El astronauta enamorado Autor: Eva María Rodríguez Valores: Amor, amistad, alegría, comprensión. Había una vez un astronauta que viajaba por el espacio en su pequeña nave espacial. Llevaba tanto tiempo surcando el universo que ya no recordaba el camino a casa. Un día, el astronauta encontró un planeta azul, como la Tierra, aunque muchísimo más pequeño. Cuál fue su sorpresa al descubrir que allí vivía alguien. Se trataba de una hermosa alienígena, de color rosa y oro, que cantaba junto a una fuente una hermosa canción. El astronauta se acercó con cuidado, se quitó el casco y, al ver que podía respirar, le dijo a la hermosa alienígena: -Hola, no se asustes. ¿Entiendes mi idioma? La alienígena le respondió haciendo una raros ruiditos. Sin embargo, el astronauta lo entendió perfectamente. -Tranquilo, veo en tu corazón que vienes en son de paz -dijo ella-. ¿Quieres agua de la fuente? -Por supuesto, gracias -dijo el astronauta-. ¿Puedes seguir cantanto? No sé por qué, oírte me llena de felicidad. La alienígena siguió cantando mientras el astronauta bebía agua de la fuente. Tras varias horas, la alienígena le dijo: -Tengo que irme. Gracias por tu compañía. Suerte en tu viaje. El astronauta, que se había quedado embobado mirándola mientras cantaba, no acertó a decir más que “gracias”. Cuando la alienígena se fue, el astronauta se subió a su nave dispuesta a volver a casa. Tenía que contarle a todos que había encontrado vida en un planeta en el había aire respirable y agua potable.
Pero había algo que le oprimía el pecho y un extraño movimiento en su barriga que no le dejaron marchar. -Dormiré un poco en este planeta, a ver si se me pasa -pensó el astronauta. Horas después, el astronauta se despertó con el bello canto de la alienígena. Sin pensarlo, el astronauta salió corriendo de la nave y fue a verla. -Creí que ya no te vería más -dijo él-. ¡Es tan grande la alegría que siento! Ella miró al astronauta a los ojos y, entonces, él comprendió lo que le pasaba. Se había enamorado perdidamente de ella. -¡Cásate conmigo! -le dijo él-. Y no tendremos que estar solo nunca más. -No es posible, joven humano -dijo ella. -¿Por qué? -preguntó él-. ¿Es porque no somos iguales? ¿Por qué soy de otra especie? -No, no es por eso -dijo ella-. Es que yo no siento nada por ti. El amor es un camino de dos vías. Pero aprecio tu amistad y tu compañía. El astronauta se marchó sin contestar, muy airado por la respuesta. Pero tras varias horas se dio cuenta de su error y volvió a ver a la alienígena. -Perdona, he sido un grosero -dijo el astronauta-. Hace tanto tiempo que viajo solo… -Te entiendo -dijo la alienígena-. Puedes quedarte el tiempo que quieras. Yo cantaré para ti. Es agradable tener a alguien que escuche y aprecie mi canto. Y allí se quedó el astronauta, escuchando a la hermosa alienígena de color rosa y oro y bebiendo de la fuente el agua más pura y cristalina que jamás nadie ha visto. Y fueron felices, como amigos, para siempre.