De Verdad

  • June 2020
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“¿De verdad?”

Hace unos años descubrí que en ocasiones cuento cosas que me han sucedido y la gente se queda con la boca abierta. Eso en el mejor de los casos, porque otras muchas veces me escuchan con una sonrisita incrédula... hasta un poco escéptica, diría yo. Creo que muchos de mis amigos, familiares y compañeros de trabajo piensan que tengo un gran poder de fabulación y que exagero o invento la mayor parte de las anécdotas que cuento. Un 14 de febrero fui a uno de los numerosos puestos de flores de las Ramblas con la intención de comprar un ramo para mi amiga Gemma, que estudiaba la carrera conmigo y que cumplía años ese día. En el puesto de flores elegido, un hombre, de espaldas a mí, hablaba alegremente con la florista. Se estaba decidiendo entre claveles o rosas para encargar un ramo para su chica en el día de los enamorados. Se notaba que no tenía ni idea de flores, claro. Cuál fue mi sorpresa cuando el hombre se gira hacia mí y me pregunta con una naturalidad pasmosa: “¿Y tú que prefieres, rosas o claveles?”. “Rosas, sin dudarlo”, le dije yo con una media sonrisa y con una vergüenza impresionante. Por aquel entonces era un actor no muy conocido en televisión pero célebre en el ámbito teatral. Yo era muy aficionada al teatro y no había estreno en Barcelona que me perdiera. Inmediatamente se dio cuenta de que lo había reconocido: se trataba de uno de los principales actores de la conocida compañía teatral Dagoll Dagom. Años después ganó gran popularidad al salir en distintas series de televisión y rodar varios largometrajes de gran éxito. El actor compró un ramo de rosas pequeño pero impresionante y se despidió dándome las gracias por el consejo. Yo compré unos claveles preciosos para Gemma (mi economía no daba para rosas) y me fui paseando por las Ramblas dando saltitos de alegría. Uno de mis grandes ídolos me había pedido consejo y no sólo eso... lo había seguido. Éste no había sido mi primer “encuentro” con un personaje conocido. Un par de años antes, el 4 de julio del 86 me encontraba en Nueva York. Se trataba de un viaje de fin de curso, a modo de despedida después de haber estado estudiando en Estados Unidos durante todo el año. Estaba en la ciudad con un grupo de estudiantes de intercambio españoles de la asociación internacional “American Field Service” (AFS), entre los que se encontraba Gemma. Ahí nos habíamos conocido y hecho amigas. AFS había nacido durante la Primera Guerra Mundial como una asociación voluntarios que conducían ambulancias y recogían a los heridos en los campos de batalla. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial la asociación se transformó en la primera precursora de los intercambios de estudiantes, promoviendo el primero a principios de los años 50, entre estudiantes norteamericanos y alemanes. Ese 4 de julio se celebraba el segundo centenario de la estatua de la Libertad. Era un gran día en Nueva York. Grandes desfiles, fuegos artificiales, parecía que esa gran celebración era un homenaje y una despedida para nosotros, que regresábamos a España un par de días más tarde. La alegría se respiraba en las calles y en todos nosotros una mezcla de melancolía y excitación. A pesar del gran momento, yo me encontraba mal y necesitaba comprar unos analgésicos con urgencia. Me separé del grupo momentáneamente, di varias vueltas y por fin encontré una farmacia. Entré en ella, compré las pastillas y, a la salida de la farmacia, me tropecé con Keith Richards, guitarrista de los Rolling Stones. Por supuesto ni él ni yo nos dijimos nada, aunque nos cedimos el paso mutuamente con una sonrisa. Por aquel entonces, los Rolling Stones eran sin duda mi grupo musical favorito y creo que 1

lo siguen siendo. En todas sus giras (se supone que siempre se trata de su última gira) siempre me digo: “ésta vez no me la pierdo que seguro que es la última”, pero por unas cosas u otras, nunca he podido ir a ninguno de sus conciertos. Si alguno de ellos se muere o si dejan los escenarios sin haberlos ido a ver, creo que no me lo perdonaré. Después de estudiar, estuve unos años trabajando para la organización de los juegos olímpicos de Barcelona de 1992. Aquélla fue una época de mucho glamour para la ciudad y tuve la gran suerte de vivir esos acontecimientos tan emocionantes desde dentro. Allí tuve la ocasión de conocer a gente muy destacada y a un gran número de deportistas muy renombrados por aquellas fechas. Una de las cosas que más me gustaba de mi trabajo era que nuestra empresa tenía un convenio con la TV3 para que pudiéramos ir a comer al comedor de la televisión catalana, que se encontraba a cinco minutos de donde estábamos ubicados. Por supuesto, para mí ir a comer allí, sobretodo al principio, era un gran acontecimiento. Allí era fácil coincidir en la misma mesa con los de La Trinca (el flaco, el guapo y el gordo, aunque ahora el gordo es el más flaco de todos), con los actores de la compañía teatral La Cubana, con el Màgic Andreu, los presentadores de los telediarios, etc. Una día el Màgic Andreu se sentó a mi lado e hizo desaparecer un plátano de la bandeja de mi almuerzo ante mis propias narices (se trataba de mi postre y sospecho que al final se lo comió él). Allí coincidíamos muchísimo con Jordi Llompart, el presentador de las noticias del mediodía quien, hablando claro, me tenía coladita, aunque nunca llegamos a mediar palabra. Una vez me contaron que para el acto de inauguración de Cataluña Radio, donde trabajaba Jordi en su juventud, sus superiores le pidieron que se cortara las melenas que por entonces llevaba, ya que estaba prevista la visita del President Jordi Pujol. Llompart decidió conservar intacta su melena y por ello le tuvieron un par de horas encerrado en un almacén de cintas, mientras el President visitaba las instalaciones de la radio. Al conocer esta anécdota, mi admiración por Jordi creció incluso más. Mi debilidad por él era tal que ni siquiera me molestaba en ocultarla ante mis compañeros de trabajo quienes, queriendo darme una gran sorpresa, le pidieron que me dedicara una tarjeta de felicitación que me entregaron el día en que cumplí veintitrés años. En el sobre pusieron una pequeña foto de él, como si de un sello se tratara. Qué vergüenza. Todavía me río cuando me acuerdo. Terminados los juegos olímpicos, me trasladé a vivir a Valencia. Durante esa época me di cuenta de que, muchas veces, viendo la televisión con mi compañero Daniel, reconocía a amigos o conocidos trabajando como actores en la televisión. “Mira Daniel: esta chica que sale ahora en la tele es Irene, muy amiga de mi hermana”. “Mira Daniel: este que hace de Barman en este culebrón es Miguel, el hermano de mi amiga Gemma, que es actor”. “Escucha Daniel, Joel Joan, el actor y guionista de “Plats Bruts” es el hijo de mi profesora Enriqueta, la que me enseñó a leer. Me acuerdo de cuando Joel era más pequeño que yo”. Daniel me miraba siempre como diciendo: “¿Cómo es posible que conozcas a toda esa cantidad de personajes?”, pero claro, nunca lo manifestaba abiertamente, me decía: “Sí, sí, claro”. Daniel se ha movido en otros ambientes, más científicos y menos artísticos diría yo. Daniel en ocasiones reconoce a amigos suyos por la televisión, compañeros de su promoción, cuando entrevistan a científicos o a expertos en esta u esta otra enfermedad. Yo me eduqué en una escuela que hace 35 años era muy “progre”. Creo que incluso ahora mismo sería difícil encontrar una escuela como aquélla. Allí se fomentaba la creatividad de los niños y nunca nos explicaron quien era Jesús ni nada de todo eso. 2

Tampoco se nos enseñaba a competir sino a cooperar y a compartir. A los más listos se los sentaba con los que iban un poco más retrasados, para que los ayudaran. Hacíamos teatro, música, expresión corporal, plástica, etc. No es de extrañar que algunos de esos niños se dedicaran en el futuro a profesiones artísticas. Por ello, de vez en cuando reconozco el rostro de algún niño con el que compartí juegos de infancia en la cara de algún actor, músico, pintor, escultor, guionista, director de teatro o cine que ocasionalmente veo por la televisión o en los periódicos. Ante la cantidad de anécdotas que le contaba a Daniel, un día le pedí en que él me contara alguna a mí. “Seguro que alguna vez te tiene que haber pasado alguna cosa extraordinaria. No puede ser que estas cosas solamente me pasen a mí”. Ante mi insistencia Daniel me confesó que una vez se había presentado a unas pruebas de la Agencia Espacial Europea para seleccionar a un astronauta. Ahí si que me dejó perpleja. Me explicó que había superado varias fases de la selección y que en la última lo habían descartado por un defecto de la vista. Quedaban muy pocos candidatos ya, entre ellos Pedro Duque. Pero ni siquiera operándose de la vista le hubieran finalmente seleccionado. Comentándome esta anécdota, un brillo especial le iluminaba la cara. No podía ocultar todo lo que le pasaba por la cabeza: se imaginaría volando en un cohete espacial, pisando la Luna, quién sabe. La historia de la selección para astronauta me pareció un poco marciana, aunque por supuesto yo no dudaba de que Daniel dijera la verdad, pero claro, eso de que casi le eligieran a él, me parecía una exageración. Creo que todas las cosas que suceden son parte de ciclos, que un día empiezan, se van sucediendo fases y algún día se cierra el ciclo, aunque sea muchos años más tarde. Hace unos días los Rolling Stones anunciaron el inicio de su “última” gira, que en unos meses llegará a Europa. Creo que esta vez va en serio, lo de que ésta es la última. Lo digo porque hace veinte años de mi “encuentro” con Keith Richards y ya entonces me pareció un señor muy muy mayor. Aunque nunca se sabe, quizás es cierto eso de que los viejos roqueros nunca mueren. Pero por si acaso, yo ya tengo mis entradas. Esta vez no me voy a perder el concierto. Jordi Llompart ha triunfado recientemente en todo el mundo con la filmación de un documental en tres dimensiones sobre las Fuentes del Nilo. Se trata de la producción cinematográfica española que más se ha proyectado en el extranjero en el último año. Actualmente se proyecta en el Hemisfèric de Valencia. Mañana Daniel y yo iremos a verlo, las críticas dicen que es espectacular. Quién sabe, igual el documental nos incita a emprender algún viaje exótico con consecuencias inimaginables. Hace unos meses Daniel me acompañó en un viaje de trabajo a una pequeña ciudad Holandesa. Al regreso, teníamos que volar desde el Aeropuerto de Ámsterdam hasta Madrid. Los aeropuertos suelen ser lugares donde no es extraño coincidir con personajes famosos o conocidos. Caminando con Daniel por un pasillo abarrotado de gente en el aeropuerto de Ámsterdam, vi a lo lejos una figura que me resultaba familiar. Mucho más delgado y mucho más alto de lo que aparenta ser cuando sale en televisión, a medida que nos acercábamos reconocí a Pedro Duque, el famoso astronauta español, protagonista de numerosos y celebrados viajes espaciales de la Agencia Espacial Europea. A medida que nos acercábamos a Pedro Duque empezaron los codazos entre Daniel y yo. “Venga Daniel, a ver si es verdad que lo conoces, le podrías decir alguna 3

cosa, salúdale y pregúntale qué tal el último viaje espacial, ja, ja.”. Daniel se puso rojo como un tomate y dijo: “Venga no demos la nota, que seguro que ni se acuerda de mí y además parece que tiene prisa”. “Ya, ya, si claro”, dije yo. Pasamos por su lado, yo le miré con disimulo; no me gusta incordiar a la gente conocida con miradas indiscretas... Pedro cruzó su mirada fugazmente con la mía y a continuación con la de Daniel. Pedro tiene esa mirada rara del que ha estado en el espacio sideral y no se sabe muy bien si lo que ha visto es maravilloso o si se ha encontrado con una verdad inconfesable. A veces pienso que los astronautas pueden incluso haber estado hablando con extraterrestres pero que les han prohibido contarlo. Y lo peor que se me pasa por la cabeza: que los extraterrestres les hayan podido robar el cuerpo, qué espanto. Nos cruzamos totalmente y seguimos caminando, cada uno en un sentido contrario. De repente oímos una voz desde atrás: “Daniel, ¿eres tú Daniel?” Nos giramos y Pedro Duque tenía los brazos abiertos con una gran sonrisa, dirigida a “mi Daniel”. Pedro y Daniel se acercaron y se fundieron en un sincero abrazo. Intercambiaron varias frases de cortesía y Daniel me presentó a Pedro. Tras unos minutos de charla y de ponerse al día, Pedro y Daniel se intercambiaron tarjetas y quedaron en llamarse algún día. Todos llevábamos prisa para coger nuestros respectivos aviones. Ayer recibí en mi despacho la siguiente tarjeta de invitación: El Rector y el Consejo de Gobierno de la Universidad Politécnica de Valencia Tienen el honor de invitarle al solemne Acto de Apertura del Curso Académico 20052006 y al Acto de Investidura como Doctor “Honoris Causa” del Excmo. Sr. D. Pedro Duque. 11:00h 6 de octubre de 2005 Traje académico o traje oscuro Por la noche se lo comenté con gran alegría a Daniel y decidimos que ambos iremos. Justo antes de acostarnos sonó el teléfono. Era Pedro. Como viene a la ciudad y estará un par de días por aquí, quería ver si podíamos quedar un rato para comer. “¡Por supuesto que sí, Invitamos nosotros! ¿Te gusta la paella, verdad?”

En Valencia, a 23 se septiembre de 2005

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