Dar Sin Pedir

Dar sin Pedir Emilio del Barco Agüimes, 01/01/2006 Copérnico, Galileo o Paracelso no han muerto. Están vivos en cada científico que avanza un paso en el conocimiento de la Naturaleza. La Humanidad es una. Sus conocimientos, un total indivisible. Cada pequeño progreso de la ciencia es un paso adelante de la Humanidad, en su conjunto. Los dogmáticos que no quieren perder sus privilegios, derivados de la implantación de sus ‘verdades eternas’, siguen preparando sus hogueras. Mediáticas, básicamente. Los tiempos cambian y la efectividad de los métodos avanza. Pues, su fin último es que el dominio futuro no sea de la ciencia, sino, como en el pasado, de las humanidades y la teología. Aunque, cada día más, para sobrevivir en este mundo superpoblado, se hace necesario un desarrollo acelerado de los estudios sobre ciencias y técnicas. Hemos de conocer, cada vez mejor, el Universo en el que nos hallamos inmersos. Y aprender a vivir de él, con el menor esfuerzo posible. De manera que nuestra inteligencia y conocimientos estén dedicados, crecientemente, a la investigación de nuevas metas, y al afianzamiento de las existentes. Para vivir, en un mundo progresivamente más complejo, hará falta un mayor cúmulo de conocimientos y habilidades. Las ciencias y las filosofías teológicas deberían permanecer tangenciales. Sintiendo mutuamente su presencia cercana, pero sin penetrarse. Pueden, perfectamente, vivir independientemente. Porque los planos en los que se desarrollan sus disquisiciones son paralelos. No debería haber choques, a no ser que se busquen. Las ciencias trabajan en el plano de la realidad absoluta. Las filosofías del espíritu pertenecen más al campo de la imaginación. La ciencia es movimiento continuo. De una certeza, siempre se deduce otra. Y la necesidad de remover las contradicciones. No hay renovación sin sustitución. En ciencias, se busca la unidad de criterios y el fundamento lógico de cada teoría. En filosofías espirituales, la diversidad de criterios radica en la diversidad individual humana. No hay dos individuos idénticos. La creencia es quietud, serenidad, ensimismamiento, estancamiento en un yo que se pretende hacer perfecto. Parte de la convicción de quien cree haber llegado al conocimiento definitivo. Pero, es primordial comprender que, si no se puede dar aquello de lo que se carece, para dar amor, comprensión, compasión, primero el individuo ha de amarse, comprenderse y compadecerse de sí. Después, cuando estos sentimientos hayan crecido, cultivándose en nuestro interior a través de la meditación, podrán ser repartidos a manos llenas. No puede uno dedicarse a la perfección del ego, sacrificándose, sin tomar parte en el alivio de la Humanidad. Los conocimientos científicos ayudan a vivir mejor. Griegos, judíos, indios, chinos, han usado este método, para afianzar las propias creencias. En este proceso de perfección, es primordial adquirir confianza en la doctrina seguida, e identificarse, o unirse, con el dios sobre el cual se medita. Adquirir paz o tranquilidad espiritual, y buscar inspiración, revelación divina. La diferencia entre la compasión budista y la caridad cristiana, es evidente. Mientras en los Evangelios se pide la negación de uno mismo, para poder dedicarse con sacrificio a los demás, en el Budismo se pide la entrega por amor, por expansión del amor que rebosamos, lo que no es sacrificio ni abnegación, sino afirmación de uno mismo, al darse con placer y por placer. Quien sacrifica algo, espera un premio a su ofrenda. Quien hace algo por amor, no espera nada a cambio, se satisface en sí mismo. El amor es vida, creación, el sacrificio muerte, destrucción. Emilio del Barco ,, [email protected] ,, Gran Canaria ,, +34928780967 ,, 27968889S ,,