Este lunes estuve en la plaza de toros de las Ventas viendo una novillada. Un amigo mío ese mismo día por la mañana me invitó a presenciarla y yo tras meditarlo un buen rato, acepté. A mi amigo le impresionó que me lo pensara tanto pero es que tengo mis razones. Porque en definitiva pienso que los toros al igual que la vida, son una tremenda contradicción. Por un lado había una parte dentro de mí, que me decía que era un espectáculo bochornoso donde se mata un animal (soy un firme defensor de los animales). Ya sabéis el famoso eslogan: “la tortura: ni arte ni cultura”. Y por otro lado tenía en mí la sensación de mucha hipocresía. Demasiada hipocresía. Algo así como una serie de personas que te dicen, esto es una tortura y me quejo y me manifiesto para que lo prohíban, pero esto otro (que es mucho peor) no lo es. Lo que quiero decir es que esta gente que se despelota delante de la (realmente bonita) plaza de las Ventas y se llena de kétchup las tetas y el cimbel mientras que los viejos que miran se acoplan el babero, son los mismos que acto seguido entran en una cadena de comida rápida donde sirven vaca, cerdo y pollo, cuya vida no ha sido precisamente el paraíso del amor y respeto a los animales que ellos tan chupi guay osea, reivindican. Han vivido hacinados por miles con veinticuatro horas de luz para que se crean que es de día y coman más, no han andado más de un metro desde que nacieron ya que están en unas jaulas en las que a duras penas les cabe el culo, han visto la luz del sol en pintura, comen un motón de piensos rellenos de toda clase de porquerías para engordar, y luego por ejemplo a los pollos les quitan el pico y les despluman vivos antes de pasar por la trituradora. Además, están modificados genéticamente para tener alas más pequeñas y extremidades más cortas para ser bichos rellenos de grasa. Pero realmente, los bestias somos los demás. Son esos que crían toros como si fueran sus hijos. Animales que se pasan toda su vida al aire libre en el campo, pegándose la vida padre, comiendo de donde quieren y montándose de vez en cuando una buena vaca. Viven salvajemente sin ningún tipo de tratamiento artificial y con veterinarios especializados en ellos. Porque seamos sinceros, si no fuese por el toreo ya se habrían extinguido. Al igual que pasa con el burro ibérico, pero a estos lo del burro se la refanfinfla. De todas maneras yo no soy taurino. Entiendo de sobra que hay gente que no le guste para nada y le parezca sangriento y deplorable. Pero yo si fuera animal, quiero decir, más animal preferiría sin lugar a dudas morir como un toro habiéndome dado una buena vida y morir luchando, tratando de matar a mi matador y pudiendo conseguir un indulto, que morir hacinado siendo carne de de idiotas que jamás piensan las cosas y que las defienden porque es la moda y lo políticamente correcto. Yo no entiendo mucho de toreo, solo lo que mis abuelos me inculcaron, pero sí que eliminaría ciertas cosas y haría que fuese un arte donde no se mermaran tanto las fuerzas del toro y donde el torero tuviera que darlo todo para conseguir dominar a la
bestia. Aunque ahora que lo pienso, si es así será por algo. Pero creo que hay que cuidar más aún al animal. Entonces: ¿taurino? ¿antitaurino? ¿Por qué etiquetarse? Prefiero estar al lado de los que defienden la reflexión. Ahí estoy yo.