Esperanza Hace mucho tiempo, nació una chica a la que bautizaron con el nombre de Esperanza. Aquella chica era la cosa más horrible que nadie había visto en su vida. Su cara era puro hueso, con una fina capa de piel de color lechosa que se los cubría. Era delgada, casi al borde de la anorexia y el cabello era tan corto como el de un chico, constantemente despeinado y de un color horrible parecido al vinagre. La gente, al ver su horrible aspecto, nunca se le acercaba, incluso sus padres la abandonaron al nacer. Con el paso de los años, Esperanza mejoró en ciertos aspectos, los huesos ahora se notaban menos, pero aún seguían haciéndola parecer enferma y ruinosa. Una noche, mientras vagabundeaba por las calles en busca de cobijo, descubrió una casita de madera con luz y desde la ventana de esa cálida casa, vio a una familia dentro, abriendo los regalos de Navidad. Llamó a la puerta de la casa esperando que la abriesen y así fue. Un niño, de estatura baja y ojos inocentes abrió y cuando vio a la chica, preguntó: -¿Por qué tu cara está tan decrépita? La joven se sorprendió por la pregunta, nunca lo había pensado con claridad, pero ahora que lo mencionaba aquel pequeño, ella no lo sabía. La madre del niño, una mujer mayor, que rondaba ya los cincuenta y cuatro años se asomó en ese momento a la puerta, y descubrió a su hijo hablando con la chica. La mujer, tomando de las manos a la chica, le pidió que se quedase a vivir en su casa para cuidar a su hijo, ya que ella era demasiado anciana y a su marido no le quedaba demasiado tiempo de vida. La joven, contenta, decidió aceptar. Los años pasaron, y con ellos los eventos ocurrieron. Como había dicho esa mujer, su marido tiempo después de venir a vivir a esa casa, murió y años más tarde, la mujer también dejó este mundo para irse a un lugar mejor. Con los años, entre el niño y la joven se había forjado una buena relación, como la de una madre y un hijo. Sin embargo, Esperanza que ya en estos momentos se había vuelto una mujer, enfermó. Los médicos le diagnosticaron un cáncer de pulmón en un estado muy avanzado, y le aseguraron que no duraría demasiado. Ella decidió permanecer en la casa donde la habían acogido, a pesar de las réplicas de los médicos. Se quedaría allí hasta el fin de sus días. Una noche, mientras Esperanza estaba tumbada en la cama, el niño, ahora un hombre con su propio trabajo entró en la habitación. -¿Cómo estás hoy?-preguntó sentándose en la cama, al lado siempre de ella, su “madre”. -Cada día noto empeorar más, creo que no me queda mucho tiempo de vida-respondió entristecida mientras acariciaba la coronilla del chico. -Quiero quedarme contigo hasta el último momento-musitó el chico mientras se tendía al lado. -Por y para siempre-dijo ella mientras le besaba en la frente. A la mañana siguiente, con el alba, los médicos descubrieron los cuerpos sin vida de Esperanza y del niño, tendidos en la cama, abrazados él uno al otro. Unos dicen que cada uno tenía una sonrisa cuando los descubrieron, otros dicen que las lágrimas inundaban sus caras, pero es algo que ahora nunca sabremos.