El Supermercado De La Vida

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  • June 2020
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El supermercado de la vida. Al igual que le acontece a otros humanos, he tenido la necesidad de pasar unas horas frente a la puerta de un quirófano. Allí la fragilidad de la vida se hace manifiesta; mientras el dolor va mostrando su rostro más efímero. Ante sus puertas, tanto el soberbio como el humilde sienten la debilidad, mientras se entregan a un destino incierto. Detrás de la cientos de camillas, que atraviesan sus puertas, van desfilando historias de gloria y de desencanto. Pero el temor y los nervios, parecen igualarlos. Luego de largas horas de espera y ansiedad, la incertidumbre nos muestra una nueva realidad. Sobre las duras camillas que arrastran los cuerpos entregados al bisturí, aparecen una serie de rostros perplejos. Alguno ha perdido tres dedos de su mano derecha, otro ha quedado sin su riñón y alguna sin su seno. Me han dicho que un joven millonario se hizo acreedor a la amputación de su pierna. Un pequeño de familia modesta, sufrió la pérdida de parte de su pulmón. Mientras una alegre docente de clase media, solo mostraba un par de vendas sobre su tórax. A algunos se les ha hecho una operación a corazón abierto, a otras una masectomía y a otros una sencilla laparoscopia. Aunque lamentablemente, a otro le ha tocado el más dramático tipo de suerte, que consiste en pasar a la otra vida. Mientras un ejército de cirujanos, cortan a discreción los cuerpos de sus pacientes, cientos de aparatos monitorean sus rasgos de vida. Sus acertadas incisiones pueden significar una rápida recuperación, como una larga internación. He visto un chino alterado hasta el llanto, cuando le avisaron que su madre tenía como destino la terapia intensiva. Las cuentas de su rosario, no pudieron evitarle ese desagradable momento. A su lado una mujer de mala vida, obtenía el premio de una sencilla incisión salvadora, que mejoró la situación de su hermana. Junto a ella desfilaba una camilla cubierta, que llevaba los despojos de un desafortunado. No hay racionalidad alguna en el resultado de este supermercado y su lotería juega con la incertidumbre de nuestras vidas. Por un momento supuse que la suerte de cada paciente estaba asociada a su apellido. Así la joven Arocena obtuvo una rápida recuperación de su salud. La señora Cejas, mi madre, la extirpación de su pecho y sus ganglios. Mientas que a la señora Soong le tocó la terapia intensiva. Supongo que en los días de luna llena el orden de las letras será distinto y la influencia de los astros irá mezclando el orden aleatorio de las suertes. Los astrólogos, aún no logran ponerse de acuerdo en un criterio racional, sobre la salud que nos espera. Sin embargo, creo que no hay un destino escrito en los astros. No hay forma de descubrir el resultado de una operación en la borra de café, en las runas o en las cartas del tarot. Cada gurú, le desea a un grupo numeroso de personas el destino que se le ocurre. Por ello, supongo que esta teoría carece de toda lógica. Pues cuando la camilla con nuestro familiar atraviesa la sala de operaciones, el azar y la lotería se desmoronan. Ante esta instancia Júpiter, Géminis, el año del chancho o la limpieza con ruda, se rinden ante la realidad. Allí nos encontramos con la única verdad, que muy poco nos dice, acerca de cuanto nos queda por luchar. Lo único cierto es que en esos momentos, nadie se olvida del Dios providente. Sólo Él es el dueño de la vida y la muerte. En las trágicas horas de dolor, cuando las parcas quieren asomar, todos piden por una suerte salvadora. Aunque nuestro Creador, no le responde de la misma manera a todos. Con cierta claridad y lucidez he visto que el milagro es algo muy extraño. Supongo que Dios no hace milagros todos los días y no le gusta que lo manejemos a nuestro antojo. Aunque la muerte y la desgracia tampoco suelen ser lo común. He visto que la mayor parte de los enfermos obtienen un resultado razonable, que les permite seguir peleando por la vida. La paciencia, la lucha y el dolor, marcan la vida y el resultado de quienes vuelven de la sala de operaciones.

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Aunque hay otra verdad que es indudable y es que en este supermercado, la vida tiene un precio. No hay nada gratuito y menos aún cuando se trata de permanecer con vida. La muerte y los impuestos, son las únicas verdades inevitables. Por ello, el médico puede lucrar con nuestra salud y cobrarnos un adicional sin recibo alguno. Me han contado que en otras épocas, los médicos trataban a sus pacientes con un respeto y una cortesía extraordinaria. Sus pacientes se sentían reconocidos como personas valiosas y cuidadas. Pero en este moderno mercado de la vida, el apresuramiento y rapidez de los mensajes, dan al trato con los familiares, un matiz impersonal. Con una falta de calidez y cordura se escuchan palabras que causan un terrible dolor. Mientras el médico pone cara de circunstancia, anuncia la muerte o la presencia de un cáncer mortal en unos pocos segundos. Con una cara imperturbable vuelve rápidamente al quirófano y continúa su tarea, sin que situación alguna afecte su trabajo. Así el paciente se transforma en una mercancía y su dolencia en una fuente de enriquecimiento. Sin duda que esperan conservar su vida, pues en este mercado un enfermo es una buena fuente de ingresos. De todos modos, siempre habrá trabajo, para quien intenta recuperar nuestra endeble salud. Bajo el influjo protector de este supermercado, los enfermos nos sometemos a sus decisiones azarosas. Quien pague unos cuantos dólares para salvar su estomago, quizá no se sorprenda si en él encuentra un bisturí. Quien sienta un fuerte dolor y vea elevar su temperatura, tal vez encuentre alguna gasa dentro suyo. El abogado que firmara su contrato de admisión, sentirá que de poco le sirve cuando la muerte asecha. En cuanto a mí, he sentido cierta perplejidad y vértigo, ante el mar humano que aguarda frente a la sala de quirófanos. Las largas horas de espera han tensionado mi alma, con una monotonía agotadora. Quizá quien maneja los hilos de la vida, se ría de esta feria de la salud. Con sus dedos providentes nos envía el llanto, la angustia y la esperanza. Su claro mensaje nos dice, que siempre se puede luchar y que nunca debeos bajar los brazos. Con cierta modestia y sobriedad, los humanos buscamos influir sobre su premura por llevarnos a su lado. Y mientras los galenos sueñan con una vida eterna, la fragilidad de nuestros cuerpos nos dice, que nuestros días ya están contados. Horacio Hernández. http://horaciohernandez.blogspot.com/

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