El Reflejo Auscente.pdf

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EL REFLEJO AUSCENTE

La verdad, no espero poder sobrevivir más allá de esta vida pero creo que a veces es suficiente con resucitar una parte de la que teníamos para seguir adelante. Para la época a la que me refiero ensayaba desconocer la mujer que fui cultivando más fantasmas que amistades. Pero aunque la hermandad entre Noe y yo pretendía ser otra apariencia mis lágrimas no se alejaban ni una noche de la realidad. El drama comenzó años atrás cuando aquel trastorno alimenticio era parte de nuestra rutina. Confieso que aunque los puentes del amor son una amplia senda de ilusiones, la destrucción también conecta promesas. Eran mis primeras semanas en la UNR y la única persona que frecuentaba era a la abuela que vivía a cuadras del depto. Ella había conocido a un militar oriundo de Rosario así que decidió mudarse con él años atrás, pero resulta que aquel compañero se había quitado la vida y le llevó su última sonrisa posible así que desgraciadamente no había mucho ánimo que frecuentar. Para colmo papá mantenía enviándome plata para tolerar mis gastos, pero más que nada para exigir mi futuro así que no sé, tal vez un poco de todo eso me llevó a depositar mí rutina en aquella extraña ansiedad. En fin, nos encontramos por casualidad en el baño de un Bristol por calle Oroño. Ella creyó que estaba sola mientras yo podía escucharla del otro lado del panel vaciando el mejor sonido que nos llenaba de gloria. Cuando salió y me advirtió, no atinó a la más mínima cautela: - Que, te asusté? - me interroga mientras pasaba mi labial. - Para nada. Estas bien? - Nada grave – me dice

No lo vi en su reflejo, lo vi en su rostro, en su orgullo. Me animé: - Creéme, hasta la persona más brillante podría aterrarnos con los secretos de su vida. - Creo que me malinterpretaste – prueba. En seguida me ofreció una mirada como si fuera a evitarme y agrega: - Bueno, si entendés lo que hacemos te hubieses guardado la molestia… Claro, fue absurdo procurar que ella no me asemejaría. Enseguida empezamos a confiar nuestros secretos y me reveló que la primera vez que lo intentó fue después del quiebre con Enzo, su ex. Tenía 18 años y aparentemente la primer derrota moral la había habituado a sufrir otra hasta que ya no le costó trabajo elegir lo injusto. Emprendió fastidiándolo hasta la perversidad, después la impotencia, después el abismo y al fin se entregó a la abstinencia. Pero ahora ya no estábamos solas, no estábamos aisladas en ese tipo de soledades y la balanza podía afirmar el mejor equilibrio en nuestro mundo así que a partir de ahí emprendimos un viaje recóndito, un viaje de anónimas esperanzas. Noe era de Mendoza y estaba de intercambio por un año. Vivía en la Florida cerca de la playa y cuando nos juntábamos, fascinábamos fumar y tomar en la noche sobre la intimidad de la arena. Hasta me acuerdo una de ellas en la que deliramos borrachas acerca de nuestra huida o en todo caso, de una creíble huida. Hablamos de Aruba, Marruecos o tal vez México. Por un prestigioso instante gozamos intentando otra vida, otro camino. Aunque de metáforas y no de realidades, nunca importó. Pero aunque muchas veces nos sentíamos vivificantes, eran las vulgaridades lo que más nos consolaba. Controlar la imagen a nuestra fortuna, a nuestro disgusto para después escapar al baño y ser víctimas de un coraje insaciable. Curiosamente para el invierno de ese entonces, enfrentaba los días más felices de mi vida.

Como antes dije, yo solía visitar a la abuela los fines de semana. Pero extrañamente no era la misma, su desamparo ya no le pesaba y no se la veía agredida por sus memorias. Últimamente la notaba profunda con una especie de fuerza serena y franca, me hablaba de sus sueños y me recordaba frecuentemente sus años de juventud. Resultaba ciertamente inspiradora, aunque de momento mi cabeza estaba en otro lado y evidentemente no lo podía apreciar. Pero lo que sí sabía, es que su soledad y su gracia me atraían intensamente. Pero como solemos engañarnos, procurando encontrar la misma tarde que otras tantas, uno de esos días me atreví a abrazar lo cotidiano una vez más y cuando llegué a su casa fue demasiado tarde. Había patrullas y ambulancias en la calle y antes que el perito venga a intervenirme ya lo entendía. Los médicos la habían velado previamente a mí silencio y supe que a partir de ahí no existiría una sola mirada más del otro lado de su puerta. Sin más recuerdos que lapsos mi cabeza se detuvo mil veces sobre su ausencia y fue ahí, cuando por primera vez reparé en lo fatal: yo era la muerte misma, yo era la única presencia que podía declarar aquel enigma que me refleja, que nos asiente y nos confirma noche a noche cual es la única justicia. Me arrodillé sobre mis llantos y sin dudarlo, resolví que no quedaba más control que alimentar. Al cabo de unas semanas cuando retomé la Facu me aparté de Noe, pretendí aprovechar de hacer trabajos con amigos y olvidarme un poco más de mi otra vida. Pero evidentemente los desencuentros no tardaron en acercarse y una tarde de lluvia golpeó mi puerta: - Te pasa algo? – me discute - Perdoná, tal vez sigo en otro lado – intenté. - Dale, somos demasiado íntimas como para no lastimarnos!

Me replicó su comprensión sobre lo de la abuela y me dijo que juntas lo podríamos superar. Yo ya lo percibía, lo que ella intentaba hacer era corregir nuestro camino y lo que yo buscaba eran divergencias. Así que accedí pero con la condición de pretender ayudarnos: No necesito que me ofrezcas otra mujer – me insiste entonces - necesito que me aceptes en la que soy, en la que éramos! Es verdad, yo había promovido aquel recorrido y quizás no era la mejor persona para despreciarlo. Lo cierto es que tampoco quería consentir que su valor la empuje al otro lado del nada, no podía tocar ese límite otra vez: - Antes que evitarme me lo podrías haber aclarado boluda - concluye decepcionada. Vino con un carácter resuelto y ciertamente me dejó sin palabras. Y aunque estuve atravesada por tramas en los cuales ella no pudo participar, reconozco que la distancia y el silencio no fueron el mejor argumento. De todos modos para ese momento solo buscaba despreocupaciones así que lo dejé pasar. Lo que no imaginé es que desde ahí, a ella tampoco la vería nunca más. Se alejó de mi vista segura de su dolor y apenas supe si se volvió a Mendoza o mudó de ciudad. Cerró su Face o lo cambió, tampoco supe y sus vecinos no estaban al tanto o no quisieron estarlo. Pasó algún tiempo y aunque ya no quedaban hábitos difíciles de digerir o daños que perfeccionar, realmente la echaba de menos. Acaso las heridas como el cristal con el que se mira solo habían variado de lugar. Al paso de los años y como todos, entendí que es imposible alejarse del único eco que nos acecha. Pero aunque admito que el abismo muchas veces hasta nos puede resultar fascinante a través de esa mirada, llegué a sentir que con ella solo podíamos compartirlo en su amenaza y no en su costado esperanzador. Y esa es justamente la diferencia que necesitaba encontrar si buscaba un consuelo.

Como dije al principio, volver a mis solitarios fantasmas era la mejor opción si de momento quería sobrevivir. Y ya que el espejo no siempre es el único objeto capaz de contener al resto, alcanzar otros instantes por más lejanos que estén, no está demás para reflejar algún mañana más oportuno. De todas maneras por ella ya no hubo más que intentar y solo parte de su tiempo quedo conmigo. Lo único que deseo es que el sol incierto de sus días también haya podido acertar alguna que otra aurora pero bueno, ya que no seremos más herederas de aquella hermandad pensé que tal vez sería suficiente un relato. Creo que si hay una búsqueda para cada caso también habrá un único y ambiguo reflejo para quien nos quiera encontrar. Ahora quizás solo la noche podrá aliarnos en la hondura de algún sueño, ahí donde todo vela, donde los vastos rituales de la indiferencia todavía se atenúan. Es loco, pero por momentos la siento como esos olvidos que una insiste en volver a reclamar…

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