DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO 29 de octubre de 2.006
Sólo Jesús puede devolvernos la vista El pueblo de Israel y Bartimeo viven una experiencia de salvación, simbolizada en la curación de la ceguera. Ambos tendrán que responder, ponerse en camino y acoger la promesa que le habla de restauración y de curación. Bartimeo representa también la ceguera de los discípulos después de todas las catequesis de Jesús durante el camino hacia Jerusalén. También el Señor nos invita a descubrir nuestras cegueras y así seguirle por el camino como lo hizo el ciego. “Dar la vista a los ciegos” es parte del texto de Isaías que usa Jesús al principio de su predicación en su pueblo natal de Nazaret para explicar su misión. Lc 4,16-30. Todos sabemos de la influencia de este texto en la vida misionera del Padre Claret (Aut 118). Esta ha sido también la tarea de tanto misioneros claretianos que ha tenido como lema de su ministerio sanar a los contritos de corazón. ¡Qué alegría volver a la propia patria, a las raíces después de años en el extranjero como emigrantes y trabajadores! En Israel la alegría se desborda ya que volvían del destierro donde habían sido deportados y tratado como servidores y esclavos; todo esto lo hace su Dios por pura gratuidad y amor. Entre los que vuelven están los más desfavorecidos y los más indefensos: ciegos, cojos, preñadas y recién paridas. Se marcharon llorando, vuelven con la alegría del que vuelve a
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casa y a los suyos. Israel va a ser tratado como un hijo repatriados; por eso su tristeza se convierte en gozo y les parece que están soñando; de ahí la alegría que canta su boca y la risa que les llena toda la cara (Salmo 125) Señor, que vea El camino hacia Jerusalén está siendo la escuela para los discípulos. El Maestro les ha anunciado por tres veces su pasión y resurrección; les ha enseñado que el seguimiento implica dar la vida, ponerse en el último lugar, optar por el servicio...pero ellos no han entendido la enseñanza de Jesús, parecen estar ciegos y persiguen lo contrario de lo que el Señor les propone. Para los primeros cristianos el verbo “ver” no solo significa la mera visión física. Expresaba la experiencia del encuentro personal con Jesús resucitado (Jn 20,18). Por tanto no es difícil ver la semejanza entre los discípulos y el ciego Bartimeo. El mendigo está sentado junto al camino; su falta de visión le imposibilita seguir al maestro “por el camino”. Los discípulos siguen físicamente a Jesús, pero en realidad no entienden, están al borde. El centro del relato es el encuentro del ciego con Jesús. Bartimeo al saberse llamado deja lo poco que tiene, el manto, y se acerca. El mendigo ciego sólo pide luz; cuando Jesús le concede ver, se coloca detrás del Maestro y le sigue hacia Jerusalén. Mientras los demás suben a la ciudad santa sin conocer a Jesús, Bartimeo se ha convertido en modelo de discípulo.
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Marcos eligió este relato porque vio en él una especie de parábola con la que enseñar a la comunidad una cosa muy importante: ponerse en el lugar último, hacerse servidor y esclavo de todos, perder la vida... es una tarea casi imposible para el ser humano, pero no para Dios. Ser discípulo no es fruto de una conquista, es un don.
Todos podemos vernos reflejados en el relato de Marcos que hemos leído. La historia de Bartimeo es también nuestra propia historia. Sabemos, como este mendigo, que sólo Jesús puede devolvernos la vista y hacer que le sigamos por el camino. Nuestra principal ceguera es creer que sólo existe lo que alcanzamos a ver con nuestros sentidos. Hay una realidad profunda: la paternidad de Dios y la situación de desigualdad que vive la humanidad. Gente que vive en condiciones infrahumanas; gente que al revés de Israel, salen de sus propios países buscando medios mejores de vida; gente que arriesga su vida en caminatas interminables huyendo del hambre o de la violencia. Nosotros los que tenemos muchas cosas aseguradas cerramos los ojos para no ver lo que nos desasosiega. La otra ceguera es querer organizar nuestra vida individualmente sin ninguna referencia más allá de la satisfacción inmediata en el vivir cotidiano y del tener más para que no falte. Cuando compartimos nos sentimos mejor, pero nuestros miedos a que se nos rompa la felicidad nos hace egoístas e independientes. Prescindimos de Dios porque nos da miedo la luz; preferimos que reine la penumbra para seguir instalados en la mediocridad. La Palabra de Dios ha dejado al descubierto nuestras cegueras. En la Eucaristía de hoy, como aquel mendigo ciego, gritamos a Jesús que nos devuelva la vista: Libra mis ojos de la muerte, Dales la luz que es su destino, Yo, como el ciego del camino, Pido un milagro para verte.
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DIOS HABLA Lectura del Profeta Jeremías 31,7-9 Esto dice el Señor: ¡Gritad de gozo por Jacob, aclamad a la primera de las naciones! ¡Publicad, alabad, decid: El Señor ha librado a su pueblo, al resto de Israel! Yo los traigo de la tierra del norte y los congrego de los extremos de la tierra; están todos: el cojo y el ciego, la embarazada y la parturienta, una gran multitud que vuelve aquí. Entre lágrimas habían partido, entre consuelos los devuelvo junto a los arroyos de las aguas, por un camino llano, donde no dan traspiés. Pues soy un padre para Israel, Efraín es mi primogénito. Comentario: El capítulo 31 de Jeremías, junto al anterior, constituye uno de los más importantes de su obra profética, representa el punto culminante en su mensaje de esperanza. Se le ha denominado técnicamente «el libro de la consolación». Veamos su contenido teológico. Dios hace al inicio del capitulo una declaración de alianza; anuncia, Él mismo, en primera persona -no bajo la imagen de ningún mensajero-, que será el Dios de todas las familias de Israel, y ellos serán su pueblo. Por eso, Él no puede seguir insensible al clamor de su pueblo, que sufre la lejanía del destierro. Les asegura el retorno, la vuelta inminente; pero este nuevo éxodo se debe en exclusiva al amor de Yahvé: «Con amor eterno te he amado, por eso he prolongado mi fidelidad hacia ti» (31,3). Los versos que hoy proclamamos son una invitación gozosa a la alegría desbordada porque el amor de Dios va a realizar prodigios: «El Señor ha salvado a su pueblo». Una gran multitud retorna, marcada por los signos del sufrimiento: cojos y ciegos, también preñadas y paridas. Estos indicios muestran cuán dura y difícil será la marcha por el desierto, pero el Señor los va a conducir entre consuelos, por un camino llano. Ya se acabaron las lágrimas y el llanto. La razón profunda de tanta bondad, la ofrece el Señor al final de la perícopa: «Seré para Israel un padre, y Efraím para mí mi primogénito». Se retoman los términos de la alianza inicial, pero esta vez, no formulados de manera genérica, sino dichos en la relación íntima, como sólo pueden ser invocados dentro del clima de gozoso amor entre Padre e hijo. Lectura de la carta a los Hebreos 5,1-6 Porque todo sacerdote es elegido de entre los hombres para representar a los hombres ante Dios y ofrecer dones y sacrificios por los pecados, siendo capaz de mostrarse comprensivo con los ignorantes y extraviados, ya que también él está rodeado de debilidad; por esta razón debe ofrecer sacrificios por sus pecados, así como lo hace por los del pueblo. Y nadie puede arrogarse este honor si no es llamado por Dios, como Aarón. Así también Cristo no se atribuyó la gloria de constituirse sumo sacerdote, sino que la recibió de aquel que
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le dijo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Como dice también en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec. Comentario: En este pasaje la carta destaca algunos rasgos de Cristo, contemplado como sumo sacerdote. Para ello, como es costumbre lo largo del escrito, verifica una serie de paralelismos con figuras del Antiguo Testamento. En el amplio horizonte de las semejanzas se recorta con nitidez la silueta de Cristo. El sumo sacerdote judío era tomado de entre los hombres, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Era un miembro oriundo del pueblo, se encontraba en íntima solidaridad con los suyos. Por eso puede comprender a los ignorante y extraviados. Las analogías, en este punto, resultan evidentes. Asimismo Cristo, solidario con nosotros, nos conoce y nos auxilia. Pero las diferencias, al mismo tiempo, son notables y múltiples. El pasaje resalta algunas: Cristo no tiene que ofrecer sacrificios por los propios pecados como el sumo sacerdote del Antiguo Testamento-, porque Él no ha sucumbido al pecado. Los rituales veterotestamentarios a los que debía someterse el sumo sacerdote -de alejamiento y segregación- le mantenían al margen del pueblo, como un ser extraño, encumbrado en la distante dignidad de su sacerdocio. La consagración sacerdotal de Cristo, -la carta a los Hebreos la designa técnicamente con la palabra griega «teleiosis»-, es decir, su muerte y resurrección, le han acercado aun más al pueblo. Además Cristo, como Hijo de Dios e Hijo del hombre, es perfecto sumo sacerdote. Como Hijo de Dios está esencialmente unido a Dios; como Hijo del hombre está en íntima comunión con todos nosotros, hombres mortales. La unión es total e inescindible ¿Quién la va a romper? Cristo es, en efecto, nuestro «pontífice», a saber etimológicamente-, el hacedor de un puente entre Dios y los hombres, el que une y acerca las dos orillas. Mire por donde se mire, el logro final para nosotros es óptimo; las perspectivas pueden incluso ser ampliadas y contempladas con parecidas consecuencias, resulta a todas luces que los cristianos no tenemos que mirar con nostalgia los cultos antiguos sino admirar con creciente satisfacción la grandeza del sacerdocio de Cristo, nuestro perfecto sumo sacerdote, es decir, digno de crédito y misericordioso. Del Evangelio de San Marcos 10,46-52 Fueron a Jericó. Y al salir de Jericó con sus discípulos y mucha gente, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al oír que pasaba Jesús el nazareno comenzó a gritar: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!». La gente le reprendía para que se callase, pero él gritaba con más fuerza: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo y dijo: «¡Llamadlo!». Y llamaron al ciego diciéndole: «¡Ánimo! Levántate,
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que te llama». Él, tirando su manto, saltó y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego respondió: «Maestro, que vuelva a ver». Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado». Inmediatamente recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino. Comentario: Jesús atraviesa Jericó, la ciudad de las palmeras, ya muy cerca de Jerusalén, meta de su camino, concretamente a una jornada de duro camino de subida hacia Jerusalén, por el desierto de Judá. La curación del ciego es el último milagro narrado por Marcos antes de llegar a Jerusalén. Sus discípulos no han sido capaces de comprender, es decir, de abrir sus ojos al anuncio repetido de la pasión; se han comportado como ciegos contumaces. Además, Jesús se ve sometido a diversas pruebas y padece algunas negativas. Los fariseos le someten a la tentación, el rico se marcha triste y pesaroso, incapaz del seguimiento radical de Jesús. Este último milagro se articula como una llave de comprensión dentro de la estructura del evangelio. El ciego, a pesar de las insistencias para que se calle, muestra su valiente fe en Jesús, el hijo de David. Con su entusiasmo preludia el recibimiento de la gente humilde en la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén; el pueblo lo aclamaba con parecidas palabras: «Bendito el reino de David, nuestro padre»! (11,10). El ciego no cree en un mesianismo político, sino en un mesianismo de compasión y de misericordia, capaz de condolerse y de hacer el bien. Y el ciego está delante de Jesús pidiendo a gritos su misericordia. La pregunta de Jesús resulta obvia pero no simple, hace descubrir ulteriores dimensiones. No debiera entenderse nunca su fuerza curativa como una obra de magia o de mecánicos resortes, sino como la consecuencia profunda de un encuentro personal, entre un yo y un tú, entre Jesús y un ciego: «¿Qué quieres que haga por ti?» . El ciego sólo desea ver. Y Jesús le abre los ojos del cuerpo y del alma, le confirma en su fe (« tu fe te ha salvado»). El texto evangélico juega deliberadamente con la palabra «camino». Hay que señalar que nuestro pasaje se encuentra situado al final de la llamada sección del «camino» de Lucas El ciego curado le sigue por el camino. Se desprende del relato que la fe en Jesús es la condición requerida por Jesús a fin de poder ser discípulo. Sin fe en Jesús es imposible la marcha; nos convertimos en inútiles discípulos, objetos inertes, en ciegos arrumbados en la cuneta del camino. El ciego que recobra la vista es ejemplo para todos los discípulos. Además, hay que situar el pasaje como paso previo a la muerte de Jesús: el ciego encarna la actitud adecuada a fin de poder contemplar los acontecimientos luctuosos de la próxima pasión, sin escandalizarse, sin huir ni abandonar a Jesús, sino acompañándolo lúcidamente, con fe, por el duro camino hasta el Calvario.
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LA MISA DE HOY SALUDO Que Jesús, nuestro camino y nuestra salvación, esté con todos vosotros. MONICIÓN DE ENTRADA Nos acercamos al final del octubre misionero que venimos celebrando. A lo largo del mismo hemos tratado de dinamizar nuestra vocación cristiana a la santidad, que, como tal, es vocación misionera. El domingo anterior –domingo del Domund- nos abría a la dimensión universal de la misión de la Iglesia de la que todos formamos parte. La fiesta de San Antonio Mª Claret nos recordaba su celo apostólico y su ideal misionero, encender a todo el mundo en el fuego del divino amor, y nos urgía a pedir su mismo espíritu. Siempre es tiempo de vivir lo que creemos, siempre es tiempo de misión que lleve la luz al corazón del hombre. Estamos aquí ante Jesús, y estamos como los ciegos, los cojos y los enfermos del evangelio, que sabían que Jesús podía curarles y darles ánimo y esperanza para vivir. Que esta eucaristía nos ilumine y encienda y nos lleve a ser luz para los demás. ACTO PENITENCIAL En silencio, dejemos que Jesús nos llene con su bondad. - Tú, que eres nuestra luz. SEÑOR, TEN PIEDAD. - Tú, que eres nuestra paz. CRISTO, TEN PIEDAD. - Tú, que eres nuestra alegría. SEÑOR, TEN PIEDAD.
Dios, Padre del amor y del consuelo, concédenos por tu misericordia el perdón de nuestros pecados. Te lo pedimos por JCNS. MONICIÓN A LAS LECTURAS Escuchemos una gozosa profecía. El profeta ve como el pueblo de Israel, abandonado y dispersado, se volverá a reunir un día en torno al Señor. Y, en ese pueblo reunido, los más débiles tendrán los primeros lugares. Nosotros vemos en esta profecía un anuncio de lo que hará Jesús. Unámonos a las palabras del salmo para cantar la alegría del pueblo de Israel que vuelve a su tierra. Es también nuestra alegría por la salvación que el Señor nos da. Escuchemos ahora las palabras solemnes de la carta a los cristianos de raza hebrea. Jesucristo es nuestro sacerdote, nuestro camino hacia Dios. Hay una clase de ceguera que le impide al hombre ver la realidad de su entorno. Esta es la ceguera física. Otra, y ésta es más grave, es aquella que le impide verse a sí mismo y ver el sentido que Dios ha querido para su vida. Ésta
ceguera sólo se cura con la luz de la fe. El que así es iluminado se convierte en testigo y misionero de la luz.
ORACIÓN DE LOS FIELES Como Bartimeo, el ciego del evangelio, también nosotros nos acercamos a Jesús y le pedimos que tenga compasión. Con fe y confianza, le decimos: JESÚS, HIJO DE DAVID, ESCÚCHANOS. 1. Por los ciegos, por los inválidos, por todos los que sufren alguna disminución. Oremos unidos. 2. Por las personas y las organizaciones que trabajan al servicio de los enfermos y los disminuidos. Oremos unidos. 3. Por los que viven sin luz ni esperanza. Oremos unidos. 4. Por los pueblos de África, marcados por el hambre y por guerras interminables. Oremos unidos. 5. Por las personas que trabajan al servicio de los más pobres y que luchan por un mundo más justo. Oremos unidos. 6. Por todos los hombres y mujeres de buena voluntad que aún no creen en Jesucristo. Oremos unidos. 7. Por todos los que en este domingo, en el mundo entero, nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía. Oremos unidos. Escucha, Señor Jesús, nuestras peticiones. Danos tu mano, danos tu luz. Y haz que, como el ciego de Jericó, te sigamos siempre en tu camino. Tú que vives y reinas... PRESENTACIÓN DE LAS OFRENDAS * Como cada día en la Eucaristía, te presentamos, Señor, este pan y este vino para que Tú lo conviertas en el Cuerpo y en la Sangre de tu Hijo, que se convierte así en comida y en bebida para cada de nosotros. * Necesitamos verte, por eso traemos al altar hoy esta imagen Cristo: es una persona abandonada por todos, menos por tu amor. Haz que seamos capaces de verte en el hermano que sufre. * La cruz que ahora presentamos quiere simbolizar el espíritu misionero de todos y cada de nosotros. Queremos ser anunciadores de la Palabra que salva de tantos males. PADRENUESTRO Jesús nos ha abierto los ojos y nos ha mostrado el camino que conduce al Padre. Por eso ahora, siguiendo su enseñanza, nos atrevemos a decir: Padre nuestro… Sugerencias Podemos colocar unas gafas oscuras como símbolo de nuestra ceguera, y unos prismáticos, porque queremos ver más allá de lo que alcanza nuestra vista. - Cántico de entrada: Vienen con alegría. - Prefacio dominical X y Plegaria Eucarística III. - Canto de comunión: Una espiga dorada por el sol. - Avisar los horarios de los días 1 y 2 de noviembre. - Canto final: El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Parroquias Claretianas.
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