la luna, los retuvieron hasta mediados de mayo. Los ingenieros franceses que habíóan pasado dieciocho meses aprovechando el obelisco destinado a la vida parisina en la plaza de la Concordia habíóan servido bien a sus compatriotas construyeó ndose una residencia con ladrillos, aó rboles rotos, piedras (algunas de las cuales teníóan inscripciones jeroglíóficas) y otros escombros arquitectoó nicos. Allíó Du Camp y Flaubert acamparon entre estatuas y columnas barridas por la arena, en un pueblo fantasma aparentemente en escala para una raza de gigantes brobdingnagianos221. Lo que les fascinoó tanto en Luxor como el santuario erigido por Amenhotep III fue la imbricacioó n de la grandeza faraoó nica con la rusticidad aó rabe. La gran plaza con columnatas se habíóa convertido en un patio para el pavoneo de pollos. Una pared exterior pintada con escenas de la mitologíóa egipcia sirvioó como un contrafuerte para la mezquita local y otra pared como respaldo de un granero. Chozas de ladrillos de barro habíóan surgido alrededor de los pilones del templo y el obelisco de granito rojo restante, las palomas posadas en hojas de loto esculpidas y en colosos enterrados hasta el pecho en arena y basura. Con una febril sensacioó n de misioó n que Flaubert usualmente encontraba desalentadora, Du Camp fotografioó el monumento desde todos los aó ngulos y, a su debido tiempo, arrastroó su pesado aparato a traveó s de campos de hierba y a lo largo de un camino bordeado de carneros como esfinge al complejo de templos en Karnac, donde las columnas de setenta pies de altura eclipsoó a los de Luxor. Despueó s de varios díóas, los dos salieron de la choza francesa para una caó mara del templo justo afuera de la columnata central de Karnac, o sala hipoó stila, prefiriendo la inmersioó n total en la antiguë edad egipcia a la comodidad relativa de una casa o casa flotante, aunque el movimiento los expuso a escarabajos, escorpiones, y asnos con cuernos. Por la noche, fumaban narguiles en medio de las imaó genes de Amon, Mut y Khonsu y observaban a 221Brobdingnag es una tierra ficticia en la novela satírica de Jonathan Swift de 1726 titulada Los viajes de Gulliver ocupados por gigantes. Lemuel Gulliver visita la tierra después de que el barco en el que viaja se desvía de su curso y es separado de una partida que explora la tierra desconocida. En el segundo prefacio del libro, Gulliver lamenta que se trata de un error ortográfico introducido por el editor y que la tierra en realidad se llama Brobdingrag. El adjetivo Brobdingnagiano ha llegado a describir algo de tamaño colosal.
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las salamandras que se paseaban por el estanque antes utilizados para las abluciones rituales. "En cualquier direccioó n que uno mire para contemplar estos vestigios de una civilizacioó n desaparecida hace tiempo, uno queda asombrado y confundido por tales maravillas," escribioó Du Camp en sus memorias. "Mira hacia el oeste . . . y uno ve el paseo de Thutmosis, obeliscos que parecen haber encontrado un pedestal en el santuario de granito, revoltijos de bloques de piedra, la cara interna de los inmensos pilones, y maó s allaó de todo, las montanñ as libias repletas de grutas funerarias. Mire hacia el este y observe las torres derrumbadas, las puertas torcidas, los arquitrabes de las naves laterales, los capiteles de la gran columnata y las canñ as que crecen en los espacios abiertos. Al norte se elevan las columnas inconexas, inclinadas y orgullosas. . . de la sala hipoó stila coronada por vigas de piedra. . . Mira hacia el sur y admira la propilea en medio de las elegantes palmeras, la puerta triunfal de Ptolomeo Euergetes, el templo de Khonsu." Lo que parece haber impresionado maó s a Flaubert fue la necroó polis opuesta a Karnac conocida como el Valle de los Reyes, donde eó l y Du Camp instalaron sus tiendas durante sus uó ltimos díóas en Tebas. Aquíó la realeza y los sacerdotes no habíóan sido enterrados en piraó mides, sino en sepulcros con habitaciones pintadas y corredores embrujados, que se adentraban en la ladera de la montanñ a. Bajando las escaleras cortadas a traveó s de la roca, los dos hombres encontraron una fantasmagoríóa de serpientes de muó ltiples cabezas caminando sobre pies humanos, de monos que acarreaban barcos, de reyes de rostro verde con apeó ndices inhumanos, de elogios jeroglíóficos. "Las pinturas son tan frescas como si auó n no se hubieran secado y pudieran desprenderse del pulgar," escribioó Flaubert, que recorrioó el valle a caballo, pateando el pedregal que cubríóa el maó s aó rido de los paisajes. EÁ l y Du Camp partieron de Tebas el 13 de mayo, triste pero entusiasmado tambieó n por la posibilidad de un viaje lateral a traveó s del desierto a Quseir en el Mar Rojo. Tres díóas despueó s, se contrataron conductores y se compraron provisiones en Keneh (Quena hoy). Temprano en la manñ ana del 18 de mayo montaron camellos para el traó nsito de cien millas, que pasaríóa por antiguos puestos romanos tendidos a lo largo de la carretera de Russafa. Sus cabezas envueltas en gruesas kaffiyeh de algodoó n para defenderse contra un sol tan intenso que los pomos de sus sillas de montar no podíóan ser agarradas con las manos desnudas, no tardaron en descubrir las maravillas y los escollos de la vida en el desierto. El Nilo acababa de desaparecer de la vista cuando un viento caliente, o khamsin, repentinamente salioó volando del sur, envolvieó ndolos en nubes de arena rojiza. El cordero podrido y el pollo se convirtieron en alimento para los buitres, y las provisiones robadas constituyeron una fiesta de chacales. Una excepcioó n a la regla de hospitalidad aó rabe era el pueblo de La Dijta, en el cual los pastores de cabras de Ababda les negaron leche. Asustado por algo, el asustadizo camello de Joseph Brichetti se escapoó una noche con fuertes rugidos gorgoteantes y pudo haber inspirado un motíón general si el guíóa (dragoman) no lo hubiera recuperado de inmediato. Otro camello entroó en la galeríóa subterraó nea de ratas canguro, una amenaza comuó n, y se rompioó una pierna. Los pozos conteníóan agua salobre. Los pies hinchados sufrieron dentro de botas desgastadas por el clima. Pero nada comparado con la noche del desierto bajo un cielo estrellado. Y la cordillera que cruzaron a traveó s de gargantas que se abren hacia el mar presentaba un espectaó culo de belleza mineral incluso maó s grandioso que la confusioó n de sienita en Wadi Halfa. Los acantilados que sobresalen del desierto gris y pedregoso brillaron de color rosa, rojo, verde oscuro, violeta y bronce a 223
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medida que la luz del sol golpeaba las facetas del poó rfido y el feldespato. Formaron la lustrosa muralla entre Egipto y un amplio litoral arenoso donde Flaubert y Du Camp, despueó s de tres díóas en el desierto, esploraron con entusiasmo el Mar Rojo desde sus perchas de dromedario. "A la derecha unas treinta tiendas de campanñ a, muy espaciadas, hacen manchas oscuras en la arena rojiza", escribioó Du Camp. "A la izquierda, varias chabolas se apoyan en la uó ltima joroba de la regioó n montanñ osa. Una Negra que balancea una olla de hierro sobre su cabeza camina cerca de nosotros, y cada gesto hace que sus pechos largos y marchitos se muevan hacia adelante y hacia atraó s. Perros, buitres barbudos, cuervos, disputa sobre basura. Hay barcos de pesca cerca, algunos varados, otros atados a estacas con filamentos de palma." Un bastioó n almenado anuncioó Quseir, una vez que el puerto principal para los bienes que llegan de la India. Aunque ahora moribundo, auó n calificaba a un agente consular franceó s, que hacíóa bienvenidos a los viajeros. Permanecieron el tiempo suficiente para recuperarse, llenar sus pulmones con aire marino, reaprovisionarse y observar a los peregrinos reunidos para el viaje a Jidda. Flaubert se banñ aba en el caó lido mar con un placer voluptuoso. Fue, escribioó , como "colgado en mil tetas." Su viaje de regreso por el desierto duroó cuatro díóas, durante dos de los cuales Flaubert enfurecioó a Du Camp al conmemorar el refrigerio de los helados de limoó n en tortugas largas y saó dicas de Tortoni despueó s de que un percance habíóa vaciado sus botellas de agua de piel de cabra y dejoó a todos desesperadamente resecos. Hasta que llegaron al pozo de Bir-Ambert, a veinte kiloó metros de Keneh, no pudieron los seres humanos ni los animales apagar su sed, y entonces Flaubert se disculpoó . Desmontoó en Keneh con mala salud, con fiebre que persistíóa en su viaje por el Nilo. Puso a prueba la poca energíóa que todavíóa teníóa para las visitas al templo y la gruva, pero se limitoó a comprometer levemente su apetito de placer en los brazos de almahs222 locales. Aun asíó, en Dendera abandonoó su lecho de enfermo en el bote para visitar un templo sagrado de Hathor, diosa del amor y la fiesta, y se alejoó de eó l con una opinioó n menos establecida que la de su contemporaó nea Florence Nightingale, que tres meses antes habíóa declarado es "un templo vulgar y advenedizo, cubierto de acres de bajorrelieves que no se desea examinar: construido sin fe ni propoó sito." El 12 de junio, en el tramo entre Asyuū t y Manfaluū t, reunioó el coraje de gatear a traveó s de pasajes pegajosos con brea para echar un vistazo a las momias amontonadas en un osario subterraó neo en Simoun. Esta expedicioó n macabra, de la cual Du Camp cosechoó varias partes del cuerpo — pieles doradas, un par de manos marchitas y ennegrecidas, una cabeza con pelo largo — dejoó a Flaubert sibilante, y el opresivo calor de junio empeoroó las cosas. El avance fue lento, ya que fuertes y calientes raó fagas forzaron a la cangia a virar y algunas veces navegar ríóo arriba. Para el 23 de junio, la luna llena silueteaba las piraó mides de Gizeh contra el cielo del oeste. Despueó s de casi cinco meses en el Nilo en un reino inferior de ruinas y tumbas, Flaubert regresoó a lo que la senñ orita Nightingale llamoó "el mundo de las necesidades y costumbres civilizadas." Pero lo hizo con maó s temor que alivio, porque ese mundo lo apuntaba hacia su futuro molesto. Una larga carta a Bouilhet, enviada varias semanas antes desde Asyuū t, se detiene en los imponderables. "Ninguno de los dos estaó establecido ni comprometido," escribioó , afirmando una verdad evidente despueó s de 222almah quiere decir “doncella, muchacha, mujer joven de edad para casarse”.
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hacer sardoó nicas, obviamente defensivas, alusiones al reciente matrimonio del cunñ ado de Achille Flaubert. "En cuanto a míó, no sucederaó . He pensado mucho sobre el asunto desde que nos separamos, pobre y viejo companñ ero. Sentado en la proa de mi cangia mientras observo el flujo del agua, reflexiono sobre mi vida pasada y recuerdo muchas cosas olvidadas." ¿Estuvo a punto de cambiar de paó gina o, por el contrario, entrar en un períóodo de completa decadencia? preguntoó . "Desde el pasado ando melancoó lico hacia el futuro, y allíó no veo nada, nada en absoluto. No tengo planes, ideas, proyectos, y lo que es peor, sin ambicioó n. El eterno estribillo '¿De queó sirve?' pasa por mi mente y se erige como una barrera descarada en cada una de las avenidas que propongo seguir en la tierra de las hipoó tesis. El viaje no alegra a nadie." Preguntaó ndose si el espectaó culo de majestuosidad efíómera, que evocaba el ejemplo de su padre, habíóa paralizado su ego, se sentíóa deficiente en la fuerza fíósica necesaria para todas las tareas asociadas con la publicacioó n. "¿No es mejor trabajar solo para uno mismo, hacer lo que uno quiera de acuerdo con sus propias ideas, admirarse, darse placer? Ademaó s, el puó blico es tan estuó pido. ¿Y quieó n lee de todos modos? ¿Y queó lee la gente? ¿Y a quieó n admiran?" El Flaubert que veinticinco anñ os maó s tarde desalentaríóa a EÁ mile Zola de publicar novelas con prefacios que argumentan un credo literario ante la corte de la opinioó n puó blica, ahora estaba ensayando su pose aristocraó tica. Para ser envidiado, prosiguioó , eran los autoproclamados autores de una edad peluda que se paraban coó modamente en tacones altos, por encima del profanum vulgus. En la Francia burguesa, donde el suelo temblaba bajo sus pies, uno no podíóa mantener el equilibrio. "¿En queó podemos apoyarnos? . . . Lo que nos falta no es el estilo o esa flexibilidad de inclinacioó n y digitacioó n llamada talento. Tenemos una gran orquesta, una paleta rica, recursos variados. En materia de artimanñ as y trucos, somos mucho maó s sofisticados que nuestros predecesores. No, lo que nos falta es el principio intríónseco, el alma de la cosa, la misma idea del sujeto." Como el apuesto soltero incapaz de prometer su fidelidad, este virtuoso hueó rfano de una partitura habloó del persistente temor a la impotencia de Flaubert. "Tomamos notas, nos embarcamos en viajes, . . . nos convertimos en estudiosos, arqueoó logos, historiadores, doctores, zapateros y gente de buen gusto. ¿Pero queó pasa con el corazoó n, el bríóo y la savia? Somos buenos en lamer el conñ o. ¿Pero follar? ¿Eyaculando para hacer un ninñ o?" A su debido tiempo, mientras estaba domiciliado junto a otro ríóo, construiríóa un monumento imperecedero, pero por el momento, Croisset aparecioó en el horizonte distante no como un entorno en el que crear sino como un refugio hermeó tico. Sentado en su escritorio redondo con vistas al camino de los tilos y al Sena, dijo, eó l eliminaríóa todos los pensamientos del patriotismo franceó s, la críótica literaria francesa, la presencia puó blica, el mundo entero. Du Camp, que era francamente ambicioso, encontroó tales palabras desagradables. Llegaron a El Cairo el 25 de junio. El bullicio de la ciudad, una acumulacioó n de cartas de su madre y Bouilhet, y la inminente perspectiva de navegar a Beirut se combinaron para levantar el aó nimo de Flaubert. Sinaíó habíóa figurado alguna vez en su itinerario, pero el paso de tierra fuera de Egipto habríóa sido demasiado lento y costoso. Por las mismas razones eliminaron a Persia, donde en cualquier caso las revueltas de fanaó ticos seguidores del míóstico "Bab" hicieron que viajar fuera peligroso. El curso que ahora improvisaron los llevaríóa a Siria, Palestina, Chipre, Creta y Rodas. Su plan era montar a caballo desde Esmirna a Constantinopla víóa Troya, y recorrer Grecia metoó dicamente en su camino a casa. 225
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Flaubert no podríóa haber contemplado la siguiente etapa de su arduo viaje sin cierta inquietud. Navegando de regreso a Alejandríóa desde El Cairo en el canal Mahmudija, sufrioó un ataque epileó ptico.
XII Voyage en Orient: Después de Egipto EL BARCO DE FLAUBERT AND DU Camp, el Alexandra, embarcoó temprano en la manñ ana del 18 de julio. Atracoó dos díóas despueó s en el puerto cubierto de niebla de Beirut y se los soltoó a las autoridades otomanas, quienes, por temor al coó lera, escoltaron a todos los pasajeros a una hermosa ubicacioó n pero que era la estacioó n de cuarentena rudimentaria, donde pasaron seis o siete díóas. Pasaron otra semana en Beirut mezclaó ndose con expatriados franceses, el maó s agradable de los cuales fue un pintor empleado como director del servicio postal, Camille Rogier. Rogier les dio de comer, les proporcionoó companñ íóa femenina y les ayudoó a hacer arreglos materiales para la travesíóa a Jerusaleó n. Cuando comenzaron el 1 de agosto o alrededor de esa fecha, su companñ íóa contaba con ocho hombres y diez bestias. Du Camp, Flaubert, Joseph y Sassetti montaban a caballo, un quinto caballo de forraje, el jefe de muleros se conformaba con un burro, y sus tres subordinados caminaban junto a cuatro mulas cargadas. Este pintoresco grupo se dirigioó a la llanura costera en direccioó n a Sidoó n, una regioó n bien regada de algarrobos y rosales que crecíóan en gruesas matas. A su izquierda, la cordillera de Jebel Liban rodeaba el sol de la madrugada, excepto donde brillaba a traveó s de varias hendiduras profundas. Ellos mismos se levantaron antes del amanecer 226
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y viajaron hasta la puesta del sol, con una larga pausa para una comida del mediodíóa. Con frecuencia, la ruta los llevaba a terrenos maó s elevados, a lo largo de caminos pedregosos, a traveó s de wadis y sobre puentes que inspiraban poca confianza. "Siria es una tierra hermosa, tan llena de escenarios y colores muy diversos como Egipto es tranquilo, monoó tono, sin misericordia para el ojo en su mismidad," escribioó Flaubert a su madre. Confiaban en la posibilidad de refugio, colocando sus plataformas en caravasares, en monasterios, en cafeó s o, cuando no se presentaba un techo hecho por el hombre, bajo los aó rboles. El pulso de Flaubert no se aceleroó hasta que ascendieron por el acantilado de tiza llamado Elephant Rock y vieron a Tyre al final de su istmo largo y bajo, sentado como una enorme gaviota blanca en el regazo del mar. A esta altura ya no se veíóan las callejuelas sucias que prevalecíóan maó s abajo, las plazas desoladas, los desechos en las playas, los dedos íóndices cortados y los ojos arrancados de los hombres que se mutilaban para escapar de la conscripcioó n militar. Varios kiloó metros maó s adelante veríóan Palestina desde alturas auó n mayores a medida que ascendieran al Monte Carmelo, que surgioó de un promontorio en Haifa. Al recorrer la llanura de Jezreel, identificada por las escrituras con el campo del Armagedoó n, Flaubert pensoó en Chateaubriand y Jesucristo, en ese orden. "En la ladera que conduce al monasterio, enormes olivos, huecos por dentro: aquíó comienza la Tierra Santa." No mencionados en su diario son los robles, pinos, arrayanes y flores silvestres que visten el Monte Carmelo. Tampoco senñ ala en ninguna parte que esta naturaleza exuberante haya absorbido la sangre de los monjes sacrificados despueó s de la retirada de Napoleoó n en 1799. Un monasterio construido recientemente sobre uno maó s antiguo destruido en 1821 le parecioó indigno de su panorama bíóblico. El descenso difíócil y empinado tuvo lugar sin incidentes. Despueó s de detenerse a lo largo del Mediterraó neo en Dora y Cesarea, giraron hacia el interior, movieó ndose raó pidamente desde Jaffa a Gazerel-Karoum, donde la llanura de Sharon se arrugoó en la regioó n montanñ osa. Atormentado por las pulgas y excitado por lo que le esperaba, Flaubert pasaba noches sin dormir, y cuando por fin aparecioó Jerusaleó n, espoleoó a su caballo hacia adelante, como para asegurarse de que la ciudad fortificada con paredes tan inesperadamente intactas no era un espejismo. Una vez que pasaron por la Puerta de Jaffa y encontraron su hotel, Flaubert y Du Camp contactaron al coó nsul franceó s, Paul-EÁ mile Botta, quien los alimentaríóa bien durante su estancia de dos semanas. En Botta se encontraron no solo con un distinguido arqueoó logo que habíóa traíódo al Louvre muchos de sus tesoros asirios, sino a un obscurantista catoó lico enamorado de Joseph de Maistre y de casi nadie maó s, cuyas interminables jeremiadas contra la modernidad pasaban a la conversacioó n. El adaptable Du Camp le prestoó oíódos comprensivos, como habíóa hecho con Lambert-Bey. "Sus gestos angulosos, sus arrebatos, sus ojos hundidos y sus pupilas apenas dilatadas, su caminar herido por el saloó n del consulado, sus dedos nerviosos contando abalorios, los espasmos de ira provocados por los credos materialistas, las disculpas sinceramente presentadas cuando pensaba que una palabra cortante habíóa ofendido — en conjunto constituíóan una personalidad sorprendentemente original." Flaubert, que pudo haber encontrado a su torneo en el misaó ntropo deporte de despotricar, pensoó que este ex alumno de la escuela de Rouen estaba bastante loco y propenso a provocar un ataque si sus interlocutores lo contradijeran. Botta era un hombre de ruinas en una 227
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ciudad de ruinas, escribioó , y agregoó que el excelente tabaco y los refrescos dispensados en el consulado lo persuadieron para que se callara. Aun asíó, los dos teníóan una sola mente en su aversioó n a la utopíóa tecnocraó tica imaginada por Auguste Comte, con cuyo Cours de philosophie positive Botta incomodaba a Flaubert, quien debioó haber sabido que Botta habíóa estudiado medicina con Achille-Cleó ophas. Despueó s de toda su anticipacioó n, Jerusaleó n — que praó cticamente se habíóa cerrado para el Ramadaó n, aunque los mercaderes vendíóan crucifijos y rosarios promoviendo un comercio proó spero — le parecioó a Flaubert sin vida, o animado solo en disputas sectarias sobre lugares sagrados. La gloriosa ville sainte era, en su visioó n desilucionada, parte trampa para turistas y parte un muladar. La relectura de los relatos de los Evangelios de la Pasioó n no ayudoó . El estieó rcol bajo los pies, las calles llenas de basura (excepto en el barrio armenio), los restos malolientes de un matadero al aire libre y los edificios decreó pitos mantienen su imaginacioó n histoó rica atrapada en la tierra. Se levantoó brevemente en el Muro del Templo mientras observaba a los judíóos hacer una genuflexioó n en oracioó n temprano una manñ ana. De lo contrario, la tristeza prevalecioó , y la tristeza encendioó el resentimiento de los eclesiaó sticos especuladores cuyo capital era el martirologio cristiano. Acosado por imaó genes de santos torturados, terminoó simpatizando con sus torturadores. "Despueó s de mi primera visita a la Iglesia del Santo Sepulcro volvíó al albergue cansado, exasperado de principio a fin," escribioó . "Abríó mi copia del Evangelio seguó n Mateo y leíó el Sermoó n del Monte con un corazoó n floreciente . . . Todo se ha hecho para que los lugares sagrados sean ridíóculos. Es una escena prostibularia, plagada de hipocresíóa, avaricia, impostura e impudicia . . . No me conmovíó y culpo a estos bribones." Cuando un sacerdote le dio una rosa y la bendijo, se sintioó doblemente empobrecido por recibir la flor sin nada del calor que habríóa inundado un alma piadosa. "No, yo no estaba allíó como Voltaire, Mephistopheles o Sade. Yo era, por el contrario, muy abierto de mente. Fui allíó de buena fe y mi imaginacioó n no se agitoó . Vi a los monjes capuchinos beber demitasses con janisarios, y Hermanos de Tierra Santa comiendo en el Jardíón de los Olivos." Las fantasíóas religiosas de Emma Bovary tampoco encontraríóan ninguna compra en el mundo vulgar. Las fantasíóas carnales eran otra cosa, y la saga de la fornicacioó n ricamente bordada en Egipto crecioó durante maó s tiempo en el Cercano Oriente, donde las oportunidades abundaban. "Me estoy convirtiendo en un cerdo," escribioó modestamente a Bouilhet desde Damasco. Gracias a su arbiter elegantiae, Camille Rogier, Beirut habíóa sido un lugar especialmente oportuno. Una manñ ana la pasaron con cinco mujeres reclutadas por el pintor, cuyos genitales, Flaubert le aseguroó a Bouilhet, eran acordes con su apetito sexual. "Penetreó a tres mujeres y me vine cuatro veces — tres veces antes del almuerzo y una vez despueó s del postre. Incluso propuse un coito con la proxeneta, pero como la habíóa rechazado antes, ella, a su vez, me rechazoó a míó . . . El joven Du Camp se vino solo una vez. Su miembro todavíóa estaba ulcerado con el remanente de un chancro que le habíóa contagiado una puta Walachiana. Las mujeres turcas me encontraron asquerosamente cíónico por lavarme los genitales en puó blico." Pronto, eó l tambieó n se vio afectado por los chancros, que no lo disuadieron, incluso antes de sanar adecuadamente, de visitar los burdeles de Constantinopla y Atenas. El 23 de agosto eó l y Du Camp salieron de Jerusaleó n a Damasco, despueó s de una excursioó n a Jericoó , donde habíóan dormido bajo la luna llena en la terraza elevada de un castillo turco, y al Mar Muerto, donde los acantilados de la fortaleza de Pisgah los 228
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remacharon. Viajaron hacia el norte por Janin, Cana y Nazaret, atravesando la llanura de Jezreel con una escolta armada para defenderse de los merodeadores beduinos, uno o maó s de los cuales ya habíóan atacado a su grupo cerca de Mar-Saba. En piscinas construidas para Ibraham Pasha en la costa del Mar de Galilea, Flaubert encontroó alivio de la dolencia estomacal que lo habíóa atormentado intermitentemente desde su llegada a Egipto. Estaba ansioso por visitar Tiberias; pronto descubrioó que estaba repleto de judíóos jasíódicos con rizos laterales que, para su consternacioó n, todos llevaban sombreros ribeteados de piel a pesar del clima caó lido y racheado. Saliendo de Tiberiades el 29 de agosto a las 3 a.m., Flaubert, Du Camp, Joseph, Sassetti y tres turcos armados salieron de Palestina por las laderas de lava, cruzaron el Valle del Jordaó n y subieron por los Altos del Golaó n hasta una meseta de basalto, con el Monte Hermoó n, pico nacarado cerrando el horizonte norte. Cabalgaron en fila india, sobre todo por la noche, cuando la meseta se enfrioó y, a menudo, en una oscuridad tal que Flaubert confioó en la direccioó n de la grupa blanca del caballo de Du Camp. Superado por la fatiga, asintioó mientras trotaba, pero sin ninguó n efecto negativo. Habíóa manchas verdes en las que los hombres descansaban bajo los níósperos orientales. Para Flaubert, que finalmente habíóa dejado de meditar sobre el fracaso de La Tentation, Siria podríóa haber sido la Espanñ a de Cervantes. Todo teníóa la fragancia de los cuentos de Don Quijote. Maó s reminiscente de la Espanñ a morisca fue lo que encontroó en Damasco, una ciudad blanca con minaretes cuyas estrechas calles formaban aó ngulo alrededor de bulliciosos y coloridos bazares. Un viajero ingleó s los llamoó "un teatro que exhibe una vida apartada y en cada patio revela . . . extranñ os grupos orientales" sin informar el comportamiento que puede haber encontrado indescriptible. Flaubert, por el contrario, se dedicoó a todo lo que pudiera escandalizar a los conciudadanos burgueses y, como en Egipto, espectaó culos moó rbidos no menos que sexuales. Su diario describe esposas esteó riles que piden a Dios por los hijos besando los genitales de un hombre santo en el mercado, a simple vista. Tambieó n contiene la descripcioó n de un leprosario situado fuera de Damasco, cerca de un pantano con vida de aves carronñ eras. "Entramos en una especie de pequenñ a granja o corral en el que vemos leprosos, cinco o seis machos y tres o cuatro hembras," escribioó . Estaó n tomando un poco de aire fresco. Hay una mujer cuya nariz estaó completamente carcomida, como por la viruela, y algunas llagas incrustadas en su rostro; otro tiene una cara roja, rojo llameante . . . Todos ellos gimen, gritan, se quejan. Los dos sexos estaó n juntos, sin distincioó n, excepto por los grados de sufrimiento. Cuando recibieron nuestra limosna, alzaron sus brazos al cielo y repitieron, "¡Alaó !" y nos pidieron sus bendiciones. Recuerdo especialmente a la mujer sin nariz, al galimatíóas silbante que salioó de su laringe.
En una carta de Flaubert, se le presentoó a Bouilhet la imagen de un leproso purulento y sin labios cuyos dedos podíóan confundirse faó cilmente con los harapos verdes sentados junto a una fuente bajo hermosos aó rboles de sombra. El hermano lazarista que les dio su visita guiada les dijo que habíóa sorprendido a dos estudiantes que se sodomizaban mutuamente en su monasterio y notoó la trivialidad de la homosexualidad. "Gran exceso de hombres, pero no mujeres; las mujeres no son buscadas." Flaubert compartioó con turistas maó s convencionales un intereó s adquisitivo en las mercancíóas que se derramaban fuera de los puestos del mercado. Comproó sedas y, 229
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como un colegial autocomplaciente, se llenoó de dulces. Todas las noches, un comerciante de barba rubia acompanñ ado por un eunuco abisinio llevaba objetos antiguos a su hotel. "En este momento, Maxime, con una tuó nica sin mangas, estaó regateando sobre un cuenco de bronce," le escribioó a su madre el 9 de septiembre. "¡Dios, coó mo grita Joseph! El comerciante es un hombre bastante joven, vestido con un turbante bordado y una tuó nica celeste." El hotel en síó ofrecíóa alivio a caravanas cargadas de gente huidiza. Rayas rojas, verdes, azules y negras recorrieron las fachadas encaladas de un patio con adelfas. Plantas con flores colgaban en guirnaldas desde el balcoó n. Una gacela bebeó aparecioó en la terraza de maó rmol de colores donde Flaubert, rubio y barbudo, cuyo traje habitual era ahora una larga camisa fluida nubia, escribioó sus cartas. Permanecieron diez díóas en el Hoô tel de Palmyre, anñ adiendo chales, ollas y alfombras a las ocho docenas de rosarios que habíóan adquirido en Jerusaleó n para parientes y conocidos mayores. Una ruta tortuosa de regreso a Beirut los llevoó al norte de Damasco sobre la cordillera de Jebel-Esh Sharqui y hacia el Valle de Bequaa, su destino intermedio era Baalbek. Du Camp apenas habíóa fotografiado los templos romanos destrozados por un terremoto en 1759 que surgieron dificultades. Joseph cayoó gravemente enfermo. Los companñ eros decidieron ir por caminos separados para que su inteó rprete, escoltado por Du Camp, pudiera buscar ayuda meó dica en Beirut lo maó s raó pido posible. Flaubert y Sassetti cruzaríóan las Montanñ as del Líóbano por su cuenta y esperaríóan a Du Camp en Adeó n. El plan funcionoó , aunque no antes de que una enfermedad aguda tambieó n afectara a Sassetti. Para el diecisiete de septiembre habíóan llegado a Beirut. Allíó, consciente de la angustia de Caroline Flaubert y tan corto de fondos que Maxime pidioó prestado dinero a Camille Rogier para franquear sus cartas, revisaron su itinerario una vez maó s. Creta seríóa sacrificada. Maó s tarde tambieó n descartaríóan el viaje por Anatolia a traveó s de Troya y reservaríóan pasaje en un barco que navegaba por el Mediterraó neo entre Esmirna y Constantinopla. En Beirut pasaron cuatro díóas empacando, con juegos intermitentes en la casa de Camille Rogier. Habiendo cumplido su misioó n fotograó fica, Du Camp cambioó la pesada caó mara por un rayo de tela de seda y oro. El 1 de octubre, eó l y Flaubert abordaron el Stamboul, un paquebote de Austrian Lloyd que navegaba a Chipre y Rodas. Joseph se quedoó atraó s y Sassetti se embarcoó adelante. De la vida a bordo del Stamboul, Flaubert recordaba víóvidamente un hareó n que ocupaba todas las cabinas de primera clase, y de Rodas, un mero punto de traó nsito para ellos, recordaba, despueó s de la cuarentena, tres o cuatro díóas en una mula beligerante en un campo accidentado viendo las principales iglesias, monumentos y fortificaciones de la isla. Mientras tanto, habíóan contratado a un inteó rprete que hablaba turco y griego, llamado Stefany. Era mediados de octubre cuando los tres salieron de Rodas en un esquife alquilado. Desenganchados de su equipaje, que habíóa sido enviado a Esmirna con Sassetti, adquirieron monturas en Marmaris y se dirigieron al norte, subiendo y bajando por colinas cubiertas de pinos a lo largo de la costa joó nica, al otro lado del ríóo Menderis, y, despueó s de ocho díóas, en la llanura continua del Ephesus. Triste y molesto por los chancros supurantes, que vendoó todas las noches, Flaubert no obstante se sintioó eufoó rico. "¡Ah, queó hermoso es!" escribioó , senñ alando que era una obligacioó n la suya, cada vez que se acercaba a un sitio destinado o un uó ltimo capíótulo, correr hacia adelante. "¡Oriental y antiguamente espleó ndido! Con reminiscencias de una 230
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suntuosidad perdida, mantos morados bordados con hilo de oro. ¡Erostratus! ¡Queó eó xtasis debe haber sentido! ¡La Diana de Efeso! . . . A mi izquierda, las colinas redondeadas parecen tetas en forma de pera. Siguiendo el sendero trillado, cruzamos un parche de arbustos (ligaria, en griego)." De hecho, Efeso, cuya supuesta combustioó n gratuita por Erostratus Flaubert alude en La Tentation, era apenas maó s que un engreimiento histoó rico. En 1850 los turistas solo encontraron fragmentos y escombros. No fue hasta la deó cada de 1870, cuando J. T. Wood excavoó el Templo de Artemisa, cuando sus grandes huesos comenzaron a levantarse de la tierra. Pero incluso si hubiera sido de otra manera, Du Camp y Flaubert no podíóan quedarse, ya que Constantinopla estaba adelante. A fines de octubre llegaron a Esmirna, pasando una caravana de varios miles de camellos por el camino, y allíó decidieron, con la estacioó n fríóa y huó meda sobre ellos, proceder por mar en lugar de por tierra. Los camellos fueron lo mejor que vieron esa semana. La lluvia incesante mantuvo a Flaubert en el interior, leyendo con dispepsia al Arthur de Eugeè ne Sue, y lo que vio durante sus paseos ocasionales por Esmirna parecíóa una desolada ciudad de provincias en Francia. Peor auó n, se encontroó en la posicioó n anoó mala de cuidar a sus companñ eros, que estaban todos maó s enfermos que eó l. Du Camp estaba postrado en cama con fiebre y, a pesar de seis semanas de abstinencia, una nueva erupcioó n de chancros. Stefany habíóa caíódo presa de la intoxicacioó n alimentaria. Sassetti habíóa contraíódo gonorrea. "No hay nada como viajar para la salud," bromeoó . Doce díóas pasaron antes de que se sintieran lo suficientemente bien para abordar otro barco austríóaco, el Asia, que zarpoó el 8 de noviembre, se detuvo en Gallipoli y entroó en el Cuerno de Oro el 13 de noviembre. Lo que Flaubert vio lo deslumbroó . Podríóa haberlo hecho en cualquier circunstancia, pero la mejor parte de un anñ o pasado en una cangia o en las espaldas de bestias en extensiones escasamente pobladas habíóa embotado sus reflejos urbanos: en Constantinopla se sentíóa como un pataó n incapaz de enfrentarse a la metroó poli. Para su madre describioó un mundo inmenso y heterogeó neo. "Imagina una ciudad tan grande como Paríós con un puerto maó s ancho que el Sena en Caudebec y maó s embarcaciones atracadas allíó que en El Havre y Marsella combinadas," escribioó . "Imagina los bosques dentro de la ciudad, que en realidad son cementerios. Ciertos barrios recuerdan las viejas calles de Rouen, mientras que otros son pasto de ovejas. Se levanta como un anfiteatro en la ladera de una colina, lleno de ruinas, bazares, mercados, mezquitas, con tres mares banñ aó ndolo y montanñ as cubiertas de nieve que se yerguen detraó s." A Bouilhet le escribioó que el baturrillo de nacionalidades en Constantinopla daba creó dito a la visioó n de Fourier sobre la ciudad como una futura capital mundial, y confioó una visioó n maó s personal tambieó n. En teó rminos humanos, confesoó , su enorme tamanñ o lo abrumaba. "La sensacioó n que sentiste cuando entraste en Paríós de ser aplastado, eso es lo que siento aquíó, de manera generalizada, mientras me codeo con tantos extranñ os — persas, indios, estadounidenses, ingleses — tantas individualidades distintas, la suma total de las cuales aplasta los propios. Y luego, es inmenso, uno se pierde en las calles, uno no puede ver el principio o el final." Solo cuando cruzoó el Boó sforo en un pequenñ o caique o, como un marinero en un nido de cuervos, inspeccionoó Constantinopla desde la cima de la gran torre redonda del siglo catorce en Galata recuperoó la compostura. Los funcionarios consulares lo trataron con generosidad. A Flaubert le gustaba el embajador sin pretensiones y salamero, general Jacques Aupick, que iba a entrar en la 231
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historia literaria francesa por derecho propio como el despreciado padrastro de Charles Baudelaire. Constantinopla lo cautivoó a veces, aunque no la enorme nave de Santa Sofíóa y, auó n menos, los apartamentos dorados del serrallo. Maó s bien, amaba ciertas intersecciones tranquilas de la naturaleza y la vida urbana propias de la cultura oriental. Estaba el cementerio de Estambul, donde los burros pastaban y las putas se amontonaban para su comercio y los cipreses crecíóan. Nada parecíóa menos burgueó s que una poblacioó n que cohabita con los muertos. "Sin pared, sin foso, sin separacioó n ni cerramiento alguno. En la ciudad y fuera de ella te encuentras con [cementerios] de una vez y en todas partes, como la muerte misma. . . Los atraviesas por la forma en que cruzas un bazar. Las tumbas son todas iguales. Solo su edad las distingue unas de otros. A medida que envejecen, se hunden y desaparecen, como el recuerdo de los ocupantes (un chateaubriandismo)." Los descendientes de los emperadores bizantinos yacíóan entre los indistinguibles, y pensoó que pudo haber pisado a un Comneno 223 o un Paleoó logo cuando cabalgoó por el cementerio en ruta a otro sitio favorito, las fortificaciones decreó pitas construidas por los mismos emperadores bizantinos. "Tres enceintes224 . . . Las paredes de Constantinopla no son lo suficientemente alabadas. ¡Son estupendas! Pasamos el Golden Gate, embellecido, y las Siete Torres y llegamos al agitado mar." Para Flaubert, en quien la piedad del recuerdo y el miedo al olvido coincidíóan con su terror al desalojo y sus fantasíóas de seguridad hermeó tica, el cementerio de intramuros y la muralla que rodeaba tres veces teníóan un significado similar. Ellos se refugiaron, definieron, rechazaron. Argumentaban una paradoja de la inclusioó n maó s allaó de la tumba, pero la exclusividad de este lado — prometíóan el eterno droit de cité225 al propio y lo negaban para siempre al extranñ o con disenñ os sobre la propia identidad. 226 Ademaó s, la muralla de la ciudad, como el cementerio, a caballo entre la historia y la naturaleza. La vegetacioó n cubríóa las piedras contra las cuales avaros, sarracenos, buó lgaros, cruzados y turcos otomanos se habíóan estrellado en las olas desde la Edad Media. Abarrotadas de zarzas, hiedra y arbustos, ejemplificaron lo que a Flaubert le gustaba llamar "la prodigalidad de las ruinas." Turquíóa nunca lo atormentoó como lo hizo Egipto. El "pintado techo y el piso de maó rmol" que amueblan los Cuentos Turcos de Byron no teníóan nada de la magia que encontroó en una puesta de sol carmesíó sobre un paisaje horneado. Aun asíó, amaba el lugar y deploraba las senñ ales de que Constantinopla, en otra invasioó n, estaba perdiendo su caraó cter oriental bajo la influencia occidental. Despueó s de las actuaciones de derviches giratorios, la sociedad acudioó en masa al ballet. Lucia di Lammermoor227 se actuoó en una casa abarrotada. En los barrios acomodados, las botas de charol y los 223Comneno (en griego, Κομνηνός; en Latín, Comnenus) es el nombre de una familia y dinastía imperial bizantina que gobernó el Imperio bizantino de 1081 a 1185 1 y fundó el Imperio de Trebisonda — adoptando el nombre de Grancomneno (en griego, Μεγαλοκομνηνοί) — en el año 1204. A través de matrimonios con otros clanes nobles, como los Ducas, los Angelos o los Paleólogos, sus descendientes gobernaron el Imperio hasta su caída. 224Murallas 225Derecho de ciudad 226Hemos visto otra imagen de la triple pared en la carta anteriormente citada a su madre, en la que declaraba que no cambiaría el placer de vivir con ella por el matrimonio, que el artista es una víctima de la naturaleza destinada a observar la vida desde el exterior. Años después representaría a Cartago en Salammbô con un anillo triple de fortificaciones.
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guantes blancos se habíóan convertido en algo comuó n. Los eunucos en el serrallo vestíóan chalecos con cadenas de reloj, y un enano fuera de la sala del trono llevaba pantalones con polainas y trapos inferiores. Flaubert predijo que en cien anñ os el hareó n habríóa sucumbido al ejemplo de las mujeres europeas. "Uno de estos díóas sus contrapartes aquíó comenzaraó n a leer novelas. ¡Entonces seraó n cortinas para la tranquilidad turca!" El Segundo Imperio, durante el cual la industria francesa de encerado imperial, fue para apoyarlo. Los planes ya estaban en marcha para financiar un ferrocarril otomano bajo los auspicios del Creó dit mobilier de Peó reire, y el Expreso de Oriente hizo su aparicioó n poco despueó s. "Ahora es el momento de ver Oriente," le dijo a su madre, "porque estaó desapareciendo, se estaó civilizando." Algunas deó cadas maó s tarde, como nos dice Orhan Pamuk, los turcos proó speros no amueblaraó n sus salones con otomanas y divanes, sino con los pianos de cola sin tocar, las sillas ríógidas y los gabinetes de curiosidades que proclamaban su occidentalizacioó n. Flaubert habíóa pasado su vigeó simo octavo cumpleanñ os regresando a El Cairo desde Menfis bajo un sol abrasador. Pasoó su veintinueveavo galopante a toda velocidad sobre colinas sin raíóles y sin nieve en el lado asiaó tico del Boó sforo con un conde polaco llamado Kosielski, que, como muchos de sus compatriotas, habíóa encontrado refugio en el Imperio Otomano. Ambos hombres estaban tristes, pero por razones completamente diferentes. Para un nostaó lgico exilio, el paisaje invernal hablaba de una patria que quizaó s nunca volveríóa a ver. Para el vagabundo distraíódo, anuncioó la uó ltima temporada de su indulto de Rouen, del tiempo, de las normas y expectativas sociales. Tres díóas maó s tarde, Kosielski lo ayudaríóa a abordar un vapor con destino a Grecia. En víósperas de su partida, envioó una larga carta a Caroline Flaubert, que habíóa recibido noticias del compromiso de Ernest Chevalier y comenzoó a preocuparse ambivalentemente por que su hijo menor tambieó n pudiera — o nunca — adquirir una esposa. "Nunca, espero," afirmoó eó l. Frotar sin cesar contra el mundo durante catorce meses ha tenido el efecto de hundirme maó s profundamente en mi caparazoó n. La afirmacioó n de Peè re Parain de que los viajes cambian a las personas no se aplica a míó. Volvereó como la misma persona que se fue, con menos pelos en la cabeza y muchos maó s paisajes dentro . . . Cuando uno ha llevado, como yo lo he hecho, una vida totalmente interna, llena de anaó lisis efusivos y pasioó n reservada, cuando uno se ha despedido y se ha calmado y dedicado toda su juventud a maniobrar el alma, como un jinete espoleando a su caballo al galope, ralentizaó ndolo al trote, hacieó ndolo saltar sobre zanjas o galope o deambular, todo esto solo para su diversioó n, bueno, si uno no se ha roto el cuello en el proceso, es probable que no lo haga. Yo tambieó n [como Chevalier] estoy establecido, en el sentido de que he encontrado mi lugar, mi centro de gravedad.
Su centro de gravedad era su estudio y literatura, que comparoó con una disciplina religiosa que implicaba votos de celibato. El matrimonio de Alfred Le Poittevin habíóa sido el error de un apoó stata. Cuando uno quiere lidiar con las obras del Buen Senñ or, uno no debe, por razones de higiene, dejarse enganñ ar. Uno se imaginaraó el amor, las mujeres, el vino y la gloria siempre que uno no se convierta en un borracho, un amante, un marido, un alegre ninñ o soldado . . . Cuando 227Lucia di Lammermoor es un drama trágico en tres actos con música de Gaetano Donizetti y libreto en italiano de Salvatore Cammarano, basado en la novela The Bride of Lammermoor de Sir Walter Scott.
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Flaubert: Una vida — Frederick Brown estaó envuelto en la vida, uno no puede verlo con claridad, uno estaó demasiado dolido o complacido por ello. El artista es, como yo lo veo, una monstruosidad, algo fuera de la naturaleza. Todos los males que la Providencia le prodiga se derivan de su obstinada negacioó n de este axioma.
EÁ l mismo estaba decidido a vivir como habíóa vivido anteriormente, solo, con la piel de oso que emblemaba su alma osuna, y rodeado por "la multitud de grandes autores" que componíóan su sociedad. "No me importa un comino el mundo, ni el futuro, ni el social faux-pas228, ni las lenguas, ni el establecimiento, ni siquiera el renombre literario, que solíóa mantenerme despierto por la noche, sonñ ando. Asi es como soy; tal es mi personaje." Despueó s de una cena de despedida organizada por el general Aupick en la embajada, Flaubert le dio la espalda a todo lo que no habíóa visto o que nunca volveríóa a ver: Persia, Troya, mujeres con velo, camellos, turcos en cafeó s fumando chibouks y recogieó ndose las unñ as de los pies. Cuatro díóas maó s tarde, eó l y Du Camp se cinñ eron para otra tediosa cuarentena, esta vez en El Pireo, donde desembarcaron el 19 de diciembre, sin fondos, pero con una carta de Aupick en la que el coó nsul franceó s les daba dinero suficiente para permitirles continuó a su recorrido. En cuarentena, Du Camp aprovechoó su ocio forzado para hojear Tucíódides, Diodoro y Pausanias. Flaubert a su vez leyoó a Herodoto y el primer volumen de la Historia de Grecia de Thirwall. Los remordimientos lo persiguieron. Tambieó n lo precedieron, porque mientras pensaba en Grecia varias semanas antes, se habíóa quejado ante Bouilhet de su abismal ignorancia y, como siempre, lamentaba todas las horas pasadas en busca de una elusiva fluidez. "¡Ah! ¡Si al menos yo supiera griego!" Pero las exclamaciones que marcaban su desesperacioó n — una desesperacioó n tanto maó s imposible de inventar por su propia evidencia — pronto llegaron a pregonar el caraó cter griego que experimentoó en la Acroó polis. Lo fue, le dijo a su madre el 26 de diciembre, en un estado "olíómpico", absorbiendo "cerebros" de la antiguë edad. "¡Y las ruinas! ¡las ruinas! ¡Queó ruinas! ¡Queó hombres esos griegos! ¡Queó artistas! Estamos leyendo, estamos tomando notas. . . El Partenoó n me conmovioó maó s profundamente que cualquier cosa que jamas haya visto." La reserva inglesa no era el estilo de Flaubert, y los amplios gestos con los que indudablemente condujo estos transportes deben haber llamado maó s la atencioó n a la figura conspicua que cortaba en Atenas. Un tarboosh, que invitaba a las miradas de los griegos patriotas, disimuloó su cabello que retrocedíóa. Una barba descuidada escondioó su rostro. Visible maó s abajo era la circunferencia que la cocina turca habíóa agregado a su cintura. Se destacaba sobre los joó venes mediterraó neos, cuya buena apariencia oscura lo asombroó . Lo hicieron sentir pesado, y Caroline Flaubert fue advertida de que su otrora hermoso hijo regresaríóa de su odisea como una gruesa versioó n de síó mismo. Du Camp y Flaubert apenas habíóan establecido su residencia en el Hoô tel d'Angleterre, de lo que se habíóan preparado para excursiones de un díóa a los grandes sitios claó sicos de AÁ tica. La Navidad se celebraba con una excursioó n de quince millas por las montanñ as maó s allaó de la llanura ateniense hasta Eleusis. Allíó encontraron lo que debe haber sido la fuente de Demeó ter y los tambores de maó rmol estriados que yacíóan descuidados en la ladera. Nada quedaba del Telesterio y el templo de, ambos nivelados por Alarico quince siglos antes. Pero el glorioso punto panoraó mico se mantuvo. Desde 228paso en falso
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allíó contemplaron la bahíóa azul de Eleusis y posiblemente divisaron el estrecho de Salamina, donde, como relata Herodoto, pequenñ as embarcaciones griegas abrumaron a la armada persa. Dos díóas maó s tarde se marcharon a Maratoó n con mal tiempo, atravesando bosques huó medos de pinos, pasando el monte Skarpa, y buscando en el tuó mulo construido para los hoplitas atenienses que habíóan rechazado al ejeó rcito de Data y Artafernes. Entre las excursiones fueron presentados a los heó roes sobrevivientes de una guerra maó s reciente, notablemente Constantin Canaris, el hombre que Victor Hugo honroó en Les Orientales como "Canaris, demi-dieu de gloire rayonnant! 229" Fue Canaris quien vengoó la matanza de griegos rebeldes en Quíóos en marzo de 1822 al maniobrar un barco de bomberos a traveó s de un escuadroó n turco amarrado en la costa joó nica y embestirlo contra el buque insignia del pachaó , que se hundioó con tres mil hombres a bordo. "Cada vez que me encuentro en presencia de hombres celebrados por alguó n acto heroico, me siento decepcionado," escribioó Du Camp en su Souvenirs littéraires. "Con Canaris, incluso teniendo en cuenta la edad y el desgaste, no pude persuadirme a míó mismo que este campesino grosero habíóa sido el portador de la antorcha inmortalizado por grandes hazanñ as. . . Penseó que los zapatos con cordones, las medias azules, la levita gruesa de lana y el sombrero de seda negro eran un disfraz. . . Lo hubiera preferido en grebas, una chamarra dorada, una fez con borlas azules." Maó s compatible era el anciano general Morandi, anteriormente un luchador itinerante por la libertad, al que le gustaba recordar su camarada en la guerra de la independencia, Lord Byron. El 4 de enero de 1851, los dos hombres partieron hacia las Termoó pilas con un inteó rprete griego, un cocinero, una escolta armada y muleteros. Su excursioó n duroó diez díóas y los llevoó a traveó s de las llanuras de Eleusis y Platea, sobre la cordillera de Cithaeron y el Monte Helicon, a Delphi. Du Camp escribe que en el camino embellecieron un paisaje abandonado del pasado con recitaciones claó sicas inspiradas en topoó nimos tan familiares para ellos como los de la Isla de Francia. Lo que Flaubert recordaba, por otro lado, eran horas de trote sin palabras interrumpidas por parodias de ancianos que formulaban preguntas tontas sobre el viaje. De cualquier manera, durante el viaje de regreso de Beocia lograron extraviarse en la accidentada regioó n al oeste de Tebas. La lluvia caíóa díóa tras díóa, inundando la llanura. Vestidos con pieles de cabra como un par de Robinson Crusoes desalinñ ados, avanzaron y habíóan ganado la ladera norte de Cithaeron cuando una ventisca descendioó sobre ellos. Sus botas de barro se congelaron. No fue un momento para conmemorar la victoria de Pausanius sobre el general persa Mardonius justo debajo de esa extensioó n nevada. En los ventisqueros azotados por el viento, no podíóan localizar el paso de la montanñ a ni discernir ninguó n signo de habitacioó n humana. A un Flaubert musculoso y bien acicalado le fue mejor que al escuaó lido Du Camp, pero la carne y los huesos podríóan haber muerto juntos si no fuera por un perro ladrando en direccioó n a un pueblo, donde encontraron refugio en un establo que servíóa de posada local. "Cada vez que alguien llega," escribioó Flaubert, "¡un grito de 'Khandi! ¡Nadji! se escuchoó , la puerta se abrioó , un hombre y su caballo humeante entraríóan, el caballo se asentaríóa en el comedero y el hombre en la chimenea . . . ¡Penseó en la edad de Saturno como lo describe Hesíóodo! Asíó es como la gente viajoó durante siglos." Al díóa siguiente, calentados por cantidades de 229semidiós de gloria radiante
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raki, descendieron de la nieve profunda a los olivares, con Flaubert montando a un semental mal herrado cuya irritabilidad poníóa a prueba su excelente habilidad para la equitacioó n. Regresaron el 13 de enero y se marcharon de Atenas once díóas despueó s para recorrer el Peloponeso, que todavíóa era tan poco visitado que incluso en Esparta la multitud podíóa congregarse alrededor de un extranjero. De hecho, el camino al oeste de Meó gara por el cual uno ingresoó a la peníónsula habríóa desalentado a las almas tíómidas. Abrazado al borde de un acantilado, no dejaba margen para movimientos falsos; solo un paso distraido hacia la izquierda significoó una muerte segura en el Golfo Saroó nico. Flaubert lo recorrioó con suficiente aplomo para admirar el rojo moteado de las rocas que se derramaban sobre sus cabezas y los charcos de botellas verdes que flotaban en alta mar. Cuando, maó s abajo, la carretera adquiríóa hombros y atravesaba una confusioó n de pinos espesos y robles enanos, se sintioó conmovido por algo trascendentalmente sereno en el paisaje. Se habríóa arrodillado, escribioó , si hubiera conocido un idioma y una foó rmula para la oracioó n. La devocioó n no siempre triunfoó sobre el cansancio oó seo durante la proó xima quincena, mientras eó l y Du Camp cabalgaban con otro seó quito maó s allaó de los cuatro promontorios que sobresalen hacia Creta como garras abiertas — desde Corinto hasta Argos, Esparta, Messene, Megaloó polis y finalmente Patras. Este desierto de crestas y barrancos ofrecíóa a los viajeros casi ninguó n nivel de terreno. Una cuenca era solo una breve zambullida en las montanñ as a su alrededor, la maó s formidable de las cuales, la cordillera del Taigeto coronada de nieve, extendíóa las tierras altas de Arcadia al sur, elevaó ndose como una pared entre los antiguos rivales, Esparta y Mesenia. Subieron y bajaron, y cruzaron torrentes que podríóan haberlos separado de su equipaje si no fuera por ingeniosas improvisaciones, secaó ndose en khans maó s atacados por pulgas que los caravansarios de Siria. Mientras Chateaubriand se comunicoó con los heó roes de Lacedemonia en el ríóo Eurotas, Flaubert olfateoó a los descendientes sucios de Messene al pie del monte Ithome. "Cena en el pueblo de Meligala. Las mujeres pasan cargadas de madera. Estaó n tan inmundos que cuando uno se acerca uno huele el establo, la pila de estieó rcol, el salvaje, y algo agrio y huó medo." Pero una alegríóa lo animaba a traveó s de todo, tenñ ido aunque era con el conocimiento malsano de principios de febrero, cuando planeaba irse a Brindisi, los corchetes entre pareó ntesis se cerraríóan en torno a su vida de aventura. Caminando a traveó s de gargantas de color herrumbre, densas de perales silvestres, lentiscos y robles de peluca rubia en mangas de terciopelo de musgo, sintioó lo que habíóa sentido en Coó rcega. Junto al templo de Apolo Epicuro, a la mitad de una montanñ a que dominaba la feó rtil llanura que se extiende entre Taygetus e Ithome, el golfo de Mesenia y el mar Joó nico, se elevoó sobre sus angustiados pensamientos sobre el libro para el que auó n no habíóa encontrado un tema (aunque no estaó por encima de la tentacioó n de malversar fragmentos de maó rmol). La libertad era la cosa, y dos muó sicos itinerantes cerca de Gastouni tocaron gaitas en su uó ltima despedida. ¿Por queó , se preguntoó , esas personas ejercíóan tal atraccioó n sobre eó l? "La contemplacioó n de estas existencias vagabundas, aparentemente consideradas en casi todas partes como malditas . . . tiran de míó. Quizaó s vagueó de esa manera en una vida anterior. ¡Oh Bohemia! ¡Bohemia! ¡Eres la tierra de mis almas gemelas!” Al final, Du Camp y Flaubert se precipitaron hacia Patras para no perder el barco, cubriendo cincuenta y cinco millas en un díóa en caballos lastimosamente desgastados. 236
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Patras no teníóa casi nada de cultura antigua o modernas comodidades para recomendarlo, le dijo a su madre: No hay ruinas importantes, no hay banñ os turcos. "En lo que respecta al verdadero viaje, todo ha terminado."
EL "Viaje en Oriente" puede haber terminado, pero auó n no la gran gira, que se reanudoó en serio el 27 de febrero, cuando su diligencia entroó en Naó poles a traveó s de la Puerta de los Capuanos despueó s de un vertiginoso viaje a traveó s de Bari. Se registraron en el Hoô tel d'Atheè nes, consultaron a su banquero y se dirigieron a Chiaia para dar un paseo por la bahíóa. A su debido tiempo hubo matineó s en el Teatro San Carlo, seguidas de seis horas al díóa de reinmersioó n en arte europeo en el Museo Borboó nico. 230 Habíóan pasado casi dos anñ os desde que Flaubert visitoó una galeríóa de pinturas, y su diario muestra una mirada concienzuda observando en gran detalle no solo las antiguë edades romanas, sino tambieó n Correggios, Rosas, Durers, da Vincis y Caravaggios de la coleccioó n Farnese. "Es realmente inagotable," le dijo a su madre en una de las uó ltimas sesenta cartas (todas numeradas) con las que la mantuvo informada y entretenida desde su partida en 1849. Du Camp y eó l tambieó n compensaron la abstinencia sexual que habíóan practicado durante sus semanas en el Peloponeso, acogiendo con satisfaccioó n las solicitudes de los proxenetas napolitanos, que abundaban. "Aquíó, en el suave Parthenope, tengo un arduo trabajo perpetuo," informoó a su amiga lasciva en Beirut, Camille Rogier. "Estoy follando como un idiota desenfrenado. El mero pastoreo contra mis pantalones me pone ríógido." Su preferencia, continuoó , era para las "senñ oras maduras, mujeres robustas" a quienes encontraba en un establecimiento especializado en "placeres maternales." Gordo es como ahora se aparecíóa a síó mismo, maó s auó n desde que se afeitoó y quedoó limpio; expuestas quedaron la papada y un doble mentoó n. Su tarboosh, que atraíóa tantas miradas de los napolitanos como el turbante de Rica de los parisienses del siglo XVIII en The Persian Letters, recorrioó el camino de su barba. Llevaba la vestimenta burguesa adecuada en la ciudad, pero no en excursiones a Pompeya, Paestum y Capri, ni a una subida al Monte Vesubio, donde, a pesar de la fiebre que lo debilitaba, llegoó al borde del craó ter. El joven Goethe lo habíóa hecho; tambieó n eó l. Vagabudeando en Naó poles, Du Camp y eó l se deleitaron con Rossini en la sala de conciertos, en el espectaó culo de caballos adornados con plumas de pavo real y de amantes bajo las encinas de Chiaia, en un romance oportunista con la hija del hotelero (Du Camp ) y un breve amoríóo con una actriz francesa de vodevil (Flaubert). Aprovecharon al maó ximo un mundo gobernado por el savoir-vivre231 de los nativos. Cualquier evento fue un pretexto suficiente para cerrar las tiendas, observoó Flaubert. "Las cosas estaó n cerradas debido a la Cuaresma, porque es domingo, porque la reina estaó enferma, porque no estaó enferma, porque el príóncipe de Salterno estaó muriendo; pronto lo seraó porque murioó , porque corre el rumor de que la muerte puede llegar en cualquier momento." Turistas poco respetuosos les arrojaron violetas a manos de muchachas de flores que patrullaban agresivamente el paseo de la bahíóa. En otra parte, las rameras corrieron detraó s de los carruajes con caballeros dentro, enganchando sus 230El Borbónico contenía antigüedades del actual Museo Arqueológico Nacional, además de pinturas que más tarde se transfirieron a Capodimonte. 231cortesía
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faldas hasta las axilas. Flaubert solo deseaba que Bouilhet pudiera verlo por síó mismo. En la correspondencia, que puede haber estado sujeta a censura, no se menciona el estado policial mantenido por el rey Fernando, que temíóa que los movimientos revolucionarios de 1848 en cualquier otro lugar de Europa se extendieran por el sur de Italia. Los agentes espiaron a los turistas y Flaubert no pudo visitar sitios como Paestum sin companñ íóa. Todo esto fue en vano. La revolucioó n vendríóa nueve anñ os maó s tarde con Garibaldi, cuyo ejeó rcito de camisas rojas incluiríóa, entre otros voluntarios extranjeros, Maxime Du Camp. Bouilhet Flaubert confesoó que el "viaje en Oriente" completo no habíóa sido lo suficientemente oriental. Al igual que en 1840, juroó , al regresar de Coó rcega, rodear el Mediterraó neo, por lo que anheloó avanzar maó s allaó de la Segunda Catarata y avanzar hacia el este a traveó s de Persia. Equilibrado en contra de la necesidad de un confinamiento perfecto fue este impulso faó ustico de tragarse el mundo entero. Sus fantasíóas, aprendioó Bouilhet, eran de los bereberes, de la caza de elefantes, de las bailarinas hinduó es, del color desenfrenado. En una carta a Ernest Chevalier felicitaó ndolo por su compromiso, escribioó : "Bueno, síó, he visto Oriente y no estoy maó s lejos por eso. Quiero ir a la India, perderme en las pampas americanas, visitar Sudaó n . . . De todos los posibles libertinajes, el viaje, que yo sepa, es insuperable. Es el que se inventoó despueó s de que todos los demaó s dejaron de emocionar." El 28 de marzo, Flaubert y Du Camp partieron hacia Roma, donde se dijeron adioó s. El litigio sobre la fortuna que le habíóa dejado su abuela requeríóa urgentemente la presencia de Du Camp en casa. Flaubert, a su vez, disfrutaríóa, si no de los placeres maternales de una clase venal, de la companñ íóa de su madre, que ya no podíóa soportar la ausencia de su hijo y que incluso navegaba con su sirvienta Eugeó nie desde Marsella a Civitaè Vecchia. Esta reunioó n habíóa sido objeto de intercambios epistolares desde los previos septiembre u octubre. Flaubert lo alentoó , pero cubrioó su invitacioó n con advertencias, la maó s importante perteneciente a Caroline Hamard, de cinco anñ os. Si Mme Flaubert dejara a la ninñ a, al cuidado de la hija de François Parain, Olympe Bonenfant, ¿podríóa Hamard, que habíóa estado en reposo, aprovechar la oportunidad de reclamar la custodia — que auó n no habíóa sido resuelta — por motivos de abandono? Incluso si eó l se comportaba bien, ¿le preocuparíóa que la pequenñ a Caroline, apodada "Liline," no ensombreciera Roma y Venecia? ¿Y no reflejaba prioridades fuera de lugar? "Me la estaríóa sacrificando, es decir, colocaó ndome ante ella, y ella te necesita maó s que a míó, esta pobre hija de mi querida Caroline. Entonces, querida madre, no quiero que hagas el sacrificio, ¿entiendes?" EÁ l sugirioó que trajera a Liline y que Clequet le diera una nota aduciendo alguna condicioó n pediaó trica que probablemente mejoraríóa en un clima caó lido. Mme Flaubert ignoroó su consejo, con al menos una de las consecuencias que eó l previoó . En Italia, ella es posible que no se haya inquietado en voz alta, pero hervíóa — una afliccioó n de por vida posiblemente provocada por los nervios — estalloó en todo su cuerpo. Ella, cuya vida habíóa sido una historia de abandono, se culpoó a síó misma por dejar al ninñ o. Ademaó s, le molestaba descubrir que los modales de su hijo se habíóan vuelto "brutales," una imputacioó n a la que el normalmente corteó s Gustave se declaroó inocente al tiempo que reconocíóa que a veces su temperamento casi se habíóa inflamado. Las peleas eran inevitables. Por mucho que Flaubert amara Venecia, donde eó l y su 238
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madre continuaron la asidua visita de un mes en Roma y Florencia, la gran aventura habíóa terminado. Venecia no era un lugar para visitar con la madre de uno. Croisset habíóa descendido sobre eó l, y la correa de la cual no podíóa y no podríóa liberarse habíóa sido unida nuevamente. Sin embargo, su mente teníóa lugar para sentimientos que no fueran arrepentimiento y nostalgia. En Roma le habíóa escrito a Louis Bouilhet: "En lo que respecta a mi estado emocional, es extranñ o: siento la necesidad de un eó xito." Viniendo de un joven que usualmente pretendíóa carecer de ambicioó n e incluso despreciarlo como el fruto envenenado de la esclavitud a la autoridad filistea, su confianza puede haber sorprendido a Bouilhet. Un fuego habíóa sido reavivado. Se mantuvo iluminado todo el camino a casa. Despueó s de un viaje tortuoso, que lo llevoó a eó l y su madre a traveó s de Colonia y Bruselas, Flaubert llegoó a Paríós en la segunda semana de junio de 1851.
XIII Los Rehenes Perfectos CUANDO LE DIJERON A FLAUBERT durante sus viajes en el extranjero que Maurice Schlesinger estaba vendiendo su casa en Vernon despueó s de renunciar a su editorial y que se marchaba de Francia con EÁ lisa para establecerse en el balneario de moda de Baden-Baden, la noticia lo hubiera sofocado. No habíóa visto a EÁ lisa desde 1846, pero ella, sin embargo, lo acompanñ oó en toda su vida como un víóvido polizoó n. De hecho, todas las mujeres que habíóa amado a primera vista, aunque no era cuestioó n de vivir con ellas, siguieron habitando su mente como eó l las conocioó , siempre joó venes y carismaó ticas. EÁ l mismo reconocioó que la plenitud emocional consistíóa para eó l en la experiencia de la peó rdida, el dolor de la ausencia, la santificacioó n de los recuerdos. Un hotel cerrado se convirtioó en el sepulcro de una revelacioó n eroó tica conmemorada cada vez que visitaba Marsella. Las zapatillas manchadas de sangre representaban a Louise Colet. Durante una morosa reunioó n en su viaje de regreso por el Nilo, miroó fijamente a Kuchiuk-Hanem para arreglar su imagen. Y veinte anñ os maó s tarde, en 1871, podríóa asegurar a EÁ lisa Schlesinger, de cabellos blancos, que las arenas de Trouville auó n conservaban la huella de sus pies descalzos. Maó s recientemente, durante su gira por Italia con Mme Flaubert, EÁ lisa volvioó a la vida con una mujer italiana encontrada en San Paolo fuori le Mura en Roma. La epifaníóa tuvo lugar el 15 de abril bajo la cuó pula, donde eó l y su madre estaban 239
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admirando un mosaico de Cristo entre los evangelistas. "Girando la cabeza hacia la izquierda, vi a una mujer en un ramillete rojo que se acercaba lentamente," escribioó . Agarreó mis quevedos y di un paso adelante. Algo me atraíóa hacia ella. Teníóa una cara paó lida con cejas oscuras y una ancha cinta roja anudada alrededor de su monñ o y cayendo sobre sus hombros. ¡Queó paó lida que estaba! Ella usaba guantes verdes similares; su figura corta y cuadrangular se torcioó levemente apoyaó ndose en el brazo de una criada anciana. El deseo estalloó en mi estoó mago como un trueno repentino, quise saltar sobre ella, estaba deslumbrado. El rojo y el negro eran emblemaó ticos de EÁ lisa, y lo que hacíóa que la cinta roja de la dama desconocida pareciera no solo brillante sino "fulgurante" era indudablemente el recuerdo de Flaubert de un chal rojo con rayas negras sobre arena blanca. La luz en sus ojos oscuros y brillantes reflejaba la mirada "magneó tica" de EÁ lisa. Con EÁ lisa ella compartíóa bien el azulado en las comisuras de sus labios. Y sus cejas, que eó l encontroó especialmente bellas, describieron un arco familiar. Solo Louise Colet insistioó en mantener una presencia carnal en la vida de Flaubert. Como sabemos por sus memorias personales, ella nunca lo abandonoó emocionalmente e indagoó acerca de eó l a traveó z de conocidos mutuos. El 29 de julio de 1849, ella llorosa recordoó el tercer aniversario de su primera noche juntos. Se derramaron maó s laó grimas dos meses despueó s cuando se hizo evidente que no habríóa despedidas en víósperas de su partida a Egipto. ¿Coó mo podíóa irse, gritoó ella, sin decir una palabra sobre la disposicioó n de sus cartas y recuerdos? "¡Oh! Triste son estos amores irreparablemente rotos, ¡que no dejan rastro! ¡Ninguno en el corazoó n del hombre deberíóa decir, porque en el míóo las heridas permanecen abiertas y sangranraó n para siempre! ¿Queó ? ¿Es posible que cuando dos seres se hayan amado sinceramente, se hayan fundido el uno con el otro, uno de ellos pueda separarse, olvidar todo — todo, mi Dios, de esos díóas maó gicos?" Las laó grimas siguieron fluyendo, y a menudo en presencia de un joven escultor llamad Hippolyte Ferrat, quien mientras buscaba a tientas sus favores se humedecioó por su dolor. "¡Coó mo estoy sufriendo, Dios míóo!", Escribioó Louise en su diario, en diciembre. "A mi pesar, lloreó frente a Ferrat. Hableó de Gustave en medio de mis laó grimas, soy demasiado infeliz. Me gustaríóa morir . . . Sola, sola, siempre." A principios de ese anñ o, un hijo cuyo padre era Franc, el refugiado polaco, habíóa muerto a los seis meses de edad, su segundo hijo que perdioó en la infancia. Louise habíóa sufrido un nuevo golpe en mayo de 1849. Juliette Reó camier, su vecina, protectora y confidente cercana, fue víóctima de la epidemia de coó lera (que tambieó n matoó a una famosa actriz de la etapa romaó ntica, Marie Dorval). La peó rdida de Louise se volvioó doblemente amarga despueó s, cuando se encontroó sujeta a imputaciones de traicioó n y venalidad. Juliette le habíóa dado para guardar sesenta cartas de amor escritas durante los uó ltimos anñ os del reinado de Napoleoó n por su pretendiente Benjamin Constant. Tan pronto como Juliette murioó y fue enterrada, Louise hizo los arreglos para publicarlas, con una breve introduccioó n, en el diario popular de EÁ mile de Girardin, La Presse. Estando mal de dinero, como de costumbre, ella lo necesitaba. 232 Pero ocultoó su 232Aunque Flaubert se ofrecería a ayudar financieramente a Colet, ella siempre sintió que, como alguien que nunca se había ganado su sustento, no era lo suficientemente comprensivo con su difícil situación.
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necesidad en un manto de virtud, declarando que estaba obligada a hacer puó blica la obra maestra epistolar de una escritora cuyo genio nunca habíóa sido suficientemente honrado. La publicacioó n comenzoó el 3 de julio con gran alboroto, y los lectores se congregaron en sus quioscos de perioó dicos. Tres semanas maó s tarde, despueó s de que los documentos judiciales fueran entregados a Girardin pidieó ndole que detuviera la publicacioó n, esos lectores hicieron cola en el Palais de Justice para un juicio que enfrentoó a Louise contra la heredera legal de Juliette Reó camier, Ameó lie Lenormant, una completa realista que aparentemente no consideraba que ninguna relacioó n familiar con el elocuente y liberal Constant fuera digna de conmemoracioó n. Se alegoó que Louise habíóa adquirido sus cartas con una falsa escritura de donacioó n firmada involuntariamente por Juliette. Mme Lenormant no pudo probar la acusacioó n, y varios testigos notables atestiguaron la honestidad de Louise. Defendieó ndola en la corte y fuera de ella, Victor Cousin, por ejemplo, escribioó : "Pobre Madame Colet . . . es tan incapaz de fraude como yo de robar tu panñ uelo. Ella no tiene ni las cualidades ni las fallas necesarias para tal enganñ o. Ella tiene un corazoó n excelente, pero una mala cabeza." Flaubert, aunque muy preocupado por San Antonio, no pudo haber omitido leer la presentacioó n de Louise en La Presse y las versiones del juicio. Tampoco se habríóa perdido el veredicto, que absolvioó a Louise de todos los cargos y prohibioó la publicacioó n de las cartas de Constant. La soledad de Louise era una escena abarrotada. Al escatimar y pedir prestado reunioó los medios para entretener a los invitados en su saloó n dominical, que atraíóa tanto a políóticos liberales como a luces literarias. EÁ mile de Girardin vino regularmente. Tambieó n lo hicieron dos de los antiguos amantes de George Sand: Michel de Bourges, un diputado radical, y Eugeè ne Pelletan, un periodista estrechamente aliado de Lamartine. En una determinada tarde de domingo los invitados podríóan haber incluido a Theó ophile Gautier, Leconte de Lisle, Charles Baudelaire, Champfleury, Alexandre Dumas y los dos hijos de Hugo, Charles-Victor y François-Victor. En 1850, el habitueó maó s propenso a quedarse despueó s de que otros se habíóan ido, a menos que el deber lo llamara, lo que a menudo ocurríóa, era Deó sireó Bancel, un agitador de la izquierda parlamentaria, doce anñ os maó s joven que ella, a cuyo hijo concibioó y abortoó . Cuando Bancel corrioó para esconderse de las vituperaciones de Louise, su lugar en la cama fue ocupado por un hombre auó n maó s joven, Octave Lacroix, de 23 anñ os, secretario privado de Sainte-Beuve, que luego ganaríóa la distincioó n como el editor responsable de firmar el Rougon-Macquart de Zola. En 1851, Louise se habíóa cansado de sus enamoradas confesiones y se habíóa juntado con Auguste Vetter, un abogado de la edad de Flaubert. "¿Amo a Auguste?", Reflexionoó un díóa de primavera. "Se siente maó s como amistad que amor. EÁ l tiene un caraó cter noble, pero es maó s impresionante que entranñ able. . . ¡Su propuesta de que vivamos juntos! ¡Absolutamente fuera de la cuestioó n! Mi corazoó n estaó demasiado gastado con las emociones que se han acumulado para albergar la idea." Sin embargo, su corazoó n se mantuvo lo suficientemente joven como para estremecerse ante la mencioó n del nombre de Gustave. Si un conocido mutuo hubiera dicho de los amantes de Louise Colet lo que, seguó n los informes, Flaubert dijo acerca de sus varios companñ eros de cama — de que eran colchones para alguó n sonñ ado ausente — podríóa no haberse equivocado demasiado. Flaubert no reconocioó excepciones, mientras que Louise hizo intermitentemente una excepcioó n de Flaubert. "¿Gustave vendraó a 241
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verme?" escribioó ella el 25 de mayo de 1851, un mes despueó s de la muerte de su tuberculoso esposo, a quien habíóa asistido hasta el final. Su pregunta suponíóa que habíóa recibido una carta enviada el 14 de mayo en la que ella suplicaba la oportunidad de lograr el cierre en un uó ltimo encuentro, cortejaó ndolo con una confusioó n de euforia romaó ntica y reproche maternal. Incluso si alguien tan desleal como eó l apenas merecíóa un lugar seguro en su corazoó n, ella insinuoó que, sin embargo, disfrutaba de uno. No es que la pasioó n la calentara y la iluminara maó s, solo que tendríóa un signo de interrogacioó n sobre ella hasta que su inquilino demostrara haber sido marcado por ella. "Te tendríóa a ti, y solo a ti, entender queó sentimiento queda en mi corazoó n por ti. Lo que espero obtener de ti, a su vez, es una uó ltima prueba de afecto o recuerdo de afecto. ¡Oh! Nunca temas. Mis esperanzas y expectativas no son lo suficientemente convincentes como para atraerme desde el desprendimiento que traceó hace cuatro anñ os." Su uó ltima escena podríóa organizarse con poco tiempo de anticipacioó n. EÁ l no debíóa contestar a su carta detenidamente, ordenoó ella, porque una respuesta tierna sacudiríóa su resolucioó n y una insensible agravaríóa su miseria. Es posible que Flaubert nunca haya recibido esta convocatoria, o puede haber interpretado su propuesta como una invitacioó n para comenzar la relacioó n de nuevo. Cualquiera sea el caso, eó l no respondioó , y cuando, el 16 de junio, Louise supo que los Flauberts estaban en Paríós, envioó un mensaje primero al hotel habitual de Gustave, donde por una vez no estaba residiendo, y luego a Maxime Du Camp, quien mantuvo a raya al mensajero. Enfurecida, ella escribioó otra carta el 18 de junio pero no la envioó . Un borrador sobrevive, que comienza con la afirmacioó n de que su escritura nunca maó s volveríóa a insultarle los ojos. Como eó l no podíóa mostrarle la bondad o la cortesíóa a la que ella teníóa derecho y, de hecho, encontroó todo odioso en ella, insistioó en que eó l le devolviera sus cartas. "Yo a su vez lo hareó . . . entregareó todas tus cartas y las de tu amigo [Maxime Du Camp] a quien envíóes por ellas. Cuando estuve tan enferma hace dieciocho meses [despueó s del aborto], las envolvíó en caso de que muriera. ¡Oh! Queó triste es todo esto." Ella habíóa esperado durante anñ os, declaroó , y habríóa esperado maó s si hubiera hecho alguó n gesto simboó lico de amistad. Se aseguroó , en un envíóo caracteríósticamente apaciguador, que ella no le teníóa ninguna mala voluntad. Lo que sucedioó despueó s llamoó la atencioó n de Flaubert. El 26 de junio, una semana antes de cruzar el Canal de la Mancha con un aó lbum de correspondencia autoó grafa de varias luminarias para las que esperaba encontrar un comerciante en Londres, donde la Gran Exposicioó n atraíóa grandes multitudes y mucho dinero, Louise le hizo una espontaó nea visita a Flaubert en Croisset. Esta tomoó valor, ya que sabíóa muy bien que traspasar los dominios de Mme Flaubert era burlar una de las prohibiciones de hierro por las que Flaubert compartimentaba su vida. Ella cenoó en Rouen con su hija, Henriette, instaloó a la ninñ a en su hotel, comproó dulces para Liline, contratoó a un barquero, se apeoó en Croisset y entroó por una puerta al lado de la entrada principal. En su mano habíóa una nota que explicaba que asuntos urgentes dictaron su repentina aparicioó n y le aseguraron a Flaubert que ella no habíóa venido como una reprimenda sino como una amiga arrepentida. Julie, o alguó n otro sirviente, la entregoó . "La espereó en el patio cubierto de hierba de la granja. . . al lado de los establos," escribioó ella en su diario. El criado le dijo que "Monsieur," que no podíóa abandonar a sus invitados en la mesa, se reuniríóa con ella despueó s en Rouen si dejaba su direccioó n. Angustiada por no haber podido cruzar el umbral maó gico, ella contemploó la casa en la que habíóa vivido su 242
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imaginacioó n durante anñ os, como un cuento de hadas sobre una esclava aislada del castillo del príóncipe. "Me hubiera gustado al menos recorrer esta espaciosa casa de campo en la que eó l habíóa pasado casi toda su vida; en la puerta gireó , lo mireó , su blancura, su elegancia, sus ventanas abiertas, el comedor con varias personas cenando. . . Se respiraba alegríóa." Un irritado Flaubert repentinamente se presentoó eó l mismo para decirle en persona — usando el vos formal y dirigieó ndose a ella como "Madame" — esa conversacioó n bajo el techo de su madre era imposible. Louise continuoó donde lo habíóa dejado maó s de tres anñ os antes con protestas masoquistas. "¿Crees que mi visita deshonraríóa a la senñ ora tu madre? ¡Ni siquiera puedo ver a esta hija de tu hermana, a la que he dedicado tanto tiempo pensando y por la que traje un pequenñ o regalo!" La apariencia alterada de Flaubert puede haberla hecho sentir maó s intrusa. Vistiendo pantalones turcos holgados, una blusa de inspiracioó n india, una corbata amarilla con hilos de plata y oro, se veíóa notablemente maó s viejo. Delgadas líóneas arrugaron su frente. Su bigote se habíóa vuelto maó s largo y caíódo. Su cabello se habíóa adelgazado — de hecho se habíóa caíódo en matas. Su cara mostraba un enrojecimiento que podíóa tomarse por roseó ola. Sabemos que estaba bebiendo jarabe de mercurio y que volveríóa a hacerlo cada vez que reaparecieran los chancros, temiendo, con razoó n, que habíóa contraíódo síófilis. Le costoó algunos dientes, aunque no tantos como lo haríóa su eterna pipa. Louise accedioó a su ultimaó tum de que ellos se encontraríóan en Rouen o no se reuniríóan en absoluto. Maó s tarde esa noche, su ex amante, quien en 1848 habíóa concluido su despedida con la certeza de que siempre podríóa contar con eó l, la escuchoó y la instoó , como un paterfamilias burgueó s insensible a la queja oriental, a asegurarse material y socialmente al casarse con el padre putativo de Henriette, Victor Cousin, que aunque viejo, podríóa ser una buena perspectiva. La felicidad para ella, respondioó en su estilo maó s abyecto, seríóa vivir en Rouen o en un pueblo vecino, criar a su hija allíó, trabajar, disfrutar de su afecto y estar siempre a su entera disposicioó n. El diario de Louise evoca una escena desgarradora. "Lo beseó apasionadamente; eó l tambieó n me besoó , pero con rigidez. Decidíó llevarlo hasta el borde de la ciudad. No queriendo dejar una tediosa impresioó n de míó misma, hice todo lo posible por ser alegre y hablar sobre cosas que podríóan agradarle o interesarle. Nos detuvimos tres veces y repetimos 'Debemos separarnos,' y cada vez lo abraceó y dije: 'No hasta la proó xima farola' . . . Finalmente lo abraceó fuertemente, eó l me devolvioó el abrazo y nuestras palabras de despedida fueron 'au revoir'. Regreseó al hotel; en el camino, el recuerdo de haber sido excluida de Croisset, síó impedida, vino a mi mente como una bofetada en la cara." Para asegurarse de que Flaubert respetara su "au revoir," ella le confioó dos obras manuscritas. Un mes despueó s, cuando Louise estaba desesperada por los resultados poco rentables de su viaje a Inglaterra, Flaubert, que pronto visitaríóa Londres, intentoó aclarar las cosas. "Debes haberme encontrado muy fríóo el otro díóa en Rouen," escribioó el 26 de julio. "Sin embargo, he tratado de ser lo maó s pequenñ o posible. Yo fui amable pero no tierno. Eso hubiera sido falso, un insulto a la verdad de tu corazoó n . . . Ojalaó tu disposicioó n fuera tal que pudieó ramos vernos en una atmoó sfera tranquila. Amo tu companñ íóa cuando no todo es trueno y relaó mpago. Las tormentas que lo excitan a uno en la juventud causan angustia en anñ os posteriores." La metaó fora provocoó una comparacioó n entre las mujeres y los caballos. "Es como la equitacioó n. Hubo un tiempo en que me encantaba galopar. Ahora troto, con las riendas flojas." Hacieó ndose eco de las 243
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homilíóas de su correspondencia anterior, eó l la instoó a buscar consuelo en el trabajo. "No hay nada para la paz mental como el trabajo decidido. Es un opiaó ceo que adormece el alma." Mientras tanto, Louise le reprochaba esconderse detraó s de las amplias enaguas de su madre. Poco sabíóa ella que la madre de Gustave se habíóa sorprendido por su comportamiento poco gallardo y lo habíóa llamado a dar cuenta de ello. Andreó Gide una vez se describioó a síó mismo como un chico travieso encadenado a un pastor protestante que lo aburríóa. Flaubert era una pareja igualmente incoó moda, y resolvioó sus disputas internas complaciendo a cada litigante por turno. Lujurioso y culpable, tendríóa sexo, luego daríóa conferencias en su amada, o la montaríóa en Paríós, luego se retiraríóa al reino de la casta servidumbre literaria en Croisset, disfrutando del placer del vicio y el honor de la expiacioó n. Cuando exactamente reanudoó su torturada intimidad con Louise Colet no estaó claro, ya que este aniversario particular no se celebroó . El segundo amoríóo puede haber comenzado en agosto. En enero de 1852, el tuó familiar habíóa suplantado al vos y habíóa reintroducido esos intercambios quejumbrosos que se habíóan convertido en un elemento ritual de su correspondencia como la esticomitia233 del drama griego. "¡Pobre ninñ a! ¿Nunca entenderaó s que las cosas son como yo las declaro?" maldijo Flaubert. "Me acusas de ser ruin o al menos egoíósta, desconsiderado con los demaó s, de amarme solo a míó mismo. Pero a ese respecto, no soy peor que otros, e incluso diríóa menos pecador que la mayoríóa si se permitiera alabarse a uno mismo. Seguro que me daraó s creó dito por ser sincero." Como todos los demaó s, declaroó , no podíóa actuar fuera de los líómites de su naturaleza. "No deberíóas haberte enamorado de un hombre como yo, agotado por los excesos de la soledad, con los nervios tan delicados como una desmayada mujer, acosado por pasiones reprimidas, lleno de dudas. Te amo lo mejor que puedo; mal, no lo suficiente, lo seó — ¡Dios míóo, lo seó ! ¿De quieó n es la culpa?" Flaubert pudo haber descrito mejor su predicamento cuando firmoó una carta,"Tu dolencia."234 Cada uno era un reheó n perfecto de los desconcertados suenñ os del otro.
EN LONDRES, los Flaubert, incluida Liline, eran hueó spedes de la ex institutriz de la hermana de Gustave, Miss Jane, a quien ahora conocíóan como Mrs. Farmer, madre de dos ninñ os pequenñ os que residíóan con su marido, un comerciante de hierro y estanñ o, en Upper Holloway. Durante su breve estadíóa en Londres, que comenzoó el 25 de septiembre de 1851, Flaubert no vio a Gertrude Collier, que se habíóa casado con un abogado rico veinticuatro anñ os mayor que ella llamado Charles Tennant y se establecioó en 62 de Russell Square. Por otro lado, escoltoó a la hermana de Gertrude, Harriet, todavíóa soltera, a traveó s de Hyde Park un domingo por la tarde con niebla, recordando todo el tiempo, como solíóa hacer, sobre las tardes otonñ ales de díóas pasados en Paríós. Hubo una visita obligatoria al Palacio de Cristal, donde, desde mayo, seis millones de personas habíóan recorrido las diecinueve hectaó reas acristaladas de desorden prodigioso, brillantes con amarillos, rojos, azules claros y el verde de tres olmos. El 233Diálogo de poesía dramática en que cada intervención de un interlocutor ocupa un verso. DRAE. 234La expresión puede haberle sido sugerida por Maxime Du Camp, quien, el 1 de octubre de 1851, le escribió a Louise: "Espero poder hacerte compañía el viernes por la noche. Hablaremos sobre ti y tu dolencia."
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franceó s alto y miope, a veces visto llevando a su sobrina de cinco anñ os sobre su hombro, aplicoó sus quevedos a objetos de intereó s y tomoó notas precisas, como un colegial en un ejercicio de clase. Los pabellones indio y chino arrojaron detalles para futuras referencias sobre instrumentos musicales, atuendo de mujer, palanquines y arneses de elefantes plateados con brocados. "¿Toda China no estaó presente en la zapatilla de mujer con damasco rosa y gatos bordados en su empeine?" Esa descripcioó n abunda, aunque aparentemente nada debajo de ese estupendo techo lo deleitaba maó s que Tyger de Tippoo en el East India Company Museum en Leadenhall Street — un tigre de madera de tamanñ o real con un mecanismo similar a un oó rgano dentro simulando rugidos depredadores y los gritos de un europeo condenado atrapado por cuatro patas enormes. No muy lejos de Upper Holloway se encontraba el cementerio de Highgate, que Flaubert, un aficionado a los cementerios, encontroó decididamente inferior al de Constantinopla. Sus parcelas ordenadas, bien cuidadas y monumentos vanagloriosos lo repelieron. "Estas personas parecen haber muerto con guantes blancos," le escribioó a Louise. El principal objetivo de los Flauberts al visitar Inglaterra era encontrar una institutriz apropiada para Liline. Despueó s de entrevistar a profesores joó venes en un internado, contrataron a Isabel Hutton, una mujer primitiva y morena con cicatrices de viruela, que parecíóa igualar la tarea de disciplinar a una ninñ a de cinco anñ os indisciplinada y sin amigos de su edad, o darle el calor de una madre. Isabel asumiríóa sus funciones en noviembre, en Croisset, Mme Flaubert se habíóa mudado de la casa de la rue de Crosne en Rouen, donde habíóa pasado los meses de invierno. Seguó n Flaubert, su madre parecíóa tener cabos sueltos. Desgarrada por el insomnio y el reumatismo, ella a menudo se irritaba. Tan pronto como Flaubert se restablecioó en su estudio y comenzoó a enfrentar el futuro de la cabeza de Gorgona del que usualmente habíóa sido capaz de desviar su mirada en Egipto, Turquíóa y Grecia, la misma Francia se convirtioó en una distraccioó n. El 29 de octubre, Du Camp, que estaba tan lleno de empresas como Flaubert lo estaba de dudas, le escribioó una larga carta que decíóa, entre muchas otras cosas, que los tiempos no favorecíóan al arte, que la literatura habíóa entregado gran parte de su prestigio a la filosofíóa y la políótica. Los acontecimientos parecieron confirmarlo un mes despueó s, el 2 de diciembre, cuando Louis-Napoleon, presidente de la repuó blica, lanzoó un golpe de Estado y disolvioó la Asamblea Nacional. Destacados oponentes fueron arrestados. El escritor maó s famoso de Francia, Victor Hugo, que sirvioó como un par, podríóa haber sido encarcelado junto con ellos si no hubiera eludido la captura y hubiera encontrado refugio en las Islas del Canal, donde finalmente pasoó casi dos deó cadas en el exilio. El ascenso de Louis-Napoleon de la molestia megalomaníóaca al príóncipe-presidente fue el elemento del drama romaó ntico, o, como Marx lo vio, de la farsa. Habiendo escapado de la fortaleza de la prisioó n de Ham con una treta atrevida y huyendo a Inglaterra, marcoó el tiempo allíó con un seó quito de verdaderos creyentes. Solo la verdad podríóa creer que este hombrecito críóptico vestido con una levita abotonada, pantalones cortos y zapatos ajustados (y cuya recomendacioó n de un podoó logo llamado Eisenberg para la eliminacioó n de callos dolorosos aparecioó en un anuncio de London Times) podríóa alguó n díóa usar la corona imperial. Hizo su primer movimiento el 27 de febrero de 1848, entrando en Francia de incoó gnito y registraó ndose en un hotel de Paríós. Su identidad pronto se reveloó , se corrioó la voz, se congregaron multitudes para echarle un 245
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vistazo, y de la noche a la manñ ana, "como por arte de magia," escribioó un observador, su retrato, titulado simplemente "Lui"235, salioó a la venta en escaparates y quioscos. Reacio a detenerlo por temor a que se conmoviesen las brasas del sentimiento bonapartista, el gobierno provisional le pidioó que abandonara Francia de inmediato, y Louis-Napoleoó n, ansioso por acumular buena voluntad, accedioó . "La gente . . . estaó intoxicada con la victoria y la esperanza," le dijo a un amigo conspirador que lo instoó a quedarse. "Todas estas ilusiones deben perecer antes de que un 'hombre de orden' pueda hacerse oíór." Perdieron muy pronto, durante cuatro díóas de junio en las barricadas, cuando decenas de miles murieron en la rebelioó n contra una legislatura conservadora en gran parte indiferente a las instituciones republicanas y la difíócil situacioó n de los trabajadores. Con una campanñ a de propaganda dirigida por sus agentes, que lo describieron como todo para todos los hombres — como el autor de un libro titulado L'Extinction du paupérisme pero tambieó n como el síómbolo mismo de "orden, gloria y patriotismo" — ganoó un asiento en la Asamblea. A partir de entonces, todo resultoó en su beneficio, a pesar de la pobre figura que cortoó en una tribuna puó blica hablando en franceó s con acento suizo. El destierro de la familia Bonaparte fue derogado, el comiteó encargado de redactar una nueva constitucioó n recomendoó que el presidente franceó s sea elegido no por la legislatura sino por sufragio universal, la Asamblea Constituyente adoptoó esa propuesta por temor a enemistarse con el paíós en general, y adelante en una oleada creciente de opinioó n puó blica montoó el sobrino de Napoleoó n, a quien Hugo apodoó "Napoleon le Petit." Entre sus partidarios maó s entusiastas estaba el amigo íóntimo de Maxime Du Camp, Louis de Cormenin, cuyo padre abogado, un firme bonapartista, habíóa presidido el comiteó constitucional. En diciembre, los votantes emitieron casi cuatro veces maó s papeletas para Louis-Napoleon que para Cavaignac, el general con sangre en las manos por la guerra civil de junio de 1848. Los políóticos experimentados pronto estuvieron descontentos de su suposicioó n de que el nuevo presidente era un fulano al que podíóan manipular faó cilmente. Una vez en el cargo, exhibioó su gen napoleoó nico para la administracioó n, nombrando prefectos leales que constituíóan una red de inteligencia, rodeaó ndose de secuaces en un gabinete de cocina que incluíóa a su sagaz y despiadado hermanastro, el duque de Morny, y transformando la gendarmeríóa en una fuerza militar maó s confiable que la Guardia Nacional. De la mano con el sabotaje se hizo brillante; mientras el zapador se ocupoó de la clandestinidad, el hombre del espectaó culo parecioó trascender la políótica partidaria. Despectivo de derecha e izquierda, representoó a la Francia catoó lica al enviar tropas contra los republicanos italianos que expulsaron al Papa de Roma y habloó en nombre de la Francia republicana al dirigir a Píóo IX para respaldar una amnistíóa general, una administracioó n secularizada, el Coó digo Napoleoó nico y un gobierno liberal. En una gira triunfal por la fortaleza de la prisioó n en Ham, asistioó a una misa de accioó n de gracias en su honor, luego liberoó al jefe argelino de los Kabyles, Abd-al-Qadir, del apartamento en el que eó l mismo habíóa estado preso durante seis anñ os. Su suenñ o utoó pico de extinguir el pauperismo se reconcilioó faó cilmente con su defensa de un requisito de residencia calculado para privar de derechos civiles a tres millones de trabajadores. "Los grandes 235Esto contenía un juego de palabras y una referencia literaria ampliamente conocida. El juego de palabras estaba en su nombre y la alusión fue a la glorificación de Hugo de Napoleón I en el poema "Lui" (Toujours lui! Lui partout! - ou brulant ou glacée, / Son image sans cesse ébranle ma pensée). ( (¡Siempre él, en todas partes! - o ardiente o helado, / Su imagen constantemente sacudiendo mi pensamiento).
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acontecimientos de la historia son como 'la gran cuisine,'" confioó al embajador de Austria. "Uno no debe mirarlo demasiado de cerca, porque los detalles no tienen importancia; es el resultado lo que importa." Durante el viaje de Flaubert al este, los acontecimientos en casa habíóan acelerado la implementacioó n del gran disenñ o de Louis-Napoleon. En marzo de 1850, los republicanos derrotaron a los candidatos del gobierno para obtener veinte escanñ os en la Asamblea, lo que provocoó un susto rojo y una fuga de capitales generalizada. Maó s ominoso para los bonapartistas fue la negativa de una legislatura auó n monaó rquica de la mayoríóa a enmendar un artíóculo constitucional que prohibíóa al presidente cumplir dos mandatos consecutivos. Louis se retiraríóa obligatoriamente despueó s de mayo de 1852 a menos que la repuó blica cayera, y los planes para su ejecucioó n, llamada Operacioó n Rubicon, se pusieron en marcha. Este golpe de estado fue tan ampliamente anticipado que cuando George Sand, pasando por el Elíóseo el 2 de diciembre a la 1:00 a.m., vio el palacio a oscuras, comentoó en tono de broma: "No seraó manñ ana, entonces." Su error deberíóa haber sido transmitido por ella maó s tarde esa manñ ana por el tanñ ido de las campanas y el repiqueteo de los tambores; sin embargo, se tomaron medidas para cortar los parches de los tambores durante la noche y colocar guardias alrededor de campanarios. Antes del amanecer, los gendarmes se desplegaron por toda la ciudad con oó rdenes de arresto para setenta y ocho hombres respetados — periodistas, diputados, generales — cuyas palabras podríóan haber inspirado resistencia. Las imprentas de los perioó dicos de oposicioó n fueron cerradas. El Palais Bourbon, donde se reunioó la Asamblea Nacional, estaba rodeado por la fiel policíóa de Louis-Napoleon. Si los Guardias Nacionales hubieran intentado armarse en puestos alrededor de la capital, habríóan encontrado barriles de polvora mojada. A media manñ ana, el nuevo salvador de Francia, vestido con el uniforme de general, salioó del Elíóseo con su tíóo Jeó roô me y montoó su caballo. Una proclamacioó n del presidente de la repuó blica a la gente que declara que la situacioó n actual no podríóa continuar maó s ya se habíóa publicado en cada distrito. "¡Franceses!" comenzoó . "Con cada díóa que pasa, aumentan los peligros para el paíós. La Asamblea, que deberíóa ser la columna vertebral del orden, se ha convertido en un centro de conspiracioó n. En lugar de aprobar leyes de intereó s puó blico, estaó forjando armas para la guerra civil; estaó fomentando todo tipo de pasiones perversas; estaó destruyendo la paz de Francia. La he disuelto, y dejo que el puó blico juzgue entre ella y yo." Para el ejeó rcito, que no podríóa haber sido maó s obediente, Luis-Napoleon se describioó a síó mismo como la encarnacioó n de la soberaníóa nacional. "¡Soldados!" exclamoó . Enorgulleó zcanse de su misioó n, salvaraó n a la patria, porque cuento con ustedes para no violar la ley, sino para hacer cumplir la ley maó s importante del paíós, su soberaníóa nacional, cuyo legíótimo representante soy yo. Hace mucho que sufren, como yo, por los obstaó culos que se levantaron contra todo lo que he intentado hacer en su nombre y en contra de sus demostraciones de simpatíóa por míó. Estos obstaó culos han sido arrasados. La Asamblea que golpeoó la autoridad que me concede toda la nacioó n; ha dejado de existir.
Incapaz de celebrar el advenimiento de una farsa de Napoleoó n, por muy agradables que fueran sus ensonñ aciones sociales, o por llorar la muerte de una repuó blica falsa, George Sand, que sentíóa muy poco ese díóa, no estaba sola en su indiferencia. Las 247
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barricadas se levantaron donde tradicionalmente lo hicieron, pero pocas personas las ocuparon, y el incidente maó s sangriento cobroó la vida de maó s no combatientes que los manifestantes armados. Veintiseó is mil franceses identificados por los prefectos como sospechosos fueron juzgados por "comisiones", que condenaron a un tercio de ellos al exilio en Argelia o trabajos forzados en la colonia penal de Cayenne. Algunos fueron amnistiados maó s tarde. Otros, como el heó roe de Le Ventre de Paris de Zola, regresaron clandestinamente. Despueó s de ocupar una habitacioó n de hotel en la rue du Dauphin (ahora rue SaintRoch) poco antes del 2 de diciembre, Flaubert estaba muy cerca de la descarga que dejoó hasta doscientas personas muertas en el boulevard des Italiens, y se liberoó en una carta a Harriet Collier, que previamente se habíóa abierto a eó l. Tableaux de la nature, de Alexander von Humboldt, lo habíóa hecho fantasear sobre otro posible escape de su "paíós temible", esta vez a Ameó rica del Sur. Si tan solo pudiera abandonar Francia y no volver a saber nada de ella, declaroó en una diatriba que ahogaba la lastimera cancioó n de inutilidad soltera de Harriet. Tedio, que Baudelaire se imaginaríóa como un monstruo sensible fumando una pipa de agua turca y bostezando en el mundo, era para Flaubert, la gaó rgola, que miraba a los espíóritus de mitad de siglo. "El tedio que nos corroe aquíó es una fruta amarga, un caldo avinagrado que hace que las mandíóbulas se aprieten. Vivimos con rabia reprimida y pronto nos volveraó locos a todos." Hablando como un hombre atormentado por eventos puó blicos y demonios privados, descubrioó que el primero agravaba el segundo. Le parecioó que eó l y Francia habíóan entrado en una sombríóa deó cada cogidos del brazo. La falta de un itinerario despueó s de dos anñ os de "ir a lugares" — de progresar de un destino histoó rico a otro en un curso maó s o menos predestinado — lo mantuvo despierto por la noche, y la ansiedad se convirtioó en paó nico en disputas con el incontenible Maxime Du Camp, que habíóa comenzado imperturbablemente a dar forma a una carrera definida para síó mismo. Casi tan pronto como Du Camp llegoó a Paríós en mayo de 1851, su viejo amigo Louis de Cormenin propuso que revivieran La Revue de Paris, una revista literaria de nota difunta desde 1844. Arseè ne Houssaye, director de la Comeó die-Française, con quien ambos Du Camp y Cormenin estaban de acuerdo, habíóan adquirido el tíótulo de la revista, y otro, maó s famoso coó frade, Theó ophile Gautier, se uniríóa a ellos como experimentado hombre de letras. Los cuatro se pusieron a trabajar con tanto entusiasmo que el tema inaugural, que conteníóa un manifiesto de Gautier que declaraba que los editores no favoreceríóan ninguna doctrina o escuela literaria, aparecioó el 1 de octubre, solo seis semanas despueó s de que la idea se ventiloó por primera vez. "Mi corazoó n late con fuerza," escribioó Du Camp a Flaubert el 30 de septiembre. "Manñ ana o al díóa siguiente sereó conocido entre la gente de la literatura como un idiota o un inconformista: todo el mundo estaó esperando desesperadamente esta críótica. Estoy cansado como un perro, despueó s de haber pasado dos de las uó ltimas tres noches y siete horas hoy en la imprenta con la correccioó n de Balzac. Es espantoso." Una semana despueó s, informoó que la revisioó n habíóa causado un gran revuelo. Teníóa que publicar las tres mil líóneas del poema de Louis Bouilhet, Melaenis, e instoó a Flaubert a presentar su propia obra o, mejor auó n, a abandonar Rouen por completo para una vida maó s aventurera en la capital. El aó nimo febril de Du Camp lo puso nervioso. Todos los domingos en Croisset, su amigo Louis Bouilhet argumentaba convincentemente que no ofrecíóa pasajes de Saint 248
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Antoine, que eó l consideraba a Flaubert en su peor obra filosoó fico-visionaria, y todos los lunes por la manñ ana Flaubert se despertaba en medio de la confusioó n. Su correspondencia con Du Camp lo muestra muy poco inclinado a publicar, pero escribir cartas tambieó n puede haber sido una forma de expulsar los demonios. Tambieó n se odiaba a síó mismo por apartarse de la agresividad literaria y por prestar atencioó n a quienes lo impulsaban a seguir adelante. "Si deberíóa publicar, seríóa hecho estuó pidamente, por obediencia . . . y sin ninguna iniciativa de mi parte," declaroó a Maxime Du Camp el 21 de octubre. "No siento ni la necesidad ni el deseo . . . Me repugna que la idea no surja de míó, sino de otro, de los demaó s. Lo cual solo puede probar que soy yo el que estaó equivocado. "Las recompensas extríónsecas que podríóa codiciar — dinero, prestigio social, el amor de las mujeres — fueron tantas las tentaciones que se resistioó al servicio de una disciplina espiritual. Si el arte se practicara por algo que no fuera su propio bien, perderíóa su funcioó n sacerdotal y el artista seríóa su centro autorreferente. "¿No seríóa un maldito cretino despueó s de cuatro anñ os?" continuoó . "Tendríóa un objetivo diferente al arte en síó mismo, pero el arte por síó solo me ha bastado hasta ahora, y si requiero algo maó s, significaraó que me he vuelto menos de lo que soy . . . Temo que el demonio del orgullo me esteó moviendo la lengua, de lo contrario, inmediatamente diríóa que no, absolutamente no. Como la babosa que tiene miedo de ensuciarse en la arena o de ser aplastada bajo los pies, vuelvo a gatear en mi caparazoó n." Una voz dentro del caparazoó n declaroó que el trabajo defectuoso estaba mejor oculto que el reconocimiento, y esa abstinencia autoimpuesta en Croisset era mucho maó s preferible a la emasculacioó n en Paríós.
¿Por queó no he tenido amantes? ¿Por queó he predicado la castidad? ¿Por queó me he quedado en este pantano provincial? ¿Crees que no tengo erecciones como cualquier otra persona? ¿Y que no me gustaríóa jugar al galante allíó? — Síó, eso me divertiríóa maó s bien. Pero considere seriamente este asentimiento y díógame si cree que es posible. No soy maó s apto para dar vueltas en Paríós que para bailar aó gilmente alrededor de un saloó n de baile. Pocos hombres han tenido menos mujeres que yo (castigo por esa "belleza plaó stica" tan admirada por Theó o236), y si permanezco ineó dito seraó una retribucioó n por todas las coronas que envolvíó alrededor de mi frente en díóas maó s verdes. Uno debe obedecer a la naturaleza de uno, y puedo estar en lo cierto al encontrar el movimiento repugnante.
Describieó ndose a síó mismo como una mente impregnada por la niebla y un cuerpo atrapado en los trabajos de la inaccioó n, sonaba como Gulliver en Lilliput para Du Camp, quien maó s tarde responsabilizaríóa a la epilepsia por atarlo. Ciertamente, las convulsiones, que eran una amenaza constante, lo inclinaron a la soledad. Es posible, ademaó s, que su laboriosidad estuviera de alguó n modo ligada a la experiencia, en la afasia, de estar consciente pero sin palabras, o, como eó l mismo dijo, se hizo una bola sobre síó mismo "como un erizo atrapado por sus propias agujas". 237 Pero la epilepsia no habíóa reprimido el flujo de cartas largas y ricas procedentes de Egipto ni le habíóa hecho temer que galopara a toda velocidad hacia Scutari o lo mantuviera alejado de las mujeres levantinas. En el extranjero, a menudo se sentíóa libre. En Francia, donde se creoó el arte, teníóa la cara para salvar o perder, y los jueces hostiles lo buscaban por la 236"Théo" es Théophile Gautier. 237La imagen evoca a otra en la que compara al escritor que busca el lenguaje con el asceta atormentado por su cilicio.
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menor debilidad. "Mi juventud, de la que solo viste el final, me convirtioó en una especie de demonio del opio, estupefacto por el resto de mis díóas," dijo a Du Camp. "Odio la vida — ahíó estaó , digo — y todo lo que me recuerda que debo sufrirla. Estoy harto de tener que comer, vestirme, ponerme de pie . . . La persona clara y precisa que eres siempre se ha rebelado contra estos vapores normandos, a los que no pude encontrar una forma graciosa de excusar y que provocaron comentarios que me cortaron rapidamente; los puse detraó s de míó, pero me dolieron." Gustave, un ninñ o deprimido, infantil, que se arrastraba desnudo entre los escombros de su orgullo, pidioó y se le dijo que se pusiera de pie directamente por un maníóaco Du Camp que se identificoó con el supremo arrivista de Balzac, Edmond de Rastignac. 238 "Siempre empujas las cosas al extremo loco y eso es lo que hiciste cuando escribiste, sin apenas sonreíór, que no eres un bailaríón de vals," le reprochoó Du Camp. "¡Dios míóo! ¡Nadie dijo nada sobre bailar un vals! Lo que necesitas sobre todo es lo que radicalmente te falta, el conocimiento de la vida; tu ignorancia ya te ha perjudicado, y fuera de allíó en el ancho mundo te pondraó en desventaja incluso contra los idiotas sin talento." Continuoó con votos de amistad por un lado y una aspereza nacida del resentimiento por el otro. ¿La dedicacioó n de Flaubert al arte por el arte no implicaba claramente desprecio por las maniobras arribistas de Du Camp? Tuó dices: haz conmigo lo que quieras, decide por míó. Eso no es posible. Me niego. No me hago cargo de las almas. Incluso si significa ser mal interpretado y maltratado por ti, debo dejarte en tu estado de incertidumbre . . . Pero cualquiera que sea la decisioó n que tomes ,. . . Estoy aquíó y, confíóa en míó, te relevareó de las tareas maó s onerosas. El díóa que desees publicar, encontraraó s tu lugar listo y reservado, un privilegio que nadie disfruta. Ni por un segundo me he separado de ti en el pensamiento.
Se detuvo para caracterizar todo lo que Flaubert habíóa escrito hasta ahora, incluyendo los fragmentos de San Antonio, como los garabatos de un brillante holgazaó n. Dotado de un apellido que ordenaba respeto, libre de preocupaciones materiales, y esperando sobre pies y manos, el heredero estaba desperdiciando sus ventajas. "¿Queó has hecho de ellos? Nada, ¡y tienes treinta anñ os! Si no te vas en los proó ximos dos anñ os, no puedo imaginar coó mo terminaraó todo." Para su desconcertado amigo, Du Camp predicoó el evangelio del cambio y la conmocioó n, insistiendo una vez maó s en que la salvacioó n para eó l estaba en Paríós. "La soledad solo beneficia a los muy fuertes e incluso solo cuando son estrictos consigo mismos para producir un trabajo. ¿Somos muy fuertes? No lo creo, y para nosotros las ensenñ anzas de otras personas no son superfluas. Si quieres tener 238Papá Goriot (Le Père Goriot, también traducido al castellano como El padre Goriot o El tío Goriot) es una novela del escritor francés Honoré de Balzac escrita en 1834 para la Revue de Paris y publicada en 1835 en forma de libro. Considerada una de las obras más importantes del autor, forma parte de las Escenas de la vida privada de la Comedia humana. En ella se analiza la naturaleza de la familia, el matrimonio, la estratificación y la corrupción en la sociedad parisina durante la Restauración francesa a partir del drama vivido por personajes como papá Goriot -el hombre que vive en la miseria y rechazado por sus hijas luego de haber sacrificado todo por ellas-, Eugène Rastignac — el joven cándido y ambicioso que aspira a formar parte de la alta sociedad —, los otros pensionistas en la Casa Vauquer y damas de la alta sociedad como la señora de Bauseánt o las hijas de Goriot. Eugène de Rastignac: Es el protagonista de la novela. Vive en la pensión Vauquer. Un joven estudiante con grandes ambiciones pero con fuertes valores morales que lo detienen de alcanzar sus propósitos de forma ilícita.
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eó xito, si quieres llegar, ireó maó s allaó y direó , si quieres ser auténtico, deja tu madriguera, donde nadie te buscaraó , y entra en la luz del díóa." Flaubert fue instado a cultivar fabricantes y hacedores, para pulir su superficie aó spera en la sociedad sin perder su alma idiosincraó tica. Las observaciones peó rfidas se dejaron caer a sus espaldas. En una conversacioó n con Louise Colet, Du Camp expresoó la opinioó n de que Flaubert, a quien encontraba aburrido, carecíóa de las cosas necesarias para un futuro literario. Flaubert no se codeoó en los salones o se unioó a Du Camp en la mesa del banquete. Se escondioó en su estudio entre el camino de los tilos y el Sena, donde, el 19 de septiembre, un mes antes de pedirle a Du Camp que lo ayudara a salvar su vida, habíóa registrado, con temor, las primeras líóneas de Madame Bovary. "Este es mi tercer intento [despueó s de L'Éducation y La Tentation]," le escribioó a Louise Colet. "Ya es hora de que tenga eó xito o salte por la ventana."
XIV Madame Bovary EL MITO PROPAGADO por Maxime Du Camp en sus Souvenirs litteó raires — ese díóa, en el Alto Nilo, Flaubert comenzoó a gritar: "¡Lo he encontrado! ¡Eureka! ¡Eureka! La llamareó Madame Bovary"— llevoó a muchos lectores a suponer que tanto la novela como el nombre de su heroíóna surgieron repentinamente de las profundidades. De hecho, Madame Bovary salioó de las profundidades, pero de ninguna manera de repente. La misma extravagancia que le dice al santo en La tentación de San Antonio cuaó nto le gusta "el juego de las perfidias ocultas" habíóa inspirado a Flaubert desde la adolescencia, cuando le dio un duro golpe a Emma en una historia titulada "Pasioó n y virtud: un cuento filosoó fico." Sus personajes incluyen una esposa infiel llamada Mazza Willer, el marido banquero que ella hace cornudo, y Ernest, un píócaro cruel que la seduce y la abandona, los tres modelados despueó s de personas involucradas en un horrible drama del cual la Gazette des Tribunaux dio un completo reportaje el 4 de octubre de 1837. En la narracioó n de Gustave, su historia ilustra la facilidad con la que el deseo transforma una burguesa convencional en una mujer salvaje que desdenñ a todas las restricciones morales. "Ilimitada" es su palabra para el cielo y el infierno de la pasioó n solipsista en la que Mazza se pierde despueó s de escapar del confinamiento social. Donde el deseo 251
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domina, gobierna como un tirano, celosa de lealtades a cualquier cosa menos a síó misma, sin dejar espacio en la conciencia para el pasado o el futuro, para la piedad filial, la obligacioó n conyugal o el amor maternal. "Cuando los brazos de su amante ya no la abrazaban, se sentíóa como su ropa arrugada, cansada, abatida," escribioó el chico de quince anñ os atacado con monstruos romaó nticos, "como si hubiera caíódo desde una gran altura . . . Ella se preguntoó si no habíóa un deleite sensual auó n maó s agudo que lo que habíóa experimentado, consumaciones maó s allaó del placer. Su hambre de amor infinito, de pasioó n ilimitada, era insaciable." La Mazza caíóda retiene solo la virtud suficiente para encontrar la transgresioó n intoxicante. Tan voraces son sus necesidades que Ernest busca refugio de ella en Ameó rica. Agobiada con un esposo y dos hijos, ella los envenena. Pero cuando su amante, con quien tiene la esperanza de reunirse, le informa que pronto se casaraó con una joven heredera americana, Mazza vuelve su furia contra síó misma y se traga aó cido pruó sico. "Auó n asíó, siento que me gustaríóa vivir y hacer sufrir a los demaó s como he sufrido," dice esta Medea 239 normanda antes de su acto de despedida. "La felicidad es un suenñ o, la virtud es una palabra, el amor una decepcioó n." Hacia 1840, Flaubert habíóa leíódo la Physiologie du mariage de Balzac, un popurríó de aforismos y reflexiones sobre el matrimonio en el que las esposas adulteras son retratadas como seres superiores sometidos por la ley napoleoó nica que recuperan extramatrimonialmente la adultez que se les confisca en el altar. El libro le impresionoó , pero mientras que Balzac tuvo una visioó n compasiva de esas mujeres (su propia madre habíóa sido una), argumentando que la esposa pecadora, aunque su mala conducta causaríóa caos social si quedara impune, es lo que los hombres le han hecho, en la compasioó n del joven Flaubert fue eclipsada por una fascinacioó n edíópica con las mujeres que se extravíóan. Para el narrador de Novembre, la palabra adulterio canta. "Hay dulzura al respecto, un aroma maó gico; es el tema de cada historia contada, cada libro escrito para deleite de hombres joó venes, que encuentran en eó l una poesíóa que combina eó xtasis y azufre." La mujer aduó ltera es "maó s mujer" que su hermana obediente, declara. Flaubert estaba por lo tanto dispuesto a escuchar cuando Bouilhet, que habíóa atacado a La Tentation, lo alentoó despueó s de su gran viaje para inspirarse en una novela de la tragedia domeó stica de Eugeè ne Delamare, un meó dico rural entrenado por AchilleCleó ophas. En comentarios sobre los oríógenes de Madame Bovary, Maxime Du Camp retrata a Mme Delphine Delamare como una esposa sin dote solo con los suficientes estudios escolares para apoyar sus pretensiones y un cuerpo cuya sinuosidad hizo que los hombres le perdonaran su cara pecosa, su pelo rubio lavado y su acento grueso normando. Para su esposo, que la adoraba, ella no servíóa de nada; para sus amantes, de los que habíóa muchos, ella aparecioó como eterna suplicante. Ninfomaníóaca y salvajemente libertina, como ella era, escribioó Du Camp, maó s allaó de la redencioó n. Con los acreedores persiguieó ndola, y golpeada por sus amantes, por quienes le roboó dinero a su marido, ella se envenenoó en un ataque de desesperacioó n, dejando atraó s una pequenñ a hija a quien [Delamare] decidioó criar lo mejor que pudo; pero el pobre hombre estaba arruinado. 239En la mitología griega, Medea (del griego Μήδεια) era la hija de Eetes, rey de la Cólquida, y de la ninfa Idía. Era sacerdotisa de Hécate, a la que algunos consideran su madre y de la que se supone que aprendió los principios de la hechicería junto con su tía, la diosa y maga Circe. Así, Medea es el arquetipo de bruja o hechicera, y comparte su condición de mujer autónoma e inusual, contraria al prototipo ideal de la época, con Calipso y Circe, entre otras. Era, asimismo, nieta del dios Helios.
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Flaubert: Una vida — Frederick Brown Incapaz de pagar las deudas de su esposa, tratado como un paria, totalmente abatido, preparoó cianuro de potasio para eó l y se fue a reunirse con la mujer cuya peó rdida no pudo soportar.
Desde que Delamare murioó a fines de 1849, no puede haber verdad en la afirmacioó n de Du Camp de que Bouilhet le contoó a Flaubert la historia antes de su partida a Egipto. Es probable que lo haya escuchado de su madre (que conocíóa a Delphine Delamare) cuando pasaron semanas viajando juntos por Italia. No es hasta el 23 de julio de 1851 que se menciona en la correspondencia. En esa fecha, Maxime Du Camp le preguntoó a Flaubert sobre posibles proyectos. "¿Queó estaó s haciendo? ¿Queó has decidido? ¿En queó estaó s trabajando? ¿Que estaó s escribiendo? ¿Has elegido entre Don Juan y la historia de Mme Delamarre [sic], que me parece maó s atractiva?" A pesar de lo pertinente que sea, los eruditos coinciden en que, en todo caso, se ha hablado demasiado del escaó ndalo Delamare, y se ha prestado demasiada credibilidad a la versioó n embellecida de Du Camp. ¿Flaubert no teníóa suficiente polen para la miel en su propio jardíón? Suficiente de síó mismo entroó en la composicioó n de Emma para reivindicar su supuesta broma, "La Bovary, c'est moi," y disponible como modelos para una caracteríóstica Bovaó rica u otra fueron sus amigas aduó lteras; me viene a la mente Louise Colet, por supuesto, pero maó s especíóficamente, Louise Pradier. En marzo de 1845, antes del viaje nupcial de la familia con Caroline, Flaubert habíóa visitado a Mme Pradier, una mujer notoriamente indiscreta, con la esperanza de recabar historias sobre su reciente disputa con su marido, que la habíóa sorprendido en flagrante delicto y habíóa iniciado un proceso de divorcio. "¡Ah, queó gran estudio hice allíó! ¡Y queó rostro puse!" le informoó a Alfred Le Poittevin. "Aprobeó su conducta, me declaro campeoó n del adulterio y hasta la he asombrado con mi indulgencia. Lo cierto es que ella encontroó mi visita extremadamente halagadora y me invitoó a cenar con ella . . . Todo esto debe ser pintado, cincelado, narrado en detalle . . . Queó deplorable, la bajeza de estas personas aullando a la pobre mujer solo porque abrioó sus piernas por una verga diferente a la designada por Su Senñ oríóa el Alcalde. Sus hijos, todo, le ha sido arrebatado." Podríóa haberse inclinado un poco maó s con simpatíóa hacia James Pradier si hubiera sabido que unos alguaciles aparecieron un díóa en la residencia del escultor y reclamaron todo su contenido para satisfacer a los acreedores de Louise. El alcance de su deuda y promiscuidad solo le impresionoó a Flaubert varios anñ os despueó s, aparentemente a fines de la deó cada de 1840 o principios de la deó cada de 1850, mediante un manuscrito anoó nimo descubierto en 1947 entre sus notas para Bouvard et Pécuchet. La evidencia interna sugiere que la autora fue Louise Boyeó , una devota auxiliar a quien Louise Pradier empleoó como instrumento en el procesamiento de su complicada vida amorosa y en planes para recaudar dinero para sus escapadas. Semianalfabeta pero bendecida con un recuerdo total, Mme Boyeó contoó una historia de la cual Flaubert luego tomaríóa prestados detalles significativos. Coó mo adquirioó el manuscrito titulado Les Mémoires de Madame Ludovica estaó abierto a la conjetura, una posibilidad es que Flaubert realmente lo encargoó .240 En marzo de 1852, cuando la parte 1 de Madame Bovary estaba a medio terminar, Flaubert le habíóa escrito a Louise Colet la primera de maó s de 160 cartas que relataban su progreso o falta de ello, su desesperacioó n, sus pensamientos sobre el estilo y el 240"Ludovica" es Louise en latín.
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esfuerzo creativo. El estilo era lo maó s importante en su mente. Atado a un tema que no concuerda con su gusto por la prosa exuberante, luchoó por la sobriedad como un dipsoó mano casado con un trabajador de la templanza. Pero bajo este reó gimen de prohibicioó n autoimpuesto, las palabras lo eludieron, y expresar claramente lo que su mente veíóa oscuramente era doloroso, se quejoó . "He esbozado, chapuceado, sudado tinta, e ido a tientas. Tal vez estoy en el camino correcto ahora. Oh, queó cosa tan píócara es el estilo. No creo que tengas idea de queó clase de libro es este. Intento estar tan abrochado en eó l como desabrochado en los demaó s y seguir una líónea geomeó tricamente recta. Sin lirismo, sin reflejos, la personalidad del autor ausente. No seraó divertido de leer." La impersonalidad abarcaba polos opuestos. En Flaubert, el suenñ o de hacer que el mundo materialmente presente a traveó s del lenguaje — de abolir el espacio entre las palabras y lo que representan — tuviera que competir con su visioó n de la perfeccioó n formal encarnada en una obra que no representaba nada externo. 241 Incluso mientras ensamblaba un retrato de la Normandíóa rural, tan meticulosamente amueblada que temíóa que no entretuviera a los lectores. Hablaba de querer producir un libro tan hermeó tico que fuera totalmente ilegible. Louise Colet podríóa haber estado de acuerdo con Maxime Du Camp en que su amante epistolar empujoó todo a extremos. "Lo que me parece hermoso," eó l le escribioó a ella el 16 de enero, lo que me gustaríóa crear es un libro sobre la nada, un libro sin aditamentos externos sostenido en alto por la fuerza interna de su estilo, ya que la tierra se mantiene en alto por síó misma, un libro que casi no tendríóa tema, o al menos, en el que el tema, de ser posible, se evaporaríóa. Las obras maó s bellas son aquellas que tienen la menor cantidad de materia; la expresioó n maó s cercana abraza el pensamiento, mientras maó s palabras se adhieren a eó l y desaparecen, maó s bello es. Ahíó yace el futuro del Arte. A medida que crece, se vuelve maó s eteó reo, desde pilones egipcios hasta ventanas de lancetas goó ticas, desde poemas hinduó es de veinte mil líóneas hasta exclamaciones de Byron.
Consideraba axiomaó tico que la belleza y la fealdad no residíóan en los temas, sino en el estilo, que el estilo era, en síó mismo, "una forma absoluta de ver las cosas." Estos pensamientos se filtraríóan en la sustancia de Emma Bovary, que se ve casi de inmediato como un alma ansiosa que anhela la salvacioó n fuera del mundo huó medo y ruó stico por el que los hombres y los caballos corren y huye del huó medo cuerpo femenino en el que se siente aprisionada. Fuera, todo eso es su escuela de monjas, donde los sonidos, visiones y olores de la granja familiar se entregan a los perfumados envolvimientos del servicio de la capilla, los susurros de la confesioó n, el vocabulario del amor celestial, el parloteo de una vieja dama aristocraó tica aislada en la Francia del siglo XIX con recuerdos del siglo XVIII y contrabandeando novelas de Walter Scott de preó stamo. "Ojalaó pudiera haber vivido en una antigua casa solariega, como esas hacendadas en corpinñ os de cintura baja bajo sus arcos goó ticos trilobulados, pasando sus díóas, los codos en el parapeto y el mentoó n en la mano, mirando por los campos al jinete de plumas blancas galopando hacia ella en su corcel negro. En aquellos díóas 241En cuanto a abolir la distancia entre las palabras y lo que representan, recordemos lo que le escribió a Le Poittevin desde Italia en 1845, que quería que el color de las cosas empapara sus ojos, que se absorba totalmente en ellos. La ansiedad de viajar estaba ligada a la sensación de monumentos y paisajes que quedaban fuera de él, o que pasaban junto a él.
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adoraba a Maríóa Estuardo y veneraba a otras mujeres ilustres o desdichadas. Para ella, Juana de Arco, Eloíósa, Agnes Sorel, La Belle Ferronnieè re y Cleó mence Isaure ardíóan como cometas contra el vasto teloó n de fondo oscuro de la historia." Ya condenada a imitar la trascendencia, a usar los adornos de la gracia sobre un vacíóo de creencia, Emma deja la escuela de monjas, se reincorpora a su familia y es rescatada de la granja por un enamorado meó dico rural llamado Charles Bovary, quien hace giros no galopando un corcel negro, pero dormitando en un viejo jamelgo. La fiesta de bodas glotona que inaugura su matrimonio con humor de corral, y el embarazo anunciado al final de la parte 1 como un toque de difuntos o un brutal incongruencia (dada su aversioó n al sexo con Charles), muestran su hundimiento en la corporeidad antes de caer en la infidelidad. Para estar seguro, ella brevemente interpreta a la esposa perfecta ya que una vez jugoó a la perfecta neoó fita, pero se cansa de una mientras se cansa del otro. Todo es teatro. Solo en epifaníóas dramaó ticas puede sentirse real, nunca en la cotidianidad o la rutina. Demasiada terrestre para volar, y demasiado fríóvola para la felicidad en la tierra, ella es una actriz que vive la vida "como si." Emma, la actriz, encuentra un escenario apropiado para su personaje al principio de la novela, en un baile en el castillo de un sangre azul local, el marqueó s d'Andervilliers. Flaubert la acompanñ a a ella y a Charles a traveó s de la escena brillantemente, participando en su emocioó n mientras representa los eventos de un retiro iroó nico. Comienza con su llegada a la mansioó n en una calesa de un caballo, que es una contraparte secular de la capilla del convento de Emma. Ella cruza el umbral hacia el espacio de elevacioó n. El pavimento era de maó rmol, muy alto, y el ruido de los pasos, junto con el de las voces, resonaba como en una iglesia. En el centro subíóa recta una escalera, y a la izquierda una galeríóa que daba al jardíón conducíóa a la sala de billar, oyeó ndose desde la puerta las carambolas de las bolas de marfil. Cuando lo atravesaba para ir al saloó n, Emma vio en torno al juego unos hombres de rostro grave, posado el mentoó n sobre las altas corbatas, todos condecorados y sonriendo silenciosamente empujando el taco. Sobre la madera oscura de las paredes, grandes marcos dorados que llevaban en la parte baja del borde unos nombres escritos en letras negras. Emma leyoó : "Jean-Antoine d'Andervilliers d'Yverbonville, conde de la Vaubyessard y baroó n de La Fresnaye, muerto en la batalla de Coutras el 20 de octubre de 1587". Y en otro: "Jean-Antoine-Henry-Guy d’Andervilliers de la Vaubyessard, almirante de Francia y caballero de la orden de San Miguel, herido en el combate de Hougue-Saint-Vaast el 29 de mayo de 1692, muerto en La Vaubyessard el 23 de enero de 1693". Los siguientes apenas se distinguíóan, pues la luz de la laó mpara, proyectada sobre el fieltro verde del billar, dejaba flotar una sombra en la estancia. Brunñ endo los lienzos horizontales, se quebraba contra ellos en finas aristas, siguiendo las resquebrajaduras del braniz; y de todos aquellos grandes cuadrados negros bordeados de oro se destacaba, acaó y allaó , una porcioó n maó s clara de pintura, una frente paó lida, dos ojos que miraban al contemplador, pelucas desenrrollaó ndose sobre el hombro empolvado de los uniformes rojos, o bien el lazo de una liga en lo alto de una redonda pantorrilla.242
Esta sala de billar consagra la idea de la historia de Emma como una serie de ocasiones trascendentales protagonizadas por heó roes romaó nticos, con un tiempo de 242 Madame Bovary, Alianza Editorial, tercera edición, 1980, traducción de de Consuelo Berges. Páginas 96 y 97. En adelante se usará la misma edición.
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muerte en medio. Que los retratos que ilustran una tradicioó n marcial que se ignoran en una sala de juegos llena de invitados decorados con listones que batallan en una mesa de billar es el iroó nico preludio de su escape de lo cotidiano, y la ironíóa informa cada detalle. Las partíóculas nobiliarias — la profusioó n de "de"s — son todas las que unen el pasado con el presente. Los grandes guerreros de una edad heroica murieron en la batalla; los desvergonzados descendientes, armados con tacos en lugar de espadas o lanzas, los empunñ an contra las bolas de marfil, siendo su uó nico campo de honor una extensioó n de fieltro verde. De hecho, los personajes de las pinturas descritas por Flaubert exhiben maó s vivacidad que sus "personajes vivos." Mientras que el uó ltimo, con la cabeza "levantada" sobre corbatas como otro juego de bolas de billar, se para frente a una mesa, los primeros se mueven combativamente como "astillas" ligeras contra los lienzos, sobre un paisaje de crestas y partes del cuerpo saltan a la vista. Nada indica que Emma puede notar la diferencia. Donde todo es teatro, todas las cintas denotan privilegio, todas las partíóculas significan lugar. Tampoco estaó desilusionada en otra mesa — una mesa tan cargada como la tabla crujiente de su banquete de bodas — por el espectaó culo de un viejo duque con los ojos enrojecidos, levantado en un babero para atrapar la salsa que babeaba por sus labios colgantes. De la misma manera que el Marcel de Proust repara su imagen ideal de la duquesa de Guermantes despueó s de verla en carne y hueso, con todas las imperfecciones, Emma saca de contrabando al duque de Laverdieè re fuera de su encarnacioó n senil. "Grandes y gloriosos antes de los díóas de Carlomagno, los Guermantes teníóan el derecho a la vida y la muerte sobre sus vasallos; la duquesa de Guermantes desciende de Genevieè ve de Brabant" es la letaníóa autohipnoó tica de Marcel, y Emma tambieó n se recuerda a síó misma que Laverdieè re, que vivioó en la corte antes de la Revolucioó n, se rumoreaba que habíóa sido la amante de Maríóa Antonieta. El evento culminante es el baile en síó, por el que Emma, en el dormitorio que les habíóan asignado a ella y a su esposo, se acicala "con la meticulosidad de una actriz que hace su debut". Reprendido con dureza cuando planta un beso en su hombro desnudo y ordenado manteó ngase fuera de la pista de baile, el extranñ o Charles puede no participar en su actuacioó n, que duraraó toda la noche. Transportada por la muó sica, por el destello de los diamantes, el aroma del jazmíón, el frufruó de sateó n, el barniz de las antiguë edades, la porcelana de blanco aspecto, entra en un segundo estado que culmina en el veó rtigo cuando un noble es su pareja en un vals, hechizada, alrededor del saloó n de baile. Solo una vez algo del mundo real afecta la conciencia de Emma. El aire del baile estaba viciado; las laó mparas palidecíóan. La gente refluíóa a la sala de billar. Un criado se subioó a una silla y rompioó dos cristales; al ruido de los vidrios rotos, madame Bovary volvioó la cabeza y divisoó en el jardíón, contra los barrotes, unas caras de campesinos que estaban mirando. Entonces le vino el recuerdo de Les Bertaux [la granja de la familia]. Vio la casa, la charca cenagosa, a su padre en blusa debajo de los manzanos, y se vio a síó misma como antanñ o, desnatando con el dedo los barrenñ os de leche. Pero, las fulguraciones de la hora presente, su vida pasada, tan clara hasta entonces, se difuminaba toda ella, y Emma dudaba hasta de haberla vivido.243
243Ibidem. Páginas 101 y 102.
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Al romper los vidrios de la ventana, el sirviente rompe el espejo en el que Emma se habíóa preparado para la noche. Lo que se quiebra es la ilusioó n, la maó scara, el nuevo ser alcanzable solo en el escenario, en un papel. Una vez abierto al mundo exterior, el saloó n de baile se abre al vacíóo de la historia — no a la gloriosa historia relatada por los retratos patricios, sino a la que revela sus humildes oríógenes. La preocupacioó n de Flaubert por los absolutos de la interioridad y la exterioridad, que tienen que ver con la creacioó n ficcional — sobre el lenguaje — llegoó a informar una escena central de Madame Bovary, dramatizando los implacables intentos de auto-creacioó n de su heroíóna. Ventanas casi invariablemente enmarca su futilidad. Mientras que los espejos se hacen amigos de la imaginacioó n, las ventanas le muestran lo que es o no es, y esta aventura termina cuando Emma mira a traveó s de una, en una habitacioó n de invitados, despueó s del baile. "Apuntaba el alba. Emma miroó detenidamente a las ventanas del palacio, procurando adivinar cuaó les eran las habitaciones de todos los que habíóa observado la víóspera."244 escribe Flaubert. "Hubiera querido conocer sus vidas, penetrar en ellas, fundirse con ellas."245 La ventana representa una distancia del Ser, de la vraie vie 246. Cuando a su debido tiempo el escudero que la hace su amante la abandone, leeraó su carta de despedida en una ventana y se detendraó justo antes de defenestrarse.
ACOSTUMBRADA DE ninñ a a escuchar que su tíóo estaba preocupado por "La Bovary", la sobrina de Flaubert, Liline, tomoó el nombre como una palabra francesa para "trabajo". Y se entendioó que ese misterioso trabajo no solo dictaba el volumen permisible de ruido domeó stico sino que, en general, los rituales de la vida cotidiana en Croisset. Mme Flaubert podríóa quejarse. Incluso podríóa declarar a veces que la pluma de ganso, de la que su hijo no podíóa separarse, habíóa debilitado su humanidad. 247 Sin embargo, Liline nunca dejaba de sentarse y sentarse a su lado, como un chambelaó n en el petite levée248 del príóncipe, cuando eó l la llamaba, como hacíóa todas las manñ anas poco despueó s de despertarse, tocando la pared que separaba sus habitaciones. Los díóas eran tan invariables como las notas del cucuó . Flaubert, un hombre de costumbres nocturnas, por lo general se despertaba a las 10 a.m. y anunciaba el evento con su cordoó n de campana. Solo entonces la gente se atrevíóa a hablar por encima de un susurro. Su ayuda de caó mara, Narcisse, inmediatamente le traíóa agua, llenaba su pipa, corríóa las cortinas y entregaba el correo de la manñ ana. La conversacioó n con la madre, que tuvo lugar en nubes de humo de tabaco particularmente nocivas para la persona que padecíóa migranñ a, precedíóa a un banñ o muy caliente y un aseo largo y cuidadoso que implicaba la aplicacioó n regular de un toó nico que teníóa fama de detener la caíóda del cabello. A las 11 a.m. ingresaba al comedor, donde estaba la senñ ora Flaubert; Liline; su institutriz inglesa, Isabel Hutton; y muy a menudo el tíóo Parain se habríóa reunido. 244Ibidem. Página 104. 245Ibidem. Página 104. 246vida real 247La necesidad de Flaubert de disociar la empresa de escribir de lo que él consideraba herramientas mecánicas era extrema. Odiaba no solo las puntas de metal sino también el tipo de metal y odiaba visitar plantas de impresión. 248pequeña elevación.
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Incapaz de trabajar bien con el estoó mago lleno, comíóa algo ligero, o lo que asíó se consideraba en la casa Flaubert, lo que significaba que su primera comida consistíóa en huevos, verduras, queso o fruta y una taza de chocolate fríóo. La familia se recostaba en la terraza, a menos que el mal tiempo los mantuviera dentro, o trepaba por un sendero empinado a traveó s de un bosque detraó s de su huerto enrejado hasta llegar a un claro llamado La Mercure en honor a la estatua de Mercurio que una vez estuvo allíó. A la sombra de los castanñ os, cerca de su huerto en la ladera, discutíóan, bromeaban, hablaban y observaban a los barcos navegar de un lado a otro del ríóo. Otro sitio de refresco al aire libre fue el pabelloó n del siglo XVIII. Despueó s de la cena, que generalmente duraba de siete a nueve, el crepuó sculo a menudo los encontraba allíó, mirando a la luz de la luna moteando el agua y pescadores arrojando sus redes para la anguila. En junio de 1852, Flaubert le dijo a Louise Colet que trabajaba desde la 1 p.m. a la 1 a.m. Un anñ o despueó s, cuando asumioó la responsabilidad parcial por la educacioó n de Liline y le dio una hora o maó s de su tiempo cada díóa, es posible que no haya puesto la pluma al papel en su gran mesa redonda de escritura hasta las dos en punto o maó s tarde. La tutoríóa era importante, no menos para Flaubert, quien en ese papel familiar podríóa imaginarse resucitando a su hermana, que para la ninñ a, que necesitaba desesperadamente su devocioó n paternal. "Saltaríóa sobre la gran piel de oso blanco y cubriríóa su gran cabeza de besos," escribioó Liline en sus Souvenirs intimes, recordando con carinñ o el olor a tabaco y colonia que imbuíóa su estudio, las columnas de roble adornadas de sus estantes, el escritorio cubierto con un panñ o verde, la silla de tapiz de respaldo alto, el tintero de como una rana de porcelana, el Buda dorado, el busto de maó rmol de su madre en un pedestal entre dos ventanas junto al ríóo. "Mientras tanto, mi tíóo poníóa una pipa en la repisa de la chimenea, elegíóa otra, la llenaba, la encendíóa, se sentaba . . . en el otro extremo de la habitacioó n, cruza las piernas, se inclina hacia atraó s y se clava las unñ as." Le alimentoó con los pedazos de Plutarco mientras ella se sentaba cerca de eó l en una chaise longue, fascinada con la historia y el narrador. "Asíó me ensenñ oó toda la historia antigua, relatando los hechos entre síó, compartiendo reflexiones a mi alcance, pero tan bien observado que las mentes maó s maduras no habríóan encontrado nada pueril en su ensenñ anza," escribioó . "Algunas veces lo deteníóa y preguntaba, a propoó sito de Cambises, Alejandro o Alcibíóades, si eran buenos o no. La pregunta lo desconcertoó . '¿Bueno? . . . Bueno, ciertamente no fueron complacientes caballeros. ¿Queó diferencia hace de todos modos?' Pero esta respuesta nunca me satisfizo y penseó que 'mon vieux', 'mi viejo', como lo llameó , deberíóa saber todo sobre las personas que me presentoó ." Una gruesa gavilla de notas detalladas sobre la historia antigua, escrita en su pequenñ a y pulcra mano, atestigua la gravedad de la misioó n pedagoó gica de Flaubert. Pero estas notas fueron preparadas para una Liline lo suficientemente mayor como para navegar por la biblioteca de Flaubert y tomar notas por derecho propio. Para Liline, el ninñ o, coleccionoó tarjetas, esferas y rompecabezas e imaó genes preferidas sobre libros. Las lecciones de geografíóa se llevaron a cabo en el jardíón, donde, equipado con un cubo de agua y una pala, cavoó en el suelo para modelar islas, peníónsulas, golfos, promontorios. Cuando por fin ella parecíóa lista para una lectura seria, eó l insistioó en que ella no abandonara un libro una vez que comenzara ni procederíóa por aciertos y arranques. ¿Coó mo podríóa uno entender la totalidad de un trabajo, le dijo, si uno lo 258
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tragaba por partes? Por lo tanto, debíóa leer libros como eó l los leíóa: de una vez. La idea recibida de la burguesíóa del siglo XIX de que las mujeres no poseíóan naturalmente un esprit de suite — coherencia intelectual y tenacidad mental — hizo que esta disciplina fuera auó n maó s imperativa. Un ritual familiar mucho menos gratificante fue la comida del domingo en Croisset con "les Achille" — hermano; cunñ ada, Julie; y sobrina, Juliette. Para intimar a los corresponsales, un signo de exclamacioó n despueó s del informe de que se esperaba que fueran a cenar de forma concisa indicaba su descontento, pero a menudo iba maó s allaó y se burlaba de ellos de una forma que sugeríóa la necesidad de disociarse de los parientes con el estigma del filisteíósmo. ¿Sirvieron de alguna manera como uó tiles chivos expiatorios? "Vive como un burgueó s, pero piensa como un semidioó s," diríóa maó s tarde, y seguramente "los Aquiles" le ayudaron a sentirse comparativamente divino. Cuando en un momento dado mostraron mayor calidez de lo normal, atribuyoó su rubor a que Mme Flaubert al haberles reparado la vieja mesa de billar. La esposa de Achille y su suegra, Marguerite Lormier, eran objetos favoritos de burla. "Se dice que Madre Lormier estaó creciendo 'gruesa', 'cansada' — sus expresiones," le escribioó a su tíóo Parain el Díóa de Anñ o Nuevo de 1853. "Como si no fuera lo suficientemente malo como para haber sido estuó pida toda su vida, ella estaó ahora rayando en la imbecilidad. Incluso su hija ha comenzado a preocuparse, ¡y es hora de que lo haga! ¡Queó perspicacia! . . . Me encontraraó s sin cambios, mon vieux; mi odio a la burguesía no ha disminuido, aunque ahora es maó s una furia serena contra mi especie." De vez en cuando firmaba sus cartas "Burgesoó fobo."249 Condenar a su especie era una cosa; ser excluido por eó sta era otra. Le enojoó que su hermano no lo invitara a una velada con los notables locales en el Hoô tel-Dieu. Se consoloó con el reflejo de que estas "buenas gentes," por maó s banales que fueran, no podíóan tolerar a nadie fuera de lo comuó n. "¡De todas las maneras posibles, casi no tengo consideracioó n en mi regioó n y mi familia!" se jactoó lastimeramente. Algunos anñ os maó s tarde, despueó s de cinco díóas de asistir a las festividades imperiales en el Palais de Compieè gne, se sentiríóa muy complacido de imaginarse a la burguesíóa de Rouen avergonzada por las noticias de su relacioó n con la corte de Napoleoó n III. Sin embargo, Flaubert aceptoó invitaciones para cenar con Achille (cenas tempranas, ya que la hora de acostarse para el cirujano era a las 9 p.m.) y luchoó las peleas de su hermano por eó l, dando la bienvenida a la oportunidad de probarse maó s efectivo que eó l, maó s combativo y viril. En 1846 habíóa contactado con influyentes conocidos contra quienes se oponíóan al nombramiento de Achille en el Hoô tel-Dieu. Ahora, en 1853, un afable Achille, temeroso de ser derrotado por el terrateniente en las negociaciones de una granja cerca de Trouville, hizo que Gustave lo representara. "¡He bebido muchos 249Flaubert nunca perdió su amor por los apodos. Su sobrina Caroline era "Mon bibi", así como "Caro", "Carolo", "Liline" y "Loulou". Para ella, era "ton vieux ganachon" (su viejo amigo) y, en años posteriores, "Polycarpe". "(San Policarpo es el obispo griego de Esmirna del primer siglo conocido por su denuncia de fuego y azufre de las primeras herejías). Bouilhet — "Arzobispo" o "Monseñor" — fue el primado de una diócesis ideal en la que Flaubert ocupó el cargo de Gran Vicario. Llamaron a su amigo d'Osmoy "el idiota de Amsterdam," en perverso honor a su astuto ingenio. Flaubert puede haber sabido que, por alguna razón, Policarpo era un nombre comúnmente dado a los expósitos (Dicho de un recién nacido: Abandonado o expuesto, o confiado a un establecimiento benéfico.) en el Hôtel-Dieu.
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vasos de ron desde ayer!", Escribioó Flaubert a Bouilhet. "¡Queó gente sin imaginacioó n son, burgueses! . . . ¡Queó personajes faltos de coraje, voluntades deó biles, pasiones aneó micas! ¡Queó vacilante, evasivo, deó bil es todo en esos cerebros! ¡Oh, hombres praó cticos, hombres de accioó n, hombres sensatos, queó torpes los encuentro, queó insensibles, queó limitados!" Le agradoó informar que el terrateniente nunca le desconcertoó y, al final del díóa, resumioó sus discusiones para Achille en lo que eó l llamoó "un modelo de prosa empresarial." En otro nivel de sentimiento, pudo haber simpatizado con la tíómida desconfianza de su hermano. Ciertamente, no dudo en aplaudir cuando, un díóa, Achille, despueó s de leer las tres mil líóneas de Melaenis en la Revue de Paris, elogioó a Bouilhet. Este signo de redencioó n compensoó la decepcioó n de muchos hermanos. Descubrir un sentido esteó tico donde antes solo habíóa visto la sabiduríóa convencional fue una sorpresa tal que Flaubert juroó , en un breve voto, nunca maó s juzgar a nadie. "La estupidez y la mente no estaó n claramente divididas. Son como Vicio y Virtud. Malicioso de hecho es aquel quien puede desenredarlos." De todos modos, no teníóa ninguna duda de que Bouilhet, el erudito de los claó sicos superiores, que veníóa de Rouen casi todos los domingos, teníóa maó s en mente de lo que compartíóa. Esto no quiere decir que su conversacioó n siempre fuera elevada, y menos que nada cuando involucraba chismes literarios o recurríóa a las mujeres, como solíóa ocurrir. Los dos se escondieron muy poco el uno del otro. Flaubert mantuvo a Bouilhet al corriente de los acontecimientos en su relacioó n con Louise Colet. Bouilhet, por su parte, suspiraba por una mujer casada que le presentoó Louise durante su estadíóa en Paríós, Edma Roger des Genettes (con quien Flaubert formoó maó s tarde una caó lida amistad), y describioó los eventos de su exitosa campanñ a en uó ltima instancia para ganarse sus favores. Todo el mundo conocíóa a todos los demaó s, y todos respondíóan, como cuatro manos enganchadas a la cuna de un gato, dibujando hilos entre Rouen y Paríós. Este enredo simeó trico reforzoó la creencia de Flaubert de que eó l y Bouilhet eran dos de una especie, nublados en sus amores pero radiantes en su amistad. Mientras se desarrollaban los amores, domingo tras domingo, esta amistad se convirtioó en algo cada vez maó s constante. De hecho, terminaron pareciendo gemelos fraternos, con barrigas congruentes, bigotes ideó nticos y corollinas igualmente calvas. No amici, fratres, no sanguíneo, corde.250 De todos modos, eran de mente abierta, en su mayor parte. Los intereses comunes de cualquier otro tipo se basaban en un amor compartido por la literatura y la conviccioó n que informaba sus afinidades literarias. Ambos hombres fueron lectores apasionados. A principios de la deó cada de 1850, cuando Flaubert comenzoó a permanecer despierto hasta las 4 o 5 de la madrugada, horas del díóa y de la noche no pasaba en su escritorio con Madame Bovary sino en su sofaó con Apuleius, Molieè re, Chateaubriand, Dante, Shakespeare, Sophocles, Boileau, Stendhal, Balzac, La Fontaine, Montaigne, Bossuet, Hugo, Horace y Homer, para mencionar solo a los autores citados en la correspondencia ("Uno debe conocer a los maestros de memoria, idolatrarlos, esforzarse por pensar como ellos," le aconsejoó a Louise, "y luego separarse de ellos para siempre").251 Generalmente, abierto junto a su lecho, estaba el Fausto de Goethe. 250No son mis amigos, hermanos y hermanas, no con sangre, sino con el corazón. 251Advirtió más de una vez a su sobrina que mantener una mala compañía literaria se reflejaría inevitablemente en la propia prosa.
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Bouilhet, que teníóa un rango comparable, lo acompanñ oó en las excursiones dominicales dentro de Rabelais, Cervantes y la poesíóa líórica del siglo XVI, que se turnaron para recitar. "¡Queó poeta! ¡Queó poeta!" Flaubert escribioó sobre Pierre de Ronsard. "¡Queó alas! EÁ l es maó s grande que Virgilio y, en chorros líóricos, el igual de Goethe. Esta manñ ana, a la 1:30, estaba recitando versos que me dieron tanto placer que mis nervios se volvieron locos. Es como si alguien estuviera haciendo cosquillas en las plantas de mis pies. Nosotros dos somos chiflados, echamos espuma y sentimos compasioó n por todos en la tierra que ignoran a Ronsard. ¡Pobre gran hombre, si su sombra puede vernos, queó feliz debe ser!" Estas efusiones à deux252 fueron una juerga dominical despueó s de los díóas de semana de trabajo estoico, un estallido del corcho que liberoó toda la efervescencia que Flaubert habíóa mantenido embotellada en la praó ctica de su arte. Sin duda, Bouilhet era una voz tan críótica como un correligionario, y su perspicacia no solo beneficioó a Madame Bovary, que Flaubert le leíóa capíótulo por capíótulo, luego parte por parte (150 paó ginas seguidas), sino tambieó n el trabajo de Louise Colet, quien a menudo les enviaba poemas y obras para revisar. Fluida en las mejores circunstancias, Louise puede haber sido auó n mejor en lo peor, cuando las deudas, la infelicidad y la grandiosidad se combinaban para estimularla. Cada dos anñ os, la Academia Francesa ofrecíóa una bolsa sustancial para el mejor poema sobre un tema apropiado para su papel como una institucioó n que salvaguardaba el patrimonio cultural de Francia mientras se ocupaba de asuntos de mejora moral. En 1851-52 el tema asignado fue Mettray, una colonia agríócola cerca de Tours fundada en 1838 para rehabilitar a los joó venes díóscolos. En 1853-54 se invitoó a los competidores a celebrar la Acroó polis, donde un arqueoó logo franceó s llamado Bouleó habíóa realizado recientemente excavaciones importantes. Louise con la ayuda de sus auxiliares en Rouen y presionando a sus pretendientes en la Academia (de los cuales habíóa al menos dos), ganoó ambos premios. Esto la lanzoó a un largo poema didaó ctico llamado Le Poème de la femme, que se desarrollaraó en seis partes que ilustran las diversas formas de servidumbre que sufren las mujeres en una sociedad patriarcal: "La mujer campesina," "La sirvienta," "La monja," "La burguesa," "La princesa," "La mujer artista," (alternativamente titulada "La Mujer Superior"). Flaubert recurrioó a su tarea editorial con la misma escrupulosidad que marcoó su escritura. Solo, o con Bouilhet, dedicoó tardes enteras a "La Colonie de Mettray" y "La Paysanne" y horas maó s a una correspondencia que le corrigioó a ella a traveó s de su trabajo líónea por líónea, eliminando repeticiones y asonancias, censurando metaó foras mixtas, enjuiciando la banalidad, corrigiendo su gramaó tica, ofreciendo líóneas alternativas de verso. 253 Revisar el trabajo de Louise podríóa haberle dado un empleo a tiempo completo si no hubiera tenido que escribir a Madame Bovary. "Ser escaso" fue su estribillo, y lo repitioó incansablemente, con un pensamiento arrepentido, tal vez, a lo que eó l llamoó las "sensibilidades sin palabras" de las mujeres orientales. Al final de una carta rigurosa de veinte paó ginas con fecha del 28 de noviembre de 1852, notoó que sus comentarios eran todos los suyos, ya 252a dos 253Un ejemplo de edición Flaubertiana es este comentario en una línea en "La Paysanne": "Et le soleil plombait ses cheveux blancs" (Y el sol le dio un vidriado plomizo a su pelo blanco): "Malo; uno usa 'plomber' metafóricamente solo en el pretérito: color plomo, lívido; si lo está usando en este sentido, el verbo es neutro y aquí hay un error gramatical obvio, porque los verbos neutros no toman un objeto directo."
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que Bouilhet no se habíóa unido a eó l ese domingo. "He trabajado en ellos durante seis horas seguidas", afirmoó . Todo lo que no he comentado me parece bueno o excelente, asíó que no te alarmes. Las revisiones que he realizado generalmente pasan la prueba. Paseó una semana o maó s reflexionando sobre la uó ltima parte antes de cambiar cualquier cosa . . . Tienes un trabajo precioso y debes hacerlo irreprochable. Claó sico. Puedes hacerlo. Todo lo que necesitas es paciencia, mi impetuosa. La otra semana paseó cuatro díóas completos escribiendo una paó gina muy bonita, me canseó de ella y ahora la desecheó porque no encajaba. Uno siempre debe tener en cuenta todo el trabajo . . . Manñ ana, antes de cenar en casa de mi hermano, enviareó tu "Paysanne" a Bouilhet; apuesto a que eó l compartiraó mi opinioó n sobre el final. Le direó que te escriba esta semana. Quince díóas despueó s, eó l le imploroó de nuevo que se tomara un tiempo para podar su trabajo. "Aprende a ser autocríótica, mi querida salvaje". Cuando ella protestoó que su amigo Babinet, un distinguido astroó nomo, apreciaba las líóneas que eó l y Bouilhet habíóan encontrado torpes, su temperamento se encendioó . "¡Ah! Musette, musette, 254 cuan voluble eres. ¡Haz el haó bito de meditar antes de escribir!" EÁ l estaba seguro de que el oro podíóa extraerse de su mineral; de lo contrario, habríóa dicho que su trabajo era impecable solo para deshacerse de eó l, "porque muestra coó mo te aferras a tus maneras desagradablemente descuidadas." En cuanto a las opiniones de Babinet, las descartoó directamente, sugiriendo que era mejor que su amigo estudiara el cielo nocturno. "Repito una vez maó s que [los dos verbos a los que hice una excepcioó n] son estuó pidos. Ahora guaó rdalos si eso es lo que quieres. Mucha gente quedaraó encantada con ellos." Bouilhet, que habíóa reflexionado sobre un poema durante seis anñ os antes de componerlo, fue presentado ante ella como un ejemplo de paciencia y probidad. "En un mes de trabajo implacable, ha escrito solo cuarenta líóneas, pero son tan correctas como la lluvia." Tambieó n citoó el dicho de Horacio de que no se debe mostrar la obra hasta que haya sobrevivido a ocho anñ os de oscuridad. Apoyando sus admoniciones en un lenguaje que implica una lucha constante entre lo masculino y lo femenino, le recomendoó no solo la prosa muscular por la que profesaba admiracioó n exclusiva, sino la retencioó n o restriccioó n, ligada a los ideales aristocraó ticos de la virilidad. Hubiera querido que fuera menos una mujer que se derrochara en su necesidad de una constante aprobacioó n y maó s un hombre que se privoó de recompensas baratas en su lealtad a una noble causa. Tal hombre era Bouilhet. Otro fue Flaubert. El martirio que sufrioó en su escritorio le dio la medida de su virilidad, asíó como el ritmo virgiliano de trabajo de Madame Bovary argumentaba su misioó n espiritual, y tormentosos informes de progreso (que tambieó n sirvieron para justificar sus prolongadas ausencias de Paríós) que se repiten a lo largo de la correspondencia. Si pudiera imaginar a un pianista tocando con bolas de plomo en cada dedo, podríóa imaginarlo trabajando en su escritorio. "Desde que nos vimos por uó ltima vez hace seis semanas, he escrito un total de veinticinco paó ginas," le informoó el 24 de abril de 1852. "He revisado tanto y vuelto a copiar que tengo fuego en los ojos." Sus humores negros, 254Flaubert está utilizando como término cariñoso la palabra poética para gaita (también significa, por extensión, un aire pastoral que debe ir acompañado de ese instrumento). Quizás más al grano, era para él un diminutivo de musa.
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eó l declaroó , palidecieron al lado de los suyos. "A veces me pregunto por queó mis brazos no se caen de mi cuerpo por el cansancio y por queó mi cabeza no se disuelve en papilla. Llevo una vida dura sin ninguna alegríóa externa, sin nada que me apoye sino una especie de ira permanente." La medianoche del 15 de mayo lo encontroó en el medio de una paó gina a la que habíóa dedicado todo el díóa, le dijo a ella. "La estoy dejando a un lado para escribir esta carta, y de todos modos me puede ocupar hasta manñ ana por la tarde, . . . porque a menudo estoy horas persiguiendo una palabra y todavíóa tengo maó s que rastrear." Papilla, o bouillie, era una expresioó n favorita. "¡Si tan solo supieras cuaó nto recorteó y queó papilla son mis manuscritos! Tengo ciento veinte paó ginas aceptables, pero he escrito al menos quinientas." En enero de 1853, anuncioó que la novela habíóa crecido solo en sesenta y cinco paó ginas durante los cinco meses anteriores. "Las releíó anteayer y me sorprendíó al ver cuaó nto tiempo habíóa gastado con tan poco efecto . . . Cada paó rrafo es bueno en síó mismo, y hay, me atrevo a decir, paó ginas perfectas. Pero por esa misma razoó n, no funciona. Es una serie de paó rrafos bien definidos que no fluyen el uno al otro. Tendreó que desenroscarlos, aflojar las articulaciones, ya que uno extiende la vela mayor en un bote para atrapar maó s viento. Me estoy agotando en la buó squeda de un ideal que quizaó s sea absurdo en síó mismo. Puede ser que mi tema no concuerde con este estilo." Esta vana buó squeda habíóa comenzado en la infancia, escribioó , cuando Julie, la criada, lo ayudoó a escribir las oraciones que inventoó . "He visto continuamente el objetivo retroceder ante míó, de anñ o en anñ o y de progreso en progreso. Cuaó ntas veces me he caíódo de bruces justo cuando pensaba que estaba a mi alcance. Y todavíóa siento que no debo morir antes de que el estilo que tengo en mi cabeza haya podido sonar en alguó n lugar, por encima del estruendo de los loros y los grillos." EL 18 DE JULIO DE 1852, Flaubert y Bouilhet viajaron siete millas ríóo abajo hasta Grand-Couronne, donde las familias campesinas se estaban reuniendo para la feria regional llamada les Comices. Flaubert tomoó abundantes notas, pero pasaríóan otros diecisiete meses antes de que dieran fruto en el capíótulo que empuja a Emma hacia el adulterio. Sin estar de acuerdo con la vida de la aldea en Yonville, cuyo aburrimiento no se alivia con la maternidad, ha comenzado a bordar fantasíóas caprichosas alrededor de un joven solteroó n, Leó on, cuando aparece un escudero de la regioó n llamado Rodolphe Boulanger. Su flirteo tentativo con el uno la ha madurado para una aventura en toda regla con el otro, y Rodolphe, experimentado mujeriego como es, reconoce a Emma como presa faó cil. EÁ l inicia la seduccioó n en la feria del pueblo. Paseando entre animales traíódos de la granja para competir por cintas y mujeres campesinas cargadas de ninñ os y cestas de picnic, corta una figura anoó mala. "Habíóa, en su atuendo, esa mezcla casual de la llanura y el recuerdo que la gente comuó n toma como evidencia de una vida exceó ntrica, de tumulto interior, de esclavitud a las tiraníóas del arte, de perfecto desprecio por las convenciones sociales . . . Asíó, su camisa de batista con punñ os pliegues se desprendíóa de su chaqueta de sarga gris cada vez que soplaba el viento, y sus anchos pantalones a rayas dejaban al descubierto botas de nankeen hasta los tobillos adornadas con un charol tan brillante que reflejaba la hierba. Caminoó a traveó s del estieó rcol de caballo, con una mano en el bolsillo de su abrigo y su sombrero de paja inclinado en un aó ngulo desenvuelto." Rodolphe adula a la elegante joven con la apariencia de que no vale la pena vestirse para paludos que ignoran la moda, y ademaó s despierta su simpatíóa con alusiones a una misteriosa tristeza que pesa sobre su alma. 263
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Cuando un redoble de tambores anuncia la llegada de un funcionario del gobierno menor, el ganado y las personas llenan la plaza del pueblo, donde los notables ocupan un escenario frente al Hoô tel de Ville de Yonville. Emma y Rodolphe no estaó n entre ellos sino dentro del edificio vacíóo, sentados solos en una ventana del segundo piso sobre la multitud. Lo que sigue es una escena en la que la perorata del prefectural concejal y el diaó logo de la pareja se entrelazan iroó nicamente. Constituye un brillante contrapunto, ya que tanto el consejero como el seductor recitan ideas enlatadas, cada una para una audiencia creó dula. El consejero comienza: Caballeros, me tomareó la libertad primero que todo, con vuestro permiso, antes de abordar el objeto de nuestra reunioó n — y todos ustedes, confíóo, compartiraó n este sentimiento — puedo tomarme la libertad, digo, de rendir homenaje a los niveles administrativos maó s altos, al gobierno, al monarca, senñ ores, a ese soberano, nuestro querido rey, para quien todo lo que afecta la prosperidad individual y el bien comuó n es de vital importancia y que sostiene las riendas tan firme y sabiamente como guíóa al carro de estado a traveó s de los constantes peligros de un mar tempestuoso, manteniendo el respeto por la paz y la guerra, por la industria, el comercio, la agricultura y las bellas artes.
Entonces, Rodolphe le dice a una perpleja Emma que debe alejar su silla de la ventana. "¿Por queó ?", Pregunta, mientras la voz del consejero se eleva varios decibeles:
Atraó s quedaron los díóas, senñ ores, cuando la contienda civil salpicoó sangre sobre nuestras plazas puó blicas, cuando el propietario, el comerciante, incluso el trabajador nunca cerraba los ojos en un suenñ o tranquilo por la noche sin un pensamiento tembloroso ante la perspectiva de ser despertado por incendiarias campanadas de alarma, cuando los lemas maó s subversivos estaban socavando flagrantemente los mismos pilares . . .
"Porque mi reputacioó n es tan mala," explica Rodolphe, seguro de que una insinuacioó n de pezunñ as hendidas emocionaraó a la joven. "¡Oh! Te equivocas, estoy segura," protesta ella, invitaó ndolo taó citamente a reafirmar su moral de paria. EÁ l cumple con "No, no, es peor que malo, es execrable, creó ame." El orador y el rastrillo se vuelven maó s elocuentes. "Pero caballeros," continuoó el consejero, "si echo estas sombríóas imaó genes de mi memoria y considero a nuestra gloriosa patria como lo es hoy, ¿queó veo? Floreciendo en todas partes estaó el comercio y las artes; en todas partes nuevas líóneas de comunicacioó n, como tantas arterias en el cuerpo del Estado, estaó n fomentando nuevas relaciones. Nuestros grandes centros de fabricacioó n han reanudado su actividad; la religioó n, firmemente anclada en medio de nosotros, nos sonríóe a todos. Nuestros puertos bullen, nuestra confianza aumenta, y Francia finalmente respira." "Ademaó s", agregoó Rodolphe, "bajo sus propias luces, la sociedad puede estar en lo cierto al rechazarme." "¿Queó quieres decir?" preguntoó ella. "¡Ven!" dijo eó l. "¿No sabes que hay almas en un tormento incesante? Insisten en sonñ ar y actuar, y se conforman con nada menos que las pasiones maó s puras, los placeres maó s entusiastas — y arriesgan la locura en su buó squeda directa de lo que sea que les atraiga." Ella lo miroó como si pudiese mirar a alguien que ha viajado por tierras fabulosas y dijo: "¡Nosotras pobres mujeres no recurrimos a tales distracciones!" "Lamentables son las distracciones, porque no traen felicidad." "Pero ¿se puede encontrar la felicidad alguna vez?" preguntoó ella. "Síó, un díóa lo encontraraó s," respondioó eó l.
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Flaubert: Una vida — Frederick Brown "Y esto es lo que se han dado cuenta," decíóa el concejal. "¡Ustedes, labradores y cultivadores del suelo; ustedes, pacíóficos pioneros de una empresa civilizadora! ¡Ustedes, hombres de progreso y moralidad! Se ha dado cuenta, digo, de que las tormentas políóticas son maó s temibles que las perturbaciones atmosfeó ricas . . ." "Un díóa lo encontraraó s," repitioó Rodolphe, "un díóa, salido del claro azul, justo cuando estaó s desesperado. De repente vislumbras nuevos horizontes, como si una voz gritara: "¡Ahíó estaó , allaó !" ¡Sientes la necesidad de contarle a esa persona los secretos de tu vida, de entregarle todo a eó l! Las explicaciones son superfluas, todo estaó adivinado. Se han visto el uno al otro en sus suenñ os." (Y eó l la miroó .) "Por fin estaó allíó, el tesoro sonñ ado, justo frente a ti, brillando, centeyeando. Y sin embargo, las dudas persisten, no te atreves a creerlo. Estaó s deslumbrado, como alguien que emerge de la oscuridad a una luz cegadora." Ante esto, Rodolphe hizo una pantomima de su frase. EÁ l se llevoó la mano a la cara . . . y la dejoó caer en la de Emma.
Flaubert a menudo corta sus escenas grandes de la misma tela, y un patroó n comuó n coincide con eó ste en el baile de los aristoó cratas, porque aquíó tambieó n hay un espacio ilusorio de elevacioó n, otro escenario en el que Emma la actriz repudia un pasado que veríóa si se atreviera a mirar por la ventana. En el castillo de Andervilliers su trance se rompe, momentaó neamente, cuando los paneles rotos revelan una audiencia de campesinos demasiado familiares. En el ayuntamiento de Yonville, fascinado por su ingenioso escudero, protagoniza una parodia de drama romaó ntico, y ella interpreta bien su papel, habieó ndolo ensayado desde la infancia, pero lo interpreta en una platea de corral con su colectivo daó ndole la espalda (una paradoja que daraó forma a una escena posterior, en la que Flaubert tiene a Emma fornicando, puó blicamente pero sin ser vista, en un paseo diurno en carruaje a traveó s de Rouen, mientras se dibujan las sombras). Ademaó s, ambos episodios concluyen con caíódas. Despueó s del baile, Emma, enganñ ada por la redencioó n, mide el tiempo como una extensioó n vacíóa que la separa maó s y maó s de su momento maó gico; habíóa vaciado su existencia, escribe Flaubert, "como la tormenta de la montanñ a que abre una gran grieta de la noche a la manñ ana." Despueó s de la feria, cuando ella cede todo, el tiempo seraó el vacíóo entre entusiastas asignaciones. De cualquier forma, la vida para ella es un sufrimiento neumaó tico, una hinchazoó n o un colapso, un llenado del vacíóo o un devenir del vacíóo. A LA EDAD de treinta y tres anñ os, Franz Kafka decidioó dejar de hacer grandiosas comparaciones entre eó l y Flaubert, cuya L'Éducation sentimentale (en su versioó n final) fue su companñ era constante durante anñ os. A diferencia de eó l, escribioó , Flaubert no calculoó , sino que actuoó , siendo "un hombre de decisioó n" bien sentado en síó mismo. Si hubiera leíódo la correspondencia de su heó roe, Kafka podríóa haber sido alentado para descubrir territorios de neuroó tica parentela. Los arreglos y diferimientos que hicieron de cada reunioó n con Louise Colet un evento significativo, aunque no tan enmaranñ ados como los que volvieron a la amante de Kafka, Felice Bauer, media loca, todavíóa eran lo suficientemente intrincados como para llamarlos kafkianos. Sus citas maó s memorables tuvieron lugar no en Paríós o Rouen sino en Mantes-la-Jolie, una pintoresca ciudad en el Sena entre las dos ciudades y fuera del alcance de los chismosos. El 15 de abril de 1853, por ejemplo, Flaubert informoó a Louise, despueó s de declararse deshecho por las vulgaridades burguesas que su tema lo obligaba a dramatizar, que probablemente 265
Flaubert: Una vida — Frederick Brown
podríóa interrumpir su trabajo en tres semanas. La anticipacioó n de los abrazos amorosos lo animoó , dijo, pero todo dependíóa de coó mo Madame Bovary habíóa progresado, y la idea de todas las paó ginas en blanco que auó n no se habíóan llenado amortiguaba su ardor. El 26 de abril informoó que habíóa adoptado la modesta meta de atar los cabos sueltos antes de encontrarse — completando cinco paó ginas medio escritas, escribiendo tres nuevas, encontrando cuatro o cinco oraciones que le habíóan eludido o algo de tiempo — ya que la seccioó n que habíóa esperado terminar para entonces requirioó otro mes de trabajo. El 29 de abril un diente infectado amenazoó este plan, pero el 3 de mayo finalmente fijoó una fecha, el 9 de mayo, con todo tipo de condiciones — que su absceso se habríóa drenado, sus glaó ndulas hinchadas disminuyeron, su temperatura bajoó , su cerebelo dejoó de informar dolores punzantes, su boca pudo aceptar comida real. "Querida amiga", escribioó a Louise el 7 de mayo, "los trenes de Paríós parten a las 11:00, al mediodíóa, y a las 4:25 y llegan a Mantes a la 1:00, 1:50 y 6:15; las salidas desde Rouen son a las 10:35, 1:25 y 4:15. El maó s conveniente para míó seríóa el 1:25 (expreso). Pero como llega a Mantes a las 3:39, tendríóas que esperar dos horas (suponiendo que tomes el tren del mediodíóa). Estamos mejor saliendo conmigo a las 10:30 y exactamente a las 11:00. Luego llegaraó s a la 1:00 en el punto, un cuarto de hora antes que yo. Entonces, estaó arreglado, toma el tren de las 11:00 y espera quince minutos. Mis dientes estaó n mejor." Para Flaubert, la secuela de estos breves idilios, que se gastaron en una posada blanqueada cerca de la gran iglesia colegial que Corot 255 maó s tarde la hizo famosa, casi siempre era la tristeza que luchaba contra la culpa y la ira. Sus cartas se hacen eco de las nostaó lgicas evocaciones de Emma Bovary de su velada en el castillo de Andervilliers. Las mismas frases recurren. Pero una y otra vez, directa o indirectamente, la flecha de Cupido transmitíóa el ominoso mensaje de que no podíóa conciliar faó cilmente una relacioó n apasionada con el trabajo, que solo dos o tres díóas lejos de Croisset esclavizando el lado maó s suave de su naturaleza significaba díóas maó s de reaprendizaje de la austera disciplina por la que de otra manera se establecioó . Veinticuatro horas en Mantes, escribioó Flaubert antes de una cita, permitiríóan maó s intimidad que cinco o seis visitas a Paríós, sin interrumpir su "tren de pensamiento". Cuando las veinticuatro horas se convirtieron en cuarenta y ocho, el tren descarriloó . "No olvidaraó nuestras cuarenta y ocho horas en Mantes, mi querida Louise," escribioó . "Fueron buenas horas. ¡Nunca te he amado tanto! . . . Tu imagen me ha seguido toda la tarde, como una alucinacioó n. Regreseó al trabajo ayer. Hasta entonces, podríóa hacer poco maó s que pensar en esos momentos de fuga. Debo calmarme." La costumbre no hizo que los intervalos fueran maó s faó ciles de conectar. Nueve meses maó s tarde, despueó s de su cuarto encuentro en Mantes, terminoó una carta con otra protesta ambivalente. "Apenas tengo la energíóa para escribirle. Antes de reanudar mi trabajo, siempre experimento, como lo hago ahora, una tristeza estupefaciente. Tu recuerdo completa mi estupefaccioó n. Esto tambien pasara; consuelo del conocimiento." Su afirmacioó n de que la memoria, o una imagen, podíóa "terminar" con eó l no era retoó rica. Como Kafka, imploraó ndole a Felice que le escriba solo una carta a 255Jean-Baptiste-Camille Corot (París, 16 de julio de 1796 – ibídem, 22 de febrero de 1875) fue un pintor francés de paisajes, uno de los más ilustres de dicho género y cuya influencia llegó al impresionismo. La pintura a la que hace referencia Frederik Brown es El viejo puente de Mantes, que está en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba.
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la semana y que la entregue el domingo porque sus palabras hicieron que cualquier esfuerzo concentrado fuera imposible, Flaubert, cuando no estaba promocionando su combatividad, se describioó a síó mismo como una habitacioó n indefensa contra la fuerza de "objetos externos." Como su memoria para las imaó genes era asombrosamente retentiva, el peligro mortal estaba en aquellos empujados sobre eó l desde fuera o en alucinaciones independientes de su voluntad. El autor que se consagroó obstinadamente como un anacoreta delirante era tambieó n el epileó ptico aterrorizado de perder la cabeza y el amante temeroso de ser tiranizado por el deseo (los tres se combinaron para formar al hombre que, peleaó ndose tíómidamente con las caó maras, se sentaba solo una o dos veces; de mala gana y tarde en la vida, para un retrato fotograó fico). Era de esperar, entonces, que se sintiera incapaz de realizar un trabajo serio, excepto en el entorno íóntimamente familiar de Croisset. Podíóa reubicar a su persona pero no a su pensamiento, le decíóa a Louise cada vez que ella lo instaba a alquilar un apartamento en Paríós. "Ya que [mi pensamiento] nunca es uno conmigo y no estaó en absoluto a mi disposicioó n, ya que hago su oferta en lugar de la míóa, la menor perturbacioó n lo asustaraó : el zumbido de una mosca, el tintineo de un carro, el pliegue torcido de una cortina. Nunca podríóa, como Napoleoó n I, trabajar en el trueno o el canñ onazo. El simple crujido de la madera en mi chimenea es suficiente para hacer que empiece . . . Seó demasiado bien que he descrito a un ninñ o mimado y un hombre miserable." Anñ os antes, cuando estaba con la familia en Italia, le escribioó casi lo mismo a Alfred Le Poittevin, quejaó ndose de la dura prueba de viajar en companñ íóa y tener el hechizo arrojado por un hermoso objeto o paisaje destruido por un comentario fatuo. Impaó vida, Louise siguioó a Flaubert, creando confusioó n incluso mientras impulsaba su ego a traveó s de pasajes aó speros, incluido el gran ataque que habíóa sufrido en su habitacioó n de hotel de Paríós el anñ o anterior, durante el verano de 1852. En esa ocasioó n experimentoó los proó dromos256 habituales y le advirtioó a ella, antes de desmayarse, que no pidiera ayuda; permanecioó en coma durante diez minutos, echando espuma por la boca, gorgoteando, y agarraó ndose del brazo de Louise en un agarre que la dejoó magullada. El episodio de pesadilla fortalecioó su víónculo con eó l, escribioó ella. Louise podríóa haberse dado por vencida antes que ella si no hubiera creíódo erroó neamente que todavíóa teníóa el suficiente encanto para rescatarlo de la esclavitud materna, o que su madre, si pudiera conocerla y encantarla, promoveríóa su unioó n, o que la repeticioó n sincera podríóa hacer que su suó plica sea audible para un sordo. Auó n asíó, la vanidad y la ingenuidad por síó solas no explican su persistencia. Hubo, para empezar, una gran admiracioó n. Mucho antes de que Flaubert alcanzara la fama con Madame Bovary, Louise, despueó s de leer el primer manuscrito de L'Éducation sentimentale, habíóa llegado a considerarlo como un gran escritor — un "maestro", un "genio" — y sus espleó ndidas cartas, que casi siempre llegaban dos veces a la semana, solo confirmaban su juicio. Ella podríóa quejarse de su ensimismamiento, pero mientras el distante Flaubert correspondiera brillantemente, eó l parecíóa mucho maó s atractivo que candidatos inmediatos para su afecto. "Han pasado dos semanas desde que Gustave se fue," anotoó ella en su diario el 4 de septiembre de 1852. "Era maó s carinñ oso, maó s tierno 256El término pródromo se utiliza en las ciencias de la salud para hacer referencia a los síntomas iniciales que preceden al desarrollo de una enfermedad. Puede utilizarse tanto en singular como en plural (pródromos). Se habla, también, de una etapa o fase o periodo prodrómico(a).
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de lo habitual; es a eó l a quien aprecio, eó l es el que me ata, a aqueó l a quien siento maó s profundamente, maó s irresistiblemente atraíóda." Y nuevamente, el 7 de abril de 1853: ¡Queó abatida he estado los uó ltimos díóas! Me parece que ya estoy soportando el peso de la vejez y siento que ahueca mis huesos. Nada me apoya. En sus cartas, Gustave nunca habla de otra cosa que Art o de eó l mismo. Ni una palabra sobre mis verguë enzas financieras. Ah, ¿y queó ? Tal como es, todavíóa endulza mi vida. No he tenido cartas suyas en una semana, y nunca me han sido maó s necesarias.
Para estar seguro, Flaubert jugoó el papel de mentor con entusiasmo. Se imaginaba detraó s de un atril en el Colleè ge de France, como Adolphe Cheó ruel, predicando el evangelio de la impersonalidad en formulaciones como "La uó nica forma de disfrutar la paz es saltar por encima de la humanidad y no tener nada maó s que un ojo observador." Auó n asíó, el trabajo de Louise se beneficioó de sus lecciones de arte y su rigor de maestro de escuela. Y aunque ella sentíóa que solo un egoíósta de medios independientes podíóa permitirse el lujo de evitar a la humanidad y la instaba a hacer lo mismo, ella tambieó n se beneficioó nominalmente de su herencia de Gustave. EÁ l le prestoó quinientos francos en una ocasioó n, a pesar de que Mme Flaubert fruncioó el cenñ o, y ofrecioó un regalo por la misma cantidad algunos meses despueó s, cuando no se le otorgoó el premio esperado. Ademaó s, las cartas de Flaubert a menudo eran lo suficientemente amorosas como para justificar sus suenñ os conyugales. "Tu amor me penetra como una lluvia caó lida," escribioó en el mes de mayo de 1853, "y empapa mi corazoó n. Todo sobre ti invita al amor: tu cuerpo, tu mente, tu ternura. Tienes un alma simple y una cabeza inteligente . . . No hay nada maó s que bueno en ti, y todo en ti, al igual que tu pecho, es blanco y suave al tacto. Las mujeres que he conocido no te igualaban." Y nuevamente el 21 de agosto: "Te amo como nunca he amado. Eres y permaneceraó s sola e incomparable . . . Estamos ligados por un pacto independiente de nosotros. ¿No he hecho todo para dejarte? ¿No has hecho tanto para resolver tu amor en otro lado? Sin embargo, hemos regresado el uno al otro." EÁ l la sostuvo con el brazo extendido, pero la abrazoó sin embargo. Hubo garantíóas de que tomaríóa un apartamento en Paríós una vez que terminara con Madame Bovary y, antes de eso, bajaríóa de Rouen una semana cada dos meses. Tambieó n insinuoó que Mme Flaubert — de la que espantoó a Louise al retratarla como arrogante, si no francamente inhoó spitalaria — podríóa recibirla despueó s de todo. Madame, escribioó eó l, habíóa apreciado su poema "La Paysanne." Flaubert puede haberse sentido halagado de que la mujer que lo seguíóa exhortando a reclamarla hubiera encendido un fuego lejano en Victor Hugo. Hugo, a quien Louise nunca conocioó , la apoyoó para un premio de poesíóa cuando todavíóa ocupaba su asiento en la Academia Francesa, y continuoó su apoyo despueó s de diciembre de 1851, en la medida en que las recomendaciones enviadas desde su lugar de exilio en la isla de Guernsey podríóan influir en colegas en Paríós. Ella le envioó poemas, que nunca dejoó de elogiar. Hugo a su vez, la utilizoó como correo para enviar cartas a los corresponsales bajo vigilancia gubernamental y extensos panfletos con diatribas en contra de Napoleoó n III. Le dedicoó "Pasteurs et Troupeaux". Ella lo deleitoó con su propia acusacioó n contra los avariciosos arribistas que gobernaban una tierra ahora hostil a la vida de la mente, cuya ciudadaníóa habíóa abandonado sus templos y academias para el mercado de valores. En este intercambio, que podríóa haberle ganado una sentencia de caó rcel a 268
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Louise, estaba Flaubert, que se aseguroó de que la correspondencia siguiera una ruta tortuosa, pasando por dos intermediarios, eó l mismo en Croisset y la senñ ora Jane Farmer en Upper Holloway. Finalmente, eó l, Hugo y Louise formaron un meó nage aè trois 257 epistolar. Hugo le escribioó a Flaubert (a traveó s de Mrs. Farmer) daó ndole las gracias por su mediacioó n. Flaubert, irritado por el populismo sentimental de Hugo y no impresionado por su poleó mica, le dio al gran hombre su merecido. "Has sido en mi vida una obsesioó n encantadora, un amor perdurable, senñ or", escribioó Flaubert el 15 de julio de 1853. "Lo he leíódo durante las vigilias siniestras y en la orilla del mar, en playas suaves, bajo la amplia luz del sol de verano. Lo lleveó conmigo a traveó s de Palestina y le tuve para consolarme en el Barrio Latino tambieó n, hace diez anñ os, cuando me estaba muriendo de aburrimiento. Su poesíóa ha impregnado mi ser como la leche de una nodriza." Fue recompensado con una fotografíóa de Hugo, una invitacioó n a ayudar a transmitir sus diatribas, y un cumplido imperativo. "Quiero correspondencia, exijo correspondencia. Tanto peor para usted, senñ or. Es su culpa. ¿Por queó me has escrito cartas tan nobles e ingeniosas? Culpate a síó mismo. De ahora en adelante debes escribirme a míó." El nombre en clave de Flaubert para Hugo era "el Cocodrilo." Era mejor que el valiente cocodrilo no pudiera nadar a casa, le dijo a Louise, fingiendo algo asíó como el fuego celoso que le hubiera gustado encender debajo de eó l. Si hubiera habido celos para excitar, habríóa tenido una mejor oportunidad con sus informes de asiduo cortejo por una estrella de menor magnitud en el firmamento romaó ntico, Alfred de Musset. El antiguo amante de George Sand parecíóa maó s viejo que sus anñ os — teníóa la edad de Louise — despueó s de una vida de derroche de síó mismo y estaba destinado a morir en 1857. El hecho de que acabara de ser elegido "inmortal" de la Academia Francesa cuando Louise lo conocioó en 1852 le dio casi tanto atractivo como su antigua relacioó n con Sand. Alfred de Musset leyoó su trabajo, lo comentoó y pronto recibioó invitaciones a la rue de Seè vres, donde su estado habitual de borracho, o ello combinado con la astenia sifilíótica, lo volvíóan impotente. Louise le dijo a Flaubert no sobre la presencia de Musset en su habitacioó n, sino sobre su furia despueó s de uno de esos fiascos durante un viaje a traveó s de Paríós. Ella amenazoó con saltar del carruaje a menos que eó l la soltara y luego cumplioó su amenaza, cayendo sobre adoquines en la plaza de la Concordia. "Me lastimeó las rodillas, penseó que me habíóa lastimado maó s seriamente, porque sentíó una especie de conmocioó n en mis entranñ as. Sin embargo, sin siquiera hacer una mueca de dolor, me levanteó y me escondíó detraó s de un sitio en construccioó n." Flaubert denuncioó los atroces modales de una celebridad con pretensiones de caballerosidad y, en varias cartas fustigoó a Musset, el poeta. "Musset nunca ha separado la poesíóa de las sensaciones que completa. Seguó n eó l, la muó sica se hizo para serenatas, pintura para retratos y poesíóa para consolaciones del corazoó n. Cuando uno intenta asíó meter el sol en los calzones, uno termina quemaó ndose los calzones y orinando en el sol. Eso es lo que le ha sucedido a eó l . . . La poesíóa no es una debilidad de la mente, y estas susceptibilidades nerviosas son precisamente eso." Voyeuríósticamente en lugar de celoso, insistioó en que ella lo mantuviera al tanto de cualquier contratiempo posterior en la relacioó n. La relacioó n duroó unos meses maó s. Louise no le dijo a Flaubert que Musset, con elocuentes suó plicas, habíóa engatusado su camino de regreso a su dormitorio. Tampoco 257trío
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Flaubert le diríóa a Louise al anñ o siguiente que durante una estancia en Paríós, eó l mismo habíóa disfrutado, probablemente no por primera vez, con Louise Pradier.
TENIENDO UNA piel de oso por alfombra en Croisset, Flaubert se imaginoó a síó mismo como el maestro osuno de su reino, pero a medida que los animales van, su identificacioó n maó s profunda fue con el caballo. Los caballos figuraban en muchos de sus recuerdos maó s preciados, asíó como en uno notablemente traumaó tico. Hubo el caballo y el carruaje en el que acompanñ oó a su padre en rondas meó dicas. Subir y bajar por la playa de Trouville lo habíóa ayudado a recuperarse, cada verano, de la tristeza del encierro en la escuela. Obligado por sus imperativos estilíósticos a escribir laboriosamente, disfrutoó , a caballo, de la emocioó n del galope. Los caballos aparecen en tropos a lo largo de su correspondencia. Todo lo que le preocupaba, escribioó en un mal díóa, despueó s de declarar que la publicacioó n de su obra era una traicioó n al propio arte, era que sus manuscritos deberíóan durar tanto como eó l. "Es una laó stima que necesitaríóa una tumba demasiado grande para enterrarlos conmigo, como el rey baó rbaro habíóa sido enterrado con su caballo." Apuntando al protegido de Louise Colet, Leconte de Lisle, habloó que la tinta del poeta es demasiado paó lida y su musa es anaeroó bica. "Los caballos y estilos de pura sangre tienen las venas repletas de sangre, y puedes ver su pulso debajo de la piel y debajo de las palabras, desde los oíódos hasta los cascos. ¡Vida! ¡Vida! Levantaó ndolo, de eso se trata." Sin dudas, Louise se preguntaba en una semana cualquiera si teníóa que ver con el monacal sirviente del Arte o su lascivo caballero. Cuando su pluma no era un instrumento de abstinencia torturada, era un emblema de la virilidad equina. "Genio, como un caballo poderoso, arrastra a la humanidad a reganñ adientes por los caminos del pensamiento original," le recordoó . "En vano la humanidad aprieta las riendas y, en su estupidez, maldice lo poco; sus caballos ruanos sin inmutarse en corvas bravas, de una altura vertiginosa a otra." En medio de la seduccioó n de Emma en la feria agríócola, escribioó a Louise una medianoche que sentíóa lo que solíóa sentir despueó s de largos díóas a caballo en el Oriente. Toda su cabeza ardioó . "Hoy monteó mi pluma muy duro." Es de esperar que el caballo haga sentir su presencia en las escenas maó s dramaó ticas de la breve carrera de Emma. Rodolphe primero la monta en la cima de una colina boscosa, mientras sus caballos pacen cerca, y cuando ella regresa de su unioó n aduó ltera, los aldeanos notan la elegante figura que ella corta en una silla de montar, con una rodilla torcida sobre el cuello de su yegua. "¡Era encantadora, a caballo!" Su segunda aventura aduó ltera comienza en un carruaje de alquiler, que los peatones desconcertados estudian mientras rueda sin rumbo alrededor y alrededor de las calles de Rouen con las cortinas bajas, como una fantasíóa de locomocioó n ciega. A la cita posterior ella viaja en una diligencia trazada por una troica de caballos cuyo galope amplifica los latidos de su corazoó n. Los cascos de un equipo de tres caballos se escuchan nuevamente al final, cuando llega la silla de postas del Dr. Larivieè re, traqueteando en cada ventana, para pronunciar una sentencia de muerte contra la moribunda heroíóna. "Fue Larivieè re. El descenso de un Dios no habríóa causado mayor conmocioó n." Pero en ninguna otra escena es el caballo maó s pertinente que en la operacioó n a la que Emma, a traveó s de su sumiso marido, somete al patizambo muchacho de establo 270
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Hippolyte, con la esperanza de que una proeza meó dica logre lo que el romance no tuvo y la libere de su prisioó n provincial. Por una buena razoó n, Flaubert, que disfrutoó de la interaccioó n iroó nica entre la mitologíóa griega y sus pueblerinos normandos, se llama Hippolyte despueó s del hijo de Teseo, Hippolytus. A su manera, el chico del establo es, como el príóncipe griego, un atleta casto que una mujer poseíóda derriboó . Uno estaó enloquecido, el otro en forma de centauro. Hippolytus es una juventud virtuosa que inspira pasioó n incestuosa, Hippolyte es una anormal, virtud cuya deformidad sus vecinos y sobre todo Emma no pueden ver. "Para saber cuaó l de los tendones de Hippolyte cortar, le correspondíóa a [Charles Bovary] determinar queó tipo de pie zambo teníóa," escribe Flaubert. Su pie estaba casi en líónea recta con la pierna, lo que no impedíóa que girara hacia adentro, de modo que era equino con algo de varo, o un ligero varo tendiendo marcadamente hacia el equino. Pero en este equino, bien llamado porque era tan ancho como el casco de un caballo, con piel aó spera, tendones nervudos, dedos enormes y unñ as tan negras como las de una herradura, en este pie el talud galopaba como un ciervo todo el díóa. Por lo general, lo veíóan en el mercado saltando alrededor de los carros con su pierna de juego empujada primero. Esta parecíóa, en todo caso, maó s vigorosa que la otra. Uno podríóa haber pensado que el servicio prolongado lo habíóa imbuido de cualidades morales de paciencia y energíóa, y que preferíóa apoyar todo su peso cuando se le asignara un trabajo pesado. Ahora, dado que era un equino, el tendoó n de Aquiles tuvo que cortarse y el muó sculo tibial anterior se dejoó para una segunda operacioó n.
Todos tienen una agenda personal dedicada al eó xito o al fracaso de la operacioó n. Homais, el farmaceó utico, quiere que sus pretensiones meó dicas sean legitimadas. Los Yonvillois quieren que su aldea oscura aparezca en el mapa. Despueó s, cuando la gangrena condena a Hippolyte, el sacerdote local lo atribuye a su pecaminosidad. El Dr. Canivet, pedante cirujano que con gran solicitud asegura que su caballo tenga suficiente forraje antes de amputar exuberantemente la extremidad del joven, ve en esta calamidad la mano malvada de los innovadores parisinos deseosos de encontrar remedios para los irremediables y adictos a tales paliativos como cloroformo. Emma ve en eso una demostracioó n de la ineptitud de Charles Bovary, nada maó s. Que a Hippolyte le hayan cortado el miembro viril apenas le preocupa. Ella propone reparar su peó rdida con el regalo de una pierna de madera bien torneada. La principal fuente meó dica de Flaubert para Madame Bovary, Traité pratique du pied-bot de Vincent Duval (Un tratado praó ctico sobre el pie zambo), revela otro nivel de ironíóa en este asombroso capíótulo. Aprendimos de Duval que Achille-Cleó ophas habíóa tratado una vez a una paciente llamada Mlle Martin no operando en su pie zambo sino mantenieó ndolo en una feó rula de hierro durante nueve meses, sin ninguó n efecto. El mismo Duval curoó a la joven con una operacioó n. ¿Pensaba Flaubert, intrincado, denigrar a su padre? El argumento puede hacerse. Mientras que el Dr. Flaubert puede haber sido un modelo para el gran Larivieè re, que al final desciende de su carruaje como "un Dios", tambieó n es afectado por el fracaso del pobre Charles. Que el desafortunado meó dico rural se haya aventurado donde el eminente jefe de cirujanos del Hoô tel-Dieu no le importaba maó s que su fracaso comuó n; y la feó rula de hierro en la que ambos recubren las extremidades de sus desafortunados pacientes apoya la asociacioó n. Maó s auó n, pareceríóa que Flaubert tambieó n estaba atacando a su hermano Achille, una sombra introvertida de Achille-Cleó ophas, a quien un contemporaó neo, Louis Levasseur, describioó 271
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como notoriamente oscurantista. "Su herencia paterna incluye un inventario completo de opiniones, tesis, doctrinas que son para eó l la ley y los profetas, y obstinadamente los reuó ne contra ciertas novedades". Hostil al espíóritu de invencioó n, Achille fue, como Canivet, inclinado a descartar cada nuevo descubrimiento como una patranñ a. "Hubo un momento en que uno pensoó que lloraríóa vade retro al eó ter porque hace que la gente se vuelva insensible durante las operaciones sangrientas," escribioó Levasseur. "Continuoó repitiendo la antigua proposicioó n, supuestamente bíóblica, de que el dolor es concomitante con la naturaleza." EN SEPTIEMBRE DE 1853, las noticias de la muerte de François Parain, aunque no inesperadas (se habíóa vuelto bastante senil), llegaron a Croisset, ensombreciendo las cosas. El mundo, que no se detuvo para Flaubert, lo lastimoó nuevamente en noviembre de 1853 al remover de Rouen a su amigo íóntimo Louis Bouilhet, que lo habíóa ayudado a rellenar los domingos la tienda de auto-confianza que se habíóa gastado durante la semana. Despueó s de haber ahorrado lo suficiente para abandonar el servicio de tutoríóa que habíóa organizado cuatro anñ os antes con tres antiguos companñ eros de clase, Bouilhet decidioó probar suerte en la capital como dramaturgo. Flaubert no fue el uó nico perjudicado por su partida. En el piso de arriba de Bouilhet, en el 131 de la rue de Beauvoisine vivíóa Leó onie Le Parfait, una campesina, y el hijo de siete anñ os que ella habíóa dado a luz, varios anñ os antes de conocer a Bouilhet, de un aristoó crata normando llamado Chennevieè res-Pointel, que maó s tarde presidioó el Ministerio de Bellas Artes. Madre e hijo se habíóan convertido en la familia de hecho de Bouilhet. Nadie resultoó maó s uó til en este momento que Louise Colet. Encontroó a Bouilhet un departamento en la rue de Grenelle, en su vecindario general, presentoó al socialmente desgarvado provinciano en su saloó n, le prometioó proporcionarle tutores si era necesario y convencioó a los amigos del teatro para que le dieran pases de temporada. La gratitud por todo lo que habíóa hecho en la forma de mejorar su verso seguramente contaba, pero Bouilhet entendíóa muy bien que la companñ íóa de Flaubert era el verdadero objeto de sus beneficios de Louise: un Bouilhet contento era maó s propenso, que un descontento, a atraer a su amigo de Rouen. De hecho, Bouilhet teníóa el mismo objetivo que ella, y actuoó tanto en nombre propio como en el de ella al presentar el caso un domingo en Croisset de que Flaubert deberíóa unirse a eó l. "Hableó elocuentemente, con emocioó n", le informoó a Louise, a quien llamoó "mi querida hermana" o, como Flaubert, "querida Muse." Gustave estaba tan conmocionado, continuoó , que la victoria parecíóa asegurada. Sin embargo, dos horas maó s tarde, el "erizo" (su imagen) se habíóa enroscado en una bola protectora. "Auó n asíó, la situacioó n no es desesperanzada. Lo atormentaremos, lo desgastaremos. Solo aseguó rate de hacerlo con destreza, con moderacioó n." La valentíóa y la moderacioó n nunca habíóan sido el fuerte de Louise. Fueron auó n menos evidentes en 1853, cuando, a los cuarenta y tres anñ os, ella finalmente comenzoó a desesperarse por tener suficiente encanto femenino para mantener a su joven hombre. Las cartas de Trouville, donde Flaubert pasoó el mes de agosto, evocaron otro mundo en el que su presencia seríóa intrusiva. Flaubert negoó que ella fuera una figura marginal para eó l. Insistioó una vez maó s en que la amaba porque nunca habíóa amado a una mujer, que estaba maó s allaó de toda comparacioó n, "[Nuestra relacioó n es] algo intrincado y 272
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profundo, algo que me tiene completo, que adula todos mis apetitos y acaricia todas mis vanidades." No convencida por sus protestas, queríóa que eó l la sacara del armario y se la presentara a Mme Flaubert (quien, admitioó eó l, se quejaba de que la excesiva soledad lo habíóa amargado). Ella lo molestaba, pero eó l la desalentoó con las invocaciones habituales de su esclavitud al arte y su escasa conexioó n con la vida. Vas a la vida con unñ as y dientes; estaó s decidida a obtener un ritmo resonante de este pobre tambor, que sigue colapsaó ndose bajo tu punñ o . . . ¡Ah! ¡Louise! ¡Louise! Querida vieja amiga (porque pronto seraó n ocho anñ os que nos conocemos), me acusan. Pero ¿alguna vez mentíó? ¿Doó nde estaó n los juramentos que violeó y las líóneas que dices que hableó y no hablo maó s? . . . ¿No te das cuenta de que ya no soy un adolescente y que siempre lo he lamentado por tu bien y por el míóo? ¿Coó mo puedes imaginar que un hombre tan fascinado con el Arte como yo, anhelando continuamente un ideal que nunca podraó alcanzar, cuya sensibilidad es maó s níótida que una cuchilla de afeitar y que se pasa la vida rozaó ndola contra el pedernal para hacer volar las chispas? . . . ¿coó mo puedes imaginar que un hombre asíó podríóa amar con un corazoó n de veinte anñ os? . . . Me hablas de tus uó ltimos díóas en flor. Hace tiempo que la flor se ha ido de míó, y no lo siento. Todo terminoó a los dieciocho. Pero las personas como nosotros deberíóamos usar un lenguaje diferente para hablar de síó mismos. No deberíóamos tener díóas florecientes o malditos.
Louise regularmente derramaba su frustracioó n a Bouilhet, declarando, entre muchas otras cosas, que por el placer fíósico con un egoíósta monstruoso ella habíóa comprometido el futuro de su hija (lo que significa presumiblemente que una herencia del putativo padre de la ninñ a, Victor Cousin, habíóa sido puesta en riesgo). Tan pronto como se enteroó de que Mme Flaubert habíóa venido a Paríós en diciembre, instoó a Bouilhet a decirle a la madre inaccesible que ella, Louise, estaba enamorada de su hijo. "Por el momento estoy en un estado de gran exasperacioó n," escribioó Bouilhet a Flaubert. "No estoy seguro de si volvereó a ver a la Musa como en el pasado. Ella ha sido muy servicial conmigo, pero su propoó sito era tan obvio que me siento avergonzado. . . Tal vez estoy teniendo una visioó n demasiado sombríóa del asunto. Responde cuanto antes con un consejo." Flaubert mismo estaba desconcertado. Hubo díóas malos cuando pensoó en apoyar la cabeza en el pecho de Louise en lugar de "masturbarla" para "eyacular" algunas frases. Hubo algunas buenas frases cuando Madame Bovary no teníóa rival. Las cartas afectuosas seguíóan de cerca a otras que trataban su trabajo con rudeza, y su críótica era muy implacable cuando el tacto podíóa ser lo maó s apropiado. Quince díóas despueó s de su diatriba contra el monstruoso egoíósta, Louise envioó a Flaubert la segunda entrega larga de su Poème de la femme, "La Servante", en el que se volvioó hacia un Musset apenas disfrazado. El tono de la indignacioó n moral exasperoó a Flaubert, que puede haberse visto a síó mismo como la víóctima probable de invectivas similares en el futuro. De mala intencioó n, mal concebido y mal escrito fue coó mo lo juzgoó , advirtiendo que "La Servante" la haríóa parecer ridíócula. Por queó no le habíóa mostrado a Musset ninguna piedad lo desconcertaba, pero incluso si la difamacioó n era proporcional al crimen, un escritorio no debíóa confundirse con un puó lpito. EÁ l encontroó su tono sentencioso tan insufrible como ella habíóa encontrado su "desapego sepulcral."
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Flaubert: Una vida — Frederick Brown ¿Quieó n nos nombroó supervisores morales? . . . Este pobre hombre nunca buscoó hacerte entrar. ¿Por queó hacerle danñ o maó s de lo que te lastimoó ? Piensa en la posteridad y reflexiona sobre la lamentable figura cortada por aquellos que han insultado a los grandes hombres. Una vez que esteó muerto, ¿quieó n sabraó que Musset se emborrachoó ? La posteridad es indulgente con la mala conducta. Todo lo perdona menos a Jean-Jacques Rousseau por haber entregado a sus hijos a un hospital de expoó sitos. ¿Y coó mo nos preocupa eso de todos modos? ¿Por qué derecho? Este poema es un juego sucio y se te obligaraó a pagarlo, porque el resultado es deó bil . . . Lo escribiste desde la perspectiva sesgada de una pasioó n personal, ignorando las condiciones fundamentales de cada trabajo imaginativo.
En alguó n lugar de Gustave Flaubert cuya sensibilidad se encaramoó a extremos de encantamiento tanto con el mundo material como con el platonismo, glorificando al genio ingobernable, socioó pata y de gran alboroto o atormentaó ndose con minucias estilíósticas tan obsesivamente como un gramaó tico bizantino — en todo lo que Louise veíóa, contra todos las razones, por las caracteríósticas de un marido. Puede ser el caso que, al llegar a un callejoó n sin salida, ella decidioó mover a su amante inmoó vil ponieó ndole los cuernos y durante los primeros meses de 1854 le puso el sombrero a otro encanecido romaó ntico elegido para la inmortalidad acadeó mica, Alfred de Vigny. Una relacioó n amorosa se insinuoó en su correspondencia siempre prolíófica con Flaubert. Las cosas solo fueron de mal en peor. Flaubert, que declaroó engreíódo que se sentiríóa celoso si no hubiera escuchado los rumores creíóbles de que Vigny habíóa pasado por tener relaciones sexuales, pensoó que estaríóa bien servida para los premios acadeó micos por este abogado a quien eó l respetaba. Afirmoó que su firme intencioó n era verla con maó s frecuencia y, a partir de octubre, permanecer en una segunda vivienda la cual buscaríóa durante el verano. Con Madame Bovary escrita en dos tercios, anticipoó una dramaó tica carrera corta durante el uó ltimo tercio de la muerte de su heroíóna. Pero Louise no podíóa creer nada de eso. Las esperanzas encendidas en una carta se extinguieron en la siguiente. "Trateó de amarte y te amo de una manera que no es la de los amantes," escribioó el 12 de abril, despueó s de despedir a su protegido, Leconte de Lisle, como si eó l fuera una aneó mica poeta ansiosa de tener mujeres arrulladoras. "Hubieó ramos arrojado el sexo, el decoro, los celos, la cortesíóa a nuestros pies y los hubieó ramos convirtieó ramos en un pedestal sobre el cual nos mantendríóamos muy por encima de nosotros mismos. Las grandes pasiones, por las que no me refiero a las turbulentas sino a las amplias y elevadas, son aquellas que nada puede viciar." Auó n maó s hiriente fue una larga carta denunciando los clicheó s sentimentales en un poema que ella habíóa escrito sobre su hija. Por lo tanto, puede haber sido inevitable, cuando eó l visitoó Paríós, que los aó nimos estallaran. Inflamados discutieron, pero sin que ninguna de las partes volviera a contar en detalle la escena que tuvo lugar. Lo que sea que se dijo ese díóa de mayo, ella le pateoó las canillas por eso. Lo que sea que ella dijo lo convencioó de que nunca la volveríóa a ver. Y eó l nunca la volvioó a ver. Ni siquiera le escribioó , excepto para desalentarla, en una nota enviada diez meses despueó s de su choque, de llamar a su departamento en Paríós. Dirigido a "Madame," enmarcado en el corteó s "vos," y firmado "G. F.," hizo su punto sin rodeos. "He sabido que ayer por la noche se tomoó la molestia de venir aquíó tres veces. Yo no estaba en casa. Y a menos que esa persistencia de su parte encuentre afrentas míóas, la caballerosa prudencia me
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obliga a advertirle que nunca estaré en casa." Para entonces, como Bouilhet, habíóa comenzado a relacionarse con una actriz, Beó atrix Person. El conflicto privado los distrajo de la sangrienta guerra en el mundo exterior. Su correspondencia sugiere que ninguno prestoó mucha atencioó n a las noticias de Walachia ocupada por el Zar Nicolaó s con disenñ os sobre Constantinopla, y las tropas francesas enviandas hacia el Mar Negro en septiembre de 1854 para unirse a las fuerzas inglesas y turcas sitiando una fortaleza rusa en Sebastopol, en la peníónsula de Crimea. Para Louise, como muchos hilos sueltos quedaron colgando de esta grieta como la anterior. A traveó s de Bouilhet, que contestoó sus cartas, ella preguntoó por Flaubert, que queríóa saber, en septiembre de 1854, si Flaubert habíóa leíódo su uó ltima coleccioó n de poemas, Ce qu'on rêve en aimant258, y queó pensaba de ellos. En alguó n momento se hizo evidente que esperaba una reconciliacioó n, pero Bouilhet, que puede haber propuesto hacerle el amor, no seríóa intermediario. 259 "Penseó , con buena conciencia, que las relaciones entre ustedes dos habíóan cesado y vuestra indignacioó n no parecíóa permitir ninguna posibilidad de volver a estar juntos," le escribioó en su uó ltima carta. "Lo que te pido que creas, y no lo direó de nuevo, es esto — que no hayas hecho nada para separarlo de ti, no hareó nada para evitar que regrese, si lo considera oportuno. No estaó en mi caraó cter desempenñ ar el papel de Monsieur Robert de Molieè re. Los dedos de uno siempre quedan atrapados entre el aó rbol y la corteza, y necesito que los míóos escriban." Despreciada, Louise se esforzoó por escribir novelas autobiograó ficas, comenzando con Une histoire de soldat, en el que Flaubert, alias "Leó once," sale mal parado. Sin embargo, esto no desterroó a su demonio. Quince anñ os maó s tarde, la imagen de un Flaubert "brutal y dominante" la atormentaríóa en una alucinacioó n — descrita detalladamente para los lectores del diario Le Siècle de Paríós, que la habíóa contratado para cubrir la inauguracioó n del Canal de Suez en noviembre de 1869. Ocurrioó durante una noche sin dormir en una cangia navegando por el Nilo. En Esna, Louise bajoó a tierra, como lo hizo Flaubert, y exploroó el distrito de burdeles en busca de su amante inolvidable Kuchiuk-Hanem. En octubre de 1854, con la costa despejada, Flaubert alquiloó un piso en la rue de Londres, cerca de la Gare Saint-Lazare, con la intencioó n de pasar al menos parte de la temporada en Paríós. Bouilhet le habíóa advertido a Louise que su amigo residiríóa allíó en famille, lo que era verdad a medias. Mme Flaubert y Liline tomaron cuartos separados, pero en el mismo vecindario.
258Lo que soñamos amar 259La evidencia principal de una breve aventura amorosa, o avance sexual, es esta entrada ambigua en el diario de Louise: "Bouilhet ya no podía contenerse más; él necesitaba una mujer . . . Si no hubiera amado a Gustave, ¿habría comenzado una relación con él? Nada de esto está claro en mi mente." Flaubert podría haber caído en el intento de llevarla a Bouilhet. Pero ni el tono de la carta de Bouilhet ni la implicación de la entrada de Louise sugieren que habían sido íntimos.
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XV En Juicio MAXIME DU CAMP se preocupoó maó s que Flaubert por la políótica europea, la "cuestioó n del Este" y la expedicioó n de Crimea, pero eó l tambieó n estaba en una batalla privada, y la carta que proclamaba su gran ambicioó n tres anñ os antes habíóa sido enmarcada en el lenguaje maniobras militares. "Desde que he emprendido este camino, dado que quiero alcanzar mi objetivo, lo hareó ," le escribioó a Flaubert en octubre de 1851. "¡Me voy, buen viaje! Llevo armas de mano, he estudiado mi itinerario, y cualquiera que se atreva a detenerme, seraó mejor que lo piense dos veces." La Revue de Paris era un emplazamiento estrateó gico en lo que eó l llamoó su lucha a vida o muerte. "En el renacimiento literario que ahora se gesta, debo ser un capitaó n y no un soldado de 276
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infanteríóa . . . He trabajado, he tenido a otros que trabajan bajo mis oó rdenes, y logreó abrir de una sola vez esta ciudadela que he estado asediando lenta y silenciosamente desde 1847." Muchos contemporaó neos habríóan dicho que logroó su objetivo despueó s de solo tres anñ os. A pesar de los reveses iniciales, la Revue de Paris fue ganando fuerza, con contribuciones de Gautier, Lamartine, de Vigny, Musset y George Sand, asíó como de representantes de una generacioó n literaria maó s joven, especialmente Charles Baudelaire y los hermanos Goncourt. Gautier y Louis Cormenin finalmente renunciaron al comiteó editorial para aceptar cargos remunerativos en otros lugares, y cuando Arseè ne Houssaye tuvo problemas con Du Camp en enero de 1853, eó l tambieó n renuncioó , lo que convirtioó a Du Camp en propietario uó nico del tíótulo. Poco antes de este evento, 125 de las fotografíóas de Du Camp aparecieron en un volumen titulado Egypte, Nubie, Palestine et Syrie: Dessins photographiques recueillis coldant les années 1849, 1850, et 1851, para el cual tambieó n escribioó el extenso ensayo introductorio sobre el antiguo Egipto. Fue una obra de importancia seminal, y le valioó ser miembro de la Legioó n de Honor. La Revue comenzoó a serializar su Livre posthume: Mémoires d'un suicidé, una novela autobiograó fica cuyo heó roe se despierta del trance sonaó mbulo de una generacioó n atraíóda al borde del abismo por Werther de Goethe y René de Chateaubriand. Bastantes lectores compartieron la animadversioó n de Du Camp contra malhumorados enfants du siècle para hacer la novela, cuando aparecioó entre portadas, enormemente exitosa. 260 Amplioó su credo en el prefacio de un volumen de poesíóa, Chants modernes, en el que los acadeó micos casados con modelos claó sicos se ordenaron junto a Romaó nticos sonñ adores como enemigos de la modernidad. En 1855 publicoó Le Nil, un relato detallado, aunque bien depurado, del viaje por Egipto. Este agitado parisino, que condenoó el golpe de estado pero admiroó la eó tica de un reó gimen despoó tico dirigido por ideoó logos tecnocraó ticos que construyen una capital moderna, encontroó sus contradicciones acomodadas en la casa de Valentine Delessert. El apasionado romance de Du Camp con esta mujer quince anñ os mayor que eó l le habíóa apalancado en la alta sociedad. Poseedora de gran riqueza y linaje aristocraó tico, Valentine, cuyo padre habíóa ayudado a Louis-Philippe a tomar el poder y cuyo marido, Gabriel, habíóa servido como prefecto de policíóa de Paríós hasta 1848, presidioó un saloó n deslumbrante en el que estadistas, escritores, pintores e intelectuales se mezclaron libremente Valentine eligioó a amantes seriados de cada uno de estos distritos electorales, el predecesor de Du Camp fue Prosper Meó rimeó e y el ministro orleanista llamado Charles de Remusat. El bonapartismo fue oficialmente aborrecido aquíó, pero de hecho el saloó n trascendioó las líóneas partidarias. A partir de 1836, Valentine se hizo cargo de la joven Eugeó nie de Montijo, hija de un amigo espanñ ol y de la futura emperatriz de Luis Napoleoó n. Su esposo, Gabriel, a su vez, habíóa sido tutor del hermanastro de Luis Napoleoó n, el duque de Morny, quien despueó s de 1851 se convirtioó en el todopoderoso ministro del interior de Francia. Morny visitaba a menudo los Delesserts en su casa en Passy y en una de esas ocasiones se mostraron fotografíóas de Du Camp. Esto resultoó en una audiencia en el Elíóseo con Louis-Napoleoó n, quien felicitoó al intreó pido fotoó grafo. 260Entre 1854 y 1866 vendió sesenta mil copias, una figura pocas veces abordada por las novelas en la Francia del siglo XIX.
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Las noches de domingo de Du Camp pertenecíóan a Apollonie Sabatier, un espíóritu libre de su misma edad y de un orden social completamente diferente, que se reuníóa cerca del Pigalle en el vecindario conocido por sus artistas y manteníóa a las mujeres llamadas Nueva Atenas. Los padres de Apollonie eran una costurera y uno de los prefectos aristocraó ticos de Luis XVIII, pero, a todos los efectos oficiales, era hija de un sargento analfabeto y con cicatrices de batalla a quien el briboó n noble habíóa sido inducido a reclamar la paternidad. Nacida como Aglaeó Savatier (la v maó s tarde se convirtioó en b), irradiaba un encanto y una cordialidad que le abrioó las puertas a una edad temprana. La maestra de un internado local en el bajo Montmartre, donde crecioó , le dio lecciones que de otro modo no podríóa haber pagado. Una vecina que se habíóa retirado de la Opeó ra-Comique entrenoó su voz, que Baudelaire maó s tarde describiríóa como "rica y sonora." Cuando su amor por la muó sica la llevoó a ella al piano, un compositor llamado Armingaud le ensenñ oó a tocar. Finalmente, sin embargo, fue por su belleza maó s que su cordialidad por lo que la fortuna le sonrioó . Alta y voluptuosa, de cutis perfecto, cabello ondulado castanñ o dorado, manos temblorosas, ojos de brillo inusual y un aire distintivamente triunfante, ella a mediados de la adolescencia comenzoó a detener a los hombres que moríóan a su paso. Dos estudiantes de arte deslumbrados pintaron un retrato de Aglaeó , de quince anñ os, quien poco despueó s abandonoó su nombre de pila. Fue como Apollonie, durante un concierto beneó fico en el que participoó a pedido de su profesor de canto, que capturoó la atencioó n de un belga llamado Alfred Mosselman. Instantaó neamente enamorado, el joven y rico empresario, cuya inmensa fortuna familiar derivada de la banca y las minas de carboó n, no perdioó tiempo en volverla su amante y establecerla en un agradable apartamento en la rue Frochot, muy cerca del estudio de James Pradier. De la noche a la manñ ana, Apollonie se encontroó rodeada de hombres ricos o talentosos, o ambos, en la elegante bohemia que se adaptaba a Mosselman. La sede de su nuevo mundo era una mansioó n del siglo XVII en un extremo de la IÎle Saint-Louis, el Hoô tel Pimodan, donde Mosselman la presentoó , entre otros residentes y habitueó s, Theó ophile Gautier, Auguste Preó ault, Baudelaire, Henri Monnier y Ernest Meissonier. Aquíó, durante la deó cada de 1840, el sonido de un claviceó mbalo y de una conversacioó n animada a menudo llenoó los salones ornamentados del hotel, junto con gemidos que emanaban de una habitacioó n en la que les hachichins, o los comedores de hachíós, acicalaban su provisioó n caríósima de una mermelada narcoó tica llamada dawamesc.261 En 1850 este santuario en el Sena habíóa tenido su díóa, pero el saloó n se volvioó a montar en la rue Frochot. A los veintiocho anñ os, Apollonie era maó s que nunca un objeto de afecto universal. Los amigos artistas la pintaron y ayudaron a disenñ ar los vestidos blancos que ella usaba habitualmente. Gautier y Baudelaire — el primero un confidente obsceno, el uó ltimo un adorador tíómido — la celebraron en verso. Los parisinos habíóan llegado a conocerla mejor de lo que creíóan en el Saloó n de 1845, donde un desnudo de maó rmol en una actitud de eó xtasis eroó tico, eufemíósticamente llamada Mujer Mordida Por 261Dawamesc es un comestible de cannabis encontrado en Argelia y en otros países árabes, hecho de cimas de cannabis combinado con: "azúcar, jugo de naranja, canela, clavo de olor, cardamomo, nuez moscada, almizcle, pistachos y piñones." El comestible desempeñó un papel en la popularización del cannabis en Europa, ya que fue esta preparación de la droga que el Dr. Jacques-Joseph Moreau observó durante sus viajes en el norte de África, y que presentó al Club des Hashischins de París.
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una Víbora, escandalizoó al puó blico burgueó s. Su escultor, Auguste Cleó singer, habíóa copiado un yeso del cuerpo de Apollonie encargado por Mosselman dos anñ os antes. Poco despueó s de que Du Camp regresara de Oriente, Gautier lo condujo a Apollonie, y Flaubert a su vez lo siguioó . Los domingos por la noche, su companñ íóa parecíóa una reunioó n editorial de la Revue de Paris. Casi todos los asociados con el diario se reunieron alrededor de la mesa de su comedor, emitieron opiniones y comieron, acompanñ ados por camachuelos y periquitos cantando hasta el anochecer en un gran aviario. Un panñ o rojo oscuro cubríóa las paredes. Entre los lienzos que colgaban en todas partes estaba el retrato pintado por Meissonier de Apollonie vestida como una mujer noble del siglo XVII. Que Flaubert y Du Camp conservaran cualquier tipo de víónculo hubiera parecido improbable, a juzgar por la aspereza de su correspondencia entre 1851 y 1854. El 26 de junio de 1852, Flaubert, en respuesta a una carta de Du Camp, le instoó con "apuó rate," "aprovecha el díóa," "ahora es el momento," y "estableó cete a ti mismo," replicoó que estaba tan desconcertado por las exhortaciones como un indio rojo. "¿Llegar'? ¿Pero doó nde? ¿En la eminencia de Messieurs Murger, Feuillet, Monselet, etc., etc., Arseè ne Houssaye, Taxile Delord, Hippolyte Lucas y setenta y dos maó s ademaó s? No, gracias," escribioó . "Ser 'conocido' no es mi objetivo principal en la vida. Solo las absolutas mediocridades no piden nada maó s. Y en lo que a eso se refiere, ¿alguna vez se sabe cuaó nto seraó suficiente? Incluso la celebridad maó s atroz no sacia el hambre de uno, y uno casi siempre muere preguntaó ndose si el nombre suena alguna campana . . . Apunto maó s alto — para complacerme. El eó xito me parece un resultado y no el objetivo." Una segunda carta de protesta escrita ese verano, cuando la Madame Bovary mostroó una verdadera promesa, estuvo a punto de convertirse en una despedida. "¿Por queó sigues insistiendo en lo mismo e insistes en que un hombre que presume que se considera sano sigue un reó gimen de invaó lidos? El dolor que sufres en mi nombre me parece coó mico . . . Ya no estamos siguiendo el mismo rumbo en el mismo barco. Que Dios, por lo tanto, nos lleve a cada uno de nosotros a su destino elegido. En cuanto a míó, estoy buscando la alta mar en lugar de puerto seguro. Si me hundo, estaó s excusado de llorarme." Cada referencia a Du Camp durante estos anñ os fue leve. "¿Crees que seríóa digno de aparecer en los brillantes cíórculos frecuentados por Du Camp?" Sus propias amistades, suspiroó , se adelgazaban maó s raó pido que su pelo. "La gente me deja para perseguir la fortuna o el renombre y, ruborizaó ndose de su juventud caprichosa, me abandonan con un egoíósmo tan descarado que me reiríóa si no llorara." Encontroó Le Livre postthume "lamentable," excepto por lo que se habíóa deslizado en eó l desde la lectura de Novembre de Du Camp. Sugirioó "agotamiento radical." Fue obra de un hombre que "hizo sonar su uó ltima nota." La parte de síó mismo vinculada emocionalmente con Du Camp se habíóa deteriorado. "Para eó l, para el buen viejo Maxime, estoy completamente desprovisto de sentimientos. La gangrena ha mortificado gradualmente su lugar en mi corazoó n; no hay nada vivo allíó." La furia de Flaubert surgioó de lo que eó l percibioó como una traicioó n a los valores compartidos y del bullicioso arrivisme de Du Camp. Pero ciertamente hubo factores agravantes en juego. Cuando Flaubert le informoó a Louise en una ocasioó n que los avances recientes que habíóa hecho en griego argumentaban en contra de la disminucioó n de los poderes mentales "diagnosticados" por Du Camp (no hablamos de ninguó n erudito griego), se infiere que el uó ltimo, mucho antes de que describiera la 279
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epilepsia como incapacitante intelectualmente en Souvenirs littéraires, habíóa dicho algo para despertar los peores temores de Flaubert. 262 Y "diagnosticar" sugiere que la rivalidad entre hermanos de Flaubert habíóa recaíódo en su amigo. Esta conexioó n se vuelve explíócita en una carta que ridiculiza a los "hombres de accioó n", o la hombríóa superior que se arrogan a síó mismos, con las bendiciones de la sociedad. Era eó l, le dijo a Louise Colet, que fíósicamente habíóa llevado un Du Camp llorando lejos del cadaó ver de su abuela. Era eó l quien habíóa organizado un duelo por el fanfarroó n. ¿Queó podríóa ser maó s fatuo que la vanidad que surge de la turbulencia esteó ril? "La accioó n siempre me ha rebelado," escribioó . Me parece que pertenece al lado animal de la existencia (¡quieó n no ha sentido la fatiga de su cuerpo! ¡Cuaó nto la gruesa carne pesa!). Pero cuando tuve que hacerlo, o lo elegíó, actueó de manera decisiva, raó pida y bien. Cuando Du Camp necesitoó ayuda para obtener su cinta en la Legioó n de Honor, en una manñ ana hice lo que cinco o seis hombres de accioó n no pudieron lograr en seis semanas. Lo mismo sucedioó con mi hermano cuando le asegureó su puesto en el hospital. Desde Paríós, donde vivíóa en ese momento, supereó a la facultad de medicina de Rouen y acordeó que el rey escribiera al prefecto para forzarlo.
Lejos de significar una falta, Flaubert llegoó a decir que la incapacidad de pensar de los hombres para asuntos praó cticos, cuando su propia ventaja estaba en juego, indicaba un "exceso de capacidad." De la misma manera, la "gota de agua" que no significa nada en un recipiente grande llena faó cilmente "botellas pequenñ as."263 Una vez que establecioó su residencia en Paríós para el invierno de 1855, Flaubert vio a Maxime Du Camp con maó s frecuencia que durante los dos o tres anñ os anteriores. El deshielo en las relaciones puede no haber sido completo, pero hasta cierto punto disfrutaron de la companñ íóa mutua de nuevo. Flaubert alquiloó un pequenñ o departamento en la rue de Londres, mientras que Du Camp, cuya abuela lo hizo mucho maó s rico, ocupoó una casa a varias cuadras en la rue du Rocher, maó s cerca del Parc Monceau, donde se rodeoó con los emblemas de sus diversos personajes: armas, estatuas de dioses hinduó es, un yeso de la mano del asesino masivo Lacenaire, un busto de bronce de Pradier. No sabemos queó pensoó Flaubert de esta mise-en-sceè ne, aunque síó sabemos que llegoó a tener la suya en el 42 de boulevard du Temple, con dorados en las puertas azules de una sala de estar roja. Los domingos por la tarde ocasionalmente se uníóa a un grupo en la casa de Du Camp para conversar antes de la cena en la rue Frochot. A fines de la deó cada de 1850, su lugar en la mesa estaba reservado, al lado de Du Camp. Maó s de un habitueó recordoó a Apollonie Sabatier como nutridora de la amistad, y, de hecho, los rencores no marchaban bien en la calidez de un cíórculo interno cuyos iniciados se daban apodos para celebrar su comunidad. Mosselman era "Macarouille," Ernest Feydeau "Nabouchoudouroussour [sic]," Bouilhet "Monseigneur," 262El ramolissement de cervelle, o "ablandamiento del cerebro," supuestamente diagnosticado por Du Camp, recuerda los términos polares de la ablandamiento y la musculatura que Flaubert solía aplicar a la escritura en prosa. En lo que dijo Du Camp, puede haber escuchado una amenaza de amaneramiento femenino. 263A otra corresponsal femenina le escribiría más tarde: "Es más fácil convertirse en millonario y vivir en palacios venecianos llenos de obras maestras que escribir una buena página y sentirse satisfecho consigo mismo".
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Du Camp "el coronel Petermann," y Flaubert "Vaufrilard." Todos llamaban a Apollonie "la Preó sidente." Du Camp siempre habíóa supuesto que eó l iba a serializar Madame Bovary una vez que Flaubert la terminara. Nunca vacilaba en su resolucioó n, incluso durante el períóodo maó s incoó modo de su amistad, y el propio Flaubert solo dudaba de que La Revue de Paris pudiera sobrevivir el tiempo suficiente para publicarla. Despueó s de 1854, con el final de la novela a la vista y las horas libres, que alguna vez habíóan sido reservadas para las cartas a Louise Colet, el trabajo progresoó raó pidamente. Las diversiones fueron pocas, la maó s espectacular fue la Exposicioó n de Paríós de 1855, que rivalizoó en alcance con la Exposicioó n de Londres de 1851. Los uó ltimos capíótulos de Flaubert completaron una visioó n perfectamente coherente. El suicidio de su heroíóna y la forma en que ella se mata son una pieza con su deseo de algo trascendentalmente satisfactorio, lo que ha dado forma a su personaje en torno a un vacíóo desesperado. El veneno le sienta a Emma. A lo largo de la novela, la comida tiende a enfermarla o, por el contrario, a perder toda relevancia material en su mundo de fantasíóa. Cuando los invitados a su banquete de bodas comen, ella ve bocas de campesinos llenarse, pero cuando los patricios en el castillo de Andervilliers se reuó nen alrededor de una mesa con víóveres amontonados en ramilletes de flores, cristales tallados y campanas plateadas, ve un bello tableau mort. 264 La mujer que se muere de hambre, odiando su cuerpo, no puede alimentar a los demaó s, y menos auó n a la hija indeseada que es llevada a una nodriza para amamantarla. Solo una vez come con apetito, y esa es la comida que hace con la muerte. "[Ella] agarroó el tarro azul, sacoó el corcho, metioó la mano adentro y, sacando un punñ ado de arseó nico, devoroó el polvo blanco." La glotoneríóa anoreó xica de su uó ltima cena la prepara para la lujuria incorpoó rea de su despedida. "El sacerdote se levantoó con un crucifijo en la mano, entonces ella estiroó el cuello como para que su sed se calmara y gastoó todo lo que le quedaba de fuerza en un uó ltimo beso, el maó s apasionado que jamaó s haya dado, plantando sus labios en el cuerpo del Hombre-Dios."265 Despueó s del uó ltimo beso de Emma viene la tristeza ciega de Charles, y ahíó radica la belleza conceptual de Madame Bovary. Formando un cíórculo de incomprensioó n, comienza con Charles, el tonto muchacho de campo burlado por companñ eros maó s joó venes en una escuela de Rouen y termina con Charles, el deudo, sin una esposa que eó l nunca hubiera conocido, cuyas infidelidades, una vez reveladas a eó l, la hacen a la vez maó s inaccesible y maó s deseable. Como Emma siempre habíóa buscado la realidad en una comunioó n romaó ntica con mezquinas escapadas para el Hombre-Dios, el pobre Charles siempre habíóa buscado su propia imagen en el espejo opaco de la mente de su íódolo. Especialmente conmovedora es la descripcioó n de Flaubert de Charles como un joven esposo mirando a Emma a los ojos cuando los abre por la manñ ana. Por las manñ anas, cuando yacíóan cara a cara, miraba coó mo la luz del sol jugaba sobre la parte dorada de sus mejillas, parcialmente cubierta por las tiras de su gorro de dormir. Visto 264Pintura muerta 265Muchos años después, respondiendo un cuestionario de Hippolyte Taine sobre el proceso creativo, Flaubert escribió: "Los personajes imaginarios me vuelven loco, me persiguen — o mejor dicho, soy yo quien está en su piel. Cuando describí el envenenamiento de Mme Bovary, el sabor del arsénico en mi boca era muy fuerte . . . que vomité mi cena."
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Flaubert: Una vida — Frederick Brown desde tan cerca, sus ojos se volvieron grandes, especialmente cuando agitoó los paó rpados al despertar. Negro a la sombra y azul oscuro a plena luz del díóa, es como si su color estuviera en capas en profundidad, maó s opaco hacia la parte posterior pero brillante a medida que se acercaba a la esmaltada superficie. Su propio ojo se perdioó en estas profundidades, donde se vio a síó mismo desde los hombros hacia arriba, un busto en miniatura con un panñ uelo de seda envuelto alrededor de su cabeza y su camisa de dormir abierta.
La cueva mineral de su ser interior refleja sin ver un pequenñ o e insignificante devoto. Los íódolos no ven, ellos se reflejan, como la "inescrutable Esfinge" en el poema de Baudelaire "La Beauteó ", que fascina a sus "doó ciles amantes" con "espejos puros que hacen todo maó s hermoso." (En una carta a Baudelaire sobre Les Fleurs du mal, Flaubert escogioó a "La Beauteó " para la alabanza.) Despueó s de la muerte de Emma, Charles todavíóa se pierde en sus ojos. El espejo permanece, mientras Charles, tratando de resucitar a Emma en su persona, descubre actitudes que podríóan haberle ganado su aprobacioó n. "Para complacerla, como si ella todavíóa estuviera viva, eó l abrazoó sus predilecciones, sus ideas. Comproó botas de charol, se vistioó con corbatas blancas, se mojoó el bigote con cera perfumada, firmoó pagareó s, como lo habíóa hecho ella. Ella lo estaba corrompiendo desde maó s allaó de la tumba." Finalmente cada uno muere en caraó cter, ella por su propia mano, eó l pasivamente, de un corazoó n roto, irremediablemente fascinado por la mujer que se posoó sobre eó l como un torbellino, dejaó ndolo incapacitado para una vida proporcional a su naturaleza. La publicacioó n seriada de Madame Bovary en La Revue de Paris bajo un reó gimen que no sufríóa con agrado las infracciones de las convenciones artíósticas y morales agotoó la buena voluntad que Maxime Du Camp y Flaubert habíóan almacenado desde 1854. Aunque Flaubert siempre respetoó (a veces con obstinadas respuestas, sin duda) el consejo editorial de Louis Bouilhet, a quien eó l llamoó su conciencia artíóstica, cambios recomendados por Du Camp y sus nuevos asociados en la Revue — Leó on Laurent-Pichat y Louis Ulbach — eran otro asunto. Madame Bovary finalmente salioó de Croisset en marzo de 1856, y un mes despueó s, luego de que se hubiera hecho una copia fiel en Rouen, viajoó a Paríós. Flaubert hizo que Du Camp lo leyera, consultoó con eó l el 27 de abril y pasoó todo el mes de mayo revisando el manuscrito. Aquel que siempre habíóa expresado repugnancia ante la mezcla de arte y dinero, estaba encantado de haber firmado un contrato por dos mil francos. "Ayer, por fin, envieó La Bovary a Du Camp, unas treinta páginas maó s delgada, sin contar muchas líóneas borradas aquíó y allaó ," escribioó a Bouilhet el 1 de junio. "Suprimíó tres de los interminables sermones de Homais, un paisaje completo, las conversaciones de la burguesíóa en el baile, un artíóculo de Homais, etc., etc. Asíó que ya ves, viejo, queó heroico he sido. ¿Ha mejorado el libro por todo eso? Ciertamente se mueve mejor ahora. Si vuelves a visitar a Du Camp, me gustaríóa saber queó piensas del libro." Cuando Du Camp queríóa nuevos recortes, Flaubert le dijo a Bouilhet que cualquier auto-mutilacioó n forzada seríóa su muerte. Bouilhet lo llamoó hipocondríóaco, y Flaubert convirtioó esta dura afirmacioó n en una metaó fora que comparaba el danñ o infligido por los editores a la enfermedad contraíóda de las prostitutas. "¿Coó mo puedes esperar que mantenga la calma y mantenga la confianza despueó s de todos las palizas mentales (esas son peores que las fíósicas) que he sufrido, una tras otra? ¿Acaso no todos los libros que he escrito trajeron otro episodio de síófilis? Todo lo que tengo que mostrar durante mucho tiempo, el coito 282
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doloroso es un encantador chancro en mi orgullo." Hacer lo convencional — vivir en Paríós y transmitir el propio trabajo — habíóa sido una tonteríóa, se lamentoó . Habíóa desaparecido su mundo de serenidad artíóstica. "Ahora estoy lleno de dudas y disgustos y de experimentar algo nuevo: ¡escribir me aburre! Siento por la literatura el odio de la impotencia." Bouilhet, que estaba muy ocupada con los preliminares de la puesta en escena de una obra en cinco actos, Madame de Montarcy, en el teatro Odeó on, tratoó las amenazas del retiro de Flaubert como una rabieta histrioó nica. "Te equivocas al arrepentirte de la proó xima publicacioó n," escribioó . "No podríóas permanecer siempre solitario. Los despidos desdenñ osos del puó blico no funcionan. A pesar de lo estuó pido que es, el puó blico involuntariamente nos mantiene alerta, y creo que este enfrentamiento nos agranda." De hecho, Madame de Montarcy tendríóa eó xito.266 Cualquiera que sea la ampliacioó n que pueda surgir de un enfrentamiento con el puó blico en general, la lucha de Flaubert con La Revue de Paris solo prometioó disminuirlo, en todos los sentidos. Laurent-Pichat se unioó a Maxime Du Camp para instar a que la boda en el campo de Emma — una fiesta vulgar y obscena — sea cortada y la escena de la feria agríócola abreviada. ¿Temen que los censores del gobierno consideren objetables estos pasajes, uno como saó tira políótica y el otro por obscenidad? ¿O estaban ejerciendo censura para satisfacer su propio gusto literario? Ambos, sin duda. El 14 de julio, Díóa de la Bastilla, Du Camp envioó a Flaubert una propuesta imperiosa, con las notas de Laurent-Pichat adjuntas, que tuvo el mismo efecto que una real lettre de cachet267 condenando a su destinatario a prisioó n en una fortaleza. Si la oreja de Louise todavíóa estuviera disponible, Flaubert podríóa haberla llenado con las sospechas que habíóa expresado anñ os antes: que "pesaban" sobre Du Camp, que Du Camp, que praó cticamente lo habíóa omitido de las fotografíóas publicadas tomadas en Egipto y retiraó ndolo completamente a eó l de su relato del viaje, lo queríóa fuera. Du Camp escribioó : Una caó lida recomendacioó n fue el uó nico comentario que hice cuando le di a Laurent tu libro. Alcanzamos de forma independiente la misma sierra para acortarla. Su consejo es bueno y no debes tomar otro. En el asunto de publicarlo con nosotros, seamos los directores de ello: haremos los recortes que consideramos indispensables. A continuacioó n, lo publicaraó s como un volumen en la forma que maó s te acomode: esa seraó asunto tuyo. Mi profunda conviccioó n es que si no haces lo que te digo, te comprometeraó s seriamente y lanzaraó s tu carrera literaria con un trabajo enredado cuyo estilo no seraó suficiente para mantener el intereó s. Seó valiente, cierra los ojos durante la operacioó n y confíóa en nosotros, no necesariamente por nuestro talento sino por la experiencia que hemos adquirido en esos asuntos y nuestro afecto por ti. Enterraste tu novela debajo de un montoó n de cosas, todas hermosas pero todas superfluas.
El furioso autor arregloó una confrontacioó n con Laurent-Pichat y tuvo tres reuniones con eó l, durante las cuales se intensificaron varias docenas de eliminaciones, en su mayoríóa de detalles que reflejaban la inclinacioó n del autor por la "realidad innoble". No serviríóa mostrar salsa babeando de la boca de un viejo duque, el companñ ero de baile de 266La producción fue una fuente de orgullo municipal para los Rouennais. Le Figaro informó que una delegación de cuarenta compatriotas le ofreció un banquete en el Trois Frères Provençaux. En la noche del estreno, le dieron una corona dorada con la inscripción esmaltada: Cornelio redivivo (Corneille revivido). 267orden reservada
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Emma empujando su rodilla entre sus piernas, panñ uelos que lavan las cejas sudorosas, un ninñ o que sufre de coó licos o (dada la situacioó n políótica) un estuó pido farmaceó utico con notables poses napoleoó nicas y, el padre de Charles muriendo de apoplejíóa despueó s de atiborrarse en una "fiesta bonapartista" con companñ eros veteranos. Pero LaurentPichat no dio ninguna razoó n para que se eliminara la mirada de Charles a los ojos de Emma, a menos que las cabezas sobre las almohadas parecieran excesivamente íóntimas. "Pichat acaba de decirme 'síó' a míó. Pero hubo friccioó n y tuve que desenvainar mi espada, como dicen. Se acuerda formalmente que no cambiareó nada."268 EÁ l celebroó su victoria en el Theó aôtre du Cirque, donde Freó deó rick Lemaíôtre y Beó atrix Person, la actriz con la que habíóa iniciado una aventura, estaban en la lista, haciendo brindis detraó s del escenario. Este fue solo el primer episodio de lo que demostroó ser una lucha prolongada. La Revue no comenzoó la serializacioó n de Madame Bovary hasta el 1 de octubre, un mes despueó s. Mientras tanto, durante todo el verano, Flaubert trabajoó como esclavo sobre La Tentation de Saint Antoine, organizaó ndolo de manera diferente y lamentando el hecho de que Bouilhet no estaba en Croisset para escucharlo leerlo en voz alta. Una invitacioó n para asistir a la boda de la hija de EÁ lisa Schlesinger, Marie, en Baden-Baden despertoó buenos recuerdos, pero problemas financieros lo mantuvieron maó s o menos confinado a la casa. Se quedoó quieto y ni siquiera visitoó a Ernest Chevalier en Chaô teauGaillard, que acababa de ser nombrado fiscal del imperio para Metz despueó s de un períóodo como fiscal adjunto en Lyons. Las clases de ingleó s con la sucesora de Isabel Hutton, Juliet Herbert, cuyas nalgas apenas podíóa resistir agarrar, fueron su principal distraccioó n. Cuando por fin aparecioó la primera parte de Madame Bovary, LaurentPichat recibioó una carta conciliatoria de Croisset. La vehemencia de su autodefensa, escribioó Flaubert, no deberíóa considerarse como una indicacioó n de que se deleitaba con la miseria que describioó . "Si me conocieras mejor, sabríóas que detesto la vida comuó n y siempre la he evitado lo maó s posible." Decidioó , sin embargo, visitarla esteó ticamente esta vez, "por lo que adopteó un meó todo heroico, significando la observacioó n minuciosa de las cosas y aceptarlo todo, decirlo todo, pintarlo todo." Las objeciones de LaurentPichat pueden haber sido juiciosas, pero salioó mal yendo demasiado lejos. "Te pones en contra de la poeó tica interna que dictaba toda su forma." Su entente cordiale269 se deshizo varios meses despueó s en una discusioó n sobre las uó ltimas entregas, y el editor maó s responsable fue Louis Ulbach, un periodistacpedante y moralista que siempre seraó recordado por la dudosa distincioó n de haber obstaculizado tanto a Flaubert como a Zola en el inicio de sus carreras. (En 1867 citaríóa de manera prominente la novela temprana de Zola, Thérèse Raquin, en un ensayo que caracterizoó el realismo literario como la littérature putride). Flaubert le habíóa permitido a reganñ adientes reprimir ese tour de force de cortinaje exhibicionista que es el viaje de Emma a traveó s de Rouen con Leó on, pero ahora La Revue insistioó en que sacrificara escenas en las que Rodolphe y un notario intentaran sacar ventaja sexual de su situacioó n financiera. "En mi opinioó n, ya he renunciado mucho y la Revue me haríóa conceder auó n maó s," escribioó a Laurent-Pichat el 7 de diciembre. "Ahora entiendo, no hareó nada, no hareó ninguna correccioó n, no eliminareó nada, ni siquiera una coma, ¡nada, 268"Nada" fue una exageración. Acordó eliminar el viaje copulatorio de Emma a través de Rouen con Léon. 269entendimiento o acuerdo cordial
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nada! . . . Si la Revue de Paris siente que estoy comprometieó ndola, si tiene miedo, que simplemente detenga Madame Bovary. No podríóa importarme menos." Con mayor compostura, continuoó observando que la extirpacioó n de tales detalles no blanquearíóa el sepulcro de Emma. "Al suprimir el pasaje del coche de caballos de alquiler, no has eliminado nada de lo que escandaliza . . . Estaó s enjuiciando detalles, pero es el todo lo que ofende. La brutalidad de la obra yace en su corazoó n, no en su superficie. Uno no blanquea a los negros y uno no altera la sangre de una obra. Todo lo que uno puede hacer es empobrecerlo." Para que Flaubert no sea una buena amenaza para demandar, La Revue insertoó una nota de desautorizacioó n del autor con fecha del 15 de diciembre. "Consideraciones que no necesito examinar han forzado a la Revue de Paris a suprimir un pasaje en el nuó mero del 1 de diciembre," se leyoó . "Sus escruó pulos se han vuelto a convocar para el presente nuó mero, ha considerado apropiado eliminar varios pasajes maó s. Por lo tanto, niego la responsabilidad de las siguientes líóneas y le pido al lector que las considere fragmentos, no un todo." Las "consideraciones" que dejoó de lado Flaubert se refieren al hecho de que el gobierno de Napoleoó n III consideraba a La Revue como un campo hostil por haber publicado escritores que, aunque no se habíóan ocupado principalmente de políótica, habíóan renunciado a sus cargos universitarios despueó s del golpe de estado. Se habríóa aprovechado cualquier pretexto para abolir el perioó dico, y "una afrenta al comportamiento decente y la moralidad religiosa" (outrage à la morale publique et religieuse et aux bonnes moeurs) fue la acusacioó n presentada contra Flaubert, la Revue y el impresor en Enero de 1857. Con dos avisos, o advertencias, ya en su expediente policial, la revista, si se declarara culpable, perderíóa automaó ticamente su brevete o licencia. A traveó s de amigos influyentes, incluido Valentine Delessert, que presentoó una peticioó n a la emperatriz Eugeó nie en su nombre, Du Camp y Flaubert trataron de anular el cargo, pero los Ministerios del Interior y de Justicia se mantuvieron firmes. Flaubert, Laurent-Pichat y Auguste Pillet (el impresor) fueron convocados para comparecer ante la Sexta Caó mara Correccional el 24 de enero de 1857. Cuando lo hicieron, su juicio se pospuso una semana. El escrito presentado contra Madame Bovary tal vez pueda entenderse mejor en el contexto no de la ficcioó n sino del teatro contemporaó neo, y del enorme eó xito que tuvo durante las deó cadas de 1850 y 1860 el dramaturgo preeminente de Francia, Alexandre Dumas hijo. El adulterio era su tema obsesivo. Tan eneó rgicamente Dumas hijo deploraba las relaciones irregulares del tipo al que le debíóa su propio nacimiento ilegíótimo que, como el coó frade encargado de darle la bienvenida en la Academia Francesa, utilizoó cualquier arma a su disposicioó n para castigar a las esposas infieles. "Dejen que se cuiden, de ahora en adelante, de esos bonitos cuchillos con mango de jade que permanecen en las mesas, de esas pistolas que sus maridos llevan en sus bolsillos . . . Seguramente esas mujeres tienen un corazoó n firme que no retrocederíóa ante este formidable aparato de moralizacioó n." Con Dumas hijo, el fomulaic, o bienllamado bien-hecho, se convirtioó en un vehíóculo ideado para traer la "ley social" a la casa victoriosa mientras tomando, en ruta, giros inteligentes que le dieron a la bandida (cortesana, aduó ltera, libertina, estafadora) una ventaja momentaó nea pero ilusoria. Nunca se le permitioó a su audiencia salir del teatro sin las ruinas de una trama frustrada o el cadaó ver de una pasioó n ilíócita. 285
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Podríóa decirse que Dumas escribioó obras de teatro para purgar el teatro, ya que sus obras son tíópicamente "conspiraciones" contra el orden burgueó s, sus antagonistas impostores que llevan vidas dobles o albergan secretos censurables, sus escenas de ensayo de desenlaces en las que el actor se encuentra (o maó s a menudo, ella misma) desenmascarada, y su heó roe de Sociedad es representado por un personaje comuó n parecido a los sabuesos de las modernas novelas de detectives, quien desenreda los planes criminales con notable lucidez. Este detective, a quien Dumas llamoó Razonador, montaba guardia entre el escenario y la audiencia. Sin embargo, un drama inmoral, el Razonador siempre estuvo ahíó, orientando la percepcioó n moral del puó blico desde dentro de la obra, asegurando a los espectadores burgueses que teníóan la ventaja, alejaó ndolos de su lado oscuro con anaó lisis urbanos que reducíóan el inframundo a algo predecible, mecanicista y finalmente sin peso. Familiarizado con los enganñ os de ese mundo como solo alguien podríóa ser quien los habíóa visto jugados a menudo antes, no censuroó lo que ocurrioó en el escenario sino que lo filtroó a traveó s de su cíónica inteligencia o lo desarmoó en elegantes discursos hechos para ser llevados a casa y citados. "Citan sus reó plicas y difunden sus aforismos. El nuó mero de personas reputadas por su ingenio que lo plagian todos los díóas es innumerable," observoó un críótico. Si la burocracia durante el Segundo Imperio hubiera tenido su camino, podríóa haber requerido que cada trama publicada incluyera un Razonador. Cuando el gobierno presentoó cargos contra Madame Bovary, Ernest Pinard, el fiscal imperial que pedíóa la prohibicioó n de la circulacioó n de Madame Bovary, declaroó : "¿Quieó n en este libro puede condenar a esta mujer? Ninguno. Tal es nuestra conclusioó n. En este libro no hay un personaje que pueda condenarla. Si encuentras un solo caraó cter juicioso, un solo principio en virtud del cual el adulterio es estigmatizado, entonces estoy equivocado. Pero si no hay un solo personaje que pueda hacerla inclinar la cabeza, no es una idea o una líónea en virtud de la cual se castiga el adulterio, entonces soy yo quien estaó en lo cierto y el libro es inmoral." Parece probable que haya uno u otro de los afectuosos custodios de Dumas que defienden los mejores intereses de la sociedad, aseguraó ndose de que las personas no se abandonen a sus propios recursos, que la imaginacioó n no se vuelva loca, que la virtud siempre triunfe. Lo que expresoó fue un temor prevaleciente entre la burguesíóa de que sin tal figura, cualquier cosa podríóa ser posible. Y, de hecho, el tiempo le demostroó que teníóa razoó n, porque el tiempo veríóa la foó rmula que Dumas desplegoó en nombre de un orden racional recurrido a la cuenta de Sinrazoó n por los dramaturgos del siglo XX. En Enrique IV y Seis personajes, de Pirandello, por ejemplo, el Razonador se convirtioó en el detective de un misterio insoluble, o el defensor de la locura que acusa a la audiencia criminal, proclamando ilusiones privadas maó s reales que el llamado mundo real. El fiscal de Flaubert argumentoó que Madame Bovary era "una pintura admirable desde la perspectiva del talento, pero execrable a la de la moralidad . . . Monsieur Flaubert puede embellecer sus pinturas con todos los recursos del arte, pero sin ninguna precaucioó n; en su obra no hay gasas, ni velos — muestra la naturaleza en bruto." Dado que Flaubert invariablemente dibujaba una cortina sobre las escenas eroó ticas de Emma, la acusacioó n de Pinard puede parecer extranñ a, a menos que quiso decir que un gesto discreto en el penuó ltimo momento de un striptease solo despertoó la imaginacioó n del lector, haciendo que la desnudez fuera auó n maó s lasciva, o a menos que coincidiera con Flaubert eó l mismo que el escaó ndalo de Madame Bovary habíóa sido 286
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criado en su hueso. La literatura realista fue justamente estigmatizada por los moralistas cristianos, declaroó Pinard, no porque retratara las pasiones — el odio, la venganza, el amor, son materia de la vida y el arte, dijo — sino porque los retratoó sin esa disciplina de un preceptor interno. "El arte que no observa ninguna regla ya no es arte; es como una mujer que se desnuda por completo. Imponer la uó nica regla de la decencia puó blica al arte no es subyugarla sino honrarla." Ernest Pinard puso fin a su acusacioó n con la observacioó n de que el adulterio siempre y en todas partes se condenoó por socavar a la familia sobre la cual el orden social descansaba como un pilar sobre su base. El maíôtre Jules Seó nard, a su vez, comenzoó su respuesta con un discurso sobre la familia de la que habíóa salido su cliente. Un notable de Rouen que habíóa alcanzado prominencia nacional como presidente de la Asamblea Constituyente durante la Segunda Repuó blica, Seó nard sabíóa de queó hablaba al elogiar a Achille-Cleó ophas y Gustave. Es muy posible que el padre Flaubert haya sido su meó dico personal; Flaubert el hijo habíóa sido amigo desde la infancia de su yerno, Freó deó ric Baudry. "Caballeros," declaroó , "un gran nombre y grandes recuerdos conllevan obligaciones. Los hijos de M. Flaubert no le han fallado. Eran tres, dos hijos y una hija . . . El hijo mayor fue considerado digno de suceder a su padre . . . El maó s joven se para frente a ti, en el bar. El que les dejoó una considerable fortuna y un nombre ilustre, les dio la necesidad de ser hombres de corazoó n e inteligencia, hombres uó tiles. El hermano de mi cliente se lanzoó a una carrera que exige el servicio a los demaó s todos los díóas. Mi cliente mismo ha dedicado su vida al estudio, a las letras y al trabajo que se procesa ante usted es el primero." Este trabajo, continuoó diciendo, fue el fruto de un estudio profundo y una larga meditacioó n. "M. Gustave Flaubert es un hombre de caraó cter serio, naturalmente atraíódo por asuntos graves, por cosas tristes." Flaubert estuvo de acuerdo en que estas no eran las circunstancias para justificar la impersonalidad del autor. La culpa o la inocencia dependeríóan de las conclusiones sobre la aptitud moral de la novela, y Seó nard, despueó s de exaltar el linaje de Flaubert, describioó a Madame Bovary como una novela cuya elocuencia y poder se empleaban solo para dramatizar ilusiones fatales para la vida familiar. Lejos de ser licencioso, el libro era caustico. La religioó n sensual y edulcorada que se ensenñ aba a las joó venes era, en opinioó n de Seó nard, uno de los peligros que retrataba Flaubert. "¡Ah! ¡Me acusaraó s, en mi retrato de la sociedad moderna, de haber confundido la sensualidad y el elemento religioso!," exclamoó . "Maó s bien, acuse a la sociedad en cuyo seno nos encontramos, no al hombre que, como Bossuet (el obispo del siglo XVII), grita: '¡Despierten y tengan cuidado con el peligro!', Dicieó ndole al jefe de la familia: 'Cuíódate, tuó no les estaó n dando buenos haó bitos a tus hijas. En todas esas mezclas de misticismo hay algo que sensualiza la religioó n' — eso es decir la verdad. Es por esto por lo que acusas a Flaubert, es por esto por lo que alabo su conducta. Síó, ha hecho bien en advertir a las familias de los peligros de la exaltacioó n en joó venes que practican pequenñ as devociones en lugar de abrazar una fe fuerte y severa que los sustente en su hora de debilidad." Seó nard giroó haó bilmente las flechas de Pinard contra el arquero y fortalecioó su suó plica invocando la buena opinioó n de un famoso poeta conocido por la "castidad" de sus escritos: Lamartine. Despueó s de la sexta y uó ltima entrega de Madame Bovary en La Revue, Flaubert recibioó una invitacioó n para encontrarse con Lamartine. Durante su primer intercambio, Lamartine le dijo que era el mejor libro que habíóa leíódo en veinte anñ os. El suicidio de Emma, un gesto expiatorio inconmensurable con sus pecados, lo habíóa 287
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dejado devastado. Para hacer que el libro sea enjuiciado, se dice que le dijo, era malinterpretar por completo su caraó cter. "El honor de nuestro paíós y nuestra era se veríóa manchado si hubiera un tribunal capaz de condenarlo." El maíôtre Seó nard insistioó en la rectitud moral de Madame Bovary, senñ alando que no concluyoó con una Emma moribunda sino con un Charles que es Charles hasta el final — simple, vulgar, sin duda, pero conmovedor en su obediencia y amor inquebrantable. Para preparar a su abogado, Flaubert habíóa reunido en su propia defensa obras literarias honradas como accesorios del canon claó sico. "Toda la literatura claó sica autorizoó pinturas y escenas que van maó s allaó de las permitidas," declaroó Seó nard (identificaó ndose con su cliente). "Podríóamos haber justificado una irreverencia mucho mayor en nombre de la imitacioó n claó sica. Nosotros no. Nos impusimos una sobriedad que usted tomaraó en cuenta. Si, aquíó y allaó , M. Flaubert puede haber sobrepasado la líónea que eó l mismo dibujoó , permíótame recordarle que este es un primer trabajo, que incluso si se cree que se ha equivocado, su error no tendraó ninguó n efecto perjudicial sobre la moral puó blica." El tribunal deliberoó durante dos semanas y su veredicto se publicoó en la Gazette des Tribunaux el 9 de febrero de 1857. Despueó s de una letaníóa de "dados," que incluyoó estos: Dado que Gustave Flaubert protesta por su respeto por la correccioó n y todo lo relacionado con la moral religiosa; dado que aparentemente su libro, al igual que otras obras, no ha sido escrito con el uó nico propoó sito de satisfacer las pasiones sensuales, el espíóritu licencioso y el libertinaje, o ridiculizar las cosas que deben estar rodeadas de respeto universal; dado que su uó nica falla fue haber perdido de vista las reglas que todo escritor que se precie no debe violar, y haber olvidado que la literatura, como el arte, lograraó el bien que estaó llamado a hacer solo si es casto y puro tanto en sustancia como en forma; . . .
falloó a favor de Flaubert. "En estas circunstancias, como no se ha establecido indiscutiblemente que Pichat, Gustave Flaubert y Pillet sean culpables de las violaciones que se les imputan, el tribunal los exime de los cargos presentados y los exime de los costos judiciales." La Revue de Paris por lo tanto, sobreviviríóa para ver otro anñ o (pero solo uno maó s), y Madame Bovary para llegar al puó blico, casi en forma íóntegra, como un libro. Si Flaubert lo dejaríóa aparecer entre tapas era la pregunta. Al principio parecíóa estar totalmente en contra de arriesgar cualquier cosa maó s en nombre del trabajo. Su satisfaccioó n con el veredicto favorable no duroó mucho, a juzgar por cartas escritas inmediatamente despueó s del fallo. A todos los que lo felicitaron se les dijo que no publicaríóa la novela en ninguna forma si lo tuviera que hacer de nuevo, que una disputa tan ajena al arte lo dejoó completamente disgustado consigo mismo, que habíóa llegado a considerar el mutismo de los peces como un envidiable estado. ¿Y coó mo podíóa eó l registrar las fantasíóas de San Antonio para el consumo puó blico cuando la burocracia se enfurecioó por una novela relativamente inofensiva? ¿Coó mo podríóa uno mover la pluma con la imaginacioó n encadenada? "Me pregunto si es posible decir algo hoy en díóa, tan implacable es la hipocresíóa puó blica," escribioó a Maurice Schlesinger, quien se mantuvo al tanto de las conversaciones parisinas de la ciudad en Baden-Baden. "¡Incluso la gente mundana bien dispuesta hacia míó me encuentra inmoral! ¡Impíóo! ¡Seríóa aconsejable en 288
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el futuro que no dijera esto o lo otro, que mire mi paso, etc., etc.! ¡Ah, cuaó n irritado estoy, querido amigo!" En una sociedad aleó rgica a la verdad sin adornos, donde el daguerrotipo ofendioó (afirmoó ) y la historia se consideroó como saó tira, cada idea concebida por su pobre cerebro parecíóa reprobable. "Lo que habíóa planeado publicar a continuacioó n, un libro que me costoó anñ os de investigacioó n y erudicioó n, me llevaríóa a la caó rcel." Schlesinger recibioó el retrato de un vencedor desanimado tendido en su sofaó , fumando anillos de humo. Sin embargo, este retrato no reflejaba la verdad desnuda. En diciembre, el editor de Louis Bouilhet, Michel Leó vy, habíóa propuesto lanzar al mercado a Madame Bovary en una coleccioó n que incluíóa obras de Gautier, Stendhal y George Sand. Flaubert estuvo de acuerdo, y el 24 de diciembre de 1856, firmaron un contrato cuyos teó rminos, aunque no eran mejores o peores que los que una primera novela normalmente ordenaba, despueó s del eó xito comercial de Madame Bovary parecíóan explotar. No hubo arreglos de regalíóas. Flaubert recibioó ochocientos francos netos por una edicioó n en dos voluó menes, con muchos pasajes restaurados de lo que habíóa sido cortado por La Revue de Paris (aunque no antes de las escenas que habíóan sido reescritas media docena de veces, en un frenesíó de perfeccionismo). Aparecioó en abril, vendieó ndose a un franco por volumen. El autor difundioó copias de cortesíóa por todas partes. Champfleury, un partidario vehemente del realismo literario, escribioó para decir que nada tan notable habíóa cruzado su escritorio en anñ os: "Has tocado el acorde correcto en tu primer intento. Queó date con eso [y] no te preocupes por los pelagatos y los estudiosos de la moda." Leó on Gozlan, un cronista que una vez estuvo estrechamente asociado con Balzac, declaroó que la novela pondríóa fin a la buó squeda romaó ntica de los paó jaros azules: "La imagen que pintas del desorden de esta pobre mujer tiene una dimensioó n y final pocas veces encuentrado en el mismo artista." Desde su ciudad natal de Grenoble, un joven de letras escribioó que se sentíóa bien posicionado para admirar a Flaubert por sus descripciones finamente observadas de la vida provincial. Las mujeres de Grenoblois eran una audiencia entusiasta, informoó . "[Ellas] bovarizaron un poco por su cuenta y se han reconocido, no sin placer, en tu novela. Mi informante es un amigo que ensenñ a filosofíóa en el liceo local — un gran bovarista el mismo, que leyoó tu novela antes que yo y me trajo la primera copia." Desde Guernsey (donde Louise Colet habíóa visitado recientemente a su residente maó s famoso, con el riesgo de ser denunciada por los espíóas napoleoó nicos), Víóctor Hugo lanzoó alabanzas de alto vuelo y nebulosas: "Ha producido un hermoso libro, senñ or, y me complace decíórselo. Entre nosotros existe una especie de víónculo que me une a su eó xito. Recuerdo sus encantadoras y nobles cartas de hace cuatro anñ os y veo su juego de sombras en las hermosas paó ginas que me estaó dando para leer hoy. Madame Bovary es un trabajo real." EÁ l apodoó a Flaubert un "espíóritu guíóa" de su generacioó n y lo instoó a mantener en alto la antorcha llameante del arte. "Estoy en las sombras, pero estoy enamorado de la luz, lo que quiere decir que lo amo." En cuanto a los comentarios del puó blico, el críótico literario maó s distinguido de Francia, Sainte-Beuve, dedicoó cuatro largas columnas de Le Moniteur Universel a Madame Bovary en una críótica que expresaba una admiracioó n calificada. Alaboó un libro que no dejoó nada a las improvisaciones de una pluma faó cil. Verdaderamente "escrito" y "meditado", era arte, sin duda, pero algo menos que arte elevado, estar imbuido del espíóritu cientíófico de una era desconfiada de las alturas. "Aparentemente comenzoó hace 289
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varios anñ os, llegoó a buen teó rmino en el momento justo. Debe leerse despueó s de una noche en el teatro escuchando el diaó logo limpio y níótido de Alexandre Dumas hijo, o aplaudiendo a Les Faux Bonshommes, o entre dos artíóculos de Taine. Porque en muchos pasajes y disfraces reconozco un cambio de direccioó n literaria: hacia la ciencia, un espíóritu de observacioó n, madurez, fortaleza, algo de dureza. Son rasgos afectados por hombres de primera líónea de la nueva generacioó n." Flaubert manifestoó todos estos rasgos al retratar personajes, y víóvidos, desde un punto de vista clíónico. Para ninguno de ellos, escribioó Sainte-Beuve, ¿traicionoó una afinidad personal? "Nadie lo preparoó para otro propoó sito que no sea el retrato preciso y sin barniz, no se perdonoó a nadie como uno podríóa perdonar a un amigo. Se ha distanciado por completo de la escena, solo estaó allíó para verlo todo, mostrarlo todo y decirlo todo, pero en ninguó n rincoó n o grieta se ve su perfil. El trabajo es completamente impersonal. Es una gran exhibicioó n de fuerza." ¿Esta fortaleza no era tambieó n la debilidad del novelista? eó l preguntoó . ¿La deficiencia de su virtud no era la ausencia radical de la virtud? Sainte-Beuve invitoó implíócitamente a Flaubert a imitar a Dumas hijo, con quien de otro modo compartíóa una socarroneríóa de perspectiva, y en el futuro tendraó al menos un modelo o Rezonador que levante la mala reputacioó n de los personajes. "Lo bueno estaó muy ausente. Ninguó n personaje lo representa . . . El relato tiene una historia moral y terrible: su autor no la ha articulado en muchas palabras, pero ciertamente estaó ahíó para que la atraccipon de los lectores." Flaubert se apresuroó a agradecer a Sainte-Beuve por discutir el libro con tanta amplitud y bajo una luz en gran medida favorable. Su uó nico punto de contencioó n confeso fue personal. "No me juzgue por esta novela," suplicoó . "No soy de la generacioó n a la cual usted me refiere — al menos no en mi corazoó n. Preferiríóa pertenecer a la suya, me refiero la buena, aquella de 1830. Todos mis amores residen allíó. Soy un viejo perro loco, loco o enojado, como desee. Este libro es para míó una cuestioó n de arte puro y un propoó sito establecido. Nada maó s. Pasaraó mucho tiempo antes de que intente algo asíó de nuevo. Fue físicamente doloroso de escribir. De ahora en adelante deseo vivir . . . en ambientes menos nauseabundos." Le dijeron que en la burguesíóa de Rouen, otro ambiente que consideraba nauseabundo, el artíóculo de Sainte-Beuve habíóa causado una fuerte impresioó n, aunque solo fuera por su extensioó n. Para eó l, por lo tanto, sirvioó un propoó sito íóntimamente gratificante. Al igual que EÁ mile Zola, que nunca dejoó de denigrar a su ciudad natal, Aix-en-Provence, o de querer reconocimiento allíó, Flaubert siempre insistioó en saber lo alto que era en los ojos de sus despreciados compatriotas. 270 Una reó plica a las críóticas de Sainte-Beuve se produjo cinco meses despueó s, el 18 de octubre de 1857, en una resenñ a de Charles Baudelaire, quien el 27 de agosto habíóa comparecido ante el mismo tribunal que Flaubert y habíóa enfrentado los mismos cargos, con resultados diferentes. "Varios críóticos han dicho: este trabajo, que es 270Una indicación de su estatura se puede encontrar en las memorias del fotógrafo Nadar, publicado en 1864. Recuerda haber conocido a un joven Rouennais de buena familia y asumir, en una conversación, que el reciente y muy merecido éxito de Madame Bovary llenó de orgullo a sus compatriotas normandos. "¿Así que realmente le parece hermoso?" [El Rouennais] respondió, en un tono superior rotundamente despectivo de M. Flaubert. '¡Yo mismo no lo encuentro así! Además, el autor es raro, y en Rouen no podemos soportar esos personajes. Antes de 1848, se apartó al negarse a unirse a la Guardia Nacional. Y luego, de repente, sin decir nada, se fue a África. ¡No nos gustan esos tipos en Rouen!'" Flaubert pensó que la anécdota sonaba cierta.
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verdaderamente hermoso en el detalle y la intensidad de sus descripciones, no contiene ninguó n personaje que represente la moralidad o que hable por la conciencia del autor," escribioó en L'Artiste, que publicoó extractos de La Tentation de Saint Antoine (versioó n recieó n revisada de Flaubert) el enero anterior. "¿Doó nde estaó eó l, ese personaje proverbial y legendario cuya obligacioó n es explicar la faó bula y guiar la inteligencia del lector? En otras palabras, ¿doó nde estaó la acusacioó n?" Como alguien a quien le gustaríóa haber visto decapitar a los preceptores internos, calificoó la pregunta como un "absurdo" basado en una confusioó n de funciones y geó neros. La verdadera obra de arte no necesitaba ninguna acusacioó n. Tampoco necesitoó un sujeto elevado para alcanzar estatura. El autor de Madame Bovary pretendíóa demostrar que "todos los sujetos son indiferentemente buenos o malos seguó n el tratamiento que reciben," y el maó s vulgar se adaptaba mejor a sus propoó sitos. Baudelaire se hizo el ventríólocuo de Flaubert. "Dado que nuestros oíódos se han llenado uó ltimamente con la pueril cantarina de varias escuelas," eó l imaginoó a Flaubert pensando, "ya que hemos escuchado hablar mucho de un programa literario llamado 'realismo' — un juramento lanzado hoy en díóa a cualquier cosa analíótica, vaga y elaó stica palabra que significa, para los filisteos, no un nuevo meó todo de creacioó n, sino la descripcioó n minuciosa de los accesorios — aprovecharemos este embrollo . . . Extenderemos un estilo nervioso, pintoresco, sutil y exacto sobre un lienzo banal. Vertiremos grandes sentimientos en la aventura maó s trivial. Las palabras solemnes y decisivas escaparaó n de las bocas necias." La heroíóna, agregoó , no necesita ser una verdadera heroíóna. La buena apariencia, los nervios, la ambicioó n y las fantasíóas de un mundo superior bastaríóan para hacerla interesante. "Nuestra pecadora por lo menos poseeraó la virtud, una maó s bien poco comuó n, de no tener ninguó n parecido con las ostentosas parlanchinas de la generacioó n anterior." Baudelaire tambieó n senñ aloó que Emma tiene un temperamento claramente masculino, e infirioó que maó s de Flaubert que Sainte-Beuve permitioó haberse filtrado a traveó s de la fachada de la impersonalidad del autor. En una nota enviada desde Croisset el 21 de octubre, Flaubert le dio las gracias. La resenñ a, escribioó , le habíóa dado una enorme satisfaccioó n. "Entraste en los arcanos del trabajo como si nuestros cerebros estuvieran conectados. Lo has sentido y lo has entendido completamente." Lo que debe haber aumentado su placer fue la alabanza que Baudelaire reservoó para La Tentation de Saint Antoine, que abundaba en cualidades de lirismo e ironíóa especialmente atractivas para el poeta. "Hay pasajes deslumbrantes," escribioó . "No me refiero solo al banquete prodigioso de Nabucodonosor o a la pequenñ a y loca Sheba, esa aparicioó n en miniatura de una reina que baila en la retina del asceta . . . [pero] a la corriente subterraó nea de sufrimiento rebelde que atraviesa la obra, el hilo oscuro que lo guíóa a uno a traveó s de este pandemoníóaco agujero de gloria de la soledad." Era todo lo que a Flaubert le hubiera gustado escuchar de Bouilhet y Du Camp.
PARA JUNIO Flaubert se reprendioó por haber aceptado la irrisoria tarifa de ochocientos francos, como si un autor maó s astuto que eó l, o menos desdenñ oso en el comercio, hubiera arrebatado mejores teó rminos a Leó vy, incluso para una primera novela. Con quince mil copias vendidas y una segunda impresioó n en proceso, calculoó su peó rdida en 291
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cuarenta o cincuenta mil francos, una suma que habríóa aliviado la carga financiera de Mme Flaubert. (Puede haber equiparado el ingreso con la masculinidad, pero tambieó n hizo lo contrario, enorgullecieó ndose de los caó lculos de la peó rdida — a veces muy exagerados — que, como su sufrimiento, indicaban la pureza y la autenticidad de su vocacioó n.) La economíóa de Croisset no era lo que habíóa sido, en parte porque Flaubert, para disgusto de su madre, gastoó maó s despilfarradoramente que nunca. Incluso mientras el dinero fluíóa entre sus dedos — diez mil francos durante la primera parte de 1857 solo, por su propia cuenta — no se recaudaba nada de un arrendatario con seis mil francos de atrasos, a pesar de los mejores esfuerzos del sobrino de Mme Flaubert, Louis Bonenfant, quien ahora manejaba su patrimonio. Una mujer inquieta y cautelosa, vendioó su carruaje (uno de los lugarenñ os, el padre Jean, transportaríóa a los Flaubert a Rouen cuando fuera necesario) y lamentoó haber despedido a la institutriz de Caroline, Juliet Herbert. Dedicar Madame Bovary a Jules Seó nard, asíó como a Louis Bouilhet, fue un gesto adecuado, ya que la excelente defensa del abogado lo habíóa liberado para beneficiarse del furor del litigio. Y la fama, que llegoó virtualmente de la noche a la manñ ana, parecíóa maó s deseable de lo que era antes de que eó l la adquiriera. "Estoy, es cierto, lleno de honores," admitioó a su prima Olympe Bonenfant. "Soy criticado y apreciado, denigrado y elogiado . . . Queó alegríóa hubiera dado a tu pobre padre [François Parain], si hubiera vivido, ver celebridades conferidas a su sobrino. . . . Los artíóculos del perioó dico lo habríóan hecho desmayarse de placer o indignacioó n." Algunos anñ os maó s tarde, cuando el estado consagroó la fama de Flaubert nombraó ndolo a la Legioó n de Honor, un amigo se preguntoó si el reconocimiento oficial habíóa disipado todos los amargos recuerdos del juicio. No los habíóan disipado en absoluto, respondioó ; eó l era arcilla para recibir impresiones y bronce para preservarlos.
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PARIÁS EN 1857 era marcadamente diferente de la capital que Flaubert habíóa habitado como estudiante de derecho. Louis-Napoleon no solo se habíóa coronado a síó mismo emperador Napoleoó n III, sino que habíóa llevado a cabo un suenñ o imperial que habíóa empezado a obsesionarlo durante su internamiento en la fortaleza de la prisioó n de Ham, cuando declaroó : "Quiero ser un segundo Augusto, porque Augusto . . . hizo de Roma una ciudad de maó rmol." Tales aspiraciones podríóan haber impresionar a su carcelero como megaloó mano. A fines de la deó cada de 1850 eran una políótica oficial. Las cuadrillas bajo la supervisioó n de su infatigable prefecto, Georges Haussmann, habíóan trabajado arduamente para abrir el Barrio Latino y permitir que el traó fico fluya sin impedimentos, y los vehíóculos que antes subíóan por las estrechas calles medievales ahora se movíóan a lo largo de una amplia víóa nivelada conocida como el "boulevard de Sebastopol — rive gauche." Pronto se le cambioó el nombre al bulevar Saint-Michel, despueó s de que se instaloó una fuente de estatuas cerca de su interseccioó n con el muelle. En esa interseccioó n se revelaron auó n maó s cambios dramaó ticos, ya que al otro lado del Pont Saint-Michel se abríóa una gran brecha en la IÎle de la Citeó , donde, poco antes, diez mil miembros del proletariado lumpen de Paríós habíóan vivido en indecible miseria. Atraó s quedaron los cabarets sucios hechos famosos por el popular novelista Eugeè ne Sue en Les Mystères de Paris, la antigua morgue que Dickens encontroó tan extranñ amente irresistible, los burdeles a lo largo de la rue Saint-EÁ loi, el laberinto de sinuosas callejuelas adoquinadas que consiguieron un banñ o completo solo cuando el Sena los inundoó . Alrededor de la catedral de Notre-Dame yacíóa la tierra cubierta de escombros, y desde el punto de vista de Quasimodo se podíóa ver claramente transformaciones similares en la orilla derecha. Allíó, atravesando el corazoó n laberíóntico del revolucionario Paríós, el bulevar de Sebastopol se encontraba con la rue de Rivoli, que ahora corríóa hacia el este maó s allaó de su elegante manga de arcadas. Los barrios que se extendíóan entre el Louvre y el lugar de la Bastilla ya no formaban una fortaleza de clase baja ideal para las barricadas de la guerra de guerrillas y la propagacioó n del coó lera morbus. Con esas embestidas del ejeó rcito del Baroó n Haussmann, habíóan perdido su frontera ininterrumpida, y en poco tiempo se veríóan obligados a ceder tambieó n su interioridad. Las personas desalojadas despiadadamente de sus hogares no estaban solas para sentirse perdidas. Mientras Haussmann orgullosamente vio desplegarse su gran disenñ o en los anillos conceó ntricos, cuadrados, cíórculos y radios que impusieron la loó gica teatral a lo que habíóa sido desordenado, la nostalgia superoó a escritores e ideoó logos, quienes consideraron este esquema geomeó trico como fatal para un mundo lleno de recuerdos. "Soy un extranñ o para lo que llama, para lo que es, como lo soy para estos nuevos bulevares, implacablemente rectos . . . que ya no llevan el aroma del mundo de Balzac, sino que anuncian algo de la Babilonia Americana," senñ aloó Jules de Goncourt en 1860. Y tres anñ os maó s tarde, con problemas durante las elecciones legislativas, Proudhon sintioó que el espíóritu de 1848 pasaba por "el nueva, monoó tona y fatigosa ciudad de Haussmann con sus bulevares rectilíóneos, sus gigantescos hoteles, sus magníóficos pero no visitados muelles, su ríóo tristemente puesto para transportar arena y piedra, . . . sus plazas, sus teatros, sus nuevos cuarteles, su macadaó n, su legioó n de barrenderos y el polvo espantoso: esta ciudad cosmopolita donde los nativos no pueden ser relatados por los alemanes, los baó tavos, los americanos, los rusos, los aó rabes, todo sobre ellos." El socialista se unioó asíó al realista para oponerse a una cabeza auto-coronada cuya capital 293
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encarnaba su arte esceó nico. Contra gai Paris — que adquirioó ese nombre en la Exposicioó n de 1855, cuando los extranjeros efectivamente invadieron la capital para admirarla en las primeras etapas de su metamorfosis — mantuvieron vivo el recuerdo del vieux Paris, de un lugar sagrado que se incuba sin consideracioó n por el mundo externo o el futuro. Era la opinioó n establecida de Napoleoó n III de que un gobierno seríóa efíómero a menos que se convirtiera en el empresario de los "mayores intereses de la civilizacioó n". En un estado gobernado tanto por tecnoó cratas criados por la filosofíóa de Claude Henri de Saint-Simon como por el propio Napoleoó n III, los intereses maó s grandes de la civilizacioó n coincidieron con los de la clase empresarial furiosamente trabajando tendiendo víóas feó rreas, tendiendo líóneas de teleó grafos, instalando sistemas de alcantarillado, cavando canales, construyendo faó bricas, lanzando barcos de vapor, fundando grandes almacenes y abriendo mercados mucho maó s allaó de los confines de Francia. Aunque los empresarios habíóan recibido bendiciones de Louis-Philippe antes de 1848, no fue hasta el ascenso de Napoleoó n III que un gobernante establecioó su propia razoó n de ser sobre la idea de que el capital debe fluir a toda costa, y fluir, siempre que sea posible, en obras puó blicas de una magnitud previamente inimaginable. "El gobierno existe para ayudar a la sociedad a superar los obstaó culos a su progreso . . . Es el principal resorte beneó fico de todos los organismos sociales," declaroó el emperador. Reconociendo que la vida econoó mica no podíóa expandirse a menos que se liberara de los grilletes de las finanzas tradicionales, presidioó una revolucioó n que un historiador describe de la siguiente manera: Los preó stamos del gobierno del antiguo reó gimen habíóan sido asumidos, hasta 1847, por firmas bancarias privadas, de las cuales los Rothschild eran los maó s famosos, y el uso que se podíóa dar al dinero estaba limitado por sus intereses — los de una plutocracia internacional en estrecho contacto con las antiguas dinastíóas de Europa . . . Fue con este propoó sito que en 1852 los Hermanos Peó reire — nombre no desconocido en los asuntos financieros de la Revolucioó n — fundaron el primer Creó dit mobilier, que no se limitoó a preó stamos estatales sino que se destinoó a financiar sociedades industriales: y, con el fin de extender su influencia maó s allaó de todo lo que puedan alcanzar los bancos familiares pasados de moda, ofrecioó sus acciones al puó blico en general.
El peligro era de sobreexpansioó n, que llevoó a una crisis en 1867. Cuando ocurrioó , con resultados devastadores, los Rothschild, entre otros banqueros de la vieja líónea, se apresuraron a recordarle a Europa que lo habíóan predicho. Pero durante quince anñ os cruciales, el Creó dit mobilier y su socio, el Creó dit foncier, junto con el Comptoir d'escompte y numerosas Socieó teó s de deó poô t, todos respaldados por el Banco de Francia, financiaron la industria y la agricultura, convirtiendo a Paríós en el centro financiero del Continente. Lo que trajo consigo esta revolucioó n fue un estado de cosas que inspiroó la ocurrencia a menudo repetida de Dumas hijo en La Question d’argent: "¿Negocio? Es simple: el negocio es el dinero de otras personas." Con el dinero de otras personas, los Peó reires financiaron el Ferrocarril Estatal de Austria, el Banco Imperial Otomano, la Compagnie geó neó rale transatlantique, el Grand Hotel, los servicios puó blicos y las empresas de transporte de Paríós. Los almacenes por departamentos Louvre. El dinero prestado de 294
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los Peó reires o recaudado mediante suscripcioó n puó blica permitioó a fanaó ticos como el baroó n Haussmann y Ferdinand de Lesseps reconstruir Paríós y excavar un canal a traveó s del istmo de Suez. Los visionarios patrocinados por el creó dito son menos grandiosos que estos. Prosperaban en el suenñ o: el creó dito engendraba creó dito, refutaba — o al menos eso parecíóa en el apogeo de Napoleoó n III — la proclamacioó n aritmeó tica del Rey Lear de que "nada saldraó de la nada." Para creer en los Goncourt, el Segundo Imperio Franceó s era una nacioó n notable por su venalidad, con todos los que estaban estafados o en la trampa. "Francia es como el avaro de Molieè re, cerrando su punñ o en torno a los dividendos y la propiedad, listo para someterse a cualquier Pretoriano o Caracalla, listo para soportar a sabiendas cualquier verguë enza — siempre y cuando sus ganancias esteó n seguras," escribieron. "Las oó rdenes y las castas han desaparecido en una lucha donde, como dos ejeó rcitos que huyen, dos tipos de hombres se aplastan entre síó: aquellos, los inteligentes y audaces, que quieren dinero por fas et nefas271, y los coó modos, que mantendríóan su ganancia a cualquier precio." Mientras estos irritables observadores a menudo exageraban los hechos para retratar a una sociedad burguesa que merecíóa el oprobio que acumulaban, es innegable que la revolucioó n industrial engendroó especuladores y malversadores que nadaron en grandes escuelas hacia el olor del beneficio inmediato. Entre los uó ltimos se destaca el medio hermano de Napoleoó n III, Charles, el duc de Morny, un bon vivant completamente sin escruó pulos que trata de vender la influencia que disfrutaba para satisfacer su inmoderado apetito de placer. Morny se distinguioó en la corte por la extensioó n y flagrancia de sus maniobras. Era caracteríóstico del hombre que, despueó s de representar a Francia en la coronacioó n del zar Alejandro, debíóa traer de Moscuó a una novia de dieciocho anñ os, la princesa Troubetzkoi, y junto con ella un papel, del que obtendríóa grandes ganancias, otorgando a Creó dit mobilier los derechos para construir un sistema ferroviario ruso. El emperador habíóa construido una capital romana en Paríós, por lo que Morny construyoó un complejo romano en Deauville, donde los cortesanos cargados de dinero podríóan derrocharlo en el enorme y recargado casino. Los beneficiarios incidentales de este desarrollo, que transformoó una costa alguna vez querida para ellos, fueron los Flauberts, que auó n poseíóan sesenta y cinco acres de tierras agríócolas adquiridas en "Dosville" dos deó cadas antes. El entusiasmo por la participacioó n en los mercados de capital fue febril. Arreciaba en cafeó s y restaurantes, donde las conversaciones giraban en torno a acciones, bonos, hipotecas y obligaciones. Asedioó a los empleados que hacíóan cola fuera de los ayuntamientos parisinos en víósperas de las suscripciones de preó stamos nacionales y permanecieron allíó toda la noche. Cambioó la fortuna sustancial de la tierra a valores. Saludoó a Lesseps en la persona de un cochero que, despueó s de depositarl su dinero en la Compagnie Universelle du Canal Maritime de Suez, anuncioó con orgullo que eó l era uno de sus accionistas. Conducíóa mensajeros uniformados entre la Bolsa de Valores y la Oficina Central de Correos como yo-yos desenrollados a traveó s de Paríós por un cuerpo de oficiales de corredores. Alexis de Tocqueville escribioó que Francia habíóa comenzado a parecerse a una empresa industrial en la que cada operacioó n se llevaba a cabo teniendo en cuenta los beneficios del accionista. La fiebre se hizo sentir en todas partes, pero en ninguó n lugar maó s insistentemente, por supuesto, que en su asiento, la Bolsa, 271por bien y el mal
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desde donde se levantoó un estruendo lo suficientemente fuerte como para ser escuchado hasta las 10 p.m. por los paseantes a muchas cuadras maó s allaó en el boulevard des Italiens. Zola describiríóa víóvidamente la escena en su novela L'Argent, insistiendo en que la especulacioó n se habíóa convertido en un sustituto de la exaltacioó n religiosa, la Bolsa era un templo profano, el broker un chamaó n, la jerga financiera un lenguaje embrutecedor y la misa de los franceses una muchedumbre adoradora. Los escritores maó s conservadores no rinñ eron con la metaó fora de Zola, aunque algunos lo consideraban oportuno para calificarlo o ponerlo en contra de la doctrina impíóa en la que eó l confiaba para el gran disenñ o de su saga ficticia. Sin duda, la tradicioó n habíóa recibido un golpe por circunstancias que escapaban al control de nadie. Donde la sabiduríóa burguesa sosteníóa que el hombre virtuoso planificaba, trabajaba, ahorraba; que colocoó su fe en cosas tangibles; que encontroó la recompensa por todo lo que eó l mismo se imploroó en el avance de sus hijos; y que eó l colocoó a la posteridad como un ejemplo brillante de la regla de oro, las circunstancias ahora instaban a los hombres a creer que la magia que asistíóa el mercado de valores auguraba una nueva distribucioó n. Paríós estaba repleto de inmigrantes de la provincia de Francia que habíóan venido por ferrocarril en busca de fortuna en la capital, pero terminaron en una miserable casa de vecindad fuera de la barrera aduanera comiendo polvo todos los díóas de sus vidas. Maó s parisinos que no se fueron a la cama con hambre por la noche. Pero un jugador siempre podíóa citar a ese otro enjambre en quien la fortuna habíóa sonreíódo, los dorados basureros que lo habíóan enriquecido, el advenedizo que justificaba la afirmacioó n de Tocqueville: "Ya no hay una raza de hombres ricos, como ya no hay una raza de gente pobre; los primeros emergen todos los díóas del seno de la multitud y constantemente regresan a ella." No desde los tiempos de la Revolucioó n, cuando la Convencioó n hizo sang, o sangre aristocraó tica, y el naissance, o el alto nacimiento, quedaran obsoletos al decretar en 1792 Anñ o 1, que los franceses no teníóan nada que perder, pero algo para apostar, saludado tan caó lidamente la perspectiva de perder su pasado. La medida en que la riqueza repentina fomentoó el consumo conspicuo fue maó s evidente en el Boulevard, el distrito alrededor del boulevard Saint Martin que abarcaba los grandes teatros, oó peras, cafeteríóas elegantes y lujosos restaurantes de Paríós. Los dignatarios veníóan de todas partes para deleitarse con el Cafeó Anglais, el Cafeó de Paris, el Cafeó Riche o La Maison d'Or, mientras el centro financiero de Europa se convertíóa en su capital gastronoó mica y chefs como Dugleó reó recapturaban una posicioó n que Francia habíóa perdido bajo Louis-Philippe. Un historiador culinario del siglo XIX declaroó que el Segundo Imperio era para la cocina francesa lo que el reinado de François I habíóa sido para las bellas artes. "Cansado de la anticuada y burguesa cocina del reó gimen anterior, el nuevo tribunal se dedicoó sin cuidado a su buó squeda del lujo y su enamoramiento de las apariencias. Los hogares importantes se dieron a conocer mediante suntuosas recepciones donde la mesa teníóa un lugar de honor. La corte, los ministerios, las embajadas y muchas casas de la ciudad se convirtieron en las escuelas en las que los grandes artistas, exclusivamente franceses, recibíóan su formacioó n. Todos los tribunales extranjeros eran nuestros tributarios." Como algunas de las notables cortesanas conocidas como lionnes o demimondaines, los restauranteros se hicieron millonarios. Las apariencias dictaminaron que Madame Bovary fuera castigada y Fleurs du mal de Baudelaire expurgada, pero Gaieté parisienne de Offenbach condujo un comercio proó spero en el Boulevard, donde los empresarios explotaron la locura puó blica por 296
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espectaó culos de tierra de nunca jamaó s, hazanñ as de magia, muestras de riqueza material, vislumbres de la entrepierna femenina. Todavíóa quedaba un gran teatro en la Comeó dieFrançaise entre la disminucioó n de Rachel y la depilacioó n de Sarah Bernhardt. Y habíóa un genio indudable en las brillantes farsas de Eugeè ne Labiche, que cayeron raó pidamente, a razoó n de ocho o diez al anñ o, para dar empleo a muchos actores franceses. De lo contrario, el arte dramaó tico entroó en serio declive, a medida que los intereses pasaban del teatro al conjuro, y los dramaturgos confiaban cada vez maó s en el teó cnico que ideoó los efectos especiales. The Madonna of the Roses, de Victor Seó jour, por ejemplo, le debíóa todo su eó xito a un fuego simulado con luces de bengala, fuelles, "chispa" y licopodio. Cuando The Battle of Marengo de Dennery tocoó en el Chaô telet, el gerente requisoó varias piezas de artilleríóa de cuatro pulgadas del Ministerio de Guerra y arregloó que sus equipos disparasen proyectiles de fogueo, sin ninguna garantíóa de que el techo de vidrio del teatro pudiera soportar la onda expansiva. Una produccioó n de The African Woman at the Opéra, de Meyerbeer, tuvo lugar en un escenario transformado en una enorme nave que se hacíóa mecer de proa a popa con manos que trabajaban maquinaria debajo de ella. King Carrot, a féerie, o extravaganza, escrita por Victorien Sardou y Jacques Offenbach, en la que un viejo mago que es desmembrado y quemado donde poco a poco emerge del fuego un joven, inspiroó dispositivos de la mayor ingenuidad. "El arte del maquinista utiliza todos sus recursos en la construccioó n de trucos. Algunos de ellos son verdaderas obras maestras," declaroó un teó cnico. "El maquinista es a la vez un carpintero, un ebanista y un mecaó nico. El estudio del disenñ o y de la dinaó mica es indispensable para eó l. La fíósica y hasta la quíómica le proporcionan muchos efectos." Mientras la iglesia acreditaba la visioó n de Bernadette en Lourdes con la esperanza de recuperar algo de su autoridad de la ciencia, el teatro estaba desacreditando el ocultismo con trucos que aumentaban el prestigio del ingeniero. Los que hicieron oíódos sordos al Syllabus of Errors de Píóo IX obtuvieron toda la magia que queríóan en el Boulevard, donde lo sobrenatural, como todo lo demaó s, se convirtioó en un gran negocio. Detraó s del teloó n de fondo y debajo de las tablas del suelo de varias docenas de escenarios, maquinistas y electricistas, pintores de escena y tapiceros, cerrajeros y herreros, fabricantes de fuegos artificiales, fontaneros y maestros de la iluminacioó n hicieron su trabajo al servicio de otra industria, la industria del entretenimiento, que hacíóa escenas de cuento de hadas para el comercio de carruajes, y las fabricaba con la misma meticulosidad con que Viollet-le-Duc aplicaba su restauracioó n de las fortalezas medievales y Napoleoó n III con los adornos de la gloria napoleoó nica. Asíó como los preceptos de Aristoó teles, despueó s de servir al drama heroico durante el siglo diecisiete, llegaron a tiranizar sus imitaciones, entonces la defensa de Victor Hugo de la decoracioó n histoó ricamente precisa vino a justificar los ejercicios virtuosos en el color local. Aprovechando toda la tecnologíóa a su disposicioó n para las féeries272, los mecaó nicos modernos construyeron entornos romaó nticos de los que el heó roe romaó ntico habíóa desaparecido. Esta desaparicioó n fue sintomaó tica. Cuando Jules de Goncourt escribioó : "El dinero es algo muy grande que deja a los hombres muy disminuidos," expresoó la opinioó n sostenida por muchos contemporaó neos de que la opulencia le habíóa costado a Francia su alma, que la grandeza habíóa devenido en la confeccioó n de 272magia, encanto, fantasía.
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chismosos o auxiliares pagos, que el numeral que faltaba entre Napoleoó n I y III denotaba un abismo espiritual en el que los soldados caíódos de "la Grande Armeó e" habíóan apadrinado de alguna manera una nacioó n de pequenñ íósimos oportunistas que subíóan rango tras rango hacia el auto engrandecimiento. Nada era lo que solíóa ser, se lamentaban — ni siquiera el oportunismo. ¿Coó mo podríóa un escritor crear un personaje como Rastignac de Balzac cuando la contrapartida de Rastignac en la Francia moderna sucumbiríóa al diablo sin hacer ninguó n acercamiento a un principio maó s elevado? ¿Coó mo podríóa crear un Vautrin cuando el demonio, lejos de ejercer el magnetismo animal, habíóa adquirido una barriga respetable? "Ah, hoy en díóa es muy difíócil encontrar a un hombre cuyo pensamiento tenga algo de espacio, que te ventile como esas grandes oleadas de aire que uno respira en la orilla del mar," suspiraríóa Norbert de Varenne, el poeta de la novela Bel-Ami de Maupassant, que vende su talento a un magnate de los perioó dicos. "Conocíó a muchos de esos hombres. Estaó n todos muertos." Norbert de Varenne lloraríóa una edad de oro en 1885, el anñ o de la muerte de Víóctor Hugo. Flaubert tambieó n lamentoó el empobrecimiento espiritual de Francia en 1857, cuando lamentoó no pertenecer a la "buena generacioó n." Ese consumado estafador Robert Macaire era, seguó n eó l, maó s contemporaó neo que nunca. CUANDO FLAUBERT, acompanñ ado por su píócaro valet, Narcisse Barette, dejoó la rue de Londres en 1856 por un apartamento maó s grande maó s al este, en el 42 del boulevard du Temple, sin duda encontroó ironíóa y consuelo al saber que Robert Macaire habíóa nacido cruzando la calle, en una de las etapas colectivamente dedicadas al tipo de sangre y truenos que dieron al boulevard du Temple su apodo, Boulevard du Crime. Las cuadrillas de Haussmann auó n no habíóan llegado a este barrio donde los teatros descendíóan del recinto ferial del siglo XVIII, uno al lado del otro, ofreciendo todavíóa obras de mimo, vodevil y melodrama. Desde su posicioó n, Flaubert podríóa haber contemplado el Petit-Lazari, los Deó lassements-Comiques, los Folies-Dramatiques, el Theó aôtre-Lyrique, el Cirque-Olympique y los Funambules. Si se asomaba por la ventana, tambieó n podíóa hablar con Mme Flaubert, que, junto con su nieta, ocupaba un apartamento en el tercer piso, inmediatamente debajo del suyo. Cada uno teníóa cuatro habitaciones, maó s una cocina. Sus vecinos eran relojeros, tintoreros, vendedores itinerantes, comerciantes de papel, y Eugeè ne Deó jazet, el hijo de la gran amiga de Louise Colet, Virginie Deó jazet, una actriz famosa en su eó poca. Justo enfrente del nuó mero 42 habíóa una sala para banquetes nupciales donde las festividades eran claramente visibles a traveó s de una gran ventana. Mirar a los hombres de negro y las mujeres en blanco hacer cabriolas ("como monos," como eó l mismo dijo) fue uno de los principales entretenimientos de un soltero, excepto en los díóas caó lidos, cuando la muó sica lo distraíóa. No todas las personas con las que Flaubert se hizo companñ íóa en Paríós vivíóan en el arte y las letras. Entre los hommes du monde se hizo amigo de Jules Duplan, un hombre de negocios coó mico y culto, formado en su juventud para ser pintor, a quien habíóa conocido en 1851 a traveó s de Maxime Du Camp. Tan ligero como Flaubert era corpulento, Duplan importoó artíóculos de seda y alfombras orientales para la firma de Marronnier et Duplan, viajando regularmente por el Mediterraó neo oriental. EÁ l y su 298
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hermano Ernest, un notario, hicieron favores praó cticos a Flaubert cada vez que lo necesitaba. Otra presencia mundana fue Ernest Feydeau, a quien Theó ophile Gautier presentoó a Flaubert. Feydeau, que habíóa publicado un volumen de versos en 1844 a la edad de veintitreó s anñ os, habíóa abandonado los suenñ os de una carrera literaria de tiempo completo para convertirse en corredor de bolsa cuando se casoó , pero la vida profesional en el mundo financiero no borroó su amor de las artes. Habieó ndose criado entre pintores y poetas en Montmartre, cuando era adolescente se habíóa mezclado con gente como Balzac, Jules Janin, Gautier y Delacroix en el estudio de Gavarni, cerca del apartamento de sus padres. Lo que lo habíóa marcado tan profundamente no era el haber dejado el arte, y por eso se trasladoó entre companñ eros brokers en la Bolsa de valores y sus amigos en L'Artiste, comprando comodidad burguesa con atractivas comisiones mientras escribíóa novelas — la primera de las cuales, Fanny, lo hizo famoso. Su verdadera pasioó n era el antiguo Egipto; entre 1857 y 1861 publicoó una obra en tres voluó menes titulada Histoire générale des usages funèbres et des sépultures des peuples anciens. Esta existencia agitada y versaó til hubiera sido inmanejable si no fuera por un horario tan idiosincraó sico como el de Flaubert, sino a la inversa. Feydeau se sentaba a escribir cada díóa a las 4 a.m., cuando Flaubert finalmente rendíóa la noche, y terminaba su labor literaria a las 11 a.m., cuando Flaubert auó n podíóa estar durmiendo o demoraó ndose en el desayuno. Visitoó Croisset maó s de una vez, siempre atento a las advertencias de su anfitrioó n para entretenerse con largos paseos solitarios por la manñ ana. Aunque se pensoó que sus esfuerzos extramaritales rozaban la erotomaníóa (una reputacioó n aparentemente incompatible con su supuesto haó bito de retirarse a las 8 p.m.), la muerte de su joven esposa en 1859 lo devastoó . Se casaríóa dos anñ os despueó s y su segunda esposa produjo el Feydeau e hizo que ese nombre fuera sinoó nimo de farsa en el dormitorio. Despueó s de que Louis Bouilhet, desganado y solitario en Paríós, que siempre habíóa considerado abrumador y completamente descorazonado por la políótica teatral, se establecioó con Leó onie Le Parfait a treinta millas ríóo abajo en Mantes en mayo de 1857, Feydeau, un hombre autogratificante como Bouilhet fue autocríótico, se convirtioó en el companñ ero maó s constante de Flaubert durante la temporada de Paríós. Su grupo se reuníóa todas las semanas en el piso de Flaubert o en el de Feydeau, o alrededor de la mesa de Apollonie Sabatier, o en el saloó n de Jeanne de Tourbey, otra mujer conservada de belleza excepcional con una ficcioó n aristocraó tica para un nombre (cuyos sucesivos amantes incluíóan al príóncipe de Polignac y posiblemente el primo de Napoleoó n III, el Príóncipe Napoleoó n, conocido como Plon-Plon). Si el cíórculo teníóa un centro definido, era la revista L'Artiste, la cual Theó ophile Gautier llegoó a presidir en 1856 con la mente firme contra contemporaó neos que hacíóan que la literatura respondiera a los imperativos políóticos de los estadistas, los programas utoó picos de ideoó logos, o las sensibilidades morales de la iglesia. Este hombre de letras muy querido y consumadamente versaó til, habíóa superado hace mucho tiempo el doblete rosa que llevaba como una provocacioó n romaó ntica en el estreno del Hernani de Hugo en 1830, pero mantuvo su lealtad al Arte por el Arte. Maó s relevante que nunca fue el manifiesto belicoso que habíóa escrito dos deó cadas antes para presentar a Mademoiselle de Maupin, su novela sobre el experimento travestido de una joven noble. "¿Para queó sirve este libro?" es la primera 299
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pregunta que hacen los editores de perioó dicos a cualquier nuevo candidato para la serializacioó n, habíóa proclamado. ¿Coó mo se puede aplicar a la moralizacioó n y el bienestar de la clase maó s populosa e indigente? ¿Queó ? ¿Ni una palabra sobre las necesidades de la sociedad, nada civilizador y progresivo? ¿Coó mo se puede escribir poesíóas y novelas que no conducen a nada y no hacen nada para avanzar en nuestra generacioó n . . .? La sociedad sufre . . . La misioó n del poeta debe ser buscar la causa de este malestar y curarlo. Lo haraó simpatizando corazoó n y alma con la humanidad . . . Esperamos a este poeta, lo convocamos con todas nuestras fuerzas. Cuando aparezca, recibiraó la aclamacioó n de la multitud, ramas de palma, guirnaldas, entrada al Pritaneo.
Al describir esta versioó n del "estilo utilitario" como un sustituto eficaz del laó udano, lo interrumpe "para que los lectores no se duerman sobre el prefacio" y ataca al enemigo con entusiasmo. No, imbeó ciles bocios, un libro no hace sopa de gelatina. Una novela no es un par de botas sin costuras, ni un soneto es una jeringa que expresa una corriente continua. Un drama no es un ferrocarril, o cualquiera de esas otras cosas esencialmente civilizadoras, y no ayuda a la humanidad a avanzar en el camino hacia el progreso . . . La metonimia no es material para un bonete de algodoó n. Uno no puede calzarse con un síómil o usar una antíótesis como paraguas . . . y uno no estaríóa mejor vestido en una estrofa, antiestrofia y epopeya que la esposa de ese antiguo cíónico que, considerando su virtud vestimenta suficiente, salioó en puó blico desnuda como una mano.
¿Hubo algo absolutamente uó til en esta tierra y en esta vida? preguntoó (aparte del acto absolutamente uó til de rechazar todos los perioó dicos franceses). Gautier y sus companñ eros eran tan capaces de deleitarse en los desvaríóos de Sade como en las cualidades estilíósticas de una oda de Horacio. La maníóaca alcahueteríóa, por un lado, y el apasionado formalismo, por el otro, eran alternativas subversivas en una sociedad temerosa de cuernos y despectiva de las alas. Al burlar los caó nones burgueses del buen gusto mientras cultivaban un gran refinamiento del lenguaje, desdenñ aban el teó rmino medio. En cierto sentido, al menos se puede decir que Madame Bovary ilustra su extremismo, porque la obra publicada, cada líónea de la cual se leyoó en voz alta y se pulioó hasta la perfeccioó n, desmiente la existencia de notas preparatorias que describen a Emma en crudo, detalle pornograó fico. Gautier, un beau parleur que manteníóa a los oyentes hechizados con monoó logos improvisados que sonaban como prosa publicable, podríóa, cuando le conviniera, exhibir la boca maó s sucia del mundo. 273 Del mismo modo, el mismo Flaubert, cuyas cartas abundan en referencias a los Malheurs de la vertu y 273Una carta a Apollonie Sabatier de la Roma ocupada por los franceses da una idea del estilo de Gautier, a la vez lujurioso y amanerado: "Aquí hay una espléndida sífilis americana, tan pura como en la época de Francisco I. Todo el ejército francés ha sido inmovilizado con eso; los forúnculos explotan en las ingles como bombas, y los purulentos chorros de gonorrea compiten con las fuentes de la Piazza Navona; pliegues de piel pelada cuelgan como crestas en festones carmesíes de la multitud de zapadores, deshuesados en sus propios cimientos; las tibias se exfolian como antiguas columnas de vegetación en una ruina romana; los deltoides de los oficiales del Estado Mayor están llenos de constelaciones de pústulas, los tenientes que caminan por las calles parecen leopardos, salpicado de lentejuelas, pecas, marcas de café, excrecencias verrugosas, verrugas córneas y criptogámicas y otros secundarios y terciarios síntomas, que aparecen después de una quincena."
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Philosophie dans le boudoir de Sade, se torturaba con preposiciones redundantes y, lo que es maó s devoto, por saber que un burgueó s sensato habríóa considerado el ejercicio gratuito. "Hablamos sobre la dificultad de escribir una oracioó n y darle ritmo", escribioó Jules de Goncourt. "Tenemos mucho cuidado con el ritmo, una cualidad que valoramos [en prosa]; pero en el caso de Flaubert, limita con la idolatríóa. Para eó l, un libro se juzgaraó leyeó ndolo en voz alta: '¡No tiene ritmo!' Si sus pausas no concuerdan con el juego natural de los pulmones humanos, no tiene valor. Y con una sonora magnilocuencia que produce ecos de bronce, canta de memoria una porcioó n de los Mártires de Chateaubriand: '¡Ahora es ritmo, no es asíó! Es como un duó o de flauta y violíón . . . Y puede estar seguro de que todos los textos histoó ricos que leíómos han sobrevivido porque estaó n cadenciosos. Es cierto incluso en la farsa; mira a Molieè re en Monsieur de Pourceaugnac; y Monsieur Purgon en Le Malade imaginaire.' Con lo cual recita toda la escena con su resonante voz de toro." El homme plume, o "hombre de la pluma", como se llamaba Flaubert, podíóa recurrir a un inmenso almaceó n de prosa y poesíóa sin recurrir a su biblioteca, y cuando buscaba libros que no habíóa abierto en anñ os, demostroó un recuerdo casi fotograó fico de la paó gina exacta en la que aparecen ciertas líóneas. Estas hazanñ as le dieron gran satisfaccioó n, seguó n su sobrina Caroline. En la mente de Flaubert, hacerse un almaceó n era una parte integral de la empresa literaria. "Lea vorazmente . . . Relea todos los claó sicos," le dijo a un aspirante a escritor joven. Cuanto maó s uno sabíóa, lo maó s grande aumentaba. Madame Bovary, que no explotoó su erudicioó n ni aumentoó su acumulacioó n, lo mantuvo como reheó n de algo opresivamente mundano. Pero en 1857, haciendo caso omiso del consejo que le hicieron sus amigos, que queríóan otra novela normanda, asíó como sus propias dudas, emprendioó un proyecto que le exigiríóa — con decenas de tomos aprendidos de su lado — que comandara un vacíóo histoó rico. Ese vacíóo fue Cartago en el anñ o 241 AC, la gran ciudad mercantil a la que Roma arrasoó casi un siglo despueó s a instancias de Catoó n el Viejo. La novela que finalmente surgioó fue Salammboô . Las explicaciones para esta eleccioó n pueden no estar lejos de buscar. El sol africano, el mar Mediterraó neo y el desierto abarcaríóan un drama salvaje — el bellum inexpiabile, o guerra sin tregua — que prometíóa liberar su imaginacioó n, como lo habíóa hecho Egipto durante su anñ o sabaó tico de las restricciones europeas. Y el poder judicial franceó s difíócilmente podíóa insistir en un Razonador que dispensara prescripciones morales del siglo XIX en una ciudad-estado cuyo sacerdocio imponíóa sacrificios humanos. Tambieó n estaba el romance de la erudicioó n arcana. Enganchado a todo lo griego, lo romano, lo bíóblico y lo puó nico, Flaubert interpretaríóa al historiador que habíóa querido ser desde sus díóas de escuela sin renunciar a los privilegios de un fabulista. Despueó s eó l podríóa lanzar a La Tentation maó s "autoritativamente", con un libro que legitima al otro. Donde se sabíóa tan poco, ¿cuaó ntos lectores al final sabríóan maó s que eó l? Al igual que una isla a la que nadie podíóa disputar su reclamo, Cartago ofrecioó seguridad de juicio. EÁ l dominaríóa su gobierno, evocaríóa sus palacios, lo poblaríóa como quisiera, vestiríóa a su gente, inventaríóa su vida interior y derramaríóa su sangre. EÁ l escribiríóa un libro autorreferencial que "no diríóa nada," que "no probaríóa nada," que escaparíóa a todas las categoríóas. "¡Estoy cansado de las cosas feas y los ambientes desagradables!" exclamoó en una carta. "La Bovary me habraó dejado disgustado con las costumbres burguesas durante mucho tiempo. Durante unos anñ os quizaó s vivireó en un tema espleó ndido, lejos del mundo moderno . . . Lo que estoy emprendiendo es bastante loco y no funcionaraó 301
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con el puó blico. ¡No importa! Uno debe escribir para uno mismo antes que nada. Es la uó nica forma de hacer algo bello." ¿La perspectiva del fracazo lo golpeoó como otro secreto estíómulo? Mientras se regocijaba en el triunfo de Madame Bovary, el autor que comparoó la agoníóa de la escritura con el aó spero abrazo de la camisa de un monje puede haber anhelado la comodidad y la virtud del martirio. Amamos lo que nos tortura, repetidamente les dijo a los corresponsales. El evento histoó rico que inspiroó a Flaubert fue la revuelta de mercenarios contratados por Cartago durante la Primera Guerra Puó nica, que comenzoó en el 264 AC con los ejeó rcitos romanos y cartagineses chocando en Messana (Messina). La lucha duroó veintitreó s anñ os. En batallas terrestres y maríótimas por la posesioó n de Sicilia, ninguno de los dos poderes obtuvo maó s que una ventaja temporal en las batallas hasta el 241, cuando se produjo un enfrentamiento decisivo cerca de las islas frente a Drapanum (Trapani) en la costa occidental de Sicilia. Cartago perdioó su flota y se retiroó de las fortalezas puó nicas en Sicilia, como Agrigento, y acordoó pagar una gran indemnizacioó n. Pero hubo maó s conflictos en casa. Los mercenarios, a quienes no se les habíóa dado el salario prometido, atacaron a Cartago en lugar de dispersarse a sus paíóses de origen. Liderado por un Libio llamado Matho y un Griego llamado Spendius, esta horda políóglota — Libios, Galos, Espanñ oles, Griegos, Numidianos — rodearon la gran ciudad estado, solo para ser masacrados cuando un ejeó rcito cartagineó s bajo el mando de Hamilcar Barca (el padre de Aníóbal) tuvo eó xito en levantar el sitio y emprender campanñ as exitosas a traveó s del interior. La misericordia no se esperaba ni se mostroó . Con sus alianzas cambiantes, movimientos de balanceo, su brillante gobierno general en ambos bandos y el derramamiento de sangre que sentoó una fiesta gigantesca para los alimentadores de carronñ a del norte de AÁ frica, la guerra se prolongoó hasta el 237 AC. A fines de 1861, Flaubert informoó a Maurice Schlesinger que sus díóas de 8 a.m. al anochecer los pasoó en las bibliotecas parisienses tomando notas (aunque sabemos por otra carta que generalmente dormíóa la siesta durante la tarde) y sus noches en el boulevard du Temple haciendo lo mismo. Habíóa trabajado con Procopio, Diodoro de Sicilia, Polibio, Apio, Estraboó n, transacciones de la Académie des inscriptions, artíóculos en la Revue Archéologique, Province de Constantine y Economie politique des Romains, Littré's Histoire naturelle de Dureau de la Malle. Se reunioó con su antiguo profesor de historia de escuela, Adolphe Cheó ruel, tal vez para obtener bendiciones paternales. Habloó de comenzar la novela en junio, pero pasaron otros seis meses antes de que pusiera la pluma al papel. Sus trabajos acadeó micos continuaron en Croisset, donde se restablecioó a síó mismo el 2 de mayo, y en la biblioteca municipal de Rouen. Para acumular conocimiento enciclopeó dico del mundo mediterraó neo en el anñ o 250 AC, se requeríóa una inmersioó n total. ¿Queó vegetacioó n habíóa en el norte de AÁ frica y queó era la IÎle de la tierra? ¿Queó se puede aprender o inferir acerca de las deidades puó nicas? ¿Coó mo podríóa haber sido el templo de Moloch? ¿Cuaó les fueron las armas y taó cticas de la guerra terrestre? ¿Con queó joyas y tuó nicas podríóa cubrir a una mjuer cartaginesa? Para responder a estas y otras preguntas, estudioó Historia naturalis de Plinio, Anabasis de Jenofonte, Punica de Silius Italicus, Biblia hebrea de Samuel Cahen con comentario talmuó dico, Orígenes de Isidoro de Sevilla, los tres voluó menes De militia romana de Justo Lipsio, tratados latinos del siglo XVII (De dis syris syntagmata II de Johannes Selden, y Vestitus sacerdotum hebraerum de Johannes Braun), y monografíóas modernas 302
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recomendadas por Alfred Maury, profesor del Colleè ge de France. 274 El plan de estudios fue desalentador. Del artíóculo sobre Cartago en la Enciclopedia Catoó lica, Flaubert escribioó a Duplan que lo sabíóa "par peur" — "Lo sabíóa por miedo" — sustituyendo erroó neamente peur (miedo) por coeur (corazoó n). Temeroso era, como sus cartas revelan constantemente. "Estoy perdido en los libros y me siento frustrado porque no puedo encontrar mucho en ellos"; "Sufro veó rtigo sobre la paó gina en blanco, y mis puó as afiladas se agrupan como un arbusto de espinas repugnantes"; "Estoy lleno de dudas y terrores — cuanto maó s avanzo, maó s tíómido me vuelvo"; "Tengo miedo de atascarme en el lado topograó fico de las cosas"; "Mis lecturas puó nicas me han agotado"; "Me siento agotado, viejo, marchito"; "Creo que estoy en un líóo aquíó . . . Me atrevo a decir que hay díóas en que siento que he zarpado en un mar de mierda, perdoó n por la expresioó n." Pero los estados de aó nimo de Flaubert cambiaron de un extremo a otro del tracto digestivo, y las metaó foras de la ingurgitacioó n a menudo se repiten en relatos jactanciosos de su "capacidad" elefantina (para usar un teó rmino favorecido por el profesional y el banquete, la burguesíóa). "¿Saben cuaó ntos voluó menes sobre Cartago hasta ahora he descuartizado?" le preguntoó a Duplan el 29 de julio. "¡Alrededor de cien! Y en los uó ltimos quince díóas me he tragado todos los dieciocho tomos de la Biblia de Cahen." A Duplan escribioó nuevamente con el estilo rabelesiano que estaba "eructando folios" y sufriendo "indigestioó n libresca." Habíóa hechizos de desesperacioó n negra, cuando eó l habríóa intercambiado sus notas por tres segundos dentro de la piel de sus personajes: ninguna literatura le contoó coó mo los cartagineses pensaban, sonñ aban y amaban. En otras ocasiones, despreciaba la sugerencia de corresponsales simpaó ticos de que renunciara al proyecto, argumentando — tanto para prepararse como para convencerlos — que estaba "en" Cartago y empenñ ado en profundizar. El pasado de Madame Bovary y el futuro de La Tentation, declaroó , se sentíóa igualmente remoto. De hecho, ambas obras todavíóa estaban en su mente, especialmente la primera. No podríóa haber sido de otra manera en el verano de 1857, para Juliet Herbert, que lo habíóa acompanñ ado a travez de Macbeth el otonñ o anterior, dedicoó su uó ltima temporada en Croisset a traducir a Madame Bovary al ingleó s, y una porcioó n de casi todas las noches se reservoó para la revisioó n. Golpeado por la institutriz, cuya buena apariencia hizo que este intervalo diario de Cartago fuera maó s bienvenido, Flaubert llamoó a su obra una obra maestra. A su pedido, Michel Leó vy se puso en contacto con editoriales inglesas, pero fue en vano. Nadie arriesgaríóa las consecuencias legales en una tierra mucho menos tolerante a las alusiones al placer carnal que Francia. 275 Como Hamilton Aíëdeó , un primo de las hermanas Collier y un poeta, predijo: "Una traduccioó n seríóa muy difíócil de presentar, ya que sabes muy bien que, en lo que a novelas se refiere, las costumbres inglesas superan a la romana en severidad." Y de hecho, Gertrude Collier Tennant, a
274Maury estaba estrechamente asociado con Napoleón III, quien recurrió a su erudición para escribir la vida de Julio César. 275La primera traducción al inglés no apareció hasta 1886, un año antes de la traducción de La Terre de Zola, que resultó en una sentencia de prisión para Henry Vizetelly, el editor vilipendiado por la Asociación Nacional de Vigilancia. El editor de Flaubert no sufrió un destino similar, pero peor le sucedió a la traductora de Madame Bovary, la hija de Karl Marx, Eleanor Marx Aveling. Al igual que Emma, ella se envenenó a sí misma (después de enterarse de que su esposo de hecho, Edward Aveling, se había casado en secreto con otra mujer).
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quien Flaubert habíóa enviado una copia, demostroó instantaó neamente su punto. "Querido Gustave", escribioó desde Russell Square el 23 de junio. A menudo me he imaginado escribirte, en ingleó s (porque estoy perdiendo mi franceó s), luego en franceó s, luego decidiríóa que era inuó til abrir mi mente, y luego vi la buena carta que le escribiste a mi querido primo Hamilton, entonces leíó un poco de tu Madame de Bovary [sic] — y finalmente eso me impulsoó a decirle al menos lo que pienso de ella, en memoria de nuestros díóas en Trouville. Para decirlo sin rodeos, me sorprende que tuó , con su rica imaginacioó n, con tu admiracioó n por todo lo bello que has escrito, podríóas haber establecido tu placer al escribir, ¡algo tan horrible como este libro! ¡lo encuentro todo tan malo! — ¡Y el talento invertido en esto lo hace doblemente detestable! A decir verdad, no leíó cada palabra, porque cuando me zambullíóa aquíó y allaó sentíóa que jadeaba por falta de aire, como el pobre perro arrojado a "il grotto del cane."
Coó mo podríóa haber contado una historia tan completamente desprovista de lo bueno y lo bello que la desconcertaba. Un díóa eó l estaba seguro de ver lo correcto de su argumento que funciona, cuyas soó rdidas revelaciones hacen que las personas se sientan "infelices" y "malas" y que no tiene ninguó n propoó sito uó til. Mientras tanto, supuso que Mme Flaubert debíóa sentirse mortificada por la bajeza literaria de su hijo. "Ahora de lo que nosotros hemos hecho para siempre con Madame de Bovary, no hablemos de eso otra vez", concluyoó ella. "Mi esposo y mis queridos hijos . . . sinceramente espero que la carrera que se abre ante ti la emplees en la causa de algo bueno." No se sabe que Flaubert haya respondido a la carta, lo que debe haber hecho que apreciara maó s a Juliet Herbert, incluso auguraba mal por el destino de su traduccioó n. Su respuesta seríóan las escenas de inanicioó n, sacrificio humano y canibalismo en Salammbô. Desde la publicacioó n de Madame Bovary, el cartero entregoó mucho maó s correo que antes, en parte de gente de teatro ansiosa por adaptar la novela o, si ya se habíóa planificado una adaptacioó n teatral, recomendarse para un papel especíófico. Pero gran parte provino de lectores sin motivos profesionales. Entre los uó ltimos se destacaba Marie-Sophie Leroyer de Chantepie, una solterona de cincuenta y seis anñ os que iba a ser la amiga por correspondencia maó s prolíófica de Flaubert a fines de la deó cada de 1850 y principios de 1860, descargando su angustiada alma en largas y angustiosas cartas, a las que eó l respondioó con inquebrantable solicitud. Nacida en la pequenñ a nobleza enraizada en el valle occidental del Loira, Marie-Sophie vivíóa cerca de Angers en una propiedad que le proporcionaba una independencia y no sabíóa casi nada del mundo maó s allaó de Anjou, excepto a traveó s de libros. El catolicismo, el socialismo y la literatura habíóan guiado su mente hacia el callejoó n sin salida en el que se encontraba cuando Madame Bovary entroó en su vida. Educada en la escuela de monjas, donde las vivas brasas de alegríóa habíóan sido eliminadas de manera eficiente, se dedicoó mucho maó s allaó de los veinte anñ os a una madre afligida por haberse divorciado de su primer marido durante la Revolucioó n, cuando el divorcio se legalizoó brevemente y se cumplioó faó cilmente. Marie Catherine Leroyer de Chantepie exacerboó los escruó pulos religiosos de Marie-Sophie con su propio miedo obsesivo a la condenacioó n. Durante la deó cada de 1830 se presentoó una fe alternativa en forma de socialismo, a la que Marie-Sophie fue conducida por su meó dico. George Sand, con quien inicioó una correspondencia tan prolíófica como la de Flaubert, alentoó su radicalismo social, y despueó s de la muerte de 304
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Marie Catherine, el patrimonio de Marie-Sophie, Tertre Saint-Laurent, se convirtioó en un falansterio destartalado con catorce dependientes, entre ellos su ahijado, un hueó rfano adoptado y un refugiado polaco. "No tienen medios de subsistencia y cuentan conmigo para todo lo que necesitan," ella le dijo a Flaubert. "Mi padre me dejoó diez mil francos de ingresos de las tierras de cultivo, lo cual no es suficiente para mantener a una multitud que consume sin ganar dinero. Debo recurrir a expedientes y negarme a míó de todo." Todo incluíóa el amor conyugal. Ella habíóa estado enamorada de un cantante de oó pera llamado Eugeè ne, y habíóa habido uno o dos prospectos de matrimonio, pero sus dudas ganaron la ventaja cuando George Sand, a quien pidioó consejo, declaroó que el matrimonio era una institucioó n "odiosa". Catorce personas no llenaron el vacíóo emocional. Tampoco el socialismo la habíóa liberado de la influencia de la demonologíóa catoó lica. Atormentada por la culpabilidad incluso por los pecados imaginarios, no podíóa confesarlos ni dejar de querer la absolucioó n. Mientras tanto, leíóa novelas, escribioó y publicoó varias, contribuyoó con resenñ as en un perioó dico local y se escribíóa con grandes figuras literarias del momento, Michelet, asíó como Sand y Flaubert, a quienes obviamente consideraba confesores sustitutos. Su primera carta a Flaubert establecioó el tono de todo lo que siguioó . "Has escrito una obra maestra fiel a la naturaleza," declaroó ella. "Síó, aquíó estaó n las costumbres de la provincia en la que nacíó y he pasado toda mi vida; esto seraó suficiente para decirle, senñ or, que he entendido las penas, los problemas, las miserias de la pobre Madame Bovary. La reconocíó de inmediato, la ameó como una amiga que podríóa haber conocido. ¡Me identifiqueó con ella por completo! No, su historia no es una ficcioó n, es una verdad, esta mujer existioó , debe haber observado su vida, su muerte, su sufrimiento." De todas las novelas escritas por los mejores autores de Francia durante los treinta anñ os anteriores, ninguna, ni siquiera Eugénie Grandet, en cuya heroíóna titular tambieó n se reconocioó a síó misma, la habíóa afectado tan profundamente. "Yo misma he sufrido demasiado en la vida como para no secarme las laó grimas . . . Bueno, desde ayer no he dejado de llorar por la pobre dama Bovary. No pude pegar ojo, ella estaba allíó ante mis ojos . . . y estoy inconsolable . . ¡Ah, coó mo, senñ or, llegoó con su perfecto conocimiento de la naturaleza humana! ¡El suyo es un bisturíó aplicado al corazoó n, al alma! Ha mostrado al mundo todo su horror." Cuando Flaubert refutoó su punto de vista de "la dama Bovary", llamando a Emma "una mujer de falsa poesíóa y falsos sentimientos" inferior en todos los sentidos a su amiga por correspondencia, la refutacioó n cayoó en oíódos sordos. Al igual que Emma, ella se sentíóa un cisne en un estanque de patos, soportando los chismes maliciosos de los vecinos fanaó ticos y la monotoníóa de la vida de la aldea. Al igual que Emma, no podíóa encontrar el oíódo de un cleó rigo. Y como Emma, ella buscoó refugio en el teatro. "El mundo externo no es míóo. Solo en un auditorio de teatro cobro vida, porque quiero, como lo hace Mme Bovary, dormir o no existir en absoluto. La casa de juegos de Angers es muy pobre y, sin embargo, me siento como en casa. Ese es mi universo, no tengo otro. Nunca he salido de mi provincia. No conozco Paríós." Marie-Sophie le envioó a Flaubert una litografíóa basada en un retrato, con portes heraó ldicos en una esquina, de una mujer bonita y refinada, pluma de ganso en la mano, pintada treinta anñ os antes. Flaubert explicoó que no podíóa corresponder, ya que no habíóa pintado su retrato desde la infancia. Evitar los retratos, por temor a ser reheó n de una imagen externa (de la misma manera que vetoó ediciones ilustradas de su trabajo), le conveníóa, y la diferencia de edad, cuando su amiga por correspondencia reveloó la suya, 305
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tranquilizoó su mente. No se le exigiríóa nada. Como las ligas y las deó cadas los separaban, eó l se sintioó libre para acercarse. "Hablaremos juntos como dos hombres," escribioó el 30 de marzo de 1857, tres meses despueó s de su trigeó simo quinto cumpleanñ os. "Me siento honrado por la confianza que depositas en míó. No me creo indigno de eso." Sus confidencias fueron pagadas inmediatamente con las suyas. El sacrificio voluntario que ella habíóa hecho de amor y felicidad hablaba de dolorosas separaciones en su propia vida, le aseguroó . "¿Por queó [esta contraccioó n]? No tengo idea. Puede haber sido una cuestioó n de orgullo o de miedo. Yo tambieó n he amado en silencio." El color alucinatorio con el que las imaó genes espontaó neas se imprimíóan en su mente le resultaba familiar, eó l escribioó , describiendo su trastorno nervioso con jactancia, sin identificarlo. A los veintiuno casi muero de una enfermedad nerviosa provocada por una serie de irritaciones y problemas, por las largas noches y la ira. Duroó diez anñ os. (Lo he sentido, lo he visto todo en Saint Theresa, en Hoffmann y Edgar Poe, las personas visitadas por las alucinaciones no me son ajenas). Pero he salido de eso fortalecido y repentinamente rico en experiencias de todo tipo de cosas que apenas me habíóan rozado. 276
EÁ l lamentoó que su afinidad no fuera una reunioó n de mentes en religioó n y políótica. Aunque maó s atraíódo por la religioó n que por casi cualquier otra cosa, a eó l no le preocupaba la idea de la extincioó n absoluta ni estaba encantado por ninguna secta. "Cada dogma en particular es repulsivo para míó, pero considero el sentimiento que los engendroó como la expresioó n maó s natural y poeó tica de la humanidad. No me gustan los filoó sofos que lo han descartado como tonteríóa y embuste. Lo que encuentro en ellos es necesidad e instinto. Por lo tanto, respeto al negro besando su fetiche tanto como al catoó lico arrodillado ante el Sagrado Corazoó n." El embaucador, en su opinioó n, pertenecíóa a otros reinos, sobre todo a la políótica. "No tengo simpatíóa por ninguó n partido políótico o, para decirlo sin rodeos, los execro a todos porque parecen parroquiales, falsos, pueriles, atacan lo efíómero, carecen de la capacidad de abarcar todo y siempre para elevarse por encima de lo uó til. Odio los despotismos." Despoó tico era cualquier sistema que proponíóa aprovechar las energíóas individuales para la realizacioó n de un orden comuó n. "Soy un liberal rabioso, por eso el socialismo me parece un horror pedante que presagiaraó la muerte de todo arte y moralidad. He sido testigo de casi todas las revueltas de mi tiempo." Aunque fue Edmund Burke, y no Flaubert, quien escribioó : "En una democracia, la mayoríóa de los ciudadanos es capaz de ejercer las opresiones maó s crueles sobre la minoríóa, siempre que prevalezcan fuertes divisiones en ese tipo de políótica, como a menudo sucede; y esa opresioó n de la minoríóa se extenderaó a un nuó mero mucho mayor, y se llevaraó a cabo con mucha mayor furia, de lo que casi se puede aprehender desde el dominio de un solo cetro," uno puede ver faó cilmente coó mo Flaubert, bajo la bandera del liberalismo , podríóa haber marchado en sincroníóa con eó l. ¿Alguna vez eó l se cansoó de escuchar a Mlle Leroyer de Chantepie, a quien realmente admiraba, elogiar a Madame Bovary como una obra maestra? Solo cuando pensoó que nunca maó s podríóa igualarse. Y cuando eó l protestoó porque estaba lejos de ser el "sabio" que ella creíóa que era, su rubor expresoó tanta satisfaccioó n como modestia. Sin embargo, nada en esta amistad epistolar resultoó ser maó s satisfactorio que el papel de curador276Es muy probable que haya tenido al menos ataques parciales desde 1854 y, como veremos, al parecer sufrió uno mayor en enero de 1860.
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mentor-confesor-padre que le confirioó , por invitacioó n suya, una mujer mucho mayor (que sufríóa migranñ as frecuentes). EÁ l le aseguroó a ella en maó s de una ocasioó n que siempre le prestaríóa atencioó n. "Soy un gran doctor de la melancolíóa, creó eme," escribioó el hijo del anatomista en una ocasioó n. "Me parece que si estuviera viviendo contigo, te curaríóa." Marie-Sophie no necesitaba maó s aliento. Largas cartas escritas sin saltos de paó rrafos, como si la emocioó n que les informaba no podíóan detenerse, llegaban a intervalos regulares, todas volviendo obsesivamente a su lucha con los demonios, su clan disfuncional y su capacidad fenomenal para la devocioó n, la paraó lisis de la voluntad que la manteníóa a ella ya sea al entrar al confesionario o darle la espalda de una vez por todas. La gastada vestimenta de la doctrina catoó lica se aferraba a ella como la camisa de Neso. "No me falta la facultad de autoexamen, mi vida es un anaó lisis continuo de mis sentimientos y pensamientos," ella le aseguroó . "Pero lo que experimento son alucinaciones internas, ilusiones morales que dominan el mundo intelectual donde todo escapa a la percepcioó n. ¿Coó mo se contradicen las dudas de conciencia? Estoy segura de que cuando te hablo de la confesioó n, piensas que pertenezco a un siglo diferente, o maó s bien a un mundo extinto, pero crecíó con estas creencias. Míóralo desde mi perspectiva; verdadero o falso, creo en la confesioó n, en la presencia de Dios en comunioó n. ¡Y juzga mis terrores! No, por las luces del mundo, no hay una falta real por la cual deba reprocharme a míó misma, todos mis terrores surgen del cumplimiento de estos dos increíóbles deberes: la confesioó n y la Comunioó n. Durante varios anñ os, mi alma no ha tenido la calma suficiente para comulgar. No me he podido confesar por un anñ o; me culpo a míó misma, pero mis ideas se confunden y me he vuelto media loca por esto." Una correspondencia con el abate Bessieè res, vicario de la Madeleine en Paríós, no la apaciguoó . "[EÁ l] estaó asombrado de que pueda ser tan infeliz como lo soy al servicio de Dios. EÁ l luego me dice que exagero la mayoríóa de mis fallas y que las otras nunca existieron, excepto en mi mente. EÁ l continuó a diciendo que confiar tiene sus líómites, . . . lo que presumiblemente significa que puedo evitar explicar muchas cosas. Ahíó radica la enfermedad, lo seó , lo siento maó s que nadie, pero ¿en queó consiste el remedio? Ponte en mi lugar, supon que uno es culpable de mil fallas imaginarias, unas maó s dolorosamente inconfesables que las siguientes, cosas sin nombre, indefinibles y repugnantes para uno mismo, y que uno se siente obligado a expresar lo que uno se niega siquiera a pensar . . . Es un martirio, ¿no lo ves? Si hubiera cometido alguna de esas transgresiones o errores especíóficos que todos reconocen, no me doleríóa tanto como a míó. "De repente, durante remisiones pacíóficas, una" vida malvada" envolvíóa la suya. "Es como si un genio malvado se hubiera apoderado de mi alma y engendrado un oscuro doble." Si Flaubert en este momento hubiera sabido algo de la culpabilidad de su madre, se habríóa preguntado si Marie-Sophie habíóa sido criada por Marie Catherine para verse a síó misma como el fruto de un aó rbol envenenado, si la culpa innombrable por la que ella anhelaba la absolucioó n proveníóa del pecado original del divorcio de su madre. Todo lo que eó l pudo hacer fue reunirla contra su oscuro doble. "¿Por queó hablas de remordimiento, culpa, aprensiones vagas y confesioó n?", preguntoó eó l. ¡Deja ir todo eso, pobre alma! por amor a ti misma. Desde que la sientes es que tienes la conciencia limpia, puedes pararte frente al Eterno y decir: "Aquíó estoy." ¿Queó deberíóa uno temer cuando uno no es culpable? ¿Y de queó pueden los hombres ser culpables, inconmensurables como somos con el bien y el mal por igual? Todos tus males derivan de un 307
Flaubert: Una vida — Frederick Brown exceso de pensamiento desenfocado. Con una mente voraz que carece de nutricioó n externa, te has convertido en tu propio depredador y te has comido hasta los huesos.
Las terapias que le instoó a ella fueron las que practicoó sobre síó mismo. Marie-Sophie habíóa dejado muy claro que era probable que viajara al exterior como un seto de espino angevino para zarpar por el Loira, y eó l tratoó de separarla de su propiedad y sus habitantes. En nombre del cielo y sobre todo de la razoó n, jura a todos los doctores y a todos los sacerdotes del mundo y deja de vivir tanto en tu alma y a traveó s de ella. ¡Salir! ¡Viajar! Regalarse con muó sica, pinturas y horizontes. Inhala el buen aire de Dios y deja atraó s todas tus preocupaciones. Me han emocionado y elevado, te lo aseguro, por lo que me has contado sobre tu vida. ¡Esta devocioó n a extranñ os me llena de admiracioó n! Ahíó lo dije. No lo tomareó de vuelta. Me gustas enormemente, eres un corazoó n noble. ¡Ojalaó pudiera apretar tus dos manos y besar tu frente! Pero permíótanme ofrecer, con brutal franqueza, algunos consejos que seó que no seraó n tomados . . . ¡Aseguó rate de que tus muchos cargos tengan lo míónimo que necesitaraó n para sobrevivir y despegar! Sal de tu casa. Es la uó nica forma.
Ninguna de las objeciones que ella estaba segura de plantear podríóa hacer frente a su necesidad de tranquilidad, insistioó . En caso de que nunca salga de su casa, habíóa paz mental en la reclusioó n estudiosa. Cuando al principio Marie-Sophie expresoó su avidez por el conocimiento y buscoó la guíóa profesoral de Flaubert, eó ste se negoó . Pero ensenñ ar resultoó irresistible. En poco tiempo, recibioó no solo un plan de estudios, sino un prolegoó meno sobre la lectura misma. "¡Lee Montaigne, leó elo despacio, deliberadamente! Él te tranquilizará," escribioó desde Croisset en junio de 1857. "Y no escuches a las personas que hablan de su egoíósmo. Lo amaraó s, ya lo veraó s. Pero no lo leas de la manera en que los ninñ os leen, para entretenerte a ti misma, o la manera en que los trabajadores leen, para instruirte. No. Lee para vivir. Proporciona a tu alma una atmoó sfera intelectual compuesta de emanaciones de todas las grandes mentes. Cultiva a Goethe y Shakespeare. Lee traducciones de los autores griegos y romanos: Homero, Petronio, Plauto, Apuleyo, etc . . . Es una cuestioó n de trabajo, ¿entiendes? no me gusta ver una naturaleza tan hermosa como la tuya desmoronarse por el dolor y el desempleo." En otra parte, eó l insistioó en que ella se comprometiera con un regular y "agotador" programa de trabajo. "La vida es un negocio tan horrible que la uó nica manera de tolerarla es evitarla, y uno la evita viviendo en el Arte . . . Lee a los grandes maestros, pero al hacerlo, intenta comprender queó los hace grandiosos, acercaó ndote a su alma." En la gastronomíóa intelectual de Flaubert, cuanto maó s absorbido estaba uno de la materia sustancial, menos espacio habíóa para que los dobles oscuros cazen furtivamente nuestra autoestima. "Te amaraó s maó s porque has almacenado maó s cosas en tu mente." El alma es una "bestia salvaje," observoó , siempre voraz y siempre lista para alimentarse de nosotros a menos que hagamos arreglos para mantenerla atiborrada. La verdad de su imagen fue llevada a casa en una docena de cartas que vacilan entre los dictados seguros del guíóa y las lamentaciones de un caminante desorientado. Flaubert difíócilmente podríóa sorprender a Marie-Sophie imaginando a su amiga por correspondencia al final de su ingenio, pero no por falta de intentos. Salammbô — o Cartago, como originalmente tituloó a la novela — lo llenaron de angustia, le informoó a 308
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ella en su primera alusioó n a eó sta. Una carta escrita varios meses despueó s, en su trigeó simo sexto cumpleanñ os, se amplíóa a un pensamiento que lo habíóa perseguido desde su viaje de posgrado en 1840, cuando habíóa notado desconsoladamente que se sentíóa fuera del mundo a su alrededor, que sus ojos no absorbíóan la belleza pero, por el contrario, lo distanciaban de ella. Un voyeur a su pesar, le dijo a Marie-Sophie, no podíóa ingresar a sus personajes, "palpitar" con ellos, perderse en un salto empaó tico. Y estando asíó sin poder entrar, o adentro, lo hizo alcanzar el lenguaje de las convulsiones. "He emprendido un trabajo maldito en el que todo lo que veo es fuego y que me deja desesperado," escribioó . Siento que estoy involucrado en la impostura, ¿entiendes? Y que mis personajes no deben haber hablado como lo hacen. No es una ambicioó n pequenñ a, querer entrar en el corazoó n de los hombres que vivieron hace maó s de dos mil anñ os en una civilizacioó n que no tiene nada que ver con la nuestra. Veo la verdad, pero no me penetra, falta emocioó n. La vida y el movimiento son los que hacen gritar a uno: "¡Eso es!", aunque es posible que nunca hayas visto las modelos. Y bostezo, espero, recojo lana y cerdas. He soportado otros períóodos tan tristes en mi vida, cuando el viento se va de mis velas.
Marie-Sophie lo consoloó lo mejor que pudo con la seguridad de que su nuevo libro saldríóa bien, que se regocijoó con la posibilidad de leerlo, que le faltoó el descanso para juzgar lo que ya habíóa escrito, y que Paríós, a donde eó l llegoó a mediados de la tercera semana de diciembre para la temporada de invierno, mejoraríóa su perspectiva. Ella lo llamoó "mi hijo." Pero sus infinitos arrebatos por Madame Bovary solo agudizaron el temor de Flaubert de que estuviera cabalgando hacia una caíóda. ¿Desilusionaríóa? ¿O haríóa el ridíóculo? ¿O alguna vez recibiríóa permiso para crecer maó s allaó de su provincia? A los ojos de Marie-Sophie, cualquier cosa que escribiera Flaubert despueó s de 1857 seríóa supererogatoria, aunque ella podríóa negarlo, y cuando el idolatrado autor recordaba su trigeó simo sexto cumpleanñ os, su devota celebraba el primer aniversario de su encuentro con Emma. "No seó si alguna vez lo haraó s mejor que Madame Bovary; eso me parece imposible," escribioó ella. "Leíó el libro hace un anñ o y me siento tan triste en este aniversario como en el de una mujer querida cuya muerte presencieó . . . Me alegra haber sido una de las primeras en comprender y admirar tu novela. Espero la que estaó s escribiendo." Ella le aconsejoó que no se moleste excesivamente sobre la forma. A diferencia de Marie-Sophie, Flaubert no teníóa dependientes que le impidieran viajar al extranjero, y la idea de hacerlo maduroó durante el invierno de 1857-58, un invierno difíócil que comenzoó con un estallido, literalmente. El 14 de enero, tres granadas explotaron junto al carruaje del emperador mientras se acercaba a la antigua casa de la oó pera, matando a ocho guardias de caballo, hiriendo a 141 espectadores y destrozando el carruaje, pero dejando a Louis-Napoleon y Eugenie ilesos. El aspirante a asesino era un exiliado italiano llamado Orsini, que responsabilizoó a Francia, debido a su no intervencioó n, por el continuo dominio de Austria sobre Italia. Flaubert (cuyo apartamento en el 42 del boulevard du Temple estaba bastante cerca del que otro nacionalista italiano, Fieschi, habíóa disparado sobre Louis-Philippe veintitreó s anñ os antes) yacíóa en la cama con un fuerte resfriado. Su sirviente, Narcisse Barette, que dormíóa en la cocina, se contagioó , y los dos se turnaban para cuidarse mutuamente. Mientras tanto, habíóa desagrados de otro tipo. Marc Fournier, director del teatro Saint309
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Martin, propuso escenificar Madame Bovary en una adaptacioó n de Dennery, el prolíófico gazetillero conocido por sus extravagancias Boulevard. Despueó s de negociaciones descuidadas, Flaubert lo rechazoó , presumiendo ante un corresponsal que habíóa tirado treinta mil francos. Las negociaciones tambieó n tuvieron lugar ese invierno con La Rounat, director de un teatro estatal, el Odeó on, pero no sobre Madame Bovary. Louis Bouilhet habíóa escrito una obra en verso titulada Hélène Peyron, la segunda de sus cinco obras escenificadas, y ya habíóa dispuesto que La Rounat la produjera cuando surgieron problemas. En la disputa que siguioó , cada parte se consideraba intachable. La Rounat declaroó su arreglo nulo e invaó lido; Bouilhet fue a comprar otro teatro, no encontroó ninguno, y se retiroó a Mantes. Flaubert se ofrecioó voluntariamente a desafiar a La Rounat en su nombre, y lo hizo, y el siempre leal y competente apoderado finalmente ganoó . La Rounat aceptoó representar a Hélène Peyron (que tendríóa eó xito), sin mejorar la opinioó n establecida de Flaubert de que los teatros eran una subespecie de la humanidad. En marzo de 1858 decidioó que Salammbô llamaba urgentemente a una gira por Tuó nez. El mes fue dedicado a las agitadas preparaciones, que Mme Flaubert casi frustroó al caer enferma con lo que se diagnosticoó como pleuresíóa. Se fue el 12 de abril despueó s de asegurarse de que su madre se recuperaríóa por completo bajo el cuidado de Achille y se despidioó de su "querida amiga por correspondencia" en Angers. 277 El dolor de la separacioó n atenuoó su emocioó n, escribioó . Todavíóa, uno debe hacer su oficio, seguir su vocacioó n, cumplir con el deber, en una palabra. Hasta ahora no ha habido debilidad por la cual deba reprocharme a míó mismo y nunca tomo medidas a medias. Debo irme, incluso lo he retrasado demasiado. Todo el invierno fue malgastado por pedestres tonteríóas de una u otra clase, sin mencionar las enfermedades que me rodean, siendo mi madre la maó s seria . . . ¡Coó mo sufrimos en nuestros afectos! El amor a veces es tan difíócil de soportar como el odio.
La noticia de su viaje previsto entristecioó a Marie-Sophie, que se sintioó privada de algo. Dejar partes desconocidas parecíóa terriblemente envidiable para ella. Ella nunca habíóa visto a nadie partir, ni siquiera para el otro mundo, sin querer seguirlos. "¡Aquíó estoy, atrapada en el mismo lugar!" El trabajo seríóa su salvacioó n, dijo ella, y, de hecho, las horas que recientemente habíóa dedicado a un ensayo sobre la Guerra de los Treinta Anñ os para una competencia de premios (siguiendo los consejos bibliograó ficos de Flaubert) habíóan sido agradables. Pero tan pronto como lo terminoó , sus fantasmas familiares la visitaron, volviendo con fuerza durante la temporada de Cuaresma de un 277La mayoría de las cartas que Flaubert recibió de su madre (que indudablemente contenían quejas desesperadas sobre su imprevisión financiera), Achille, y Caroline fueron luego destruidas por sus dos sobrinas. Una carta que sobrevivió da una buena idea de lo que enfrentó a la hora de separarse. Fechada el 3 de mayo, una carta lo esperaba cuando pisó el norte de África. "Por fin has alcanzado el objetivo de tu viaje, pobre viejo, y por fin estás en terra firma," escribió su madre. "Esa es una preocupación menos para mí. Si eres un hombre de palabra, ha transcurrido la mitad de tu viaje y espero que estemos cerca de volver a vernos en tres semanas. Mi querida Caroline, que todavía es muy cariñosa y dulce conmigo, está muy dolida porque no has dicho nada en tu carta, siente que la estás olvidando . . . Creo que te dije que Flavie no vendrá hasta el final de la semana. El resultado es que estoy sola con mis recuerdos del pasado y mis ansiedades sobre el presente . . . Contaré con recibir una carta el próximo domingo. Te felicito por las conquistas que has realizado en el camino, pero no aceptes ninguna invitación. He soportado suficiente separación."
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Anñ o Jubilar, marcado por procesiones interminables. ¿Coó mo podríóa encontrar a un sacerdote inteligente con una visioó n "amplia, elevada" del mundo para ayudarla a cumplir sus obligaciones? FUMANDO DURANTE TODO el camino, Flaubert teníóa sus propios fantasmas por companñ íóa en el largo viaje al sur. En Marsella, una escala de dos díóas le dio tiempo para recuperarse del tren, consumiendo ollas de bouillabaisse 278, asistiendo al teatro, merodeando por el distrito de burdeles, visitando el museo y pasando tiempo con pavos reales y leones en un zooloó gico de las colinas de Saint-Loup. Se sentoó entre marineros en cabarets fuera del camino. E hizo dos peregrinaciones al edificio que consagraba su memoria de Eulalie Foucaud. Lo que habíóa sido el Hoô tel de Richelieu ahora albergaba un bazar en el piso de la sala y una barberíóa donde, en conmemoracioó n de su verdadero despertar eroó tico, se habíóa afeitado. "Les ahorrareó comentarios y reflexiones chateaubrianas sobre el vuelo de los díóas, la caíóda de las hojas y el cabello," le escribioó a Bouilhet. "Aun asíó, no habíóa pensado ni sentido tan profundamente en mucho tiempo. Philoxeè ne diríóa: 'Releíó las piedras de la escalera y las paredes de la casa.'"279 En la travesíóa maríótima de su viaje, Flaubert estaba demasiado enfermo para enfrentarse a otros pasajeros, la mayoríóa de los cuales parecen haber sido colonos y soldados. Su barco, el Hermus, rodoó peligrosamente en la corriente violenta que se extendíóa a lo largo de la costa argelina y chocaba contra los promontorios. Ancloó en el Golfo de Sora. Desde su hotel en las alturas de Philippeville (ahora Skikda), originalmente un puerto fenicio situado en la brecha entre los acantilados costeros al oeste y la amplia playa al este, podíóa ver los techos inclinados hacia el mar y un camino exuberantemente arbolado con mirto y madronñ o. Las cartas de presentacioó n lo habíóan precedido aquíó y en Constantino, algunos kiloó metros tierra adentro, donde varios díóas despueó s el hijo del bey le sirvioó de guíóa. "Me llevoó a traveó s de los bazares, lo que me recordoó a los del Alto Egipto," senñ aloó en su diario (que tambieó n menciona una inflamacioó n ocular). "Todos los hombres de cara morena, con vestido blanco. Tengo . . . un agradable olor a Oriente; vino a míó en raó fagas de viento caliente." Con un oficial franceó s llamado Vignard descendioó mil pies en la garganta sobre la cual se posa esta antigua capital de Numidia y cabalgoó a lo largo del Rhummel entre escarpadas paredes de roca roja, que se unioó a doscientos pies sobre la corriente por cuatro arcos de piedra caliza natural. El lugar era, en sus palabras, maravilloso y sataó nico. Mientras observaba a los buitres barbudos que volaban en cíórculos sobre su cabeza, le complacíóa pensar que en Paríós, en ese mismo momento, la gente estaba haciendo cola para comprar entradas para el teatro en el boulevard du Temple. EÁ l habíóa logrado escapar. 278Bullabesa: La bouillabaisse (del occitano provenzal bolhabaissa que significa bolh 'hervir' y, según las versiones, abaissa 'bajar el fuego' o peis 'pescado') se compone de una sopa de diversos pescados a veces servidos enteros. Es un plato francés tradicional de la provincia de Provenza y en particular de la ciudad de Marsella, bastante similar a la caldeirada gallega y portuguesa y al Suquet de peix catalán. Es muy posible que el origen de esta sopa fuera una base procedente de un guiso realizado a partir de los pescados que permanecían en el fondo de la cesta de los pescadores. 279Philoxène Boyer, poeta y amigo común.
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Quince díóas maó s tarde Flaubert le escribioó a Bouilhet que se estaba divirtiendo sin pensar en su novela. De hecho, la novela dio forma a todo su itinerario, y lo que vio durante las seis semanas en el norte de AÁ frica fue casi todo material para Salammbô. Despueó s de llamar a Boô ne, el Hermus se dirigioó al puerto de Tuó nez en La Goulette, donde los barqueros transportaban pasajeros por el lago Tuó nez. El agua amarillenta de esa extensioó n superficial y feó tida le recordoó a Flaubert las del Nilo. Y los flamencos en sus miles agregaron rosa y negro a la paleta. Al caer la noche de su primer díóa en tierra, recorrioó los zocos de la medina central y ascendioó cuesta arriba hasta el mirador para tener una amplia vista del valle del ríóo Medjerda. AÁ frica lo vigorizoó . El normalmente inmatinal Gustave decidioó levantarse temprano, para cubrir la mayor cantidad de terreno posible y retirarse solo despueó s de haber tomado notas sobre todo lo observado durante el díóa. Una carta fechada el 8 de mayo le informoó a Bouilhet que ya habíóa pasado de ocho a catorce horas al díóa, durante cuatro díóas seguidos, inspeccionando las ruinas de Cartago, y se habíóa familiarizado con la ciudad en varias formas tanto de díóa como de noche ("Je connais Carthage aè fond"). ¿Coó mo se ocupoó ocho o catorce horas al díóa? ¿Queó quiso decir con "exhaustivo"? Es cierto que habíóa una familiaridad por conseguir con el paisaje, con los rayos del sol y la luz de la luna jugando sobre escombros dispersos, con la bahíóa lamiendo una orilla legendaria. Pero del Cartago fíósico, poco se habíóa revelado auó n, aparte de paredes y cisternas derruidas. Los arqueoó logos comenzaron a excavar en serio varias deó cadas maó s tarde, con lo cual vestigios de viviendas bizantinas, vaó ndalas, romanas y finalmente puó nicas salieron a la luz capa por capa. Si Flaubert reconociera el sitio en 1900, habríóa visto la Cartago Romana en el esqueleto de sus fortificaciones, su acueducto, el teatro de Adriano, un odeoó n, un coliseo, banñ os, un templo a Asclepio y, en la colina de Byrsa, el poó rtico de un templo Capitolino. Esto no fue posible en 1858. En cuanto a la Cartago puó nica, aguardaba a Francis Kelsey, el estadounidense que en 1925 dirigioó una expedicioó n que abarcoó veinticinco siglos en un terreno consagrado a Baal Hammon (o Moloch) y a la diosa puó nica de amor y fertilidad, Tanit (Astarte). En este recinto conocido como Salammboô , Kelsey no desenterroó templos. Sin embargo, su equipo descubrioó un "Tophet" o cementerio, que presentaba evidencia de los ritos sacrificiales mencionados por los historiadores antiguos y evocados por Flaubert. 280 Estelas dedicadas alineadas como laó pidas, teníóan el triaó ngulo asociado con Tanit y, en medio de eó stas fueron encontradas, urnas cinerarias que en su interior teníóan huesos carbonizados de ninñ os pequenñ os, corderos y cabras. Sus horas a caballo llevaron a Flaubert mucho maó s allaó de Cartago. Entre otras excursiones cuyo propoó sito era ayudarlo a visualizar los campos de batalla y el movimiento de ejeó rcitos, algo que describiríóa tan brillantemente como cualquier historiador de la guerra, uno condujo al norte hacia Utica, donde Hamilcar, en una famosa maniobra anticipaó ndose a Hannibal en Cannae, sorprendioó a su enemigo desde 280El término Tophet es de origen bíblico y aparece en Jeremías: "Así ha dicho Jehová de los ejércitos, el Dios de Israel, al que oye el que oye, le sacuden los oídos. Porque me abandonaron, y enajenaron este lugar, y quemaron en él incienso a dioses ajenos que ni ellos ni sus padres conocieron, ni los reyes de Judá, y que llenaron este lugar con la sangre de los inocentes; ellos también edificaron los altos de Baal, para quemar a sus hijos con fuego para el holocausto a Baal, cosa que yo no les mandé, ni dije, ni pensé: por eso, he aquí que vienen días, dice el Señor, que este lugar nunca más se llamará Tophet, ni El valle del hijo de Hinnom, sino El valle de la matanza." Se asoció con la adoración de Moloch.
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la parte posterior despueó s de marchar a traveó s de la boca obstruidas de cieno de las Bagradas (la Medjerda moderna). En el camino, Flaubert, acompanñ ado por un inteó rprete llamado Bogo y una escolta armada, memorizoó cada caracteríóstica de la llanura aluvial. "A la izquierda, montanñ as bajas con grandes ondulaciones azuladas; a la derecha, un tramo de terreno protege su vista," escribioó en su diario. Al final de esta primera llanura, una segunda; la vegetacioó n cesa despueó s de los olivares (el primero se llama Rastabiah y el segundo Menihelah, nos detuvimos en Sabel-Settaban, una fuente con tres columnas), y uno entra en un paisaje aó rido. Las montanñ as desaparecen. A nuestra derecha, una tumba musulmana en el desierto. Los beduinos armados hasta los dientes pasan cerca. Los olivares son donde asesinaron al padre de Bogo. El valle da paso a una pequenñ a montanñ a, y repentinamente otra llanura, esta inmensa, se despliega ante nosotros . . . El Medjerda es tan ancho como el Sena en Bapaume y amarillento . . . Una hora maó s tarde llegamos a Mezel-Goull (el Descanso del Diablo). La bajada, o campamento, se encuentra en el fondo, o maó s bien en la entrada, de un barranco. Desmontamos y cazamos escorpiones; la montanñ a estaó desnuda y cubierta de pequenñ os arbustos espinosos . . . Fumamos nuestras pipas afuera, en un recinto hecho de bosta de vacas; casi tropezamos con vacas pequenñ as que yacen en el patio. Los perros del campo ladran. Estaó n acostumbrados a ladrar incesantemente, durante toda la noche, para ahuyentar a los chacales. Para los intrusos humanos, alertan al campamento con un tipo diferente de ladrido.
Las afueras de Utica, donde tantas matanzas habíóan sido provocadas por tantos, abundaban en ruinas indefinibles. El grupo se desconcertoó sobre aquello y avanzoó hacia el cabo Gammarth, que dominaba una espectacular vista de la costa mediterraó nea que se extendíóa hacia el sudeste maó s allaó del faro de Sidi-bou-Said. Flaubert partioó de Tuó nez el 22 de mayo con un spahi 281 para su proteccioó n. Deseoso de responder las preguntas que teníóa sobre su coraje fíósico, pero tambieó n atento a no dejar nada oculto de lo que podríóa enriquecer la novela, regresoó a Constantino por tierra, aventurando en regiones donde, como orgullosamente le dijo a Jules Duplan, los europeos rara vez pusieron un pie. La ruta se adentroó en Tell, la provincia central, y pasoó por dos ciudades de gran intereó s, Dougga y Le Kef. Para la arquitectura romana, Dougga era el sitio maó s notable en el norte de AÁ frica, con magníóficos templos agrupados alrededor de la plaza central, columnas de maó rmol policromado que tachonaban un foro detraó s del capitolio, y el arco triunfal de Septimius Severus, entre muchas otras cosas. Le Kef estaba maó s al oeste, cerca de Argelia, en un espoloó n rocoso de Jebel Dyr que dominaba la Mesa de Yugurta, una enorme meseta llamada asíó por el rey nuó mida que resistioó a los ejeó rcitos romanos del 111 al 106 AC. Habíóa adquirido su nombre aó rabe, que significa "la roca", en el siglo diecisiete; los romanos lo habíóan llamado Veneria y los cartagineses Sicca. Fue, de hecho, a Sicca donde Cartago tratoó de deshacerse de los descontentos mercenarios antes de la gran rebelioó n, un hecho que Flaubert tuvo muy presente durante su breve estancia — y luego visitoó el Santuario de Tanit, donde las mujeres cartaginesas de noble cuna sacrificaron su virginidad para aplacar a la diosa que aseguroó abundantes cosechas. Sin embargo, su anotacioó n en el diario, escrita en Croisset varias semanas despueó s del evento, registra solo la hospitalidad que se le prodiga en la ciudad. "La casa del caid, en la parte superior: un 281Un miembro de la caballería argelina en el servicio francés.
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banco de mamposteríóa a la izquierda frente a la puerta, un patio interior, una enorme escalera recta, una habitacioó n grande," senñ aloó . "Un excelente banñ o turco; rais Ibrahim, impaó vido por el calor, viene a visitarme a la uó ltima sala de sudor. Es eó l nuevamente quien me da la eterna taza de cafeó denso. Una lujosa cena aó rabe. Dormíó bien." Su partida fue tratada como un evento solemne, con siete jinetes y una veintena de personas a pie escoltaó ndolo. Pasoó una noche entre amistosos beduinos cerca de SoukAhras, otro entre pulgas viciosas en una faó brica de molinos, y, despueó s de haber consumido una botella de Burdeos en el almuerzo, entroó Constantino medio borracho. Cuatro díóas despueó s, el vapor dejoó Stora con destino a Marsella. Pronto se celebraríóan caó lidas reuniones en Paríós, y posiblemente una reunioó n íóntima con Jeanne de Tourbey. Aunque Louise Colet, que lo vio desde lejos en una ocasioó n, pensoó que eó l estaba muy alterado, y Jules de Goncourt describioó un conglomerado de rasgos en ruinas — piel roja moteada, paó rpados hinchados, ojos saltones, mejillas llenas, un aó spero , bigote caíódo — muchas mujeres todavíóa lo encontraban atractivo. En Croisset durmioó durante tres díóas y, cuando se sintioó lo suficientemente despierto, completoó su diario, que habíóa sido descuidado desde Le Kef. Su uó ltima entrada fue una oracioó n o suó plica: "Permíótanme exhalar en mi libro todas las energíóas de la naturaleza que fluyeron a traveó s de míó [en AÁ frica] . . . Que el poder de resucitar el pasado sea míóo. ¡Míóo! Debo hacerlo, buscando lo Hermoso, pero cortando la verdad y reviviendo lo que era. ¡Ten piedad de mi voluntad, Dios de las almas! Dame la fuerza — y la esperanza."
EL DIOS de las almas, una divinidad mercurial, no siempre fue uó til durante la composicioó n de Salammbô, que duroó maó s que el bellum inexpiabile en síó. Bouilhet, que vino de Mantes perioó dicamente para intensas sesiones editoriales, deberíóa haber sabido mejor que predecir que el libro progresaríóa "inteligentemente." Inteligentemente rara vez los libros de Flaubert progresaban, incluso cuando no teníóa una gran carga de erudicioó n para manejar o las oraciones cadenciales de la poesíóa en prosa para medir o el sobrecrecimiento descriptivo para podar ante la paciente insistencia de Bouilhet. Tan pronto como agudizoó sus plumas, las llamadas de socorro de Croisset se dirigieron a varios corresponsales, la mayoríóa a Ernest Feydeau. El 28 de agosto de 1858, Flaubert informoó a su amigo que habíóa terminado un capíótulo entero, despueó s de trabajar "como catorce bueyes." ¿Hubiera sido de gratitud, se preguntoó , por todo lo que habíóa puesto en ello? "Es dudoso, ya que el libro no seraó entretenido; un lector necesitaraó verdadera fortaleza para sufrir las cuatrocientas paó ginas (al menos) de esta construccioó n." En noviembre de 1859, con la novela casi medio escrita, ninguna de sus dudas se habíóan auó n retirado. Parecen, por el contrario, haberse vuelto maó s agresivas, y una vez maó s se quejoó de un trabajo poco apreciado, declarando a Feydeau que tales proyectos no teníóan sentido. "En cada líónea y en cada palabra, tengo que superar dificultades que pasaraó n desapercibidas, y tal vez asíó sea como deberíóa ser . . . ¡Cuando se lee Salammbô, espero que el autor no entre en los pensamientos del lector! ¡Pocas personas adivinaraó n queó tristeza provocoó el intento de resucitar a Cartago, coó mo me he perdido en eó l por disgusto con la vida moderna!" La escritura y el estudio de docenas de libros acadeó micos todas las noches hasta las 3 o 4 a.m. lo agotaron. "Siento que me he equivocado de turno. No hay suelo firme bajo tierra, constantemente me 314
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falta la marca, y auó n asíó persevero." Cuando hacíóa calor, tomaba banñ os nocturnos en el Sena. Pero su vida cada vez maó s nocturna, la angustia y las premoniciones oscuras, el miasma permanente del humo de las pipas y el calor deshidratante de las fogatas afectaron su salud. La bronquitis lo mantuvo sibilante ese otonñ o. EÁ l sufrioó un dolor reumaó tico en un hombro. Carbuncos vinieron y se fueron. Maó s preocupante, sin embargo, fueron dos incidentes, ambos descritos elíópticamente. Conduciendo su carruaje a casa despueó s de una excursioó n al campo en septiembre de 1859, fue, escribioó sin comentarios, casi aplastado por una locomotora. ¿Tal vez habíóa sufrido una de sus "ausencias," o peor, en un paso a nivel? Cuatro meses maó s tarde, en Paríós, se cayoó cerca de su edificio de apartamentos y se golpeoó la cara contra la acera, volviendo a casa severamente magullado pero sin nada roto. El Dr. Achille Flaubert le escribioó a Jules Cloquet que era una recurrencia de su condicioó n anterior y se preguntoó si era posible que los "accidentes epileptiformes" se manifestaran nuevamente despueó s de una larga remisioó n. Cualquiera que haya sido la opinioó n clíónica, su ataque seguramente le dio un color maó s profundo al sentimiento de Flaubert de que permanecíóa en un terreno inestable como hombre y artista, que su trabajo siempre era defectuoso, que nunca dominaríóa el griego, que nunca podríóa dejar de pensar en un tema o lograr la forma ideal, que su fuego fue bajo. En octubre de 1861, seis meses antes de completar Salammbô, escribioó otra carta desesperada a Feydeau. "No puedes imaginar lo cansado y angustiado que estoy . . . Cuanto maó s avanzo, maó s graves son mis dudas sobre el libro como un todo; percibo sus defectos, defectos irremediables que no intentareó eliminar, una mole es preferible a una cicatriz." Su angustia fue derramada en Matho. Flaubert hizo de Matho, el gigantesco libio que lideroó la rebelioó n de los mercenarios, un noó mada romaó ntico que se desplazaba de campamento en campamento a las afueras de Cartago, un baó rbaro con pieles de animales condenados a contemplar religiosamente la resplandeciente ciudadela y desear la belleza inaccesible detraó s de sus muros. Para este guerrero, la victoria no seraó riqueza sino unioó n con la mujer a la que adora, la hija de Amíólcar, Salammboô . Asíó es como Flaubert lo describe sitiando la ciudad de Hippo-Zarytus mientras anticipa el futuro asedio de su aliada Cartago: Esta ciudad estaba protegida por un lago que comunicaba con el mar. Teníóa tres recintos, y en las alturas que la dominaban corríóa una muralla fortificada con torres. Jamaó s se habíóa metido en empresas semejantes. Por otra parte, el recuerdo de Salammboô lo obsesionaba y sonñ aba con los placeres de su belleza como delicias de una venganza que lo transportaba de orgullo. Era una necesidad de verla, punzante, furiosa, continua. Pensoó incluso en ofrecerse como parlamentario, pensando que una vez en Cartago podríóa llegar hasta ella. A menudo hacíóa tocar la senñ al de asalto, y, sin esperar a maó s, se lanzaba contra el muelle que intentaba levantar en el mar. Arrancaba las piedras con sus manos, desbarataba, golpeaba, hundíóa en todas partes su espada. Los baó rbaros se precipitaban sin orden ni concierto; las escalas se rompíóan con gran estreó pito y racimos de hombres se despenñ aban al agua . . . Por fin, el tumulto disminuíóa y los soldados se alejaban para empezar de nuevo. Matho iba a sentarse fuera de las tiendas; se enjugaba con el brazo su cara manchada de sangre y, volvieó ndose hacia Cartago, contemplaba el horizonte.282
282Salambó. Editorial EDAF. Traducción de Aníbal Froufe. 1964.
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Entrar en Cartago por la fuerza principal o por subterfugio para poseer a Salammboô es el uó nico pensamiento que anima a Matho, y las batallas campales, las rondas largas y sangrientas peleadas por los puó giles, ninguno de los cuales se rendiraó , reflejan su obsesioó n. Si fuera una lucha por recompensas finitas — como seguramente lo fue el conflicto histoó rico — podríóa admitir soluciones finitas, pero esta es la bellum inexpiabile de Flaubert, una guerra sin tregua cuyos teó rminos son Todo o Nada. Matho ganaraó a Salammboô o moriraó a manos de su padre. El problema es Ser, y la geografíóa se ajusta a esta visioó n radical. Como Emma Bovary cree que no hay salvacioó n fuera de Paríós, entonces para Matho no puede haber ninguna fuera de la ciudadela. "Se teníóa de bruces en la arena; clavaba las unñ as en el suelo y lloraba; se sentíóa desgraciado, deó bil y abandonado. Jamaó s llegaríóa a poseerla ni tampoco podríóa apoderarse de la ciudad." 283 Hacia el final, Flaubert escribe que los hombres que Matho manda estaó n "clavados en el horizonte de Cartago" y contemplan sus altos muros desde lejos "mientras suenñ an con los placeres infinitos que se disfrutan en ellos". Su intenso anhelo de algo paradisíóaco, por un " maó s allaó "amplifica el de Matho. Podríóan escalar el muro, escaparíóan de la redundancia de batallas ganadas o perdidas en una guerra caoó tica. Aquíó cada matanza se asemeja a la siguiente, y este inuó til evento funciona contra la posibilidad de crecimiento, de desarrollo dramaó tico, de sabiduríóa. Como en el teatro Becketiano, los díóas se desarrollaraó n en una progresioó n de desgaste hasta que terminen en martirio o suicidio. "Creo que la novela se mueve de forma inteligente y concisa, pero la accioó n general no va a ninguna parte," se preocupoó , solo medio comprometido con los "efectos repetidos" que estaba seguro de que no les sentaríóa bien a los lectores; frustrado por el conocimiento de que esos efectos, que eó l mismo veíóa como un impedimento, encarnaban su voluntad de subvertir el movimiento dramaó tico de tipo convencional. (Seríóa subvertido de nuevo en L'Éducation sentimentale, con Cartago prefigurando el burdel de la aldea evocado tan fervientemente, despueó s de una vida sin rumbo, por el protagonista que no pudo entrar en eó l a los quince.) Matho finalmente entra en la ciudad de Salammboô , un encadenado, prisionero mutilado, atravesando la tormenta de enfurecidos cartagineses, y cae muerto en la presencia de su amada. "Un hombre se abalanzoó sobre el cadaó ver. Aunque no tuviese barba, llevaba sobre sus hombros el manto de los sacerdotes de Moloch, y a la cintura el cuchillo que le servíóa para cortar las carnes sagradas y que terminaba, en el extremo del mango, en una espaó tula de oro. De un tajo hendioó el pecho de Matho, luego le arrancoó el corazoó n, lo colocoó sobre la cuchara y Schahabarim [el sumo sacerdote], levantando el brazo, se lo ofrecioó al Sol."284 El elemento temporal se complementa con el espacio en el cual los eventos grandes se fragmentan en anticlíómax. Donde el enemigo de Cartago se mueve, nada es coherente. Reclutados de todo el Mediterraó neo, los "baó rbaros" representan a diversas naciones, observan una multitud de praó cticas religiosas, empunñ an varias armas, duermen en tiendas de campanñ a de todas las caracteríósticas, comercian en diferentes monedas y mueren seguó n la tradicioó n cultural, y sus seguidoras femeninas lo hacen igualmente. Flaubert se aflije por esta heterogeneidad con enumeraciones que retratan un mundo caoó tico, satisfaciendo su apetito por la nomenclatura exoó tica a expensas de 283Ibidem 284Ibidem
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su precepto de que la escritura es el arte del sacrificio. Amíólcar ordena y Cartago obedece, pero Matho no puede orquestar hombres salvajes que hablan en lenguas mutuamente incomprensibles. Una estratagema de la astuta negociacioó n cartaginesa por la paz es suficiente para sembrar la divisioó n entre ellos cuando la victoria estaó al alcance. "Los baó rbaros estaban preocupados: la proposicioó n de un botíón inmediato les hizo sonñ ar", escribe Flaubert. Despueó s de que Amíólcar alude a "informantes", se preocupan por un traidor en medio de ellos, sin sospechar siquiera un ardid en la fanfarroneríóa del sufeta [Amíólcar], y comenzaron a mirarse unos a otros con desconfianza . . . Se medíóan las palabras y los pasos; las pesadillas los desvelaban por la noche. Muchos bandonaban a sus companñ eros; elegíóan ejeó rcito, seguó n su capricho, y los galos, con Autharita, se unieron con los cisalpinos, cuyo lenguaje comprendíóan. Los cuatro jefes se reuníóan todas las noches en la tienda de Matho, y, en cuclillas alrededor de un escudo, adelantaban y retrocedíóan atentamente las figuritas de madera, inventadas por Pirro para reproducir las maniobras . . . La guerra contra Cartago era asunto personal suyo; le indignaba que los demaó s se mezclasen en ello, sin querer obedecerlo. Autharita adivinaba en su semblante lo que decíóa y aplaudíóa. 285
Abandonados en campos banñ ados en sangre en la tierra de Babel, los expatriados que anhelan el fin de los díóas tambieó n anhelan un centro armonioso — un idioma, por asíó decirlo — y miran a Amíólcar entre sus soldados atrincherados como ninñ os privados del poderoso padre que una vez los comandoó . (Como los ninñ os que se rebelaron contra un padre es, de hecho, coó mo Flaubert caracteriza a los mercenarios en todo Salammbô. Políóglotas, balbucean. Creó dulos, estaó n atrapados. Impulsivos, exigen gratificacioó n inmediata. Las taó cticas y los principios estaó n constantemente inundados por la emocioó n: la horda inconstante puede acobardarse despueó s de cortar al enemigo en pedazos, o retroceder de las sombras despueó s de lanzarse sin miedo contra una barricada con puó as). Matho se destaca. Lo que eó l imagina es que eó l mismo se unioó a Salammboô en un reino extaó tico propio, similar a Henry y EÁ milie en L'Éducation sentimentale (primera versioó n) imaginaó ndose a síó mismos extaó ticamente unidos a traveó s del oceó ano. Es uno de los temas maó s antiguos de Flaubert. Maó s allaó de la ciudad sagrada se encuentra el jardíón edeó nico, y Matho habla de una isla a veinte díóas de viaje por mar cubierta de polvo de oro y verdor, donde inmensas flores de montanñ a se balancean como incensarios, rociando incienso. "En los limoneros, maó s altos que cedros, serpientes de color de leche hacen caer, con los diamantes de sus fauces, los frutos sobre el ceó sped; el aire es tan suave que impide morir." 286 Viviraó n en una gruta de cristal excavada en la ladera. "O nadie la habita auó n o llegareó a ser el rey del paíós." 287 Las casas trascendentes son espejismos del desierto, sin embargo. La isla no existe fuera de la mente de Matho. Tampoco existe Cartago como lo imaginan los hombres de Matho. ¿Quieó n de hecho ocupa ese "centro" beatíófico? Ninguno. Exiliado de manera intermitente de la repuó blica de la que ha sido nombrado suffete, o magistrado supremo, estaó el propio Amíólcar, al mando a instancias de una burguesíóa inconstante que lo honra en la victoria y lo vilipendia en la derrota. Cuando la ciudad-estado se vuelve contra eó l, 285Ibidem 286Ibidem 287Ibidem
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el general indignado es tentado a asaltarlo a la cabeza del ejeó rcito rebelde y debe ocultar a su hijo Aníóbal, no vaya a ser que los sacerdotes inmolaraó n al ninñ o para aplacar a Moloch. En cuanto a Salammboô , incluso ella se siente excluida de una casa numinosa. Negada la iniciacioó n en la comunidad de las sacerdotisas víórgenes de Tanit por su padre, que preveó un matrimonio políóticamente conveniente para ella, la heroíóna se identifica con la diosa de la luna, viendo en ella a la madre que perdioó en la infancia. Salammboô crece y mengua. Finalmente, durante las festividades que celebran su matrimonio arreglado con Narr'Havas, rey de los nuó midas, ella sufre un eclipse mortal. "De los tobillos a las caderas, iba envuelta en una red de mallas estrechas, que imitaba las escamas de un pez y que brillaban como el naó car," 288 escribe Flaubert. Una zona completamente azul que cenñ íóa su talle dejaba ver sus dos senos por un escote en forma de media luna; unas arracadas de carbunclos ocultaban sus pezones. Llevaba un peinado hecho con plumas de pavo real, cuajadas de pedreríóa; un amplio manto, blanco como la nieve, caíóa flotando sobre sus hombros, y con los codos pegados al cuerpo, juntas las rodillas, y aros de diamantes en lo alto de los brazos, permanecíóa erguida, en actitud hieraó tica. En dos asientos maó s abajo estaban su padre y su esposo. Narr'Havas, vestido con una cimarra blonda, cenñ íóa su corona de sal gema, de la que salíóan dos trenzas de cabello, torcidas como unos cuernos de Ammoó n; y Amíólcar, con una tuó nica morada bordada de paó mpanos de oro, llevaba a la cintura su espada de guerra. En el espacio que las mesas encuadraban, la pitoó n del templo de Eschmuó n, tendida en el suelo, entre charcos de esencia color de rosa, describíóa, mordieó ndose la cola, un gran cíórculo negro. En medio del cíórculo habíóa una columna de cobre que soportaba un huevo de cristal; y, como el sol lo heríóa desde arriba, despedíóa fulgores por todos sus lados. Detraó s de Salamboó se desplegaban los sacerdotes de Tanit, con tuó nica de lino; los ancianos, a su derecha, formaban, con sus tiaras, una líónea dorada, y al otro lado, los ricos, con sus cetros de esmeralda, una gran líónea verde, en tanto que, allaó al fondo, donde estaban colocados los sacerdotes de Moloch, parecíóa, a causa de sus mantos, una muralla de puó rpura. Los demaó s colegios ocupaban las terrazas inferiores. La multitud llenaba las calles. Remontaba por las casas y sus largas filas iban hasta la cuó spide de la acroó polis. 289
Cuando un Narr'Havas nostaó lgico se levanta para brindar por el genio de Cartago, Salammboô bebe de otra copa y muere instantaó neamente, cayendo hacia atraó s con sus cabellos destrenzados, como Emma. En el universo ficticio de Flaubert, el matrimonio mata. FLAUBERT PUEDE haber sido un agradable diputado cuando se le pidioó que representara los intereses de otras personas, pero no podíóa cuidar las suyos juiciosamente. El dinero — el desprecio y la posesioó n de eó l como medidas de valor personal — estaba demasiado cargado de un significado ambivalente como para permitir una negociacioó n racional, y exigir mejores teó rminos por parte de Michel Leó vy lo hacíóa sentir como un suplicante dependiente de un padre severo. No es que hubiera habido mucho espacio para negociar antes de Salammbô. El contrato con Leó vy para 288Ibidem 289Ibidem
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Madame Bovary era injusto solo en retrospectiva. Una primera novela escazamente agotoó su primera edicioó n de una o dos mil copias inmediatamente, si es que lo hizo; la mayoríóa nunca garantizoó una segunda edicioó n. Nadie hubiera considerado tan insignificantes los ochocientos francos que Leó vy habíóa pagado por adelantado, ya que era un acuerdo comuó n entre los editores pagar una tarifa fija por el permiso para publicar tantas ediciones como el mercado aguantara durante un períóodo estipulado de — cinco anñ os en el caso de Madame Bovary. Lo que puede verse como poco generoso fue el mero bono de quinientos francos que Flaubert recibioó maó s tarde, como consecuenciades del juicio, que le habíóa dado a Madame Bovary alas fortuitas. Para 1862 se habíóan vendido maó s de treinta mil copias. Flaubert se sintioó enganñ ado, e incluso se persuadioó , por la aritmeó tica de la proó spera miseria, de que habíóa perdido miles en su obra maestra. Pero prefirioó no enfrentar a Leó vy cara a cara en las nuevas negociaciones contractuales. Ernest Duplan, su notario, actuoó por eó l, presentando teó rminos que poníóan a prueba la fe del editor en su autor. Flaubert queríóa treinta mil francos, una tarifa exorbitante.290 Insistioó en que Leó vy comprara la visioó n de Salammbô sin ser vista, convencido como estaba de que el editor rechazaríóa su novela despueó s de leerla y que, por lo tanto, seríóa estigmatizado, sufriríóa un humillante rechazo tras otro. Tambieó n insistioó en que se publicara sin ilustraciones; lo que el texto evocaríóa en la mente del lector era suficiente ilustracioó n. El editor y el notario estuvieron con rodeos durante agosto, luego Bouilhet intervino en nombre de Flaubert. Leó vy, escribioó posteriormente (el 19 de agosto de 1862), que compraríóa a Salammbô a ciegas por diez mil francos si Flaubert extendíóa el usufructo de Leó vy a Madame Bovary y firmaba un segundo contrato acordando comenzar a trabajar en una novela moderna, por la que Leó vy pagaríóa otros diez mil francos a la entrega. Ademaó s, Leó vy ofrecioó difundir el rumor de que Salammboô habíóa sido comprada por treinta mil francos y publicitar el libro vigorosamente, dejando de lado sus dudas de que una "novela cartaginesa" tuviera alguna posibilidad de eó xito, incluso con fanfarrias. Bouilhet urgioó a Flaubert, y su madre (a quien Flaubert consultaba en todos los asuntos financieros), a aceptar. "Tu orgullo estaó a salvo: no seraó s leíódo antes del acuerdo. Tu proó ximo trabajo estaó colocado de forma segura. ¡Cuaó ntas tribulaciones evitadas! De un plumazo firmas un tratado por veinte mil francos, diez mil de ellos pagaderos inmediatamente y el resto cada vez que entregues tu nueva novela (no necesita ser maó s de un volumen y nada te obliga a dedicarle cinco anñ os)." Flaubert estuvo de acuerdo con el arreglo. Bouilhet se felicitoó por haber terminado un asunto "interminable" en solo una hora. Salammbô aparecioó el 24 de noviembre. Dos semanas despueó s, Sainte-Beuve, con quien, como veremos, Flaubert y otros se reuníóan regularmente en un restaurante llamado Magny's, publicoó la primera parte de una larga resenñ a de ensayos que no hacíóa concesiones a la amistad. Aunque se pagaron cumplidos en el camino, su juicio fue, en general, decorosamente desfavorable. Todos estuvieron de acuerdo, Sainte-Beuve declaroó en un preaó mbulo, que despueó s de Madame Bovary, Flaubert deberíóa producir una secuela con un elenco de personajes involucrados en eventos de mayor alcance y 290En 1864, Lévy pagó a la viuda de Balzac ochenta mil francos por el derecho de publicar una edición de cuarenta y cinco volúmenes de sus obras completas, que incluía diez novelas tempranas que no se encuentran en ediciones anteriores de las obras completas de Balzac. Según Bouilhet, Jules Sandeau, un conocido miembro de la Academia Francesa, recibió tres mil francos por sus novelas y Gautier la mitad.
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consecuencia.291 "Se podríóa haber deseado que esta vigorosa pintura, esta habilidad en las profundidades exactas, esta audacia de expresioó n, se haya aplicado a otro tema igualmente contemporaó neo, igualmente vivo pero menos circunscrito," escribioó . "La naturaleza humana tal vez no sea del todo insíópida, baó sica o peó rfida; hay honestidad, elevacioó n, ternura o encanto en ciertos personajes: ¿por queó no ponerse en el camino de encontrar varios de ellos — de hecho, solo uno — en medio de la estupidez, la malicia y la fatuosidad que de otro modo prevaleceríóan?" Una secuela sin la descripcioó n excesiva encontrada en Madame Bovary y la "tensioó n perpetua" que arroja luz indiscriminadamente fuerte sobre cada objeto mostraríóa su arte a la ventaja. Pero, continuoó Sainte-Beuve, la veta obstinada responsable de la arrogancia artíóstica de Flaubert lo llevoó a decepcionar tales expectativas. "Como un artista orgulloso e iroó nico que afirma no anhelar la aprobacioó n del puó blico o su propio eó xito, resistirse a los consejos y sugerencias, obstinado e inflexible, abandonoó temporalmente el campo de la ficcioó n moderna en el que casi alcanzoó la excelencia y se trasladoó a otro lado con su gustos, predilecciones, ambiciones secretas. Un viajero en Oriente, queríóa visitar algunas de las regiones que alguna vez atravesoó y hacerlo con mucha atencioó n, para representarlas mejor. Un anticuario, que quedoó fascinado con una civilizacioó n perdida y arrasada, y se propuso devolverla a la vida, recreaó ndola en una fabulacioó n." Baste decir que el escrito de Sainte-Beuve contra Salammbô alegaba brutalidad en síó misma, falta de verosimilitud, confusioó n geograó fica, derivacioó n de la visioó n, uso desenfrenado de la historia, exceso de muebles, indumentaria y joyas. Todo el libro, suspiroó , estaó pavimentado no solo con buenas intenciones sino con piedras preciosas. Asíó, cuando Matho entra secretamente en la casa de Salammboô una noche despueó s de entrar a Cartago a traveó s de su acueducto y recorrer un laberinto de corredores, la accioó n no puede continuar hasta que Flaubert haya hecho un inventario de las extranñ as chucheríóas que llenan su dormitorio. "Es un exquisito chinesco." ¿Y queó hay de Matho? preguntoó . Nadie hubiera estado maó s asombrado por este personaje que Polibio, nuestra principal fuente de informacioó n sobre eó l. "Hace tiempo que nos burlamos de esas novelas o tragicomedias de tiempos pasados, donde Alejandro, Poro, Ciro y Genserico son representados como heó roes enamorados. Pero Matho, el Goliat africano, cometiendo locuras infantiles por amor, me parece no menos falso. No cuadra con la naturaleza o la historia." Flaubert no pudo hacer lo correcto. Criticado por alejarse de la naturaleza y la historia, es menospreciado por seguir el maó stil de otros escritores franceses, especialmente Chateaubriand. Salammbô puso a Sainte-Beuve en mente de la sacerdotisa druida Velleó da en Les Martyrs — la novela de Chateaubriand sobre un joven griego tomado como reheó n por Roma bajo Diocleciano quien lleva una vida disoluta; se reinventa como un oficial romano; se levanta para convertirse en gobernador de Armoó rica, donde es cautivado por Velleó da; abraza el cristianismo como consecuencia del suicidio de eó sta; y finalmente muere como maó rtir de la fe. "En este laboriosamente muy agitado libro, M. Flaubert se limita a seguir el ejemplo de Chateaubriand, imitando la barrida eó pica que su predecesor, que hace cuarenta anñ os, trajo a un retrato de la 291Este había sido originalmente el consejo y la opinión de Bouilhet. El 18 de julio de 1857, escribió a Flaubert: "Puedo estar equivocado, pero creo que es lo más inteligente que hay que hacer . . . sería escribir otro trabajo estrechamente observado, incluso si debe ser tu última novela. Redundaría en beneficio de tu bolsillo y tu reputación . . . No es que tenga miedo de que el libro que tienes en mente sea un fracaso, solo que, por elogiable que sea, por su tema, no hará el mismo ruido."
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civilizacioó n grecorromana inclinada al cristianismo." Sainte-Beuve elogioó a Flaubert por las descripciones poeó ticas de Cartago visto de lejos pero estropeoó el cumplido al insinuar que habíóan sido modelados despueó s del panorama de Chateaubriand de Atenas en L'Itinéraire. En otra parte, afirmoó detectar un paralelo con escenas en Atala. Entonces, tambieó n, Sainte-Beuve, que se habíóa abotonado contra la grandilocuencia romaó ntica, encontroó la inclinacioó n de Flaubert ofensiva. La escritura era rica en "cualidades masculinas fuertes," pero le impresionoó por estar sobreexcitado. Igualmente extravagante era la violencia, que atribuyoó a un ajuste de cuentas croó nico del siglo XIX con el sentimentalismo pastoral de una eó poca anterior: los lobos se habíóan desatado sobre el pastor y el flautista. En este punto, dejeó de lado la delicadeza francesa y todo lo que han dicho críóticos aceó rrimos que se apresuran a juzgar. Reconozco que el arte no se preocupa, sobre todo, de la sensibilidad del lector, asíó como tampoco busca, sobre todo, proporcionar instruccioó n moral. Tampoco necesariamente busca hacer lo opuesto. El maó s universal y hospitalario de los críóticos, Goethe, a quien nadie acusaríóa de parroquialismo, . . . sin embargo, retrocedioó ante escenas prolongadas de naturaleza repugnante y pensoó que el arte deberíóa finalmente orientarse hacia lo bello, lo digno, lo agradable. Si aducen el ejemplo de Shakespeare, que abrazoó a los hombres con sus pasiones y almas con sus abismos, sin escatimar en ninguna situacioó n, por atroz que sea, aplaudireó el ejemplo y le direó : Haga lo que hace, mueó strennos personas y cosas a medida de lo que son, ni dorarlos ni hacerlos maó s feos de lo que son.
En conclusioó n, escribioó que la indignante longitud de su críótica debe considerarse como la medida de su estima, que la empresa de Flaubert fue audaz y el cumplimiento de la misma atestiguoó su poder. "Una maníóa por lo imposible caracteriza a los poderosos. Ciertos paó jaros orgullosos y salvajes se posaraó n solo en penñ ascos tan remotos que, en la expresioó n de Homero, solo el sol pone el pie allíó." Aunque no conquistoó ni sometioó a AÁ frica, Flaubert habíóa salido de su aventura de ninguna manera disminuido. "Disfruta de la estima de los arqueoó logos y eruditos semitas, . . . y de mentes eminentes . . . deseosos de conocer al autor cuyo vigor se ha desplegado tan heroicamente." Satisfecho de que la ira que emanaba de Salammbô debíóa haberse agotado en una costa africana, Sainte-Beuve proclamoó que Flaubert haríóa justicia a su talento al continuar donde habíóa quedado cinco anñ os antes. "Que eó l nos deó entonces — entendiendo que es lo suficientemente maestro del estilo para relajar su vigilancia y moverse maó s raó pido — un trabajo poderoso, bien observado y víóvido con las cualidades sutiles y mordaces del primero, pero con al menos una caracteríóstica consoladora en alguna parte en ello." Flaubert escribioó una larga reó plica que Sainte-Beuve anexoó a la resenñ a en el cuarto volumen de sus ensayos recogidos Nouveaux lundis. Respondioó a todas los reparos, ordenando haó bilmente sus fuentes. Aprendemos que "carbunclos formados por la orina de linces", uno entre muchos detalles extranñ os a los que SainteBeuve habíóa hecho excepcioó n, proveníóa del Tratado sobre las piedras preciosas292 de 292Flaubert, un admirador de toda la vida de Voltaire, se deleitaba con las supersticiones más estrafalarias de la humanidad, al igual que hizo, a la inversa, en las frases trilladas o clichés que constituyen su Diccionario de ideas preconcebidas. Un hallazgo real para él fue Médecine et hygiène des Arabes de Émile-Louis Bertherand. Le escribió a Bouilhet sobre cataplasmas de saltamontes en uso entre los árabes argelinos, sobre mujeres infértiles que inhalan los humos de la quema de pelo de león y tragan la espuma que se acumula en los oídos de los burros.
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Teofrasto. El templo de Tanit, que Sainte-Beuve encontroó absolutamente extravagante, descansaba sobre una base soó lida. "Estoy seguro de que lo reconstruíó tal como era, . . . con las medallas del due de Luynes, con todo lo que se conoce sobre el templo de Salomoó n, con un pasaje de San Jeroó nimo citado por Selden (De diis Syriis), con un plano del mismo templo cartaginense de Gozzo, y lo mejor de todo, con las ruinas del templo de Thugga [es decir, Dougga], que examineó a yo mismo, y que, por lo que seó , los viajeros y anticuarios nunca han escrito." Declaroó que no habíóa descripciones gratuitas. Sin embargo, elaborado, todos estaban destinados a servir a los personajes y la accioó n. En cuanto a la verosimilitud, eó l insistioó en la verosimilitud de su Cartago. "¡No podríóa importarme menos la arqueologíóa! Si el color no es uniforme, si ciertos detalles aparecen, si las costumbres no se derivan de la religioó n y los hechos de las pasiones, si los personajes no son de una pieza, si el vestido no es apropiado para las costumbres y la arquitectura para el clima, síó, en una palabra, no hay armoníóa, estoy equivocado. De lo contrario, no lo soy." Lo que encontroó maó s desalentador que la posibilidad de que hubiera fallado fue la falta de voluntad del críótico para abrir su propia imaginacioó n. "El ambiente lo irrita, lo seó , o maó s bien, ¡lo siento! En lugar de aferrarse a su punto de vista personal, el de un hombre de letras, un moderno, un parisino, ¿por queó no se colocoó donde me encuentro? . . . Creo que fui menos duro con la humanidad en Salammbô que en Madame Bovary. Me parece que hay algo intríónsecamente moral en el amor que me llevoó hacia las religiones y pueblos extintos." Flaubert escuchoó a Jules Duplan, quien arremetioó contra Sainte-Beuve, llamaó ndolo un salaz viejo cortesano. Otros amigos se unieron al coro de apoyo, al igual que los críóticos menores tomaron el tono de SainteBeuve y pregonaron burla. La críótica maó s salvaje fue escrita por Wilhelm Froehner, un curador asistente de las antiguë edades en el Louvre. Se cree, con buena razoó n, que actuoó como la criatura de funcionarios del gobierno hostiles al cíórculo de Flaubert. Hubo mucha pedante rinñ a en las paó ginas de L'Opinion Nationale, de la cual Froehner no salioó ileso, pero el peoó n erudito recibioó su merecido por los servicios prestados en esta y otras ocasiones con un nombramiento a la Legioó n de Honor. Mientras fingíóa imitar al faquir, indiferente a las alimanñ as que se arrastraban sobre su cuerpo mientras contemplaba fijamente el sol, Flaubert prestaba mucha atencioó n a los artíóculos escritos sobre eó l. "Junto con el Journal pour Rire", le dijo a Duplan el 12 de enero de 1863, "Tengo La Vie Parisienne, que me apaleoó , L'Union, La Patrie (ayer), La Revue Française, etc. Va bien. Intente obtener las otras resenñ as que mencionaste, no recuerdo cuaó les o doó nde encontrarlas. Estoy haciendo una coleccioó n." Coó mo se sintioó Mme Flaubert acerca de Salammbô no estaó registrado en ninguna parte, pero las desagradables críóticas la molestaron, y una particularmente aó spera en Le Figaro, que Flaubert tratoó de ocultar, la llenoó de temor de que su hijo pudiera desafiar al autor a un duelo. Tambieó n hubo elogios. La generacioó n romaó ntica lo elogioó efusivamente. Hector Berlioz escribioó : "Mi querido M. Flaubert, queríóa correr por la ciudad y hacerle una visita, lo que resultoó ser imposible, pero no puedo demorar un momento maó s en decirle que su libro me llenoó de admiracioó n, asombro, incluso terror. . . Estoy asustado, lo he sonñ ado las uó ltimas noches. ¡Que estilo! ¡Queó conocimiento arqueoloó gico! Queó imaginacioó n . . . Permíótame estrechar su poderosa mano y llamarme su devoto admirador." Ninguna respuesta fue maó s apreciada que un artíóculo de George Sand en el que la gran dama, que no consideraba a Salammbô como un valiente fiasco o un tour de force cataó rtico o entre pareó ntesis, declaroó que la imaginacioó n de Flaubert era tan 322
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fecunda y su poder de descripcioó n tan impresionante como el de Dante. "¡Queó estilo tan sobrio y poderoso para contener tanta exuberancia de invencioó n!" ella exclamoó . Flaubert habíóa sido presentado a Sand en el teatro cuatro anñ os antes. Posteriormente la habíóa visitado una vez en su apartamento de la rue Racine. Ahora le envioó una nota de agradecimiento y recibioó en respuesta una carta que le aseguraba que la gratitud era innecesaria por lo que su conciencia le habíóa exigido que hiciera. "Mi querido hermano," escribioó ella. Cuando la fraternidad críótica cumple con su deber, callo, prefiero producir que juzgar. Pero todo lo que habíóa leíódo sobre Salammbô antes de leer la novela en síó era injusto o inadecuado. Hubiera considerado el silencio negligente, si no cobarde, que puede equivaler a lo mismo. Agregar a tus oponentes a los míóos no me molesta — unos pocos maó s, unos pocos menos. . . Apenas nos conocemos. Ven a visitarme cuando tengas tiempo. No estaó lejos. Siempre estoy aquíó.
Flaubert respondioó sin demora: No te agradezco por haber realizado lo que llamas un deber. Tu bondad me conmovioó y tu simpatíóa me enorgullece. Eso es todo. La carta continuó a con tu artíóculo e incluso lo supera, y no seó queó decir, excepto que te tengo un gran aprecio . . . En cuanto a su invitacioó n cordial, respondereó como un verdadero normando diciendo tal vez síó, tal vez no. Quizaó s de repente aparezca en tu puerta un díóa el proó ximo verano. Porque estoy ansioso por verte y chalar.
No la sorprendioó en Nohant ese verano, pero la puerta se habíóa abierto a una amistad — una amor amicitiae, como la llamaba Sand — que, a su debido tiempo, enriqueceríóa sus vidas. EÁ l le pidioó a ella un retrato fotograó fico, que ella le dio a reganñ adientes, aseguraó ndole que su rostro no la representaba tan bien como su corazoó n y mente. Otra mujer de gran prominencia con la que el libro encontroó el favor fue Eugeó nie. La emperatriz decidioó asistir a un baile de disfraces disfrazada de Salammboô y ordenoó al novelista reprobado que presentara los dibujos de su heroíóna con todos los atributos. Feliz de cumplir sus oó rdenes (siempre que las imaó genes no aparecieran entre las portadas de los libros), Flaubert se puso en contacto con un artista llamado Alexandre Bida, quien luego prestoó servicio a su amigo Eugeè ne Giraud, protegido de la Princesa Mathilde Bonaparte. Sin embargo, esta asignacioó n de vestuario no llegoó a nada, cuando Eugeó nie, temiendo tal vez que la tuó nica de Salammboô pudiera ser inapropiada, se inclinoó por un papel menos exoó tico.293 El guardarropa de Salammboô nunca se convirtioó en la moda en la corte, pero la novela engendroó entretenimiento popular en la forma de una parodia cuyo elenco incluíóa a Hortense Schneider, la actriz y cantante que se hizo famosa por Offenbach. Titulado Folammbô, Ou Les Cocasseries carthaginoises (Mad-ammboô , o los Altos 293Tales preocupaciones pronto parecerían un poco anticuadas. A fines de la década de 1870, después de la publicación de L'Assommoir, la obra más vendida de Zola sobre la vida en los barrios marginales de París, los cuales se convirtieron en un acto de esnobismo invertido y los parisinos de primera clase asistieron a "El Baile de Hooligan" disfrazados de personajes de Zola en una evocación urbana de la fantasía rústica de Marie-Antoinette en la lechería de Versalles.
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Jolgorios Cartagineses) y publicitado como una obra de teatro "que ilustra las costumbres cartaginesas en versos de varios pies, algunos de una yarda de largo," se inauguroó en el teatro Palais-Royal el 1 de mayo. Para entonces, Flaubert habíóa regresado a Croisset, donde las convulsiones, los foruó nculos, el reumatismo y una afeccioó n estomacal lo abatíóan. 294 Los informes de que Salammbô habíóa sido objeto de sermones vituperativos en dos de las iglesias maó s ricas de Paríós, Triniteó y SainteClotilde, proporcionaron una agradable distraccioó n de su afligido cuerpo. A los feligreses se les advirtioó que la despreciable meta del autor era revivir el paganismo, lo que lo calificaba para un lugar en el infierno junto a Voltaire y Sade. La abominacioó n puede haber ayudado a las ventas. Salammbô atravesoó cuatro ediciones en seis meses, alentando la optimista prediccioó n de que Flaubert podríóa sufrir lo que Henry James, describiendo a una mujer novelista prolíófica que anhela el respeto que asiste al fracaso comercial, lo llamoó "la dura condena de la popularidad." Una uó ltima nota. Pasaríóa otra deó cada antes de que Flaubert comenzara a apreciar la dimensioó n del elogio de su amiga de la infancia Laure de Maupassant, de soltera Le Poittevin. "Mi querida madre y yo queremos evocar el pasado durante nuestras largas noches otonñ ales," escribioó ella desde Feó camp. "Tan pronto como se despeja la mesa de la cena, nos reunimos en la chimenea, abro [Salammbô] y leo en voz alta. Mi hijo Guy estaó tan atento como cualquiera; al escuchar tus descripciones, que a veces son tan elegantes y a veces espeluznantes, sus ojos oscuros destellan, y creo que el ruido de la batalla y el trompeteo de los elefantes resuenan en sus oíódos."
294En este caso, atribuyó el brote de forúnculos a los vapores de pintura del trabajo que se realiza en la planta baja. Las erupciones cutáneas podrían ser el resultado de frotamientos de mercurio, pero parece haber tomado mercurio en un jarabe.
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XVII Entrando a la Edad Media CAROLINE HAMARD sin duda habríóa amado unirse al clan Maupassant durante sus largos vellées de otonñ o en lugar de estudiar textos histoó ricos asignados por su tíóo. Mme Flaubert a veces visitaba a Feó camp con ella durante el verano, y esas excursiones eran eventos bienvenidos, recordados no tanto por la companñ íóa de Guy, un impecable companñ ero de juegos cuatro anñ os menor que ella cuyos juegos presentaban botes y aranñ as, como por la calidez que transmitíóa su abuela. En Victoire Le Poittevin, la abuela de Guy, Caroline encontroó una mujer tan diferente a Mme Flaubert como dos amigas de toda la vida podríóan ser. A los sesenta y cinco anñ os auó n llevaba puesta ropa de colores alegres, seguíóa escribiendo versos y recitaó ndolos, y seguíóa apreciando sus propios chistes tan afectuosamente que su cabello, todavíóa en rizos, se agitaba contra sus mejillas arrugadas. Raramente, la risa viene de Caroline Flaubert, una figura distante en su duelo y habituada a evocar díóas maó s felices. Mientras que en Feó camp una anciana se comportoó como una ninñ a, en Croisset la juventud era anacroó nica. No quiere decir que el duro filo de la vida habíóa salvado a la familia Maupassant. Como la pequenñ a Caroline, Guy teníóa un padre solo de nombre. EÁ mile Hamard solíóa estar atontado por el alcohol y Gustave de Maupassant estaba embobado con amantes. Despueó s de quince anñ os de matrimonio, cuando Guy teníóa once anñ os, Laure de Maupassant induciríóa a su esposo a firmar un acuerdo de separacioó n, formalizando un hecho consumado. Hambrienta de un amor maó s envolvente y demostrativo de lo que su abuela podíóa proporcionar, Caroline encontroó una liberacioó n emocional en rabias ciegas o en eó xtasis de adoracioó n. Mme Flaubert era lo suficientemente mujer en su medio social para insistir en la Comunioó n Catoó lica, y Caroline, una vez que se establecieron en el bulevar del Templo, tomoó instruccioó n cerca de la iglesia parroquial de Saint-Martin. Un amable y hermoso catequista llenoó a la ninñ a de celo religioso. A partir de entonces, sus viernes seríóan sin carne. Para las oraciones nocturnas improvisoó una pequenñ a capilla, completa con velas de cumpleanñ os. Y de vuelta en Croisset, donde Flaubert comenzaba la leccioó n de historia todos los díóas tan pronto como el transbordador de la una en punto en La Bouille silbaba su partida, a menudo vagaba descalza por la ladera boscosa en peregrinajes imaginarias a los lugares sagrados visitados una vez por su tíóo. Flaubert tuvo una visioó n indulgente de su religiosidad. (EÁ l podríóa haber sido menos indulgente si su sobrina hubiera buscado el consuelo en la muó sica, como lo habíóa hecho su madre, y hubiese matado el silencio al piano.) Su otro tíóo, el Achille de barba exuberante y afilada, estaba lejos de ser benigno. "Cada vez que se presentaba a cenar el viernes estaba aterrorizada," escribioó Caroline Hamard. "Cuando mis dos huevos fueron servidos, eó l nunca dejaríóa de hacer una de esas ocurrencias que me helaron." El resentimiento nacido de la impresioó n bien fundada de que Caroline disfrutaba de un 325
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mayor favor a los ojos de Mme Flaubert que su propia hija, Juliette, sin duda despertoó el anticlericalismo del doctor. Sin una sociedad de amigos cercanos de su misma edad, Caroline se unioó a Flavie Vasse de Saint-Ouen, la hermana del amigo de Flaubert, Emmanuel, una mujer doce anñ os mayor que ella, que le ofrecioó sustento emocional. Flavie era una madre sustituta, una modelo de exaltacioó n piadosa, una hermana, una confidente y, de hecho, maó s de todo lo que definíóa el vacíóo de Caroline de lo que Flavie en uó ltima instancia, podríóa soportar ser. Pronto surgioó un rival por los afectos de Caroline en la persona de su maestro de dibujo, Johanny Maisiat. Al no tener otros estudiantes, este pintor de bodegones florales que predicoó el arte mejor que eó l lo practicoó se dedicoó a Caroline, con consecuencias que su abuela deploraba. "Nuestros paseos por el Louvre, donde me explicoó las obras maestras; esas clases de una hora antes de un famoso yeso, la Venus de Milo; los bajorrelieves del Partenoó n, que examinamos en detalle; luego, en Croisset, nuestras sesiones al aire libre, la observacioó n de la luz y la sombra, la magnificencia del color: estos estudios me encantaron. Le di toda mi ternura al hombre que me proporcionoó ese placer, y cuando, en víósperas de mi deó cimo octavo cumpleanñ os, me propusieron que hiciera un matrimonio adecuado, honorable y burgueó s (en una palabra), me sentíó como si hubiera sido arrojada desde el Parnaso." Ese manejo de la razón seríóa, como veremos, un maleó fico desastre para ella y para su tíóo Gustave. La propia vida de Flaubert se comportaba con su imagen de síó mismo como un hombre de cuarenta anñ os, triste, erudito y calvo, cuyos muó ltiples apetitos habíóan sido enganñ ados por la literatura. 295 En lugar de amoríóos serios, hubo flirteos epistolares y amargos epíólogos a romances extintos. Fueron malas las noticias de Baden-Baden, donde Maurice Schlesinger vivioó modestamente despueó s de sufrir reveses financieros. Su hija, Maríóa, la críóa en el pecho de EÁ lisa cuando Gustave los conocioó en Trouville, se habíóa convertido en pianista y se habíóa casado con un arquitecto. Su hijo, Adolphe, por otro lado, no jugaba nada maó s que las mesas en el casino de Baden-Baden, apostando todo lo que podíóa extraer de su madre. 296 Maurice teníóa todas las razones para creer que el perezoso e irresponsable de su hijo habríóa robado sus manuscritos de Beethoven para satisfacer su adiccioó n. Consternada por el despilfarro propio de su hijo, su desdichado matrimonio y su vida desarraigada en una comunidad de transitorios privilegiados, EÁ lisa mostroó signos de trastorno mental. Todo le causaba dolor: conversacioó n de la gente, ligeras brisas, cantos de paó jaros. Incapaz de llorar, de leer, escribir, lavarse, calmar dolores punzantes en sus brazos o desterrar la idea de que sus venas habíóan sido vaciadas de sangre, fue internada en un sanatorio cerca de Achern en Wuë rttemberg. El personal la diagnosticoó como una melancoó lica hipersensible cuya recuperacioó n requeríóa un períóodo de separacioó n completa de un marido incompatible. 295Esto a pesar de la abundante evidencia de que la literatura lo hizo atractivo para las mujeres de cualquier disposición. Madame Bovary deslumbró a Marie-Sophie Leroyer de Chantepie. Salammbô tuvo un efecto similar en una cortesana envejecida llamada Esther Guimont, cuyos antiguos amantes incluyeron un príncipe y un primer ministro. En una breve nota, Mile Guimont le aseguró que si ella fuera un poco más joven, le haría una visita y le daría una prueba definitiva de su entusiasmo. 296El año anterior, 1861, Flaubert había escrito a Jules Duplan desde Trouville, donde pasó una semana con su madre pidiendo deudas de larga data a su padre: "Hay capítulos de mi juventud aquí detrás de todos los arbustos y casas. Tengo tantos recuerdos instalados en estas partes que cuando llegué el otro día, mi cabeza estaba nadando con ellos . . . ¡Ah! Tenía amores conmovedores, muchas erecciones, sueños en abundancia, muchos disparos de aguardiente con personas ahora muertas."
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"He aprendido sobre la publicacioó n de tu libro [Salammboô ]," escribioó Schlesinger a Flaubert el 16 de diciembre de 1862. "Desde que estoy extremadamente interesado en leerlo, te ruego que me envíóes dos copias, una para míó y una para Maria. Incluye tu primer libro y me asegurareó de que llegue al autor de un artíóculo sobre Salammboô en la Gazette Universelle . . . Bondadosamente incluye tambieó n algunos bombones de chocolate para los hijos de Maríóa . . . Mi pobre esposa todavíóa estaó enferma en un sanatorio. No la he visto por diez meses. No se la puede visitar para que ninguna emocioó n, buena o mala, la desequilibre." Flaubert cumplioó puntualmente y pidioó que lo mantuvieran informado sobre el estado de EÁ lisa, que no mejoroó . "Mi pobre Z, como te dije, ha estado en un hospital psiquiaó trico durante diez meses," respondioó Schlesinger varias semanas despueó s. "Ella no nos ha escrito una palabra, dice que escribir le duele y la inquieta cuando debe mantener la calma. Mi muchacho, Adolphe, estaó en Paríós en contra de mis deseos; el briboó n me ha causado toda clase de problemas, me ha costado una fortuna y hasta ahora ha sido absolutamente bueno para nada." Habiendo decidido ver por síó mismo coó mo le iba a las cosas a EÁ lisa y llevarla a casa si no parecíóa mejor, ingenuamente propuso que Flaubert deberíóa obtener un diagnoó stico de Achille. Esto no se pudo hacer, respondioó Flaubert, sin informacioó n clíónica. "Envíóame una carta legible [Schlesinger teníóa una letra terrible] en la que se exponen todos los síóntomas de su enfermedad, el momento, el origen, etc., y te prometo una respuesta categoó rica." No se sabe si Schlesinger siguioó las instrucciones o queó impresioó n le causoó EÁ lisa a Flaubert cuando la visitoó en Baden-Baden en julio de 1865. La historia de EÁ lisa a partir de entonces fue una de remisiones y ataques de nervios. La historia de Louise Colet, por su parte, fue una de las visitas beligerantes a su pasado romaó ntico, y en 1859, maó s de cinco anñ os despueó s del rechazo de Flaubert, levantoó otro petardo ficticio contra eó l, Lui. Un anñ o antes, George Sand habíóa publicado una novela sobre su amoríóo con Alfred de Musset durante la deó cada de 1830. Titulado Elle et lui, incitoó al hermano superviviente de Musset, Paul, a publicar una versioó n contraria, Lui et elle. El intercambio causoó un revuelo, que Louise explotoó en su libro con un doble propoó sito: hacer saber que Musset, alias Albert de Lincel, tambieó n la habíóa amado apasionadamente a ella y hacer que pronunciara una denuncia autorizada de Flaubert, presentado aquíó como "Leó once." Leó once es el genio escurridizo querido por su amante abandonada, una marquesa llamada Steó phanie de Rostan. Instada por su pequenñ o hijo a dar la bienvenida a los avances de Albert, Steó phanie-Louise cede en un aparente acto de obediencia materna y, habiendo roto virtualmente la fe con Leó once, insiste en que Albert lea sus cartas para cualquier luz que pueda arrojar sobre el enigmaó tico solitario. Albert compara el corazoó n de Leó once con la joroba de un Arlequíón; es un pseudo-oó rgano, infinitamente expansible pero totalmente insensible, en el que todo entra y del que nada emerge. "La batalla se une entre este hombre y yo," eó l declara. Lo encuentro odioso no solo porque te amo, sino porque tambieó n siento que eó l es el antagonista de mi mente y de todos mis instintos. Vea aquíó (dijo, tomando la carta y leeyeó ndola detenidamente): un joven ardiente de amor pasa cuatro paó ginas ensalzando la soledad. Usted es su vida, dice eó l, pero eó l deliberadamente lo detiene y se condena a síó mismo a trabajos forzados. EÁ l aplasta los afectos de su corazoó n con la esperanza de ser inspirado, que es como vaciar una laó mpara de aceite para que pueda arder maó s. Ten esto en cuenta sobre la vida de hombres verdaderamente grandes, ¡que todos hayan conquistado su 327
Flaubert: Una vida — Frederick Brown genio solo con amor fortificaó ndolos! ¡Queó quieren, estos pequenñ os Oríógenes del arte por el arte, que imaginan que fructificaraó n castrandose a síó mismos!
Albert se burla de la preocupacioó n de Leó once por el estilo como el duende de un artista de madera que confunde la prosa con la marqueteríóa. "Si la idea no hace que la palabra palpite, ¡no me interesa!" exclama, vengando todas las duras lecciones que su generoso Flaubert perforoó en su ventríólocuo. "Si los pliegues de las cortinas crujen sobre un maniquíó, ¿me excitaraó ? (Entonces Albert estalloó en carcajadas, como una criatura fresca que se burla de la belleza artificial de una coqueta pintada.)" 297 El hecho de que Louise encuentre un hogar para Lui en Michel Leó vy Freè res, que lo publicoó el 15 de octubre de 1859, puede haber contribuido a la estridencia de las negociaciones de Flaubert sobre Salammbô dos anñ os y medio despueó s. Revivioó mucho maó s de lo que faó cilmente podíóa eliminar de la mujer a la que una vez habíóa llamado "la Musa" pero ahora la consideraba una Furia implacable. Instoó a Ernest Feydeau a comprar el libro para reíórse. "Ella realmente vapulea a tu amigo. Otras dos obras de ella iluminaraó n esta historia y su autor, asíó que lee: (1) La servante, un poema en el que nuestro muchacho Musset es desgarrado tan vigorosamente como lo exaltan en Lui, y (2) Une histoire de soldat, una novela cuyo personaje principal eres tu obediente. No te puedes imaginar lo liviano que es Lui . . . Es decir, para rehabilitar a Musset, hace un mejor trabajo de almacenamiento que Elle et lui. Yo mismo me considero insensible, mezquino, totalmente un tonto sombríóo.” Esto es lo que se consigue, escribioó , por "copular con Musas." ¿Te molestoó el libro? Una diatriba fatua contra el geó nero femenino le da a la IÎle su afirmacioó n de que las puó as de Louise apenas lo habíóan picado. "Esta publicacioó n me ha convencido una vez maó s de la inmoralidad profundamente arraigada de las mujeres," Flaubert declaroó a Feydeau, evitando incluso a aquellas mujeres que sabemos que eó l teníóa en alta estima. "Objetaraó s que esa [Louise Colet] es un monstruo, lo cual yo niego. No hay monstruos, por desgracia, y si los hubo, ya que muchos hombres podríóan desempenñ ar el papel de mujeres. Pero una cosa que ninguó n hombre haríóa es tratar a una antigua amante como ella lo hizo con su ex amante. Las mujeres no tienen nocioó n de rectitud. Las mejores de ellas no tienen reparos en escuchar en las puertas, abrir cartas, aconsejar y practicar miles de pequenñ os enganñ os, etc. Todo se remonta a su oó rgano. ¡Donde el hombre tiene una eminencia ellas tienen un agujero! Esa eminencia es la Razoó n, el Orden, la Ciencia, el Falo-Sol, y el agujero es la noche, humedad, confusioó n." Aquíó el" burguesoó fobo" propagaba un mito tan comuó nmente aceptado entre los burgueses como cualquiera de los que le gustaba ridiculizar. Lo que maó s le molestaba, le dijo a una simpaó tica amiga, fue la caricatura fija en la mente de muchas personas sobre Flaubert el exuberante, el bufoó n, el libertino, el pedante bohemio. "Mucho bien hace que no me considere un hipoó crita o un presumido; todavíóa estoy mal juzgado. ¿De quieó n es la culpa? ¿La míóa sin duda? . . . Debo hacer penitencia por ser tan alto y tener una tez rubicunda." ¿Creeríóa su amigo por correspondencia, le preguntoó , 297Flaubert podría consolarse con una carta del gran historiador Jules Michelet, cuyo libro La Mer elogió en detalle. "Su genio, querido señor, querido amigo," respondió Michelet, "es un vaso que magnifica y embellece . . . Qué fenómeno tan fino y singular: un hombre superior al que le gusta la producción de los demás y simpatiza con ello. Es algo que rara vez encuentro." Émile Zola, entre otros, haría la misma observación.
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que seguíóa siendo tan tíómido y elegíóaco como un adolescente que conserva ramos desvaíódos en un cajoó n de la coó moda? El cambio de opinioó n de Louise con Musset podríóa haber llevado a Flaubert a anticipar que las alabanzas tambieó n seguiríóan a la difamacioó n en su caso. Despueó s de leer Salammbô, Louise escribioó a la amiga de Flaubert, Edma Roger des Genettes, que la transportaba y, como no era nada si no imparcial, esperaba que su admiracioó n por la obra maestra se comunicara a su autor (que para entonces la estaba releyendo con un ojo duramente críótico). "Muy hermosa, muy grande, impecable firmeza de estilo: los horizontes africanos, el campamento de los mercenarios, Amíólcar, el ninñ o Aníóbal, hacen paó ginas excepcionales. ¡Ahora hay un trabajo! "El vulgo inevitablemente preferiríóa a Madame Bovary, a la que llamoó un "pastiche impuro" de Balzac, pero Salammbô, insistioó , era lo que daba la verdadera medida de la grandeza de Flaubert como escritor y pensador. "Casi todo lo relacionado con esto me llena de entusiasmo." De ninguna manera los sentimientos personales dieron color a su opinioó n, que vino, dijo, desde maó s allaó de la tumba de una relacioó n. "Te digo esto como si eó l y yo estuvieó ramos muertos. Ya no puede hacer que mi corazoó n brinque o que mis sentidos se estremezcan. Nunca maó s apretareó la mano de ese insidioso normando. Pero reconozco el muy orgulloso, muy real, gran talento manifiesto en este libro." Edma informoó que Flaubert habíóa hablado tiernamente de Louise (sin sentirse obligada a agradecerle directamente los cumplidos indirectamente ofrecidos), pero esto excitoó su indignacioó n. "El espíóritu de justicia, del que nunca me desvíóo," ella jadeoó , "me obliga a reconocer el talento en Salammbô. Pero si le dijiste tanto al autor, deberíóas, para completar el cuadro, hacerle saber que desdenñ eó completamente su caraó cter y que me rebela su prematura decrepitud." FLAUBERT, por lo demaó s, estaba rodeado de rostros amistosos, muchos pertenecientes a mujeres cuyo afecto importaba maó s que su haó bito supuestamente geneó rico de escuchar conversaciones a escondidas y abrir cartas con vapor. Una incluso pertenecíóa a una militante feminista de Rouen cinco anñ os mayor que eó l, Ameó lie Bosquet, autora de un compendio de estudio sobre las tradiciones, leyendas y supersticiones normandas (La Normandie romanesque et merveilleuse), que auó n no habíóa escrito su novela sobre la difíócil situacioó n de las mujeres trabajadoras y que auó n no lanzaba sus ataques contra el misoó gino Coó digo Civil. Se conocieron en 1858 en la biblioteca municipal de Rouen, donde investigaron bajo la tutela del bibliotecario, Andreó Pottier, y pronto se encontraron para conversar regularmente, a menudo en Croisset o en su departamento de Ameó lie. Flaubert no podíóa ir tan libremente con Ameó lie como con Bouilhet, pero encontroó en su brillante paisana un interlocutor digno. "Nuestras conversaciones fueron bastante animadas," recordoó ella, "y solíóamos pasar dos o tres embriagadoras horas juntos. La embriaguez fue completamente intelectual, fíójate, y si puedo juzgar de su experiencia desde la míóa, diríóa que todo el calor de nuestro ser fue absorbido por nuestros cerebros."298 Ameó lie habíóa nacido fuera del matrimonio; su madre, una 298A Amélie no se le conoció ningún amante, y nunca se casó. Cuando Flaubert le dijo que parecía estar excesivamente orgullosa de su virtud, ella respondió: "No, no estoy tan orgullosa de mi conducta virtuosa como piensas, porque sé muy bien que no es virtud por sí misma . . . A mi edad [ella tenía cincuenta y un años en ese momento] hay mil razones para que una mujer sea discreta y y no ser de otra manera. ¿Qué
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tejedora, resolvioó que, a diferencia de la mayoríóa de las ninñ as del distrito obrero de Martainville, deberíóa recibir instruccioó n formal y llevarla a un colegio administrado por dos damas ancianas en el que las hijas de familias burguesas preocupadas por esas cosas aprendieron las gracias y las piedades de otra edad. La escuela perdioó su mente maó s brillante cuando Ameó lie se graduoó . A partir de entonces, ella comenzoó a despreciar cada vez maó s a la religioó n, aunque las costumbres alimentadas por ella moderaban su anticlericalismo. Viviendo en casa con su madre y su padrastro, un hombre de recursos que eventualmente la adoptoó , se convirtioó en una prolíófica escritora de novelas seriales — algunas publicadas entre portadas bajo el seudoó nimo masculino EÁ mile Bosquet, y una de las beneficiarias de los servicios editoriales de Flaubert. Flaubert, a su vez, se volcoó en el oíódo de ella. "El otro domingo me quedeó cabizbajo en la entrada de tu carruaje", escribioó Flaubert en julio de 1860. "Me dijiste que no salíóas de la casa el domingo, y yo vine a las tres con la esperanza de conversar contigo hasta las siete. Estoy cansado hasta los huesos de llevar dos ejeó rcitos enteros a la espalda, treinta mil por un lado, once mil por el otro, por no mencionar elefantes y arcos de elefantes." Meses despueó s (en el aniversario de la masacre del díóa de San Bartolomeó , que, como eó l senñ aloó , Voltaire conmemoraba cada anñ o por desarrollar fiebre), fue invitada a ser su audiencia en Croisset. "¿Asíó que te gusta lo que has oíódo de Salammbô, mi querida coó frade? Bueno. ¿Te gustaríóa una segunda lectura a mediados de la proó xima semana, por ejemplo, mieó rcoles o jueves? Dame una líónea la noche anterior y ven a almorzar. "Cuando Ameó lie decidioó desplegarse en un escenario maó s grande despueó s de la muerte de su madre y se fue de Rouen a Paríós, su partida entristecioó a Flaubert. Cada vez maó s, el companñ erismo se desplazaba de tres temporadas a una sola. Durante aquella temporada en Paríós, el invierno, Flaubert era un anfitrioó n e invitado frecuente. No importaba lo que uno sintiera por eó l, escribioó Maxime Du Camp, era imposible no dejarse sorprender por su amplitud, su entusiasmo y la manera ingenuamente directa en que expresaba sus opiniones. "Deseoso de agradar y ser bueno en eso, coqueteoó con las mujeres, que descubrieron que su extravagancia era interesante e hizo una demostracioó n de apacible paternidad con joó venes aspirantes a escritores."299 Las invitaciones abundaron. Estaban los de Jeanne de Tourbey y de Paule Sandeau, una admiradora casada con Jules Sandeau, el novelista y acadeó mico maó s conocido por inspirar el seudoó nimo de su amante, George Sand. 300 Otros vinieron de Hippolyte Taine, Freó deó ric Baudry en Versalles, el Dr. Jules Cloquet — que pronto se convertiríóa en baroó n hereditario por su paciente maó s eminente, Napoleon III — y Edma Roger des Genettes, una mujer elegante y muy cultivada (la hija de Valazeó , un destacado revolucionario girondino cuyo informe a la Convencioó n en 1792 habíóa sentado las bases para el juicio de Louis XVI) con quien intercambioó sentimientos y filosofíóa. Vio a puedo hacer?: soy razonable, es mi desgracia. Reconozco que una mujer gobernada por la razón es un ser fallido." 299Fue más que enseñar; como con amigos, él leyó sus trabajos concienzudamente y los comentó extensamente. 300Léonard Sylvain Julien (Jules) Sandeau (francés: [sɑdo], 19 de febrero de 1811 - 24 de abril de 1883) fue un novelista francés. Sandeau nació en Aubusson (Creuse), y fue enviado a París para estudiar derecho, pero pasó gran parte de su tiempo en un comportamiento indisciplinado con otros estudiantes. Conoció a Goerge Sand, entonces Madame Dudevant, en Le Coudray en la casa de un amigo, y cuando ella llegó a París en 1831, tuvieron una relación. La intimidad no duró mucho, pero produjo Rose et Blanche (1831), una novela escrita juntos bajo el seudónimo de J. Sand, de la que George Sand tomó su famoso seudónimo.
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Du Camp, cuando el peripateó tico Maxime no estaba en Calabria luchando bajo Garibaldi contra el rey de las Dos Sicilias, en Baden-Baden convaleciente de ataques persistentes de artritis, separaó ndose de su amante Valentine Delessert, o estableciendo una relacioó n íóntima con su sucesora, Adeè le Husson. Duplan, que habíóa quebrado pero con amigos influyentes, encontroó un empleo coó modo como asistente del banquero y coleccionista de arte Henri Cernuschi, a menudo cenoó con eó l, mientras que Bouilhet se presentaba intermitentemente, evitando Paríós a menos que los ensayos de su uó ltima obra requirieran su presencia (una efíómera comedia, Oncle Million, se inauguroó en el Odeó on el 6 de diciembre de 1860). Flaubert intercambioó visitas con Jules Michelet, cuyas amplias meditaciones — sobre la mujer, la familia, el mar, los insectos, la brujeríóa — elogioó extravagantemente. Continuoó viendo a Gautier, Feydeau, Du Camp y Baudelaire en el Sabatier de Apollonie los domingos hasta 1862, cuando la Preó sidente, abandonada por Mosselman por una amante mucho maó s joven, subastoó todo lo que poseíóa de valor, dejoó su famoso apartamento en el 2 de la rue Frochot, rechazando el dinero de culpabilidad de su ex amante, y tomoó un apretado cuarto cerca del Bois de Boulogne. "Cuando no tengas nada mejor que hacer, escríóbeme," le instoó Flaubert. "Cuando quieras llorar y no te atrevas, envíóame tus laó grimas. Todo lo que te afecta a ti es relevante para míó. El otro díóa me angustieó vieó ndote en tu estado actual, pero desafortunadamente no hay mucho que pueda hacer al respecto . . . Los hombres son cerdos, decididamente, y vivir es un negocio sucio. . . No te desesperes . . . Uno se debe repetir constantemente a síó mismo las palabras imperecederas: '¿Quieó n sabe?' Le ayuda a uno a dormirse, y durante la noche el viento puede cambiar." El pesimista inveterado estaba indudablemente maó s asombrado que nadie cuando su sabiduríóa fue confirmada ocho anñ os despueó s; en 1870, el inmensamente rico Marqueó s de Hertford, con quien Apollonie habíóa tenido una breve aventura despueó s de separarse de Mosselman, le otorgoó una anualidad de por vida de veinticinco mil francos, lo que le permitioó mantener a varios parientes, ocupar una mansioó n y montar a traveó s del Bois en su propio carruaje. El anñ o 1860 marcoó el comienzo de otra amistad importante. El 10 de enero Flaubert aceptoó una invitacioó n a cenar de dos hermanos que habíóa conocido en L'Artiste, Edmond y Jules de Goncourt, que acababan de comenzar su Art du dix-huitième siècle. Edmond, ocho anñ os mayor que Jules, era el contemporaó neo exacto de Flaubert. Nacido en el seno de una familia cuyas patentes de nobleza habíóan sido confirmadas por Louis XVI dos anñ os antes de la Revolucioó n, estos elegantes parisinos siempre tendríóan maó s celos de su "de" por haber sido cuestionados con frecuencia. Hubo conexiones aristocraó ticas de tipo tenue por parte de la madre tambieó n. Su padre, al igual que el de Louis Bouilhet, habíóa luchado bajo Napoleon en la terrible campanñ a rusa. Promovido mayor, habíóa sufrido graves heridas, y Edmond recordoó a un hombre fraó gil que lo arrodillaba sobre sus rodillas, describiendo la retirada de Moscuó en la nieve profunda, y dejaó ndole tocar sus cicatrices de sable. Fallecioó dos anñ os despueó s de la gran epidemia de coó lera de 1832, que habíóa reclamado la muerte de la segunda hija de Goncourt en la infancia. Jules y Edmond teníóan pequenñ os fantasmas que los seguíóan a traveó s de la vida. Su madre, Annette-Ceó cile de Goncourt, se las arregloó lo mejor que pudo, con la ayuda de una rica amiga, su hermano (otro oficial napoleoó nico) y un pariente cuya casa fuera de Paríós se convirtioó en el lugar de veraneo de la familia. La suya era la condicioó n de la gente refinada. Con la esperanza de aumentar sus ingresos, que un agente de la tierra 331
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incompetente no podíóa cobrar puntualmente a los arrendatarios, ella perdioó parte de una fortuna ya comprometida en empresas especulativas. Asíó Edmond, que queríóa estudiar paleografíóa, se encontroó aprendiz a los diecinueve anñ os para un abogado. Odiaba la ley, y lo que siguioó , una pasantíóa del gobierno, puede haber sido auó n maó s repugnante. Mme de Goncourt le escribioó a un amigo que el puesto era "si no brillante, de todos modos un comienzo," pero en Edmond provocoó pensamientos de suicidio. Annette-Ceó cile murioó en 1848 sin haberse resignado auó n a la probabilidad de que Edmond y Jules, que mostraban una mayor promesa de realizacioó n intelectual que su hermano mayor, pudieran ser inadecuados para un empleo remunerado de tipo convencional. De hecho, su herencia los liberoó de las expectativas burguesas, y su madre habíóa muerto hacíóa solo tres meses cuando Jules, recieó n salido del liceo con altos honores, informoó a un amigo: "He tomado una resolucioó n muy firme y nada me detendraó , ni sermones, ni buenos consejos, incluso de ti mismo de cuya amistad he disfrutado plenamente. No haré nada, para usar una expresioó n que es erroó nea, pero que comuó nmente se transmite." Viajar, con pinceles si se podíóa pintar y cruzar el Mediterraó neo, si se podíóa pagar, era la forma preferida de no hacer nada. Equipados con toda la parafernalia necesaria, maó s cuadernos en los que hacer las primeras entradas de lo que se convirtioó en su trabajo maó s voluminoso y justamente celebrado, el Journal, Jules y Edmond vagaron al sur, a menudo a pie, a Marsella. En noviembre de 1849, los dos desembarcaron en Argel, donde, como pronto lo haríóan Flaubert y Du Camp en El Cairo, se deleitaron con sus ojos en AÁ frica. "Nada en el mundo occidental me ha dado esto," escribioó Jules, un acuarelista sincero. "Es solo aquíó que he bebido el aire del Paraíóso, este filtro maó gico del olvido, este Leteo fluye tan silenciosamente de todo lo que me rodea y ahoga los recuerdos de mi Paríós natal." Edmond debe haber sido menos eufoó rico, despueó s de haber contraíódo una enfermedad intestinal que perjudicoó permanentemente su salud, pero nada fue traicionado por sentimientos dispares o propoó sitos cruzados. Es como si, mucho antes de que produjeran su primer libro, los dos hubieran hecho votos fraternales para nunca dejar que el mundo contingente los separe. Edmond, quien interpretoó a padre o madre o ambos a su mordaz y volaó til hermano, comentoó sobre su "dualidad fenomenal." La suya seríóa una vida en comuó n, y la consagracioó n de este arreglo fue un doble escritorio hecho para ellos en 1850 por un carpintero de su aldea ancestral de Goncourt, cerca de Nogent. Podríóan sentarse juntos, escribiendo cara a cara todo lo que firmaron. Su primer libro, una novela titulada En 18 . . ., consistente en arengas acerbas ensartadas juntas en una trama nominal. Aunque un conocido críótico le hizo cumplidos, de lo contrario fue ignorado y podríóa haber sido incluso si el golpe de estado de LouisNapoleon no hubiera tenido lugar el díóa de su publicacioó n. Vendioó sesenta copias. A partir de entonces, los hermanos se dedicaron al siglo XVIII, primero en La Société française pendant la Révolution, luego en La Société française pendant la Directoire, recogiendo de perioó dicos y panfletos raros propiedad de un vecino el faó rrago de aneó cdotas que sirvieron como historia social. Su investigacioó n no condujo a encuentros fortuitos con Flaubert en la Bibliotheè que Impeó riale, ya que trabajaron entre bastidores. Fueron los detalles olvidados o el evento privado lo que trajo el pasado vivo para ellos en lugar de las croó nicas de importancia políótica y econoó mica. "Lo que el puó blico quiere son cuerpos de trabajo soó lidos y compactos en los que pueda revisar viejos conocidos y 332
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escuchar lo que ya escuchoó ," escribioó Jules. "Es acobardado por cosas desconocidas, asustado por documentos víórgenes. Un tomo pesado en el que. . . Promocionaríóa paó gina tras paó gina de hechos familiares que me ganaríóan muchas maó s que una historia del siglo dieciocho tal como yo lo entiendo — narrada en cartas manuscritas y documentos ineó ditos que revelaríóan cada aspecto del siglo." Por consiguiente, recolectaron autoó grafos (entre mucho maó s) y publicaron Les Portraits intimes du XVIIIe siècle a su propia costa. Esto fue seguido, en 1858, por una "historia" íóntima de Maríóa Antonieta. Los hermanos vivíóan casi al lado de Jules Duplan en la rue Saint Georges en el barrio de Breó da de la baja Montmartre, un barrio conocido por las prostitutas que se congregaban allíó tanto como por su poblacioó n de artistas, y se mezclaban con ambas colonias. Jules, el hijo rubio de su madre, pudo haber sido maó s vulnerable a los encantos femeninos que el fraó gil Edmond. Sabemos que un breve amoríóo lo dejoó momentaó neamente con el corazoó n roto. Pero los retratos íóntimos les resultaban mejores a ambos que la intimidad fíósica. Jules, en una furia misoó gina, habloó de la "naó usea moral" que sintioó despueó s de la relacioó n sexual, declarando que la mujer que habíóa disfrutado en su cama de sateó n parecíóa a traveó s de los ojos poscoitales, como un torso recuperaó ndose de una cirugíóa. Para el joven Goncourt, que podríóa haberse hecho eco del larvatus prodeo de Descartes (avanzo enmascarado), la mitad del placer de las relaciones carnales era una desnudez simulada. "Estoy en lo maó s profundo de míó, esperando listo pero sin haber encontrado una salida, una uó nica ambicioó n: poseer a una mujer que valga la pena, permanecer impenetrable y romperla en la rueda, como decíóan en el siglo dieciocho, mientras aparentaba rendirseme," escribioó en el Journal (que guardoó diligentemente hasta su muerte de demencia sifilíótica a los cuarenta). No que infligir dolor le daba placer, protestoó , solo que le parecioó una forma agradable de superioridad mantener el rostro oculto mientras hacíóa el amor y "parecer un simple ninñ o a una mujer quien estaba realmente bajo el dominio de uno". Ser el amo era de hecho lo que descubrioó que era "la cosa maó s grande y maó s bella en el amor". Edmond solo teníóa acceso al libro cerrado de la psique de Jules y su diario. Por la misma razoó n, el descubrimiento de los secretos de las mujeres aumentoó la alegríóa de penetrarlas, y esto fue especialmente cierto con Maria Lepelletier, una joven partera de proporciones rubenianas que se convirtioó en la amante compartida de los hermanos.301 Maríóa, la hija de un pobre constructor de barcos, divulgoó todo. Habíóa sido seducida a los trece anñ os por el conde de Saint-Maurice, que la manteníóa como reheó n en su propiedad, donde se veíóa a otras mujeres retozando desnudas por debajo de los vestidos de muselina. La libertad llegoó cuando Saint-Maurice se matoó de un disparo, pero puede parecer difíócilmente preferible al encarcelamiento. Embarazada y sin un ceó ntimo, a excepcioó n de los pendientes de diamantes y un reloj, ella fue liberada de su hijo y robada de sus joyas por una partera, que la vendioó a un empresario. Perdioó al ninñ o, dio a luz a otro, aprendioó el oficio de partera, practicoó en un hospital de maternidad devastado por fiebre puerperal, luego en un hogar de ancianos (donde dio a luz con eó xito al hijo de una enana por cesaó rea), y de alguna manera emergioó de este 301La sirvienta de toda la vida, Rose, a quien consideraban una monja doméstica, los volvería en contra de ella, pues después de su muerte se enteraron de su apasionada relación con un joven vagabundo que vivía del salario de Rose y les había robado dinero a los Goncourt. Los hermanos dieron rienda suelta a su descubrimiento en su novela más conocida, Germinie Lacerteux.
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torbellino un espíóritu boyante y afectuoso. Los hermanos tomaron copiosas notas, que usaron muy bien en La Fille Élisa, Soeur Philomène y Germinie Lacerteux. El elogio que Flaubert derrochoó en su primera novela, Charles Demailly: Les hommes de letters, trajo un raro rubor de afecto al Journal. La amistad de Flaubert, que se manifestoó en una "soó lida familiaridad" y "generosidad expansiva", enorgullecioó a los hermanos, escribioó Jules. Una nota de Flaubert informando que Louis Bouilhet, a quien habíóan conocido durante la cena en su apartamento, estaba encantado con Charles Demailly, lo que los hizo sentirse auó n maó s orgullosos. Y la celeridad con que los ayudoó a encontrar informantes meó dicos para una novela en progreso confirmoó su buena fe. Ellos, a su vez, pronto fueron informados de las dudas que lo atormentaron durante la composicioó n de Salammbô y se sentaron a traveó s de lecturas que comenzaron a las cuatro de la tarde y duraron, con un descanso para la cena, hasta las dos de la manñ ana. "La solemnidad tendraó lugar el proó ximo lunes," les advirtioó Flaubert antes de una de esas exhibiciones de resistencia. Aquíó estaó el programa: 1. Empezareó a aullar con precisioó n a las cuatro, asíó que vengan a eso de las tres; 2. a las siete, una cena oriental. Se les serviraó carne humana, cerebros burgueses y clíótoris de tigresa salteados en mantequilla de rinoceronte; 3. despueó s del cafeó , una reanudacioó n del puó nico despotricando [gueulade] hasta que la audiencia colapse. — ¿Eso les acomoda?
No les quedaba bien. Tampoco lo hizo el texto, que los dejoó boquiabiertos por un exceso de descripcioó n, como noó mades sedientos alimentados a la fuerza con halva 302. Pero esta prueba fue el precio de admisioó n a las tardes de domingo en el boulevard du Temple, cuando Flaubert, a menudo con un chaleco de rayas rojo y blanco, ayudoó a todos a desterrar la melancolíóa del domingo con una conversacioó n que pasoó de Buda a Goethe a Sade. "Nos sumergíóamos en los misterios de la vida sensual, el abismo de gustos extranñ os y temperamentos monstruosos," escribioó Jules. "Analizamos fantasíóas, caprichos, locuras del amor carnal. Filosofamos sobre Sade, teorizamos sobre Tardieu . . . Es como si las pasiones estuvieran siendo examinadas a traveó s de un espeó culo." Flaubert a menudo era invitado al 43 de la rue Saint-Georges, donde un ayuda de caó mara, con pantalones de color marroó n oscuro, un abrigo verde, una corbata blanca y un sombrero coronado por una escarapela negra, saludaba a los invitados. Durante los primeros anñ os de la deó cada de 1860 tambieó n se encontraríóa con los Goncourt en la rue Taitbout, en el apartamento de su amigo comuó n Charles-Edmond Chojecki, un emigrante sobrio y gregario que habíóa abandonado Polonia bajo coaccioó n anñ os antes y se habíóa establecido en la vida cultural de Paríós. Ganoó influencia políótica como secretario privado del Príóncipe Jeó roô me Bonaparte. Los amigos sabíóan que no solo era un hombre de letras distinguido, sino un egiptoó logo bien considerado, a quien las autoridades recurriríóan en 1867 para organizar la exhibicioó n de antiguë edades del Cercano Oriente en la Exposicioó n de Paríós.
302Un dulce de Oriente Medio hecho de harina de sésamo y miel.
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Incluso antes de que Jules y Edmond declararan a Flaubert, en una carta enviada desde Bar-sur-Seine el 10 de julio de 1861: "Definitivamente eres parte de nosotros mismos, y nosotros, aunque somos dos, nos sentimos algo incompletos cuando no estaó s cerca." la prenda sin costuras habíóa empezado a deshilacharse. Pocas personas ingresaron al dominio de Goncourts sin ser asaltadas en su Journal. Flaubert no fue la excepcioó n, y eó l no se dio cuenta. 303 Al principio, Jules criticoó a Flaubert, el estilista, por ser insuficientemente un observador de la vida moderna. "Bien, el arte por el arte, el arte que no prueba nada, la muó sica de las ideas, la armoníóa de la oracioó n, compartimos ese credo," escribioó . "Pero hay díóas en los que dedicarse a tan poco parece una vocacioó n escasa. ¿No existe el peligro de la irrelevancia de aislarnos del movimiento de nuestro tiempo, de desembarazarnos de la humanidad para pulir una oracioó n, para evitar asonancias, como nos aconseja Flaubert?" Desarrollarse debajo de este manifiesto sumario fue resentimiento del mayor talento y prestigio de un coó frade. Los hermanos echaron humo por la atencioó n que se le prestaba a Flaubert, como si el oxíógeno fuera succionado del aire que respiraban, y los remordimientos esteó ticos eventualmente se convirtieron en ataques ad hominem. Lo que llegoó a ser maó s importante que el supuesto aislamiento de Flaubert del movimiento de su tiempo fue su "tosquedad." Obsesionados con la nocioó n de una finura innata que demostraba su propia nobleza, insistieron en su falta de ella. (Dos deó cadas despueó s, EÁ mile Zola, otro amigo que apoyoó lealmente a los Goncourts pero que como Flaubert ocupaba el centro del escenario, se unioó a eó l en su galeríóa de burgueses patanes). Despueó s de escuchar a Flaubert recordar a Louise Colet, los hermanos escribieron: "Sin amargura, sin sentimientos de resentimiento por su parte hacia esta mujer que parece haberlo embrujado con su pasioó n furiosa y autodramatizante . . . Hay una aspereza de la naturaleza en Flaubert que lo atrae hacia estas mujeres sensualmente formidables. . . cuyos transportes, cuyos berrinches, cuyos eó xtasis crudos o espirituales golpean el relleno del amor." Que Flaubert era sordo a todo, excepto el latoó n y la percusioó n en el concierto de los asuntos humanos es un tema recurrente. "Lo reconocemos hoy, existen barreras entre nosotros y Flaubert," anuncioó Jules el 16 de marzo de 1860, meses antes de declarar que eó l y Edmond se sentíóan incompletos sin eó l. En su nuó cleo hay un provinciano y un presumido. Uno intuye vagamente que querer asombrar a su companñ eros Rouennais contribuyoó a su lanzamiento en esos grandes viajes. Su mente, al igual que su cuerpo, es carnoso e hinchado. Las cosas delicadas no parecen tocarlo. EÁ l es sensible sobre todo al bombo del lenguaje. Hay pocas ideas en su conversacioó n, y se presentan con mucha fanfarria y solemnidad. Su mente, como su voz, es declamatoria. Las historias, las caras que dibuja, tienen el olor a humedad de los foó siles subprefecturales. Sus chalecos blancos, que pasaron de moda hace diez anñ os, son aquellos con los que Macaire corteja a Eloa304 . . . Es grosero, excesivo y torpe en todo, en burlarse, en competir, en la imitacioó n de las imitaciones de Monnier.
Dibujar caricaturas verbales se convirtioó en ejercicio terapeó utico para ellos. En uno, que fue inspirado por los pronunciamientos de Flaubert en una velada, es visto como el 303"Lo que dices sobre los Goncourts me agrada," Flaubert escribió a una amiga común, la princesa Mathilde, en 1865. "Su amabilidad es angelical y su ingenio diabólico." En sus cartas, siempre los saludaba como "mes bichons," o "mis mascotas." 304Eloa es un personaje en una comedia de tres actos de Benjamin Antier y Frédérick Lemaître.
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hombre fuerte del circo de manos torpes buscando a tientas paradojas y, que un aó gil Theó ophile Gautier hace malabares con los ojos vendados. La repugnancia, sin embargo, no les impidioó ser corteó ses, o de aceptar una invitacioó n a Croisset durante el otonñ o de 1863.305 En todo caso, volaron hambrientos, como vampiros locos en el ala, y Flaubert no defraudoó . De un bauó l lleno de parafernalia oriental, que incluíóa su amado tarboosh, produjo suficientes prendas para vestir al elenco masculino de Rapto en el serrallo. Hurgando en manuscritos adquiridos misteriosamente, encontroó , entre muchas otras cosas, la confesioó n detallada de un homosexual guillotinado en Le Havre despueó s de asesinar a su amante infiel. Le hicieron leer en voz alta sus notas de viaje desde Egipto, que tomoó un díóa entero, con pausas para fumar. Los dejoó exhaustos. "Acerca de todo bajo el sol tiene una tesis en la que no puede creer, o una opinioó n delicadamente elegante formulada solo para mostrarla; hay paradojas de la modestia y de invocaciones excesivamente autodespreciativas del orientalismo de Byron o de las Afinidades Electivas de Goethe." CUANDO LOS Goncourt llegaron a profesar estima por Flaubert, era maó s a menudo en el contexto de hechos que lo demostraban ser indigno de ello, o no estar a la altura de síó mismo. Durante su estancia en Croisset, se vieron obligados a escuchar que su anfitrioó n leíóa una féerie de tres horas recientemente creada por eó l mismo, Bouilhet y Charles d'Osmoy — "una obra de la que lo creíó incapaz, respetaó ndolo como lo hago," escribioó Jules, que vio muy poco de la hermosa campinñ a normanda ese fin de semana. Encontraron a Le Château des coeurs (El castillo de corazones) excepcionalmente vulgar. Lo que quizaó no supieran era que teníóa una historia tan antigua como la de la mesa de billar del Hoô tel-Dieu y que Flaubert nunca habíóa superado su amor por la recreacioó n teatral. Anñ os antes, eó l y Bouilhet habíóan escrito una tragedia bufa llamada Jenner, o El descubrimiento de la vacuna. No fue su uó nico entretenimiento. En 1846 iluminaron los domingos en Croisset al improvisar una docena de escenarios para dramas, comedias, oó peras coó micas, pantomimas. Despueó s de 1848, Flaubert esbozoó una farsa llamada "Le Parvenu", otra llamada "L'Indigestion, ou Le Bonhomme" y "Pierrot au seó rail" (Pierrot en el serrallo), una pantomima de seis actos que recuerda el recinto ferial de arlequinadas de Piron del siglo XVIII. La imaginacioó n que dio origen a Homais, el ampuloso farmaceó utico de Madame Bovary, pudo haber poblado el escenario con grotescos memorables, si tan solo una facultad dramaó tica maó s amplia lo hubiera ayudado a trabajar fragmentos de una comedia costumbrista en estado avanzado. No sorprendioó a Bouilhet en 1863, entonces, que Flaubert, marcando sombríóamente el tiempo entre las novelas, lo desafiara a colaborar en el maó s popular de los espectaó culos del Segundo Imperio, la féerie — o el juego de ilusionista — y hacer un caballo de Troya para la saó tira social. Jules Duplan, su obediente asistente (cuyo retrato enmarcado se sentoó durante un tiempo en la repisa de la chimenea junto a un reloj de maó rmol amarillo coronado con la cabeza de Hipoó crates), lo ayudoó a reunir treinta y tres especíómenes del geó nero publicado durante las tres deó cadas anteriores en Le Magasin Théâtral, Le Monde Dramatique, y en otros lugares. "Durante dos meses y medio he 305Muy apropiado para ellos es el comentario de George Eliot sobre el caústico Mr. Phipps en Scenes of Clerical Life: "Dios sabe qué sería de nuestra sociabilidad si nunca visitáramos a personas de las que hablamos mal: deberíamos vivir como ermitaños egipcios, en la atestada soledad."
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estado absorto en un proyecto que termineó ayer," escribioó Flaubert a la senñ orita Leroyer de Chantepie el 23 de octubre, una semana antes de la odisea de los Goncourt. "Es una féerie que nunca se organizaraó , me temo. Escribireó un prefacio [eó l nunca escribioó uno], maó s importante para míó que la obra misma. Simplemente quiero llamar la atencioó n del puó blico sobre una forma dramaó tica espleó ndida y de gran capacidad que, hasta ahora, ha enmarcado cosas muy mediocres. Mi trabajo estaó lejos de tener la seriedad requerida, y le digo en confianza que estoy un poco avergonzado de ello." Sin embargo, la seriedad que existíóa podíóa desanimar a los directores de teatro, para quienes la frivolidad significaba casas llenas, y podríóa irritar al censor del gobierno "Ciertas escenas de saó tira social se consideraraó n demasiado francas." La franqueza estaó subestimando el caso. Le Château des coeurs comienza convencionalmente con hadas de todo el mundo que se reuó nen para considerar el hecho de que los gnomos malvados que gobiernan la humanidad han robado corazones humanos, los han almacenado en un castillo remoto y han sustituido artilugios mecaó nicos. Despueó s de mil anñ os de servidumbre, las buenas hadas deben intentar por uó ltima vez restaurar a los hombres su humanidad, pero una invasioó n del castillo tendraó eó xito solo si sus rangos incluyen verdaderos amantes. Jeannette, una campesina analfabeta que ha adorado a Paul de Damvilliers desde la infancia, y Paul, un artista desheredado caballero que auó n no tiene ojos para reconocer la sublimidad detraó s de su aó spero exterior, entran, junto con varios especíómenes premiados de la crueldad de la cual las hadas deben protegerlos a medida que avanzan hacia el amor correspondido en un universo poblado por patanes, avaros, cíónicos, malversadores, lamebotas y descocadas venales. Se van en caminos separados a Paríós, donde el enemigo nunca duerme. Oponieó ndose a la Reina de las Hadas estaó el Rey de los Gnomos, una copia de caricatura del Mefistoó feles de Goethe que, aprovechando la idea equivocada de Jeannette de que Paul la querríóa si no fuera grosera, la transforma en una dama de moda, luego en una burguesa prototíópica y, finalmente, en una emperatriz de lentejuelas con enanos acurrucados al pie de su trono dorado. La primera metamorfosis tiene lugar en la IÎle de la Toilette, una tierra que recuerda a la colonia en la que las pelucas crecen como coles, los campos brillan con lentejuelas plateadas, la naturaleza es anatema y la alta costura es la realeza. Paul la rechaza bajo sus preciosos adornos. Para su proó xima transformacioó n, el gnomo la lleva al Reino del Estofado, donde, en un díóa sagrado, toda la poblacioó n se ha reunido en una plaza alrededor de un gigantesco caldero para escuchar al "gran pontíófice," cucharoó n en mano, reconsagrar el centro artefacto de su cultura. "¡Ciudadanos, burgueses, viejas cortezas!" Exclama eó l. "En este díóa solemne, nos hemos reunido para adorar al estofado tres veces santo, emblema de esos intereses materiales que apreciamos tanto que el emblema mismo puede servir como nuestra divinidad". En el uó ltimo anñ o, eó l les recuerda, te has quedado filosoó ficamente en casa, pensando solo en ti y en los negocios. Y has evitado levantar los ojos a las estrellas, sabiendo que hacerlo es arriesgarse a caer en los pozos. Solo sigue hacieó ndose el remoloó n por el camino recto y angosto. ¡Llevaraó al reposo, la riqueza y la consideracioó n! No dejes de odiar todo lo que es exorbitante o heroico. ¡Sobre todo, sin entusiasmo! Y no alteren ninguna parte de las cosas — las ideas, los abrigos — para la felicidad individual, asíó como para el bienestar puó blico, se encuentran solo en la templanza del espíóritu, la inmutabilidad de las costumbres y el borboteo del guisado. 337
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Momentaó neamente arrullado por la cancioó n de la sirena de Jeannette disfrazada como una burguesa envolvente, Paul huye cuando llegan unas tijeras para recortar su barba y un sombrero de copa para darle respetabilidad. Jeannette como emperatriz no tiene maó s suerte, pero todo llega justo al final. Los ojos de Paul se abren, los corazones se restauran a la humanidad, lo que instantaó neamente muestra signos de color moral, y, en una apoteosis final, los amantes entran en el palacio celestial de las hadas. Un personaje ha rechazado un corazoó n, pero la reina de las hadas le asegura a Paul que la tierra siempre querraó un toque de maldad. Aunque no se puede decir con certeza quieó n contribuyoó con queó a Le Chaô teau des coeurs, o si las tareas siempre se distribuyeron sistemaó ticamente, parece que Bouilhet hizo gran parte de la trama y Flaubert casi toda la escritura. Flaubert tambieó n haríóa la mayor parte del juego de pies para encontrar a un director imperteó rrito ante la perspectiva de que el puó blico burgueó s abandonara el teatro en medio de la confusioó n y el gastar una fortuna en efectos de ilusionista. 306 "Hemos pasado todo el díóa trabajando, Monsenñ or [Bouilhet] y yo," informoó a su sobrina el 19 de noviembre, "pero francamente estoy disgustado con el asunto . . . Mis dudas sobre su eó xito han disminuido, pero no hay nada en ello de lo que amo en la literatura. Mientras tanto, estoy posponiendo algo maó s. En lugar de pasar parte de mi invierno disenñ ando estrategias para que sea aceptado, preferiríóa estar entusiasmado con otra novela y permanecer en Croisset, en mi madriguera como un oso. Empeceó a compartir la opinioó n de todos de que voy cuesta abajo." Para el 4 de diciembre, cuando terminoó Le Château, su opinioó n sobre eó l y sobre síó mismo habíóa mejorado. Se tomoó grandes molestias para encontrarle un hogar a su obra en el Boulevard de Paríós, a pesar de la creciente evidencia de que los directores la consideraban imposible de producir. Un grupo del teatro Chaô telet visitoó su piso para escuchar su lectura, pero nada salioó de ese proceso, ni de conversaciones posteriores con otro teatro. Los tres desalentados colaboradores, Flaubert, Bouilhet y d'Osmoy — dejaron que el asunto cayera. Varios anñ os maó s tarde, Offenbach rechazoó Le Château sobre la base de que no se prestaba para el desarrollo líórico. Pasaríóa otra deó cada antes de que EÁ mile Bergerat, el editor de una nueva revista, La Vie Moderne, la rescatara del uó ltimo cajoó n de Flaubert. Lo que Flaubert el dramaturgo hizo para arreglar un matrimonio feliz para sus personajes, Flaubert el tíóo falloó notablemente para su sobrina de dieciocho anñ os, "Caro," con quien ahora intercambioó cartas que recuerdan a las que alguna vez le escribioó a su madre. En 1863, un caballero doce anñ os mayor que Caroline Hamard, Ernest Commanville, le pidioó a Mme Flaubert la mano de su nieta en matrimonio. La habíóa visto tres anñ os antes en la boda de la hija de Achille Flaubert, Juliette, y habíóa esperado para proponerlo hasta que la rubia alta y hermosa con ojos azules de caracoles de mar llegara a la mayoríóa de edad. Commanville, que importaba madera de Escandinavia, no solo era un comerciante establecido, sino que, en apariencia, un hombre de honor, que habíóa heredado el aserradero en bancarrota de su padre cerca de Dieppe, lo hizo solvente y satisfizo a los acreedores. EÁ l impresionoó a Mme Flaubert maó s que a Caroline. Decidida a que su nieta, cuyo padre habíóa malgastado una fortuna, 306Flaubert quería dramatizar su aversión a las ideas recibidas y las imágenes trilladas haciendo que se convirtieran, siempre que fuera posible, en realidad material. El hombre llamado un pilar de fuerza, por ejemplo, se convertiría instantáneamente en un pilar.
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estuviera bien provista, la anciana instoó a Commanville a buscar a Caroline y, sin duda, se sintioó libre para exigir la ayuda de Flaubert. La forma en que se dieron las cosas en diciembre de 1863 se revela en una carta de Flaubert a su sobrina y su respuesta. "Bueno, mi pobre Caro, todavíóa no estaó s decidida, ¿y tal vez ya no hayas avanzado despueó s de tu tercera entrevista [con su pretendiente]?" Flaubert escribioó desde Paríós el díóa veintitreó s. Es una decisioó n tan grave que me sentiríóa exactamente como tuó si estuviera en tu hermosa piel. Mira, reflexiona, explora a toda su persona (corazoó n y alma) para decidir si el caballero tiene dentro de síó una promesa de felicidad. No podemos vivir solo con ideas poeó ticas y sentimientos exaltados. Por otro lado, si la existencia burguesa te aburre hasta la muerte, ¿queó deberíóas hacer? Tu pobre abuela quiere verte casada, temiendo que te quedes sola despueó s de su muerte. Y yo tambieó n, querida Caro, ¡quiero que hagas pareja con un companñ ero responsable que te haga tan feliz como sea posible! Cuando te vi llorar copiosamente la otra noche, se me rompioó el corazoó n. Te queremos mucho, querida Bibi, y el díóa de tu matrimonio no seraó alegre para tus dos antiguos companñ eros. Aunque no estoy inclinado a los celos, el tipo que se convierta en tu coó nyuge, quienquiera que sea, me desagradaraó al principio. Pero eso no es ni aquíó ni allaó . Lo perdonareó a su debido tiempo y lo amareó y apreciareó si eó l te hace feliz.
Despueó s de afirmar que no podíóa aconsejarla de una forma u otra, la empujoó por el camino de la prudencia burguesa: Lo que argumenta a favor de Monsieur C. es su forma de hacer las cosas. Ademaó s, uno conoce su caraó cter, sus antecedentes, sus relaciones, todo lo cual seríóa misterioso en un medio parisino. ¿Es posible que encuentres gente maó s brillante aquíó? Síó, ¡pero el ingenio y el encanto son casi el exclusivo subsidio de los bohemios! Bueno, la idea de que mi sobrina esteó casada con un hombre pobre es tan atroz que no lo considerareó por un segundo. Síó, querida, declaro que preferiríóa verte casada con un tendero rico que con una luminaria pobre. Porque tendríóas que lidiar no solo con la pobreza del gran hombre sino con demostraciones de brutalidad y tiraníóa que te volveríóan loca o te dejaríóan con muerte cerebral. Me doy cuenta de que vivir en la miserable ciudad de Rouen estaó muy presente, pero es mejor vivir con fortuna en Rouen que vivir en Paríós sin un ceó ntimo. Por otra parte, si el negocio de la madera se vuelve auó n maó s proó spero, ¿queó te impediríóa establecerte aquíó [en Paríós]?
Dado que ella era poco probable, en su opinioó n, de encontrar a alguien maó s inteligente y maó s cultivado que ella, ¿por queó no conformarse con la comodidad material? 307 Caroline queríóa escapar de Rouen, como habíóa hecho su madre, pero el ejemplo de su madre era el argumento maó s contundente en contra. Se encontroó corriendo sur place en una jaula de ardillas de alternativas imposibles, sin confidentes aparte de su tíóo, a quien escribioó en Nochebuena que su indecisioó n, que habíóa llegado a los oíódos de la sociedad de Rouen, no podíóa continuar. Me da miedo pensar que dentro de unos díóas tendreó que decir síó o no. Ciertamente Monsieur C. (como lo llamas) tiene muchas cosas recomendables. Ayer hicimos muó sica juntos; es un 307En una carta a Caroline escrita varias semanas antes, Flaubert, preguntando acerca de uno de sus nuevas conocidas, preguntó: "¿Cómo es ella? ¿Cuál es su posición social?
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Flaubert: Una vida — Frederick Brown buen muó sico, mucho mejor que le peè re Robinet, y M. Engelman me dijo que tiene talento. Mientras charlaba, me dijo que habíóa sido instruido en un momento por Bouilhet. Me gustaríóa mucho escuchar lo que Bouilhet tiene que decir sobre eó l, si lo considera un tipo inteligente . . . La informacioó n de M. Bidault es muy buena. Es ridíóculo por mi parte hacer preguntas por todos lados, pero tengo miedo, mucho miedo, de cometer un error. Entonces, tambieó n, pobre viejo querido, la idea de dejarte me causa un gran dolor. Pero auó n asíó vendraó s a visitarme, ¿verdad? Incluso si consideras que mi esposo es demasiado burgués, vendraó s por tu amor a Liline, ¿verdad? Tendraó s tu propia habitacioó n debajo de mi techo, con el tipo de sillones grandes que te gustan.
En una uó ltima taó ctica desesperada, Caroline le dijo a su abuela que le informara a Commanville que nunca tendríóa hijos. El voto de esterilidad (influenciado tambieó n por las consecuencias mortales de su propio nacimiento) aparentemente no hizo nada para amortiguar su ardor o debilitar su resolucioó n; buqueó blancos llegaron todas las semanas desde la floristeríóa maó s de moda de Paríós, y en febrero de 1864, los preparativos para una boda de primavera estaban en pleno apogeo. El alboroto que se hizo sobre ella embotoó el filo de los pensamientos acerca de una vida para vivir con alguien que apenas se conocíóa y que no se amaba. Y los intermediarios la salvaron de la conversacioó n con su padre distanciado. Flaubert convencioó a un notario llamado Freó deó ric Fovard, a quien conocíóa a traveó s de Maxime Du Camp, para que informara a EÁ mile Hamard sobre la seguridad material que Commanville podíóa ofrecer a Caroline antes de que el prometido le pidiera sus bendiciones. En caso de que Hamard, que vivíóa en una bohemia descuidada, asustara a Commanville, Fovard le dio dinero para comprar un traje decente y encontrar alojamiento en un hotel apropiado. Se esperaba que la asignacioó n tambieó n lo convenciera de ausentarse de la ceremonia. La boda tuvo lugar el 6 de abril. Despueó s, treinta invitados se reunieron para almorzar en Croisset. Durante un teô te-aè -teô te con su marido en el pabelloó n del jardíón, Caroline reafirmoó su promesa prenupcial de nunca tener hijos y, en ese momento, se enteroó , desde un asombrado Commanville, que Mme Flaubert nunca se lo habíóa informado. "¿Coó mo no pudo haber entendido mejor a la ninñ a que habíóa criado?" es la pregunta que Caroline se seguíóa preguntando deó cadas despueó s en Heures d'autrefois. "¿Coó mo pudo no haber evitado la responsabilidad de casarme cuando teníóa pruebas de que era completamente indiferente a mi prometido y sin ninguó n conocimiento del deber conyugal? Sufro al tener que reprocharle su memoria, pero solo los hechos pueden indicar cuaó n atrozmente fui sacrificada en el acto maó s importante de la vida de una mujer . . . M. Commanville escuchoó una dura y cruel revelacioó n. La nuestra fue, por lo tanto, una luna de miel sombríóa." Caroline no reveloó nada de su infelicidad en las cartas desde Italia, donde los recieó n casados viajaron a Venecia. Por el contrario, ella intentoó mucho, aunque el esfuerzo le dio dolores de cabeza, para convencer a su familia de que su coercioó n habíóa sido providencial, y un Flaubert culpable, que queríóa creerlo, era faó cil de persuadir. "Lo que maó s me interesa de tu viaje es tu postdata," escribioó Flaubert el 14 de abril, "es decir, que disfrutas mucho con tu acompanñ ante y que los dos se llevan muy bien. Continuó a asíó por otros cincuenta anñ os y habraó s cumplido con tu deber." El humor, sin duda, se le escapoó a ella. ¿O era el humor intencionado? Para ayudarla a aprender las habilidades de administrar una casa burguesa, pero sobre todo para tener a su companñ íóa en 340
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ausencia de Gustave, Mme Flaubert, que necesitaba la constante confirmacioó n de que no era superflua, alquiloó un departamento en el quai du Havre en Rouen, al lado de la futura residencia de Caroline. Caroline a veces encontraba que el arreglo era sofocante. Tan pronto como los Commanville partieron de Croisset, Flaubert comenzoó a trazar el esquema de lo que eó l llamoó su "novela de Paríós" o, al describirlo a Mlle Leroyer de Chantepie, "una historia moral de los hombres de mi generacioó n; 'sentimental' podríóa ser maó s preciso." Hubo muchos visitantes a Croisset en abril. Si bien Flaubert no se quejoó , este traó fico posmatrimonial, que se produjo despueó s de meses de drama prematrimonial, cansoó a la enferma Caroline Flaubert, de setenta anñ os, que ahora necesitaba la ayuda de una dama de companñ íóa. A menudo estaba presente la familia de Achille: su esposa, Julie, su hija, Juliette, su yerno, Adolphe Roquigny, su nieto de tres anñ os. Fue en la boda de Juliette y Roquigny, un terrateniente adinerado que le agradaba bastante a Flaubert, donde Ernest Commanville conocioó a Caroline Hamard, y tal vez el recuerdo lo entristecioó cuando Juliette dio a luz un segundo hijo, el díóa de Anñ o Nuevo de 1865. Sin embargo, los hijos no hicieron sonar este rincoó n de Normandíóa con carcajadas. A fines de julio de 1865 en Ouville, cerca de Dieppe, Adolphe Roquigny se encerroó un díóa en un banñ o y, al alcance del oíódo de su esposa, se voloó los sesos. "Estuve allíó de la noche a la manñ ana, entre mujeres llorando, sus gritos y su desesperacioó n," escribioó Flaubert el 2 de agosto. "El sol brillaba todo el tiempo, los cisnes jugaban en un lago ornamental y nubes rosadas flotaban en lo alto." El disparo de Roquigny resonoó a traveó s de Croisset, donde las noches fueron a menudo insomnes. Atormentada por el herpes zoó ster, Mme Flaubert mantuvo a todos levantados, gritando, llorando y pataleando. Flaubert evitoó el dolor de la familia al atrincherarse en su estudio con viejos y familiares demonios, que, cuando comenzoó L'Éducation sentimentale, insistioó en que era fundamentalmente inadecuado para escribir sobre el mundo moderno. Las fantasíóas de volar a traveó s de la India y China tambieó n sirvieron para alejarlo de la casa, aunque de hecho podríóa haber encontrado asilo cerca si se hubiera dado permiso para buscarlo entre los hospitalarios amigos hechos desde 1862; George Sand en Berry, Ivan Turgenev en Baden-Baden, y la Princesa Mathilde Bonaparte Demidoff en Saint-Gratien emitieron invitaciones abiertas. En ese momento, sus ataduras internas no eran lo suficientemente flojas. En cambio, se intercambioó correspondencia. La manera en que el notable tríóo de Sand, la princesa Mathilde y Turgenev habíóan venido a disfrutar de su companñ íóa es otro asunto y el tema de un concurrido capíótulo en la vida social de Flaubert.
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XVIII Sociedad Imperial PROFUNDAMENTE PREOCUPADO por la salud incierta de su madre, Flaubert la acompanñ oó a Vichy en agosto de 1862, el anñ o en que una líónea de ferrocarril llegoó al balneario. Pasaron un mes allíó y haríóan lo mismo en 1863, tres o cuatro semanas siendo el tiempo rutinario prescrito para los curistes.308 Aunque se imaginaba a síó mismo como un acompanñ ante obediente que se uníóa a los banñ istas por aburrimiento, habíóa algo maó s que eso; se quejaba de dolor en las articulaciones, neuralgia y gastritis croó nica, que puede haber sido causada por el bromuro de potasio comuó nmente tomado por los epileó pticos en la deó cada de 1860. Bajo Luis XIV, las fuentes minerales habíóan atraíódo a una entusiasta clientela de senñ oras nobles, especialmente a Mme de Seó vigneó , que se habíóa curado milagrosamente de su reumatismo paralizante. Sin embargo, fue en el siglo XIX cuando se colocoó a esta pequenñ a ciudad en el centro de Francia en el mapa termal de Europa, comenzando con la decisioó n de Napoleon I de crear una elegante sector recluido en un jardíón llamado Parc des Sources. En 1830, los edificios y los banñ os se habíóan ampliado pero, aun asíó, pronto resultaron inadecuados para todos los enfermizos del reó gimen de LouisPhilippe. Los franceses con coó licos, gotosos y artríóticos viajaban a traveó s de Auvernia en cantidades cada vez mayores. Los hoteles surgieron, y durante la deó cada de 1840 una orquesta dirigida por Isaac Strauss vino a mitigar los austeros rituales del termalismo. Vichy crecioó a ritmo acelerado despueó s de 1860. El centro turíóstico de moda era en realidad como mucho un hijo del Segundo Imperio Franceó s como lo era Deauville, Trouville y Biarritz. Los terraplenes se construyeron a lo largo del Allier, que fluyeron a traveó s de la ciudad, como parte de un plan maestro que resultoó en el drenaje del pantanal y su reemplazo con acres de jardines formales, nuevas carreteras y villas. No fue hasta 1903 cuando Vichy consiguioó un teatro de la oó pera, pero en 1865 aparecioó un casino adornado para la delectacioó n de pacientes propensos a apostar. Aquellos que queríóan entretenimiento maó s elegante no tuvieron dificultad para encontrar el burdel recomendado a Flaubert por un amigo meó dico. Donde se congregaba la riqueza, abundaban los excesos y el ferrocarril facilitaba el acceso de Vichy. A principios de la deó cada de 1860, cualquier buscador de placer habríóa elegido Baden-Baden en lugar de Vichy, que todavíóa atendíóa al tipo de dedicado convaleciente cuyo díóa amanecioó mucho antes de que Flaubert despertara. "La hora en que uno se banñ a puede variar, pero en general las personas son madrugadoras," escribieron dos periodistas de la eó poca. A las 6:00 a.m., los curistes comenzaron a ingresar a los establecimientos termales para recibir dosis prescritas del agua saludable, como verdaderos creyentes en la misa de la manñ ana. "A las nueve en punto se distribuyen cartas y perioó dicos," prosiguieron. 308Persona que hace una cura en una estación termal.
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A las diez en punto uno tiene su almuerzo, que siempre incluye zanahorias, un vegetal obligatorio en la dieta de los enfermos. De once a una uno juega whist o dominoó ; las mujeres bordan y las joó venes se pelean entre síó al piano. A las dos, todos se visten. A las tres otra excursioó n a los manantiales. De 3:30 a 4:30, muó sica en el parque. Inmediatamente despueó s de la uó ltima polca una tercera excursioó n a los manantiales. De repente, comienzan a sonar las campanas de los hoteles, invitando a los hueó spedes a cenar, que se sirve puntualmente a las cinco, con zanahorias, por supuesto. De seis a siete hay juegos: bolos o lanzar monedas de diez centavos en zuecos de madera. . . Las hordas de pilluelos de Saboya estaó n mendigando . . . De siete a ocho, una banda de muó sica ofrece melodíóas militares, y de ocho a diez se reuó nen en los salones del establecimiento termal para bailes, conciertos o presentaciones teatrales. A las once, todo Vichy estaó dormido.
Un conocedor de balnearios europeos, Ivan Turgenev, que proboó Vichy en 1859, lo encontroó luó gubre, con demasiada chaó chara provinciana, poca vegetacioó n y un ríóo prosaico. La zanfonñ a que rechinaba bajo su ventana nunca habríóa sido tolerada en Karlsbad o Ems, declaroó . Tres anñ os maó s tarde, Flaubert se quejaba de todo, excepto del organillero y el follaje escaso. Mientras tanto, Vichy se habíóa arreglado, pero los tenderos presidíóan las mesas comunes del hotel, y durante el calor de junio de 1863, mientras sudaba leyendo las memorias de Herzen, Goethe y Balzac, el burguesoó fobo se preguntaba si la vida en el spa era un ensayo para purgatorio. Vichy, escribioó , rebosoó de "burgueses innobles", incluidos muchos Rouennais, lo que lo hizo recelar de las reuniones fortuitas. Por otro lado, en ninguna parte, se veíóan esas rameras itinerantes que frecuentaban los banñ os termales. "Se congregaraó n aquíó cuando llegue el emperador; ese es el rumor de todos modos. Un burgueó s muy simpaó tico [el Dr. Willemin, inspector auxiliar de los manantiales, a quien habíóa conocido en Egipto] me informoó que una nueva casa de prostitucioó n se ha abierto desde el anñ o pasado, y me obligoó maó s al darme la direccioó n." Quizaó s Willemin, como el meó dico que diagnosticoó el problema de Flaubert como el malestar asociado con la "congestioó n seminal," prescribioó relaciones sexuales maó s frecuentes. Si es asíó, la prescripcioó n fue ignorada. "Ya no soy lo suficientemente despreocupado, o lo suficientemente joven, para adorar a las Venus de las esquinas," le dijo a Ameó lie Bosquet. A Louis Bouilhet le explicoó en un lenguaje maó s pintoresco que el calor infernal le quitaba todo deseo. "El cerebro de uno se derrite y los espíóritus de los animales se perturban. Me siento tan flaó cido como la verga de un perro despueó s de la coó pula y estoy constantemente enrojecido, jadeante, huó medo, colapsando sobre míó mismo, e incapaz . . . de cualquier proyeccioó n vehemente." Su principal acompanñ ante en Vichy en junio de 1863 fue su infeliz sobrina. Caminaron por el frondoso Parc des Sources en riesgo de encontrarse con sus compatriotas y se sentaron juntos bajo los aó lamos en la orilla del ríóo, ella con su bloc de dibujo, eó l con un libro, pensando en sus pensamientos en voz alta. Por la noche, se paraba junto al Allier para contemplar la puesta de sol. Los domingos, cuando Caroline asistíóa a misa, la acompanñ aba a sus devociones, hasta la puerta de la iglesia. Si Flaubert se hubiese quedado en Vichy un díóa maó s, hasta el 7 de julio de 1863, habríóa presenciado una escena maó s animada. Napoleon III llegoó en la tarde rodeado de cien guardias de caballo y con un seó quito numeroso. Siendo esta su tercera visita (los Flauberts lo habíóan echado de menos un díóa el anñ o anterior tambieó n), las expectativas 343
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eran fuertes de que se convirtiera en un evento anual. El emperador ocupoó una villa disenñ ada por su arquitecto, Le Faure, en un conjunto de casas similares, dependencias y establos a cierta distancia del Parc des Sources. A su debido tiempo, la mitad del gobierno — la mitad influyente — se instaloó cerca. El duque de Morny, que era duenñ o de un castillo en los alrededores, estaba dispuesto a reunirse con eó l en los manantiales, donde Napoleoó n a veces saludaba a los bienhechores despueó s del tratamiento diario de las piedras de la vejiga. El ministro de Asuntos Exteriores, el ministro de Finanzas, el líóder del partido legislativo, diplomaó ticos titulados y mariscales podríóan reunirse en cualquier momento para discutir asuntos de estado en un desafortunado presagio del reó gimen de Vichy de la deó cada de 1940. Los mensajeros eran ahora una vista comuó n. Tambieó n lo fueron los peticionarios. "Se puede afirmar con seguridad que la estancia del Emperador en Vichy engendroó una especie de banñ ista que casi nunca se banñ aba y un bebedor que nunca bebíóa," escribioó Albeó ric Second, un experimentado observador de Vichy. Los maó s prominentes son las personas ambiciosas de una cosa u otra. Ellos ingenuamente esperan que al saludar al Emperador obtendraó n una recaudacioó n de impuestos, la Legioó n de Honor, una prefectura, la llave de un chambelaó n . . . o simplemente una concesioó n de tabaco. Pueden ser reconocidos por el ala extremadamente gastada de sus sombreros, que han inclinado una y otra vez. Otra ala incluye a aquellos que hacen saber que tienen conexiones en la corte del rey y que estaó n invitados a todas las fiestas.
No era un secreto que el alcahuete oficial, el conde Bacchiochi, reclutoó fulanas y Vichysoisses disponibles para citas con el libidinoso emperador. Pero Albeó ric Second no se atrevioó a escribir sobre eso. Tampoco podíóa senñ alar la presencia de Marguerite Bellanger, la uó ltima amante de Napoleoó n — una rubia alta y vigorosa de veinticinco anñ os que lo amenazaba con agotarlo en la cama incluso antes de que los oponentes políóticos celebraran sus ganancias en las elecciones de abril de 1863 despojaó ndolo del poder. Aunque renuncioó al priapismo de su marido, Eugeó nie consideroó este asunto especialmente subversivo. A fines de julio, ella descendioó sobre Vichy, solo para retirarse con gran angustia despueó s de cuatro díóas. FLAUBERT NO TENIÁA necesidad de que Vichy le sugiriera o estableciera acceso a la corte imperial, y varios amigos podríóan haber dejado caer su nombre en las Tulleríóas sin levantar las cejas. La fama habíóa borrado el pecado que le habíóa imputado cinco o seis anñ os antes un fiscal del estado. El Dr. Jules Cloquet era uno de esos amigos. Otro era el eminente clasicista Alfred Maury, que lo habíóa guiado en su investigacioó n para Salammbô; como guardiaó n de los archivos de Tuileries, fue uno de los auxiliares eruditos de Napoleoó n III durante la deó cada de 1860, cuando el inescrutable hombrecillo en su tambaleante trono parecíóa maó s interesado en escribir una vida de Julio Ceó sar que en gobernar una nacioó n contenciosa. Otra maó s era Hortense Cornu, esposa de un pintor que Flaubert conocíóa a traveó s de Jules Duplan. Nacida como Hortense Lacroix, esta astuta y franca dama habíóa sido criada como la hermana adoptiva de Napoleoó n III, compartiendo su infancia en el exilio y siendo confidente de toda la vida a pesar de sus simpatíóas republicanas. Durante su encarcelamiento en 344
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Ham, ella le proporcionoó los libros que solicitoó , asíó como la literatura de su eleccioó n sobre la condicioó n de la clase trabajadora. Hortense Cornu admiraba a Flaubert, incluso si encontraba que sus cumplidos floridos eran empalagosos. Mathilde Bonaparte, por otro lado, lo abrazoó de todo corazoó n. La amistad que comenzoó el 21 de enero de 1863, cuando Flaubert asistioó a una recepcioó n en la mansioó n de la princesa, lo colocoó dentro del cíórculo familiar de Bonaparte. Mathilde — la hija de Catherine de Wuë rttemberg y el hermano menor de Napoleoó n, Jeó roô me — nacioó cinco anñ os despueó s de Waterloo en una vida extranñ a de conexiones privilegiadas e ilustres parias. Relacionada a traveó s de su madre con la realeza inglesa, alemana y rusa, pertenecíóa por parte de su padre al clan de príóncipes depuestos que se habíóan reunido en Roma en torno a la matriarca de la familia, Letizia Bonaparte. Con el consentimiento de las potencias europeas, Jeó roô me y su familia se unieron a ellos cuando Mathilde teníóa tres anñ os, y allíó vivioó hasta los once anñ os entre familiares que respiraban el aire de la recordada gloria. Durante esos ocho anñ os, los domingos comenzaron con la misa seguida de visitas rituales: primero a Letizia, conocida como Mme Meè re, una mujer pequenñ a siempre vestida con un turbante negro que hacíóa la corte en el Palazzo Rinuccini; luego a su rotundo amante del arte, su tíóo-abuelo el cardenal Fesch, en el Palazzo Falconieri; y finalmente a la tíóa Hortense Beauharnais Bonaparte en el Palazzo Ruspoli. La residencia de sus padres, el Palazzo Nunez, era un depoó sito de recuerdos napoleoó nicos, con sombreros militares y guantes exhibidos debajo de los grabados de las batallas en las que Napoleon los habíóa usado. La aversioó n de Mathilde a Albion sobrevivioó a la instruccioó n de una institutriz inglesa. Si la historia no la habíóa impresionado ya como un alguacil hostil, debe haberlo hecho como consecuencia de la Revolucioó n de Julio, cuando la intriga políótica bonapartista convencioó a Píóo IX para desterrar a Jeó roô me de los territorios papales. Toscana le ofrecioó asilo, y la familia (incluido el hermano menor de Mathilde, "PlonPlon") encontroó un nuevo cuartel en un palacio al lado del Arno. Jeó roô me pronto se congracioó con la sociedad florentina, mientras que Catherine hizo de una buena esposa suaba a su infiel coó nyuge, apodada Fifi, cuyos haó bitos derrochadores fueron subsidiados por el rey de Wuë rttemberg y el primo hermano de Catherine, el zar Nicolaó s de Rusia. Con el tiempo, una Mathilde oscura y hermosa se convirtioó en objeto de esquemas matrimoniales. La primera fue una aventura familiar que la comprometioó con su primo hermano, el hijo de Hortense, Louis-Napoleon. La perspectiva de una unioó n casi incestuosa puede haberlo aterrorizado o, maó s probablemente, agravado su grandiosidad. En cualquier caso, desaparecioó un díóa, y para cuando las noticias llegaron a Florencia de su fallido golpe de estado en Estrasburgo, eó l estaba prisionero esperando ser trasladado a Ameó rica. Poco despueó s, Adolphe Thiers, el otrora primer ministro de Francia, propuso un acuerdo con el hijo mayor de Louis-Philippe. Nada vino de esto tampoco. Finalmente, el candidato exitoso demostroó ser un ruso inmensamente rico, maó s visto en el Jockey Club de Paríós y en los estudios de artistas que en la sociedad de San Petersburgo. Anatoly Demidoff, cuyo antecesor Nikita habíóa construido un imperio de mineríóa y municiones bajo Pedro el Grande, queríóa el sello del nombre napoleoó nico de Mathilde en su oro. Jeó roô me, que habíóa perdido creó dito cuando Catherine murioó en 1835, queríóa un yerno con mucho dinero. Y Mathilde — a diferencia de los joó venes 345
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romaó nticos franceses que anhelan la restauracioó n de sus almas fuera de Francia, en una cuna levantina — anhelaba un pasaporte al paíós del que ella habíóa sido desterrada desde su nacimiento. La villa de Demidoff a las afueras de Florencia, un palacio que alberga cuarenta mil voluó menes y una magníófica coleccioó n de arte, puede haber sido increíóble, pero la casa que poseíóa cerca de los Invaó lidos era la propiedad inmobiliaria existencial que defendíóa su peticioó n de la manera maó s persuasiva. Demidoff prevaleceríóa sobre Louis-Philippe para terminar con el exilio de los Bonaparte. De su matrimonio, que tuvo lugar en 1840, el mismo anñ o en que los restos de Napoleon fueron traíódos de Santa Helena e internados en los Invaó lidos, se puede decir con justicia que aunque los sentimientos romaó nticos humanizaron sus estipulaciones contractuales, el brillo desaparecioó raó pidamente. Despueó s de dar vueltas por las cortes de Francia y Rusia, la pareja, ya amargamente en desacuerdo, se instaloó en Florencia, donde Demidoff, siempre el playboy, traicionoó a Mathilde con maó s de una mujer, siendo su indiscrecioó n maó s flagrante una historia de amor con Marie-Valentine TalleyrandPeó rigord, Duquesa de Dino. Una vez que se enteroó de la mala conducta de Demidoff, el Zar Nicolaó s le ordenoó regresar a su casa so pena de que se le revocara el pasaporte y se le confiscaran los ingresos de sus minas de hierro. Mathilde, que ahora tiene veinticinco anñ os, se apresuroó a ir a Paríós despueó s de presentar una peticioó n al zar en los siguientes teó rminos: Vengo a suplicar augusta proteccioó n de Su Majestad en la ocasioó n maó s grave e importante de mi vida. Durante seis anñ os de matrimonio, durante el cual he luchado por cumplir con todos mis deberes, he sido objeto de toda humillacioó n, todo insulto, toda clase de malos tratos que pueda experimentar una mujer. Siempre he dudado en presentar mi queja a los pies de Su Majestad, porque sentíó que no debíóa quejarme hasta que la copa estuviera a punto de desbordarse . . . Hoy, senñ or, le pido que ponga fin a mi sufrimiento separaó ndome de un hombre que ya no tiene derecho a mi estima ni a mi afecto.
Como Nicholas ejercíóa autoridad patriarcal en tales asuntos, dictoó teó rminos de separacioó n altamente favorables a Mathilde, excluyendo a Demidoff de Francia y requirieó ndole que le otorgara a su esposa una anualidad de doscientos mil francos (equivalente a varios millones de doó lares). Su padre, agobiado por las deudas, ingresoó a su noó mina con una asignacioó n generosa seguó n la mayoríóa de los estaó ndares. Mientras tanto, Mathilde habíóa adquirido un amante en la persona de Alfred-EÁ milien de Nieuwerkerke, otro conocedor, aunque no tan rico como Demidoff. Enamorada de este conde alto, guapo, de barba rubia (cuyo padre, Charles O'Hara de Nieuwerkerke, habíóa sido un caballero de la alcoba de Charles X), ella se unioó abiertamente con eó l y recibioó a los amigos artistas que le presentoó . Nieuwerkerke habíóa estudiado escultura, pero esculpir no era la aficioó n de eó l como la pintura lo era para Mathilde. En Florencia, en su caballete, ella habíóa encontrado consuelo de la angustia matrimonial, y se quedoó con el arte en Paríós, aprovechando la tutela de Eugeè ne Giraud, un ex laureado del Premio de Roma. Porque la familia Orleó ans, de otra manera estrecha — Louis-Philippe y la Reina Adelaide — la habíóa recibido en las Tulleríóas a pesar de su vida irregular, no pudo sino deplorar su desgracia; sin embargo, la caíóda del rey en febrero de 1848 contribuyoó a su ventaja preparando el camino para el ascenso de Louis-Napoleon. La historia tomoó un 346
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giro iroó nico cuando, doce anñ os despueó s de la locura de Estrasburgo que habíóa abortado su compromiso, Mathilde y su primo se reunieron platoó nicamente en el palacio del Elíóseo, que llegoó a ocupar como presidente de la Segunda Repuó blica. (La venta de los diamantes Demidoff confiscados por Mathilde despueó s de su separacioó n de Anatoly habíóa financiado la campanñ a de Louis-Napoleon para la presidencia.) Desde entonces abundoó en un sentido de su bonapartismo, actuando como anfitriona en las recepciones estatales hasta que fue desalojada, en 1853, por la novia de LouisNapoleon, Eugeó nie de Montijo. Todo el clan engordado bajo esta nueva dispensacioó n. El padre autocomplaciente de Mathilde fue nombrado gobernador de los Invaó lidos con un espleó ndido apartamento y cuarenta y cinco mil francos al anñ o, antes de mudarse a lugares auó n maó s deseables en Luxemburgo como presidente del Senado. Su hermano, el príóncipe Napoleon, se convirtioó en el embajador de Francia en Madrid, obtuvo el rango de general, reclamoó toda un ala del Palais-Royal, luego se construyoó un palacio de inspiracioó n pompeyana en la avenida Montaigne. Napoleoó n III le comproó a Mathilde la elegante mansioó n de Luis XVI en la rue de Courcelles, en la que presidíóa un saloó n al que la mayoríóa de sus habitantes eran recomendados tarde o temprano para ser nombrado miembro de la Legioó n de Honor. Lo que Mathilde queríóa de su primo era lo que ella generalmente obteníóa, y no se sentíóa ninguó n deseo sobre eó l maó s insistentemente que el hecho de que su amante deberíóa ser nombrado director del Louvre, a pesar de sus amoríóos. En 1849, Louis-Napoleon nombroó a Nieuwerkerke director general de museos franceses y catorce anñ os maó s tarde superintendente de Bellas Artes. 309 Su mansioó n no se libroó de la obligacioó n. Sirvioó como un anexo diplomaó tico a las Tulleríóas a lo largo del Segundo Imperio, y durante la Exposicioó n Universal de 1867, Flaubert simpatizaríóa con ella por tener que entretener a los muchos dignatarios que se habíóan reunido en Paríós. Una presencia glamorosa en las embajadas extranjeras, Mathilde, sobre quien Napoleoó n III habíóa otorgado el tíótulo de Alteza Imperial, organizoó tantos bailes y cenas como asistioó a otros lugares. Los vecinos deben haber llegado a reconocer la librea de cada nacioó n en la tierra. "Ella es una de las figuras nobles de nuestra eó poca," recordoó posteriormente el mariscal Canrobert, "y en su rostro admirablemente regular luce la maó scara de los Ceó sares. Su mente estaó hecha exactamente como la de su tíóo, todo de una sola pieza; ella nunca ha entendido las abstracciones que no se pueden aplicar . . . Pero no hay esfuerzos intelectuales que ella no admire, no hay cosas grandes y nobles en las que ella no se interese. Ella siempre actuó a de acuerdo con su corazoó n y sus sentimientos, sin preocuparse por lo que la gente diga o piense de ella." Hubner, el embajador de Austria, afirmoó que italianos y polacos conspiraban para deshacerse de los yugos extranjeros reunidos en su saloó n. Cuando Cavour despachoó a la hermosa y joven condesa Castiglione a Paríós en la causa de la independencia italiana, se le colocoó allíó una alfombra de bienvenida. Cualquier simpatíóa por los polacos conspiradores, por otro lado, habríóa sido atemperada por su lealtad al zar. La presencia en el 24 de la rue de Courcelles de Carpeaux, Saint-Saens, Dumas padre, Musset, Maxime Du Camp, Gounod, Meó rimeó e, Viollet-le-Duc, y otros dieron color al 309Con el advenimiento del imperio, las pensiones familiares aumentaron exponencialmente. Jérôme recibió una anualidad de un millón de francos, Plon-Plon trescientos mil y Mathilde doscientos mil, además de una cantidad similar de Demidoff (que tuvo suficiente para convertirse en uno de los principales filántropos de Toscana).
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retrato de Canrobert de Mathilde como una mujer que se preocupaba por la vida de la mente. Ser eclipsada en parte por Eugeó nie en los asuntos de Estado puede haberla convertido en la soberaníóa maó s ambiciosa de la vida cultural de Paríós. Pero su respeto por la distincioó n intelectual era lo suficientemente genuino. Contratoó a un historiador elegido para ella por Sainte-Beuve para que la guiara maó s allaó de los líómites convencionales del rol de una mujer del siglo XIX, y consideroó su reunioó n con el propio Sainte-Beuve, que tuvo lugar en el departamento de Plon-Plon en 1861, una providencial conjuncioó n. El gran críótico se convirtioó en su guruó , su aó rbitro espiritual, e incluso — eó l era dieciseó is anñ os mayor que ella — un padre maó s atento a su sensibilidad de lo que Jeó roô me habíóa sido alguna vez. Hasta poco antes de su muerte en 1869, iba a disfrutar con eó l de una amistad que restauroó , semana tras semana, la autoestima minuciosamente socavada por Nieuwerkerke. Las visitas de Sainte-Beuve los saó bados y mieó rcoles por la noche fueron momentos culminantes del calendario social de Mathilde a lo largo de la deó cada de 1860. Ella los anticipoó emocionada y maó s tarde en la vida (cuando una segunda generacioó n de su saloó n incluíóa al joven Marcel Proust, que la describioó caminando por el Bois de Boulogne en Within a Budding Grove)310 comparoó su conversacioó n con la inagotable fortuna de un hombre proó digo. Escuchar a Sainte-Beuve disertar sobre temas literarios era olvidar su aspecto rechoncho y de ojos rasgados. Lo transfiguroó por completo. "Aquíó estoy, asentada en las orillas del lago maó s hermoso del mundo," ella le escribioó a eó l en septiembre de 1862 desde Lago Maggiore. La luz del sol es brillante, el aire caó lido le da a uno una sensacioó n de bienestar, el cuerpo de uno parece desaparecer, para perder el conocimiento de su existencia. Mis pensamientos, sin embargo, salen a Paríós. En todo momento quiero noticias de las personas que he dejado atraó s, especialmente de ti. No puedo decirte cuaó nto valoro las pruebas de simpatíóa que me das. El delicioso haó bito de verte cada semana es uno de los mayores placeres de mi vida. Y asíó los mieó rcoles y saó bados . . . Siempre miro hacia un pasado que espero comenzar de nuevo a mi regreso.
Agradecido por su adulacioó n, Sainte-Beuve tomoó una visioó n propia de las veladas del mieó rcoles. Eran "sus" mieó rcoles, le recordoó a ella en enero de 1866, como si ella necesitara recordarlo. No solo en la rue de Courcelles, sino en la coó moda casa de verano de Mathilde en Saint-Gratien, donde disfrutaba de breves estadíóas, su lugar era bastante seguro. EÁ l poblaba su saloó n con su propio elenco de personajes, siendo estos, en su mayor parte, los escritores que regularmente se reuníóan a su alrededor en el restaurante de Magny. Cualquier persona invitada por Mathilde deberíóa haber sido aprobada por Sainte-Beuve. En la velada de Mathilde del 21 de enero de 1863, los Goncourt notaron que ellos y Flaubert eran aparentemente los uó nicos hombres sin condecorar. Las cruces que denotaban un alto rango en la Legioó n de Honor eran tan omnipresentes como los diamantes que goteaban del cuello de las damas desnudas. El viejo James de Rothschild estaba allíó, haciendo sentir su presencia auó n maó s enfaó ticamente que Plon-Plon, a quien Flaubert habíóa conocido a traveó s de Ernest Feydeau, o, para el caso, el emperador, una 310El título en francés es: À l'ombre de los jeunes filles en fleurs/A la sombra de las muchachas en flor. También traducida en inglés como: Within a Budding Grove.
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figura velada cuya conducta parecíóa sonaó mbula para Jules de Goncourt. Pero la mayoríóa de los ojos estaban fijos en Eugeó nie con un voluminoso vestido rojo que podríóa haber llevado a uno a confundirla con una cortesana con estilo y espíóritu. Llena de gracia y bonitos gestos, se parecíóa — en opinioó n de Goncourt — maó s a la reina de Baden-Baden que a la emperatriz de Francia. Fue en esta ocasioó n que le pidioó a Flaubert que le diera dibujos del vestuario de Salammboô para su baile de disfraces. Encontrarse en tal companñ íóa complacioó a Flaubert — algo que no habríóa sido admisible en los cíórculos intelectuales que evitoó . Su satisfaccioó n es evidente en una nota enviada desde el castillo de Compieè gne el 12 de noviembre de 1864, cuando asistíóa a una de las fiestas de la casa imperial de una semana de duracioó n, conocidas como séries, a las cuales la eó lite social del Segundo Imperio de Francia ansiaba invitaciones. Flaubert queríóa que Duplan comprara un ramo de camelias blancas en una floristeríóa de moda cerca de la Opeó ra. "Insisto en que sean suó per elegante (porque uno debe dar buena cuenta de síó mismo cuando uno pertenece a una clase social inferior)," le dijo a su amigo. "La caja debe llegar aquíó el lunes por la manñ ana para que pueda presentarla por la noche. El florista puede enviarme la factura, o puede pagarla tuó mismo, ad libitum. Por el amor de Dios, no lo olvides, cuento contigo." Disfrutoó la idea de que su presencia en la habitacioó n 85 en el tercer piso del castillo hubiera confundido a los Rouennais, que todavíóa lo consideraba el peculiar hermano de Achille. "Los burgueses hubiera estado auó n maó s asombrados al enterarse de mis eó xitos allíó," le escribioó a su sobrina poco despueó s. "No exagero. En resumen, lejos de aburrirme, lo paseó muy bien. Las uó nicas partes difíóciles fueron los cambios de vestido requeridos en el transcurso del díóa y la agenda puntual. Te contareó todo al respecto." 311 Habíóa fuegos artificiales para celebrar el díóa del nombre de Eugeó nie, y Flaubert miraba en companñ íóa de la condesa de Beaulaincourt, la princesa Ghyka, el príóncipe de Orange, el marqueó s y la marquesa de Cadore, la condesa de Montebello y el baroó n Haussmann. Para nada de su gusto, supuestamente, era la caza de la tarde, por la cual Napoleon, flanqueado por caballeros que llevaban sombreros de tres picos del siglo XVIII, se habíóa puesto un uniforme amarillo y dorado. Entre las galas habíóa cenas en la rue de Courcelles y estadíóas en Saint-Gratien que reunieron a Flaubert y la princesa Mathilde de una manera maó s íóntima. Lo que indudablemente vieron de síó mismos en el otro, y les gustoó , puede inferirse del Diario de Goncourt. "Decidimos que la gente es severa y exigente con alguien de su rango, y que pocos burgueses mostraríóan tan buen temperamento y tanta bondad," escribioó Jules. Pensamos en la libertad de la manera, la consideracioó n, la brusquedad encantadora, la conversacioó n víóvida y apasionada, el lenguaje artíóstico que nunca deja de lado las cosas, el corte en todo, la mezcla de virilidad y toques femeninos, el conglomerado de fallas y 311Hay una descripción vívida de estas séries en Son Excellence Eugène Rougon, el sexto volumen de Rougon-Macquart de Zola. Se basa en parte en las conversaciones con Flaubert. En cuanto a los "éxitos" de Flaubert, las memorias de la condesa Stéphanie de Tascher de la Pagerie, Mon séjour aux Tuileries, sugieren que no fueron del todo lo que él les hizo ver. "Gustave Flaubert . . . estaba desfilando entre nosotros. Tiene ojos profundos y observadores, pero su alto color se asemeja al de un ebrio. En Salammbô dio pruebas de inmenso talento y erudición, una incomparable riqueza de pensamiento y expresión, pero el héroe y la heroína son demasiadas criaturas de carne. La materia es excesiva en sus obras y en su persona."
349
Flaubert: Una vida — Frederick Brown virtudes, marcado con el sello de nuestro tiempo, todo nuevo y hasta ahora desconocido en una Alteza Imperial, que hacen de esta mujer la prototíópica princesa del siglo XIX, una especie de Margarita de Navarra en la piel de un Napoleon.
Mathilde no pensoó nada en sentarse en la escalera para conversar con Flaubert (sentado un escaloó n debajo de ella). Intensamente orgullosa de su plumaje napoleoó nico, auó n era muy capaz de decirle a una dama aduladora que le habíóa preguntado si las princesas tienen los mismos sentimientos que otras mujeres, por lo que deberíóa dirigir su pregunta a una princesa por derecho divino. Alta o baja cuando una u otra le conveníóa, a diferencia de Flaubert que abrazaba un ideal platoó nico de estilo o era flagrantemente grosero, ella respondioó al tíótulo "Son Altesse" pero ansiaba de camaraderíóa desatada con amigos hombres. Este uó ltimo tambieó n la conocíóa como una mujer sin hijos que los mimoó de todas las maneras entranñ ables. Sainte-Beuve apodoó su "Notre Dame des Arts" y Flaubert se convirtioó en una de los principales beneficiarios de su fuerte instinto maternal. ¿Fue una madre masculina lo que buscoó ? Nadie encarnaba el tipo maó s perfectamente que Mathilde, excepto George Sand, quien asumiríóa una importancia auó n mayor que ella en su vida durante esa deó cada. Para Sainte-Beuve, los mieó rcoles de Mathilde eran "sus" mieó rcoles, pero para Flaubert Mathilde era "su" princesa. Y a menudo parecíóa ser asíó. La decepcionoó el hecho de que eó l no interrumpiera la escritura de L'Éducation sentimentale para unas vacaciones maó s frecuentes en Saint-Gratien. Ella queríóa su fotografíóa. Hubiera querido que se uniera a ella en Lago Maggiore. Ella lo abrumaba con regalos, lo que lo conmovioó a observar en una ocasioó n que podíóa agradecerle maó s desinhibidamente si ella fuera una simple burguesa. "Sabes, aunque puedas negarlo, que soy tíómido." Mientras leíóa, cortoó paó ginas con un pequenñ o cuchillo indio que ella le habíóa dado, y cuando levantoó los ojos de la paó gina, vio una de sus acuarelas en el pared de su estudio o un busto de ella esculpido por Barre. En 1866 Mathilde convencioó al ministro de instruccioó n puó blica, Victor Duruy, para que llamara a Flaubert para ser miembro de la Legioó n de Honor. "No cuestiono la buena voluntad de M. Duruy, pero me imagino que fue empujado, ¿solo un poco?" escribioó eó l para reconocer la gracia otorgada por ella. "Por lo tanto, la cinta roja es algo maó s significativo para míó que un favor, es casi un recuerdo. No necesitaba pensar muy a menudo sobre la Princesa Mathilde."312 CADA DOS lunes, a partir de noviembre de 1862, Sainte-Beuve y sus amigos se encontraban para cenar donde la princesa deseaba poder unirse a ellos, en un restaurante llamado Magny's en la margen izquierda, cerca del Pont Neuf. Flaubert podríóa haberlo recordado de sus díóas en la escuela de leyes como uno de esos restaurantes favoritos de estudiantes pobres y viajeros hambrientos que abordan a los carruajes o que desembarcan en el patio del Auberge du Cheval Blanc de al lado. Bajo el Segundo Imperio, se elevoó por encima de estos humildes oríógenes, como muchos otros advenedizos. Nacido en una vulgar casa de abarrotes, se convirtioó , detraó s de su 312Edmond de Goncourt no sería condecorado hasta agosto de 1867 (Jules murió antes de que le llegara su turno), y Flaubert, sabedor de su capacidad para ofenderse, se tomó la molestia de desarmarlos. "La alegría es mixta, ya que no la estoy compartiendo contigo. En cualquier caso, no estoy exactamente delirando por eso. Mi cabeza no se ha hinchado y me dignaré a saludarte cuando nos encontremos."
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fachada poco llamativa, en un establecimiento elegante con cocina seria, comedores privados, consagracioó n de la Guíóa Joanne (la Michelin del díóa) y habitueó s burgueses, uno de los cuales, el Dr. François-August Veyne , amigo y meó dico de Sainte-Beuve, presentoó al críótico a M. Modeste Magny. Fue la idea de Veyne que regularmente se reunieran allíó con los coó frades como un club de comedor informal. Sainte-Beuve, el espíóritu animador del saloó n de la princesa Mathilde, queríóa un saloó n propio, y asíó lo hizo "una cena en Magny’s" es entrar en los anales de la vida literaria francesa. "Esto siempre habíóa sido un suenñ o suyo", escribioó el secretario de Sainte-Beuve, "porque consideraba que tales reuniones ayudaban a romper prejuicios y fomentar el entendimiento mutuo y la estima." Lo que su grupo heterogeó neo evitaríóa deliberadamente seríóa una hermandad literaria a la manera de aquellos comprometidos con alguó n credo en una eó poca prolíófica de "ismos" — sobre todo el "realismo", cuyos apoó stoles, dirigidos por Jules Husson (alias Champfleury), se habíóan conocido durante la deó cada de 1850 a pocas cuadras de Magny's en la Brasserie Andler en la rue Hautefeuille, justo debajo del estudio de Gustave Courbet. El realismo como la palabra clave para un programa esteó tico se habíóa acunñ ado recientemente en 1850, cuando Champfleury dijo, a propoó sito de una exposicioó n que presentaba El entierro en Ornans, que de ahora en adelante los críóticos se pondríóan del lado del realismo o en su contra. Siempre ferviente proselitista, formuloó sus manifiestos en torno al trabajo de Courbet, pero tambieó n escribioó novelas. La virtud de la observacioó n atenta, la representacioó n de la vida provinciana, la prohibicioó n de temas histoó ricos, la legitimidad artíóstica conferida a lo feo y a lo bello por igual, la representacioó n no embellecida en el arte del hombre comuó n y el lugar comuó n: eó stas eran las piedades que guiaban a los practicantes ortodoxos. En la obra de Champfleury, la realidad, como Dios, estaó en mayuó scula. "El oficio de quienes investigan la Realidad es quizaó s maó s duro que el del lenñ ador", escribioó . "Este uó ltimo debe acumular una pila de trozos antes de llegar al nuó cleo, pero los gritos escuchados por el trabajador solitario en su habitacioó n son maó s estridentes y amenazantes que cualquier otro que se escuche en el bosque. Todas las urracas y arrendajos en las cercaníóas parlotean, todas las serpientes se deslizan fuera del matorral silbando: 'La buó squeda de la Realidad estaó prohibida.' Sin embargo, allíó salta del maó s pequenñ o aó pice de verdad una llama viva y brillante que llena el buscador del paciente corazoó n de alegríóa y le retribuye el esfuerzo que exige su trabajo." Los joó venes sobre quienes Champfleury ejercioó una influencia transformadora no fueron legioó n, pero hicieron ruido por muchas veces su nuó mero contra la caja de resonancia de 1848. Y como los "cuarentayochotardos", los cuarenta y ocho que amalgamaron a Cristo y la revolucioó n en ceremonias cíóvicas, hablaban el lenguaje de los catecuó menos anticipando una nueva vida. "Mi vida real data de eó l," afirmoó Jules Troubat, secretario privado de Champfleury, quien maó s tarde se convirtioó en el de Sainte-Beuve. "Fue eó l quien lo transformoó , quien tomoó la nada que yo era e hizo algo de míó. Me dio una meta, me mostroó el camino a seguir, disipoó la vaguedad en la que habíóa flotado hasta entonces . . . La literatura era una empresa seria para eó l. EÁ l me dijo un díóa: 'Es un ministerio.'" Para estar seguros, Flaubert, los Goncourts e incluso Sainte-Beuve teníóan algunas de las mismas creencias que los realistas. Nadie pregonoó maó s la virtud de la observacioó n que Flaubert, que habíóa elegido independientemente un entorno provincial para Madame Bovary, asfixioó a su heroíóna (y a eó l mismo) en el lugar comuó n, con la fealdad plena, y la trajo en un 351
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libro. Flaubert no emitioó manifiestos puó blicos ni aproboó prefacios. Los Goncourt síó, y el prefacio a Germinie Lacerteux se convirtioó , para muchos realistas doctrinarios, en un argumento canoó nico. "Viviendo en el siglo diecinueve, en un tiempo de sufragio universal, democracia y liberalismo," escribieron, "nos preguntamos si las llamadas 'clases bajas' no teníóan derecho a la novela, si este mundo debajo de un mundo, la gente comuó n, debe permanecer bajo el interdicto literario y el desdeó n de los autores, que hasta ahora han guardado silencio sobre cualquier corazoó n y alma que la gente pueda tener." Pero la multitud de Magny se alineoó detraó s del dicho de Flaubert de que el artista que amarra su imaginacioó n a un lecho de hierro de lo que se debe y no se hace, como las víóctimas de Procrustes, maó s pequenñ as para ello, que el arte cae de rodillas cuando se hace cargo de la carga de la doctrina sistemaó tica. De lo contrario, estos diversos espíóritus se unieron para recordar a los recieó n llegados que era responsabilidad de todos no retener nada. La etiqueta se retiroó antes de que llegara el plato principal. Raras eran los lunes en los que las opiniones no colisionaban en una libertad para todos los que se movíóa de la literatura a la sociedad francesa, a las obras en progreso, de los tocadores y armarios de la historia, a Dios, a los eventos del díóa y, cuando suficiente vino hubo corrido, revelaciones personales. El 28 de marzo de 1863, por ejemplo, todos hablaron sobre la religioó n en honor al nuevo miembro, Ernest Renan, quien crearíóa una gran controversia tres meses despueó s con La Vie de Jésus, lo que enfurecioó a los cleó rigos y ofrecioó a los cristianos caíódos un Cristo dedicado de adoracioó n por sus cualidades humanas. Como lo informan los Goncourt, Sainte-Beuve expandioó el paganismo y el cristianismo (cada uno virtuoso al nacer, ambos corruptos en la vejez), despueó s de lo cual la discusioó n se dirigioó a Voltaire. Los Goncourt sosteníóan que, en sus escritos no poleó micos, Voltaire encarnaba "la perfeccioó n de la mediocridad," y se manteníóa firme frente a los ataques que podríóan haber sido auó n maó s airados si Flaubert hubiera estado presente esa noche. "¡Era periodista, nada maó s!", exclamaron. "¿Cuaó l es el Siècle de Louis XIV, si no es una escritura histoó rica pasada de moda, llena de falsedades y convenciones desacreditadas por la ciencia y escrupulosidad del siglo XIX? . . . ¿Y lo que queda? ¿Su teatro? ¿Candide? Es solo La Fontaine en prosa y el emasculado Rabelais. Compaó ralo con el Sobrino de Rameau." Sainte-Beuve replicoó que Francia no podíóa considerarse libre hasta que se erigiera una estatua de Voltaire en el centro de Paríós. La pelea continuoó sobre Rousseau, en un lenguaje igualmente indecoroso. Hippolyte Taine, que parecíóa el maestro de escuela ríógido, con gafas y estrenñ ido, se agachoó tanto como pudo con la afirmacioó n de que Rousseau era un onanista servil. El insulto le valioó su buena fe en Magny's, ante la obvia consternacioó n de Renan, un hombre bien educado, que apenas hablaba (pero asistioó a cenas futuras). En medio del alboroto, la gente logroó tener charlas privadas, en una de las cuales Sainte-Beuve, recordando el gran espectaó culo de los regimientos de Napoleon marchando por su ciudad natal de Boulogne medio siglo antes, le dijo a Jules de Goncourt — un peligroso confidente si alguna vez hubo uno — que para eó l la gloria militar eclipsoó cualquiera de otro tipo. "Los grandes generales y los grandes geoó metras son las uó nicas personas que aprecio." Goncourt pensoó que "gloire" significaba las conquistas sexuales que SainteBeuve imaginaba que faó cilmente podríóa haber hecho con el uniforme de un Huó sar. En una reunioó n previa, Sainte-Beuve habíóa descrito la agoníóa de toda la vida de estar enjaulado en un fíósico desproporcionado. 352
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Sainte-Beuve podríóa haber parecido maó s natural detraó s de un puó lpito que a horcajadas sobre un caballo de guerra, pero en realidad su desconfianza hacia el negro sobrepasaba su enamoramiento con el rojo, y en diversos grados su seó quito compartíóa ese prejuicio. Criado en sus huesos estaba el anticlericalismo aceó rrimo de los esceó pticos de mediados del siglo. En Magny's, el 6 de julio de 1863, Sainte-Beuve lamentoó la exitosa campanñ a del obispo Feó lix Dupanloup para vetar al gran lexicoó grafo EÁ mile Littreó de la Academia Francesa. En un panfleto titulado "Avertissement aux peè res de famille et a la jeunesse," Dupanloup, un poderoso cleó rigo, habíóa denunciado a Littreó como un exponente del materialismo ateo propagado por Auguste Comte y Charles Darwin. Saltando enojado por esta flagrante injusticia, Sainte-Beuve habíóa renunciado a su puesto en el comiteó que supervisaba el diccionario de la Academia francesa y elogioó a Littreó en tres largos artíóculos. En poco tiempo habríóa maó s vituperation contra la iglesia, con ecos en el comedor en Magny's. Para Flaubert, la oposicioó n políótica parecíóa estuó pida por atacar al imperio, o al emperador, en lugar de lanzarse a la cuestioó n religiosa, que consideraba como la uó nica que importaba. En 1867, cuando un senador derechista expresoó su indignacioó n por la nominacioó n de Renan para un honor oficial, Sainte-Beuve, que habíóa sido nombrado senador por orden de Mathilde (los senadores no eran elegidos), lo defendioó vigorosamente, atacando contra un cuerpo regresivo de opinioó n que aborrecíóa todo de la Ilustracioó n. "¡Gracias, mi querido Maestro, por nosotros, por todos!" exclamoó Flaubert. El club tuvo maó s ovaciones para su fundador varios meses despueó s cuando se manifestoó ante el Senado sobre una peticioó n de ciudadanos catoó licos de Saint-EÁ tienne para que se retiraran las obras de Voltaire, Rousseau, Michelet, Renan y otros de las bibliotecas puó blicas. "Todos los que no estaó n sumergidos en la maó s crasa estupidez, todos los que aman el arte, todos los que piensan, todos los que escriben, les deben una enorme deuda de gratitud, porque han abogado por su causa y defendido a su Dios," escribioó Flaubert, que habíóa leíódo el discurso de Sainte-Beuve en el perioó dico oficial del gobierno, Le Moniteur. "La medida y la precisioó n de su idioma solo ponen de relieve la extravagancia . . . de su ineptitud . . . Corteó smente escupioó la Verdad sobre ellos. No seraó n capaces de limpiarse el escupitajo." Sainte-Beuve imaginoó una "dioó cesis mundial" de mentes con la intencioó n de trabajar la humanidad libre de su ciega sumisioó n al dogma. Pero si uno puede creer en el Journal de Goncourt, hubo momentos en que su club se asemejaba menos a una vanguardia ilustrada que a una coleccioó n de brillantes chiflados liberados de su asilo por una noche en la ciudad. Jules de Goncourt relata una tarde de diciembre que comenzoó como un griteríóo sobre los autores del siglo XVII. Flaubert dio poca importancia a la prosa de Bossuet y se unioó al coro de la disidencia cuando Taine asignoó a La Bruyeè re un nicho debajo de La Rochefoucauld. Renan proclamoó a Blaise Pascal como el escritor maó s grande en lengua francesa, y Gautier, con los pelos de punta, declaroó que Pascal era "un premio bobo." Paul de Saint-Victor y Taine fueron escuchados en cada extremo de la mesa, recitando el verso de Hugo y el otro formulando claras paradojas sobre Goethe y Schiller. Una pelea fallida y prolongada estalloó sobre preguntas retoó ricas y luego sobre nada en particular, con todos hablando a la vez. Sainte-Beuve presencioó la pelea con una expresioó n de dolor en la cara, escribioó Goncourt. "Fuera de este pandemonium vinieron las profesiones de fe ateas, retazos de utopíóa, fragmentos del discurso convencional, sistemas para nacionalizar la religioó n." 353
Flaubert: Una vida — Frederick Brown
Para colmo, todo fue el espectaó culo poco edificante de Taine — un hombre cuya "calma y razoó n" envidiaba Flaubert — vomitando por la ventana, volviendo con vetas de voó mito en su barba, y durante casi una hora profesando la superioridad de su Dios protestante. Gautier y Saint-Victor, hombres supersticiosos, se aseguraron de que no estuvieran trece sentados a la mesa. Si fuera necesario, se reclutoó un decimocuarto comensal desde el exterior. Gritando igual entre colegas escritores, Flaubert demostroó ser maó s que igual a la ocasioó n. Varios de la multitud de Magny habíóan escuchado sus gueulades en la Princesa Mathilde los mieó rcoles por la noche y en su propio departamento cuando, despueó s de la publicacioó n de Salammbô, comenzoó a recibir amigos regularmente los domingos por la tarde durante su temporada en Paríós. Pero la mejor oportunidad para conversar con nuevos conocidos fue sobre las reuniones en Magny's. Una de esas conversaciones finalmente ampliaríóa su mundo. El 28 de febrero de 1863, Charles-Edmond Chojecki trajo a Ivan Turgenev, quien (como veremos) visitoó Paríós entre largas residencias en Baden-Baden y su propiedad en Rusia. EÁ l y Flaubert se apreciaron mutuamente. Al díóa siguiente, Turgenev, que normalmente no se sentíóa tan a gusto con los hombres, especialmente los franceses, envioó a Flaubert su Rudin, Diario de un hombre superfluo y Bocetos de un deportista. Dos semanas maó s tarde, Flaubert respondioó desde Rouen. Acabo de leer los voluó menes y no puedo resistir el impulso de decirte que estoy encantado. Has sido un maestro por mucho tiempo para míó. Cuanto maó s te estudio, maó s asombrado estoy por tu talento. Admiro tus modales, que son a la vez vehementes y restringidos, y tu simpatíóa, que se extiende a los seres maó s humildes . . . Asíó como quiero andar a caballo en una carretera blanca de polvo . . . cuando leíó Don Quijote, tus Bocetos de Deportista me dan ganas de estar sacudieó ndome en una troika sobre campos cubiertos de nieve y escuchar coó mo auó llan los lobos . . . ¡Queó mezcla de ternura, ironíóa, observacioó n y color! ¡Cuaó n ingeniosamente se mezclan! ¡Queó maravillosamente traes tus efectos! ¡Queó seguridad!
La carta, declaroó Turgenev, lo hizo sonrojarse de orgullo y verguë enza. "Me gustaríóa haber merecido el elogio, pero en cualquier caso estoy muy contento de que mis libros te agraden, y te agradezco que me hayas dicho eso." Su esperanza era que Flaubert regresaríóa antes de que eó l mismo se fuera de Paríós a Baden- Baden. "Me encantaríóa cultivar una relacioó n que haya comenzado bajo tales auspicios favorables y que, si las cosas salen como yo quiero, puede convertirse en una amistad completamente franca y abierta." Esta obertura le valioó otra lluvia de ramos de flores de Rouen. "Lo que admiro sobre todo en tu talento es la distinción — una cualidad soberana," escribioó Flaubert el 24 de marzo. "De alguna manera, encuentras una forma de retratar la verdad sin banalidad, de ser sentimental sin sensibleríóas y coó mico sin indicios de vulgaridad. No recurres a artilugios teatrales, sino que logras efectos traó gicos a traveó s de la brillantez de la composicioó n." A cambio, a Flaubert le enviaron dos obras maó s, una de ellas Padres e Hijos, que leyoó durante la primavera de 1863. Turgenev se mudoó ese mes de mayo a Baden-Baden e invitoó a Flaubert, que no pudo ir en ese momento y dejar de lado L'Éducation sentimentale. Con el tiempo, Flaubert visitoó Baden-Baden, pero no hasta mediados de julio de 1865, cuando Turgenev estaba ausente en uno de sus viajes perioó dicos a la finca familiar en Spasskoe en la provincia de Orel. No seríóa hasta 1868 en que sus caminos se cruzaríóan de nuevo. 354
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La invitacioó n que atrajo a Flaubert a Baden-Baden provino de Maxime Du Camp, cuyo camino durante los dos veranos anteriores se habíóa cruzado con Turgenev casi todos los díóas en la terraza del casino (decorosamente llamada Maison de Conversation). En 1865 Du Camp era un hombre cambiado. La campanñ a de Garibaldi habíóa puesto fin a su maníóaca buó squeda de la aventura y habíóa comprometido su salud. Afligido con reumatismo, se le instoó a tomar las aguas. En 1862, en Baden-Baden, que atraíóa a un conglomerado extraordinario de europeos cada verano — realeza, radicales, diplomaó ticos, apostadores — conocioó a una adinerada pareja francesa de su misma edad, Adeè le y EÁ mile Husson, que ocupaba la villa maó s prominente de Baden-Baden Lichtentaler Allee. Despueó s de veinte anñ os de matrimonio, los Hussons sin hijos estaban felices de agrandar su hogar. Con Du Camp como amante de Adele y amigo de EÁ mile, formaron un meó nage aè trois bastante parecido al de Turgenev con Pauline y Louis Viardot. Du Camp encontroó una satisfaccioó n que nunca habíóa conocido. Adeè le puede no haberlo inflamado, pero ya habíóa tenido suficiente fuego. "La madre Husson estaó bien [su salud era fraó gil; teníóa un corazoó n deó bil] y te envíóa sus maó s afectuosos deseos," le escribioó a Flaubert en mayo de 1863. "Ella te aprecia mucho, a menudo habla de ti y le encantaríóa que te convirtieras en una presencia familiar en su hogar. Ella es una buena mujer, tranquila, nada atormentadora, y es lo uó nico que se puede esperar de su sexo imposible." Este anclaje emocional influyoó en la naturaleza y el alcance de la vida creativa de Du Camp. Perdioó el intereó s en la ficcioó n (despueó s de publicar dos novelas sobre su tormentoso amoríóo con Valentine Delessert, a una de las cuales Turgenev contribuyoó con un prefacio) pero tambieó n se alejoó del ser el noó made que habíóa escrito Souvenirs et paysages d'Orient, Le Nil, L ' Éxpédition des deux Siciles, y cada segundo capíótulo de Par les champs et par les grèves. Lo que comenzoó a enfocar sus aleatorias energíóas a fines de la deó cada de 1860 fue un libro sobre Paríós. Durante mucho tiempo un celoso admirador de ingenieros y tecnoó cratas instruidos en el pensamiento sansimoniano, muchos de los cuales fueron empleados por el gran constructor de la ciudad, el Baroó n Haussmann, Du Camp decidioó un díóa cruzar el Pont Neuf para embarcarse en una gira enciclopeó dica de los mecanismos internos de Paríós. Abriríóa la metroó poli, viajaríóa de sistema en sistema, analizaríóa el funcionamiento de cada uno, describiríóa la interdependencia de todos y, por lo tanto, les permitiríóa a los parisinos entender queó hacíóa que funcionara su entidad urbana. Mientras que la generacioó n romaó ntica a menudo retrataba a Paríós como un lugar de misteriosas profundidades (Eugeè ne Sue en su inmensamente popular Mystères de Paris, por ejemplo, y Balzac en la Comédie humaine), Du Camp se propuso dilucidar un organismo racional. El proyecto lo ocuparíóa durante casi diez anñ os y daríóa lugar a seis voluminosos voluó menes, con capíótulos largos e inmensamente detallados sobre transporte puó blico y privado, hospitales, correos, bomberos y policíóa, prisiones, establecimientos religiosos, cementerios y funerales, instituciones educativas y academias, saneamiento, el mercado mayorista. La documentacioó n de cada capíótulo recuerda los inmensos archivos que EÁ mile Zola compilaríóa pronto para Germinal y Au Bonheur des Dames. Entre 1867 y 1875 las aventuras de Du Camp fueron intramurales. Para Paríós, ses organes, ses fonctions et sa vie, acompanñ oó a detectives en sus rondas, siguioó a hombres condenados a la guillotina, se encerroó con reclusos de un manicomio, se puso de pie junto a agentes de aduanas en la barrera, salpicoó las alcantarillas de Haussmann y vadeoó a traveó s de la sangre de los mataderos. 355
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Adeè le pudo haberle dado un hogar en el que reunirse todos los díóas, pero el aó ngel de la muerte lo estimuloó . Pasoó junto a eó l poco despueó s de que comenzara su obra magna y reclamoó a su amigo maó s viejo y querido, Louis de Cormenin, que sucumbioó al caó ncer de colon en noviembre de 1866. Mientras Flaubert no dejaba de advertir a Du Camp sobre la pendiente resbaladiza de un proyecto que corromperíóa su sensibilidad y lo indujo a encontrar belleza en la "literatura administrativa" como Titania la habíóa encontrado en las orejas de burro de Bottom, Cormenin habíóa sido infaliblemente de apoyo. "Mi corazoó n estaó afligido y magullado," escribioó Du Camp a Flaubert el 28 de noviembre de 1866. "Lo que sentíó fue amistad ilimitada, y durante cuarenta y cuatro anñ os estaba tan acostumbrado a amarlo que la mitad de míó se perdioó desde su muerte. Tienes razoó n, vamos a acercarnos; eó l es el primero de nuestro grupo que se va. Es una advertencia de que debemos amarnos maó s y mejor, si eso fuera posible." Du Camp le escribioó tres semanas despueó s: "No tienes idea de hasta queó punto he abandonado el mundo. Todo lo que pido es que la vida me deje en paz y no me separe de los que amo. Me importa tan poco el resto que si le digo a la gente lo poco que me importan, no me creeríóan. Trabajo porque mi trabajo me genera seis o siete mil francos, y con ese suplemento puedo pagar muchas cosas maó s. Si tuviera un ingreso independiente de veinticinco mil francos, me pasaríóa el tiempo leyendo y cazando y no escribiríóa una líónea. ¿Es eso sabiduríóa, pereza, experiencia o desdeó n? No estoy seguro, tal vez los cuatro, pero asíó son las cosas." El tiempo restauroó su apetito de reconocimiento y eventualmente lo persuadioó de que podríóa valer la pena cortejar a los hombres que podríóan elegirlo para un puesto vacante en la Academia Francesa. Aunque la muerte de Louis de Cormenin claramente afectoó a Flaubert, mucho maó s angustiante fue el declive gradual de su madre. En 1864 Caroline Flaubert habíóa cumplido setenta anñ os. Atormentada por dolencias para las cuales los ancianos solíóan buscar alivio en los spas, ella tambieó n se habíóa vuelto bastante sorda. Los gritos que atravesaban la quietud de Croisset noche tras noche cuando ella yacíóa postrada en cama con herpes zoó ster despertaron los peores temores de su hijo. Luego, dos anñ os despueó s, sufrioó un leve ataque de apoplejíóa. ¿Cuaó nto tiempo maó s viviríóa ella? ¿Y coó mo podríóa soportar Croisset sin ella? El suelo se movíóa bajo sus pies, y Flaubert, que odiaba el cambio, comenzoó en esa peligrosa deó cada a buscar manos capaces de salvarlo del abismo o de poner fin a su caíóda. Mathilde Bonaparte extendioó la suya, y otros hicieron lo mismo. Estaba Juliet Herbert. Antes de viajar a Baden-Baden en julio de 1865, Flaubert pasoó diecisiete díóas en Londres visitando a la antigua institutriz de su sobrina Caroline Commanville y recorriendo la ciudad (para material que proporcionoó a una escena en L'Éducation sentimentale, le dijo a Caroline). Al igual que Jane Farmer, Juliet se habíóa convertido en una amiga de la familia, pero con lazos auó n maó s estrechos. A diferencia de Jane, Juliet, que teníóa treinta y seis anñ os en 1865, no se habíóa casado, y regresoó a Croisset para visitas de una quincena o maó s cada verano. Al final del anñ o intercambiaban regalos regularmente. En una ocasioó n, Flaubert le envioó la Grammaire des grammaires de Girault-Duvivier, en la cual ella podríóa haber deseado ver una cubierta de sentimientos tiernos y un franco tributo a sus logros linguë íósticos. Lo que sabemos con certeza es que la posibilidad de unirse a ella en junio de 1865 entusiasmoó a Flaubert. 356
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La madre de Julieta, Catherine, cuyo esposo habíóa muerto en la bancarrota antes de 1840, dirigíóa una escuela para ninñ as en una casa adosada en Chelsea, entre King's Road y Cheyne Walk, y habíóa criado a cuatro hijas desamparadas allíó, todas las cuales recibieron suficiente instruccioó n para ganarse la vida en la monotoníóa de las institutrices. Flaubert encontroó alojamiento cerca, a una o dos cuadras del Taó mesis en Battersea Bridge, donde James Whistler, un vecino, pintoó las luces de Cremorne. Sin duda, pasoó mucho tiempo con Juliet, aunque las notas garabateadas de Flaubert recorren de puntillas su relacioó n, raras veces indican si vio las atracciones solo o en su companñ íóa. El 2 de julio, los hermanos Herbert lo invitaron a una cena en famille en domingo, que duroó hasta las ocho, cuando se dirigioó a Cremorne Gardens y siguioó a la multitud dando vueltas alrededor de una enorme pagoda iluminada con laó mparas de colores. Varios díóas despueó s, bajo un cielo azul satinado, visitoó Hampton Court, cuya galeríóa de cuadros y jardines habíóan sido abiertos al puó blico temprano en el reinado de la Reina Victoria (con la condicioó n, parece, de que nadie fume dentro o fuera, un puntilloso guardia le hizo apagar su pipa). Un grupo de ninñ as, a quienes consideraba hueó rfanas en un picnic, captaron su atencioó n: Las Ninñ as jugando bajo enormes castanñ os. Las "hueó rfanas" con faldas rojas y capas blancas llenan tres oó mnibus; estaó n abarrotados en la cubierta abierta. Un pequenñ o vagoó n de comida los sigue. Las ninñ as caen sobre eó l, se sientan en cíórculo en el ceó sped. En el medio, cestas para el almuerzo, latas de peltre rebosantes de leche. Antes de que se distribuyan las disposiciones, un himno. Las mujeres (maestras asistentes) les sirven. Nada maó s bonito y maó s emocionante. Todas las chicas abordan los omnibuses juntos, cantando Dios Salve a la Reina y Aires Escoceses. Hay largos rastros de luz solar sobre el ceó sped.
¿Flaubert, que no podíóa entender ninguó n idioma extranjero, habríóa reconocido que los aires eran escoceses si Juliet no hubiera estado allíó para decíórselo? En otro díóa despejado, navegoó ríóo arriba hasta el Puente de Londres y observoó a los navegantes participar en una pelea de agua en el Taó mesis. Hubo excursiones al Crystal Palace y Kew Gardens intercaladas con recorridos completos de la National Gallery, la Bridgewater Collection, el British Museum y Grosvenor House, donde la pintura de Rubens sobre Ixion en el Olimpo abrazando al fantasma de Hera lo deslumbroó . EÁ l adoraba a Rubens. Hubo varias cenas mencionadas explíócitamente con Juliet en casa y en los restaurantes del hotel. Los dos cruzaron el puente Battersea la tarde del 12 de julio, varias horas antes de despedirse. Su diario no dice nada maó s. ¿Fue una separacioó n llorosa? ¿Expresoó amor o deseo, o intimoó que podríóa ser maó s libre despueó s de la finalizacioó n de L'Éducation sentimentale, o en tren contra el tíóo de Juliet, William Herbert, un constructor inmensamente rico, que no ofrecioó ayuda a sus sobrinas? ¿Y coó mo se explicaron a síó mismos a la muy propia Mrs. Herbert? Se sabe auó n menos sobre la quincena que pasoó en Londres un anñ o despueó s. Pero el hecho de que eó l regresoó , y que hubiera cruzado el Canal una vez maó s en 1867 si no fuera por ataques severos de coó licos, es en síó mismo revelador. Cuando Julieta visitoó Paríós despueó s de la guerra franco-prusiana de 1870-71, ella y Flaubert fueron íóntimos: eso parece claro. Es posible que se hayan convertido en amantes antes, pero ninguna idea circunstancial de coó mo evolucionoó la relacioó n no se puede aprender de la
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correspondencia. El secreto que cubríóa su aventura en la vida se extendioó maó s allaó de la tumba, y las cartas, como debe haber sido, ya no existen. Por otro lado, las cartas que Flaubert intercambioó con George Sand han sobrevivido en abundancia. Soó lo tres o cuatro de ellas son anteriores a 1866, lo que quiere decir que las semillas de amistad sembradas por Sand en su laudatoria resenñ a de Salammbô permanecieron latentes durante tres anñ os, en espera de una temporada propicia. Llegoó despueó s de la muerte de Alexandre Manceau, su companñ ero de toda la vida, en agosto de 1865. Flaubert habíóa visto a Sand tres veces durante el interíón: dos veces en su piso de Paríós antes del estreno de su Marquis de Villemer a fines de febrero de 1863; luego en el teatro Odeó on para el estreno mismo, una actuacioó n con entusiasmo aplaudido, donde se sentaron juntos en el palco del príóncipe Napoleoó n; y una vez maó s en mayo de 1865. Es posible que se hayan visto en otras ocasiones no registradas, pero la amistad parece haberse cristalizado el 12 de febrero de 1866, cuando Sand, sintieó ndose un tanto menos privada de Manceau desde el nacimiento de su nieta, asistioó a su primera cena del lunes en Magny's. Presentes estaban Gautier, Flaubert, Sainte-Beuve, el distinguido quíómico Marcellin Berthelot, Bouilhet y los hermanos Goncourt. "Fui recibida con los brazos abiertos," senñ aloó ella. "Me han estado invitando por tres anñ os. Hoy decidíó ir sola, lo que resuelve el problema. No queríóa ser traíóda por nadie. Todos brillan, pero con vanidad y una aficioó n por la paradoja, con la excepcioó n de Berthelot y Flaubert, que no hablan de síó mismos." Flaubert la atraíóa maó s que a nadie en el grupo, aunque no sabíóa decir por queó . Los Goncourt, a quienes encontroó excesivamente seguros de síó mismos, se sorprendieron de su aparente falta de confianza en síó misma. "Ella estaó allíó, a mi lado," escribioó Jules, "con su hermosa y encantadora cabeza, que se ha vuelto cada vez maó s mulata. Ella parece intimidada por la companñ íóa y susurra al oíódo de Flaubert: 'Eres el uó nico aquíó que no me hace sentir incoó moda' . . . Sus pequenñ as y maravillosas manos casi desaparecen dentro de los punñ os de encaje." La descripcioó n es maó s halagadora, aunque menos sutil, que un retrato que Alexis de Tocqueville habíóa esbozado en sus Recollections. EÁ l, tambieó n, estaba encantado. Encontreó sus rasgos bastante masivos, pero su expresioó n maravillosa; toda su inteligencia parecíóa haber retrocedido en sus ojos, abandonando el resto de su rostro a materia prima. Me sorprendioó mucho encontrarla con algo de esa naturalidad de manera caracteríóstica de los grandes espíóritus. Ella realmente teníóa una genuina simplicidad de maneras y lenguaje, que tal vez se mezclaba con cierta afectacioó n de la simplicidad en su vestimenta. Confieso que con maó s adorno ella me habríóa parecido auó n maó s simple. Hablamos durante una hora sobre asuntos puó blicos, porque en ese momento no se podíóa hablar de otra cosa.
El almuerzo literario que ocasionoó estos comentarios tuvo lugar en 1848, entre las dos insurrecciones. Bajo Napoleoó n III, Sand consideroó prudente no mover la lengua; de hecho, las charlas en Magny's raramente se refieríóan a la políótica. En cualquier caso, la congregacioó n de fuertes egos, cada uno compitiendo por el centro de atencioó n, no fomentoó el largo y silencioso teô te-aè -teô tes. La modestia de Louis Bouilhet fue lo suficientemente excepcional para ser notada. Todos, escribioó , estaban envueltos en humo de pipa y hablaban a voz en grito.
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Una semana despueó s de la cena de Magny, Sand se sintioó complacida de que Flaubert la dejara en el apartamento de su hijo en el antiguo convento Feuillantines cerca de Val de Graô ce y la acompanñ ara a una cena ofrecida por Sainte-Beuve, a quien conocíóa desde principios de la deó cada de 1830. En otra de estas cenas de Sainte-Beuve, el 2 de mayo, ella y Flaubert se unieron a la Princesa Mathilde y Hippolyte Taine. Durante la temporada de Flaubert en Paríós, se encontraron cuatro veces maó s en Magny's. Para el 21 de mayo, cuando Sand, de 62 anñ os, aparecioó con un vestido de color melocotoó n, lo que llevoó a Jules de Goncourt a suponer que estaba decidida a "violar" a Flaubert, la bufonada de su correspondencia habíóa llegado a reflejar una alegríóa no muy diferente el tipo que Flaubert disfrutaba con amigos cercanos. 313 Justo antes de terminar su uó ltima novela, Le Dernier Amour, le preguntoó a Flaubert si podríóa dedicarse a eó l. "Me he acostumbrado a colocar mis novelas bajo el patrocinio de un nombre amado." Maó s tarde en ese verano inusualmente peripateó tico, los eventos fortalecieron el víónculo. Flaubert apenas habíóa vuelto a establecerse en Croisset despueó s de pasar una quincena en Londres antes que regresar a Paríós, dividieó ndose allíó entre Mathilde, que le daba de comer la mayoríóa de las noches en Saint-Gratien, y Sand, que estaba ansiosa por la recepcioó n de una obra de teatro que habíóa escrito con su hijo, Maurice Sand, Les Don Juan de village. "Una obra de teatro míóa y de mi hijo abre [en el Vaudeville] el 11 de agosto," le habíóa escrito el 31 de julio desde Nohant, su casa en Berry. "¿Puedo posiblemente pasar sin ti ese díóa? Esta vez sentireó algo de emocioó n, por mi querido colaborador. ¡Se un buen amigo y trata de lograrlo!" Hizo lo que le pidioó y notificoó oblicuamente su impresioó n a los Goncourt. "Asistíó al suave fiasco de Les Don Juan de village. Las cuestiones teatrales son incomprensibles para míó. ¿Por queó tanto alboroto sobre Le marquis de Villemer y tan poco sobre Les Don Juan? Las reservas de Flaubert sobre Sand, la escritora, apenas entorpecieron su admiracioó n por Sand, la mujer. Detraó s de ella, ella era “la mere Sand.” En su rostro, en cartas, era "mon cheè re Maíôtre." Su fama, su asombrosa fecundidad, su intelecto, su androginia, su amplitud de caraó cter, su riqueza de experiencia, todo la hizo una maestra. De hecho, la hicieron, en su opinioó n, algo maó s como una fuerza de la naturaleza a ser abrazada, aunque con cautela, por la fuerza que infundioó . "Mon cheè re Maíôtre" expresoó muchas cosas. Fue respetuoso. Tambieó n puede haber tenido matices graciosos, como el sobrenombre de Bouilhet, "Monsenñ or." Pero el saludo sirvioó sobre todo para mantener una distancia afectuosa, para calificar lo que ella llamoó una camaraderíóa, para neutralizar a la mujer poderosa cuyo uó ltimo amante, Alexandre Manceau, solo teníóa cuatro anñ os maó s que Flaubert, que ahora tiene cuarenta y cinco anñ os. Coó mo podíóa creerle por completo cuando, al principio de su correspondencia, ella declaroó : "Si el Buen Dios fuera justo, me convertiríóa en un hombre ahora que ya no soy una mujer. Tendríóa fuerza fíósica y te diríóa: 'Ven, recorreremos Cartago, o alguó n otro lugar.' Pero no hay nada para eso. Uno marcha hacia la infancia, que no tiene ni energíóa ni geó nero." Auó n asíó, ayudoó a resolver una cuestioó n sobreentendida. 313En respuesta a una carta graciosa de Sand, Flaubert inventó un personaje llamado R. P. Cruchard — un confesor jesuita popular entre bellas mujeres — y escribió una parodia Voltaireana titulada Vie et travaux du R. P. C. por R. P. Cerpet de la S. de J. (dedicada a la baronesa Dudevant, es decir, George Sand). A partir de entonces, Flaubert firmó muchas de sus cartas a Sand "Cruchard." Aquí hay un juego implícito de palabras. Flaubert ciertamente derivó el nombre de cruche, que significa "asno" o "bobo" y "lanzador". Cruchard es, por así decirlo, un cabeza de jarra chiflado.
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En agosto de 1866, Sand informoó a Flaubert, quien acababa de regresar a Paríós desde la casa de Caroline Commanville en Dieppe, que esperaba visitarlo despueó s de un fin de semana en la costa del Canal. Ella, dijo, que pasaríóa un díóa en Croisset y otro en Rouen: queríóa que eó l le mostrara los lugares de intereó s, pero de lo contrario no impondríóa su hospitalidad. La perspectiva emocionoó a todos. Caroline fue invitada a bajar de Dieppe para la ocasioó n, y Flaubert le envioó a Sand instrucciones precisas en una nota a la que su madre adjuntoó una posdata aseguraó ndole que ella era una invitada de honor. "Llego a Rouen a la una en punto," escribioó Sand en su diario. "Encuentro a Flaubert en la estacioó n con un carruaje. Me guíóa por la ciudad, los hermosos monumentos, la catedral, el ayuntamiento, Saint-Maclou, Saint-Patrice; es maravilloso. Un viejo osario y viejas calles, muy curiosas." Dos o tres horas maó s tarde se dirigieron a Croisset, donde el grupo femenino, que incluíóa a Mme Vasse de Saint-Ouen, no podríóa haber sido maó s increó dula que una sirena anciana levantada del Sena y deslizarse en su saloó n en su cola de pescado, arrastrando malas hierbas del agua. ¿El famoso escritor hizo que todos se sintieran coó modos con la simplicidad que notoó Tocqueville? Parece que síó, pero no de inmediato, seguó n Caroline, que encontroó su exoó tico peinado, sujeto por unos filetes de terciopelo con margaritas clavadas, notablemente de mal gusto. La conversacioó n fue forzada. Tíómida entre los extranñ os, Sand dio unas pocas palabras a sus anfitriones para que aguantaran, y algunas de esas personas muy poco femeninas, mientras estaba sentada cerca de Flaubert fumando cigarrillos finos y rosados hasta que sonoó la campana de la cena. Una copiosa comida regada con buenos vinos puede haber aflojado su lengua. Ciertamente relajoó a Flaubert, porque despueó s de la cena llegoó la recitacioó n de su obra a la que los invitados literarios siempre estuvieron sujetos. Jules de Goncourt se habríóa quejado amargamente. Sand, que teníóa tanto vigor para escuchar como para escribir, escuchoó con placer 150 paó ginas de La tentación de san Antonio (en la versioó n de 1856). "Excelente" fue el cumplido que ella le escribioó en su diario. Esa noche y la siguiente charlaron despueó s de las 2 a.m. Despierto antes de lo habitual, Flaubert acompanñ oó a su infatigable invitada en un viaje en ferry a La Bouille con una lluvia azotada por el viento. "Un clima espantoso," senñ aloó Sand, "pero me quedo afuera, en la cubierta, mirando el agua, que es magníófica. Al igual que la orilla del ríóo . . . Regresamos a la una, hicimos un fuego, nos secamos y bebimos teó ." Recorriendo la propiedad de Flaubert, subioó la colina para ver el valle del ríóo antes de volver a cenar. "Me visto; cenamos muy bien. Juego a las cartas con las dos ancianas [lMme Flaubert y su amiga Mme Vasse de Saint-Ouen]." A su llegada a Paríós, Sand le envioó a Flaubert una nota en la que le agradecíóa la caó lida bienvenida que habíóa recibido en su encantador entorno bien regulado, donde un "animal noó mada" tan extranñ o como ella podríóa haber perturbado el orden canoó nico de las cosas. La familia la tratoó como a uno de los suyos, escribioó , "y pude ver que este gran savoir-vivre vino del corazoó n." Su propio corazoó n se levantoó para enfrentarlo. "Hay un muchacho bueno y valiente en el gran hombre que eres, y te amo con todo mi corazoó n." Las imaó genes de Croisset se quedaron con ella. "Tu casa, tu jardíón, tu ciudadela — es como un suenñ o . . . Ayer, cruzando los puentes, encontreó Paríós muy pequenñ o. Quiero volver. No vi lo suficiente de ti y de tu entorno." El chal de encaje que habíóa olvidado era quizaó s una muestra de su deseo de regresar. Mientras tanto, establecioó su presencia en medio de los Flaubert con objetos sustitutos. El 29 de septiembre, un grafito basado en el retrato de Thomas Couture llegoó a Croisset. Habíóa sido precedido por sus obras 360
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completas, que llenaron setenta y siete voluó menes en la edicioó n de Michel Leó vy. Ella sugirioó , tíómidamente, que Flaubert los colocara en estanteríóas fuera de la vista y leyera uno u otro cuando su "corazoó n" lo urgiera a hacerlo. Flaubert, quien le dijo (no del todo con la verdad) que toda la familia habíóa cedido a la "seduccioó n irresistible e involuntaria" de su persona, estaba tan interesada en que ella regresara como ella en pagarle con una segunda visita. 314 "Esto es lo que propongo", escribioó eó l. "Mi casa estaraó sobrecargada [con pintores- yeseros] e incoó moda por un mes. Pero a finales de octubre o principios de noviembre . . . ¡Nada deberíóa impedirte, espero, que te quedes aquíó, esta vez durante al menos una semana! Tendríóas una habitacioó n amueblada con 'una mesa de pedestal y todo lo necesario para escribir,' seguó n lo solicitado. ¿Estaó todo bien? Solo seremos tres de nosotros, mi madre incluida." La segunda visita de Sand duraríóa diez díóas. Flaubert maó s tarde informoó a Edma Roger des Genettes que el autor de setenta y siete voluó menes pasoó las tardes escribiendo su setenta y ocho y horas charlando con eó l hasta las 3 a.m., como ella habíóa hecho con Honoreó de Balzac tres deó cadas antes, en Nohant. "No hay mejor mujer, nadie maó s bondadosa y menos presuntuosa . . . Excepto cuando ella estaó en su caballo de batalla socialista siendo un poco demasiado benevolente, su mente perceptiva y de sentido comuó n va al meollo de las cosas." Flaubert le confioó a Sand, el 12 de noviembre, que se habíóa sentido completamente trastornado desde su partida dos díóas antes. "¡Parece que han pasado diez anñ os desde que te vi! Mi madre y yo no podemos hablar de otra cosa. Todos aquíó te aprecian. ¡Bajo queó constelacioó n naciste que combinas cualidades tan diversas, tantas y tan raras! No seó muy bien coó mo definir la sensacioó n que tengo para ti, pero es una ternura especial que no he sentido por nadie maó s hasta ahora. Nos llevamos muy bien, ¿no? Fue encantador . . . Nos separamos justo cuando muchas cosas no dichas se juntaban en nuestros labios, ¿no es asíó? Todavíóa hay puertas por abrir entre nosotros." Su uó nico pedido fue que ella disfrazase a Croisset si ella escribíóa sobre ello, ya que no queríóa que nadie mirara su ciudadela. Para ella, la visita despreocupada habíóa sido igualmente agradable. "La edad no afecta tu atractivo rostro abierto, que tiene algo de paternal", respondioó ella. "Uno siente en ti un espíóritu de bondad infinitamente protectora, y tu llamada a tu madre 'mi chica' [ma fille] una noche trajo laó grimas a mis ojos." 315 Ella habríóa permanecido maó s tiempo, pero por su renuencia a mantenerlo alejado de su trabajo con una inquietud maó s pronunciada que nunca en sus sesenta anñ os. "Tengo miedo de estar demasiado apegada y de cansar a los demaó s. Los viejos debemos ser extremadamente discretos. Te puedo decir desde lejos cuaó nto te amo sin insistir en ello. Eres uno de los raros seres 314A Caroline siempre le desagradaría George Sand. En una conversación con la novelista estadounidense Willa Cather, muchos años después, explicó por qué (sin caer en los celos que siempre sentía hacia los competidores por el afecto de su tío). "George Sand no le gustó," escribió Cather. "Sí, ella admitió fácilmente, que sus amigos hombres eran muy leales a ella, la tenían en gran estima; mi tío valoraba su camaradería; pero [ella] encontró la personalidad de la dama desagradable. Deduzco que, para [ella], George Sand no llenó realmente ninguno de los grandes papeles que se había asignado como la devota amante, la fiel camarada y 'buena compañera,' la abnegada madre. Los amigos de George Sand creían que ella era todas estas cosas; y ciertamente, ella misma creía que lo era. Pero [Caroline] parecía sentir que en estas diversas relaciones [Sand] estaba satisfecha de sí misma en lugar de olvidarse de sí misma; siempre llena de admiración hacia sí misma y un poco empalagosa." 315Sarah Bernhardt le hizo cumplidos similares algunos años después. Ella, también, lo encontró guapo.
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que han permanecido impresionables, sinceros, enamorados del arte, no corrompidos por la ambicioó n, sin intoxicarse por el eó xito." Sand, cuya vida giraba en torno a los hijos y nietos, le dio a Flaubert espacio para sentir lo que sentíóa por ella. Ella tambieó n lo alimentoó , en persona y en lo que pronto se convirtioó en una prolíófica correspondencia. La mayoríóa de sus cartas lo demuestran, pero ninguna maó s conmovedora que aquellas que intentaban ayudarlo a tomar la medida de su genio, a disputar la voz de la duda, a enderezarlo cuando tergiversaba a los demaó s con enojo o fingíóa indiferencia ante la opinioó n de todos menos doce lectores o se maldecíóa a síó mismo como obstinado. "Cada uno de nosotros," declaroó ella, "es libre de embarcarse en una pesca o un buque de tres maó stiles. El artista es un explorador al que nada puede detener y que no tiene razoó n ni estaó equivocado al trazar su rumbo de una manera u otra: su destino lo santifica todo. Es para eó l saber, despueó s de obtener alguna experiencia, en queó condiciones funciona mejor su alma." Su propia experiencia con las personas, escribioó ella, le permitioó comprenderlo y amarlo tan raó pido como ella lo hizo. El vos pronto fue reemplazado por el tú y sus primeros saludos por "mi querido y antiguo trovador." EN ABRIL DE 1867, Napoleon III, que habíóa estado reinventando Paríós desde el golpe de Estado de 1851, inauguroó una Exposicioó n Universal que, antes de su clausura en octubre, atraeríóa a maó s de seis millones de personas a la espleó ndida nueva capital. Entre sus invitados maó s importantes se encontraban el zar y la zarina, el rey de Prusia, el jedive316 de Egipto, el hermano del mikado317, el sultaó n de Turquíóa, el emperador Habsburgo y — no siendo ajeno a Paríós — el Príóncipe de Gales. Durante siete meses apenas pasoó una semana en que el emperador no tuvo ocasioó n de saludar a un potentado que se posaba en una estacioó n de ferrocarril y llevarlo en pompa militar al Palacio de las Tulleríóas, donde gala tras gala predominaban sobre otros asuntos de estado maó s banales. El baile maó s grande de todos tuvo lugar el 10 de junio, honrando al zar Alejandro II, y presente en eó l, junto con las cabezas coronadas de Europa, estaba Gustave Flaubert, que habíóa sido invitado por Eugeó nie por ninguna otra razoó n, eó l supuso, que los soberanos insistieron en ver una de las "rarezas maó s espleó ndidas" de Francia. Desde un balcoó n inspeccionoó los jardines, donde las laó mparas de porcelana iluminaban los paseos como "perlas grandes y brillantes." Animado con hermosas mujeres en vestidos largos que apenas cubríóan sus pechos, era, pensoó , un escenario para la pasioó n. "Los macizos de flores parecen perfilados a la luz, los aó rboles parecen pintados, los ceó spedes hechos de esmeralda. Hay globos blancos en el follaje . . . Las fuentes cambian de color a cada minuto y de vez en cuando un rayo de luz eleó ctrica corre por los terrenos." Teatros, restaurantes y tiendas a lo largo de los bulevares impulsaron un comercio proó spero ya que Paríós movilizoó su vasta industria del placer para los visitantes, que llegaban en tren o en bote desde cada barrio. El franceó s era el idioma menos escuchado en las calles de Paríós, seguó n un periodista. La horda políóglota llenoó el Theó aôtre des Varieó teó s cuando la Gran Duquesa de Gérolstein de Offenbach se estrenoó el 12 de abril. 316Título peculiar que se daba al virrey de Egipto. DRAE 317Título del emperador del Japón. DRAE
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Alimentoó sus ojos con las mujeres que hacíóan el cancaó n con total abandono en salas de baile como Bal Mabille, a la que siguioó su camino siguiendo a un Baedeker eroó tico publicado bajo el tíótulo Parisian Cytheras. Se detuvo el 6 de junio, cuando un exiliado polaco disparoó contra el zar Alejandro II sentado en el carruaje de Napoleoó n III — pero no por mucho tiempo. Hubo fuegos artificiales de un tipo maó s ingenioso que se pueden ver en los jardines de las Tulleríóas y en magníóficos carruajes en el Bois de Boulogne. Gravitando a la luz, al movimiento, a la fanfarria, a la novedad, contemplaba los tesoros culturales de Paríós en el espíóritu de ese inocente extranjero Mark Twain, quien escribioó : "Visitamos el Louvre en un momento en que no teníóamos compras de seda a la vista, y miramos sus millas de pinturas de los viejos maestros." ¿Podríóan los viejos maestros defenderse contra Blondin bailando vals en una cuerda floja con las ardientes ruedas de Catherine sujetas a su cuerpo? Cuando el gran equilibrista se presentoó en un jardíón de recreo suburbano, la horda se alejoó de Paríós como el mar a la marea baja. Y cuando, en octubre, esta horda salioó de Paríós para siempre, cargada de seda desde los telares de Lyon, la imagen grabada en su mente era maó s probable que hubiera sido de maó quinas exhibidas en el Palacio de la Industria que de pinturas en el Louvre. El Palacio de la Industria ocupaba el Champ-de-Mars, donde la Torre Eiffel debíóa levantarse con motivo de otra exposicioó n veintidoó s anñ os maó s tarde. De pie en medio de jardines y grutas trazadas por Adolphe Alphand, arquitecto del Bois de Boulogne, este coliseo burgueó s, como lo apodaron los hermanos Goncourt, era un inmenso oó valo de hierro y vidrio cuyo bulto empequenñ ecíóa los minaretes, pagodas, cuó pulas, casas de campo, y kioscos construidos para representar a los estados nacionales durante medio anñ o. A diferencia de la Torre Eiffel, el Palacio de la Industria no sobreviviríóa al abuso que le infligieron aquellos que, con la inclinacioó n francesa por dar nombres nativos a las enfermedades nativas, lamentaron la "americanizacioó n" de Francia; pero mientras permanecioó , encarnaba maó s ostentosamente que cualquier estructura americana la cosmovisioó n materialista a la que Píóo IX se habíóa dirigido en la encíóclica Syllabus of Errors. "Paríós se estaó volviendo colosal," escribioó Flaubert a George Sand despueó s del baile de las Tullerias. "Se estaó volviendo desproporcionada y loca. ¿Estamos quizaó s volviendo al Oriente antiguo? Uno tiene la impresioó n de que íódolos pronto saldraó n de la tierra. Estamos amenazados por una Babilonia." Si Píóo alguna vez hubiera visto el coliseo burgueó s, sus seis galeríóas conceó ntricas podríóan haberlo pensado no tanto en Babilonia como en el infierno de Dante, especialmente durante el díóa, cuando un rugido de maquinaria ahogoó el alboroto de la multitud y el vapor de las maó quinas de vapor estacionarias se hinchoó hacia el techo de cristal. Recorrer estas galeríóas de una milla de largo era, si se creíóa en el progreso, regocijarse en la victoria del hombre sobre la naturaleza, o, si no era asíó, presenciar el espectaó culo del orgullo que corre antes de una caíóda. Aquíó la Europa industrial se manifestoó en su maó ximo esplendor. Habíóa maó quinas de todo orden y dimensioó n: maó quinas de aire comprimido, maquinaria de extraccioó n de carboó n, equipos ferroviarios, maó quinas de hilar, maó quinas de coser, díónamos eleó ctricos, elevadores hidraó ulicos. Habíóa locomotoras y modelos a gran escala de esas estaciones de ferrocarril que personificaban el sincretismo arquitectoó nico del siglo XIX. Hubo un espectaó culo sobre la historia del trabajo, donde los visitantes proletarios que podíóan pagar el precio de la entrada se dieron a entender que habíóan prosperado lo suficiente desde 1848 como para permitirse la ropa, los utensilios y los artilugios puestos ante 363
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ellos en grotesca profusioó n. Debajo de este techo de cristal, nada podríóa contradecir el optimismo de Louis-Napoleon, ni siquiera un canñ oó n de acero de cincuenta y ocho toneladas fabricado por Krupp de Essen para el rey Guillermo de Prusia. "Un escritor del boletíón oficial se preguntoó queó uso terrenal podríóa tener, ademaó s de asustar a todos hasta la muerte. Maó s ofensivo para las sensibilidades parisinas fue el hecho de que era notablemente feo, aunque al final [el jurado] le dio un premio al canñ oó n," senñ ala un historiador. Con la realidad políótica suspendida por el momento, los indicios de la fatalidad no fueron menos desagradables en el Champ-de-Mars que las pinturas de Manet, que exhibioó su trabajo en una choza fuera de su períómetro, con una entrada de cincuenta ceó ntimos. Soó lo aburridas Cassandras se atreveríóan a sugerir en voz alta que el canñ oó n, cuando estuviera preparado, alguó n díóa podríóa apuntar a Francia, que un premio no lo encerraríóa, que su jurado podríóa convertirse en su carne de canñ oó n. Flaubert los despidioó con desdeó n. "'El horizonte políótico se estaó oscureciendo.' ¿Alguien puede decir por queó ? Auó n asíó, se estaó oscureciendo . . . ¡Los burgueses temen a todo! Temeroso de la guerra; temeroso de huelgas; maó s de la mitad convencido, por miedo, de que el ninñ o pequenñ o de Eugeó nie, el Príóncipe Imperial, va a morir . . . Para encontrar otro ejemplo de tal estupidez, uno podríóa volver a 1848. "En este espíóritu de negacioó n, los excursionistas siguieron sin prestar atencioó n, orbitando una y otra vez hasta que su viaje los condujo al anillo exterior, donde se restauraron en cafeó s y restaurantes, uno maó s exoó tico que el proó ximo. Por la noche, la pared del palacio resplandecíóa con luz de gas y mujeres con trajes nativos de todo el mundo traíóan platos nativos, y bandas de gitanos vestidos de escarlata bailaban czardas318, y las floristas francesas que vendíóan violetas de Parma se mezclaban con la multitud. Para el corresponsal de Punch, "Epicurus Rotundus", nada sobre el Palacio de la Industria era tan revelador de su caraó cter como el jardíón alrededor del cual se habíóa construido. "El corazoó n de este jardíón, el centro de todos estos anillos monstruosos, que te hace sentir como si hubieras llegado a Saturno, fue una pequenñ a oficina que cambia el dinero," escribioó . "Me gustoó este cinismo." Hubo quienes cosecharon fortunas de ironíóa sabiendo que en tiempos de Robespierre los parisinos reunieron a doscientos mil hombres para adorar al Ser Supremo en este mismo lugar. Donde las devociones cíóvicas habíóan tenido lugar en un altar revolucionario conocido como "la Montanñ a Sublime", ahora, como el centro de un inmenso carrusel, habíóa un pabelloó n de dinero. Sin embargo, el arreglo no era maó s cíónico que la proposicioó n de Napoleon III de que un gobierno podíóa salirse con la suya violando la legalidad o incluso la libertad, pero seríóa efíómero a menos que se pusiera a la cabeza de los "intereses maó s amplios" de la civilizacioó n. Los iconoclastas y los creyentes por igual — burladores burgueses y el primo Goncourt que rezaba todas las noches para que su orina se aclarara, sus hemorroides se encogieran y el carboó n Anzin siguiera subiendo en el mercado bursaó til — consideraban adecuado que Mammon ocupara un lugar central, como un ombligo. Flaubert visitoó la exposicioó n tres veces, primero con la Princesa Mathilde poco antes de la inauguracioó n oficial, una segunda vez en abril, y cuatro meses maó s tarde, a fines de julio, con su madre. ¿Habríóa retratado este panorama de desorden eó pico en una 318El csárdás (también czárdás, según una ortografía antigua; en cualquier caso pronunciado ˈt͡ʃaːrdaːʃ o /chárdash/; en español zarda) es un baile tradicional húngaro. Es original del país y fue popularizado por bandas de música romaní en Hungría y en las zonas vecinas de Voivodina, Eslovaquia, Eslovenia, Croacia, Ucrania, Transilvania y Moravia, así como entre los bánatos búlgaros, incluidos los residentes de Bulgaria.
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novela sobre el Segundo Imperio franceó s titulada provisionalmente Sous Napoléon III si alguna vez habíóa llegado a escribirla? Por el momento sus energíóas fueron absorbidas por el tumulto de 1848 y la novela que habíóa estado preparando desde 1864, aunque su correspondencia con un notario familiar no deja dudas de que el dinero estaba maó s cerca del centro de su mente de lo que eó l deseaba. "No encuentro nada maó s doloroso que seguir apoyaó ndome continuamente en mi madre," le escribioó a Freó deó ric Fovard, quien a peticioó n de Mme Flaubert le exigioó un recuento de sus considerables deudas con un sastre, un tapicero y un mercero de moda. "¡Intenta persuadirla de que no me estoy entregando a orgíóas salvajes! ¡Ay, ojalaó lo estuviera, seríóa un poco maó s alegre! Y como ella ha decidido pagar mis deudas, que lo haga bien, bien, sin demasiadas recriminaciones . . . Te confíóo mis lamentables nervios, que estaó n desgastados por todo esto." Su madre le aseguroó que no estaba enojada, pero insistioó en una disposicioó n maó s racional de sus recursos. EÁ l recibiríóa 700 francos por mes durante sus cuatro meses en Paríós y 1,200 francos por el resto del anñ o ("cuando se cubran todas tus necesidades"), maó s 1,050 francos para cubrir el alquiler de ocho meses del piso del Boulevard du Temple: un gran total de 5,050 francos. "De esa manera, mi pobre y querido", ella propuso, "podríóa reparar las cosas que se derrumban aquíó y dar a tu pobre padre la apariencia de negligencia." De los 16,337 francos que constituíóan su ingreso anual, 9,000 habíóan ido hacia Flaubert el anñ o anterior, dejaó ndola con 7,377 francos para gastos del hogar, que incluíóa los salarios de la vieja Julie (que se estaba quedando ciega), un cocinero, y un jardinero y su esposa. "Entiendes que esto no puede continuar, y espero que ames a tu pobre madre lo suficiente como para limitarte a lo que razonablemente puede darte y evitar que sea una anciana con problemas financieros por primera vez en su vida. Sobre mi vajilla de plata, tiene maó s ajustes que yo, lo que tampoco tiene mucho sentido." A su hijo le gustaba claramente cortar una figura elegante. Aunque Mme Flaubert nunca dejoó de preocuparse, no fue ella quien terminoó en circunstancias difíóciles.
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XIX L’Éducation sentimentale INCLUSO ANTE su maó s sociable, Flaubert nunca se alejoó demasiado del manuscrito sobre su mesa. A lo largo de la deó cada de 1860, cuando los equipos de demolicioó n estaban nivelando el Paríós de su juventud, eó l lo estaba reconstruyendo en una novela sobre una generacioó n a la deriva en el tiempo. El tíótulo que finalmente eligioó , L'Éducation sentimentale, era en síó mismo un recuerdo, ya que habíóa servido para una novela escrita veinte anñ os antes. No se sentíóa del todo contento con ese tíótulo, pero a un hombre afligido por la peó rdida y el cambio le puede haber resultado difíócil descartar los viejos tíótulos como si fueran pipas viejas. Despueó s de deó cadas en el limbo, este habíóa adquirido una tez amarilla que se adecuaba muy bien a su nuevo texto. Nada vino faó cilmente, y mucho menos la eleccioó n del material. Con Salammbô detraó s de eó l, una angustiosa perplejidad llenoó el vacíóo. Se preguntoó si revisaríóa La Tentation de Saint Antoine una vez maó s, para desarrollar los temas incorporados maó s tarde en Bouvard et Pécuchet, o para hacer algo completamente diferente. "Retrocedíó y me lleneó entre mil proyectos," le dijo a los Goncourt. "Para míó escribir un libro es un viaje largo, en aguas turbulentas, y el mero hecho de pensarlo me marea. Ahíó lo tienes, un hedor azul encima de una imaginacioó n esteó ril. Estoy bloqueado." En abril de 1863 se habíóa embarcado, pero con presentimientos de que su viaje lo conduciríóa a traveó s de una extensioó n aburrida a una costa aó rida. En metaó foras de la impotencia sexual y la sequedad espiritual, protestoó que, por su propia naturaleza, su idea de la novela no permitíóa madurez, clíómax ni epifaníóa. "No tengo 'Gracia,' como dicen los piadosos, o, como dicen los cerdos, no puedo 'levantarme.' Ahíó es donde estaó L'Éducation sentimentale en este momento. Me faltan hechos. No veo ninguna escena principal. No forma una piraó mide. En resumen, me repugna." Pensar en dar marcha atraó s lo molestaba, pero, con el constante aliento de Louis Bouilhet, perseveroó y, en septiembre de 1864, la pluma finalmente se puso en papel para la brillante escena inicial de su trabajo. "Aquíó estoy, enganchado desde el mes pasado a una novela de costumbres modernas que tendraó lugar en Paríós," le dijo a Mlle Leroyer de Chantepie el 6 de octubre 366
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de 1864, poco antes de las imperiales séries en Compieè gne. "Quiero hacer una historia moral de mi generacioó n; 'sentimentaó l' seríóa maó s preciso. Se trata de amor, pasioó n, pero pasioó n de un tipo especíóficamente moderno, es decir, inactivo. El tema, como lo he concebido, suena cierto, creo, pero por esa misma razoó n probablemente no sea muy entretenido. Es delgado en los hechos, en el drama, y la accioó n abarca demasiado tiempo. Tengo las manos ocupadas y estoy muy molesto." En la correspondencia de Flaubert rara vez sonoó una nota confiada sobre L'EÁ ducation sentimentale durante los cuatro anñ os y medio de su composicioó n. Mientras creaba un antiheó roe moderno en Freó deó ric Moreau, lo reprendíóa por su modernidad. ¿Coó mo podríóa un personaje tan ineficaz cautivar a los lectores? Y, ademaó s, ¿coó mo podríóa eó l, Flaubert, reconciliar un tema "burgueó s" y la rigurosidad cientíófica de su eó poca con la exaltacioó n a la que aspira el arte? No habíóa forma de hacer una bolsa de seda de la oreja de una marrana. "La vida moderna no es compatible con la belleza, asíó que no voy a meterme con ella de nuevo. Ya he tenido suficiente." Maó s tarde, la autocríótica se volvioó maó s centrada. Para Alfred Maury, por ejemplo, declaroó que los defectos conceptuales podríóan resultar en un libro mediocre. "Aunque pretendo retratar un estado psicoloó gico hasta ahora ignorado — es bastante genuino — el entorno en el que mis personajes se relacionan es tan lleno y abundante que en cada paó gina se arriesgan a ser engullidos por eó l. Por lo tanto, debo hacer un material de fondo de las mismas cosas que me parecen maó s interesantes. Describo temas que me gustaríóa tratar detenidamente. No es simple." Su ansiedad por los personajes sin rumbo que revoloteaban como sombras en una ciudad tumultuosa reflejaba el temor de que el novelista en eó l fuera subyugado por un historiador empenñ ado en aprender "todo" (por lo que le dijo a Sainte-Beuve) sobre Francia de la deó cada de 1840. Viajoó por Paríós durante horas, con el cuaderno en la mano, para contar los movimientos agitados de Freó deó ric, y visitoó tanto de la IÎle-deFrance319 como fue necesario. Para proporcionar un capíótulo sobre el negocio de la ceraó mica de un fanfarroó n empresarial llamado Jacques Arnoux, pasoó horas en un barrio perifeó rico con artesanos vidriando loza. Los archivos de perioó dicos arrojaron abundantes detalles. Cuando no consultaba los principales diarios de las bibliotecas puó blicas (cuya incomodidad lo exasperaba), estaba rastreando recuerdos nacidos en víósperas de la revolucioó n. "¿Puedes decirme doó nde podríóa encontrar el completo Tintamarre de 1847?" le preguntoó a un conocido. "No estaó n en ninguna biblioteca puó blica . . . Si Commerson [el editor] los tiene, ¿me los puede prestar? Los devolveríóa despueó s de veinticuatro horas." Su investigacioó n maó s provocativa fue el estudio de trabajos que habíóan dado forma al discurso revolucionario en la deó cada de 1840. Convencido de que cualquier orden social defendido por ideoó logos, ya sean seculares o 319La Isla de Francia (en francés, Île-de-France; pronunciado [il dəˈfʁɑ̃s]), conocida también popularmente como Región parisina (en francés: «Région parisienne»), es una de las 18 regiones que, junto con los territorios de Ultramar, conforman la República Francesa. Está situada alrededor de su capital, París. Está ubicada al noroeste del país, limitando al norte con Alta Francia, al este con Gran Este, al sureste con Borgoña-Franco Condado, al sur con Centro-Valle de Loira y al oeste con Normandía. Con 12 011 km² es la segunda región menos extensa —por delante de Córcega—, y con 11 853 000 habitantes en 2012 y 987 hab/km² es la más poblada y más densamente poblada, respectivamente. Asimismo es la tercera entidad subnacional más poblada de la Unión Europea después de Renania del Norte-Westfalia y Baviera. Es una de las regiones con mayor renta per cápita del mundo. La reforma territorial de 2014 no afectó a la delimitación de la región, siendo una de las cinco regiones metropolitanas que no cambiaron.
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religiosos, reprimiríóa la individualidad con preceptos colectivos, denigroó el pensamiento utoó pico. Fourier, Lamennais, Lacordaire, Proudhon, Saint-Simon, Louis Blanc, y su santo patroó n Jean-Jacques Rousseau fueron todos, en su opinioó n, comprometidos con los sistemas basados en la servil subordinacioó n del individuo a un grupo, un gremio, una iglesia o una casta. Bajo su surtido de tuó nicas canoó nicas, habíóa poco para distinguirlos entre síó. "En cuanto a [míó, continuó o mis] lecturas socialistas — Fourier, Saint-Simon, etc.," escribioó a Ameó lie Bosquet en julio de 1864. "¡Coó mo me oprimen esas personas! Que deó spotas ¡Queó patanes! El socialismo moderno apesta al maestro de escuela. Esas personas estaó n atrapadas en la Edad Media y tienen una mentalidad de casta. Su punto de reunioó n comuó n es el odio a la libertad y a la Revolucioó n Francesa." Se lo repitioó a George Sand dos anñ os despueó s. "¿No crees, en el fondo, que hemos estado divagando desde el '89? En lugar de tomar la carretera, esa ancha y hermosa avenida disenñ ada para las procesiones triunfales, huimos a los caminos y estamos desperdigados en un atolladero. ¿No seríóa sabio regresar momentaó neamente a Holbach? Antes de admirar a Proudhon, ¿no deberíóamos relacionarnos con Turgot?320 No se le escapoó que Sand en díóas maó s verdes se habíóa asociado estrechamente con uno de esos ideoó logos sobre la economíóa radical y la revelacioó n cristiana. Consuela habíóa sido escrita bajo la influencia de Pierre Leroux, quien se basoó en las Escrituras, la religioó n oriental y Saint-Simon para su credo igualitario. Sand habíóa colaborado con eó l cuando fundoó La Revue Indépendante. Hacia 1848 se habíóan separado, pero cada uno hizo oir su voz oíóda durante la Revolucioó n, Leroux como un diputado electo, Sand como el autor de "Lettre au peuple" y "Lettre aux riches." Aunque su "cheè re maíôtre"321 instoó a Flaubert a tener una visioó n maó s caritativa del idealismo que motivoó a los entusiastas cuarentayochotardos, no tuvo ninguó n problema en apartar la políótica para informar, alentar y consolar. Los tres ministerios se lo preguntaban regularmente a ella. "Tuó ", escribioó Flaubert en noviembre de 1866, "no sabes lo que es sentarse durante todo un díóa con la cabeza entre las manos tratando de escurrir las palabras correctas. Las ideas fluyen de ti en un flujo amplio y constante. Conmigo ellos son un riachuelo delgado que requiere una gran labor artíóstica para parecer una cascada. ¡Ah! ¡Habreó experimentado todo lo que se conoce sobre los tormentos de estilo! En resumen, me paso la vida royendo mi corazoó n y mi cerebro. ¡De eso se trata esencialmente tu amigo!” Parecíóa derrochador que cualquier cosa creada a tal costo permaneciera en su cajoó n inferior. ¿Por queó , se preguntoó , no publicoó el relato de su viaje a traveó s de Bretanñ a con Maxime Du Camp? ¿Por queó tener miedo de mostrar las excrecencias y las verrugas? "Eres tíómido; no encuentras que valga la pena exponer todo lo que has hecho. En eso estaó s equivocado. Todo lo que sale de un maestro es instructivo y uno no debe tener miedo de revelar borradores y bocetos. Incluso aquellos estaó n muy por encima del lector promedio, a quien se le ofrece tanto en su vulgar nivel que no puede elevarse, pobre diablo." Tambieó n aconsejoó a Flaubert enmascarar su personalidad lujosamente provista detraó s de una fachada impersonal. "Seó valeroso para la novela," escribioó . "Es exquisita, pero lo extranñ o es que un lado tuyo 320Baron d'Holbach, un enciclopedista y amigo de Diderot, propagó el materialismo en sus escritos filosóficos y se opuso a todas las formas positivas de religión. Turgot, un economista perteneciente a la escuela fisiocrática, abrazó la doctrina del libre comercio. 321Querida maestra.
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no se revele ni se traicione a síó mismo en lo que haces." La ausencia de arengas balzacianas no reflejaban una escasez de ideas, eó l habíóa protestado varias semanas antes. "¿Dudas, porqueó me paso la vida tratando de construir oraciones armoniosas . . . que yo tambieó n tengo mis pequenñ as opiniones sobre las cosas de este mundo? ¡Ay, síó! y hasta grunñ ireó de frustracioó n por no pronunciarlas." Sand no albergaba tales dudas, por supuesto, y, al igual que Louis Bouilhet, que se regresoó a vivir en Rouen en 1867 como director de la biblioteca municipal, voluntariamente se sentoó a escuchar una maratoó n de lecturas en Croisset. El 25 de mayo de 1868, por ejemplo, ella anotoó en su diario que Flaubert la condujo a su estudio a las 9 p.m. despueó s de un canto atroz de un amigo de la familia. "Me lee trescientas paó ginas excelentes; estoy fascinada." Puede que no haya habido verdad en una leyenda local propagada por Flaubert que el abbeó Preó vost, cuando todavíóa era un monje benedictino vinculado en la deó cada de 1720 al capíótulo de Saint-Ouen, escribioó Manon Lescaut en Croisset, pero se puede argumentar que Freó deó ric Moreau era nacido bajo el techo de Preó vost, como un descendiente neurasteó nico de su protagonista, el chevalier des Grieux. Ambos heó roes son hombres joó venes que acaban de graduarse de colegios provinciales cuando comienzan sus historias. Ambos estaó n preparados para seguir estudiando, Freó deó ric en derecho y des Grieux en teologíóa. Cada uno en ese momento crucial se encuentra con una mujer que lo deslumbra y, con los ojos clavados en la femme fatale, pierden su bruó jula social. Sintieó ndose completamente vivos, desde ese momento, solo en el campo magneó tico de su presencia, ellos abandonan el curso profesional dictado por los padres y la costumbre. Es en un barco de vapor remando ríóo arriba hacia su ciudad natal de NogentsurSeine en septiembre de 1840 cuando Freó deó ric aparece por primera vez. Despueó s de graduarse, el hueó rfano de padre de dieciocho anñ os ha visitado a un rico tíóo soltero en Le Havre, se ha felicitado por el pedido de su madre y ahora, a su regreso de Normandíóa, lamenta la perspectiva de un largo y tedioso verano en su provincial remanso, para ser seguidos con estudios de derecho. Al igual que el retrato de Flaubert de Charles Bovary como el pueblerino inarticulado de quien se burlan en el Colleè ge Royal, su descripcioó n de Freó deó ric entre los pasajeros que suben a la Ville-de-Montereau en Paríós se convertiraó en una imagen que lo definiraó . La gente llegaba sin aliento; barricas, cables, cestas de ropa dificultaban la circulacioó n; los marineros no hacíóan caso a nadie; la gente se atropellaba; los paquetes eran izados entre los dos tambores, y el bullicio se ahogaba en el ruido del vapor, que, escapaó ndose por entre las planchas metaó licas, envolvíóa todo en una nube blanquecina, mientras que la campana, en la proa, tocaba sin cesar . . . Por fin, el navíóo levoó anclas Un joven de dieciocho anñ os, de pelo largo, con una carpeta bajo el brazo, permanecíóa inmoó vil al pie del timoó n. A traveó s de la niebla, contemplaba campanarios, edificios cuyos nombres ignoraba; despueó s, abarcoó en una uó ltima mirada la isla Saint-Louis, la Citeó , Notre Daô me, y pronto, al desaparecer Paríós, lanzoó un gran suspiro. El jaleo se iba apagando; todos habíóan ocupado su sitio; algunos, de pie, se calentaban alrededor de la maó quina, y la chimenea lanzaba con un estertor lento y ríótmico su penacho de humo negro; sobre los cobres se deslizaban gotitas de rocíóo; el puente temblaba bajo una pequenñ a vibracioó n interior, y las dos ruedas, girando raó pidamente, batíóan el agua. 322 322La educación sentimental. Isliada Editores. Traducción de Hermenegildo Giner de los Ríos.
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Todo es energíóa y bullicio en un barco que claramente personifica la era industrial, todo menos Freó deó ric, parado solo, inmoó vil. Mientras el barco resopla, suda y tiembla por el esfuerzo de mover su cargamento hacia adelante, contra la corriente, Freó deó ric, que estaó destinado a acumular oportunidades perdidas, mira hacia atraó s amorosamente a Paríós y sus hitos no identificables, como a un transeuó nte hermoso al que eó l no pudo acercarse. La distancia va de la mano con la inmovilidad. Sus companñ eros de viaje, la gente comuó n que vive el momento, contemplan las casas riberenñ as y envuelven las fantasíóas domeó sticas a su alrededor. A algunos, escribe Flaubert, les hubiera gustado tener uno y convertirlo en su hogar permanente, "con una buena mesa de billar, un bote de remos, una esposa, o cualquier otra posesioó n sonñ ada." No Freó deó ric, cuya mente estaó en otra parte. El sonñ ador de Flaubert no ve nada de la escena que pasa, o la ve a traveó s de una niebla interna. Su cuaderno de bocetos permanece en blanco. "Freó deó ric pensaba en la habitacioó n que ocuparíóa [en Nogent], en el plan de un drama, en motivos para cuadros, en pasiones futuras." 323 Y cuando se mueve, el impulso de hacerlo es una punzada privada en lugar de un impulso para mezclar. "Creíóa que la felicidad merecida por sus dotes espirituales tardaba en llegar. Recitoó versos melancoó licos; caminaba con paso raó pido sobre el puente; llegoó hasta el extremo, al lado de la campana." 324 Es como si esta secuencia desigual, marcada por punto y coma, estuviera manteniendo el ritmo de la agitacioó n interna. Freó deó ric puede ser inmoó vil o raó pido. Su paseo por la cubierta resulta ser fatíódico. La gente que rige en el extremo del arco es Jacques Arnoux — un personaje demostrativo, parte bon vivant y parte charlataó n, siguiendo el modelo de Macaire (el de Daumier, si no el de Freó deó rick Lemaíôtre) y el de Maurice Schlesinger. Freó deó ric se encuentra con Arnoux, luego espíóa a su pequenñ a hija y a su esposa, Marie, quien instantaó neamente se convierte en un objeto de entusiasta escrutinio. "Toda su persona destacaba sobre el fondo del cielo azul" 325 es coó mo Flaubert, utilizando la misma imagen que le habíóa servido quince anñ os antes para describir su primera visioó n de Kuchiuk-Hanem en Esna, 326 presenta a la mujer que Freó deó ric cortejaraó en vano. Jamaó s habíóa visto aquel esplendor de su piel morena, la seduccioó n de su talle, ni aquella finura de dedos banñ ados por la luz. Contemplaba su cesto de costura, embelesado, como una cosa extraordinaria. ¿Cuaó les eran su nombre, su casa, su vida, su pasado? Deseaba conocer los muebles de su habitacioó n, todos los vestidos que habíóa llevado, la gente que frecuentaba; y el deseo de la posesioó n fíósica desaparecíóa incluso bajo otro maó s profundo, en una ansiedad dolorosa que no teníóa líómites.327
Asíó como el joven Gustave salvoó el chal de EÁ lisa Schlesinger del mar, aquíó Freó deó ric salva el de Mme Arnoux del Sena, en un gesto que prefigura su fantasíóa de rescatar a la amada de un marido vulgar e infiel. Su reconocimiento lacoó nico de su gallardíóa solo 323Ibidem 324Ibidem 325 Ibidem 326"Una mujer de pie en la parte superior de una escalera exterior frente a nosotros, bañada en luz, recortada contra el fondo azul del cielo." 327Ibidem
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refuerza su conviccioó n de que eó l es un hombre superfluo. Contemplar a su íódolo es sentirse auó n maó s irrelevante. "Cuanto maó s la contemplaba, maó s sentíóa que entre ella y eó l se ahondaban grandes abismos,"328 escribe Flaubert. "Pensaba que tendríóa que dejarla muy pronto, irrevocablemente, sin haberle arrancado una palabra, sin dejarle ni siquiera un recuerdo."329 Cuando finalmente llegan a Nogent, la ve perdida en sus pensamientos en el lugar que habíóa ocupado antes. "Una vez en el muelle, Freó deó ric se volvioó . Ella estaba cerca del timoó n, de pie. EÁ l le dirigioó una mirada en la que habíóa intentado poner toda su alma; como si no hubiese hecho nada, ella permanecioó inmoó vil."330 Tiene mucho sentido que un joven que corre delante de eó l o se rezaga, experimente el viaje maó s víóvidamente cuando se acabe, en el ojo de su mente. Todo el episodio se revive, como cuando un novelista ve maó s en un alejamiento imaginativo que de cuando estaó cerca, durante la vuelta de Freó deó ric a su casa en el carruaje de la familia. "y poco a poco Villeneuve-Saint-Georges, Ablon, Chaô tillon, Corbeil, y los demaó s pueblos, todo su viaje le vino a la memoria, de una manera tan clara que ahora distinguíóa detalles nuevos, particularidades maó s íóntimas; bajo el uó ltimo volante de su vestido asomaba su pie en una fina botina de seda, de color marroó n; la tienda de cutil formaba un amplio dosel sobre su cabeza, y las pequenñ as borlas rojas del reborde temblaban sin cesar bajo la brisa."331 Ella teníóa la perfeccioó n de una heroíóna literaria, continuó a Flaubert. "El no hubiera querido anñ adir ni quitar nada a su persona. El universo, de pronto, acababa de ensancharse. Ella era el punto luminoso donde convergíóa todo; y, mecido por el movimiento del coche, los ojos medio cerrados, la mirada en las nubes, se entregaba a un gozo de suenñ os infinitos."332 Luego, el supino pasajero toma el asiento del conductor y establece un ritmo demoníóaco. "Entonces, una ola de sangre le subioó a la cara; le zumbaban las sienes; hizo restallar su laó tigo, sacudioó las riendas y llevaba los caballos con tal bríóo que el viejo cochero repetíóa: '¡Despacio! ¡despacio!, ¡se van a sofocar!'" 333 Freó deó ric pertenece a la ilustre familia literaria de adolescentes del siglo XIX de la Francia provinciana, cuyo temple estaó corroíódo por la inmersioó n en la sociedad parisina. Al igual que el Edmond de Rastignac, de Balzac, estudia derecho pero pronto abandona sus estudios, su preocupacioó n exclusiva es acercarse a Arnoux, lo que hace a traveó s de un personaje llamado Hussonnet. Las instalaciones de la galeríóa y revista de Arnoux, L'Art Industriel (obviamente modeladas de la Gazette Musicale de Maurice Schlesinger), se convierten en un segundo hogar para el hechizado Freó deó ric. Pasa sus díóas allíó con la esperanza de ver a Marie, preguntaó ndose si se reinventaríóa a síó mismo como pintor, y conocer a otros habitueó s entre los que afanosamente pierde el tiempo. La novela lleva a todas partes y a ninguna parte, como un laberinto de caminos que desembocan en callejones sin salida. Tan pronto como Freó deó ric recibe una invitacioó n para cenar de Arnoux, donde la hospitalidad de la senñ ora Arnoux se interpreta como una garantíóa de esperanza de dicha futura, que ella se ausenta. Varios anñ os maó s tarde, cuando despueó s de un tortuoso cortejo estaó n a punto de hacer el amor, el chico Arnoux 328Ibidem 329Ibidem 330Ibidem 331Ibidem 332Ibidem 333Ibidem
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cae gravemente enfermo, frustrando su cita y haciendo que Marie se culpe a síó misma por la enfermedad del ninñ o. "Incapaz de actuar", escribe Flaubert sobre Freó deó ric, "maldiciendo a Dios y acusaó ndose de su cobardíóa, se revolvíóa en su deseo como un preso en su celda. Una angustia permanente le ahogaba. Se quedaba horas enteras inmoó vil o bien rompíóa a llorar." 334 La buena fortuna y la mala conspiran para mantenerlo como reheó n de su quimera. En un momento su madre, que sufrioó reveses financieros, lo llama a casa. Casi se ha resignado a la perspectiva de una vida oscura y convencional en Nogent cuando llega la noticia de que su tíóo rico ha muerto y le ha dejado una herencia suficiente para liberarlo de Champagne. La carrera de este sonñ ador irresponsable a la deriva en un mundo que arruina sus suenñ os y pretensiones en todo momento puede reanudarse. Por diferentes que sean en otros aspectos, los protagonistas de Flaubert son parecidos en su ineducabilidad sentimental. Sintieó ndose uno con el mundo o cayeó ndose de eó l, se hinchan o se desinflan pero nunca crecen realmente. Donde todo es ilimitadamente una cosa u otra — una plenitud oceaó nica o un Sahara de privaciones — apenas hay lugar para el desarrollo. Las aventuras son redundantes, la experiencia no genera madurez o conocimiento, y, de hecho, la novela flaubertiana tiende a dar vueltas, como caballos en un carrusel. El vestido blanco que Emma vistioó como virgen en la escuela del convento es el vestido blanco en el que ella fue sepultada. Salammbô comienza con una fiesta en Cartago para los mercenarios victoriosos en los que Matho estaó paralizado por Salammboô ; termina con otra fiesta en la que un Matho encadenado y desollado permanece paralizado, y sus batallas se han librado en vano. Los uó ltimos capíótulos de L'Éducation sentimentale encuentran a Freó deó ric Moreau a la deriva en la edad madura y repasando sus trances de adolescentes, primero en una reunioó n con Mme Arnoux, luego en conversacioó n con Charles Deslauriers, su amigo íóntimo desde la infancia, quien tambieó n ha recorrido un inuó til rumbo a traveó z de la vida. Estaó n de acuerdo en que se debe culpar de su deslucida existencia al azar, a las circunstancias, a Francia, al siglo diecinueve. Luego evocan inocentes díóas de escuela y recuerdan con deleite su visita a un prostíóbulo en las afueras de Nogent un domingo durante las víósperas cuando la gente del pueblo no los veíóa, disfrazados, llevando ramos de flores para la proxeneta. No llegoó a nada. "Pero el calor que hacíóa, el temor a lo desconocido, una especie de remordimiento, hasta el placer de ver todas juntas a tantas mujeres a su disposicioó n, lo emocionaron de tal manera que se quedoó muy paó lido, sin moverse y sin decir palabra."335 Encantados por su verguë enza, las mujeres se echaron a reíór, lo que para eó l sonoó como una burla. Dio media vuelta y huyoó , con Charles siguieó ndolo, y su desventura se convirtioó en un artíóculo de la tradicioó n local. "¡Eso es lo mejor que tuvimos!" dijo Freó deó ric. "¡Síó, tal vez sea lo mejor que tuvimos!" 336 Charles concurre en 334Ibidem 335Ibidem 336Traducción literal original de Flaubert: "C'est là ce que nous avons eu de meilleur!" dit Frédéric. "Oui, peut−être bien? C'est là ce que nous avons eu de meilleur!". La traducción al inglés de Frederick Brown se ajusta un poco más al original de Flaubert: “That’s when we had it best!” Frédéric exclaims. “Yes, maybe so, that’s when we had it best!”. La traducción al español de Giner de los Ríos: "Aquella fue la mejor aventura que corrimos" dijo Frédéric. "Sí, quizá sí, aquella fue la mejor aventura que corrimos". La traducción Miguel Salabert para Alianza Editorial: "Eso lo mejor que nos ha ocurrido en toda nuestra vida" dijo Frédéric. "Sí, tal vez, es lo mejor que hemos tenido".
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un quejido final. Nogent, visto desde el principio como el destino opresivo de Freó deó ric, reaparece al final como la patria prelapsariana337 desde la cual cayoó en su buó squeda de una consumacioó n inalcanzable. Habíóa caíódo en la historia, en lo cotidiano y en Paríós. "Tratoó gente, y tuvo otros amores todavíóa," escribe Flaubert, "pero el recuerdo continuo del primero se los hacíóa insíópidos; y ademaó s la vehemencia del deseo, la flor misma de la sensacioó n se habíóa perdido. Sus ambiciones intelectuales tambieó n habíóan disminuido. Pasaron anñ os; y seguíóa soportando la ociosidad de su inteligencia y la inercia de su corazoó n."338 La ironíóa le da a L'Éducation sentimentale su coherencia, asíó como su aire general de apresuramiento. No en vano, Flaubert graduoó a Freó deó ric de la escuela de Sens (alma mater de Achille-Cleó ophas — una iroó nica asociacioó n). Incrustado en el nombre de Sens, que tambieó n significa "sentido", es un doble sentido que refleja la visioó n de Flaubert de su personaje como un hombre en general desconcertado por los acontecimientos. 339 Una voluntad mistificadora gobierna a hombres, mujeres y asuntos humanos. Nada puede situarse donde no hay centro o circunferencia, en un mundo de identidades fluidas, lealtades convenientes, fanfarroneríóa, adulacioó n, traicioó n. Los novelistas pueden dar una forma o direccioó n palpable a las vidas que retratan, pero para Flaubert todo es arbitrariedad, y el azar que trastorna la estructura dramaó tica niega a los personajes de Flaubert una liberacioó n de su interminable improvisacioó n. No experimentan cierre, ya que la novela no tiene un desenlace adecuado. La vida sigue y sigue, deteriorada o desgastada, pero nunca teniendo sentido. ¿No es de extranñ ar que Franz Kafka leyera y volviera a leer L'Éducation sentimentale y lo comparara con la errabunda bíóblica en el desierto? "La visioó n moribunda de [Moiseó s] de [Canaaó n] solo puede ilustrar cuaó n incompleto es un momento en la vida humana," observoó Kafka en sus diarios, "incompleto porque una vida como esta podríóa durar para siempre y no ser maó s que un momento. Moiseó s no puede entrar a Canaaó n, no porque su vida sea demasiado corta, sino porque es una vida humana. Este final del Pentateuco se asemeja a la escena final de L'Éducation sentimentale." En una carta a Mlle Leroyer de Chantepie escrita algunos anñ os antes de L'Éducation, Flaubert advirtioó contra la vanidad de los seres humanos que adoptan ideologíóas, religiones, credos que ofrecen una solucioó n. "¡Una solucioó n!" exclamoó . "¡La meta! ¡La causa! Seríóamos Dios si entendieó ramos la causa. Y a medida que avancemos retrocederaó indefinidamente, ya que nuestro horizonte se ampliaraó ." La Ética de Spinoza fue su autoridad no citada aquíó. El lenguaje de estas personas evoca el murmullo mutuamente incomprensible de los mercenarios en Salammbô. El amor y la políótica se convertiraó n en una mera verborrea en las confesiones autodenominadas de Freó deó ric a una cortesana, en la jerga ideoloó gica de los republicanos burgueses, en la fanfarronada de todos los aspirantes políóticos. La gente pronuncia tonteríóas repetitivas. Hablan el uno del otro como, por ejemplo, en una reunioó n de uno de los clubes políóticos engendrados por la Revolucioó n de febrero. No menos importante entre los tontos argumentativos presentes, hay un maestro jubilado que propone que la "democracia europea" adopte un lenguaje comuó n. Cuando Freó deó ric, 337Característico del tiempo anterior a la Caída del Hombre; inocente y virgen, relacionado con el tiempo anterior a la caída de Adán y Eva. 338Ibidem 339Hussonnet llama a Frédéric "un jeune homme du collège de Sens et qui en manque" (un joven del colegio de Sens, que no tiene sentido).
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quien, a pesar suyo, aceptoó postularse para las elecciones de abril de 1848, intenta arrebatar el podio a un hispano que habla espanñ ol, sus protestas no se escuchan. La insurgencia de 1848, hacia la cual la narrativa de Flaubert barre los restos con los que nos ha conocido, es de hecho una pesadilla verborreica. Todos los ciudadanos tienen su diatriba. "[Freó deó ric] visitoó todos [los clubes], o casi todos", nos dicen. 340 Los rojos y los azules, los furibundos y los tranquilos, los puritanos, los desalinñ ados, los míósticos y los borrachos, aquellos en los que se decretaba la muerte de los reyes, aquellos otros en los que se denunciaban los fraudes de las tiendas de ultramarinos; y, en todas partes, los inquilinos maldecíóan a los propietarios, el guardapolvos la tomaba con la levita y los ricos conspiraban contra los pobres. Varios queríóan indemnizaciones como antiguos maó rtires de la políótica, otros solicitaban dinero para poner en praó ctica inventos, o bien se trataba de planes de falansterios, proyectos de bazares cantonales, sistemas de felicidad puó blica; despueó s, aquíó y allíó, una chispa de ingenio entre nubes de majaderíóas, apostrofes suó bitos como salpicaduras, el derecho formulado por un juramento y flores de elocuencia en los labios de un pataó n, que llevaba a pelo la funda de un sable sobre su pecho descamisado. A veces tambieó n figuraba un senñ or, aristoó crata de aspecto humilde, diciendo cosas plebeyas, y que no se habíóa lavado las manos para que pareciesen maó s callosas. Un patriota lo reconocíóa, los maó s virtuosos le reganñ aban; y desahogaba la rabia que teníóa en el alma. Para aparentar sensatez, habíóa que seguir denigrando a los abogados, y emplear el mayor nuó mero de veces posible estas locuciones: «aportar su piedra al edificio», «problema social», «taller».341
El propoó sito de Flaubert era que Freó deó ric visitara los clubes políóticos durante su aventura poco entusiasta en la vida puó blica con un actor de actitud gesticulante como su empresario. El 16 de mayo de 1869, poco antes de las 5 a.m., Flaubert, en Paríós, le escribioó a Jules Duplan que acababa de terminar L'Éducation, despueó s de trabajar duro desde las ocho de la manñ ana anterior. Otro comunicado de ese tipo provocoó felicitaciones de Louis Bouilhet, que estaba preocupado por la mala salud. Tener una copia fiel del manuscrito tomoó nueve o diez díóas, durante los cuales Flaubert leyoó varios capíótulos en el saloó n de la princesa Mathilde. Impresionada por lo que habíóa escuchado, Mathilde, sin demasiado forcejeo, se impuso sobre eó l para leer toda la novela en cuatro sesiones de la tarde de cuatro horas cada una. Un invitado, el poeta François Coppeó e, lo recordaba como un gigante cuyo formidable bigote no concordaba con los volantes de su camisa de lino fino, el sombrero brillante de ala ancha inclinado sobre una oreja, o las medias botas de charol, en las que se acercoó a un chirrido de cuero nuevo. "EÁ l llevoó su cabeza altivamente. Toda su influencia era la de los romaó nticos . . . Todavíóa se podíóan distinguir rasgos finos en su rostro florido e hinchado . . . Y un mechoó n de cabello verdaderamente merovingio colgaba en mechones canosos y desgrenñ ados de su coronilla medio desnuda. Este viejo Gustave Flaubert ya no era guapo, pero auó n era espleó ndido." Si Michel Leó vy supusiera que los tratos con Flaubert seríóan menos merovingios que en el pasado porque el contrato de Salammbô habíóa incluido teó rminos contractuales para "una novela moderna", pronto se desilusionoó de la idea. El autor debíóa recibir diez 340Históricamente, esto no hubiera sido posible. Los Clubes polulaban. En un conteo, había 276 de ellos en París. 341Ididem
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mil francos maó s una proporcioó n de esa suma basada en el nuó mero de paó ginas por las cuales L'Éducation excedíóa a Salammbô. Flaubert, que previoó que la novela apareceríóa en dos voluó menes, queríóa diez mil francos para cada uno y le pidioó a George Sand, que estaba en excelentes teó rminos con Leó vy, que se convirtiera en intermediaria, como para distanciarse de su propia avidez. "Adjunto estaó mi contrato con el hijo de Israel (leyeó ndolo uno podríóa gritar: '¡Dios de los judíóos, tuó ganas el díóa!')," Le escribioó . 342 "Mira, actuó a en mi nombre, querida maestra." Su mediacioó n fue aparentemente efectiva. "Hoy vi a Leó vy," respondioó ella cinco díóas despueó s, el 18 de mayo. "Comenceó con cautela y vi que no rechazaríóa el contrato por nada. Luego, elogieó el libro y comenteó que lo habíóa conseguido barato. 'Pero,' eó l dijo, 'si sale en dos voluó menes, veinte mil es lo que pagareó , eso estaó entendido.' Me parece que tendraó dos voluó menes, ¿no? Insistíó y eó l me dijo: 'Si el libro tiene eó xito, no voy a objetar maó s de dos o tres mil francos.' Le dije que no pediríóas nada de eó l, que ese no era tu camino, pero que yo misma continuaríóa el asunto en tu nombre, sin que tuó lo supieras, y eó l me dijo cuando nos separamos, 'Ten la seguridad de que no estoy diciendo que no. Si el libro funciona bien, el autor se beneficiaraó .'" Flaubert recibioó instrucciones de dejarla manejar todo y abordar el asunto nuevamente con Leó vy en el momento que ella eligiera. 343 Flaubert entregoó el manuscrito el 11 de agosto. Leó vy, a quien llamoó Michel cuando no lo llamaba por sus nombres, lo envioó a su impresora de inmediato, sin escruó pulos, excepto por el tíótulo. Aunque Flaubert, como hemos visto, compartioó esos reparos, afirmoó que los amigos — Sand, Turgenev y Maxime Du Camp — no lo habíóan ayudado a encontrar algo mejor. En cualquier caso, el tíótulo maó s exactamente comunicaba su idea. Septiembre y octubre se dedicaron a la lectura de pruebas. Las cartas viajaban sin cesar entre el editor en el 2bis rue Vivienne y el autor en el 4 de rue Murillo, donde Flaubert tomoó su residencia ese otonñ o en un piso tranquilo y elegante en el quinto piso de un edificio nuevo frente al Parc Monceau. Para evitar que la sesioó n legislativa programada para abrir a mediados de noviembre y que se esperaba que sea muy poleó mica distraiga al puó blico de las noticias culturales, instoó al impresor a darse prisa con pruebas. L'Éducation sentimentale aparecioó el 17 de noviembre. Las revisiones siguieron poco despueó s. En 1869, cuando, por ley, las publicaciones ilustradas necesitaban permiso para publicar imaó genes de un autor, Flaubert retuvo su consentimiento del famoso caricaturista Gill, explicando que se reservoó la cara para síó mismo. Por desgracia, eó l no teníóa ese control sobre las críóticas, la mayoríóa de las cuales eran vehementemente hostiles, incluida una en Le Droit desfemmes por Ameó lie Bosquet, que se ofendioó por el poco amable retrato de Flaubert de una feminista promocionando su causa durante la Revolucioó n; ella se vio en satirizada en la novela. Barbey d'Aurevilly, un realista catoó lico, lo atacoó en todos los terrenos imaginables en Le Constitutionnel: la novela carecíóa de originalidad; su heó roe carecíóa de heroíósmo; sus otros personajes carecíóan de caraó cter; su argumento, — en la medida en que lo teníóa — era lamentable; su tíótulo era ambiguo. ¿Fue una novela? preguntoó un críótico en Le Figaro. No, pensoó Duranty en Paris-Journal. Mejor describirlo como un "compendio de descripciones" o asignarlo al estante de 342La cita es de la obra de Racine Athalie. 343Por "dos o tres mil francos," Lévy se refería a la diferencia entre la suma que le debía a Flaubert, según los términos de su contrato (es decir, el número de páginas) y los veinte mil francos que Flaubert estaba pidiendo. Ascendió a cuatro mil francos.
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memorias y croó nicas. Pero una memoria o una croó nica que buscaba el desprecio imparcial en sus capíótulos sobre la Revolucioó n, sin escatimar burgueses ni insurgentes, ni socialistas utoó picos ni reaccionarios catoó licos, enojoó a todos los partidarios. El Journal des Débats consideroó reprobable que no le hubiera dado a los "burgueses heroicos" en guerra con la "demagogia parisina" su lugar. Un perioó dico de izquierda, L'Opinion Nationale, queríóa el reconocimiento de los "elementos de generosidad y renovacioó n" del paíós. No hubo juicio esta vez, pero no hubo necesidad de un litigio oficial cuando diez o doce críóticos hicieron el papel de fiscal, argumentando la moralidad contra un autor encantado con la cuneta, un vulgar criminal insensible a lo sublime en los asuntos humanos. Vulgar era casi la consigna de todo críótico. Francisque Sarcey, un conocido columnista, declaroó que el libro le habíóa provocado naó useas. Al igual que sus colegas, encontroó la uó ltima escena particularmente ofensiva. Si hubieran sabido de la carta en la que Flaubert le dijo una vez a Louise Colet que queríóa escribir un libro sobre nada, la mayoríóa habríóa estado de acuerdo en que en L'Éducation sentimentale habíóa logrado su objetivo. Si bien estas críóticas feroces no tuvieron el mismo efecto visceral que su libro habíóa tenido sobre Sarcey, el tono de las críóticas negativas lo sorprendioó . "Tu antiguo trovador es eneó rgicamente denigrado por los perioó dicos," le escribioó a George Sand. Lee Le Constitutionnel del lunes pasado y Le Gaulois de esta manñ ana; es claro y simple. Estoy retratado como un sinverguë enza y un cretino. El artíóculo de Barbey d'Aurevilly es un modelo de su tipo y el antiguo de Sarcey es apenas menos violento. ¡Estos caballeros protestan en nombre de la moral y el ideal! Tambieó n fui atacado salvajemente en Le Figaro y en Paris por Cesena y Duranty. Me importa un bledo, pero, sin embargo, me sorprende tanto el odio — y la mala fe.
Todos los críóticos, continuoó diciendo, citaron la uó ltima escena, — el relato de Freó deó ric sobre la visita al burdel de Zoraide Turc en Nogent — como prueba de su bajeza. "¡Estaó sesgado, por supuesto, y Sarcey me compara con el Marqueó s de Sade, a quien declara que nunca ha leíódo!" Igualmente vejatorio fue el comportamiento de algunos amigos que habíóan recibido copias gratuitas. Le hablaron de todo menos de L'Éducation sentimentale por miedo a comprometerse, Flaubert pensoó . "Las almas valientes son raras. Sin embargo, el libro se estaó vendiendo muy bien, a pesar de la políótica, y Leó vy parece contento." Si el aviso desfavorable realmente importaba tan poco, eó l no habríóa fingido que su novela iba bastante bien (dos anñ os despueó s de la publicacioó n, la primera edicioó n de tres mil copias auó n no se habíóa agotado). Tampoco habríóa instado a George Sand a unirse a la batalla contra los detractores con una críótica propia. Ella hizo como invitada, y luego le dio una breve conferencia a Flaubert. Su asombro ante la malevolencia de los coó frades era increible, pensoó ella. "Eres excesivamente ingenuo. No sabes cuaó n original es tu libro, coó mo la fuerza del mismo debe confundir a ciertas personalidades. Piensas que lo que escribes simplemente pasaraó sin obstaó culos, como una carta en el correo. ¡Vamos, vamos!" El punto maó s fuerte de la novela, en su opinioó n, y la virtud menos probable de ser apreciada, era su disenñ o. "Insistíó en esto [en mi pieza] . . . Trateó de que los no sofisticados entendieran coó mo deberíóan leerlo, ya que el eó xito o el fracaso depende de su respuesta. No me molesteó con los desagradables, ya que no quieren que 376
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otros tengan eó xito; les hubiera estado haciendo demasiado honor." Los críóticos confundidos por la teoríóa eran tan malos como los que se alimentan de malicia. "No te molestes con todo eso", escribioó ella. "Marcha en sentido directo. No tienes sistema y obedece tu inspiracioó n." Flaubert, que compendioó diligentemente cada críótica para su archivo, encontroó consuelo en varios de ellas, la maó s importante fue la de un escritor que auó n no habíóa cumplido los treinta y que acababa de comenzar la saga ficticia que lo convertiríóa en una presencia imponente en la escena literaria. "Cuando escucheó a la fraternidad críótica condenar a Gustave Flaubert por no mostrar nada nuevo, de echar un vistazo fuera de las superficies, me siento tentado a gritar: 'Tanto peor para ti si pierdes su significado,'" escribioó EÁ mile Zola, cuya Thérèse Raquin habíóa aparecido dos anñ os antes e impresionoó a Flaubert. "Lo que el autor aduce son las oscuras profundidades del ser, nuestros callados deseos, nuestros impulsos violentos, nuestras falta de valor, toda la impotencia y la energíóa que delatan los absurdos de la vida cotidiana. Y de ninguna manera es un simple escribano.344 Es un poeta dotado cuya muó sica estaó escrita para oíódos comprensivos. Si no lo escuchas, estaó s obstruido con sangre o bilis. Se de una disposicioó n nerviosa y te penetraraó ." La imagen musical se repite. "Con una habilidad inmensa, eó l permanece atado a la tierra pero da a sus palabras tanta vitalidad que parecen ser arrastradas por una trompeta celestial." En cuanto a la pleó tora de descripciones atribuidas a Flaubert, Zola estuvo de acuerdo en que L'Éducation sentimentale era denso. Me atreveríóa a decir que la descripcioó n es el material baó sico de sus obras. Pero deó jeme ser claro. Su meó todo es esencialmente descriptivo; eó l admite solo hechos, diaó logos, gestos. Sus personajes se nos dan a conocer a traveó s del habla y la accioó n. En lugar de exposiciones analíóticas como en Balzac, hay escenas cortas que dan juego a personalidades y temperamentos. Por lo tanto, necesariamente tenemos una descripcioó n, porque es a traveó s de lo externo que eó l nos familiariza con lo que hay adentro . . . Tan pronto como haya empujado a un personaje al escenario, este uó ltimo debe presentarse ante el puó blico y vivir al aire libre, naturalmente, sin mostrar nunca las ataduras.
L'Éducation, en este argumento, ilustroó la congruencia de las personas y su entorno, la intimidad entre psiques y objetos que se convirtioó en el eje del propio credo esteó tico de Zola. "El medio hace a los seres, las cosas se suman a la vida humana," afirmoó . [En Flaubert] los objetos maó s triviales adquieren voces; estaó n vivos, hablan y casi se mueven. Un ejemplo muy curioso de esto se puede encontrar en Madame Bovary. Leó on, el empleado enamorado, corteja silenciosamente a la esposa del doctor una noche en la casa de M. Homais. EÁ l nota el vestido de Emma que se arrastra en el piso alrededor de su silla. Y el autor agrega: "Cuando Leó on sentíóa tela debajo de la suela de su bota, retrocedíóa como si hubiera pisado a alguien." Allíó tenemos los nervios humanos siendo observados por un autor cuyo ojo para tal detalle es la caracteríóstica maó s notable de su talento.
L'EÁ ducation asombroó a Zola. Despueó s de leerla, escribioó , sus cincuenta o sesenta personajes seguíóan bailando frente a sus ojos en una confusioó n de episodios. 344"Escribano" — greffier — puede ser una referencia a la célebre formulación de Balzac de La comédie humaine: "La sociedad francesa iba a ser la historiadora, yo simplemente su secretario."
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Diez díóas antes de que se acabara el anñ o, llegoó una carta de Hauteville House on Guernsey. Victor Hugo agradecioó a Flaubert por enviarle sus libros. "Son profundos y poderosos," escribioó . "Aquellos que retratan la vida actual dejan un sabor agridulce." L'EÁ ducation sentimentale tanto lo hechizoó como lo entristecioó . "Volvereó a leerlo de la misma manera que releo los libros, abrieó ndolos al azar, en cualquier paó gina. Solo los escritores que tambieó n son pensadores pueden soportar la prueba. Usted pertenece a esa raza fuerte. Tiene la penetracioó n de Balzac y estilo en el regateo. ¿Cuaó ndo lo vereó ?" Una vez, Flaubert le dijo a su sobrina Caroline que siempre, incorregiblemente, creíóa en el juicio de los demaó s, desconfiando del suyo. L'EÁ ducation sentimentale presenta un caso ilustrativo. Con el paso del tiempo mostroó una disposicioó n para ponerse de parte de los aspectos maó s claramente modernos de la obra. En 1879, cuando L'EÁ ducation aparecioó bajo una nueva edicioó n, le escribioó a Edma Roger des Genettes que carecíóa de la "falsedad de la perspectiva" indispensable para todas las obras de arte. Su amigo, el Dr. Charles Robin, dijo eso y estuvo de acuerdo. "La esfera debe tener un punto cuya luz destelle, debe haber una cumbre, el trabajo debe formar una piraó mide." Para J. K. Huysmans, observoó que no hay "progresioó n de efecto" en la novela. "Al final, los lectores tienen la misma impresioó n que tuvieron desde el principio. El arte no es la realidad. Independientemente de lo que uno haga, uno se ve obligado a elegir entre los elementos que la realidad proporciona." Su evaluacioó n poco comprensiva, que podríóa haber sido firmada por cualquiera de los" desagradables," no le impidioó , sin embargo, atribuir el fracaso de L'EÁ ducation a un asesino en masa llamado Troppmann, cuyo juicio y ejecucioó n en 1869 habíóa cautivado a toda Francia: la gente habíóa acudido en masa a los kioscos en lugar de a las libreríóas. Y defendioó su trabajo por motivos morales. "No creo que nadie haya ido maó s allaó que yo en mantener un estaó ndar de probidad. En cuanto a la conclusioó n, admito que todas las estupideces que inspiroó todavíóa pesan en mi corazoó n." FLAUBERT APRECIABA la maternidad de George Sand. En 1869 la extensa familia Sand hizo gran parte de eó l durante las vacaciones de Navidad, que pasoó en Nohant, donde media docena de ninñ os se hicieron cargo de la casa y el hijo de Mme Sand, Maurice, montoó espectaó culos de marionetas en un escenario construido para este propoó sito. Nadie se rioó maó s que Flaubert o provocoó maó s risas, especialmente cuando se vistioó de mujer para bailar la cachucha.345 Pero se rioó y se burloó con el corazoó n encogido, y no solo porque el panorama de L'Éducation continuoó hirieó ndolo. Su decepcioó n habíóa sido agudizada por la peó rdida personal en ese uó ltimo anñ o de la deó cada. Sainte-Beuve, que habíóa estado gravemente enfermo durante alguó n tiempo, incapaz de escribir, excepto de pie o acostado, murioó el 13 de octubre, media hora antes de que Flaubert pasara por su apartamento en la rue Montparnasse. "¡Otro se ha ido!", Informoó Flaubert a Maxime Du Camp en BadenBaden. "¡Nuestra pequenñ a banda estaó disminuida! Los pocos que quedamos en la balsa de Medusa estaó n desapareciendo." ¿Con quieó n podreó hablar de literatura ahora? preguntoó . "Ese hombre la amaba. Y aunque no fuimos exactamente amigos, su muerte me trastorna profundamente. Todos los que en Francia sostienen una plama han 345Baile popular de Andalucía, en compás ternario y con castañuelas. DRAE.
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sufrido una peó rdida irreparable." La princesa Mathilde estaba desconsolada, tanto maó s porque habíóa roto con Sainte-Beuve en un ataque de mal genio cuando publicoó un artíóculo que criticaba implíócitamente la políótica eclesiaó stica del reó gimen en una perioó dico de oposicioó n, Le Temps. En ese momento, Flaubert podríóa haber sospechado que no tendríóa muchas maó s conversaciones literarias con otro amigo, Jules de Goncourt, que estaba siguiendo a Baudelaire en la uó ltima fase infernal de la demencia sifilíótica. Durante gran parte de 1869, los hermanos Goncourt viajaron de aquíó para allaó en un desesperado intento por restaurar la salud de Jules: desde el balneario de Royat hasta la orilla del mar en Trouville, hasta una pequenñ a casa de campo cerca de Saint-Gratien, propiedad de la princesa Mathilde. El menor ruido, no todos provenientes de su cabeza, distraíóan a Jules. Incapaz de dormir, trabajoó lo mejor que pudo en un estudio de su querido amigo Gavarni, y lo terminoó con la ayuda de Edmond. Varios meses despueó s, el conocedor apasionado de la pintura francesa del siglo XVIII no pudo reconocer el nombre Watteau. "Minuto a minuto, veo la demacrada maó scara de imbecilidad deslizaó ndose sobre este rostro amado, que una vez fue la imagen misma de la inteligencia y la ironíóa," escribioó Edmond en abril de 1870. "Se estaó despojando gradualmente de afecto. Estaó siendo deshumanizado." La afasia se hizo maó s pronunciada. La memoria se fue, luego las palabras, aunque antiguas palabras volvieron al final, cuando gritoó : "Madre, Madre, para míó, Madre." Murioó el 20 de junio de 1870. Edmond lo describioó como un maó rtir del arte en lugar de una víóctima de la síófilis, atribuyendo su muerte al trabajo interminable impuesto por la devocioó n a un ideal lapidario. La peó rdida maó s grave habíóa ocurrido antes que estas otras. Louis Bouilhet murioó el 8 de julio de 1869, a la edad de cuarenta y ocho anñ os, despueó s de una breve enfermedad. Comenzoó a quejarse en marzo de agotamiento extremo y varios trastornos, incluido edema, por lo que recurrioó a una panacea de moda llamada papel Wlinsi. Los meó dicos prescribieron una cosa y otra. Hubo suspensiones ocasionales, pero al final nada ayudoó . "Cosas extranñ as estaó n sucediendo en mi cuerpo; he decidido no prestarle maó s atencioó n." le escribioó a Flaubert el 24 de abril. A medida que se enfermaba maó s, la necesidad de hablar de ello superoó su miedo a ser tedioso. "Soy dispeó ptico y desafiante, lo admito," escribioó el 2 de junio. "Hay una causa fíósica, realmente la hay. Te aseguro que estoy muy enfermo, a veces, y las molestias que anteriormente hubiera borrado ahora me enfurecen." Si sospechaba que Flaubert no lo tomaba lo suficientemente en serio, teníóa razones para pensarlo, ya que el 24 de junio Flaubert le escribioó a George Sand: "Mi pobre Bouilhet me preocupa. Sus nervios son tan malos que los meó dicos le aconsejaron que tome las aguas en Vichy. EÁ l estaó en las garras de la hipocondríóa. ¡Queó extranñ o, eó l que alguna vez fue tan alegre!” Un fríóo y tacanñ o provinciano, Bouilhet se habíóa infiltrado a su viejo amigo durante los uó ltimos tres anñ os, observoó en una breve memoria. ¿Sintioó Flaubert que la "hipocondríóa" era otro síóntoma de esta alteracioó n infeliz? Su error de juicio puede haber sido alentado por la presencia en la vida de Bouilhet de un famoso psiquiatra, Augustin Morel, director meó dico del asilo Saint-Yon en Rouen y autor de Traité des dégénerescences physiques, intellectuelles et morales de l'espèce humaine. En cualquier caso, Flaubert aprendioó la verdad de su amigo en Vichy, el Dr. Willemin, quien le escribioó que Bouilhet, aquejado de una enfermedad renal, estaba condenado. Achille Flaubert lo examinoó y confirmoó la sentencia de muerte. En julio, Flaubert se trasladoó entre Croisset y la casa de Bouilhet en la rue de Bihorel en 379
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Rouen. Allíó fue fielmente atendido por Leó onie Le Parfait, quien se abstuvo de sugerir que se oficializara su matrimonio de hecho, para que Bouilhet no se diera cuenta de la desesperanza de su situacioó n. La verdad fue revelada, sin embargo, por las dos hermanas de Bouilhet, antiguas doncellas piadosas que bajaron de Cany insistiendo vehementemente en que recibiera los uó ltimos ritos. Su enfurecido hermano no permitioó que un sacerdote se acercara a eó l y, seguó n Flaubert, pasoó sus díóas de agoníóa con una obra de La Mettrie, el maó s ateo de los filoó sofos del siglo dieciocho. Su delirio final fue un gesto de colaboracioó n de alguó n tipo. Imaginando el escenario de un drama sobre la Inquisicioó n, queríóa que Flaubert lo escuchara y lo hizo llamar. Luego se estremecioó , repitioó la palabra adieu, metioó la cabeza bajo el mentoó n de Leó onie y fallecioó . Flaubert no pudo escuchar el llamado de Bouilhet. El novelista que habíóa creado un modelo de mala eleccioó n del momento oportuno en Freó deó ric Moreau habíóa ido a Paríós despueó s de convencerse de que Bouilhet parecíóa maó s fuerte; como en la cabecera de Sainte-Beuve, aparecioó demasiado tarde para despedirse. Su conserje en el boulevard du Temple lo despertoó a las 9:00 a.m. con un telegrama anunciando la muerte de Bouilhet. "Estaba solo," le escribioó a Maxime Du Camp en Baden-Baden. Empaqueó una maleta . . . Luego camineó por las calles [cerca de Saint-Lazare] hasta la 1:00. Hacíóa calor afuera, alrededor de la estacioó n de tren. 346 De Paríós a Ruaó n, me senteó en un vagoó n abarrotado, frente a una fulana que fumaba cigarros y cantaba, con los pies apoyados en la banqueta. Cuando vi los campanarios de Mantes, penseó que me volveríóa loco . . . Me puse tan paó lido que la mujer me ofrecioó eau de Cologne, que me ayudoó . Estaba maó s sediento que nunca, incluso maó s que en el desierto de Quseir.
En Rouen, en la rue de Bihorel, Flaubert no se atrevíóa a mirar dentro del atauó d, como habíóa hecho en los funerales de su hermana, su padre y Alfred Le Poittevin. "Ya no tengo fortaleza interna. Me siento desgastado." Un testigo afirmoó haberlo visto sufrir un ataque epileó ptico, pero no se menciona en sus notas. Pasoó la primera noche al aire libre en una estera en el jardíón, despierto, mirando la luna y pensando en su viaje por Egipto con Maxime. Las laó grimas que no habíóa derramado comenzaron a fluir al díóa siguiente, cuando vio el atauó d de Bouilhet clavado para el entierro. Flanqueado por Charles d'Osmoy y su hermano Achille, Flaubert siguioó el coche fuó nebre por las calles que recuerdan a otras marchas fuó nebres hacia la Cimetieè re Monumental, donde Bouilhet fue enterrado cerca del padre de Flaubert en una ceremonia que atrajo a varios cientos de personas, incluido el prefecto. "¿Creeríóas que, en el camino, detraó s del atauó d, pude saborear lo grotesco de la ceremonia?" exclamoó , proporcionando otro ejemplo de la distancia que lo preparoó para evitar las peó rdidas, pero tambieó n le hizo ver la rareza de lo acostumbrado y un oíódo para el tintineo de las ideas recibidas. "Pude escuchar los comentarios que [Louis] me estaba haciendo al respecto. EÁ l estaba hablando en míó. Teníóa la impresioó n de que eó l estaba allíó, a mi lado, y que los dos estaó bamos siguiendo el cortejo de otra persona. Estaba terriblemente caliente, se estaba gestando una tormenta. Estaba empapado de sudor, y la subida al Cimetieè re Monumental me hizo entrar." Achille y otro de los deudos lo ayudaron a alejarse antes de que comenzaran los elogios. 346En una memoria privada, anotó que pasó la mayor parte de su tiempo dentro de la Gare Saint-Lazare, cenando una chuleta de ternera y tomates rellenos, y cortándose el cabello en el salón de Félix.
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"Pobre viejo Monsenñ or," escribioó Flaubert varios díóas despueó s, utilizando uno de sus sobrenombres afectuosos para Bouilhet. "¡Mi pobre Bouilhet, coó mo te ameó ! ¡Me hubiera gustado verte rico y aclamado! ¡Triunfante! . . . ¡Que peó rdida! ¡Queó peó rdida irreparable! ¡Queó sabor seguro! ¡Queó ingenio! ¡Coó mo me ayudoó a aclarar mis ideas! ¡Queó críótico! ¡Queó maestro! Con eó l muerto, he perdido mi bruó jula literaria. Ven, aníómate. — Adioó s." Como habíóa negado la gravedad de la enfermedad de Bouilhet alegando hipocondríóa, ahora Flaubert negoó el caraó cter definitivo de la muerte de Bouilhet luchando por mantener vivo el nombre y la imagen de su amigo. Estaba la cuestioó n de una obra que Bouilhet habíóa terminado a principios de junio, Mademoiselle Aissé. Los planes para representarla en el teatro Odeó on posiblemente habríóan desaparecido si no fuera por Flaubert, quien fastidioó a los directores de Odeó on mes tras mes. Cuando finalmente programaron una produccioó n a fines de 1871, con Sarah Bernhardt como heroíóna titular, eó l insistioó en participar en todos los aspectos. Bouilhet nunca habíóa sido tan diligente en su propio nombre. Flaubert interpretoó al impecable mayordomo de Bouilhet, recomendando actores, asistiendo a los ensayos, investigando para disfraces en el Cabinet des Estampes de la Bibliotheè que Nationale y trabajando en el escenario. Anteriormente, Michel Leó vy habíóa sacado los poemas ineó ditos de Bouilhet, Dernières chansons, con un prefacio de Flaubert. Se hizo otro valiente intento para resucitar el Château des coeurs, que llevaba mucho tiempo enterrado. Tambieó n estaba la cuestioó n de un monumento conmemorativo. "Nacer Normando, en la literatura tiene grandes ventajas," observoó Jules de Goncourt en julio de 1869, cuando auó n era lo suficientemente luó cido para ser espleó ndido. "Flaubert vivo y Bouilhet muerto son ambos una prueba de ello. ¡Ya se habla de levantarle un monumento — un monumento al pobre Bouilhet, que nunca tuvo su propia estampilla o instrumento y que tal vez nunca haya escrito un hemistiquio original, Bouilhet el dramaturgo que pasoó toda su vida haciendo la sublimidad de Hugo de la manera en que uno hace un panñ uelo de seda!" No vivioó para regodearse con las decepciones que experimentoó Flaubert en el comiteó encargado de disenñ ar el monumento de Bouilhet y recaudar dinero para ello. No fue sino hasta 1877 que Rouen aproboó la construccioó n de la fuente coronada por un busto que ahora se encuentra al lado de la biblioteca municipal. Los concejales habíóan rechazado esta propuesta antes, lo que provocoó la diatriba maó s famosa de Flaubert contra sus paisanos. Pero ese arrebato elocuente espera otro capíótulo. Simplemente observemos aquíó que Bouilhet estaba maó s vivo para eó l en el fragor de la batalla con filisteos ingratos que en el busto que conmemora su victoria hueca, y tenga en cuenta tambieó n que fue la segunda y dolorosa pelea de Flaubert con Rouen sobre una imagen, la primera habíóa sido sobre la cabeza de Pradier de AchilleCleó ophas. Jules Duplan murioó siete meses despueó s de Bouilhet, en marzo de 1870. Flaubert sintioó esta peó rdida auó n maó s intensamente por haber visitado a Duplan dos veces al díóa en febrero en su lecho de muerte. Cuando llegoó el fin se acercoó a Ivan Turgenev, con quien se habíóa entrelazado durante las breves estadíóas del escritor ruso en Paríós. "La gran tristeza de este invierno pasado fue la muerte de mi amigo maó s íóntimo despueó s de Bouilhet," escribioó ." Esos dos golpes, repartidos en sucesioó n raó pida, me han destrozado. Si eso no fuera suficiente, estaó el lamentable estado de otros dos amigos, no tan cerca para estar seguro, pero sin embargo parte de mi entorno inmediato. Tengo en mente la paraó lisis de Feydeau y la imbecilidad de Jules de Goncourt. La desaparicioó n de Sainte381
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Beuve, las vejaciones pecuniarias, el fracaso de mi novela, etc., etc., y, para colmo, el reumatismo de mi sirviente [EÁ mile Colange, el sucesor de Narcisse Barette, que tuvo que ser hospitalizado]." Un brote desfigurante de eczema completoó su miseria. ¿Por queó , preguntoó eó l, vivioó Turgenev tan lejos?" Eres el uó nico hombre con el que me gusta conversar. Ya no veo a nadie que se preocupe por el arte y la poesíóa. El plebiscito, el socialismo, la 'Internacional' y otra basura de ese tipo agobian el cerebro de todos." Ciertamente, Flaubert no carecíóa de amigos. Podíóa recurrir a Du Camp cuando Du Camp no estaba en Baden-Baden, pero la lectura cercana de Du Camp de L'Éducation sentimentale produjo notas para Flaubert que delataban una antipatíóa fundamental al propoó sito esteó tico de Flaubert, y para entonces Du Camp ya estaba ocupado con investigaciones para Paris, ses organes. George Sand, cuyo agudo juicio literario valoraba, le proporcionoó toda la riqueza de un corazoó n informado, pero el mundo de Sand era su familia. Una alma gemela fraternal, con quien podíóa hablar solus ad solum, siempre lo habíóa mantenido sentado en un sentido de su propio valor, y ahora estaba privado de uno. Lo que Montaigne, otro melancoó lico, escribioó sobre EÁ tienne La Boeë tie repicaba con los sentimientos de Flaubert: "Ya estaba tan utilizado y acostumbrado a ser, en todo, uno de dos, que ahora siento que no soy maó s que la mitad de uno . . . No hay ninguna accioó n o pensamiento en el que no lo extranñ e — como eó l me habríóa extranñ ado a míó; porque igual que me superoó infinitamente en capacidad y virtud, tambieó n lo hizo en los ministerios de la amistad." EN 1868 Louis-Napoleon apuntoó notas para una novela que teníóa la intencioó n de publicar como un serial en uno de los perioó dicos oficiales. Puede haber estado inspirada por Lettres persanes de Montesquieu, el persa es un tendero franceó s llamado Benoit que emigra a los Estados Unidos en 1847, regresa en abril de 1868 y, con ojos inocentes de todo lo que habíóa sucedido en Francia durante el intervalo de veintiuó n anñ os, descubre una tierra completamente transformada para mejor. Los acorazados negros anclados en Brest, donde desembarca, han acabado con la supremacíóa naval de Inglaterra. El ferrocarril que lo lleva a Paríós, el teleó grafo eleó ctrico que anuncia su llegada, la capital moderna que eó l no reconoce, todos hablan del ascenso de Francia de la pobreza a la riqueza. Una multitud que se arremolina en torno al Hoô tel de Ville no se ha reunido para protestar, como imagina al principio, sino para ejercer su derecho al voto en virtud de una ley de sufragio universal. M. Benoit senñ ala que los deudores ya no estaó n encarcelados, que se ha otorgado a los trabajadores el derecho de huelga, que se han tomado medidas para ayudar a los viejos y desposeíódos, que la salud puó blica cuenta con un impresionante Hoô tel-Dieu en la IÎle de la Citeó . "¡No hay disturbios, ni prisioneros políóticos, ni exiliados!" exclama mientras observa que el menor costo de vida provocado por el libre comercio es una bendicioó n para todos y todos por igual. El deseo del emperador de ser visto como San Jorge matando al dragoó n de la pauperizacioó n no era infundado. El ingreso agregado de la industria francesa aumentoó el doble que el de los ingleses durante su reó gimen, y la agricultura, a pesar del conservadurismo profundamente arraigado y, dramatizado por Zola en La Terre, prosperoó . Pero la mayoríóa de los trabajadores industriales no se beneficiaron de la economíóa liberal. Las condiciones para ellos, eran en general, deplorables, y en perioó dicos que gozaban de mucha maó s libertad de la que recordaba M. Benoit, el 382
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descontento urbano a menudo hablaba maó s fuerte que la prosperidad rural. Las reformas que Napoleon patrocinoó desafiando a los bonapartistas de líónea dura (entre ellos Eugeó nie) solo exasperaban la oposicioó n liberal a su gobierno. Cada concesioó n hizo que los restos del despotismo fueran menos tolerables. Los diputados ya no podíóan intimidarse faó cilmente. La prestidigitacioó n financiera por la cual Haussmann burloó la autoridad legislativa para subsidiar su reconstruccioó n eó pica quedoó expuesta en una serie de artíóculos ingeniosamente titulados "Les comptes fantastiques d'Haussmann."347 El perioó dico rabiosamente antigubernamental La Lanterne es un ejemplo de periodismo difamatorio. Una ley que otorga libertad de reunioó n limitada engendroó sociedades de debate de estilo 1848 que transgredieron esos líómites con impunidad. Bajo el liberal EÁ mile Ollivier, a quien Louis-Napoleon nombroó primer ministro en enero de 1870, la reforma social y administrativa progresoó raó pidamente, y varios meses maó s tarde una constitucioó n que formalizaba el gobierno parlamentario fue ratificada por plebiscito. Pero la oposicioó n persistioó , tanto de derecha como de izquierda. El emperador se cansoó de eso, cansado incluso de gobernar. Atormentado por la ciaó tica, el reumatismo y las piedras de la vejiga, que le causaron una hemorragia en la vejiga, parecíóa cada vez maó s apaó tico. Lord Malmesbury, que habíóa sido el secretario de Asuntos Exteriores de Inglaterra en la deó cada de 1850, lo encontroó "muy alterado en apariencia y muy enfermo" durante una visita informal. El enemigo en el extranjero demostroó ser tan intratable como la oposicioó n en casa. Desde la derrota de Austria en Sadowa en 1866, cada giro de los acontecimientos habíóa llevado a Prusia al borde de la guerra con Francia. Louis-Napoleon se encontroó atrapado entre Bismarck, quien sostuvo que "la organizacioó n general de Alemania" requeríóa un banñ o de sangre colectivo, y una poblacioó n francesa indignada por el autoengrandecimiento prusiano pero soó lidamente ordenada contra medidas que podríóan haber dado a Francia una respuesta desalentadora, notablemente el servicio militar universal. La vida privada no ofrecioó escapatoria a sus dilemas. Mientras se volvioó maó s indeciso, Eugeó nie se volvioó maó s belicosa. ¿Su hijo alguna vez gobernaríóa si su esposo no hiciera campanñ a? Charles Oman, el historiador ingleó s, deja en claro coó mo estaba el asunto en su descripcioó n de una ceremonia que presencioó cuando era un ninñ o de vacaciones en Francia. "El Príóncipe Imperial, entonces un ninñ o de doce anñ os, era un cadete, y debíóa ejercitar una companñ íóa de otros cadetes de su edad en la grava frente al Palacio," escribioó . En un banco que daba a la gravilla estaba sentado un anciano muy cansado, bastante encorvado, y parecíóa decididamente enfermo. No creo que deberíóa haberlo reconocido, sino por su bigote puntiagudo. No era nada aterrador con un sombrero alto y una levita muy ajustada . . . Detraó s de eó l estaba la emperatriz Eugeó nie, una figura espleó ndida, recta como un dardo, y para mis joó venes ojos era la cosa maó s hermosa que jamaó s habíóa visto . . . Llevaba un vestido de seda en blanco y negro a rayas de cebra, con faldas muy llenas, [y] un bonete en blanco y negro. Pero era la forma en que usaba su ropa, y no las sedas mismas, lo que impresionoó al espectador, joven o viejo . . . La Emperatriz era una figura dominante, y dominaba a todo el grupo en la terraza — el Emperador, acurrucado en su asiento, era un espectaó culo muy secundario. Ella parecíóa extremadamente satisfecha y segura de síó misma 347Literalmente, "Las fantásticas cuentas de Haussmann," una obra de teatro sobre Les Contes fantastiques d'Hoffmann (Los cuentos de Hoffmann), contes y comptes son homónimos.
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Flaubert: Una vida — Frederick Brown mientras miraba las pequenñ as maniobras abajo. Su hijo, el Príóncipe Imperial, . . . ejercitoó a su pequenñ o rebanñ o con total eó xito y ni un solo enganche o vacilacioó n. Su madre se posoó sobre eó l. Los chicos se marcharon, y los espectadores se separaron despueó s de entregarse a un pequenñ o Vive l'Empereur.
Es posible que Louis-Napoleon pensara que, comparada con la enorme y bien engrasada maó quina del rey Wilhelm, su ejeó rcito no podíóa ser maó s grande que esta diminuta banda. Un intento de reforma produjo una reserva manifiestamente inadecuada para la batalla. El estado mayor general carecíóa de cohesioó n. La legislatura habíóa reducido el presupuesto de defensa. Pero entre los patriotas, una creencia míóstica en la leyenda napoleoó nica, la valiente retoó rica y la fe exorbitante en el nuevo fusil chassepot superaron la evidencia que aconsejaba contra la fuerza de las armas. A medida que aumentaba la evidencia, la fiebre de la guerra se extendioó , hasta que al joven Charles Oman le parecioó , al menos, que Francia era una gran plaza de armas. "En Francia parecíóa haber bandas y pancartas o exhibiciones militares casi todos los díóas, . . . congresos de orfeonistas con bellas liras en sus estandartes, o de bomberos con magníóficos cascos de latoó n," recordoó . "Los soldados estaba en todas partes, muy llamativos por su uniforme multicolor y en ocasiones fantaó sticos: . . . el soldado de los Cent Gardes — los cien jinetes — en el cielo azul maó s brillante, con coraza y casco de acero; las pieles de oso de los granaderos de la Guardia Imperial; los calzones blancos y las polainas negras de los veteranos originales de Napoleon I; los Zuavos de la Guardia con sus sombreros flojos con borlas y sus enormes calzones holgados, con encaje amarillo sobre sus absurdamente pequenñ as chaquetas cortadas." EÁ mile Zola interrumpíóa regularmente la extravagancia con un memento mori en La Tribune, y pronosticaba que, a menos que Francia se calmara, el elenco de actores multicolores pronto seríóa un esqueleto indistinguible. En el Díóa de Todas las Almas de 1868 lloraba a los franceses que habíóan caíódo en batalla por toda Europa y se imaginaba a una anciana desprovista de su hijo explorando el horizonte en busca de Sebastopol. Los caíódos fueron evocados nuevamente en julio de 1869, cuando los trabajadores comenzaron a decorar los Campos Elíóseos con oriflama para celebrar el centeó simo aniversario del nacimiento de Napoleoó n I. "La administracioó n no debe reunir a los raó pidos sino a los muertos," proclamoó Zola. "Deberíóa hacer sonar el llamado a las armas en toda Europa, en Italia, en Espanñ a, en Austria, en Rusia. Y de todos estos campos de batalla, las hordas aumentaríóan. Ah, queó reunioó n tan festiva seríóa, una reunioó n de los masacrados. Paríós seríóa demasiado pequenñ o." Flaubert imaginoó un movimiento regresivo hacia la guerra racial. La inminente matanza, escribioó a George Sand en julio de 1870, ni siquiera tendríóa un pretexto. "Es el deseo de luchar por su propio bien." Si Zola y Flaubert hubieran leíódo el diario del ministro de Asuntos Exteriores, habríóan encontrado lo opuesto al belicismo. "Quiero la paz, y tambieó n Francia," escribioó el conde Napoleon Daru al asumir el cargo. "Nuestra políótica es mantener el status quo; para lograr esto, evitemos molestar a Europa. Debemos evitar hacer "preguntas", y si surgen, ignoó remoslas de inmediato." Pero su observacioó n de que Prusia, tambieó n, queríóa la paz revela una ignorancia singular de las molestias que Bismarck estaba tomando para fabricar un casus belli. Los eventos pronto lo desilusionaron. Bismarck tendioó una trampa en julio de 1870 cuando prevalecioó sobre el pariente Leopold del rey 384
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Wilhelm para presentar su candidatura para el trono vacante de Espanñ a, sabiendo muy bien que Francia no podíóa permitirse ser intercalada entre los Hohenzollerns. Lo que siguioó podríóa haber sido escenificado por Giraudoux en una versioó n de La Guerre de Troie n'aura pas lieu del siglo XIX. Leopold retiroó su candidatura a instancias de Wilhelm, pero el sucesor de Daru, el duque de Gramont, un catoó lico militante animado por el odio de la Prusia protestante, pensoó que Louis-Napoleon deberíóa obtener de Wilhelm la promesa de no volver a poner a Leopold adelante. Wilhelm estuvo de acuerdo. Bismarck luego se puso a trabajar y, con una edicioó n maliciosa de un telegrama enviado desde el spa en Ems, hizo que el acuerdo pareciera una negativa rotunda. Aun asíó, Louis-Napoleon y Ollivier habríóan dado a la diplomacia otra oportunidad. Ellos no pudieron. Inflamados por la prensa, que generalmente denuncioó la "bofetada en la cara" de Prusia, los parisinos asaltaron las calles exigiendo satisfaccioó n. Eugeó nie hizo saber que no se podíóa evitar la guerra "si se cuidoó del honor de Francia." En el Díóa de la Bastilla, el gabinete se reunioó y, despueó s de cinco horas, autorizoó a Leboeuf, ministro de la guerra, a ordenar la movilizacioó n. El ejeó rcito, declaroó Leboeuf con una floritura retoó rica que barrioó hechos inconvenientes, fue preparado "hasta el uó ltimo botoó n de fuelle". (El ejeó rcito prusiano superaba a los franceses en varios cientos de miles y teníóa artilleríóa superior). Dos díóas maó s tarde, los legisladores votaron fondos para la guerra. Cuando Adolphe Thiers, el ex primer ministro, intentoó argumentar contra la histeria nacionalista, fue interrumpido por colegas de todas las tendencias políóticas; luego se unioó a la mayoríóa. Solo 10 de 255 en el parlamento objetaron. Se necesitoó coraje para hacerlo. La gran multitud que se habíóa congregado frente al Palais Bourbon, derramanda sobre el puente y trepaó ndose sobre las estatuas, se volvioó loca cuando se difundioó la noticia del voto de la legislatura. Se recordoó a un espectador que la freneó tica poblacioó n de la antigua Roma subíóa por la tribuna de las Vestales en el Coliseo para exigir la ejecucioó n de un gladiador. En una carta a George Sand, Flaubert infelizmente refrendoó la verdad de la maó xima de Plauto, citada por Hobbes, que "el hombre es un lobo para el hombre" — homo homini lupus — y comenzoó la tercera y uó ltima versioó n de La Tentation de Saint Antoine. Tan pronto como se declaroó la guerra contra Prusia, el 19 de julio, llegaron noticias de Roma de que un Consejo del Vaticano habíóa votado para reconocer la infalibilidad doctrinal del Papa. Los votos fueron emitidos durante una violenta tormenta eleó ctrica, que algunos tomaron como una expresioó n divina de protesta contra la nueva idolatríóa.
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XX Años de Guerra LOS COCHEROS DE ALQUILER en el barrio del Parc Monceau, la Bibliotheè que Impeó riale y la Bibliotheè que de l'Institut reconocieron a Gustave Flaubert durante el geó lido invierno de 1869-70. Viajaba regularmente entre su piso de la rue Murillo y esos dos grandes depoó sitos, con una salida ocasional a la Bibliotheè que de l'Arsenal. Cuando no estaba incapacitado por brotes recurrentes de gripe, organizando un beneficio para recaudar dinero para el monumento de Louis Bouilhet, o durmiendo, lo cual hizo mucho, pasoó su tiempo leyendo esoterismo. La Tentation de Saint Antoine lo envioó de regreso al Egipto del siglo cuarto y credos teoloó gicos comparables en su profusioó n a las utopíóas engendradas durante la deó cada de 1840. Su bibliografíóa fue estupenda. Incluíóa la historia del gnosticismo de Jacques Matter, el diccionario de herejíóas del abad Pluquet (Mémoires pour servir à l'histoire des égarements de l'esprit humain par rapport à la religion chrétienne)348, De haeresibus de San Agustíón, el trabajo de Adolphe Franck sobre la Kabbalah, Contra octoginta haereses opium eximium de Saint Epiphanius, la narracioó n de Filostrato de los viajes y milagros de Apolonio de Tyana, la historia de maniqueíósmo de Isaac de Beausobre, la monografíóa enciclopeó dica de Le Nain de Tillemont sobre la historia eclesiaó stica de los primeros seis siglos, La Decadencia y Caída de Gibbon, la historia de dogmas Cristianos de Eugeè ne Haag, La Crítica de la razón pura de Kant. Para George Sand, se quejoó de la terrible experiencia de arar a traveó s de las enfrascadas Enréads de Plotino, las seis secciones de la misma. En marzo, se le pidioó a Alfred Maury que lo ayudara a encontrar material sobre Las Revelaciones de San Pacoma y un manuscrito copto titulado Pistis-Sophia. Sand pensoó que podríóa estar exagerando. EÁ l pensoó lo contrario. "¡No, mi querida y bondadosa Maestra!," replicoó . "Lo que necesito ahora no es aire rural sino trabajo." 348Memorias para servir a la historia de los errores del espíritu humano en relación con la religión cristiana.
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Una desolacioó n peor que cualquier cosa que recordara lo hizo vulnerable a la enfermedad y al agotamiento. Puede que no haya sido hasta que el ruido sobre L'Éducation sentimentale disminuyoó que la ausencia de Bouilhet comenzoó a hundirse. Bouilhet habíóa sido la audiencia para la que escribioó sus libros y la partera que los entregoó , le dijo a George Sand. "EÁ l entendioó mi pensamiento maó s claramente que yo. Su muerte ha dejado un vacíóo del que me vuelvo maó s sensible todos los díóas." Flaubert siguioó trabajando, leyendo un texto recoó ndito tras otro, como para rellenar el lugar vacíóo con erudicioó n o sellarlo hermeó ticamente de la vida, pero bostezoó cada vez maó s. En el sentido figurado, todas sus cartas, especialmente las de Sand, teníóan un negro borde de pesar. Dormíóan en su soledad intelectual, su "melancolíóa negra," su malhumor, su misantropíóa. Tendríóa cincuenta anñ os en 1871, pero la vejez estaba sobre eó l incluso antes de que hubiera completado su medio siglo, se lamentoó . "No lo tendreó ." Sand protestoó . "No estaó s entrando en la vejez. Aquíó no existe la vejez en el sentido de 'malhumorado' y 'misaó ntropo.' Por el contrario, cuando uno es bueno, uno se vuelve mejor, y como tuó ya eres mejor que la mayoríóa, te volveraó s exquisito. Ademaó s, te jactas cuando te representas a ti mismo como enfadado con 'todo y todos.' Eres incapaz de hacerlo. Ante la tristeza eres vulnerable, como todas las almas tiernas. Los duros son aquellos que no aman. Nunca seraó s duro, para tu creó dito. Tampoco deberíóa uno vivir solo. Cuando te hayas recuperado, debes abrazar la vida y no administrar tu fortaleza solo para ti." Su mensaje no sonoó con su devocioó n a las luchas de un anacoreta del desierto. George Sand esperaba que la primavera cambiara las cosas para mejor. Tuvo el efecto opuesto. Croisset, donde Flaubert se restablecioó en mayo, podríóa haberlo ayudado a curarlo fíósicamente, pero el costo emocional de su trabajo arruinoó el placer de caminar por el bosque, nadar en el Sena y copiosas comidas. Dejoó de lado La Tentation para escribir un prefacio para los poemas poó stumos de Bouilhet y se encontroó pensando incesantemente sobre el poeta mismo. Croisset estaba lleno de recuerdos de su indispensable amigo. "Aquíó me encuentro con su fantasma detraó s de todos los arbustos, en el sofaó de mi estudio, incluso con mi ropa, en las batas que le prestaba," confesoó Flaubert a Edmond de Goncourt el 26 de junio de 1870, cuatro díóas despueó s de asistir al funeral de Jules en el cementerio de Montmartre. Un lamento similar llegoó a Caroline Commanville en Luchon, el balneario de los Pirineos, donde un paisaje espectacular no logroó distraerla de su matrimonio sin amor. "Mi vida ha sido completamente trastornada por la muerte de Bouilhet. ¡Ya no tengo a nadie con quien hablar! ¡Es difíócil!" No mucho de lo que eó l decíóa todos los díóas impresionoó a Mme Flaubert, que se habíóa vuelto bastante sorda. En total, la anciana senñ ora hablaba de poco maó s que de sus dolencias y de la fortuna familiar, que era menos soó lida que nunca, aunque apenas desperdiciada. Ella se quejoó de que los vendedores estaban aprovechando su extrema negligencia para robarles a ciegas. Las cuentas llovíóan sobre ella "como tejas del techo." ¿Podíóa permitirse reemplazar a la sirvienta soltera que habíóa sido despedida despueó s de quedar embarazada, sin disculparse, por segunda vez en tres anñ os? Flaubert esperaba mejorar sus finanzas preguntaó ndole a Michel Leó vy los pocos miles de francos que el editor habíóa dicho que no discutiríóa si L'Éducation sentimentale ganaba dinero. Su conversacioó n solo anñ adioó orgullo herido a la soledad. El hecho de que L'Éducation hubiera perdido dinero era irrelevante, pensoó Flaubert. ¿Las ganancias de Madame Bovary no justificaron su pedido? Y, en cualquier caso, ¿queó eran cuatro mil 387
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francos para Leó vy, que estaba construyendo nuevas oficinas para la firma en la rue Auber, cerca de la Opeó ra? "¿Te imaginas, que propuso prestarme tres o cuatro mil francos, sin intereses, siempre que mi proó xima novela le pertenezca en los mismos teó minos, es decir, ocho mil francos por volumen? le gritoó en una carta a George Sand, quien le habíóa dicho a Leó vy que Flaubert estaba corto de dinero en efectivo. Si no lo dijo una vez, lo dijo treinta veces: "¡Estoy haciendo esto para complacerlo, mi palabra de honor!" Entonces, su generosidad, sus tiernos sentimientos por míó se reducen a esto, un avance en mi proó ximo libro, con una tarifa fija por adelantado . . . EÁ l debe pensar que soy un verdadero idiota, ya que no traicioneó mi asombro. Dije que lo consideraríóa, pero no hay consideracioó n que dar. No me faltan amigos, empezando por ti, que me prestaríóa dinero sin intereses. Gracias a Dios que no ha llegado a eso . . . Estoy contento de repetir, con Athalie, "Dios de los judíóos, ¡has ganado el díóa!"
Su respuesta fue maó s sensata que su queja. "¿Queó esperas? El judíóo siempre seraó judíóo," ella comenzoó , apaciguaó ndolo con una difamacioó n que reflejaba el prejuicio antisemita comuó nmente compartido por los socialistas del siglo XIX sin infringir su afecto por Leó vy.349 Podríóa haber sido peor. Comproó un volumen de ti, el contrato no explicaba las cosas claramente. Si hubiera estado tan dispuesto, podríóa haberte dado solo diez mil francos y haber dicho que el resto del manuscrito tambieó n era suyo. Honestamente, no esperaba dos voluó menes, porque se sorprendioó cuando lo mencioneó , y al principio, en un momento de descuido, soltoó : "Pero en ese caso son veinte mil francos." Debe haberse dado cuenta, al volver a pensarlo, que el contrato deja mucho a su discrecioó n; nunca lo escucheó repetir esa cifra en conversaciones posteriores . . . Asíó que ahíó estaó , te ha pagado dieciseó is mil y no quiere pagar maó s. Todavíóa espero llevarlo, pero tomaraó algo de tiempo.
Cuando Sand le ofrecioó todo lo que necesitaba, se negoó con gratitud, ya que el doctor Cloquet le habíóa prestado tres o cuatro mil francos, y su sobrino Ernest Commanville, que ahora se ocupaba de sus asuntos financieros, de alguna manera habíóa desterrado varios miles maó s de su propia cuenta. Estaba decidido a romper con Leó vy. "Ni siquiera voy a responderle. Estas peleas son muy perturbadoras . . . Prefiero vivir menos bien y dar dinero sin pensar en nada." De hecho, encontraríóa otro editor, pero, como veremos, el futuro no hizo nada para resolver un conflicto interno entre el "burguesoó fobo" que medíóa su fuerza por las negaciones en eó l y la burguesíóa para quien el dinero discutíóa la virilidad, entre tanto, Flaubert estaba sufriendo la humillacioó n de la dependencia y Flaubert explotaba la generosidad de uno de sus padres. Podíóa separarse maó s faó cilmente de Leó vy que de sus 349Un artículo del ex mentor de Sand, Pierre Leroux, ilustra el punto. Titulado "Judíos como reyes de la época", invoca nostálgicamente la era de la gloria napoleónica. "¿Soy entonces tan antiguo como Methusalén? ¡Solo tengo cincuenta! ¡Solo cincuenta años separan las victorias de nuestros padres y las hazañas notables de M. de Rothschild! ¿Son concebibles tales giros? El verdadero sucesor de Napoleón es el judío, quien, con los ojos secos y con un alma movida solo por la pasión por la ganancia, previó el futuro cuando el presente colgaba en equilibrio en Waterloo, y quien interpretaba las Sagradas Escrituras a su manera, diciéndose a sí mismo: los frutos de la victoria no serán recogidos por quienes luchan aquí, sino por quienes lucharán mañana en la Bolsa de Valores de Londres."
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demonios nativos. "¡Oh! ¡Coó mo me gustaríóa dejar de pensar en mi pobre yo!" protestoó a George Sand el 2 de julio. "Me siento perdido en el desierto." Cinco meses despueó s, una fuerza siniestra lo sacoó de su estudio y lo distrajo de Bouilhet, Leó vy y Saint Anthony. Hablaba alemaó n. Cuando Louis-Napoleon, sufriendo terriblemente por los caó lculos, llegoó a Metz el 28 de julio para tomar el mando del ejeó rcito, se asumioó en ambos lados que Francia marcharíóa primero. "Cualquiera que sea el camino maó s allaó de nuestras fronteras," dijo a las tropas en su Orden del díóa, "nos toparemos con las pistas gloriosas de nuestros padres. Vamos a demostrar que somos dignos de ellos. Toda Francia nos sigue con sus oraciones fervientes, y los ojos del mundo estaó n sobre nosotros. El eó xito de la libertad y la civilizacioó n depende de nuestro eó xito." Su retoó rica sonoó vacíóa, sobre todo porque el invaó lido apenas podíóa sentarse sobre un caballo y mucho menos desarrollar su capacidad para ser el comandante general. Ni eó l ni sus comandantes — Bazaine, MacMahon — teníóan nada que ver con la inteligencia militar y la voluntad dominante del conde Helmuth von Moltke, que convirtioó la confusioó n de Francia en victorias tempranas, primero en Wissembourg, luego en Froë schwiller, donde, por una cuenta, cayeron los soldados con sus chaquetas azul claro y yacíóan tan apretados que el campo de batalla parecíóa un campo de lino. Despueó s de varios combates maó s feroces en los que la artilleríóa ganoó el díóa, las tropas alemanas habíóan ganado un camino abierto a traveó s de las montanñ as de los Vosgos en Lorena. Mientras tanto, otro ejeó rcito alemaó n habíóa avanzado sobre Metz y sus inmensas fortificaciones desde Saarbruë cken, lo que obligoó al desconcertado personal general franceó s a improvisar estrategias defensivas. Una semana despueó s de su invocacioó n de las Grandes Sombras, el emperador — un hombre derrotado que, como un testigo escribioó , parecíóa "muy viejo, muy debilitado y que no poseíóa nada del líóder del ejeó rcito" — se habríóa retirado a Paríós, Eugeó nie no lo desalentoó . "¿Has considerado todas las consecuencias que seguiríóan a tu regreso a Paríós bajo la sombra de dos reveses?" objetoó la emperatriz. En cambio, dejoó al general Bazaine al mando y acampoó en Chalons-sur-Marne, en Champagne, donde se iba a formar un nuevo ejeó rcito del Rin a partir de reclutas, batallones del Garde Mobile y restos del cuerpo desmoralizado de Mac-Mahon, que escapoó por poco del movimiento de pinza alemaó n. Bazaine nunca llegoó al oeste con sus 154,000 hombres. Moltke luchoó contra eó l en Gravelotte, lo condujo de regreso a Metz y separoó varios cuerpos para mantenerlo embotellado allíó mientras giraba en masa hacia una confrontacioó n decisiva en el Meuse. Las cartas de Flaubert solo dejan una cosa clara, que la niebla de la guerra oscurecioó cualquier entendimiento en el frente domeó stico de estos eventos calamitosos. "¡No hay noticias del ejeó rcito!" le escribioó a su sobrina desde Paríós durante la segunda semana de agosto, cuando eó l y Michel Leó vy estaban discutiendo una edicioó n poó stuma del verso de Bouilhet. "Vengo de la plaza de la Concordia. Todo estaó en calma ¡Pero la actitud alegre de los parisinos es indescriptible! Estoy indignado. Los rumores maó s contradictorios estaó n circulando. Todo lo que uno puede decir con certeza es que todos estaó n tambaleaó ndose. Y en queó líóo tan espantoso estamos metidos . . . En cuanto a los consejos, solo tengo uno para darte: ¡Prudencia!" Una semana despueó s, el 17 de agosto, informoó a George Sand que esperar noticias habíóa hecho imposible la escritura y la 389
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lectura. Para entonces, el pesimista hobbesiano se habíóa convertido en un patriota fanfarroó n frustrado porque no podíóa portar armas, y decidioó servir como enfermero voluntario en el Hoô tel-Dieu de Achille. "Si Paríós estaó sitiada, ireó allíó y disparareó . Mi rifle estaó preparado," escribioó a Sand. "Pero hasta entonces estoy en Croisset donde debo permanecer." Predijo, con precisioó n, que una guerra "social" seguiríóa al conflicto con Alemania. "Ahíó es donde el sufragio universal, un nuevo Dios que encuentro tan estuó pido como el anterior, nos habraó llevado." El díóa antes de que Flaubert escribiera a Sand, Louis-Napoleon llegoó a Chalons, donde eó l y su estado mayor perdieron un tiempo precioso equilibrando la exigencia políótica con la loó gica militar. La gran pregunta era si marchar hacia el este una vez maó s y de alguna manera unirse con las fuerzas ordenadas por Bazaine, o abandonar AlsaciaLorena y recurrir a Paríós. Maó s indeciso que nunca, Louis-Napoleon ordenoó una retirada por consejo del estado mayor, que pensoó que Bazaine podríóa no escapar de su posicioó n asediada, y luego se retractoó a instancias de Eugeó nie, quien lo dio a conocer a traveó s del ministro de guerra, Palikao, que Paríós se alzaríóa contra el Imperio a menos que saliera victorioso de la batalla. La caballeríóa alemana avistada cerca de Chalons obligoó al ejeó rcito a retirarse a Reims, a unos cincuenta kiloó metros de allíó, pero allíó 130,000 hombres se quedaron paralizados, como una antigua horda en espera de divinos presagios. Mac-Mahon finalmente tomoó el asunto en sus manos y volvioó a emitir la orden de retirarse, por lo que la posibilidad le jugoó sucio. Apenas se redactoó la orden, llegoó un mensaje informaó ndole que Bazaine esperaba liberarse. Este anuncio optimista alteroó todo. Si Bazaine pudiera liberarse de Metz, el asunto ya no seríóa marcharse a su alivio sino unirse a eó l en la batalla. Mac-Mahon inmediatamente dio media vuelta y dio oó rdenes para que se cancelara la retirada hacia el oeste. Columnas mal entrenadas y mal abastecidas se dirigieron hacia el este a traveó s de la meseta de tiza de Champagne hacia los camaradas fantasmas. Despueó s de tres díóas su situacioó n se volvioó desesperada. Mientras abundaban los informes sobre la presencia de un enemigo, no se veíóa nada de Bazaine, que de hecho nunca se habíóa aventurado fuera de su posicioó n fortificada. Acosado por las tropas sajonas que salíóan del bosque de Argonne, MacMahon se vio cortado por tres lados, y cuando decidioó huir hacia el norte, hacia Beó lgica, el gobierno lo prohibioó . Palikao no pensoó que la prudencia fuera la mejor parte del valor. "Si abandona a Bazaine," advirtioó , "la revolucioó n estallaraó en Paríós y usted mismo seraó atacado por toda la fuerza enemiga . . . Tiene al menos treinta y seis horas de marcha sobre el príóncipe heredero [Frederick William de Prusia], tal vez cuarenta y ocho; no tiene nada delante de usted, sino una parte deó bil de los contingentes que bloquean a Metz . . . Todos aquíó hemos sentido la necesidad de liberar a Bazaine, y la ansiedad con la que seguimos sus movimientos es intensa." Donde la políótica dictaba la estrategia militar, el resultado fue la autoinmolacioó n. La caballeríóa alemana observoó desde lejos coó mo los soldados de Mac-Mahon avanzaban sin saber adoó nde ni por queó . Un primer combate desastroso ocurrioó el 30 de agosto en Beaumont, cerca del ríóo Meuse. Al díóa siguiente, otras unidades cruzaron el Meuse cinco millas ríóo abajo, a la vista de una ciudad fortificada llamada Sedaó n, que estaba acunada entre marismas y laderas boscosas. Allíó, en lo que eó l veíóa como una posicioó n eminentemente defendible, Mac-Mahon declaroó que sus hombres deberíóan descansar. Y allíó, en lo que Moltke sabíóa que era una trampa gigantesca, murieron por miles cuando la artilleríóa alemana les arrojoó proyectiles desde las bateríóas de las cumbres. El 1 de 390
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septiembre de 1870, despueó s de doce pulverizadoras horas de bombardeo, Napoleon III izoó la bandera blanca. En un mensaje al rey de Prusia, entregoó su espada y cumplioó con la solicitud de que invistiera a un oficial con todo el poder para negociar la capitulacioó n del ejeó rcito. Moltke luego ordenoó a sus propias tropas marchar sobre Paríós. Un díóa antes, el 31 de agosto, Flaubert habíóa asegurado a un amigo por correspondencia no identificado que la marea aparentemente estaba favoreciendo a Francia. "Un prisionero que escapoó de las manos de los prusianos le dio a uno de mis amigos una excelente noticia esta manñ ana," escribioó . "Mac-Mahon y Bazaine han ganado la partida. Este uó ltimo ha hecho maravillas durante la uó ltima quincena." Louis-Napoleon habíóa caíódo, pero todavíóa no Francia. En Paríós, una recreacioó n de 1848 tuvo lugar el 4 de septiembre. Una vez maó s, el populacho invadioó el Palais Bourbon. Una vez maó s diputados de la izquierda (que se oponíóan a un consejo de regencia, bajo Eugeó nie) partieron hacia el Hoô tel de Ville, vadearon a traveó s de una inmensa multitud y declararon a Francia una repuó blica. Al igual que la familia de Orleó ans, Eugeó nie huyoó a Inglaterra, donde Louis-Napoleon, despueó s de seis meses de prisioó n, se uniríóa a ella en la mansioó n georgiana de tres pisos que ocupoó en Chislehurst, no lejos de Greenwich. Su primo, el príóncipe Napoleon-Jeó roô me, lo habíóa precedido y establecido en Londres como consorte de una ramera bien viajera llamada Cora Pearl. El 3 de septiembre, un díóa antes de que el Gobierno de Defensa Nacional tomara el poder, la Princesa Mathilde, acompanñ ada por dos sirvientes, salioó de su casa en la rue de Courcelles. En Dieppe, Dumas hijo, que pasoó los veranos cerca, le aconsejoó que no abordara el vapor del Canal, ya que seguó n los informes, los inspectores estaban vigilando despueó s de tomar el equipaje que se creyoó era el suyo. ¿Conteníóa ciertos objetos preciosos y una placa de plata anteriormente oculta para ella en Croisset? Se rumoreaba que las aduanas encontraron una gran fortuna, cuarenta o cincuenta millones de francos, y el Journal de Rouen, entre otros perioó dicos, publicoó este embuste. Lo uó nico que Mathilde recordaba era una carrera hacia la frontera belga, que cruzoó hacia Mons con un uó nico bauó l de lino. Ademaó s de sus fotos y joyas, la mayoríóa de los objetos de valor se habíóan quedado en su casa de la ciudad y en Saint-Gratien, donde los oficiales alemanes se pusieron coó modos. El 7 de septiembre, cuando Mathilde residíóa en Mons, Flaubert le envioó un mensaje a traveó s de Claudius Popelin, su amante maó s reciente. Pasaron los díóas esperando la palabra del frente, informoó . Queó noticias parecíóan indicar que el viento estaba cambiando a favor de Francia, y Flaubert, siempre en guerra con el epileó ptico que no podíóa salir, rugioó con maó s fuerza. Lo que me tranquiliza es que nadie estaó pensando en la paz. Si los prusianos llegan a Paríós, seraó formidable. Toda Francia se apresuraraó a la capital. ¡Es mejor que este paíós sufra la extincioó n que ser humillado! Pero los conquistaremos, los llevaremos de vuelta maó s allaó del Rin, al ritmo de los tambores. Los hombres burgueses maó s pacíóficos, hombres como yo, estaó n perfectamente resueltos en nuestra determinacioó n de morir antes que rendirnos. ¡Quieó n hubiera dicho eso hace seis meses! Lo que sea que venga de todo esto, otro mundo comenzaraó . Y me siento demasiado viejo para aprender nuevas formas.
Deplorando la fragilidad del orden civilizado de la humanidad mientras expone con orgullo un mito genealoó gico que justifica su afirmacioó n de líóneas de sangre salvajes, 391
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habloó a favor y en contra de la guerra sin temor a la contradiccioó n. Una carta a George Sand escrita el mismo díóa que la de Mathilde es tíópica. "Uno debe acostumbrarse a lo que es el estado natural del hombre, es decir, al mal," comienza. Los griegos de la edad de Pericles crearon arte sin saber si tendríóan algo para comer al díóa siguiente. ¡Seamos griegos! Sin embargo, debo admitirte, querida maestra, que me siento maó s salvaje que el griego. La sangre de mis antepasados, los Natchez o los Hurones, 350 hierve en las venas literarias del hombre, y tengo un serio, sin sentido, animal deseo de pelear. ¡Intenta explicarlo! La idea de hacer las paces ahora me exaspera. Y preferiríóa que Paris fuera incendiada (como Moscuó ) antes que ver a los prusianos entrar en ella. Pero auó n no ha llegado a eso. He leíódo varias cartas ejemplares desde el frente. Un paíós en el que los soldados escriben tales cosas no puede ser simplemente tragado. Francia es un viejo y peleador garanñ on, y su espíóritu se mostraraó . . . Mi sobrino Commanville ha sido comisionado para hacer miles de cajas de galletas por díóa para el ejeó rcito, ademaó s de cabanñ as. Puedes ver que no estamos durmiendo aquíó arriba.
Despueó s del 4 de septiembre ya no era un enfermero voluntario que se preparaba para la llegada de bajas, sino un guardia nacional que tomaba lecciones de lo que llamoó "arte militar" para defender su municipio. Los vecinos lo eligieron teniente y eó l interpretoó el papel con entusiasmo. En los ejercicios junto al ríóo, su voz grande y sonora ladraba oó rdenes que debíóan haber cruzado el Sena. Un dibujo de Flaubert en un vestido holgado azul con un kepi mal encajado en su gran cabeza sugiere que el guerrero corte a una figura falstaffiana marchando a sus hombres de un lado a otro, o, hacia finales de septiembre cuando las tropas alemanas rodearon Paríós, guiaó ndolos en patrullas nocturnas a traveó s del bosque de Canteleu. "Justo ahora", le escribioó a Caroline, "Le di a 'mis hombres' una conferencia paternal, en la que les dijeron que cualquiera que se retirara encontraríóa mi sable atravesado en su estoó mago y que deberíóa ser tratado de la misma manera. ¡El viejo pataó n de tu tíóo se elevoó a alturas eó picas! ¡Queó cosa maó s extranñ a es el cerebro, especialmente el míóo! ¿Lo creeríóas ahora que me siento casi alegre? ¡Ayer reanudeó el trabajo en mi libro y volvíó a tener mi apetito! ¡Todo se desgasta, incluso la angustia!"351 Junto con un teniente subalterno y el capitaó n, informoó al alcalde de Canteleu que renunciaríóa a menos que se estableciera un tribunal para castigar la indisciplina. "No tenemos autoridad sobre nuestra lastimosa milicia." Para entonces, la situacioó n no justificaba la valentíóa. En la correspondencia, "estamos esperando a los prusianos" se convirtioó en un estribillo del fin del mundo. Solo un mes despueó s se lamentaba de que el resultado de todo esto seríóa un mundo de militarismo abyecto. Los alemanes sometieron y guarnecieron el cinturoó n del paíós entre Alsacia-Lorena y la Isla de Francia tan raó pidamente que Moltke comenzoó a considerar la posibilidad de jugar a cazar de regreso a casa en Prusia durante el otonñ o. Pensoó que sus hombres podíóan sentarse a una distancia segura del períómetro de la fortaleza de Paríós hasta que 350El "Hurón" se basa en la vida de un antepasado en su línea materna. Una rama de la familia se estableció en Canadá en el siglo diecisiete, los Lepoutrelles. Un Jean-François Le Poutrel de Bellecourt entró en el comercio de pieles. 351Un erudito, que no encontró ningún registro del servicio de Flaubert en los archivos departamentales, concluyó que nunca había sido miembro de la Guardia Nacional sino que había improvisado un escuadrón compuesto por un amigo médico llamado Fortin, un granjero, un zapatero y un barquero. Sin embargo, es muy poco probable que Flaubert hubiera perpetrado un engaño sobre Caroline.
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la ciudad sitiada se rindiera por hambre. Con el ejeó rcito de Bazaine aislado y con el de Mac-Mahon disuelto, ¿no estaba Francia, fuera del cerco, indefensa? Ni eó l ni Bismarck anticiparon uno de los segundos esfuerzos maó s notables en la historia de la guerra. El 7 de octubre, Leó on Gambetta, un famoso orador dinaó mico que fungioó como ministro del interior, escapoó de Paríós en globo, se unioó a otros ministros en Tours y, con el general de Freycinet, improvisoó un ejeó rcito completamente nuevo, el Ejeó rcito del Loira, que procedioó a expulsar a las tropas baó varas de Orleó ans. La alarma se extendioó a lo largo de la líónea de posiciones alemanas. El valle del Loira se convirtioó en un teatro de guerra, lo que obligoó a este gobierno provisional a trasladarse maó s al sur, en Burdeos. Este logro fue una vela parpadeando en la oscuridad. El 23 de octubre, Flaubert, que ciertamente no estaba solo trabajando bajo el error de que la guerra habíóa cobrado pocas vidas hasta entonces, le escribioó a la princesa Matilde que si Bazaine salíóa de Metz y el ejeó rcito del Loira marchaba a Paríós, la derrota auó n podríóa ser evitada. "Los parisinos se arrojaraó n colectivamente sobre el enemigo, no lo dudo." Los franceses teníóan suficientes canñ ones y hombres, afirmoó alegremente. Lo uó nico que les faltaba era Napoleon. "Lo que necesitamos son líóderes, un equipo con el mando completo. Ah, ¡por un hombre! ¡Un hombre! ¡Solo uno! ¡Un buen cerebro para salvarnos! En cuanto a las provincias, las considero perdidas. Los prusianos pueden desplegarse indefinidamente, pero mientras no se tome Paríós, Francia auó n respira." ¿Lo creíóa eó l? Quizaó s no, y en cualquier caso las ondas externas de guerra perturbaron su optimismo. Con las faó bricas cerradas y las granjas incendiadas, los desempleados y desposeíódos vagaban en bandas por el campo normando. Hubo díóas en que aparecieron trescientos o cuatrocientos en Croisset. Para empeorar las cosas, los parientes Bonenfant, once adultos y tres ninñ os, descendieron sobre eó l y se quedaron durante algunas semanas, primero en Croisset, luego en Rouen. Asediado desde afuera por mendigos que ocasionalmente se volvíóan desagradables y desde adentro por parientes afligidos, Flaubert no podíóa concentrarse en nada. "Queó jeque tan triste es Bonenfant," le grunñ oó a Caroline, que habíóa dejado a Dieppe por Londres ante la insistencia de Commanville. "¡El hombre ni siquiera puede cargar un paquete! [Se fue a Rouen y] Me siento mejor ahora que no puedo oíórlo toser, escupir y sonarse la nariz. EÁ l me despertaba por la manñ ana, a traveó s de las paredes. Sus ruidos llegaron a mi estudio desde la parte posterior del jardíón." 352 Auó n asíó, admitioó que ser invitados en estas circunstancias era tan doloroso como ser un anfitrioó n. Para muchos, la vela parpadeoó el 27 de octubre, cuando la rendicioó n de Bazaine liberoó a miles de tropas alemanas para servir en otro lugar. Los franceses mal entrenados a menudo se desempenñ aban bien en el frente del Loira y alrededor de Amiens, pero estos eran, en el mejor de los casos, campanñ as de inutilidad heroica. El asedio habíóa reducido a los parisinos al hambre, los canñ ones de Krupp seguíóan arrojando proyectiles a la capital desde kiloó metros de distancia, y las fuerzas alemanas marchaban inexorablemente por el valle del Sena y al oeste de Gisors, a traveó s de la llanura aluvial. Llegaron el 5 de diciembre. Veinticinco mil soldados franceses hambrientos y cansados hasta los huesos, pasaron la noche anterior reunidos frente al Hoô tel de Ville, 352Desde su viaje a Egipto, Flaubert usó el término jeque para significar, como él mismo lo definió, "un anciano inepto de medios independientes, bien considerado, bien establecido." La correspondencia de Flaubert con Caroline se hizo aleatoria en noviembre y diciembre, cuando Las tropas alemanas ocuparon la región de Caux y la normanda Vexin, interrumpiendo las rutas postales.
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esperando defender la ciudad. A las 5 a.m. su general los retiroó hacia Honfleur y abandonoó el consejo municipal, que incluíóa a Achille Flaubert, para decir a los furiosos Rouennais que consideraba que la resistencia con una divisioó n dispar era impensable. A media tarde, píófanos y tambores condujeron al Octavo Cuerpo de Ejeó rcito alemaó n por la rue de Beauvoisine hasta el Hoô tel de Ville, donde su comandante le mostroó al alcalde un mapa de la ciudad que indicaba la ubicacioó n de los alojamientos para ocho mil soldados. La infanteríóa se asignoó a las casas a lo largo del muelle, caballeríóa al Faubourg Cauchoise. Los nativos y los invasores se guisaríóan juntos, en una infamia. Para entonces, Flaubert y su madre, que apenas podíóan caminar, se habíóan mudado de Croisset para ocupar el piso de los Commanvilles en el quai du Havre. Ahora lo compartieron con dos soldados enemigos, lo cual no fue tan malo como compartir la casa en Croisset con diez dragones que, en su ausencia, terminaron ocupando cada habitacioó n. "Queó noche, la que precedioó nuestra partida de Croisset," le escribioó a Caroline el 18 de diciembre, sin saber si la carta viajaríóa a traveó s del Canal, pero necesitaba creer que la conversacioó n con el mundo exterior todavíóa era posible en un estado virtual de cerco. Los soldados alojados se comportaron tolerablemente bien. Intolerables eran las vainas de los oficiales alemanes que aranñ aban la acera, el relincho de los caballos alemanes, el trabajo obligatorio de ir a buscar heno. "Tiempo que no se gasta en hacer mandados para nuestros amos alemanes . . . se gasta en susurrar preguntas entre nosotros o llorar en un rincoó n. No nacíó ayer, y he sufrido grandes peó rdidas en la vida. Bueno, no fueron nada en comparacioó n con lo que estoy soportando ahora . . . ¡Queó verguë enza! ¡Queó verguë enza!" Las quejas de naó useas frecuentes pueden referirse al proó dromo de las crisis epileó pticas o a los efectos del bromuro de potasio. Su "cerebro adolorido" hizo que escribir cualquier cosa, incluso las cartas, fuera difíócil, le dijo a Caroline. Con todo eso, teníóa bajo su cuidado a una madre que se movíóa sobre el piso apoyada en los muebles, cuando se movíóa. El regreso de su sobrina se habíóa vuelto imperativo. Era su deber reunirse con ellos tan pronto como pudiera hacerlo de manera segura, afirmoó , y le dio a conocer el mensaje un mes despueó s, en teó rminos maó s recriminatorios. "Tu pobre abuela va de mal en peor. Hay díóas en que ya no habla (su cabeza le causa tanto dolor, dice ella). Ella se queja de que nadie le paga sus visitas, y cuando la gente lo hace, ¡ella no pronuncia una palabra! Si la guerra continuó a y tu ausencia tambieó n, ¡queó va a pasar! ¡Ah, queó desastrosa fue tu decisioó n de irte! No hubieó semos sufrido la mitad si hubieras permanecido." Dando otra vuelta al cuchillo, agregoó que la anciana a menudo se despertaba en la oscuridad de la noche llamando a su nieta con laó grimas en los ojos. Temeroso de que el danñ o se hubiera podido hacer en Croisset, donde su ayuda de caó mara, EÁ mile Colange, vigilaba, fue a ver y se cercioroó de que los apodados Hunos, no habíóan invadido su estudio excepto para tomar prestado libros, que encontroó desordenados en otras habitaciones. Cantidades de madera — estimadas en trescientos o cuatrocientos francos — habíóan sido quemadas. Con el trabajo en La Tentation suspendido, Flaubert se sintioó perdido, durmiendo incluso maó s tarde de lo normal y leyendo vagamente. Su cíórculo de amigos, cuando volvieron desde el exterior o desde el frente, incluíóa a Charles Lapierre, un periodista cuya esposa, Valerie, y su cunñ ada viuda, Leó onie Brainne, habíóan heredado el segundo diario de Rouen, Le Nouvelliste de Rouen, de su padre. Tambieó n incluyoó a Edmond Laporte, quien se mantendríóa leal a Flaubert en los proó ximos anñ os. Un hombre hecho a síó mismo mucho maó s cultivado que la 394
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mayoríóa de los hombres de esa descripcioó n, Laporte dirigíóa una faó brica de encajes en Grand-Couronne, cerca de Rouen, que habíóa restaurado a la prosperidad despueó s de convertirse en su director en 1859 a la edad de veintisiete. Once anñ os maó s joven que Flaubert, era un oíódo agradecido por la prosa brillante y una mente sobria para las finanzas. Luego estaba Achille Flaubert, a quien Gustave se acercoó durante esa difíócil coyuntura. Sobre todo, su hermano mayor vestíóa dos sombreros, ser cirujano jefe en el Hoô tel-Dieu y miembro del consejo municipal, que mediaba dolorosamente entre un senñ or extranjero y una poblacioó n hostil y explotada. En un momento dado se rumoreaba (falsamente) que habíóa sido asesinado por gamberros locales que disparaban hacia el Ayuntamiento. El 24 de enero, el duque de Mecklemburgo reemplazoó a Manteuffel en Rouen, y los temores de Flaubert de que la ocupacioó n podríóa empeorar con un nuevo amo demostraron estar bien fundados. Cientos de familias en el distrito de la clase trabajadora de Saint-Sever se vieron atrapadas en nichos cuando las tropas acantonadas llegaron por la noche. El intendente alemaó n exigioó que la ciudad, que normalmente consumíóa dieciseó is mil cabezas de ganado al anñ o, le proporcionara nueve mil por semana. Maó s caballos necesitaban maó s forraje. "¡Queó furia! ¡Queó desolacioó n!" gritoó Flaubert. "¡Esta espantosa guerra nunca termina! ¿Terminaraó cuando capitule Paríós? Pero, ¿coó mo puede rendirse Paríós? ¿Con quieó n querraó tratar Prusia? ¿Coó mo se establece un gobierno? Cuando contemplo el futuro, . . . Solo veo un gran agujero negro y me mareo." Todas sus preguntas fueron respondidas a su debido tiempo. El 17 de enero de 1871, el uó ltimo cuerpo del ejeó rcito franceó s remendado bajo la administracioó n provincial de Gambetta fue derrotado por las tropas del general von Werder cerca de Belfort, en el este. Despueó s de varias semanas de viajes clandestinos entre Paríós y Versalles, donde Bismarck habíóa establecido el cuartel general aleman, Jules Favre, ministro de relaciones exteriores, negocioó un armisticio el 28 de enero. Su disposicioó n central era que Francia, en elecciones libres, formaríóa un gobierno con el cual Alemania podríóa tratar. Cuando la palabra del armisticio llegoó a Burdeos, Gambetta se sintioó ofendido. Instruido para anunciar las elecciones del 8 de febrero, obedecioó , pero en un espíóritu de desafíóo. "En lugar de la Asamblea reaccionaria y cobarde que suenñ a el enemigo," decíóa un decreto colocado en las calles de Burdeos, "instalemos una Asamblea verdaderamente nacional y republicana, deseando la paz, si la paz asegura nuestro honor . . . pero capaz de desear la guerra tambieó n, listo para cualquier cosa en lugar de ayudar en el asesinato de Francia." La resistencia implacable a los alemanes, o la guerre à outrance, era para entonces la posicioó n de solo una pequenñ a minoríóa, excepto entre los parisinos de clase trabajadora y, en Alsacia-Lorena. Los franceses queríóan la paz, y Gambetta, honrando lo que reconocioó como la voluntad general, renuncioó a sus ministerios. Hasta el norte carros cargados de alimentos entraron en Paríós, que rindioó sus fortalezas perimetrales. Flaubert, que fulminoó contra la rendicioó n ("Francia es tan baja, tan deshonrada, tan desgraciada que deseo que desaparezca por completo"), puede que no haya entendido cuaó n afortunado habíóa sido hasta que, durante este intervalo, historias sobre el asedio lo alcanzaron a eó l desde Paríós. Despueó s de que Moltke rodeara la capital el 19 de septiembre, muchos escritores y artistas se unieron para defenderse unieó ndose a la Guardia Nacional (ya no como una reserva burguesa). Manet fue comisionado teniente 395
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y sirvioó en la artilleríóa con el pintor Ernest Meissonier, famoso por sus escenas de batalla. Degas viajaba entre Montmartre y un emplazamiento de artilleríóa en las fortificaciones exteriores a diez millas de distancia. Atrapados por un enemigo al que no podíóan enfrentarse, los hombres jugaban en la guerra pero murieron de hambre en serio, junto con varios millones de prisioneros cuyos suenñ os de rescate se convirtieron en un martirio de hambre. "Paseó todo el tiempo haciendo cola en la puerta de carniceros, panaderos, carboneros, marchando, de pie en las fortificaciones," relatoó un sobreviviente. "¡Queó existencia! Es increíóble, el sufrimiento que soportamos y las cosas que comimos. No quedaba nada en Paríós, sino morcilla negra y carne de caballo fibrosa, cara y seca, muy seca. Una papa era un milagro . . . Casi me comíó la cabeza de un perro, que el carnicero vendioó como ternera." Una vez que el cuarto de milloó n de ovejas que pastaban en el Bosque de Boulogne habíóa sido consumido, los parisinos comíóan pastel de rata, o si teníóan los medios de Victor Hugo, en oso sacrificado en el zooloó gico. Uno de los palacios gastronoó micos de Paríós, Voisin, sirvioó a Edmond de Goncourt embutido de elefante. La gente intentoó enganñ ar al hambre pasando largas horas en la cama. A principios de febrero, Paríós invadioó Burdeos, o al menos eso parecioó cuando los periodistas, poderosos corredores de bolsa, actrices y ricos socialiteó s, acudieron en masa al sur, algunos para observar la recieó n elegida Asamblea, que se reunioó en el Grand-Theó aôtre, otros para convalecer. La vida del Segundo Imperio se reanudoó despueó s de un mal momento. "Las calles estaban llenas de oficiales de todos los rangos y ramas," escribioó un testigo en esa ciudad, "con embaucadores alertados sobre la oportunidad . . . con vendedores pregonando un perioó dico ilustrado cuyo tíótulo, La Victoire, nos picoó en esos díóas de derrota. Los hoteles fueron tomados por la tormenta, los teatros estaban completos todas las noches. La poblacioó n de Burdeos crecioó cada hora, y casi todos los diputados llegaron antes de la reunioó n inaugural." Un diputado que llegoó tarde fue Victor Hugo. Aclamado en el camino de Paríós por las multitudes gritando: "¡Viva Victor Hugo! ¡Viva la Repuó blica!" Hugo encontroó a multitudes auó n maó s grandes en Burdeos, donde eó l, Louis Blanc, Gambetta y Clemenceau se unieron contra los conservadores rurales deseosos de comprar la paz a cualquier precio. Una minoríóa dentro del parlamento, estos incondicionales republicanos encontraron apoyo fuera y entre los Bordelais, cuyas manifestaciones se volvieron tan bulliciosas que la infanteríóa ligera y los guardias a caballo terminaron patrullando las calles. Los guardias a caballo estuvieron presentes el 28 de febrero, cuando Adolphe Thiers, elegido jefe ejecutivo diez díóas antes con el mandato de negociar un tratado de paz en Versalles, expuso los teó rminos draconianos de Bismarck. Por la noche era de conocimiento puó blico que Alemania queríóa Alsacia y Lorena, ademaó s de cinco mil millones de francos — una gran indemnizacioó n. El 1 de marzo, despueó s de escuchar protestas elocuentes, la legislatura cedioó . "Hoy es una sesioó n traó gica," escribioó Hugo en su diario. "Primero el Imperio fue ejecutado, entonces, ¡ay!, ¡la propia Francia! Votaron el tratado de Shylock-Bismarck." En su penuó ltima reunioó n en el Grand-Theó aôtre, la Asamblea, encabezada por una mayoríóa conservadora que temíóa a Paríós — donde tres revoluciones habíóan tenido lugar desde 1789 — votoó para reunirse el 20 de marzo en otro teatro, el Palacio de Versalles. Preocupado maó s por el enemigo que acampaba en Rouen que por la Asamblea, Flaubert, como de costumbre, deseaba una viruela en la casa de todos, maldiciendo a los prusianos, a los franceses y al espíóritu de militarismo que, seguó n eó l estaba seguro, se impregnaríóa en la sociedad de la posguerra. A George Sand le escribioó 396
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que cualquier ilusioó n que hubiera tenido sobre el progreso y el humanitarismo se habíóa extinguido. ¡Queó barbarie! ¡Queó paso atraó s! ¡Me molesta que mis contemporaó neos me hayan llenado con los sentimientos de un bruto del siglo XII! ¡Me estoy ahogando con la bilis! Estos oficiales [alemanes] con guantes blancos que aplastan espejos, que saben saó nscrito y se arrojan sobre el champaó n, que roban tu reloj y luego te envíóan su tarjeta de presentacioó n, esta guerra por dinero, estos salvajes sofisticados, son maó s horripilantes para míó que los caníóbales . ¡Y todo el mundo los va a imitar, va a ser un soldado! Rusia ahora tiene cuatro millones de ellos. Toda Europa estaraó en uniforme. Si tomamos nuestra venganza, seraó supremamente feroz, y ten en cuenta que eso es lo uó nico en lo que la gente pensaraó , vengaó ndose de Alemania, ¡nada maó s! Ninguó n gobierno se mantendraó a menos que explote esta pasioó n. Asesinato a gran escala seraó el objetivo de todos nuestros esfuerzos, ¡el ideal de Francia!
El fuego del revanchismo (venganza) que debíóa arder durante cincuenta anñ os e incinerar a millones en las trincheras de la Primera Guerra Mundial hizo que su carta fuera tristemente profeó tica. Lo que Flaubert no anticipoó , sin embargo, fue un holocausto enardecido por el revanchismo que establecioó el franceó s contra el franceó s. Este conflicto interno estaba mucho maó s cerca. Hacer de Versalles la sede del gobierno transmitioó un mensaje políótico desagradable para los republicanos, pero la consecuencia maó s inmediata fue la decisioó n de la Asamblea de poner fin a dos moratorias que habíóan aliviado el sufrimiento de los parisinos atrapados y desempleados desde septiembre de 1870: uno suspendioó el pago debido a pagareó s, el otro aplazoó el alquiler de una casa. Este movimiento difíócilmente podríóa haber sido maó s cruel. Cuando Paríós, empobrecida por el asedio, necesitaba ayuda, la Francia rural le mostroó un punñ o enviado por correo y los supervivientes de la artilleríóa prusiana se encontraron ahora condenados a la bancarrota, el desalojo o ambos. "Muy valientemente, pero no con impunidad, los parisinos sufrieron . . . las privaciones y las emociones del asedio," escribioó el vizconde de Meaux, un realista prominente. "Al principio, los provincianos no podíóamos razonar con ellos. Parecíóa como si ni siquiera hablaó ramos el mismo idioma y que fueron presa de una especie de enfermedad, lo que llamamos 'fiebre de la fortaleza.'" Al igual que M. de Meaux, que vio el orden patriarcal amenazado por salvajes ojos desorbitados, mucho y de otra manera, los legisladores humanitarios no permitieron que su humanidad les impidiera abolir el pequenñ o estipendio que alimentaba a la Guardia Nacional o autorizar a la casa de empenñ o estatal a vender el material depositado durante el asedio. Estas medidas, que prometíóan una mayor miseria a varios cientos de miles de habitantes de un paó ramo econoó mico, enajenaron la capital en masa. Los tenderos agobiados por la deuda, los trabajadores desempleados y los artesanos con herramientas empenñ adas hicieron una causa comuó n contra un enemigo mucho maó s vengativo por ser franceó s. De hecho, los soldados alemanes acampados en las afueras de Paríós se convirtieron en meros espectadores mientras el odio hacia el extranjero se volvíóa hacia adentro. Sin duda, la legislatura podríóa no haber sido tan ríógida si Paríós no hubiera desafiado su autoridad. Despueó s de las elecciones del 8 de febrero, los republicanos en Paríós habíóan presumido que los diputados provinciales de la Asamblea restauraríóan el gobierno monaó rquico, y su indignacioó n se expresoó a traveó s de la Guardia Nacional, que 397
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surgioó como un organismo cuasi políótico. El 24 de febrero, delegados de doscientos batallones de guardia ratificaron una propuesta para reemplazar a Francia como un estado centralizado con "colectividades" autoó nomas y confederadas. Jurando nunca entregar armas o reconocer a ninguó n comandante en jefe elegido por Thiers, esta contra-Asamblea de "federales" celebroó una manifestacioó n en el lugar de la Bastilla, donde debajo del monumento yacíóan los parisinos asesinados exactamente veintitreó s anñ os antes, el 24 de febrero de 1848. Los oradores arengaron a grandes multitudes, y durante tres díóas las bandas de la Guardia Nacional tocaron muó sica marcial, bajando sus estandartes al pasar junto a una Libertad envuelta en tela roja. Los regulares del ejeó rcito se unieron a ellos, junto con varios miles de "moó viles", que luego buscaron reclutar marineros en el cuartel naval al otro lado de la ciudad. Las autoridades se sintieron impotentes en el torbellino de lo que pronto se convirtioó en una revuelta a gran escala. Los policíóas ahora evitaban los distritos de la clase trabajadora, donde algunos habíóan sido atacados violentamente. Una muchedumbre obligoó al alcaide de la prisioó n de Sainte-Peó lagie a liberar a los manifestantes internados desde enero, y otra allanoó los cuarteles de la policíóa de Gobelins por su arsenal de rifles chassepot. El saqueo tuvo lugar durante todo el tiempo que la ciudad se armoó contra la invasioó n. Hasta que Bismarck acordoó no ocupar Paríós, los Guardias Nacionales observaron de cerca las bateríóas situadas en Montmartre y Belleville, listas para disparar, y los rumores de una entrada prusiana fueron anunciados por tambolireros que tocaban llamamiento a las armas. Los tambores tocaban en todas partes. Pero los sonidos menos siniestros tambieó n rasgaron el aire a finales de febrero y marzo, durante este interregno. Los vendedores aparecieron por miles mientras Paris llegaba a parecerse a una enorme kermes, mitad festiva y mitad belicosa. "En un extremo de la plaza frente al Ayuntamiento, en el lado del ríóo, embriagados soldados de la Guardia Nacional que llevan siemprevivas en sus ojales marchan hacia un tambor y saludan el viejo monumento con el grito de 'Vive la Reó publique,'" senñ aloó Edmond de Goncourt. "A lo largo de la rue de Rivoli, se pueden encontrar todos los productos imaginables exhibidos en la acera, mientras los vehíóculos transportan la muerte y el reabastecimiento en la calle: coches fuó nebres se cruzaban con carretas cargadas de bacalao seco." Una semana maó s o menos antes de que la Asamblea se estableciera en Versalles, Adolphe Thiers cabalgoó desde Burdeos en un gran revuelo, y su reaparicioó n fue una chispa contra la yesca. Aunque este elocuente provenzal habíóa luchado duramente contra Napoleoó n III, los franceses de la clase obrera lo odiaban por sus pecados anteriores al Segundo Imperio: todavíóa llevaba el sobrenombre de "Peè re Transnonain" casi cuarenta anñ os despueó s de la "masacre de la rue Transnonain," cuando siendo el ministro del interior de Louis-Philippe, habíóa ordenado al general Bugeaud que sofocara la insurgencia republicana. La gente tampoco habíóa olvidado su denuncia de la "multitud vil" en junio de 1848, cuando se produjo otra masacre, ni su defensa de una ley electoral con requisitos de residencia calculados para privar de derechos a doscientos mil parisinos. Es posible que Thiers se haya reducido desde entonces, pero el diminuto autor de varios libros sobre Napoleoó n I no habíóa revelado su creencia en lo sagrado de la propiedad privada. Con su metro y medio de estatura, argumentaba una visioó n políótica que acusoó al noó mada, al inmigrante, al socialista, a la multitud. La libertad era lo que eó l deseaba, proclamoó una vez, pero una libertad que protegíóa los 398
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asuntos de estado de la doble influencia de las cortes imperiales y las multitudes proletarias en lugar de la libertad de las facciones. Lejos de intentar apaciguar al nuevo gobierno de facto de Paríós — un Comiteó Central elegido por los doscientos batallones de la Guardia Nacional a mediados de marzo — Thiers resolvioó barrer a este grupo rebelde con un golpe de estado y subyugar a Paríós. Su objetivo principal era el parque de armas en lo alto de Montmartre, donde 171 canñ ones formaban una bateríóa formidable. Temprano en la manñ ana del 18 de marzo, el general Paturel acordonoó el bajo Montmartre entre Clichy y Pigalle, mientras las tropas dirigidas por el general Lecomte marchaban hacia el sur desde Clignancourt. La operacioó n funcionoó sin problemas hasta que tomaron las armas. Entonces quedoó claro que, dado que los regulares de Lecomte carecíóan de equipo para transportar artilleríóa pesada cuesta abajo, no se habíóa logrado nada, y la demora en convocar a los equipos equinos resultoó fatal. Al amanecer, Montmartre todavíóa dormíóa, pero dos horas maó s tarde el ejeó rcito se encontroó abandonado en un mar de aldeanos, entre los que las mujeres superaban en nuó mero a los hombres. Cuatro veces Lecomte ordenoó a sus hombres disparar, pero ellos no lo hicieron. Ni la Guardia Nacional ni el alcalde de Montmartre, Georges Clemenceau, podíóan controlar a la muchedumbre, lo que enfurecioó a Lecomte y a un general retirado llamado Cleó ment Thomas a quien la curiosidad lo habíóa atraíódo al boulevard de Clichy. "Todos gritaban como bestias salvajes, sin darse cuenta de lo que estaban haciendo," relatoó Clemenceau. "Observeó entonces ese fenoó meno patoloó gico que podríóa llamarse sed de sangre." Los cuerpos de ambos generales fueron encontrados al caer la noche acribillados a balazos. Para Thiers, los informes de tropas que rompieron filas en toda la ciudad trajeron recuerdos de febrero de 1848, cuando instoó a Louis-Philippe a abandonar Paríós y recuperarlo desde afuera. El rey habíóa rechazado su consejo, pero ahora solo Dios estaba por encima de Thiers. Tan pronto como se batioó en retirada, emitioó oó rdenes generales de evacuacioó n, despreciando a los colegas que consideraban que el ejeó rcito deberíóa atrincherarse en la EÁ cole Militaire o en el Bosque de Boulogne. Cuarenta mil hombres marcharon asíó fuera de Paríós, para nunca volver a servir. Desde las provincias llegaron nuevos reclutas "no contaminados" para la capital, y en poco tiempo cien mil hombres ocuparon campamentos alrededor de Versalles. El díóa del ajuste de cuentas era inminente, proclamoó Thiers el 20 de marzo, tranquilizando no solo a los parisinos antirrevolucionarios varados en un ambiente hostil, sino tambieó n a Bismarck, cuya paciencia con los pendencieros franceses se habíóa agotado. Cuarenta y ocho horas maó s tarde, Versalles se hizo cargo de doó nde se habíóa quedado Alemania varios meses antes, despueó s del armisticio. Declaraba a Paríós bajo asedio una vez maó s. En Paríós, los ministerios desamparados fueron atendidos por novatos que de alguna manera improvisaron servicios esenciales. El Comiteó Central de la Guardia Nacional se convirtioó , forzosamente, en un gobierno alternativo, aunque su programa declarado era organizar elecciones para un Consejo Comunal y luego disolverse. "Los poderes existentes son baó sicamente provisionales," anuncioó el 20 de marzo. "Tenemos una sola esperanza, un objetivo: la seguridad del paíós y el triunfo final de la Repuó blica Democraó tica, una e indivisible." Solicitoó la aprobacioó n de su mandato de alcaldes de distrito asediados como Clemenceau en la creencia ingenua de que esto cuadraríóa Paríós con Versalles, pero los concejales elegidos el 26 de marzo no teníóan tales escruó pulos o ilusiones. Los republicanos moderados eran pocos, y la mayoríóa habíóa renunciado de 399
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inmediato, dejando el terreno elevado a los militantes cuyo odio hacia un gobierno que creíóan habíóa cambiado el honor por la paz exacerboó las visiones de un nuevo orden políótico y social. "Estoy votando por el maó s rojo de los rojos, pero en nombre de Dios, si supiera algo maó s radical que la bandera roja, lo elegiríóa," declaroó un residente de Belleville, un barrio de clase trabajadora. De hecho, Paríós se puso rojo el 28 de marzo, el díóa en que se autoproclamoó comuna frente al Hoô tel de Ville. Todos los miembros recieó n elegidos llevaban fajines rojos. Se pararon bajo un dosel coronado por un busto de la repuó blica, cubierto de rojo. Y en lo alto voloó una bandera roja. Inmersos en la muó sica que se escuchoó por primera vez durante la Revolucioó n de 1789, los batallones de la Guardia Nacional tocaron la "Marsellesa" mientras la gente cantaba y los canñ ones disparaban salvas. Fue, escribioó Jules Valleè s en Le Cri du Peuple, "un festival revolucionario y patrioó tico, pacíófico y alegre, un díóa de embriaguez y solemnidad, . . . y uno que compensoó veinte anñ os de imperio, seis meses de derrotas y traiciones." Para entonces, estaba claro que en Versalles una políótica de conciliacioó n con los Comuneros encontraríóa pocos amigos en el centro. Georges Clemenceau imploroó al gobierno que celebrara elecciones municipales bajo sus propios auspicios y mitigar al Comiteó Central, pero su declaracioó n no fue escuchada. Dada la eleccioó n entre la fuerza y el pragmatismo, los legisladores eligieron la inaccioó n. "La reunioó n sigue a la reunioó n, y el vacíóo bosteza auó n maó s," se desesperaba EÁ mile Zola. "La mayoríóa no toleraraó ninguna mencioó n a Paríós . . . Esta es una firme resolucioó n: Paríós no existe para ellos, y su inexistencia resume su agenda políótica." En Versalles, Zola lamentablemente informoó a los lectores de La Cloche, Paríós parecíóa estar muy lejos. "La gente allíó imagina a nuestra pobre metroó polis repleta de bandidos, indiscriminadamente aptos para ser abatidos a tiros." Paríós no necesitaba instrucciones de Versalles en el arte de la burda caricatura políótica, y los partidos neutrales teníóan motivos para observar que los Comuneros estaban arruinaó ndose por Armageddon tan fervientemente como los diputados derechistas. Un movimiento cuyo objetivo inicial habíóa sido la independencia municipal pronto consagroó la brecha entre el Antiguo Reó gimen y el nuevo orden. "La revolucioó n comunal . . . inaugura una nueva era de políótica cientíófica, positiva y experimental," proclamoó la Comuna el 19 de abril en un manifiesto plagado de teó rminos utilizados en otros lugares por escritores que buscaban legitimar la ficcioó n "naturalista." Es el díóa del juicio para el viejo mundo gubernamental y clerical, para el militarismo, la burocracia, la explotacioó n, la especulacioó n, los monopolios, los privilegios a los que el proletariado debe su servidumbre y la nacioó n sus desastres. ¡Que esta gran y querida patria enganñ ada por mentiras y calumnias se tranquilice a síó misma! La lucha entre Paríós y Versalles es de una clase que no puede terminar en compromisos ilusorios.
Durante el mes de abril, los decretos llovieron copiosamente en Paríós. El alquiler no pagado desde octubre de 1870 fue cancelado. El períóodo de gracia en facturas vencidas se extendioó por tres anñ os. El trabajo nocturno para los trabajadores de panaderíóa se hizo ilegal. Los perioó dicos que expresaban oposicioó n fueron reprimidos. Una Comisioó n de Trabajo y Cambio autorizoó cooperativas de productores. Las propiedades eclesiaó sticas fueron nacionalizadas cuando la iglesia fue separada del estado. Y el anticlericalismo exigioó medidas para secularizar la educacioó n. "La instruccioó n religiosa 400
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o dogmaó tica deberíóa . . . inmediatamente y radicalmente reprimida, para ambos sexos, en todas las escuelas y establecimientos apoyados por el contribuyente," exigioó la EÁ ducation nouvelle, un grupo cuyo líóder ayudoó posteriormente a los distritos escolares individuales a reformar sus planes de estudios. "Ademaó s, los objetos lituó rgicos y las imaó genes religiosas deberíóan eliminarse de la vista puó blica. Ni las oraciones, ni los dogmas, ni nada que pertenezca a la conciencia individual deben ser ensenñ ados o practicados en comuó n. Solo debe prevalecer un meó todo, el experimental o cientíófico, que se basa en la observacioó n de los hechos, cualquiera que sea su naturaleza — fíósica, moral, intelectual." Como los sacerdotes y las monjas eran imaó genes religiosas encarnadas, la mayoríóa se retiraba del aula. Febrero y marzo fueron meses noó madas para Flaubert. A mediados de febrero, despueó s del regreso de Caroline de Inglaterra, aceptoó una invitacioó n para mantenerla a ella y a la companñ íóa que era Ernest Commanville en Neuville, cerca de Dieppe. Permanecioó hasta mediados de marzo, cuando la ocupacioó n de Croisset por parte de unos cuarenta soldados lo llamoó a su casa para una breve inspeccioó n. El díóa 17, eó l y Alexandre Dumas hijo visitaron Bruselas para ver a la Princesa Mathilde, quien recientemente habíóa tenido una reunioó n luó gubre con Louis-Napoleon en una ciudad fronteriza belga despueó s de la liberacioó n de este uó ltimo de la prisioó n de Hohenlohe. Menos de una semana despueó s, Flaubert cruzoó el Canal de la Mancha, tomoó una habitacioó n en el Hatchett's Hotel en Dover Street, en Londres, y pasoó varios díóas con Juliet Herbert. Para el trigeó simo estaba de vuelta en Neuville. Lo que habíóa aprendido aquíó y allaó de los acontecimientos en Paríós no le provocoó simpatíóa por los insurgentes. Flaubert el propietario se sintioó amenazado; Flaubert, el apoó stol de la alta cultura, declaroó que el fin del "mundo latino" estaba a la mano; Flaubert, el hijo nativo, acusoó a los Comuneros de desviar el odio de los compatriotas contra el verdadero enemigo de Francia; y Flaubert el epileó ptico, siempre temeroso de perder la cabeza, declaroó que Paríós habíóa sufrido un ataque despueó s de meses de congestioó n inducida por el asedio. Lo que Flaubert habloó maó s fuerte dependíóa de su relacioó n con sus amigos por correspondencia, pero generalmente los cuatro se unieron para recitar una letaníóa airada. El 31 de marzo, tres díóas despueó s de la proclamacioó n de la Comuna de Paríós, se desahogoó por completo con George Sand. ¿Coó mo pudo Francia creer que la palabra república derrotaríóa a un milloó n de hombres bien disciplinados? La magia de la retoó rica revolucionaria habíóa empanñ ado el cerebro de las personas. "¡Siempre los mismos viejos estribillos! ¡Siempre la misma bobada!" exclamoó . ¡Y ahora estaó la Comuna de Paríós volviendo a la Edad Media, simple y llanamente! . . . Realmente muestra sus colores en materia de legislacioó n de alquileres. El gobierno ha considerado oportuno entrometerse en la Ley Natural y rescindir los contratos celebrados entre individuos. Afirma que no debemos lo que debemos y que un servicio no es repagado por otro. ¡La enormidad de tal ineptitud e injusticia!
Su prediccioó n era que los conservadores que desearan preservar la repuó blica, si no fuera por la mera razoó n de preservar el orden, lamentaríóan la caíóda de Napoleoó n III y recibiríóan de manera privada la intervencioó n prusiana. Al igual que Maxime Du Camp, un amigo del que a veces tomaba nota, Flaubert previoó que el punto medio racional en la vida puó blica seríóa invadido por fanaó ticos de una u otra persuasioó n. ¿Eran los 401
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socialistas evangeó licos muy diferentes de los catoó licos retroó grados? Para eó l, la respuesta fue obvia. "Odio la democracia (como se entiende en Francia) porque la 'moralidad de la Escritura' sobre la que descansa es la inmoralidad misma; es la exaltacioó n de la gracia a expensas de la justicia, es la negacioó n de la Ley," escribioó a Sand a fines de abril. "La Comuna rehabilita a los asesinos, asíó como Jesuó s perdonoó a los ladrones, y los hombres ensenñ aron a maldecir a Laó zaro, que no era un mal hombre, solo un rico, que virtuosamente saqueoó las mansiones de los ricos. Ese dicho 'La repuó blica estaó fuera de discusioó n' no difiere en nada de 'El Papa es infalible.' ¡Foó rmulas y dioses, estaó n para siempre con nosotros!" El uó nico gobierno que podríóa defender, declaroó , seríóa un mandarinato de hombres cultos. Si Francia era rescatable, su salvacioó n residíóa en el empoderamiento de una "aristocracia legíótima." Prusia, Gambetta y la Comuna nunca habríóan ganado si Paríós hubiera estado bien provisto de ciudadanos basados en el conocimiento de la historia. "¿Queó han hecho siempre los catoó licos para evitar el peligro inminente? Hacen la senñ al de la cruz mientras se encomiendan a Dios y a los santos. Somos mucho maó s sofisticados. [Durante la guerra] fuimos a gritar, '¡Larga vida a la repuó blica!' evocando la memoria de 1792, sin dudar que traeraó eó xito." Versalles ordenoó sus legiones contra Paríós. El díóa del ajuste de cuentas anunciado por Thiers el 20 de marzo iba a ser una semana de masacre e incendio conmemorado en relatos histoó ricos como la semaine sanglante. Comenzoó el lunes 22 de mayo, cuando las tropas gubernamentales atravesaron cinco puertas y barrieron el oeste de Paríós en columnas en forma de tenazas. Si el general Mac-Mahon, que establecioó su cuartel general ese díóa en el Trocadeó ro, sabíóa que la uó nica preparacioó n de la Comuna para la guerra urbana era una inmensa barricada en el lugar de la Concordia, su ejeó rcito podríóa haber tomado el Ayuntamiento al atardecer. En su lugar, se reagrupoó despueó s de su avance precipitado, dando a los populosos barrios tiempo para fortalecerse. Montmartre, con canñ ones sin artilleros, cayoó casi de inmediato, pero en otros lugares la resistencia se endurecioó . Unas doscientas barricadas se levantaron durante la noche, y los Versalleses se abrieron camino hacia el este, calle por calle, mientras los fuegos establecidos para impedirlos o destruir monumentos odiosos se descontrolaron. El Palacio de las Tulleríóas pronto se incendioó , luego toda la rue de Rivoli, el Ministerio de Finanzas, el Palais de Justice, la Prefectura de la Policíóa, el Hoô tel de Ville de trescientos anñ os de antiguë edad. Paul Verlaine, que vivíóa en el quai de la Tournelle, al otro lado del Sena desde el Ayuntamiento, fue testigo de esta conflagracioó n. [Vi] una delgada columna de humo negro salir del campanario del Hoô tel de Ville, y despueó s de dos o tres minutos como maó ximo, todas las ventanas del monumento explotaron, liberando enormes llamas, y el techo se derrumboó con una inmensa fuente de chispas. Este fuego duroó hasta la noche, y luego asumioó la forma de un brasero colosal; esto a su vez se convirtioó , durante díóas despueó s, en una gigantesca brasa humeante. Y el espectaó culo, terriblemente bello, continuoó de noche por el canñ oneo de las colinas de Montmartre, que desde las nueve de la noche hasta las tres de la madrugada proporcionoó una exhibicioó n de fuegos artificiales como nunca se habíóa visto.
A su debido tiempo, los espectadores vieron la Columna de Julio ardiendo como una antorcha sobre el condenado Faubourg Saint-Antoine. Para el saó bado 27 de mayo, todo lo que quedaba sin conquistar de Paríós era su esquina noreste. Atrapados entre los 402
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implacables Versalleses y las tropas alemanas acampadas justo al otro lado de las murallas, muchos guardias nacionales exhalaron su uó ltimo aliento en el cementerio de Peè re-Lachaise. Los que no cayeron entre los mausoleos se alinearon contra un muro conocido desde entonces como "el muro de los federales" (le mur des fédérés), fusilados y arrojados a un fosa comuó n. Cincuenta y seis rehenes, incluido el arzobispo Georges Darboy, murieron entre el 22 de mayo y el 28 de mayo, pero la venganza asíó exigida por la Comuna palidece junto a la carniceríóa provocada por Versalles, cuyo ejeó rcito entroó en Paríós con la intencioó n de convertirlo en un campo de exterminio. Cuando Montmartre cayoó , sus residentes pagaron caro por el asesinato de los generales Lecomte y Thomas. "Las masacres que iban a volverse maó s temibles a medida que avanzaba la semana comenzaron ahora," escribe un historiador. "Cuarenta y dos hombres, tres mujeres y cuatro ninñ os fueron fusilados frente a la pared donde Lecomte y Cleó ment Thomas habíóan sido asesinados . . . Se improvisoó una corte marcial en la casa fatal de la rue des Rosiers [una calle en Montmartre, desde que se cambioó el nombre], y durante el resto de la semana se llevaron allíó para su ejecucioó n lotes de prisioneros. Con la cabeza descubierta, se les hizo arrodillarse ante la pared hasta que les tocoó el turno. "Al menos veinte mil parisinos sufrieron la misma suerte, mucho maó s de lo que habíóa muerto durante el Terror de 1793-94. Los cadaó veres yacíóan esparcidos detraó s de barricadas en ruinas, en las riberas, contra muros en toda la ciudad, y su nuó mero crecioó incluso despueó s del 28 de mayo, cuando personas tomadas prisioneras en combate o denunciadas por vecinos (el gobierno recibioó unas cuatrocientas mil cartas anoó nimas) fueron llevadas ante escuadrones de fucilamiento. Una tumba poco profunda excavada en la plaza SaintJacques se desbordoó con ellos. La sangre corríóa por las canaletas allíó y en otros lugares, coloreando el Sena de rojo. Despueó s de una caminata por la ciudad, EÁ mile Zola registroó sus impresiones para los lectores de Le Sémaphore de Marseille. "Nunca lo olvidareó . . . ese espantoso montíóculo de carne humana sangrante, arrojado al azar en los caminos de sirga," escribioó . "Las cabezas y las extremidades se mezclan en una horrible dislocacioó n. De la pila emergieron rostros convulsos . . . Hay muertos que parecen cortados en dos, mientras que otros parecen tener cuatro piernas y cuatro brazos. ¡Queó luó gubre osario!" Veinte mil cuerpos, estimoó , yacíóan insepultos en toda la capital. Con díóas caó lidos sobre nosotros, surgiraó n enfermedades. No seó si la problemaó tica imaginacioó n desempenñ a un papel aquíó, pero mientras vagaba entre las ruinas olíó el aire pesado y nocivo que cuelga sobre los cementerios en un clima tormentoso. Todo parece una sombríóa necroó polis donde el fuego no ha purificado la muerte. Los olores anñ ejos que huelen a morgue se adhieren a las aceras. Paríós, que se llamaba el boudoir o el albergue de Europa bajo el Imperio, ya no emite un aroma de trufas y polvo de arroz, y uno entra tapaó ndose la nariz, como en una asquerosa alcantarilla.
Para Zola y para Flaubert, todo hablaba de la realidad de una bête humaine353 pisoteando la civilizacioó n, y la evidencia igual de horrible abundaba en Versalles, donde la Orangerie, la escuela de equitacioó n y los establos se convirtieron en infiernos en la tierra para cuarenta mil prisioneros. Aplastados, hambrientos e insultados por los lugarenñ os, muchos terminaron con el cerebro estallado o muriendo de enfermedades 353bestia humana
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antes de ser juzgados por una corte marcial. "Las medidas tomadas contra los insurgentes fugitivos son cada vez maó s graves," senñ aloó Zola. Horrorizados por la sed de sangre de Versalles, la buó squeda de aquellos que habíóan perpetrado críómenes atroces justificoó , a juicio de Zola, la inconveniencia de necesitar un permiso para entrar y salir de Paríós. Cuando eó l y Flaubert se hicieron buenos amigos durante la deó cada de 1870, ninguno intentoó persuadir al otro de que los Comuneros habíóan sido idealistas desviados, maó s víóctimas que pecadores. Tampoco, de hecho, George Sand estaba en desacuerdo con su amado "trovador" en este aspecto. "¿Cuaó l seraó la reaccioó n de la infame Comuna?" preguntoó ella, dos semanas despueó s de que el ejeó rcito reconquistara Paríós. "Yo, que tengo mucha paciencia con mi especie y que durante mucho tiempo he visto las cosas a traveó s de gafas de color rosa, ahora solo veo sombras. Al juzgar a los demaó s, mi modelo solíóa ser yo misma. En gran medida habíóa ganado el dominio de mi propio personaje, habíóa sofocado erupciones inuó tiles y peligrosas, habíóa sembrado el volcaó n con ceó sped y flores, que florecieron, y me imagineó que todos podríóan corregir o contenerse . . . Y aquíó me despierto de un suenñ o para encontrar una generacioó n dividida entre el cretinismo y el delirium tremens. De ahora en adelante, cualquier cosa puede suceder." El 11 de agosto de 1871, Flaubert asistioó a una corte marcial de Comuneros en Versalles, pensando quizaó s que podríóa proporcionar el material para una novela futura sobre el Segundo Imperio Franceó s. "¡El espectaó culo me dio naó useas!" le exclamoó a Ageó nor Bardoux, un amigo de la escuela de leyes que era ahora un diputado electo. "¡Queó seres! ¡Queó miserables monstruos! Pero la ingenuidad de los joó venes soldados que los juzgan. No hay palabras para describir la fatuidad y el cinismo de tus coó frades, los abogados de la defensa." Si bien el espectaó culo lo enfermoó , ¿tambieó n lo fascinoó ? Sin duda. La Tentation de Saint Antoine en su tercera versioó n, que Flaubert escribioó desde 1869, puede servir como un comentario iroó nico sobre la semaine sanglante, sobre el juicio y, sobre todo, sobre sus propias fantasíóas de asesinato y rapinñ a. Cuando, en la primera escena, una raó faga de viento recorre la Biblia de San Antonio, detenieó ndose en Esther, abre una trampilla a las profundidades inferiores del ermitanñ o. En el capíótulo 9 de ese libro se describe la carniceríóa que los judíóos infligieron a sus enemigos durante el reinado de Asuero. "Sigue la enumeracioó n de los muertos por ellos: setenta y cinco mil."354 Reflexiona Antonio. ¡Habíóan sufrido tanto! Ademaó s, sus enemigos eran los enemigos del verdadero Dios. ¡Y coó mo debieron gozar vengaó ndose, matando a los idoó latras! ¡La ciudad, sin duda, rebosaba cadaó veres! Los habíóa en la entrada de los jardines, en las escaleras, y hasta tal altura en las habitaciones que las puertas ya no podíóan girar . . . ¡Pero me hundo en las ideas de homicidio y de sangre!" 355
354La tentación de San Antonio, Editorial Losada, traducción de Luis Echávarri, 1ra edición, agosto de 1999. 355Ibidem
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XXI Orfandad FLAUBERT TRISTEMENTE INFORMOÁ a Mathilde que las turbulencias de 1870-71 habíóan envejecido a su madre diez anñ os. La impresioó n de Caroline Commanville al regresar de Inglaterra fue que su tíóo habíóa envejecido auó n maó s notablemente que su abuela; y si ella se lo hubiera dicho, eó l no se habríóa sorprendido. En una carta a George Sand escrita poco antes de la guerra, se habíóa descrito a síó mismo como un foó sil sin relacioó n con el mundo que lo rodeaba. Un anñ o despueó s, ese sentimiento era un poco maó s sombríóo. Le gustaba citar una frase de las conversaciones de Goethe con Eckermann, "¡Adelante, maó s allaó de las tumbas!" pero la nostalgia por los perdidos y ausentes a menudo lo inundaba, especialmente los domingos, cuando el fantasma de Louis Bouilhet reaparecíóa en la puerta de Croisset cargando una gavilla de versos bajo su brazo. Para la princesa Mathilde, Flaubert recordaba las tardes en el 24 de rue de Courcelles y los díóas soleados en Saint-Gratien. Era como si se hubiera abierto una gran grieta entre el presente y el Paríós de antanñ o, como si durante la Comuna, Paríós se hubiera convertido en otro fantasma. "Suena cíónico, pero es verdad que uno se acostumbra a vivir sin Paríós y casi cree que ya no existe," le dijo a Mathilde. En abril de 1871, los alemanes habíóan evacuado la casa, si auó n no Canteleu. Se retiraríóan de la regioó n por completo en junio. Flaubert regresoó a Croisset y con una celeridad sin precedentes empezoó La Tentation de Saint Antoine, que habíóa dejado meses atraó s. Los amigos no recibieron ninguna de las lamentaciones que normalmente acompanñ an a los informes de progreso. Como un exiliado repatriado besando el suelo 405
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de su tierra natal, bendijo su estudio y el trabajo realizado allíó. Por un breve momento, el martirio de las letras cedioó al consuelo de las cartas. "Este obra extravagante me distrae de los horrores de Paríós. Cuando encontramos que el mundo es demasiado horrible, debemos buscar refugio en otro." Si George Sand, quien indudablemente secundoó su observacioó n, hubiera visitado Croisset, habríóa escuchado sesenta paó ginas leíódas en voz alta, incluyendo un capíótulo, o la mayoríóa de uno, sobre las herejíóas del siglo cuarto. Su espíóritu lo impulsoó lo suficiente como para verse a síó mismo completando el manuscrito a mediados de 1872, lo que de hecho seríóa el caso. Tan pronto como Paris se abrioó nuevamente, comenzoó la buó squeda de material no disponible en Rouen. Habiendo decidido volver loco al pobre Antonio en las dos versiones anteriores con una disquisicioó n sobre la religioó n oriental, tomoó prestados Études sur les Védas de Freó deó ric Baudry de su autor y una traduccioó n al franceó s de El loto de la Buena Ley de Ernest Renan. Cuando Caroline se quedoó en Paríós, ella actuoó como su factoó tum, sucediendo a Jules Duplan en ese papel, aunque su valet tambieó n podríóa ser enviado por un artíóculo que se necesitaba con urgencia. La bibliografíóa de La Tentation es formidable. A principios de junio, el propio Flaubert visitoó la capital. Gracias a Renan, el curador de manuscritos orientales en la Bibliotheè que Impeó riale, que todavíóa estaba cerrada al puó blico en general, pasoó horas en la biblioteca o envioó investigadores allíó en su lugar. Renan, Baudry en el Arsenal y Maury en el Archivo tuvieron sus cerebros seleccionando informacioó n sobre las religiones orientales. De lo contrario, encontroó tiempo para ver los grandes edificios quemados por las llamas de los Comuneros y los barrios destruidos en la lucha en las barricadas. "El olor de los cadaó veres me repugna menos que el egoíósmo feó tido exhalado por todas las bocas,", escribioó a George Sand el 10 de junio. "El espectaó culo de las inmensas ruinas no es nada comparado con el de la descerebracioó n parisina . . . La mitad de la poblacioó n quiere estrangular a la otra mitad, . . . ¡y los prusianos ya no existen! Ellos estaó n perdonados. ¡¡La gente los admira!! Los hombres 'razonables' quieren convertirse en alemanes naturalizados." Una diatriba en toda regla contra Alemania fue reservada para una carta a Ernest Feydeau varias semanas maó s tarde. ¿Queó podríóa ser maó s odioso que los teutones con diplomas de doctorado metidos debajo de sus cascos en forma de punta, disparando a los espejos y quitaó ndose los relojes del abuelo? Juroó que nunca lo veríóan en companñ íóa de un alemaó n, como si alguna vez hubiera conocido o disfrutado la companñ íóa de los alemanes, aparte de Maurice Schlesinger, a quien no podíóa volver a ver por otro motivo. Schlesinger habíóa muerto cuatro meses antes, el 25 de febrero. Eso hizo que un sobreviviente menos estuviera con eó l en la balsa de la Medusa. En el caso de Flaubert, la normalidad, o una apariencia de ella, regresoó cuando la burguesíóa francesa volvioó a sufrir la ira y en diciembre de 1871 surgioó una ocasioó n de vituperacioó n. El comiteó que se ocupaba de honrar a Louis Bouilhet, que Flaubert presidíóa, recaudoó dinero para construir una pequenñ a fuente coronada por un busto del poeta y presentoó los planes al consejo municipal de Rouen. Este uó ltimo decidioó que no podíóa otorgar a la memoria de Bouilhet cuatro metros cuadrados de espacio puó blico. Se adujeron varias razones, la crucial es que el homenajeado propuesto no teníóa suficiente estatura. Flaubert, que difíócilmente podíóa separar su propio logro literario del de su amigo y consideraba las atenciones editoriales de Bouilhet como un acto tan esencial como el de ser una partera, organizoó una respuesta agresiva. Instoó a los hombres a 406
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quienes Bouilhet habíóa ensenñ ado a presentar peticiones al consejo colectivamente. Empujoó a los amigos literarios, algunos de los cuales habíóan contribuido con dinero como suscriptores, a levantar el clamor. Con la esperanza de que Rouen se sintiera avergonzado por la aclamacioó n de la críótica para Mademoiselle Aissé de Bouilhet, que iba a abrir en el teatro Odeó on en Paríós con Sarah Bernhardt, Flaubert trabajoó incansablemente en la produccioó n. Y finalmente, arremetioó contra el consejo municipal, en una carta abierta publicada primero por Le Temps en Paríós, luego como un panfleto de Le Nouvelliste de Rouen. Su peroracioó n fue una acusacioó n amplia de una clase que nunca dudoó , dijo, de plantar plazas con estatuas de generales y príóncipes mercantes. Este asunto, que puede ser trivial en síó mismo, adquiere mayor significado cuando se lo entiende como un signo de los tiempos — como un rasgo caracteríóstico de su clase — y no es solo a ustedes a quienes me dirijo, senñ ores, sino a todos los burgueses. Entonces les digo: Conservadores que no conservan nada, Ha llegado el momento de seguir un nuevo camino, y dado que hoy en díóa se habla tanto de la regeneracioó n, les exhorto a cambiar su estado de aó nimo. ¡Mueó strenme alguna iniciativa por una vez! La nobleza francesa perdioó su alma cuando, en un lapso de dos siglos, adquirioó la disposicioó n sentimental de sus valets. La burguesíóa se ha acercado al principio del fin de manera anaó loga. No veo que los perioó dicos que lee difieran de los de la gente comuó n, que la muó sica con la que se divierte es diferente de la del saloó n de baile, que sus placeres son maó s elevados que los del populacho. ¡En un grupo, como en el otro, se encuentra el mismo amor al dinero, el mismo respeto por los hechos consumados, la misma necesidad de íódolos que destruir, el mismo odio a la superioridad en todas sus formas, el mismo espíóritu de denigracioó n, la misma ignorancia crasa! Hay setecientos diputados en la Asamblea. Entre ellos, ¿cuaó ntos podríóan nombrar los principales tratados que marcan nuestra historia nacional, o dar las fechas de seis reyes franceses? ¿Cuaó ntos estaó n familiarizados con los conceptos baó sicos de la economíóa políótica? . . .? El municipio de Rouen, que por unanimidad negoó el meó rito de un poeta, es quizaó s totalmente ignorante de las reglas de la versificacioó n, y no necesita conocerlas en tanto no se dedique a la poesíóa. Para ser respetado por lo que estaó debajo de ustedes, ¡respeten lo que estaó sobre ustedes! ¡Antes de enviar a la multitud a la escuela, eduó quense! Clases ilustradas, buscan la ilustracioó n. ¡Debido a este desprecio por la inteligencia, se creen praó cticos, positivos e imbuidos de sentido comuó n! Pero uno no es realmente praó ctico a menos que uno sea algo maó s que eso. No disfrutaríóan de todos los beneficios de la industria si sus antepasados del siglo XVIII no se hubieran unido a ninguó n otro ideal maó s que a la utilidad material. Alemania ha sido el blanco de bromas interminables sobre sus ideoó logos, sus sonñ adores, sus poetas nebulosos, pero ustedes han visto a doó nde ha llevado su nebulosidad, ¡ay! Sus miles de millones lo han pagado todo el tiempo que no desperdicioó la construccioó n de pulcros sistemas. Me parece pensar que ese sonñ ador, Fichte, reorganizoó el ejeó rcito prusiano despueó s de Jena. Usted, ¿praó ctico? ¡Ven ahora! ¡No puede sostener una pluma ni un rifle! ¡Se permiten ser despojados, encarcelados y asesinados por matones! Ni siquiera tiene los instintos del bruto, que es defenderse.
Si esta salva era poco probable que extrajera una fuente de agua de sus antagonistas, le daba al menos la inestimable satisfaccioó n de extraer sangre. En cualquier caso, nada de lo que dijo cambioó su opinioó n sobre Bouilhet, especialmente despueó s del estreno de 407
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Mademoiselle Aïssé el 6 de enero. Francisque Sarcey, cuyo juicio hizo obras de teatro o las rompioó , descartoó el de Bouilhet como un melodrama insíópido enganñ ado en hexaó metros. No pasoó mucho maó s allaó de febrero. Cuando Mademoiselle Aïssé estaba ensayando, Flaubert conmutaba todos los díóas entre su piso y el teatro Odeó on, a menudo a pie y acompanñ ado por Pierre Berton, el protagonista masculino, que recordaba víóvidamente su "literatura parlante" a lo largo de la caminata de tres millas en un auto estado de intoxicacioó n. EÁ l sabíóa mucho de la poesíóa de Victor Hugo de memoria, seguó n Berton. "Todavíóa puedo verlo en la place du Carrousel frente a las Tulleríóas todavíóa quemadas, y los transeuó ntes estupefactos contemplando a este gigante con un bigote grueso y caíódo y cara ruborizada . . . ponieó ndose de puntillas, estirando un brazo hacia el cielo, y declamando [Bivar] con voz atronadora." Se habloó mucho de Bouilhet, lo que invariablemente redujo a Flaubert a las laó grimas. Flaubert pagoó sus esfuerzos en nombre de Bouilhet con un ataque de faringitis. Sin embargo, no tardoó mucho en reanudar La tentation. Una vez maó s, pasoó horas dedicados a monografíóas en la ex Biblioteca Imperial y horas maó s escribiendo en casa, donde una audiencia para su trabajo aparecioó intermitentemente en la persona de Ivan Turgenev. George Sand le suplicoó que no viviera tanto en su cabeza. "Mueó vete, sacuó dete, adquiere amantes o esposas, lo que prefieras," escribioó . Objetaba que las oraciones en realidad no le importaban maó s que a las personas, y de hecho habíóa mucha sociedad durante esa temporada de invierno. Cenoó con Victor Hugo. Vio tanto de Theó ophile Gautier como lo permitioó la declinante salud de Gautier. Su relacioó n con la voluptuosa joven viuda Leó onie Brainne se convirtioó en una amistad romaó ntica, casi con toda seguridad íóntima (a juzgar por el cumplido que le hizo a sus piernas, una referencia a besos apasionados y un "aniversario"). Freó deó ric Baudry, Edmond de Goncourt y Jeanne de Tourbey, que se casaríóa pronto con un conde, organizaron cenas. 356 Asistioó a dos bailes de maó scaras. Una vez que el gobierno otorgoó permiso a la princesa Mathilde para regresar del exilio, los habitueó s de su saloó n se reunieron a su alrededor otra vez, aunque ya no en la rue de Courcelles. Despueó s de 1871 ella ocupoó un palacete maó s pequenñ o en la rue de Berri. Los domingos por la tarde, Flaubert era el anfitrioó n de su cíórculo de amigos hombres, que no solo incluíóa a Goncourt y Turgenev, sino a los rostros maó s joó venes de Alphonse Daudet, Guy de Maupassant y Zola, que se ganaba la vida como periodista parlamentario de La Cloche. "El periodismo me pesa para no tener una hora para míó," se disculpoó Zola el 2 de febrero de 1872, en una nota que acompanñ aba una copia de su La Curée. "Quiero mucho pasar un domingo por la tarde y darte la mano. Mientras tanto, deja que mi novela sirva como tarjeta de presentacioó n." Flaubert podríóa haber disfrutado mucho de este ajetreo si no fuera por la falta de salud de Mme Flaubert. Mientras la familia buscaba la ayuda adecuada, Caroline actuaba como dame de compagnie de su abuela, y la anciana, que vivíóa con ella en su casa en la rue de Clichy en Paríós, era maó s de lo que podíóa manejar. Flaubert habíóa planeado acompanñ ar a su madre a Croisset en Pascua, cuando cada olor y signo de la ocupacioó n alemana habríóa desaparecido bajo una nueva capa de pintura. Pero ella 356Jeanne de Tourbey, que se cree sirvió de modelo — uno entre otros — para Odette de Proust, se casó con el conde de Loynes a principios de la década de 1870. Durante dos décadas, durante el período del caso Dreyfus, cuando su amante era el crítico literario Jules Lemaître, las luminarias de la derecha francesa se reunían regularmente en su salón.
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insistioó en regresar antes de que los trabajadores se fueran, como si supiera que la muerte podríóa reclamarla en cualquier momento y no querer morir en ninguna otra parte. El 31 de marzo, Flaubert informoó a George Sand que su madre, acampada en medio de los escombros de la renovacioó n, estaba peor que nunca. Una semana despueó s, el 6 de abril, Caroline Flaubert dio su uó ltimo suspiro a la edad de setenta y nueve anñ os, despueó s de treinta y tres horas de agoníóa. Flaubert informoó a sus amigos en breves comunicados, como este, a Maxime Du Camp: "¡Mi madre acaba de morir! ¡No he dormido en casi una semana! Estoy destrozado. ¡Te abrazo, mi querido Maxime, mi antiguo companñ ero!" Varios díóas despueó s caminoó cuesta arriba hasta el Cimetieè re Monumental en otra marcha fuó nebre y enterroó a su companñ era de toda la vida junto a Achille-Cleó ophas. Abundaron las cartas de condolencia. Victor Hugo le aseguroó que era "una de esas altas cumbres azotadas por cada viento pero igual a sus asaltos." Las simpatíóas de Sand estaban maó s cerca de la tierra. "Estoy contigo todo el díóa y toda la noche, en todo momento, mi pobre y querido amigo," escribioó . "Me gustaríóa estar cerca de ti y sufro maó s por estar atrapada aquíó. Quiero que me digas que tienes el coraje que necesitaraó s. Esa digna y preciada existencia llegoó a su fin lenta y dolorosamente; desde el momento en que enfermoó , ella se rindioó , y no habíóa nada que pudieras hacer para distraerla y consolarla. Tu incesante y cruel preocupacioó n ha terminado. ¡Terminoó como lo hacen las cosas de este mundo, con un desgarro maó s doloroso que el aferrarse a la vida! ¡Reposar es una conquista amarga! Extranñ araó s estar preocupado por ella. Lo seó . Conozco esa consternacioó n que es la consecuencia de la lucha contra la muerte. Bueno, mi pobre hijo, todo lo que puedo hacer es abrir un corazoó n maternal para ti. No es un sustituto del que perdiste, pero se une al tuyo en tu peó rdida." Flaubert temíóa que al perder a su madre tambieó n podríóa haber perdido la casa y el hogar. Lo que aprendioó cuando la familia se reunioó para escuchar a su notario leer la voluntad de Mme Flaubert fue que ella le habíóa legado a Croisset no a eó l sino a Caroline Commanville, con la condicioó n de que eó l conservara el derecho de ocupar sus habitaciones allíó por el resto de su vida, o hasta el momento en que se casara. "¡Acabo de tener una semana difíócil, viejo!", le escribioó a Goncourt el 19 de abril. "¡La semana del inventario! Es sombríóo. Teníóa la sensacioó n de que mi madre se estaba muriendo de nuevo y que la estaó bamos robando." Era una propiedad sustancial. En la divisioó n de la propiedad que tuvo lugar durante los meses siguientes, se estimoó que la parte de Flaubert, que consistíóa en la mayor parte de las tierras agríócolas que generaban ingresos, en particular la superficie cultivada en Deauville (que arrojaba casi 6.000 francos al anñ o), teníóa un valor estimado de 260.000 francos. Para 1875 su valor habíóa aumentado sustancialmente. Ademaó s, estaban los 105,000 francos que habíóa heredado de Achille-Cleó ophas, o lo que quedaba de ese legado. Esto hubiera sido maó s que suficiente para mantener una vida coó moda si la herencia hubiera incluido la prudencia financiera, y si los asuntos familiares no hubieran tomado un giro perverso. Caroline, quien, como su abuela, a menudo sufríóa migranñ as cuando estaba bajo estreó s, se quedoó en Croisset tres semanas. Solo despueó s de que ella se fuera, la sabiduríóa de los comentarios de George Sand se volvieron completamente evidentes para eó l. Aunque los amigos se aseguraron que eó l tuviera conversaciones — Leó onie Brainne y su hermana Valeó rie Lapierre le hicieron visitas; Edmond Laporte, cuya companñ íóa disfrutaba, veníóa cuando el trabajo lo permitíóa — la casa se sentíóa como un 409
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mausoleo, especialmente en la mesa de la cena, donde el suyo era a menudo el uó nico lugar ocupado. Se derramaron muchas laó grimas, y hay motivos para creer que hubo varias crisis epileó pticas. Sabemos que La Tentation salioó del limbo el 30 de mayo, porque Flaubert le escribioó a Caroline el díóa 29 que inmediatamente comenzaríóa a "hacer oraciones" otra vez. Expresoó la transitoriedad de todo, le dijo a Mathilde, que solo tres semanas despueó s de haber sido destrozado, podríóa reanudar su rutina familiar. Pero el dolor no era tan indulgente, y reanudoó el trabajo irregularmente. "Soy razonable. Me obligo a hacer algo solo para adormecerme. Mi corazoó n no estaó en eso. Me pierdo en recuerdos como un viejo sonñ ador." Su memoria poblaba la casa vacíóa con amados fantasmas, convocando a su hermana Caroline y al tíóo Parain, Alfred Le Poittevin y Bouilhet y esa femme fatale de su adolescencia, EÁ lisa Schlesinger, que de hecho se habíóa rematerializado un anñ o antes, despueó s de la muerte de Maurice, en una carta desde Baden-Baden. Se habíóa celebrado una reunioó n en Croisset en el otonñ o de 1871, cuando EÁ lisa visitaba Normandíóa con sus dos hijos, que habíóan heredado el Hoô tel Bellevue en Trouville. La ocasioó n para su proó xima reunioó n fue el matrimonio de su hijo Adolphe en Paríós el 12 de junio. Flaubert asistioó a la misa nupcial y lloroó durante todo el proceso. Varios meses despueó s, escribioó una carta a "ma vieille Amie, ma vieille Tendresse"357, en respuesta a una de las suyas. "¡No puedo ver tu letra sin que mi pulso se acelere! Asíó que esta manñ ana, aó vidamente abríó la carta, esperando que anunciara una visita. ¡Ay, no! ¿Cuando vendraó s? ¿El proó ximo anñ o? Me gustaríóa mucho recibirte en mi casa, tenerte a dormir en la habitacioó n de mi madre." EÁ lisa se convirtioó en un verdadero fantasma. Flaubert nunca la volvioó a ver. El 7 de julio Flaubert se unioó a Caroline en Luchon (el spa de los Pirineos que habíóa visitado con el Dr. Cloquet veintidoó s anñ os antes), con la esperanza de que el aire de la montanñ a calmara sus nervios. El consejo del meó dico residente de no fumar lo irritoó . Tambieó n lo hizo su hotel ruidoso, la trama amorfa de una novela de Dickens que eó l habíóa traíódo, los curistes burgueses cuya conversacioó n ejemplificaba la "moderna Banalidad" y casi todo excepto un zooloó gico local y la companñ íóa de su sobrina, a quien sentíóa maó s cerca que desde la muerte de Mme Flaubert. El duelo de Caroline estaba lleno de resentimiento, medida que Flaubert no podríóa haber tomado hasta que ella se lo confioó en Luchon. Como ella maó s tarde lo describioó , "me abríó completamente a eó l, y eó l entendioó entonces la miseria de mi unioó n con M. Commanville, lo poco que mi esposo se preocupaba por mi corazoó n y mi cabeza." Ella le dijo que su corazoó n y su cabeza Hacíóa tiempo que estaba ocupado por el baroó n Ernest Leroy, un caballero treinta y seis anñ os mayor que ella, que gobernaba toda la Alta Normandíóa como el prefecto imperial. Se habíóan conocido en un baile poco despueó s de su matrimonio y casi de inmediato se enamoraron. Aunque de mediana edad, con hijas crecidas, Leroy demostroó ser un pretendiente todavíóa capaz de locuras romaó nticas. EÁ l la interceptoó en la calle; eó l escondioó violetas para ella en su banco de la iglesia; contemploó sus ventanas desde un esquife medio escondido entre los juncos que bordeaban una isla frente a su apartamento en el quai du Havre. Dondequiera que ella fuera — Paríós, Ruaó n, Neuville — aparecíóa Leroy. Su gallardíóa emocionoó a la mujer aislada y con mal de amores. "Alto, esbelto, elegante, no guapo pero con ojos apasionados, tez paó lida, semblante fatal, como dicen en las novelas" es coó mo ella lo recordaba. "Sus modales eran exquisitos, su 357“mi vieja amiga, mi vieja Ternura”
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inteligencia bastante ordinaria, pero me di cuenta de que mucho maó s tarde, despueó s de su muerte, al adquirir un sentido críótico. Me agradoó tal como era, y desde entonces ya no estaba sola." ¿Consumaron su amoríóo? Caroline declaroó que sus "imprudencias" la llevaron hasta la puerta del dormitorio, pero no la dejaron pasar, que no podríóa haberse entregado a Leroy sin abandonar a Commanville y devastando asíó a su familia. ¿Sus imprudencias alertaron a Commanville? Un largo viaje a traveó s de Escandinavia puede haber sido emprendido en 1869 no solo por motivos de negocios, sino para sacarla de Rouen. Y la sobrina de Caroline, Lucie Chevalley-Sabatier, creíóa que Commanville comproó un palacete en la rue de Clichy en Paríós por la misma razoó n. Ninguna de las estratagemas funcionoó tan bien como la guerra franco-prusiana. Caroline se encontroó con Leroy una vez despueó s de su regreso de Inglaterra. A los sesenta anñ os obtuvo una capitaníóa en la milicia, se unioó a la campanñ a del Loira, y fue condecorado por su valentíóa en el campo de batalla, pero nunca volvioó a verla. Extenuado y enfermo, murioó el 9 de julio de 1872, dos díóas despueó s de que ella y su tíóo llegaron a Luchon. La correspondencia de Flaubert deja pocas dudas de que eó l habíóa tenido conocimiento de una relacioó n en ese momento. De vez en cuando aludíóa a esta, o a su habilidad para hablar en los cíórculos sociales, con una mezcla de orgullo amistoso y celos paternos. Es posible que se haya convencido a síó mismo de que el apego no era profundo, de imaginar que, de lo contrario, habríóa sido darle la debida carga emocional, reconocer su complicidad en enterrarla bajo el peso muerto de un matrimonio arreglado, y luego tal vez ser consumido por la culpa. Ahora ya no podíóa ignorar el verdadero estado de las cosas. Tampoco, sin embargo, podríóa rescatarla de la prisioó n. Solo podíóa ser el mentor que siempre habíóa sido y mantener viva su mente dentro de ello. "Fue por parte de mi tíóo que continueó encontrando el sustento intelectual que necesitaba. Gracias a eó l continueó desarrollando mi intelecto. Los díóas que pasamos en Croisset siempre fueron buenos díóas." En un primer intercambio de cartas despueó s de Luchon, Caroline no desacreditoó a Commanville ni lloroó por Leroy. Leyoó a Herodoto y le pidioó a Flaubert que sugiriera trabajos para un curso de estudio. Recomendoó a Tucíódides, Demoó stenes, Plutarco, las traducciones de Esquilo de Leconte de Lisle y la historia griega de Thirwell en ocho voluó menes, que encontraríóa en Croisset. Como consuelo de otro tipo, Caroline recurrioó a un carismaó tico sacerdote dominico llamado Henri-Martin Didon, que se desempenñ oó como prior de una comunidad monaó stica en Paríós cuando no daba sermones a audiencias masivas en toda Francia. Conocido por los puntos de vista modernistas que anticiparon la encíóclica de Leoó n XIII, Rerum Novarum, Didon — amigo de otras damas cultivadas y, tambieó n, frustadas — se convirtioó en el consejero espiritual y confidente de Caroline. Su saloó n en Paríós iba a ser su segundo hogar.358 Su mes juntos en Luchon, que alimentoó la fantasíóa de Flaubert de restaurar con Caroline algo del meó nage359 que habíóa tenido con su madre, causoó un breve distanciamiento de otra mujer, Juliet Herbert. Habiendo hecho planes para ver a su amante anual a principios de agosto, a Juliet le molestaba el hecho de que tuviera que cancelarlo porque, Flaubert le informoó , que auó n no habíóa vuelto de Luchon. Juliet 358A Flaubert parece haberle gustado Didon, pero es posible que se burlara subrepticiamente de él en la persona de Cruchard, el reverendo padre inventado para deleite de George Sand, a quien Flaubert describe como un verdadero Isaías en el púlpito y el amor espiritual de las mujeres de la sociedad. 359Los miembros de un hogar.
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estaba indignada. Como institutriz en la casa de Lord y Lady Conant, no podíóa organizar y reorganizar faó cilmente las vacaciones. En esta ocasioó n, sus empleadores aparentemente hicieron algunas concesiones. Ella visitoó Paríós un mes despueó s de lo planeado, y todo se solucionoó en las asignaciones que tuvieron lugar, bajo la insistencia de Flaubert, bajo un manto de secreto; Caroline sabíóa de ellos, pero nadie maó s escuchoó a Juliet Herbert mencionar su nombre. "Creo que en una semana a partir de ahora mi querida companñ era . . . Te visitareó en tu "deliciosa villa", despueó s de lo cual se reanudaraó la rutina ordinaria de mi vida solitaria," escribioó a su sobrina el 14 de septiembre. Habríóa maó s reuniones, una de ellas descrita a sus amigos como una quincena de exuberancia sexual. La forma en que Juliet los vio es una cuestioó n de conjetura, ya que su correspondencia fue destruida, pero es poco probable que hayan estado atados en su mente a las aspiraciones matrimoniales. Si ella imaginaba en alguó n momento que la muerte de Mme Flaubert habíóa hecho que Flaubert fuera maó s casadero, una idea maó s sabia debe haberle dicho que la intimidad con eó l requeríóa la interposicioó n de un Canal de la Mancha. O quizaó s el propio Flaubert le hizo saber esto, como lo hizo en una carta a George Sand. "No creo ser un monstruo egoceó ntrico," escribioó el 28 de octubre de 1872. "Mi ser se dispersa tanto en los libros que paso díóas enteros sin sentirlo . . . En cuanto a vivir con una mujer, casarse, lo cual me aconsejas que haga, creo que la nocioó n es absurda. Por queó es que no tengo idea; asíó son las cosas. Averíógualo para míó. El ser femenino y mi existencia no encajan bien. Entonces tambieó n, no soy lo suficientemente rico. Y entonces . . . y luego soy demasiado viejo y, lo que es maó s, demasiado honorable para sentenciar a alguien a un teó rmino de vida con el tuyo de verdad. En lo profundo de míó hay un cleó rigo que la gente no conoce." No es que no hubiera tenido amoríóos apasionados, declaroó en una carta posterior. "Pero el azar y las circunstancias me hicieron cada vez maó s solitario. Ahora estoy solo, absolutamente solo." Una vez maó s, culpoó a su solteríóa de su modesta riqueza, como si la falta de un taburete de oro fuera todo lo que le impidioó llegar al altar. "No tengo suficientes ingresos para tener una esposa, ni siquiera lo suficiente para vivir en Paríós seis meses al anñ o, asíó que no puedo cambiar mi forma de vida." EÁ l síó disfrutaba de cierto tipo de companñ íóa. Ese otonñ o, Edmond Laporte le dio un hermoso galgo. Lo aceptoó , venciendo su miedo a la rabia (que puede haber sido epideó mica en ese momento), y lo llamoó Julio. Juliet Herbert contribuyoó con un collar de perro. LA Tentation de Saint Antoine que Flaubert completoó diez díóas antes de su partida a Luchon diferíóa marcadamente de las versiones anteriores. En su mayoríóa desaparecieron los diaó logos de Antonio con figuras alegoó ricas. Los míósticos cuyos seguidores se mezclaron en el gran cocido de la Alejandríóa del siglo IV hacen proselitismo de forma sucinta. Lo que Baudelaire habíóa leíódo en 1846 y llamoó un "agujero de gloria pandemoniaca de la soledad" siguioó siendo eso, pero ahora el caos se desplegoó con maó s ingenio. Siete capíótulos bien articulados reemplazaron el deshilachado esquema tripartito de 1849 y 1856. Como en esas versiones, la obra de los suenñ os de Flaubert se desarrolla entre el anochecer y el amanecer. Asaltado una noche por visiones de glotoneríóa, riqueza y poder, Antonio se flagela a síó mismo. Solo tiene eó xito en provocar maó s 412
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fantasíóas. El deseo rompe su mente en la persona de la Reina de Saba y prepara el camino para la duda religiosa, con heresiarcas (Tertuliano, Valentino, Manes, Montano, Arrio, inter alios360) haciendo cola para atormentarlo. Cuando salen, las deidades paganas se filtran. Mientras tanto, a Antonio se le ha unido el diablo, que oculta sus cuernos y su pie dividido en los síómbolos de la piedad. Sostenieó ndolo, Sataó n transporta a Antonio por encima de la tierra, a traveó s del espacio vacíóo, donde el santo hechizado escucha a su captor proclamar que el universo no tiene líómites ni propoó sito. Cerca de esta alucinacioó n sigue a otra en la que la Muerte y la Lujuria — la primera una vieja bruja, la uó ltima una belleza — lo tiran de aquíó para allaó . Cuando la lujuria triunfa, todo se ve delirantemente feó rtil. Los monstruos se reproducen ante los ojos de Antonio, las plantas brotan, los insectos revolotean, los metales se cristalizan, las heladas eflorescen, las moó nadas vibran, y el ermitanñ o sonñ ador contempla esta extravagancia de propagacioó n con eó xtasis. Poco despueó s amanece el díóa. Entre las muchas cartas en la correspondencia de Flaubert que describen la escritura como una buó squeda monacal, ninguno argumenta su identificacioó n con Antonio maó s claramente que una respuesta a preguntas sobre el proceso creativo planteado por Hippolyte Taine. "Síó," escribioó Flaubert en noviembre de 1866, "la imagen interna siempre es tan cierta para míó como la realidad objetiva de las cosas, y despueó s de muy poco tiempo los adornos o modificaciones que he introducido ya no se pueden distinguir de lo que la realidad me proporcionoó en primer lugar." Los personajes imaginarios que se metíóan debajo de su piel podíóan volverlo loco, continuoó . O maó s bien, soy yo quien estaó en su piel. Cuando describíó el envenenamiento de Madame Bovary, habíóa un fuerte sabor a arseó nico en mi boca, estaba tan completamente envenenado, que tuve dos episodios sucesivos de indigestioó n — ataques muy reales, porque vomiteó toda mi cena. No todos los detalles se graban. Por lo tanto, para míó, M. Homais tiene unas deó biles cicatrices de viruela. Cualquiera que sea el pasaje que estoy escribiendo, veo la escena completamente proveíóda (incluidas las manchas en la madera), pero no explico maó s.
Las imaó genes conjuradas por la intuicioó n artíóstica pasan frente a sus ojos, escribioó , con la fugitiva rapidez de las "alucinaciones hipnogoó gicas361." Al igual que los fantasmas que sitian al escritor, aquellos que atormentan a Antonio ganan peso y volumen del desierto cuidadosamente retratado en el que Flaubert los manifiesta. La escena de su primer capíótulo, basada en notas hechas mientras navegaba en una cangia dos deó cadas antes, es tan especíófica como el proó logo de una novela de Balzac. La accioó n transcurre en la Tebaida362 en la cima de una montanñ a en una plataforma redondeada en media luna y que encierran grandes piedras. La cabanñ a del ermitanñ o ocupa 360Entre otros. 361Una alucinación hipnagógica (del griego:hypn "sueño" + agōgos "inducir") es una alucinación auditiva, visual y/o táctil que se produce poco antes del inicio del sueño. La palabra hipnagógica (o hipnagógico) expresa una situación de tránsito entre la vigilia y el sueño, originalmente acuñado de forma adjetiva como "hypnagogique" por Alfred Maury. 362Una de las tres partes en que se dividía el Egipto antiguo y los desiertos, a la cual se retiraban los eremitas cristianos. Nota de extraída de La tentación de San Antonio, Editorial Lozada, 1ra edición, agosto de 1999. Traducción de Luis Echávarri. Página 55.
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Flaubert: Una vida — Frederick Brown el fondo. Estaó hecha con barro y canñ as, tiene el tejado plano y carece de puerta. En su interior se distinguen un caó ntaro y un pan negro; en el centro, en una estela de madera, un libro voluminoso; en el suelo, aquíó y allaó , filamentos de esparteríóa, dos o tres esteras, una cesta, un cuchillo. A diez pasos de la cabanñ a hay una larga cruz plantada en el suelo; en el otro extremo de la plataforma, una vieja palmera retorcida se inclina sobre el abismo, pues la montanñ a estaó recortada a pico, y el Nilo parece formar un lago al pie del acantilado. Limita la vista de derecha e izquierda el cerco de las rocas. Pero por el lado del desierto, como playas que se sucedieran, inmensas ondulaciones paralelas de un color rubio ceniciento se extiran unas tras de otras, ascendiendo siempre; maó s allaó de las arenas, a lo lejos, la cordillera líóbica forma un muro de color de creta, ligeramente esfumado por vapores violetas. Al frente el sol se pone. El cielo, en el norte, tiene un matiz grisperla, en tanto que en el cenit nubes puó rpuras, dispuestas recorren como los mechones de una cabellera gigantesca, se alargan bajo la boó veda azul. Esos rayos de llamas oscurecen, las partes azuladas adquieren una palidez nacarada; los matorrales, los guijarros, la tierra, todo parece duro como si fuera de bronce y en el espacio flota un polvo de oro tan menudo que se confunde con la vibracioó n de la luz. San Antonio que tiene una larga barba, largos cabello y una tuó nica de piel de cabra, estaó sentado, con las piernas cruzadas, haciendo esteras. Cuando el sol desaparece, lanza un gran suspiro y, contemplando el horizonte, dice: ¡Un díóa maó s! ¡Ha pasado otro díóa!
Aquíó, como en L'Éducation sentimentale, el drama comienza cuando una crisis interna despierta a un alma quieta. Al igual que cuando Freó deó ric abandonoó repentinamente la barandilla de popa, donde permanecioó inmoó vil para explorar su nave, Antonio repentinamente se siente impulsado a trepar las rocas alrededor de la cabanñ a. Esta inquietud senñ ala un motíón que daraó rienda suelta a su imaginacioó n. Con el deseo ascendente, Freó deó ric se encuentra con Marie Arnoux pero no puede decir al principio si es real o si es una aparicioó n. Tampoco Antonio sabe si las imaó genes que inundan su mente provienen de dentro o fuera. De cualquier manera, marcan el final de un díóa piadoso. Con las piernas cruzadas al comienzo del capíótulo 1, cae en trance al concluir, con Sheba esperando hacer su laó nguida entrada. Es una caíóda en ambos sentidos, y el artista perseguido por sus personajes se funde con el epileó ptico atrapado en un voó rtice alucinatorio, incapaz de hablar. Y de pronto pasan por el aire, en primer lugar una charca, y luego una prostituta, la esquina de un templo, una figura de un soldado, un carro con dos caballos blancos que se encabritan. Esas imaó genes llegan bruscamente, a sacudidas, y se destacan en la oscuridad como pinturas escarlatas en el eó bano. Su movimiento se acelera. Desfilan de una manera vertiginosa. Otras veces se detienen y palidecen progresivamente, se funden; o bien se desvanecen y llegan otras. Antonio cierra los ojos.363
A medida que las imaó genes se multiplican a su alrededor de forma amenazante, no siente maó s que una ardiente contraccioó n en el abdomen. "A Pesar de la batahola de su cabeza, percibe un silencio enorme que lo separa del mundo. Trata de hablar: En adelante todos los extractos de La tentación de San Antonio traducidos al español pertenecen a la mencionada edición de Losada. 363Ibidem
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¡imposible! Es como el nexo general de su ser se disolviera." 364 Finalmente, incapaz de resistir, cae postrado sobre su estera. Lo que surge de este evento no es una trama sino una secuencia de suenñ os que una vez maó s invita a la comparacioó n con L'Éducation sentimentale. Como Freó deó ric, el heó roe cuya vida adulta es una saga de asociacioó n libre, deambula de un encuentro a otro, por lo que Antonio, despojado de la seguridad dogmaó tica, es visitado por un credo tras otro. Descendientes de la primera pasioó n literaria de Flaubert, Don Quijote, ambas obras pueden leerse como croó nicas de inuó til vagabundaje. Maó s deliberadamente que L'Éducation, La Tentation hace un punto sobre el cual Flaubert insistioó en su correspondencia con Mlle Leroyer de Chantepie. "El horizonte percibido por los ojos humanos nunca es la orilla, ¡porque maó s allaó de ese horizonte yace otro, y otro!", Escribioó el 18 de mayo de 1857, anticipando la "vasta secuencia de playas arenosas" que Antonio levanta desde su nido del desierto. "Asíó que la buó squeda de la mejor religioó n o la mejor forma de gobierno me parece una tonteríóa. En mi opinioó n, el mejor es el que estaó moribundo, porque al morir da paso a otro . . . Es porque creo en la evolucioó n perpetua de la humanidad y sus formas incesantes, porque odio todos los marcos en los que la gente quiere rellenarlo". Despreciativo de la verdad evangeó lica, reuó ne las ficciones ideadas por los hombres para satisfacer su anhelo de conocimiento de las primeras causas, por un camino redentor, una "solucioó n", un faro teleoloó gico, y los desfila maó s allaó de Antonio como bufones con borlas. Hacia el final de La Tentation, es el diablo quien expresa la aversioó n de Flaubert al infalibilismo, negando a Antonio la comodidad de la ortodoxia y los líómites. ¡Contempla el sol! De sus bordes salen altas llamas que lanzan chispas, las que se dispersan para convertirse en mundos; y maó s lejos que la uó ltima, maó s allaó de esas profundidades donde no ves maó s que la oscuridad se arremolinan otros soles, y detraó s de ellos otros, y otros maó s, infinitamente . . . ¡La nada no existe! ¡El vacíóo no existe! En todas partes hay cuerpos que se mueven sobre el fondo inmutable de la Extensioó n, y como si estuviese limitada por algo no seríóa ya la Extensioó n, sino un cuerpo, no tiene líómites. 365
Su leccioó n de humildad continuó a con una advertencia que claramente se hace eco del apeó ndice a la parte 1 de la Ética de Spinoza. "Pero las cosas no te llegan sino por mediacioó n de tu mente. Ella deforma los objetos como un espejo coó ncavo; y te faltan todos los medio para verificar la exactitud. Nunca conoceraó s el universo en toda su extensioó n. Por consiguiente, no puedes hacerte una idea de su causa, tener una nocioó n justa de Dios, ni siquiera decir que el universo es infinito, ¡pues habríóa que conocer el Infinito!”366 El aó ngel caíódo es un agente perverso que instiga el deseo de conocimiento del santo al tiempo que lo humilla con la formidable perspectiva de mundos maó s allaó de los mundos. Bajo su influencia, Antonio se encoge con la duda y se hincha de placer, su placer es una respuesta entusiasta al aura de las diosas de la fertilidad. Entre las visitas de Diana de EÁ feso y Cibeles, eó l se deleita en el movimiento, el olor, la luz y el color. "¡Desearíóa tenderme de bruces en la tierra para sentirla contra mi corazoó n, y mi vida se 364Ibidem 365Ibidem 366Ibidem
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vigorizaríóa con su juventud eterna!" Abrumadora es la visioó n de una Venus rubia, de paó rpados pesados y hoyuelos, acicalada ante un espejo celestial. Sin duda, Flaubert le pide a Antonio que haga las paces por sucumbir a las seducciones de la Naturaleza recitando el Credo de Nicea, pero La Tentation no deja dudas de que la discusioó n entre la Madre Tierra y Dios el Padre continuaraó dentro de su vejado heó roe tan seguro como la noche sigue al díóa. Las uó ltimas palabras de Antonio, pronunciadas despueó s de haber visto a la Naturaleza arrojar formas que atestiguan su ingenuidad sin líómites, son una Gloria panteíósta. ¡Queó felicidad! ¡Queó felicidad! He visto nacer la vida, he visto el comienzo del movimiento. La sangre me late con tal fuerza en mis venas que las va a romper. ¡Siento deseos de volar, de nadar, de ladrar, de mugir! ¡Desearíóa tener alas, un caparazoó n, una corteza, una trompa, exhalar humo, retorcer el cuerpo, dividirme por todas partes, estar en todo, emanar como los olores, crecer como las plantas, correr como el agua, vibrar como el sonido, brillar como la luz, adquirir todas las formas, penetrar en todos los aó tomos, descender hasta el fondo de la materia, ser la materia!367
Apenas ha expresado el deseo de ser materia (como lo hace Atys, en un pasaje anterior, anhela ser su madre, Cibeles) que el amanecer, con el rostro de Cristo iradiando desde el interior del disco del sol. Que Flaubert escribioó la despedida de Antonio a la noche, poco despueó s de la muerte de su madre, le da al pasaje un especial patetismo. Una vez maó s, se tienen en cuenta los comentarios de Freud sobre el sentimiento "oceaó nico" al comienzo de Civilización y sus Descontentos. Cuando Flaubert sintioó maó s temor de caerse del mundo es cuando su heó roe se imaginoó a síó mismo fusionaó ndose con eó l. Privado de la mujer a quien le debíóa la vida, tiene a Antonio anhelando la plenitud dentro de un uó tero que lo abarca todo. El manuscrito de La Tentation yacioó en el escritorio de Flaubert durante dieciocho meses. No fue publicado hasta abril de 1874, y por alguien que no sea Michel Leó vy. El autor rompioó con su editor en marzo de 1872, despueó s de una disputa acalorada sobre el verso poó stumo de Louis Bouilhet, Dernières chansons, que Flaubert habíóa convencido a Leó vy para que publicara bajo su sello. Leó vy aceptoó pagarle al impresor, a condicioó n de que se le reembolse. Flaubert no escatimoó gastos en el disenñ o y la produccioó n de un volumen lujoso, repleto de paó ginas en blanco entre cada uno de los cincuenta y dos poemas, sin consultar nunca a Leó vy. El asunto llegoó a un punto críótico el 20 de marzo de 1872, cuando Leó vy advirtioó que no perdonaríóa ninguna deuda incurrida en nombre de una obra cuyo meó rito literario considerara dudoso. Flaubert estalloó , gritando acusaciones que aparentemente no teníóan ninguna base de hecho. "Volvioó a su palabra, que experimenteó como una bofetada en el rostro," informoó a George Sand. "Me puse paó lido, luego me puse rojo . . . La maison Leó vy nunca ha visto nada como esa escaramuza . . . Me dejoó sin cuerdas, la forma en que me siento despueó s de haber sido fuertemente sangrado. Queó humillante es fallar en algo despueó s de que uno le ha dado el corazoó n, la mente, los nervios, los muó sculos, el tiempo." A pesar de su carinñ o por Leó vy, Sand podríóa haber entendido por queó Flaubert deseaba divorciarse de la editorial, pero Flaubert fue mucho maó s allaó de lo razonable al declarar que habíóa tomado la firme decisioó n de "no hacer que las prensas giman por muchos anñ os" porque no queríóa saber 367Ibidem
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nada maó s de impresores, editores, perioó dicos, "¡y sobre todo, porque no quiero oíór hablar de dinero!" Confesoó que su aversioó n al tema era patoloó gica. "¿Por queó la mera visioó n de un billete me enfurece? Limita con la demencia. Soy bastante serio. Ten en cuenta que he echado a perder todo este invierno. Aïssé no obtuvo ganancias. Dernières chansons casi resultaron en un pleito . . . Que el cielo me ayude a echar a perder a Saint Antoine tambieó n." Aunque desalentado por su fracaso en mejorar la reputacioó n poó stuma de su amigo y por ganar algo de dinero para la viuda de Louis, Leó onie Le Parfait, ¿hubiera reaccionado Flaubert tan beligerante si no se hubiera identificado tan fuertemente con Bouilhet? Al difamar a Leó vy por su indiferencia hacia Les Dernières Chansons, ¿no temíóa que Leó vy adoptara la misma mala opinioó n de La Tentation? ¿Y ese veredicto no lo humillaríóa maó s por haber sido rendido por un hombre que, a sus ojos, ejercíóa autoridad paternal? Queríóa que Leó vy comprara la visioó n de Salammbô sin ser vista. Ahora eó l encontroó la manera de evitar el juicio mundial: rechazaríóa al rechazador y desairaríóa no solo a Leó vy sino a todos los demaó s editores. En 1873 habíóa varios interesados. "Los trateó irrespetuosamente," le escribioó a Edma Roger des Genettes el 22 de enero, alardeando que los hizo subir una y otra vez por las escaleras de la rue Murillo para despedirlos con las manos vacíóas, como el morador de la buhardilla en Mauvais Vitrier de Baudelaire, quien hizo caminar siete pisos a un vidriero con sus mercancíóas en la espalda por el placer de gritar: "¿Queó ? ¿No tienes vidrio de color?" En resumen, demostroó su virilidad sin exponer a su miembro. Las quejas emitidas el 20 de marzo no pueden explicar la intensidad de la animadversioó n de Flaubert contra Leó vy. Ese fuego fue alimentado por la yesca de su juventud, y las decepciones anteriores hicieron que su fracaso en promover la causa de Bouilhet fuera excesivamente doloroso. ¿Por queó , se preguntoó unas semanas despueó s de la pelea, la indignacioó n que Leó vy habíóa provocado todavíóa lo oprimíóa? "¿Coó mo es que siquiera pienso en eó l?" Un anñ o despueó s todavíóa no habíóa resuelto el asunto. "He comenzado a no pensar continuamente sobre Michel Leó vy," le escribioó a George Sand. "Ese odio se estaba volviendo maníóaco y me estaba obstaculizando. No me deshago completamente de eó l, pero la idea de ese miserable no me da palpitaciones ahora . . . Por otro lado, no imprimireó nada en el futuro en lugar de traficar con comerciantes." El voto de silencio tiene un tono infantil. Se molestaríóa con el mundo burgueó s al desaparecer de eó l, como Antonio. No solo escribiríóa obras hermeó ticas, sino que las escribiríóa solo para síó mismo (y para algunos pocos invitados). Sand, que tomoó esta amenaza en serio, lo instoó a dejar que ella encontrara otro editor, pero sus buenos oficios resultaron innecesarios, ya que en 1873 un joven apuesto y encantador llamado Georges Charpentier, que acababa de heredar la editorial de su padre, lo buscoó . A Flaubert le impresionoó mucho que Charpentier visitara Croisset, compartiera dos comidas, acariciara al sabueso a lo largo de la conversacioó n, escuchara a su anfitrioó n leer una obra no reproducida de Bouilhet's, y cuando se fue le agradecioó su hospitalidad. Todo muy poco parecido a Leó vy. Con Zola bajo contrato, el voluntarioso Charpentier estaba empenñ ado en capturar a Flaubert antes de perseguir a Goncourt y Daudet, y en ese díóa, el 20 de junio, lo logroó . Propuso volver a publicar Madame Bovary en una edicioó n que incluíóa los discursos pronunciados por la acusacioó n y la defensa en el juicio de 1857. Una nueva edicioó n de Salammbô tendríóa un apeó ndice conteniendo, entre otros documentos, la detallada carta de refutacioó n de Flaubert a 417
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Froehner. Charpentier auó n no podíóa reclamar L'Éducation sentimentale, pero adquirioó La Tentation de Saint Antoine, que Flaubert habíóa estado retocando desde junio de 1873. Cuando Flaubert finalmente entregoó el manuscrito de La Tentation, lo hizo con la solemnidad y la renuencia de un autor a entregar al ninñ o que, en sus tres mutaciones, abarcaba su vida creativa. Veinte anñ os maó s tarde, el socio de Charpentier, Maurice Dreyfous, recordaba claramente la escena, que tuvo lugar en su libreríóa en la rue de Grenelle. Entroó con un paso inusualmente calmado y pesado. Su rostro era mucho menos rubicundo que de costumbre, y sus gestos maó s sobrios. En su mano sosteníóa un pequenñ o paquete, un cuaderno envuelto en papel blanco muy lujoso y con una cinta de seda azul grisaó cea a su alrededor. Despueó s de un cordial saludo, me entregoó el cuaderno y, con voz temblorosa, tratando de parecer valiente, pronuncioó estas pocas palabras: "Ese, mi querido amigo, es Saint Antoine."
Cuando Dreyfous extendioó la mano para aceptar el manuscrito, Flaubert lo retiroó en un movimiento lento e involuntario, deshizo el lazo eó l mismo para revelar una carpeta blanca con anudadas vueltas de seda blanca en un lado. Flaubert lo abrioó . El manuscrito . . . fue escrito en hojas anchas de papel fino llamado papel ministerial. No era el manuscrito original, sino una copia, una obra maestra de caligrafíóa, fluida, líómpida, impecable. Aquíó y allaó , uno vio algunos signos de puntuacioó n anñ adidos por el autor con tinta diferente. Flaubert pasoó las paó ginas con ternura, elogiando su apariencia y pensando quizaó s en el pobre copista que, para su satisfaccioó n secreta, habríóa enloquecido por la multitud de nombres desconocidos. Charpentier rompioó el hechizo con preguntas praó cticas, pero Flaubert titubeando, como si pospusiera auó n maó s una separacioó n que ya habíóa sido pospuesta casi dos anñ os. Cuando llegoó el momento de darle a La Tentation una existencia independiente, la acaricioó una vez maó s y retrocedioó . La publicacioó n se retrasoó algunos meses para que el libro no apareciera al mismo tiempo que la novela de Victor Hugo Quatrevingt-treize. Como temíóa Flaubert, los críóticos trataron con rudeza su enigmaó tica obra. Hubo varias excepciones, una fue una críótica en Le Bien Public por Edouard Drumont, quien proclamoó , el estudio de Antonio de las deidades paganas con el demonio, superior a las aventuras de Faust con Mefistoó feles.368 Turgenev escribioó desde Alemania que La Tentation habíóa recibido una nota favorable en un perioó dico de Berlíón. Pero la recepcioó n fue abrumadoramente hostil. En Le Constitutionnel, Barbey d'Aurevilly, un ferviente monaó rquico catoó lico, que ya habíóa atacado salvajemente otras obras de Flaubert, notoó el contraste "entre el heó roe del libro y su autor, entre un santo piadoso y ardiente de grandes proporciones" y "el hombre maó s fríóo de nuestros tiempos, el maó s materialista en talento, el maó s indiferente a las cosas morales." Saint-Reneó Taillandier, que consideroó que La Tentation era ilegible, ridiculizoó a Flaubert en La Revue des Deux Mondes por supuestamente declarar, "Quiero 368Drumont, una figura menor en la escena literaria, adquirió fama como autor en 1886 de La France juive, un vociferante compendio de fábulas antisemitas que se convirtió en uno de los grandes éxitos del siglo.
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aprovechar un momento del mundo antiguo en el que todas las religiones de Oriente y Occidente se mezclaron en el seno del Imperio Romano. ¡Queó contraste! ¡Queó extranñ as formas! Queó apariciones inauditas. ¡Ahora hay algo para poner a prueba mi fortaleza!" Incluso se informoó que los amigos hicieron comentarios desagradables. Los uó nicos elogios, se quejoó a George Sand, vinieron de los profesores de la Escuela de Teologíóa de Estrasburgo, del padre Didon y del cajero de su carnicero. "Lo que me sorprende de varias de estas críóticas es el odio apenas oculto hacia míó, hacia míó como individuo, una campanñ a de denigracioó n que no puedo explicar. No me siento herido, pero esta avalancha de inanidades me pone triste. Uno preferiríóa inspirar buenos sentimientos que malos. Aparte de eso, Saint Antoine ya no estaó en mi mente. Este verano comenzareó a trabajar en otro libro, vino del mismo barril." Aunque no podíóa haberse convencido a síó mismo (como lo habíóa hecho anteriormente con L'Éducation sentimentale) de que La Tentation seríóa bien recibida, el coro de la execracioó n continuoó para atacar su mente. Dos meses y medio despueó s de decirle a Sand que habíóa dejado el trabajo atraó s, le pidioó a Charpentier que siguiera la pista de los artíóculos escritos al respecto. "Valoro esa pila de basura." Renan le habíóa prometido una críótica; Flaubert le hizo persistentes demandas por eó sta hasta casi el final del anñ o. Pudo haber hecho lo mismo con Theó ophile Gautier, que apreciaba la grotesca erudicioó n, pero Gautier habíóa estado en su tumba desde octubre de 1872. De la manera habitual, George Sand hizo todo lo posible por consolarlo. "Seó valiente y satisfecho, ya que Saint Antoine se estaó vendiendo bien," escribioó desde Nohant el 10 de abril. "¿Queó diferencia hay si alguien te critica en este o aquel perioó dico? Hubo alguna vez que significaba algo — ahora no significa nada. El puó blico ya no es lo que solíóa ser, y el periodismo ya no ejerce la menor influencia literaria. Todos son críóticos y llegan a su propia opinioó n." En su opinioó n, La Tentation fue "una obra maestra, un libro magníófico." Es digno de mencioó n, desde una perspectiva maó s amplia, que la opinioó n de Sand se hizo eco nueve anñ os maó s tarde por el joven Sigmund Freud, quien leyoó la mayor parte de La Tentation en un viaje en tren a Gmunden con Josef Breuer. "Ya me conmovioó profundamente el espleó ndido panorama, y ahora, ademaó s de todo, llegoó este libro que, de la manera maó s condensada y con una viveza insuperable, le saca la cabeza a todo el perverso mundo," escribioó a su futura esposa en julio de 1883, varios meses antes de llegar a Paríós para estudiar con Jean Charcot. "Llama no solo a los grandes problemas del conocimiento," continuoó , "sino a los verdaderos acertijos de la vida, a todos los conflictos de sentimientos e impulsos; y confirma la conciencia de nuestra perplejidad en los misterios que reinan en todas partes. Estas preguntas, es cierto, siempre estaó n ahíó, y uno siempre debe estar pensando en ellas. Lo que uno hace, sin embargo, es limitarse a un objetivo angosto cada hora y cada díóa y acostumbrarse a la idea de que preocuparse por estos enigmas es la tarea de una hora especial, en la creencia de que existen solo en esas horas especiales. Entonces, de repente, lo atacan a uno por la manñ ana y le roban la compostura y el espíóritu." Lo que le impresionoó maó s que cualquier otra cosa, concluyoó , despueó s de resumir elegantemente lo que llamoó una
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Walpurgisnacht369, fue "la viveza de las alucinaciones, la forma en que las impresiones sensoriales surgen, se transforman y de repente desaparecen." La otra obra literaria que Freud describioó entusiaó stamente a Martha Bernays ese anñ o fue Don Quijote.
XXII "Todos somos emigrados, sobrantes de otra época." DESPUEÁ S DE 1871, las cartas de Flaubert insisten en la idea de que la guerra habíóa creado una brecha histoó rica que lo separaba de su entorno espiritual. Todo lo querido y familiar para eó l, estaba en el lado inferior de la divisioó n, en un antiguo reó gimen de sensibilidad literaria. No importaba que Magny todavíóa sirviera la cena todas las noches: "cenar en Magny's" era ahora un ritual extinto. "Si nos escabullimos, ¿no podríóamos reunir a un pequenñ o grupo de emigrados?" Le propuso a Edma Roger des Genettes. "Porque todos somos emigrados, sobrantes de otra eó poca." A George Sand, declaroó , medio en broma, que podríóa terminar como el viejo cleó rigo que, seguó n Montaigne, nunca abandonoó su habitacioó n en treinta anñ os debido a los "inconvenientes causados por su melancolíóa." Afirmoó ver a muy pocas personas. "De todos modos, ¿con quién puedo asociarme? La guerra ha cavado abismos." En ese momento, ninguó n, ruso ejemplificoó mejor que Flaubert la observacioó n que Cheó jov hizo sobre sus companñ eros eslavos, que les encanta recordar la vida pero que no amaban vivirla.
369Noche de Walpurgis (o Valborgsmässoafton en sueco, Walpurgisnacht en alemán) es una festividad pagana celebrada en la noche del 30 de abril al 1 de mayo por grandes regiones de la Europa Central y Septentrional. También es conocida como la noche de las brujas.
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¿Con quieó n podríóa asociarse? Solo Turgenev le vino a la mi mente. Turgenev solo le dio completa satisfaccioó n, declaroó . "¡Que hombre! ¡Queó conversacioó n! ¡Queó sabor!" Sand sabíóa muy bien que a Flaubert no le faltaba companñ íóa literaria de alto nivel durante la temporada de invierno en Paríós. Varias noches se pasaron con Victor Hugo, por ejemplo, cuyas recitaciones improvisadas de los Anales de Taó cito y los sermones funerarios de Bossuet fueron muó sica para sus oíódos. Pero Hugo, el anfitrioó n amable (en su casa en la rue de Clichy, bastante cerca de la de Caroline Commanville) nunca pudo domesticar a Hugo el Inmortal. Uno no se hacia amigo de una leyenda. En Turgenev, por otro lado, Flaubert reconocioó a un alma gemela que compartíóa su sensacioó n de no estar en ninguna parte, de derivar anacroó nicamente entre mujeres burguesas, no casaderas, y coó frades comprometidos con programas esteó ticos o ideologíóas políóticas que ambos las consideraban toscos, si no peores. Compartieron tambieó n el conocimiento de que la fama no los habíóa curado de la infancia. En 1868, cuando se hicieron íóntimos, no eran hombres joó venes que se imaginaban a síó mismos dando forma al futuro, sino dos gigantes tristes que entraban en la cincuentena convencidos de que no teníóan posteridad — que habíóan sido arrojados a una isla desierta. Para Turgueó niev, la vida comenzoó en cierta forma en una isla en 1818. La finca familiar, que maó s tarde llamoó "mi Patmos," abarcaba veinte pueblos repartidos en maó s de treinta mil acres en la provincia de Orel. La mansioó n, Spasskoe, era en síó misma una populosa comunidad equipada con graneros, molinos, establos, talleres, una enfermeríóa, e incluso un teatro donde los siervos entrenados en muó sica y danza actuaban cada vez que la madre de Turgenev, Varvara Petrovna, se lo ofrecíóa. Hasta que ingresoó en la Universidad de Moscuó , Ivan no conocíóa companñ eros de clase aparte de su hermano, Nikolai. Al igual que los joó venes príóncipes, recibieron instruccioó n de tutores privados, quienes organizaron un plan de estudios que expresaba la ambicioó n de sus padres de criarlos como caballeros europeos. Aunque profundamente ruso en otros aspectos, Sergei y Varvara Turgenev despreciaron la doctrina eslavoó fila. A los cuatro anñ os Ivan fue llevado al extranjero en una gran gira por Alemania, Austria, Suiza y Francia, que terminoó con una larga estadíóa en Paríós. Sergei, que habíóa ganado menciones por valentíóa durante la guerra contra Napoleoó n, se inclinoó por la tradicioó n aristocraó tica al hablar franceó s en casa, y Varvara, la rica plebeya con la que se casoó por sus cinco mil siervos, lo imitoó . Era su costumbre llamar a Ivan "Jean." Siendo el hijo predilecto de Varvara Petrovna, Ivaó n asumioó la responsabilidad del dolor que los hombres infieles, incluido su marido (que murioó joven), le habíóan infligido a ella, y todo lo que sabemos sugiere que, en materia de estrategias saó dicas, su imaginacioó n era tan raó pida como su voluntad. "Ella misma, en inventiva y en malevolencia previsora y calculada, era mucho maó s peligrosa que sus odiados favoritos que cumplíóan sus oó rdenes," escribioó Annenkov un amigo de Turgenev. "Nadie puede igualar a Varvara Petrovna en el arte de insultar, de humillar, o causar infelicidad, mientras que al mismo tiempo conserva la decencia, la calma y su propia dignidad." En Spasskoe, a medio camino entre el Mar Negro y el Caspio, donde la autoridad civil o religiosa no se atrevioó a desautorizarla, Varvara Petrovna administroó un despoó tico reinado, daó ndole tíótulos ministeriales a su personal domeó stico asíó como patroníómicos extranjeros. Su capricho era la ley, la ley era impuesta por su policíóa privada, y por cualquier cantidad de transgresiones menores, un siervo seríóa azotado o se encontraríóa exiliado en alguó n pueblo lejos de sus parientes. Dirigirse a la senñ ora sin haber recibido 421
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ese privilegio era una de esas ofensas. Pero la mayoríóa de los campesinos nunca vieron a su duenñ a, excepto durante su gira de inspeccioó n de verano, cuando, como la Maison du Roi, Spasskoe se convirtioó en una caravana que progresaba en el estado a traveó s de una aldea aterrorizada tras otra. De lo contrario, ella gobernaba desde una oficina que los pocos que podíóan entrar eran invitados a considerar como una sala del trono. Conteníóa un estrado, y detraó s del estrado colgaba un retrato de la propia Varvara Petrovna. Esa imagen puede haber sido lo que Turgenev imaginoó anñ os maó s tarde, antes de partir de Francia en un viaje de regreso a casa, cuya perspectiva lo llenaba de terror. "Rusia puede esperar — esa figura inmensa y sombríóa inmoó vil y enmascarada como la Esfinge de Edipo," le dijo a un amigo. "Tranquiliza tu mente, Esfinge. Volvereó contigo y podraó s devorarme a tu gusto, si no resuelvo tu acertijo por un tiempo." El gobierno de Varvara habíóa alimentado en eó l un odio a la violencia (que, como Flaubert, no impedíóa la fascinacioó n), una fuerte tendencia a identificarse con las víóctimas y la creencia de que sucumbir a la pasioó n inevitablemente seríóa fatal. Lo que lo convirtioó en el soltero que se comprometioó durante toda su vida en romances no concluyentes y un ironista que se burlaba incluso de los objetos de su maó s profunda simpatíóa, tambieó n lo convirtioó en un expatriado que preferíóa contemplar desde lejos su querida madre patria. En cualquier caso, escribir o hablar honestamente sobre Rusia implicaba un gran riesgo despueó s del Levantamiento Decembrista de 1825 370, cuando el reó gimen habíóa sofocado toda discusioó n. La inteligencia críótica de Turgenev no se despertoó hasta los anñ os 1839-41, que pasoó estudiando en Berlíón leyendo a Hegel con Karl Werder, compartiendo habitacioó n con Michael Bakunin y quedaó ndose hasta tarde con otros miembros de la intelligentsia rusa cuyos pasaportes auó n no habíóan sido confiscados por la policíóa secreta de Zar Nicholas. Auó n maó s importante para su desarrollo, tal vez, fue un viaje por Italia, donde el arte ofrecíóa alivio de los sistemas políótico-filosoó ficos colisionando furiosamente en las casas de hueó spedes del norte. Ya el maravilloso narrador cuya conversacioó n animaríóa a los salones de toda Europa, Turgenev no parecioó recortado para el trabajo solitario. Brillante pero deó bil de voluntad, impresionoó al historiador T. N. Granovsky como irremediablemente diletante, y Turgenev, quien teníóa una voz aguda extranñ amente ajena a su marco majestuoso, estuvo de acuerdo con esa opinioó n. Sin dificultades financieras para estimularlo, apenas se habíóa fijado objetivos, los perdioó de vista y se desvioó de su curso. Una carrera acadeó mica se evaporoó cuando, despueó s de pasar el examen para una caó tedra de filosofíóa, optoó por no escribir su tesis. Luego, con la fuerza de un artíóculo titulado "Algunos comentarios sobre la economíóa rusa y el campesino ruso," fue nombrado para un puesto en el Ministerio del Interior. En poco tiempo, el servicio del gobierno lo aburrioó , y un permiso de ausencia por razones meó dicas resultoó ser una despedida final. Que estas divagaciones indicaban que no era una debilidad de propoó sitos, sino que se hacíóa evidente su creciente vocacioó n literaria cuanto maó s se acercaba a los hombres 370La Revuelta Decembrista o el Levantamiento Decembrista (en ruso, Восстание декабристов, Vosstanie dekabristov) fue una sublevación contra la Rusia Imperial por parte de un grupo de oficiales del ejército ruso que dirigieron a cerca de 3,000 soldados el 26 de diciembre de 1825. Como este incidente ocurrió en diciembre, los rebeldes fueron denominados decembristas (en ruso, Декабристы, Dekabristy). Los sublevados tomaron la Plaza del Senado en San Petersburgo que, en 1925 y para celebrar el centenario del acontecimiento, fue renombrada como Plaza Decembrista (en ruso: Площадь Декабристов).
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relacionados con la revista que Pushkin habíóa fundado varios anñ os antes. Turgenev escribioó versos antes de intentar la ficcioó n, y Parasha, un largo poema narrativo con el estilo de Eugène Onegin, hizo que San Petersburgo se sentara y lo notara. Alabado por Belinsky — el críótico que se destacoó en la defensa de Pushkin, Lermontov y Gogol contra el establishment ruso — Parasha ganoó el apoyo de Turgenev incluso en Spasskoe; a Varvara Petrovna le complacioó saber que su escritura de poesíóa, que ella consideraba indigna de caballeros, no habíóa sido una empresa totalmente fríóvola. Varvara Petrovna podríóa perdonarle la literatura a su hijo. Mucho maó s problemaó tica fue una pasioó n lo suficientemente fuerte como para apartarlo de ella, lo que se declaroó en 1843 cuando Turgenev conocioó a la soprano espanñ ola de fama mundial Pauline Garcia Viardot371, que habíóa venido a cantar a Rossini en la OÁ pera Imperial. Con 21 anñ os, o la mitad de la edad de su esposo y empresario, Louis Viardot, esta extraordinaria mujer lanza hechizos sobre hombres con un encanto narcisista que maó s que compensoó su sencillez. "Ella es fea, pero con una fealdad que es noble, casi me gustaríóa decir bella," exclamoó Heine. "De hecho, la Garcia recuerda menos la belleza civilizada y la graó cil amabilidad de nuestras patrias europeas que la terroríófica magnificencia de un paíós exoó tico y salvaje." Maternal pero envuelta en su carrera, sensual y distante, Pauline Viardot insinuoó placeres bastante irresistibles a un hombre como Turgenev, quien seguó n un amigo dijo que el lado fíósico de las relaciones con las mujeres siempre le habíóa importado menos que el lado espiritual, la consumacioó n menos que las emociones que lo precedíóan. Este era otro rasgo que eó l y Flaubert compartíóan en comuó n. Durante el resto de su vida, los movimientos de Turgenev fueron dictados con tanta frecuencia por el deseo de estar cerca de Pauline como por la necesidad de vagar solos, sentimientos ambivalentes sobre su patria o la fuerza de las circunstancias. Posarse en el borde del nido de otro hombre a veces provocaba veó rtigo, pero le conveníóa maó s que no tener ninguó n nido. En uó ltima instancia, el incoó modo meó nage aè trois 372 que hizo con Pauline y Louis Viardot se convirtioó en una familia estable en la que encontroó satisfaccioó n. En 1845 visitoó a los Viardots en Courtavenel, su finca de campo en las afueras de Paríós, y de mala gana se fue a casa despueó s de varios meses de exploracioó n de Francia. Su proó xima visita comenzoó en 1847 y duroó tres anñ os, o el tiempo suficiente para que eó l se familiarizara con el mundo cultural que habíóa nutrido a Pauline. Courtavenel, donde Turgenev se alojoó cuando no estaba en la casa de los Viardots en la rue de Douai, era un lugar de reunioó n para luminarias como George Sand, Ary Scheffer y Giacomo Meyerbeer. Se vio atrapado por todo Paríós, lo que significaba que las invitaciones abundaban, y las cartas que envioó a Pauline durante sus extensas giras de conciertos ofrecen una croó nica de los eventos en la muó sica, el teatro y la sociedad. Pero sus ausencias tambieó n le dieron la oportunidad de retirarse del mundo. Courtavenel, a la 371Paulina García Sitches, conocida también como Michelle Pauline Viardot García, (París; 18 de julio de 1821 - 18 de mayo de 1910), fue una cantante de ópera (mezzosoprano) y compositora francesa, de origen español. Fue hija del tenor y maestro del bel canto Manuel García y de la soprano Joaquina Briones, y hermana de la diva María Malibrán y del influyente barítono y maestro de canto Manuel Patricio García, inventor del laringoscopio. 372Trío
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que llamoó "la cuna de mi fama", fue donde escribioó , entre muchas otras cosas, las historias reunidas como Sketches from a Sportsman's Notebooks.373 Por queó dejoó Francia en 1850 — cuando el miedo a ser infectado por la epidemia revolucionaria que habíóa asolado Europa hizo que Rusia sea menos hospitalaria que nunca para las mentes liberales — es una pregunta que el propio Turgenev no podríóa responder de forma simple. Las razones del corazoó n tiraban de ambos lados. Aunque bendijo a Pauline Viardot por la tiraníóa amorosa que ejercioó sobre eó l, otra visioó n completamente diferente del amor surge de su obra Un mes en el campo, que escribioó en Courtavenel. "El amor, ya sea feliz o infeliz, es una verdadera calamidad si te entregas por completo a eó l," proclama el portavoz de Turgenev. "Descubriraó s lo que significa pertenecer a una enagua, lo que significa ser esclavo, estar infectado y cuaó n vergonzosa y fatigosa es esa esclavitud." No importaba que Francia se hubiera convertido recientemente en una repuó blica; eó l vivioó en un estado despoó tico. Ademaó s, quedarse en el extranjero y hacerse amigo de exiliados políóticos como Alexander Herzen, sobre quien el servicio secreto del zar Nicolaó s manteníóa una estrecha vigilancia, corríóa el riesgo de sufrir su destino. Bíógamo en sus lealtades, Turgenev no queríóa encontrarse en Rusia sin una ruta de escape hacia el oeste o en Europa permanentemente desconectada del lenguaje en el que sonñ aba, la tierra que poblaba su imaginacioó n y le proporcionaba su ocio, los literatos que sabíóan queó tan bien escribioó , el gobierno que tomoó sus palabras lo suficientemente en serio como para considerarlo peligroso. Una amarga fascinacioó n por el peligro se revelaríóa anñ os maó s tarde en su notable ensayo sobre la ejecucioó n del asesino en masa Troppmann en la prisioó n de Roquette en Paríós. Ver a un hombre condenado apresurado a traveó s de ceremonias sombríóas debe haber evocado a Turgenev el castigo que recibioó poco despueó s de su regreso a Petersburgo. En 1852 murioó Nicolai Gogol. El oficialismo ruso, que veíóa a Gogol como un enemigo mortal por haber satirizado el reó gimen, prohibioó que se tomara nota de su muerte, pero Turgenev logroó eludir la censura y publicoó un obituario elogioso. Fue arrestado, encarcelado y exiliado en Spasskoe, donde languidecioó durante dieciocho meses. No fue hasta que terminoó la guerra de Crimea que las autoridades le otorgaron permiso para viajar fuera de Rusia. Para entonces, en 1856, habíóa escrito Rudin, que muestra al novelista plenamente en posesioó n de su estilo y temas. Cuando Turgenev visitoó Courtavenel nuevamente, quedoó muy claro que no podíóa continuar, con Pauline, donde la habíóa dejado seis anñ os antes, que mientras tanto ella le habíóa dado a Louis varios hijos maó s. "Mi salud es buena, pero mi espíóritu estaó triste. A mi alrededor hay una vida familiar normal . . . ¿Para queó estoy aquíó y por queó ? . . . ¿Deberíóa volver mi mirada hacia atraó s?" Maó s sumiso que nunca, le dijo a su amigo Nekrasov que "bailaríóa en el techo, completamente desnudo y pintado de amarillo por todas partes" si Pauline se lo pidiera. Incluso el papel del bufoó n fue rechazado, sin embargo, y durante algunos anñ os Turgenev llevoó una existencia inquieta, detenieó ndose en Courtavenel de camino a Londres, Paríós, Viena, Berlíón, Petersburgo y Spasskoe. En Rusia, los desprecios de los beligerantes joó venes radicales como Dobrolyubov, que no teníóan ninguó n uso para la visioó n gradualista de Turgenev del cambio social, agravaron 373Conocida en español como Memorias de un cazador o Relatos de un cazador (en ruso: Записки охотника) es una recopilación de relatos breves.
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su sensacioó n de que eó l era una figura perifeó rica. Y, sin embargo, la periferia era el entorno que maó s le conveníóa en muchos aspectos. Entre 1859 y 1863 sacoó a la luz tres grandes novelas, incluida Padres e Hijos. Prestando atencioó n a los signos de desgaste en su voz, Pauline Viardot se retiroó del escenario operíóstico para establecer una escuela en Baden-Baden, y Turgenev, quien finalmente le recompensoó su devocioó n por la intimidad (quizaó s platoó nica) por la que anhelaba, no perdioó tiempo para unirse a ella ahíó. Su retiro marcoó el final de su incesante vagar. Baden-Baden seríóa su hogar desde 1863 hasta que estalloó la guerra entre Francia y Prusia. Durante esos siete anñ os, la vida giroó en torno a la villa de los Viardot, donde las veladas musicales reunieron a artistas, estadistas y un Almanaque de Gotha374 de aristoó cratas que se reuníóan regularmente en el spa. En una ocasioó n u otra, Turgenev se encontroó con el rey y la reina de Prusia, Bismarck, la emperatriz Eugeó nie, Wagner, Brahms y Clara Schumann. "No hay necesidad de que un escritor viva en su propio paíós, al menos no hay necesidad de hacerlo continuamente," argumentoó en una carta a su confidente rusa, la condesa Lambert. "No veo ninguna razoó n por la cual no deba instalarme en Baden-Baden. Lo hago no por ninguó n deseo de delicias materiales . . . sino simplemente para tejer un pequenñ o nido en el que esperar la arremetida del final inevitable." Al principio su nido era un piso alquilado, pero finalmente construyoó una villa completa con un teatro en el que la escuela de Pauline interpretaba pequenñ as oó peras concebidas por Turgenev mismo. El escritor no consideroó que fuera inferior a eó l aparecer en el escenario como un coó mico pachaó o, cuando Pauline dio recitales de oó rgano, para trabajar la bomba para ella. Indudablemente fue su propia situacioó n la que describioó al observar que los Don Quijotes de su edad seguíóan corriendo detraó s de Dulcinea a pesar de que sabíóan que era una bruja fea. La ambivalencia de su relacioó n con las mujeres y sus sentimientos acerca de los nidos se extendioó al reino de las ideas, donde un profundo escepticismo le negaba la comodidad que otros encontraron en los sistemas criptoreligiosos. "El que tiene fe lo tiene todo y nunca puede sufrir ninguna peó rdida, pero el que no tiene fe no tiene nada, y lo siento maó s profundamente ya que pertenezco a la companñ íóa de aquellos que no tienen fe," escribioó a la condesa. "Auó n asíó, no pierdo la esperanza." Siempre en desacuerdo consigo mismo, le hubiera gustado creer, pero en cambio escribioó novelas que exponen la farsa en credos fanaó ticos. Su conducta urbana ocultaba una angustia de la que no podíóa escapar abrazando a un dios, y este dégagement375 desconcertoó a los extremistas, quienes, como no reconocíóan ninguó n teó rmino medio, invariablemente le imputaron simpatíóa por el campamento enemigo. La buena acogida psicoloó gica de Rusia se puede ver en la recepcioó n dada a Padres e Hijos. Turgueniev fue condenado tan fuerte por la derecha como por la izquierda por haber creado, en Bazarov, su heó roe
374El Almanaque de Gotha (en alemán: Gothaischer Hofkalender, en francés: Almanach de Gotha) era una publicación anual de Europa, que compendiaba con todo detalle datos de las casas reales, la alta nobleza y la aristocracia europeas, así como datos del mundo diplomático. Fue publicado por vez primera en el año 1763 por el editor alemán Justus Perthes, en la corte de Federico III, duque de Sajonia, y destacó desde sus inicios por su afán de listar minuciosamente datos de las dinastías reinantes, familias principescas, y de alta aristocracia, las cuales en dicha época sumaban varias docenas de individuos. El Almanaque se abstuvo de listar a la pequeña nobleza, dejando dicha tarea a las autoridades de cada país. 375Desapego, indiferencia, frialdad.
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nihilista, un personaje que, por un lado, aumentoó el prestigio de la revolucioó n y, por otro, fomentoó la causa de la reaccioó n. Turgenev odiaba el filisteíósmo de Bazarov, pero la distancia clíónica del yo por la que se esfuerza su personaje era un ideal que endosoó en la medida en que permanecioó despierto durante la cirugíóa estomacal y observando coó mo progresaba de la misma forma en que Bazarov se observa morir. "Durante la operacioó n, estaba pensando en nuestras cenas," le dijo luego a Edmond de Goncourt, "y busqueó esas palabras con las que podríóa transmitirles la impresioó n exacta de que el acero me rompe la piel y entra en mi carne . . . como un cuchillo cortando una banana." Atormentado por la muerte desde una edad temprana, cuando los pensamientos de muerte posiblemente enmascararon el miedo a la castracioó n, acordoó matar de hambre su ser sexual, considerar su cuerpo como una residencia provisional maó s, y es revelador que a los treinta y cinco anñ os, como Flaubert, ya se llamaba viejo. Esta misma estrategia lo ayudoó a crear novelas cuya caracteríóstica maó s obvia es su ironíóa penetrante — una ironíóa que arroja una especie de luz distante sobre la agitacioó n humana. Su buó squeda del mot juste mientras estaba en una mesa de operaciones con las tripas abiertas era lo que lo habíóa convertido en el escritor que los partidarios no podíóan tolerar. Es un ejemplo de toda su vocacioó n literaria. Y promovioó la afinidad espiritual que sentíóa con Flaubert, a quien escribioó en una ocasioó n: "Oh, tenemos tiempos difíóciles para vivir, aquellos de nosotros que nacemos espectadores [eó nfasis de Turgenev]." Flaubert tambieó n esperaba que el arte se levantara sobre las "inclinaciones personales y susceptibilidades nerviosas." Igualmente eruditos, hipersensibles, romaó nticos y aleó rgicos al lenguaje de la opinioó n recibida, los dos hombres muy grandes (que juntos pesaban poco menos de quinientas libras, como lo observoó cruelmente George Sand 376) intercambiaron varias cartas despueó s de su primera reunioó n en 1863, ya que visto, pero su mutua admiracioó n no se convirtioó en algo maó s que eso hasta 1868. "Desde el principio, sentíó un gran aprecio por ti — hay pocos hombres, particularmente franceses, con quienes me siento tan relajado y tan estimulado," escribioó Turgenev desde Baden-Baden en mayo de ese anñ o. "Me parece que podríóa hablar contigo durante semanas, pero luego somos un par de topos que se adentran en la misma direccioó n." L'Éducation sentimentale aparecioó un anñ o despueó s, y la novela de Flaubert sobre un personaje a la deriva en la manera del propio "hombre superfluo" de Turgenev consagroó su afinidad. Los eventos conspiraron, sin embargo, para negarles el alimento de la mente del otro. Tan pronto como estalloó la guerra, los Viardots, como Caroline Commanville, buscaron refugio a traveó s del Canal de la Mancha. Turgenev se unioó a ellos en Londres, donde el mundo literario le ofrecioó hospitalidad. Incluso cuando Flaubert estaba vituperando contra los baó rbaros que lo habíóan expulsado de Croisset, Turgenev practicaba su ingleó s con Ford Madox Brown, Swinburne, George Henry Lewes y George Eliot. Los dos podríóan haberse cruzado cuando Flaubert visitoó a Juliet Herbert en marzo, pero la mayoríóa de 1871 se escabulleron antes de volver a verse de nuevo. 376Sand estaba tan intrigada por su peso combinado que tenía la estadística (222 kilogramos) publicada en una puerta. Se ha determinado que en 1873 Turgenev, que era tres pulgadas más alto que Flaubert en seis pies y tres pulgadas, pesaba 110 kilogramos (242 libras) y Flaubert, que sobresalía más que su amigo ruso, 112 kilogramos (246 libras).
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En tiempos de paz, Turgenev se instaloó en las habitaciones de un piso superior de la casa de la ciudad de Viardots en Paríós. Incluso entonces, maó s de una reunioó n a menudo se frustroó . Turgenev regularmente sufrioó ataques violentos de gota, que lo mantuvieron confinado a su casa. "Cuando te escribíó que era difíócil emprender cualquier cosa, nunca dije una palabra maó s verdadera," escribioó el 27 de noviembre. "Esta uó ltima noche, el tobillo de mi pie malo se hinchoó de repente, y ahora no puedo ni ponerme una bota ni poner el pie en el suelo. Asíó que 'Antonio' tendraó que ser pospuesto — es realmente una suerte horrible — a menos que quieras venir aquíó con el manuscrito. ¿O debemos esperar un par de díóas? . . . Aquíó estoy, y yo estrecho tíómidamente tu mano en senñ al de decepcioó n." Al díóa siguiente, en otra nota de disculpa, explicoó que habíóa aceptado proporcionar a un perioó dico de San Petersburgo un obituario de su tíóo, Nicholas Turgenev. "Debe ser enviado manñ ana por la noche, asíó que aquíó estoy encadenado a la tarea. El querido Antonio debe esperar hasta pasado manñ ana." Pero Flaubert no se quedoó atraó s en lo que respecta a las postergaciones, y en ocasiones fue eó l y no Turgenev quien se excusoó . "¡Bien entonces! Aquíó estamos a mediados de diciembre — ¿y no Flaubert?" preguntoó Turgenev el 11 de diciembre de 1872. "Lamentablemente, no soy como Mahoma — no puedo ir a la montanñ a. No puedo ir — porque no he salido de mi habitacioó n estas uó ltimas dos semanas — ¡y Dios sabe cuaó nto tiempo continuaraó este estado de cosas! Mi gota es al menos tan obstinada como la Asamblea de Versalles . . . Ahora bien, haz un esfuerzo y ven a Paríós." Flaubert le contestoó en su cumpleanñ os nuó mero 51 que auó n no podíóa enfrentar la perspectiva de ir en vagones de ferrocarril. Asíó que no me veraó s antes del 15 de enero. Cuando te abrace, ireó a ver a Mme Sand, que parece no querer venir a Paríós este invierno porque su obra no se va a producir. El censor la ha prohibido . . . Pobre querido amigo, ¡queó triste estoy al saber que todavíóa estaó s sufriendo! Pareces bastante harto. Un cuarto de hora de mi companñ íóa no te alegraraó . Estoy en un estado de aó nimo sepulcral. Realmente me siento con ganas de tener una buena y larga charla contigo, especialmente sobre el libro sobre al que le estoy dando muchas vueltas. Me va a involucrar en muchas lecturas. Pero cuando vomite mi hiel, tal vez me sienta maó s tranquilo. El Nouvelliste de Rouen imprimioó tu "Rey Lear de la estepa" a principios de noviembre. Fue un tributo para ti por parte del editor, quien sabíóa que se suponíóa que me visitaríóa en ese momento.
Entre sus ataques de gota o bazo, las migraciones a los balnearios y las estaciones de reclusioó n en Spasskoe o Croisset, los hombres formaron un fuerte víónculo. Aunque Flaubert llamaba carinñ osamente a su amigo "una pera grande y suave," Turgenev se vio casi arrojado desde el principio en el papel dominante, con Flaubert dependiendo de eó l como lo hizo con George Sand. Le correspondíóa a Flaubert expresar sus temores de que habíóa perdido su poder creativo, habíóa arruinado su vida, o se habíóa embarcado en una empresa de locos, y que Turgenev lo socorríóa, lo elogiaba, lo apuraba. "No tardes demasiado en Saint Antoine, ese es mi estribillo," aconsejoó en febrero de 1870. "No olvides que las personas te juzgan de acuerdo con los estaó ndares que tuó mismo has establecido, y estaó s soportando el peso de tu pasado." Cuatro anñ os despueó s, escribiendo desde Rusia, lo ayudoó a lidiar con la decepcioó n. "Definitivamente, Antoine no es algo para una audiencia masiva: los lectores comunes se asustan de eó l — incluso en Rusia. No penseó que mis compatriotas fueran tan delicados como eso. No importa. Es un libro que perduraraó , a pesar de todo." Los planes de Flaubert para Bouvard et Pécuchet 427
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provocaron una carta de advertencia advirtieó ndole contra la erudicioó n cicloó pea. "Cuanto maó s lo pienso, maó s lo veo como un tema para tratar con presto a la manera de Swift o Voltaire. Sabes que siempre ha sido mi opinioó n. El plan del que me hablaste parecíóa encantador y divertido. Si lo haces pesado, si eres demasiado erudito . . . De todos modos, estaó s en el trabajo amasando pasta." Esta correspondencia, que narra muchas citas rotas, tambieó n habla del esfuerzo leal de Turgenev por diseminar el trabajo de Flaubert en Alemania y Rusia. Ninguó n agente literario podríóa haber sido tan asiduo. Apremioó a los editores de revistas, organizoó críóticas por parte de críóticos influyentes, encontroó traductores y eó l mismo tradujo al ruso dos historias del propio Trois Contes (Tres Cuentos) haciendo grandes esfuerzos por superarlas. Mientras Flaubert aseguraba a George Sand que ella y Turgenev eran los uó nicos mortales con los que podíóa desahogarse, no hay forma de saber si le contoó a Turgenev sobre sus ataques, o si Turgenev, por su parte, respondioó preguntas que Flaubert pudo haber planteado sobre Pauline. Viardot. ¿Alguna vez resolvieron el contenido de la observacioó n de Turgenev de que los dos eran "espectadores nacidos" o hablaron de fetiches, matrimonio, sus ambiciones secretas, su miedo a la muerte? Todo lo que uno sabe con certeza es que su cercaníóa estaba ligada a una firme creencia en el arte del otro. Por maó s equivocado que haya sido Turgenev en el plan de Bouvard et Pécuchet, tratoó a Flaubert como una luminosa excepcioó n a la regla de que los escritores franceses, incluidos muchos con los que se solíóa asociar, eran deficientes en sabor y seriedad de propoó sitos. Flaubert le devolvioó los cumplidos en especie. Cuando salioó Aguas Primaverales, declaroó que le hubiera gustado ser un profesor de retoó rica con el uó nico propoó sito de explicar las obras de Turgenev. "Creo que podríóa hacer que incluso un idiota comprenda ciertos artificios brillantes." La novela (sobre un hombre solitario y de mediana edad que busca el amor que extravioó en la juventud) fue la historia de todos, exclamoó . "¡Ay! Hace que uno se sonroje por cuenta propia. ¡Queó hombre es mi amigo Turgenev! ¡Que hombre!" En octubre de 1872 Turgenev pasoó tres díóas en Croisset, durante el cual Flaubert le leyoó La tentation. Queríóa corresponder, pero Flaubert no aceptaríóa su sugerencia de que recorran juntos Rusia. Ya era bastante difíócil organizar una estancia à trois en Nohant con George Sand, quien observoó en el curso de aquella que Flaubert, aunque bailaba un fandango exuberante, estaba menos dispuesto que Turgueniev a dejar de lado la literatura y participar en la vida anticuada de la casa. La mayoríóa de las reuniones tuvieron lugar en Paríós, en las veladas musicales vespertinas de Pauline Viardot o los domingos por la tarde en el piso de Flaubert en la rue Murillo. Casi siempre el primero en llegar los domingos por la tarde, Turgenev llenaba un gran silloó n y esperaba a Edmond de Goncourt, Alphonse Daudet y EÁ mile Zola. Estos cinco honraron su sabaó tica sabaó tica llamaó ndose les Cinq. El piso de techo bajo, con paredes cubiertas de cretona pero visiblemente desprovistas de imaó genes, parecíóa demasiado pequenñ o para su inquilino. Una mesa de arquitecto que servíóa de escritorio se encontraba cerca del centro de la sala principal, lejos de las vistas que distraíóan al Parc Monceau. En invierno, Flaubert llevaba una gorra y una bata marroó n suelta. Para el clima caó lido, Zola escribioó algunos anñ os maó s tarde, habíóa disenñ ado un culotte a rayas rojo y blanco voluminoso, junto con una tuó nica que le daba el aspecto de un turco descansando. "Afirmoó que era por comodidad, pero me inclino a creer que este atuendo 428
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se derivaba de las modas romaó nticas, porque tambieó n lo vi con pantalones a cuadros, levitas plisadas en la cintura y sombreros de ala ancha en una oreja." El domingo era el díóa libre de su sirviente, Flaubert abrioó la puerta eó l mismo, abrazoó a los invitados sin aliento por la ascensioó n y los condujo a su apartamento lleno de humo. "Cubrimos muchos temas al galope," escribioó Zola, "siempre volviendo a la literatura, el uó ltimo libro o juego, preguntas generales, teoríóas radicales, pero presionando y analizando a los individuos. Flaubert tronoó , Turgenev contoó cuentos deliciosamente picantes, Goncourt formuloó juicios agudos en un idioma propio, Daudet impregnoó sus aneó cdotas con encanto incomparable." Las tardes duraban de la una a las siete en punto. Extendiendo su alcance colectivo maó s allaó de los líómites del piso de Flaubert y los confines del domingo por la tarde, se organizaron para cenar con estilo a intervalos mensuales. El nuó mero cinco puede haber sido lo suficientemente definido sobre el Parc Monceau, pero a nivel de la calle era necesario un tíótulo maó s expresivo de su fraternidad. ¿Queó teníóan los cinco en comuó n? En abril de 1874, cada uno teníóa una historia de ambicioó n teatral arruinada para contar. Goncourt todavíóa criticaba a una camarilla que habíóa expulsado a su obra Henriette Maréchal del escenario de la Comeó die-Française nueve anñ os antes. La Arlésienne de Daudet, para la cual Bizet compuso muó sica incidental, no le habíóa valido nada durante su breve actuacioó n en el Vaudeville. El Mes en el Campo de Turgenev, escrita en 1849, habíóa alcanzado el escenario veintitreó s anñ os despueó s, pero habíóa muerto por exposicioó n. Les Héritiers Rabourdin de Zola fue despedida como una deó bil imitacioó n de Volpone. Y, como veremos, una obra teatral de Flaubert, Le Candidat, se dejoó caer en el Odeó on en marzo de 1874, agudizando su decepcioó n anterior por Le Château des coeurs. Entre estos talentosos novelistas, la produccioó n de obras fallidas se convirtioó en una especie de prueba iniciaó tica, y asíó fue como decidieron en abril celebrar su hermandad en un Dîner desAuteurs sifflés, o Cena de Autores Abucheados la primera de una serie, que Daudet recordoó en Trente ans de Paris como grandes ocasiones para la gula. Flaubert queríóa Rouen duck aè l'eó touffade; Edmond de Goncourt, con su apetito exoó tico, saboreaba dulces con sabor a jengibre; Zola, mariscos; Turgenev, caviar. No nos alimentaron faó cilmente, y los restaurantes parisinos deben recordarnos. Nos mudamos mucho. En un momento cenamos en Adolphe y Peleó , detraó s de la Opeó ra; en otro en el lugar de l'Opeó raComique; luego en Voisin's, donde la despensa satisfizo todas nuestras demandas y reconcilioó nuestros diferentes paladares. Nos sentaó bamos a las siete en punto, y a las dos de la manñ ana auó n no habíóamos terminado. Flaubert y Zola comieron en mangas de camisa, Turgenev estaba recostado en el sofaó . Para hablar mejor en privado, sacamos a los camareros de la habitacioó n — una precaucioó n completamente inuó til, como la voz de Flaubert se transmitíóa de arriba a abajo de la casa.
La fiesta movible engendroó otro ritual. Debido a que Flaubert se sentíóa solo cuando sus colegas se dispersaban, Zola, que vivíóa en un vecindario modesto no lejos del Parc Monceau, lo acompanñ aríóa a su casa a traveó s de las calles iluminadas por gas, detenieó ndose para charlar tranquilamente en cada interseccioó n. La Conquête de Plassans, el cuarto volumen de su Rougon-Macquart, impresionoó mucho a Flaubert. Por improductivo que uno u otro del grupo pudiera haber estado en su escritorio el díóa de una fiesta, el lenguaje siempre brotaba en la mesa del banquete. Zola se acordoó de entregar un informe de seis horas contra Chateaubriand. Maó s de una discusioó n 429
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estalloó sobre varios "ismos" en boga. Y Flaubert ensenñ oó alegremente sobre los criterios que distinguíóan a la buena prosa de la mala. "Una vez fui testigo de esta escena muy tíópica," escribioó Zola. "Turgenev, que conservoó su amistad y admiracioó n por Prosper Meó rimeó e, queríóa a Flaubert . . . para explicar por queó pensoó que el autor de Colomba escribioó mal. Flaubert leyoó una paó gina de eó l, y se detuvo despueó s de cada claó usula, enjuiciando los "whiches" y los "eso es" [les 'qui' et les 'que'], echando humo por expresiones trilladas como 'llevar las armas' o 'los besos generosos.' La cacofoníóa de ciertas secuencias silaó bicas, la sequedad de las terminaciones de las oraciones, la puntuacioó n iloó gica — todo recibioó malas notas." Mientras tanto Turgenev, obviamente sorprendido por esta autopsia, se quedoó con los ojos muy abiertos. "Explicoó que no conocíóa a ninguó n otro escritor que tuviera escruó pulos de esa manera." Expresando el mismo asombro, Turgenev describioó a su compatriota Kovalevsky y el fastidio con que Flaubert habíóa revisado su traduccioó n al franceó s de una historia de Pushkin de Los cuentos de Belkin. Hizo oro hilado de lana lisa. "No reconocíó mi traduccioó n. ¡Que lenguaje! ¡Nadie lo escribe bien en Francia! Las plaó ticas literarias a veces llevaron a episodios de autorrevelacioó n colectiva, y en el Journal, Goncourt describe a sus colegas intercambiando confidencias con el celo de los adolescentes deseosos de obtener aprobacioó n, entretener o simplemente hablar sucio. Uno libre para todos se realizoó sobre bouillabaisse en una taberna detraó s de la Opeó ra-Comique, cuando el normalmente decoroso Turgenev relatoó una escapada sexual que habíóa tenido durante su Wanderjahren.377 "Fui convocado de regreso a Rusia desde Naó poles. Teníóa solo quinientos francos," cita Goncourt al decirlo. No habíóa ferrocarriles entonces. El viaje implicoó muchas dificultades y no me dejoó ninguna concesioó n para el amor. Me encontreó en un puente en Lucerna viendo patos con manchas en forma de almendra en sus cabezas. A mi lado, una mujer estaba de pie contra el parapeto. Fue una noche magníófica. Comenzamos a conversar, luego a pasear, y entramos al cementerio . . . No recuerdo haberme sentido maó s deseoso, maó s emocionado, maó s agresivo. La mujer se acostoó sobre una gran tumba y levantoó su vestido y enaguas para que sus nalgas tocasen la piedra. A mi lado, excitado, me abalanceó sobre ella y en mi prisa y torpeza atrapeó mi vara en matas de hierba grava, de la que tuve que sacarla. Nunca el coito me ha dado tanto placer.
Zola carecíóa del estilo anecdoó tico y la almacen de accesorios exoó ticos de Turgenev. A diferencia de Flaubert, sabíóa poco o nada sobre los burdeles parisinos. Por pura lascivia, no podíóa igualar a Daudet, que afirmaba haber explorado innumerables partes pudendas, a menudo de dos en dos. Pero si el Journal de Goncourt es la medida, habloó de síó mismo maó s ingenuamente que ellos.
377En una cierta tradición, los años del viajero (Wanderjahre) son un tiempo de viaje durante varios años después de completar el aprendizaje como artesano. La tradición se remonta a la época medieval y todavía está viva en los países de habla alemana. En las Islas Británicas, la tradición se pierde y solo el título del propio oficial permanece como un recordatorio de la costumbre de los jóvenes que viajan por todo el país. Normalmente, tres años y un día es el período mínimo de oficial / mujer. Las artesanías incluyen techos, trabajos en metal, tallado en madera, carpintería y ebanistería, e incluso sombrerería y fabricación de instrumentos musicales / construcción de órganos.
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Flaubert: Una vida — Frederick Brown Zola nos dice que en su eó poca de estudiante a veces pasaba toda una semana en la cama con una mujer, o de todos modos nunca se quitaba la camisa de dormir. La habitacioó n apestaba a esperma, como eó l lo dijo. EÁ l declara que despueó s de estas orgíóas, sus pies parecíóan de algodoó n y en la calle tomaba picaportes de obturacioó n para sostenerse. Ahora eó l es muy sensato, dice, y tiene relaciones sexuales con su esposa cada diez díóas. Confiesa varias curiosas idiosincrasias de origen nervioso que tienen que ver con el coito. Hace dos o tres anñ os, cuando comenzoó Les Rougon-Macquart, no podíóa sentarse en su escritorio despueó s de una noche de efusioó n conyugal, sabiendo de antemano que no podíóa construir una oracioó n, escribir una líónea. Ahora es todo lo contrario.
A Flaubert, esta vez, le correspondíóa elevar sus bromas desde la entrepierna hasta el corazoó n. Se recordoó a síó mismo como un ninñ o de once anñ os enamorado de una chica a quien habíóa conocido en una boda. La expresioó n donner son coeur (regalar el corazoó n) estaba en su mente. Acababa de aprenderlo e, interpretaó ndolo literalmente, se preguntaba si su padre podríóa ser inducido a operar sobre eó l. De ser asíó, haríóa que un cochero con gorra emplumada le entregara su corazoó n a su enamorada en un cesto del tipo de los agradecidos pacientes que a menudo enviaban al Hoô tel-Dieu llenos de pescado o caza. "Vi mi corazoó n colocado, sin derramamiento de sangre, en el buffet del comedor de mi pequenñ a esposa." Turgenev, Zola y Goncourt habíóan estado todos presentes el 11 de marzo de 1874, en el fiasco que le dio a Flaubert sus credenciales para ser miembro del Club de los Autores Abucheados. Llegoó siete meses despueó s de que les contara a sus amigos por primera vez sobre una comedia políótica mordaz que nunca pasaríóa del censor si lograba hacer lo que pretendíóa. Un empresario teatral llamado Carvalho, director del Vaudeville — donde La dama de las camelias habíóa tenido su famosa carrera en la deó cada de 1850 — tuvo el escenario de Le Candidat y se entusiasmoó con eó l. Su entusiasmo no disminuyoó cuando Flaubert leyoó el trabajo final a los actores en el Vaudeville en diciembre (fortificaó ndose de antemano con una docena de ostras, un bistec, media botella de Chambertin y brandy). El elenco hizo una prediccioó n optimista de que el puó blico estaríóa rodando por los pasillos. "Sin embargo (siempre hay un sin embargo)," escribioó a Caroline, "puede haber revisiones. Me di cuenta hoy de que Carvalho definitivamente conoce su negocio. Sus comentarios coinciden con los de. . . Turgenev, que pasoó un díóa entero en mi casa. Regresoó por la noche despueó s de la cena y no se fue hasta la una de la madrugada. Solo las personas de genio se comportan con tanta amabilidad." Su elenco deberíóa haber sido su claque. En Le Candidat Flaubert no mostroó signos de haber intentado crear un personaje simpaó tico. Peor auó n, no dio ninguna indicacioó n de haber aprendido a escribir para el escenario, aunque Le Candidat podríóa haber tenido un eó xito brillante como una obra de marionetas. Su personaje principal, Rousselin, un rico burgueó s retirado, estaó ansioso por consagrar su nueva fortuna y escapar del aburrimiento de la vida provincial con un asiento en la Asamblea Nacional. Su suenñ o se hace realidad despueó s de una serie de intrigas que involucran mecenazgo, chantaje, adulterio, el atractivo de la dote de su hija, palabras vacíóas y traiciones raó pidas. El intereó s propio es la reina suprema. Rousselin convierte a todos los colores del espectro políótico mientras que promete a los trabajadores una cosa, los artesanos a otra, y un terrateniente influyente llamado Bouvigny, otro maó s. Al principio eó l es un radical rojo; 431
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al final eó l es lirio blanco. Juzgado solo por la complejidad de la trama, Le Candidat rivaliza con las comedias de Labiche, pero eso es todo lo que tienen en comuó n. Mientras busca eneó rgicamente el hueso divertido, Flaubert lo golpea solo una vez, cuando, en una escena que recuerda a la oracioó n del consejero prefectural en la feria de Yonville, Rousselin se muestra en un cafeó vacíóo de la aldea ensayando su apariencia inminente ante los electores locales. Zola, cuyo Héritiers Rabourdin habíóa sido aplaudido por Flaubert que amaba la obra. "En Le Candidat, pones una observacioó n maó s poderosa y verdaderamente coó mica que uno de nuestros escritorzuelos utilizaraó para producir teatro durante diez anñ os." Pero Zola era una minoríóa de uno. En Le Moniteur Universel, un antiguo amigo, Paul de SaintVictor, descartoó el trabajo como "falso y comuó n, aburrido y fríóo, sin movimiento y sin invencioó n, pobre en observacioó n y pesado de espíóritu." Presentaba marionetas en lugar de personas, declaroó . La misma críótica se repite en Le Journal des Débats, donde Auguste Vitu comparoó los personajes de Flaubert con las imaó genes de EÁ pinal planas y gruesas, que se vendieron por un centavo en el recinto ferial. Le correspondíóa a la críótica, escribioó Vitu, recordarle a Flaubert que una obra de teatro desprovista de personajes en los que el puó blico puede colmar sus simpatíóas era algo que habíóa pasado a un segundo plano. Le Candidat dejoó en claro a todos los que lo vieron, concluyoó , que "M. Gustave Flaubert no conoce el teatro y carece del don natural que, en algunos prodigios, compensa la inexperiencia." No sorprendentemente, Edmond de Goncourt encontroó estas críóticas excesivamente amables. ¿Por queó , se preguntoó , los perioó dicos no destriparon a Le Candidat como lo habríóan hecho si eó l, Goncourt, hubiera sido su autor? Pero incluso George Sand, que rara vez encontroó fallas en el trabajo de Flaubert, no pudo hacerle ninguó n cumplido a Le Candidat. "Leíómos Le Candidat y estamos a punto de volver a leer Antoine," escribioó desde Nohant el 3 de abril (el "nosotros", ella, su hijo y su nuera). La opinioó n de Sand de que La Tentation era una obra maestra indudable no habíóa cambiado, pero en Le Candidal Flaubert se habíóa quedado muy por debajo de síó mismo. Tuó , amigo míóo, no lo ves, tuó como espectador presenciando una accioó n y deseando interesarte en ella. El tema es enfermizo, demasiado real para el escenario y tratado con demasiado amor a la realidad. El ilusionismo teatral tiene el efecto perverso de hacer que un rosal real parezca menos real que uno pintado. E incluso entonces, el rosal pintado por un maestro es menos persuasivo que algo pintado toscamente en una tela de tamanñ o. Es lo mismo con las obras teatrales. La tuya no es divertida de leer; al contrario, es triste. No provoca la risa, y como ninguno de los personajes tiene intereó s, uno no estaó interesado en lo que sucede. Esto no significa que no puedas ni debas escribir para el teatro, [solo que] escribir para el teatro es maó s difíócil, cien veces maó s difíócil, que escribir literatura para leer. A menos que uno sea Molieè re y retrata un medio muy particular, dieciocho intentos de veinte fallan. Ella lo instoó a recordar que sus comentarios negativos solo validaron la sinceridad de su elogio cuando lo ofrecioó . Las resenñ as periodíósticas no le interesaban. "Los juicios individuales, en lo que se refiere al teatro, no prueban nada. La prueba radica en el efecto que tiene una obra en el ser colectivo, y lo leo desde esa perspectiva. Si Le Candidat hubiera sido un eó xito, me hubiera alegrado con tu eó xito pero no con la obra. 432
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Hay talento en la ejecucioó n, por supuesto. ¿Coó mo podríóa no haberlo? Pero has usado ladrillos y mortero para construir una casa que no sienta bien en su trama. El arquitecto eligioó el terreno equivocado . . . Hiciste lo exacto, y el arte del teatro desaparece." Flaubert recurrioó a la autocríótica indulgente como una defensa contra el descreó dito puó blico, consolaó ndose al decirle a Sand que ninguó n críótico habíóa identificado las fallas que arruinaron a Le Candidat. En otras palabras, es posible que haya engendrado un tullido, pero como solo eó l sabíóa por queó el ninñ o cojeaba, la suya era la uó nica críótica negativa que valíóa la pena. Las reflexiones de Sand parecen no haberlo impresionado. "¡Toda la charla sobre arcanos teatrales es muy coó mica!" se burloó . "Uno podríóa pensar que el teatro superoó los líómites de la inteligencia humana, que es un misterio reservado para quienes escriben como cocheros de alquiler. La cuestioó n del eó xito inmediato triunfa entre síó. ¡Es la escuela de la desmoralizacioó n!" El fracaso de Le Candidat lo interrumpioó durante todo el otonñ o e invierno de 187475. ¿Por queó escribir, se preguntoó , cuando el puó blico ha estado rechazando su trabajo durante anñ os? Una nube negra se cerníóa sobre Croisset. Le siguioó a Paríós, donde residioó desde mediados de noviembre de 1874 hasta mayo de 1875. Durmiendo diez o doce horas todas las noches, apenas podíóa animarse a continuar con Bouvard et Pécuchet. Fue, le dijo a George Sand, un "perro de un libro". Para Edma Roger des Genettes, eó l declaroó que solo un alma maldita podíóa concebir la idea de embarcarse en algo asíó. "Por fin he terminado el primer capíótulo y he delineado el segundo, que abarcaraó medicina, quíómica, geologíóa — ¡todo en el espacio de treinta paó ginas! — y personajes secundarios para arrancar, porque debe haber una apariencia de accioó n, alguó n tipo de argumento para que la cosa no parezca una disertacioó n filosoó fica," le escribioó a Edma a mediados de abril. "Lo que me desespera es el hecho de que ya no creo en mi libro. Las dificultades auó n por descubrir me aplastan por adelantado." Es muy posible, ademaó s, que Flaubert sufriera muó ltiples ataques durante este períóodo. Una palabra que usoó repetidamente, fêlé, que significa defectuoso o agrietado, lo sugiere. La posdata de una carta, firmada como "Cruchard, de plus en plus feô leó ", dice que "agrietado" no fue una exageracioó n, ya que sintioó que el contenido de su cerebro "se filtraba." ¿Acaso no le habíóa confiado a Taine en una ocasioó n anterior que las convulsiones epileó pticas producíóan la sensacioó n de imaó genes que escapaban de su memoria "como torrentes de sangre"? ¿Y las convulsiones no siempre lo habíóan dejado exhausto? No hubo dudas que su letargo se intensificoó con dosis regulares de bromuro de potasio. Se sentíóa irremediablemente gastado, viejo y solitario — tan solo como un viajero perdido en el desierto, le dijo a George Sand. "Soy a la vez el desierto, el noó mada y el camello." 378 Su meó dico, el Dr. Hardy, sabíóa por experiencia que era poco probable que un camello buscara refresco en un abrevadero. En julio de 1874, Flaubert habíóa visitado Kaltbad, un balneario cerca de Lucerna, a instancias de Hardy, y habíóa hecho una excepcioó n a casi todo lo que encontroó allíó: los Alpes suizos, los intreó pidos excursionistas europeos que tallaron los sitios que visitaron en sus bastones de alpinista, camareros impecablemente vestidos que parecíóan invitados a un funeral. No podíóa ver nada maó s allaó de las caras desagradables de los alemanes que llenaban el spa. "¡Queó atavíóos [estas 378Él pudo haber tenido en mente experiencias literales de vagar perdido. En al menos una ocasión, no pudo encontrar el camino de una calle a otra en un barrio familiar de Rouen. Vagó durante media hora, como aquellos pacientes descritos por el neurólogo Dr. John Hughlings Jackson como en un "estado soñador."
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senñ oras tienen]! ¡Queó cabezas! Ni un ojo brillante entre ellas, ni una cinta decente, ni una bota o nariz bien formada, ni un hombro digno de ser sonñ ado." El aburrimiento habíóa mantenido su pipa encendida, y el humo de la pipa habíóa danñ ado el aire de la montanñ a. Los paíóses sin una historia carecíóan de intereó s, le escribioó a George Sand. "No cambiaríóa el museo del Vaticano por todos los glaciares en Suiza." Su espíóritu habíóa aumentado solo hacia el final de su cura, cuando Laporte se unioó a eó l en Kaltbad despueó s de hacer negocios en Neufchaô tel. Laporte jugoó alegremente al hombre serio con las travesuras de Flaubert. En su viaje a casa, lo llamoó obsequiosamente "Su Excelencia" en presencia de los agentes de aduanas, Flaubert habíóa decidido identificarse como un "ministro plenipotenciario." A PRINCIPIOS de la deó cada de 1870, cuando la Asamblea Nacional no pudo obligarse a abandonar Versalles y los monaó rquicos se opusieron a la proclamacioó n oficial de una repuó blica, Francia estaba obsesionada con el debate parlamentario sobre este tema fundamental. El hecho de que la políótica pudiera molestarlo, escribioó Flaubert a un amigo en enero de 1873, era una senñ al segura de decadencia. "Estoy exasperado con la derecha, hasta el punto de entender por queó los comuneros queríóan incendiar Paríós." En su opinioó n, los locos rapaces eran preferibles a los idiotas, aunque solo fuera porque su reinado no duraba tanto. ¿Queó habíóa logrado el debate parlamentario desde la caíóda de la Comuna? Los observadores que pensaban que la izquierda entera habíóa sido fatalmente comprometida pronto se probaron equivocados. Las elecciones parciales celebradas el 2 de julio de 1871 vieron a los republicanos salir victoriosos, el maó s destacado de ellos fue Leó on Gambetta. Despueó s de cinco meses mudos habíóa encontrado su voz nuevamente, aunque la guerra civil lo habíóa persuadido de que solo una repuó blica construida en líóneas conservadoras teníóa alguna posibilidad de sobrevivir a la oposicioó n de las filas monaó rquicas. Pronto se hizo evidente que el demagogo caíódo estaba decidido a encontrar su explicacioó n para hacer causa comuó n con el haó bil estratega del republicanismo conservador, Adolphe Thiers. Estos dos formaron un tenue matrimonio de conveniencia. Gambetta se preocupoó durante el debate parlamentario, pero se sintioó maó s libre fuera de la Asamblea, y en las campanñ as a traveó s de la Francia provincial pronuncioó discursos que no dejaron de agitar a Thiers en Versalles. "¿No hemos visto obreros en las ciudades y en los campos ganar la votacioó n?" preguntoó a una multitud comprensiva en Grenoble. "¿No sugieren los augurios que nuestra tierra, que ha intentado cualquier otra alternativa, tiene la intencioó n de arriesgar una repuó blica y recurrir a las nuevas reservas sociales [nouvelles souches sociales]? Síó, descubro, creo, proclamo el surgimiento de nuevas reservas sociales." Thiers maó s tarde se quejoó de que Gambetta nunca tuvo las ideas claras de un verdadero estadista, que siempre se retiroó al papel de tribuno, que jugoó maó s naturalmente. Para que las "nuevas reservas sociales" emergieran de inmediato, la derecha heterogeó nea, que auó n superaba en gran medida a la izquierda, buscaba actuar en concierto. Con punñ ales desenfundados desde 1830, los legitimistas (que apoyaban al pretendiente borboó nico, el heredero sin hijos de Carlos X, Henri, conde de Chambord) y los orleanistas (que apoyan al nieto de Louis-Philippe, el conde de Paríós) ahora acordaron que Chambord deberíóa reinar como monarca constitucional y ser sucedido 434
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por el conde de Paríós. Lo que este arreglo, llamado fusioó n, no tuvo en cuenta fue la obstinacioó n de Chambord, que vivíóa en un castillo cerca de Viena, tan aislado del mundo como un solipsista pirandelliano. Chambord queríóa todo o nada. O bien la restauracioó n seríóa una restauracioó n fiel del reino que Francia habíóa abolido en 1830 junto con Carlos X, o entronizaríóa a alguien que no fuera eó l mismo. Su condicioó n absoluta era que el paíós levantara la bandera de lentejuelas blancas, y las cabezas racionales trataron en vano de hacerle concesiones cuando regresoó a casa despueó s de cuatro deó cadas en el extranjero. "[Esa bandera] siempre ha sido para míó inseparable de la patria ausente; voloó sobre mi cuna, quiero que sombree mi tumba," declaroó en una declaracioó n publicada el 6 de julio por el perioó dico realista Union. "[Bajo esa bandera] se logroó la unificacioó n de la nacioó n; con ella tus padres, guiados por los míóos, conquistaron Alsacia-Lorena, cuya lealtad seraó el consuelo de nuestras desgracias . . . La he recibido como una confianza sagrada del viejo rey, mi abuelo, muriendo en el exilio . . . ¡En los gloriosos pliegues de este estandarte intachable, les traereó orden y libertad! ¡Franceses! ¡Henri V no puede abandonar la bandera de Henri IV!" Ochenta legitimistas recalcitrantes en el parlamento se mantuvieron firmes detraó s de Chambord, pero la mayoríóa de los diputados conservadores se disociaron de su manifiesto. Como caballeros patrioó ticos repelidos por el anacronismo por un lado y la revolucioó n por el otro, se comprometieron con la bandera tricolor y lucharon por un estado que no seríóa blanco azulado ni azul republicano. En una era de ideas tontas, Flaubert le escribioó a Sand en 1873, el de la fusioó n era la estupidez suprema, una afirmacioó n sobre la cual se extendioó dos meses despueó s en una carta a su sobrina. "¡Queó ignorante de la historia puede uno creer todavíóa en la eficacia de un hombre, esperar a un Mesíóas, un Salvador! ¡Larga vida al buen Senñ or y a los Dioses! ¿Puede uno rozar la siesta de toda una nacioó n? ¿Negar ochenta anñ os de desarrollo democraó tico? ¿Volver a la era de los privilegios otorgados por los altos y poderosos? Los partidarios de Chambord enojados con su senñ or feudal es un espectaó culo coó mico. . . ¡No importa! El descendiente de Saint-Louis . . . nos liberoó de algunos grandes desastres." La restauracioó n de la monarquíóa y la Comuna fueron ambas idioteces histoó ricas, afirmoó . Entonces, pensoó , era un Napoleon IV. El cisma en las filas conservadoras involucroó no solo el absolutismo monaó rquico sino la ortodoxia catoó lica, y aquíó el manifiesto que dividíóa a los partidos era una bula papal. Siete anñ os antes, en su Syllabus of Errors, Píóo IX habíóa declarado la guerra contra la Europa secular denunciando la separacioó n de la iglesia y el estado; reclamando por su control de la iglesia de toda cultura y ciencia; rechazando la libertad de fe, conciencia y adoracioó n; enumerando ochenta "errores" por completo; e insistiendo en que el pontíófice no podíóa ni debíóa hacer ninguna concesioó n para el progreso, el liberalismo y la civilizacioó n moderna. El Syllabus marcoó a Francia profundamente. Los prelados cultivados resistieron a Roma, pero el bajo clero abrazoó el oscurantismo papista con fervor, y en las parroquias rurales, donde las visitas milagrosas eran regularmente reportadas, fue el bajo clero el que se hizo escuchar. "De todos los misterios que llenan la historia de la Iglesia, no conozco ninguno que iguale o supere esta transformacioó n raó pida y completa de la Francia catoó lica en un anexo de corral de la anticamera del Vaticano," escribioó un catoó lico liberal poco antes de que el Concilio Vaticano proclamara al Papa ser infalible y su episcopado universal. "No inmolareó la justicia y la verdad, la razoó n y la historia en una ofrenda de sacrificio al íódolo que los teoó logos laicos han 435
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entronizado en el Vaticano." Mientras acumulaba muó ltiples credos religiosos para La Tentation de Saint Antoine, Flaubert arremetioó contra Lamennais’s Essai sur l’indifférence, en la que la iglesia se representa como el depositario de toda la verdad. La guerra no detuvo el movimiento ultramontano. Por el contrario, le dio maó s íómpetu, ya que el clero catoó lico utilizoó la derrota de Francia para promover la idea de que Dios habíóa castigado a un ninñ o descarriado. La bacanal imperial habíóa terminado, el arrepentimiento estaba en orden, y las almas devotas, muchas de las cuales vestíóan las insignias del Sagrado Corazoó n, acudíóan a los lugares santos en toda Francia. Flaubert pensoó que el catolicismo, con su adoracioó n a las entranñ as sagradas, se habíóa asemejado al culto de Isis. En 1873, una peregrinacioó n nacional patrocinada por los asuncionistas vio a miles de personas descender sobre Lourdes, La Salette, Pontmain, Mont-Saint-Michel, Chartres y Paray-le-Monial para manifestaciones expiatorias que se convirtieron en míótines políóticos. "Suspendido en el aire, igualmente incapaz de adoptar el formato republicano que promete terror y el formato monaó rquico que exige obediencia y respeto," declaroó monsenñ or Pie en Chartres, "los franceses son un pueblo [que] esperan a un líóder, que invocan a un maestro." Ciento cincuenta diputados escucharon a Pie predicando este mensaje y poco despueó s se alejaron un poco maó s para escuchar a Monsenñ or de Leseleuc bendecirlos en Paray-le-Monial. "Desde su reunioó n en Versalles, a menudo ha pedido perdoó n a Dios por los críómenes de Francia," dijo el obispo. "A menudo has hecho honorables enmiendas al Sagrado Corazoó n de Jesuó s por la ingratitud que se le mostroó , especialmente durante los uó ltimos ochenta anñ os." No escapoó a los presentes que ochenta anñ os antes, en el anñ o 1 seguó n el calendario revolucionario, Louis XVI habíóa sido guillotinado. Los catoó licos liberales tambieó n creíóan que Francia se derrumbaríóa si no se apegaba a los principios religiosos, y el teó rmino cuasi oficial para el gobierno que ejercíóan, l'Ordre Moral, especificaba su agenda firmemente patriarcal. Hombres como Albert de Broglie, que eventualmente reemplazaríóa a Thiers como primer ministro, consideraban a la iglesia como la defensa de primera líónea de la sociedad contra los estragos causados en nombre de la libertad, la fraternidad y la igualdad — sobre todo, la igualdad. El sufragio universal los exasperoó . (Pero tambieó n exasperoó a los elitistas anticlericales como Flaubert, quien insistioó en que cuando las masas, careciendo colectivamente de inteligencia, dejaran de creer en la Inmaculada Concepcioó n, no haríóan, sin maó s sabiduríóa, su creencia en el hocuspocus de las sesiones espiritistas.) Oponerse al sufragio universal era una cosa; negar el estado secular o imaginar que el Antiguo Reó gimen era una Tierra Santa que prometíóa la redencioó n de la agitacioó n moderna era otra cosa, y en este tema los moderados chocaban a menudo con los fanaó ticos. Cuando, por ejemplo, comenzoó la construccioó n de la Basíólica del Sacreó -Coeur en Montmartre, la Asamblea, que autorizoó a sus fundadores a comenzar, rechazoó a un diputado monaó rquico que hubiera tenido legisladores que se unieran a los sacerdotes para consagrar la piedra angular. Tal comportamiento enfurecioó a la Santa Sede. "Debo decir la verdad a Francia," dijo el Papa Píóo a los visitantes franceses en junio de 1871. "Hay en su paíós un mal peor que la Revolucioó n, peor que la Comuna con sus fugitivos del infierno que propaga fuego por Paríós. Lo que temo es la miserable políótica del liberalismo catoó lico. Ese es el verdadero azote." Declaroó que podríóa sufrir enemigos manifiestos maó s faó cilmente que los correligionarios que "propagan y siembran la revolucioó n incluso cuando pretenden reconciliar el catolicismo con la libertad." 436
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La mayoríóa derechista en el parlamento no abandonoó faó cilmente todas las esperanzas de que el pretendiente Borboó n pudiera ser traíódo. Mientras tanto, improvisoó el gobierno bajo el temible Adolphe Thiers, quien, habiendo atrapado su segundo viento a la edad de setenta y cuatro anñ os, enfrentoó eneó rgicamente los muchos problemas que aquejaban a Francia. Reparando el danñ o de la guerra, inventando una economíóa, negociando nuevas fronteras, construyendo el ejeó rcito y calmando las ciudades inquietas, este hombrecillo regordete y nervioso, que parecíóa maó s un bolo que un pilar del estado, manipuloó a la contenciosa legislatura adulando todas las esperanzas con suave cortesíóa. Despueó s de tres deó cadas de escribir historia, disfrutoó hacieó ndola, y algunos observadores se preguntaron si, de hecho, no se imaginaba a síó mismo como el Primer Coó nsul renacido. Ciertamente teníóa un entusiasmo napoleoó nico por la administracioó n. Pero lo que lo mantuvo en el poder fue la creencia general de que solo eó l podíóa manejar a Bismarck, cuyo Kulturkampf 379 contra los catoó licos en Alemania reforzoó la desaprobacioó n prusiana de las agitaciones religiomonaó rquicas en Francia. Mientras las tropas alemanas ocuparon territorio franceó s, lo que haríóan hasta que Francia pagara a Alemania los cinco mil millones de francos en su totalidad, Thiers estaba en terreno seguro. Aprovechando la turbulencia interna, defendioó el caso de una repuó blica conservadora y explotoó las relaciones exteriores para exigir un tíótulo menos nebuloso que el de "jefe ejecutivo." Thiers triunfoó nominalmente el 31 de agosto de 1871, cuando los diputados, en una obra maestra de legislacioó n ambigua llamada la Ley Rivet, lo nombraron presidente de la Repuó blica Francesa al tiempo que implicaban que Francia podríóa convertirse en una monarquíóa: Hasta que se establezcan las instituciones definitivas del paíós, nuestras instituciones provisionales deben, por el bien del trabajo, del comercio, de la industria, asumir a los ojos de todos, si no la estabilidad que solo el tiempo puede garantizar, la estabilidad suficiente para armonizar las voluntades contradictorias y el final de la lucha entre partidos. [Ademaó s], un nuevo tíótulo, una denominacioó n maó s precisa puede, sin un cambio fundamental de trabajo, tener el efecto de demostrar la intencioó n de la Asamblea de acatar el pacto celebrado en Burdeos. Puede una extensioó n del períóodo del jefe ejecutivo en el cargo . . . estabilizar la oficina sin que se infiera que esto compromete los derechos soberanos de la Asamblea.
Ahora diputado, primer ministro y presidente de los tres, a Thiers le hubiera gustado la mano libre, pero la mayoríóa, que temíóa su vaguedad incluso maó s que su lengua, lo controloó a traveó s de la responsabilidad ministerial. Mes a mes, los adversarios parlamentarios lucharon por todo, desde la reforma y la políótica comercial hasta la ley militar y la organizacioó n administrativa. Cuando Thiers intentoó hacer de los prefectos sus saó trapas y de los alcaldes sus designados, el bloque 379El Kulturkampf, o combate cultural (del idioma alemán kultur cultura y kampf lucha), fue el nombre dado por Rudolf Virchow a un conflicto que opuso al canciller del Imperio alemán, Otto von Bismarck, a la Iglesia católica y al Zentrum, partido de los católicos alemanes, entre 1871 y 1878. Fue esencialmente un conflicto legislativo del gobierno en el plano confesional contra el catolicismo político desde el parlamento, con el apoyo de partidos tradicionalmente liberales y anticlericales. Ideológicamente las acciones gubernamentales tenían una base pangermanista y anticatólica que llevaron a una fuerte tensión a nivel jurídico-legislativo entre el secularismo y la libertad religiosa.
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conservador, que dominaba la Francia rural, abogoó por la descentralizacioó n. Cuando intentoó imponer barreras arancelarias, la Asamblea se levantoó en defensa del libre comercio. Cuando insistioó en un pequenñ o ejeó rcito profesional — lo suficientemente pequenñ o como para calmar el temor de Alemania de que Francia pudiera marchar hacia el este a la primera oportunidad — los escuderos que recientemente lo habíóan demandado por la paz propugnaban el reclutamiento universal. Estas escaramuzas pospusieron la batalla principal, y el 13 de noviembre de 1872, Thiers se unioó a ella. En un informe a la nacioó n, declaroó : "[Este] es el gobierno del paíós; resolver cualquier otra cosa significaríóa una nueva revolucioó n, y la maó s temible. No perdamos el tiempo proclamaó ndola, pero usemos el tiempo para marcarlo con el personaje que deseamos y requerimos. Un comiteó seleccionado por ustedes, la Asamblea, . . . le dio el tíótulo de Repuó blica Conservadora . . . La Repuó blica seraó conservadora o no lo seraó ." En las elecciones parciales celebradas durante este períóodo, los republicanos obtuvieron treinta y uno de los treinta y ocho escanñ os en todo el paíós. De hecho, fue una de esas contiendas que condujo a la caíóda de Thiers. El 28 de abril de 1873, Charles Remusat, un moderado que ocupaba el cargo de ministro de Asuntos Exteriores bajo Thiers, se lanzoó contra un republicano de izquierdas, Barodet, y perdioó decisivamente. Entre los conservadores, este evento agudizoó arrepentimientos del tipo que Edmond de Goncourt habíóa expresado en su diario casi dos anñ os antes: "La sociedad se estaó muriendo de sufragio universal. Todos admiten que es el instrumento fatal de la inminente ruina de la sociedad. A traveó s del voto, la ignorancia de la vil multitud gobierna. A traveó s de las urnas, al ejeó rcito se le roban la obediencia, la disciplina y el deber . . . Monsieur Thiers es . . . un salvador a muy corto plazo. EÁ l cree que puede salvar a la Francia actual con taó cticas dilatorias, artimanñ as, prestidigitacioó n políótica: pequenñ os medios cortados a la medida de su pequenñ o cuerpo." Habiendo recaudado cinco mil millones de francos en poco tiempo y liberado asíó el territorio franceó s, Thiers habíóa sobrevivido a su posicioó n como el negociador indispensable. Ya no podíóa confiar en Bismarck para salvarlo de las consecuencias de la derrota de Remusat, por lo que los legisladores conservadores lo culparon. Elogiaron a un gobierno hospitalario con los "nuevos baó rbaros [que] amenazan los propios cimientos de la sociedad" y, burlaó ndose del sentimiento nacional, exigieron que el gabinete se reconstituyera sin ministros republicanos. Thiers se mantuvo firme, pero el duque Albert de Broglie, el líóder conservador, redactoó una resolucioó n en el sentido de que las modificaciones ministeriales recientes no habíóan dado su cuota a los intereses conservadores. Llevado por un estrecho margen, por lo que Thiers, jurando venganza, dio un paso al costado. "La tonteríóa Barodetana estaó en plena flor," escribioó Flaubert a Sand. "¡Dios míóo! ¡Dios míóo! ¡Queó fastidioso es vivir en esos tiempos! No puedes imaginar el torrente de necedadesdes que gira alrededor de uno. ¡Queó sabia que eres al vivir lejos de Paríós!" El 21 de mayo, la Asamblea nombroó presidente al Mariscal MacMahon, y Mac-Mahon, casi exactamente dos anñ os despueó s de que lideroó las tropas de Versalles contra la Comuna, hizo sonar el llamado al orden moral. "Con la ayuda de Dios y la devocioó n de nuestro ejeó rcito, que siempre seraó un ejeó rcito de la ley, con el apoyo de todos los hombres leales, juntos continuaremos el trabajo de liberar al paíós y restablecer el orden moral en nuestra tierra," declaroó en su primer mensaje presidencial. Albert de Broglie, nieto de Mme. De Stael y Benjamin Constant e hijo de un Broglie que se alioó con Louis-Philippe en 1830, se convirtioó en primer ministro de lo 438
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que pronto se llamaríóa "la Repuó blica de los Duques". George Sand se preguntoó si ella estaba presenciando una oó pera o una opereta. La velocidad con la que Francia pagoó a Alemania la indemnizacioó n fue maó s una medida de su determinacioó n de que las tropas extranjeras evacuaran el territorio ocupado que de la solidez financiera. Una crisis agríócola asociada a la caíóda de los precios en toda Europa habíóa perjudicado a todos los sectores econoó micos del paíós, la mitad de cuya poblacioó n, incluso con el eó xodo de joó venes de la Francia rural, continuaba viviendo de la tierra. Industria estancada. Pero muchos empresarios ya habíóan sido golpeados duramente por la guerra misma, y uno de esos golpes se hizo sentir en Croisset. Intelectualmente irritado por la políótica de su tiempo, Flaubert sufriríóa por esas políóticas materialmente cuando Ernest Commanville, que actuoó como su banquero, lo sorprendioó con la noticia de que eó l, Commanville, estaba, y habíóa estado durante varios anñ os, al borde de la bancarrota. Flaubert habíóa tenido conocimiento de los problemas anteriormente, pero se entregoó a su aversioó n — a su aversioó n "patoloó gica", como eó l lo describioó — a hablar de dinero. No fue sino hasta octubre de 1874, cuando Commanville no pudo honrar de inmediato su pedido de mil francos, si manteníóa serias dudas sobre los asuntos de su sobrino. Estos habíóan empezado a fallar justo antes de la guerra y habíóan empeorado en la deó cada de 1870 como consecuencia de la recesioó n econoó mica. Commanville habíóa comprado a creó dito la madera en bruto de Escandinavia, esperando pulirla en Dieppe y vender la tabla terminada con grandes ganancias. Lamentablemente, los precios de los productos alimenticios y de los productos industriales se desplomaron, y su arriesgada operacioó n fracasoó . Abrumado por un lado con deudas que de lejos excedíóan el milloó n de francos y, por el otro, con pagareó s que no podíóa cobrar, proboó con maniobras tortuosas para satisfacer a sus acreedores y finalmente pidioó ayuda a la familia. La correspondencia de Flaubert con Caroline refleja su creciente ansiedad durante la primavera y el verano de 1875, cuando la somnolencia dio paso al insomnio. "Si tu marido endereza su barco, deberíóa verlo ganar dinero de nuevo y estar tan seguro del futuro como lo estuvo una vez, deberíóa apretar un ingreso anual de diez mil francos de Deauville para nunca maó s temer a la pobreza para nosotros dos, y si Bouvard et Pécuchet me satisface, creo que no tendríóa maó s quejas en la vida," le escribioó a Caroline el 10 de mayo. Una carta de Flaubert a Caroline fechada el 9 de julio implica que esta uó ltima habíóa expresado la idea de salvar a Commanville de su imprevisioó n al vender Croisset, o que Flaubert entendioó que esta era la intencioó n de su sobrina. "Es muy amable por tu parte enviarme saludos tiernos," escribioó Flaubert, "pero me rebelo cuando dices: 'Endurezcamos nuestros corazones a la vista de un aó rbol, de las habitaciones familiares, de un adorno preciado cuya separacioó n podríóa parece que nos roban nuestra sustancia espiritual.' He pasado mi vida privando a mi corazoó n de su alimento legíótimo. He llevado una existencia austera y laboriosa. No puedo soportar maó s. Todas las laó grimas que he sofocado ahora se estaó n derramando . . . Y entonces la idea de no tener maó s mi propio techo, un hogar, es intolerable. Ahora veo a Croisset con el ojo de una madre que contempla a su hijo tuberculoso y piensa: '¿Cuaó nto tiempo duraraó ?' Y no puedo acostumbrarme a la idea de una separacioó n definitiva. ¡Pero la perspectiva de tu ruina es lo que maó s me angustia!" Tres díóas despueó s eó l le imploroó que lo mantuviera informado de todos los acontecimientos. "¿Cuaó nto tiempo maó s puede resistir Ernest? Tengo la impresioó n de que la cataó strofe final estaó cerca. Estoy 439
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esperando que el otro zapato caiga en cualquier momento. ¡Queó situacioó n!" Se estaban llevando a cabo negociaciones freneó ticas para obtener un períóodo de gracia, un arreglo para el pago a plazos o una condonacioó n parcial de la deuda. Mientras tanto, Caroline y Ernest Commanville habíóan dejado su casa en la rue de Clichy por un pequenñ o apartamento en la rue du Faubourg Saint-Honoreó , cerca del EÁ toile, donde Flaubert, queriendo habitaciones maó s espaciosas y quizaó s temiendo su aislamiento en la rue Murillo con la recurrencia de las convulsiones, seríóa, antes de que terminara el anñ o, su vecino de al lado. Para ahuyentar a un acreedor llamado Faucon, Caroline decidioó vender algunos bonos del gobierno, pero se requirioó una audiencia judicial para autorizar la revisioó n de los teó rminos de su contrato matrimonial, lo que hizo que la dote fuera inviolable. Cuando no se otorgoó tal autorizacioó n, como lo que reunioó no sirvioó , ella dispuso pagarle a Faucon una suma anual de cinco mil francos durante diez anñ os, utilizando los ingresos de su cartera y asegurando el pago con dos de los amigos de Flaubert, Raoul Duval y Edmond Laporte. Aun asíó, la bancarrota no se habríóa evitado en el verano de 1875 sin el enorme sacrificio hecho por el propio Flaubert. Vendioó la granja en Deauville y comproó la deuda maó s apremiante de Commanville, sin exigir garantíóas en un acto suicida de devocioó n paternal. ¿La carinñ osa y amargada Caroline, sometida a hidroterapia por anemia aguda y migranñ as, habríóa irritado la conciencia de su tíóo? ¿Se habíóa sentido Flaubert inspirado por el sentido de honor familiar que lo vio montar un caballo blanco en otras ocasiones? ¿Era el regalo una expresioó n de desprecio aristocraó tico por la prudencia burguesa? ¿Teníóa miedo de perder el amor de Caroline y estaba decidido a crear un víónculo de dependencia financiera? Todo lo anterior sin duda estuvo en juego. "Incluso si hay un resultado favorable, nos quedaremos con lo suficiente como para subsistir," Flaubert le escribioó a George Sand. Toda mi vida he sacrificado todo por la tranquilidad. Ahora estaó perdida para siempre. Sabes que no soy un petulante, asíó que creó eme cuando digo que me gustaríóa estirar la pata lo maó s raó pido posible, porque estoy hundido, vacíóo y tengo cien anñ os. Necesitaríóa entusiasmarme por una idea, por un libro. Pero la fe ahora estaó faltando. Y todo el trabajo se ha vuelto imposible para míó. Estoy preocupado por mi futuro material, pero mi futuro literario parece auó n maó s triste. No queda nada de eso. Lo maó s sensato seríóa buscar empleo inmediatamente, una posicioó n lucrativa. ¿Pero para queó soy bueno? Y a los cincuenta y cuatro anñ os uno no cambia los haó bitos, uno no rehace su vida. Me prepareó contra la desgracia. Me he esforzado por ser estoico. Todos los díóas hago grandes esfuerzos para trabajar. ¡Imposible imposible! Mi pobre cerebro es papilla.
El temor de que las preocupaciones materiales invadieran su cerebro como los dragones prusianos (o un "hijo de Israel") y, expulsara al artista, aparece en muchas de sus cartas. Para Leó onie Brainne, por ejemplo, insistioó en que no se podíóa "hacer arte" a menos que uno estuviera libre de preocupaciones materiales. "¡A partir de ahora ya no estareó libre de ellas! Mi cerebro estaó sobrecargado de preocupaciones baó sicas. ¡Me han bajado! ¡Tu amigo es un hombre caíódo!" Para Edma Roger des Genettes, se quejoó de haber perdido la mejor parte de su mente. "Creo que nunca podreó escribir dos líóneas consecutivas. Me prepareó contra la desgracia. Todos los díóas hago juramentos para míó mismo y quiero trabajar. ¡Imposible!" Enlazado con la sensacioó n de que habíóa "caíódo" 440
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era su fantasíóa de un mundo inocente de dinero, custodiado por Achille-Cleó ophas. "Mi pobre y bondadoso padre ni siquiera podíóa hacer sumas," le aseguroó a Caroline, "y hasta el momento de su muerte nunca habíóa visto una citacioó n judicial. ¡Vivíóamos en completo desprecio por el comercio y el dinero! ¡Y queó seguridad, queó bienestar!" Tan alarmada estaba George Sand que inmediatamente preguntoó a un amigo en comuó n, Ageó nor Bardoux, que acababa de ser nombrado subsecretario de justicia, si se podíóa encontrar empleo remunerado para Flaubert. Ella misma propuso comprar la casa en Croisset, en caso de que se pusiera a la venta, y dejarlo vivir allíó. ¿No habíóa escrito, en su autobiografíóa, que el apego a las viejas viviendas en las que la historia de la vida estaba inscrita indeleblemente en cada pared teníóa perfecto sentido para ella? Su oferta provocoó laó grimas en los ojos de Flaubert. Para octubre, la situacioó n parecíóa menos desesperada, o eso le hizo creer Flaubert a Sand. Con lo que quedaba de sus doscientos mil francos, comproó la deuda mantenida por el acreedor maó s intransigente de Commanville y dispuso que su sobrino le diera dinero cuando fuera necesario. Al parecer, Caroline habíóa sido autorizada a prometer una parte de sus ingresos personales, y se esperaba que un liquidador liquidara las cuentas. "Dado que no hay un problema apremiante en este momento, prefiero no pensar en la situacioó n," le dijo a Sand el 11 de octubre. "Me estoy divorciando de pensamientos del futuro, o me gustaríóa hacerlo. ¡Suficiente de negocios! ¡Dios míóo, Dios míóo! He tenido maó s de lo que puedo soportar durante los uó ltimos cinco meses." De hecho, la situacioó n seguíóa siendo desesperada. Cuatro díóas antes le habíóa escrito a Ernest Commanville: "Nuestros ingresos (es decir, los de tu esposa y los míóos) estaó n comprometidos, y por el momento no tenemos un sou380 que ingrese. ¡Lejos de eso! Lo que debemos pagar anualmente (de acuerdo con mis pequenñ os caó lculos) excede en cuatro mil francos lo que podemos esperar recibir. La bancarrota debe evitarse sobre todo. ¡Muy bien! Pero prometimos maó s de lo que podemos pagar."381 Flaubert envioó estas cartas desde Bretanñ a, adonde llegoó el 16 de septiembre, con la esperanza de enmendar las cosas en companñ íóa de un viejo amigo de Rouen, Georges Pouchet, que dirigioó el centro de investigacioó n marina en un puerto pesquero llamado Concarneau. Su residencia durante seis semanas fue una posada desde la cual la vista abarcaba un bosque de maó stiles y las fortificaciones medievales de la ciudad. Nadoó todas las tardes, si el clima lo permitíóa, y dio largos paseos. En todo clima comioó cantidades de mariscos preparados por la posadera, Mme Sargent, que no escatimaba. 380El sou es una antigua moneda francesa, procedente del solidus romano, que designaba la moneda de 5 céntimos hasta principios del siglo XX y cuyo nombre ha sobrevivido en la lengua a la decimalización de 1795. Debe su longevidad a que todavía está presente en muchas expresiones francesas y catalanas que se refieren a dinero. 381Las finanzas familiares no están claras. Valorada en 129,000 francos en el registro notarial de 1872, Deauville representaba por mucho la propiedad más sustancial de Flaubert. La vendió por 200,000 francos, lo que — si estos cálculos son correctos — habría traído su herencia total, incluido el dinero heredado después de la muerte de su padre, a algo entre 300,000 y 400,000 francos. No se sabe qué parte de la herencia de su padre se había gastado durante los años intermedios. Lo cierto es que el valor de la propiedad en Deauville aumentó en magnitud a fines del siglo XIX y principios del XX. Como señala Herbert Lottman, la granja de Flaubert se vendió posteriormente al barón Henri de Rothschild, que construyó una gran villa en ella. En la década de 1920, antes del crack de 1929, un estadounidense rico llamado Ralph Beaver Strassburger (presidente de Huguenot Society of Pennsylvania) la compró por 8 millones de francos, una enorme suma en ese momento.
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Las diversiones fueron pocas. Pouchet le dio lecciones de historia natural en sus paseos por la costa. Observoó las procesiones religiosas, observoó los eventos en el estanque de peces experimental y contemploó los atardeceres que transformaron a Concarneau en un maravilloso paíós de las maravillas. Dormir se volvioó faó cil otra vez. El otrora nocturno Flaubert apagoó su vela a las diez y se levantoó a las ocho o nueve. Aparte de las memorias del duque de Saint-Simon, una seleccioó n que alguien le habíóa prestado, solo leíóa perioó dicos, pero no encontraba a nadie interesado en hablar de políótica, y menos de Pouchet, cuya poderosa simplicidad de propoó sito parecíóa inalcanzable. "¡Coó mo envidio a G. Pouchet! ¡Hay alguien que trabaja y estaó feliz! Mientras eó l pasa sus díóas inclinado sobre un microscopio en el laboratorio, [yo] tristemente suenñ o despierto al lado de la chimenea en una posada. En este momento, los ninñ os juegan canicas bajo mis ventanas y se producen ruidos de zuecos de madera. El cielo es grisaó ceo; la noche desciende poco a poco. Mlle Charlotte me ha traíódo dos velas." Buscando una imagen de discomposicioó n maó s apropiada para sus circunstancias que la del noó mada en su camello, le dijo a Caroline que se sentíóa tan desarraigado como las olas arrastradas por el oleaje. Su excursioó n fue uó til, incluso si una melancolíóa otonñ al siguioó la angustia de finales del verano. Concarneau lo puso feliz como lo fue antes en Trouville, antes de que la proliferacioó n de villas le diera un aire de esplendor de pacotilla. Sobre todo, lo distancioó de Ernest Commanville y de Bouvard et Pécuchet, la investigacioó n auó n por realizar para esa novela compendiosa que pesaba sobre su mente tanto como la verguë enza financiera de su sobrino. Durante su primera semana en Concarneau, comenzoó a trazar un cuento basado en la leyenda medieval de San Juliaó n el Hospitalario, que conocíóa por los vitrales de la Catedral de Rouen. A fines de septiembre, se informoó a los amigos sobre este nuevo proyecto. "Quiero comenzar a escribir una pequenñ a historia, para ver si todavíóa soy capaz de construir una oracioó n," le escribioó a Laporte. "Lo dudo seriamente. Creo que te hableó de San Juliaó n el Hospitalario . . . No es nada en absoluto y no le otorgo importancia." Era un medio de mantenerse aó gil para el gran esfuerzo, fuera lo que fuese. "Ya no creo en míó mismo, me encuentro vacíóo, no es un descubrimiento consolador," le escribioó a Edma Roger des Genettes. "Bouvard et Pécuchet era demasiado difíócil, la estoy dejando porque estoy buscando otro tema, sin eó xito hasta ahora. Mientras tanto, estaó 'Saint Julien l'Hospitalier' . . . Seraó muy corto, treinta paó ginas maó s o menos. Si no encuentro nada y me siento mejor, reanudareó Bouvard et Pécuchet." Corto en longitud pero ricamente texturizado, "Saint Julien" relata la leyenda de un joven noble cuya maníóaca caza de ciervos trasciende el mero deporte, al igual que la carniceríóa forjada por Matho en Salammbô supera la guerra ordinaria, preparando el camino para una vida de abnegacioó n santa acorde con sus sangrientas hazanñ as. Que esta historia se uniríóa a otras dos en una obra maó s familiar para las generaciones posteriores que cualquiera de sus otros trabajos, excepto Madame Bovary, Flaubert no lo podíóa haber imaginado. Cuando Flaubert regresoó a Paríós a principios de noviembre, fue a su nuevo apartamento cinco pisos arriba, en el 240 de rue du Faubourg Saint-Honoreó , en la esquina de la avenida Hoche, cerca del Arco del Triunfo. Trajo consigo diez paó ginas de su historia y se dispuso a aprender todo lo que pudo sobre la caceríóa medieval. Los embrollos financieros y Bouvard et Pécuchet habíóan quedado temporalmente detraó s de eó l. Como tantas apariciones en su vida, ellas lo alcanzaríóan. 442
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Dos amigos que dieron la bienvenida a la noticia de que habíóa abandonado Bouvard et Pécuchet fueron Turgenev y George Sand. Ya se ha mencionado que Turgenev, despueó s de escuchar a Flaubert resumir su plan, le aconsejoó tratar el tema a la manera de Swift o Voltaire. Un anñ o despueó s, era obvio que las ambiciones de Flaubert no daban una sucinta concisioó n, y Turgenev, quien finalmente tradujo "Saint Julien l'Hospitalier," bendijo el nuevo proyecto. "¡Estoy muy contento con la idea de treinta paó ginas!" En cuanto a George Sand, cuando un agitado Flaubert se acercoó a su sugerente guíóa, su amiga maó s devota habloó libremente en un intercambio de cartas filosoó ficas. "No necesito creer en la segura salvacioó n del planeta y sus habitantes para creer en la necesidad de lo bueno y lo bello," escribioó Sand el 12 de enero de 1876, solo unos meses antes de su muerte. "Pero yo misma debo seguir escalando hasta el uó ltimo aliento, no por una necesidad imperiosa de encontrar un 'buen lugar', y sin la seguridad de encontrar uno, sino porque mi uó nica alegríóa radica en viajar por el camino elevado con los que estaó n cerca y son queridos." La escuela literaria que se ocupaba casi exclusivamente de la miseria social e individual era repugnante para ella. Huyo de la cloaca, busco lo que estaó seco y limpio porque seó que esa es la ley de mi existencia. Ser humano no equivale a mucho. Todavíóa estamos muy cerca del simio del que se dice que descendemos. Bueno, una razoó n maó s para distanciarnos de los monos y alcanzar esas verdades relativas que nuestra raza puede comprender. Pobres, limitados, aunque humildes, permíótanos agarrarlos lo mejor que podamos y no permitir que nos los quiten.
En el fondo, ella creíóa que ella y Flaubert pensaban igual:
Pero practico esta religioó n simple y tuó no, ya que te permites desanimarte; no estaó s completamente imbuido de ello, ya que maldices la vida y deseas la muerte, no como un catoó lico que espera ser recompensado, aunque solo sea en forma de eterno reposo. No tienes garantíóa de que recibiraó s una compensacioó n. La vida es tal vez eterna y, por consiguiente, el trabajo tambieó n lo es. Si tal es el caso, deó janos valientemente militar en ella. Si no es asíó, si el yo pereciera por completo, busquemos el honor de haber realizado nuestra tarea. No tenemos deberes categoó ricos, excepto para nosotros y nuestros hermanos. Lo que destruimos en nosotros mismos, lo destruimos en los otros. Nuestras degradaciones los degradan, nuestras caíódas los derriban.
Ella que habíóa declarado en sus memorias que la condicioó n de la autocomprensioó n es el olvido de síó misma, que uno no se comprende realmente hasta perderse en una conciencia general de la humanidad, reprendioó a Flaubert por privar a otros de su riqueza al aferrarse a un ideal de impersonalidad. Lees, cavas, trabajas maó s que yo y muchos otros. Has adquirido maó s erudicioó n de la que jamaó s poseereó . Por lo tanto, eres cien veces maó s rico que todos nosotros. Eres rico y lloras la pobreza. ¿Se debe dar limosnas a un mendigo cuyo jergoó n estaó lleno de oro pero quiere subsistir con oraciones bien hechas y palabras perfectas? Tonto, revisa tu jergoó n y come tu oro. Alimeó ntate de las ideas y sentimientos que has escondido en tu cabeza y en tu corazoó n. Las palabras y oraciones, la forma en la que haces tanto, fluiraó n naturalmente de tu digestioó n. Lo que consideras un fin en síó mismo, es solo un efecto. Los efectos felices solo surgen de una emocioó n, y una emocioó n solo surge de una conviccioó n. Uno no se mueve por lo que uno no cree ardientemente. 443
Flaubert: Una vida — Frederick Brown No estoy diciendo que no creas. Por el contrario, el afecto, la proteccioó n, la bondad encantadora y sencilla que marca tu vida, todo habla de un hombre con fuertes creencias. Pero por alguna razoó n quieres ser otro hombre en lo que respecta a la literatura — ¡uno que debe desaparecer, uno que se aniquila a síó mismo, uno que no existe! ¡Queó extranñ a compulsioó n! . . . No, no digo que debas subir personalmente al escenario. De hecho, no hay nada que ganar con eso . . . Pero ocultar la opinioó n de uno sobre los personajes y dejar al lector inseguro de lo que deberíóa pensar es regatear por la incomprensioó n. En ese punto, el lector te deja.
Creyente de la ficcioó n didaó ctica, Sand culpoó a la neutralidad moral de Flaubert por el fracaso de L'Éducation sentimentale. El libro fue malentendido; te lo dije maó s de una vez, pero no escuchaste. Necesitaba un breve prefacio o, donde fuera que se presentara la oportunidad, una pista moral, si solo un epíóteto afortunadamente puesto condenando el mal, caracterizando la debilidad moral, reconociendo el esfuerzo. Todos los personajes en ese libro son deó biles. Todos se quedan cortos, excepto aquellos con malos instintos. Tu intencioó n era precisamente retratar una sociedad deplorable que fomenta los malos instintos y subvierte los esfuerzos nobles. Cuando no nos comprenden, siempre es culpa nuestra. Lo que el lector quiere por encima de todo es penetrar nuestra mente, y desdenñ osamente ocultar la suya. EÁ l cree que lo desprecias, que deseas burlarte de eó l. Te entendíó porque te conozco. Pero, ¿y si el libro me hubiera sido entregado sin firmar? Lo habríóa encontrado hermoso pero desconcertante, y me habríóa preguntado si el autor era inmoral, esceó ptico, indiferente o agraviado. Ya he tenido problemas con tu herejíóa favorita, que es la que se escribe para veinte personas inteligentes y no le importa el resto. Es evidentemente falso, ya que la falta de eó xito te irrita. De todos modos, no hubo ni siquiera veinte resenñ as favorables de este libro tan considerable y bien hecho. No, uno no debe escribir para veinte personas o para cien mil. Uno debe escribir para todos los que tienen hambre de leer y pueden sacar provecho de los buenos libros. Uno debe ocupar el punto maó s elevado de la propia naturaleza y hacer que el significado moral de la propia obra sea perfectamente transparente.
Flaubert no se ofendioó . Tampoco se disculpoó en su respuesta por no poder cuadrar su visioó n de la vocacioó n literaria con la de ella. "Aquíó estaó lo que creo que esencialmente nos separa, querida maestra," escribioó el 6 de febrero de 1876. En todas las cosas, primero saltas al cielo antes de regresar a la tierra. Tu punto de partida es el ideal . . ., que explica tu dulzura, tu serenidad, y, para no triturar palabras, tu grandeza. Mientras que yo, pobre chiquillo, estoy agobiado por las suelas de plomo. Todo me mueve, me rasga, me destroza y lucho por ascender . . . Si adoptara tu cosmovisioó n, me convertiríóa en un hazmerreíór, eso es todo. Predicas en vano, no puedo tener otro temperamento que el míóo, ni ninguna esteó tica sino la que se deriva de ella. Me acusas de no seguir el "curso de la naturaleza." Bueno, ¿doó nde deja eso la virtud de la disciplina? ¿Queó vamos a hacer al respecto? Admiro a Monsieur de Buffon ponieó ndose elegantes punñ os para escribir. Ese lujo es un síómbolo. De todos modos, inocentemente me esfuerzo por ser lo maó s comprensible posible. ¿Queó maó s se puede esperar de míó? En cuanto a revelar mi opinioó n personal sobre las personas que puse en el escenario — ¡no, no! ¡mil veces no! No me reconozco a míó mismo como alguien que tiene derecho a hacerlo. Si mi lector no obtiene la deriva moral de una obra, entonces el lector es un imbeó cil, o de lo contrario el trabajo es falso, en el sentido de ser inexacto. Porque una cosa es buena 444
Flaubert: Una vida — Frederick Brown si es Verdadera. Los libros obscenos son inmorales porque no son verdaderos. Al leerlos, uno dice: "Asíó no son las cosas." Eso síó, detesto lo que convencionalmente se llama "realismo," aunque he llegado a ser considerado como uno de sus pontíófices.
El gusto del puó blico lo mistificoó maó s que nunca, se quejoó . Unos díóas antes era el uó nico espectador que se reíóa de una comedia de Labiche llamada Le Prix Martin, que se cerroó . "Desafíóo a que alguien me diga coó mo a uno le agrada la gente. El eó xito es una consecuencia y no debe ser un objetivo. Nunca lo busqueó (aunque lo deseo) y lo busco cada vez menos." Lo que síó buscoó , sin embargo, fue la aprobacioó n de Sand, lo que significoó mucho para eó l. En mayo de 1876 le dijo que reconoceríóa su influencia en una historia que habíóa comenzado, titulada "L'Histoire d'un coeur simple." Sentíóa que su heroíóna la complaceríóa. Ella se daríóa cuenta de que eó l no era tan "terco" como ella pensaba despueó s de todo. SAND SE estaba debilitando raó pidamente y, como veremos, no viviríóa para leer "Un coeur simple." Tampoco Louise Colet, que habíóa seguido la carrera de Flaubert desde lejos. Los uó ltimos anñ os de Louise fueron solitarios y errantes. A diferencia de la princesa Mathilde, no pudo reconstituir un saloó n despueó s de la guerra. Su grupo se habíóa dispersado, y algunos de los que permanecieron se mantuvieron a distancia por temor a ser asociados con sus escritos inflamatorios. Un libro que simpatizaba con la Comuna, La Vérité sur l'anarchie des esprits en France, no le ganoó muchos amigos entre los literatos. Maó s desagradable fue un artíóculo en el que pisoteoó la tumba de Sainte-Beuve, desacreditando al críótico que no la habíóa tomado en serio al revelar lo que sabíóa sobre su vida sexual. Paríós se convirtioó en un lugar hostil, y luego su salud la abandonoó . Para recuperarla, se dirigioó hacia el sur, llegando a San Remo, donde vivioó precariamente durante dos anñ os a la vista de la fortaleza de la prisioó n de Geó nova — una figura alta, robusta y vestida de negro de la que se burlaban los mocosos en los alrededores de su pensioó n barata. En el verano de 1875 regresoó a Paríós, todavíóa enferma, y se instaloó en el Hoô tel d'Angleterre en la rue Jacob, con planes para un libro sobre Oriente y una coleccioó n de tres voluó menes de sus versos. El primero, Les Pays lumineux: Voyage en Orient, se publicoó poó stumamente. Louise murioó en el piso de su hija en la rue des EÁ coles el 8 de marzo de 1876. Las noticias de su fallecimiento llegaron a Flaubert inmediatamente y le hicieron una pausa, aunque no por mucho tiempo. "Tienes toda la razoó n sobre la confusioó n de sentimientos que me despertoó la muerte de mi pobre Musa," escribioó a Edma Roger des Genettes. "Su memoria resucitada me devolvioó a lo largo de mi vida. Pero [yo] me he vuelto maó s estoico el anñ o pasado. He pisoteado muchas cosas, ¡solo para poder seguir viviendo! En resumen, despueó s de pasar una tarde con díóas pasados, me obligueó a no pensar maó s en ellos y volvíó a mi tarea. ¡Y otro final!"
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XXIII Un Intermedio Fructífero GEORGE SAND MURIOÁ tres meses despueó s de Louise Colet. Ella habíóa estado experimentando dolor abdominal por bastante tiempo. El 25 de marzo de 1876, Flaubert recibioó una carta en la que hablaba de calambres lo suficientemente graves como para doblarla. "El sufrimiento fíósico es una buena leccioó n cuando deja tu mente libre: uno aprende a tolerarlo y conquistarlo. Hay momentos de desaliento cuando uno se arroja a la cama, pero siempre pienso en lo que mi viejo cura dijo durante los ataques de gota: 'Pasaraó o pasareó , uno o el otro.'" Fiel a su credo estoico, trabajoó todos los díóas, se mantuvo al tanto de lo que sus amigos publicaban, puso cara de valiente a su familia y se molestoó a síó misma para las personas necesitadas. Con un pie en la tumba, prestoó toda su atencioó n a la situacioó n de Flaubert y se puso en contacto con un financista que podríóa rescatar a Commanville. No fue sino hasta fines de mayo, cuando las cosas empeoraron dramaó ticamente, que su meó dico concluyoó que el dolor fue 446
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causado por una oclusioó n. Auó n capaz de comer, pero incapaz de eliminar, se habíóa vuelto grotescamente hinchada. Las uó ltimas palabras en su diario se ingresaron el 29 de mayo. "Buen tiempo. No estoy sufriendo mucho. Camino por el jardíón. Doy una leccioó n a Lolo [Lolo es Aurore, su nieta]. Releíó una obra de Maurice. Despueó s de la cena, Lina [su nuera] va al espectaó culo en La Chaô tre. Juego bezique 382 con Sagnier. Dibujo, Lina regresa a la medianoche." Apenas se levantoó de la cama otra vez. El dolor, aliviado momentaó neamente por un riego esofaó gico con agua mineral, se hizo tan intenso que sus gemidos llenaron la casa. El 7 de junio se despidioó de sus nietas, y en las primeras horas de la manñ ana del 8 de junio perdioó el conocimiento. La muerte llegoó raó pidamente. Sin oposicioó n de Maurice, afligido por la pena, la hija separada de Sand, Solange, hizo arreglos para un entierro religioso despueó s de obtener la autorizacioó n del arzobispo de Bourges. Esa decisioó n, que puede haber sido en parte vengativa, sirvioó al menos para fortalecer la reputacioó n de Sand entre los campesinos de Berrichon como un vecino santo. El funeral se realizoó el 10 de junio. Unas quince personas bajaron desde Paríós, incluido Flaubert, que tomoó el tren nocturno con Ernest Renan y el príóncipe Napoleoó n. La gente del campo se apinñ aba alrededor de la capilla en Nohant rezando el rosario y murmurando oraciones en una escena que podríóa haber sido presentada para una de las novelas de Sand. Despueó s, bajo una lluvia torrencial, un sacerdote y un muchacho del coro condujeron a los dolientes por el barro hasta el cementerio, donde Paul Meurice leyoó el elogio de Victor Hugo. "La multitud de mujeres campesinas envueltas en sus mantos de tela oscura y arrodilladas sobre la hierba mojada, el cielo gris, la llovizna fríóa que nos azotaba la cara, el viento silbando entre los cipreses y mezclaó ndose con las letaníóas del sacristaó n, me conmovioó mucho maó s que esta elocuencia convencional," escribioó un amigo americano. Auó n menos al gusto de Flaubert que a la oratoria fueron las letaníóas catoó licas. Cuando no estaba llorando copiosamente, estaba vituperando privadamente a la hija que supuestamente habíóa traicionado las convicciones de su madre, e hizo un especial hincapieó en informar a Marie-Sophie Leroyer de Chantepie, con quien rara vez se habíóa carteado desde la guerra, que Sand no habíóa encontrado a Dios in articulo mortis, fuera lo que fuera lo que los perioó dicos pudieran informar. "Quieres saber la verdad sobre los uó ltimos momentos de Mme Sand. Aquíó estaó : ella no recibió ningún sacerdote. Pero tan pronto como murioó , su hija, Mme Clesinger, 383 solicitoó la autorizacioó n del obispo de Bourges para celebrar un entierro religioso, y nadie en la casa (excepto tal vez su nuera, Mme Maurice) defendioó las ideas de nuestra pobre amiga. Maurice estaba tan afligida que no le quedaba energíóa, y luego hubo influencias exteriores, consideraciones miserables inspiradas por la burguesíóa." Auó n asíó, el dolor se salioó con la suya, anulando su indignacioó n. "La muerte de la pobre madre Sand me causoó un dolor infinito," le escribioó a Turgenev. "Me derrumbeó dos veces en su entierro: primero, mientras abrazaba a su nieta Aurore (cuyos ojos, ese díóa, se parecíóan a los de ella tan de cerca que parecíóa una 382El Bezigue es un juego de cartas de origen francés del siglo XIX, de dos jugadores, del tipo combinación de naipes y toma de bazas. El juego es un derivado del Piquet, posiblemente a través de los juegos Sesenta y seis y Brisca, con algunas características de anotación adicionales, en este sentido se destaca la relación entre el Q de espadas y el J de Diamantes que también es una característica del Pinochle, Binokel, y otros juegos similares cuyos nombres varían de país en país. 383Solange estuvo casada con el escultor Auguste Clésinger.
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resurreccioó n), y luego, cuando su feó retro fue llevado a mi lado." El mismo díóa le dijo a Maurice Sand que sentíóa que habíóa enterrado a su propia madre una vez maó s. La mujer a quien Renan describioó como el arpa eoó lica de su tiempo ya no estaríóa vibrando con sus pensamientos y sentimientos. Los tres companñ eros que habíóan llegado en el tren nocturno regresaron por el mismo medio, huó medos y exhaustos. En Croisset, despueó s de viajar desde Paríós en un compartimento con ingleses que, para su disgusto, jugaba a las cartas, arregloó su escritorio, bebioó una jarra de sidra y cenoó en lo que describioó como un dulce y beneó fico silencio, pensando en su madre. A la manñ ana siguiente, reanudoó el trabajo en "Un coeur simple." Edma Roger des Genettes puede haberse sorprendido al descubrir que, a raíóz de estos tristes acontecimientos, su buen amigo era menos luó gubre de lo normal. "Para decir la verdad," eó l confioó , "estoy encantado de volver a casa, como un aburrido pequenñ o burgueó s, entre mis sillones y mis libros, en mi estudio, con una vista de mi jardíón. ¡El sol estaó brillando, los paó jaros son amantes seduciendose el uno al otro, los barcos se deslizan silenciosamente sobre el ríóo cristalino y suave, y mi historia progresa! Probablemente la haya terminado en dos meses." ¿La muerte lo habíóa puesto maó s alerta a la naturaleza que florecíóa a su alrededor? Es como si el optimista doble de Flaubert hubiese salido del armario para una breve exposicioó n. La propiedad le impedíóa mostrarse a todos en este estado de absoluta satisfaccioó n. La princesa Mathilde, por ejemplo, no podíóa verlo excepto en ropa de luto. Su corazoó n, le dijo, se habíóa convertido en una necroó polis, con el "vacíóo" cada vez maó s amplio y la tierra cada vez maó s vacíóa. Pero al escribir a Turgenev una quincena despueó s del funeral de Sand, se regocijoó con un nuevo vigor. "¡Me siento increíblemente bien! ¡Disfruto el verdor, los aó rboles, el silencio como nunca antes! Estoy de regreso nadando en el ríóo helado (una hidroterapia feroz) y trabajo como un demonio." Los madrugadores que caminaban por el camino de sirga eran propensos a verlo de pie junto a su ventana al amanecer despueó s de trabajar arduamente toda la noche. Las personas que se levantaron temprano pudieron haber escuchado retazos de "Un coeur simple," ya que en ausencia de amigos recitoó lo que habíóa escrito en el tulipaó n, la luna y el ríóo. El calor opresivo envolvioó el valle ese verano, protegiendo a Croisset de los visitantes como una segunda pared alrededor de la casa, y agotando a todos — a todos menos a Flaubert, que regularmente nadaba vigorosamente por la tarde. Edmond Laporte vino cuando el Consejo Regional de Alta Normandíóa, para el cual habíóa sido elegido, no estaba en sesioó n. Lo mismo hicieron Georges Pouchet y Freó deó ric Baudry. Estas fueron las excepciones, sin embargo. Caroline pasoó semanas en su spa en los Pirineos. Derrotada por el clima, Mathilde cortoó unas vacaciones en Normandíóa y se retiroó a Saint-Gratien. Turgenev se quedoó en un chalet en Bougival, cerca de Paríós. Para la companñ íóa, Flaubert teníóa a los criados familiares, la vieja ciega Julie y el jardinero. Tambieó n estaba "Loulou", un loro de peluche destinado a ganar la inmortalidad como el Espíóritu Santo en "Un coeur simple". Habíóa adquirido este nuevo toó tem a traveó s del Dr. Pennetier, director del Museo de Historia Natural de Rouen, que poseíóa varios especíómenes. El pensamiento de que al escribir "Un coeur simple" estaba manteniendo la fe con George Sand maó s allaó de la tumba puede haber dado a la tarea cierta urgencia. Tambieó n puede haberse sentido rejuvenecido por un cuento que tanto le debíóa a Julie, que ahora no hacíóa maó s que recordar a Flaubert, despueó s de la cena, sobre "los viejos tiempos." Y 448
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tal vez la visioó n de Loulou, o la exactitud de un capíótulo final podíóan esperar llegar en meses en lugar de anñ os, hacíóa que su pequenñ o ritmo fuera menos frustrante. ¿Cuaó nto tiempo llevoó el viaje de Emma Bovary desde la escuela del convento a traveó s de los episodios de una breve y torturada feminidad hasta el beso que planta en un crucifijo que la empujoó en su lecho de muerte? En un solo verano, Feó liciteó , el corazoó n simple, lograríóa una vida de servidumbre virtuosa y, con sus ojos agonizantes, veríóa a la paloma sustituta revoloteando sobre su cabeza. Flaubert le dio el nombre de la doncella de Emma y sin duda la imaginoó desde el principio como el papel de Emma. "'L'Histoire d'un coeur simple' [su tíótulo original] no es maó s que el relato de una vida oscura, la de una campesina pobre, devota pero no míóstica, totalmente devota, tierna con una ternura que huele a pan recieó n horneado," le escribioó a Edma Roger des Genettes el 19 de junio. "Ama sucesivamente a un hombre, los hijos de su amante, un sobrino, un barba gris a quien cuida, y al final a su loro; cuando el loro muere, lo tiene relleno y, muriendo a su vez, confunde al loro con el Espíóritu Santo. Esto no es para nada iroó nico, como usted supone, pero, por el contrario, serio y muy triste. Quiero despertar la compasioó n, hacer llorar a las almas sensibles, ser una de esas almas." Donde Emma, la actriz, es una extranñ a conciencia en su medio natal, siempre anhelando tierras romaó nticas, Feó liciteó , la fiel pastora, estaó inserta en la Normandíóa rural. Donde la vida imaginativa de Emma gira en torno a las fantasíóas de promocioó n social, Feó liciteó es una sirvienta cuyo indiscutible sacrificio defiende la nobleza del servicio. Emma llena su vacíóo emocional con bienes materiales; Feó liciteó , que no es duenñ a de nada, pule las ollas de cobre de su senñ ora para hacer las cosas bien, como un escritor podríóa pulir oraciones por el bien del arte. Algo muy parecido al juego de arte alucinatorio finalmente le da a Feó liciteó la dicha que elude a Emma, cuyo espíóritu no tiene cielo al que volar. A la conclusioó n de Madame Bovary, Flaubert se detiene en la corrupcioó n fíósica — la descomposicioó n del cadaó ver de Emma, el líóquido negro que babea de su boca, la pelíócula viscosa y paó lida que cubre sus ojos, el blanco paó lido de sus pestanñ as, el hedor solo a medias disfrazado por el incienso quemandose. El paíós de la granja que habíóa despreciado la reuó ne en su corazoó n esponjoso. Feó liciteó , por otro lado, cuando ella deja el mundo que ella habíóa servido sin esperar recompensa, lo trasciende en una uó ltima visioó n redentora. Todavíóa ocupando la habitacioó n en la que habíóa vivido antes de la muerte de su patrona, se entera de que la parroquia construiraó un altar en su patio para la procesioó n de Corpus Christi. La costumbre dicta que la persona asíó honrada debe hacer una ofrenda para colocar junto a la custodia, y Feó liciteó , que tiene una sola posesioó n preciosa, le ofrece a Loulou. La ceremonia se desarrolla mientras ella yace en la puerta de la muerte. "Los custodios, los cantores, los ninñ os, se alineaban por los tres costados del patio." Escribe Flaubert. "El sacerdote remontoó lentamente los peldanñ os y posoó sobre el gran encaje su gran sol de oro que emitíóa destellos. Todos se arrodillaron. Se hizo un gran silencio. Y los incensarios, en pleno vuelo, se deslizaban sobre sus cadenillas. Un vapor azul subioó hasta el cuarto de Feó liciteó . Ella se volvioó hacia eó l respiraó ndolo con una sensualidad míóstica; despueó s cerroó los paó rpados. Sus labios sonreíóan. Los movimientos de su corazoó n iban retardaó ndose uno a uno, maó s vagos cada vez, maó s suaves, como un surtidor que se agota, como un eco que se desaparece; y al exhalar su uó ltimo aliento, creyoó ver, en los cielos entreabiertos, un papagayo gigantesco,
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volando sobre su cabeza." 384 Flaubert recuerda incluso aquíó a Emma Bovary, cuya vida y muerte tambieó n se asociaron con un paó jaro. El carruaje llamado "La Golondrina" ("Hirondelle") en el que viajoó a Rouen para citas con Leó on es, al final, escuchado regresar ruidosamente de la ciudad, pero Emma no lo escuchoó . El rigor mortis ya se ha establecido. Despueó s de haber transmitido siempre su imaginacioó n al Mediterraó neo para una orgíóa despueó s de trabajarla en tierras nativas, Flaubert lo hizo nuevamente despueó s de "Un coeur simple" con "Heó rodias." Feó liciteó apenas habíóa sido sepultada de lo que la mesa estaba puesta para la fiesta salvaje en la que Salomeó baila su baile y la cabeza de Juan el Bautista llega en una fuente. Asíó, en septiembre, la simple doncella dio paso a la dominatriz de corazoó n duro con ambiciones imperiales que tomoó su nombre de su segundo esposo, Herodes Antipas. Una vez maó s, tomos gruesos se amontonaron alrededor de Flaubert, siendo los maó s importantes La Guerra Judía y Las Antigüedades de los Judíos de Josefo, la Histoire d'Hérode de F. de Saulcy, la Vie de Jésus de Renan y la Biblia misma. Al igual que Salammbô, "Heó rodias," que tiene menos paó ginas que "Un coeur simple", aunque parezca que no, fue extraíóda de cientos de paó ginas de notas sobre administracioó n romana, toponimia bíóblica, numismaó tica, astrologíóa hebrea. Flaubert ahondoó en la posteridad intransigente y endogaó mica de Herodes el Grande. Despueó s de la muerte del rey en 4 AC, Palestina se dividioó entre tres hijos, el del medio Antipas, tetrarca de Galilea, que adquirioó el tíótulo dinaó stico de Herodes cuando el emperador Augusto depuso a su hermano mayor. La historia matrimonial de Antipas es fundamental tanto para la trama de Flaubert como para el relato bíóblico. Casado primero con la hija de un emir nabateo, la descartoó por Herodíóas — la esposa de su medio hermano Felipe y la hija de otro medio hermano — incumpliendo asíó la ley mosaica, que permitíóa la unioó n con la esposa de un hermano solo por matrimonio levirato. Juan el Bautista denuncioó con vehemencia a Antipas, quien lo habríóa silenciado de inmediato si no hubiera temido un levantamiento popular. La historia sobre la cual Flaubert se amplioó se cuenta en Mateo 14: Herodes queríóa matar a Juan pero temíóa que se produjera un disturbio, porque toda la gente creíóa que Juan era un profeta. Pero durante la fiesta de cumpleanñ os de Herodes, la hija de Herodíóas bailoó una danza que a eó l le agradoó mucho; entonces le prometioó con un juramento que le daríóa cualquier cosa que ella quisiera. Presionada por su madre, la joven dijo: «Quiero en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista». Entonces el rey se arrepintioó de lo que habíóa dicho; pero debido al juramento que habíóa hecho delante de sus invitados, dio las oó rdenes necesarias. Asíó fue que decapitaron a Juan en la prisioó n, trajeron su cabeza en una bandeja y se la dieron a la joven, quien se la llevoó a su madre.385
En La Guerra Judía de Josefo, Herodíóas aparece brevemente como una virago 386 celosa de su hermano Agripa, que ha sucedido a la tetrarquíóa al este de Antipas despueó s de congraciarse con el joven Calíógula. Decidido a conferirle a su marido, de
384Tres Cuentos. Un corazón sencillo. Grupo editorial Norma. 6ta reimpresión Noviembre 1998. Traducción de William Ospina. 385Nueva Traducción Viviente (NTV) 386Mujer varonil. DRAE.
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voluntad deó bil, un tíótulo maó s elevado que el de tetrarca, Herodíóas le reganñ a para hacerle una peticioó n al emperador en persona.387 Maqueronte, el gran reducto encaramado en una loma entre el Mar Muerto y las montanñ as de Moab, es donde Flaubert situoó la celebracioó n del cumpleanñ os de Antipas, pero la fiesta resulta ser una batalla campal no muy diferente de la de los baó rbaros bacanales en Salammbô. Amenazado con la invasioó n (esto era un hecho histoó rico), Antipas ha convocado a oficiales militares, funcionarios y representantes de las sectas que agitan su reino. Fariseos, saduceos, samaritanos, esenios, se mezclan quejumbrosamente, y en este popurríó Flaubert presenta a un procoó nsul romano, Vitelio, acompanñ ado por su hijo glotoó n, Aulo, el futuro emperador. Cuando comienza por fin, la fiesta es un concurso de voces, credos y lenguas. El Pandemonio reina hasta que entra Herodias. Salomeó luego realiza su danza, lanzando un hechizo sobre el tetrarca. El destino de Juan estaó sellado y su cabeza se saca raó pidamente de la mazmorra de abajo. Lo que Flaubert encontroó irresistible en la historia fue la lucha entre la santidad militante y un erotismo despiadado, reflejando su propio conflicto. ¿Acaso no le habíóa asignado jocosamente los apodos de las novelas del marqueó s de Sade, que conocíóa bien, y sin embargo firmoó sus cartas de "Policarpo," despueó s del asediado santo del siglo II, famoso por sus diatribas contra la corrupcioó n y la herejíóa? 388 Mientras que en otro lugar — en La Tentation, en "Saint Julien" — la piedad y el instinto ciego combaten en una psique individual, aquíó estaó n personajes separados con punñ ales desenvainados, Herodias y Juan, con el vampiro real usando a su seductora hija Salome para silenciar la voz de la autoridad moral. Esa voz sale estruendosamente de las profundidades en un magníófico estruendo de imprecacioó n bíóblica cuando alguien levanta la escotilla sobre la celda de Juan. La prisioó n es una voz, una voz incorpoó rea que pronto se combinaraó contra el hermoso cuerpo de una mujer joven. Las líóneas sinuosas de la danza que realiza Salomeó en uó ltima instancia, resultan maó s persuasivas que el movimiento de la retoó rica de Juan. Es alrededor de estas contrastantes hazanñ as, los giros asesinos del almah y el lenguaje del profeta, que Flaubert claramente teníóa la intencioó n de organizar "Heó rodias."389 Si todo hubiera salido como estaba planeado, tanto "Heó rodias" como "Saint Julien l'Hospitalier" apareceríóan en la traduccioó n rusa de Turgenev antes de que Trois Contes (la tercera historia seríóa "Un coeur simple") apareciera en Francia, siendo una condicioó n prioritaria estipulada por Mikhail Stasiulevich, el editor de Vestnik Evropy (el Heraldo Europeo), que pagoó tarifas atractivas a los contribuyentes franceses. Flaubert queríóa que Turgenev tuviera la uó ltima de sus historias en la mano cuando partioó de Paríós hacia Rusia en marzo de 1877 y, en consecuencia, trabajoó todo el díóa. A mediados de febrero, "Heó rodias" estaba completo. "Stasiulevich me escribe," Turgenev informoó a Flaubert, "que en una reflexioó n maó s profunda prefiere juntar las dos leyendas en el nuó mero del 13 de abril. Ese es su problema y tal vez eó l tenga razoó n. He escrito un pequenñ o prefacio. Esto deberíóa afectar su publicacioó n aquíó en Francia. Stasiulevich 387Según Josefo, la pareja fue recompensada por su temeridad con el exilio permanente en España. 388Constantemente en los labios de Policarpo en sus últimos años estaban las palabras: "¡Oh Dios mío, a qué hora me has salvado, que debo sufrir tales cosas!" A Flaubert le gustaba citarlas, por su propia cuenta. 389Este conflicto también informa a "Saint Julien", donde los dos significados de venéreo — libertinaje y caza — se ajustaban al propósito de Flaubert.
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afirma que, como le dije que 'Heó rodias' es tan largo como 'Saint Julien', utilizaraó mi estimado para calcular la tarifa — y que pagaraó inmediatamente."390 Dos perioó dicos, Le Moniteur y Le Bien Public, publicaron las historias de Flaubert en forma de serie entre el 12 y el 22 de abril de 1877. El libro salioó el 24 de abril y recibioó críóticas entusiastas. Hubo excepciones, sin duda. Francisque Sarcey, en una conferencia publicada por su perioó dico, hizo saber que encontraba "Heó rodias" incomprensible (aunque admiraba las otras historias), y Ferdinand Brunetieè re, un campeoó n de la convencioó n literaria que estaba destinado a ocupar un asiento en la Academia Francesa, condenoó el pesimismo de Flaubert, su demostracioó n de erudicioó n, sus golpes a la "virtud burguesa," su "brutalidad coó mica." Pero la mayoríóa de los críóticos vieron en Trois Contes el trabajo de un autor que, al fin y al cabo, se habíóa reconciliado con la sociedad. Lo que puede haber alentado esta opinioó n fue la publicacioó n varios meses antes de L'Assommoir, la poderosa novela de EÁ mile Zola sobre los trabajadores pobres de Paríós. La jerga hablada por los personajes de Zola, incluso maó s que la representacioó n de la miseria urbana, ofendioó a los críóticos de todo tipo, con conservadores e izquierdistas que se burlaban mutuamente en un concurso de descreó dito. "La grosera e implacable obscenidad de los detalles y el lenguaje agrava la inmoralidad de las situaciones y los personajes," escribioó un reportero del gobierno, quien recomendoó prohibir la venta del libro en los quioscos de la estacioó n de ferrocarril. Trois Contes solo podríóa beneficiarse en comparacioó n. Podríóa haber sido aclamado como un claó sico nato por pura gratitud hacia Flaubert por no ensuciarse junto a Zola en el revoltijo del naturalismo. Los elogios tambieó n vinieron de muchos a quienes Flaubert envioó copias de cortesíóa. El antiguo protegido de Louise Colet, Leconte de Lisle, declaroó que habíóa leíódo Trois Contes dos veces. "Tu primera historia, 'Un coeur simple', es una maravilla de prosa líómpida, de observacioó n impecable y lenguaje perfectamente adaptado al pensamiento. . . Eres un gran y poderoso talento; nadie estaó maó s convencido y maó s satisfecho que tu viejo amigo." Otro poeta, Theó odore de Banville, llegoó a decir que nunca habíóa leíódo algo tan "completamente hermoso" como Trois Contes. "¡Queó fiesta para un poeta! ¡Hay gracia y alegríóa en cada palabra!" Achille Flaubert no era un hombre para entusiasmarse, y mucho menos sobre su hermano, pero incluso eó l pensoó que Gustave se habíóa enorgullecido. "Síó, mi querido amigo, recibíó Trois Contes hace quince díóas y lo devoreó . Desde entonces no he tenido tiempo de volver a leerlo, pero mi intencioó n es ofrecerme ese placer a su debido tiempo y saborear las historias lentamente, porque estaba muy entusiasmado con ellas y creo que nunca has escrito nada mejor, y seó que usualmente escribes bastante bien." Si Trois Contes experimentoó alguna desgracia, se produjo en forma de eventos políóticos que monopolizaron la atencioó n del puó blico durante todo el verano y obstaculizaron las ventas. La uó ltima convulsioó n comenzoó el 16 de mayo de 1877, pero este díóa famoso, conocido simplemente como "seize mai", marcoó el desenlace de un drama que habíóa comenzado cuatro anñ os antes, con la caíóda de Thiers del poder y el acceso de Mac390 No había leyes de derechos de autor que prohibieran a nadie traducir una obra francesa al ruso. Al final resultó que, "Hérodias" se desacopló de "Saint Julien" y se publicó en la edición de mayo, lo suficientemente temprano como para frustrar a posibles rivales.
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Mahon a la presidencia. En agosto de 1873, cuando los realistas parlamentarios renovaron sus propuestas al pretendiente, Henri, conde de Chambord, el mariscal MacMahon anticipoó felizmente la perspectiva de ser reemplazado por un rey, a pesar del hecho de que casi nadie fuera del parlamento queríóa entronizar a Chambord, mucho menos, los propios constituyentes campesinos de la derecha que, aunque profundamente catoó licos, se preguntaban si un monarca borboó nico no recuperaríóa el antiguo reó gimen bajo el cual gemíóan sus antepasados. "El regreso de Henri V es la quimera maó s grande que podríóa haber entrado en la mente de intrigantes políóticos," escribioó Marcelino Berthelot a Ernest Renan desde una perspectiva rural. "Todo es posible excepto eso. Marque mis palabras, el campesino se levantaraó en treinta o cuarenta distritos, porque realmente teme . . . que las tierras comunales que obtuvo en 1793 le seraó n arrebatadas . . . Uno debe distinguir las peregrinaciones y las supersticiones populares — que representan el arte y la idealidad para todos los pobres — de aquiescencia en la voluntad de dominacioó n del clero . . . La gente se aglomera en los sitios de peregrinacioó n, pero ninguno de cada diez toleraríóa a Henri V." Ciegos a la realidad, los demandantes de Chambord volvieron de visitarlo en Austria con la esperanza de que una nueva dispensacioó n estuviera a la mano. El pretendiente no los desenganñ oó hasta el 29 de octubre. En ese díóa publicoó una carta abierta declarando que cualquier restriccioó n a priori sobre su voluntad, que seríóa imperativa en una monarquíóa constitucional, era inaceptable. Nunca se convertiríóa en el legíótimo rey de la Revolucioó n e "inauguraríóa un reó gimen saludable con un acto de debilidad," juroó . "Mi persona no es nada, mi principio es todo . . . Cuando Dios ha resuelto salvar a un pueblo, se cuida de que el cetro de la justicia se ponga en las manos lo suficientemente fuertes como para captarlo." En esta nota santurrona Chambord salioó de la historia francesa, dejando las filas realistas rotas. "Nuestros gobernantes no pueden decidirse a darnos un gobierno definitivo, maó s o menos definitivo," escribioó Flaubert a la princesa Mathilde, "pero lo importante es que, gracias a Dios, estamos liberados de la pesadilla de la monarquíóa. ¡Hosannah!" La derecha moderada se reagrupoó inmediatamente. Su disenñ o era apuntalar a MacMahon a largo plazo e investir a su oficina con tal poder que una repuó blica, si se instituíóa formalmente, seríóa una monarquíóa constitucional disfrazada. Broglie, el primer ministro, logroó un objetivo al extender el mandato de Mac-Mahon. Una ley promulgada el 20 de noviembre de 1873, declaroó que el poder ejecutivo seríóa confiado por siete anñ os al Mariscal Mac-Mahon. "Su poder continuaraó siendo ejercido con el tíótulo de presidente de la Repuó blica . . . a menos que se modifique a traveó s de alguó n proceso constitucional." Pero este llamado Septennate 391 no consoloó a los legitimistas, que mientras tanto habíóan acordado culpar al colapso de los planes para una restauracioó n borboó nica al orlanista Broglie. Desde entonces, Broglie se vio regularmente atacado por sus antiguos aliados. Inclinados a arruninar las relaciones con Alemania, el nuó cleo duro de los monaó rquicos pusieron en praó ctica una politique du pire y alentaron al perioó dico catoó lico L'Univers a publicar una denuncia pastoral del Kulturkampf de Bismarck, su "guerra cultural" contra la Iglesia Catoó lica en Alemania. Cuando Francia reconocioó oficialmente el Reino de Italia, que no respetoó el poder temporal del Papa, se llevaron a 391Mandato de siete años.
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cabo míótines para protestar contra esta diplomacia impíóa. En poco tiempo, la extrema derecha se unioó a la extrema izquierda para expulsar a Broglie de su cargo con un voto de censura. Otro orleanista (a quien Broglie de hecho controlaríóa) lo reemplazoó . La ley que promulgoó el Septennate convocoó a la Asamblea Nacional para organizar una comisioó n constitucional, que fue debidamente elegida, y durante todo 1874 treinta franceses truculentos no hicieron maó s que discutir. Incluso cuando Le Siècle declaroó que los franceses no podíóan continuar viviendo en una tienda de campanñ a, los diputados disputaron la nomenclatura, y los de la derecha vetaron todas las foó rmulas que incorporaban la palabra república o el republicanismo abiertamente legitimado. Podríóan haber peleado otro anñ o si un abogado ex monaó rquico llamado Henri-Alexandre Wallon no hubiera introducido un poco de sentido comuó n. "Todo intereó s se concentroó en la afirmacioó n o el rechazo de la palabra 'repuó blica'; Francia teníóa el problema, ¿si todavíóa se le negaba el nombre?" asíó lo expresoó el historiador D. W. Brogan. El 30 de enero de 1875, cuando la comisioó n debatíóa la ley para la eleccioó n del presidente, Wallon propuso una enmienda que decíóa: "El presidente de la Repuó blica seraó elegido por la pluralidad de votos emitidos por el Senado y la Caó mara de Diputados unidos en una Asamblea Nacional." Esta simple declaracioó n efectivamente ratificoó la repuó blica. "Al proporcionar una sucesioó n regular al Mariscal," observoó Brogan, "puso fin al caraó cter personal y temporal dado al ejecutivo. No 'definitivamente' establecioó la Repuó blica. ¿Queó fue definitivo? Pero puso fin a la regla de lo provisional." La enmienda de Wallon fue aprobada por solo un voto entre los 704 votantes. Al liberar a los hombres que estaban congelados por la sospecha mutua, se generoó un propoó sito comuó n, y con cada elemento posterior, la mayoríóa crecioó . Despueó s de varios meses, la Tercera Repuó blica de Francia fue brutalmente golpeada. Monaó rquica en su disenñ o, presentaba muchas de las salvaguardas contra el gobierno popular por las que Broglie habíóa presionado, sobre todo una legislatura bicameral cuya caó mara alta, o Senado, podríóa, a peticioó n del presidente, disolver la caó mara baja, o Caó mara de Diputados. Aunque el sufragio universal se aplicoó a este uó ltimo, la eleccioó n del primero se basoó en un sistema que dio una influencia desproporcionada a los condados rurales, tradicionalmente catoó licos, escasamente poblados; ademaó s, setenta y cinco de los trescientos senadores seríóan elegidos de por vida por la Caó mara, donde en 1875 la derecha auó n superaba en nuó mero a la izquierda. La izquierda teníóa buenas razones para tragarse su ira y establecer su residencia en esta estructura mal construida, que violaba casi todos los caó nones republicanos. Ciertamente, los izquierdistas reconocieron que, si alguna vez tuvieran el control de toda la legislatura, podríóan desarmar a un ejecutivo hostil o, de todos modos, pelear a igualdad de oportunidades. Pero tambieó n vieron coó mo la improvisacioó n croó nica habíóa servido a quienes argumentaban que se necesitaba otro Napoleoó n para restablecer el orden. Con Bismarck forjando una alianza europea contra Francia mientras que Francia estaba paralizada por un conflicto interno, los bonapartistas pudieron explotar la sed de venganza del puó blico. Varios se habíóan convertido en diputados y, para disgusto de monaó rquicos y republicanos por igual, el antiguo caballerizo de Napoleoó n III, el baroó n de Bourgoing, ganoó las elecciones parciales en marzo de 1874. "¡Miedo! Esa es su gran herramienta políótica. La engendran, la inoculan y, una vez que han asustado a cierta clase de ciudadanos, se presentan como salvadores, para despojar a la gente de sus libertades, de su dignidad civil, de sus derechos puó blicos," declaroó Gambetta a una 454
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manifestacioó n puó blica, arremetiendo contra lo que eó l llamoó "democracia cesariana, este orden obtenido por la fuerza, este poder brutal, esta connivencia clerical, este patrocinio otorgado a representantes de antiguos clanes aristocraó ticos." Maó s que ninguó n otro factor, el conocimiento de que la "democracia cesariana" no habíóa perdido terreno en el campo, en el ejeó rcito, en la administracioó n y en la magistratura impulsoó a Gambetta a hacer las paces con los sobrios orleanistas. Por muy improvisado que fuera, un cuerpo de leyes ofrecíóa alguna proteccioó n contra el despotismo, pensoó . Y asíó fue. Salvoó a Francia entonces, y la salvaríóa nuevamente trece anñ os maó s tarde, cuando el general Georges Boulanger a horcajadas sobre su semental negro casi se convirtioó en Napoleoó n IV. Mac-Mahon, el soldado famoso por sus hazanñ as durante la Guerra de Crimea, ocupoó el Palacio del Elíóseo como si fuera la fortaleza de Malakhov, desde cuya muralla minada habíóa declarado veinte anñ os antes: "Aquíó estoy; aquíó me quedo." Por ley, podíóa permanecer allíó hasta 1880, pero los legisladores se vieron obligados a regresar a casa cuando la Asamblea Nacional que gobernoó Francia desde 1871 se disolvioó el 31 de diciembre de 1875, y en las elecciones celebradas poco despueó s, el conservadurismo sufrioó un fuerte golpe. Ignorando el consejo de Mac-Mahon de rechazar a todos los que pudieran perturbar la seguridad de los intereses legíótimos o amenazar a Francia con la propagacioó n de doctrinas antisociales, los votantes devolvieron en masa candidatos republicanos. Por cada diputado sentado a la derecha del centro, tres se sentaron a la izquierda, y en la Caó mara de Diputados, la voz de Leó on Gambetta sonoó triunfante. Los franceses acababan de dar pruebas de su aversioó n a la políótica clerical que informaba cada movimiento de los que anteriormente controlaban la Asamblea, estaba exultante. Le correspondíóa a Francia romper con el ultramontanismo (subordinacioó n al papa), para que esa actitud no distorsionara su políótica exterior. Pero de ninguna manera los republicanos "debilitaríóan", "disminuiríóan" o "modificaríóan" los poderes del presidente de la Repuó blica. Los poderes mentales del presidente ya habíóan disminuido, o al menos un personaje de alto rango informoó a Goncourt. Incapaz de concentrarse en los objetivos que quedaron de la izquierda de la centro izquierdo (especialmente los voluminosos como Gambetta) sin ponerse líóvido, Mac-Mahon designoó como primer ministro a Jules Dufaure, de setenta y ocho anñ os y cuyo republicanismo, como su levita y estilo retoó rico, evocaba la moda de 1830. La edad no lo protegioó . Condenado por la derecha por haber despedido a los funcionarios conservadores, Dufaure se vio condenado por la izquierda por no haber completado la purga. Atrapado entre los catoó licos, que insistieron en que su gobierno deplorara la omisioó n de las ceremonias religiosas en los funerales estatales y anticlericales, que sosteníóan que el estado debíóa permanecer neutral, propuso un compromiso desagradable para ambos. La Caó mara de Diputados y el Senado, ignorando a Dufaure, se enfrentaron una y otra vez por cuestiones religiosas. Cuando la Caó mara intentoó descalificar a los sacerdotes de los jurados que otorgaban tíótulos universitarios, el Senado, donde los conservadores disfrutaban de una mayoríóa simple, se mantuvo firme. Se mantuvo firme cuando la Caó mara cuestionoó la raison d’eô tre de la embajada del Vaticano en Francia. Y cuando Gambetta persuadioó a la caó mara baja a cortar varios artíóculos del presupuesto para el culto puó blico, la caó mara alta se apresuroó a restaurarlos. 455
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La habilidad diplomaó tica de Dufaure le valioó auó n menos en los enfrentamientos provocados por los diputados de izquierda que exigíóan la exoneracioó n de los insurgentes condenados. Como ministro de justicia bajo Thiers, Dufaure habíóa organizado la maquinaria de enjuiciamiento que juzgaba a los Comuneros, y esta accioó n lo dejoó varado entre aliados hostiles y enemigos afines. La caó mara de izquierda aproboó una ley de amnistíóa sobre sus protestas; el Senado derechista lo rechazoó con un guinñ o coó mplice en su direccioó n. Frustrado por la ambiguë edad de su posicioó n, renuncioó el 3 de diciembre de 1876, despueó s de nueve meses en el cargo. Flaubert estaba abatido de ver a su amigo Ageó nor Bardoux, un subsecretario ministerial en quien podríóa haber contado para favores, irse con el primer ministro. Para suceder a Dufaure, Mac-Mahon nombroó a Jules Simon, un talentoso intelectual cuyas salidas ocasionales de la ortodoxia izquierdista le habíóan ganado la reputacioó n entre los conservadores de ser el merle blanc, o "mirlo blanco," con el que podíóan lidiar. "Saben muy bien que soy a la vez profundamente republicano y profundamente conservador" asíó se caracterizoó a síó mismo en su discurso inaugural ante el parlamento, y las pruebas fueron proporcionadas de inmediato. Pudo haber mantenido el rumbo girando hacia la derecha y hacia la izquierda si las olas del exterior no lo hubieran hundido. En enero de 1877, el Papa Píóo IX — el del Syllabus de los Errores — convocoó a los buenos catoó licos de todo el mundo para condenar al reó gimen izquierdista de Italia, especíóficamente a la Ley de Abusos Clericales con los que se habíóa armado para usar contra sacerdotes recalcitrantes. El obispo de Nevers se hizo eco del Papa y la muchedumbre marchoó por toda Francia en senñ al de simpatíóa. Simon, al notar la moderacioó n del episcopado franceó s, juroó mantener el orden. Pero los republicanos queríóan algo maó s que orden. Queríóan que se reprimiera la políótica ultramontana, brutalmente si era necesario, y la mayoríóa de ellos respaldaron una resolucioó n en ese sentido despueó s de escuchar a Gambetta repetir "Ecrasons l'infâme!392" De Voltaire con "¡clericalismo! ¡Ese es el enemigo!" Un líóder desprovisto de seguidores, Simon, el mirlo blanco, ahora se veíóa rechazado como un mutante por todas las especies políóticas. MacMahon aceptoó su renuncia. Tomaríóa suprema arrogancia o desesperacioó n o ambos para Mac-Mahon desafiar a la mayoríóa republicana en este momento, pero la desafioó el 16 de mayo de 1877. Proclamaó ndose responsable ante Francia en lugar del parlamento, nombroó primer ministro a Albert de Broglie y mandoó a un enviado que informara a la Caó mara que no sufriríóa "modificaciones radicales de todas nuestras grandes instituciones administrativas, judiciales, financieras y militares." Trescientos sesenta y tres diputados republicanos dejaron saber que Francia no era una mera invencioó n de la voluntad soberana de Mac-Mahon, declarando el 17 de mayo: La caó mara, que considera importante, a la luz de la crisis actual y el mandato recibido de la nacioó n, recordar que la condicioó n baó sica del gobierno es la preponderancia del poder parlamentario ejercida por los ministros a quienes los representantes electos pueden llamar para rendir cuentas por el pueblo y para el pueblo . . . declara que la confianza de la mayoríóa se otorgaraó uó nicamente a un gabinete libre para actuar como lo considere apropiado y resuelto a gobernar de acuerdo con los principios republicanos que garantizan el orden y la prosperidad en casa y la paz en el exterior. 392¡Aplastamos a los infames!
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Este desafíóo apenas se hizo puó blico que Mac-Mahon levantoó el parlamento. Cuando volvioó a reunirse un mes maó s tarde (mientras tanto, los prefectos y subprefectos republicanos ya habíóan sido despedidos), los llamados 363 arremetieron contra el gabinete derechista de Broglie. Si hubiera prevalecido la costumbre, un voto de censura habríóa derribado al gobierno, pero Mac-Mahon, enfrentado con otra eleccioó n de Hobson, decidioó , sorprendentemente, disolver la Caó mara de Diputados. Las elecciones no estaban programadas hasta septiembre, lo que significaba que los candidatos teníóan maó s de tres meses para hacer campanñ a, y los esloó ganes volaban mucho durante todo el verano. "Paríós es insoportable," se quejoó Theó odore Duret, el críótico de arte. "El pensamiento es completamente absorbido por las proó ximas elecciones y la crisis que seguiraó . Todos los signos nos favorecen [a los republicanos], pero despueó s del regreso del 363, ¿queó pasaraó ?" Flaubert estaba igualmente exasperado, en varios aspectos. "Ese idiota Mac-Mahon estaó danñ ando seriamente la venta de Trois Contes, pero me consuelo, porque despueó s de todo no esperaba nada como el eó xito comercial de L'Assommoir," escribioó a Edma Roger des Genettes. Una carta a la Princesa Mathilde, enviada desde Croisset un mes despueó s, el 30 de junio, sugeríóa que la soberbia de Mac-Mahon podríóa inclinar incluso a los conservadores de la izquierda. "En mi retiro, no escucho a la gente discutir sobre políótica, gracias a Dios. ¡De todos modos, me temo que las ideas secretas de Mac-Mahon para las elecciones! ¿Tiene el hombre alguna idea? ¿Queó es lo que quiere? Los conservadores que seó se estaó n poniendo rojos. Ese es el resultado de todo esto." A finales de agosto, el calor del verano se habíóa vuelto maó s intenso, y Flaubert se desbordoó , especialmente en correspondencia con Leó onie Brainne, que nunca inspiroó tanta moderacioó n como Mathilde." Hay dos cosas que me sostienen: el amor por la literatura y el odio al burgueó s, este uó ltimo resumido, condensado, hoy en díóa, en lo que se llama el Gran Partido del Orden. Solo en el silencio de mi estudio, puedo pensar solo en Mac-Mahon, Fourtou [ministro del interior] y nuestro prefecto Lizot. Despueó s de cinco minutos tengo un paroxismo de ira, y eso me alivia. Estoy maó s tranquilo despueó s. No pienses que estoy bromeando. ¿Por queó tanta indignacioó n? Me pregunto. Sin dudas, cuanto maó s viejo me hago, maó s faó cilmente me ofende la fatuidad, y en toda la historia no seó nada tan inepto como los hombres del 16 de mayo. Su estupidez hace que mi cabeza gire." El suenñ o de Adolphe Thiers de recuperar un díóa el poder ejecutivo no llegoó a nada cuando murioó el 3 de septiembre, pero su venganza lo sobrevivioó . Desde maó s allaó de la tumba, eó l planteoó una amenaza auó n maó s seria para Mac-Mahon, ya que los republicanos de izquierda que habíóan evitado al políótico en vivo se unieron alrededor del estadista muerto. Postumamente absuelto de los pecados cometidos contra el proletariado, Thiers, cuya viuda no autorizoó un funeral de estado, recibioó tributo de multitudes de trabajadores mientras su carroza cargada de flores cruzaba ruidosamente el este de Paríós hasta el cementerio donde los comuneros habíóan hecho su uó ltima parada durante la semaine sanglante. Esta manifestacioó n fue vista por el monaó rquico Goncourt como prueba del deseo de Francia de una mano fuerte, y por Flaubert, el republicano elitista, como razoó n para esperar represalias. "Para míó," senñ aloó Goncourt en su diario, "la idolatríóa que asistioó al entierro de Thiers es un testigo sorprendente del temperamento monaó rquico de Francia. En su presidente siempre querraó un monarca, un dominador y no un servidor de las asambleas elegidas." Flaubert, que habíóa sido testigo del funeral, 457
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le escribioó a Edma Roger des Genettes que fue espleó ndido. "Esta demostracioó n verdaderamente nacional me emocionoó . No importa que nunca me haya gustado mucho el rey de la burguesíóa sentenciosa. Comparado con los que lo rodeaban, eó l era un gigante. Y, ademaó s, teníóa una rara virtud: el patriotismo. Nadie reanudoó a Francia como lo hizo, de ahíó el gran efecto de su muerte." Pero temíóa que la Orden Moral respondiera con duras medidas como las que se tomaron recientemente en Dieppe, donde Lizot, el prefecto, habíóa prohibido una conferencia puó blica sobre Rabelais, y en Le Havre, donde, en un intento por poner a Francia en cuarentena de la peste del darwinismo, el mismo Lizot habíóa silenciado a un profesor comprometido para discutir las recientes revelaciones de la geologíóa. Flaubert llamoó a esta censura un delirio de estupidez. "Si pudiera, condenaríóa a mi prefecto a pasar veinticinco anñ os en Nueva Caledonia estudiando la formacioó n de la tierra y leyendo literatura francesa." Le deleitoó saber que durante la campanñ a en un pueblo normando, Laigle, los proyectos electorales que se publicaron por el candidato de Mac-Mahon habíóan sido manchados con excremento. "Merde pour l'Ordre Moral"393 fue la forma en que saludoó a Zola y a otros. Pero nada le dio mayor placer en ese anñ o políóticamente lleno que un escaó ndalo que involucroó al conde de Germiny, uno de los magistrados de maó s alto rango de Francia, que fue atrapado en un urinario puó blico en los Campos Elíóseos, sodomizando a un joven empleado. Para la burguesofoó bia, esto saboteoó muy bien toda la Orden Moral. "Es el tipo de aneó cdota que nos consuela y nos ayuda a soportar la existencia." Despueó s de que ganaron las elecciones nacionales en octubre, los republicanos se apresuraron a neutralizar la presidencia. La disolucioó n fue el arma principal de MacMahon contra una Caó mara recalcitrante, y esta prerrogativa lo hicieron rendirse. "Debemos, en nuestro intereó s nacional, resolver la crisis actual de una vez por todas," escribioó en un mensaje dictado y de mala gana firmado que debíóa dar forma al curso políótico de Francia hasta 1939. "El ejercicio del derecho de disolucioó n no es maó s que recurrir a un tribunal de cuyo juicio no hay apelacioó n: no puede servir como un sistema de gobierno." Con Mac-Mahon despojado del poder efectivo, la mayoríóa republicana derrocoó a setenta y dos diputados en cuyas campanñ as electorales se alegaban que sacerdotes y notables haber ejercido una influencia indebida. Lo que se volvioó axiomaó tico a partir de entonces fue el principio de que el comportamiento corrupto se manifestaba solo en rangos conservadores. Ninguó n legislador republicano enfrentaríóa expulsioó n alguna vez porque una logia masoó nica, un maestro de escuela anticlerical o un prefecto de ideas afines habíóan respaldado su candidatura.
CON Trois Contes completado en febrero de 1877, Flaubert podríóa dedicarse seriamente a la tarea de conmemorar a los amigos muertos, sobre todo Louis Bouilhet. Revivida despueó s de anñ os de quietud fue la propuesta de una fuente ornamental. Desafortunadamente, Bouilhet no habíóa crecido en estatura, sino todo lo contrario. Una vez maó s, el consejo municipal de Rouen cuestionoó sus credenciales literarias, y una vez maó s, Flaubert las objetoó . Las credenciales de Bouilhet eran irrelevantes, declaroó , ya que su busto estaríóa subordinado a la fuente. "Es una cuestioó n de administracioó n urbana, no 393“Mierda por el orden moral”
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una cuestioó n literaria. Si estuvieó ramos pidiendo adornar nuestra fuente con la cara de un gorila, deberíóamos estar autorizados a hacerlo, ya que deseamos otorgar un monumento puó blicamente uó til sobre la ciudad." Este argumento casuíóstico llevoó inesperadamente el díóa, y en septiembre Flaubert comunicoó las buenas noticias para Ageó nor Bardoux, que se sentoó en su comiteó . Flaubert tambieó n tomoó medidas en nombre de George Sand, como miembro del comiteó organizado para honrarla con un monumento en Paríós. Presumiendo de la amistad de Gertrude Collier Tennant, por entonces una mujer de negocios bien conectada, le rogoó que le preguntara a Lord Houghton, Richard Monckton Milnes, si ese distinguido hombre de letras podríóa consentir en formar un comiteó en Londres para promover el monumento de Sand e incluir entre sus miembros a George Eliot, que ya habíóa expresado su apoyo. El hecho de que Victor Hugo fuera su contraparte en Paríós fue mencionado como un incentivo. Durante la primavera de 1877, que cayoó entre su liberacioó n de Trois Contes y su confinamiento en Bouvard et Pécuchet, Flaubert disfrutoó de una vida social ocupada. Habíóa teó s con los Renans, cenas los mieó rcoles en casa de la Princesa Mathilde, en las tardes en companñ íóa de Leó onie Brainne. Una mujer muy rica con un bolso muy suelto llamada Marguerite Pelouze (quien, seguó n Flaubert, conocíóa sus obras de memoria) le regaloó un elegante apartamento parisino maó s para cenar y, mejor auó n, la habitacioó n del rey François I en Chenonceaux, su castillo renacentista en el Ríóo Cher, para dormir. 394 Cada vez maó s importante para eó l era la companñ íóa de Georges y Marguerite Charpentier. Durante la temporada de Paríós, los viernes por la noche solíóan pasar mezclaó ndose con hombres de poder e influencia en el establecimiento de Charpentiers en la rue de Grenelle. Se podríóa escribir un libro sobre esa pareja notable. Hasta que Francia colapsoó durante el gigante prusiano, Georges Charpentier no habíóa dado ninguna indicacioó n de que alguó n díóa adquiriríóa la capacidad o el deseo de dirigir la famosa editorial fundada por su padre. Guapo y disoluto, eó l holgazaneoó en Tortoni en el bulevar des Italiens, donde los companñ eros playboys se dirigíóan a eó l familiarmente como "Zizi". Su ingenio, su vestuario, su despreocupacioó n y su ojo para el arte prometíóan una vida de rica bohemia. Pero, de hecho, habíóa maó s dorado que oro para este atractivo burgueó s. En guerra con Charpentier padre — quien durante la deó cada de 1860 se dejoó persuadir por una mujer maleó vola bajo cuyo dominio habíóa caíódo, que su hijo era el tema de una relacioó n aduó ltera — Georges se convirtioó en un vagabundo, visitando a su madre abandonada en Bougival cada fin de semana y pasando las noches durante la semana con amigos hospitalarios. Padre e hijo hicieron alguó n tipo de paz antes de la muerte del primero, pero de manera importante la guerra continuoó maó s allaó de la tumba. La arpíóa mayor de Charpentier le habíóa impuesto que le negara a su familia la mayor parte de su patrimonio y casi estafoó a Georges por la Bibliotheè que Charpentier. 394Flaubert visitó a Mme Pelouze en Chenonceaux en mayo de 1877, cuando le hubiera gustado conversar con su hermano, Daniel Wilson. Wilson, un diputado que firmó el manifiesto del "363", adquiriría gran notoriedad en 1887, el año en que la propia Mme Pelouze se declaró en bancarrota. Sirviendo como subsecretario de finanzas durante la presidencia de su suegro, fue procesado por vender nombramientos a la Legión de Honor. Esto derribó a la administración de Grévy. No se sabe cómo conoció Flaubert a Mme Pelouze. Se sabe que su fortuna fue inmensa.
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Despueó s de la muerte de su padre en 1871, Zizi se reformoó . Apenas habíóa tomado el mando de la empresa, se casoó con una mujer muy adecuada para eó l. Al igual que Georges, Marguerite Lemonnier sabíóa lo que era rendirse a las expectativas de la clase alta. Bajo Napoleoó n III, su padre, Gabriel, habíóa sido joaillier de la couronne, o joyero de la corona. El tíótulo teníóa peso social, lo que significaba que para Marguerite habíóa ninñ eras inglesas y alemanas, vacaciones en un castillo familiar cerca de Bretigny-surOrge, vestidos de la Casa de Worth, regalos de cumpleanñ os de Isabel de Espanñ a, veladas musicales, teó s con la damas tituladas, damas con crinolina ondeando a traveó s del saloó n de sus padres durante todo el anñ o. Ese saloó n daba al lugar Vendoô me, donde Napoleon I estaba de pie por lo alto, protectoramente. Marguerite lo veíóa todos los díóas. Pero ella no lo vio colapsar en mayo de 1871, cuando los Comuneros supervisados por Gustave Courbet derribaron la columna glorificando sus victoriosas campanñ as. Para entonces, Lemonnier habíóa quebrado. Como una anfitriona sin saloó n no podíóa resignarse maó s felizmente a una vida de oscura maternidad que una actriz sin escenario, Marguerite hizo de la Bibliotheè que Charpentier el vehíóculo de su ilimitada energíóa social. "En un grado considerable, nuestro eó xito fue obra suya," afirmoó el companñ ero de Charpentier, Maurice Dreyfous. "Ya en 1872 organizoó una serie de recepciones que mostraron en gran medida el encanto de su persona y la amabilidad de su cultura intelectual, que ella usaba a la ligera. Encantados de encontrar un lugar de reunioó n donde pudieran reanudar las relaciones interrumpidas por los traó gicos acontecimientos que habíóan sucedido en Francia, la eó lite literaria entroó en vigor. Poco a poco el saloó n . . . lleno de una elegante multitud, y las reuniones se pusieron de moda. Las obras ineó ditas de los autores de la casa fueron interpretadas por actores famosos, quienes encontraron su recompensa en el sentido de comunidad intelectual que disfrutaban con los íóntimos de Charpentier." Reunir personas que no se encontraríóan bajo ninguó n otro techo, Mme Charpentier, en cuyo caraó cter se mezcloó el iroó nico patricio con la madre carinñ osa, mostroó genio para la conciliacioó n. Sus veladas de los viernes por la noche, que presentaban a escritores, pintores, actores, celebridades de music-hall, industriales y potentados políóticos entre síó, eran su novela en serie. Auguste Renoir los evocoó con encanto para su hijo. "[Mi padre] habíóa conocido bien a la familia, ya que habíóa pintado a la madre de Charpentier en 1868," escribioó Jean Renoir en Renoir, Mi Padre. "Se encontroó con eó l nuevamente como resultado de una exposicioó n que eó l, Berthe Morisot y Sisley organizaron. Berthe Morisot era la cunñ ada de Manet, una gran amiga de M. Charpentier. El distinguido editor vino a la exhibicioó n y comproó a Los Pescadores en una Ribera de Renoir por 180 francos. Cuando se iba con su pintura, invitoó a mi padre a asistir a algunas de las recepciones de Mme Charpentier. Su saloó n fue celebrado, y merecidamente, ya que ella era una gran dama . . . "Madame Charpentier me recordoó mis primeros amores, las mujeres pintadas por Fragonard," decíóa. Esta Egeria pequenñ a, regordeta y de cabellos rizados, a quien Renoir inmortalizoó en Madame Charpentier y Sus Hijos, sostuvo una corte en una casa de la ciudad que teníóa espacio suficiente para sus invitados y para los negocios de su marido. Acicalada por la sociedad napoleoó nica, Marguerite creoó un saloó n republicano donde los hombres de la izquierda se encontraron envueltos en una atmoó sfera de elegancia parisina. En el 11 de rue de Grenelle, los líómites desaparecieron, y en cualquier viernes por la noche, Leó on Gambetta podríóa haber saludado a Sarah 460
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Bernhardt, a Yvette Guilbert entreteniendo a Georges Clemenceau, Aristide Bruant o la duquesa de Uzes conversando con Edouard Lockroy, ministro de comercio e industria. Charpentier, a su vez, se convirtioó en un habitual en las tardes dominicales de Flaubert en la rue du Faubourg Saint-Honoreó , donde se encontroó rodeado de lo mejor de su establo y otros que pronto entraríóan, como Guy de Maupassant, que describioó víóvidamente una tíópica reunioó n. Cuando sonoó el timbre, escribioó , Flaubert arrojaríóa un velo de fina seda roja sobre su escritorio, ocultando el desorden de papel y su parafernalia sagrada. A menudo estaba presente un Hippolyte Taine tíómido y con gafas, que habríóa reconocido en Freó deó ric Baudry y Georges Pouchet, si aparecíóan, la palidez de los companñ eros sabios. Esos tres, superados en nuó mero por los literatos, escucharon maó s que hablaron. A su debido tiempo, [Flaubert] saludaríóa a Alphonse Daudet, quien encarnaba la animacioó n y la alegríóa de la vida parisina. Con algunas palabras dibujaríóa perfiles divertidos, irradiando su encantador ingenio surenñ o sobre todos y todo . . . EÁ mile Zola hizo su aparicioó n, sin aliento por haber escalado seis pisos y siempre seguido por Paul Alexis. Se acomodaba en un silloó n y raó pidamente miraba a su alrededor para leer en las caras de las personas su estado de aó nimo y el tono de conversacioó n. Sentado en un ligero aó ngulo, con una pierna colgando debajo de eó l, sosteniendo su tobillo y hablando poco, eó l escucharíóa atentamente. Otros llegaron por turno. Veo al editor Charpentier, que podríóa haberse hecho pasar por un adolescente si no fuera por los mechones blancos en su largo cabello negro . . . Se reíóa faó cilmente, con una risa joven y esceó ptica, y prometíóa todo lo que le pedíóan los escritores que lo teníóan acorralado. Casi siempre el uó ltimo en llegar era un hombre alto y esbelto . . . cuyos lineamientos expresaban nobleza y soberbia. Teníóa el aspecto de un caballero, el aire refinado y nervioso caracteríóstico de los muy bien criados. Este fue Edmond de Goncourt.
Cuando Paul Alexis etiquetoó a Zola, el joven Henry James llegoó a la altura de la fama de Turgenev, a quien reverenciaba (incluso despueó s de ver al ruso ponerse chales viejos y gatear a cuatro patas para una farsa de Pauline Viardot). La animada charla en el 240 de rue du Faubourg Saint-Honoreó no lo animoó a abrir la boca. "Lo que se discutioó en esa pequenñ a habitacioó n cubierta de humo fue principalmente cuestiones de gusto, cuestiones de arte y forma; y los oradores, en su mayor parte, fueron, en cuestiones esteó ticas, radicales del maó s profundo tinte. Habríóa sido tarde para proponer entre ellos cualquier discusioó n sobre la relacioó n del arte con la moral, cualquier pregunta sobre el grado en que una novela podríóa o no interesarse por la ensenñ anza de una leccioó n. Habíóan establecido estos preliminares hace mucho tiempo, y habríóa sido primitivo e incongruente recurrir a ellos." George Sand no habíóa tenido reparos en abordar este tema con Flaubert, pero para James era una cuestioó n de no mostrarse irremediablemente convencional a los belicosos franceses de un solo pensamiento acerca de la relacioó n entre moralidad y literatura. Seguó n lo recordaba, la conversacioó n, en su intensidad y variedad, compensaba la desnudez de la habitacioó n. "Flaubert era enorme y reservado, pero tambieó n florido y resonante, y mi principal recuerdo es una concepcioó n de cortesíóa en eó l, un acceso a la relacioó n humana, que solo queríóa estar seguro del camino tomado o por tomar." Su aversioó n comuó n a los puó lpitos, sus rituales bien establecidos, y la atmoó sfera de convivencia disfrazaba grietas que James no podíóa haber sospechado. Uno de ellos fue expuesto por la publicacioó n de L'Assommoir, que perturboó a los aliados de Zola casi 461
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tanto como a sus antagonistas. La fama que Zola adquirioó de repente puso a Edmond de Goncourt terriblemente celoso. Eclipsado por su joven coó frade, tratoó de consolarse con la idea de que Zola lo habíóa robado a ciegas. "[De mi manuscrito de La Fille Élisa] leíó a Zola la descripcioó n de EÁ lisa pisoteando el pavimento y, lo que tuó sabes, yo la encuentro [en L'Assommoir], no plagiada al por mayor, pero con toda seguridad inspirada por mi lectura," anoto. El mismo claroscuro, la misma sombra lastimosa que la sigue. Todo estaó allíó, escrito en 'Monsieur, eó coutez-moi donc' 395 — una frase utilizada en el Quartier Saint-Honoreó pero no en el Chausseó e Clignancourt [el escenario de la novela de Zola]." L'Assommoir fue, no obstante, un fiasco artíóstico en su estimacion. Mientras que lo mejor de Zola vino de eó l, Edmond de Goncourt, el peor hizo referencia a un vulgar al que profesaba despreciar. "Zola triunfante se asemeja a un advenedizo que inesperadamente se hizo rico . . . En su enorme, gigantesco y sin precedentes eó xitos, veo un reflejo de la aversioó n del puó blico hacia el estilo. Por ahora que obviamente ha renunciado a la buena escritura, el libro que ha publicado es declarado una obra maestra." L'Assommoir afectoó a Flaubert de varias maneras, pasando de la antipatíóa a la admiracioó n. Al principio, el lapidista para quien la prosa era una empresa fundamentalmente aristocraó tica hablaba maó s fuerte que el escatoloó gico Garçon que habíóa amonestado a Ernest Feydeau unos anñ os antes para tener en cuenta que ninguó n tema o palabra, por cruda que sea, deberíóa ser excluida del tesauro de novelistas. Encontroó repugnante el uso de argot de Zola. No ayudoó que Les Rougon-Macquart creciera a ritmo acelerado mientras que Bouvard et Pécuchet estaba atrofiado. "Al igual que tuó , he leíódo fragmentos de L'Assommoir," le dijo a Turgenev (que se habíóa quejado de "demasiada agitacioó n de los orinales" en eó l). "No me gustoó . Zola estaó siendo víóctima de la preciosidad invertida. . . EÁ l estaó siendo llevado por su sistema. EÁ l tiene principios que azotan su cerebro." Pero las cartas escritas varios meses despueó s son maó s imparciales. Su opinioó n evitaba el jadeo de los amigos por correspondencia escandalizados por la novela. "La repugnancia de mi sobrina supera a la tuya," escribioó a Edma Roger des Genettes en febrero de 1877. "Su disgusto se eleva hasta el punto aó lgido y la vuelve absolutamente injusta. Demasiados libros como este no seríóan deseables, pero hay capíótulos magníóficos, una narrativa que va a toda velocidad, y verdades incontrovertibles. Permanece demasiado tiempo en la misma gama, pero Zola es un tipo poderoso y veraó s queó eó xito tendraó ." Cuando su prediccioó n fue confirmada, exclamoó (a Leó onie Brainne): "¡L'Assommoir de Zola es un gran eó xito! ¡Ha vendido dieciseó is mil copias en un mes! Estoy cansado de que la gente se burle de este libro y de escuchar mi propio parloteo, porque lo defiendo cada vez que es atacado . . . Lo cierto es que el trabajo es significativo." Para abril, L'Assommoir se habíóa convertido en "una obra maestra," muy superior a la novela de Goncourt sobre la prostitucioó n, La Fille Élisa, que encontroó comparativamente esbelta y aneó mica. "En estas paó ginas largas y desagradables hay un poder real y un temperamento incontestable." Despueó s de esto, ¿su propio trabajo, se preguntaba, no calificaríóa para la lectura asignada en los internados de ninñ as? El víónculo maó s fuerte de Flaubert con los escritores de la proó xima generacioó n literaria fue con Guy de Maupassant, a quien llamoó su estudiante o discíópulo. Aunque 395'Señor, escúchame entonces'
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Guy habíóa conocido a Flaubert antes de la guerra, parece que el joven adquirioó color y peso para eó l maó s tarde, en 1872 o 1873. El mayor de los dos hijos de Laure Le Poittevin por su marido, Gustave de Maupassant, un caballero-pintor de logros modestos, se habíóan criado en una casa inquieta, cambiando entre Paríós y las casas de campo alquiladas primero en Miromesnil, cerca de Dieppe, y luego en la costa de Le Havre, cerca del pueblo pesquero de EÁ tretat. La pareja finalmente construyoó "les Verguies" en EÁ tretat, pero ser propietario no hizo nada para detener las aventuras sexuales de Gustave de Maupassant. Laure se cansoó de sus infidelidades, y en 1862 acordoó separarse de la familia. Dos anñ os despueó s, a los trece anñ os, Guy, a quien su madre y el cura local le habíóan ensenñ ado principalmente, estaba destinado a una institucioó n dirigida por sacerdotes. Allíó, en Yvetot, permanecioó en la segunda anñ o. Cuando las bromas sacríólegas lo llevaron a ser expulsado, ingresoó al Colleè ge de Rouen el uó ltimo anñ o de la escuela secundaria y en ese momento pudo haber comparado las notas con Flaubert, que sabíóa algo acerca de la expulsioó n. Los dos se vieron de vez en cuando durante su residencia de un anñ o, a menudo en companñ íóa de Louis Bouilhet, a quien Guy llamaba casi todas las semanas en la casita que ocupaba. Un encuentro ocurrioó en noviembre de 1868. Los tres terminaron visitando la feria de Saint-Romain. "Camineó por la rue de Bihorel para mostrar mis poemas a mi ilustre y exigente amigo, Bouilhet," recordoó Maupassant maó s tarde. Cuando entreó en el estudio del poeta, diviseó dos hombres altos y corpulentos a traveó s de una nube de humo, ambos desplomados en sillones, fumando y charlando . . . Mantuve mi verso escondido en mi bolsillo, me senteó recatadamente en una silla en la esquina y escucheó . Hacia las 4 p.m., Flaubert se levantoó . "Vaó monos," dijo, "acompaó nñ enme hasta el final de la calle. Caminareó hacia el ferry." Cuando llegamos al Boulevard, donde se celebra la feria de SaintRomain, Bouilhet preguntoó de repente: "¿Queó dices si recorremos las casetas?" Y comenzaron a vagabundear, uno al lado del otro, la cabeza y hombros por encima de todos, divirtieó ndose como ninñ os y haciendo comentarios agudos sobre la multitud. De las caras de las personas deducíóan sus personajes y conversaciones improvisadas entre maridos y esposas, repletos de normanismos, el acento normando y el aire perpetuamente asombrado de los lugarenñ os. Bouilhet jugoó al hombre y Flaubert a su esposa.
Las reflexiones de Bouilhet sobre el oficio literario permanecieron con Guy, que resultoó ser su uó ltimo y maó s distinguido alumno. Bouilhet murioó unas semanas antes de que el joven pasara su examen de bachillerato. A diferencia de los otros laureados para quienes el Sena era un valle de laó grimas que serpenteaba hacia el sur hasta la EÁ cole de Droit, Maupassant podríóa haber disfrutado de la praó ctica del derecho. Se unioó a ellos en Paríós, pero el destino lo desvioó . Cuando regresoó un anñ o maó s tarde, ingresoó como soldado en el Cuerpo de Intendencia de una divisioó n detallada a Rouen y sirvioó en ese teatro hasta que los prusianos ocuparon Normandíóa: Bismarck, en efecto, lo expulsoó de la facultad de derecho. Despueó s de la guerra, incapaz de pagar la matríócula, se convirtioó en un funcionario del gobierno en el Ministerio de Marina, ganando los escasos ingresos de un funcionario de bajo rango pero viviendo donde deseaba vivir. Hacia fines de anñ o su amistad con Flaubert, a quien todavíóa llamaba "Monsieur Flaubert", se convirtioó en amistad. Seríóa una amistad especial, de buen tíóo o incluso filial. La preeminencia de Alfred Le Poittevin en la tradicioó n familiar animoó a Guy a considerar a Flaubert como su tíóo 463
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encarnado. Flaubert le dio acceso a esa edad de oro cuando Caroline, Gustave y Laure se habíóan reunido adorando a Alfred. Las cartas estaó n llenas de evocaciones de eso. En enero de 1872, Laure le dijo a Flaubert que Guy estaba emocionado de haber sido consultado por eó l sobre la eleccioó n de poemas para la coleccioó n poó stuma de Bouilhet. "Te agradezco por ayudar a este chico como lo has hecho, y por ser lo que eres para eó l," escribioó ella. "Siento que no estoy sola recordando tiempos pasados, esos buenos momentos en que nuestras dos familias eran solo una . . . Mis ojos ven las cosas en una perspectiva extranñ a cuando miro hacia atraó s. Lo que es distante se mueve hacia el primer plano palpablemente, mientras que el presente retrocede y palidece. Nada jamaó s relegaraó esos felices anñ os de infancia y juventud al olvido." En febrero de 1873, Guy asistíóa a los domingos de Flaubert, que Laure consideraba un ritual ataó vico. "No puedo decíórtelo . . . que tan contenta estoy . . . para ver a mi hijo asíó recibido por el mejor de mis viejos amigos . . . ¿No trae el joven mil recuerdos de ese querido pasado cuando nuestro pobre Alfred se mostroó tan bien? El sobrino se parece al tíóo, tuó mismo lo dijiste, y veo, con orgullo materno, que al examinarlo maó s de cerca, el parecido no ha resultado ilusorio." Flaubert le aseguroó a Laure que en Guy habíóa reproducido a su hermano y no a su marido. "A pesar de la diferencia en nuestras edades, lo considero 'un amigo'; y luego, ¡me recuerda mucho a mi pobre Alfred! A veces me asusta, especialmente en la forma en que inclina la cabeza mientras recita el verso. ¡Queó hombre era, ese! EÁ l se ha mantenido, en mi memoria, incomparable. No pasa un díóa sin que piense en eó l." Guy, a su vez, confundioó al tíóo al que aparentemente se parecíóa con Flaubert, cuya idealizacioó n de Alfred alcanzoó proporciones míóticas. "Nuestras conversaciones semanales se han convertido en un haó bito y una necesidad tales que no puedo dejar de hablar un poco por carta," escribioó en junio de 1873 a Flaubert en Croisset. "En conversacioó n contigo, a menudo pienso que estoy escuchando a mi tíóo, a quien nunca conocíó, pero del que tuó y mamaó hablabas a menudo y a quien amo como si hubieó ramos sido camaradas o padre e hijo . . . Puedo imaginar tus reuniones en Rouen. Ojalaó hubiera estado allíó entre todos ustedes en lugar de aquíó con amigos de mi propia edad." Alfred era, por lo tanto, una valija para todos los remordimientos. A Flaubert le hubiera gustado ser maó s joven y a Maupassant maó s viejo. El Alfred al que Maupassant vio en Flaubert habríóa sido un padre agradable; el Alfred que Flaubert vio en Maupassant era su companñ ero incomparable. Flaubert anhelaba lo que habíóa perdido, Maupassant por lo que nunca habíóa disfrutado. En julio de 1876, cuando su ayuda de caó mara, EÁ mile, se enorgullecíóa del nacimiento de un hijo, Flaubert le escribioó a Caroline que la alegríóa que habríóa encontrado ridíócula en los díóas anteriores ahora parecíóa envidiable. La edad, le dijo, lo habíóa suavizado hasta la consistencia de "una pera edomita demasiado madura". Pero Guy de Maupassant ciertamente hizo maó s que nada para fomentar esta afloracioó n del sentimiento paternal. En 1876 Flaubert habíóa apodado a Guy como su hijo adoptivo y, de hecho, se comportoó como un padre preocupado. EÁ l alentoó al joven de cualquier manera que pudo. Fue con cartas de recomendacioó n de Flaubert que Guy obtuvo acceso a Catulle Mendeè s en la République des Lettres, donde publicoó varios artíóculos (uno sobre el propio Flaubert), y a Edgar Raoul-Duval en su perioó dico de corta vida, La Nation. Dos anñ os maó s tarde, con otra carta, esta dirigida a Ageó nor Bardoux, que habíóa sido nombrado ministro de instruccioó n y bellas artes por Dufaure durante su segundo cargo, Flaubert ayudoó a Guy a escapar de su odioso escritorio en el Ministerio de 464
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Marina. Los preceptos morales ocasionalmente se reunieron despueó s de estas maniobras praó cticas. Cuando un Maupassant abatido expresoó su aburrimiento final — quejaó ndose de que encontraba los "culos de las mujeres" tan monoó tonos como las "mentes de los hombres," que los eventos no ofrecíóan variedad, que los vicios eran insignificantes y los buenos giros de la frase escaseaban — Flaubert instoó a un reó gimen asceó tico sobre eó l. "Lamentas la monotoníóa del culo; hay un remedio simple para eso — no te aproveches de ellos," le escribioó en el Díóa de la Asuncioó n de 1878. Los vicios son insignificantes, dices. Bueno, ¿queó no lo es? En cuanto a los giros de la frase, busca y encontraraó s. Mi querido amigo, pareces completamente molesto, y tu tristeza me duele, ya que podríóas dedicar tu tiempo a un uso maó s agradable. Debes — escuó chame, joven — debes trabajar maó s que de lo que haces. He llegado a sospechar que eres bastante indolente. ¡Demasiadas putas! ¡Demasiado piraguë ismo! ¡Demasiado ejercicio! ¡Síó senñ or! El hombre civilizado no necesita tanta locomocioó n como pretenden los meó dicos. Naciste para escribir versos, entonces, ¡hazlo! "Todo lo demaó s es vanidad," comenzando con tus placeres y tu salud.396
Por otro lado (una mano siempre luchaba contra la otra en un empate en esa naturaleza paradoó jica), Flaubert miraba el atletismo sexual de Guy con una mezcla de orgullo paternal, juó bilo adolescente y voyeurismo. "¡Tuó carta me deleitoó , joven!" escribioó en julio de 1876. "Pero te pido que moderes su actividad, por el bien de la literatura . . . ¡Tener cuidado! Todo depende del objetivo que tengas a la vista. Un hombre que ha optado por el arte no tiene derecho a vivir como los demaó s." A Edmond Laporte le contoó con cierto titubeo que, durante una breve cura en el balneario suizo de Loeè che, el incontenible Maupassant habíóa enganñ ado a un farmaceó utico y, en su camino de regreso a su casa, recorrioó el burdel de la ciudad de Vesoul. Una carta fechada el 18 de abril de 1878, provocaba a Laporte con referencias veladas a otras de los hazanñ as priaó picas de Maupassant. "En cuanto al joven Guy, eó l es un espeó cimen tan bueno que no te direó nada sobre eó l, pero prepaó rate para algunas proezas. Nos ofrecioó una actuacioó n en la que te echamos muchíósimo de menos." Sabemos por J. K. Huysmans que esta presentacioó n tuvo lugar diez díóas antes, despueó s de la reunioó n mensual del cíórculo de Zola en la Dîner du Boeuf nature. Los espíóritus pueden haber sido maó s altos de lo normal cuando alguien propuso que los catorce comensales repararan en un prostíóbulo del vecindario. Allíó, para su delectacioó n colectiva, Maupassant demostroó su resistencia con una prostituta demasiado acechada, eyaculando cinco veces. Varias semanas maó s tarde, le dijo a un amigo que la hazanñ a habíóa mejorado su imagen en los ojos de Flaubert. FLAUBERT HABIÁA cenado con ese grupo el anñ o anterior, el 16 de abril de 1877, en un restaurante llamado Trapp's, cerca de la estacioó n ferroviaria de Saint-Lazare. Mucho alboroto habíóa rodeado la comida, que fue pregonado por los joó venes asociados de EÁ mile Zola que lo organizaron — Paul Alexis, Octave Mirbeau, Henri Ceó ard, Huysmans, Leó on Hennique, Maupassant — como el evento inaugural del movimiento naturalista. Los perioó dicos habíóan sido alertados, y los que tomaron nota publicaron artíóculos 396Maupassant era un marinero experto y un poderoso remero.
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paroó dicos. La République des Lettres afirmoó que el menuó incluiríóa un pureó de sopa Bovary, trucha salmonada a la Fille EÁ lisa, pollo trufado a la Saint Antoine, alcachofas al Coeur Simple, un helado frutado naturalista, y licor de l'Assommoir. Los lampoonistas siguieron el ejemplo en los actos de cabaret, y el naturalismo inspiroó una multitud de dibujos, el maó s famoso mostrando a un Zola porcino montado en una lechona con lechones mugrientos que avanzaban en fila india detraó s de eó l, con sus pequenñ as colas entrelazadas. Aunque Flaubert, que era enfaó ticamente no franceó s por su aversioó n arraigada hacia las escuelas, puede no haber querido prestar su nombre a un programa literario sobre el cual teníóa serias dudas, o darle legitimidad al estar presente en Trapp, encontroó la ocasioó n agradable. En cualquier caso, no podíóa darle la espalda a los escritores joó venes, muchos de los cuales calificaron L'Éducation sentimentale por encima de Madame Bovary. La adulacioó n era una adulacioó n (incluso si Flaubert, en la mayoríóa de las otras circunstancias, podríóa haberse consolado con la maó xima de Goethe: "Llega un momento en que cada hombre [puesto en la tierra para cumplir una misioó n] debe ser arruinado"). Necesitaba todo lo que pudo durante la lenta y dolorosa gestacioó n de Bouvard et Pécuchet, un libro que probablemente no lo congraciaraó con el puó blico.
XXIV Lo Desenredado LEJOS DE ESPERAR para congraciarse, Flaubert se embarcoó en Bouvard et Pécuchet con un propoó sito en mente, le dijo a Leó onie Brainne en octubre de 1872, y eso fue para "exhalar mi resentimiento, vomitar mi odio, expectorar mi hiel, eyacular mi ira, purgar mi indignacioó n." Para entonces habíóa escrito un bosquejo y comenzado una 466
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investigacioó n, en el curso de la cual, seguó n su propia estimacioó n, leeríóa mil quinientos voluó menes. El consejo de Turgenev de imitar a Voltaire o Swift cayoó en oíódos sordos. El empuje del estoque no era lo suficientemente bueno. Solo los disparos de canñ oó n serviríóan, y una vez maó s, Flaubert demostroó ser un hombre del siglo XIX para la barriga y la ambicioó n. En una era que producíóa cualquier cantidad de novelas de tres niveles e historias de diez voluó menes, solo podíóa concebir una obra de burla masiva y pesada. Las ideas modernas eran ponerse las gorras de esos tontos que llevaban los credos del siglo IV que enloquecíóan a San Antonio y esta vez marchaban enciclopeó dicamente a traveó s de la oscura retirada de dos estudiosos ex empleados. De hecho, Flaubert, que vio La Tentation de Saint Antoine y Bouvard et Pécuchet como obras afines, pensoó que deberíóa retrasar la publicacioó n de la primera hasta que hubiera escrito la uó ltima. La semilla de la cual Bouvard et Pécuchet crecioó ya habíóa sido plantada cuando completoó su primera versioó n de La Tentation. El 4 de septiembre de 1850, en Damasco, lanzoó una carta a Louis Bouilhet instaó ndole a no olvidar un proyecto que habíóan discutido antes de su separacioó n. "Haces bien en pensar en el Diccionario de los lugares comunes," escribioó . "Necesitaríóa un buen prefacio que establezca que el trabajo intenta conectar al puó blico con la tradicioó n, el orden, la convencioó n general, pero redactado de manera ambigua, por lo que los lectores se preguntaríóan si es una broma o no. Seríóa una obra extranñ a, pero susceptible de triunfar debido a su actualidad." Dos anñ os maó s tarde, la idea todavíóa estaba muy viva e inspiraba fantasíóas misantroó picas durante la composicioó n de Madame Bovary. "Me estoy convirtiendo en un moralista", informoó a Louise Colet. "Tal vez es un signo de la vejez. En cualquier caso, ciertamente he cambiado hacia la comedia alta. La picazoó n de los seres humanos de latigazos a veces es insoportable y lo hareó alguó n díóa, dentro de diez anñ os, en una larga novela de gran alcance. Mientras tanto, una vieja idea ha vuelto, mi Diccionario Diccionario de los lugares comunes." Un candidato ejemplar para el ridíóculo fue Auguste Comte, cuyo Essai de philosophie positive le habíóa sido dado por Paul-EÁ mile Botta en Jerusaleó n. Encontroó que su conglomerado de catolicismo y socialismo era doblemente aborrecible y se comprometioó a atacar salvajemente las "utopíóas deplorables" que agitan a la sociedad francesa. Esto lo haríóa en el capíótulo seis de Bouvard et Pécuchet (como ya lo habíóa hecho en L'Éducation sentimentale). Su proyecto luego pasoó a la clandestinidad. Cuando resurgioó despueó s de una deó cada de gestacioó n silenciosa, se parecíóa maó s al futuro Bouvard et Pécuchet, por ahora presentaba dos personajes a los que Flaubert describioó como cloportes (que pueden traducirse en este contexto como "tíóteres"). 397 Se sintioó atraíódo por la historia de sus cloportes, le escribioó a Jules Duplan en 1863. "El plan es bueno, de eso estoy seguro, a pesar de las espantosas dificultades que tendreó evitando la monotoníóa en la narracioó n. Si se materializa, me sacaraó a patadas de Francia y Europa." Como la novela que acababa de comenzar, L'Éducation sentimentale, presentaba dificultades no menos formidables, debatioó consigo mismo si abandonarla en favor de lo que ahora llamaba 397Ninguna palabra en inglés transmite adecuadamente los significados y connotaciones de cloporte. En el siglo XX fue utilizado en un sentido altamente peyorativo por escritores como Louis Guilloux y Jean-Paul Sartre. Los diccionarios inglés-francés a menudo lo traducen como "adulador." (En su versión más literal, denota "cochinilla.") Haciendo retruécanos con sus sílabas constituyentes (clos, o "closed/encerrado", y porte, o "door/puerta"), es jerga para un conserje o portero. Las ideas de tontería y de enterrarse o de vivir a puertas cerradas se han acrecentado en la palabra.
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Les Deux Cloportes, "Los dos tíóteres". Era una verguë enza de atolladeros, un concurso de perdedores, y al final estos dos fanaó ticos autodidactas, que ilustraríóan su afirmacioó n de que la humanidad es un mero "hilo" estuó pidamente inclinado a ver todo el tejido de la creacioó n, fueron obligados a esperar su turno detraó s de Freó deó ric Moreau. Esperaríóan nueve largos anñ os, pero en 1863 ya les habíóan dado nombres, caras y un curríóculo rudimentario. Se hizo evidente, ademaó s, que el Diccionario de los lugares comunes ocuparíóa una posicioó n subordinada, dentro del texto mismo o anexado, una vez que hubiera un texto. Mientras Flaubert proboó varios apellidos antes de comprometerse con "Bouvard" y "Peó cuchet" (Bumolard, Dubolard, Bolard, Beó cuchet, Manichet), los dos empleados que se reuó nen en un banco de la ciudad nunca tuvieron otras caracteríósticas que aquellas con las que nacieron.398 Desde su concepcioó n, Peó cuchet fue visto como una virgen sexualmente reprimida — demacrada, oscura, malhumorada, de nariz puntiaguda — y Bouvard como un viudo rollizo, rubio rizado y sociable. Su diferencia intríónseca no debe olvidarse, senñ aloó Flaubert cuando a los amigos se les informoó por primera vez sobre el nuevo proyecto. Ahora era 1872, y un anuncio temprano del trabajo en progreso fue para Edma Roger des Genettes. "Estoy comenzando un libro que me ocuparaó durante varios anñ os," escribioó el 19 de agosto. "Es la historia de dos tipos simples que copian las entradas absurdas de lo que parece ser una enciclopedia críótica. ¿Suena familiar? Tendreó que estudiar muchas cosas que ignoro bastante: quíómica, medicina, agricultura." Poco despueó s, informoó a Caroline que estaba profundizando en la "filosofíóa meó dica", la primera de sus principales tareas. "Debo confesar que el plan, que reviseó ayer por la noche despueó s de la cena, me parece de primera clase, aunque toda la empresa es aplastante, espantosa." En ese momento podríóa explicar en líóneas generales, si no auó n en el detalle de cada reino que sus personajes finalmente visitan, coó mo se desarrollaríóa la historia. En agosto de 1874, cuando comenzoó a escribirlo, las notas y los escenarios se habíóan multiplicado. ¿Coó mo se desarrollaríóa su historia despueó s de que los dos solitarios hombres de mediana edad que descansan en un banco cerca de la plaza de la Bastilla en el sofocante calor de un díóa de verano se conozcan? Bouvard y Peó cuchet se enteran de que ambos son copistas frustrados por su empleo sin sentido. La amistad que entablan pronto se convierte en un enlace vital que los abre al mundo. Retirados de vidas de aburrida rutina, recorren los palacios culturales de Paríós con un hambre creciente de conocimiento de todo lo que estaó maó s allaó de su comprensioó n. Pero el "maó s allaó " inalcanzable crea otra prisioó n. "Al tener maó s ideas, sufrieron maó s dolor. Cada vez que un coche de correo se cruzaba en su camino, queríóan abordarlo. El quai aux Fleurs les hizo suspirar por el campo." La providencia interviene cuando el tíóo putativo de Bouvard, que resultoó ser su padre, muere, dejaó ndole una fortuna. Los empleados renuncian a sus empleo de oficinistas y compran cien acres de tierras de labranza planas en las afueras de un pueblo llamado Chavignolles, en alguó n lugar entre Caen y Falaise, donde Flaubert 398Flaubert invirtió nombres, una vez que se decidió por ellos, con la esencia de sus personajes y se mostró reacio a cambiar alguno. En la década de 1860, cuando un pariente de Nogent-sur-Seine le dijo que había varios Moreaus viviendo en la región, declaró que era demasiado tarde para encontrar otro apellido, aunque L'Éducation sentimentale todavía era un trabajo. en progreso. "Un nombre propio es algo muy importante en una novela. Es capital. Uno no puede cambiar más el nombre de un personaje que su piel."
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decidioó situarlos mientras exploraba Normandíóa con Edmond Laporte en junio de 1874. Era, seguó n comentoó , una "estuó pida meseta." Allíó, los estudiantes creó dulos tendraó n desventuras en serie en un obstinado andar a tientas por la certeza y el conocimiento. Su buó squeda comienza afuera de su puerta de entrada. Despueó s de despedir a un agricultor indocumentado en contra de la innovacioó n, compran herramientas, se visten adecuadamente, leen el Catecismo de la Agricultura (entre muchas otras cosas), se deleitan con la jerga teó cnica, se imaginan a síó mismos como escuderos progresistas cuyos esfuerzos les mereceraó n reconocimiento, y proceden a tratar el suelo con toda la obtusidad de Charles Bovary operando en un pie zambo. Todo lo que puede salir mal, sale mal. El texto de Flaubert estaó plagado de calamidades, gracias no solo a las trampas descritas en los libros que leyoó , sino a los sugeridos por Maurice Sand y el marido de Edma Roger des Genettes. El gas metano de las poleas que se secan de acuerdo con el sistema Clap-Mayer hace una hoguera de la cosecha de trigo. El abono de Bouvard, que preparoó con exuberancia, produce cosechas malolientes. Diferentes variedades de semillas de meloó n agrupadas en una cama forzada producen híóbridos que saben a calabazas. Cuando la extranñ a pareja no malinterpreta lo que leen, lo que leen los confunde con prescripciones contradictorias. Un manual recomienda que se use marga para alcalinizar el suelo, mientras que otro lo llama perjudicial. Siguiendo el Cours d'agriculture de Gasparin, Bouvard declara la praó ctica de dejar los campos en barbecho como un "prejuicio goó tico," solo para encontrarlo defendido con valentíóa por Leclerc en Cours de culture et d'acclimatation des végétaux. Sus equipos modernos, desdenñ ados por la ayuda del campesino, desaparecen. Los espantapaó jaros se convierten en perchas para los paó jaros desenganñ ados que devoran su fruta. Sus espalderas se niegan a ser entrenadas. Sus estoó magos se rebelan contra la cerveza elaborada con hojas de germander. Sus conservas se pudren "¿Podríóa ser que la arboricultura es una broma?" pregunta Peó cuchet. "¡Como la agronomíóa!" responde Bouvard. Un experimento fallido es la gota que colma el vaso. Con la esperanza de enmendar su desastroso coqueteo con la naturaleza inventando algo dulce, un caluroso "bouvarine", combinan cilantro, kirsch, hisopo, semilla ambrita y caó lamo en un alambique de segunda mano, que explota raó pidamente. Cuando recobran el juicio, o lo suficiente como para contemplar otra empresa valiente, Peó cuchet dice: "¡Tal vez el problema es que no conocemos quíómica!" Asíó perseveraraó n durante veinte anñ os, a traveó s de catorce disciplinas que van desde la quíómica a la anatomíóa, fisiologíóa, medicina, geologíóa, arqueologíóa, historia, literatura, políótica, gimnasia, espiritualismo, metafíósica, religioó n y educacioó n. El patroó n establecido en el capíótulo sobre la agricultura es vaó lido para la mayoríóa de las siguientes. Bouvard y Peó cuchet leen con voracidad, aplican lo que aprenden de los libros al mundo material, notan la discrepancia entre los dos, se encuentran con una multitud de teoó ricos intoxicados donde una vez esperaban encontrar una corte de ley sobria y cientíófica; se desesperan y, al igual que los marineros naufragados que saltan sobre otro buque con fugas, buscan la verdad en otro reino. De especial importancia para Flaubert fue el capíótulo sobre medicina, para el cual estudioó los maniquíóes anatoó micos de tamanñ o natural procurados por Laporte. Tan pronto como el cartero entrega un maniquíó alquilado por su fabricante en Paríós, Bouvard y Peó cuchet comienzan a desmontarlo, muó sculo por muó sculo, con el Manuel de 469
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l'anatomie de Lauth a la mano. De manera maó s general, el Dictionnaire des sciences médicales sirve como su biblia. Ellos notaron. . . ejemplos extraordinarios de parto, longevidad, obesidad y estrenñ imiento. ¡Si solo hubieran conocido al famoso canadiense de Beaumont (que teníóa una fíóstula que se abre al estoó mago, lo que permitioó a los meó dicos realizar experimentos fisioloó gicos inusuales), los políófagos Tarare y Bijoux, la mujer hidroó pica del distrito Eure, los piamonteses que visitavan el water closet cada veinte díóas, Simorre de Mirepoix, que murioó osificado, y el exalcalde de Angulema cuya nariz (que exhibe cinco loó bulos, que descienden sobre su boca y le cubren la barbilla) pesaba tres libras! El cerebro los movioó a la reflexioó n filosoó fica. Ellos claramente discernieron el septum lucidum con sus dos laminillas y la glaó ndula pineal, que se parecíóa a un pequenñ o guisante rojo. Pero habíóa peduó nculos, ventríóculos, arcos, pilares, pisos, ganglios, fibras de todo tipo, las depresiones de Pacchioni y los cuerpos de Pacini; uno podríóa perderse en el enredo masivo y desgastar su existencia.
Evitando el cerebro (donde su autor tambieó n teníóa motivos para temer enredos fatales), estudian oó rganos maó s simples y experimentan con un pobre perro callejero. Bouvard y Peó cuchet aspiran a "sufrir por la ciencia", pero es el perro el que sangra. Su mentor es el meó dico local, Vaucorbeil. Confundidos una vez maó s por sistemas contradictorios, sin dejar de venerar a los sistematizadores, retoman la teoríóa de François Raspail de que los gusanos son la causa de toda disfuncioó n y el alcanfor es un remedio universal.399 Armados con esta panacea, dan sus consejos meó dicos a los aldeanos creó dulos, confrontando descaradamente a Vaucorbeil en una escena que recuerda algo al enfrentamiento entre el Dr. Canivet y Charles Bovary. Cuando la esposa de su granjero, Mme Gouy, contrae la fiebre tifoidea, y Peó cuchet, sin saber que la enfermedad ulcera los intestinos, le dice que coma carne, Vaucorbeil exclama: "¡Esto es un verdadero asesinato!" Sin inmutarse, Peó cuchet invoca la autoridad de Raspail y Van Helmont, quien endosoó el precepto de que "la dieta compromete el principio vital." Tira de su indefensa paciente de esta manera y otra. La praó ctica clíónica es lo que hace a un buen meó dico, dice Vaucorbeil, a lo que Peó cuchet responde: "¡Aquellos que revolucionaron la medicina no la practicaron! Van Helmont, Boerhaave, el propio Broussais." Maó s tarde temblaraó ante la posibilidad de ser procesado por asesinato si Mme Gouy muriera. Ella no lo hace, y un intreó pido Peó cuchet propone que eó l y su companñ ero aprendan obstetricia con un maniquíó que se usa para entrenar parteras. Pero Bouvard, que mientras tanto se ha curado de su creencia en el beneficio inmunoloó gico de las hemorroides, se niega. "Las fuentes de la vida estaó n escondidas de nosotros, y las aflicciones son demasiado numerosas, nuestros remedios problemaó ticos," concluye, parafraseando al gran fisioó logo Claude Bernard, "y en ninguó n autor se encuentra una definicioó n razonable de salud, de enfermedad, diaó tesis, o incluso de pus." La animadversioó n de Flaubert contra los Rouennais que lo consideraba como la rama sin hojas de su aó rbol genealoó gico era una fuente inagotable de combustible para Bouvard et Pécuchet. El alboroto erudito a traveó s de la teoríóa meó dica y la praó ctica salpicoó un poco de barro en las tejas de Achille y generalmente impugnoó las profesiones liberales, o capacités, en el que sus odiados hermanos burgueses conferíóan 399Flaubert habría tenido en mente la inútil intervención de Raspail cuando su hermana estaba muriendo.
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tal prestigio.400 Es muy posible, ademaó s, que el espectaó culo de ideas risibles que desfilan por la sociedad bajo el estandarte de la ciencia sirviera para que sus alucinaciones epileó pticas parezcan relativamente inocuas. Mejor auó n, invitaba a los lectores a ver al narrador como una figura omnisciente, "en todas partes se sentíóa y en ninguna parte se veíóa," despreciando a la humanidad pobre y autoenganñ ada de la galeríóa del diablo. ¿Acaso este "uó ltimo testamento," que revela la líónea inquebrantable del pensamiento de Flaubert, no se habíóa prefigurado en la primera versioó n de L'Éducation sentimentale? Su plan era volver a la ocupacioó n original de sus personajes en un segundo volumen, con Bouvard y Peó cuchet recurriendo a todo lo que habíóan leíódo para una antologíóa de afirmaciones huecas sobre el progreso cientíófico y moral, sobre la salvacioó n a traveó s de la tecnologíóa, sobre la futura fraternidad de toda la humanidad. Sentados uno frente al otro en un escritorio doble, volveríóan a ser copistas, produciendo un sottisier voluminoso (una coleccioó n de citas insensatas). ¿Pero de queó manera? Cuando todo estaó dicho y hecho, ¿no han visto la luz de lo incognoscible? ¿Acaso estos obstinados buscadores que se oponen a los notables de la aldea — el sacerdote, el meó dico, el alcalde, el notario, el conde — se equivocaron maó s allaó del alcance de las ideas recibidas? ¿Es el doble escritorio en el que copian las entradas en su sottisier un anaó logo del jardíón que cultiva Candide despueó s de sus muchas desventuras? "¡Sin reflexioó n! ¡Copiemos!" Flaubert los hace exclamar en un escenario. "La paó gina debe llenarse, el 'monumento' debe completarse. — Igualdad de todo, de bien y mal, lo bello y lo feo, lo insignificante y lo caracteríóstico. Solo los fenoó menos son verdaderos." Sus renacidos copistas no son ni la encarnacioó n perfecta de la Ley de Murphy ni los papanatas de Laurel y Hardy que imaginoó cuando todavíóa los consideraba como cloportes y se preocupaban maó s por la inanidad de su dieta que la nobleza de su hambre. A medida que el libro se desarrolla, se vuelven cada vez maó s flaubertianos. "Bouvard y Peó cuchet . . . formuloó paradojas abominables . . . Arrojan dudas sobre la probidad de los hombres, la castidad de las mujeres, la inteligencia del gobierno, el sentido comuó n de las personas . . . La evidencia de su superioridad irritoó . Ya que defendíóan tesis inmorales, se pensaba que ellos mismos eran necesariamente inmorales, y esta suposicioó n justificaba los rumores difamatorios. Una facultad lastimosa entonces comenzoó a desarrollarse en ellos, la de percibir la estupidez y encontrarla intolerable." Los futuros antoó logos del sottisier, que demostraraó n su amor por la mente incluso en el acto de registrar sus inuó tiles recados, estaó n aquíó, hacia el final, completamente carnosos "Cosas insignificantes los poníóan tristes: anuncios de perioó dicos, un perfil burgueó s, un comentario fatuo escuchado de pasada . . . Sintieron el peso de toda la tierra sobre ellos." Durante la larga suspensioó n del trabajo en Bouvard et Pécuchet, Flaubert le habíóa confiado a George Sand que seríóa su testamento definitivo. El Chico haríóa asfixiar a la humanidad con su propia masa indigesta de seudo-erudicioó n. "B. y P.," la apodoó . Cuando tomoó "B. y P. "otra vez despueó s de Trois Contes en junio de 1877, su espíóritu era alto. Los espíóritus elevados no disiparon el temor de que pudiera terminar escribiendo un trabajo meramente coó mico, pero por el momento ese estado de aó nimo prevalecioó , y 400Le dijo a Léonie Brainne que tenía a la tribu médica en una estima aún menor que la literaria. Y a George Sand le escribió: "¡Qué seguridad tienen los médicos! ¡Qué nervio! Qué asnos son, en su mayor parte."
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emblemaó tico de ello era una hermosa tuó nica bokharan que Turgenev habíóa enviado desde Rusia. A Flaubert le gustaba envolverse en eó l, a pesar del calor del verano, alegando que estimulaba su cerebro. "Durante los uó ltimos dos díóas he hecho un excelente trabajo," informoó a Caroline el 6 de junio. "A veces, el inmenso alcance de este libro me sorprende. ¿Queó saldraó de eso? Solo espero no enganñ arme a míó mismo para que escriba algo tonto en lugar de sublime. ¡No, no lo creo! ¡Algo me dice que estoy en el camino correcto! Pero seraó una cosa u otra." Cualquiera que pudiera ayudar se vio obligado a adquirir libros o dilucidar detalles, y nadie maó s que Edmond Laporte, que respondioó cada llamada, incluso cuando estaba agobiado por el cierre de su faó brica de encajes. En septiembre de 1877 acompanñ oó a Flaubert en una excursioó n por el campo en los alrededores de Falaise, donde Bouvard y Peó cuchet estaban destinados a meditar sobre megalitos inescrutables. Por lo menos durante una semana, Laporte, a quien se le dio el sobrenombre de "El Bab" (una traduccioó n al aó rabe de Laporte, "la puerta"), convirtioó a su amigo en un estilo de vida matutino. "Nos levantamos a las seis de la manñ ana (¡síó!) Y nos retiramos a las nueve de la noche," informoó Flaubert. "Pasamos todo el díóa viajando de aquíó para allaó , principalmente en pequenñ os carruajes abiertos, con el aire fríóo mordieó ndonos el hocico. Ayer, en la playa, era insoportable . . . Nos sentimos grandiosos . . . Laporte estaó "lleno de atenciones" para míó. ¡Queó buen tipo!" Su sensacioó n de bienestar solo duroó mientras Nemesis mirara hacia otro lado, o al menos asíó debioó haber parecido en 1877 cuando las verguë enzas financieras de Ernest Commanville amenazaron una vez maó s con causar estragos. Habíóan pasado casi dos anñ os desde la primera crisis. El orden aparentemente fue restaurado. Los tribunales habíóan autorizado la liquidacioó n de los activos de Commanville en Dieppe, y Caroline pagaríóa una gran deuda en pagos anuales de cinco mil francos, garantizados por Laporte y Raoul-Duval. Los doscientos mil francos que Flaubert le habíóa dado a su sobrino satisfaríóan otras necesidades, incluida la suya, para una asignacioó n regular. Pero los activos no fueron liquidados despueó s de todo. En cambio, Commanville decidioó salvar su faó brica si era posible creando una sociedad anoó nima y vendiendo acciones. Flaubert, a quien Caroline ya habíóa aconsejado vivir con maó s frugalidad, se vio impulsado a encontrar inversores ricos. Abrazoó el desafíóo con una combinacioó n de paó nico y presteza, reconociendo que su propia supervivencia econoó mica dependíóa de la de Commanville y queriendo, como en el pasado, demostrar su competencia en el mundo praó ctico, rescatar del desastre a un "burgueó s" incapaz de ayudarse a síó mismo. Se enviaron cartas, cuerdas fueron jaladas, se organizaron entrevistas. Madame Pelouze, que vino especialmente de Chenonceaux para una reunioó n, prometioó cincuenta mil francos. Su nombre era un senñ uelo, y Raoul-Duval la incluyoó en su grupo de ricos asociados. A traveó s de Charles Lapierre, Flaubert aseguroó a Commanville una presentacioó n de al menos un magnate, que puede o no haber invertido despueó s de visitar el aserradero en Dieppe. Siempre que se necesitaban elegantes anfitrionas, Valeó rie Lapierre y su hermana Leó onie Brainne estaban disponibles. Y Flaubert se acercoó a otras amigas. "Sabes que estoy completamente arruinado," escribioó a Edma Roger des Genettes el 18 de junio de 1877. "Tenemos que salir de este líóo de alguna manera, vendiendo Croisset quizaó s, incluso renunciar a un pied-aè -terre en Paríós y viviendo en otro lugar, no tengo ni idea de doó nde ni de queó . Durante los dos anñ os que Commanville pasoó tratando de hacer que su faó brica comenzara de nuevo, no habíóa tenido suerte. Bueno, fui yo quien encontroó los primeros inversores en una sociedad anoó nima que le 472
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gustaríóa formar. Asíó es como estaó n las cosas. EÁ l necesita una base de capital de un milloó n de francos. Su faó brica, su material y tierra estaó n valorados en 600,000 francos, lo que deja 400,000. De esa cantidad, 120,000 se han recaudado en una quincena. Ahíó lo tienes en pocas palabras. Hemos negociado el primer obstaó culo maó s difíócil." Si solo Commanville pudiera establecerse a tiempo, la Exposicioó n Universal programada para 1878, un pueblo entero de pabellones de madera que se construiríóan entre el Champde-Mars y el Trocadeó ro, le beneficiaríóa, le dijo Flaubert a Adeè le Husson. "Nadie quiere viajar de Paríós a Dieppe para ver su planta . . . pero aquellos que lo hacen inmediatamente abren sus bolsos . . . He oíódo que tu amigo el Archidiaó cono [sic] podríóa ayudar mucho. Se necesita un preó stamo de 200,000 francos, que estaríóa garantizado. ¿Estaó s lo suficientemente cerca como para pedirle que considere el asunto? En octubre de 1877, Flaubert aseguroó a Turgenev que las perspectivas de su sobrino habíóan mejorado. (Su habitual subrayado de "les affaires", el teó rmino para los negocios, era anaó logo a ponerlo entre comillas: lo distanciaba de eó l como de lo que significaba). No es que siempre haya confiado en la contabilidad de Commanville. Una carta lo muestra corteó smente cuestionaó ndolo. Si habíóa otras cartas similares, maó s explíócitas e iracundas, Caroline, que fue tentada despueó s de la muerte de su tíóo a borrar todo lo que se reflejaba mal en ella en la correspondencia, las extravioó . De su enojo no hay duda, pero puede haber preferido mantener las relaciones civilizadas y suspender la incredulidad, siempre que reciba una asignacioó n. Dadas las circunstancias, ¿queó mejor salida para la ira que el sottisier? Otra pausa siguioó . Flaubert continuoó corriendo el guantelete de seminarios despiadados, junto con B. y P., orgulloso de su resistencia cuando no se quejaba de que seríóa su muerte. "Este sangriento libro me tiene temblando," le confioó a Zola el 5 de octubre de 1877. "No tendraó ninguó n sentido excepto como un todo. No hay pedazos brillantes; la situacioó n es siempre la misma; para variar, debo atrapar diferentes facetas. Me temo que seraó mortalmente aburrido. Se necesita paciencia, deó jame decirte, ya que quedan otros tres anñ os de trabajo, aunque deberíóa superar los obstaó culos en cinco o seis meses." Cuando hacíóa calor, rara vez se perdíóa el banñ o de la tarde y atendíóa distraíódamente las minucias de la vida domeó stica — colgar cuadros, tomar banñ os de tina, colocar en la barandilla del jardíón una perilla ornamental. Nada en su comportamiento sugeríóa que pronto, por lo que sabíóa, un agente inmobiliario podríóa mostrar Croisset a posibles compradores. El senñ or de la finca se paseaba con su galgo, Julio, o se paseaba tranquilamente entre los descuidados lechos de flores, consciente de que los ninñ os lo espiaban por la puerta de entrada. "Para míó, era un ser como ninguó n otro, exoó tico y fantaó stico, una personalidad misteriosa a la que veíóa en una confusioó n de asombro y respeto," recordoó un vecino. "Nunca creíó que fuera normando. Era persa o turco, chino o hinduó , no podíóa decidir cuaó l, pero seguro que veníóa de un lugar distante y teníóa una naturaleza distintiva. Los fabulosos accesorios me hicieron pensar que bien podríóa ser un príóncipe . . . Cuando mi ninñ era queríóa tratarme, ella me guiaba hasta la puerta principal, donde lo miraba fumaó ndose la pipa, encorvado en un gran silloó n. Siempre recordareó con tierna emocioó n sus culottes de rayas rosadas y blancas y sus tuó nicas de la casa, cuyos disenñ os florales eran pura poesíóa." Este espectador teníóa companñ íóa los domingos, cuando las familias de Rouen hicieron de Flaubert un espectaó culo paralelo en sus excursiones dominicales hacia el campo. 473
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Cuando viajaba, era en el apartamento que conservaba en la rue du Faubourg SaintHonoreó o, ocasionalmente, en Chenonceaux. Pasoó varias semanas en Paríós ese septiembre, disfrutando de su reunioó n anual con Juliet Herbert mientras conducíóa a Caroline y a otros a creer, como lo habíóa hecho el anñ o anterior, que se estaba asociando con Mathilde en Saint-Gratien.401 El 12 de septiembre, Turgenev recibioó este mensaje de eó l: "No te asombres por mi larga estadíóa en la capital. Estoy aquíó (inter nos), detenido veneris causa!!!" Flaubert llegoó a Paríós a fines de diciembre para la temporada de invierno. Se ocultoó con docenas de libros y leyoó dos por díóa en promedio, gracias a su conserje, quien de hecho le protegioó contra visitas inesperadas. Paríós no lo tentoó , y menos con la insíópida comida de los teatros del Boulevard. Pero tampoco se encerroó completamente. Caroline vivíóa en el mismo vecindario. Todos los domingos sus amigos literarios pasaban por allíó. Los mieó rcoles por la noche a menudo lo encontraban en la mesa de la cena de la princesa Mathilde, entre ocho o diez invitados maó s, la mayoríóa de los cuales habíóan descendido en el mundo desde la abdicacioó n de Napoleoó n III. Y los viernes a menudo se codeaba con la eó lite republicana en el saloó n de Marguerite Charpentier. A pesar de sus protestas contra los políóticos, a Flaubert le encantaba conversar con los poderosos. Se sentíóa coó modo en su presencia, a diferencia, digamos, de Edmond de Goncourt, que no podíóa perdonarle ninguó n eó xito, social o literario. "Despueó s de la cena, Flaubert arrastra a Gambetta a otra habitacioó n y cierra la puerta detraó s de eó l," senñ aloó el diario el 18 de enero de 1878, cuando Gambetta presidíóa la Caó mara de Diputados. "Manñ ana podraó decir: 'Gambetta es mi amigo íóntimo.' Es realmente notable, la atraccioó n que la notoriedad de todo tipo ejerce sobre este hombre, su necesidad de acercarse a ella, de frotarse contra ella, de estrellarse en su espacio privado. No importaríóa si el notable fuera un famoso comerciante de cera o un dentista cosmopolita." No mencionado en el Journal es el placer que Flaubert aprovechoó para explotar la influencia que adquirioó para los amigos que necesitaban el apoyo del gobierno. Flaubert no logroó cambiarle la cita a Zola a la Legioó n de Honor, pero no por falta de intentos. Sin su mediacioó n, Maupassant podríóa haber languidecido en el Ministerio de Marina. La posibilidad de ya no ser usado por Flaubert puede haber consolado a Ageó nor Bardoux por su caíóda del poder en febrero de 1879. Flaubert tambieó n lo habíóa intimidado para asegurarle empleo a Edmond Laporte cuando su negocio fracasoó . Muy pronto, el benefactor se encontroó , para su gran disgusto, en la necesidad de beneficio. Tres anñ os antes, Bardoux habíóa pensado seriamente en concertar una pensioó n estatal para Flaubert y su amigo lo habíóa desalentado de la siguiente manera: No puedo decirle cuaó n profundamente me conmovioó el plan que tuó y Raoul-Duval idearon . . . Pero mi querido amigo, juzga la situacioó n por ti mismo. En mi lugar, seguramente no lo aprobaríóas. El desastre que me ha sobrevenido de ninguna manera concierne al puó blico. Era mi responsabilidad administrar mejor mis asuntos, y no creo que el presupuesto estatal me deba alimentar. ¡Las noticias de esta pensioó n se anunciaraó n, publicaraó n y tal vez seraó n atacadas en la prensa y en la Caó mara! ¿Coó mo podríóamos responder? Síó, otros disfrutan del
401Flaubert le contó a Laporte el secreto; después de la muerte de Flaubert, Caroline reemplazó el nombre de la mujer con puntos en su correspondencia, pero todo apunta a Juliet, de quien estaba, sin duda, celosa. Los celos se veían exacerbados por el esnobismo.
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Flaubert: Una vida — Frederick Brown mismo favor, pero lo que otros tienen permitido, para míó estaó prohibido. Por otra parte, todavíóa no he llegado a ese punto, gracias a Dios. Sin embargo, como las cosas van a ser muy difíóciles, si puedes encontrarme una pocisioó n en alguna biblioteca pagando tres o cuatro mil francos con un lugar para vivir (como en el Mazarine o el Arsenal), me iríóa bien. Aunque asumo que estaó fuera de cuestioó n.
Esta carta, escrita el 31 de agosto de 1875, un díóa despueó s de que vendioó su granja de Deauville, sugiere que Flaubert auó n puede haber creíódo en la fiabilidad de un padre providencial. Para septiembre de 1878, Dios obviamente lo habíóa abandonado, unieó ndose a los capitalistas que no salvaríóan lo que quedaba del negocio de su sobrino. En ese momento, pocas personas se preocuparon por pretender que Commanville todavíóa podríóa restablecerse, o que eó l no habíóa manejado criminalmente mal las finanzas de todos. ¿Queó queda de la fortuna familiar? Aparentemente poco o nada, aparte de Croisset, la porcioó n de Caroline (cuyos ingresos deberíóan haber sido compartidos con el principal acreedor de Commanville), y las heces de la herencia de Flaubert. Incapaces de pagar su pied-aè -terre en 240 de la rue du Faubourg SaintHonoreó , los Commanville se mudaron al apartamento maó s grande de Flaubert, que estaba al lado. Croisset no podríóa ser vendido a menos que Flaubert renunciara a su derecho a ocuparlo por el resto de su vida de soltero. ¿Rehusaríóa a Caroline, a quien no le negoó nada maó s? "¡Dios solo sabe lo que seraó de nosotros!" escribioó a Leó onie Brainne el 10 de diciembre de 1878. "¡Commanville ganaraó dinero de una forma u otra! No importa, lo que sigue no seraó agradable. ¡Lo juro, mi corazoó n se estaó hundiendo! Y lo peor no es la falta de dinero, las privaciones que resultan, la total ausencia de libertad. No, eso no es lo que me enfurece. Siento que mi mente se ensucia por estas preocupaciones baó sicas, por estos diaó logos comerciales. Siento que me estoy convirtiendo en un tendero." ¿Coó mo podríóa defender su ser vulnerable contra un extranjero maó s alienante que Prusia? En cuanto a los intentos de encontrar empleo para Flaubert en alguna institucioó n de librero, declaroó que no se enteraríóa de ello. "¡Nunca! ¡Nunca! ¡Nunca! Rechaceó lo que mi amigo Bardoux me ofrecioó . . . En el peor de los casos posibles, podríóa vivir en una posada rural con mil quinientos francos al anñ o. Haríóa eso antes que aceptar un centavo de los fondos puó blicos . . . De todos modos, ¿queó posicioó n estoy calificado para llenar?" Los chismes sobre la vida hogarenñ a de Flaubert pintaban una imagen auó n maó s oscura. "Su ruina es supuestamente completa," informoó Goncourt, "y se dice que las mismas personas por las que se arruinoó por afecto le envidian los cigarros que fuma. Su sobrina es citada como exclamando: '¡Mi tíóo es un hombre singular, no sabe coó mo tolerar la adversidad!'" Los amigos incondicionales trataron de rescatarlo, malgré lui.402 Durante el otonñ o e invierno de 1878, cuando presionaron a los políóticos en su nombre, actuoó como un solteroó n atormentado preguntaó ndose si preservar su independencia o hacer un matrimonio ventajoso. Goncourt, que encontroó a Flaubert bastante maó s comprensivo en estas circunstancias desesperadas, lo recomendoó para una bibliotecologíóa en Compieè gne, que finalmente fue para el ex secretario de Sainte-Beuve, Jules Troubat. El cabildeo se volvioó agitado despueó s de Anñ o Nuevo, cuando otros amigos se enteraron de que Samuel de Sacy, bibliotecario jefe de la coleccioó n Mazarine en el Instituto Franceó s, no viviríóa mucho maó s tiempo. Ellos queríóan esta ciruela para Flaubert, conscientes de 402a pesar de él
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que debioó haber sido para el sucesor obvio de De Sacy que era su segundo, y viejo amigo de Flaubert, Freó deó ric Baudry. Hippolyte Taine se refirioó a la idea en una carta a la que Flaubert respondioó el 10 de enero de 1879. "No puedo decir lo emocionado que estoy con sus atenciones amistosas," escribioó . La oficina del pobre viejo de Sacy no me satisfaríóa, y aquíó estaó el por queó . Me obligaríóa a vivir en Paríós. Con los tres mil francos que ganaríóa, seríóa maó s pobre de lo que soy en la actualidad, ya que la vida es maó s barata en el campo. Es cierto, el apartamento me tienta. Pero seríóa una locura, me moriríóa de hambre allíó. Seraó mejor que permanezca en mi cabanñ a el mayor tiempo posible y visite Paríós de vez en cuando. Ademaó s, ocupar un puesto en el gobierno, sea lo que sea, me llena de una repugnancia estuó pida pero invencible. Ese es tu amigo para ti.
De ninguna manera era seguro que hubiera sido maó s pobre con tres mil francos y alojamiento gratuito en el instituto. Hasta que Commanville encontroó un comprador para su propiedad en Dieppe, o accionistas, Flaubert teníóa muy pocos ingresos. "No podemos decir nada ni hacer ninguó n plan, ni siquiera a corto plazo, mientras la venta no haya finalizado," se quejoó a Caroline. "¡No puede pasarme lo suficientemente pronto! Cuando esteó terminado, tendreó unos miles de francos para vivir mientras termino Bouvard et Pécuchet. Estoy cada vez maó s irritado por esta escasa existencia, y el estado de permanente incertidumbre me deprime. Por mucho que trato de luchar, siento que estoy sucumbiendo a la desesperacioó n. Ya es hora de que algo ocurra." Los problemas no vienen solo a espíóar, y para probar el punto, Flaubert, tambaleante por el cansancio de las noches de insomnio, o posiblemente superado por un ataque epileó ptico, cayoó en el hielo en Croisset ese enero, rompieó ndose una pierna. 403 El accidente, dijo, ocurrioó cinco minutos despueó s de que leyoó una nota de Turgenev instaó ndolo a hacer maó s ejercicio. Amigos y conocidos que leyeron sobre eó l en Le Figaro enviaron cartas de conmiseracioó n por docenas. Achille, en Niza con Julie, no pudo ayudar, pero su meó dico personal, Fortin, establecioó el hueso competentemente. Laporte se trasladoó entre Grand-Couronne y Croisset para cuidar a su amigo, desafiando el fríóo intenso y vadeando los caminos inundados. La lesioó n limitoó a Flaubert durante semanas al segundo piso de su casa, pero desterroó al menos la terrible soledad de la que se habíóa quejado a menudo durante el invierno. Sus benefactores en Paríós no habríóan estado muy equivocados si pensaran que un Flaubert postrado en cama podríóa condonar sus esfuerzos maó s faó cilmente que uno ambulatorio. El 3 de febrero Turgenev llegoó a Croisset y se quedoó dos díóas, durante los cuales persuadioó a su anfitrioó n para que considerara seriamente el puesto de Mazarine. Zola, que habíóa declarado que un invierno en Paríós sin Flaubert era una perspectiva triste, no perdioó tiempo informando a Marguerite Charpentier. "[Turgenev] influyoó en Flaubert. Sin embargo, no diraó síó definitivamente antes de saber cuaó l seraó su salario. Turgenev acaba de telegrafiarlo, cree que son seis mil francos y espera una respuesta afirmativa." Zola la instoó a poner en marcha la maquinaria de influencia. Ella hizo lo que le pidieron, seguó n Turgenev, cuya principal preocupacioó n era el favor políótico que 403La caída había sido precedida por una sensación peculiar en su epigastrio, o parte superior del abdomen — un presagio común de las convulsiones y el síntoma que anuncia la alucinación de San Antonio en La Tentation.
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Baudry disfrutaba a traveó s de su suegro, Seó nard. Flaubert se convirtioó en un aspirante a la oficina pasivo, abiertamente ansioso por tener el puesto, pero deseando garantíóas de que no seríóa rechazado. "He dejado a un lado mi estuó pido orgullo y acepto," le escribioó a Turgenev en el quinto, "porque morir de hambre seríóa una manera idiota de estirar la pata." Despueó s de tres díóas maó s, sus escruó pulos habíóan sido derrotados por completo. "Maó s que nunca tengo la intencioó n de no sacrificarme por el excelente M. Baudry. Entonces, ¡que actuó en mis amigos! Sabes que estoy en muy buenos teó rminos con Mme [Juliette] Adam, amiga de Gambetta, y con Mme Pelouze, amiga de Greó vy [presidente de la repuó blica]." Lo que nublaba su entusiasmo, sin embargo, era una sensacioó n profundamente arraigada de que el deseo solo podríóa resultar en humillacioó n. Sentarse en contra de Baudry — un erudito mucho mejor calificado que eó l para administrar la gran biblioteca, un amigo de la infancia cuya erudicioó n en varias ocasiones le habíóa servido bien, y el yerno del abogado que lo habíóa defendido con eó xito en el proceso de Madame Bovary — no hizo creó dito para Flaubert. Pero en cualquier caso, la idea de que el trabajo de De Sacy estaba listo para la eleccioó n resultoó ser tan ilusoria como la esperanza de restaurar la fortuna de Commanville. El 13 de febrero recibioó este telegrama de Turgenev: "No lo pienses maó s. Plano rechazo. Detalles a seguir." La carta que sigue hace referencia a Juliette Adam, una mujer de gran entusiasmo intelectual cuyo saloó n se habíóa convertido en la corte privada de Gambetta. "A mi regreso [de Croisset], decidimos intentar y hablar con Gambetta, luego con Ferry [ministro de educacioó n] y, si era necesario, con Baudry," escribioó Turgenev. Jueves por la noche — primera carta de Zola (adjunta) — y luego una pausa. Soliciteó una entrevista con Mme Ed. [Edmond] Adam; sin respuesta. Lunes por la manñ ana — una carta de Zola que acompanñ aba una nota de Mme Charpentier (tambieó n los adjunteó ). Puedes imaginar mi asombro. Tomeó un carruaje y fui directamente al palacio presidencial para ver a Gambetta . . . No fui recibido, pero . . . al díóa siguiente recibíó una carta de Mme Edmond Adam, a quien me dijeron que estaba en Cannes. Me puse mi traje, corbata blanca — y pronto me encontreó hombro con hombro con un montoó n de notables políóticos en ese saloó n donde Francia es gobernada y administrada efectivamente . . . Expliqueó el asunto [a mi anfitriona] . . . "Pero Gambetta estaó aquíó — estaó fumando despueó s de la cena — se lo informaraó inmediatamente." Regresoó dos minutos despueó s: "¡Imposible, mi querido senñ or! ¡Gambetta ya tiene a otras personas en mente!" El dictador llegoó con paso mesurado: ministros y senadores lo rodeaban como perros entrenados bailando alrededor de su amo. EÁ l comenzoó a hablar con uno de ellos. Mme Ed. Adam me tomoó de la mano y me llevoó a eó l; pero el gran hombre declinoó el honor de conocerme — y dijo lo suficientemente fuerte como para que yo lo oyera — "No lo quiero — ya lo he dicho — es imposible." Me esfumeó y luego volvíó a casa, sumido, como dicen, en pensamientos sobre los cuales no necesito elaborar. Y asíó es como uno puede confiar en las palabras y las promesas.
Peor auó n, este relato aparecioó dos díóas maó s tarde en la portada de un perioó dico conservador, Le Figaro, con exageraciones paroó dicas calculadas para mostrar a Gambetta bajo la luz menos favorecedora. "Por lo tanto", decíóa, "uno de los escritores maó s importantes de su eó poca no sucederaó a M. de Sacy porque M. Gambetta no lo quiere. El argumento de que M. Flaubert carece de los tíótulos administrativos necesarios no se sostiene. ¿Los teníóa M. Ulbach, que ha sido nombrado para el Arsenal? Esa es la forma en que somos gobernados." Desde Berlíón, rumbo a Rusia, Turgenev 477
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escribioó que la fuente del periodista no podíóa ser ninguna de las tres uó nicas personas a quienes les habíóa hablado del incidente — Pauline Viardot, su esposo y Zola. Flaubert habíóa esperado humillacioó n, y humillado era coó mo se sentíóa al verse retratado en Le Figaro como un candidato despreciado. El artíóculo lo enfurecioó . Aquíó habíóa otra píóldora amarga para tragar, se lamentoó a Maupassant. Maldijo el díóa en que tuvo la idea de firmar su nombre en un libro. "No hay nada que lo deshaga, ¡ay! Pero estoy exasperado por la atencioó n que se le presta a mi persona . . . La gente protesta contra la Inquisicioó n, pero los reporteros son dominicanos bajo otra forma, eso es todo. Para llegar a Gambetta estaó n preparados para cambiar mis relaciones con Mme Adam y anunciar mi destitucioó n. ¡Castigo!" Fue un castigo por no cumplir con su lema de toda la vida, "Esconde tu vida," y quizaó s tambieó n por tratar de superar a un viejo amigo que, ahora reconocioó con una pequenñ a formalidad burocraó tica, teníóa un reclamo "jeraó rquico" sobre la direccioó n del Mazarine. Los intentos de ayudar a Flaubert no se detuvieron allíó. De hecho, el propio Baudry hizo un intento de este tipo, proponiendo que una sinecura — una bibliotecaria honoraria que proporciona un estipendio y alojamiento en el Instituto — se cree para eó l en el Mazarine. Flaubert declaroó que no podíóa aceptar "limosnas," que no se lo merecíóa, que invitaba al escrutinio puó blico, que la familia que lo habíóa arruinado a eó l maó s que al gobierno deberíóa cargar con la carga de alimentarlo. Su familia solo podíóa alimentarlo con ajenjo, y eó l lo sabíóa, recieó n le dijeron (a fines de febrero de 1879) que la venta de los activos de Commanville costaríóa doscientos mil francos, no seiscientos mil, y que ninguno de los ingresos estaríóa disponible para reembolsarlo. 404 ¿Coó mo debíóa pagar los salarios de la camarera cuando apenas podíóa pagar la tarifa del tren a Paríós? De hecho, estaba muerto y en bancarrota, pero el orgullo y el miedo continuaron defendieó ndose contra el mecenazgo. El 6 de marzo, Maupassant le advirtioó que el ministro de educacioó n, Ferry, parecíóa decidido a ofrecerle un tíótulo honoríófico con emolumentos. "La oferta se presentaríóa como un homenaje oficial y no como la concesioó n de una pensioó n a un hombre de letras," escribioó . "No estaríóas obligado a vivir en Paríós ni a realizar ninguó n servicio activo. Extraíódo de los fondos asignados en el capíótulo 25 . . . esta medida no es de ninguna manera anoó mala. Su suposicioó n es que el acuerdo superaraó tu resistencia." La resistencia de Flaubert no debíóa subestimarse. No le quedaba nada maó s que orgullo, respondioó , y sintioó que ya no podríóa escribir si perdíóa el orgullo. Una pensioó n disfrazada de "homenaje" seríóa una carga intolerablemente pesada para míó. El "tíótulo honoríófico" que lo acompanñ a apestaríóa de laó stima. ¡Ten en cuenta que esta nominacioó n debe insertarse en la Gazette oficial! Luego volveríóa a caer en manos de la multitud reportera. La medida seríóa criticada, discutida y se burlaríóan de tu amigo.
Habíóa, por otra parte, ciertas condiciones bajo las cuales podríóa ser posible disfrutar tanto del honor de la virtud como de las ventajas del deshonor.
404Esto provocó un estallido raro. "Yo, su mayor acreedor, ¿no recibiré nada?" regañó a Caroline. "¿Se debe concluir que Ernest se ha engañado a sí mismo una vez más? ¿Qué se pasa el día haciendo? Entiendo por qué no está alegre, por qué tiene ataques de desesperación, pero ¿de quién es la culpa? . . . Me prometí a mí mismo no hablar contigo sobre todo eso, pero lo hago de todos modos, a pesar mío."
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Flaubert: Una vida — Frederick Brown Si el tíótulo y la pensioó n se mantuvieran en secreto, los aceptaríóa, pero temporalmente, con toda la intencioó n de renunciar a ellos si la fortuna me favorece (incluso lo prometo) — una hipoó tesis que podríóa hacerse realidad cada vez que muera la anciana tíóa de Caro.
Reiteroó su argumento, maó s enfaó ticamente, en una segunda carta. "Si estoy seguro, absolutamente seguro, de que la transaccioó n tendraó lugar entre el ministro y yo, nadie maó s, acepto con gratitud y con la condicioó n (en mi opinioó n) de que sea un preó stamo, una medida temporal de ayuda." En lugar de esperar a la fortuna, le pediríóa a su hermano un estipendio anual equivalente a lo que Ferry estaba ofreciendo. La familia de Achille recaudaba cien mil francos al anñ o, afirmoó . "Pueden permitirse el lujo de ahorrar cinco mil de eso." Poco despueó s, Maupassant le informoó a Caroline, en una nota autocomplaciente, que habíóa convencido a su tíóo para que aceptara la pensioó n. Habloó demasiado pronto, o prevalecioó sin efecto, ya que despueó s de semanas de equivocacioó n, el ministerio retiroó su oferta, dejando a Maupassant para explicarle que carecíóa de fondos para una pensioó n sustancial, pero que podríóa otorgarle una fianza en el Mazarine bajo Baudry. Flaubert maó s tarde se enteroó de que Víóctor Hugo habíóa intervenido eneó rgicamente en su nombre. Este drama tortuoso cerroó el cíórculo y Flaubert estaba ahora, en mayo, dispuesto a aceptar lo que habíóa rechazado en febrero. "Lo prefiero de esa manera, ya no es limosna," le dijo a Caroline. "Sin duda, tres mil no equivale a cinco, pero puede haber un medio de aumentar la cantidad maó s tarde. En cualquier caso, mi conciencia descansaraó maó s faó cilmente." Su conciencia todavíóa estaba peleaó ndose con eó l cuando la cita en el Mazarine se convirtioó en un hecho consumado a fines de mayo. En cuanto a su hermano, Flaubert apenas habíóa abordado la cuestioó n del apoyo financiero de lo que Achille le ofrecíóa que eran tres mil francos al anñ o. El gesto fue tan espontaó neo que pensoó que debíóa haber sido un presagio de senilidad (los meó dicos de hecho habíóan diagnosticado un "ablandamiento del cerebro" en Achille) o, en el mejor de los casos, una maniobra evasiva. "Volvereó a plantearlo y no me sorprenderaó en absoluto si ha olvidado por completo nuestra conversacioó n. Fue una de esas situaciones en que los píócaros obtienen todo lo que piden." Las reuniones con Ferry en el Ministerio de Educacioó n y con Achille tuvieron lugar en junio, la mayoríóa de las cuales pasoó en Paríós. Otro evento que hizo que su estadíóa fuera inusualmente saludable fue el Saloó n anual, que — gracias a las cuerdas que jaloó — habíóa aceptado un retrato del Dr. Jules Cloquet por Caroline. Flaubert (cuyo gusto en el arte era decididamente maó s por Carolus Duran que Edouard Manet) cojeoó diligentemente a traveó s del vasto saloó n y despueó s hizo todo lo posible por promocionar la costumbre de su sobrina, pensando que ella, à la rigueur, se ganaríóa la vida como pintora. Cloquet pagoó una buena tarifa por su propio retrato. ES POSIBLE QUE FLAUBERT se haya salvado de la ruina total, pero la crisis de los Commanvilles se prolongoó mes tras mes, lo que afectoó fíósicamente y emocionalmente a todos los que participaron en ella. Mientras Ernest Commanville luchaba una vez maó s para recaudar dinero para otro aserradero, Caroline pasaba maó s tiempo en su caballete, se desahogaba con el padre Didon, tejíóa fantasíóas romaó nticas con el amigo de su tíóo, el poeta Heó reó dia, y Flaubert cuando no estaban juntos en Croisset, y describioó las 479
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aflicciones incapacitantes por las que ya no podíóa permitirse un spa: neuralgia, anemia, migranñ as, fatiga croó nica. Los nervios estaban terriblemente crispados, como se puede deducir de la carta que Flaubert le envioó el 16 de mayo: Mi Loulou, Dejeó tu lugar ayer atormentado por el remordimiento. ¡Por alguó n tiempo mi persona y mi correspondencia han sido muy desagradables! Pero considera la circunstancia atenuante de que estoy angustiado, de que retengo cien veces maó s de lo que dejeó salir, y no tengo a nadie a quien recurrir. ¡Yo que nacíó tan expansivo! Las necesidades de mi corazoó n no se cumplen, y mi soledad es completa.
Su propio cataó logo de quejas fue impresionante. El hueso roto, que se habíóa curado bastante bien, aparentemente agravoó su reumatismo. Despueó s de los viajes en tren entre Rouen y Paríós, sus pies generalmente estaban hinchados. La droga que tomoó para la epilepsia puede haber contribuido a su agotamiento. A menudo causaba un brote de eczema. Al finalizar el anñ o, informoó una inflamacioó n gotosa de articulaciones en su mano derecha. Teníóa lumbago, problemas en los ojos, amigdalitis, dolor de muelas insoportable. Todos menos uno de sus dientes superiores habíóan sido extraíódos. "La vida que llevo no es muy higieó nica," le dijo a Leó onie Brainne, subestimando el caso. El comeloó n tan mal equipado para masticar no podíóa comer carne, pero lo que comíóa, lo comíóa en exceso. Los paseos se convirtieron en eventos raros. En cualquier caso, se movíóa cautelosamente, cojeando. El enojo que Flaubert no se atrevioó a desahogar con Caroline deformaba su juicio. Subyugado por su malhumorada y obstinada sobrina, eó l mostroó una cara descarada a cualquiera que la cruzara. Los rangos se cerraron contra un mundo hostil, y relegado a ese mundo con una arbitrariedad sorprendente fue su amigo maó s devoto, Edmond Laporte. En 1878, el acreedor de Commanville, Faucon, acordoó extender el plazo para el reembolso de su preó stamo a condicioó n de que los garantes, Laporte y Raoul-Duval, renueven su compromiso. A instancias de Flaubert, Laporte, que desconfiaba de Commanville, aceptoó a reganñ adientes. Lo que no haríóa seríóa firmar el acuerdo en persona, sabiendo que Faucon queríóa encontrarse con un consejero regional con influencia políótica, y Flaubert se puso del lado de Laporte. "¡Ernest estaó indignado porque Laporte no quiso visitar a Faucon!" se quejoó a Caroline en enero de 1879. "Y lo acusoó de 'volverse contra eó l,' un comentario malicioso que intentaba abrir una brecha entre nosotros. Seraó mejor que me detenga . . . Es curioso coó mo alguien puede pensar que eó l solo tiene derechos mientras todos los demaó s estaó n obligados a servirlo." Diez meses despueó s, cuando Commanville queríóa otra extensioó n y Faucon una segunda renovacioó n del compromiso de los garantes (presumiblemente con intereó s), Laporte se negoó . Las cosas no le habíóan ido bien. Su faó brica habíóa cerrado, sus ahorros habíóan disminuido incluso cuando planeaba casarse, y la necesidad lo habíóa obligado a aceptar el puesto de Inspector del Trabajo para la regioó n de Nevers en el centro de Francia. No podíóa arriesgarse a hipotecar su propiedad. Inducido por Caroline y Commanville, Flaubert le suplicoó que lo reconsiderara. "Es urgente que Faucon se desanime de iniciar un protesto legal, para evitar honorarios inuó tiles, y solo tuó tienes las credenciales. ¿No es ese el teó rmino, credenciales?" escribioó el 27 de septiembre. "Entonces, escríóbele de inmediato . . . Como eres reacio a ver a Faucon, dile que tu fortuna consiste 480
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completamente en bienes inmuebles y que para cumplir con tus obligaciones deberíóas tomar prestado . . . Haz que nos deó otros cinco o seis meses . . . (Para entonces, ya nos habremos liberado de este líóo, de una foma u otra.) Tu firma es buena, los banqueros la respetan . . . No hay otra salida en este momento, querido muchacho. Hazlo, te lo ruego. Estoy harto y cansado de todas estas historias, esa es la verdad." Laporte pensoó que era imperdonable que Commanville pusiera a Flaubert en una posicioó n de un lado o de otro, y le pidioó a su amigo que se excusara. Bajo coaccioó n, Flaubert le suplicoó una vez maó s. Estoy asombrado por una carta tuya, que Commanville me acaba de mostrar. Me parece que no entiendes la situacioó n. ¿Es eso posible? Faucon podríóa exigirle que le pague catorce mil francos antes de fin de anñ o. Acepta retrasar la fecha de vencimiento de un anñ o y por este ligero servicio quiere veinticinco mil francos. Ahora, Commanville ha encontrado un capitalista que reembolsaraó a Faucon de inmediato y no exigiraó el reembolso durante dos anñ os, la mitad en diciembre de 1880, la mitad a fines de 1881. Raoul-Duval ha aceptado esta transferencia . . . ¿Queó te impide hacer lo mismo? ¿De que estaó s asustado?
Que Commanville era arrogante y tramposo no podríóa haber sido maó s obvio, y en febrero de 1880, Laporte le entregoó papeles exigiendo el reembolso inmediato de una deuda de trece mil francos (presumiblemente el saldo del preó stamo bancario de veinticinco mil francos, no pagado y vencido, por lo cual Laporte habíóa estado de fianza). Cuando Caroline lamentoó su "falsedad," Flaubert, que poco antes habíóa llamado a Laporte "sin dudas, mi mejor amigo," se hizo eco de ella. De la noche a la manñ ana, como moneda repentinamente devaluada, las numerosas pruebas de devocioó n de Laporte no contaron para nada. Para Edma Roger des Genettes, Flaubert lamentaba que un hombre al que consideraba acertadamente como su fidus Achates405 lo hubiera traicionado con una demostracioó n de "vulgar egoíósmo." Empeoroó las cosas que Laporte, lejos de imaginarse comprometida su amistad, esperaba que continuara como antes. Cuando se supo que de eó l habíóa tenido lugar una ruptura, lamentaba la peó rdida y aparentemente nunca se recuperaríóa del todo. Pero tampoco, tal vez, Flaubert. "El estado intelectual en el que tu complicacioó n deplorable me ha hundido hace que el trabajo me sea imposible," le escribioó a Caroline. "Pienso en ello incesantemente. Estoy maó s cansado que atormentado. Ni siquiera me atrevo a mostrar mi rostro en Rouen (donde debo consultar al oculista) por temor a encontrarme con Laporte. No sabríóa queó expresioó n usar o queó decir." Todo el asunto se le quedoó en la garganta, le dijo a su sobrina. Los dos nunca se volvieron a ver. En diciembre, Laporte le habíóa enviado a Flaubert un saludo de Anñ o Nuevo dirigido a "mi viejo amigo." En parte decíóa: "Cualesquiera que sean los sentimientos sobre míó inculcados por otros, no quisiera que el anñ o termine sin enviarte todos mis afectuosos deseos. Aceó ptalos como dados. Vienen de un hombre que puede ser tu mejor amigo. Te abrazo." Flaubert no pudo responder. A TODAS las apariencias externas, la vida continuoó como antes. El anñ o 1879 cerroó con obsequios de salmoó n ahumado y caviar de Turgenev, quien tambieó n envioó a su amigo 405Un amigo fiel o devoto seguidor.
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una traduccioó n al franceó s de Guerra y Paz. La novela de Tolstoi, que Flaubert habríóa amado sin reservas, salvo por las digresiones filosoó ficas del autor, se desvanecioó tan raó pido como tardoó en escribir tres paó ginas sobre religioó n en el capíótulo penuó ltimo de Bouvard et Pécuchet. El anterior septiembre, Flaubert habíóa pasado varias semanas en el 240 de rue du Faubourg Saint-Honoreó , al menos uno de ellas con Juliet Herbert. Hubo muchas cenas, otras reuniones y una visita de peó same a Saint-Gratien, donde Mathilde estaba de luto por la muerte del hijo de Napoleoó n III, Eugeè ne — muerto mientras luchaba, con los britaó nicos, contra los zuluó es en Sudaó frica, solo nueve anñ os despueó s de que Charles Oman lo viera como un ninñ o que estaba ejercitando a sus pequenñ as tropas en las Tulleríóas. A partir de entonces, desde principios de diciembre, Flaubert vivioó en Croisset en una solidez de hielo y nieve, recorriendo los tratados teoloó gicos, los catecismos y los manuales de los seminaristas que Bouvard y Peó cuchet deben consultar al final de su inuó til buó squeda, y encontrando alguó n consuelo en la políótica anticlerical de su patroó n, Jules Ferry, ahora primer ministro. A pesar de que el catolicismo se estaba agrupando en Croisset, el gobierno republicano se estaba preparando para desterrar a los jesuitas de Francia. Pero ni este golpe a la Orden Moral ni la reedicioó n de Charpentier de L'Éducation sentimentale (que, seguó n esperaba, seríóa recibido maó s favorablemente bajo una edicioó n diferente) lo alegraron. En todo caso, el lamento crecioó maó s fuerte. Para Edma Roger des Genettes, se quejaba de los trabajos "estuó pidos o maó s bien estupidisantes [stupidifiantes]" en su plan de trabajo. "Los panfletos religiosos de Monsenñ or de Seô gur, las elucubraciones del padre Huguet, S.J., de Baguenault de Puchesse, etc., de ese excelente hombre, M. Nicolas, que piensa que Wolfenbüttel es un hombre. . . y como resultado fulmina contra Wolfenbuë ttel! 406 La religioó n moderna es definitivamente increíóble, y Parfait, en su Arsenal de la dévotion, solo ha aranñ ado la superficie. ¿Queó piensas sobre el tíótulo de este capíótulo, en un manual llamado Domestiques pieux: 'Sobre la modestia en el Clima Caó lido'? ¡Y el consejo para las criadas de no aceptar el servicio con actores, posaderos y traficantes en grabados obscenos! . . . ¡Y los imbeó ciles declaman contra Voltaire, que era un hombre verdaderamente espiritual! El propio libro infernal de Flaubert lo dejaríóa con muerte cerebral, le predijo a Leó onie Brainne. Ya habíóa tenido suficiente de eó l. Si conocíóa a alguien que contemplara una tarea como la que habíóa emprendido, lo tendríóa comprometido con el manicomio de Charenton. "Queó podríóa ser maó s loco que verter el oceó ano en una botella, como lo estaó haciendo tu humilde servidor." Auó n asíó, reflexionoó , ¿haríóamos algo en este mundo si no siguieó ramos las ideas falsas? Y para entonces vio el final de Bouvard et Pécuchet. A continuacioó n estaó el uó ltimo capíótulo. Sus notas conteníóan la mayoríóa de las citas atroces necesarias para el segundo volumen, el sottisier. Anticipando la paó gina final, comenzoó ya en diciembre de 1879 a planear una celebracioó n con amigos en Croisset. "Cuando enero haya pasado," le escribioó a Zola el 3 de diciembre, "debes venir a verme. Disponlo con anticipacioó n con nuestros amigos. Seraó un pequenñ o 'deleite familiar' y me haraó bien. En ese momento, esperemos que esteó en mi uó ltimo capíótulo." A mediados de marzo de 1880, la fiesta debíóa haber tenido lugar 406Wolfenbüttel, una ciudad en Sajonia, era conocida (entre los conocedores, si no necesariamente por Edma) por una biblioteca rica en incunables. Gotthold Lessing, el gran crítico literario alemán del siglo XVIII, fue durante muchos años su director.
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durante la semana de Pascua. Flaubert informoó a Zola, que hizo todos los arreglos praó cticos, que podíóa proporcionar cuatro camas, y que la ausencia por cualquier motivo, incluida la muerte, seríóa inaceptable. Viniendo de Paríós estaban el propio Zola, Charpentier, Daudet y Goncourt. (Turgenev todavíóa estaba en Rusia.) Guy de Maupassant habíóa aceptado reunirse con ellos en la estacioó n de ferrocarril de Rouen con carruajes. La víóspera de su llegada, el saó bado 27 de marzo, Flaubert le escribioó a Caroline que el evento seríóa "gigantesco." Puede que no haya sido gigantesco, pero fue una reunioó n alegre de amigos que rara vez se habíóan visto desde 1877. Se veíóa pintorescamente ruó stico con un sombrero campesino de Calabria, una amplia chaqueta y pantalones plisados que, en la descripcioó n de Goncourt, acomodaba su gran trasero, Flaubert los recibioó efusivamente mientras sus carruajes rodaban. Goncourt pronto decidioó que la propiedad era maó s adorable de lo que recordaba, con una franja de hermosos aó rboles torcidos por la tormenta, y los maó stiles de las goletas deslizaó ndose maó s allaó de las ventanas de la sala como enormes cometas majestuosas. "La cena fue muy buena, y un rodaballo en salsa de crema es bastante maravilloso," escribioó . "Bebimos muchos vinos diferentes y contamos historias obscenas durante toda la noche, que hizo reíór a Flaubert, la risa de la alegríóa pura de un ninñ o." Invitado a leer Bouvard et Peó cuchet, se negoó por una vez, temeroso quizaó s de que le hubieran arrojado ladrillos a eó l, o haríóa eco de una pared de civilidad educada. Por lo tanto, sus amigos se retiraron antes de lo que los invitados de Croisset solíóan hacerlo, a las habitaciones fríóas pobladas por los bustos familiares. "Al díóa siguiente", continuoó Goncourt, "nos levantamos tarde y nos quedamos conversando en el interior porque Flaubert declaroó que caminar seríóa un esfuerzo inuó til. Partimos despueó s del almuerzo." En Rouen, Goncourt, un aó vido coleccionista, persuadioó a sus companñ eros para que se unieran a eó l en las tiendas de antiguë edades. Resultoó que la mayoríóa estaba cerrada el lunes de Pascua, por lo que se reparoó en un cafeó , jugaron billar durante dos horas y media y tomaron el tren de la tarde a Paríós. Flaubert planeaba seguirla en mayo y le pidioó a Caroline que se deshiciera lo maó s posible de los muebles que habíóa trasladado de su antiguo apartamento en el 240 de la rue du Faubourg Saint-Honoreó , al suyo. Le molestaba que todavíóa no hubiera completado su trabajo para entonces. Ademaó s, el viaje en síó mismo seríóa una dura prueba, pensoó , con la perspectiva de una conversacioó n estuó pida en el camino y el estruendo de los acontecimientos actuales en Paríós. Pero se necesitaba desesperadamente un respiro de Croisset. Queríóa pasar tiempo con la princesa Mathilde, Edma Roger des Genettes, Leó onie Brainne y Maxime Du Camp. Flaubert nunca llegoó a Paríós. Pasoó la tarde del 7 de mayo en companñ íóa de su meó dico, Charles Fortin, comiendo copiosamente y recitando a Corneille. Al díóa siguiente, se levantoó tarde como de costumbre, se banñ oó , realizoó su aseo y leyoó el correo de la manñ ana mientras esperaba el desayuno. Las cosas fueron terriblemente mal. Superado por un aparente ataque al corazoó n, llamoó a la doncella, quien, cuando finalmente subioó las escaleras, lo encontroó desplomado en el sofaó , apenas vivo, apretando una botella de sales aromaó ticas. Maó s tarde, se corrioó el rumor de que habíóa sufrido un ataque epileó ptico, pero esta no era la opinioó n del meó dico, el interno de Achille, que llegoó del Hoô tel-Dieu una hora maó s tarde. Para entonces, ya estaba muerto. Fue para Maupassaut, el "discíópulo," cuya estrella literaria Flaubert habíóa visto crecer con la publicacioó n en abril de "Boule de Suif", vestir el cadaó ver de Flaubert y 483
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comunicar las noticias de su muerte a aquellos que se habíóan reunido felizmente en Croisset solo seis semanas antes. Se les informoó que el funeral se llevaríóa a cabo el 11 de mayo. Esta vez hicieron arreglos por separado. Al salir de su casa de campo en Meó dan, Zola tomoó un tren raó pido en Mantes y se encontroó con Daudet, junto con una modesta delegacioó n de reporteros. Goncourt habíóa llegado a Rouen la noche anterior. Su carruaje de alquiler interceptoó el cortejo fuó nebre entre Croisset y Canteleu. "Salimos, nos quitamos el sombrero," escribioó Zola. "Nuestro buen y gran Flaubert parecíóa venir hacia nosotros, acostado en su atauó d. Todavíóa podíóa verlo en Croisset, saliendo de su casa y plantando grandes besos sonoros en mis mejillas. Y ahora, nos encontramos nuevamente, por uó ltima vez. Se estaba acercando, como para darnos la bienvenida. Cuando vi el coche fuó nebre con sus cortinas corridas, sus caballos a paso de pie, su suave y funerario balanceo, . . . Me sentíó helado y comenceó a temblar." Hubo unos doscientos dolientes. Maupassant habíóa sido instruido por los Commanvilles para que excluyera a Laporte de la caó mara mortuoria. Las campanas sonaron mientras el cortejo, desenredado y polvoriento, avanzaba cuesta arriba por una carretera que bordeaba los campos de trigo. Canteleu hizo todo lo posible por Flaubert en su pequenñ a iglesia decreó pita. Cinco cantores ruó sticos con sobrepellices sucios lucharon durante la liturgia latina. Eran tan ineptos que la multitud esperaba lo que siguioó — una caminata de siete kiloó metros hasta la Cimetieè re Monumental en Rouen, donde Flaubert se uniríóa a sus padres y Louis Bouilhet. Aquellos que esperaban que su nuó mero aumentara una vez que entraron en Rouen se decepcionaron. "En las puertas de la ciudad encontramos solo un escuadroó n de soldados, el míónimo asignado a todos los miembros fallecidos de la Legioó n de Honor: una pompa insignificante para uno tan grande," escribioó Zola, cuya descripcioó n del evento evoca el paseo a ciegas de Emma Bovary a traveó s del ciudad con Leó on. "A lo largo de los muelles, luego a lo largo de la avenida principal, grupos de burgueses nos observaban con curiosidad, sin saber quieó n era el hombre muerto, o asociando el nombre de Flaubert con su padre y hermano." El mejor informado entre ellos, afirmoó , habíóa llegado a ver periodistas parisinos. "No hay la menor senñ al de duelo en las caras de estos espectadores. Una ciudad inmersa en el lucro . . . El hecho es que en la víóspera de su muerte, Flaubert era desconocido para las cuatro quintas partes de Rouen y detestado por la otra quinta." Zola exageroó una verdad, como era su costumbre, pero permanecioó perfectamente fiel a la afirmacioó n de Flaubert de que el odio contra los Rouennais era el comienzo del verdadero discernimiento. Charles Lapierre, director del perioó dico Le Nouvelliste de Rouen, pronuncioó unas palabras en el cementerio. Consciente de la aversioó n de su tíóo a la retoó rica de la tumba, Caroline habíóa desalentado los elogios. Sin embargo, Flaubert no iba a evitar una uó ltima verguë enza. El pozo habíóa sido cavado para un atauó d maó s pequenñ o. Se quedoó agachado a mitad de camino, y cuando los intentos de corregirlo resultaron inuó tiles, se convencioó a los excavadores de que esperaran hasta que todos se fueran. Por lo tanto, el entierro de Flaubert, como Bouvard et Pécuchet, no pudo terminar del todo. Goncourt, Zola y Daudet dejaron a su amigo suspendido en un aó ngulo, con los pies maó s altos que su cabeza, todavíóa no en la tierra ni maó s arriba de ella. DIEZ ANÑ OS despueó s de la muerte de Flaubert, Guy de Maupassant lo recordoó como hubiera deseado ser recordado en la Cimetieè re Monumental. En 1879, Flaubert, que 484
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necesitaba apoyo moral para una tarea que encontraríóa excesivamente dolorosa, le habíóa pedido a su joven amigo que pasara dos díóas en Croisset. Allíó habíóa tenido lugar una especie de cremacioó n simboó lica, con Flaubert como cadaó ver y oficiante. A Maupassant se le mostroó un gran bauó l que conteníóa cartas que abarcaban medio siglo. Flaubert habíóa decidido ordenarlas y quemar a aquellas que dijeron maó s de lo que eó l queríóa saber o muy poco para justificar su supervivencia. Exactamente diez anñ os antes, Louis Bouilhet habíóa hecho lo mismo, para fastidio de Flaubert. "¿Por queó ?" preguntoó en ese momento. "¿Puede ser que eó l sintiera el acercamiento de la muerte? (Alfred tambieó n teníóa esta maníóa de autos de fe). Estaba enojado y me sentíó un poco enganñ ado al descubrir que no habíóa guardado una gran cantidad de mis cartas." Pero la sensacioó n causada por la publicacioó n en 1874 de las cartas de amor de Prosper Meó rimeó e, Lettres à une inconnue, le habíóa ensenñ ado una leccioó n. Retrocediendo en el tiempo, desde la mediana edad hasta la adolescencia, el triaje autobiograó fico duroó hasta el amanecer. Leyoó algunas cartas en voz alta y otras en silencio; eó l lloroó sobre las de su madre; saboreoó la de George Sand; arrojoó punñ ados al fuego, incluido un paquete atado con una cinta roja, presumiblemente las de Louise Colet, que conteníóa una zapatilla de baile y una rosa seca en un panñ uelo de encaje amarillento. Cuando todo terminoó , Maupassant, incapaz de dormir, reflexionoó sobre todo lo que habíóa ardido: recuerdos de intimidad, expresiones de ternura familiar, rastros de personas brevemente conocidas y olvidadas hace tiempo, la paja de la vida cotidiana. "Todo lo que habíóa poseíódo, experimentado y probado estaba allíó," escribioó Maupassant. Pero el universo entero habíóa pasado por esa cabeza fuerte de ojos azules, desde el comienzo del mundo hasta el presente . . . Habíóa sido el sonñ ador que medio vivioó en la Biblia, el poeta griego, el soldado baó rbaro, el artista del Renacimiento, el pataó n y el príóncipe, el mercenario Matho y el doctor Bovary. Tambieó n habíóa sido la pequenñ a y coqueta burguesa de los tiempos modernos y la hija de Amíólcar. Habíóa sido todo eso en realidad, no solo en suenñ os, porque el escritor que piensa como eó l se convierte en lo que siente . . . Felices son aquellos que han recibido el "je ne sais quoi" del cual son a la vez el emisario y las víóctimas, esa facultad de multiplicarse a traveó s del poder evocador y generativo de la Idea. Durante las exaltadas horas de trabajo, escapan de la congestioó n de la vida real en su banalidad, su mediocridad y su monotoníóa. Pero luego, cuando se despiertan. . .
Flaubert sin duda se habríóa juzgado a síó mismo de manera diferente. Un resumen maó s en el espíóritu de esa noche incendiaria fue el saludo que le habíóa enviado a George Sand el díóa de Anñ o Nuevo de 1869, varios meses antes de la publicacioó n de L'Éducation sentimentale. "¡No hago nada de lo que me gustaríóa hacer!" se lamentoó . "Porque uno no elige sus temas: estos se imponen. ¿Alguna vez encontrareó el míóo? ¿El que mejor se adapte a míó caeraó alguna vez del cielo? ¡En ocasiones, en mis maó s vanos momentos, cuando vislumbro cuál debe ser la novela! [Pero es como pensar] que la iglesia maó s hermosa combinaríóa el campanario de Estrasburgo, la fachada de San Pedro, el poó rtico del Partenoó n. ¡Me comprometo con ideales contradictorios! . . . ¡Vivir es un oficio para el que no estoy recortado! Y todavíóa, y todavíóa."
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Epílogo TRES MESES despueó s de la muerte de Flaubert, Croisset fue comprado por industriales que no perdieron el tiempo haciendo planes para construir una destileríóa. En octubre, la granja habíóa sido derribada, el tulipaó n habíóa sido arrasado y los setos de tejo habíóan sido arrancados de raíóz. De la villa no quedaba maó s que un esqueleto de vigas, que, como cualquier transeuó nte podíóa ver claramente, se habíóan estado pudriendo detraó s de la fachada blanca y enlucida. Dos estructuras de ladrillos rojos se levantaron en su lugar, un almaceó n de maíóz y una planta para triturarlo. "El almaceó n a dos aguas es la uó ltima palabra en disenñ o industrial," escribioó el caballero que en su infancia a menudo habíóa echado un vistazo a Flaubert a traveó s de la puerta de entrada. "La destileríóa tambieó n tiene aguilones, con vidrios que revelan una maranñ a de alambiques y tubos de cobre." Una enorme tuberíóa transportaba grano a las cubas de fermentacioó n, mientras que otra arrojaba detritus blanco y espumoso al Sena. Donde Flaubert una vez habíóa amarrado su bote, los buques descargaban carboó n. Donde escribioó Madame Bovary, las pilas vomitaban humo todo el díóa. Donde, durante maó s de treinta anñ os, habíóa sido la uó nica laó mpara que ardíóa en la noche, los faroles de gas ahora iluminaban la sombríóa fachada de la faó brica y arrojaban una misteriosa luz sobre el ríóo.
EN CUANTO a los que se habíóan alejado de eó l en varias etapas de su viaje mortal, Flaubert los habríóa llamado companñ eros en la balsa de la naufragada Medusa. Acerca de algunos — Juliet Herbert, por ejemplo, que aparentemente heredoó lo suficiente de la hija soltera de su tíóo rico para disfrutar de seguridad material en la vejez — se sabe poco. Sobre los demaó s hay un registro maó s amplio. Acerca de Ernest Chevalier, por ejemplo. En 1848, tres meses despueó s de la Revolucioó n de Febrero, Flaubert habíóa recibido una carta angustiada de su amigo maó s viejo, que ocupaba el cargo de fiscal adjunto en Ajaccio, Coó rcega, y estaba esperando su destino bajo el nuevo gobierno. "No seó queó seraó de míó," escribioó Chevalier. "Probablemente seraó reemplazado por alguó n luchador . . . Los Banditti se han agrupado y estaó n atacando a los gendarmes . . . La situacioó n no puede durar y creo que pronto estareó cerca de ti." Su pronoó stico resultoó ser excesivamente pesimista. La repuó blica lo envioó a Grenoble. Luego, bajo Napoleoó n III, se convirtioó en un prominente magistrado en el poder judicial imperial, sirviendo con distincioó n como procureur impeó rial, o fiscal general, en varias provincias, incluida Anjou. Lo habíóan hecho un chevalier del Leó gion d'Honneur en 1861. Esto no trabajoó a su ventaja despueó s del 4 de septiembre de 1870. Despedido de su cargo, se retiroó a Chalonnes, un pequenñ o pueblo en el Loira, cuyos ciudadanos lo eligieron alcalde. Cinco anñ os despueó s de la muerte de Flaubert, Chevalier ganoó las elecciones para la Caó mara de Diputados y se sentoó a la derecha. Edmond Laporte, que se inclinoó políóticamente en la direccioó n opuesta, se casoó con Marie Le Marquant en septiembre de 1882 y con el tiempo tuvo dos hijos con ella. Nombrado inspector de trabajo para la regioó n de Paríós, implementoó rigurosamente 486
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leyes que protegíóan a menores y mujeres y en 1890 se unioó a la delegacioó n francesa en una conferencia internacional que se ocupoó de formular una políótica comuó n para mejorar la suerte de los trabajadores de las faó bricas. Fue admitido en la Legioó n de Honor y se convirtioó en un miembro del Consejo Regional de Baja Normandíóa, donde sus anñ os de lasciva celebracioó n con Flaubert y Maupassant no lo inhibieron de hacer campanñ a contra la propagacioó n de la pornografíóa. Excepto en ese sentido, la lealtad de Laporte a Flaubert nunca se detuvo. Que algo de Croisset sobreviva hoy se debe en parte a eó l, ya que en 1905 ayudoó a recaudar dinero para salvar su pabelloó n. Su hija Louise se casoó con Reneó Dumesnil, un meó dico recordado por sus copiosos escritos sobre Flaubert. Entre otros recuerdos que Flaubert habíóa quemado esa noche en 1879 habíóa una carta de hacíóa ocho anñ os de EÁ lisa Schlesinger anunciando la muerte de Maurice. Flaubert habíóa esperado entonces que EÁ lisa se repatriara a síó misma para que "el final de mi vida," como eó l dijo, "no se gaste lejos de ti." En cambio, ella permanecioó en BadenBaden, bajo el mismo techo que su hija y yerno. Su hijo, Adolphe Schlesinger, un jugador inveterado, que habíóa luchado en el ejeó rcito franceó s durante la guerra francoprusiana, recuperoó algunas de sus peó rdidas al casarse con una heredera de la fortuna de los fuegos artificiales Ruggieri, en la ceremonia presenciada por un lloroso Flaubert. EÁ lisa sufrioó otro ataque de nervios y se volvioó a recluir en el sanatorio de Illenau, esta vez para siempre. Ella murioó despueó s de trece anñ os de internamiento, en 1888. Marie-Sophie Leroyer de Chantepie, que tambieó n murioó ese anñ o, terminoó sus díóas mucho maó s feliz que EÁ lisa. En 1877, cuando Angers reconstruyoó su teatro municipal, Marie-Sophie se convirtioó en miembro fundador de la Association artistique des concert populaires y donoó fondos para ayudar a los escolares pobres a asistir a representaciones de muó sica claó sica. Con sus ojos fallando, la muó sica se convirtioó en su salvacioó n. Entre conciertos sinfoó nicos en el teatro, organizoó veladas musicales en casa, para consternacioó n de la burguesíóa de Angers, que consideroó indecoroso que una octogenaria organizara tales entretenimientos y, lo que era peor, invitoó a protestantes y librepensadores. No siendo tiranizada por la culpa, la exceó ntrica anciana, que paseaba por la ciudad en su cabriolet vistiendo ropas que habíóan pasado de moda medio siglo antes, era conocida maó s allaó de Anjou. Cuando murioó , un perioó dico ingleó s titulado The Woman's Penny Paper, notando su devocioó n por los artistas franceses, la declaroó digna de membresíóa poó stuma en la Acadeó mie des Sciences et des Belles-Lettres de Angers. No es imposible que en alguó n momento ella y Ernest Chevalier se conocieran mutuamente. La Acadeó mie française encontroó a Maxime Du Camp digno de ser miembro en febrero de 1880, a pesar de las protestas de la izquierda, cuya oposicioó n se derivaba principalmente de sus reflexiones hostiles sobre la Comuna. Fue elegido justo a tiempo para ganarse un agrio reconocimiento por parte de Flaubert. "Tu placer es míóo, pero auó n asíó estoy asombrado, atoó nito, estupefacto, y me pregunto por queó te molestaste en [solicitarlo], para queó sirvioó . ¿No te acuerdas de las parodias que tuó , Bouilhet y yo improvisamos en Croisset, con discursos absurdos de induccioó n a la Acadeó mie française?" Du Camp se perdioó el funeral de Flaubert, alegando enfermedad. Su ausencia no lo hizo querer por Caroline, pero dos anñ os maó s tarde, con la publicacioó n de Souvenirs littéraires, se convirtioó en su enemigo jurado al divulgar el secreto de Flaubert — sugiriendo con malisiosa compasioó n, que la epilepsia lo habíóa atrofiado y fue la razoó n por la que escribioó tan laboriosamente como lo hizo. En su escritorio, 487
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donde guardaba un retrato de Flaubert, Du Camp escribioó con fluidez, produciendo, entre muchas otras cosas, adiciones a su Paris, ses organes. Lo que maó s le interesoó particularmente fueron los desafortunados de Paríós y las organizaciones beneó ficas privadas de todas las religiones comprometidas a salvarlos del olvido o el crimen. Como un aó gil hombre de 65 anñ os, visitoó refugios nocturnos para personas sin hogar, acompanñ oó a monjas recogiendo productos en sus rondas de los mercados puó blicos de la ciudad, entrevistoó a hueó rfanos en el extraordinario Orphelinat d'Auteuil del abad Roussel y paralíóticos en dormitorios catoó licos, examinoó cuentas, inspeccionoó las caó rceles y visitoó las Oeuvres des libeó reó eóes de Saint-Lazare, una organizacioó n creada para ayudar a las mujeres convictas liberadas de la caó rcel a reintegrarse en la sociedad. Las notas acumuladas en Paríós se convirtieron en los libros que escribioó en BadenBaden, donde eó l y los Husson pasaron la mitad del anñ o: La Charité privée à Paris y Paris bienfaisant. De una pieza con sus descripciones de la decadencia fueron sus admiradores retratos de los virtuosos que les ministraron, y subyacente a este tributo fue una críótica de la campanñ a del gobierno republicano contra las oó rdenes religiosas. Un no creyente que simpatizaba con el clero, Du Camp argumentoó que la iglesia merecíóa el pleno reconocimiento de la repuó blica secular por su trabajo caritativo. Flaubert habríóa tenido problemas con eó l, asíó como con su visioó n indulgente del conquistador reciente de Francia. En cuatro artíóculos anoó nimos publicados posteriormente entre las cubiertas bajo el tíótulo L'Allemagne actuelle, apoyoó una políótica de reconciliacioó n. Siguieron maó s libros, incluido uno que deseaba que no apareciera sino hasta despueó s de su muerte, Souvenirs d'un demi-siècle. La edad transformoó al desgarbado y atildado Du Camp en una figura redondeada con una franja de barba blanca. Al final, sus amigos fallecieron y su espíóritu se hundioó . "Ya no soy una nodriza enferma," escribioó en 1890. "EÁ mile Husson (treinta y cinco anñ os de vida juntos) fue enterrado el lunes pasado. Freó deó ric Fovard, mi hermano mayor, mi companñ ero desde 1843, seraó enterrado manñ ana. Aglaeó Sabatier, el Preó sidente, el recuerdo de nuestra juventud, fue enterrado el saó bado pasado. Estoy devastado." La muerte lo reclamoó en febrero de 1894 en Baden-Baden. Presentes, cuando su atauó d fue trasladado de la villa de Husson a la Stifskirche para una misa solemne, estaban representados el emperador alemaó n y el zar. Llegoó a Paríós y al cementerio de Montmartre el 12 de febrero. Privada de su marido, su amante y finalmente su razoó n, Adeè le Husson murioó seis meses despueó s en el sanatorio de Illenau, donde EÁ lisa Schlesinger habíóa languidecido.
La noticia de la muerte de Flaubert, que llegoó a Turgenev en Rusia en Spasskoe, fue un terrible golpe para eó l. Le habíóa dejado afligido, le escribioó a la hija de Pauline Viardot, Marianne (la esposa de Gabriel Faureó ). "Despueó s de tu familia y Annenkov, eó l era, creo, el hombre que maó s amaba en el mundo . . . La uó ltima vez que lo vi [en Croisset] no tuvo premonicioó n de lo que pronto lo alcanzaríóa. Yo tampoco, y sin embargo habloó libremente sobre la muerte. Se estaba preparando para terminar su novela, estaba pensando en trabajos futuros407 . . . Algunas veces, en sus cartas, decíóa que esta novela, 407Las futuras obras de las que habló incluyeron un libro sobre las Termópilas, así como una novela sobre París durante el Segundo Imperio.
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que le causaba tanto dolor, lo mataríóa. ¡Si la hubiera completado!" Para Zola, Turgenev escribioó : "No es solo que nos haya dejado un talento notable, sino tambieó n un hombre maravilloso; eó l fue el centro de nuestras vidas." Aunque la gota le causoó a Turgenev una enorme angustia, rara vez lo mantuvo confinado a la casa por mucho tiempo. De hecho, pasoó maó s tiempo en San Petersburgo que en Paríós durante los anñ os 1880-81. Dispuesto — hasta el asesinato del zar Alejandro II — a subestimar o incluso justificar el terrorismo, Turgenev se vio aclamado por los estudiantes universitarios rusos como un gran hombre, un aspirante a salvador, una mente progresiva capaz de unir a los elementos de izquierda, y se deleitoó en su adulacioó n. Pero tambieó n amaba a la alta sociedad, que no lo excluyoó por su flirteo con la políótica radical. La princesa Worontzoff lo invitoó a una gran cena aristocraó tica en su palacio; la gran duquesa Catalina y la princesa Paskevich hicieron lo mismo. Despueó s de San Petersburgo regresoó a la provincia de Orel, donde le esperaban placeres de otro tipo. En su propio dominio privado, sonñ oó , escribioó historias sobre lo sobrenatural, fue a cazar y, con una caja de rapeó en la punta de los dedos, dilatoó el estado de Rusia. Los amigos vinieron de lejos para quedarse con eó l. Incluyeron a Leoó n Tolstoi, cuyo genio proclamoó , pero cuyo evangelismo lo hizo estremecerse. Por mucho que anhelara el homenaje de los joó venes intelectuales, el brillo de la sociedad de San Petersburgo, la comodidad de su lengua materna y el ambiente de la infancia, lo que Turgenev encontraba irresistible en Rusia era la perspectiva del rejuvenecimiento. A los sesenta y un anñ os, el leoó n literario de melena blanca se enamoroó de una actriz de veinticinco anñ os llamada Maria Gavrilovna Savina, que reinaba en el Teatro Alexandrine de San Petersburgo. Despueó s de haber elegido Un Mes en el Campo para la temporada de otonñ o de 1879, Savina ganoó la aclamacioó n universal como Vera y, fuera del escenario, ejercioó sus encantos sobre un dramaturgo agradecido. No es que se entregara a Turgenev. Parece, de hecho, que ella no lo hizo. Pero entonces Turgenev, quien por su propia cuenta prosperoó maó s en el amor platoó nico que en el amor carnal, no la importunoó . Los encuentros no consumados resultaron tristemente satisfactorios, y muchos de esos encuentros tuvieron lugar. Se encontraron en San Petersburgo, en Moscuó , en Paríós. Turgenev hizo que Savina visitara Spasskoe, y en una ocasioó n, mientras viajaba hacia el sur, abordoó su tren en Mtsensk por la ruta de treinta millas hasta Orel. "De repente noto que mis labios susurran, '¡Queó noche podríóamos haber pasado juntos!'" le escribioó despueó s de esa cita fugitiva. "Y de inmediato me doy cuenta de que esto nunca sucederaó y que, al final, abandonareó este mundo sin tu recuerdo . . . Estaó s equivocada al reprocharte a ti misma, a llamarme tu 'pecado'. ¡Ay! Nunca sereó eso . . . Mi vida estaó detraó s de míó, y esa hora que paseó en el compartimento del ferrocarril, cuando me sentíó como un joven de veinte anñ os, fue el uó ltimo estallido de la llama." Casi liberada de un matrimonio desastroso pero ya comprometida con lo que seríóa otro, Savina encontroó en este cortejo un escape de sus enredos matrimoniales. Mientras tanto, Turgenev, que nunca se habíóa casado con Pauline Viardot sino que permanecíóa ligado a ella, estaba promulgando una versioó n falsa del amor aduó ltero, atormentando a su companñ era de toda la vida (cuando ella lo confrontaba) con negaciones que sonaban como confesiones. Al regresar a Francia en septiembre de 1881, Turgenev parecíóa no haber empeorado por su amanecer ilusorio. Esa fue la impresioó n de amigos ingleses, que lo vieron disparar a la perdiz y entreteniendo a companñ eros literatos en una cena en Londres 489
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organizada por su traductor. A juzgar por el diario de Goncourt, que describe a "Les Cinq" — los cinco originales — reunidos alrededor de la silla vacíóa de Flaubert, este estado de aó nimo confidente lo mantuvo a flote durante varias temporadas. "Lo que ocurre cuando algunos de nosotros tenemos problemas emocionales y otros soportamos dolor fíósico, la muerte ocupa el centro de la conversacioó n toda la noche, a pesar de los esfuerzos por hacerla a un lado," escribioó Goncourt el 6 de marzo de 1882. "Daudet declara que le irrita, envenena su vida, que cada vez que toma un piso nuevo automaó ticamente se pregunta doó nde estaraó su atauó d. Zola, a su vez, habla sobre su madre, que murioó en Meó dan. Como la escalera era demasiado estrecha, su madre tuvo que ser bajada por la ventana y desde entonces no puede contemplar esa ventana sin preguntarse quieó n saldraó primero de ella, eó l o su esposa." Turgenev tuvo una visioó n superior de su angustia. "La muerte es un pensamiento familiar", lo cita Goncourt, "pero cuando me visita, le doy la palma de la mano . . . Para nosotros los rusos, la niebla eslava tiene sus usos terapeó uticos. Nos ayuda a escapar de la loó gica de nuestras ideas y de la ardua buó squeda de la deduccioó n . . . Si alguna vez te pillan en una ventisca rusa, se te diraó '¡Olvíódate del fríóo o moriraó s!' Bueno, gracias a esa niebla, un eslavo nevado se olvida del fríóo — y por lo tanto, con la misma estrategia, la idea de la muerte pronto se borra y desaparece." A su debido tiempo, sin embargo, su resolucioó n estoica vaciloó , ya que a mediados de abril de 1882 se encontroó afligido con una "neuralgia" que le hacíóa doloroso extremarse al caminar cualquier distancia o subir escaleras. La angina inducida por la gota fue el diagnoó stico de Charcot, y el eminente meó dico, observando que la ciencia meó dica podríóa ser de poca ayuda, prescribioó la inmovilidad absoluta. Otro meó dico de renombre lo puso en una dieta laó ctea, que puede haber hecho maó s para consolarlo que un artilugio alemaó n para el tratamiento del reumatismo llamado Baunscheidts Lebenswecker. La dura prueba de Turgenev fue cosa de Bouvard et Pécuchet. Embrujado en Bougival por la familia Viardot, se consideraba a síó mismo víóctima de una paradoja meó dica. "Imagina a un hombre que estaó perfectamente bien . . . pero quien no puede pararse ni caminar ni andar sin un dolor agudo, como un dolor de muelas, atacando su hombro izquierdo," le escribioó a una amiga en Rusia. ¿Queó quieres que haga en estas circunstancias? Sentarse, bajar a la IÎle, sentarse nuevamente y saber que en tales condiciones es imposible mudarse a Paríós, y mucho menos a Rusia. . . Sin embargo, mi estado de aó nimo es muy pacíófico. He aceptado el pensamiento [de que mi condicioó n no mejoraraó ] e incluso encuentro que no es tan malo . . . no es tan malo ser una ostra. Despueó s de todo, podríóa haberme quedado ciego . . . Ahora puedo incluso trabajar. Por supuesto, mi vida personal ha llegado a su fin. Pero auó n asíó, tendreó sesenta y cuatro anñ os dentro de unos díóas.
Despueó s de seis meses se sintioó maó s fuerte, y en noviembre, acompanñ ado por Henry James, dejoó Bougival por Paríós, donde procedioó a llevar una apariencia razonable de su vida anterior, asistiendo a la oó pera, recibiendo innumerables rusos (entre ellos el Gran Duque Constantino), teniendo pintado su retrato, disfrutar de las veladas musicales de Pauline Viardot, sonando en el Anñ o Nuevo ruso en el Club Artíóstico Ruso, viendo a los parisinos en sus cientos de miles de personas rodear el cortejo fuó nebre de Leó on Gambetta el 3 de enero de 1883. Este programa requirioó gran valor, como el maó s 490
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míónimo movimiento a menudo le causaba agoníóa. Pero su "niebla eslava," junto con la morfina, lo ayudaron a aguantar. Solo uno de los distinguidos meó dicos que ingresoó para examinarlo sospechoó que teníóa caó ncer de la meó dula espinal. Excepto por los hechizos delirantes, cuando exigioó veneno o se imaginoó rodeado de envenenadores, Turgenev llevoó su cruz noblemente hasta el final, que ocurrioó el 3 de septiembre de 1883. "La ceremonia religiosa enjuagoó una pequenñ a horda de hombres con marcos gigantescos, rasgos aplastados, barbas patriarcales — una Rusia microcoó smica cuya presencia aquíó en la capital no habíóa sospechado," observoó Goncourt cuatro díóas despueó s. "Tambieó n habíóa muchas mujeres rusas, mujeres alemanas, mujeres inglesas, piadosas y fieles lectoras que rendíóan homenaje al gran y delicado novelista." Cientos lo lloraron en la iglesia rusa en la rue Daru, incluyendo a una banda de nihilistas que depositaron una corona de flores. "Los Refugiados Rusos," con la esperanza de avergonzar al Zar Nicolaó s. Cientos maó s lo lloraron en la Gare du Nord, donde una capilla fue arreglada para acomodar su atauó d hasta que la autorizacioó n para el viaje de regreso viniera de San Petersburgo. Y los dolientes llenaron las estaciones ferroviarias en Rusia, esperando el tren funerario mientras atravesaba una carrera de obstaó culos creada por el gobierno imperial, que temíóa que Turgenev pudiera incitar poó stumamente a la rebelioó n. "Uno hubiera pensado," escribioó Stasiulevich, "que el cadaó ver pertenecíóa a Solovei el Ladroó n y no a un gran escritor". Sin embargo, Turgenev finalmente llegoó a su casa y fue sepultado junto a su viejo amigo Belinsky en el cementerio de Volkova en San Petersburgo.
LOS PRINCIPALES acontecimientos de la vida de Caroline Commanville despueó s de 1880 se relatan en Gustave Flaubert et sa nièce Caroline de Lucie Chevalley-Sabatier. Desde el torbellino financiero que habíóa atravesado Croisset, escupiendo restos en todas las direcciones, Caroline conservoó los manuscritos de las principales obras de Flaubert pero vendioó otros, una parte de su biblioteca y la casa en la que se habíóa llevado a cabo la mayor parte de sus escritos. Todo lo que queda de eso hoy es el pequenñ o pabelloó n donde todos se reuníóan despueó s de la cena en las noches de verano. Los acreedores de Commanville aparentemente fueron satisfechos. La dote de Caroline, que permanecioó intacta, fue maó s que suficiente para pagar una nueva casa en la rue Lauriston, en un barrio de moda de Paríós, cerca del Trocadeó ro. Aquíó ella almacenoó su Flaubertiana y, seguó n Chevalley-Sabatier, sufragoó los gastos al abordar a las chicas inglesas de clase alta recomendadas por Gertrude Tennant. De la carrera editorial de Caroline, se puede decir que honroó su confianza lo mejor que pudo, pero que su preocupacioó n por las apariencias, por un lado, y su ingenio por el otro, conspiraban para producir versiones corregidas de la correspondencia, cuadernos y escrituras sobre viajes de Flaubert. Mucho se publicoó poco a poco. Un primer, muy incompleto Oeuvres complètes aparecioó en 1885 bajo la edicioó n de Quantin. Conard publicoó otra en 1909-12 para la compilacioó n de la cual Caroline se basoó en gran medida en un escritor llamado Louis Bertrand, que teníóa acceso irrestricto a sus archivos. Flaubert tambieó n legoó la posibilidad de nuevas relaciones. El pequenñ o cíórculo de amigos de Caroline incluíóa a la querida nieta de George Sand, Aurore, que cumplioó 491
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veinte anñ os en 1886. Si no fuera por complicaciones sentimentales, tambieó n podríóa haber incluido a Don Joseó Maria de Heó reó dia, un hombre casado. "Admitioó que me encontraba hermosa y de repente se enamoroó cuando me vio con ropa de luto, al lado de la tumba," escribioó , prefiriendo no recordar, tal vez, lo seductora que habíóa mostrado su dolor en el cementerio. "Hizo esta apasionada confesioó n tres o cuatro meses despueó s del entierro de mi tíóo . . . No pude responder como eó l hubiera deseado." En este asunto, como en la mayoríóa de los demaó s, Caroline buscoó el consejo del padre Didon, cuya muerte en 1900 la afectaríóa profundamente. Para entonces, pocos de su familia todavíóa estaban vivos. Achille Flaubert, que se retiroó de la praó ctica de la cirugíóa a fines de la deó cada de 1870, murioó de caó ncer de estoó mago dos anñ os despueó s de Gustave, en Niza. Su viuda, Julie, murioó un anñ o maó s tarde, casi al mismo tiempo que Julie, la criada de la familia, que habíóa desempenñ ado un papel tan importante en la crianza de Gustave y su hermana. Fue Caroline quien acunoó su cabeza al final. Ernest Commanville contrajo tuberculosis. Cuatro anñ os despueó s de su muerte en 1890, cuando no habíóa nada maó s que la anclara al norte, Caroline se mudoó al Midi. Con el legado de su tíóa, su dote, los derechos de las obras de Flaubert y los ingresos de la subasta de sus borradores y bocetos y de la venta de su casa en la rue Lauriston, podríóa vivir bien en una villa en la ladera que domina Antibes. Los muebles de Flaubert habíóan sido trasladados a su tierra prometida de limoneros y olivares. El Buda dorado estaba sentado en una consola en el hall de entrada. Sus estanteríóas de roble cubríóan toda una pared del saloó n. Su gran y redonda mesa de trabajo no estaba allíó, sin embargo, ni su tintero de porcelana: uno habíóa ido a Edma Roger des Genettes y el otro a Guy de Maupassant. La Villa Tanit, como Caroline llamoó a su casa, se convirtioó en un atractivo para los estudiosos de la literatura. Bertrand construyoó su propia villa al lado, en un terreno que Caroline le habíóa dado. Su anñ o se dividioó a partir de entonces entre la Costa Azul y Paríós, donde pasoó la mayor parte de cada primavera en un pied-aè -terre en una calle privada cerca del boulevard Raspail. Pudo haber sido que los placeres de la independencia, despueó s de un matrimonio sin amor, finalmente comenzaron a desvanecerse, o que la soledad que sintioó despueó s de la muerte del padre Didon provocoó una necesidad de companñ íóa, pero en 1900 Caroline se encargoó de proponer matrimonio, y el hombre que eligioó fue el Dr. Franklin Grout, un amigo de la infancia (cuyo padre, el Dr. Parfait Grout, habíóa llamado a sus dos hijos Franklin, por Benjamin Franklin). La hermana de Franklin, Frankline, sirvioó de intermediaria. "¿Crees que tu hermano estaríóa dispuesto a casarse conmigo?" preguntoó Caroline, seguó n la hija de Frankline y su futura sobrina, Lucie Chevalley-Sabatier. "Seó que una vez me amoó . Entiendo que esa ha sido una de las razones por las que nunca se casoó . Aprecio su amabilidad palpable. Admiro su vida de servicio a los demaó s. Seó que es un hombre profundamente cultivado y usa su cultura a la ligera. Compartimos los mismos gustos artíósticos. ¿Por queó no deberíóamos terminar nuestros díóas juntos viviendo en armoníóa agradable?" Dada una eleccioó n, ella eligioó bien. Las brasas del amor joven deben haber estado almacenadas durante cuarenta anñ os en Franklin Grout; volvieron a brillar tan pronto como recibioó la propuesta, y ese otonñ o, Caroline, una mujer alta auó n maó s rubia que gris a los cincuenta y cuatro anñ os, que llevaba el peso de la mediana edad con gracia, se desposoó de nuevo. Cuando a su debido tiempo Grout se retiroó , ampliaron enormemente Villa Tanit, anñ adiendo dormitorios para invitados y un saloó n lo suficientemente grande como para acomodar dos pianos de cola. Mucha 492
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muó sica se hizo allíó durante los siguientes veinte anñ os, en veladas que animaron el mundo artíóstico de la Costa Azul. Las migranñ as de Caroline aparentemente eran cosa del pasado. Hasta la muerte de Franklin en 1921 ella disfrutoó de la "armoníóa agradable" que habíóa negociado. Despueó s de la Primera Guerra Mundial, Caroline pasoó alguó n tiempo cada verano en Aix-les-Bains, no tanto por sus debilidades como por la rica oferta de conciertos y oó peras. Su residencia habitual era el Grand Hoô tel D'Aix, y allíó, en 1930, conocioó a la novelista estadounidense Willa Cather, quien la describe en una memoria titulada "A Chance Meeting." En una mesa cercana a la suya, Cather a menudo notoó una vieja Dama francesa cenando sola. En verdad parecíóa muy vieja, teníóa maó s de ochenta anñ os y estaba un poco enferma, aunque no se habíóa marchitado. No era corpulenta, pero su cuerpo teníóa una pesadez bastante informe que, por alguna razoó n detestable, a menudo se asienta sobre las personas en la vejez. Lo que uno notoó especialmente fue su fina cabeza, tan bien puesta sobre sus hombros y hermosa en forma, recordando algunos de los bustos de retratos de damas romanas. Su frente era baja y recta, su nariz estaba exactamente en aó ngulo recto con ella, y habíóa algo muy hermoso en sus sienes, algo que rara vez se ve. Mientras la veíóa entrar y salir del comedor, observeó que estaba un poco coja, y que ella lo ignoroó por completo — caminoó con paso raó pido, corto y con gran impaciencia, sostenieó ndole los hombros hacia atraó s. Uno vio que ella era despectivamente intolerante con las limitaciones de la vejez. Al pasar junto a mi mesa, a menudo me miraba con una gran sonrisa (sus ojos eran extremadamente brillantes y claros), como si estuviera a punto de hablar. Pero permanecíó en blanco. Soy una pobre linguë ista, y no tendríóa sentido hablar de lugares comunes a esta anciana; uno sabíóa mucho sobre ella, de un vistazo.
Su franceó s inadecuado resultoó no ser un obstaó culo, ya que la mujer hablaba un ingleó s excelente y entabloó conversacioó n con ella una noche. Varias conversaciones maó s tuvieron lugar antes de que Caroline, que ahora fumaba cigarrillos, revelara sus antecedentes literarios. "La anciana hizo un comentario sobre el experimento sovieó tico en Rusia," escribioó Cather. Mi amiga comentoó que fue una suerte para el gran grupo de escritores rusos que ninguno de ellos hubiera vivido para ver la Revolucioó n; Gogol, Tolstoi, Turgenev. "Ah, síó," dijo la anciana con un suspiro, "para Turgenev, especialmente, todo esto habríóa sido muy terrible. Lo conocíó bien en el pasado." La mireó con asombro. Síó, por supuesto, era posible. Ella era muy vieja. Le dije que nunca habíóa conocido a nadie que conociera a Turgenev. Ella sonrioó . "¿No? Lo vi muy a menudo cuando era una ninñ a. Estaba muy interesada en el alemaó n, en las grandes obras. Estaba haciendo una traduccioó n de Fausto, por puro placer, meramente, y Turgenev solíóa repasar mi traduccioó n y corregirla de vez en cuando. EÁ l fue un gran amigo de mi tíóo. Me criaron en la casa de mi tíóo." Se estaba emocionando mientras hablaba, su rostro se animoó maó s, su voz se entibioó , algo brilloó en sus ojos, una fuerte sensacioó n despertoó en ella. Mientras ella continuaba, su voz tembloó un poco. "Mi madre murioó cuando yo nacíó, y me crieó en la casa de mi tíóo. EÁ l era maó s que un padre para míó. Mi tíóo tambieó n era un hombre de letras, Gustave Flaubert, tal vez lo sepas . . ." Murmuroó la uó ltima frase en un tono curioso, como si hubiera dicho algo indiscreto y evasivamente lo hubiera desechado. 493
Flaubert: Una vida — Frederick Brown El significado de sus palabras vino a míó lentamente; asíó que esta debe ser la "Caro" de las Lettres à sa nièce Caroline. No habíóa nada que decir, sin duda. La habitacioó n estaba completamente silenciosa, pero no habíóa nada que decir sobre esta revelacioó n. Fue como si de repente se hubieran puesto sobre la mesa una montanñ a de recuerdos. No se podíóa ver a su alrededor; uno solo podíóa darse cuenta estuó pidamente de que en esta montanñ a que la anciana habíóa evocado con una frase y, un nombre o dos, yacíóa la mayor parte del pasado mental de uno. Pasaron algunos momentos. No hubo una palabra con la que uno pudiera saludar tal revelacioó n. Tomeó una de sus hermosas manos y la beseó , en homenaje a un gran períóodo, a los nombres que hicieron temblar su voz. Ella rioó con una risa avergonzada, y habloó apresuradamente. "¡Ah, eso no es necesario! Eso no es en absoluto necesario." Pero el tono de desconfianza, el deó bil desafíóo en que "quizaó s puedas saber . . ." habia desaparecido. "¿Vous connaissez bien les oeuvres de mon oncle?" ¿Quieó n no las conocíóa? Yo le pregunte a ella.
De inmediato se hizo evidente para Caroline que se habíóa encontrado con una estadounidense inusual y, en lo que respecta al trabajo de Flaubert, una interlocutora que lo conocioó en igualdad de condiciones. Discutieron largamente sobre L'Éducation sentimentale. La anciana me dijo que teníóa en casa el manuscrito corregido de L'Éducation sentimentale. "Por supuesto que tengo muchos otros. Pero este me lo dio mucho antes de su muerte. Lo veraó s cuando vengas a mi casa en Antibes. Yo llamo a mi lugar la Villa Tanit, pour la deó sese," agregoó con una sonrisa. El nombre de la diosa nos llevoó de vuelta a Salammbô, que es el libro de Flaubert que maó s me gusta. Me gusta en esas grandes reconstrucciones del pasado remoto y cruel. Cuando comenceó a hablar de la espleó ndida frase final de Heó rodias, donde la caíóda de las síólabas es tan sugerente de los pasos apresurados de los discíópulos de Juan, llevaó ndose consigo la cabeza cortada de su profeta, ella repitioó esa frase suavemente: "Comme elle était très lourde, ils la portaient al-ter-na-tiv-e-ment."408
Almorzaron varios díóas despueó s y se dijeron adioó s. Habíóa laó grimas manchando el polvo facial de Caroline, pero ella se mantuvo erguida. "Y las uó ltimas palabras que escucheó de ella," escribioó Cather, "expresaron la esperanza de que siempre recordaríóa el placer que habíóamos tenido juntas al hablar sin reservas sobre 'les oeuvres de mon oncle.' De pie, parecíóa sostener ese nombre como un bastoó n. Un gran recuerdo y una gran devocioó n fueron las cosas con las que vivioó , sin duda; eran su armadura contra un mundo preocupado por asuntos insignificantes." Caroline murioó el anñ o siguiente, 1931, semanas antes de cumplir ochenta y cinco anñ os.
408“Como ella era muy pesada, la usaban al-ter-na-tiva-mente”
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Reconocimientos DESEO agradecer a la Fundacioó n Florence Gould por una generosa donacioó n, y reconocer la generosidad de otra fundacioó n, que desea permanecer en el anonimato. Por su indulgencia y esfuerzos incansables en mi nombre, estoy profundamente agradecido con Donna Sammis y David Weiner en la Biblioteca Melville de la Universidad Estatal de Nueva York, Stony Brook; y tambieó n a su ex colega, Kathleen Horan. Marie Sweatt y Joan Vogelle del Departamento de Lenguas y Literaturas Europeas de Stony Brook proporcionaron una ayuda inestimable. Tambieó n estoy en deuda con el personal de la Bibliotheè que Municipale de Rouen (con especial agradecimiento a Françoise Legendre, su directora, y a Thierry Ascencio-Parvy, su fotoó grafo residente); en Butler Library, Columbia University; y en la Biblioteca Puó blica de Nueva York; la biblioteca del Instituto Franceó s en Paríós; la Bibliotheè que Nationale; los archivos deó partementales de la Seine-Maritime; los archivos nacionales franceses; la Bibliotheè que de l'Arsenal; y el Museo Metropolitano de Arte. No puedo expresar adecuadamente mi gratitud a Odile de Guidis, quien, hasta su retiro hace varios anñ os, se desempenñ oó como administradora del Programa Flaubert del Institut des textes et manuscrits modernes (ITEM). Madame de Guidis era un aó ngel facilitador para cientos de eruditos, incluido yo mismo. Nadie entroó a su oficina sin beneficiarse de su orientacioó n y entusiasmo. En varias etapas del camino recibíó ayuda de Rodney Allen, Daniel Anger, Paul Beó nichou, Pierre-Marc de Biasi, el difunto Jean Bruneau, Alexandre Tissot Demidoff, Matthieu Desportes, Paul Dolan, Rachel Donadio, Daniel Fauvel, Almuth Greó sillon, Jacqueline Hecht, Pierre Juresco, Elisabeth Kashey, Alan Miegel, Halina y Anatol Morell, el fallecido Pierre Morell, Serge Peó tillot, Nicholas Rzhevsky, Leó on Sokoloff, Frances Taliaferro, Jacqueline Theó bault, Paulette Trout y Serge Wassersztrum. Mi maó s sincero agradecimiento a todos. Me complace reconocer una gran deuda de gratitud con Yvan Leclerc, profesor de la Universidad de Rouen y sucesor de Jean Bruneau como editor de la correspondencia de Flaubert en la Biblioteca Pleó iade. EÁ l extendioó una mano amiga en nuestro primer encuentro y ha hecho mi trabajo maó s faó cil con muchas bondades extraordinarias. Este libro le debe mucho a Mario Johnston, quien compartioó no solo sus puntos de vista sobre el personaje de Flaubert, sino tambieó n hechos sobre su vida extraíódos de la Bibliotheè que Nationale durante una investigacioó n para una biografíóa de Guy de Maupassant. Odile de Guidis nos presentoó en ITEM un díóa hace diez anñ os, y muchas veces tuve ocasioó n de recordar ese encuentro casual con gratitud. En lo que respecta a la epilepsia de Flaubert, he sido ilustrado por el distinguido neuroó logo Dr. John M. C. Brust del Columbia Presbyterian Hospital y por Farley Anne Brown. Su paciencia y generosidad son muy apreciadas.
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La amistad constante me ha ayudado a continuar durante los anñ os de la escritura. Por eso estoy agradecido con Christian Beels, Carol Blum, Michael Droller, Benita Eisler, Andrea Fedi, Joseó Frank, B. Bernie Herron, Phyllis Johnson, Roger Shattuck y Brenda Wineapple. Estoy en deuda con Leó on Wieseltier, editor literario de la New Republic, por su apoyo fuerte y efectivo. Las adaptaciones de dos capíótulos aparecieron en New England Review y Hudson Review. Mi agradecimiento una vez maó s a Stephen Donadio y Paula Deitz. Tengo una deuda profesional primaria con mi agente, Georges Borchardt, cuya sabiduríóa y buen humor me han sido uó tiles. En Little, Brown, Patricia Strachan ha sido una editora maravillosa, y Helen Atsma, quien dirigioó el manuscrito para la produccioó n, una asistente impecable. DeAnna Satre hizo un trabajo admirable al copiar el manuscrito. No hay una paó gina de este libro que no se haya beneficiado del buen oíódo y la aguda mente de Ruth Lurie Kozodoy, querida amiga y mejor lectora.
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