ETICA: LA PRÁCTICA DEL BIEN. Los saberes vistos como el conjunto de costumbres y normas que dirigen el comportamiento humano son conocidos como Ética. Esta palabra proviene del griego “ethos”, que significa hábito o costumbre; y el sufijo “ico” que equivale a decir relativo. Es decir, lo relativo al hábito. Es la ética la luz que permite discernir lo que es correcto de lo que no lo es. Como humanos, hay algo en nuestro interior que nos vuelve diferentes a muchas de las otras creaciones de Dios: la Voluntad. En su infinito amor, Dios nos dio el regalo de libre albedrío para que fuéramos capaces de tomar decisiones sobre el camino que queremos seguir. Y justo allí, en la aplicación práctica de la filosofía para la vida, nace la ética o filosofía moral. Desde esa toma de decisión voluntaria donde nuestros actos son realizados después de haber sido razonados en busca de alcanzar ese fin último que nos llevara de vuelta al Creador. Pero, ¿Qué pasa cuando ese fin se distorsiona hacia una felicidad efímera basada en los placeres terrenales y no en el Ser Supremo que es Dios? Es allí, donde la ética aprieta la rienda con fuerza y tira de nuestra alma sensitiva para poder ser guiados por nuestra alma intelectiva; es ella quien coordina nuestros actos desde la voluntad y la razón y nos brinda una conciencia. En este sentido, la ética marca un señalamiento de lo que es correcto; el camino virtuoso del bien que no sólo busca alejar del pecado individual, sino también alcanzar un bien colectivo. Esta moralidad necesita basarse en la metafísica de la fe y el amor de Dios; porque se cimenta en un terreno firme y no únicamente en leyes humanas que en cualquier momento pueden perder el sentido de realidad y convertirse en una subjetividad que caiga corrompida en los vicios. Por tanto, cuando una persona pide un juicio ético, no simplemente pide una opinión superficial sobre un tema dado. La pregunta realmente va dirigida al deseo de conocer las bases del intelecto de dicha persona, cuál es su centro moral y a qué dirección la guían sus voluntades más profundas.
Al compartir como grupo la lectura sobre la ética surgen muchas preguntas; de las cuales, muchas de convirtieron en palabras, pero otras tantas quedaron tacitas en las mentes de cada quien. ¿Hasta dónde las acciones que se hacen para lograr alcanzar el fin último cumplen con los principios de la moral? ¿Dónde está trazada la línea entre lo que es razonablemente correcto y lo que no? ¿En qué ética está basada nuestra sociedad? ¿Realmente se cimenta sobre bases éticas o solo son adornos en las paredes de las instituciones para crear la ilusión falsa de que vivimos en la rectitud, mientras realmente nadamos en un mar de inmundicia en el cual ya no nos percatamos de su error? Teóricamente, se dice que la ética lleva al ordenamiento de nuestras acciones voluntarias. Entonces, ¿Por qué se siente que vivimos en el caos? En general, las personas escudan sus acciones en su alma sensitiva e incluso llegan a culpar a su alma vegetativa para no responsabilizarse de sus acciones. No se toma conciencia ni responsabilidad de ellas. Cuantas veces no hemos escuchado, o nosotros mismos hemos dicho: “no me di cuenta”; “Estaba ebrio”; “No estaba pensando”; “Simplemente paso”. Culpando siempre al destino cruel y no tomando el rol activo que requiere el actuar con una voluntad libre. Es fácil para quien no desea tomar esa responsabilidad, el dejar de lado esa ética que obliga a verter la ley moral sobre nuestras acciones; que nos hace ver la virtud y el vicio de lo que hemos hecho y que finalmente nos provee esa conciencia ante la injusticia, no aparentando un falso bienestar. La enfermedad del mundo no es únicamente la indiferencia, sino también el egoísmo. Solo queremos la felicidad para nosotros y los nuestros y en muchas ocasiones vemos esa felicidad en el dinero, el poder y el placer. Cuando en realidad deberíamos tener en cuenta cómo influye en la naturaleza espiritual las verdades básicas proporcionadas por Dios. Sin tener a Dios en su corazón, toda ética termina siendo vacía. Si al nacer no fuimos concebidos como plantas ni animales, ¿Por qué vivir antes la ética corrupta o inexistente que nos obligan a pensar que es la real? ¿Por qué esperamos a que algo sea un castigo o que tenga una pena para actuar de forma correcta? Quizá sea el momento de realizar un
examen de conciencia exhaustivo, que analice de forma integral como estamos llevando nuestra vida y si realmente hacemos uso de la ética en nuestro accionar cotidiano.