AÑO 1 No. 4 30/07/08
$15.00
J. L. Gómez
Ezkide
Luis Ernesto González
· Bernardo Marcellin
Rachid
Amalia Cecilia Alanís
Josué Fragoso
· · ·
Ulises Nájera
Frida Varinia
Yamel
LUa (LF.N.Z)
Magdalena Espinoza
Eduardo Carrera
Alejandro Hernández
Tanya de Fonz
· · · · ··
Juan Fco. García Reynoso
··
Víctor Villela
Salvador Rojas
· · · ·
Martha Laredo
Directorio Director General: Juan Francisco García Redacción: Héctor Cervantes Difusión y Prensa: Magdalena Espinoza y Alejandro Hernández Administración: Yazmín Carmona Ilustraciones: Ezkide Diseño y Formación: Carlos Diaz Consejo Editorial: Leonardo Compañ, Salvador García, Luis Ernesto Gonzáles, Soledad Jiménez, José Carlos Ruiz y Frida Varinia Agradecemos el apoyo y la colaboración en este número de Erika Téllez
Ezkide, Acrilico sobre tela
Delirio Controlado es una revista cuatrimestral, publicada por el Consejo del Centauro, Priv. Caudillo del Sur No. 8 Col. Ampliación Chipitlán, Cuernavaca, Mor. C.P. 62070
[email protected] “El contenido de los textos es responsabilidad de los autores” Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos de Delirio Cotrolado sin autorización expresa de los editores. Tiraje de 1000 ejemplares.
Miedo
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Basta
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Del ruido del apantle nacimos
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Vals negro
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Dinámica
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Con mis alas de papel
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De casa en cuarto
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Dream of me
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Nonna
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Martha Laredo Salvador Rojas Juan Fco. García Reynoso Ulises Nájera
Luis Ernesto González Víctor Villela Eduardo Carrera Tanya de Fonz LUa (LF.N.Z)
Frida Varinia
Así es ella
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La mala entraña
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Obra gráfica
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Monoloquio o instrucciones para dejar de llover...
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Beatles y extraterrestres
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Los enamorados
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Arrastrando la pluma
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El guitarrazo
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Yolocuautlis
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Editorial
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Amalia Cecilia Alanís J. L. Gómez Ezkide
Josué Fragoso
Alejandro Hernández Magdalena Espinoza Yamel
Bernardo Marcellin Rachid
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Miedo Martha Laredo
Galopa, aúlla, serpentea / aprieta, se enreda en el pecho / viene desde abajo, eternamente viene. Detener el torrente que sube / el silencio, el golpe de repente / encontrar la fisura que lo absorba / o a la conciencia / el miedo es una gota que la llena. Detener el instante odiado / la caída, lo cansado. El miedo es del perdido / del violado / la lucidez del loco en un segundo perder lo más amado no encontrarse jamás y nunca ser buscado.
9 Salvador Rojas
Tu arribo trajo la calidez, inspiró los ojos cerrados y el fulgor de la nostalgia. Al irte apenas dejas una duda en la mirada continua: ¿qué parte de la ausencia brilla sin ti?: según veo, una pregunta basta para abrir la noche.
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Basta Juan Fco. García Reynoso
Basta, debajo de esa piel, muy adentro donde dormitan neblinas pasado y ausencia, me encuentro indagando donde sólo hay nada. Cuerpo hermoso de oscuro interior. Basta. Deja que me adentre sin permiso en tu ser. Deja de llorar y joder. Deja de abrir la boca y entregarte al terror.
Deja, tan sólo deja que te joda mujer de hielo. Cierra los ojos y piérdete en mí, en mi odio, en mi frustración. Deja que nos arrastre la pasión el amor el deseo la esperanza… Basta por favor.
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Ulises Nájera Del ruido del apantle nacimos, de los ríos del espíritu grabado en hojas, de la chicharra infinita y oscura del aire, del sonido constante de nuestro universo. No construimos puentes ni rezos, construimos tecorrales. Montones de letras de piedra que alojan cuijis y alacranes, que nos detienen el corazón para que no se vaya rodando. La materia prima es el barro, las más sencillas oquedades, el agua que flota en el aire y el dios que vuela papalotes en la lengua. Eso fecundamos apenas: una canción de tlalzahuate, un elemental grano de atocle que apilará adobes en nuestros ojos, una enredadera vaporizada en la piel del viento de los cerros. Un murmullo danza en mi alma. Un aliento estalla gestos en mi cuerpo. Me disuelvo en negro, me desintegro.
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Vals negro Luis Ernesto González Saliste en tu escoba, un, dos, tres, vals negro... Saliste en tu escoba y te le perdiste, y te le perdiste porque no querías que te viera triste. La Luna buscaba, un, dos, tres, vals negro... La Luna buscaba tu vientre en las runas, tu vientre en las runas que él había cifrado en tu luz desnuda. Era noche clara pero oscurecía si el velo de nubes así lo quería. Volabas tan sola pero enamorada. Tu visión entera en él se aclaraba. Las nubes jugaban, un, dos, tres, vals negro... Las nubes jugaban a sumar más nubes, a sumar más nubes en un escenario desolado, lúgubre.
Un planto infinito, un, dos, tres, vals negro... Un planto infinito confunde tu manto, confunde tu manto con falsa tiniebla y falaz espanto. Era noche clara pero oscurecía si el velo de nubes así lo quería. Volabas tan sola pero enamorada. Tu visión entera en él se aclaraba. Volviste en tu escoba, un, dos, tres, vals negro... Volviste en tu escoba cuando descubriste, cuando descubriste, bruja en su ventana, que en ti amaneciste. Eras nuevo día un, dos tres, vals claro... Eras nuevo día y para él ya eras, y para él ya eras runa florecida bajo nubes negras.
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Dinámica * Víctor Villela Abre las letras y cierra el miedo. Aquí te voy a dar de comer. Cada palabra, cada pensamiento, cada sentimiento, es una persona o un animal, según sea elevada o baja * Poema del libro Abrir las letras, en ti Centro de Estudios Universitarios Londres, la expresión. México, 1999.Cortesía del autor. Cada elemento cada cosa que existe en el espacio tiene un guardián (su dios, los griegos y las culturas animistas; su demonio o su santo, según el cristianismo). Tú estás hecho de muchos, entre los que pueden estar varios sabios y algunos cobardes. Cierra el miedo. Esto es algo que puede atemorizar. Por eso el Verbo de Dios pudo hacerse carne.
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Con mis alas de papel * Eduardo Carrera Quisiera ser mariposa para posarme en la flor; bebería su color de una forma caprichosa. En noches calmas y bellas ser luciérnaga quisiera que al volar mi luz creciera derramándose en estrellas. Quisiera ser libre y ágil como el pájaro que canta que en su trino se agiganta y en el vuelo es pluma frágil. Pero soy un papalote con mis alas de papel; amarrado de un cordel apenas resisto a flote.
* Poema del libro Universo de palabras, Ediciones el naranjo, México, 2007. Cortesía del autor.
Tanya de Fonz De casa en cuarto de habitación en desván de altos a bajos de áticos a golfas de piso de tierra a mármol de ojos de gato a ojos de lince del tiempo que se divide y de los espacios vacíos que tienden a extenderse. De los que queríamos de los que aún queremos y aquí siguen de cómo entender la vida si esta, con dolores o pronto, nos deja. (De mudarse)
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Dream of me LUa (LF.N.Z)
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Se preguntaba qué hacia allí, caminando sola en la oscuridad. Intentaba seguir pero la sensación de estar siendo acechada la obligaba a mirar con cada vez más insistencia a sus espaldas. Persistía, con las voces asiduamente más audibles, pero con un eco que dificultaba el entendimiento de aquellas palabras. Vestida de un negro impenetrable, enemistada con las pocas luces que habitaban la calle, deambulaba entre sombras olvidadas... –¿Es que soy real?– se preguntaba –¿Esta emoción me pertenece?– pero ni siquiera la fría humedad le ayudaba a contestar. Seguía caminando, con la fuerza sobrehumana que impulsaba sus piernas: –¿Acaso tengo prisa? ¿Es que acaso alguien me espera?– pensaba. Entonces detuvo el paso, miró una última vez hacia atrás... Un suspiro le hizo notar la falta de vida en su interior, pero sólo caminó, sin percatarse de su falta de rostro, de sus desaparecidas manos, de cómo su cuerpo se mezclaba con el viento, dejando al desnudo nada más que su confusa meditación...pero sólo caminó...sin llegar a ningún lado, sin lamentarse más... Abrió los ojos entonces, claramente sobresaltada, miró alrededor y notó a su madre sentada a su lado. –¿Es ese sueño de nuevo? ¿el que atormenta tu dormir?, ¿la dama negra?– preguntó con tono gentil a su hija. –Si, esa pesadilla de nuevo– respondió la pequeña...
Nonna Frida Varinia
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María Blunno, argentina de nacimiento y mexicana por adopción, se desarrolló profesionalmente como actriz, directora de teatro, académica e investigadora. En este último aspecto, su libro El reto del límite, inédito, forma parte de la investigación que por espacio de once años dedicó al teatro campesino morelense y la integró a la historia y cultura del estado. Ahora, con Nonnadía, inicia su diálogo con los lectores mediante una obra narrativa. 2
Blunno, María, Nonnadía, México, ICM, 2006, (Molino de Viento, narrativa).
a María Blunno1 Inmemoriam Nonnadíaz es una obra de finísima costura; de una trama única, que se va anudando poco a poco; pausa de silencio y descanso de la memoria para dejar pasar el viento y correr el tiempo. Un tejido zigzagueante a dos voces, va construyendo y reconstruyendo un discurso autobiográfico; pero también como una araña va tejiendo y destejiendo lo vivido. Recuerdos no lineales ni crónicos, sino destellos, episodios. Memoria compartida sobre el espejo, sobre los sueños, los puentes, sobre la genealogía y sobre la línea matriarcal de la Nonna: símbolo y pilar (tierra-mujer, patria-identidad, madre y raíz). Todas en su corazón albergan un exilio, han sido “robadas por la gitana”. Hay que volver a nacer, superar el naufragio, recuperar el habla, el aliento; pronunciar el mundo, el lenguaje de nuevo. Recuperar el patio y cumplir el mandato de las palabras que son destino y hornear una misma su silencio. Cambiar una y otra vez, de casa, de país, de mundo, de aromas: “Era como estar cambiando de piel, muy lentamente, y que las cosas empezaran a oler de otra forma, a saber diferente, como si mi nombre tuviera que sonar distinto y mi voz cambiar su registro”. Sí. “Abandonar..., para pertenecer”. La suma de los asilos, ese dolor de raíz clavado en el corazón de una trasterrada, te acompaña siempre, como enfermedad crónica, que sólo la nostalgia y la lluvia alivian de vez en cuando. Hay un tiempo que no se precisa en ninguna coordenada, ni tampoco responde a una determinada geografía. Un tiempo interior y secreto que sólo respira por la herida. Transcurre, es cierto, pasa como agua de río, es cierto. Un tiempo que regresa sobre nuestros pasos, sobre nuestra circulación de sangre y vida. Ése es el tiempo de Nonnadía. No es el diálogo fantasmagórico con la abuela, es el diálogo-monólogo de espejos que hablan; de paredes que oyen, de infancias que lloran, de mujeres en el umbral y de ojos que miran por distintas ventanas. Una sagitaria, que observa, percibe, que en su propio fuego se incendia pero que siempre sale adelante, fugitiva, una flecha en llamas hacia las estrellas.
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Así es ella Amalia Cecilia Alanís Octubre, 2003
Llegué corriendo. Ahí estaba de espaldas, esperándome sentadito. Tal vez no escuchó mi voz cuando grité su nombre porque no se movió; me acerqué para saludarlo y tenía los ojos enrojecidos, mojados, con esa tristeza que sólo los seres sensibles reflejan, y que lo han de llevar por el más arduo de los senderos. Desde la muerte de mi hermana, un año atrás, como si las penas cambiaran las tonalidades del ser, el color de sus ojos se había intensificado y, como capas transparentes pero significativas, formaban la profundidad incalculable de un mar que en su fondo hunde todas las palabras, todas las imágenes. Nada pregunté y tampoco podía irme lejos para darle el espacio que necesitaba. Puse mi mano sobre su hombro, se
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levantó, me dio un beso en la mejilla y caminamos sin decir palabra hacia el estacionamiento del aeropuerto de la ciudad. Ya en el auto, para distraer las emociones, comencé la plática: —¡Caray, m'ijo!, la casa no está lejos pero de noche no veo más que sombras, y espero no confundir a un cristiano con un gato pues por esta carretera se atraviesan igual unos que otros; además, estos lentes salieron muy malos. —Ay tía, lo que está malo son tus ojos. Deberías de operarte como mi mamá. —¿Mis ojos? ¡ni pensarlo! Pero no te preocupes pues hay mucho tráfico e iré despacio. Ahora cuéntame, ¿cómo es que te pusiste así..., guapísimo? Tu madre no era bonita, aunque esos ojos ámbar y ese
modo que tenía obligaban a mi alma a descansar en ellos. ¿Sabes? No había persona que pudiera resistir su mirada y cuando hablaba, un brillo repetido salía de su boca. Explícame, por favor. No tuve que voltear a ver la cara de José, se sabía fiel impresión del misterio de la genética y sentí su sonrisa. Mas conociéndole y reconociendo en mi sobrino un espíritu noble de escasos diecisiete años, sus pupilas tan amarillas como el invierno representaban un remolino de dudas, dirigidas allá al horizonte donde nadie podía aclararlas. —Baja la velocidad, tía Astrid, está cruzando un tipo. —Sí, ya lo veo. La rapidez con que pasa y el viento dejan sólo sombras de un monje escondido entre cáscaras vaporosas. Pero, ¡mira! Una sorpresa seca, de esas que en un parpadeo sacuden el cuerpo, escinden los sentidos e inhiben la mente, detuvo el auto. Pasado el momento, la sorpresa había cobrado forma: entre las luces prendidas del coche un hueco negro más dominante que la noche se dibujaba enorme, inmóvil, de frente. Astrid, en su pobre intento de no perder la razón, buscó ayuda a través del espejo retrovisor pero los faros que venían detrás habían desaparecido como si un paño pesado, superpuesto, bloqueara toda esperanza; dispuesta a no ceder una y otra vez metía el acelerador, el freno, y de pronto soltó el volante: —José, la noche se tragó al mundo. Estamos solos. Es ella. Los viajeros, exactamente igual que un vegetal, parecían haber perdido el sentido del tiempo y la voluntad, mas su pensamiento generaba ideas con la intensidad de los condenados a muerte: “Tía,
no escuchaste mis súplicas y ella está allí; siento muy cerca su cuerpo y me entierra la mirada; estoy aquí junto, por favor, mis brazos, mis piernas, ella...!” “Sobrino, ¡por piedad, di algo!; no soporto saber tu cuerpo a mi lado y no escuchar qué sientes, qué piensas.” “Oigo ambulancias, seguramente hubo un accidente muy cerca, no, ya cesó, qué bueno; escucho murmullos que nada dicen y pasos que quiebran la hierba seca; ¿dónde estás?, ¡llévame contigo!” “Sobrino, me siento desvalida; inútilmente pataleo para quitarme de encima esta montaña y su insoportable espesura, su pie está sobre mi pecho, y las abejas..., deben ser un millón, el zumbido me ensordece y temo que busquen la miel en tus ojos.” “Mis ojos están abiertos, sí, pero no veo nada; mis oídos están alertas, sí, se acabó el ruido; sólo huelo la humedad de la tierra, ¡dios, es ella!. Mi cuerpo se desliza dentro de una masa de agua fría, ¿será el mar?” “José, José...” —Capitán, estos son los datos de la mujer. El joven no trae más documento que un boleto de avión procedente de Monterrey. —González, ya conoce el procedimiento; informe lo acontecido e indíqueles que uno de los cuerpos estará a disposición del Semefo; a la otra persona, llévenla a urgencias de la Cruz Roja. Sin cara, sin moverse, como si fuera ella quien diera las órdenes a los expertos rescatistas, dictaba cada movimiento: “¡Serruchen esa puerta; saquen con cuidado aquel cuerpo, ¡no!, así no, procuren sacarlo entero; revisen el auto, pongan todas las pertenencias en aquella bolsa, el pañuelo negro que cubre el espejo retrovisor, también; la grúa ya llegó; ya lo tengo; váyanse!”
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La mala entraña J. L. Gómez Creo que me es muy difícil, si no es que hasta imposible, diluir mi odio en el simple ademán de un desprecio elegante. Mi capacidad de odiar nace de una mala entraña que definitivamente poseo. No es un odio razonado ni dirigido hacia un objeto en particular sino una mera e incomprensible –a veces también incontrolable– necesidad de odiar algo. Cuando soy lo suficientemente fuerte para contener mis impulsos y mis iras, vuelco la mala entraña hacia mí mismo y entonces nadie se odia como yo lo hago. Las causas, cuando las hay, pueden ser de naturaleza variable: es como si un humor repulsivo se derramara en mis hígados y me colocara, simultáneamente, en el centro de un mundo, en el núcleo de una creación tan detestable como ese creador cuyo papel asumo al representármelo de esa manera. Entonces –consecuencia lógica– es natural que, puestas las cosas en este tenor, la gente sepa apartarse de mí, confusa y desconcertada. La costumbre ha sabido hacer de mis seres cercanos soportes duros y sufridos, tan odiosos como yo en ciertos momentos, lo cual me da motivo para odiar más aun y arrastrarme a mis propios abismos, hacia esa soledad ideal de que deseo rodearme sin finalidad concreta. A veces, creo que busco la soledad para ex-
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plotar mi genio, pero me río al pensar en la ridiculez de los posibles logros de un genio tan amargo. Es entonces cuando esa hiel clorhídrica de mi mala entraña se derrama en mis órganos sensibles y lastima, sulfura la piel y condensa lágrimas de azufre en mis pestañas. Llorar sería la forma natural de dar salida a estos humores enfermizos, pero... ¡no sé!, quizá la misma mala entraña me hace detestar el patetismo de las lágrimas y contener el llanto porque, viéndolo bien, podría resultar todavía más ridículo que el genio sulfúrico albergado en mi interior. Contenido, pues, el llanto, las lágrimas escurren dentro de mí, quemándome mientras recorren el camino de vuelta hacia esa mala entraña donde se almacenan para iniciar nuevamente el ciclo de una existencia que –empiezo a sospechar– sufro gozosamente en el silencio; sólo el ardor de mis ojos podría revelar, a quien sepa mirar con cuidado, el movimiento incesante de mis entrañas. Algo debo reconocerle al genio: su sinceridad y obstinación. Es obstinado porque ya debió haberse percatado de no tener futuro como poeta y, contra todo, sigue haciendo versos. ¿Malos? Sí, pero sinceros, los últimos que dejó a medias sobre el buró decían así:
Al igual que en los frutos de fibra dulce mi semilla es dura y lisa, impenetrable, oscura. Esconde la acidez de una entraña y sus brillos son amargos como el fango del sepulcro al doblar las campanas... Lo que sigue en el papel está tan mal escrito, literaria y caligráficamente, que he preferido omitirlo. Esto pasa muy a menudo, y cuando ocurre, me despierto fatigado, como si alguien me hubiera despertado a oscuras, guiando mi mano a escribir incoherencias hasta caer adormilada y con hastío. Curiosamente, suelo encontrar versos menos ácidos y hasta sospechosamente amorosos con bastante frecuencia. Mi genio es un enigma. A veces quisiera tomarlo de la garganta y hacerlo cantar, escupir y decir todo lo que tenga que decirme –catarsis creadora le dicen a eso, según entiendo–, pero mi madre tiene un tino increíble para ponerme a fregar los platos cuando estoy por arreglar cuentas con él. Esos momentos son muy, pero muy adecuados para el derrame de mi mala entraña, lo cual debe sonar cruelmente familiar a tantos genios atrapados en la contingencia de vida.
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Obra gráfica Ezkide
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Monoloquio o instrucciones para dejar de llover en día de siesta Josué Fragoso Si quiero llegar al otro extremo del horizonte, será necesario que yo digiera todos aquellos enormes merengues. Duvignaud, Duvignaud y Corbeau Las nubes se retuercen en su horario matutino. A cada paso el reloj me avisa de mis cálculos, es, por lo tanto, un marcapasos. Los cálculos no me dejan mentir: muchas lágrimas de nubes hacen un aguacero. Pero se necesita un poco de coherencia discursiva para alcanzar esta forma de expresión. Y el reloj vuelve a indicarme: es la hora de la siesta, del refrigerio, de tachar todos los días del calendario —estuve a punto de escribir “candelario” —y también de pronunciarlo— y hasta pudo haber quedado bien “candelabro”, e incluso “descalabro”; por último, “encabriolado”, que no tiene todavía un lugar entre las familias del diccionario… Después de esto, si fuera pluma el instrumento, escribiría que se me acabó la tinta, como eufemismo de la paciencia —como reemplazo de la creatividad —pero la era de la información acabó con las excusas… Y si la lluvia cesa es que los pretextos al menos fueron un buen consuelo para las nubes desconsoladas. Y si no cesa, entonces me veré en la necesidad de recurrir a otro papel, uno que no se deshaga, uno que no haga corto circuito con
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el agua, uno menos elaborado, más rudimentario, menos “encabriolado”… Esta es la definición que a usted puede servirle. Si quiere que algo sea menos —“menos esto”, “menos aquello”…— diga que lo quiere “encabriolado”. No se preocupe: ellas o ellos lo entenderán. Si no lo entienden, invéntese en el acto una definición. Propongo las siguientes: inciso a: “dícese cuando las nubes no paran de llorar”; inciso b: “que ya no cabe en mi bolsa porque se infló por la humedad”; inciso c: “que se refiere a los meses con más de cuatro semanas”. Si aún le faltan argumentos, puede usar cualquier otra palabra: “encabriolado” significa a todas ellas. Si esto no funciona, vaya al calendario —otra vez quise decir “candelario”—, vaya al calendario, tome un refrigerio, marque los días de siesta; no renuncie a su reloj: también sirve de marcapasos; úselo en horario matutino. Variante X [suprimir] …recuerda un día nublado… temprano y todo en movimiento… los carros enfilan hacia todas partes… habla, agita la mano, en otra dirección… en realidad simula, quiere provocar un cambio en otro sentido que los pasos, que el flujo de los carros, que los carros detenidos —simple-
mente moverse… agita la mano, el péndulo de los pasos abre y cierra el perfil, las llantas revolucionadas ponen movimiento al disco universal… recuerda el día nublado, temprano, y se mueve con todo lo demás… recuerda el pasar y detenerse… algo es ajeno, algo no viene al caso… Variante A Quizá encuentres consuelo en el almuerzo. No te molestes si el tenedor no brilla. A veces el servicio falla. Toma en cuenta las últimas devaluaciones, las crisis sexenales, la sinusitis del gato, el deshielo de los polos, el invierno que se extiende hasta la primavera. Seguramente has visto caer una manzana. Seguramente mañana cae el presidente. Si de pronto llueve, detente ahí donde veas correr el agua con más fuerza, haz un barco de papel, arma una tripulación de hormigas y ordénales que suban. No ignores la tristeza de los perros. No acuses sin pruebas a los gatos de indiferencia.
—Prueba este cigarro. —Creo que sabe a tierra. —¿Te parece? —Sí, ¿nunca has ido al parque a comer un puño? —No es mi costumbre. —Te lo recomiendo. Hazlo mañana a primera hora —A primera hora estoy en el quinto sueño. —Entonces compra un poco en el supermercado. —Prefiero ir al parque. —Te advierto que hay ratas en las jardineras. —¿Y? —No, nada más para que fueras prevenida. —Las ratas están por todos lados. —Tienes razón, pero en unos lugares más que en otros. —Sí, tienes razón. —Creo que estamos de acuerdo…
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Beatles y extraterrestres: un encuentro cercano Alejandro Hernández
¡Los marcianos llegaron ya! Y no precisamente bailando el cha-cha-chá, como aconteció en cierta canción, sino al ritmo de la música de los Beatles. Al menos eso es lo que afirman los entusiastas de una peculiar teoría aparecida en Internet que relaciona al popular grupo con los extraterrestres, la cual me atrevo a comentar. Me enteré que posiblemente hubo ETs en el cuarto de controles de los estudios de Abbey Road, manejando las consolas e incluso tocando instrumentos extraños y haciendo coros (me pregunto si también cobrando regalías). Determinadas grabaciones y portadas de los discos del célebre cuarteto así parecen indicarlo. La primera pista –se dice– la constituye el LP conocido como Sgt. Pepper (Sargento Pimienta), que tal vez sea el nombre de un comandante intergaláctico. Adviértase incluso la semejanza fonética de Sgt. Pepper con Sgt. Peeper, que podría traducirse como El Sargento Fisgón; y, ¿acaso fisgonear no es la actitud típica de un OVNI? En dicho LP, en la canción homónima se canta: Hace veinte años, el Sargento Pimienta le enseñó a tocar a la banda. Si re-
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trocedemos esos veinte años partiendo de la grabación del disco, tenemos... ¡1947!, el año en que supuestamente cayeron naves extraterrestres sobre Roswell, Nuevo México. El track 7, "Being for the benefit of Mr. Kite!" (A beneficio del Sr. Cometa) tal vez sea un velado homenaje a otro comandante estelar, y el título de "Lucy in the sky with diamonds" (Lucy en el cielo de diamantes) indicaría la forma y los destellos característicos de los “platillos voladores”. También pude averiguar que el álbum Magical mystery tour (Viaje mágico y misterioso) es el más pletórico de pistas, amén de las letras tan estrambóticas (¿acaso durante la grabación del disco se tocaron instrumentos musicales de fuera de este mundo?). En la propia portada vemos a los Beatles en actitud de tripular un artefacto volador. La misma canción "Volando" invita no solamente a un viaje psicodélico, sino tal vez a un paseo en OVNI. Y, por su parte, "The fool on the hill" (El tonto de la colina), se lee sospechosamente como The UFO on the hill, El OVNI de la colina. Pero la canción de factura alienígena por excelencia, continúa la fuente, es "I am
the walrus" (Yo soy la morsa), en donde Lennon afirma: “Yo soy el hombre-huevo”, y más adelante: “Mira cómo vuelan, como Lucy en el cielo”. ¿Quiénes?, ¿los “hombres-huevo”? Hacia el minuto dos parece escucharse una “voz” que dice: I saw a bright light! (Vi una luz brillante), célebre declaración de las personas contactadas o secuestradas por OVNIs. Si leemos I am the Roswell’s (Yo soy el de Roswell) en vez de I am the walrus, transliterando “walrus”, y lo relacionamos con el título de la pista previa, tenemos: “Tu madre debería saberlo: yo soy el de Roswell”. O sea: el hombre huevo, ¡el alien! Al final de la canción, se oye un coro inusitado cantando en un idioma quizás alienígeno: Oompah, oompah!... ¿De nuevo nuestros amiguitos? En la película Yellow Submarine (Submarino Amarillo) aparece un submarino volador. Los defensores del fenómeno OVNI juran haber visto naves misteriosas emergiendo del mar o merodeando los sitios elevados, y en la portada del disco vemos a los Beatles y al submarino amarillo
precisamente en la cima de una colina. Tuve la impresión de que tales afirmaciones eran mero choro, pero la computadora me asió delicadamente con sus bracitos y no me dejó saltar del asiento, así que seguí adelante. Leí entonces que la canción "All you need is love" (Todo lo que necesitas es amor) se grabó en ocasión de la puesta en órbita de un satélite, y que fue un evento televisado en vivo a nivel mundial, el marco perfecto para que el mensaje hippie-cósmico-alienígena por excelencia, el “haz el amor y no la guerra”, fuera visto y escuchado por millones de terrícolas. Toda esta teoría acerca de un grupo de música pop conviviendo con extraterrestres, viajando y colaborando con ellos para anunciar su presencia y su ideario al mundo, sonaba bastante pretenciosa. Por supuesto, tuve que “volar” hasta mi colección de discos para echarles un segundo vistazo y verificar tan escandalosas aseveraciones. Admito que tuve que darles la razón, pero seguían pareciéndome meras coincidencias o, en caso de que fueran alusiones premeditadas, todo podía ser parte de un juego... O quizás no.
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Provisto de mucha paciencia y tiempo libre...y de una generosa ración de nachos, por supuesto, quise saber si los mismos Beatles estuvieron interesados en el fenómeno OVNI, o si todo era una fantasía de algún fan sobreexpuesto a la música de los “Genios de Liverpool”. O, mejor aún, si el redactor de aquel estrambótico blog era un extraterrestre. Esto último jamás pude saberlo con seguridad, pero con respecto a mi primer deseo hallé que John Lennon contaba a principios de los años sesenta una historia supuestamente irónica acerca de que el nombre del grupo le había sido dado en una visión por un hombre en un pastelito flameante (Flaming Pie). De hecho, Paul McCartney grabó un disco titulado precisamente Flaming Pie, y el dibujo que ilustra el disco parece un platillo volador. Otra versión acerca del nombre del grupo dice que está inspirado en la estrella Betelgeuse de la constelación de Orión. Lo curioso es que Lennon grabó en 1968 una canción experimental, eliminada a última hora del “Álbum Blanco”, titulada "What’s the new, Mary Jane?" (¿Qué hay de nuevo, Mary Jane?) en la que canta: “Ella viene de Aldebarán”, y Aldebarán es una estrella cercana a Orión.1 Asimismo, se cuenta que John y Yoko anduvieron “cazando” OVNIS en Noruega en 1969. En 1974 Lennon tuvo realmente un encuentro cercano con un OVNI. Esto le sucedió en Nueva York, y su experiencia la cuenta en la funda del LP Walls and bridges (Muros y puentes). Se sabe también que estaba suscrito a la revista Flying Saucer (Platillo Volador) y que tenía cierta amistad con Uri Geller, un controvertido ufólogo. Incluso en dos de sus canciones, ya como solista, menciona a estas naves
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misteriosas. En "Out of the blue" (Repentinamente), del disco Mind games (Juegos mentales)2 dice: “Como un OVNI llegaste a mí, y te llevaste la miseria de mi vida”. Años más tarde, en Nobody told me (Nadie me dijo) cantaría: “Hay un OVNI sobre Nueva York y no estoy tan sorprendido”. Fue entonces cuando empecé a sorprenderme más. Por si fuera poco, en la portada del LP de Ringo Starr Goodnight Vienna (Buenas noches Viena) vemos al baterista descender de una nave espacial, y en el disco Vertical man (Hombre vertical), también de Ringo, vemos la cabeza ovalada de un extraterrestre... ¡De nuevo el “hombrehuevo”! Posiblemente Lennon indujo a los demás beatles a considerar la existencia de los OVNIs, de allí la evidencia hallada en todos estos discos. Pero pudo suceder que un buen día los extraterrestres hayan descendido de sus naves, atraídos por la fama de los Beatles, y hayan entrado a los estudios de Abbey Road para conocer a los muchachos. Es el riesgo cuando uno quiere hacerle al detective: la madeja que te sacará del laberinto termina por enredarse en ti. Ahora mismo no sé ni qué pensar, pero ojalá no me pase lo que a cierto investigador de barba cana y empiecen a señalarme como a un extraterrestre (oompah!, oompah!). Espero que no. 1 Los Rolling Stones cantan en "2000 light years from home" (A dos mil años luz de casa): “Te veo en Aldebarán”, y la portada del disco en donde aparece el tema es galácticamente sugestiva. 2 En los créditos artísticos del mismo, su grupo de apoyo, Plastic Ono Band, aparece como Plastic UFOno Band ¿mero capricho de Lennon?
Los enamorados Magdalena Espinoza Me invadió de pronto una curiosidad muy grande cuando los vi, porque a mí me gusta mucho platicar con la gente mayor. Se ven tan solos. Parecen esculturas viejas con vida. Y ellos estaban ese día sentados en aquella banca del patio del Centro Morelense de las Artes, los dos solitos, mientras los estudiantes pasaban sin mirarlos siquiera. Y yo pensé, desde que iba entrando a la escuela: pobres viejecitos, ni quién les haga caso; voy a ir a saludarlos; se ven tan desamparados. Y es que me dieron unas ganas de conocer sus vidas y de platicarles de la mía. Toda una tragedia. A veces, cuando me siento solo, doy un paseo por el centro de Cuernavaca. El zócalo es uno de mis lugares preferidos. Aquí fácilmente se encuentra uno con quien coincidir. Hombres solos, viejos deambulando por la explanada, ansiosos por encontrar quien los escuche. No es difícil adivinar sus estados de ánimo. Eligen cualquier banca y desde ahí ven ir y venir a la gente en su cotidiano andar. Así, entre hombres de la misma edad, se acompañan para ver el caminar de la gente a diferentes ritmos, para criticar los gestos de los que transitan por el zócalo. Yo echo a volar mi imaginación; casi adivino sus vidas. Mi curiosidad siempre me lleva a fijarme en los jóvenes y los viejos. El contraste entre la juventud y la vejez me obsesiona.
Los jóvenes enamorados se abrazan, se besan y serpentean sus lenguas sin ningún cuidado del qué dirán. Los pobres viejos se les quedan mirando disimuladamente; sus miradas en aparente ausencia se depositan en el flashback de los recuerdos. Ahí se quedan sentados, recordando. Recordando solos hasta que llegue quien los quiera escuchar. En un descuido los recuerdos los hacen hablar en voz alta y, como por arte de magia, alguien les sigue la conversación: un viejo, que ya está a un lado siguiendo lo mismo que el otro ve. Así es como llegan a entablar un diálogo hasta terminar hablando, incluso, de los secretos de familia. No se cansan de recordar. Los viejos hablan con todo detalle de lo que han vivido y, de vez en vez, dan profundos suspiros con tal de ahogar el llanto. Es fácil distraerse con ellos. En cualquier parte se les puede encontrar deambulando, como si los recuerdos les pesaran y ya no supieran dónde depositarlos. Se esfuerzan por caminar rápido pero su velocidad se convierte en un trastabillar que no les permite huir de su vejez. El día que les toca bailar, ambientados por música de banda en el Jardín Juárez, a un lado del kiosco, yo me quedo ahí pasmado, mirando como se mueven, presumiendo sus mejores pasos. Un instrumento pintado de blanco, parecido a un alcatraz, parece que tocara al ritmo de la panza de su ejecutor. Yo muevo los pies sintiendo la música y me le quedo mirando a alguna dama con la intención de invitarla a bailar, pero el silencio me invade y ahí me quedo inmovilizado, al igual que una escultura. Ese día, lo recuerdo muy bien, había dado mi paseo cotidiano. El sol de verano era lo suficientemente fuerte como para
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hacerme buscar un lugar sombreado. Por eso, después del recorrido por el zócalo, subí por la calle Hidalgo, me detuve enfrente de la catedral para persignarme, pero inmediatamente me volví hacia la estatua de Alejandro Humboldt; me olvidé del calor. Lo observé detenidamente. Me impresionó la seriedad de ese hombre, pero sobre todo su juventud perpetuada. Sí. Tengo que reconocer que las esculturas han sido las obras de arte que más me han impresionado. Son mi obsesión. Siempre asisto a las exposiciones de esculturas. Es impresionante como se nos muestran esos bultos, como esperando a que alguien les inyecte vida. Me pregunto qué sucedería si de pronto tomaran vida. Encontrarlos de pronto entre la multitud. Por ejemplo, encontrarse con el "Morelotes", la estatua vigilante del zócalo de Cuernavaca. Yo quedaría petrificado. Qué pasaría si nos encontráramos con el Torso de un Hombre Caminando o con los personajes de El Beso, de Augusto Rodin. Pensándolo bien, no me gustaría encontrarme con los Animales Impuros, de José Luis Cuevas. Dejé atrás mis pensamientos, abandoné a Humboldt y caminé hasta la avenida Morelos. Tenía tiempo y, a pesar del calor, decidí continuar mi recorrido. Y así fue como llegué hasta la escuela de arte, donde me encontré con aquella escultura, engendros de viejos. No puedo olvidar que conforme me iba acercando a esa pareja de viejos sentados en la banca, ellos se me quedaron mirando hasta que nuestros ojos se encontraron. Era como haber entrado de inmediato en comunicación. Me sentí atraído por esas miradas de melancolía. Entonces fui hacia ellos, pero porque ellos me llamaban con la mirada. Continué acercán-
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dome. Los vi nuevamente a los ojos. Claro que estaba yo siendo aceptado. Aunque en momentos su mueca me parecía algo socarrona, yo seguía avanzando. Me fui acercando tan rápido como mis pasos me lo permitían. Yo ya iba sonriendo, con la mano extendida. Ellos se me quedaron viendo como estatuas y no contestaron mi saludo. De pronto, me pareció que miraban hacia atrás, como si escondieran sus rostros. Riéndose. Creo que se burlaban de mí. Me acerqué más. Cada vez más. Ellos continuaban esquivos y voltearon sus rostros cara a cara, como para besarse... ¡Qué descaro, se besaron!... ¿Entonces, para qué me llamaron? ¿Sólo para que yo viera cómo chasqueaban la boca? Me acerqué todavía más. Ellos se quedaron pegados en el beso. No pude resistir y me acerqué completamente para ver cómo era ese beso. Para mirarlos como si fueran pieza de alguna exposición. Al escudriñarlos, me di cuenta de que sólo eran una escultura de dos jóvenes enamorados, y ya no la de los viejos soca rrones. Y poco a poco se iban transformando en una escultura de dos niños traviesos, abrazados como si jugaran a las luchitas. Yo, como pude, me retiré trastabillando, no sin antes darle un bastonazo a la escultura. Con el golpe, los niños se desencantaron inmediatamente, se levantaron de la banca y atravesaron el patio a toda velocidad, para esconderse detrás de las columnas de los arcos de la escuela. Cuento premiado con la Rosa de Plata por obtener el segundo lugar en el Concurso de Cuento convocado por el Ayuntamiento de Cuernavaca en el mes de septiembre de 2006.
Arrastrando la pluma
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Dudando… Yamel
uál es la verdadera intención de una columna como ésta, me pregunto, la permanencia, el sentido de crítica o decir la verdad. No lo sé, quizás por eso me he rehusado a escribirla. Y ahora confieso que, si de verdad hay algo de lo cual yo quisiera lamentarme o bien compartir con los demás, sería una queja sobre aquello que, de momento me hace enojar. Quejarse en el instante es fácil, tener oídos prestos es el problema, se rehúsan a escuchar y por lógica a tender la mano. Tal vez expresar una molestia o desesperanza o esa sensación de querer gritar no se calmen con rayar las paredes de la ciudad. Si me preguntasen acerca de lo que escribiría, creo que serían frases celebres o insulsas, el propósito sería que los demás vuelvan la vista aunque fuese sólo un instante… porque uno siempre quiere que los demás sepan, a pesar de que no hagan nada al respecto. Es como si nos bastara con hacerlo público, o al menos eso quiero creer para sentirme mejor.
Y acaso soy la única inconforme, creo que no, todos tenemos algo que nos aqueja, ¿o no? Es cierto que la constancia de la revista se ha visto un poco menguada y por eso ahora su propósito es ser cuatrimestral, por lo que si yo me quejara, por ejemplo, de la mala administración del Instituto de Cultura de Morelos o de las exigencias de los maestros de Morelos, quizás el lector, si es que tenemos alguno, cuando lo lea, ya haya olvidado el tema, pues el tiempo pasa, y de aquí a que lo publiquemos ya será noticia vieja, ¿cierto? O bien quisiera creer que para cuando lean esos problemas, la administración actual del ICM los haya resuelto, pero todos sabemos que eso no sucederá, nuestro gobierno parece dar a entender que lo de menos es el estado y quienes lo habitamos, lo primero es hacer quedar bien a todos los funcionarios, llámese Martha Ketchum o Marco Antonio Adame, la única prioridad es la imagen. Sin importar si hacen un trabajo real o no.
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El Guitarrazo
Gabriel Fauré Bernardo Marcellin
A
lo largo del siglo XIX, la música en Francia padeció una influencia desmedida del teatro. Los excesos del romanticismo invadieron todos los ámbitos de la composición, incluyendo la sinfonía y la música religiosa. Muchos comprendían la necesidad de una renovación, pero las esperanzas cifradas en hombres como Charles Gounod y Camille SaintSaëns resultaron frustradas. Correspondió a un discreto organista, César Franck, operar la tan anhelada renovación. A partir de este momento, la música francesa dejó su preferencia por la grandilocuencia y se centró en la sinceridad de los sentimientos y en la profundidad de la expresión lírica. Aunque Gabriel Fauré (1845-1924) no es un discípulo directo de Franck sino de Saint-Saëns, sí recibió la influencia del primero de forma determinante. De hecho, quizá no exista ningún otro autor más alejado de los grandes efectos ni de los recursos teatrales, ni tampoco un compositor
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más reacio a escribir música programática; la suya es esencialmente música pura que el oyente puede escuchar sin tratar de descubrir el argumento o las ideas subyacentes. Fauré es un hombre que parece hallarse aislado de los acontecimientos de su tiempo. La guerra franco-prusiana, el escándalo Dreyfus, la Primera Guerra Mundial, no alteraron su estilo compositivo ni su concepto del arte. Su producción se centra en composiciones para piano y en música de cámara, siendo sus obras orquestales relativamente escasas. Su arte va dirigido a un público reducido a quien busca cautivar a través de una melodía refinada con la que crea un ambiente de intimidad. Con la excepción de su Cuarteto para cuerdas -su última creación-, toda la música de cámara de Fauré involucra al piano, instrumento que será en él casi tan característico como en Federico Chopin o en Franz Liszt. Aquí señalemos su trío,
sus cuartetos y sus quintetos para piano y cuerdas, sus sonatas para violonchelo y violín, así como su Elegía para violonchelo y piano. Dentro de sus obras para piano solo, destacan sus trece nocturnos y sus trece barcarolas. Compuso ambas series a lo largo de toda su vida, por lo que resultan adecuadas para ir descubriendo su evolución como artista al correr del tiempo. Sus primeras barcarolas transmiten la impresión del fluir del agua, del gozo de un paseo por un río tranquilo o un lago; conforme el músico fue envejeciendo, sin perder su carácter propio, se fueron transformando en meditaciones sobre el transcurrir del tiempo. Asimismo, los nocturnos tienen un carácter melancólico que se irá ahondando con los años. Aunque Fauré no acostumbraba plasmar sus sentimientos o sus estados de ánimo en sus composiciones, la vejez y la sordera que lo aquejó al final sí dejaron huella, por lo que sus últimas obras se nos presentan como más sobrias y más ásperas. El Nocturno n° 10 ofrece un ambiente trágico y el n° 13 tiene las resonancias de un adiós, como si supiera que ya no iba a escribir ningún otro. Fauré compuso muchas otras obras para piano. Sus tres Canciones sin palabras, op. 17, pueden ser vistas como la contraparte francesa de las que compuso Félix Mendelssohn en la primera mitad del siglo XIX. A esto se pueden sumar sus impromptus, sus valses-caprichos y hasta una mazurka. Merecen mención aparte su Tema y variaciones, op. 73, una obra extremadamente desarrollada, y sobre todo su Balada. Ésta última, una creación de juventud, fue originalmente escrita para piano solo. Se dice que cuando Franz Liszt, el virtuoso de este instrumento más destacado de su
época, leyó la partitura, exclamó que le faltaban dedos para ejecutarla; tantas son las dificultades técnicas que involucra. A sugerencia del mismo Liszt, Fauré modificó su balada para incluir además una parte orquestal. Mencionemos así mismo la suite Dolly, para piano a cuatro manos, y la Fantasía para piano y orquesta. Los críticos acostumbran dividir la carrera de Fauré en tres etapas, pero quizá una de las características más notables de su obra sea su unicidad. No hubo grandes rupturas en la historia de su producción artística, sino una lenta evolución que lo llevó de la espontaneidad inicial a una expresión más refinada y elaborada en la madurez, para terminar con un estilo más austero. Por mucho tiempo fue poco comprendido. Se le identificaba principalmente con los ambientes mundanos, en los que se ejecutaban sus obras, sin descubrir el valor artístico de su trabajo. Recuérdense en ese sentido las descripciones de los salones de principios del siglo XX que hace Marcel Proust en En busca del tiempo perdido y en donde se otorga un lugar muy importante a la música. Las canciones para piano u orquesta de cámara y voz solista constituyen una de las aportaciones más importantes de Fauré. En ellas, los instrumentos no se limitan a acompañar al canto, sino que se fusionan con él, dando a los poemas una dimensión emotiva adicional. En este género resulta particularmente perceptible el ambiente de intimidad que emana de todas sus composiciones. La buena canción, en particular, ciclo basado en poemas de Paul Verlaine con acompañamiento de piano y cuerdas, puede considerarse como su obra más significativa en este género.
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Aunque su fervor religioso era bastante moderado, su composición más famosa es el Réquiem. Quizá en ninguna otra sean más discernibles las características principales del autor. Nos encontramos aquí en la antípoda del Réquiem de Berlioz, con sus impresionantes trompetas que anuncian el fin del mundo y su despliegue de recursos tan afines al teatro. Fauré suprime el Juicio Final en su misa. Para él, la muerte no es aterradora, sino que representa el descanso merecido después de los sufrimientos de la vida. La música transmite la serenidad de quien sabe que pronto se encontrará gozando de la presencia, de la intimidad, de Dios. Hay quien ha descrito esta obra como “la canción de cuna de la muerte”. Pese a su aversión por el teatro, Fauré llegó a componer en algunos casos música para el escenario, en especial para Peleas y Melisanda, la obra de Maurice Maeterlinck, que también inspiró un poema sinfónico a Arnold Schönberg y una ópera a Claude Debussy. A la edad de sesenta y ocho años terminó su primera ópera, Penélope, basada en la Odisea, a la que seguirían otras más. Finalmente, señalemos que este hombre tan parco en la expresión de sentimientos y emociones, con una vida irreprochable, se dio en alguna ocasión la oportunidad de escribir una obra humorística en colaboración con Andrés Messager, su amigo de toda la vida, una parodia en piano para cuatro manos de los temas principales de la tetralogía El Anillo del nibelungo de Ricardo Wagner, titulada Recuerdos de Bayreuth. Junto con Claude Debussy y Maurice Ravel, Gabriel Fauré dominó el panorama musical de la Francia de principios del siglo XX. Si bien no llegó a conformar una escuela de compositores, sí influyó en
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muchos artistas jóvenes, empezando por el propio Ravel, quien fue su alumno en el Conservatorio, y en el rumano Georges Enesco. Aunque sus últimas obras presentan ciertas dificultades debido al uso de disonancias -al punto que Saint-Saëns, su maes-tro y amigo, temía que se estuviera volviendo loco-, la música de Fauré proporciona un placer estético para quien disfruta del arte de la mejor calidad. Está hecha para disfrutarse en la calma y en la intimidad. Más que servir de música de fondo, vale la pena sentarse a escuchar la creatividad casi infinita de este autor que, a partir de medios reducidos, logra desarrollar melodías tan seductoras y atmósferas tan personales, algo que contrasta con las tendencias de nuestra época, más afín a los grandes efectos cinematográficos desprovistos de profundidad.
Yolocuautlis
Rachid*
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uele vivir en el recuerdo, en la soledad y en tu ausencia. Sólo deja que mis brazos se enreden por última vez en tu cuerpo. Deja que mi cabeza repose por última vez sobre tus piernas, y que mi llanto penetre tu piel para así sentir que muero en ti como la lágrima al secarse. Ven y muérdeme los labios hasta que brote mi sangre y se quede impregnada en tu boca. Mírame por última vez, al tiempo en que me dices un te amo fingido, sonríe irónicamente y después márchate con tu amante, que yo me quedaré nuevamente en la soledad.
*Pertenece al círculo de escritores “Yolocuautlis” (Corazones de Águila), del CERESO de Atlacholoaya, Morelos.
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Editorial Estrellas en el raquítico cielo
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a pena, y algo más, contemplar a algunas de las “máximas glorias literarias” del estado, autoelogios, públicos a modo, lecturas, con la “cuatitud” en pleno, y un larguísimo etcétera que también da pena y algo más enumerar. Si bien estás prácticas resultan deleznables, lo es más el hecho de que todos, los que de una forma u otra estamos inmiscuidos en la labor cultural (independientes, oficiales, oficiosos, subvencionados, patrocinados, comprados, etcétera), no nos hemos aplicado en la “creación” de públicos a modo, y como ejemplo nos asignamos la parte de culpa que nos toca: ¿quién nos dijo que había público para otra revista más?, cuando resulta obvio que las que ya existían no son autosuficientes, ¿por qué no iniciamos nuestro proyecto a partir de lecturas, conferencias y, o pláticas, planteando nuestra motivación y, al mismo tiempo,
generando interés hacia la creación o generación de proyecto. No, no funciona así, no en nues-tro medio, en nuestro estado, en nuestro país. Presentamos un libro y creemos que, como por ensalmo, habrá interesados en acudir, cuando es de todos conocido que ni aún cuando se ha tratado de buenos escritores, Villoro por ejemplo, tenemos la sala llena, nadie hasta ahora se ha preocupado por generar públicos, por hacer públicos, esa es la labor cultural a desarrollar, y, como carece del “glamour” que otras actividades tienen, (las exposiciones pictóricas o las actividades que incluyen bocadillos y “vino de honor”), muy pocos la emprenden. Esta labor quijotesca, obligadamente, debe ser del ICM, y las preguntas surgen, también obligadamente, ¿quién o qué oficina o departamento tiene esa función? ¿cómo la realiza? ¿en dónde?
Nos honra y complace dar la bienvenida a nuestro Consejo Editorial a Luis Ernesto González, desde ahora contamos con su valioso apoyo. Bienvenido.
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