Ese rescoldo peligroso (Algunas reflexiones acerca de la oración en la vida cotidiana) por Rafael Velasco S.J. Cuesta hablar de la oración, sobre todo cuando se trata de abordar la oración en la vida cotidiana. Cuesta porque con toda seguridad las reflexiones presentes estarán interferidas por la experiencia personal del autor, lo cual puede sesgar la visión y hasta empobrecerla. De todos modos vamos a hacer el intento. Una aclaración. En primer lugar creo necesario decir que no es la oración la que nos salva. Es el Señor el que nos rescata y transforma. Esta primera obviedad sitúa las cosas en su lugar: la oración es un medio (imprescindible por cierto) para lograr el fin: Encontrar a Dios en todas las cosas y a todas en El. Si la oración es un medio, le caben las coordenadas Ignacianas del "Tanto cuanto". Es un medio que debe usarse tanto cuanto nos ayude a alcanzar el fin que pretende. Luego: cuánto tiempo, qué tipo de oración, qué momento, y otras particularidades, están subordinadas al fin: No se nos exime de la tarea de discernimiento personal (conferido con quien corresponda) para ver qué tipo de oración, cuanto tiempo, en qué momento del día, etc. "siempre deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin para el que somos creados" (EE 23). Hecha esta primera aclaración, voy a intentar dar algunas características que considero importantes en una oración personal que intente ser auténtica en la vida cotidiana. Sólo algunas pistas. La oración es un misterio y un camino personal en el que Dios guía entre sombras y claridades, en medio de la opacidad y la ambigüedad de lo cotidiano. Dios es el que guía en este camino a aquél que se anima a emprenderlo, a aquél que se anima a adentrarse en el Silencio y la Palabra que transforma con su Presencia contundente. Se ora porque no hay más remedio, porque se busca a Aquél que se ha ido dejándonos el corazón en carne viva, porque no se puede vivir sin esa Palabra que nos señale el Norte, porque se nos hace necesario buscar las huellas de Dios en medio de un mundo y una vida que está signada muchas veces por el desamparo y las autoestimas fracturadas. Orar es el camino para el Encuentro, es adentrarse en ese desierto personal tan lleno de vientos y voces, de espejismos y sed, hasta la montaña del Encuentro que se da solamente cuando y como el Señor tiene a bien manifestarse. La oración es un rescoldo peligroso. La experiencia personal enseña que una de las tentaciones posibles es buscar en la oración solamente un momento de paz, de tranquilidad, un rescoldo donde calentarse en medio del frío de tantas relaciones y ocupaciones que encubren y velan la Presencia. Es, digo, un rescoldo peligroso, porque en él subyace el Fuego, ese que transforma, que enciende al que se acerca lo suficiente. La oración no es, necesariamente, el momento del consuelo. No es un ejercicio de relajación. Es, sí, el momento de la escucha, del Encuentro tras el velo, del oír, sin entender. Y ese Encuentro, cuando es tal, quema. La oración cotidiana, cuando es auténtica, es un momento de Honestidad. Todas las voces, ruidos, deseos contradictorios, aparecen y son puestos delante del Señor. Sin escandalizarse de ese desorden interior, porque se es aceptado incondicionalmente. Se intuye la experiencia de percibirse amado sin condiciones, con todo eso que nos avergüenza, que nos perturba, que nos anima. La Oración es transformación, no auto redención. No es el momento de buscar "la virtud que me falta". La oración implica búsqueda de lo único importante: encontrar al Señor, unirse a El y dejarse seducir por su voluntad. En ese proceso, Dios va haciendo su obra ... casi sin que uno lo perciba Este momento de Encuentro y Presencia se da en medio de la lucha cotidiana, llamadas por contestar, gente que atender, clases que dar, emociones atrasadas que reclaman por un espacio. Todo eso es, muchas veces "ruido", voces que nos incomodan...y hasta nos asustan. La oración es el momento de adentrarse en ese desierto para escuchar entre las voces la Palabra. Porque aunque la oración es un ámbito privilegiado, es en las cosas de todos los días en donde está el Señor, el Dios de la Vida. Entonces la oración no es un "aparte" de la vida. Es un momento privilegiado para limpiar la mirada, para ser curados de nuestras cegueras que nos impiden discernir los signos claros de la Presencia de Dios en todas las cosas. Porque en todas las cosas estamos llamados a vivir su Voluntad. Encarar este camino de Encuentro con una actitud voluntarista o de quien va a buscar "frutos" y "propósitos" puede ser el mejor modo de perderse en un nuevo mundo de reglas y cosas que son un peso y no una ayuda. Porque justamente por tratarse de Quien se trata, la relación es gratuita. Esa música callada se ofrece y se regala a quién se dispone a escuchar; "quién tenga oídos que escuche lo que el Espíritu dice a las Iglesias" (AP. 2 ) ¿Hay signos en el camino? "¿Voy bien, voy mal en mi camino de oración? Llevo años de aridez, tengo momentos de luchas y de pequeños encuentros. ¿Hay un recorrido? ¿Hay etapas?" No lo sé; los que saben dicen que sí, y también dicen que esas etapas no son para todos, y que además Dios puede
haceros saltar casilleros como se le dé la gana, y que la mejor manera de extraviarse es querer saber con certeza en qué etapa se está. En este afán por controlar no falta quien confunde enojos encubiertos (más o menos inconscientes) con una "Noche Oscura". El camino de la Oración va pidiendo, eso sí, cada vez más entrega, cada vez menos movimientos estériles y más escucha, menos razonamiento y más afecto. Adentrarse en el seguimiento del Maestro significa cada vez más despojo. Entonces podríamos decir que la oración va bien cuando menos se controla y cuando se van adquiriendo otro tipo de criterios para interpretar la realidad cotidiana, cuando se descubre que hay palabras o imágenes que se han vuelto como una luz para auscultar las sombras cotidianas. la oración nos irá haciendo progresar en la medida que nos haga crecer en la Caridad, en la capacidad de empatía y comprensión ajena. Una vida insustancial, sujeta a los vientos de la inconstancia de los estados de ánimo (que los religiosos tenemos la habilidad de disfrazar de sencillez o espontaneidad) no parece ser una confirmación convincente de una vida de oración auténtica. La irresponsabilidad no es una de las características del Dios Vivo. La oración -en fin- será suficiente si nos ayuda a vivir con paz y alegría la misión que se nos ha encomendado. La oración -insisto- no es un momento de recomposición narcisista para restañar las propias heridas, es descentramiento fundamental para fijar la mirada en el Señor de la Misión. En fin, este cotidiano caminar en la Fe se da signado por nuestras pobrezas y por la compasión del Señor. Si Usted, lector, lleva una vida de oración sabrá de qué estoy hablando, sino no hay caso.