Preparativos: Para contar bien esta historia tengo que comenzar por presentar a la gente que la protagoniza. A ver si lo hago bien: Andrés. Andrés, es, es un detective de poca monta, un expolicía, no salió de la policía con deshonra, salió a toda pastilla antes de que la cosa llegase a mayores y es que el sueldo de funcionario ya bien sabemos que no llega a mucho, claro. Carlos. Carlos es abogado, sí, podría ser peor. Estudió para hacerse rico; pero bien sabemos que nadie se ha hecho rico trabajando así que se casó con Alicia. Alicia. Alicia es una niña rica, no tan niña en realidad, se casó con Carlos porque se tenía que casar y fue el único, que ella pensó, que se dejaba. Paco. Paco, Paquito es policía, sin ex, policía en activo, no aquí, en la capital. Es un caradura y un aprovechado; pero aquí un Paco siempre tendrá algo que hacer. Alberto. Alberto, Alberto es buen chico, algo mujeriego y muy descarado; pero buen chico, policía también; los puse juntos porque cuanto antes pasemos por ellos mejor. María. María es excepcional, mujer trabajadora, con tres hijos, ama de su casa... sólo tiene un pequeño defecto, es concejala, no, ese no es el defecto, el defecto es ser Concejala de Cultura... en este ayuntamiento. Josefa. Josefa también es concejala y trabajadora, Concejala de Educación nada menos, 45 años y vividora en su tiempo libre. No la juzgo, estoy En el fondo Raquel Couto Antelo
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verde de envidia, espero llegar a sus años y vivir así. Carmen. Carmen, Carmen no es que sea excepcional, es una santa, divorciada del condejal de Urbanismo, que ya tiene delito, lo de haberse casado con el, no lo de divorciarse; y también, entre otras cosas, es la madre de Alicia. El Ayuntamiento: por la regla de tres de los policías, debería hablar aquí del resto de personal del Ayuntamiento, pero es que son para darles de comer a parte. Salva. Ay Salva, Salva es buena pero tan difícil de explicar...
gente,
hombre;
Sandra. Sandra es fantástica, tierna, dulce y siempre feliz, optimista por naturaleza y como algún defecto tenía que tener, pues tiene el peor de todos, está enganchada, sí, a los programas de cotilleos ¡¡nada menos!!! Ramón. Ramón, Ramón es, es, divino, bueno no nos vamos a engañar, Ramón es ¿guapo? no, ¿noble? no, ¿cariñoso y atento? no; pero es el protagonista y por lo tanto hay que decir que es guapo, noble, cariñoso y atento, porque sí y punto. Xiana. Xiana, Xiana se puede describir con una sola palabra D-i-v-i-n-a... pero de verdad de la buena verdadera de todo. Es la protagonista y además, soy yo. Y algún otro personaje aparecerá sólo por exigencias del guión.
por
ahí,
pero
Para leer bien esta historia hay que leerla muy rápido, es complicado ya lo sé; pero piensa que eres Juan Pazos en el Alfaiate contando aquello de "amanuece un nuevo día" a un público entregado. En el fondo Raquel Couto Antelo
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Procuraré hacer los capítulos cortos para que te dé tiempo a respirar, de todos modos, si ves que te vas poniendo azul y el punto y a parte no llega vete cogiendo aire. Y, por último, la historia llega a algún sitio, bien sé que por las múltiples interrupciones te puede parecer que no, pero te juro sobre la versión en gallego de Sin Chan que si. Ahora que ya está todo claro vamos a empezar.
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Capítulo 1. El comienzo Andaba dando una vuelta por el Campo Volante, aprovechando que la marea estaba baja, que los chiringuitos estaban muy bien y algo pillaría... de trabajo quiero decir, porque es que yo estaba en el paro. Bueno, vale, pillar de lo otro; ya que no me creéis que cobrando por no hacer nada querría hacer algo, tendré que decir la verdad, pero era más interesante lo otro. El caso es que andaba distraída, mirando para un lado y para el otro, había mucho personal que te lo digo yo, y había familias con niños y perros y gatos, bueno ¡una fiesta!. Total que andaba muy distraída mirando para atrás mientras caminaba hacia adelante, es decir, toda retorcida, y cuando fui a poner la cabeza en la misma dirección que las piernas me empotré contra un cuerpazo ¡que cuerpazo madre mía! Era Ramón, seguía tan grande como recordaba, grande físicamente quiero decir, no es que fuese la luz que iluminaba mi camino ni nada de eso. Al tropezar con él, cuando aún no había mirado hacia arriba para verle la cara y como una estaba en el paro pero tenía mi educación pedí perdón, lo normal en estos casos, vamos; y el dijo: -
¡Estás borracha Xiana!
En realidad no dijo esto, es un homenaje a la frase "Estás borracha Sue Ellen", porque me hace mucha gracia y porque me apetecía ponerlo aquí. Lo que de verdad dijo fue: -
Nada, tranquila, no fue nada, bien vi que ibas distraída. ¡Eh, Xiana! ¡Eres tú! Cuanto tiempo tía, ven a tomar algo con nosotros y hablamos.
Y fui, por tres motivos fundamentalmente: En el fondo Raquel Couto Antelo
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1º. Porque había salido de pesca y había muchas posibilidades de pescar, o mejor dicho de repescar algo. 2º. Estaba cansada, que ya había andado mucho. 3º. Era GRATIS. Íbamos hacia una mesa en la que había otros dos hombres esperando, como estaba a unos metros y tengo una agilidad mental increíble me dio tiempo a pensar, no es por presumir, es que es así: 1º. Que suerte encontrarlo de nuevo, después de tanto tiempo, así por casualidad ¡qué fortuna! ¡qué alegría! 2º. ¿Si ya había visto que iba distraída... como es que no se apartó para no chocar? y en conclusión ¿fue una casualidad que chocásemos? Y ya llegamos a la mesa. Sí, no pensé más que dos cosas, es que sólo eran unos metros, tampoco hay que ponerse así. Allí estaban Paco y Alberto, lo supe porque me los presentó, no es que los conociese ni que llevasen el nombre escrito en la cara, no. Alberto era guapo, pero de los de verdad, con sonrisa de campeón incluida. Paco no, lo puedo decir más suavemente, pero es así, no era guapo. Lo que sí tenían en común los tres, porque Ramón guapo tampoco era, pero tenía su punto, era un aquel de caraduras y descarados que los hacía muy atractivos. Yo pensaba que había ido a parar a aquella mesa por la casualidad de aparecer por el Campo de Marte; pero no, a medida que transcurría la conversación me fui dando cuenta de que la cosa tenía más fondo. En el fondo Raquel Couto Antelo
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Ramón empezó la conversación con un sutil y casual "esta es la escritora" mientras nos sentábamos. Yo, claro, me senté de golpe, no era para menos, no esperaba que leyese la novela y ni mucho menos que se reconociese bajo el nombre del protagonista. Era obvio que me engañaba, no lo soltaría así de pronto ni con aquel recochineo de no hacerlo. Pues estábamos bien, prácticamente le declaraba mi amor eterno entre otras cosas más vergonzantes aún. De todos modos sus amigos no hicieron mucho ademán de querer profundizar en la herida, de hecho después todo fue muy natural y no hubo más menciones al tema literario. Ramón estaba actuando como el típico coruñés haciendo de anfitrión de los típicos madrileños, es así, no hay que hacerle, a mi me gusta el chico pero es así; el caso es que les empezó a explicar todos los tópicos mientras picaban una ración de pulpo a la gallega porque no sé que les da con el pulpo a la gallega, será lo mismo que me da a mi con los rollitos de primavera en el chino, será. Y empezando así la cosa era cuestión de tiempo que la conversación pasase en algún momento por la historia del tesoro. Que no era cierta, quiero dejarlo bien claro, pero pasa lo mismo cuando se hunde un barco, ya puede llevar eucaliptos a la celulosa, que una vez hundido siempre tiene una caja fuerte llena de dinero. A ver, seguro, seguro tampoco sabía si era cierto o no; pero el instinto natural era el de decir que no cuando el otro le está diciendo que sí a unos turistas, para dejarlo quedar mal. Total, que se lo estaba contando mal, vale que fuese una leyenda; pero había que contarla como era, siendo fieles a la tradición oral, o si no mejor estarse callado. -
No fue en el Banco Megainternacional que fue en la Caja Universal – especifiqué.
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-
Si, eso – dijo Ramón casi sin parar de hablar, es decir sin interrumpir el relato de la leyenda del tesoro.
Pero todo eran imprecisiones en su historia, y lo tenía que interrumpir a cada poco, que aquello era un desastre. -
Bueno, pues cuéntala tú – dijo Ramón todo enfadado, muy sexy, eso sí, pero enfadado enfadado.
Y así lo hice, no porque me lo mandase él, sino porque si hay que contarlo pues se cuenta bien o no se cuenta.
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Capítulo 2. El tesoro Se había confirmado la llegada del maremoto para Marzo según todas las previsiones de los expertos. El epicentro esta vez no estaba en Becerreá, bien que lo habían dicho en las noticias, el alcalde lo había vendido como un logro, el tercer punto del programa electoral “ser, por fin, el epicentro de un seísmo”, que visto lo visto no se puede asegurar con rotundidad que no fuese así. También coincidía en el tiempo que el ciclo económico repuntaba y ya se podían sacar los fondos en negro que se habían acumulado en las cajas fuertes privadas de las grandes entidades bancarias desde la implantación del euro, porque antes no los podían sacar sin levantar sospechas. No es que me guste hablar; pero si decían que estaban en crisis no podían andar por ahí gastando como locos, no es que al resto de los mortales nos importase, es que Hacienda igual sospechaba algo, que al final era quien importaba de verdad. En definitiva, que las arcas de los bancos, en las de verdad, en las que hay dinero en fajos de cien no en anotaciones contables; en esas había dinero a montones; pero montones de montones y aún rebosaban montones. Y en la ciudad la que se llevaba la palma, mejor dicho, los montones, era la Caja Universal, como su propio nombre indica es universal y omnipresente. La mayor caja de seguridad de la Caja Universal estaba en la central, pero en la central del centro, del centro de la ciudad no del centro de negocios complejo supermoderno ultrainnovador. ¿Quién iba a sospechar que teniendo el centro operativo en el Polígono Industrial guardaban el dinero en el centro de la ciudad? Pero así era, y era para no levantar sospechas y para evitar que les robasen, porque en el centro, donde estaba la central era casi imposible aparcar algo lo suficientemente potente como para poder hacer algo En el fondo Raquel Couto Antelo
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lo suficientemente perjudicial. Vale, algún atraco si que hubo, como en todas, pero pese a lo que había dicho la prensa, la entidad y las compañías de seguros, nunca se llevaron más que unos pocos miles de euros, pero pocos. Al hacerse firme la amenaza del maremoto se puso en marcha el plan de evacuación, era un plan que habían elaborado los expertos municipales asesorados por especialistas norteamericanos, de Hawaii, eran los del PTWC (Pacific Tsunami Warning Center) que tenían mucha experiencia en maremotos. No, no es que viniesen ni nada. Lo que en realidad pasó fue que en el Ayuntamiento pasaron olímpicamente de los informes de los expertos del Instituto Sismográfico, anda que iba haber aquí un maremoto, que viniesen unas olas grandes y volviesen a tirar el balaustre del paseo marítimo vale, ya casi pasaba todos los inviernos y venía muy bien para volver a contratar a esas empresas que casualmente eran las mismas de todas las veces, tampoco es que esté diciendo que el Ayuntamiento mandase a propósito las olas para mantener empresas amigas que no tienen inconveniente en inflar las facturas; pero es una casualidad digna de mención. El caso es que el Instituto Sismográfico insistió y tanto dio la paliza que se vieron obligados a hacerle caso, no por convencimiento, sino porque los muy bribones del Instituto recurrieron a la prensa y el pánico colectivo hizo que la presión ciudadana apretase al Ayuntamiento. Total que para acallar los rumores no se les ocurrió mejor cosa que dar una rueda de prensa y decir lo previsto y estudiado que estaba el tema y que tenían todo-todo-y-todo supermegacontrolado. Obviamente no lo tenían, ni sabían por donde empezar, se reunió el Pleno en el Salón de los Tapices, que ya era un mérito, y bajo la consigna de “no salir hasta encontrar una solución” se encerraron por dentro. Claro está que todo En el fondo Raquel Couto Antelo
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funcionario tiene otra consigna que no sólo es una consigna sino que es un principio básico inquebrantable y que se antepone a cualquier otra norma o consigna: “a la hora de salir hay que salir y punto”. Teniendo en cuenta que habían entrado después de la hora del café, a eso de las 13:45 horas y tenían que marchar cada uno para su despacho para dejar todo recogido a las 14:00 horas, pues tuvieron que ser más que ágiles en la confección de la estrategia. El gabinete de crisis estaba en crisis propiamente dicha y durante dos minutos se estuvieron mirando unos a otras y otras a unos sin mediar palabra hasta que un desgraciado tuvo la lamentable ocurrencia de decir “ijual deberíamos decir la verdá”. -
¡Mecagoen la disciplina de partido y en la madre que te parió Cabanas, mecagondiós! – dijo el alcalde.
¡Es que Cabanas tenía cada cosa! Después, no se sabe muy bien quien, porque después de la arrancada del alcalde cualquiera decía algo y lo cabreaba más, que no tenía mucha importancia pero después los maletines no andaban como deberían y el final de mes estaba muy cerca y las vacaciones también y el chalet en Oleiros tenía sus gastos. Una voz tímida dijo “podemos buscarlo en el google”. -
¿Y eso que coño es? – pregunta el alcalde
La Concejala de Educación, que era la que sabía de esto abrió de portátil, de internet y de google. Como tampoco era cuestión de pensar de más y como ya quedaban pocos minutos fueron al grano, pusieron maremoto y salió allí lo que no está en los escritos, bueno si que está, de hecho salieron allí todos los escritos, de más. Con urgencia bajaron con el cursor buscando un plan de En el fondo Raquel Couto Antelo
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evacuación de emergencia. El alcalde no lo entendía, tanto gastar en ordenadores de última generación y total había que decírselo todo letra por letra. Hicieron un último intento “plan de evacuación de emergencia maremoto”. Y allí salió, del Centro Pacífico de Tsunamis o algo parecido porque estaba en inglés, y lo único que veían claro era lo de Tsunami que eso si sabían que tenía que ver con lo de los maremotos y lo de que estaba en Hawaii. El alcalde se enfadó y dijo que aquel no era el momento para andar buscando ofertas de viajes. El Concejal de Turismo, que era el que se encargaba de viajar al extranjero para promocionar la ciudad y que supuestamente tenía un título de la Oxford University de inglés y que incluso lo hablaba con acento de Glasgow y todo, se puso delante de la pantalla y fue leyendo a su manera. Es de entender que el plan tuviese sólo un folio de extensión pese a que el original tuviese un montón de páginas, es que poner, poner, pusieron sólo lo que estaban casi seguros de entender. Después pensaron que era bien poner la fuente, porque siempre hay que citar las fuentes, pero más que nada para echarle la culpa a alguien, fuese lo que fuese, siempre que fuese malo, claro. A la prensa les coló más o menos, porque pensaron que lo que les habían presentado era un resumen claro y conciso de un plan más amplio, y porque la prensa si que sabía que había un PTWC con sede en Hawaii que vigilaba el Océano y que tenían mucha experiencia en evacuación en caso de maremotos e incluso hacían simulacros. La prensa si que lo sabía. También es de entender que la cosa no saliese bien de todo, aunque, todo hay que decirlo, para ser como fue no hubo que lamentar grandes pérdidas. Cuando se habló de evacuar, a lo grande, de coger y marchar, a la gente le dio la risa, si hombre En el fondo Raquel Couto Antelo
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que iban coger y dejar los pisos que ni tenían pagados para ir a ningún sitio y perder todo. Otra cosa con la que no había contado el Ayuntamiento, “porque en Hawaii volvían a hacer las chozas y listo” pensó el alcalde. Entonces lo que se hizo fue crear un compromiso de expropiación forzosa, el Ayuntamiento se comprometería a ayudarles en la reconstrucción de las propiedades o facilitar otras de similares características con las ayudas por zona catastrófica que iban a recibir. No es que la gente no tuviese miedo del maremoto, es que la gente no se fiaba ni un pelo del Ayuntamiento, así que, lógicamente, tuvieron que evacuar por la fuerza dos días antes del terrible acontecimiento. ¡Y lo consiguieron! E incluso acabaron a tiempo de que los primeros evacuados se dedicasen a llamar de todo al Ayuntamiento porque al final ni iba a haber maremoto ni nada; pero sí que lo hubo, retransmitido en directo vía satélite y seguido en directo por miles de millones de espectadores y espectadoras alucinadas que vieron el arenal de Riazor como decían que había sido hace siglos según las fotos simuladas que había en el Paseo de San Pedro cuando se retiró el mar, y después vieron también como el agua cubrió todo cuando volvió y arrasó todo a su paso. No es que sólo afectase a la ciudad, algo, algo también afectó al resto de la costa, pero como A Coruña estaba en el mismo epicentro y tiene esa forma de cabeza de tortuga que diría Manuel Rivas, que antes era Manolo, pero ya no, actuó de rompeolas y frenó los efectos sobre el resto. Fue también esta forma la que provocó que cuando las aguas volvieron a lo suyo, la ciudad no volviese a su estado normal sino que hizo de tope, de embalse, por decirlo de alguna manera y el agua quedase a nivel, pero no al de antes sino por encima, de los edificios y de todo.
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Y ahí comenzó, todo quedó inundado y con el agua llegaron los rumores de que con las prisas de última hora a los de la Caja Universal no les dio tiempo a sacar la pasta, que mientras se ve un maremoto en directo hay tiempo para todo. Y la leyenda nació cuando los periodistas le preguntaron al Presidente de la Caja Universal por este rumor y lo desmintió tajantemente diciendo que eran falacias y no sé que más indignidades. Para quienes seguimos los programas del corazón sabemos que eso es una confirmación clarísima de los rumores. Así que, bajo el agua, en el centro de la antigua ciudad de A Coruña, en el fondo, está la caja fuerte más grande de Galicia llena de dinero, y de montones de dinero, pero de ese dinero que va en fajos, esperando a que alguien baje y los rescate.
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Capítulo 3. Dicen -
Dicen – dije.
Y lo dije para que quedase claro que era una leyenda, que después andaban esos turistas aficionados estorbando por el medio, y los que no, los había que andar salvando de ahogar. -
Pues parece factible – dijo Paco.
-
Sí, podría ser cierta – añadió Alberto.
Lo sabía, es que les encantan esas chorradas, estaba por ir a un banco a pedir dinero para poner un bareto de esos y contar historias, los iba a tener bien entretenidos. Habían tomado cuatro cervezas en lo que conté lo del tesoro, y eso que estaban muy atentos. Ramón tenía cara de que él lo sabía contar mejor, ¡si hombre! si no sabía ni la mitad de los datos, todo imprecisiones; pero criticar es muy fácil. Y se hizo un silencio, no tanto incómodo sino ligeramente tenso y como había terminado mi consumición y visto que el tema de la leyenda no daba para más y que Ramón estaba de no, pensé en marchar. -
¿No marcharás ya? – dijo Ramón.
-
Sí, eso pretendía – dije.
Me agarró la mano y me volví a sentar, no lo podía creer ¡que fácil soy! -
A ver Xiana, si lo del tesoro fuese cierto, ¿crees que habría manera de llegar hasta el? – preguntó Ramón.
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-
Hombre con el equipo preciso, mucho tiempo y sabiendo abrir una cámara acorazada de máxima seguridad, sí – dije.
Admito que mi tono era despectivo tirando a muy despectivo, pero tampoco era para que se pusiese así: -
De verdad Xiana, acabo de recordar porque te dejé – dijo él desesperado.
Ha, ha, ha... que iba a ser por mis contestaciones ingeniosas, haaaa, haaa, y no sería por la rubia aquella de metro noventa... y no sería por eso... iba a ser sí. Lo notó, o eso me pareció porque le cambió la cara de chulo a corderito. Si hombre, que me iba a echar la culpa a mí. -
¿Y que haces? – preguntó Paco.
Lo dijo así sin más, yo que sabía que me lo decía a mí. Me lo aclaró Ramón con una mirada de revés, estaba de un sensible el tío. Total, que le conté que no hacía nada, que estaba en el paro. Ramón seguía mirándome mal. Sabía más de lo que parecía, también lo noté; pero no iba confesar allí delante de un policía a que me dedicaba, de buen rollo sí, pero con cuidado. A vosotr@s si que os lo puedo contar, además ahora ya tanto da. Yo era recuperadora, un oficio nuevo que nació después del maremoto. La gente marchó así a toda prisa y después conforme se fueron asentando en sus nuevos hogares se dieron cuenta de que habían olvidado pequeñas cosas, esas pequeñas cosas que siempre se extravían en las mudanzas y que cuando se echan se te hace un agujerito en el corazón: el álbum de la primera comunión, la corbata de la suerte, etc. En el fondo Raquel Couto Antelo
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Y vosotros diréis ¿y para eso tanto misterio? El caso es que, como decirlo, esta era la tapadera; o mejor dicho, la excusa, porque encargos, encargos de estos sí que teníamos, pocos, muy pocos, alguno de vez en cuando. Después teníamos otro tipo de encargos, más interesados, lo típico, el joyero que cobró del seguro una indemnización por no sé cuantos anillos de platino que tenía en el mostrador y que después le da la morriña y quiere recuperarlos, sin contárselo a los del seguro, claro. Y también estaban los otros encargos, aquellos de la gente que no era exactamente la propietaria de las cosas que teníamos que recuperar, vamos que sabían que la cuñada del abuelo de la tía de menganito tenía en el colchón “algo”... Yo no hacía muchas preguntas, ninguna para ser exactas y normalmente tampoco conseguía recuperar todo lo que me encargaban, eso les decía, anda que las modistas no quedaban siempre con un trozo de tela cuando les encargaban un vestido, pues las tradiciones hay que mantenerlas y punto. No tenía miedo, es decir, había una especie de vacío legal entre la ley de recuperación de tesoros marítimos y la de propiedad privada, porque aún no habían llegado a un acuerdo sobre si el terreno que inundó el maremoto era marítimo o todavía seguía siendo propiedad privada. Mi teoría era que si el mar devuelve lo que no es suyo, y seguía ocupando todo aquel espacio, es que era del mar, y como ya dije antes, punto. De cualquier manera lo que hacíamos no estaba muy bien visto, a la gente le molestaba mucho eso de que otro cogiese lo que era suyo. Decían que nos estábamos haciendo ricas a su costa, pero como no nos daban pillado se aguantaban y cuando les interesaba nos hacían algún encargo. A rica no iba a llegar, todo lo más conseguía cosas para cambiar en las tiendas centrales, a En el fondo Raquel Couto Antelo
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veces podía conseguir comida para todo el mes o equipos de última generación, radares, prospectores, equipos de inmersión, lo típico. -
Yo tenía entendido que hacías otras cosas, o eso dice tu ficha – dice Alberto.
¿Mi ficha? Dios ¿tenía yo de eso? -
Paco y Alberto también son del gremio – dice Ramón con mucha sorna.
Joder, vaya puntería, de cualquier manera no había problema, salvo que confesase no tenían nada, nada de nada; ellos sabían a que me dedicaba ¿y que? si no me pillaban con las manos en la masa no tenían nada que hacer; sí, podían hacer un encargo trampa de esos o conseguir que algún cliente se fuese de la lengua, si la espabilación les diese para tanto. Lo que es la espabilación les dio para poner una patrulla nocturna pero no les gusta mucho mojarse y nunca nos pillan. -
Que tontos sois, que no hay nada, coño – dije.
-
Bueno, eso pronto lo vamos a saber porque...
Empezó a decir Paco, pero de repente dio un bote en la silla como si alguien le diese una patada contundente para hacerlo callar. Eché una mirada rápida a ver si pillaba alguna señal; pero no ví nada, aunque fue de agradecer porque el tema del tesoro terminó ahí. Y también terminó ahí la tarde, ellos acabaron su consumición y se ofrecieron a llevarme a casa.
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Capítulo 4. El error de Paco (Primera parte) Para Andrés aquel lunes 4 de Julio es difícil de olvidar, llegó al trabajo como todos los días, es decir, tarde, mal y arrastro. Su jefe lo llamó al despacho, eso tampoco le extrañó, siempre hacía algo mal, no porque fuese un inútil, sino porque no estaba motivado; o dicho de otra forma, sus motivaciones no venían del sitio adecuado. El jefe, tranquilo, como era el, con esa parsimonia que dan los años de profesión y ver de todo. -
Deja el arma y la placa encima de la mesa y vete, no te quiero ver más – dijo.
Y Andrés soltó el último chiste dentro de la comisaría, “¿y no tendría que ser primero la placa?”. Lo dijo insinuando que el Comisario le tenía miedo; pero el comisario no lo hacía por miedo, lo hacía por precaución, años de profesión y e ver de todo le decían que con una placa poco se podía hacer pero con una pistola... Después salió tan contento del despacho, diciendo que había dimitido, y no, lo habían echado. Muy discretamente, claro. El Comisario lo hizo porque el padre de Andrés era amigo suyo y los de asuntos internos se estaban acercando mucho. Él ya lo sabía, desde el principio, había salido al padre, sólo que no tenía su picardía. El padre de Andrés tenía la virtud de saber cuando era flexible esa delgada línea que separa el bien del mal. Andrés no, el era fino como una vaca haciendo encaje de Camariñas. Para el padre de Andrés fue una desgracia, por la vergüenza pública, en las partidas del sábado y en el fútbol del domingo como la cosa se pusiese algo tensa iba a salir el tema, y de hecho salía cada vez que había que minar la moral del contrario. En el fondo Raquel Couto Antelo
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Pero en el fondo sintió alivio, sólo dios sabe cuantos “jamones” le tuvo que regalar al Comisario en la corta carrera de su hijo. Para Andrés también fue una liberación, y tanto, tenía pensado seguir con lo que estaba sólo que ahorrándose los sermones de su padre, de su jefe y de los pesados de asuntos internos. Se le olvidó el pequeño detalle de que a la gente con la que negociaba sólo les interesaba por ser policía. Caía de cajón, pero Andrés no tenía tiempo para pensar... ni cerebro. Por suerte para él, tenía ese encanto de vendedor de coches de segunda mano que tanto gusta a los hombres y consiguió mantener el contacto con sus compañeros de academia, Paco, Alberto y Ramón. De ética andaban más o menos como Andrés; pero tenían un poco más de vergüenza y algo más de miedo, no sólo se habían metido en la policía por vocación, también porque querían un empleo estable del que fuese difícil echarlos. Este último argumento ya nos da una pista de su eficiencia. Y así fue como sacó la licencia de investigador privado y puso un despacho en su piso, sin pedir autorización a la comunidad de propietarios, ni placa en la puerta; pero haber, hay un despacho en su piso, la vecina de enfrente bien que lo dice, “¡entra cada uno!” pero quien le va a hacer caso a una pobre mujer a la que todo el mundo conoce como “la emisora” del vecindario. Le va muy bien, de cuando en vez lleva algún susto; pero tener el único Jaguar último modelo de la ciudad lo compensa más que de sobra. El cliente más importante de Andrés, o por lo menos el que más trabajo le daba era el alcalde, dios los cría y ellos se juntan, aunque en favor de Andrés hay que decir que fue un cliente heredado de su padre. No pagaba mal el alcalde y además era un hombre agradecido, bueno, para ser En el fondo Raquel Couto Antelo
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más exacta debería decir que era vengativo y rencoroso si no le hacías lo que te encargaba, por eso, y siguiendo por única vez en su vida el consejo de su padre, Andrés hace todo lo que le manda. De su relación con el alcalde Andrés sacó muchos contactos, de los buenos, de los de pasta, acabó haciendo trabajos para el Ayuntamiento en general, era como el bedel del lado oscuro, sabía todo de todos y todas; eso, a la larga, era mejor que un plan de pensiones. El alcalde con la vejez se fue tranquilizando, la tranquilidad que da la fortuna amasada, claro está; pero su relax no hizo un agujero en las finanzas de Andrés, el sitio lo ocupó el concejal de urbanismo, que cada vez tenía más trabajo el pobre porque iba quedando con menos terreno y eso que iban absorbiendo cada vez más Ayuntamientos limítrofes. Andrés, en este campo era multifuncional: buscaba nuevos terrenos, echaba a las viejas de los inmuebles interesantes, lo típico de esta concejalía. Con todo se fueron haciendo amigos, ya iba a cenar a su casa los viernes y todo; aunque esta etapa sólo duró hasta que le rompió el corazón a su hija, Alicia. La verdad es que para él Alicia sólo fue un rollo de fin de semana; pero el concejal se puso tan nervioso al pensar que su hija del alma se pudiese quedar embarazada de aquel individuo al que tendría que dar la mitad de su herencia que tiró de cheque, le puso los ceros que sabía que le iban a gustar a Andrés y zanjó la cuestión. Andrés cogió el cheque con todo el disimulo del que pudo echar mano para que no se le notase que ya pasaba de la chica gratis y lo agradecido que estaba porque sabía de sobra que el concejal iba a utilizar el resguardo del cheque para restregárselo a Alicia y así convencerla de que no era trigo limpio. Joder, se la sacaba de delante y encima le inflaba la cuenta corriente de ceros. Al concejal le iba a pesar un par de años después, En el fondo Raquel Couto Antelo
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cuando Alicia se casó con Carlos, ¡hala! le está bien por clasista.
el
abogado,
Aunque Andrés no volvió a casa del concejal seguían cenando juntos los viernes, más desde que el concejal se divorció; otro cheque para Andrés, porque tuvo que medio seducir a Carmen, la mujer del concejal, que aunque no lo consiguió, en las fotos parecía que sí, y al juez fue lo que le valió. Carmen nunca se lo perdonó, y lamentó la de veces que había cocinado para el en aquellos viernes familiares. En una de esas cenas el concejal trajo a un amigo, el director de la Caja Universal. No fue casual que el concejal lo invitase, llevaban años haciendo negocios juntos, él no, su hija, sin que ella lo supiese, por supuesto. Pero esta vez le había pedido alguien de confianza.
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Capítulo 5. El error de Paco (Segunda parte) Andrés era ese alguien de confianza. El director de la Caja Universal le planteó la cuestión directamente, sin rodeos. -
¿Has escuchado alguna vez esa historia del tesoro...? – consiguió preguntar el director de la Caja Universal antes de que Andrés lo interrumpiese con la risa.
Al director no le pareció bien aquella interrupción entre risas de su posible futuro socio; pero el concejal le dijo con la mirada que tuviese un poco de paciencia, que el chico bien lo valía. El director no confiaba mucho; pero continuó con la exposición del asunto sin permitir que Andrés respondiese a la pregunta. -
Pues es cierta, allá en el fondo quedó una caja llena hasta arriba de dinero; pero no la dejamos por las prisas, ni porque se nos haya olvidado. La dejamos a propósito, la dejamos porque nos interesaba ¿está claro?
Andrés no se atrevió a responder, no porque se diese cuenta de la mirada asesina de antes, sino porque el concejal le plantó el pie de tal manera en la pierna que no le dejó dudas sobre lo que tenía que hacer. -
Tampoco hace falta contar si era dinero en negro o la herencia de mi tía, ninguno de los tres trabajamos en Hacienda y tampoco nos gusta hacer preguntas ¿a que no?
Andrés no se movía. -
El rumor lo extendimos nosotros, yo, para ver si se animaba alguien y nos hacía el trabajo; pero no tuvimos mucha suerte. Algún
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loco bajó, o eso andaban diciendo por los foros de internet, pero el dinero sigue allí. -
Y ahí entro yo...
El director de la Caja Universal lo miró mal, le dejó bien claro que no tenía que sacar nada porque allí no había nada. Andrés quedó un poco confuso, supuso que era una frase del tipo de “esta conversación no ha existido”; aunque no entendía porque no habían bajado antes a recogerlos ni porque le había dado el punto de hacerlo en ese momento. Ni el director de la Caja ni el concejal estuvieron por la labor de aclararle ciertas cuestiones y Andrés no le dio más vueltas, le habían puesto un cheque de esos que le gustaban a él encima de la mesa y ya estaba. Él les prometió discreción y el paquete completo, ya se encargaría él de sacar unos cuantos fajos sin que se diese cuenta nadie, o buscar a alguien a quien echarle las culpas. Andrés tenía de mano a un par de recuperadores que le ayudaban de cuando en vez en algún caso, sobre todo cuando había que bajar a buscar archivos viejos en algún organismo público. Uno de esos recuperadores era Salva; pero ya no hacían negocios desde que lo dejó con el culo al aire cuando la policía se puso tonta con uno de sus encarguitos. El otro estaba en la cárcel, no por ningún trabajo que le hubiese encargado Andrés, sino por otras cositas algo menos profundas aunque también pasadas por agua. Entonces, y ante la posibilidad de tener que devolver el cheque o meterse a submarinista llamó a Ramón, a ver si podía hacer algo por su colega o conseguía que le recomendase otro, porque aunque anduviese por tierras de secano mantenía sus contactos. En el fondo Raquel Couto Antelo
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Ramón vivía feliz, vivía la vida que siempre había soñado, un buen coche, un buen piso, una buena chica, o dos, o tres... Le alegró recibir la llamada de Andrés, pronto iba a disfrutar las vacaciones y no tenía muy claro querer viajar, hacía tiempo que no pasaba una tarde de aquellas de verano tirado con los colegas en la playa hasta que se hacía de noche, tuvo que tirar una estantería comida por la polilla y cuando sacó la caja de las fotos le dio la morriña, ya había hablado con Paco y con Alberto, para que fuesen con el, casa tenían, y había turistas igual que por el Sur, cosa que los convenció en seguida. Andrés le escuchó todo el rollo de la morriña, él que no tenía ni la más mínima intención de pasar el verano en la ciudad; “hay que escuchar cada cosa” dijo para sí Andrés cuando el otro le hablaba del azul sin igual del Orzán. Cuando Ramón terminó le dijo que allí les quedaba su piso para cuando quisiesen y saltó directamente al asunto de la llamada. -
Mira Andrés, lo del chico está complicado, lo tienen en aislamiento, se pasó de chulo y le hizo una jugada a un guardia, no creo que me dejen hablar con él, ni creo que él quiera hablar conmigo – dijo Ramón sin mucho interés.
Andrés bien se dio cuenta de que Ramón no estaba por la labor así que le tuvo que contar lo de la pasta, en ese punto Ramón ya vio más fácil lo de ir a hablar con el preso. Y fue, claro. No le sacó mucho porque, efectivamente, estaba muy poco comunicativo. -
Vamos a ver, entiendo que no me digas el nombre de tus colegas; pero sabrás de alguien que haga lo mismo que ellos y que no sea colega tuyo, ¿no sé si entiendes lo que quiero decir?
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Entendió, entendió, el poli quería que le dijese el nombre de un colega suyo que le hiciese un trabajito para empapelarlo como le hicieron a él, claro que lo había entendido ni que fuese tonto. Y claro, le dijo el nombre de Xiana, el mío, porque me tenía cruzada, porque yo era mejor, porque pillaba mejor que el y tenía más trabajo, porque era más lista y a mi nunca me habían pillado, porque era un sinvergüenza y un cobarde que no le importaba tirarle porquería encima al resto... y quien sabe que más motivos tenía. Hacía tiempo que Ramón no escuchaba mi nombre, y no sabía muy bien si por la etapa nostálgica que estaba atravesando o por tener ganas de verme, se alegró de volver a escucharlo. Bueno la verdad es que esto es un suponer mío, una fantasía que me hace ilusión, que a lo mejor ni se acordaba de mi; pero soy más feliz pensando que sí y punto. Después de salir del centro penitenciario, parado en un semáforo, se acordó del mal genio que tenía, yo quiero decir, de la mala leche que tenía yo y del número que le monté cuando lo descubrí con la top model aquella y pensó que igual era mejor decirme la cosa directamente y pasar de las advertencias de Andrés, porque al final yo iba a ser más proactiva si me decía la verdad que si lo descubría a medio camino, que era muy capaz de... Pero después lo pensó mejor, lo habló con Paco y Alberto, que no me conocían de nada; pero como el otro les había contado la película a su manera, víctima de todo que era él el pobre, bruja y medio meiga que era yo... y se convencieron de que era mejor como decía Andrés, que quedase entre ellos. Delante de unas cervezas planificaron la estrategia, decidieron tomar las vacaciones antes y venir a supervisar la jugada, Andrés se encargaría de localizarme, seguirme y hacer un informe de mis movimientos Ellos me encontrarían En el fondo Raquel Couto Antelo
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por casualidad y me sacarían el tema del tesoro, como a mi no me gusta hablar ni casi, me pondría a largar y ahí mordería el anzuelo, no me iban a liar allí mismo, sino que me harían ganas. Después, conociéndome, iba a tener el run-run en la cabeza y estaría deseando sacar lo que tenía que sacar; pero como si fuese cosa mía y una vez fuera del agua me darían una limosna, y ellos se quedaban con el resto, porque soy tonta. Después, ellos quedarían con la mitad o un poco más dependiendo de lo que hubiese y le darían el resto al director de la Caja y si sospechaba algo ya estaba yo para llevar las culpas. Como plan no estaba mal. A ellos les gustó, y “aunque era simple puede funcionar” pensó Ramón. Y funcionaría si Paco no diese aquel bote en la silla. Sí, tan grande fue el error de Paco, tan grande que hicieron falta dos capítulos.
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Capítulo 6. Con el agua en los talones Paco nunca había visto el mar, en la tele sí, no se perdía ni un capítulo de las Vigilantas de la Playa; pero en persona no. El admiraba mucho a las vigilantas, gravaba cada capítulo para admirarlo muchas veces, muchas, pero muchas. No era por lo que estáis pensando, es que se identificaba mucho con ellas... por lo de servir y proteger... claro. Despertó cuando el avión comenzó a descender, debió ser el cambio de presión, y al pobre casi le dio un ataque al abrir los ojos. Ramón debió advertirle antes que el aeropuerto estaba muy rodeado de agua; pero mucho, el pobre pensó que iba a conocer el mar a la brava, de golpe, sin bañador ni Pamela. Estaba tratando de desencajar la cabeza de entre las rodillas y el respaldo del asiento de delante después de agarrar el chaleco salvavidas de donde la azafata dijera que estaba y afortunadamente estaba. Cuando Ramón se dio cuenta de que estaba pasando algo fuera de lo normal, antes de desatascarlo, avisó a Alberto para partirse a su cuenta un rato. Y el rato duró hasta que la azafata hizo la ronda y puso los puso a raya. Y también desincrustó a Paco del asiento de delante ¡que estrés diosmio! para que después digan que van en plan Barbie. Pero cuando se vio en la playa con los pies en la arena empezó a pensar que no se había equivocado y que aquello era lo más grande que había visto jamás en la vida, calculó cual podía ser el medio y medio y caminó con decisión hacia el punto que había calculado mentalmente; dejó los zapatos con los calcetines dentro en la arena, remangó el pantalón y caminó hacia el agua. La primera impresión fue chocante pero lógica: “¡coño, que fría está!”; nunca se le había pasado por la cabeza la temperatura del agua, como las vigilantas se lanzaban con tanta alegría pensó que era como la de la piscina, a 20º... a tres grados En el fondo Raquel Couto Antelo
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estaba en el momento en el que Paco metió la uña en el agua; y no sabía si fue por eso, pero había notado una leve sensación de mareo al mirar para los pies y ver como la ola se retiraba, como si el suelo se moviese. Otra cosa que le chocó fue la fuerza, las olas no tenían el idílico mecer de las puestas de sol californianas, o eso, o que del congelamiento las piernas no le respondían como debía. Salió para la arena y miró a su alrededor, todo el mundo estaba jugando alegremente y bañándose como si fuese normal, entonces pensó que el raro era él, así que lo volvió a intentar, si toda aquella gente podía él también, cogió carrerilla y se lanzó como se lo había visto hacer a Pamela tantas veces. Se nota que se había concentrado en otras cosas porque se lanzó justo cuando la ola se retiró y acabó tirado en plancha en la arena, se levantó con dificultad y cuando ya estaba en pie vino otra ola por detrás y lo volvió a tirar... y el pobre sin una triste Carmen a la que agarrarse. De esta primera toma de contacto Paco sacó tres conclusiones: 1. El mar es un hijo de su madre, frío y con una mala lecheeee. 2. Ramón y Alberto son dos hijos de su madre que se van a reir de maría santísima en cuanto me pueda poner en pie y llegar a donde están ellos partiéndose de la risa. 3. Las vigilantas de la playa no son socorristas, son superwomen; pero de las buenas, aunque sólo sea por correr por la orilla de este hostil elemento. Después fue hacia la arena donde estaban Ramón y Alberto llorando; pero literalmente llorando de la risa, los arrastró y los metió en el agua, porque Paco guapo no era; pero grande y fuerte... Y así acabaron los tres haciendo el chorra en el medio En el fondo Raquel Couto Antelo
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de la playa, embadurnados en la arena, empapados hasta las orejas y dando un espectáculo bastante lamentable, aunque por lo menos la gente fue con algo que contar para casa. Total, que ya le perdió el miedo al mar y al final del día era como si hubiese nacido en la misma agua salada, parecía la sirenita de lo bien que se movía de un lado para otro. Pero Paco volvió a tener aquella mareo, de moverse el suelo bajo primera vez que vio a Sandra.
sensación los pies
de la
La verdad es que me decepcionó que Ramón no se ofreciese a acompañarme hasta la puerta de mi piso por si había una araña en la bombilla del descanso o así. No tuve suerte. O si, porque eso reforzaba mi teoría de que el bote de Paco no fuera por la emoción de la conversación y tramaban algo. Miré varias veces por la ventana y el coche no estaba, fue en ese momento cuando llamé a Sandra y a Salva. -
Venid – dije – tengo que contaros algo.
Llegaron pronto, Sandra andaba por cerca, habíamos quedado para ver el programa Corazón de Glamour, que nos gustaba mucho; más a Sandra que a mi, ella estaba enganchadísima y no sólo a este sino a todos los programas rosas y amarillos de la pantalla, pero todos todos. Ella era mucho de cogerle cariño a las cosas, también era el único defecto que tenía la pobre, porque ser es muy buena gente, muy guapa y tan dulce como un oso amoroso. Cuando cogemos algo no se lo enseñamos porque tiene algo de diógenes y quiere quedar con el, tiene su casa como par enseñarla, de vez en cuando le traemos cositas para cuidar, cosas que no nos valen para cambiar pero que son muy bonitas.
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Salva llegó rápido porque el es así muy rápido. Sobre todo en aquellos días, que andaba algo acelerado porque ya le había salido la fecha del juicio por aquel marrón en el que le había metido Andrés y no hacía más que ir de un lado a otro. Andaba haciendo una lista de últimas cosas que hacer antes de que lo enchironasen, que no lo iban a enchironar, casi seguro... eso le decía su abogado. Cuando les conté la conversación con el trío maravillas no les pareció mucha cosa. A Sandra menos que a Salva, porque el programa ya había empezado; pero Salva me dijo que aunque seguramente fuesen paranoias mías iba a hacer alguna pregunta por ahí. Y mientras Marquitos de Buenacuna nos contaba lo enamorado que estaba de su futura prometida con la que se iba a ir de luna de miel a las Islas Fitji y a la que le había regalado un mercedes último modelo el día que la conoció, es decir, hacía dos semanas, porque se dio cuenta de que era la mujer de su vida, yo imaginé lo bonito que sería ir conduciendo un mercedes último modelo mientras suena música de Mozart, Salva imaginó lo bonito que sería despertar cada día en un país distinto, recorriendo playas tropicales y las ciudades del mundo de hotel de lujo en hotel de lujo como si fuese George Clooney en Ocean’s Eleven... y Sandra imaginaba lo bonito que sería que alguien se diese cuenta de que era la mujer de su vida en el momento en que la viese.
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Capítulo 7. El juicio final Final, final no era, que había posibilidad de recurso. Salva estaba muy nervioso, de un lado para otro mientras su abogado, Carlos hablaba con otro tan tranquilo. Nosotras llegamos tarde, yo más que Sandra, bueno, vale, Sandra llegó puntual; llegué a tiempo porque el juicio iba con retraso que si no... -
Ya te vale, ya te vale – dijo histérico en cuanto me vio llegar.
Salva
Total, no sé a que venía tanta prisa, aquello era un aburrimiento. La primera vez que fui a un juicio iba toda emocionada porque esperaba que fuese como los de las películas, abogados agudos, testigos sorpresa, giros insospechados; pero la verdad es que son un plomo, los abogados no pasean de un lado a otro y encima llevan una capa como la de Harry Potter, y... en definitiva el abogado ya le había dicho que no había de que preocuparse. -
¿¿¿ Y desde cuando abogados??? – pensé.
nos
fiamos
de
los
Para mi que el abogado me escuchó porque se dio la vuelta de repente. -
Me van a enchironar, me van a enchironar, estoy seguro – decía Salva de un lado a otro.
Sandra trató de tranquilizarlo dándole un abrazo; pero a él le sonó más a pésame que a consuelo y se puso peor. Sandra se sentó y se puso a pensar en sus cosas. Lo primero que vio de Carlos fueron los pies, los zapatos más bien, castellanos, hechos a mano, cuero de primera categoría e incluso adivinó la marca antes de verla en la pequeña etiqueta que llevaban en el talón y que a ella le parecía una ordinariez y que yo pondría aquí; pero como no me En el fondo Raquel Couto Antelo
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dan comisión, pues no la pongo. El caso es que Sandra pensó, sin saber quien era ni verle la cara, que aquel debía ser un hombre bien interesante porque con tan buen gusto no podía ser de otra manera. Cuando levantó la vista le tenía un parecido asombroso con Marquitos de Buenacuna, que era su ideal de galán en aquel momento. En realidad no es que se pareciese, es que como estos ricos visten todos igual y ella no estaba acostumbrada a tratar con ellos, todo se fue juntando. Carlos ya le había echado el ojo cuando la vio entrar y se andaba haciendo el interesante; pero Sandra estaba en Babia, con lo que tuvo que hacer unos cuantos paseíllos y así hasta que se le plantó delante ella no se enteró. A punto estuvo de desistir; pero cuando le vio aquella mirada embobada supo que había valido la pena el desfile. Salva, afortunadamente, no se dio cuenta de que su abogado estaba más interesado en Sandra que en su defensa. El juicio no salió demasiado bien, el juez era un dinosaurio amargado y no entendía los chistes nerviosos de Salva. Además vino Andrés a testificar a favor de la acusación, diciendo ciertas cosas sobre las actividades de Salva que bien callarse y además le echó toda la culpa a el. Carlos pudo preguntarle si el requería de los servicios de Salva con frecuencia; pero era asumir la acusación y, mucho que le pesó, Salva quedó bastante mal. Andrés me cayó mal, ya desde que lo vi esperando en la entrada. Toda la historia del juicio venía por una recuperación de estas que hacemos, Salva tiene muchos contactos, yo voy más bien por libre, el gana más. El caso es que lo que tuvo que recuperar tenía dos dueños y cuando uno se enteró de que el otro estaba casi con las cosas en la mano lo denunció por robo. Este dijo que el no sabía nada En el fondo Raquel Couto Antelo
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que una vez había comentado el tema con Andrés, Andrés que el era investigador y que no se mete en el mar ni que le paguen; pero que hablasen con Salva que era mucho de eso, y lo pillaron con la mercancía en casa. Es lo que hay. Es lo que sabíamos entonces. Cuando el juez cogió el mazo y dijo “visto para sentencia” salimos de la sala. Salva no quería, tenía miedo de que a la salida no le dejasen marchar; pero tiré de el y no había nadie esperando, menos mal, porque tanto insistió que yo casi también tenía miedo a salir. Carlos nos invitó a tomar algo para comentar como había ido el juicio, en realidad pasó todo el tiempo tonteando con Sandra y Salva no hacía más que repetir nombres de sitios que quería visitar, y cosas que quería hacer, yo le seguí la broma hasta que dijo: -
¿Entonces vienes conmigo a hacer puenting a la Torre de Control Marítimo?
¿Pero este está mal de la cabeza de todo? De todo, de todo. ¿Yo puenting? ¿Yo? ¿Yo que soy incapaz de tirarme hacia atrás con la bombona de oxígeno desde la fuera borda? Que no, que yo bajo poco a poco, hay que ser bien animal. Tenía que ponerle fin a aquellos desvaríos, él estaba preparado de más, físicamente quiero decir, para que no le pasase nada hiciese las burradas que hiciese; pero el problema no era ese, el problema era que lo mismo le daba por hacer puenting como ir a enseñarle el trasero al alcalde, y contra de lo que se pueda pensar, esto último era bastante más arriesgado. -
Y después voy a poner un anuncio para un casting de modelos de ropa interior – dijo Salva razonando.
Y era bien capaz. En el fondo Raquel Couto Antelo
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Por distraerlo le insistía para que me contase de una buena vez si alguno de sus contactos le había dicho algo sobre si alguien andaba en la búsqueda del famoso tesoro de la leyenda. En ese instante Carlos dejó el coqueteo con Sandra y giró la oreja hacia nosotros. Andrés, que estaba en la barra hablando con uno de los abogados que había llevado el ricachón que denunció a Salva, también dio media vuelta para escuchar. En ese momento me planteé seriamente aprender a hablar más bajo. Tampoco tenía mayor importancia, era un tema que siempre llamaba la atención, pero Salva que tenía enfilado a Andrés se dio cuenta de que era más que curiosidad por una leyenda. Carlos o se hacía el tonto o es que lo era porque decía que nunca había oído hablar del tema; Salva comenzó a contar lo que había averiguado: -
Hablé con el buey (uno que conocíamos y que por seguridad le vamos a llamar así, por seguridad y por coincidencia) y me dijo que no sabía nada, que serían las chorradas de algún turista.
Hizo una pausa y le dio un repaso a Andrés de reojo. -
Pero como sé de sobra que no te iba a parecer suficiente fui junto a fresquita (otra que conocemos nosotras y que por seguridad le vamos a llamar así, por seguridad y por coincidencia), me dijo que algo había, que dicen que les dio la prisa por algo que va a hacer el Ayuntamiento pronto.
Volvió a hacer una pausa y le dio otro repaso a Andrés de reojo. -
Algo de urbanismo...
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Andrés estaba el pobre tan estirado y retorcido sobre el círculo de la silla que volcó y menos mal que dio puesto el pie en el suelo justo a tiempo para no estrellarse. Salva sonrió con malicia. -
¿De urbanismo? – dijo Carlos emocionado – mi suegro
Sandra lo miró violenta, porque eran unos ojos de un verde impresionante que si llegan a ser dos navajas se queda en el sitio.
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Capítulo 8. In Venus Veritas (Primera parte) -
¿Tu suegro? ultratumba.
–
preguntó
Sandra
con
voz
de
-
Sí – dice Carlos con voz de niño bueno y tono de “yo no quería”.
-
¡Ya! – dijo ella tajante.
-
¿Tu suegro qué? – preguntó Salva impaciente, ajeno a la escena de celos y arrepentimiento.
-
Mi suegro es el concejal de urbanismo – dice Carlos.
Quedamos estupefactos, era la primera vez que conocíamos a un yerno de un concejal, por lo menos yo. Salva le preguntó si sabía de la existencia de algún plan para la zona catastrófica. Carlos dijo que no, pero que su suegro no hablaba mucho de esos temas en casa porque su ex-mujer, ahí a Sandra le apareció un rayo de esperanza en el mirar, es decir a su suegra, ahí le volvió a Sandra la mala leche, es concejala de Servicios Sociales y si se entera de que dedican dinero a Urbanismo y no a Servicios Sociales tal como están las cosas, le monta una moción de censura. -
Pues espabila y sácale el tema, hay que confirmar la información de Salva cuanto antes – dijo Sandra empleando vocabulario de colaboradora de programa de corazón.
-
Mujer, no sé si podré... – dijo Carlos – además... ¿qué es lo que queréis saber?
Salva seguía controlando a Andrés, que ya casi estaba sentado a nuestra mesa, y como lo veía interesado en el tema dedujo que iba por buen camino. Le dijo a Carlos que se enterase de si En el fondo Raquel Couto Antelo
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había o no alguna actuación prevista en la zona catastrófica. Carlos prometió que lo intentaría y aunque Sandra no se fiaba nada, Salva quedó convencido. En realidad a Salva la confirmación de Carlos poco le importaba, sabía perfectamente que Fresquiña le había dado información de primera y no necesitaba contraste ninguno. De cualquier manera la confirmación ya se la había dado Andrés con su reacción y encima había conseguido quitarle de la cabeza aquella obsesión suya con el puenting. Carlos marchó en su espectacular coche y nosotros acompañamos a Sandra a su casa porque estaba de mal humor, en una mañana había conocido a su príncipe azul, al cabrón que le había roto el corazón y al adúltero que la intentó seducir, y la pobre no estaba acostumbrada a tantas emociones juntas. La dejamos delante de la televisión con el bote de las galletitas saladas y una botella de agua mineral de las de baja mineralización, tapada con una manta y con el mando en la mano. Comenzaba el programa Ni glamour ni corazón, que era una versión ácida de Corazón de Glamour, vamos que los ponían de vuelta y media. Salva me hizo ir con él a espiar a Andrés, ya me dirás donde lo íbamos a pillar, había más de dos horas que lo habíamos dejado agarrado a la barra de la cafetería para no caer del taburete con lo estirado que estaba encima de nuestra mesa. Pero Salva, que lo conocía muy bien, lo localizó enseguida en un local de moral distraída que tenía un luminoso con el dibujo de una fuente de colores, yo lo había visto cantidad de veces al pasar por la general, pero en la vida me imaginara parada en un coche en el aparcamiento y preparándome para entrar. Tampoco me había imaginado preguntándome si Salva era asiduo de aquel tipo de establecimientos porque no me parecía de esos, aunque a veces la necesidad... En el fondo Raquel Couto Antelo
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bueno llegados a ese punto preferí pensar que no me interesaba el tema, aunque le seguí dando vueltas un tiempo y a veces me daba como ganas de ir lavar las manos después de tocarlo. ¡Los hombres eran todos unos cerdos, todos, sin excepción! Dentro la cosa fue a peor, cerdos de todo. En cuanto vieron a Salva vinieron hacia el tres chicas en plan muy cariñoso, y lo extraño es que les hizo caso ¿y yo porque tenía en la idea que a este le gustaban los hombres? ¡ah sí! porque me dijo que era gay hace quince años cuando nos conocimos. Es que son todos unos cerdos, cuando se lo diga a Sandra verás. Y mientras yo debatía sobre las inclinaciones sexuales de Salva el iba hacia un reservado de la mano de las tres topmodels aquellas que no sé que hacían en un antro como aquel con el tipo que tenían; pero la vida es así. Y yo quedé sola plantada en el medio y medio de un bar de carretera, de un local de alterne, de un antro de perdición rodeada de parejas cariñosas y vino barato, digo lo de barato por darle dramatismo a la situación, que igual era cara, no era mi intención desmerecer la bodega del establecimiento ni nada. -
Señorita, creo que se ha confundido de local – me dice una voz de hombre en la oreja.
-
Sí, creo que sí – dije yo sin mirarlo, tratando de separarme porque me hacen cosquillas cuando me hablan cerca de la oreja y me da así como una mezcla de grima y gustillo que no sé describir, y tampoco era momento de ponerse cachonda en un sitio como aquel que hasta el día 10 no cobraba.
-
Si quiere la acompaño volvió a decir.
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hasta
la
salida
–
Yo tenía todos los pelos de punta y unas ganas de refregar la oreja para que parase aquella sensación. -
Es que vine con un amigo – dije – marchó por allí...
-
Bien, no creo que ahora le haga mucha falta su compañía – dijo.
-
Pues yo no voy a marchar sin él, el muy hijo de su madre quedó con las llaves del coche, así que arreando – dije enfadada a la vez que me daba la vuelta para verle la cara de una vez al impertinente aquel.
No lo debí haber hecho, si me había puesto mala hablándome a la oreja, verlo aún fue peor, tenía pinta de polaco ex-amante de una pseudoactriz con título de científica. Creo que no babeé, o por lo menos no conscientemente, pero las pupilas debieron dilatar todo lo que podían dilatar. -
Entonces tendrá que espera – dijo él.
tomar
algo
mientras
-
Pues lo veo difícil porque no tengo ni un céntimo, ¿tú no me invitarías, no? – pregunté mientras pensaba que era lógico que cobraran por aquello, porque era de más para ser gratis.
-
No, señorita, no va a poder ser.
-
No se preocupe, está conmigo – dijo Salva por fin – vamos Xiana, te tengo una fiesta preparada allí en el reservado.
Se libró porque aún estaba alucinada con el cachimán de la entrada que si no lo mataba, es que lo mataba, mira que dejarme allí sola. En el fondo Raquel Couto Antelo
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Me llevó detrás de una cortina de terciopelo granate que traté de no tocar porque sabe dios cuando fue la última vez que la limpiaron y quien se acercó antes a ella. En el reservado estaban las tres chicas de antes todas animadas con sus respectivas copas en la mano, yo miré a Salva diciéndole muy claramente que el homosexual era él no yo, a ver que puñetas pretendía que hiciese yo, que ya sabía él que a mí probar, lo justo.
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Capítulo 9. In Venus Veritas (Segunda parte) Mientras las chicas hacían fiesta entre ellas Salva me dijo con un gesto que me sentase, que escuchase con atención y en silencio; es decir, me empujó para que tropezase y cayese en el sofá, dio golpes en la oreja con el dedo índice y después puso ese mismo dedo delante de la boca. Yo le puse empeño y me encogí de hombros para decirle que no escuchaba nada, visto que no podíamos hablar. Entonces el me asesinó con la mirada y volvió a dar golpes con el dedo índice en la oreja y después en el respaldo del sofá, por mucho asco que me diese, no lo de los golpes, que ya le notaba algo rojo aquel lado de la cara. Por fin escuchaba alguna voz que no fuese el alegre bullicio de las compañeras de reservado. Eran dos hombres alterados, alterados de enfadados, no de lo otro, dadas las circunstancias conviene aclarar este punto. En realidad era el Concejal de Urbanismo y Andrés. -
Tú sabrás a quién le contaste lo que tenías que contar – decía el concejal.
no
-
Conté lo que me interesó para obtener lo que nos convenía a los dos, o mejor dicho a los tres; pero conté de lo que sabía, y yo no sabía nada de ningún plan de urbanismo... y el si – dijo Andrés a la defensiva.
-
No hay tal plan hombre, como te lo tengo que decir, que no, el tal Salva te tomó el pelo, tu lo fastidiaste en el juicio y él se vengó – dijo el concejal disimulando.
-
Ya – dice Andrés sin mucha convicción.
Echaron un buen trozo discutiendo sobre lo que no me dices y sabes, y lo que sabes y no me dices; después para la mía sorpresa salió el nombre de En el fondo Raquel Couto Antelo
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Ramón, miré a Salva para que le quedase claro que me había dado cuenta de que el bote de Paco en la silla sí tenía algún significado. Y unas cuantas botellas de vino más tarde, que ya le aclaré a Salva que las iba a pagar él, porque yo no me iba a empeñar: -
Por mi yerno no te preocupes, no le da para más, está más concentrado en que no lo quite del testamento que en saber a que ando, ya le diré cualquier cosa y por lo que le conviene ya lo irá creyendo. Por los otros tú verás, no eran los que te interesaban para el trabajo – dijo el concejal.
-
Sí, sí – dijo Andrés simulando conformismo.
En ese momento el concejal se levantó y con un “hasta más ver” marchó. Andrés no se movía, o lo había hecho en silencio y no lo habíamos escuchado, también, como estuviésemos allí esperando y pagando botellas de vino sería de más. De repente: -
¿Qué pasa? – Andrés hablando con alguien – tengo que hablar con vosotros de aquello que os conté, aquí hay algo que no me cuadra.
Silencio. -
No, no, ya os había dicho yo que me extrañaba que lo quisiesen justo ahora, ¿porque ahora y no antes?¿qué?
Silencio. -
Bueno, pues si no te lo dije te lo digo ahora, que aún estamos a tiempo – gritó Andrés, parecía enfadado.
Silencio. En el fondo Raquel Couto Antelo
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-
Estoy aquí en el Venus, venid – dice Andrés.
Silencio. -
¿Cómo que donde está?
Me consoló saber que Ramón no supiese de aquel antro porque me dio en el alma que hablaba con él. Uno que se salva. -
A ver hostia, Andrés
es
el
de
la
fuente
-
dice
Silencio. -
Ja, ja, ja – ríe Andrés – ese, ese, ya me parecía raro que se te hubiese olvidado.
Es que no hay uno, cerdos, todos, todos, todos. Salva miro las botellas vacías encima de la mesa y me dijo que teníamos que marchar. Yo le dije que nastideplasti, que pagase y si no que no hubiese entrado, que era un agarrado. No me puso muy buena cara; pero tampoco insistió demasiado. Las trillizas seguían a lo suyo, y mientras esperábamos Salva se acercó a ellas, no quise mirar no fuese que me gustase y allá se fuesen mis rígidos, sólidos y delimitados esquemas sexuales. No tardaron mucho, igual unos quince minutos. Se sentaron entre risas y comentarios chorras del tipo de “a la de rojo la ponía yo mirando para...” y demás cosas finas por el estilo. Cuando se tranquilizaron se pusieron al tema, al tema del tesoro no al tema propiamente dicho. Ramón le dijo a Andrés que era lógico que el Concejal le ocultase los verdaderos motivos, todos lo hacían, pero que de cualquier manera a ellos les iba a dar lo mismo, fuese por lo que fuese, nosotras íbamos a hacer el trabajo y ellos iban a sacar tajada. También le dijo que daba igual que Salva y yo En el fondo Raquel Couto Antelo
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supiésemos más o menos, que íbamos a hacer el trabajo igual y ellos iban a sacar tajada. También, si también, le dijo que daba igual que el yerno-abogado-niñobién investigase lo que quisiese porque nosotras íbamos a hacer el trabajo y ellos iban a sacar tajada. -
¿Puede saberse porque estás tan seguro de que Xiana lo va a hacer? – preguntó Andrés nervioso.
-
Porque la conozco, no puede luchar contra sus instintos y se sabe que además de sacar pasta va a fastidiar a los del Ayuntamiento lo va a hacer más encantada.
-
Pero no los va a fastidiar, los va a ayudar – dice Paco.
-
¿Como que ayudarlos? – pregunta Ramón.
Paco les explicó que si el Concejal quería recuperar el tesoro y yo lo recuperaba, lo que hacía era ayudarle no estorbarlo. Se hizo un silencio. -
Paco, mira vete a buscar allí a fuera unas chicas – dijo Ramón.
Cerdo, más que cerdo. Paco se levantó y marchó. Ramón le dijo a Andrés que no se preocupase que ya se encargaba él de convencerme en el supuesto caso de que me echase atrás, cosa que el dudaba bastante. Pero no lo dijo como os lo estoy contando, lo dijo con esa voz que ponen los hombres cuando lo tienen todo controlado ¿sabéis? cuando una se derrite con una palabra suya y no ve más que por sus ojos. Salva miraba al suelo, sería por no verme la cara de mal genio que se me estaba poniendo. En el fondo Raquel Couto Antelo
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El trío calavera recibió con risas y brindis a las chicas de compañía. Y como parecía que el tema del tesoro había quedado zanjado le dije a Salva que ya podía despedir a nuestras acompañantes y que fuese pagando. Yo había quedado de pie en el vestíbulo, donde el supermachoman me había venido a hacer cosquillas en la oreja cuando entré, a ver si volvía a tener suerte porque en aquel momento me hacía mucha falta. Pero no la tuve, lo único que tuve fue un bajón pensando en que había hecho mal para que aquel amor del pasado no sólo me quisiera utilizar para que le hiciese un trabajo de dudosa legalidad, sino que me quisiera robar y por encima fuese un chulo asqueroso sin gota de sentimientos, yo que soñaba con un príncipe azul de esos que tienen nombres bonitos como Caspian. En los escasos metros que separaban la puerta del Venus del coche de Salva eché mil y un juramentos, Salva no decía nada para no empeorarlo, aunque estoy segura de que prefería que bajase el volumen porque le iba dando a las manos para abajo. -
Pues que le den mucho – dije por último ¿quieren que saque el tesoro? ¿quieren? pues lo voy a sacar, y tanto que lo voy a sacar, y tú me vas a ayudar; pero estos van a quedar con dos palmos de narices, que piensan que les voy a dar todo lo que haya, del cuarto ni la mitad, que no saben quien soy yo.
Y conforme iba imaginando mi venganza iba gritando más y cuando estábamos dentro del coche me dio por mirar para el coche que estaba al lado del nuestro y vi a Paco mirándome. Los ojos se me quedaron en blanco y Salva me dijo un “ya te avisé pero tú ni caso” con voz de sabelotodo. Llegados a este punto no me quedó más opción. En el fondo Raquel Couto Antelo
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Capítulo 10. Sin glamour pero con corazón Él trató de disimular haciendo que dormía, a buenas horas mangas verdes, si fuese un poco listo habría cerrado los ojos en el momento en que nos vio salir del local porque lo que es escuchar iba a poder escuchar igual. Pero no paso por vez, di un par de golpes en la puerta para que se diese por aludido y aunque se resistió acabó por abrir la ventanilla. -
Hola Xiana ¿qué tal? – dijo haciendo que espabilaba, como si acabase de despertar.
Le dije que bajase del coche, que teníamos que hablar con él. Bajó, con reticencias, pero bajó. Nos dijo que no sabía más que lo que les había contado yo y lo que suponía que ya habíamos escuchado en el Venus. No se lo creímos del todo, por lo menos yo, Salva quedó convencido cuando le dijo que aquello era lo que le había contado Andrés. Salva bien sabía que Andrés sólo contaba lo que era estrictamente necesario y a ser posible sólo lo que a él le convenía, sobre todo que omitía todo lo que pudiese perjudicar a los demás. Yo no sabía si Paco se hacía el tonto o si realmente era tan inocente como parecía, después de todo era el único al que podía excluir oficialmente de la categoría de cerdo, así que bien merecía un poco e confianza de mi parte. Cuando llegamos al portal de Sandra, Paco dudó si subir, sabía que no era mi casa y auque parecía que había buen rollo con Salva el portal tenía bastante mala pinta. Pero no le dimos tiempo a huir. Entramos con nuestra llave porque Sandra todavía estaría en el sofá, el programa Ni glamour ni corazón duraba unas cinco o seis horas. Salva fue a la cocina y Paco y yo entramos en la sala. Efectivamente Sandra estaba atenta a la pantalla, desvió un momento la mirada hacia nosotros mientras anunciaban los politonos; pero la voz en En el fondo Raquel Couto Antelo
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off anunciando los contenidos de la siguiente hora la volvió a cautivar. Paco quedó de pie unos segundos y después se sentó de repente; sí, fue en aquel momento cuando volvió a sentir la sensación de mareo de la primera vez que tuvo el mar bajo los pies. Salva llegó con unas patatas fritas y con unas galletas y como hipnotizados quedamos mirando el programa, sin hablar... bueno Paco miraba a Sandra. En el plató estaban todos los colaboradores y todas las colaboradoras; Aría Canciño, que era nuestra favorita, había conseguido una entrevista en exclusiva con la Marquesa de Ripipí. La marquesa no era muy dada a entrevistas ni a los platós y aquella entrevista era un bombazo. La repentina cancelación de la boda del hijo de la marquesa había desatado los rumores de una infidelidad por parte de la prometida y posterior enfado de la marquesa. Aquella noche nos iban a aclarar todas las posibles dudas, iban a disipar todos los rumores, iban a poner las cartas sobre la mesa. La Marquesa de Ripipí lo contaba todo. Antes de dar paso a la entrevista hacían el debate previo de siempre donde Aría Canciño iba dando pequeñas pinceladas de lo que se nos venía encima y el resto trataba de dar sus argumentos a favor de uno o de otra. Sandra y yo estábamos a favor de la prometida, lo de la infidelidad era una trampa de la marquesa, segurísimo. Salva decía que lo que pasaba era que la marquesa se olió el pastel y decidió tomar cartas en el asunto antes de que quedase con la mitad de su fortuna, que era porque en el fondo pensaba igual que Salva, pero no quería llevarle la contraria a Sandra, no fuese que lo odiase. El relportero gráfico Artur Salmos aseguró que había unas fotos de la infiel circulando por las redacciones de las principales revistas del país. En el fondo Raquel Couto Antelo
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Aría Canciño dijo que la marquesa había hablado abiertamente sobre el tema de las fotos y que le había dicho que ella no sabía de su existencia. Artur dijo que eso era lo que le convenía decir porque no quería que su hijo quedase como un engañado. Charo Fermín dijo que ella era amiga personal de Rosalía, que así se llamaba la prometida del hijo de la marquesa y que era una chica muy seria, con sus masters y un trabajo en un consejo de administración y que estaba enamoradísima del hijo de la marquesa. Vismi González sugirió que igual el tarambaina era el heredero, y también aseguró que había unas fotos circulando por las principales redacciones de las principales revistas del mundo rosa del país y parte del extranjero. Ahí fue donde el presentador paró el debate y dio paso a la entrevista. Y la verdad es que fue una gran decepción. Sí que habló de la cancelación de la boda, dijo que eso era cosa de los contrayentes y que ella no era quien para opinar, y eso que Aría le hizo la pregunta de mil y una maneras; incluso Paco dijo que con gente así en los interrogatorios no se les escapaba nadie. De lo que sí habló fue de la supuesta trampa a su nuera. Ella dijo que jamás de los jamases le haría eso a nadie, que la quería como a una hija y que era una chica buenísima, muy trabajadora de una familia muy buena. Sandra y yo nos mirábamos leyéndonos el pensamiento: la marquesa era de un falso... Cuando le preguntó por la conducta disipada de su hijo y ahí trató de justificarlo diciendo que hacía lo que hacían los chicos de su edad, que era muy joven, que quería vivir la vida. Se delató, no quería que su hijo se casase, que no, que se le notaba bien. Aría insistió en el tema de las fotos, y ella aseguró que no había tales fotos, que lo aseguraba. Después de la entrevista el debate fue de lo más encendido, en la tele y en casa. Yo noté que la En el fondo Raquel Couto Antelo
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marquesa había pagado por retirar las fotos de su hijo y también había pagado para difundir las de Rosalía. Sandra estaba segura de esto último, pero decía que de existir las fotos de su hijo no le importaría que se publicasen porque ella era así como muy liberal y además favorecía a la causa del “no matrimonio”. Paco decía que la nuera lo había preparado todo para deshacerse del marquesito después de la boda, pero que por algún motivo extraño se le habían adelantado las cosas. Salva decía que la tal Rosalía era una lurpia de cuidado con ganas de ser famosa y que le daba igual casarse que no con tal de salir en la tele, que ya había escuchado que le habían ofrecido un programa en ese canal en el que le pagaban a las guapas por figurar. Paco ya se había metido en el grupo y hablaba con total libertad, sin el nerviosismo de los primeros momentos.
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Capítulo 11. Tres son multitud, cuatro son la leche -
¿Qué Paco? ¿te unes a nosotros? – pregunté en el intermedio.
Paco me miró sorprendido, Salva me miró asustado y Sandra miró a Paco como si por primera vez se diese cuenta de que estaba allí. Paco no supo que decir, tampoco le di tiempo, respondí a mi propia pregunta diciendo que si y en aquel momento decidí que ya era hora de pasar a la acción. -
¿Qué vamos? – dije.
-
¿Ahora? – dijo Paco.
-
¿Ahora? – dijo Salva.
-
¿Ahora? – dijo Sandra.
Paco lo decía porque no le daba tiempo a avisar a Ramón, Salva porque no le daba tiempo a ir a por el equipo a su casa y Sandra lo decía porque todavía faltaba la última hora de Ni Glamour ni Corazón. -
No, cuando termine televisión.
–
dije
señalando
a
la
La verdad es que Sandra respiró aliviada, Salva hizo un ademán de levantarse pero no le dejé, le dije que solo bajaría yo, que él tenía que quedar vigilando arriba con Sandra y con Paco. Incluí a Paco en el plan porque me parecía buena gente, no el tipo de buena gente que se siente agradecida por incluirla en el grupo y no te da una puñalada por la espalda; no, de esa clase de buena gente no, sino de la que es buena pero que hay que tener vigilada por si le da por ser leal a sus amigos. Paco se levantó y fue a mirar por la ventana, en el reflejo ví que tenía el móvil en su mano. En el fondo Raquel Couto Antelo
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Tampoco importaba, si hablaba con Ramón, suponiendo que ya hubiese salido del Venus, no iba a tener mucha energía para venir de madrugada a un fondo submarino. Pasada la publicidad el último tiempo del programa deparó pocas sorpresas, una actriz porno y una vieja gloria de la Revista. Podía ser un friki y un cantante de los de antes, un actor porno y una viuda olvidada... Y aún no habían terminados los títulos de crédito cuando los mandé poner en marcha, que para eso me había puesto al mando. Sandra vino sin rechistar, creo que para olvidar, porque a ella lo de la nocturnidad y alevosía nunca le llamó, Paco venía porque venía Sandra y porque en algo había quedado con los otros, o eso sospechaba yo; y Salva por ver si terminaba todo, total poco tenía que perder. De camino Paco no hacía más que preguntar donde estábamos, y cada vez ponía voz de más asustado. Era de entender, pero nosotras nos mirábamos y nos reíamos por dentro, era de entender porque la ciudad de noche está completamente a oscuras, en la zona cero quiero decir, la poca luz que hay proviene de las líneas que recuperábamos, que enganchábamos la red eléctrica sin, obviamente, autorización alguna. Aunque nosotras ya casi andábamos sin ver, aquella noche había luna llena. Sí, efectivamente ese era el motivo por el que me había lanzado de aquella manera tan impetuosa a la aventura. Tuvimos que pasar por mi casa para recoger el traje, el agua todavía está más fría de noche y meterse sin neopreno no era muy recomendable, por lo menos yo no lo haría. Conforme bajábamos por la antigua Avenida Finisterre la oscuridad se hacía más patente, y Paco apareció abrazado a Sandra sin pretenderlo, a lo mejor inconscientemente sí que lo pretendía, pero Sandra lo tomó por el lado inocente. Ella de momento lo vio como tal, como a En el fondo Raquel Couto Antelo
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un ser inocente que se estaba iniciando en el mundo de la noche, pero en el de verdad no en ese de luces de neón que confunden. La marea estaba alta, llegaba hasta la puerta del Hiltom. Les dije que esperasen allí, tenía que ir a por la lancha, una de esas embarcaciones que teníamos, porque una ordenanza municipal las declaraba ilegales en la zona cero, cada quien tenía su escondite y nadie sabía el del resto, más por precaución, para no irse de la lengua en caso de interrogatorio que por desconfianza. La mía la escondía en el edificio del antiguo Cine París, estaba en el mismo centro y era un edificio pequeño, nadie se acercaba por allí sin lancha, había que nadar un buen trozo y saber por donde, los escombros hacían un suelo más peligroso que las arenas movedizas, sin embargo el edificio aguantaba muy bien las embestidas del mar y tenía pisos superiores donde podía guardar las bombonas y alguna cosa más en caso de emergencia. La ciudad estaba en silencio, imaginé que estarían pescando; pero de la pesca de verdad, de la de comer, con la luna llena, en verano, la mayoría aprovechaban para eso o para montar fiestas, a los turistas les gustaba la clandestinidad y dejaban mucho dinero, aunque tampoco era una cosa sabida, lo que menos les interesaba era que se supiese, no porque se presentase la policía sino porque los establecimientos legales se ponen muy serios cuando se les quita demasiada clientela. No era el caso, con la marea llena poca gente podía ser. De cualquier manera en la zona no había movimiento. Puse a andar la lancha, me preocupó que me quedasen sólo tres bidones de combustible, me había despistado, como la cosa durase mucho aún íbamos a tener que remar. Los pillé por sorpresa, a Paco lo salvó estar agarrado del brazo e Sandra, Salva hablaba por el móvil. Paco miraba atrás continuamente, mientras En el fondo Raquel Couto Antelo
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Sandra y Salva subían. Pareció dudar, pero subió. Después, cuando se vio entre los escombros y la sombra de los edificios con las columnas desnudas y los cristales en añicos era el único paisaje le quedó la cara que se nos puso a todas la primera vez que nos enfrentamos a aquel paisaje, entre estremecida y emocionada. Recuerdo que sentí una especie de respeto por aquellos edificios que se negaban a devolverle su sitio al mar, que quedaron allí de pie para que los viésemos, no para que los cambiásemos por unos nuevos, sino para que los quisiésemos con sus defectos. El edificio de la Caja Universa era fácil de encontrar, tenía en el tejado una bola del mundo de metal plateado que brillaba con la luna como la de una disco retro. Nos metimos en el interior hasta llegar a las escaleras, paré el motor, Salva bajó de la lancha y la ató al pie, mejor dicho a la pierna, de una figura de un romano de imitación medio en bolas que tenían como supuesta decoración de buen gusto en la sede de la famosa entidad. Bajó Paco y después Sandra que me ayudó con las bombonas de oxígeno. Puse el equipo y empecé a bajar por las escaleras. En las gafas tenía un walkie con el que hablaba con Salva, era raro que pasase algo, pero tampoco quería morir allí. Había traído una bombona a mayores, aunque esperaba no necesitarla. Escuché que Paco le preguntaba a Sandra por la cobertura. -
¿Cobertura? ¿Aquí? – preguntó Sandra, sin darse cuenta de que hablaba con alguien de fuera – no, aquí no hay, no pueden, es la zona cero, no es legal, las operadoras tienen que dejar libre esta zona sino pierden la licencia.
La voz de Sandra sonaba cada vez con más eco hasta que la dejé de escuchar. La linterna me iba enseñando el famoso sótano de la Caja Universal, contra lo que se pudiese pensar el corazón latía En el fondo Raquel Couto Antelo
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con fuerza, emocionado ¿y si la leyenda resultaba cierta?
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Capítulo 12. En el fondo. Primer intento El agua estaba fría y por mucho empeño que puse en pensar que no había monstruos marinos ni cadáveres con bloques de cemento en los pies, acabé pensándolo. Aún así seguí adelante, mejor dicho, seguí abajo. La escalera se enroscaba hacia la profundidad, pero apareció ante mi un descanso de decoración exquisita que daba entrada a una habitación, una estancia tan espectacular que me pareció digna de atención. Supuse que era la sala de espera de la caja fuerte por ser un salón antiguo, con clase, hecho a medida para que la gente con dinero se sintiese cómoda dejando allí su riqueza de oscura procedencia. Contra la pared había una mesa de castaño de patas gruesas y cajones con incrustaciones de marfil, y tuve suerte de dar razonado que la lancha no podía con ella porque de repente empezó a parecerme más interesante que la dichosa leyenda del tesoro. Encajada entre la mesa y la pared había una silla también de madera maciza y sin aparente desperfecto. Por mucho que bajase siempre me asombraba encontrar una escena como aquella, casi intacta, conservada, esperando, era emocionante, me hacía sentir bienvenida. Nadé por toda la estancia buscando la puerta de la caja; pero desde luego no estaba allí. Ya me estaba oliendo que la leyenda era un fraude. Salí del salón y seguí escaleras abajo. Abajo todo era hormigón visto, algún pez vino hacia la luz y me dio un bocado en el pie que casi me deja en el sitio, no por el dolor sino por el susto. No sé cuanto bajé, el indicador de la bombona estaba por la mitad, pero la escalera seguía y no había nada más que escaleras y peces. No quería mirar arriba porque ya me estaba arrepintiendo. Por fin la bajada se fue haciendo más ancha y la escalera terminó en una estancia amplia, recubierta de un metal brillante, acero En el fondo Raquel Couto Antelo
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posiblemente. Di una vuelta alrededor, despacio, esperando encontrar la puerta de la caja, o no encontrarla, quien sabe, a veces es mejor que las leyendas sigan siendo leyendas y evitar la decepción. No la ví, la estancia era circular y continua, no había la rueda que parece un timón que se ve en las películas, tampoco la ruedecita pequeña con números y rayas alrededor. Tuve que hacer la ronda más despacio y más cerca para descubrir donde estaba la puerta, porque tenía que haber una puerta, no podía ser que ahora que estaba allí, ahora que por fin comenzaba a creer en la famosa leyenda, ahora que me habían convencido, no hubiese tal. Quité el guante de la mano derecha para ir tocando la superficie, no debía hacerlo, el olor de la piel atraía a los pequeños descendientes de Gastón, nunca supe de nadie que hubiese resultado herido por estos bichos, pero cuando me coincidió de encontrar uno de frente me cagué de miedo en cuanto le ví abrir la boca y me enseñó aquellos dientes afilados. No sé porque lo hacían, porque ni se acercaban para morderme, ni tenían comida alrededor; pero siempre lo hacían cuando me los encontraba de frente, sería como la tinta de los calamares, para espantar. Y si ese era su objetivo lo conseguían sin duda. Subí y bajé por la pared varias veces hasta que encontré la unión, estaba justo enfrente de la bajada de las escaleras, no la noté al tocar, fue cuando me alejé y la luz se reflejó en dos colores, el metal tenía los brillos de un lado hacia arriba y del otro hacia abajo. No me explico como no lo ví de primeras. Llegados a ese punto golpeé de un lado y del otro, poca fuerza podía hacer porque la presión era bastante y me costaba moverme, el empeño iba hacia encontrar la manera de abrir la compuerta, si es que la había, también tendría chiste que estuviese dándome de leches contra una simple pared. Miré de un lado a otro de En el fondo Raquel Couto Antelo
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nuevo, botón, quedaba o mando
por alguna parte tendría que haber un o una palanca, o algo; claro que también la opción de que se abriese con una llave a distancia, tendría gracia la cosa.
-
Sube. Repito. Sube oreja – ¡Sube ya!
–
gritaba
Salva
-
Ya voy, un momento – dije.
-
Un momento no. ¡Sube ya! – ordenó.
en
la
No tuve más remedio que hacerle caso, parecía que lo decía en serio; pero marchaba con cierta sensación e fracaso por no haber conseguido el objetivo y dándole vueltas a la sala de acero, repasando mentalmente toda la estancia. De repente lo vi, lo vi claro, tenía que estar en el pasamanos, en algún sitio. Volví a bajar. El pasamanos era una barra de acero, clavada en la pared con la separación suficiente para que una se pudiese agarrar en condiciones, no había adornos y cuando llegué abajo de todo, al final, y ví que no había nada pensé que sólo se me ocurrían tonterías. -
¡Sube hostia! – gritaba Salva.
Di vuelta para subir, todo quedó a oscuras, en silencio, en paz. -
¿Dónde estás? – gritaba Salva a lo lejos ¡Sube, coño!
Podía escuchar esquivando los previsor. -
las pequeñas caprichos de
corrientes de un arquitecto
agua poco
¡Sube de una vez! – dijo Salva perturbando aquel momento de paz – ¡Sube por lo que más quieras! – decía desesperado.
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Su desesperación quebró sintiendo, despacio, con abriendo paso. -
paz que estaba linterna me fui
Voy a bajar, le pasó algo – hablaba Salva desesperado.
Seguí subiendo, Salva, pero tranquilizarlo. -
la la
no entendía la desesperación tampoco me di cuenta
¡Coño Sandra, apura botella! – decía Salva.
con
la
de de
condenada
Ya lo podía ver, desde abajo parecía aún más histérico que en la superficie. Me dio la risa. Salí del agua y me acerqué a la lancha. Ví que Paco venía con urgencia y que Salva lo seguía con la mirada hasta mi, puso una cara de desesperación que no entendí, igual había pasado algo mientras estaba abajo. Me echaron una mano y me sacaron del agua, de nuevo volví a sentir la paz aquella del fondo.
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Capítulo 13. Paz interior -
Bienvenida Xiana – dijo Javier Carimbano –es un placer tenerte con nosotros esta noche.
Me senté, la verdad es que estaba algo nerviosa, el público aplaudía con cariño y el momento de ver en persona a Javier Carimbano fue muy emocionante. A Charo la había conocido unos meses antes en una cena benéfica a la que me había invitado Rosalía Cundíns y en la que me presentó por fin a su marido. No es que tuviese mucha urgencia por conocerlo ni que se me fuese la vida en el tema; pero le había prometido a Sandra una foto del espécimen en cuanto le dije que había conocido a Rosalía. A Aría la había conocido en la boda de Cuquita, no me coincidió de sentarme cerca de ella, pero a la hora de la música y las copas de madrugada acabó saludando a todo el mundo, haciendo gala de su genio y simpatía. Más complicada es la relación con Artur y Vismi, no es que me molesten, pero tenerlos detrás todo el día a veces me agota. Nunca llegué al extremo de montarles un número, ni a ellos ni a las que me esperan con el micro en la mano a la salida de casa; pero a veces me da ganas de echar de menos aquellos tiempos en los que podía salir de casa con la legaña y la mala leche. Cuando el regidor mandó sentar al público y la música se detuvo, miré a Javier, el me miraba con su sonrisa irresistible medio me ponía tontita. Pero no me dio mucho tiempo, volvió a decirme que me daba la bienvenida y que era un placer y que me agradecía mucho el estar allí. La verdad es que fui porque Sandra me mataba si les decía que no, pero bien sabía que me iban a dar caña a más no poder; pero es que a Sandra le daba algo, no paraba de decirme que a mi que más me daba, que no me iban a quitar nada, que era un montón de dinero para limpiar mi imagen donándola a una ong y En el fondo Raquel Couto Antelo
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quedando divinísima. Y después de un mes así todos los días, todas las horas, todos los segundos, que aún estando con su novio me llamaba para insistir en el tema que lo tuve que llamar a ver si la entretenía en condiciones porque ya le valía. Total que estaba cagadita de miedo. Lo primero fue poner el vídeo resumen con las novedades de los tres últimos meses, en realidad fue ahí cuando realmente se empezó a hablar de mi, a salir en las fotos, antes me seguían porque aparecí en las fiestas así como de la nada y suscité algo de curiosidad. Creo que ese fue mi gran error, porque me di a notar mucho, porque me di a notar mucho con chicos muy guapos, y porque me di a notar mucho con chicos muy guapos y muy famosos, y porque me di a notar mucho con chicos muy guapos y muy famosos en sitios muy conocidos y frecuentados por muchos famosos que son seguidos por muchos periodistas. Pero no fue buscado, me salió así, una cosa llevó a la otra y al final... Lo más duro fue ver como lo metían en la cárcel, nunca pensé tal, Paco tampoco, de hecho fue él quien me llamó para darme la noticia, sin embargo, y mientras lo veía entrando escoltado por la guardia, me sorprendió que me diese pena; porque lo tenía bien merecido. Aría me lo debió notar porque fue le primero que me soltó. -
Mientras veíamos las imágenes me fijé en que hubo un determinado momento en que asomó en tu rostro el fantasma de los remordimientos ¿es realmente así? ¿porque acto seguido desapareció?
La mejor forma de enfocar aquello era con la verdad, porque sabe dios que más ases tenían en la manga y los prefería tener de buenas que enfrentarme a ellos. Así que les conté todo, todo y todo. En el fondo Raquel Couto Antelo
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-
Ramón es un antiguo novio, no hay ningún remordimiento, éramos muy jóvenes cuando salíamos y la verdad es que perdimos el contacto hace tiempo; supe de su detención por un amigo común y lo sentí mucho, porque es muy buena gente.
Ahí mentí un poco, sabía de sobra que lo de buena gente se limitaba a que en el fondo no cometía delitos de sangre, nunca había agredido a nadie con o sin motivo y que tampoco era cruel ni se aprovechaba de la gente cuando ésta estaba en desventaja; pero ser era un cerdo y siempre lo había sido. Lo que pasa es que en el fondo aún había algo. -
Siento verlo en esa situación. Que a mi se me relacione con el delito que se le imputa es secundario y sin fundamento legal que lo sustente.
Aría sonrió con malicia, Charo cambió de postura y puso mala cara y Vismi se partía. Artur me interrumpió y me dijo que si que había fundamento, de hecho le habían llegado informaciones muy fiables sobre el tema. Yo argumenté que mientras esas informaciones no fuesen estimadas oportunas por un juez no tenían validez legal y eran meras especulaciones. Charo se alteró más. Aría me preguntó por el origen de mi fortuna porque en escasos dos años me había hecho un hueco en la high society y sin acostarme, de primeras, con un famoso. Yo le aclaré con gusto que hice unas inversiones acertadas cuando repuntaba la economía del país y que no había sido la única, después me dediqué a disfrutar de mi fortuna, ya que entendía que para eso era el dinero, y sí, para pudrir en un banco no lo tenía. Charo se revolvía. En el fondo Raquel Couto Antelo
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¿Y de donde obtuviste el dinero para esas inversiones? – preguntó Charo.
-
De una herencia - dije con una tranquilidad pasmosa.
Ahí Charo ya no aguantó. Apeló a nuestra amistad, las tardes compartidas en casa de Rosalía y me pidió que fuese sincera. -
¿Existió realmente tal herencia? Porque en Hacienda no saben de ella.
Yo dije que sí existía aunque no había sido una herencia en el sentido estricto de la palabra, que no me gustaba mucho hablar de eso porque provenía de una persona que había obtenido una indemnización del seguro por lo del maremoto y que realmente no había perdido el bien asegurado, y que fue ese bien el que me transmitió una vez falleció. Y no mentía, la Caja Universal no había declarado la pérdida del dinero del tesoro, que la culpa fue suya. También dije que yo sí había declarado ese bien y que Hacienda nunca me había preguntado de donde lo había sacado, y si no lo hizo sería porque le interesaba más lo que recaudaba que la procedencia lícita o no de mis ingresos. Charo pareció calmarse, como si con mi respuesta consiguiese demostrar sus argumentos y no quedar mal con el programa. Pero Vismi tenía más ases en la manga y me preguntó si esa persona había favorecido a más gente con tanta generosidad porque Ramón había alegado en su defensa algo muy parecido. Yo dije que sobre eso no podía decir nada, pero que podía ser porque con el maremoto salió a la luz mucha economía sumergida y había que darle salida. -
¿Y esa persona tan generosa podría tener un algo cargo en una entidad bancaria? – preguntó Vismi con ironía.
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Yo le aclaré entre risas que en mi caso no y que no conocía a ningún alto cargo de entidad bancaria alguna que fuese generoso en ninguna medida. El público aplaudió entre risas. El presentador sonreía encantador. -
¿Y en el caso de Ramón? – insistió Vismi, también sonriendo.
Volví a decir que no conocía los pormenores del caso. Y era verdad, no conseguía que nadie me contase como de un día para otro había aparecido Ramón detenido acusado del robo del tesoro secreto de la Caja Universal. Es que no me cabía en la cabeza como la Caja llegara a denunciarlo y como Ramón llegó a inculparse, o permitir que lo inculpasen. Ya había perdido el contacto con Alberto y Salva estaba de viaje por el mundo, y desde que había cambiado su residencia para el Caribe sólo hablábamos de sus viajes y de la paz interior. Fue como un pacto tácito, no volvimos a hablar de aquel día. Sandra fue la más discreta de todas, siguió viviendo como siempre y parecía disfrutar más con las aventuras de Salva y con las mías que con el dinero que tenía, era feliz y punto. -
¿Pero hay pruebas de que por aquella época manteníais una relación? – dijo Artur.
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Si hay pruebas pronto me llamarán a declarar, de momento no las deben tener tan claras como tú.
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También hay pruebas de que te dedicabas a rescatar bienes sumergidos después del maremoto – Artur.
-
No, no creo que las haya, habrá comentarios como de tanta otra gente y aunque así fuese, el rescate no implica delito alguno.
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No veo que niegues tajantemente las acusaciones de mi compañero – dijo Aría – por algo será.
Y ahí la cosa se puso más cruda, porque yo me puse nerviosa, porque esos se dieron cuenta y porque comenzaron a sacar declaraciones de... -
¿Que pasó?
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Nada, ya está, aire, ya está.
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¿Está muerta?
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¿Pero qué dices, estás tonto?
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se
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desmayó,
dejadle
tomar
Capítulo 14. Tomando un respiro Notándome en tierra firme respiré y desperté del sueño, Paco andaba histérico de un lado a otro, Sandra estaba a mi lado y Salva revisando el equipo. Después de unos minutos ya estaba como nueva, completamente despejada, como si me hubiese levantado de una buena siesta. Salva estaba tenso, se le notaba en la cara el debate entre el alivio por que estuviese bien y las ganas de partirme la cara por no subir cuando me había mandado. Sandra estaba tan tranquila, como si supiese de sobra que no iba a pasar nada, lo agradecí porque la verdad es que estaba muy relajada y no entendía el histerismo de Salva, lo de Paco ya ni tenía nombre, me contó Sandra que estaba eléctrico por ver como explicaba el andar involucrado en una muerte. Cuando los dos se tranquilizaron Sandra me preguntó que había allí abajo, si había visto la famosa caja, si había conseguido abrirla. -
¿Ves los fajos de histérico de nuevo.
billetes?
–
dijo
Salva
Sandra lo miró mal y le dijo que se tranquilizara de una vez, que parecía “una histérica” palabras textuales. Salva calló porque sabía que Sandra sólo se expresaba en esos términos políticamente incorrectos llegando al punto de comienzo de enfado. Les conté lo que había visto. Y como de la caja no había visto mucho me recreé en lo de la mesa y la silla perfectas, hasta que Salva suspiró con demasiada energía y decidí que era hora de ir al grano. Les describí lo mejor que pude lo que había visto en el último piso y descubrí la decepción en sus caras. Paco me preguntó si estaba segura de no encontrar un botón, Salva tenía la teoría de que se abría con una tarjeta, que tenía que haber En el fondo Raquel Couto Antelo
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algún teclado por algún sitio. Sandra, que sorprendentemente estaba muy implicada en la historia, dijo que una vez había estado en la Caja Universal en unas conferencias sobre la televisión en nuestros días, en los de cuando habían sido las conferencias claro, y nos contó que para entrar, el personal, acercaba la tarjeta a un lado de la puerta que no tenía nada pero la puerta se abría, le llamaban edificio inteligente. Y pese a que las dos histéricas se rieron de ella, yo, tal como lo había visto allí abajo pensé que era la explicación más razonable. Paco sugirió que podía volver a bajar, que aún quedaba una botella de oxígeno. Tanto Salva como yo lo miramos mal, iba a bajar él, estos de secano piensan que es como meterse en la bañera un domingo por la tarde. Los llevé a la orilla, la marea comenzaba a bajar, después fui a poner el material a cubierto y volví nadando. Cuando llegué junto a ellos estaba amaneciendo y habían venido a recibirnos Alberto y Ramón, traían cara de alcohol y humo; pero estaban muy serios. Nadie hablaba. Yo no los saludé, imaginé que los, imaginé que los había llamado Paco en cuanto puso los pies en la tierra y recibió cobertura. Ramón me miraba esperando que le dijera algo, parecía molesto por no sorprenderme de verlo allí, o igual estaba molesto porque estaba allí sin avisarle. De cualquier manera no me dijo nada, yo tampoco le dije nada; me quité el traje de neopreno, cogí mis cosas y le dije a Sandra y a Salva que marchaba. Vinieron conmigo, de camino a casa no hablamos, estábamos cansadas, eran cerca de las seis, iba siendo hora de dormir. Serían las doce del mediodía y levanté única y exclusivamente cargar el móvil y todavía batería. Era Ramón, me preguntó En el fondo Raquel Couto Antelo
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que conste que me porque acababa de le quedaba mucha si podía venir por
mi casa, le dije que no, que quedábamos en la tasca de las tiendas centrales. Lo tomé con calma, le había dicho que nos veíamos en media hora, pero total la marea no bajaba hasta la tarde, así que no podíamos pasar hasta las dos por lo menos, igual se lo debí aclarar, pero la culpa fue suya por llamarme a semejantes horas. Cuando llegué me sorprendió encontrarlo todavía allí, no parecía enfadado, o estaba disimulando para pillarme por sorpresa o estaba disimulando porque pensaba que le había tomado el pelo y no quería que me diese cuenta de que había caído en la trampa; no le pregunté porque tenía muy mal genio cuando se enfadaba y tampoco era de mayor interés despertárselo. Lo soltó sin casi dejarme sentar: -
¿Qué es eso de que no había puerta?
Pues no, no había, profundamente como para dio un golpe en la mesa. -
le dije. El respiró llenarse de paciencia y
¿Entonces que demonios había?
Cuando le expliqué lo que había visto me djio que me equivocaba, que no podía ser ese sótano, que tenía que haber otra entrada, que ya estaba bajando y haciéndolo bien de una vez. La verdad es que me sorprendió, no sólo lo enérgico de su ánimo, sino que me estuviese dando órdenes. El me lo notó y me dijo tan ancho como él era que Paco le había contado que nosotros ya lo sabíamos, que sabíamos todo, que para que se iba a molestar en disimular entonces, que, por cierto, en el Venus se loa había pasado muy bien y que esperaba que yo también lo hubiese pasado bien. ¡Que dos tortas le daba! Tomé ejemplo de él y disimulé como una víbora, o mejor dicho, como el hijo de una.
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No le conté la teoría de Sandra, la que me parecía la más acertada, y le seguí la corriente con lo de volver a bajar; pero le dejé caer que por muy triste que le pareciera no lo podría hacer hasta el mes siguiente, hasta que cobrase, porque no tenía ni un céntimo y no podía comprar otra bombona de oxígeno. Le faltó tiempo para sacar la cartera y darme el dinero. No me hacía falta, podía conseguir botellas cuantas quisiera y casi gratis; pero no por si no había tal tesoro quería ir haciendo mi propia caja. Y mientras guardaba el dinero pensaba en si un edificio inteligente abandonado y medio inundado seguiría siendo igual de inteligente.
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Capítulo 15. Inteligencia artificial, inteligencia natural ¿Y si sigue siendo inteligente, donde podríamos conseguir una tarjeta? ¿Y si conseguimos una tarjeta valdrá para la antigua central o ya habrán cambiado los códigos? -
¡Que si son bastante alto.
suficientes!
–
dijo
Ramón
-
¿Como? – pregunté.
-
¿Que si te llega el dinero? – dijo Ramón – quedaste en trance, no sé si te parecen muchos o demasiado pocos.
Le dije que de momento llegaban, de repente me sentí violenta aceptando su dinero y a punto estuve de devolvérselos; pero al dinero le cuesta mucho salir de mi cartera así que me levanté con mis remordimientos y marché. Ramón vino detrás y me preguntó si me pasaba algo, que me notaba muy distante, que si estaba bien y que sentía mucho el gritarme, pero había dormido poco y estaba algo irritado. Yo andaba dándole vueltas a lo de la tarjeta y no percibí su arrepentimiento por lo que no me pude aprovechar de él, no económicamente como con lo del oxígeno, sino emocionalmente Imagino que marchó por su lado, iba demasiado entretenida con lo de la inteligencia artificial. Llamé a Sandra para preguntarle cuando era la próxima conferencia en la Caja Universal. Quedó estupefacta, nunca tal pensó que le iba a preguntar. Me dijo, como ya sospechaba, que no tenía ni la más remota ida, pero que podíamos ir a dar una vuelta hasta allí y ya lo mirábamos. Alicia miraba a Carlos con recelo, había días que lo notaba despistado y, sobre todo, demasiado interesado en los negocios de su padre. Ella no En el fondo Raquel Couto Antelo
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sabía mucho de las cosas del Ayuntamiento, algo que le contaba su madre; pero los Asuntos Sociales no eran de su interés, no había más que problemas, demasiado estrés. De su padre sabía que no hablaba más que de urbanizaciones, aceras e historias parecidas. Carlos había sido al principio un oasis, pero cada vez estaba más convencida de que aquello que le decían las malas pécoras de sus amigas sobre que andaba con ella por el interés era cierto. Ella, en el fondo, sabía que bien podía ser cierto, siempre había sido muy ambicioso, pero buena gente, o por lo menos guapo. En realidad lo había pensado por la mañana, en el desayuno, le iba a poner fin a aquella situación y hablar abiertamente con su marido, haría la pregunta: -
¿Qué nos está pasando?
Y esperaría con paciencia a que el pusiera cara de no saber de que le estaba hablando, que le dijese que todo eran imaginaciones suyas y que su vida no tendría sentido sin ella. También esperaba que al día siguiente le trajese un ramo de rosas, de las rojas y sin espinas, y que le pidiese perdón por descuidarla, por dar por hechas muchas cosas y que la mimaría como la primera vez. Pero no se atrevió, no fue capaz siquiera de no hablar de otra cosa que no fuese el tiempo. Pero se atreviera o no a hacer la pregunta lo que no iba a permitir era que la desazón le durase ni un segundo más. Y fue allí mientras metía los platos en el lavavajillas donde decidió tomar medias. Cuando él se despidió y le dijo que iba al despacho ella fue detrás; pero los tacones de sus peep toes hicieron demasiado ruido y Carlos la pilló en plena faena. Ella dio disimulado bien, le dijo que iba de compras y Carlos no le puso más peros, era lo que hacía siempre. Aquello le mostró claramente a Alicia que lo de seguir a su hombre En el fondo Raquel Couto Antelo
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al trabajo no era lo suyo. Si tenía que elegir entre ir calzada a la última y saber la verdad sobre lo que ella sospechaba de su marido tenía ante sí un dilema de difícil solución; por lo que decidió que lo que tenía que hacer era llamar a aquel antiguo novio suyo que tan buenos momentos le hiciera pasar, que tantos momentos sórdidos le diera para contar a las pécoras de sus amigas. Sí, estaba pensando en llamar a Andrés, en realidad no lo estaba pensando, lo pensó en el momento en el que estaba volviendo a casa para cambiar los tacones por las trainers de cuando jugaba al tenis en el club. Lo llamó desde casa, no pudo disimular una cierta emoción adolescente mientras sonaba el pi de la espera. También imaginó una tórrida escena sobre la mesa del despacho resultante del intento de Andrés por consolarla ante la infidelidad de su marido. -
¿Qué pasa tío? ¿Andas haciendo familiar? – dijo Andrés con confianza.
vida
Alicia quedó paralizada, sin saber que decir. -
¡Oyes! – di Andrés gritando - ¡Eeeehhh!
El corazón de Alicia latía con fuerza, como la primera vez que había entrado en la habitación de sus padres buscando preservativos. -
¡Bah! volvió a confundir el inalámbrico con el mando a distancia, yo cuelgo ¿me oyes? – gritó de nuevo Andrés – anda y que te den.
Alicia no sabía si matar a su padre o dejarlo vivir para que viese como se divorciaba del abogado que tan bien le había parecido para casarse con ¿cómo le había llamado? “sinvergüenza profesional y gigoló accidental”. Si no fuese tan fina y se estuviese mirando en el espejo del En el fondo Raquel Couto Antelo
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vestíbulo soltaría un taco tipo “será cabrón”; pero no, no lo soltó. Su padre seguía hablando con aquel malnacido que había intentado desvirgar a su hija, eso era todo lo que tenía que saber su padre; con el malnacido que había dicho en el juicio de divorcio que su mujer era una cualquiera. Daba igual, como decía Escarlata, de eso ya se ocuparía mañana. Cogió de nuevo el teléfono y volvió a marcar.
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Capítulo 16. A parte y punto Marcó con pulso firme, las indecisiones de niña rica habían quedado a parte. -
¿Que? ¡A ver hombre! Ya pensaste lo que querías – dice Andrés – como te pille tu ex gastándole el teléfono te va a poner firme.
-
Sí, ya pensé lo que quería – dijo Alicia con voz de ultratumba.
Andrés no respondió, Alicia pudo escuchar como se movía bruscamente, como incorporándose. -
No esperaba que dieses gritos de emoción al volver a escuchar mi voz, pero tampoco este silencio – dijo Alicia con sorna.
Después de unos segundos Alicia volvió a hablar, en esta ocasión empleó un tono exigente. Le pidió que le respondiera “de una buena vez” y para no tener práctica le salió bien porque Andrés tartamudeó unas palabras ininteligibles que ella no entendió; pero que les dejaron claro que lo tenía firme y a su merced. Por unos segundos pensó en que sería de su vida si se hubiese puesto firme con él entonces, en lugar de dejar que su padre lo arreglase todo. Pensó en si seguiría siendo tan guapo como lo recordaba, si aún sentiría aquel bombeo en el corazón cuando lo viese. Pero de nuevo le vino el sabio consejo de Escarlata a la cabeza, “eso más adelante”. Le dijo que necesitaba su ayuda para un trabajito, Andrés trató de negarse; pero ella no le hizo caso y hasta que aceptó una cita no paró. Tan pronto como colgó sintió un ataque de pánico, si el concejal se enteraba de que volvía a andar enredado con su hija lo iba a tener muy fastidiado. Pero si ella se iba de la lengua con la mujer del concejal tampoco iba a acabar mucho En el fondo Raquel Couto Antelo
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mejor, lo podía denunciar por perjurio y todos los juicios en los que había testificado en falso quedarían en cuestión y quien sabe si anulados. Sopesando las opciones que tenía se tranquilizó y decidió que actuara correctamente al aceptar la invitación de Alicia. Echó un poco atrás la memoria y se recordó retozando con una joven y excitante Alicia, después de todo la decisión sí que había sido acertada, pensó mientras sonreía entre dientes. Habían quedado en una cafetería del Burgo, una que conocían bien de sus tiempos juveniles, Andrés ya estaba en la mesa cuando ella llegó y eso que llegó puntual. Alicia pensó que lo tenía dominado, pero prefirió no confiarse porque ya sabía a donde conducía el exceso de confianza con el galán de medio pelo aquel. Andrés se levantó al ver que se acercaba, lo hizo en señal de respecto, en señal de admiración, y lo hacía en todos los sentidos de la palabra; llevaba allí media hora y miraba con atención a todas las mujeres de más de treinta que entraban por la puerta, echaba cuentas de si había envejecido mal, si había engordado, si había dejado de teñir el pelo, si lo había cortado en plan maruja; pero cuando la vio entrar con aquel desfilar de modelo, aquella presencia e diva, aquel todo, quedó alucinado, de arriba a abajo, entero del todo. ¡Que buena está la hija de su madre! pensó para sus adentros, disimulando todo lo que podía disimular que estaba babeando. Alicia no se dio cuenta de lo encantado que estaba Andrés con su presencia y eso que era bastante perceptiva en ese tema, sobre todo desde que encontró su primera cana, se preguntaba continuamente si seguía conservando su atractivo y cuando un hombre la miraba un mínimo ella lo analizaba para saber si lo hacía con admiración o simplemente para no tropezar con ella. En su defensa decía que la mayoría de las veces era con admiración. Pero en este caso estaba demasiado En el fondo Raquel Couto Antelo
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ocupada mirando a Andrés, no, no era tan guapo como lo recordaba, de hecho en un primer vistazo sintió repulsión hacia si misma por haberse acostado desnuda al lado de aquello. Andrés había tenido el envejecimiento, en realidad no habían pasado más que unos pocos años, de los excesos: demasiado alcohol, demasiado tabaco, demasiada fiesta. Pero cuando se sentó en frente a él y la miró con aquellos ojos de galán le encontró un atractivo de George Clooney que aún era peor que el de guapo galán de medio pelo. Fue la intervención de camarera la que hizo que las admiraciones mutuas se diesen un respiro y que Alicia volviese a escuchar a Escarlata en la oreja diciéndole, “eso para después” y se pusiese al tema. Andrés no escuchaba ni palabra de lo que le estaba diciendo, ya había pasado de recordar las tardes de diversión y estaba en lo de imaginar noches de pasión desenfrenada. Y cuando Alicia le preguntó cuando empezaba él respondió que de inmediato. Lo dijo sin saber a que estaba respondiendo, claro y fue después de terminar el café cuando espabiló que le preguntó exactamente lo que quería. Alicia, entonces, lo miró fijamente y sí, por fin, se dio cuenta de la mirada de lascivia de Andrés. Sonrió por dentro, se dijo “te vas a enterar”. Con paciencia le explicó que quería que siguiese a su marido, Carlos, que sospechaba que la estaba engañando y le dio una foto, la dirección del trabajo y algún detalle más. Andrés cogió la foto y vio un guapito de cara con pinta de niño bien estirado y que por encima se le hacía muy conocido. Hizo memoria, pero no lo daba situado y como le parecía más entretenido seguir repasando a Alicia prefirió pensar que igual lo había visto con el concejal en alguna ocasión.
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Alicia se despidió de el con frialdad, para fastidiarlo, ahora que sabía que aún conservaba su atractivo se lo iba a hacer pagar bien caro. Andrés la siguió con la mirada mientras salía de la cafetería. ¡Está imponente! volvió a pensar Andrés.
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Capítulo 17. Cara de actor de ojos azules “No hay ninguna conferencia programada para este mes” dijo la resabida de uniforme. Nuestro gozo en un pozo. Sandra dio la vuelta para marchar y yo iba detrás cuando vi en la tienda de regalos un póster muy chulo de un cuadro que había pasado por mis manos hacía algún tiempo, me llamó la atención y fui a mirar cuanto costaba. Cuando tuve el original en mis manos no me pareció mucha cosa; pero seguro que costaba una pasta, iba a hacer una regla de tres con el coste del póster, aunque no era una cuenta muy exacta, la verdad. Sandra vino detrás sin mucho interés, el arte abstracto no era mucho de su gusto. Mientras cotilleábamos los precios se me fue la oreja a una conversación que estaban manteniendo el dependiente de la tienda y una de las azafatas. Tampoco era demasiado interesante, hablaban de una cena a la que debieron ir la noche anterior, y se estaban riendo de uno de sus compañeros que al parecer había ligado con alguien poco fino en el karaoke, lo tenían todo grabado en el móvil y la canción sonaba bastante penosa. Lo bueno fue que mientras estaba mirando de reojo para intentar ver el vídeo de la noche loca posé mi sutil atención en una correa que llevaban los dos del cuello y que acababa en una tarjeta. Tarjeta, la palabra mágica, no había que esperar a que hubiese una conferencia, allí había dos tarjetas. Y aún más, en un momento en el que tuve que enderezar la vista para disimular porque se dieron cuenta de que había una sombra fija observándolos, di con la conclusión a través de la cristalera, todos los de uniforme la llevaban. -
¿La tarjeta era como esa? – le pregunté a Sandra en voz baja.
-
¿Como cual? voz baja.
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–
respondió 77
Sandra
también
en
-
Como la que llevan todas colgadas del cuello – dije.
Sandra dio vueltas alrededor mirando sin centrarse, como si viese nada que decían en la Historia Interminable. Vamos que no había más que gente con tarjetas colgadas y la tía que no se enteraba. Le tuve que dar un codazo y señalarle con el dedo a uno que había en el pasillo del otro lado de la cristalera, que iba todo engominado y que cuando se dio cuenta de la jugada nos miró con cara de actor de ojos azules... y ahí fui ágil. Si, está mal que lo diga yo, pero fui ágil de narices. Total que estuve ágil y medio me puse tontita como si de verdad fuese un actor de ojos azules y como si además estuviese bien bueno, que lo estaba; aunque en otras circunstancias no se lo iba a dejar creer tan fácilmente. Sandra quedó al margen de la jugada, como dejando a la loca con su tema, porque le acababa de decir que había tomado algo con Ramón hacía un momento y que pese a todo aun me gustaba algo. Y ella siendo como es, estaría pensando que a ver si me aclaraba de una vez. Después de un par de miradas y una llamada por el pinganillo el chico marchó. Lo seguí con la mirada para ver a donde iba, pero lo perdí. Ya estábamos saliendo de la tienda para pensar con calma cuando el guarda de seguridad nos interceptó. ¿Tanto se nos notaba que andábamos a algo que no era? -
La están llamando – dijo el guarda señalando detrás de mí.
Di la vuelta y era el guapo de uniforme con su sonrisa de actor de ojos azules haciéndome un gesto para que esperase por él. Esperé, y como no iba a esperar, a un hombre así lo espero el tiempo que haga falta. Diréis que exagero, pero si lo En el fondo Raquel Couto Antelo
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vieseis caminar a cámara lenta por aquel pasillo de mármol encerado, me comprenderíais. Llegó a nuestro lado y nos invitó a la cafetería, de ligoteo en plena jornada laboral. Que conste que de camino me dio por pensar, igual que delante del guarda de seguridad, que me habían pillado. Pero por la alegría con la que hablaba, o muy bien disimulaba o realmente creía que yo besaba el suelo que él pisaba. No, hasta ahí no llegaba su belleza. Tomamos algo, Sandra estaba ausente, la verdad es que cuando algo no le interesa pues no le interesa y punto. Imagino que estaría atendiendo a algunas de sus dudas transcendentales, en todo caso, y era lo bueno que tenía, nunca se quejaba con lo de “que aburrimiento”, ni suspiraba exagerando, ni daba muestras de disgusto, sólo estaba ausente, a lo suyo. El guapo me contó lo estresante que era su trabajo y que le robaba un tiempo valiosísimo a su jefe para tomar algo conmigo porque el era así de valiente y arriesgado, porque a él el jefe le daba lo mismo, eso sí, cada dos minutos miraba por encima de mí con nerviosismo. También me contó lo supercomplicado que era organizar una exposición y lo exigentes que eran los artistas; en lo que coincidí con el fue en que mucho vivían del cuento. Por la brasa que me estaba dando ya calculaba que para quitarle la tarjeta del cuello lo iba a tener que emborrachar. Afortunadamente pasaron dos chicas por allí y señalándole el reloj, fue lo que me salvó. Sacó la correa y dejó la tarjeta encima de la mesa. Echó una sonrisa de alivio y se puso a hacerles monerías a las otras y hacer el baile de Pulp Fiction. Comencé a pensar que el del vídeo del móvil de la tienda de regalos era el de cara de actor de ojos azules; pero, también afortunadamente, mientras pensaba esto le eché la mano a la tarjeta, tan rápida fui que ni Sandra salió del trance; y, lo mejor, el de cara de actor En el fondo Raquel Couto Antelo
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de ojos azules tampoco. Él estaba concentrado en el baile y poco a poco fueron llegando más de uniforme y se unieron al musical. Desperté a Sandra de un codazo, que me dijo que le tenía el brazo cocido, y nos fuimos escurriendo entre el cuerpo de baile como pudimos. En la puerta echamos a correr como si viniesen detrás de nosotras cuatro inspectores de Hacienda y dos de trabajo.
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Capítulo 18. Esta tarjeta no tiene precio No paramos de correr, a medio camino le pegué cuatro gritos a Sandra para decirle que fuese a buscar a Salva que lo volvíamos a intentar ya; pero ya de ya. Nos separamos sin parar y yo seguí corriendo hacia el mar, ni me di cuenta de que aún era de día hasta que llegué a la orilla del agua; pero me dio igual, miré alrededor sin mucho escrúpulo y me lancé al agua, estaba fría, debí darme cuenta de que no llevaba el traje de neopreno cuando llegué a la orilla, y no, pero lo clásico de “de metidas al río” era muy acertado, si cambiábamos el río por mar, claro. Salva me llamó histérica de todo, “ni se te ocurra comenzar sin mi”. Sí que se me había ocurrido, pero una vez le había dicho a Sandra que lo avisase lo más normal era esperar, si no más me valiera estar callada. Los esperaba detrás de un edificio, no quería arriesgarme a que pasase por allí alguien despistado y empezase a hacer preguntas. No tardaron mucho, Sandra estaba emocionada, como cuando salió de la Caja Universal, con esa vidilla que da el hacer pequeñas travesuras. Salva venía todo equipado, se había acordado de traerme un traje, se lo agradecí sin efusividad, estaba tiesa con el frío. Subieron a la lancha y volvimos hacia la antigua calle San Andrés. Todo fue más rápido de esta vez, sabíamos donde estaba todo. Ellos esperaron arriba y yo bajé sin dudar, hacia el fondo, rápido, rápido. Llevaba la tarjeta agarrada que no me la sacaban ni diseccionándome con láser. Una vez abajo comencé a pasarla por toda la pared, no me quedó un trozo sin revisar y aparentemente no pasaba nada. La decepción me hizo tomar las cosas con más calma, pensar mejor lo que estaba haciendo. La tarjeta, posiblemente, no era del mismo sistema, En el fondo Raquel Couto Antelo
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con lo que tampoco la podía ir pasando tan a la ligera, la pared seguramente era muy sensible, pero también le habría que dar su tiempo, llevaba mucho sin que se le acercase ninguna tarjeta e igual le costaba arrancar, así que volví a retomar la idea de Sandra e imaginé donde podría estar la puerta, calculé que de algún modo abría de frente a la escalera, era como mejor quedaba, no vendrían los ricos a entrar por debajo de las escaleras. Miré para atrás y calculé el centro de la escalera, subí al techo, aunque era obvio que allí no podía estar porque o no había gravedad o muy altos eran los ricos. Pero tampoco quería dejar un milímetro sin mirar. Fui bajando hasta una altura más razonable, pero no pasaba nada. Después fui andando hacia la izquierda y mirando de abajo a arriba hasta una altura de un metro noventa más o menos, poco a poco, despacio. Y la calma dio sus frutos, al principio no me di cuenta, fue una luz azul que se confundió con los pequeños destellos de los peces reflejando la luz de la linterna. Pero volví a pasar, no sé igual un sexto sentido o lo que fuese, pero volví a pasarla. De la segunda vez el destello fue más intenso, no pasó desapercibido, pero la puerta no abría. Aunque estaba claro que era allí, porque seguí un poco más adelante y no reaccionaba. Llamé a Salva y le pedí opinión, el echó un suspiro de desesperación. Sandra por detrás decía que en las pelis siempre hay dos llaves, una la tiene el banco y la otra el cliente -
Pues estamos apañados – dijo Salva de malas.
Después volvío a suspirar y me dijo que lo intentase un poco más en el sitio ese, que igual es que iba algo lento por estar tanto tiempo inactivo. Me hizo gracia que pensásemos lo mismo, vaya par de lurpias que estábamos hechas.
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Y lo volví a intentar, estuve unos veinte minutos hasta que pensé que moría. Lo primero que noté fue una vibración muy fuerte, hablaba por walkie con Salva y arriba no sentían nada, con lo que suponía que no era ningún temblor. Después volví a la idea cuando el ruido fue tan ensordecedor que ni podía escuchar a Salva. En la pared no se notaba nada, pero por lo menos había movimiento. Pasados unos segundos el ruido fue más ensordecedor aún y comenzó a vibrar la pared, no mucho, como un móvil o aún menos. Y por fin se abrió el sésamo y dentro una cámara espectacular, como la de los faraones, intacta hasta que el agua empezó a entrar y enturbiar aquella paz en conserva. Cuando se abrió de todo entré, no sin miedo, porque como le diese por cerrarse sin más de allí no me sacaba ni no sé decir quien. Pero el tesoro me llamaba y no me pude resistir. Dentro había una mesa como la de la salita de arriba, impecable, sólo movida de su sitio por la avalancha de agua, la silla había quedado también atrapada igual que la de arriba. Después, como me dijo Salva por el walkie, “al grano, tanta mesa y tanta silla” en las paredes había montones de pequeñas cajas con pequeñas cerraduras de las que no tenía las pequeñas llaves que las abrían. A uno de los lados había un pequeño corredor que daba a otra estancia un poco más pequeña y desde luego más cutre que las otras, aquí, por fin había una cámara como las de toda la vida, con su rueda tipo timón. La emoción no me dejaba hablar, Salva gritaba pensando que me había vuelto a dar un vahído y no era quien de decirle que al final lo del tesoro era cierto por dios. Si, era precipitarse de más, de momento lo único que podía constatar era que el sitio del tesoro existía. No daba hecho a patear para subir, cuando llegué saqué la mascarilla de oxígeno y gritaba como una loca, ¡se abrió! ¡la cámara existe! ¡se abrió! ¡se En el fondo Raquel Couto Antelo
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abrió!. Salva y Sandra se pusieron a dar saltos de alegría y me pidieron que se lo contase todo, todo y todo. La emoción nos embargaba, que nos daba igual que no hubiese pasta dentro, aquel era un momento mágico. Después saltos dinero paquete cara de -
de reír durante un buen tiempo, de dar y de soñar lo que íbamos a hacer con el cambie la bombona y Salva me pasó el de explosivo, me lo dio muy despacio y con miedo.
Tendré cuidado – dije.
Sandra lo miró diciéndole que no me agobiara, que no iba a pasar nada, en realidad lo entendía, no sabíamos cuanto podían resistir los cimientos, habían llevado mucho trote igual de más.
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Capítulo 19. De bolsas de basura nada Antes de bajar Salva comprobó que hubiese oxígeno suficiente para la operación, o como él decía para dar subido a tiempo. Volví a bajar y al entrar en la cámara no pude evitar sentir una fuerte emoción como de noche de reyes, que ya ni recordaba. La estructura parecía sólida, el espesor de las paredes de acero era tremendo y llegué a pensar que el explosivo no iba a llegar por lo que me tomé mi tiempo a la hora de ver donde tenía que colocarlo. La verdad es que nunca me había enfrentado a una cámara acorazada de aquellas características, ya me gustaría; pero dentro de mi inocencia imaginé que sería igual que alguna de la misma marca que sí había tenido el honor de conocer, sólo que a lo grande. Sin duda, y mientras lo pensaba ya me había dado cuenta de que estaba equivocada; pero por algún lado había que comenzar. Decidí emplear sólo la mitad de la carga. Otro error por mi parte; aún tenía la esperanza de que si acertaba con la posición de la carta y no era suficiente potencia pudiese terminar con el resto. El error de cálculo estaba en la obvia posibilidad de que me equivocase en la colocación de la carga. Con mucho cuidado manipulé el explosivo y con más cuidado aún coloqué el detonador. Salí hasta la escalera para pulsar el botón, hasta el siguiente piso, por lo menos para poder huir, la idea de quedar allí atrapada me aterraba. Por la radio avisé a Sandra y a Salva de que iba a pulsar el botón y que se pusiesen a cubierto por si pasaba algo. Cogí aire y apreté. No se escuchó la explosión, tan sólo, de repente el agua arrastrándome o mejor dicho me absorbió y por unos minutos perdí el control de todo, volví a sentir el miedo de pesadilla de aquel día que me zarandeó una ola cuando estaba aprendiendo a nadar en la misma orilla de la playa de San Amaro... ¿que? En el fondo Raquel Couto Antelo
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¿que en San Amaro no había olas? bueno, vale, la ola no era muy grande, pero yo era muy pequeña y quedé impresionada. Choqué contra muchas cosas. El ruido metálico que escuchaba a veces me aterraba más porque aunque nunca había visto partir una bombona de aire, igual era más fácil de lo que parecía. Dentro las burbujas subían revoloteando entre mis brazos inseguros. Un tiempo impreciso después las burbujas desaparecieron, las turbulencias se calmaron y el agua volvió a ser clara y por fin ví lo que había en la cámara del tesoro. -
¿Qué hay? Salva.
¿Qué
hay?
–
repetía
insistente
Había montones de maletines, de estos metálicos de las pelis de espías, apilados, como las pequeñas cajas de seguridad de la sala de fuera; de hecho si no fuese porque el agua los desplazó no se darían diferenciado. Agarré uno de ellos, todos tenían una combinación y un cerrojo pequeño, no teníamos la fortuna de tener ni llave ni combinación así que traté de romperla y como el agua no me dejaba darle fuerza agarré un par de maletines y subí. Salva me sacó los maletines de las manos, no para ayudarme a salir del agua, sino para ver lo que tenían dentro. Empezó a golpes con ellos ante la mirada espantada de Sandra. Yo seguía en el agua y Salva parecía cada vez más uno de los gorilas de Odisea en el Espacio 2001. Cuando Sandra se hartó de escuchar los golpes desbocados de Salva le quitó uno de los maletines, hizo palanca con un hierro que había por allí y lo abrió. Y a nosotros se nos abrieron los ojos. Puedo decir sin lugar a dudas que nunca había visto tantos billetes de 50 euros juntos, ni nunca los volvería a ver. Salva le sacó aquel maletín de delante y le dio el otro para que volviese a hacer magia, y así lo hizo. Lo En el fondo Raquel Couto Antelo
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abrió con una simple maniobra, y volvimos a ver otro montón de billetes. -
¿Y cuántos dijiste que había? – preguntó Salva echando las manos a la cabeza.
-
Muchos, hay muchos – dijen desesperada.
Sí, desesperada ¿cómo podía haber tanto dinero en el mundo y nosotros a verlas venir con tan pocos? Todo esto dicho viendo sólo dos maletines. -
¿Qué hacemos? – preguntó Sandra.
-
Llevarlos todos – dijimos Salva y yo a un tiempo.
Fue como si nos leyésemos el pensamiento, no dejar ni uno, esa era nuestra meta. Íbamos a tener serias dificultades para sacar de allí todo aquel montón de dinero, y más dificultades aún para sacarlos de allí sin levantar sospechas ni atraer miradas curiosas. En este punto tomamos un poco más de tiempo para pensar la estrategia y en ese punto también Sandra dejo de ser de tan gran ayuda como había sido hasta aquel momento, porque empezó a decir cosas del tipo de: -
Podemos sacarlo en helicóptero...
-
¡Sandra!
-
O en globo...
-
¡¡Sandra!!
-
Pues entonces en la cosa esa que es como un plumífero con dos cuerdas – dijo refiriéndose al parapente.
Siguió un buen trozo dándonos ideas de similar utilidad, mientras Salva y yo pensábamos en una En el fondo Raquel Couto Antelo
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estrategia animal mixta, ya sabéis, entre la estrategia del caracol y la del caballo de Troya. Pensando con la agilidad que me caracteriza y sabiendo que para algo estaban allí volví a retomar la idea de las dos mesas de roble que había en las respectivas salitas. El mayor problema era el tratamiento contra la humedad, no flotaban, eso lo vi muy claramente y me sorprendió. En los pro teníamos que eran muy monas. A Salva no lo convencí, me puso cara de que si no había otra cosa, había mobiliario de oficina de sobra, pero a parte de tener bronca con los de la chatarra nos iba a resultar bastante complejo justificarle a Ramón que habíamos vuelto para coger unos archivadores. ¿que no os lo había contado? quedamos en no decirle nada, nada de nada. Si volvía a salir el tema le diría que había vuelto a bajar y que no había sido capaz de abrir la cámara suponiendo que hubiese algo que ya le había dicho que no, que era todo una leyenda para turistas.
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Capítulo 20. Pista familiar Carme miraba a su hija mientras desayunaban. La notaba rara; pero la cosa tampoco parecía importante, a veces le daban esos puntos místicos. Ella pensaba que igual la había presionado mucho para que se convirtiese en una mujer de bien y había acabado enterrando alguna vocación intelectual de la niña. No era el caso. Alicia le andaba dando vueltas a la idea de contarle a su madre lo de Andrés; obviamente no se había dado cuenta de que Carlos estaba a la misma mesa que ellas y menos mal que se hizo notar porque Alicia ya había encontrado las palabras exactas para expresarlo sin que a su madre le diese un ataque. Carlos también había notado la distancia que mantenía Alicia desde hacía unos días; pero no le prestó demasiada atención porque andaba con Sandra en la cabeza. Nunca se había planteado engañar a su mujer, más por miedo a su suegro que por amor. El la quería, no podía decir que no, nadie podía; pero no era una pasión arrebatada de esa que dicen que se siente cuando se ama de verdad. También hay que decir que nunca había sentido ese tipo de pasión por nadie en su vida, por nadie hasta que encontró a Sandra. Personalmente no lo entendía, porque Sandra inspira más dulzura y ternura que pasión, claro está que no tengo la mente enferma de un necesitado de clase media. Alicia quedó sola en la cocina, y disfrutó de la paz que había en el pequeño intervalo entre que marchaban todos y venía la señora de la limpieza. Pensó. Volvió a pensar. No, mejor no. Estaba pensando en llamar a Andrés, pero al final decidió que no era lo mejor, tendría que llamar él, si era lo mejor. Siempre se precipitaba y si Andrés lo notaba volvería a tener el control de la situación y su plan de hacerlo sufrir fracasaría.
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Andrés no la iba a llamar, por lo menos en un tiempo. No tenía nada que contarle, cuando se dio cuenta de que Carlos era el abogado de Salva prefirió dejar el tema hasta que pasase el juicio, era lo suficientemente inteligente como para no forzar la situación. Había conseguido cargarle el marrón a Salva, si Carlos era bueno conseguiría sacarlo de el sin mucho esfuerzo y al final todos quedarían libres, sanos y salvos. Pero si se acercaba mucho y el tal Carlos se daba cuenta igual podía alegar oscuros motivos y devolverle el marrón a él. Y así pasaron unas dos o tres semanas, que para Alicia fueron largas, la incertidumbre por el extraño comportamiento de Carlos, la emoción de tener un motivo para dejarlo y vivir una emocionante vida junto a Andres, por unos meses, y después otro y después... y después recibió la llamada de Andrés, el corazón latía rápido. -
¿Cuando puedes quedar? – preguntó Andrés con voz cansada.
Sandra quería decir “mañana no puedo” y le salió un “cuando quieras”, después pasó todo el día repasando la frase para convencerse de que no había sonado demasiado ansiosa. La verdad es que lo consiguió, lo de convencerse, porque para decir más verdad si que sonó ansiosa; y, lo que es peor todavía para ella, Andrés lo notó; aunque por suerte el animalito estaba pensando en otra cosa, cosa rara en él, y supuso que el ansia era por saber de marido no por él. Quedaron en el mismo café de la otra vez. A él le pareció lo más práctico. A ella le pareció muy romántico, como su lugar secreto, que no era secreto ni nada, pero la imaginación tiene estas cosas. Andrés juntó las fotos que le había tomado a Carlos, no tenían ninguna importancia y eran de lo más inocente; pero se tomó muchas molestias para En el fondo Raquel Couto Antelo
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que una confidencia al oído de Salva pareciese un morreo a Sandra, yo diría que siguiendo la gran escuela del tomate. Alicia llegó tarde, tranquila, divina para ser más exacta. Andrés estaba inquieto, tenía miedo de que Alicia no le siguiese pagando, que el montaje fuese demasiado bueno y que ya se conformase; era raro, normalmente con ese cebo todas querían saber más ¿por qué?¿qué tenía ella?¿que le dá? todas esas tonterías que Andrés escuchaba una y otra vez. Era lo que le daba de comer. A él, si le pusiesen los trasto, con dos tortas bien dadas ya lo solucionaba, pero las mujeres y nuestras dudas transcendentales eran bien más rentables. Alicia agarró las fotos con las dos manos, las miró, se le puso aquella mirada que Andrés reconocía como el síndrome de la mujer abandonada; le calculaba unos cinco minutos antes de echarse a llorar como una magdalena. Se equivocó, como con casi todo de esta nueva Alicia. -
¿Sólo me traes esto? – preguntó Alicia con exigencia.
-
¿Sólo? – rápida.
dijo
Andrés
buscando
una
excusa
No le sirvió de mucho, se nota que Alicia también seguía, igual que yo, la escuela del tomate y reconocía un montaje en cuanto lo veía. Andrés empezó a ponerse nervioso, y esto lo hizo alterarse y como consecuencia ponerse más nervioso aún. Alicia se echó hacia atrás en el respaldo y observó con distancia, buscaba aquel encanto de George Clooney que le había visto en la anterior cita y no lo encontró. -
Algo hay – dijo Andrés por fin.
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-
Sí, puede haber cualquier cosa, por las sombras de la mesa había otras dos personas – dijo Alicia con seguridad.
Con tanta seguridad que hasta a ella le pareció que sabía de que estaba hablando. Y aún nunca en su vida se había parado a contar las sombras de nada... Y en aquel mismo momento llegó a tres determinaciones que marcarían el resto de su vida: 1ª. Carlos no le valía ni para divorciarse. 2ª. Andrés no le valía ni para divorciarse. 3ª. Ella valía mucho.
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Capítulo 21. Hacia adelante Andrés quedó un poco desencantado, desconcertado mejor dicho, ella cogió las fotos y marchó, no le dijo nada más y salió por la puerta tan divina como había entrado. Él no sabía como tomarlo, si dejaba de trabajar para ella, si tenía que seguir con la vigilancia de su marido, tampoco le dio más vueltas, Alicia había marchado tan airada que ni le había pagado así que hasta ver un fajo de dinero metido en un sobre, es que le tenía mucha fe a lo del sobre, así, cuando en los juicios le preguntaban si le habían dado dinero por algo podía decir que no tranquilamente. A él le habían dado un sobre, lo que viniese dentro era a mayores. Alicia se había convencido de que gastar más dinero con aquella historia era una tontería, de cualquier manera estaba harta de vivir una vida aburrida al lado de Carlos, iba a hacer como Elena y comunicar un cese temporal de la convivencia. Después ya vería por donde tiraba. Al mismo tiempo pensó en averiguar quien era aquella gente con la que parecía que su marido tenía tanta confianza. No por que le importase que tuviese una aventura, bien veía que la chica era guapa pero si aquello era lo que estaba buscando su marido ella no estaba dispuesta a dárselo, se tendría que meter en quirófano de arriba a abajo y para ser prácticas acababa antes cambiando de marido. Lo primero que hizo fue llamar a su madre para decirle que iba a dejar a Carlos, Carme no se tiró por la ventana ni de los pelos ni nada; le dijo un “tu ya eres grande y bien sabes lo que te conviene” que Alicia no esperaba pero que agradeció. Pensó que le iba a ser igual de fácil contárselo a su padre, o incluso sería mejor porque a él Carlos no le caía demasiado bien. Ahí se equivocó, el concejal era más bien conservador en esos aspectos familiares, le montó un número de En el fondo Raquel Couto Antelo
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primera, un número que a la antigua Alicia le costaría un disgusto pero a la nueva Alicia no le causó más trastorno que apartar el móvil de la oreja y darle a la tecla de colgar. Ahora quedaba lo más difícil, decírselo a Carlos. Tuvo clase, no se lo dijo por móvil, ni siquiera el tan de moda sms. No, esperó a la cena, él debió sospechar algo cuando Alicia le pidió a su madre que los dejase a solas un momento; y no lo hizo, ni se le pasara por la cabeza cosa semejante. Él pensó más bien que era alguna de aquellas tonterías que hacía su mujer para reavivar la llama de la pasión, de aquellas cosas que leía en el Cosmopolitan y que ella creían que funcionaban, aunque la verdad a él ni le iban ni le venían, dependía de como lo pillase el día. Y la verdad es que cuando escuchó lo de “darnos un tiempo” a punto estuvo de partirse de risa, ¿pero que trataba este número del Cosmo? pensó sin darle más importancia al tema. Claro que después la cosa se le fue aclarando más y conforme se le aclaraban las cosas también las fue tomando más en serio, le dijo que se iba a marchar a vivir sola, que el hiciese como viese, pero que dudaba que su madre lo quisiese en casa no estando ella. Él lo tenía casi claro aunque su relación con la suegra era muy buena no pensaba que tan buena. Cuando terminó de decir todo lo que tenía que decir, que no es que fuese mucho, le preguntó si tenía alguna pregunta. La verdad es que tenía un montón de preguntas, pero lo que no tenía era ganas de hacerlas, claro que se preguntaba porque lo estaba haciendo, si alguien le había contado algo, tenía ganas de decirle que no había otra, pero también tenía muchas ganas de tomar ese tiempo que decía Alicia que iban a tomar y tenía miedo de que al ponerse a hablar a su mujer le diese la morriña y le dijese que todo era una broma y que seguían como siempre.
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Ella se levantó y fue para la habitación, él quedó en el salón pensando a donde ir, tampoco es que tuviese mucha necesidad, tenía un buen sueldo en el bufete y aquel piso de soltero que le había dado el Ayuntamiento cuando lo de la expropiación por el maremoto. No lo pensó más, se levantó de la mesa, fue al trastero, cogió una de las maletas y fue a la habitación a coger lo más indispensable. Alicia no espera un número de desesperación por parte de Carlos, tampoco que marchase tan tranquilo y con tanta normalidad como quien coge un avión para ir a una reunión de rutina a Madrid. Ella no lo veía, estaba haciendo que dormía, empezaba a sentir que se había equivocado y que le había puesto en bandeja el marchar con la espabilada de la foto, después de todo había sido ella la que lo había echado fuera, en el divorcio diría que ella lo echó y que lo de la espabilada fuera después , para curar su corazón maltratado. No le faltó mucho para dar la vuelta y pedirle que quedase; pero decidió, por una vez, ser una mujer y afrontar las consecuencias de la decisión que había tomado, si se había equivocado pues se había equivocado. Cuando terminó de revolver cerró la puerta y marchó; los pocos minutos entró su madre en la habitación para preguntarle que tal estaba. Hacía tiempo que no sentía la necesidad del cariño de su madre, hasta le había estorbado de quinceañera, pero en aquel momento fue importante tenerla allí. Le dijo que todo iba a salir bien. Al día siguiente, bien temprano, llamó a Andrés; él, en cuanto vio el número dijo para sí un “ya lo sabía yo” y cogió confiado, esperaba que le pidiese cita para pagarle lo que le debía y encargarle que siguiese con la investigación. ¿Dónde vive la espabilada esa? – dijo Alicia sin un buenos días ni nada.
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-
¿Cómo? – preguntó Andrés, que le gustaba ir al grano pero no tanto.
Ella aclaró que se refería a la de la foto y Andrés, disimulando mal, le dijo que no lo sabía, ella le notó que la estaba engañando así que lo amenazó con decirle a su padre que la andaba rondando otra vez. Ella lo hizo inocentemente, fue la única amenaza que le vino a la cabeza, tampoco sabía hasta que punto llegaba el pánico de su padre por la relación con Andrés; pero él sí que lo sabía, y no quiso tentar a la suerte. Tampoco se lo quiso poner tan fácil como para que no le pagase, así que tiró por el medio y le dio mi dirección. No, si por unas o por otras todos acababan diciendo mi nombre. Ella no lo dudó, se levantó, se puso más que divina y vino a mi casa. Con decisión, hasta que comenzó a ver las casas abandonadas y los escaparates vacíos con puertas oxidadas. Aunque con miedo, siguió.
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Capítulo 22. A flote Unas veinte sugerencias surrealistas de Sandra después se nos ocurrió emplear las bombonas de oxígeno de repuesto para reflotar las mesas. Me llevó un mundo cargar todos los maletines en las mesas, mismo pensé que no iba a dar hecho. Los maletines sobrepasaban el límite de las mesas, tuve que despegar algunos trozos de moqueta de la planta baja para recubrir todo el petate y atarlo con las correas de las persianas. Y aún así lo peor vino cuando tuvimos las dos mesas con sus respectivas sillas fuera del agua y hubo que llevarlas hasta la lancha, y peor aún sería llevarlas hasta nuestras casas. Salva no imaginaba ni de lejos el tamaño de las mesas, pensaba en unas modestas mesas de escritorio no en aquellas que parecían más bien de comedor; y tampoco podía entender la necesidad de llevar las sillas, aunque fuese por disimular. Eran dos sillas, tampoco es que supusieran un esfuerzo añadido demasiado grande, pero Salva tenía que ponerse de los nervios por algo y se puso. Sandra quedó alucinada con las sillas así que se puso de mi parte y Salva por no aguantarnos llamó a uno de sus contactos para que trajera un camión, después ya haríamos números para subirlo todo a mi casa. Era lo bueno de mi casa, que la tenía toda para mi, aunque no funcionaba nada de nada y no era buena idea dejarlo en el bajo, a veces venía gente a dormir, en el mejor de los casos. Cuando el colega de Salva dejó la mercancía en la calle nos miramos y a punto estuvimos de dejarlo allí y subir los maletines poco a poco; pero de cualquier manera yo quería las mesas, quien sabe si algún día conseguía restaurar el edificio y convertirlo en mi gran mansión. Ahora tenía dinero para hacerlo, igual me ponía, claro que igual no era buena idea hacerme notar tanto. Sandra cogió las En el fondo Raquel Couto Antelo
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sillas decidida y comenzó a subir. El colega de Salva miró hacia arriba y nos sugirió que buscásemos una polea a motor y lo subiésemos por la ventana; entre nosotros, ni se nos pasara por la cabeza, yo aun tenía excusa, había estado mucho tiempo debajo del agua y no lucía mucho; pero a Salva le debió caer la cara de vergüenza. No era para comentárselo allí al camionero, hay cosas que cuanto menos se sepan mejor; pero yo tenía algo que nos podía servir No era una polea a motor, era un motor de arrastre, hacía un ruido infernal y había tenido que dejar de usarlo porque le sentaba muy mal la humedad, y ya me diréis de que me servía si no le podía tocar el agua. Nos vino a los dos a la cabeza, dejé a Salva pagándole al camionero y vigilando la mercancía, que no hacía falta decirlo era obvio que la había que vigilar. Subí escaleras arriba toda emocionada y de repente en el descanso antes de mi puerta estaba Sandra, las dos sillas y un silencio extraño. Antes de que abriese la boca ella me digo muy bajito que había alguien arriba, que tenía miedo. No, si a veces razona lo justo, si tienes miedo baja corriendo mujer, no te quedes a ver si te matan. Pero estoy casi segura de que ni se le pasó por la cabeza así que traté de no ponerle mala cara. Seguramente era Ramón o alguien de su panda, tanto esfuerzo para que ahora viniesen estos a llevar todo el dinero, pues lo iba a negar hasta el final, por snooppy que sí. Traté de mirar por el hueco de la escalera a ver si veía quien era pero ni se escuchaba nada ni se veía nada. Estaba casi segura de que habían sido imaginaciones de Sandra así que subí toda confiada. Efectivamente había alguien, una señorita de la Coruña con todas las letras, y no la conocía entonces pero ser era Alicia. La verdad es que no sé cual de las dos tomó más miedo, para mi que En el fondo Raquel Couto Antelo
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ella, aunque para la pinta que tenía no fue mucho; tenía yo la inocente idea de que estas en cuanto se cruzaban con alguien como yo en aquellas circunstancias echaban a corre, claro que tampoco iba a estar en una casa como aquella. -
¿Vives aquí? – preguntó Alicia.
Le dije que sí, y le pregunté si quería algo; se lo pregunté muy educada y con voz muy dulce, no fuese una clienta y la espantase. Que tener, tenía pinta de mucha pasta. -
No eres la de la foto – dijo dándome la foto que Andrés le había tomado a Sandra y a Carlos.
-
Pues no, ser no soy – dije esperando que Sandra no subiese, porque la foto era bien engañosa.
-
El desgraciado se equivocó – dijo enfadada.
Pensé que se refería a Carlos y traté de calmarla, le dije que yo estaba en esa mesa y que no era lo que parecía. Ella parecía no escucharme. Le dije que Carlos era el abogado de un amigo mío y que ella era otra amiga de mi amigo. -
No, el desgraciado de Andrés – dijo por fin – me dijo que la de la foto vivía aquí.
¿Andrés? no hizo falta decirle que me caía mal, ya me lo notó en la manera en la que pronuncié su nombre. Le dije que obviamente la había engañado pero que era de esperar. Ella parecía tener ganas de hablar así que abrí la puerta y la invité a pasar. También llamé a Sandra para que subiese, porque llevaba un buen rato esperando sin saber que pasaba.
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Cuando Alicia vio a Sandra se le encendió una mirada de despecho que bien pensé que acababa en discusión; pero cuando Sandra supo que Alicia era la mujer de Carlos también arrancó algo agresiva y no se sabe muy bien como empezaron a conversar tan tranquilas, les puse la televisión y bajé al tercero a arrancar el momento de arrastre. Encendí, sin problema, haciendo el ruido que recordaba que hacía, pero encendió. Saqué las ventanas del quicio y le lancé el cable a Salva. De repente escuché detrás de mí: -
¿Qué demonios es ese escándalo?
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Capítulo 23. Disimulando Preguntó Alicia a gritos desde la puerta. -
Es la máquina esta, vamos a subir un par de mesas – dije aparentando naturalidad.
-
¡Contratad a una empresa de mudanzas por Dios! Las paredes retumban – dijo Alicia.
La miré alucinada porque para haberse presentado en mi casa sin haber sido invitada, ponerse de malas con Sandra y entrometerse en mi business estaba aportando demasiadas opiniones. -
Vete a ver la televisión o desaparece – dije sin dar más opciones.
Al principio me miró asustada y mismo pensé que bajaba las escaleras pero en unos escasos segundos volvía a estar en la puerta. -
No voy a marchar – dijo – no tengo a donde ir.
Y me lo lanzó como si yo le tuviese culpa, más aún, como si yo se lo tuviese que solucionar. Con vender medio pendiente de perlas podía alquilar un hotel bueno por varios días, y no tenía pinta de saber vivir sola por mucho tiempo. Si se había enfadado con Carlos ya se amigaría, a mi parecer eran el uno para la otra sin duda. -
Pues vuelve a mirar tienes a donde ir.
-
¿Y después? – dijo.
-
¿Después qué? – pregunté.
-
¿Me dejas quedar? – dijo.
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la
tele
–
dije
–
ya
-
En mi piso no, pero ya te buscaré algo – le dije alterada.
-
Tú eras de esas ¿verdad? – dijo ella.
-
¿De cuales? – pregunté.
-
De las que andan por la Coruña vieja – dijo ella.
-
Mira chica, no te pongas muy exquisita que de paso que subo la mesa te tiro a ti – dije.
Y de esta vez pensó que se lo decía en serio y de veras que no lo dije de malas, es lo típico que le digo a Salva o a cualquiera en lugar de “vete a tomar viento”, que me parece menos fino. Pero ella lo tomó en serio. No dijo más nada y subió junto a Sandra. Era lo que me faltaba, otra persona por el medio. Por lo menos aún no había hecho presencia nadie del clan de Ramón. Salva me gritó desde abajo, me dijo que aquello no había quien lo subiese, el motor no echaba humo, por eso pensé que todo iba bien. Por eso y porque le andaba dando vueltas a lo de Alicia. Apagué el motor y bajé. Efectivamente la mesa no se había movido ni un milímetro, nada de nada. La gente nos miraba como si estuviésemos locos. No pensé que hubiese tanta gente por la calle, el caso es que esta circunstancia limitaba nuestras opciones, no podíamos subir el material poco a poco, que era la única opción que nos quedaba. Llegados a este punto... sí, es cierto, siempre estamos llegando a puntos de estos, pero la vida es así y punto. Como iba diciendo, llegados a este punto había que aplicar la teoría de los granos de después de un atiborre de chocolate, si no los puedes eliminar tápalos como puedas y con lo que haga falta. En el fondo Raquel Couto Antelo
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Montaríamos vigilancia, disimulada, claro está. La manera de disimular aquellos dos bultos plantados en el medio de la calle fue simular un puesto de filloas rellenas; igual os suena muy cutre, pero en París los hay a montones, eso sí como le llaman crêpes parecen más finos. De cualquier manera era lo que podíamos hacer contando con el tiempo con que contábamos y con los medios que teníamos. Bajé el hornillo que teníamos para calentar el café cuando pasábamos noches enteras en Coruña Vieja que decía la snob. Puede ser que lo lógico fuese un termo, pero es que Salva le gustaba el café recién hecho, es así de fino el señorito. Yo hacía sandwich de sartén, que salían menos aplastados que los de la sandwichera. Lo sé, al grano. Las mesas hicieron de mostrador, las colocamos en L, las movimos como pudimos, poniéndolas al borde de la acera, para hacer una U bajamos una de las meses plegables, dejando la salida hacia el portal. Aquellas cortinas que tenía guardadas para regalárselas a Sandra cuando se casase hicieron de mantel, cubrieron de glamour el puesto, y tanto, como que las había sacado del Hotel Finisterre, en una habitación de super lujo. Queda muy pobre de regalo de bodas, pero era para hacer el vestido, si Escarlata pudo nosotras también podíamos. Eran granate con dorados, espectaculares. Bajamos uno de los bidones de agua, harina (de la de cocinar, que de la otra nosotras no trabajábamos), huevos, nocilla, queso de untar y jamón cocido. Era lo que había. La gente nos miraba con curiosidad, como con asco, los comentarios eran de desconfianza, pero en cuanto la sartén se calentó y las primeras filloas fueron saliendo, la brisa y el hambre del medio día hicieron su trabajo, aquel puesto improvisado se convirtió en éxito. Y el éxito trajo a Ramón, a Paco, a Alberto, a Andrés y no trajo a Carlos porque tenía miedo de encontrarse con Alicia y En el fondo Raquel Couto Antelo
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aunque ni loco se imaginaría que estaba en mi casa no apareció por allí. Ramón miró con desconfianza mi nuevo negocio, Paco compró una filloa, Alberto mantenía la distancia pero tenía una sonrisa maliciosa. Andrés tenía la cara de desconfianza de Ramón. -
¿Qué pasa? ¿Cambias de gremio? – dijo Ramón - ¿tendrás licencia?
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Capítulo 24. Filloas rellenas “Claro que tengo licencia” dije con seguridad, Salva atendía a gente poniendo la oreja en la conversación y los ojos en los maletines. Estaba enfadado porque el negocio había tenido tanto éxito que no podíamos hacer turnos y se nota que el había quedado. Ramón estuvo plantado delante del mostrador sin hablar mucho, vigilando a la clientela. Los otros comenzaban a impacientarse y a mirar el reloj, a resoplar, a mirar alrededor; pero Ramón no les hacía caso. Paco se fue separando del grupo así como quien no quiere la cosa, pasito a pasito, vamos que se le notaba bien, pero que nade le prestó atención, hasta que por fin se metió en el portal. Se notaba que no le había dicho a los colegas que le gustaba Sandra. No me preocupé, Sandra es bien capaz de cuidarse sola, además estaba Alicia con ella e igual agradecía una cara un poco más amiga, o que conociese de unos días antes. Andrés y Alberto se dieron cuenta de la falta de Paco cuando aparecieron unas turistas rubias de esas que dicen que quitan el sentido y tiraban de Ramón para ir detrás de ellas. Las chicas se animaron a lo de las filloas y estuvieron un rato en el puesto, hablando con nosotros. Ramón no parecía muy interesado en ellas, los otros, todos los otros que había alrededor sí, Ramón estaba concentrado en no se qué mirando al infinito, o eso pensaba yo. Cuando las chicas marcharon, cosa que lamenté porque las ventas habían aumentado de manera espectacular, con deciros que el fuego no daba hecho a cocer filloas, también daba igual porque no apuraban mucho, si no hay como tener bien entretenida a la clientela. Con las chicas marcharon Alberto y Andrés, Ramón les dijo que ya iba pero ni siquiera cambió de postura. En el fondo Raquel Couto Antelo
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¿Y esto de montar un negocio? ¿no te llegó el dinero que te di? – preguntó Ramón, aparentemente sin doble intención.
-
Sí, sí que me llega, lo que pasa es que estábamos todas tiradas viendo la tele y de repente se nos ocurrió hacer esto para pasar el tiempo – dije.
Igual no le sonó muy convincente, pero no dijo nada, sólo quedó allí de pie. Salva estaba todo metido en faena e incluso le había pasado el mal genio de perder las citas que tenía para el día, cancaneos varios, que tampoco había de ser muy importante la cosa. Con la noche vino la oscuridad y la gente marchó. No. Toda la gente no. Ramón seguía allí plantado y Salva se estaba poniendo de los nervios, menos mal que le sonó el móvil, y parecía ser algo tan supermega importante que hasta le dio igual dejarme allí sola con todo el fregado. Sí, sin escrúpulo ninguno, tiró el delantal encima de la mesa y marchó. En la mirada le noté un “es amigo tuyo, apáñate tú”, yo le lancé otra mirada del tipo de “después querrás que repartamos el dinero a partes iguales”, el me respondió con otra mirada del tipo de “reina, que llevo más de seis horas haciendo filloas y uno tiene sus necesidades” y yo “ya, te entiendo, pero vaya papeleta me dejas”, y el se despidió con una mirada del tipo de “que te sea leve, igual vengo antes de que marche” con cierta sorna, mejor dicho, con mucha sorna. Y allí me vi a solas, a oscuras y con sábanas de terciopelo granate, que sí, que no eran sábanas que eran cortinas, pero visto que no tenía escapatoria y que no era plan de dejar toda aquella pasta en medio de la calle pues aprovechaba, total por allí nunca pasaba nadie, ues igual si era para dejar todo allí plantado, pero no era capaz, ya me diréis que más tendría si En el fondo Raquel Couto Antelo
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total hasta había unas horas no tenía ni un duro, así que tanto me iba a dar igual seguir así, pues no, que no era capaz. -
¿Subimos? – dijo Ramón.
Pero esta vez lo dijo con intención, o por lo menos yo se la noté, con mucha intención de esa que había tiempo que yo necesitaba que tuviese, y voy yo y dijo: -
No, es que no me apetece – dije.
Poco me faltó para decirle que me dolía a cabeza, porque me vino antes lo de que no me apetecía que así mismo se lo plantaba. Jo, pero sí que me apetecía. Y a el también. Sí, puso una cara de decepción cuando le dije que no iba a subir... -
¿Y eso? – preguntó.
Le conté que tenía en casa una pesada que había dejado al marido y llevaba no sé cuanto tiempo rayándome la cabeza con los defectos del elemento y que como lo estaba pasando mal no me parecía bien mandarla a paseo pero tampoco tenía ganas de aguantarla; acabé diciéndole que subiese si quería. -
No, quedo contigo – dijo - ¿y entonces que hacemos?
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Capítulo 25. Carlos rey Carlos miraba en su interior y no sabía muy bien porque se lo había hecho, empezó a darle vueltas a aquella distancia que le había notado en los últimos días de su convivencia y la oscuridad de la noche y el vacío de su piso de soltro le hicieron llegar a la conclusión de que Alicia tenía un lío. Nunca le había dado por pensarlo, siempre la había notado tan entregada y falta de imaginación que ni se ponía celoso cuando la miraban en los restaurantes. Era muy conservadora, pero conservadora de mujer no de hombre, no de esos que llevan alianza y después persiguen a todo lo que se mueve... como él, razonó. Nunca lo había hecho, aunque se le había pasado por la cabeza muchas veces, pero hacer no lo había hecho, se justificaba. Intentó dormir, pero el suelo era muy duro, así que tomó el móvil y llamó a su suegro. Tardó en responder, pero como insistió y el concejal no debía saber apagar el móvil lo descolgó. -
¿Qué pasa? – preguntó enfadado.
Carlos le contó que tenía que hablar con él, que le preocupaba Alicia. No estaba muy bien plantearle a un padre que su hija andaba por ahí con otro como una cualquiera, aunque el concejal como era como era no era tan así como para soltárselo directamente. El concejal le dijo que fuese a su casa, que si era tan urgente como para llamarlo a aquellas horas bien lo podía atender. El concejal le calculó una media hora, claro que había hecho el cálculo de la casa de su ex a la suya, no sabía que Carlos vivía en el piso de soltero, es decir unos dos cientos metros de su casa, es decir, cinco minutos. Él estaba en el Venus, donde iba a estar a esas horas en un día tranquilo, en casa no hacía nada y los del ayuntamiento se iban de la lengua con su mujer, En el fondo Raquel Couto Antelo
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que ya daba igual en lo sentimental, pero en lo profesional no daba tanto, que ser era muy díscola, eso decía el, ser era ligeramente vengativa, que diría yo. Carlos llegó en esos cinco minutos que habíamos calculados nosotras, y llamó al timbre, y esperó, y llamó al timbre y esperó; y volvió a llamar, y otra vez, e iba a llamar una última vez pero le salió una vecina y le pegó cuatro gritos que le quitaron las ganas de tocar botoncitos. No de todo, porque decidió llamar de nuevo al móvil de su suegro, por si se había quedado dormido, por si le había dado un vahído y porque sí, que si el no dormía el resto tampoco. El concejal respondió con resignación, pensando en que Carlos le iba a decir que había sido un momento de desesperación y que no pasaba nada, que ya se había tranquilizado y que no iba a ir a su casa. Después tuvo que estar ágil buscando una excusa para no estar en casa a esas horas, emplearía lo de la reunión de trabajo, que era un eufemismo que todo el mundo entendía. Carlos se alegró tanto de ver a su suegro que ni se dio cuenta de la peste a alcohol y mala vida que desprendía, tampoco de los bamboleos del pobre, pobre no, sobrado de dinero, hombre. el concejal también se alegró de que su yerno estuviese allí, sino lo iba a tener difícil para entrar en el portal. Y lo que pasó a partir de ahí fue todo un cúmulo de circunstancias. Carlos necesitaba un amigo, aunque no fuese de verdad, uno que le aguantase el rollo. El concejal necesitaba, nada, no necesitaba nada, pero estaba borracho como una cuba y no sabía lo que hacía; perdón, mejor dicho, no controlaba lo que hacía, saber bien que lo sabía. Una vez el concejal estaba tirado en el sofá y Carlos empoltronado en la butaca de relax último modelo empezaron a hablar, cada uno de lo suyo sin darse cuenta de que el otro estaba hablando. En el fondo Raquel Couto Antelo
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Carlos le contó lo del cese temporal de la convivencia con Alicia. El concejal le contó que había estado de celebración porque tenía un negocio entre manos. Carlos le contó que estaba viviendo en su triste y solitario piso de soltero. El concejal le dijo que en nada iba a tener tanta pasta que iba a poner una piscina en el ático, con agua caliente y muchas chicas guapas. Y casi simultáneamente los dos dijeron algo que iba a cambiar sus vidas, Carlos dijo que Alicia tenía un amante; el concejal dijo que se iba a hacer con el famoso tesoro de la famosa leyenda. Como si de repente se diesen cuenta de la presencia del otro, como si eso de que los elefantes tienen conciencia de sí, pues lo mismo pero del otro. Al concejal se le evaporaron automáticamente los grados que llevaba encima, a Carlos se le puso una sonrisa pérfida. Carlos pensó en lo que había escuchado en aquella reunión con nosotras; al concejal se le apareció la imagen de Andrés, por eso el desgraciado andaba tan contento, si hasta había llegado a sospechar que le escondía algo de la historia del tesoro, lo iba a agarrar por los mismísimos y arrastrarlo hasta Betanzos, “será desgraciado” repetía en voz baja una y otra vez. Eso le dio tiempo a Carlos para asimilar lo del tesoro y planear la estrategia para extraerle información y no penséis que en ese momento se le estaba pasando Sandra por la cabeza, no, en lo que estaba pensando el abogado, como tal, era en su propio beneficio, como todos excepto nosotras. Tan enfrascado estaba haciendo la cuenta de la lechera que ni había escuchado las veces que su suegro había mencionado el nombre de “Andrés”, él pensaba en la mejor estrategia para volver al tema de la piscina y por lo tanto al del tesoro. El concejal seguía con lo de “será desgraciado”. La verdad Carlos se que había encontrar
es que no le dio mucha más alternativa, levantó del sofá, fue hacia el mueble enfrente y comenzó a abrir puertas hasta el bar, tenía que haber uno, conociendo
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como conocía a su suegro. Por fin, cuando ya estaba abriendo la última puerta de la parte de abajo encontró el whisky de malta, ron de 12 años y todo el repertorio. No hico falta mucho, un par de cubitos de hielo, un vaso no muy limpio, y algo indeterminado procedente de varias botellas, todas muy caras eso sí; y el concejal cantó todo lo que sabía, que para nosotros era mucho, pero a Carlos se le iluminó el camino.
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Capítulo 26. En el fondo. Segundo intento (Primera parte) -
Nada, podemos quedar aquí, la noche está estupenda y con estas estrellas da gusto estar al fresco – dije toda natural.
Ramón me miraba como si notase que lo estaba vacilando, o si no me creyese ni palabra vamos. -
Podemos ir a tomar algo – dijo.
-
No, que si la otra me llama – dije.
-
Ya están los otros arriba – dijo.
Con eso no contaba, no recordaba que Paco había subido y aún no había bajado y lo peor era que no imaginaba que él sí, de todas maneras tentando a la suerte dije: -
¿Qué otros?
-
Sandra y Paco seguridad.
por
lo
menos
–
dijo
con
Aún perdida seguí intentándolo. -
¿Siii? ¿Noooo? – dije.
-
Sí, dijo, o por lo menos en la ventana están, la separada debe ser la que no conozco – dijo con seguridad, señalando con seguridad hacia arriba y mirándome con seguridad.
-
Ay sí, no lo recordaba – dije disimulando.
Pues estaba lista, ahora a ver que le inventaba. -
¿Vamos? Ya estoy empezando a pensar que me estás evitando – dijo.
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-
No hombre – dije disimulando – es que...
Y como vio que tardaba mucho en responder dijo: -
Si quieres te ayudo a recoger esto, lo digo porque parece que te cuesta dejar el tenderete.
-
Nooo, no para nada – dije – no te preocupes, si son cuatro tablas.
-
Venga, que parece que le tienes mucho apego, vamos – dijo mientras le echaba la mano a la tela de terciopelo granate de las cortinas.
Se me debió poner una cara de pánico demasiado descarada porque a él se le puso una cara de malicia muy mala y apretó la mano para tirar con fuerza de la tela. Casi me da. -
No, venga, déjalo, que por aquí no viene nadie ¿a dónde querías ir? – pregunté, agarrándolo del otro brazo y poniéndome medio tontorrona a ver si soltaba la cortina de una vez.
El sonrió y soltó la tela, sin mucho apuro, no vayáis a pensar, que exprimió mi angustia hasta el final. En la ventana estaban las tres marujas mirando, a Sandra ya le valía, que bien podía bajar y quedar ella de guardia. No sé que hacían allí plantados mirando al horizonte, o para abajo, que para el caso era lo mismo. Contaba con que mientras miraba las estrellas le echase un ojo a los maletines, tendría el detalle por lo menos. Claro que si hacía el razonamiento de que como Salva marchó de farra, Xiana marchó de farra y yo quedé aguantando a estos dos plastas igual pasaba de todo y no vigilaba el tesoro. Menos mal que Sandra era mejor persona que nosotros. En el fondo Raquel Couto Antelo
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Ramón tenía el coche aparcado en el límite de la zona abandonada, y aunque por el camino mencionó con sorna lo de volver a recoger el puesto no dio muestras de sospecha. De todas maneras no me quería confiar, que ya lo conocía y su aparición repentina sin venir al caso tenían que tener un motivo, y mi objetivo era descubrir cual. Lo que me preguntaba era cual sería el suyo. Fuimos a un bar de copas para solterones que habían abierto hace poco y que tenía mucha fama. Lo de solterones lo digo yo porque había mucha gente de taitantos muy cariñosos, sí, es una manera sutil de decir muy desesperados, pero yo formaba parte de ese clan así que lo voy a decir así, cariñosos. Nunca había ido por allí, no estaba al alcance de mi bolsillo ni de mi paciencia, en cuanto me sonreían me daba gana de echar a correr, y normalmente estaba muy cansada, así que ahorraba el trabajo. De esta vez era distinto, como ya llevaba el chico de casa no tenía de qué preocuparme. Nos sentamos. Y el problema que se me presentaba era de que hablar. Después de pedir y acomodarnos poco más tenía que decir, así que puse cara de interesante, de tener mucho misterio dentro y una vida fascinante para que fuese el quien hiciese las preguntas. La verdad es que no sé como se pone esa cara, pero la intención era esa. Él tampoco tenía mucho que decir o por lo menos tardó en hablar y cuando lo hizo me contó de los años que había estado fuera, de su vida, de todo, que me dejó la cabeza como un bombo que os lo digo yo. Llegué a pensar que lo estaba haciendo a propósito para que confesase que le estaba robando, entre comillas lo de robar, porque el dinero no era suyo; lo vamos a dejar en engañar. Pero él seguía hablando, es que ni como tortura era normal. Seguro que me lo notó en la cara, porque empezó a hacerme preguntas, no relevantes, sólo para mantener una conversación inocua ¿y tú En el fondo Raquel Couto Antelo
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qué tal?¿y tú qué piensas?¿no te parece? y así. Después en el bar pusieron música más tranquila y la gente comenzó a bailar, Ramón me invitó a salir a la pista, que no era tal pista, era allí al lado de las mesas en el trozo que había hasta la barra. Y bailamos. ¡Qué romántico! que romántico y que paz, dios por fin había parado de hablar, la cabeza dejó de dar vueltas por fin y disfruté del hombre por fin, bailar bailaba bien. No sé si llegué a cerrar los ojos en algún momento, pienso que si, es la explicación que le encuentro. El único que sé es que desperté sentada en un banco, tan tranquila, aún era de noche así que no debió pasar mucho tiempo, o eso creía yo.
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Capítulo 27. En el fondo. Segundo intento (Segunda parte) Me incorporé y miré alrededor para ver donde estaba, noté un ruido ensordecedor que se acercaba, como para no notarlo, a la hora que era se debía notar hasta una mosca. Admito que incluso me llegó a asustar, parecía que venía hacia mi, pero no se veía nada y no entendía porqué, las estrellas me daban visibilidad suficiente como para verlo si estuviese allí, y no lo veía, no veía nada, sólo ese ruido. Cuando ya la cosa no podía ir a más apareció una luz en el horizonte, una bombilla frente a mí, que en segundos se convirtió en un foco que me miraba fijamente como interrogándome, yo estaba asustada, quería ir hacia atrás pero como estaba sentada y no era capaz de ponerme de pie y echar a correr lo único que conseguía era empujarme, mejor dicho empotrarme en el respaldo del banco, tanto que no sé como no lo partí por el medio o como no quedé allí cuan tapete de ganchillo. Cuando ya pensaba en que se iba a abrir una compuerta y se iba a deslizar una pasarela y bajar un cabezón bajito con dedos largos y mirada morriñenta señalando con el índice iluminado hacia el cielo diciendo “mi caaaassssa” el ruido paró, la luz se apagó, se encendió una luz azul debajo de lo que fuese que estaba allí mirándome y vi con claridad una especie de helicóptero que estaba doblando la hélice hacia abajo y empaquetándose hasta quedar hecho un cubo, bajó hacia abajo, vale, vale, hacia arriba no iba a bajar... se apagó la luz y todo quedó en calma de nuevo. Fue automático, me levanté y fui a miar, no había nada, sólo un acantilado y agua, agua de la de toda la vida, salada imagino, estaba la marea alta, pero no lo suficiente como para probarla, el caso es que siendo mar tenía que estar salada. Di vueltas alrededor mirando para todas partes, En el fondo Raquel Couto Antelo
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estaba en Oza y todo estaba tranquilo, como debía estar. Eché a andar hacia la taberna de los pescadores que estaba cerca de la antigua vía, quería tomar algo para despejarme, para centrarme, aunque tenía miedo de contarle semejante cosa a alguien. Mientras caminaba miré por el bolso, tenía que llamar a Salva para que viniese y me ayudase a bajar para ver lo que había allí. Revolví y revolví, pero no tenía el bolso, me debía haber caído en el banco, estaba echada cuando desperté, seguramente lo había usado de almohada. Di la vuelta hacia el banco, todo seguía en silencio, seguía todo oscuro salvo por las estrellas, en el banco no había nada y me senté, desesperada, no sólo tenía una laguna de sabedios cuantas horas, sino que había perdido el móvil, no tenía dinero ni memoria suficiente como para recordar cualquier número de teléfono de mi agenda. No adelantaba nada yendo a la taberna, así que pensé en ir a casa, estaba cansada pero allí ya no hacía nada. Cuando llegué a casa esperaba encontrar a Alicia y Sandra tiradas en el sofá con la tele puesta en los anuncios y todo lleno de papeles y paquetes de galletitas saladas tirados por el suelo. Pero no. Todo estaba en silencio, ya comenzaba a pensar que el ruido del supuesto helicóptero-nave espacialnave extraterrestre me había dejado sorda porque sólo escuchaba silencio. No tenía llave, cosa que recordé cuando estaba delante del portal, deseé que estuviesen arriba, pero llamé y llamé y nadie me abrió. En ese caso sólo me quedó agarrar una piedra, romper el cristal que tanto me había costado conservar entero y abrir desde dentro. En la puerta del piso fue más complicado, agarré un alambre y lo metí por la cerradura, de vueltas y más vueltas como en las películas pero no se abrió. Bajé al primero para buscar una palanca y desmonté la puerta, le quité el cuadro del medio, de castaño, cuando vi el agujero no me lo podía En el fondo Raquel Couto Antelo
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creer, que animal era. Era obvio que no estaban en casa, Alicia con lo remirada que era ya me habría sacado la cabeza de un guantazo, dentro había, si, silencio. Tenía hambre, así que encendí la tele y mientras cenaba algo, en la teletienda había lo de siempre, ya comenzaba a creer que había pasado una eternidad, que había estado metida en un agujero espacio-tiempo de esos y que cuando encontrase a mis amigas ya tendrían cuarenta años, cuatro hijos y un chalet en la zona buena. Pulsé el teletexto y respiré con alivio y con cierta pena, ya me había acostumbrado a la idea de ser diez años más joven que el resto y tener algo emocionante que contar. No, sólo había pasado un día, sólo un día, allá se esfumó mi emocionante vida para convertirse en lo mismo de siempre. ¡Qué decepción! Y allí estaba yo, viendo una aspiradora que era la leche, comiendo unos entrantes fríos, lo de encontrar entrantes en la nevera casi en el mismo estado de conservación que cuando los había dejado ya me debió dar una pista, pero hasta que miré la fecha en la pantalla del televisor no caí de la burra. Si, allí estaba yo toda decepcionada, decepcionada del todo, de todo de todo, cuando finalicé fui a mirar por la ventana, si la ventana, esa ventana en la que estaban Sandra, Alicia y Paco cuando marché; la ventana en la que dejé vigilando el tenderete de filloas rellenas, las mesas cubiertas con las cortinas de terciopelo, las cortinas de terciopelo que escondían los maletines llenos de dinero que habíamos rescatado del subterráneo de la Caja Universal. Y estaba mirando al horizonte y mirando hacia la carretera, ese horizonte oscuro silencioso con unas pocas estrellas, esa calle vacía, silenciosa. ¿Vacía y silenciosa? Silenciosa si, pero ¿vacía? ¡vacía! ¿vacía?¿cómo que vacía? ¿el dinero?¿dónde estaba el dinero? El corazón empezó a latir con En el fondo Raquel Couto Antelo
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fuerza, muy fuerte y yo a andar como una histérica de un lado para el otro, hasta que me senté delante de la tele y recordé que ya había pasado un día desde que yo había dejado todo el petate en la calle, seguramente ya lo habían colocado, Salva seguramente había encontrado una solución de transporte. Tenía que hablar con él, no eran horas, pero tenía que saber que había hecho. Salva tardó en abrir, ya me estaba dando por pensar que se habían fugado todos para el Caribe, de hecho Salva era lo que decía que quería hacer. Abrió la ventana y miró como una maruja de las de antes, de las que gritaban “Josua, como te agarre te mato”, me extrañó, el abría sin más, pero claro, no eran horas.
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Capítulo 28. En el fondo. Segundo intento (Tercera parte) Abrió la puerta, me agarró del brazo y me llevó dentro. Hablaba a gritos pero reprimiendo la voz como si quisiese hablar bajo, no entendía por que, vivía solo, a quien estorbábamos. -
Tía por fin apareces, ¿dónde te habías metido? – dijo Salva alterado – te llamé mil veces.
-
Me robaron el móvil, el bolso, todo – dije.
Le conté a Salva lo que vi, tengo que decir que por lo menos se le quitó la cara de sospecha que tenía al principio; pero la verdad es que se le puso cara de madre en día de resaca, de la hija quiero decir. No me creyó ni una palabra de lo que le conté, sobre todo lo del helicóptero plegable, ahí no es que pusiese los ojos como platos como en lo de antes, ahí trato de aguantar la risa, hizo un esfuerzo grande, pero no muy efectivo. Cuando terminó de reír, mejor dicho, cuando logró mantener la risa mas o menos a raya, le pregunté por las mesas y los maletines. Me miró con sorpresa, no era lo que necesitaba en ese momento. Me dijo que pensaba que las había escondido yo, que me había dejado a cargo de ellas y que cuando volvió al día siguiente no estaban con lo que supuso que yo me había encargado del tema; y aunque trató de disimular, le noté que en el fondo había un ligero recelo, como desconfianza, que casi llega a pensar que me había fugado con el dinero. También tengo que decir que le noté algún remordimiento. También me dijo que Sandra me había visto marchar con Ramón y que cuando Paco, Alicia y marcharon allí ya no había nada con lo que supusieron que yo había vuelto para llevarlo todo.
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-
¿Pero estaban en la ventana?¿No vieron nada? – dije.
-
No sé, no me dijeron nada de eso, de todas maneras Sandra no sabía que el dinero estaba allí debajo, ella pensaba que los habíamos sacado con la polea – dijo Salva.
Vaya desastre, todo tenía lógica y al final la culpa era mía, no debí haber marchado, todos habían cumplido con su cometido, Paco había entretenido a Sandra, Ramón a mí y Salva ya se entretuvo por si mismo. -
No pasa nada, da igual, pudimos coger algún maletín; pero fuimos demasiado avarientos – dijo Salva sin enfado.
Preparó café y nos pusimos a razonar, y a hacer la cuenta de la lechera, y acabamos riéndonos. Bien pensamos en pasar de todo, nos habían tomado el pelo, hicimos todo el trabajo y volvimos a pringar. Y haciendo razonamientos de este tipo nos pusimos de mal humor y arrancamos, no teníamos muy claro que hacer. La última pista que teníamos era el baile con Ramón, así que fuimos a hablar con Ramón. Salva abrió el portal con una llave maestra que tenía, decía que si llamábamos al timbre no nos iba a abrir; yo esperaba que no hubiesen marchado al Caribe, que era justo lo que debíamos haber hecho nosotras. Andrés tenía cara de mal despertar, venía en calzones y se apoyó en el quicio de la puerta como el hombre seductor que era, todo natural, atrancando la puerta. -
Queremos hablar con Ramón – dije.
-
Muy bien – dijo él.
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Nos dijo que ni era su secretaria ni su madre para que le fuésemos a pedir permiso. Ramón hacía unos días que se había ido a una habitación en el Hotel Áncora, que seguramente necesitaría intimidad. -
¿Y Paco? – pregunté.
-
Paco está durmiendo, si no lo despertado, claro – dijo el cortante.
habéis
Mientras el hablaba yo escuchaba ruidos dentro y hacía esfuerzos por ver entre los huecos que dejaba, no vi más que unas piernas de mujer que salían al pasillo y se volvían a meter dentro de repente. Miré a Salva y le dije que marchábamos, aunque la curiosidad me pudiese tampoco era para que prefiriese saber quien era la dueña de las piernas antes que donde había metido el dinero el desgraciado de Ramón. Fimos al Hotel Áncora, no nos dejaron entrar, no podían molestar a los clientes; no fue tiempo perdido, por lo menos supimos que aún era cliente del hotel, que aún estaba allí. Cosa que me empezó a preocupar porque si no se había ido, no fue el quien llevó el dinero, entonces lo de la habitación del hotel sí que era para lo de la intimidad, por lo que estaba con otra, manda narices con el tío. Como no teníamos nada que hacer allí y Salva ya se había desvelado se dejó convencer para ir a Oza, donde le había dicho que había visto el helicóptero plegable. Aceptó pero no porque me creyese, sino porque de camino se partía a mi costa, y porque tenía curiosidad en escuchar de nuevo la historia. Lo que no esperaba era ver la luz azul que yo le había descrito saliendo del agua y ese ruido ensordecedor que era bastante más fuerte de lo que yo recordaba y que daba vueltas sobre nuestras cabezas. Nos sentamos en el banco, Salva se sentó porque estaba alucinando y no se aguantaba de pie. Había En el fondo Raquel Couto Antelo
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unos cuatro helicópteros dando vueltas y no parecía molestarles nuestra presencia, no parecían hacer nada útil, no llevaban carga ni salían de la entrada del antiguo puerto, por lo que no debían estar haciendo nada importante. Salva experimentó la sensación de empotrarse en el respaldo del banco que yo había experimentado unas horas antes, el foco venía hacia nosotros hasta cegarnos, se apagó de repente y la luz azul nos dejó ver como se plegaba el helicóptero. Salva tenía los ojos fuera de su sitio y yo escuché una voz “no pensarías que te iba a dejar quedar con todo”, era Ramón, era lo que me había dicho el día que bailamos, justo antes de cerrar los ojos, de repente lo recordé.
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Capítulo 29. En el fondo. Segundo intento (Cuarta parte) Cuando Salva consiguió cerrar la boca nos miramos y nos leímos el pensamiento, mientras las otras luces revoloteaban en el horizonte caminamos hacia el acantilado, no teníamos miedo, teníamos esa emoción del descubrimiento, de la investigación, del rescate. El agua estaba más abajo de lo que parecía, la luz venía de una plataforma metálica que debía ir sobre raíles hacia la montaña, eso ya era más imaginación que vista porque el acantilado era demasiado recto para ver más allá, nos teníamos que asomar más, yo no tenía intención e hacerlo y Salva me dijo que ni en broma, que aún estaba dormido, que si estaba loca, que no era asunto nuestro y que yo pesaba menos que el y que me aguantaba mejor. A punto estuve de decirle que sí, no por convencimiento sino por curiosidad; es que me podía, menos mal que me lo notó y pensó que igual era mejor idea ir bordeando la costa a ver si encontrábamos por donde bajar. No lo encontramos, encontramos un saliente donde se suponía que estaba el portalón por el que se escondían los helicópteros. Era simplemente fascinante, al fondo se veían las luces de Santa Cruz, Santa Cristina y del Burgo, y empezaba a amanecer, las luces del horizonte venían hacia nosotros, las de los helicópteros claro, para resguardarse claro. Por orden fueron desapareciendo bajo nuestra atenta mirada y bajo nuestros cansados pies. Por unos momento el misterio de los helicópteros plegables me habían hecho olvidar la frase que había recordado minutos antes “no pensarías que te iba a dejar quedar con todo” y me dio un bajón espantoso y contagioso con lo que Salva y yo acabamos sentados de nuevo en el banco con la mirada perdida sin solución. En el fondo Raquel Couto Antelo
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-
No os cortéis, si queréis bajamos y lo veis de cerca dijo una voz autoritaria detrás de nosotros.
Salva me miraba de reojo para ver que iba a hacer yo, yo le miraba de reojo para ver que iba a hacer él. Dimos la vuelta al tiempo y muy despacio, por si nos disparaban que nos pillase de perfil, siempre habría menos probabilidades de que nos acertasen en la nariz, pero igual nos hacían un favor. Era un hombre de uniforme, perdón, era un adonis que quitaba el sentido dentro de un uniforme que ni hecho a medida; después de la consabida dilatación de pupilas sentí alivio porque no fuese la policía, y porque el dios de la belleza no viniese en son de guerra. Para nada, traía una sonrisa que casi igualaba a la de actor de ojos azules aquel de la Caja Universal. Yo me relajé, Salva seguía babeando y el del uniforme pareció no darse cuenta de mi presencia pese a que el grito lo había hecho en plural, pero estaba claro que a mi ni me veía. Y sin ánimo de ejercer mi cobardía natural, ni de dejar tirado a un amigo frente al peligro, ni de huir a toda velocidad como si hubiese rebajas en el China Mágica. Pero lo hice, vamos hombre, que iba a desaprovechar la oportunidad. Salva lo iba a entender, en el supuesto caso de que me engañase con lo de las miraditas, que ya se me hacía raro. Al principio anduve despacio, pero después pegué una carrera que se veía la estela desde el faro de Mera. Fui a mi casa, quería ponerme espectacular para volver al hotel de Ramón, a ver si se atrevía a decirme la recepcionista que no estaba Ramón, el director y mariasantísima. Tenía guardado un traje de antes del maremoto, que no tenía pensado volver a poner, pero que guardé por si llegaba el día, y había llegado. Me quedaba un poco flojo, señal de que antes llevaba mejor vida, no mejor dicho, que En el fondo Raquel Couto Antelo
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hacía menos ejercicio, que ser era una seta en el sofá. Una última visual en el espejo, bah, no estaba mal, rara pero mal no. -
Vaya, parece que me equivoqué de puerta – dijo Ramón.
Vaya, el día había empezado fuerte e iba a peor, no ganaba para sustos, fue abrir la puerta y dar con Ramón apoyado en el quicio todo ancho, todo natural. A ver si me había equivocado con él. -
¿A dónde vas tan emperiquetada? – preguntó.
Y no me miraba con disgusto por mucho que me criticase, no, para mi que lo había sorprendido. Me dijo que teníamos que hablar, que lo dejase pasar; pero aún estando en la entrada de mi casa, con la puerta abierta le dije que muy bien, que fuésemos a un bar que una no se pone de punta en blanco para quedar en casa. El me dijo que no estaba para historias y que si no lo dejaba pasar que hablaba allí en la puerta que tanto le daba, total poca cosa quería decir. Decir que no me gustó nada el tono que empleó y como para chula yo le dije que si tan poca cosa era que lo soltase de una vez, y lo hizo. -
Tienes que bajar por el resto – soltó.
-
¿Qué resto? alterada.
-
El resto de la pasta, sólo sacaste la mitad, porque no la tendrás escondida en casa ¿no? – dijo medio en broma.
¿De
qué
vas?
–
pregunté
Le dejé bien claro que habíamos subido todo lo que había encontrado y que si había algo más no estaba en la caja y sobre todo y más importante, que no tenía ni la más mínima intención de volver a hacerle de criada. Él sonrió con malicia y me dijo En el fondo Raquel Couto Antelo
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que le parecía muy bien que fuese tan inocente como para pensar que podía engañar al resto pero que él me conocía muy bien y que iba tres pasos por delante. Me dejó bien claro que iba por libre y que no tenía intención de repartir con sus colegas, pero que el concejal no era tan bueno de conformar, que no le había colado lo de que no sabía nada y que yo se la había jugado, así que tenía que bajar a por el resto para dárselo al concejal, que el ya había colocado los maletines y que no podía volver atrás. Me dejó descolocada del todo, no era la primera vez que me la jugaba, y si, había sido demasiado inocente pensando que lo daba engañado, pero no le veía sentido a que trajese a sus colegas y después los dejase colgados aunque me cuadraba con lo que nos había dicho Andrés. Claro que también me dio por pensar que era todo una comedia para aprovecharse más de mí, que era bien capaz. Fuese como fuese le dije que lo fuese arreglando como pudiese pero sin mi. El marchó y mientras bajaba por las escaleras soltó. -
Eso ya lo veremos – dijo.
Igual fue por el eco y por la mala leche que llevaba el chico que sonó demasiado tétrico. Tenía que hablar con alguien, iba a llamar a Sandra, pero recordé que me habían robado el móvil, mejor dicho, que me lo había robado el. Eché a correr escaleras abajo, ya era hora de que me contase todo quisiese o no.
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Capítulo 30. Estoy en la lavadora Lo agarré por el brazo vuelta para mirarme. -
y
le
obligué
a
dar
la
¿Pero tú de qué vas? – pregunté.
Le dije que no era su criada y que si esperaba que me pasase por vez lo de quedar sin nada iba listo, que no sabía con quien se estaba metiendo. -
Lo sé perfectamente – dijo con voz fría y distante.
Y seguro que lo sabía, pero tampoco era para darle la razón así como así. También seguía sin cuadrarme que traicionara a sus compañeros, no porque no fuese capaz, que bien era, sino porque los otros no lo iban a dejar marchar así como así, sobre todo Andrés. Vamos que no me cuadraban las cuentas. Seguía agarrándole el brazo y para tener la cara de mala leche que tenía y estar enfadado como estaba lo notaba tranquilo, no había intentado soltarse, ni le molestaba el interrogatorio; pero aún había algo más raro, cuando le hacía comentarios del tipo “¿tú de qué vas?”, cuando me alteraba, el desviaba la mirada. Si, algo raro pasaba. Normalmente cuando me jugaba una mala pasada, y en eso tenía experiencia, me miraba fijamente, a la cara, a los ojos, para que creyese lo que me contaba. -
Pero Xiana como me iban a ver con una rubia, estuve toda la tarde en la biblioteca...
Sí, mirándome a los ojos, con una sonrisa dulce y el pulso que ni se le alteraba al muy hijo de su madre, como los de la CIA que superaban el polígrafo asumiendo dos personalidades, pues este En el fondo Raquel Couto Antelo
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igual pero menos elaborado, porque yo lo pillé sin polígrafo ni nada, eso sí, el lo intentó. Ahora era distinto, ni se molestó en disimular, como si quisiese que descubriese la mentira. -
Tienes que volver allí abajo y sacar todo – dijo.
-
Ni en broma – dije sonriendo.
Sonreí porque me salió, que me hizo gracia su insistencia, su necesidad, pero a el no le hizo tanta y se puso más serio aún, que ya era difícil. -
Hazlo – ordenó.
-
No – dije.
-
Hazlo o vas a perder más de lo que piensas – dijo en tono amenazante.
Aunque por el mirar no parecía esa su intención, igual estaba jugando al despiste, como lo de las dos personalidades no le había funcionado ahora intentaba lo de dar siempre respuestas falsas. -
¿Más que?¿Tiempo?¿Paciencia? no te preocupes, tengo de sobra, puedo permitirme el lujo – dije.
Me miró fijamente, miró al brazo que le estaba agarrando, miró mi mano y la apartó como si de repente le molestase, dio media vuelta y se fue escaleras abajo, en el descansillo se volvió hacia mí e insistió: -
Hazlo... o vas a perder más de lo que te puedes permitir...
Y marchó, mejor dicho intentó marchar, fui detrás de él, no le iba a consentir que me amenazase y ni En el fondo Raquel Couto Antelo
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mucho menos que dijese la última palabra sin darme opción de réplica. Lo di agarrado por el hombro, se detuvo pero aún tardó a dar la vuelta, a punto estuve de echar a correr y encerrarme en mi piso porque aquella demora tenía pinta de que estaba tratando de calmarse, de contener las ganas de darme una paliza, era bien capaz, no de darme una paliza... esperaba... pero si de pegarme un grito que me dejase sin sentido. Pero no lo hice, con el miedo que me entró sólo fui capaz de quitarle la mano del hombro. Él, al notar que había retirado la mano se dio la vuelta despacio, tomando aire, y no sé si era yo con el miedo o él con la emoción pero me dio la impresión de que tenía los ojos empañados, aunque sólo fue eso, una impresión porque nunca lo había visto emocionado, sí bueno, cuando su equipo ganaba y tal pero no emocionado de sentimentalmente emocionado. Me miró, me agarró por los brazos, como para inmovilizarme, ya me estaba temiendo lo peor. Bajó la mirada, me soltó los brazos y me agarró por el cuello, ya estaba echando cuentas de que igual sí era capaz de darme una paliza cuando se acercó y me besó, después me soltó el cuello con una caricia y me dijo con una voz muy dulce: -
Hazlo.
Lo de darme una paliza sin duda iba a doler más, pero el efecto no sé si iba a ser tan demoledor, quedé mirando como se marchaba aunque sin ver en realidad. Cuando volví en mí subí para llamar a Sandra y contarle que Ramón me había besado, estaba toda acelerada buscando el móvil cuando recordé de nuevo que me habían robado el bolso, el móvil y todo, y que, seguramente fue el James Bond que me acababa de conquistar con un beso. No lo pensé, eché a correr escaleras abajo y fui a casa de Sandra. En el fondo Raquel Couto Antelo
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A decir verdad me extrañaba que tardase tanto en abrir, no era la más rápida del mundo pero llevaba un cuarto de hora dándole la chapa en la puerta y hasta su infinita paciencia estaba fuera de ese límite. Lo volvió a intentar una última vez y como vi que no había manera decidí entrar a la brava. No sería la primera vez que quedaba dormida en el sofá con los cascos y después iba diciendo que la dejábamos abandonada, que no le hacíamos caso, que no la íbamos a visitar... Tomé impulso y le di una patada a la puerta y la abrí. No es que tuviese tanta fuerza es que si le dabas un golpe seco a media altura se abría... algún defeco de fabricación. El piso no estaba revuelto ni había indicios de violencia, todo estaba en su sitio, la tele apagada, la cocina ordenada y la manta del sofá doblada en el respaldo. Me senté y me puse a pensar, con Paco no podía estar, no era normal que teniendo ella un piso para ellos dos solos estuviesen en otro con dos hombres y una mujer más. Después di un paso atrás y me centré en la mujer del piso de Andrés ¿y si era Sandra? Eso explicaría porque se escondió tan rápido, igual le dio vergüenza que la viese en aquellas circunstancias y... Sandra no era, ella es demasiado inocente como para sentir vergüenza por liarse con nadie, lo hacía y punto, que explicaciones tenía que dar ella a nadie. ¿Y Alicia? A ver si el numerito de mujer engañada era un truco para acercarse a nosotras, o peor, a ver si le dio un ataque de celos y la despachó. Me levanté, recorrí el piso de nuevo a ver si encontraba algo. De repente escuché un zumbido que venía de alguna parte, sonaba clueco, como cuando metes una zapatilla en la lavadora, clueco y metálico. Fui a la cocina para comprobar si había dejado la lavadora encendida, por lo menos eso indicaría que no andaba muy lejos, que yo era una histérica y que ya estaba inventando una buena En el fondo Raquel Couto Antelo
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para que no me hiciese pagarle el arreglo de la puerta. La lavadora tenía la puerta abierta y el ruido había parado, aproveché que estaba allí para comer algo, debía llevar dos días sin comer, o eso pensaba. De repente el zumbido volvió a aparecer. Venía de la lavadora sin duda. Miré dentro, era un móvil. Eché la mano dentro y lo agarré, seguía zumbando. ¡Era mi móvil! ¡Era mi móvil! ¿Pero que demonios hacía mi móvil en la lavadora de Sandra? Lo primerito que se me pasó por la cabeza fue pensar que me había emborrachado tanto que, como me había dicho Salva, no tenía ni idea de donde había dejado nada y me había inventado lo del robo del bolso. Vale, en realidad lo primero que se me pasó por la cabeza fue “la muy asquerosa me robó el bolso” y lo seguiría pensando de no haberlo encontrado en la lavadora. El móvil seguía zumbando. Si Sandra me hubiese robado el bolso, cogería lo que necesitase y me lo devolvería sin que me diese cuenta; era obvio. Lo podía hacer en cualquier momento y no necesitaba meter el teléfono encendido en la lavadora. Vale, no había sido ella. Quien me robó el bolso secuestró a Sandra. Esta explicación era más factible, más lógica, no explicaba lo del móvil en la lavadora pero era más lógica. El móvil seguía zumbando. ¿El móvil seguía zumbando? Por fin me di cuenta y dejé de darle vueltas a la cabeza y descolgué. -
¿Si?
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Capítulo 31. Magia -
¿Si? – repetí.
-
¿Quién es? – dijo una voz de mujer al otro lado.
-
¿Cómo que pregunté.
quién
soy?
¿Quién
es
usted?
–
¿Qué era eso de llamarme y preguntarme quien era? ¿A quién había llamado? ¿Cómo que quién era? ¡Era yo! Después de un largo silencio y un poco antes de colgar la mujer dijo con acidez: -
A ver si nos dejamos de tonterías, llevo cuatro días sin saber de mi hija y me estoy poniendo nerviosa.
Le dije que igual era mejor que la llamase a ella, que el departamento de hijas perdidas no era yo y que igual a la policía le podía ayudar ya que cobraba para eso. Ella dijo, con mucha ironía, que agradecía mi inestimable ayuda, que ni se le había pasado por la cabeza hablar con la policía, que mil gracias y que gracias de nuevo y que si era capaz de dejar mi estupidez a un lado igual sacábamos algo en limpio. Y tanto. Colgué. Sí, colgué, que sí, le colgué a una madre desesperada que no sabía de su hija desde hacía cuatro días. Bueno ¿y qué? yo rescatar joyas o jarrones sí, pero hijas no. No era cosa mía, no era mi responsabilidad, no me incumbía. Bueno, vale, que sí, que me pudieron los remordimientos, que me dio por pensar en Sandra, que también estaba desaparecida y la llamé de vuelta. Casi ni sonó el primer tono.
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-
Se llama Alicia y encontré este número al lado del teléfono. Es lo único que dejo en casa.
¿Alicia? Si era la misma Alicia que yo conocía la cosa no era para tanto, tenía pinta de saber desenvolverse bien y de tener mala leche suficiente como para que no la aguantasen mucho secuestrada, esto último decidí no decirlo porque tal como son las madres igual entendía que la despachaban en lugar de que pagaban para que se la llevasen, que eso era lo que pretendía decir. Le dije que conocía a una Alicia que había estado en mi casa porque sospechaba que su marido andaba con mi amiga y que parecía desenvolverse, pero que no la había vuelto a ver. Ella dijo que tenía razón pero que no la llamó desde que marchó y que no le cogía el teléfono y que como tenía esa inconsciencia de niña consentida igual se había encontrado con algún desalmado que le vio la visa platino y... Le conté cual había sido la última vez que la había visto y que no me tenía pinta de ser fácil de engañar, y que también había desaparecido mi amiga, la que ella pensaba que andaba con su marido. A lo mejor no debí mencionarlo. -
Oh, dios ¿no pesarás...?
Creo que le pasó por la cabeza que su hija había matado a Sandra, pero no la dejé terminar, por si fuese cierto, que no lo creía... Pero la mujer se desesperó y empezó a contarme su vida, toda entera, desde que se casó hasta el momento en que Alicia puso el pie fuera de su casa. Me sorprendió que la batería del móvil aguantase tanto. Cuando la mujer empezó a llorar le dije que prometía hacer todo lo posible por encontrar a su hija y que la llamaría y todo eso. En el fondo Raquel Couto Antelo
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A parte de la situación incómoda del principio y del final de la llamada saqué mucha información interesante. El nombre de Andrés, que saliese ese nombre fue lo más interesante de todo, tenía que volver a su piso. Llamé varias veces pero no abrió nadie. Puse la oreja y escuché la tele y pasos de gente. Me acerqué todo lo que pude, ya casi parecía Spiderman de lo incrustada que estaba en la puerta. Se escuchaba con claridad, era “Corazón de Glamour”. Pegué el dedo al timbre y apreté hasta que se me quedó dormido, el dedo no el timbre. Normalmente en mi casa funciona, pero en la de Andrés se ve que no. Me cansé de estar allí de pie y llamé a Salva. Fue claro y conciso: -
Ligué, no me molestes, que le den al dinero.
Eso lo decía en el frenesí del momento, pero una vez le pasase el encandilamiento verías lo que le iba a dar y por donde. Yo hice lo que me dijo, mandada que soy, lo dejé en paz, claro que le tenía que dar la paliza a alguien así que fui a buscar a Ramón, al final todo era culpa de él, así que era él quien tenía que arreglarlo. No estaba en el hotel, pero como iba tan emperiquetada que diría una gran mujer fueron muy amables y me dijeron que le habían pasado una nota para una cita en las tiendas centrales a las cinco de la tarde. Tenía que ir acostumbrándome a usar blusa, eso de no abrochar todos los botones daba bastante mejor resultado que pegar cuatro gritos, donde va a parar; lo de la falta también ayudaba, para obtener información, para lo de las tiendas centrales igual no tanto. A las cinco era una hora extraña, cuadraba aún con la marea alta, y calculaba que hasta las siete no empezaba a bajar lo que significaba que hasta las ocho no comenzaban a abrir las tiendas. Sí, era la hora más bonita porque las iluminaban con velas y En el fondo Raquel Couto Antelo
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aliviaban el olor a marea con incienso lo que le creaba un ambiente mágico. Que la cita fuese a las cinco en lugar de a las ocho significaba que había quedado con alguien de fuera o alguien que no iba mucho por allí, lo que no tenía sentido salvo que no quisiera que los viesen juntos por allí. ¡El muy sinvergüenza iba a quedar con una casada! Con una casada sin experiencia en el tema porque la hora era de una primeriza... ¡iba a quedar con Alicia! Si Ramón había quedado con Alicia, la que estaba en casa de Andrés iba a ser ¿Sandra? encajaba con lo de “Corazón de Glamour” pero no con lo de no abrir la puerta. Recordé que había recuperado mi teléfono. La llamé. -
El teléfono al que fuera de cobertura.
llama
está
apagado
o
Si la de la casa de Andrés era Sandra, se había quedado dormida viendo la tele, siempre apaga el teléfono para ver la tele. Casi me alivió, por lo menos estaba en sitio conocido y de estar secuestrada la trataban bien, con la tele ya tenía todo lo que necesitaba. Esperé emocionada a que llegase la hora de la cita, emocionada y escondida. Ramón llegó primero, se sorprendió de ver que el mar lo llenaba todo, seguía sorprendiéndose de que el agua estuviese allí, era como el tío aquel de “Sé quien eres” que se enamoraba cada vez que veía a su doctora, claro que el tenía la excusa de la enfermedad mental aquella. La mujer llegó una media hora después, tarde, efectivamente tenía que ser casada, alianza llevaba. Esperaba otro tipo de mujer pero igual era que nunca lo había llegado a entender, por eso nunca llegaríamos a nada. Se saludaron con un apretón de manos, por lo que igual la que no había En el fondo Raquel Couto Antelo
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comprendido la situación era yo. La mujer sacó un sobre del bolso y se lo dio con ademán clandestino a Ramón, él miró alrededor y metió el sobre en el bolsillo de dentro de la chaqueta. Después echaron a andar, lo que dificultó el seguimiento, pero una es una experta y no consiguieron despistarme. Ella caminaba mirando al frente y Ramón gesticulaba enérgicamente. No pude escuchar nada de lo que decían y eso que cada vez me iba acercando más. Pararon. Llegó un coche oficial con las lunas tintadas y un chofer con una insignia del ayuntamiento en la solapa de la chaqueta. No es que tuviese vista de rayos X, es que el tipo salió para abrirle la puerta a la mujer. Ella entró y desaparecieron por las calles abandonadas de la zona cero. Ramón caminó hacia el punto de partida, yo fui detrás de él. La marea había bajado y ya se habían encendido las primeras velas en el edificio, todavía había que mojar los pies para entrar, pero no le importó. A mi tampoco, que remedio, en realidad importar sí que me importaba pero quería saber lo que hacía Ramón. Imagino que aunque sabía que era lo que tenía que hacer lo debí pensar de más y una vez dentro lo perdí, no estaba por ninguna parte. Bueno, seguro que estaba porque de momento no se podía salir por detrás. Subí al último piso y miré por el balcón como se iluminaba todo, como se iba llenando de gente y los barullos de los regateos apagaba el eco de edificio vacío. Cuando levanté la vista y miré al frente Ramón me estaba mirando y sonreía, sonreía con aquella sonrisa que me paralizaba y que restaba neuronas porque me hacía olvidar todo lo malo y lo envolvía en un aura de magia, bondad y atractivo que no era normal ¿es que no había manera de inmunizarse? -
Con la marea baja cualquiera puede – escuché al oído.
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Traté de ver quien era, pero un par de brazos enormes me acorralaban contra la barandilla y una cabeza me impedía mover la mía. De cualquier manera sabía de sobra quien era. -
¿Quién era la mujer con la que hablabas?
“Esa no es una información que necesites” volvió a decirme al oído. Pero si que necesitaba esa información, y de hecho quería esa información y así se lo hice saber. Quedó callado respirándome en el cuello. Sería por la magia del lugar o por lo malísima que me ponía pero ni la risa floja me salió, no quería estropear aquella sensación de paraíso. -
Vamos a tomar algo – dijo por fin.
Le diría que no, que había tiempo que no había estado tan cerca de la felicidad, pero el apartó la cabeza de mi cuello y los brazos de la barandilla así que la magia se desvaneció, así que lo mejor era echarle algo de comer al estómago, ya hacía no sé cuanto que no comía y además iba a pagar el... esperaba. Comí como una foca, la cocinera me miraba mal, casi le había acabado con las tapas que tenía para toda la tarde. -
¿A dónde se va por allí? – preguntó.
-
Al bosque – respondí.
-
¿Cómo que al bosque? ¿Cómo va a haber un bosque ahí? – dijo escéptico.
Pues claro que había un bosque, nos levantamos y salimos de las tiendas centrales por la parte de atrás. El camino no era muy cómodo, pero por lo menos no había escombro. Comenzaba a oscurecer y Ramón estaba poniendo la cara de pánico que ponían En el fondo Raquel Couto Antelo
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todos la primera vez. tranquilizarse, comenzó historia.
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Supongo que a contarme
fue para toda la
Capítulo 32. La historia (Primera parte) “El día que recibí la llamada de Andrés – comenzó a decir Ramón – quedé pensando en como sería mi vida si no hubiese marchado cuando marché, y la verdad es que me dio la morriña, después estaba lo del dinero, tampoco me venía mal, claro que estaba harto de escuchar historias de la cantidad de riqueza que quedó enterrada y la verdad es que no pensé que la cosa fuese en serio; paro Paco y Alberto tenían ganas de venir, no conocían la ciudad y lo podíamos pasar bien.” Caminábamos despacio saltando de piedra en piedra, la marea todavía no había bajado de todo y hacíamos lo que nos dejaba el mar, en realidad nunca iba por esa zona, no había mucho que ver. “Cuando vi lo fácil que fue liarte pensé que me iba a retirar sin mucha complicación y hasta me convencí de que realmente había dinero. Admito que ver la zona cero me impresionó, será la cara que ponemos todos la primera vez, imagino ¿qué bosque dices que hay por aquí? – y siguió hablando sin preocuparse de mi respuesta – los problemas vinieron después, a veces me daba gana de matar a Andrés, pero los amigos son así. Recibí una llamada de la central, de la de aquí para que me presentara a servicio, me extrañó porque ni Paco ni Alberto la habían recibido y tampoco se había oído nada que mereciese tanta urgencia. Fui, claro que fui, como no iba a ir, me fastidió, estaba de vacaciones, es que no hay manera de desconectar con esta gente. En realidad lo que más me molestaba era que a los otros no los hubiesen llamado ¿qué pasa? ¿que tengo cara de tonto?” No me miraba, porque estaba poniendo gesto de que sí, pero él siguió a lo suyo. En el fondo Raquel Couto Antelo
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“El comisario me preguntó porque había venido, me extrañó, bien sabía que era de aquí, no le dije la verdad, le dije que hacía tiempo que no veía a la familia y toda la gaita esa. Puso cara de que bueno y me dijo que había alguien que quería hablar conmigo, tan sólo me dijo que tuviese el teléfono operativo y que lo cogiese cuando me llamasen sin falta y sin excusa de ningún tipo. No creas que le tengo miedo, cobro por disponibilidad y aunque a veces me hago el sueco, no cuando me dicen claramente que no lo haga, tampoco quiero que me sancionen, uno tiene que comer.” Si, claro, este es de los que hablan mucho y después se acobardan en cuanto el jefe sube el tono de la voz, que sí, un revolucionario de cafetería, estaba claro. “Al poco tiempo recibí una llamada, era una mujer. Ahí pensé que igual la cosa se ponía interesante, y tenía razón, aunque no de la manera que yo esperaba, en la primera llamada sólo me dijo que se llamaba María y que teníamos que quedar en sitio discreto. Ya me dirás si no era para hacerse ilusiones. Cuando la vi bajé de la parra, no es que esté mal, pero si un poco pasada para mi gusto, ya me entiendes.” Y tanto que lo entendía, sinvergüenza, más que sinvergüenza, si había de ser una top model para darle gusto al chico. “Lo primero que me plantó era que sabía que estaba metido en lo del tesoro. Como te lo cuento, dijo “en lo del tesoro” como si supiese todo lo que habíamos hablado con Andrés. Lo negué todo, pruebas no había de tener, todo lo más sería que Andrés se fuese de la lengua, cosa que entraba en mis previsiones, la discreción no es una de sus virtudes, para que vamos a decir lo contrario. ¿Y En el fondo Raquel Couto Antelo
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qué, que Andrés se había ido de la lengua? en el tema del tesoro con decir que era por seguirle la corriente, que no creía que fuese cierto y como dices tú, que es un cuento para turistas, pues ya está. Pero la tía no iba por ahí, sabía todo, lo que se dice todo, que habíamos hablado contigo, que tú conocías a Salva, todo tu historial, todo mi historial, nuestro historial – dijo señalándonos, refiriéndose a nuestra relación – con lo que la empecé a tomar en serio. Sí, la tomé en serio pero con precaución, sobre todo cuando empezó a contarme una película distinta de la que me había contado Andrés, y aún más cuando la historia de la tal María tenía más sentido que la que me había contado Andrés.” Yo ya no sabía donde pisaba, el agua me llegaba a la rodilla pero estaba tan intrigada, por fin iba a saber toda la verdad y nada más que la verdad... o eso o era otro cuento de Ramón para liarme y que volviese a bajar, pero estaba tan interesante... “Andrés me había contado que ese concejal colega suyo quería la pasta y poco más, que tenía información cierta de que allí había dinero y que aunque la repartiésemos había para parar un carro. A mi me llegó, quedaban sin responder unas preguntas como la de ¿por qué ahora? y alguna más, pero quien se pone con esas tonterías en esos momentos. La tal María era concejala de cultura y me dijo con total franqueza que lo único que le interesaba era vengarse del concejal de urbanismo por dejar su concejalía sin presupuesto; que me conseguiría toda la información que necesitase y que quería que de la manera que fuese el dinero no llegase al concejal, que si había dinero tenía que seguir allí abajo y que si me tenía que pagar lo mismo que la cantidad que encontrase estaba dispuesta a hacerlo. En el fondo Raquel Couto Antelo
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No tenía ni idea del dinero que podía haber en la caja fuerte de la Caja Universal pero dudaba que una concejala de cultura pudiese igualar la cifra, ella notó mi desconfianza y me firmó un cheque bastante cuantioso, cheque que ya cobré y que compensa con creces el dinero que sacaste del fondo”. Casi lo mato, para que me robó el dinero si ya tenía el cheque, es que era para matarlo.
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Capítulo 33. La historia (Segunda parte) -
¿Entonces a que viene lo de robarme el dinero? – dije enfadada cuando ya no aguanté más.
-
El dinero que tu robaste y que pretendías que fuesen para ti sola, y no repartir con nosotros – dijo Ramón con ironía.
-
Claro nosotras hacíamos todo el trabajo...
Me interrumpió aspirando paciencia y siguió con la historia. “Como tú bien sabes, el dinero no da la felicidad y a María lo que le da la felicidad es que el concejal no tenga el dinero de la Caja Universal, y sobre todo que el sótano de la Caja Universal no quede libre. Digo yo que lo entiendes – me dijo como si fuese evidente, que iba a entender yo – veo que no, yo también tardé, que importancia va a tener un sótano en el medio de la zona cero entre otros muchos y que lleva allí abandonado tanto tiempo. Pues la importancia está muy clara, sobre todo cuando anda por medio el concejal de urbanismo ¿no? Y deberías saberlo tu mejor que yo, a los de la zona cero os expropiaron, por la declaración de zona catastrófica y toda esa gaita. La mayoría quedó contenta y satisfecha y ni echan de menos el piso del centro ni el ruido del tráfico ni el camión de la basura a las cinco de la mañana en las calles estrechas. Después, claro está, hay otra gente, como tú, que por llevar la contraria andáis todo el día zona cero para arriba y zona cero para abajo. La verdad es que tampoco tenéis tanta importancia en esta historia, que no aceptaseis la indemnización y sigáis viviendo en vuestras casas, aún con el agua y la luz cortadas y aunque el mar rezume por el alcantarillado; pues ya ves, cosa En el fondo Raquel Couto Antelo
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vuestra. Antes había aquellos poblados marginales y ahora estáis vosotros, aunque la verdad dais menos la lata porque no salís del gueto y valéis de atracción turística. Cuando se cansan de vosotros buscan algo por lo que meteros en la trena, que lo hay, y punto.” -
¿Lo del dinero era una excusa para meternos en la trena? – pregunté.
“¿Estás en prisión? Acabo de decirte que tampoco sois tan importantes, era un paso de tantos, un beneficio añadido, como si tomas una aspirina para el dolor de cabeza y te cura una postura en el dedo gordo, ya me entiendes. O muy mal informada andas o ya sabes que el plazo para devolver las indemnizaciones y reclamar las antiguas pertenencias está a punto de vencer. Igual no, tú no tienes nada que devolver. Como es obvio nadie hizo uso de semejante privilegio, quien se va a querer meter en semejante pozo de escombro. Como también deberías saber, una vez termine ese plazo el ayuntamiento pasa a ser el legítimo y oficial dueño de todo ese terreno. Pasa a manos públicas por así decirlo.” -
Little Venice – interrumpí.
-
Veo que si estaba informada – dijo.
-
Algo escuché pero pensé que era una de las excentricidades del alcalde o un bulo de esos para reírse de él que circulaban por ahí, como ser es bien posible.
“Pero aún así eso no es lo más importante de la historia porque la obra se va a hacer de todas todas, el proyecto fue aprobado en el Pleno al poco tiempo de contemplar el pago de las expropiaciones y no sólo por ocurrencia del alcalde, sino por exigencia de los que pusieron En el fondo Raquel Couto Antelo
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los fondos como aval, se ve que no fueron a fondo perdido. Te preguntarás que tiene que ver la caja fuerte en todo esto – pues si, eso me estaba preguntando – cuando la Caja Universal aceptó la indemnización multimillonaria, como podrás imaginar, renunció a todo lo que quedó allí, y como también bien sabes, no todo el que renuncia está dispuesto a hacerlo realmente. No les urgió hacerlo antes, o mejor dicho no lo pudieron hacer antes porque tenían que esperar el plazo legal para no tener que dar explicaciones. No contaban con que te llevase tan poco tiempo, la verdad; o digo yo que no contarían, yo desde luego que no y María tampoco; por eso tuvimos que devolverlo al fondo, por decirlo de alguna manera – me mira entre paternalista y llamándome tonta – para que no se enterase nadie. Afortunadamente para mi no le contaste lo del dinero a los otros. Así no se enteró nadie de que el dinero existe de verdad, de que conseguiste sacarlo y de que estuvo en la calle al alcance de cualquiera.” -
¿De verdad que la venganza de una concejala de cultura puede ser tan retorcida? Ni siquiera va a recuperar lo que te dio en el cheque, según tú – dije.
“La cosa no es tan sencilla como lo de robar el dinero, parte del contenido de la caja era la comisión del concejal por la concesión de la obra a la constructora de la Caja Universal. Y lo más importante de todo, como siempre, es un maletín que estaba entre todos aquellos y que tu no sacaste. El maletín contiene determinada información, que al parecer puede cambiar el rumbo de las COSAS” – dijo con misterio.
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-
Ha, ha, ha – reí despreocupada, pensando que me estaba tomando el pelo.
-
No te rías, tienes que volver a bajar y sacar todos los maletines que dejaste de la otra vez – dijo muy serio.
-
No dejé ninguno, no sacarlos todos – dije.
-
Estoy hablando en serio – dijo.
-
¡Ei! para ya con las amenazas, por cierto ¿dónde está Sandra? Como le hagas algo te enteras ¿escuchas bien? – dije, también muy seria.
-
¿Sandra? No sé, andará por ahí con Paco, la última vez que la vi fue en la ventana de tu casa, y ahora que lo mencionas tampoco volví a ver a Paco. Paco es muy amoroso igual la convenció para ir de luna de miel – dijo muy sugerente.
-
Que raro – dije – entonces a que venía eso de que “iba a perder más de lo que me podía permitir”.
-
Era una manera de hablar mujer, parece mentira que no me conozcas – dijo restándole importancia.
-
Si que te conozco, si ¿por qué me dejaste tirada en un banco allí delante del zulo ese de los helicópteros plegables? – pregunté.
-
No te dejé tirada en ninguna parte, cuando bailábamos te desmayaste, digo desmayo por ser fino, porque lo que tenías era una moña de cuidado. Te llevé a tu casa, te dejé en tu piso, en tu cama, sola... hasta donde yo sé.
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nos
costó
ni
nada
-
Ya – dije mirándolo fijamente para descubrir si mentía.
El primer instinto fue creerlo, pero me extrañó la tranquilidad con la que escuchó “helicópteros plegables”, sin inmutarse, como si fuese de lo más normal. Además yo no había bebido ni una gota y no me desmayé, o si, pero contra mi voluntad. -
¿Dónde está el bosque ese que decías? – preguntó todo natural, como cambiando de tema, tratando de restarle importancia a la historia de mi abandono.
-
Estamos llegando – dije.
-
¿Cómo puede preguntó.
-
Pues lo hay ¿recuerdas los jardines Méndez Núñez? – respondí preguntando.
-
No me fastidies, eso no es un bosque – dijo con desprecio.
-
No claro, que no; peo por no se sabe muy bien qué, una especie de Nueva Zelanda, un árbol muy alto y lleno de raíces que había en los jardines, le dio por reproducirse, multiplicarse y extenderse. Toda la zona portuaria ahora es un bosque, casi una selva.
-
Porque tu lo digas ¿y no se ve desde Santa Cristina?
-
Si que se ve, pero con la marea llena parece un jardín –dije con misterio.
-
Ya me tarda verlo – dijo incrédulo.
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haber
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un
bosque
aquí?
– de
La verdad es que lo tomamos con mucha calma, de las tiendas centrales al bosque no había más que unos quince minutos con buen paso y sin muchas charcas; pero Ramón no era capaz de andar y hablar a un tiempo, si eran frases pequeñas si, pero cuando agarraba ritmo en el relato paraba y se explicaba todo, como si no fuese capaz de hacer dos cosas a un tiempo o como si con su énfasis quisiese convencerme de que la historia que me contaba era cierta.
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Capítulo 34. Conspiración -
¿Y ahora qué hacemos? – dijo María.
-
Lo que haya que hacer – dijo Carmen.
María sabía que Carmen hablaba en serio, que llegaría a donde fuese necesario, aunque no estaba segura de que fuese oportuno que se involucrase de más en la situación, al final tenía motivos personales que podían aumentar la crueldad de la venganza. Josefa las miraba en silencio, estaba de acuerdo con sus colegas pero no quería implicarse demasiado en una historia que le tenía pinta de absorber mucho tiempo. Al final era una conspiración y por años de funcionaria sabía que pese a todo el tiempo libre que pudiesen tener, esas cosas se hacían de noche, y también por su amplia experiencia sabía que ella, de noche, tenía mejores cosas que hacer. -
No lo tomes como algo personal – dijo María.
Carmen ni le prestó atención, dio un golpe con la mano en la ventana, dejando claro que por supuesto que lo tomaba como algo personal, era algo personal. Su ex la había tomado con ella, disfrutaba cada jugada que le hacía y hasta aquel momento había ganado siempre, pero había llegado el momento de pararle los pies, y si no lo hacía la Ley lo haría ella. No sabía muy bien como, pero ya encontraría la manera y quedó pensando con la mirada perdida en la balconada de enfrente. María caminaba nerviosa de un lado a otro. -
Igual es Josefa.
-
¿Pero? – dijo María emocionada.
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una
tontería,
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pero...
–
dijo
-
Pero igual no hay maremoto ni nada – dijo Josefa.
-
Claro, e igual si que lo hay – dijo Carmen saliendo del trance.
-
Ya – dijo Josefa.
Carmen bien sabía que era una posibilidad pero todo parecía indicar que sí, y tenían que estar preparadas, en cuanto se firmasen las expropiaciones sería demasiado tarde para actuar. -
Tiene que haber algo que no estamos viendo – dijo María.
-
Yo paso, que queden con todo, dame igual, voy a dedicarme a vivir la vida y dejar de preocuparme, cuando la gente proteste por las malas condiciones de los colegios ya me darán el presupuesto que me corresponde – dijo con resignación.
-
Si, o ya te echarán la culpa de todo malo, pedirán tu dimisión y adiós a carrera política – dijo Carmen.
lo tu
Josefa vio por primera vez en toda la mañana la necesidad de implicarse en el negocio. -
Vale, está bien, pues si estas tenemos, se van a enterar – dijo Josefa – lo primero que tenemos que averiguar es quien va a dar el aval para las indemnizaciones, ahí es donde va a estar el negocio.
-
¿Aval? – preguntó María - ¿pero hace falta?
-
Claro que hace falta – confirmó Carmen, aunque no tenía ni idea de lo que estaba diciendo.
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Antes de bajar para el café se juntaron las tres frente a la ventana y miraron la Plaza con un sentimiento de morriña, con un echar de menos, con un fue bonito mientras duró; y trataron de imaginarla llena de agua o destruida por las olas y les salió un suspiro desencantado. En el café urdieron el plan de espionaje, hablarían con Noelia la de Administración, ella podía hablar con Argimiro de los bedeles, que conocía a... y así tejieron una red que más parecía encaje de Camariñas de lo fino que palillaron. El objetivo de la red era tener acceso a todo lo que se firmase, a todo lo que firmase el concejal de urbanismo, dentro y fuera del Ayuntamiento, dentro y fuera de la legalidad, dentro y fuera de donde quisiese dios que se firmase lo que quisiesen firmar. Como buena obra de arte el valor de la red aumentó con el paso del tiempo, juntaron tanta información, que tuvieron que alquilar un piso como centro de operaciones porque el volumen de papeles de los despachos empezaba a levantar sospechas. Y como buena obra de arte, con el tiempo, les dio una alegría. Por fin saltó la liebre. La Caja Universal puso el aval para las indemnizaciones y cruzando fechas y nombres y claves, encontraron una serie de fax y correos electrónicos y notas que establecían una relación directa entre el concejal de urbanismo y el director de la Caja Universal. Había tres vías de actuación, la oficial, que era la del aval, la oficiosa que era la de la concesión de las obras de Little Venice a la constructora del director de la Caja y la ilegal, directamente a esta vía le vamos a llamar así. La concesión de las obras tenía un doble sentido, del ayuntamiento a la Caja para agradecer el aval y del director al concejal para agradecer lo de la obra. En definitiva, quedaban todos muy agradecidos. Habían decidido que la mejor forma de canalizar toda esa cantidad En el fondo Raquel Couto Antelo
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de dinero en negro era dejándolos abandonados en el fondo, en la caja de seguridad, era prácticamente infranqueable, el seguro cubriría la pérdida por lo que para la Caja no tenía coste alguno, y el concejal sólo tendría que esperar un par de años, que le venía bien porque le daba tiempo a crear las empresas fantasma que necesitaba para canalizar los millones que iba a cobrar. Y después estaba la vía de escape, la que Carmen, María y Josefa necesitaban. Las escrituras que habían entregado todas aquellas personas que habían aceptado las indemnizaciones y las permutas para los traslados de evacuación de la zona cero, aquellas que le daban el ayuntamiento la propiedad de toda la zona cero, las que tenían que proteger con su vida, aquellas que a cambio de unos escasos cinco millones de euros el cómplice de las tres concejalas y traidor al concejal de urbanismo había escondido entre los maletines de los millones de euros que iban a quedar sellados por el agua salada del maremoto. -
¿Cómo que están en la caja de seguridad de la Caja Universal? – preguntó Carmen histérica.
-
Este tío es tonto, pero tonto de remate – dijo Josefa.
-
Estaba contando el dinero, y como todos los maletines son iguales, cuando los vio todos cerrados ya no supo donde estaban los papeles y no se iba a poner a abrirlos, no quería despertar sospechas – dijo María con comprensión.
-
No quería, no quería, inútil, es que en este condenado ayuntamiento son todos una banda de inútiles, es que no se puede contar con
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nadie, no hay quien haga una cosa a derechas – farfullaba Carmen. Era cierto, ellas le habían pagado para que les trajera los papeles, con discreción, pero que se los trajera a ellas, habían conseguido incluso una caja de esas que tienen los grandes empresarios en algunas entidades de dudosa ética, no es que les gustase, pero desde luego era lo más seguro. Era raro que nadie echase en falta las escrituras, todos los contratos estaban firmados y tan sólo les harían falta en caso de reclamación, cosa que no era probable porque a pesar de que nadie pensaba en el maremoto como un hecho con probabilidad real de suceder, todo el mundo se había apurado a marchar, sobre todo desde que corrió el rumor de que los grandes potentados ya loa habían hecho. Total, que no era probable que los de urbanismo se diesen cuenta de la falta de los documentos y en el momento en que Little Venecia comenzase a andar ellas sacarían las escrituras reclamando todo el terreno y obteniendo una cantidad indecente de pasta. Este era el punto en el que el debate se recrudecía, María decía que era mejor sacar las escrituras al comienzo de todo, para que les tuviesen que pagar se querían empezar con todo el fregado. Carmen decía que no lo veía claro, si las sacaban al principio igual pasaban de hacer la obra (tengo que decir que ellas no emplearon, por muy ardiente que fuese el debate, palabras como “fregado”, “pasaban”, “pasta”... sólo las empleo yo para resumir todo el tinglado), por lo que sería mejor sacarlas en el medio, cuando las obras estuviesen avanzadas con lo que la única manera de sacar rendimiento a lo que ya se había invertido sería darles dinero por las escrituras. Josefa, que no se alteraba con facilidad, decía que si esperaban a que las obras estuviesen en la mitad, y pedían más dinero que lo que les había costado hacer esa mitad no se lo iban a pagar, por lo que En el fondo Raquel Couto Antelo
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aparecer en el medio de las obras limitaría la cantidad de dinero que podían pedir. El mejor, según Josefa era esperar a que todo estuviese terminado, a punto de inaugurarse, así si no les daban la pasta serían las propietarias legales de Little Venice y por lo tanto estarían más que podridas de dinero, con el futuro asegurado y siendo la envidia de la Jet Set. A esto María le dijo que muy bien, pero que igual se eternizaban en los tribunales e incluso corrían el riesgo de que la justicia mirase por debajo de la venda y les saliese mal la jugada. -
Da igual, ese torpe metió la pata y ahora no tenemos nada – dijo Carmen decepcionada.
-
Todavía... – iba a decir María.
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“Todavía” nada – cortó Carmen.
-
Todavía nada no – intervino Josefa – si las escrituras están con el dinero, y sólo nosotras y el torpe sabemos donde están, sólo tenemos que esperar a que saquen todos los maletines y robar el que tenga las escrituras. Ellos no saben que las escrituras están allí, no las buscan, nostras sí.
-
Y como vamos a hacer para rescatar maletín en concreto – preguntó Carmen cierto alivio.
-
Ya lo veremos si todo sale según lo previsto vamos a tener tiempo para pensarlo con calma – el torpe estará callado ¿no?
-
Sí, no le lleva idea el tema, quería el dinero y va a pedir una excedencia para hacer un curso de cine que dice que siempre quiso ser artista o algo así, no vamos a tener problema con él – dijo María.
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ese con
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Bien – dijo Carmen.
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Capítulo 35. Perdid@s Si la cara de los que se enfrentan por primera vez a la zona cero era de asombro, la de la gente que veía el bosque por primera vez era indescriptible. Imagino que la sensación es como cuando acabas de morir y descubres que puedes atravesar paredes o como cuando Neo jugaba con el espejo de metal líquido; esa sensación de cambiar de mundo, o dicho con más propiedad, de tener un pie en otro mundo. -
¿Pero que demonios? – dijo Ramón sin fuerzas para terminar la frase.
El sol de la tarde casi no podía pasar entre las ramas de aquellos inmensos árboles. El tenía la excusa de ser novato en la materia yo no, y aun así cometí el mismo error que comete todo el mundo delante de aquel espectáculo, porque ese es el único nombre que le puede hacer justicia, espectáculo, de espectacular. -
¿Vamos? – pregunté desafiante.
-
¿A dónde? – preguntó escandalizado.
Cuando le dije que a dentro del bosque me miró con cara de niño asustado, una cara adorable, demasiada tentación para no caer en ella. Sin dejarle mucha alternativa comencé a adentrarme en la espesura. El miró hacia atrás, estudiando las alternativas, hasta me pareció ver como daba la vuelta, pero no. Volvió a mirarme y caminó indeciso hacia mi. Yo estaba segura, no sé muy bien porque, nunca me había metido sola en el bosque, ni recordaba la última vez que caminé entre los gigantes verdes, desde luego ni eran tan gigantes ni tantos como tenía delante en aquel momento; pero la debilidad de Ramón me hizo más fuerte, como un parásito que se alimenta de su anfitrión. En el fondo Raquel Couto Antelo
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Imagino que mi idea era asustarlo para que confesase todo lo que tuviese que confesar, al final era lo que hacían ellos, sólo que en lugar de encerrarlo en una habitación con espejo lo metí en el bosque animado. Y funcionó. La conversación era trivial, “esto es impresionante” “el suelo no parece muy firme” “que puro parece el aire” y sin que pueda determinar en que momento confesó que me había engañado, que Sandra estaba con Paco, retenida aunque ella no era muy consciente porque como estaban los dos con la tontería del enamoramiento había sido muy fácil engañarla. De Salva no me dijo nada, ni falta que hacía el muy desvergonzado andará con el cachimán aquel de los helicópteros. Me contó lo del maletín que buscaban y lo que había hecho con los que me había robado. -
Pensé que habías dicho devuelto al fondo – dije.
que
los
habías
-
Oficialmente sí, eso es lo que cree la concejala que hice, pero comprenderás que es una lástima tirar tanto dinero allá en el fondo, sobre todo pudiéndola tener a buen recaudo para disfrutar de una vejez tranquila.
Me debió notar en la cara, en la mía la que tenía el, claro que comprendía, esa era la vejez que tenía planeada para mi, no te fastidia. -
No me mires así – pretendía utilizarte.
-
¡Ha! – me salió sin pensar.
-
En serio, repartimos el dinero entre los cuatro y ni toqué mi parte – dijo como con afectación.
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dijo
en
serio
–
no
-
Es que mucho tiempo no tuviste, aún no sé como os dio tiempo a contarlo para repartirlo – dije.
El sonrió, sincero, me dijo entre risas que no lo habían contado, que lo habían repartido a ojo. Que graciosito el niño. Yo le dije que no iba a volver a bajar, que allí no quedaba nada, y que no me apetecía que me pillasen allí y pensasen que todo el dinero que se suponía que no había allí lo robara yo. Lo que me faltaba, hacer todo el trabajo, quedar sin nada y llevar todas las culpas. El dijo que lo comprendía, que Andrés también andaba algo preocupado por la reacción del concejal cuando se enterase de que faltaban los maletines, pero también dijo que se ocuparía de que fuese lo más tarde posible. Cambió el tono de su discurso, empezó a recordarme al primer Ramón que conocí, aquel tío divertido, espontáneo y sincero que te hacía sentir que lo conocías de toda la vida. Sí, vale, me volví a colgar por el. Sería la clorofila. Caí. Ya está. Una no es perfecta. El ensoñamiento del amor hizo que me desorientase más en el bosque y cualquier posibilidad de salir de allí que remotamente pudiese existir en mi cabeza se disipó automáticamente. No lo supe, lo de que estaba perdida, yo seguí andando en la nube de magia que me envolvía desde que entré en las tiendas centrales aquella tarde. -
¿Sabes? – dijo agarrándome del brazo que lo mirase – creo que tienes razón.
para
Lo miré sorprendido, no porque me diese la razón, que también, sino porque no sabía a que se refería. -
Pensándolo bien, creo que tienes razón, que no quedó nada allí abajo – dijo mirando
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alrededor - ¿oyes, sabes hacia donde vamos, no? -
Si, claro que lo sé – dije seguridad, no tenía ni idea, interesaba lo de que tenía razón.
-
Ella piensa que su cómplice metió los planos en uno de los maletines, que se confundió, y ahora mismo, si tengo que elegir entre que te engañes tú y que él se confundió, creo que elijo que él se confundió pero no de la manera que cree la concejala.
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fingiendo pero me
Capítulo 36.¿Qué dices que dijiste? “Pues a mi no me parece bien” dijo Alberto al escuchar el plan de Ramón, los otros se miraron entre si, lo dijo en serio, como si no lo viese claro. Ramón levantó la vista y lo miró tratando de averiguar los motivos por los que no le parecía bien, pero Alberto desvió la mirada. No le dio importancia y tanto a Paco como a Andrés les parecía bien el plan así que decidieron seguir adelante. Paco, lejos de tener alguna objeción estaba dando saltos de alegría, no le prestaba mentirle a Sandra pero era un mal menor comparado con un número indefinido de días a su lado. Para Andrés tener entretenida a Alicia no le iba a suponer mucho esfuerzo, pensaba que había perdido su encanto, que ya no había chispa entre ellos, pero ya se le ocurriría algo, si había que explotar lo de los cuernos pues lo haría pero Alicia volvía a caer o el dejaba de ser quien era. Alberto se levantó y marchó, fue a dar una vuelta, con amigos como aquellos quien necesitaba enemigos. Si, muy bien, Paco con Sandra, Andrés con Alicia y Ramón marchaba para el hotel para que tuviesen más sitio en el piso de Andrés, así quedaba el de carabina con el detective salido y la alegre divorciada y con la parejita de osos amorosos. Pues no estaba dispuesto a consentirlo. Y lo que más rabia le daba era que Ramón no se diese cuenta, que no pensase en el ni un segundo y lo que todavía lo ponía peor es que pensó primero en Paco. -
¿Se puede saber que te pasa? – dijo Ramón detrás de él.
“¿Qué qué me pasa?” dijo Alberto enfurruñado, y Ramón lo miró con la cara que le ponía a los ligues cuando se les ponían de luna.
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-
No me mires así que bien sabes de que te hablo – dijo Alberto indignado.
Ramón abrió los ojos como platos, se centró un momento porque de verdad le estaba pareciendo una escena de celos de querida de la noche anterior. -
¿Pero es que no lo sabes? pues no esperes que te lo cuente yo, vete pensándolo – y echó a andar ligero dejando atrás a Ramón.
Atrás y con la boca abierta. -
Pues va listo, no tengo yo más en que pensar que en las paranoias de este – y volvió para su casa.
Alberto siguió caminando un buen trozo, por supuesto ni se fijó por donde andaba, y se perdió, estaba claro que se iba a perder. Pero afortunadamente tenía móvil para llamar para que lo fuesen a buscar, porque el nombre de la calle de la casa de Andrés tampoco si se le ocurriese aprenderlo. Mientras esperaba a que Ramón llegase, y sería por la vergüenza de verse en esa situación, pensó en el plan desde otro punto de vista. Lo vio como un plan, de los de siempre, de los que tantas veces habían puesto en marcha. Y olvidó el tema de Paco, al final el había jugado el papel más importante, había conseguido infiltrarse con éxito dentro de nuestro grupo y nosotras no sospechábamos de él, cosa que no le extrañaba, porque era tan pardillo que nadie podía ponerle mala fe a lo que hacía. Sonrió, al final sonrió. Lo pensó desde el punto de vista del dinero y lo vio claro, no tenía mujer pero tampoco tenía trabajo que hacer, sólo dinero que cobrar. Ramón dio un frenazo cuando lo vio, estaba sentado en un portal y desde la calle casi ni se le veía la cabeza, pensó que había marchado y ni iba a parar. En el fondo Raquel Couto Antelo
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-
Oyes, que adelante con el plan Alberto nada más entrar en el coche.
–
dijo
-
Pues me alegro de que pienses así, porque lo tenemos que poner en marcha hoy – dijo Ramón.
-
¿Hoy? – preguntó Alberto sorprendido.
-
Sí, Paco llamó a Sandra para bajar a tomar algo y ella le dijo que Xiana y Salvador estaban haciendo filloas en la calle – dijo Ramón
-
Ah – dijo Alberto sin comprender.
Ramón puso la radio y siguió conduciendo como si nada. -
¿Pero es que no me vas a decir que es eso de “hacer filloas en la calle”? ¿Que es, la contraseña del plan? ¿De que me estás hablando? ¿Es que ya no cuento para nada? – dijo Alberto histérico.
Ramón apagó la radio y lo miró con el mirar ese de helar la sangre para que callase de una vez antes de que le hiciese tener la sensación aquella de amante de la noche anterior que le había hecho sentir hacía unas horas. Alberto lo entendió, no le hizo falta explicación ni aclaración alguna. Quedó calladito y mirando al frente como un niño bueno. -
Por lo que dijo Paco, Sandra y Alicia están en el piso de Xiana, Andrés no está muy convencido de entrarle a Alicia con lo que de momento de las alondras se ocupará sólo Paco, y tú y yo tenemos que encargarnos de Xiana y de Salva, bueno yo de Xiana – dijo Ramón.
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-
¿Cómo que tú de Xiana? ¿Qué me estás contando, que me tengo que enrollar con el gay? – dijo Alberto volviendo al tono histérico - ¿y Andrés qué? ¿de rositas, agarra la pasta y punto?
Ramón respiró profundamente. -
Efectivamente Alberto, Andrés agarra la pasta, digo yo que si montamos esto es para robarles la pasta, alguien la tendrá que agarrar – dijo serio.
-
¿Pero ya los tienen? – dijo Alberto emocionado - ¿ya los sacaron? ¿cuándo?
-
Pues no lo sé, sospechamos que sí, ya sabes lo rara que es la tipa esa – dijo Ramón.
-
¿Quién, Xiana? – dijo Alberto despistado.
-
¿Pero tú que tienes? ¿hay poco oxígeno para ti en Coruña o qué? – dijo Ramón de mal humor – Sandra, la que habló con Paco, la que le contó que los otros dos estaban haciendo filloas en la calle.
-
Vuelta a lo de las filloas en la calle ¿pero qué clase de metáfora es esa? – dijo Alberto.
-
¡Qué metáfora ni que ocho cuartos! que montaron un chiringuito en la calle porque no daban subido al piso las mesas que sacaron del fondo y no las querían dejar solas en la calle, eso fue lo que le dijo Sandra a Paco, literalmente, ¿lo pillas? – dijo Ramón gritando.
-
¿Y para que rayos quiere Xiana dos mesas, en su casa no le caben? – dijo Alberto.
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Ramón lo miró, paró en doble fila, apagó el coche, respiró profundamente y dijo muy tranquilo: -
Tú vas a venir con nosotros y vas a hacer lo que te digamos y punto.
Alberto lo miró sin comprender, pero muy consciente, “si hombre, que me voy a enrollar yo con el tal Salva, a la mínima que pueda me escaqueo y que monte este un trío si quiere” decía para sí mirando de reojo a Ramón, mientras arrancaba el coche.
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Capítulo 37. ¿Que dijiste que dije? Fue todo el camino aparentando una tranquilidad que no tenía porque sabía que tenía que ser así, Ramón le había hablado muy serio y no convenía hacerlo enfadar, la última vez que le había hablado bajo acabó haciendo todas las redadas de los antros poligoneros de la Comunidad. Tranquilo, tranquilo pensó como desaparecer sin más; pero no pudo, Ramón lo llevó agarrado hasta mi calle y no lo dejó bajar hasta que Andrés y Paco estuvieron junto al coche. -
Ya me contareis a que viene este numerito – dijo Alberto.
-
Este dice que te quieres escaquear – dijo Andrés señalando a Ramón.
-
No me voy a enrollar con el gay os pongáis como os pongáis, meted el dinero donde os quepa – gritó Alberto, hizo una pausa – mejor dadme el dinero que ya hice mi parte.
-
¿Qué hiciste qué? – dijo Andrés alterado – no hiciste nada...
-
Bajad el volumen que nos va a escuchar – dijo Ramón.
Después caminaron tan anchos hacia el puesto de filloas, Paco se había mantenido al margen de las discusión, él estaba pensando en Sandra, en que si lo miraba a los ojos descubriría que la estaba engañando y en como ordenar los pensamientos para que no lo descubriese. Y suspiraba cada vez que escuchaba mentalmente su nombre en boca de Sandra. En el momento en que Ramón se acercó a hablar conmigo Alberto dio un paso atrás para perder de vista a Salva, hasta pensó que Paco era un buen candidato cuando lo vio tan implicado probando las En el fondo Raquel Couto Antelo
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filloas. Y ya cuando Andrés pasó de todo y lo lió para marchar con las guapas aquellas por fin respiró tranquilo. Lo que duró. No fue mucho. Una llamada en el móvil le aclaró por fin todas las dudas, a parte de lo que se las aclaró ver por fin que una filloa era una filloa y punto. Ramón les dijo que la gallina, o sea yo, ya estaba en el gallinero, y que las alondras, o sea Sandra y Alicia ya estaban en el corral. Así mismo lo dijo. Alberto miró de reojo a Andrés. -
A este aún le pesa no haber participado en la Operación Nécora – dijo con retranca.
Andrés estaba apático, una vez había conseguido con quien pasar a noche ya tanto le daba que fuese Alicia u otra, en este caso era otra y tampoco veía la necesidad de cambiar de pareja en el medio de la noche. Pero la había. En es momento Andrés despachó a las guapas turistas y miró muy serio a Alberto para que se centrase en el tema. “Ahora nos toca a nosotros” dijo con voz solemne. Marcó un número de teléfono y decía cosas del tipo de “hélice oblicua” “media tonelada” “potencia máxima” “plegado en vertical” y cuando colgó dijo un “a ver si no tardan” y tiró de Alberto para fuera del bar, arrastrándolo de nuevo hacia donde estaban las mesas, mis mesas. Esa fue toda la explicación que recibió Alberto. Cuando llegaron la calle estaba completamente oscura, completamente en silencio, los faros del coche los avisaron con el tiempo justo de frenar. Alberto se alteró por el frenazo, por la oscuridad y por el silencio. Andrés ni caso le hizo. Alberto iba a encender la radio y un golpe en la mano le hizo darse cuenta de que Andrés no estaba por la labor, salió del coche, y pudo oler el mar. Miró alrededor nervioso, de repente pensó que el mar estaba a sus pies como un vacío traidor que lo iba a devorar en cuanto bajase la guarda, sólo veía en En el fondo Raquel Couto Antelo
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la línea de oscuridad.
las
luces
del
coche,
las
mesas
y
De repente escuchó un ruido intermitente y constante, a lo lejos, pensó que era su reloj, miró el pulso, no, el suyo era digital. Lo acercó a la oreja a lo mejor hacía ruido igual, el ruido se hizo más intenso, volvió a mirar su muñeca escandalizado, alarmado, con la rapidez que pudo desabrochó el cierre y tiró el reloj al suelo. Andrés miraba a la oscuridad sin entusiasmo, sin inmutarse. El ruido, ahora, ya era notorio, Alberto seguía mirando al suelo, espantado, esperando que de un momento a otro aquel reloj que había comprado e segunda mano a alguien desesperado estallase segándole la vida. Cerró los ojos, levantó la cabeza para oler el aire por última vez, olía a mar. Volvió a respirar, sintió paz en su interior y abrió los ojos, vio una luz cegadora, tal como la describían en los programas de misterios ocultos que escuchaban sus padres cuando era pequeño, no hablaban del ruido molesto que la acompañaba, pero eso debía ser la interferencia de aquel reloj que lejos de ser robado como siempre había sospechado, era de imitación. Se sintió engañado, no por lo del ruido, sino por los 30 euros que le pagó, que bien podía dar gracias el desgraciado que se lo vendió de que aquellos fuesen sus últimos momentos que si no ya le estaba partiendo la cara de una leche muy merecida. La luz fue bajando hasta el suelo, dejando de ser tan cegadora, dejando de estar encima de él, dejando a Alberto sin una experiencia mística de la Galicia profunda que contarle a sus padres. Andrés salió del coche sin ganas, igual que en todo el día, apático.
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-
Ni que cobraseis por hora, sois más lentos que el caballo del malo – vomitó.
-
Tranquilo tío – dijo una figura saliendo de la luz, que diría Alberto, del helicóptero, que nosotras ya sabíamos que era un helicóptero - ¿los bultos son estos? Pues no era para tanto. Era suficiente con uno más pequeño ¿lo llevamos al almacén a la espera de nuevas instrucciones?
-
Sí – ordenó Andrés.
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Capítulo 38. El bosque animado -
¿Entonces de qué manera? – pregunté.
-
¿Tú que crees? – respondió Ramón mirándome fijamente.
-
Hombre, con los antecedentes de todos vosotros seguramente que se equivocó el pobre y los metió, no sé que decirte, en su propio maletín – dije con ironía.
-
¡Exacto! – dijo él, como si descubriese la pólvora.
-
La verdad es que era de esperar, ellas no pensarían en serio que el otro les iba a hacer el trabajo así como así – dije.
Ramón pareció sorprenderse por mi desconfianza del tal cómplice y hasta llegó a decirme que era muy mal pensada, es que hay que escuchar cada cosa. La verdad es que para ser todos medio delincuentes eran una banda de aficionados. -
Habrá que buscar al tal funcionario – dijo Ramón.
-
Habrá sí – dije.
-
Si salimos de aquí – dijo con mucha sorna mirando alrededor.
La verdad, es que aunque lo dijese sin sorna tendría razón, no tenía ni idea de por donde andábamos, sólo que la marea estaba subiendo, y que nos estaba conduciendo cada vez más hacia el interior del bosque, por lógica tendría que echarnos hacia tierra firme, pero lo único que veíamos eran árboles y más árboles; hasta me dio por pensar que la ciudad había crecido. Cada vez En el fondo Raquel Couto Antelo
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la oscuridad talón.
era
mayor,
y
el
agua
llegaba
al
-
¿Cuánto más va a subir? – preguntó Ramón mirando al suelo – no tengo ganas de morir ahogado – dijo serio.
-
Si pudiera ver la hora te diría cuanto falta para que baje, pero la verdad s que no tengo ni idea, que no sé donde estamos ni por donde salir – dije sin intención.
Sin intención de decirlo, porque lo que tenía en la cabeza para decir era alguna broma sobre lo cobardes que eran los hombres en cuanto los sacaban de su hábitat natural y ya veis lo que me salió. Por suerte la oscuridad tampoco me dejaba verle la cara, pero con esos suspiros hondos que daba, se le notaba que estaba enfadado y mucho, que por suerte también el tampoco me veía el pescuezo sino ya me habría estrangulado, que os lo digo yo. -
Pues yo ya me harté de andar – dijo – así que vete buscando donde pasar la noche, que no ando más, leche.
Esto último lo dijo elevando el volumen, sin disimulos, para que me fuese cayendo que estaba enfadado. Poco podía buscar, ya os digo que no se veía nada, ya casi no sentía los pies, porque en el ambiente hacía calor, pero el agua estaba muy fría y llevábamos un tiempo andando en mojado, ni distinguía cuando andaba seco. El paró, como los niños cuando dicen que no andan más para que los lleves en brazos. No sé si era eso lo que pretendía, mi intención desde luego no era, en todo caso al revés, que me llevase el a mí. -
¿Cuándo encuentres al funcionario que vas a hacer? – dije para distraerlo, para cortar aquel silencio tenso.
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El no dijo nada. Ví un claro, la luz de la luna dejaba ver una especie de peñasco, y fui hacia allí, no le dije nada, iba en plan exploradora, quería ver donde estábamos para soltárselo con naturalidad y no dar tanto la impresión de no tener ni idea como efectivamente no tenía. El vino detrás, sin respirar profundamente, ni ruido, de hecho pensé que había quedado abajo. -
Pero ¿esto no es el dique de abrigo? – dijo Ramón detrás de mí.
Sí que era, sí, estábamos en los peñascos del final del dique de abrigo, habíamos ido andando por los pantalanes y el tejido de las raíces de los árboles, imaginaba. Ramón se sentó calladito, sin ningún reproche. Yo me senté a su lado. -
No sé – dijo.
Lo miré sin saber de que hablaba. -
Que no sé que haré cuando funcionario – dijo mirándome.
encuentre
al
-
Fastidiarte, porque no creo que te dé las escrituras – dije.
-
Lo que no creo es que lo encuentre, también me extraña que María confiase en uno cualquiera, es raro – dijo sin ganas.
-
Lo que es raro es que no lo pensaseis antes, bueno, por lo menos quedáis con el dinero, los que quedéis – dije resentida.
Me pasó el brazo por encima de los hombros y se acercó a mí. En el fondo Raquel Couto Antelo
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-
Todavía estás entre dientes.
enfadada
–
dijo
sonriendo
Ni le respondí, que si estoy enfadada dice el tío; si el enfado no me lo impidiese planearía allí mismo como robarle el dinero de nuevo a ver que tan bien le sentaba a él. -
En este mundo hay más que dinero – dijo.
No le di dos guantazos porque tenía un brazo inmobiliario y con lo otro no le llegaba a donde pretendía darle. Yo lo miraba de reojo, enfadada. Él me miraba de frente, él, que yo estaba de perfil. Se acercó un poco más. - Está bonita la noche ¿no? – dijo. Se acercó un poco más, su cara rozaba la mía. Yo lo miraba de reojo.
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Capítulo 39. Tejiendo la tela Tenía que hacerse inseparable de su suegro, y localizar al tal Andrés; eso por una parte, por la otra tenía que llamar a Salva. Tenía que conseguir llegar al dinero antes que el concejal, porque una vez el concejal tocase el dinero ya no habría posibilidad de recuperarla. Le había parecido que su suegro no se fiaba mucho de Andrés, y no le extrañaba, eso sí, tenía la excusa perfecta para contactar con él, el caso de Salva, aquel que había tomado de oficio sin ningún ánimo le estaba reportando el beneficio de la oportunidad. Por un lado Sandra, por otro Salva y por otro Andrés. Salva descolgó el teléfono a la primera, estaba pendiente de la sentencia y no se podía permitir el lujo de no responderle. Le contestó con ansiedad, al principio Carlos ni se dio cuenta de la naturaleza del nerviosismo de Salva y sospechó que el sospechaba que lo sabía, menos mal que unos “que tal, bien” lo hicieron caer de la burra, porque ninguno daba soltado prenda. Salva porque no quería gafar la cosa, estaba convencido de que iba a ir a prisión, y Carlos no quería decir nada porque bien sabía que las aclaraciones no pedidas eran culpas admitidas y quería que el tema saliese con la naturalidad de aquel día en la cafetería. Consiguió que Salva quedase con él aquella noche, no le parecía una hora muy correcta, pero Salva se había puesto histérico y quería quedar ya. Lo de Andrés tenía que planearlo más, tenía que ir al despacho y buscar el teléfono de su abogado y con una excusa legal cualquiera ya lo liaba. Sí, lo tenía todo bien estudiado. Aventajaba a su suegro en que él conocía la parte actora sin necesidad de intermediarios, y aún así podía recurrir a ellos para marear la perdiz. En este punto del razonamiento pensó que igual era mejor mantener las distancias con el tal Andrés, no se En el fondo Raquel Couto Antelo
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fuese de la lengua con su suegro y descubriese el pastel antes de tiempo. Salva aprovechó la llamada de Carlos para escabullirse de las filloas, que llevaba toda la tarde dándole y ya no podía más con el dolor de pies, le iban a salir callos y eran muy difíciles de quitar, y se negaba a renunciar a sus pies perfectos. Tenía que admitir que en un primer momento le dio un ataque de pánico, ni se dio cuenta de que no eran horas de comunicaciones oficiales, pero el miedo no le dejó pensar con claridad. Tampoco le dejó pensar con claridad en lo extraño de la llamada, asumió que tenía que hablar de algo y punto, no le dio más vueltas. Carlos ya estaba en el bar, Salva casi ni lo reconoció, iba sin el traje de marca de siempre y sin la gomina que le fijaba aquel tupé algo pasado de moda a su modo de ver, dejándole un flequillo muy indi que le quitaba el aire de pijo estirado y lo dejaba en lo de pijo solo. Tenía su aquel, pensó perdiendo las preocupaciones de repente, se sentó a la mesa y comenzó una cordial conversación, basada en el cambio de look. Carlos recibió bien el tema, viendo que el histerismo había desaparecido, también se metió en la cordialidad y en la broma. Y entre broma y broma y aprovechando que Salva olía a filloas y que Salva dijo que estaba hasta el gorro de los turistas para sacar el tema del tesoro. Entre risa y risa y trivialidad y trivialidad Salva acabó soltándole todo el rollo, completamente todo, para matarlo. En su defensa pondremos que estaba eufórico y cansado, dos condiciones físicas que merman la atención, ya lo dicen en los anuncios de tráfico; tampoco tenía mucha relevancia porque Carlos pensó que lo de que el dinero quedara allí tirado en la calle era broma, sobre todo después de que también le contase que su mujer estaba durmiendo en una casa de la zona cero y eso sí que era increíble, con lo que tomó la declaración de su víctima con En el fondo Raquel Couto Antelo
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la debida precaución. Después bajaron a la zona de marcha, Salva porque ya había entrado en materia, Carlos por disimular. De metidos en faena le llevó exactamente un par de minutos despistarse y perder de vista a Salva, en realidad Salva fue quien se deshizo de él, sin intención, es que la noche lo absorbe. Carlos aprovechó para ir a mi casa, con toda la discreción de la que pudo echar mano, no porque le importase que lo viesen por allí, sino porque no quería encontrarse con Alicia, en el improbable caso de que fuese cierto que estuviese allí. Se sintió engañado cuando llegó y vio que no había nada en la calle, no había la fiesta que le Salva había descrito, ni las mesas, ni maletines, ni pinta de que los hubiese nunca. Por intentarlo, porque no creía que Salva lo engañase de esa manera, más que nada porque mentía muy mal y no le había notado tic ninguno, subió a mi piso, todo estaba en silencio. Puso la oreja, no llamó para ver si había alguien, seguía manteniendo la idea de un desagradable encuentro con Alicia. Conforme bajó fue entrando en todos los pisos por si habíamos subido la mercancía, sintió cierta desilusión al ver que no, pero también un poco de confianza al ver que el motor de tracción estaba allí, donde Salva había dicho. Con sentimientos encontrados volvió a la soledad de su casa, es lo que tiene la soledad mezclada con la noche, que deja volar a la cabeza con demasiada libertad. Echó mano de su maletín del trabajo, sacó de agenda y llamó al abogado de Andrés. Lógicamente el abogado le dio el teléfono, tenía mejores cosas que hacer que discutir a esas horas por semejante tontería y por semejante cliente, que le daba mucho a ganar, pero lo metía en cada fregado... Andrés descolgó porque pensó que era un cliente y lo de los helicópteros estaba medio solucionado, En el fondo Raquel Couto Antelo
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el mayor problema que tenía era aguantar a Alicia y tampoco le suponía mucho sacrificio. Carlos no planeó la estrategia antes de llamar, esta es otra de las cosas que tiene la nocturnidad sin alevosía, si es que siempre deberían ir juntas como buen agravante. Tartamudeó al principio, mal. Citó algunos puntos barra seis del Código Penal y, y Andrés se cansó de aguantarlo y le colgó. En ese momento se alegró de no haberle dicho su nombre, ni quien era, allá fue por la línea telefónica todo su prestigio profesional. Lo que sacó en limpio de la llamada, lo único y más importante fue esa voz femenina que se escuchaba de fondo tan familiar.
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Capítulo 40. Hilando fino El concejal no sabía muy bien lo que había dicho y lo que no, pero bien sabía que se había ido de la lengua, tenía aquella sensación de cuando se los ponía a su mujer, aquel delatarse antes de que la mujer se diese cuenta; en realidad a Carmen le llegaba con mirarlo de reojo una milésima de segundo para saber el número de tinte de la que había pasado la noche con él, pero en la inocente prepotencia del pobre hombre lo entendía de aquel modo. El caso es que tenía aquella sensación de desazón. Tenía que hablar con Andrés para ver como iba la cosa, aunque no le apetecía mucho porque de verlo tenía que ponerse en plan protector. Cogió aliento y llamó, sintió cierto alivio cuando vio que no le respondía y después de tres cafés bien cargados llamó para quedar con los amigos. Lo interrumpió Andrés, le dijo que no hacía falta que lo controlase que bien sabía lo que tenía que hacer, es que ya que se había molestado debía saber que ya estaba a punto de caramelo, que en cuanto hiciesen el recuento lo llamaría. Él, si ya tenía idea de terminar en el Venus, de escuchado aquella noticia iba a terminar allí más que seguro. Andrés le colgó con la rabia de quien cuelga a un jefe pesado que no da tregua, y siguió el maniobrar de los helicópteros en el hangar. Lo seguía con la impaciencia de esperar a que enfríe la pizza lo suficiente para que el queso no cuaje. Las máquinas pararon y el silencio fue tranquilizador. -
¿Abriste los maletines? – preguntó Ramón entrando por la puerta con la mirada triste.
-
Parece que ya te deshiciste de Xiana - dijo Andrés sin quitarle el ojo a los maletines.
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Ramón no respondió. Se acercó al montón de maletines y empezó a abrirlos, Alberto empezó por el otro lado, mientras, Andrés no se movía. -
¿Hay tantos como...? – preguntó.
-
Ven a echar una mano y los respondió Ramón con frialdad.
cuentas
–
Andrés le hizo caso porque no era una respuesta ingeniosa era una orden y sí había tanto como le habían contado, y no era capaz de entender la decepción en la cara de Ramón y el ansia por abrir todos los maletines. Cuando terminaron Andrés dijo que iba a llamar al concejal y Ramón se lo impidió, le preguntó porque lo había hecho y justo cuando le iba a responder y solucionar todas las dudas de Andrés sonó el teléfono, non o del sino el mío. No quiero ni imaginar como llegó a su bolsillo, pero la verdad es que no hay que hacer mucho esfuerzo para adivinarlo, uno de los dos tuvo las manos demasiado largas durante el período de mi semiinconsciencia del baile. Ramón miró quien era, en la pantalla salía Sandra, colgó la llamada para que pareciese que estaba ocupada y que por eso no le respondía, después borró los archivos y lo volvió a guardar. -
Parece que Paco no está haciendo muy bien su parte, id a echarle una mano – dijo Ramón.
Andrés y Alberto se miraron con complicidad. -
¿Y tú que vas a hacer? – preguntó Alberto con desconfianza.
Ramón les dijo que nada, que iba a dar una vuelta, desconfiaban, tenían miedo de que les hiciese lo mismo que ellos me hicieron a mi. Les está bien, cree el ladrón que todos son de su condición. Él lo notó, y no había, tenían una mala cara que En el fondo Raquel Couto Antelo
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para qué, así que les dijo que quedasen ellos con la clave, que él era mejor que ellos y que confiaba en sus amigos aunque no lo mereciesen. A ellos les valió al principio, porque pensaron que si no tenía la clave de acceso al recinto no podía entrar y sólo ellos lo podrían hacer, así que si Ramón se fiaba de ellos es que era de fiar. Claro que después, de camino a casa para ayudar a Paco con el entretenimiento de Sandra y Alicia, pensaron que había cedido demasiado rápido para ser pesetero como era y que igual lo de la clave no valía para nada y que igual... total que acabaron llamándolo para ver que hacía, lo pillaron en la cocina, en la cocina de Sandra y casi lo matan de un infarto. Estaba dando vueltas, quería ver donde era el mejor sitio para dejar el móvil para que yo no sospechase que él me lo había robado ni que estuviese en su piso, después, tratando de esconderlo y ahí sonó su teléfono y el mío cayó al suelo. No supo reaccionar, primero quiso responder al teléfono, después tomar el mío que estaba en el suelo delante de la lavadora. La voz de Andrés dando gritos por el móvil le apuró los reflejos, se agachó, tiró mi teléfono dentro de la lavadora y le respondió a Andrés. -
¿Qué haces? – preguntó con sorna.
-
Nada, nada – entrecortada.
-
¿Dónde estás? – dijo Andrés sin dar tregua.
-
¿Yo? Estoy... – respondió sin poder respirar casi...
-
¿Si? – insistió Andrés.
-
Y a ti que te importa – dijo ya recuperado de todo – tú estarás haciendo la parte que te toca ¿no?.
En el fondo Raquel Couto Antelo
dijo
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con
la
respiración
-
Y tú no estarás en el hangar... – dejó caer Andrés.
-
¡Qué hangar, hombre! ¿pero que dices...? no tengo más que hacer, además la clave la tenéis vosotros, estáis paranoicos, dais pena – dijo Ramón serio.
Andrés se conformó, no parecían excusas, parecían broncas, esperaba que la noche le fuese bien antes de que volviese a casa. -
Vale, vale... – se disculpó Andrés – ya nos vemos después.
-
No, yo voy para un hotel, si os tengo que aguantar a vosotros y a esas dos enloquezco, acabáis conmigo – dijo con cansancio.
En el fondo Raquel Couto Antelo
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Capítulo 41. Amanecer El sol de la mañana me abrió los ojos, me dolían todos los huesos, estaba recostada encima de Ramón, con mi cara en su hombro y aún así notaba como si hubiese dormido encima de una roca, es decir, me levanté más cansada de lo que me había echado. El cuello todo retorcido y ya no sé que más porque no me sentía nada, ni las piernas ni el resto. Él dormía, parecía tranquilo y feliz, demasiado tranquilo, por unos segundos en aquella plácida mañana me entró el pánico; ¿y si había dormido encima de un muerto?. Sí, seré egoísta, pero por lo menos sincera, que eso fue lo primero que pensé. Ya sé que debí pensar ¡por dios que no esté muerto! que también lo pensé, aunque después, al principio el asco de estar sobre un trozo de tocino pasado. Pero en mi defensa diré que sólo fueron unas minimilésimas de segundo, muy minis. Cuando reaccioné, pasadas esas minimilésimas de segundo apoyé mi oreja encima de su pecho y latía, con un pequeño soplo, me pareció percibir, pero aquello hacía bumbum-bum-bumbum como un reloj, y respiraba, y el pecho se le inflaba armónicamente, y la barriga, aquella barriga cervecera de pro, también, más escandalosa que armónicamente pero sí. Y mirando para aquella ballena que asomaba sobre la línea azul del horizonte estaba yo toda concentrada cuando él despertó. La placidez de su cara se esfumó cuando despertó y dejó paso a quejumbres varias, cosa que me consoló, no sólo yo iba vieja. Se quejó un poco, se incorporó y miró alrededor. -
¿Y el bosque? – preguntó extrañado.
Ni me había reparado en él, miré también alrededor y la espesura había desaparecido, quedaban algunos árboles, más o menos las que había en e antiguo jardín. Ni traté de aparentar que lo sabía, me En el fondo Raquel Couto Antelo
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encogí de hombros y acepté la desaparición bosque como una verdad universal y ya. -
del
Serán como esas flores que sólo se abren de noche – dije.
Me miró sin convencimiento, parecía que mi explicación no le había parecido suficiente, pero no dijo nada más, esperó unos minutos y se incorporó, bajó hasta el agua y lavó la cara, yo preferí esperar a meterme entera, la marea estaba llena y no había manera de llegar a la península sin mojarse y cuando el se dio cuenta tomó la cosa con más calma. Nos sentamos un pedazo esperando a que tomase aliento para nadar los dos metros que nos separaban de la orilla, casi hasta fueron menos porque la marea fue bajando. En tierra le pregunté que íbamos a hacer, no le sorprendió que me incluyese en la expresión, imaginé que el había imaginado que no estaba dispuesta a ceder más que aquellos millones de euros que ya me habían robado. -
¿Vamos a hablar con el funcionaria? – pregunté.
-
Sí – dijo tajante.
cómplice
de
tu
Mientras caminábamos llamó a la concejala hablando medio en clave, parecía necesitar permiso para dar el siguiente paso. Cuando colgó parecía tranquilo y seguro. -
A ver Xiana, en serio, ¿confiamos nosotros? – lo preguntaba en serio.
en
Dudé, él hablaba en serio y yo dudaba en serio. -
A ver, no quería decir eso, lo que realmente quería decir es ¿puedo confiar en tí? – preguntó también en serio.
En el fondo Raquel Couto Antelo
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Tan en serio lo decía que me dio la risa. -
Bueno es igual – dijo apurando el paso y hablando sólo – es lo único que tengo así que tendré que apandar contigo. De todas maneras eres la única que sabe toda la historia, por lo menos toda la que yo sé.
Lo miré condescendiente, que yo sabía toda la historia, toda la que él sabía, igual sí pero a esas alturas era complicado de creer. Hizo un par de llamadas más y después fuimos a desayunar, estuvimos en la cafetería hasta que le llegó un mensaje y arrancamos. Fuimos a un descampado, no para desahogar, no, al poco rato llegó otro coche y paró al lado del nuestro. de el salió un hombre entrado en canas, con pinta de poca cosa y mirada de dar pena. Ramón salió y me dijo que saliese con él si quería, por supuesto que quise, quería enterarme del asunto. -
¿Qué? – le dijo Ramón al desconocido.
-
Nada – dijo el otro.
-
Nada no – respondió Ramón.
-
Pues tú dirás – respondió el otro.
A punto estuve de volver al coche porque mis nervios no daban para tanto, que, nada, nada no, pues tú dirás, que clase de conversación era esa. -
A ver Argimiro, donde preguntó por fin Ramón.
-
Con los otros maletines, respondió Argimiro.
En el fondo Raquel Couto Antelo
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están ya
los
planos
–
lo
sabes
–
Ahí, Ramón se puso serio, le pegó cuatro gritos de los que pegaba él cuando se enfadaba y al otro se le puso más cara de poca cosa. Casi me dio pena, pero a Ramón no y dio un golpe en el capó del coche, del coche del tal Argimiro no de su coche por supuesto. El pobre hombre se echó para atrás temiendo que después de la chapa le tocase a él. -
Te lo juro por lo que más quieras, a buenas horas iba a estar yo aquí – dijo fingiendo sinceridad.
De eso entendía mucho Ramón, lo caló enseguida. Le dijo que estaba allí porque tenía que estar allí para hacer la jugada cuando levantó la vista de nuevo, volvió a decirle que él no sabía de los planos más que iban dentro de uno de los maletines del dinero, que se equivocó, que era un pobre despistado, que vaya cabecita que tenía y siguió con una retahíla de argumentos autocompasivos que Ramón escuchó aspirando paciencia. Yo atendía con curiosidad. A mi me daba pena, no creía que se equivocase pero era una posibilidad. Ramón volvió a levantar la mano, para darle al capó esperaba, porque no me apetecía reconocer un Ramón violento; pero o Argimiro lo conocía mejor o tenía algo que esconder o tenía miedo. -
No, tienes razón, no, los tengo yo, los tengo yo – dijo poniendo las manos sobre la cara en actitud defensiva, que dirían en CSI.
En el fondo Raquel Couto Antelo
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Capítulo 42. Argimiro conection -
Pues andando – dijo Ramón, coche para que subiese.
señalando
al
Argimiro bajó las manos muy despacio, desconfiando de que fuese una maniobra de despiste para pillarlo desprevenido y asestarle un buen guantazo y no se convenció hasta que Ramón echó a andar y le abrió la puerta. Supongo que pensaría que aquel descampado no era lo último que quería ver en aquel amanecer soleado. En el coche no habló, estaba quieto como si estuviese sentenciado y el cinturón de seguridad fuese la cadena. Ramón, que lo sabía todo, fue hacia su casa, aparcó y miró a Argimiro. -
¿Es aquí, no? – preguntó Ramón con chulería.
Argimiro asintió con la cabeza, era un chalet adosado de color salmón standard, y con un tendal de esos plegables en el porche. También tardó al salir del coche, estaba claro que no le apetecía soltar la gallina, pero no le quedaba otra, Ramón tenía aquella determinación en la mirada que le devolvía el encanto de otros tiempos. Argimiro era un funcionario de los funcionarios grises de toda la vida que había entrado en el cuerpo por enchufe, como debía ser. Tampoco tenía demasiadas aspiraciones, nunca se había presentado en ninguna lista del partido por mucho que le insistieron, ni participó en ninguna intriga por muy grande que fuera la cantidad escrita en el cheque. Era una hormiguita ahorradora que se conformaba con trabajar poco, pasar mucho tiempo con la familia y tener un hobby no demasiado caro que le permitiese desconectar de la familia y del trabajo. Estaba curado de espanto y los veía venir en cuanto le preguntaban por su nieta, que era su orgullo y de la que no dejaba de hablar y la causa principal de que le rehuyesen a la hora del café; En el fondo Raquel Couto Antelo
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y también el indicador de cuando querían algo de él. Y claro, en aquellos momentos turbulentos de maletines y escrituras era del único que se fiaban, le había llevado años ganarse aquella fama de hombre íntegro y aunque no lo había hecho con esa intención le iba a salir más rentable que todas aquellas limosnas que osaban llamar sobornos que le habían ofrecido en sus años de servicio. Tenía de él en un mismo día un camión lleno de euros y unas escrituras que iban a valer tanto o más que los euros. Bien sabía que los billetes llevaban la marca de agua, que tampoco era fe ciega lo que tenían en él; pero también sabía que apretarle las tuercas sería admitir demasiado. En lo de las escrituras dudó más, no le vio la rentabilidad tan rápido, de hecho fue su mujer por teléfono quien le dijo que se las llevase que nunca se sabía y que poco sitio ocupaban. Pensó que, como siempre, tenía razón, así que tomó una de aquellas carpetas que habían sobrado de alguna subvención europea y guardó las escrituras, metió el dinero en una caja de papel para reciclar, unos cientos de fajos. Empezó por su parte, después se puso con los maletines que iban a enterrar y a cada poco iba a su caja de cartón, despegaba la cinta de embalar gastada y olía el aroma de los euros y sonreía con malicia. Nadie desconfió de él, cuando las concejalas le preguntaron por las escrituras puso aquella cara de los lunes de no enterarse de nada y les coló todo lo que quiso. Cuando vinieron por los maletines del dinero ni se molestaron en contarlos, ni en abrirlos por si iban vacíos, en ese momento pensó que había robado poco, pero también que había que ser prudente y volvió a poner cara de malicia. Durante mucho tiempo estuvo yendo al trabajo como todos los días sin alterar en nada su vida, ni En el fondo Raquel Couto Antelo
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caer en lujos excesivos ni darse a notar. Después se jubiló y perdió el contacto con la gente del Ayuntamiento y en ese momento fue cuando aprovechó para ir forjando lo que sería su retiro en una isla que había comprado en el Caribe, sólo quedaban unos meses para que comenzasen las obras y las escrituras valiesen el futuro de sus hijos, de su nieta y de ellos mismos aunque viviesen mil años. Ni se puso nervioso cuando la Concejala lo llamó para decirle que no habían encontrado el maletín allá abajo, aunque le sorprendió que lo localizasen y que se molestasen en buscarlas, pensaba que no les duraría el interés tanto tiempo, que estarían entretenidos en otras cosas. Simplemente le dijo que tenía que estar, que si no la habría llevado otro. Pero de nuevo su mujer estuvo a la que salta y sugirió que hiciese unas copias por si llegaba el momento de confesar. Las escrituras originales estaban en la carpeta donde guardaban la escritura del chalet, los papeles de la isla, el libro de familia y alguna postal de las américas de algún tío díscolo. Y allí seguirían mezcladas con la insignificancia familiar. Las otras estaban en la caja fuerte que venía de obra en el chalet, junto con el reloj de oro de cuando lo jubilaron, el collar de perlas y alguna otra joya de la familia de su mujer. Argimiro se nos adelantó y echó a un lado el tendal y abrió la puerta con aquella parsimonia de funcionario y con aquel ánimo de poca cosa que me hacía sentir algo de pena por él. Al abrir la puerta asomó su mujer en zapatillas, delantal y con una cara de poca cosa como la de Argimiro; nos miró como si fuésemos de Hacienda y agarró a su marido por el brazo para darle ánimos. Le acarició la mano y fue al salón, como el de sólo ante el peligro. Su mujer quedó apoyada en el quicio de la puerta de la cocina con aire afligido viéndonos ir detrás de su marido. En el fondo Raquel Couto Antelo
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En el salón nos dijo que nos sentásemos y mientras bajaba un cuadro de un ramo de rosas rojas y azules. Su mujer nos ofreció un café que rechazamos, Ramón porque estaba entretenido observando a su marido, yo porque estaba entretenida observando a Ramón. Sin duda, a mi manera de ver, había recobrado el encanto de otro tiempo. El cuadro dejó a la vista la caja fuerte, Argimiro se puso delante para que no viésemos que números hacían click cuando daba vueltas la ruedecita. Por fin se abrió y sacó una carpeta atada con un lazo granate. La puso encima de la mesa de centro, abrió el lazo y se la dio a Ramón. Ramón la abrió, no porque desconfiase de Argimiro, tenía tanta fe en su actitud de tipo duro de película que ni se le había pasado por la cabeza que el ningundis nos estuviese engañando. Pero la abrió, tocó el papel, revisó los cuños y los timbres de las escrituras y las puso al trasluz no sé muy bien para qué, porque no tenían marca de agua de esa ni serigrafía. Me miró con satisfacción y ató el lazo granate de nuevo. Le hizo un gesto a Argimiro para darle la conformidad y nos marchamos de la casa. Argimiro seguía manteniendo aquella mirada de gatito asustado que me conmovía.
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Capítulo 43. Argimiro disconection Íbamos callados, yo no hablaba porque no tenía nada que decir y Ramón no hablaba porque iba tan lleno que no daba a basto. En los semáforos echaba un ojo al asiento de atrás para asegurarse de que la carpeta estaba en el asiento y sonreía con satisfacción. Fuimos a su hotel, aparcó en el garaje y subimos por el montacargas, que para ser un hotel tan fino ya podía tener algo más adecuado. -
No, es que el ascensor llega al vestíbulo y no quiero que nos vean – dijo Ramón.
No sé a que venía tanto secreto, la carpeta no llevaba un letrero grande y luminoso que pusiera “escrituras robadas”, pero cada quien tenía sus paranoias. La mía era que no me fiaba de él, pero como también dijo, con eso ya contaba, él y yo. Tan pronto como entramos en el cuarto, tiró las llaves en la cama, cerró las persianas, encendió las luces, si debió hacerlo al revés, pero era su cuarto y él decidía. cuando ya no entraba la luz del día se sentó en la cama y abrió la carpeta, era una de esas carpetas de acordeón que debía pesar mucho porque era gorda como uno de esos diccionarios enciclopédicos de páginas ultrafinas. Extendió parte de las escrituras encima de la cama, buscaba unas en concreto, porque el resto las seguía dejando en la carpeta. Me senté en una silla que había cerca de la puerta, no sabía si acercarme, y dado que él no me invitó y que en ciertos asuntos cuanto menos se sepa mejor, decidí que lo mejor era no hacerlo. Le llevó tiempo elegir las que buscaba, eran pocas, unas veinte, las revisó de nuevo, y las dejó en la mesilla de noche. Después agarró la carpeta, ató el lazo rojo que la cerraba y la ató. Se levantó, me dio las escrituras que tenía encima En el fondo Raquel Couto Antelo
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de la mesilla y me dijo que se las guardase, que no las podía dejar en el hotel. Entonces amablemente me invitó a marchar al tiempo que el marchaba llevando consigo la carpeta gorda. Me hizo volver a bajar por el montacargas y salir del garaje a pie, ni en coche me sacó, apestaba a cerrado, a gasolina sin plomo y a rueda quemada y sí, tuve que salir por mi propio pie. Cuando llegué a mi casa eché una siesta, me dolía todo, porque dormir a la luz de las estrellas puede ser muy romántico pero malísimo para la espalda. Era de noche cuando desperté, todo estaba en silencio, no tenía llamadas perdidas en el teléfono y nada que hacer en la agenda, nada que hacer, que agenda no llevaba. Entonces, por pasar el tiempo mientras escuchaba las últimas novedades del corazón, tomé las escrituras que me había dado Ramón, no me parecieron interesantes, eran locales del centro, unos la antigua San Andrés, otros de cerca de las tiendas centrales y alguno de la Marina. Pero ni eran grandes superficies ni los antiguos propietarios tenían nombre reconocido. Las miré bien, con calma por ver que tenía de interesante el tema, las hojas estaban resecas, tenía que ir mojando el dedo a cada poco para dar pasado las páginas, me dio un poco de asco, porque siempre recordaba dos cosas al hacer este gesto, una “el nombre de la rosa” y la otra “sabediós donde habían estado aquellos papeles”. En el papel iba quedando la marca húmeda de mi índice, y curiosamente mi dedo iba adquiriendo un sospechoso color negro, “veneno” pensé, “no, eso sería azul” imaginaba porque en las pelis siempre aparecía azul. Miré el papel, no sin cierto pánico, y vi, con más tranquilidad que las letras estaban emborronadas, buena cosa desde el punto de vista de la salud, pero no tan buena desde el punto de vista de las escrituras. ¿Cómo era posible que en unas escrituras hechas con máquina de escribir, de aquellas que había antes que En el fondo Raquel Couto Antelo
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dejaban marca aunque quedara poca tinta, de aquellas que tenían una espantosa mesita metálica de ruedas que pesaba un quintal, se borrasen las letras? ¿Cómo era posible? Volví a mirar todas las páginas, en aquel momento estaba más preocupada por descubrir el misterio de las letras borrosas que por las consecuencias de medio destruir las escrituras que Ramón tanto ansiaba. El papel parecía normal, no olía a nada inusual, y la letra, efectivamente parecía de máquina de escribir, no había rayas negras cerca del borde que delatasen una fotocopia y poco más podía hacer, una veía CSI, pero tenía carencia de medios. Tan entretenida estaba que ni escuché lo que debieron ser los primeros golpes de Ramón en la puerta, lo digo porque los que sí escuché eran muy violentos y la cara que tenía era de llevar allí bastante tiempo y de estar pensando en que me había fugado al Caribe con las famosas escrituras. -
¿Qué demonios pasa? – pregunté empleando el ataque como defensa.
-
Nada – respondió seco – nada.
Y me apartó de la puerta para entrar, no me dejé, que en el hotel me había hecho entrar por el montacargas y lo iba a hacer sufrir. Poco porque de seco pasó a serio y de ahí a una expresión que no me gustó, aparté la mano y pasó todo eléctrico buscando las escrituras, no me lo dijo, lo levaba escrito en la cara. Cuando las vio allí extendidas me miró censurándome, y cuando se dio cuenta de que además de estar extendidas estaban emborronadas, lo primero que hizo fue venir hacia mi y mirarme las manos, en mi eso seria una conducta muy deductiva, en él era defecto profesional y falta de confianza. Empezó a gritar todo histérico, a pasear de un lado a otro como si estuviese de parto, hizo aquella respiración En el fondo Raquel Couto Antelo
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relajante que hacía él para llenarse de paciencia y volvió a mirar las escrituras. -
Bueno, se leen bien igual – dijo por fin.
-
Si, se leen – dije con sorna.
Él no se percató de la intención de mis tres palabras, pero insistí, que si no es muy raro que se emborronasen las letras, que si serán auténticas, que si el pocacosa del Argimiro había empleado la táctica de dar pena de los vendedores ambulantes, que si tal y que si lo otro y tardó en hacerme caso, como si mis palabras le retumbasen dentro de la cabeza y el eco tardase en llegar. Cuando llegó levantó la vista y me miró como si acabase de descubrir la cosa más grande del mundo. Dejó las escrituras extendidas como estaban, me agarró del brazo y corrimos escaleras abajo.
En el fondo Raquel Couto Antelo
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Capítulo 44. Argimiro reload Ramón conducía como un psicópata farfullando por lo bajo cosas del tipo “como se entere la concejala” “la madre que lo parió” “le voy a partir las piernas” y así sucesivamente y sin interrupción hasta que llegamos a casa de Argimiro. Yo me reía por dentro, pero que bien nos la había jugado el Argimiro. Dio un frenazo seco que casi hace saltar el airbag, salió corriendo del coche sin esperar por mi, se lanzó sobre la puerta y cuando se cansó, es decir, dos milésimas de segundo después de salir del coche, sacó la pistola y pegó dos tiros que me dejaron más seca que el frenazo. No, no es que los tiros me los pegase a mi, se los pegó a la cerradura. La puerta se abrió tímida y Argimiro y su mujer se asomaron por la ventana abrazados uno a la otra con la misma cara de pocacosa que tenían en la anterior visita y sin aparentar pánico por lo que acababa de suceder, como si no hubiesen escuchado los disparos o fuese de lo más normal del mundo. Ramón entró y yo salí del coche, sin prisa, debí salir a toda prisa para decirle que tuviese algo de sentido, que no hiciese tal, vamos, para hacerlo entrar en razón, pero en el fondo estaba disfrutando con el espectáculo y al final Argimiro había tenido la sangre fría de engañarlo que tragase con las consecuencias y si Ramón lo mataba tenía licencia de armas así que también era grande para asumir sus culpas y el que le dio la licencia lo mismo. Cuando llegué dentro el matrimonio lloraba como en el entierro de la sardina, muy alto pero sin ningún sentimiento. Ramón tenía los ojos encendidos, los apuntaba con la pistola con pulso firme, parecía otra persona, parecía una película. Me dijo que registrase todo para hasta encontrar las escrituras. No me gustó que me diese órdenes de aquella manera, así que le dije que lo hiciese En el fondo Raquel Couto Antelo
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él, que no era su criada, que estaba muy subido el chico. Me miró con sus ojos encendidos y me apuntó con la pistola, a mi, Argimiro miró de reojo a la puerta pero se dio cuenta de que lo estaba viendo y se arrepintió. Ramón se tomó a mal que no me desmayase ante su autoridad y se encendió aún más, pero como vio que seguía sin hacerme andar le puso el seguro a la pistola y miró a la parejita. -
¿Dónde demonios están? – gritó.
Argimiro miró a su mujer y ella a él, pero soltar no soltaron ni una palabra, ni sus miradas delataron el escondite. Pero pese a la falta de colaboración general que había en aquel salón Ramón no desistió, se acercó con pase decidido a una figura que había en el mueble, la agarró y la tiró al suelo haciéndola añicos. Ellos se miraron de nuevo sin ceder. Entonces Ramón agarró otra que tenía pinta de ser más cara todavía y le dio el mismo fin. Y lo mismo hizo con toda la decoración del mueble del salón de clase media sin que el matrimonio se inmutase hasta que abrió la puerta acristalada y agarró un plato con bordes dorados y unas finas flores azules con hojas verdes que formaba parte de una vajilla que ocupaba varios estantes. No le hizo falta ni acabar de poner los dedos sobre la fina porcelana, la mujer se le tiró a los pies, en sentido figurado, y le suplicó que no lo rompiese. Ramón hizo como que pasaba de ella y sacó el plato de su sitio, lo izó haciendo que tomaba fuerza y miró a Argimiro. Argimiro miró a su mujer que lloraba, ahora en serio, en serio de verdad, con desesperación desesperada, y en milésimas de segundo Ramón tenía las escrituras en la mano sustituyendo al plato de porcelana. Ramón soltó el plato porque quería agarrar el fajo de escrituras con las dos manos para asegurarse que esta vez no lo vacilaban. Se sentó en el sofá y abrió la carpeta, miró una a una todas las escrituras, esta vez hizo un análisis más En el fondo Raquel Couto Antelo
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pormenorizado, no para verificar la autenticidad que de eso tenía tanta idea como yo; es decir, ninguna; sino para analizar las reacciones de la parejita. La mujer seguía llorando desesperada mirando los platos de la estantería y su marido la estaba consolando, ni una simple mirada a Ramón, ni una esperando por la bendición, ni una de “está colando”. Nada, lo único que les preocupaba era volver a colocar el plato en la misma posición en la que estaba unos minutos antes de aquel desafortunado suceso que les costaría olvidar. Ramón quedó conforme y marchó, sin decirme el clásico “venga” ni nada, salió y yo detrás porque allí no hacía nada. Entró en el coche y arrancó aún sin esperar a tenerme dentro.
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Capítulo 45. Poder Di abierto la puerta antes de que el coche empezase a andar y me tiré encima del asiento, mejor dicho, encima de la carpeta de las escrituras. Y ese fue el gran error de Ramón. Mejor dicho, esos fueron los dos grandes errores de Ramón. El de pasar de mi y el de dejar las escrituras a mi alcance. La verdad es que no tenía pensado hacer nada con ellas, desde que dejé el trabajo tenía un cierto nivel de alergia a los papeles, contratos, escrituras y cualquier cosa que dejase clara y manifiesta voluntad de compromiso. Pero me enfadó, no torcí un pie al entrar el en coche de milagro y eso había que pagarlo ¿quien pensaba él que era? Puse el cinturón a toda prisa porque arrancó de golpe y después fui tirando de el despacio para poder levantarme lo suficiente para coger la carpeta y una vez la tuve sobre mis rodillas sentí el Poder que me llamaba, que me cegaba. Ramón estaba demasiado concentrado pisando el acelerador para darse cuenta de lo que hacía. Abrí la carpeta con mucho cuidado, no quería hacer ningún movimiento brusco que delatase mi traición. Sin llegar a abrir del todo la carpeta fui mirando nombres y direcciones, sólo tomé tres, no estaba segura de cuales había seleccionado Ramón de la vez anterior, sólo sabía que no era ninguna de aquellas tres. Quería ganar tiempo, si elegía alguna de las que le interesaban me descubriría antes, y al final, con tres bien situadas podía hacer un buen negocio. Las saqué con mucho cuidado y ahí encontré el primer inconveniente. Sabía que lo de los papeles era un rollo, si fuese un cd o una memoria usb tenía bien donde esconderla, pero las escrituras eran un poco más difíciles. En un primer momento las escondí debajo de la carpeta a la espera de que me viniese una idea luminosa que no vino. En el fondo Raquel Couto Antelo
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Cuando el coche se detuvo estábamos delante de la casa de Andrés, me sorprendió porque pensaba que lo de las escrituras era un negocio particular e independiente de lo de los maletines. Ramón paró, apagó el coche, puso el freno de mano y la parcha y todo el repertorio. Salió del coche y marchó, ignorándome de nuevo. En esa ocasión no me enfadé, incluso me hice la sueca para ganar tiempo y esconder mi pequeño tesoro durante su ausencia. De repente volvió y casi me pilla con las manos en la masa. -
Vengo ahora, urgencia.
no
te
preocupes
–
dijo
con
Le dije que no con la cabeza poniendo una cara de inocente que si no tuviese tanta prisa bien se daría cuenta de que era falsa, pero su visita inesperada me sirvió para andar con más cuidado, esperé a que entrase en el edificio y sin apartar la vista del portal busqué donde esconder mis escrituras, que ya eran mías y muy mías. Revolví en la guantera, en los bolsillos de las puertas, por todas partes y no había nada que me pudiese servir, así que eché mano de la chaqueta que había en el asiento de atrás, era de Ramón, olía a una mezcla de tabaco, alcohol y colonia de marca. La puse y eso que hacía calor y la chaqueta era de traje. Descosí el forro a la altura de la axila, sólo un poco, lo suficiente para que entrasen las escrituras enrolladas, entraron y después las estiré. La verdad es que la chaqueta quedaba muy rígida pero no se notaba demasiado, a no ser que alguien me abrazase, claro. Volví a atar la carpeta y ensayé la postura más natural para cuando llegase Ramón, la excusa más lógica para llevar puesta la chaqueta. Entró con la misma energía con la que había salido. Se sentó y arrancó sin decir nada. Me miró y puso una cara rara pero no dijo nada. En el fondo Raquel Couto Antelo
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-
¿A dónde vamos? – pregunté.
-
Al descampado – dijo sin sacar la vista de la carretera.
-
¿Tienes frío? – preguntó.
-
No, no – dije sin perder la concentración.
¿Frío? que iba a hacer, hacía calor de verano, el sol pegaba de frente, el coche no tenía aire acondicionado y las ventanillas estaban cerradas, y no olvidemos que llevaba puesta una chaqueta de traje, sumado todo eso al calor propio de los pensamientos impuros. -
¿Y la chaqueta? – insistió.
-
¿Qué chaqueta? – dije a lo mío.
-
La que llevas puesta – dijo con tono dulce ¿por que llevas puesta mi chaqueta si no tienes frío?
En ese momento la sorprendida fui yo, esperaba que le pareciese mal que invadiese su chaqueta sin permiso, pero el tono de su voz no parecía ir por ahí. -
No, sí, antes tenía, ya sabes de estar parada – dije torpemente, tratando de tapar unos agujeros por los que corría el agua a raudales – si te molesta la quito.
-
No, no, calló.
para
nada,
es
que...
–
y
ahí
se
No dijo más hasta llegar al descampado. Era el descampado en el que había quedado con la Concejala de la otra vez. Miró el reloj y agarró la carpeta que contenía las escrituras. Sin mirarme. La abrió y como había hecho de la otra En el fondo Raquel Couto Antelo
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vez las extendió para seleccionar aquellas que le interesaban. Esta vez, en lugar de tirarlas en la cama las fue tirando encima de mi. La verdad es que a veces conseguía hacerme invisible. Sí. Se movía con rapidez, mirando el reloj a cada poco. Cuando tenía las escrituras que quería volvió a guardar las otras, ató la carpeta y mirando de nuevo el reloj respiró con alivio. -
Así que le vas a dar las de verdad – dije.
-
Claro ¿qué esperabas? – respondió.
-
Que quedases con todo – dije.
-
¿Qué pasa? Nunca has escuchado eso de que la avaricia rompe el saco – dijo sonriendo – no me compensa traicionarla.
-
Traicionarla de todo, querrás decir – corregí, haciendo referencia a las escrituras que había sacado del montón.
-
Estas forman parte del trato – dijo él.
-
Claro, por eso las sacas antes de que te las de ella, para ahorrarle trabajo – dije con malicia.
-
Claro – malicia.
respondió
sonriendo
también
con
Al poco llegó el coche oficial y Ramón bajó con la carpeta y se la dio a la Concejala. Sentí un gran alivio porque dejó la puerta abierta y hacía corriente, con lo que los regueros de sudor dejarían de correr por mi cara. Se despidió de nuevo con mujer tomó la carpeta con desconfianza diría yo. No satisfacción que de la En el fondo Raquel Couto Antelo
un apretón de manos, la inseguridad, con cierta tenía la misma cara de otra vez. ¿Serán las
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auténticas cabeza.
esta
vez?
parecía
pasarle
por
la
-
Vamos a tu casa – dijo Ramón con seguridad cuando volvió al coche.
-
¿Y eso? – pregunté.
-
Y eso nada, tendremos que ir a algún sitio, digo yo, o quieres andar dando vueltas todo el día – esta vez lo dijo borde.
De camino no tranquilidad. -
habló,
¿Porqué esas pregunté.
pero
escrituras
conducía en
con
concreto?
más –
Él conducía. -
Pensé que lo de las escrituras era un negocio tuyo particular ¿no decías que tanto necesitabas a alguien en quien confiar? – seguí preguntando.
Él conducía. -
¿Sandra está en la de Andrés?
Él conducía. Paré de hablar porque a punto estuve de confesarle que le había robado tres escrituras con tal de que dijese algo. Me estaba poniendo nerviosa, ni siquiera respiraba perdiendo la paciencia como siempre que lo ponía de malas. De repente paró, aparcó en doble fila y me miró. -
Saca la chaqueta – ordenó.
En el fondo Raquel Couto Antelo
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-
¿Qué? – dije con voz de pito, tratando de no delatarme más de lo que mi voz había hecho.
-
Es imposible que no tengas calor, estás sudando, yo estoy sudando, saca la chaqueta – volvió a decir con tono firme.
-
Pero... – dije sin que me saliese ninguna excusa, porque sudar sudaba como el antes de un anuncio de desodorante.
Me miraba serio, yo no sabía que hacer, tampoco es que me importase mucho que me descubriese, bien sabía él que por muy poco de fiar que fuese era lo mejor que tenía, eso me había dicho y de cualquier manera bien merecía aquella pequeña ración de beneficio. Salió del coche y respiró hondo. Dio la vuelta alrededor y vino por mi lado. Abrió la puerta y dijo. -
Me estás poniendo cachondo con la condenada chaqueta, sácala de una vez – ordenó serio.
La saqué y tanto que la saqué, si fuese lista no lo habría hecho, aprovecharía la ocasión; pero parecía tan afectado y tan sincero que lo hice. Se la di, el la agarró y volvió a su lado, la tiró en el asiento de atrás, se sentó y arrancó de nuevo. -
Gracias – dijo superando el agobio.
Miraba para otro lado, para que no me viese sonriendo, después de todo aún tenía mi aquel... o era tonta de remate y le había devuelto las escrituras sin oponer resistencia, al final él se ponía cachondo con cualquier cosa, ya tenía que estar acostumbrado, porqué le iba a causar tanta angustia. Lo miré. Lo miré fijamente. Muy fijamente. El volvió a parar el coche. En el fondo Raquel Couto Antelo
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-
Está bien – dijo estirando el brazo hacia el asiento de atrás, agarrando la chaqueta y tirándomela – no sé para que te dije nada, tampoco es para tanto...
En el fondo Raquel Couto Antelo
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Capítulo 46. Son todas las que están pero no están todas las que son No la puse, porque arrancó y aquel cinturón de seguridad que parecía una cuerda no daba margen para tanta maniobra, pero la agarré como si mi vida dependiese de ella. Él no dijo nada hasta llegar a mi casa y yo tuve la precaución de no abrir la boca hasta tener a buen recaudo las escrituras. Se sentó en el sofá, estiró los brazos a lo largo del respaldo y se relajó, esperó un momento, cogió el mando, encendió la tele y estiró los pies encima de la mesita de centro. Como si estuviese en su casa, me importaría si no tuviese la urgencia de ir al cuarto de baño para sacar las escrituras del forro de la chaqueta y dejarlas a buen recaudo en algún escondite ingenioso, dentro del cuarto de baño la imaginación no podía correr mucho, porque no es que tuviese una trampilla secreta ni nada, así que traté de enroscarlas dentro del forro para conseguir sacarlas por el agujero de entrada, cosa que resultó difícil y mismo estuve a punto de descoser todo el forro, total el agujero se veía de todos modos. Las dejé debajo del armarito, no era demasiado ocurrente pero era lo que había. Lavé la cara y le eché algo de colonia a la chaqueta para que no oliese demasiado mal y salí a poner en su sitio al invasor. -
No te pongas tan cómodo que no estás en tu casa – dije dándole la chaqueta.
El la cogió y la puso en el brazo del sofá sin darle más importancia. -
Saca los pies de la mesa – dije de nuevo.
Sacó los pies y siguió viendo la tele. Me senté en el otro lado del sofá, él me miró y dio unos En el fondo Raquel Couto Antelo
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golpes a su lado para que me acercase. Estaba raro, me daba miedo, seguía pensando que sabía lo de las escrituras que le había robado y estaba disimulando para pillarme por el cuello y ahogarme hasta que confesase. Volvió a dar unos golpes para que me acercase. La segunda vez no me dio miedo ¿pero quien pensaba que era yo? ¿un perro? Me miró. -
¿Ya estás mejor? – preguntó.
Lo preguntaba de buen rollo, o eso parecía. -
¿No te huele a colonia? O a eso que se le parece que usas tú – dijo, aparentemente sin maldad.
Claro que a mi no me hizo gracia, era de garrafón, sí, pero una llega a donde llega, y oler olía bien. Él dio vueltas alrededor hasta localizar el olor, sin, incomprensiblemente, dar con la chaqueta que tenía pegadita a él. Y como no pareció dar encontrado la fuente del aroma se acercó a mí. -
Eres tú – dijo.
Imposible. Era la chaqueta. -
No – dije.
Él se acercó más para, según él comprobarlo, pero además de acercarse con la nariz lo hizo con la boca, con que igual lo de que se había puesto contento con lo de la chaqueta no lo había dicho por haber descubierto que le había robado las escrituras. Y la verdad es que debía ser contagioso porque conforme iba recorriendo el cuello a mi me subía la temperatura mucho, pero que mucho mucho. En el fondo Raquel Couto Antelo
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Y conforme iba bajando hacia el hombro y su mano iba desabrochando la blusa yo me iba abandonando a una sensación de placer que había tiempo que no experimentaba y sin pretenderlo mis manos le estaban sacando la camisa y desabrochándole el cinturón en una coreografía cómplice que acabó en el suelo un tiempo indefinido después. Mi corazón latía con fuerza y una cierta sensación de desazón me invadió, ojala fuese como con cualquier guapo de esos que tan pocas veces pasaban por mi vida, pues no, lo miraba tumbado en el suelo casi dormido y sólo tenía ganas de abrazarlo y decirle que no podía vivir sin él y todo eso que sabía perfectamente que era una tontería porque en dos minutos ya no lo soportaba. -
¿Qué vas a hacer con tu vida? – preguntó Ramón mirándome.
Y ahí estaba, ya habían pasado los dos minutos. No le respondí, ni lo miré, si me enfadaba igual intentaba aprovecharme de su obvia vulnerabilidad en aquella situación y tampoco era o estilo caer tan bajo. -
¿En qué vas a gastar el dinero? – insistió.
Respiré, por lo menos no iba por el camino del sermón de que vida tan perdida llevas. -
Yo estoy pensando en volver – siguió hablando, tirado boca arriba y mirándome.
¿Volver? Volver. -
Pero no sé si estoy preparado...
No lo estaba, ya lo digo yo, todavía andaba con la tontería de la adolescencia y en cuanto se reencontrase con todas las ex y las nuevas se En el fondo Raquel Couto Antelo
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convirtiesen en ex también claustrofobia y marcharía.
volvería
a
sentir
-
Todo está tan distinto, tan raro, es como empezar de nuevo y me gusta, me gustas tu, pero...
-
Pero no sabes cuanto te durará la novedad ¿no? – dije por abreviar.
Y por fin se dio la vuelta hacia mi y me miró con dulzura, sin ofenderse. -
Sí, justo, no sé si es todo adrenalina o si es de verdad – confesó.
-
Es adrenalina – dije.
Y mal que me pesase dijo que sí con la cabeza, al final era una disculpa, un sustitutivo del clásico “esto fue lo que fue, no te vayas a creer que hay algo más”, pero con algo de clase.
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Capítulo 47. Adrenalina -
Xiana ¿qué haces en el suelo? vas a agarrar un resfriado, tápate – dijo Sandra con voz dulce.
La vi como en un sueño, no queriendo despertar, cansada y con la espalda destrozada. Ella me acercó la manta del sofá y me tapó, o eso me pareció que hacía, yo luchaba con los ojos para que no se cerrasen pero la verdad es que sin mucho entusiasmo, y sin mucho éxito. -
Xiana, despierta – dijo de nuevo Sandra a mi lado.
Y desperté tan ancha como era yo, sin muchas ganas y con una alegría soterrada por encontrar de nuevo a Sandra, tan bien, tan tranquila y sobre todo tan viva. Ella me miraba de un modo extraño como queriendo decir algo sin poder, no hacía más que mirar la manta que me había puesto encima y detrás de mi. Cuando se cansó de que no le entendiese las señas me agarró la cara con las manos y me dio la vuelta para que viese detrás de mí a Paco, Alberto, Andrés, Alicia y como no a Salva partiéndose de la risa. Me tapé rápido y aguanté la vergüenza como pude y fui andando hacia mi habitación toda digna y sin decir ni una palabra. Me vestí aunque por mucho que lo intenté no daba quitado la sensación de desnudo que me había dejado despertar delante de tanta gente. Y por fin salí a dar la cara, seguía notando las miradas de broma, claro que bien podía ser percepción mía. -
¿No estaba Ramón contigo? – dijo Andrés.
Ni me acordaba de él, ya estaba convirtiendo en una costumbre lo de dejarme tirarme mientras estaba inconsciente, era como el príncipe azul de revés, en lugar de venirme a despertar aprovechaba que dormía para huir, era una revisión interesante En el fondo Raquel Couto Antelo
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de los clásicos, penosa, Caspian cuando hace falta. -
nunca
hay
un
príncipe
Pensé que estaría aquí, se ve que consiguió lo que quería y ya no le haces falta – dijo sin compasión.
Y no sé si se refería al revolcón o a las escrituras o a las dos cosas, el caso es que el muy desgraciado tenía razón. -
¿No te dijo a dónde iba? – preguntó Alberto.
-
Pues no, no me lo dijo – respondí por fin ¿y vosotros que hacéis aquí? ¿No estabais desaparecidos?
-
¿Desaparecidos? – preguntó Sandra alarmada.
-
Sí, te llamé mil veces y no respondías, no sabía donde estabas, ni Salva tampoco – dije.
Sandra miró a Paco con ojos enfadados, cosa que disipó todas las dudas sobre su implicación en lo que fuese que estaba ocurriendo. Paco se encogió de hombros, y Alicia parecía disfrutar con el enfrentamiento de los osos amorosos, miraba con ojos cómplices a Andrés y lo agarró por el brazo no fuese a escapársele ¿ves? eso tenía que aprenderlo porque a mi se me escapaban siempre. Salva me miró como no queriendo que lo metiese en el fregado, como si no fuese con él, y comenzamos una discusión de “yo no dije, dijiste tal, fuiste tú, que iba a ser” a la que se apuntó todo el mundo y que nos llevó un buen pedazo y que no tenía traza de terminar si de repente no hubiésemos escuchado un golpe tremendo en la puerta y pasos firmes que venían hacia nosotros. Di la vuelta esperanzada, pensando que era Ramón que había vuelto; el resto miró por ver quien era En el fondo Raquel Couto Antelo
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e incluso hubo quien echó la mano al tobillo o a la axila, sabe dios buscando qué. No era Ramón, era Carlos que entró histérico, tipo hulk, todo descamisado. -
¿Dónde está el dinero? – dijo gritando, como si nos estuviese atracando.
Andrés agarró la mano de Alicia y la soltó de su brazo, se puso delante de ella y después delante de todos haciendo de escudo humano y le plantó cara a Carlos. Que no era muy difícil, porque en cuanto vio que había tanta gente mirándolo se asustó, disimuló, pero se le notó en la cara y en las veces que miraba hacia atrás, imagino que temiendo que entrase alguien y lo pillase por sorpresa. De cualquier manera Andrés cumplió con su papel de machomán delante de Alicia, que era la única que le prestaba atención. Sandra, Salva y yo aprovechamos para decirnos cuatro cosas por lo bajo, lo típico: yo no sabía, yo no quería, bueno y que más da, tanto da, ¿que hacemos con este? ¿que sabéis? ¿y el dinero? Carlos repitió varias veces que quería el dinero, que su suegro le había dicho que los teníamos nosotros y que los quería. Andrés ayudado de Alberto trataron de convencerlo con estrategias de negociación baratas, teniendo siempre claro que Carlos no empuñaba arma alguna ni metía miedo. De cualquier modo consiguieron calmarlo y convencerlo de que el dinero seguía en el fondo, yo eché una sonrisa irónica cuando escuché semejante cosa y Carlos vino hacia nosotros. -
¿Sabes donde está? – preguntó.
Le dije que no, y era cierto, pero que sabía que lo tenían ellos, no sabía donde, pero que lo tenían seguro, segurísimo. Me miraron mal todos, incluidos Sandra y Salva. En el fondo Raquel Couto Antelo
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-
Que sí, que el dinero lo llevaron ellos – repetí.
Sandra miró suspicaz a Paco de nuevo y otra vez aquella mirada en Alicia. Que sí, que me calentó la moral. -
No, si la idea fue de Ramón, y de esos dos – dije señalando a Andrés y a Alberto.
Sandra respiró aliviada y aún más Paco. -
Nosotros no tenemos nada – se apuró a decir Andrés.
-
No, no – corroboró Alberto.
-
Pero sabéis donde están – dije.
Me miraron asesinándome. -
¿Es eso verdad? ¿Lo sabéis? – preguntó el histérico.
Andrés miraba a Alicia pidiéndole que interviniese, que hiciese algo, pero ella, como buena niña rica consentida, esperaba a él se lo solucionase y no dio ni pío. -
Bueno, y si lo sabemos ¿que? ¿que te tenemos que contar a ti? Ni a vosotros – dijo Andrés mirándonos con desprecio.
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Capítulo 48. Contrarreloj Carlos era un sinsustancia pero tenía su orgullo, y no le gustaba nada lo cerca que andaban Alicia y aquel que le hablaba tan tieso; y no le parecía mal porque durante el cese temporal de la convivencia se diese cuenta de lo que la necesitaba y de lo enamorado que estaba, no; era porque él no tenía a quien arrimarse para ponerle los dientes largos y que viese lo que se había perdido cuando lo dejó. Miraba a Sandra de reojo a ver si había suerte, pero no encontró la chispa aquella del primer día, aquel de cuando a Sandra le había parecido un señorito de los finos. Y como todo sinsustancia lleno de orgullo, enfurruñado y sin mucho que perder hizo un movimiento rápido a la parte de atrás del cinturón que fue casi acompañado al instante por el mismo movimiento automático hacia el tobillo y la axila de Andrés, Alberto y Paco. Carlos fue más rápido y en un pestañeo teníamos un cañón grande como la Argentina apuntándonos, sí, a todas a un tiempo, es que ser era bien grande. Salva y yo nos miramos aguantando la risa maliciosa que resbalaba entredientes. Es que era grande de más, ni Freud ni leches, era demasiado grande. Sandra nos miraba con su inocencia ajena a nuestra pérfida deducción. Paco miraba a Sandra y a Carlos, a lo que se veía de Carlos detrás del cañón; pero no era un mirar de celos sino de preocupación. Casi me atrevo a decir que estuvo a punto de ponerse en plan escudo humano como había hecho Andrés al principio. Y digo al principio porque una vez hubo pistola de por medio se le fueron las ganas de defendernos. -
¡Quiero el repente.
dinero
ya!
–
gritó
Carlos
de
Y a nosotros casi nos da un ataque, se había hecho un silencio tenso a la espera de que pasase algo En el fondo Raquel Couto Antelo
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aunque realmente no estábamos preparadas para que pasase. -
Tu – dijo apuntando a Andrés – levanta las manos, y vosotros también – dirigiéndose a Paco y a Alberto.
Alicia se mantenía al margen, como si la historia no fuese con ella, ni mostraba extrañeza por el comportamiento del que hasta hacía unos días había sido su pacífico marido. Una vez los tres hombres de la casa levantaron las manos rindiéndose ante un niñato pijo rematado que no tenía ni idea de nada, Carlos les exigió que le dijesen donde estaba el dinero, ellos se resistieron durante unos segundos, el tiempo que le llevó a Carlos tirar del seguro hacia atrás. Le dijeron hasta las coordenadas en clave binaria del sitio, la clave en clave de la puerta de seguridad y los doce marcadores del ADN del guarda que custodiaba el tesoro. Carlos, aun con la tontería y todo, tubo esa agudeza de abogado de no fiarse ni de su sombra y agarró a Andrés por el cuello, con esa manera de agarrar por el cuello que inmoviliza y echaron a andar. Antes de salir por la puerta dejó dicho que no le siguiésemos si valorábamos en algo la vida de nuestro amigo. Sí, bien, un pequeño error de principiante, que le pedís. A Salva y a mi nos faltó tiempo para echar a correr detrás de ellos. No penséis mal de nosotros, el resto tampoco trató de impedírnoslo. Bajamos manteniendo la distancia, para no cortarle el rollo de malo de película a Carlos, que no estaba haciendo mal de todo y Andrés bien lo merecía. Iban hacia el sitio de los helicópteros, pero tardamos en darnos cuenta porque entraron por Santa Cristina, a la fuerza no veíamos por donde bajar desde Oza. En el fondo Raquel Couto Antelo
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Delante del guarda fue Andrés el que habló, nosotros teníamos la suerte de que Salva había retozado con uno de aquellos uniformes unas noches antes y le soltó un rollo al pobre hombre sobre el otro hombre que bien se notaba que no quería escuchar; pero que aguantó por educación y nos dejó pasar por no seguir aguantándonos. Cuando entramos vimos a Andrés quieto, con expresión tranquila, mejor dicho, inexpresivo, sin intención; delante de él estaba Carlos paseando inquieto de un lado a otro, con paso rápido y vuelta corta. Detrás de ellos había una jaula industrial llena de nuestros maletines, nuestro tesoro. Me sorprendió la escena, esperaba ver a Carlos dando saltos de alegría, abriendo los maletines histérico, lanzando billetes al aire y diciendo “rico” “rico” “soy rico”. Pero no, estaba preocupado. Ni se dio cuenta de que estábamos allí, tampoco es que entrásemos saludando, pero algún ruido habíamos hecho. Carlos miró el reloj, y empezó a sudar. -
Dios ¿qué hago? – dijo apartando el pelo de la cara y mirando al techo.
-
¿Qué hago? – gritó.
“Agarrar e dinero y echar a correr” le dije a Salva en voz baja, el se rió ampliamente y de esta si que nos descubrió; tan atontado no estaba. -
¿Qué hacéis aquí? Os dije que si veníais lo mataba – dijo Carlos yendo hacia Andrés con la pistola en la mano.
-
Ay, pero es que a nosotros ese nos da igual – dije – hazle lo que quieras.
Nos miró escandalizado, como si no tuviésemos sentimientos, él a nosotros, él que nos apuntó con En el fondo Raquel Couto Antelo
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una pistola que parecía el cañón excesivo de un buque de guerra. -
Pues el dinero es mío – dijo.
-
Pues no te vemos con muchas ganas, le das demasiadas vueltas – dijo Salva.
-
No tengo tiempo ¿qué hago? no tengo tiempo – dijo.
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Capítulo 49. Cuenta atrás -
¿Pero qué malicia.
apuro
tienes?
–
dijo
Salva
con
-
¿Qué? No tengo tiempo para tonterías – dijo Carlos serio.
Y tan serio se puso que olvidó que llevaba una pistola y que tenía a Andrés asustado y sobre todo enfadado detrás de él. Andrés hizo lo típico que se hace en estos casos, echar a correr y salir de la línea de tiro lo antes que pudo dejándonos allí a merced del psicópata aquel. Carlos ni se dio cuenta, él no paraba de mirar el reloj y decir “no queda tiempo” “no queda tiempo”. -
Pues si tan poco tiempo tienes deberías empezar a agarrar el dinero, son muchos – dije.
-
¿Dónde están? – preguntó Carlos volviéndose hacia donde debería estar Andrés.
Y se sorprendió de no verlo allí, pero siguió dando vueltas a ver si alguien le daba razón de dónde estaba el dinero. Entonces se escucharon pasos allá al fondo de un corredor oscuro y comenzó a andar y nosotros detrás de él, por ver si apañábamos algo sin reparar en lo que podía estar esperándonos en aquella oscuridad. Carlos caminaba decidido, nervioso y con el reloj en la idea. Salva se reía porque era la primera vez que lo veía nervioso, siempre era él quien lo tranquilizaba y Salva tenía que aguantar aquellos tópicos de todo va a salir bien. Nosotras íbamos detrás sin darnos cuenta de que todo estaba cada vez más oscuro, que no sabíamos lo que había allí dentro y que ya no sabíamos por donde había que salir. Salva estaba más tranquilo, se notaba que el rollo con el de seguridad daba En el fondo Raquel Couto Antelo
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sus frutos. Y seguiríamos andando hasta que se nos apareció Andrés delante cortándonos el paso, encabezando un pequeño escuadrón de cachimanes que hicieron que se nos dilatasen la pupila, a Carlos igual no, no era su tema. Aprovechamos que estábamos a unos pasos de Carlos para dar la vuelta, y no porque nos desagradase lo que nos esperaba delante, era más bien por prevenir y por no agotar todas las posibilidades de apañar algo; pero ni oportunidad tuvimos de dudar por cual de los pasillos ir. -
No, no – dijo aquel hombre quietecitos, ni un movimiento.
–
ahí
Pero no nos lo dijo a nosotras sólo, Andrés puso cara de sorpresa y Carlos de desesperación y tanto uno como el otro tenían miedo, sí cara de miedo y eso que el hombre sólo traía a dos más con él que tenían una barriga que parecía que iban a dar a luz a trillizos y mejillas de colesterol. -
Cuanto conocido dijo el hombre.
por
aquí,
-
No, si... – dijo Andrés.
cría
cuervos
–
Carlos bajó la cabeza y tiró la pistola a un lado, dio igual porque a nadie le importó ni lo más mínimo. El hombre de la barriga y cara de colesterol nos señaló con la cabeza que nos acercásemos a donde estaban los de seguridad, detrás de Andrés, y Carlos también se movió aunque el gesto no iba por él. Con otro leve movimiento de cabeza llamó a Andrés a su lado, Andrés fue con su chulería habitual, pero no tan sobrado como cuando nos hablaba a nosotros. Salva confraternizaba con el escuadrón sexy y Carlos miraba el reloj con tristeza. En el fondo Raquel Couto Antelo
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No se oía lo que hablaban, sólo que Andrés aparentaba tranquilidad y la mano nerviosa en el bolsillo de atrás del pantalón lo delataba. El viejo barrigudo hacía gestos de gritar, de estar montándole una buena. Los dos escoltas barrigudos estaban atentos a la conversación, pero sin intervenir. En esas estábamos cuando de repente se encendieron las luces, todas las luces, y todo pareció más insignificante, los guapos no tan guapos y los barrigudos no tan barrigudos y la salida no tan salida. Se acercaban unos pasos tranquilos y unas sombras alargadas que venían con una calma aterradora. Nosotros, todos y toda estábamos quietos, calladas, sin respirar casi, esperando un alien que nos devorase en cuanto pestañeásemos. -
¿Qué pasa Concejal? con calma.
-
Hombre, el gran traidor – dijo el barrigudo, que obviamente era el concejal.
-
A todo hay quien gane, Concejal, a todo – respondió Ramón en plan enigmático.
-
¿Dónde está el dinero? que uno no se puede fiar de nadie, mira el sinsustancia de mi yerno, ahí con la cabeza baja – dijo el concejal con desprecio.
-
El dinero está donde estaba, en el fondo – dijo Ramón.
-
Si hombre ¿pero tú quién crees de esos madrileños que toreas camión esperando ahí fuera y están aquí ¿ves? traidores los partes – dijo el concejal.
En el fondo Raquel Couto Antelo
–
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dijo
Ramón
entrando
que soy? ¿uno tú? Tengo el según Andrés hay en todas
Ramón ni se inmutó, como si ya supiese lo que tenía. Un cruce de frases más y al final el concejal agarró el móvil y con un “ya” tuvo allí a todo un ejército. -
Como ves no tienes mucho que hacer, si no quieres que cerremos este chiringuito vete dándonos la pasta – dijo el concejal con calma.
-
No puedes cerrar el chiringuito, esto es de Costas, tú no tienes nada que decir, ya te gustaría tener tanto poder, y ya te dije que el dinero no está aquí – dijo Ramón con seguridad.
Andrés lo desconfiando de que se la el dinero ya la tenía él. -
miró con desconfianza; pero no del resultado de su estrategia, sino hubiese jugado y de que efectivamente no estuviese allí, y eso que la clave
Tú mismo, registra lo que quieras – invitó Ramón al concejal, con tranquilidad, mientras que le indicaba a los de seguridad que se apartasen.
El equipo de seguridad abrió un hueco para dejar pasar al ejército del concejal separándonos a Salva y a mi. El ejército ante un gesto del concejal avanzó por el oscuro corredor que había detrás de nosotros. Ramón esperó impasible, mirando al concejal, retándolo. Los dos amigos del concejal fueron detrás del ejército en cuanto volvió uno de ellos a decir que estaba despejado. -
¿Y tú, no vas? – preguntó Ramón.
-
A ver si no te vas a poder fiar de ellos tampoco, mira que son muchos a repartir – dijo Andrés.
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El concejal trató de mantener la calma pero se ve que la avaricia le pudo y echó a andar, eso sí, con calma. Si el secreto del poder estaba en la calma. Carlos miró a su suegro, pidiéndole permiso para ir con él. -
Tú, ni te muevas – ordenó el concejal.
Carlos obedeció, acabado, sin autoestima. Ramón estaba tranquilo, sin expresión, viendo como el concejal desaparecía en la seguridad, Andrés a su lado, con la mano nerviosa aún en el bolsillo de atrás. Y todo volvió a quedar en silencio. -
Todo el Ramón.
mundo
fuera
–
gritó
en
voz
baja
Los de seguridad nos agarraron a Carlos, Salva y a mí y seguimos a Ramón y Andrés por el pasillo adelante. Fuera nos esperaban unas lanchas motoras, Ramón estaba de pie, viendo como embarcaban todos. Yo seguía el ritmo que nos marcaba la noche, dejándome llevar, sin decir ni palabra, a saber a donde íbamos, pero tan tranquila.
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Capítulo 50. Tiempo de descuento No fuimos lejos, nos dejaron en el puerto de Lorbé sin dar más explicaciones de las necesarias; es decir, que era el protocolo en caso de civiles con muchas papeletas para convertirse en rehenes, que no habíamos huido sino que nos querían quitar del medio. Sí, para evitar posibles daños personales, pero un despacho en toda regla. Las lanchas pararon los motores al lado del pantalán y bajamos todos, Carlos, Salva y yo primero, mismo llegué a pensar que habían hecho el viaje sólo para tirarnos allí a la orilla del mar. Ramón e Andrés bajaron después, los de seguridad quedaron en las lanchas impasibles. -
Bueno, pues mirándonos.
aquí
acaba
todo
–
dijo
Ramón
A los tres, nada personal ni emotivo. -
Ya – dijo Carlos derrotado.
No dije nada y eso que Salva me miraba fijamente empujándome a decir algo, pero no lo dije, que si el se ponía profesional e impersonal yo también. Y aguantando el tipo los dos nos despedimos allí mismo y así acabó la historia del tesoro, la gaita de la conspiración y la tontería de la little venice y todo lo que tenía que terminar terminó, ya y punto y final del todo. -
¿Volvemos? – preguntó Andrés.
No, en realidad no era una pregunta, era un “volvemos” de esos de los hombres cuando van de compras con la novia. Ramón volvió a mirarnos a los tres, dijo un frío adiós con la mano y marchó. Subieron a las lanchas y se perdieron en la oscuridad de la noche, en el silencio del mar. En el fondo Raquel Couto Antelo
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La verdad ees que no me dio tiempo a reaccionar, Salva temía la tormenta y andaba al abrigo de Carlos, subimos hasta el pueblo para tomar un taxi, que pagó Carlos porque nosotros andábamos, como siempre, sin un duro. En el camino del taxi hasta casa le di vueltas al tema de sacarnos de aquella manera del hangar, podían, por lo menos mandarnos con los de seguridad que estaban de muy buen ver y Salva ya tenía conocimiento de la materia. No esperaba que aquel fuese el final, cuando iba en la lancha quiero decir, no estaba preparada y no supe reaccionar, un guantazo en los morros del correcto Ramón habría estado bien. Aún así, cuando el taxi me dejó delante de casa y subí las escaleras esperaba encontrarlo en el sofá otra vez. Y no, no estaba. La casa estaba en silencio, como había estado antes del breve episodio del tesoro, con el ruido intermitente del mar subiendo por el desagüe. Los días siguientes fueron de reasentamiento, de marea baja, de galletitas saladas y manta en el sofá frente a la tele. Paco y Sandra en el pequeño, Salva y yo en el grande. Sí, Paco quedó con nosotras, sin dinero y sin ganancia, lo que es el amor. Lo del dinero y la ganancia lo dimos por supuesto, como la inocencia, porque preguntar no se lo preguntamos; de hecho desde el día de la lancha evitábamos el tema del tesoro hasta el punto de ni ver los Piratas del Caribe por muy bueno que estuviese Orlando, ni de ver la Isla del Tesoro por muy buena que fuese la banda sonora de los Chieftains. De Alicia, Carlos y Andrés no volvimos a saber más, no era que los echásemos en falta, sólo era una simple observación. Tampoco volvimos a hablar de ese tema. En realidad en el período de readaptación no hablamos mucho de nada, yo no quería poner a Sandra en el compromiso de tener En el fondo Raquel Couto Antelo
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que defender a Paco, Salva no quería poner a Paco en el compromiso de defender a sus amigos, y Sandra Paco, Salva y todo bicho que me conociese un poco no quería escucharme soltar el rollo de lo tonta, inocente, ilusa, de lo cerdos que son los hombres, de lo... de eso en definitiva. ¿El dinero? el dinero acabó donde tenía que acabar, porque es bien conocido el dicho de que el dinero llama al dinero, y nosotros no teníamos de eso, Ramón tampoco, pero tenía lo que se conoce como posición de poder y poder de negociación. Por lo que supe un tiempo después, cuando ya el enfado no tenía efecto, Ramón y Andrés volvieron al hangar, y negociaron con el concejal el reparto del tesoro, no por la buena voluntad del concejal, sino por la imposibilidad de salir de allí si no llegaba a un acuerdo. Si no había visto lógico que salieran todos al mismo tiempo que nosotros dejando al concejal y a su ejército dentro del almacén con el dinero; menos lógico me pareció ver entrar al concejal con todo su ejército en un pasillo oscuro, sin dejar a nadie en la entrada. Entonces no le di más vueltas, fue después a medida que fui necesitando que las cosas cuadrasen. No cuadraban, sólo poniendo como excusa la avaricia se explicaba, lo del concejal, quiero decir. Lo de Ramón era más sencillo, obviamente no todas sus fuerzas eran las que se veían, a parte de que era una instalación central, ligeramente clandestina, pero central. El concejal se conformó con la cantidad que le habían prometido los de la Caja como comisión, lo decidió así, prefirió quedar con el dinero y buscar una mala explicación para no darle toda su parte al director de la Caja, que quedar bien y con menos dinero. La explicación que le dio, como ya podéis imaginar, fue que nosotros, Salva y yo nos habíamos quedado con el porcentaje por el rescate. En el fondo Raquel Couto Antelo
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El resto, que venía siendo una pasta, lo habían repartido a partes iguales entre Andrés, Alberto y Ramón. Que también quedaron a gusto, porque Paco, en su ceguera de amor nos llamó por teléfono antes de que Salva y yo llegásemos y le contásemos a Sandra que sólo había sido un entretenimiento. Porque no lo había sido y porque al final sus sentimientos eran sinceros de verdad, lo único bueno que quedó de todo, lo único que nos permitía mirar con una sonrisa las obras de desescombro de la zona cero. De las concejalas tampoco se volvió a saber nada, si su intención era hacerse con Little Venice, lo habían hecho en silencio porque no se publicó ningún escándalo, ni en la rumorología siquiera. Y nosotros veíamos como nuestro medio de vida se desvanecía mientras las elecciones municipales confirmaban el contento de la gente con la “recuperación” de la zona cero para toda la ciudadanía. Nadie recordaba a los recuperadores, ni las tiendas centrales, ni los turistas venían buscando historias de tesoros hundidos, ni fiestas clandestinas al abrigo de la Torre. Sí, cada vez tenía más la impresión de la gran verdad que contenía aquel título de “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”. No es que me estuviese haciendo vieja, que sí; ni que viese próximo nuestro final, que no. Sólo era una sensación de que no poder luchar contra la rotación de la tierra por mucho que una pensase que andando a la contra lo pudiese hacer. El mar siempre vuelve a su sitio.
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Capítulo 51. El mar siempre vuelve a su sitio O no, porque el mar siguió en el sitio que había invadido con el maremoto y de allí no se movió por mucha Little Venice que trataran de hacer. Las obras fueron lentas, sin pausa pero lentas; la marea, como digo no se lo puso fácil. Nosotras tampoco, por las noches bajábamos a la antigua zona cero y boicoteábamos las máquinas, tontamente, porque de mecánica sabíamos lo justo para encender la zodiac y la polea de arrastre y cuatro cositas más; pero algo hacíamos. Hacíamos una resistencia silenciosa, como los ratoncitos que por las noches roen los paquetes de harina, no es mucha cosa, pero si cada noche roen un paquete distinto, ya va fastidiando un poco más. Cuando el desescombro se fue acercando a nuestras casas la resistencia fue menos silenciosa y menos inocente; íbamos al súper a buscar huevos de oferta para lanzárselos a los de las máquinas y ni la policía se atrevió a desalojarnos; no contaban con nuestra astucia, que diría el Chapulín Colorado, y la verdad no me extraña, habían tirado tanto la casa de Salva como la de Sandra estando vacías, el día aquel del especial maratón de Corazón de Glamour de la “boda”. Habíamos quedado toda la noche en vela para no perder detalle y cuando llegaron a sus respectivas casas la tarde siguiente lo único que vieron fue una explanada de cemento gastado. Al principio pensé que Salva me estaba tomando el pelo, como sabía que hacía días que soñaba que nos tiraban la casa y que teníamos que dormir en un escaparate sin persiana; pero me lo creí cuando me llamó Sandra toda nerviosa, ella no jugaría con semejante cosa, era una chica seria, formal y tenía a Paco llorando histérico detrás, lo que le daba más credibilidad. Esa fue la primera y única batalla que perdimos, lo que nos sirvió de lección; lección que aprendimos con mucho cuidado. En el fondo Raquel Couto Antelo
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Salva, Paco y Sandra se instalaron en el edificio, hicimos un cuadrante de turnos para que en ningún momento el edifico quedase sólo y teníamos una llamada de emergencia para que viniese el resto a dar apoyo. Sí, ese edificio que se ve al final de Little Venice, ese que es tan bonito y original pero que no pega con el resto del conjunto arquitectónico, ese, ese es nuestro edificio. Tanto apuro tenían por terminar y tanta fue la chapa que les dimos que prefirieron restaurar el edificio a tirarlo, y aún así lo tuvieron complicado porque no les quedó otra que hacerlo con nosotras dentro, ni las fuerzas de asalto nos dieron sacado de allí, lo que es tener un poco de dinamita revieja en la mano. Después de muchos años pudimos disponer de alcantarillado, agua corriente y ascensor. Bueno, lo del ascensor era una novedad, igual que lo de la fachada toda de gresite de colores vivos haciendo un mosaico espectacular. Tan bonito quedó que llegaron a pretender ocupar los bajos y alguno de los pisos vacíos, sin éxito, claro. En los bajos pusimos Salva y yo un restaurante de filloas para llevar, no era una fritanga, tenía clase, lo que pasa es que no nos daba la gana de aguantar a la gente. En el otro bajo Sandra puso una librería, no ganaba tanto como nosotros, pero le llegaba para vivir y podía leer gratis las revistas del corazón. Habíamos visto la ceremonia de inauguración por la televisión, sentadas en mi sofá como acostumbrábamos a hacer, reconocimos al alcalde, pero a nadie más. Hasta hacíamos chistes riéndonos de nosotros mismos por habernos visto envueltos en una trama tan chapucera como en la que habíamos participado, y del dinero que nos había pasado por delante y habíamos dejado escapar, y de que por lo menos habíamos descubierto nuestra vocación oculta de hacer filloas. Alguna vez pasó Ramón por el puesto acompañado por una rubia que quería parar y En el fondo Raquel Couto Antelo
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comprar algo de comer aunque él no le dejaba. Me pareció que era la misma de todas las veces. En pedazos que rescataba de los despistes de Paco supe que había vuelto para quedar, la rubia se parecía peligrosamente a aquella de hacía años, pero lo que más me sorprendió fue que ni me decepcionó, ni me provocó más sentimiento que el de curiosidad por saber que hacía en Coruña si tenía tanta pasta como debía tener. Imaginé que para disimular, no le quería preguntar a Paco por no remover en la decepción. Los meses pasaron tranquilos y felices, aburridos y monótonos, diría yo; y aunque no nos iba mal yo seguía teniendo la sensación de que aquello no podía ser todo. Era una vida más cómoda, sin duda, pero faltaba aquella emoción de la nocturnidad y de encontrar algo sorprendente cada día, y sobre todo de estar podrida de dinero emborrachándome entre la jet set. Sí, desilusión, eso era lo que me invadía de cuando en vez. El “divorcio” ocupaba toda la programación, habíamos cerrado una hora antes y Paco había pedido pizza para los cuatro, se estaba retrasando pero aún llegaba dentro del tiempo, si los anuncios aguantaban un poco no nos interrumpiría. Tan impaciente estaba que abrí nada más escuchar el primer timbrazo, abrí la puerta y esperé desde la tele con impaciencia. Volvieron a timbrar y volví a abrir, un poco más enfadada de esta vez, sobre todo porque la panda esta tan ancha en el sofá y yo allí de guardia, que era mi casa y ya podían invitar alguna vez a la suya que ya estaba bien. En esas estaba yo, preparándole una bronca, seguramente inmerecida, al repartidor, cuando del ascensor salió una pareja entrada en edad, con pinta de tener mucho dinero y con una desesperación pérfida en la mirada que me transportó a otros tiempos más emocionantes, En el fondo Raquel Couto Antelo
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entraron decididos sin esperar convite y se plantaron delante de la tele para captar toda la atención. Detrás de ellos llegó el repartidor que se escaqueó de la bronca porque la intriga había borrado el cabreo de un plumazo. -
Vosotros sois esos que antes... – dijo la mujer sin querer hablar más de la cuenta.
Nos extrañó que alguien se acordase de aquellos tiempos. El pizzero estaba atento mientras buscaba la vuelta. -
Queda con el cambio, que debe estar difícil de encontrar, largo – le dije.
bien
El marchó sin muchas ganas. Cerré la puerta y me puse al tema. -
Somos esos misterioso.
que
antes...
–
dije
con
aire
Y noté una chispa en la mirada de Salva, y otra en la de la pareja visitante. -
Sabréis que tenemos denunciado Ayuntamiento – dijo el hombre.
Y lo dijo saber. -
como
si
de
verdad
lo
tuviésemos
al que
¿Vosotros lo sabéis? – preguntó ella.
No pareció gustarles nuestra ignorancia. Se miraron con disgusto, como si estuviesen perdiendo el tiempo, defraudados. -
Pues nos informaron mal – dijo él.
Nos contó que habían hablado con un periodista, que no debía ser muy bueno porque trabajando Sandra en una librería era raro que no hubiésemos En el fondo Raquel Couto Antelo
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escuchado nada del tema, que les dio el nombre de no se quien que tenía un restaurante en las tiendas centrales, que les había dicho de otro que vendía velas, que habló con otra que ahora vivía en Sada, que sabía de... en definitiva que acabaron por llegar hasta nosotras. Por lo que fuimos sacando de uno y otra habían denunciado al Ayuntamiento por sus derechos sobre Little Venice, al parecer unos años antes, cuando ya estaban instalados y disfrutando de la tranquilidad de su chalet fruto de la indemnización por el desalojo de la zona cero, unos amigos suyos les contaron que los del Ayuntamiento habían pasado por allí para que firmasen la renuncia a los posibles derechos que pudiesen tener sobre sus antiguas propiedades en la zona cero. Firmaron, claro que firmaron, les traían las escrituras y aquel documento chapucero que habían firmado cuando recibieron la compensación económica. Después supieron que habían visitado a todos sus vecinos de antes y acabaron por averiguar que había otros dos propietarios más a parte de ellos a los que no les habían ido a pedir la firma. Tanto les extrañó que compararon sus documentos con los de la gente que había firmado, vieron que aquel documento chapucero que habían firmado cuando recibieron la compensación por marchar de la zona cero era un simple recibí del dinero, sin más, sin aclaración. Vieron también que el documento nuevo explicaba claramente la renuncia a cualquier derecho sobre las antiguas propiedades dejando sin efecto la escritura que obraba en manos del Ayuntamiento aunque estuviese a nombre de los antiguos propietarios. Les vino la inspiración, algo había que rascar, seguro. Y aunque imaginaban que habría algún motivo por el que no habían contactado con ellos hablaron con un abogado de toda confianza que vio tajada, sin saber muy bien de que parte, que les En el fondo Raquel Couto Antelo
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dijo que lo primero que tenían que hacer era poner una denuncia al Ayuntamiento por usurpación de sus propiedades. En el tiempo que tardó el juicio averiguaron que el Ayuntamiento no tenía sus escrituras, lo supieron porque menganita que jugaba al parchís con menganita que tomaba el café con fulanito que... conocía a un concejal que le contó que unas concejalas habían intentado quedar con todo presentando las escrituras de las propiedades; pero que dieron reaccionado a tiempo porque hicieron una lista con los propietarios y les hicieron firmar la renuncia inutilizando las escrituras que habían olvidado pasar a nombre del Ayuntamiento en su momento. Aprovecharon la inocencia de los propietarios y tuvieron suerte de que la tuviesen, la inocencia, quiero decir. A medida que hablaban se me iban aclarando los recuerdos hasta llegar al momento de ese flash que me hizo recordar que había escondido tres escrituras debajo del armario del baño y que había olvidado completamente. A partir del momento en que lo recordé no hice más que intentar poner cara de disimule para que no se me notase que las tenía y buscar una buena excusa para ir al cuarto de baño para asegurarme de que, efectivamente, estaban allí. Salva notó que me pasaba algo, aunque no creo que imaginase el que, pensó que me quería deshacer de ellos porque me traían malos recuerdos. -
Ya no queda nada allá abajo, no nos pidan que bajemos, no hay nada que hacer - dijo Salva.
Los viejos se decepcionaron, se decepcionaron mucho, se sentaron y pusieron unas caras de pena que me conmovieron, y al resto también. Le pedí a Sandra que me acompañase al baño, le extrañó; y más aún le extrañó que le pidiese que me ayudara a mover el armario con cuidado, y aún más que sacara En el fondo Raquel Couto Antelo
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de debajo las escrituras de las que hablaban los viejos y que ella pensaba que eran completamente ajenas a nosotras. -
¿Y eso? – preguntó en voz baja.
-
Se las robé a Ramón – le respondí.
Puso una cara de sorpresa alegre, como si por primera vez creyese aquello que le decía de que ya lo tenía superado. -
¿Se las vas a dar? – preguntó Sandra.
-
Sí – dije - ¿no le viste las caritas?
Fue en ese momento cuando me di cuenta de que sí mucha pena, pero los viejos se habían papado la indemnización por el realojo y nosotras, que habíamos hecho todo el trabajo, nos habíamos quedado sin un duro. -
Igual, mejor hacemos un trato – rectifiqué.
Los viejos seguían afligidos, Paco estaba tratando de consolarlos y Salva tratando de poner la oreja en la tele para que no le interrumpiesen el programa. -
Bueno, a ver – dije tratando de poner voz amable aunque me salió de sargento – aquí tengo tres escrituras, pero también tengo ganas de la mitad de todo.
Se miraron, ni escucharon lo de que quería la mitad, ni recordaron que tenían reuma ni artrosis, se levantaron, se pusieron a darnos besos a todos, a decirnos que éramos sus salvadores, que ya se lo habían dicho, que teníamos la fama bien ganada... Salva me miraba con la misma cara de sorpresa de Sandra y con una chispa de avaricia que le entro al escuchar lo de la mitad, claro. En el fondo Raquel Couto Antelo
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Acepté las muestras de agradecimiento sin emocionarme ni abandonar mi postura de sargento y, sobre todo, sin soltar las escrituras, las agarraba como si se me fuese la vida en ellas. Una vez se les pasó la euforia volvía a repetirles lo de la mitad de todo, no pareció importarles; hicieron un par de llamadas y en poco tiempo estaban en la puerta otra vieja y una pareja de viejos más, no es que les falte al respeto, es que ya tenían sus años. Se volvió a repetir la escena de agradecimientos y Salva se me adelantó al insistir en lo de “la mitad de todo”. Hicieron una última llamada y se presentó el abogado que no se emocionó tanto e insistía bastante más que los viejos en que les diese las escrituras. Cosa que no hice, cosa que a los viejos no les pareció del todo bien, pero que comprendieron y al abogado le pareció mal de todo, pero como Salva se puso a mi lado en plan guardaespaldas y Paco y Sandra hicieron otro tanto, y encima parece ser que teníamos fama en ciertos círculos de ser de armas tomar en el sentido literal de las dos palabras, pues se despidieron amablemente y quedamos en el juicio, donde nos darían la mitad de todo. El juicio fue muy tranquilo, por parte del Ayuntamiento venían varios abogados, entre ellos Carlos, que en cuanto nos vio se le bajaron los humos, incluso les propusieron un trato algo favorecedor a los viejos, que por muy favorecedor que fuese nunca sería tanto como la mitad de todo. El Concejal de urbanismo hablaba con el ex de su yerno y nos miraban, a el también se le habían bajado los humos, y eso que aún no había salido el tema de las escrituras. Cuando salió fue peor, para ellos quiero decir, para nosotras fue genial. El juez obligó a los viejos a devolver la En el fondo Raquel Couto Antelo
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indemnización por el desalojo, una miseria; y al Ayuntamiento a darles la titularidad de lo que había en los terrenos de das escrituras, y a nosotras la mitad de todo. Una pasta, pero una pasta, había dos hoteles de superlujo y un embarcadero con amarre y aparcamiento, una pasta. Sí, aún siendo la mitad una pasta. Sobre todo teniendo en cuenta que no habíamos tenido ningún gasto, porque la obra la había financiado que la había financiado y el juez estimó que eso era culpa del Ayuntamiento por ponerse a obrar sin tener las cosas en regla. Ni protestaron, dieron gracias porque sólo fuesen tres y no todos, como estuvieron a punto de ser. Pero no penséis que se nos subió a la cabeza tener el futuro más que asegurado, no. Sandra siguió con su librería, con Paco, tuvo un parto múltiple y las criaturitas corren arriba y abajo por las escaleras todo el santo día gritando como sin chans descontrolados, pero felices, muy felices. Salva y yo pusimos una cadena de restaurantes rápidos de filloas por todo el mundo; el con su parte compró un jet privado y no para quieto ni por accidente, cuando no está en su mansión del Caribe, está en la Toscana y cuando no en Kenya. ¿Yo? Yo llego tarde al avión, acabo de dejar a Aría Canciño, que se enrolla como una persiana, pero es que tenía que hablar con ella para convencerla de que no salgo con ningún actor de ojos azules por mucho que lo digan sus fuentes... lo que no sé es de donde sacarían semejante cosa sus fuentes...
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Índice Preparativos Capítulo 1. El comienzo Capítulo 2. El tesoro Capítulo 3. Dicen Capítulo 4. El error de Paco (Primera parte) Capítulo 5. El error de Paco (Segunda parte) Capítulo 6. Con el agua en los talones Capítulo 7. El juicio final Capítulo 8. In Venus Veritas (Primera parte) Capítulo 9. In Venus Veritas (Segunda parte) Capítulo 10. Sin glamour pero con corazón Capítulo 11. Tres son multitud, cuatro son la leche Capítulo 12. En el fondo. Primer intento Capítulo 13. Paz interior Capítulo 14. Tomando un respiro Capítulo 15. Inteligencia artificial, inteligencia natural Capítulo 16. A parte y punto Capítulo 17. Cara de actor de ojos azules Capítulo 18. Esta tarjeta no tiene precio Capítulo 19. De bolsas de basura nada Capítulo 20. Pista familiar Capítulo 21. Hacia adelante Capítulo 22. A flote Capítulo 23. Disimulando Capítulo 24. Filloas rellenas Capítulo 25. Carlos rey Capítulo 26. En el fondo. Segundo intento (Primera parte) Capítulo 27. En el fondo. Segundo intento (Segunda parte) Capítulo 28. En el fondo. Segundo intento (Tercera parte) Capítulo 29. En el fondo. Segundo intento (Cuarta parte) Capítulo 30. Estoy en la lavadora Capítulo 31. Magia Capítulo 32. La historia (Primera parte) En el fondo Raquel Couto Antelo
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Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo
33. 34. 35. 36. 37. 38. 39. 40. 41. 42. 43. 44. 45. 46.
Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo
47. 48. 49. 50. 51.
La historia (Segunda parte) Conspiración Perdid@s ¿Qué dices que dijiste? ¿Que dijiste que dije? El bosque animado Tejiendo la tela Hilando fino Amanecer Argimiro conection Argimiro disconection Argimiro reload Poder Son todas las que están pero no están todas las que son Adrenalina Contrarreloj Cuenta atrás Tiempo de descuento El mar siempre vuelve a su sitio
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