Daniel Albarrán, El Piar De Un Gorrión

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PRESENTACIÓN

Con el título El piar de un gorrión se quiere continuar la idea del Cardenal Albino Luciani, después Papa Juan Pablo I, de escribir cartas personales a muchos personajes de la historia. Ya sean personajes de la literatura, autores de libros, filósofos y otros muchos, con los que se genera una especie de correspondencia. Como en todo tipo de carta familiar o de amigos se cuentan detalles propios de una relación de confianza. Se tutea a quienes se les escribe y se mantiene una estrecha comunicación. Hay una especie de confidencia y una especie de “complicidad y camaradería” propia de una familia, o propia de amigos. En ese estilo el Cardenal Albino Luciani hacía una carta de amigo a un personaje importante todos los meses y la publicaba en un medio de comunicación de masa. Mantenía una confidencia especial con ellos. Y era una especie de diálogo muy ameno. Era su manera. La consideraba muy útil, desde su óptica de pastor. Y consideraba que existen muchas maneras de Obispos: Unos, muy especializados y especialistas, manejan discursos y estilos de altura. Otros, son grandes ruiseñores que cantan las maravillas de Dios. Y otros, como él, que son como un gorrión que en la última rama del árbol eclesial tratan de decir algo en los

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muchos temas y vastísimos de la Iglesia. Son gorriones que pian, apenas. Guardando las distancias y respetando las ramas de cada ave, se pretende, con este libro, hacer otro tanto. Se quiere piar como el gorrión. Tal vez, es mejor el canto del ruiseñor. O quizás sea más bello el volar de un águila. Ciertamente. Pero no se le puede pedir al gorrión otro canto que no sea el suyo propio. Por eso se ha escogido este título para este libro, tomado de las palabras del entonces Cardenal de Venecia. Además porque se quiere continuar en ese estilo de piar. De hecho, la primera carta de este libro está dedicada al Cardenal Luciani. Las águilas que busquen sus compañeras. Los ruiseñores a los de su familia. Que los gorriones entendemos nuestro canto. Este libro está dedicado a los gorriones.

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Primera parte

Al Cardenal Albino Luciani (después Papa Juan Pablo I)

Amigo Albino Luciani: Cuando era joven estudiante, en ese afán de aprender más y de todo, pasó por mis manos un llibrito rojo de la B.A.C. titulado Ilustrísimos Señores, que era una recopilación de algunos artículos tuyos, en los que conversabas con algunos autores o con algunos personajes de la literatura. Reconozco que al principio aquel libro no me llamaba mucho la atención. Quizás, porque pensaba que se trataría de pensamientos y doctrina de Papas o del Magisterio Eclesiástico. Y, automáticamente, me despertaba respeto. Y lo miraba como “cosa” de mucho valor, pero, también como “hueso duro de roer”. Era, por entonces, alumno de segundo año de filosofía. Y los temas de Iglesia me resultaban difíciles de comprender, a pesar de que me hallaba empezando el mundo de la formación sacerdotal. Y, hasta cierto punto, aquel librito me parecía, sin leerlo todavía, continuación del libro Ocho grandes mensajes, donde se recoge el pensamiento social de la Iglesia, desde la Rerum Novarum, del Papa León XIII, hasta la Octogesima adveniens, del Papa Pablo VI. Temas muy interesantes pero que no eran fáciles de digerir para un

Al Cardenal Albino Luciani

principiante de Seminario. Y que requieren mucha ciencia y conocimientos por ser demasiado profundos y con ciertas complicaciones sociales. De hecho, este último libro lo habíamos leído, pero habíamos quedado en las mismas. Aunque si habíamos comprendido que la “cuestión social” siempre ha sido preocupación de la Iglesia en todos los tiempos. Ya comprender esa realidad era un logro, aún cuando no supiéramos hablar en detalle de cada uno de esos ocho mensajes, por considerarlos de mucha profundidad y sentirnos incapaces de dominarlos. Por esa misma línea nos parecía el libro Ilustrísimos Señores. Por lo menos, por el color y el diseño externo, era lo que nos parecía. Y, prácticamente ninguno del grupo se animaba a leerlo. Sólo nos despertaba respeto. Pero un buen día, me aventuré a hojearlo. Y con ello confirmé la certeza de aquel refrán popular de que “las apariencias engañan”. Aquel libro no era como suponíamos. Era más sencillo. Y confieso que quedé agradablemente impresionado de tu estilo catequético, sencillo y ameno. Allí, tu hablabas a un Charles Dickens, a un Mark Twain, a un Charles Péguy, a un Pinocho, y a muchos otros autores y personajes de la literatura. Y sacabas una lección. Y me pareció muy simpático tu estilo. No sé si original. Pero muy interesante. Sobre todo teniendo en cuenta que tú eras un Obispo cuando escribías tus artículos mensuales para “El Mensajero de San Antonio”. Al respecto, tu decías:

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Al Cardenal Albino Luciani

“Mis alumnos se entusiasmaban cuando yo les decía: Ahora os voy a contar otra de las ocurrencias de Mark Twain. Temo en cambio, que mis diocesanos se escandalicen: “Un Obispo que cita a Mark Twain”. Quizá fuera necesario explicarles primero que, así como hay muchas clases de libros, hay también muchas clases de Obispos. Algunos, en efecto, parecen águilas que planean con documentos magistrales de alto nivel; otros son como ruiseñores que cantan maravillosamente las alabanzas del Señor; otros, por el contrario, son pobres gorriones que, en la última rama del árbol eclesial, no hacen más que piar tratando de decir algún que otro pensamiento sobre temas vastísimos. Yo, querido Twain pertenezco a esta última categoría”.

Y, sabes, mi amigo Albino Luciani (espero que no te ofendas porque te tuteo), después de siete largos años volví a leer la recopilación de tus artículos publicados en el libro que ya te tengo dicho, porque me gustó mucho la primera vez. Y te confieso que me gusta tu estilo. Me parece muy amena tu manera de enseñar, si tenemos en cuenta aquello de que “así como hay muchas clases de libros, hay muchas clases de Obispos”. Y, además, “entre gustos y colores no han escrito los autores”. Si no te ofendes, pretendo desde hoy copiar tu manera para, por lo menos, piar como el gorrión. Ya, de hecho, te estoy copiando con este estilo que es muy tuyo. ¿Sabes otra cosa? Recuerdo mucho tu simpática sonrisa. El mundo te recuerda como el Papa de la sonrisa. En esos pocos treinta y tres días que estuviste al frente del mundo cristiano católico, como Papa, todos se impregnaron de tu sonrisa y simpatía. Ahí si no te voy a poder copiar. 9

Al Cardenal Albino Luciani

Una ultima cosa. Hace poco estuve en Venecia. Apenas llegué a la plaza San Marcos pensé en ti. Sentí que conversaba contigo. Me sentí fascinado más por ese detalle que por toda la belleza que tiene Venecia. Te imaginé en el Palacio Arzobispal cuando eras Cardenal de Venecia, de donde saliste para Roma como Papa. Te imaginé en la Catedral. Te imaginaba caminando por el Palacio Ducal reviviendo tanta historia. Te imaginaba en la plaza observando el vuelo de las palomas. Perdóname mi atrevimiento pero sentí que la Catedral de Venecia no va contigo. Mucho colorido en esas piezecitas de mosaico del techo, del piso, de la entrada. Mucho de mucho. Bonito, sí. Pero, tú parecías menos de todo eso. Al menos, eso fue lo que capté de ti cuando te eligieron Papa. Y al menos eso es lo que descubrí cuando leí la recopilación de tus artículos. Yo sé que me entiendes. Te hago una confesión antes de despedirme: Me hice la promesa de volver a Venecia para dedicarme a escribir. Espero cumplirla. Dame una ayudita. Mueve tus contactos allá en Venecia. No me hagas reír. Claro que tienes tus conocidos y además no te lo van a negar... Chao... Daniel

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Mario Moreno Cantinflas

Amigo Cantinflas: Recibe un saludo de... Porque... Así es como... La gente... O sea... Así quiero saludarte. Entrecortado, como es tu manera de hablar. Representas al cine cómico mexicano. Cada película tuya contiene mucha enseñanza. Siempre interpretas al pobre, con tus pantalones casi caídos y tu franelita típica. En todas tus películas tu personaje se ve siempre en dificultades, pero siempre sale triunfante por la moraleja que dejas con tu estilo. La característica de tus actuaciones es tu humor y tu hablar entrecortado, que dice mucho pero que no dice nada. Pasas de un tema a otro enredando las cosas. Casi nunca das una respuesta concreta. Y ese detalle te hace muy simpático. A muchos nos gusta tu manera. Por lo menos a mí, me fascina. Sobre todo, porque rompes con el común de los protagonistas del cine, que suelen ser representaciones de héroes o de galanes que se arriesgan en aventuras o hazañas casi sobrehumanas. Algunos de ellos son impermeables a todo tipo de peligro. En cambio, tú eres el pobrecito de la partida, el de abajo. El que, por lo general, no tiene empleo o que

Mario Moreno Cantinflas

“pasa las de Caín” para comer. O el que se ve en problemas por equivocaciones de los demás. Sale siempre a relucir tu llaneza y tu simplicidad. Siempre te haces amigo de las empleadas de los jefes, con más preferencia si son cocineras. Y así te acomodas. Por lo menos puedes comer un poquito mejor. Aunque con apuros para que no te descubran. Has interpretados muchos papeles. Desde un barrendero, pasando por un policía, hasta llegar a un sacerdote. Todas las películas llevan tu toque de humor característico y en todas comienzas de abajo. Allí están, quizás, tus enseñanzas: con un poco de honor y de buena voluntad, con mucha perseverancia se logra puestos, respeto y consideraciones. Tus películas son refrescantes. Sobre todo, dejan una nota de buen humor ante las adversidades de la vida. Pues todos tus temas son sobre un desventajado social y económicamente. Es curioso, casi nunca sales casado. Tal vez porque tu idea es representar a un cualquiera que ni siquiera tiene una posición social estable, que ni esposa ni tienes. Cada vez que tengo oportunidad de ver una película tuya, no lo pienso dos veces. La veo. Algunas las he visto muchas veces. Y las sigo viendo cada vez que puedo. Y cada vez descubro detalles interesantes que antes no había visto. Ahí está el detalle, por ejemplo. A mí me parece muy aleccionadora. Allí ridiculizas a los defensores de la ley y de la justicia humanas. La idea central de esta película es la muerte de un Boby. Boby se llamaba el primer novio que 12

Mario Moreno Cantinflas

había tenido la esposa del jefe de tu novia. Que viéndolo bien, no era tu novia, sino la que te alimentaba de gratis. Y Boby también se llamaba el perrito de la dueña de la casa, o sea, de la patrona de tu “novia”. Y a ti te pusieron a escoger o si matar a Bobyperro o no comer. Tu novia te puso a escoger. Tenías que mostrarle el amor haciendo lo que ella le pedía. ¡Vaya manera de demostrar un amor! Sufriste en tomar una decisión. Pero más pudo tus ganas de comer, que ejecutaste al perro. Bien dice el refrán que “estomago lleno, corazón contento”. Resultaba, por entonces, que el esposo de la patrona de tu “novia” sospechaba que la patrona tenía un amante. Y un buen día el esposo decide darle una sorpresa. Finge una salida de negocios. Por cierto, que estaban al borde de la quiebra. Pero como tú siempre pagas los platos rotos de los demás, te confunden. Esa misma noche tu habías matado a Boby-perro. De lo contrario, no hubieras cenado ese día. Y esa misma noche Boby-hombre había planificado meterse a la casa de la patrona para chantajearla con unas cartas que ella le había mandado cuando eran novios y que no tenían fecha de envío. Boby-hombre quería aprovecharse de ella utilizando las cartas con amenazas de hacérsela llegar a su esposo con fecha reciente. La esposa no tenía alternativa. Todo fue como programado. Por un lado, tu mataste al perro; es decir, a Boby, y pudiste cenar otra vez. Por otro lado, el esposo ya había ido a hablar con la policía para que viniera a presenciar la traición de su esposa. La 13

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policía alegaba que era importante presenciar los hechos. ¡Vaya procedimiento!. Y por otra Boby, es decir, el hombre, ya se había metido en la casa a lograr lo que quería. ¡Y estaba a punto si no sucede lo que viene! Llega el esposo con su comitiva; es decir, la policía. Dentro de la casa estaban tú y tu novia, en la cocina. Tú comías. La patrona y Boby en la alcoba, forcejando verbalmente: que no, que sí. Que las cartas... ¡Canalla! ¡Que llega el patrón! ¡Sorpresa! Y a esconderse todo el mundo, es decir, tú y Boby. Claro, que ninguno de los dos sabía de la presencia del otro. Ellas no se esconden porque ellas estaban en su casa. Boby se esfuma. Nadie sabe dónde se mete. En cambio, a ti te esconden en un closet. Y allí te das un gusto que no te era permitido por tu economía. En el closet hay vino y abanos, es decir, cigarros. Ni corto ni perezoso te fumas un habano y destapas una botella. Mientras tanto la policía estaba en la sala esperando la señal del patrón que se había ido a la alcoba para dar la sorpresa. En la alcoba estaba sólo la esposa. Nerviosa, como era de suponer y con ello aumentaban más las sospechas del esposo. ¡Ajá! ¿Dónde está? ¿Quién? ¡Tu amante! ¡No me mientas! ¡Lo sé todo! Ella defendiéndose y él acusando, pero sin pruebas. Sólo sospechas. Sin embargo, ella se sabía descubierta. Después baja el esposo a la sala a decirle a la policía que se perdió el tiempo. No hay nada. ¡Disculpe! La policía insistía en que ella había ido a presenciar un adulterio y que no se irían sin antes 14

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haberlo visto. Y exigían que así fuera. Tú, en el closet, con tu botellita a medio acabar y con tu habano. ¡La buena vida y gratis! ¡Qué vida! En eso se siente el aroma del habano. Ni para saber qué te tenía más mariado, si el vino, o el humo del cigarro. Y te descubren. ¡Que salga! ¡Aquí estoy bien! ¡Mejor entre Usted, que aquí hay vino y habanos! ¡Que salga o lo mato! ¡Está bien! Sin violencia, que así se entiende la gente. Después el interrogatorio improvisado: ¿Qué hace Usted aquí? Yo nada. ¡Cómo que nada! Te lo voy a decir. Tú eres. Claro que soy. Y tú ¿quién eres? Te lo voy a explicar. Tú eres el amante de mi esposa. ¡Canalla! Inmediatamente sube el esposo a buscar a la esposa. Que lo encontramos. ¿Lo encontraron? ¡Confiesa! Y ella se la juega toda: claro, ese... Ese es mi hermano. ¿Tu hermano?. Y aquí comienza todo el enredo. Resulta que el hermano al que ella hacía referencia era el heredero de una fortuna de familia. De él iba a depender que los negocios del esposo no se declararan en quiebra definitiva. Y se cambian todos los intereses. Al esposo le convenía que así fuera. Más le convenía a la esposa, aun cuando no lo fuera. Y bajan a la sala. Este es. ¿Este? Sí. Tu hermano. ¿Cuál hermano? Tú. ¿Yo? ¡Hermano querido! ¿Cuál querido? ¡Abrázala! ¡Que no. Mire que... ! Hermano. Hermanita. Y abrazo. Conveniencias por todos lados: el esposo, la esposa, tú, la situación. Bueno. No hay otra. Eres el que dicen que eres, aun cuando no lo eras. Todos lo 15

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sabían. Por lo menos a todos les convenía creerlo. Y a darte la buena vida. Y comienzan las complicaciones. Pues como no eras el que decían, aunque si lo eras, tienes que comenzar a asumir la vida del que decían que eras y no eras. ¡Vaya problema! Después se presenta la verdadera esposa con un ejército de hijos tuyos. ¡Papá! ¡Cuál papá! Después que hay que casarse. Que no me caso. O te casas, o... Está bien. Pero que conste... Y todo a punto para el matrimonio. Novia, invitados. Y el novio, es decir, tú. A la fuerza. No había otra. ¿Aceptas? No. ¡Cómo que no! En eso se presenta la policía. Y te alegras que llegue la policía. Te salvaste, por puro milagro, como se dice. Que vas preso porque mataste a Boby. Sí. Voy preso y con gusto. Por un lado te salvaste de aquella, pero la que se te avecina, parece peor. El juicio. El juez. Los abogados. La defensa. La acusación. ¿Mataste a Boby? Sí. Que no, la defensa. Que sí. Lo maté. Era un perro rabioso y con mal de rabia. Por eso lo maté. Lo confiesa. Sí. ¿En defensa propia? No. Ni se defendió. Movió la cola. No hay más. Es culpable. Confiesa haberlo hecho. Yo maté a Boby. Y el abogado defensor dice que no. Pero yo sí lo maté. Maté a Boby. Tal vez en esta parte esté la crítica que haces de la justicia humana. Hora de la sentencia. Cárcel. No hay más discusión. En eso aparece el verdadero hermano de la esposa del patrón. ¡Alto! Es inocente. Yo lo maté. Y en defensa propia. Además... Y todo un resultado 16

Mario Moreno Cantinflas

favorable. ¡Menos mal! Y todos terminan hablando como tú: que si... o sea... que Boby... que lo maté... que el perro... que la cola... quién entiende... otra vez... ahí está el detalle. Amigo, Cantinflas: Gracias por tu buen humor. Y fino. Sin necesidad de muecas en la cara o de posiciones anormales. Gracias por la enseñanza que se esconde detrás de cada ocurrencia tuya. Gracias por la inteligencia de tu humor y por tu humor inteligente. Alguien dijo que el humor bueno y sano es inteligencia pura. Y tu dignificas el humor. Haces cátedra del humor. Y del bueno. Gracias por refrescarnos la vida con tus salidas y con tus películas. Voy a pedirte un favor: dame unas clasecitas para tener buen humor en la vida, porque quisiera encontrarle la sorpresa a la cotidianidad, para enamorarme de la rutina y para ayudar a que otros también lo hagan... Digo... o sea... porque... ¡Ahí es donde está el detalle! Chao, Cantinflas: Daniel

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Don Quijote de la Mancha

Sr. Don Quijote: Ilustrísimo Caballero Andante: Al saludarte y al tutearte, quizá, te ofendas, pues eres el Caballero que ocupa el más alto sitial en las aventuras de tus imaginaciones. ¡Su majestad! Soy como tu humilde escudero, Sancho. A lo mejor te rebajo al saludarte con mucha confianza. Es que así somos los de origen humilde: nos dan la mano y nos tomamos todo el brazo. Espero que no me reprendas por esta mi osadía de tutearte. Ya me imagino una lanzada tuya por mi atrevimiento y una refriega por mi abuso. ¡Y bien que me la merezco por no saber guardar las distancias! Pero sé, sin embargo, que tú eres de buen corazón y me sabrás perdonar. Cuando era estudiante leí tus aventuras. Me gustaban mucho. Las leí dos veces. Al extremo de dedicarme a leerte mientras algunos profesores daban sus clases de otras materias. Me estabas desquiciando a mí también. Desde entonces empecé a sentir mucha simpatía por ti. Tus muchas lecturas de libros de caballería tanto te desquiciaron el sano juicio que empezaste a creer

a Don Quijote de la Mancha

que tú eras la continuación de ese oficio tan alto y beneficioso para la humanidad. Te propusiste, como consecuencias de las lecturas, vengar agravios, enderezar entuertos. Y te convertiste en el hombre de la justicia. Aunque, viéndolo bien, cada actuación tuya creaba una injusticia mayor de la que quería enderezar. Al punto de que te “salía lo roto por lo descosido”, como dice el refrán. O lo que es lo mismo a decir, que era “peor el remedio que la enfermedad”, a pesar de todas las insistencias de tu fiel escudero, Sancho Panza, quien trataba siempre de hacerte entrar en razón. Te empecinaste en que eras el Caballero más excelso de la historia. Te inspirabas en los grandes de ese oficio para copiar hazañas y superarlos en valentía y coraje. Pero todo te salía al revés. Te olvidaste que aquello sólo era ficción y fruto de tu imaginación y no la realidad. En vano resultaba llevarte la contraria. Todos te miraban con lástima y hasta se burlaban de ti. Tu facha y figura no invitaban a otra cosa. Tú, sin embargo, querías imponer respeto. Cosa que nunca lograbas. Sino, que más bien, despertaba la risa. Como inspiradora de tus aventuras pusiste a Aldonza Lorenzo, la hija de Lorenzo Corchuelo. Te figuraste que era de una belleza única. A tal punto bella que la llamabas la de belleza sin par. Le cambiaste el nombre, como era tu costumbre con todas tus cosas. Al caballo le cambiaste el nombre. A ti mismo te cambiaste el nombre. Y no podía faltar la inspiradora de tus aventuras. La llamaste “Dulcinea del Toboso”. Y 19

a Don Quijote de la Mancha

hacia ella iba toda tu inspiración. Y te referías a ella como “tu dulce enemiga”. Tu caballo, al que también le cambiaste el nombre, hacía pareja contigo. Tan flaco y débil como tú. Tal para cual. Rocinante lo bautizaste. Con todas tus locuras, se estaban dando en tu persona tres actitudes humanas, que valen la pena resaltar, amigo Quijote. Una: lo que creemos que somos. Dos: lo que creemos que los demás piensan que somos. Y tres: lo que en verdad somos. En tu caso concreto se aplican las tres. Una: tu creías que eras un Caballero Andante. Dos: tu veías que los demás pensaban que tu no eras un Caballero Andante. Y tres: eras en verdad un loco de remate. Pero como tu vivías según como tu creías, eras feliz, a pesar de todo. Cada hazaña que se volvía en contra tuya te dejaba mal parado. Pero acrecentaba la imagen que tú tenías de ti mismo. Y te consolabas con pensar que esa era la suerte para los hombres de tu oficio. Cada aventura tuya te alimentaba tu propia imagen. Y con ello le dabas fundamentos a los demás para convencerse que realmente estabas loco. Tu apariencia iba empeorando. Te fuiste quedando sin dientes y más flaco cada vez. Tanto que a tu fiel escudero se le ocurrió bautizarte como el “Caballero de la Triste Figura”. Así estarías. Pero tú te realizabas. Ese era tu mundo mental, hasta que te desquiciaste por completo. Pobre de ti, según los que te veían. 20

a Don Quijote de la Mancha

A pesar de todo eso, me pareces un personaje muy interesante. Te movía la buena intención. Querías cobrar injusticias, aun cuando las crearas peores. Querías ser el hombre de bien. Así te salieran las cosas al revés. Me pareces un loco bueno. Y eso me hace reflexionar sobre los locos de nuestra sociedad, a quienes muchas veces los clasificamos de gente rara. Ahí está la gravedad de los que nos sentimos cuerdos. Es entonces la parte buena de Sancho Panza, tu escudero. Él te seguía en tu locura y te sabía comprender. Te ayudó a realizarte, muy a costa suya, ya que a él le tocaba siempre la peor parte en todas tus ocurrencias. Tú las inventabas. Y él sufría las consecuencias, como aquel brebaje que inventaste para curar los golpes y morados, según tus recuerdos de una medicina milagrosa de tus lecturas. Fíjate, amigo Don Quijote. Ya sacamos una lección de aventura desventurada: “Cada Quijote necesita de un Sancho Panza”. Además, todos tenemos algo de ti: un poco de locos. Necesitamos tener a nuestro lado a un Sancho. A pesar de todo te envidio. Ya que tu viviste como te imaginaste. Un tanto extremista. Pero creo que necesitamos vivir según nuestra mentalidad. En cierta manera tener un poco de loco. Claro, no tanto como tú. Pero sí un poco para poder ser diferentes del común. Y arriesgarnos a ello. Chao, “Caballero de la Triste Figura”: 21

a Don Quijote de la Mancha

Daniel

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Carta a Pedro Apóstol

Hola, Pedrito: Quiero justificar de inmediato por qué te llamo Pedrito. Porque me eres simpático y porque eres como yo, en muchas de las cosas. A lo mejor sea una declaración de amistad muy directa. Pero es así. Tal vez, ni te consideres mi amigo. Pero yo me atrevo a considerar que sí. Pedrito, así te llamo. Y cuando pienso en ti, me digo siempre, así en demasiada confianza: este Pedrito, si que es especial. Te imagino al lado de Jesús de Nazareth. Siguiéndolo por todos lados, con la esperanza de un reino, al estilo David. Las cosas parecían que se te iban a poner buenas. Te alistas al nuevo líder. Este da el golpe y te acomodas. Pero Jesús hablaba de un reino que no se trataba de aquí, de la tierra. Y tu, y contigo todos los demás, se hacían ilusiones de un buen puesto. Pero no entendían. Y, entonces, tu y tus salidas típicas de una persona que tiene claro lo que quiere, y que no entiende otra cosa, de lo que se ve en la inmediatez. Jesús hablaba de un reino. Esa era la esperanza de todo Israel. Tú eres israelita. Luego, tenías las mismas esperanzas de ese reino. Ahí que tu te oponías a Jesús

a Pedro Apóstol

cuando él hablaba que tenía que ir a Jerusalén, sufrir, ser entregado y morir. ¿Cómo es posible? Y Jesús te regaña y te pone en tu lugar al decirte que te apartes porque no entiendes. Quedaste mal parado. Y eso que momentos antes, según nos dice el Evangelio de Marcos, tú dijiste que él era el Mesías, el que tenía que venir, el esperado. Se trataba, sin duda, de una salida inspirada por Dios en tu impulsividad. Dijiste lo que dijiste y no supiste lo que decías. Porque inmediatamente pones la torta. ¡Ay, Pedrito, Pedrito! Cada vez que Jesús hablaba que tenía que morir, tú intervienes. Te entiendo y te doy la razón. Y, ¿dónde queda, entonces, el reino? Y siempre sacas la peor parte. Allá, en el Huerto de los Olivos, por ejemplo. Vienen a llevarse preso a Jesús y tu sacas de una vez la espada para defenderlo y defenderse. Porque eso significaba que si se llevaban al jefe también irían sus acompañantes. Había que sacar la espada. Había que hacer una amenaza. Y tú lo hiciste. Y volviste a quedar mal parado. Otro regaño de Jesús. No era justo. ¿Qué le pasará a éste? ¿Qué se habrá creído? Tanto coraje tuyo, ¿para qué? Lo peor del caso, es que Marcos no dice que fuiste tu, sino que uno de los que allí estaban. Pero, el chismoso fue Juan. Tenía que rayarte al decir que habías sido tu. Te nombra. ¡Qué falta de compañerismo, no te parece! ¡Así andaban las cosas entre ustedes, qué se podía esperar! ¡Y no que ibas a ser fiel hasta el final si cuando te preguntan si eres del mismo grupo de ese que van 24

a Pedro Apóstol

sentenciar, lo niegas! ¡Un adulador eres lo que eres, Pedrito! Claro. Antes, todo. ¡Te estabas asegurando un puestesito para cuando se diera el golpe! Pero, cuando las cosas se complican, nada de nada. Ni lo conozco. ¡Ahora, sí! ¡Cómo son las cosas, amigo Pedro! Resulta que la cosa iba más allá. Tú tenías razón en tus salidas. Pero también las tenía Jesús. Iban por caminos diversos. Y allí es donde está todo el meollo. Jesús sabía lo que hacía. Te tenía, ciertamente, para un puesto y bueno. Tú aspirabas otro. Pero te dieron uno mejor, todavía. No te puedes quejar. Te saliste con la tuya. No resultaron en vano tus salidas e impulsividades, Pedrito. Ahora bien. Yo me veo en ti, Pedrito. Soy demasiado inmediatista. Veo las cosas que veo. Y no más allá. No tengo esa capacidad de mirar un poquito más allá de las circunstancias actuales. Soy impulsivo. A veces, me controlo, cuando veo clarito que me conviene quedarme tranquilo. Pero cuando no veo ninguna conveniencia exploto y digo lo que digo. Después me arrepiento. Casi siempre pongo la torta. Y me duele que sea así. Y, entonces, me hace sufrir. Y me lamento de mi impulsividad y de mi inmediatez. Y me digo pero por qué. Y enseguida me consuelo contigo, porque me digo, si Dios se fijó en mí, fue precisamente, a pesar de todo eso. Ahí está Pedrito. Tranquilo. Mírate en él. Y me alegro. Aun cuando no entienda muchas cosas y ponga la torta. 25

a Pedro Apóstol

Oye, Pedrito, gracias por estar con tus torpezas. Y creo que con todo lo que te rayaron los que cuentan los evangelios, es bueno para mí. Así que gracias a esos chismosos que te querían hacer quedar mal, yo quedo bien. Sin duda, existe en esa intención de los escritores una inspiración de Dios y una teología. Gracias en todo caso. Hasta luego, Pedrito: Daniel

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Sancho Panza

Mi querido Sancho Panza: Al saludarte no sé cómo hacerlo. Eres demasiado sencillote y representas al común de los servidores fieles. Para muchos tú eres el pobre de la película y que el saca la peor parte. Como tú y yo nos entendemos, por ser del pueblo, creo que no hay palabras subidas para nuestro saludo. Quizá con un ¡hola qué tal! sea suficiente. Así que: ¡Hola, amigo Sancho! Cuando era estudiante de bachillerato oí hablar de ti. Y las referencias que tenía no eran muy halagadoras, que digamos. Decían los profesores de literatura que eras la encarnación del hombre que no tiene aspiraciones. Te caracterizaban por ser gordo y que pensabas sólo en comida. Cuando pensábamos en ti, a muchos nos daba risa, al compararte con el bueno de la película que era tu amo Don Quijote. Por cierto que también le mandé una carta. Te lo digo para que no te vayas a disgustar cuando te enteres que también le escribí a él.

a Sancho Panza

Reconozco que en bachillerato no me interesaba tu historia. Colocaban al Quijote como el hombre de ideales. Y a ti como la contrafigura. Como quería salir del paso, a la hora del examen, me conformé con aprenderme algunas pequeñas cosas. En parte, porque el profesor iba muy deprisa. Y, en parte, porque a esa edad se es muy cómodo. No queremos complicarnos la vida con los estudios. Se estudia para pasar el examen. Y nada más. Fue cuando era estudiante del segundo año de filosofía que me entró curiosidad por leer tu historia. Y me volvía a reír. Pero ya no de ti, sino de tus ocurrencias. Me desarticulaba de la risa cuando pagabas los platos rotos por las ideas de tu patrón, quien tenía complejos de Caballero andante, en una época en que no era usual esa manera de aventuras. Recuerdo cuando en la manta te aventaron al aire. O cuando tuviste que tomar aquel brebaje que preparó el loco de tu amo y que te puso a botar por “ambas canales”, como aparece textualmente en el libro. Y todavía me da risa. Cuando era niño escuchaba esta expresión muy popular: “El hijo de la panadera”. Y con ella se indicaba que se era menos favorecido en muchas circunstancias de la vida. Si cualquier cosa salía mal le echaban a uno la culpa. Entonces, se decía: “Claro, como soy el hijo de la panadera”. O sea el pobretón. Y tu, amigo Sancho, en la obra de Cervantes, eres “el hijo de la panadera”. Tu siempre sacas la parte menos favorecida en cada actuación de Don Quijote, a quien 28

a Sancho Panza

se le ocurría ver gigantes donde sólo había molinos. O castillos donde no había más que una simple hospedería o venta. O ejércitos donde sólo existía un rebaño de ovejas. O hermosura sin par, donde no había tal belleza. Y a ti te tocaba sufrir las consecuencias de las insólitas ocurrencias de tu amo. No tenías derecho a opinar. A pesar de que siempre tenías la razón. Pero como el que sabía era el hidalgo Caballero, tus opiniones eran ignoradas. Poco a poco te fuiste convenciendo de la locura de tu amo, aunque al principio, el loco eras tú por creer semejantes inventos. Claro, tu situación no era muy buena. Tu amo te ofreció una ínsula para gobernarla tu solito. Y veía que esta ínsula era una buena oportunidad de mejorar tu suerte de labriego. Y es aquí donde muchos te clasifican como un interesado. Pero pienso, a pesar de que digan todo eso y más, tú eras más cuerdo que cualquiera que presuma serlo. Pues tú eras realista. Ese era tu mundo. No había más allá. Esa era tu realidad. Para muchos y para el mismo Don Quijote tu representas la persona inoportuna y torpe. De allí proviene la famosa palabra “mentecato” que muchas veces utilizaba tu amo al referirse a ti. Sin embargo, tienes que reconocer, Sancho, que tú al comienzo era más loco que tu amo. Ya que se te podría aplicar el refrán aquel de que “es más loco el que anda con el loco que el loco mismo”. Porque le cree al loco. Y eso es una locura mayor. Y tu le creíste. No me lo vengas a negar. Claro que te diste cuenta allá en la Sierra Morena cuando tu amo le 29

a Sancho Panza

escribe una carta a su Dulcinea del Toboso y te manda que se la lleves. Y antes de partir hace algunas demostraciones para que tu le cuentes a Dulcinea. Es cuando tú lo bautizas como el Caballero de la Triste Figura, porque lo ves casi en cueros. Allí te convences que estaba loco. Y allí tu vuelves a ser cuerdo. ¡Al fin! ¿Sabes, Sancho? Mucha gente todavía hoy al referirse a los muchos Sanchos que hay en el mundo tiene la osadía de llamarlos “mentecatos” y se burlan porque consideran que no tienen ideales ni espíritu de superación. Pero se les olvida que los Sanchos, los como tú, con sus refranes y dichos populares, son más sabios. Ven lo que es. Y muchas veces es distinto de los castillos y gigantes de las aventuras de sus amos. ¿Sabes qué? Yo pienso que los Sanchos Panzas, los como tu, son necesarios en la sociedad. Son ellos los más realistas. Y tal vez demasiado. Si los Quijotes se dejaran guiar, o por lo menos escucharan las observaciones de los Sanchos, muchas cosas serían distintas. Lo que pasa es que como ellos, los amos como el tuyo, se creen que sólo ellos y nada más que ellos son los que saben y conocen. Y son los que tienen razón. Pero tú y yo sabemos que no es así. Dejémoslos que vean castillos donde solo hay una pequeña venta de arepas. Total. Somos los Sanchos. Se me ocurre algo, Sancho: vamos a formar un club de gente como tú y como yo. Que tal si lo llamamos los Sanchos, o la Sanchería. Piénsalo. Claro, que tú eres el Presidente vitalicio. ¡Piénsalo, vale!. Después hablamos. Pero no me dejes afuera. ¡Cuidado! 30

a Sancho Panza

Mira que el de la idea fui yo. No. Tranquilo, es jugando. Además yo sé que tú eres noble y buena gente. Pero por si acaso. No se sabe. Chao: Daniel

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Billo’s Caracas Boy

Amigo Billo Frometa: Recibe un cordial saludo. Y un abrazo de amistad y de admiración. Desde niño escucho tus canciones con mucha satisfacción y alegría. La gente de mi ciudad bailaba con tus ritmos contagiosos. Cada diciembre tu contagiabas el ambiente. A cada regalo musical tuyo le subían el volumen a la radio. Y tarareábamos tus melodías. En la radio hacían programas con tus canciones todas las tardes, a las cinco. Y los sábados, desde las nueve de la mañana sintonizábamos una de las tantas estaciones que nos alegraba con tus bellas melodías. La casa se invadía de alegría. Mis hermanas hacían los quehaceres de la casa con mucho entusiasmo. Ellas también cantaban. Desentonadas, por supuesto. Pero igual cantaban. A veces improvisábamos un bailecito en medio de los oficios. A mí, por lo menos, me tocaba regar las matas o cualquier otro oficio el día sábado. Y lo hacíamos con una alegría contagiosa. ¡Oh, qué bellos recuerdos, amigo Billo!

a Billo’s Caracas Boy

En algunas estaciones de la radio realizaban programas contigo y con los melódicos. Alternaban. Una y una. Aquello era una fiesta familiar y un disfrute que no te puedo contar porque me emociono sólo con recordarlo. A pesar de haber crecido, nunca perdimos la simpatía hacia tu música. Por lo que respecta a mí, por lo menos. Tus ritmos: ya una guaracha, o un pasodoble, o un bolero, o una cumbia, o un merengue venezolano, etc. Pienso, amigo Billo, que con tu manera de ganarte la vida alegrabas la vida de mucha gente. Por lo menos a mi familia tú la hacías sentir muy especial y unida, sobre todo, los sábados. Y, así, ¡cuántos no olvidarían sus penas y fatigas con tus melodías! ¡Cuántas sonrisas no dabas a muchos rostros cansados por las faenas de todos los días! De hecho, tener en la casa un disco tuyo era un verdadero tesoro. Y bailar con tu ritmo una experiencia maravillosa. Aunque en mi casa no teníamos más que un radiecito. No nos podíamos dar el lujo de un tocadiscos de la época. Pero el radiecito era más que suficiente. ¡Para qué queríamos más! Yo sé que lo te voy a decir te va a hacer reír. No importa. Ahora, de viejo pude comprarme un equipito de sonido. Y uno de los primeros discos que me compré fue uno de los tuyos. Siempre lo escucho. Y mire, ¡cuánto disfruto escuchándolo! Y a veces en mi cuarto, sin que nadie me vea, echo mi bailaíta. Y disfruto más todavía. Porque hay en ese detalle una 33

a Billo’s Caracas Boy

alegría vivida de niño. Hay un recuerdo maravilloso de familia. Hay inconscientemente un revivir mis días de muchacho peleón y alegre. Y feliz. Tú me vas a perdonar, si no sé cómo se baila bien una melodía tuya. Pero déjame bailarla a mi manera. La disfruto. Tal vez mucho. ¡No te lo imaginas! Quiero decirte una cosa: gracias por tu música. Gracias por tus composiciones. Gracias por la alegría. Gracias por esos días bonitos que pasaba mi familia, sobre todo mis hermanas, los días sábados. Aunque muchas veces nos llevábamos algún regaño por tu culpa. Pues como le subíamos el volumen al radiecito para poder escucharte en el patio o donde cada uno estuviera haciendo su oficio, nos olvidábamos que a Papá o a Mamá le perturbaba. Pero, sé que muy en el fondo, ellos también la disfrutaban a pesar de nuestras exageraciones. Perdóname si te exageré. Pero así era. Bueno te dejo. Quiero ir a colocar en el equipito aquella canción de “epa Isidoro, buena broma que me echaste”, y también, aquella que dice “y es que yo quiero tanto a mi Caracas, que le he pedido al poeta que le pusiera a mi verso toda su inspiración”. Chao. Te prometo que trataré de mejorar en el baile para no ofenderte. ¿Te parece? Chao, chao. Estoy apurado. Además, ¡antes de que se vaya la luz! Chaíto1, pues: Daniel 1

Véase carta a Ángel Rosemblat, página 65.

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Carta a Richard Bach

Estimado, Richard: Desde las alturas, en mi vuelo experimental, como el de Juan Salvador Gaviota, recibe mis saludos. Por recomendación de un migo leí tu libro Juan Salvador Gaviota. Muy sencillo. Y muy interesante. Tu preferencia es el vuelo. Todas tus obras tienen que ver con los aires y con aviones. En el libro de Juan Salvador es un ave, una gaviota, que quiere romper la rutina. Quiere ser diferente del resto de la manada de gaviotas. Quiere volar más de lo que le está permitido por la naturaleza. Al principio, apenas, logra subir un poco. Se desploma contra la playa. No logra el dominio de su cuerpo acostumbrado al ras del agua. Pero continúa en su intento. Un día y otro. No llama la atención al resto de las gaviotas. Pasan los días y con ellos sus esfuerzos. Poco a poco mejora. Comienza a tener más control del aire. Va aprendiendo a mover las alas para ganar altura y también para girar. Así comienza a salirse del comportamiento típico de sus compañeras. Comienzan a verla como extraña. Y Juan Salvador se desliga del resto. Prefiere volar. Sólo volar. Encuentra en el vuelo su realización. Quiere más. Ya no hay

a Richard Bach

límites. Sólo el cielo es el límite. Como diciendo, el infinito es el límite. Y lo bueno de todo es que encuentra a otros de sus compañeros que hacen también lo mismo que él. Encuentra a Richard Gaviota. Y a muchos otros. Se identifica con ellos. No estaba sólo. Había otros como él. Y hay allí un gran mensaje. Por lo menos, así lo veo yo. Tengo una manía, sin embargo. Y es que me la paso vivo viendo mensajes en todas partes. Tal vez ni los haya. Pero yo los veo. Me estoy convenciendo que realmente es una manía. Perdóname, si en tu caso no lo hay y yo lo veo. Pero para mí tú estás queriendo decir, en este estilo literario, que tenemos que ser diferentes. Que no importa que nos vean como extraños. Al igual que a Juan Salvador. Lo importante es que podemos. Y el límite es el cielo. No hay obstáculos si nos proponemos volar. Por lo menos, creo que tu estás diciendo que es necesario no ser del montón. Tenemos que romper las barreras y las limitaciones. Y que podemos hacerlo. Que hay otros que lo han hecho. Que no se está solo. Hay muchos. Claro, la paga es que nos aislarán. Pero es un imperativo existencial. Amigo, Richard, gracias por tu Juan Salvador Gaviota. Voy a decir una cosa, a lo mejor te ofendo, porque te estoy comparando. Pero creo que tu Juan Salvador Gaviota tiene que estar junto al Viejo y el mar, de Hemingway; y junto también al El Jardín de mi amado, al El diente roto, al El Principito; y, muchos otros del mismo estilo sencillo pero profundo. Son sencillamente grandes. 36

a Richard Bach

Voy a pedirte un favor: dame una receta para quitarme esta costumbre de estar encontrando mensajes donde no los hay. Creo que se me está volviendo una manía. Y me da miedo, muy en el fondo. Bueno, te dejo, porque no hay límites. Pero si hay un límite a esta carta. Tiene que haberla. Porque, “ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”, como dice nuestro refrán venezolano. Chao, porque voy a ver si comienzo a practicar mi vuelo. Ya me imagino dando traspiés. Chao: Daniel

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Carta al Chapulín Colorado

Hola, Chapulín: ¡Y, ahora, quién podrá defenderme! Tu, ciertamente, mi querido Chapulín. Y aparecerás con tu trajecito rojo, con tu chipote chillón, con tus pastillas de chiquitolina y con tus antenitas de vinil. De seguro aparecerás por la ventana, o en el closet, o encima de la mesa. Y harás tu aparición, anunciándote con tu característico saludo: ¡No contaban con mi astucia! Y tendré que responder con la sorpresa: ¡El Chapulín Colorado! ¡Oh, mi querido Chapulín! ¡Cuánta alegría me da el saludarte y el escribirte una carta! Tu no podías faltar. Nunca me lo hubiese perdonado una omisión contigo en estas correspondencias que estoy haciendo, desde hace algunos días. De hecho, cuando le comenté a algunos de mis amigos que han leído mis cartas anteriores, que te pensaba escribir una a ti, se alegraron mucho. Y me animaron. Sí. Sí. Escríbale. Y les noté una alegría especial. Oye, vale, ¡cómo te quieren! ¿Sabes? No sólo ellos te quieren. Te queremos todos. Inclúyeme a mí. Si vieras cómo me quedo frente a la televisión mirando tus ocurrencias y torpezas y disfrutando de tus aventuras. A veces lamento que en el

a Chapulín Colorado

horario que pasan tus aventuras estoy ocupado y no puedo verte. Me quedo con una pequeña frustración. El otro día le pedí a una persona amiga que grabara en una cinta de video tu serie. Me hacía la ilusión de poder verte a mis anchas. Pero no lo hizo. Me dio mucha tristeza. Pero no pierdo las esperanzas de un día tener par mí solo una cinta de video de tu serie. Por lo menos de algunas. Me gustas por muchas razones: tú eres generoso. Tienes un corazón de oro en generosidad. Quieres ayudar a todo el mundo que se halle en dificultades. Aunque, no sea más que pura intención, ya que eres demasiado torpe. Y en vez de ayudar la empeoras. Y haces más difícil cada situación. Y, entonces, con cada torpeza tuya, me privo de la risa. Porque allí está tu sentido del humor. Y me rió porque en el momento me causas risa. Pero me rió porque muy en el fondo me encuentro plasmado en ti. Lo que significa que me rió de mis propias torpezas. Muy buena voluntad, pero sin los medios y conocimientos suficientes para poder ayudar de verdad. Lo que hace que las cosas se compliquen. Y te sientes orgulloso de lo sabio que eres y de lo inteligente porque todo lo tienes bien calculado. Para bien de todos, las cosas las resuelven los demás o se resuelven por pura casualidad y tu consideras que lo lograste tu, con tu inteligencia. Y te ufanas. Todos saben que no fue así. Y eso mismo me pasa a mí. Y tengo que reírme de ti. Porque al reírme de ti me estoy riendo de mí mismo. 39

a Chapulín Colorado

Por otro lado te glorías de tu valentía. No le tienes miedo ni a nadie ni a nada. Pero es todo lo contrario. Eres cobardísimo. Le tienes miedo a los muertos, a los fantasmas, a la oscuridad. Y tiemblas ante los más grandes que tu, que son todos, porque eres pequeño. Y te enfrentas con cobardía. Sales bien parado. Pero por casualidades. Y te sientes seguro de tu valentía, fuerza, coraje y osadía. Y me tengo que reír. No me queda alternativa. Pero ya sabes por qué... ¡Oh, mi querido Chapulín! ¡Cómo no voy a quererte! Formas parte de mí desde niño. Eres yo mismo con traje rojo y unas antenas de vinil. Voy a pedirte un favor: no dejes de ser como eres. Así como eres. Me sentiría muy triste si cambiaras. De seguro me obligarías a cambiar a mí también. Y eso me va a costar mucho trabajo. Gracias. Nos vemos. O mejor dicho, hasta la próxima que yo me vea contigo y en ti cuando te vuelvan a dar en la televisión. Chao, Chapulín: Daniel

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Carta a Federico Nietzsche

Amigo, Federico: Recibe un saludo con toda mi admiración y respeto. Cuando era estudiante de filosofía tuve la suerte de recibir clases de un profesor canadiense. Era Master en filosofía. Tenía una metodología muy especial para dar las clases. Una de las clases fuiste tu. El profesor era muy metódico y organizado, tanto en sus clases como en su vida personal. Nos exigía estar sobre los libros todo el tiempo. Cosa que hacíamos con mucho gusto y placer, aunque con mucho trabajo, pues teníamos que leer muchos libros para responder a sus exigencias. Es después que se reconoce el esfuerzo y sus frutos. Cuando en el pensum de estudios apareció “Historia de la Filosofía en la Edad Contemporánea”, nos sentimos muy satisfechos porque íbamos avanzando normalmente. Y al llegar a ti, el profesor, apenas dio unos pincelazos sobre tu vida y sobre tu pensamiento. Sabíamos que se trataba del “nihilismo”. En su metodología estaba el despertarnos la curiosidad. Todo lo demás nos tocaba a nosotros como estudiantes. Imagínate el mundo de cosas que teníamos que leer

a Federico Nietzshe

para tener más o menos ideas claras. Siempre contábamos con el asesoramiento del profesor quien nos guiaba y orientaba cuando nos deteníamos en lo que era menos importante, o insistiendo en cuál era la idea principal. Al final de cada semestre teníamos un seminario de sus materias. Cada alumno escogía el tema que le más interesaba, según lo que habíamos visto en clase. Eso nos daba la ventaja de conocer más. Cada uno tenía que exponer en clase al resto de los compañeros, quienes a veces, con la sana intención de ponerlo a uno asustado y nervioso, le lanzaban preguntas con sana doble intención: fulminarlo o pulirlo más en el tema que se exponía. Recuerdo que yo escogí tu filosofía, amigo Nietzsche. Me gustaba mucho porque entre otras cosas tu hablabas de “la muerte de Dios”, del “superhombre”. Y quería profundizar desde mis inquietudes de estudiante. Fue, entonces, cuando pasaron por mis manos tus ideas, que se recogían en tu libro Así habló Zaratustra, y muchos otros estudiosos críticos que te analizaban. En esa escogencia descubrí que tú eres muy leído por los jóvenes y que significas para ellos una lectura obligada, por tu estilo. Me sentí muy satisfecho de haberte escogido. También descubrí, según los estudiosos de tu filosofía, que tu te proponías crear un libro análogo a la Biblia. Con sentencias y hasta dividido como ella. Te proponías sustituir a la Biblia con la idea del “superhombre”, como consecuencia de 42

a Federico Nietzshe

la muerte de Dios. Y te inventaste a Zaratustra. Una especie de hombre sabio que vivía en la montaña y que tenía la necesidad de comunicar a los hombres sus descubrimientos. Tu Zaratustra tenía 30 años. La misma edad de Jesús de Nazareth. Vivió en la montaña un buen tiempo. Lo retiraste a la soledad como presentan a Jesús de Nazareth los evangelistas. Así como Jesús conversaba con Dios, su Padre; Zaratustra reflexionaba con el Sol, al que le pide que le bendiga en el nuevo camino que va a emprender. Tu personaje baja de la montaña a enseñar a los hombres. El primero que se encuentra es “al santo”, con quien conversa, para decirse, después, para sus adentros: “¡Será posible! ¡Este viejo santo en su bosque no ha oído todavía nada de que Dios ha muerto!” Después lo ubicas en la ciudad donde enseña que: “el hombre es algo que deber ser superado. Todos los seres han creado hasta ahora algo por encima de ellos mismos: ¿y queréis ser vosotros el reflejo de esa gran marea, y retroceder al animal más bien que superar al hombre? Yo os enseño el superhombre”. Y Zaratustra empieza así su evangelio, en el que critica la postura cristiana en el mundo. Y cuestiona la visión de la humildad que tiene el cristianismo. En esta parte me pareces, realmente, muy interesante. Y creo, que en cierta manera, tienes mucha razón. Después, en tu libro El Anti-Cristo, expones que hay que despreciar la humildad, la debilidad y “la falsa caridad y comprensión”. Y que hay que poner en su 43

a Federico Nietzshe

lugar al Súper-hombre. Me imagino el escándalo que formaste con estas ideas. Algunos pensadores consideran que la puesta en práctica de tu Súper-hombre se consiguió en la persona de Hitler. Y Hitler resultó un verdadero monstruo para la humanidad. Imagínate la práctica de crear una raza pura, la raza aria, para lo que había eliminar a toda raza inferior. Un verdadero monstruo. Amigo, Nietzsche, quizás la aplicación de tus ideas sean anti-humanas. Lo son. No lo discutamos. Lo son. Sin embargo, algunos reconocen que al Dios que tu mataste no fue el metafísico, es decir, al ser necesario, según la filosofía. Sino al Dios inventado por muchos hombres. Y, hasta cierto punto, se puede decir que tenías razón al darle el “descanse en paz”. Ya que muchos vivimos con un Dios a nuestra manera. Manipulamos. Cometemos injusticias. Y justificamos muchas torpezas en nombre de ese Dios, o amparándonos en ese Dios, a la nuestra. La historia así lo comprueba. Tengo que agradecerte el susto que nos has dado. Muchos se asustan ante la posibilidad de la muerte verdadera de Dios. A mí no me asusta. Porque Dios sigue siéndolo, aun cuando en nuestras cabezas, la idea del verdadero Dios haya que purificarla. Creo, que por aquí hay que verte. Aunque viéndolo bien, al matar la idea de Dios, y al decir que Dios es más invento del hombre, se genera un mundo invivible. Si matamos a Dios y todo lo que él significa el mundo se le va a convertir al hombre en una imposición del más 44

a Federico Nietzshe

fuerte. Y esto sería un caos. Y una verdadera tragedia el vivir. Y se justificaría la imposición del Súperhombre. Y, aquí, sí que no estoy de acuerdo contigo. Pero, te agradezco el sustico que nos echaste. Esto nos ayudará. No lo niego. No te escribo más. Es suficiente. Chao: Daniel

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Carta a Pelé

Rey Pelé: Hola, querido Pelé. Primero quiero pedirte disculpas por no llamarte por tu verdadero nombre. Pero resulta que es muy complicado y no logro memorizarlo. Me es más práctico llamarte como todo el mundo te conoce: Pelé. Espero que no te ofendas. ¡Oh, cuántos bellos recuerdos de niño! Improvisábamos algunas partidas de fútbol en la carretera. Poníamos dos piedras a ras de piso en ambos extremos para señalar que eran las porterías. No teníamos un balón, propiamente dicho. Pero no era para nosotros un problema. Lo hacíamos con un cartón de leche. Lo rellenábamos con papel periódico. Y a jugar. ¡Cuánta algarabía y gritería! De vez en cuando interrumpíamos el juego en medio de una jugada emocionante, a punto de gol, porque subía o bajaba un carro. Había que suspender momentáneamente el juego hasta que el carro pasara. Y volvíamos a lo nuestro. Todas las tardes lo mismo y en el mismo lugar. Con las mismas interrupciones. Pero eso sí, cada vez con balón nuevo. Ya que el del día anterior no daba para más. Regresábamos a nuestras casas sudados, con la ropa sucia, pero

a Pelé

satisfechos porque éramos jugadores de fútbol. Teníamos nuestras fantasías. Y si hacíamos un gol o más, ciertamente, éramos grandes jugadores. ¡Cuán bravos éramos y nos sentíamos! El que más goles hiciera se ganaba el respeto de los demás. Y el respeto, sin duda, que lo tenían los más grandes porque tenían más fuerza. Pero eso no era un obstáculo para los más pequeños, de entre los que estaba yo, ya que nos veíamos obligados a hacer más esfuerzo físico para poder ganar. Y ganábamos. Eso hacía que nos sintiéramos más grandes todavía. No siempre, por supuesto. Había que añadir el regaño de nuestras madres por el estado en que regresábamos. Pero era un regaño que valía la pena soportar. Y si perdíamos, no importaba. Quedaba el día siguiente. Y si no, también el siguiente. Lo bueno de todo esto, amigo Pelé, era que en nuestras fantasías de “pequeños-grandes” jugadores de fútbol tú representabas el modelo del mejor jugador. Así decir que fulano era el Pelé equivalía a decir que, ciertamente, era el mejor. Y todos queríamos que nos dieran ese sobrenombre. Y hacíamos todo porque así fuera. Para eso había que jugar de verdad y como los buenos, aunque no se fuera. Había que llevarse ese apelativo, al menos por esa tarde. Aunque, viéndolo bien, no me acuerdo si a mí dieron ese sobrenombre. Pero me hubieras visto sudar la ropa en pleno juego. Creo que me lo merecía. Pero no lo recuerdo. Tal vez. No me acuerdo, sinceramente. 47

a Pelé

También, cada uno en medio de una jugada, hacía de narrador de la partida de fútbol. Así, cuando alguno llevaba el balón; bueno, quiero decir, el cartón de leche relleno de papel periódico, decía: y va Pelé, y dribla a uno, y hace la jugada... Y así había tantos Pelés como niños jugando en la carretera en una partida improvisada de “pequeños-grandes” jugadores. Y éramos felices. Fuimos creciendo. Cada uno fue realizando lo que se propuso y pudo conseguir. Y cuando oíamos hablar de ti, nos identificábamos contigo. Porque éramos del mismo clan. Es decir, habíamos sido Pelés. Y había una especial sintonía. Lástima que ahora de grandes seamos grandes y nos hallamos olvidado de esos pequeños soñadores que éramos. Pero es la vida. No podemos ponernos nostálgicos. Es así. De niño un cartón de leche relleno con periódico nos hacía felices. Ahora, tal vez, tengamos un balón verdadero, de cuero, real, y nos falte la ilusión y la algarabía. ¡Qué cosas, no! ¡Qué extraña resulta la vida, no te parece! No te escribo más, porque me puse melancólico y con nostalgia. Quiero terminar, dándote las gracias, por ser parte de nuestras ilusiones de niño. Y choca esas cinco, como lo hacen los jugadores después de una buena jugada. Chao: Daniel.

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Carta a Judas Iscariote Hola, Sr. Judas: Sé que estarás sorprendido que te esté escribiendo. Porque siempre has sido el malo de la película. Igualmente sé que cuando muchos se enteren que te escribí pegarán un grito al cielo. Pero, ¡que griten! Antes de todo, quiero pedirte disculpas y perdón. ¿De qué? Me dirás. Tengo mis razones. Y te las voy a dar. Porque creo que es una obligación de fidelidad a la historia y de fidelidad a los acontecimientos. Siempre se te ha visto como el que traicionó a Jesús de Nazareth. Ciertamente, es así. Y por ello se te ve como el más malo de los malos. Pero hay en esa visión de los acontecimientos algunos elementos que nos hacen tergiversar las cosas de cómo en verdad fueron y son. Tus razones tenías. Y todas en la lógica de las expectativas del pueblo judío. Desde allí, no se te puede juzgar. El problema está en que el juicio que hacemos de ti es que tu entregaste al Hijo de Dios, es decir, a Dios mismo. Y por eso te vemos como el más malo de todos lo malos. Hasta en el cuadro de la última cena buscan representarte como el más feo. ¡Por favor! ¡Creo que no son justos!

a Judas Iscariote

Que entregaste a Jesús es lo que siempre se dice. Pero ya el evangelista San Marcos, te defiende, al decir, que “uno de los doce”. Lo que puede significar que cualquier otro lo pudo haber hecho. Total, ya todos estaban desencantados y no entendían lo que pretendía Jesús de Nazareth. Además, ustedes veían que las cosas que se esperaban eran de otra perspectiva. No estaban preparados para otra visión, sino la que tenían en la experiencia del pueblo escogido por Dios. La historia era otra. E igual, otra la experiencia. Voy a revelarte algo muy importante, Judas: me inventé un personaje para defenderte. Se llama Pedro María Perales. Puse en él todas las características de una persona inquieta e intranquila. Él se da a la tarea de defenderte. Es un recurso literario. Con datos y estudios en la mano él le explica a Clementina, su esposa, todos los elementos que tiene para dedicarse a tu defensa. Porque se trata de un imperativo histórico y una necesidad teológica. Y te defiende. E hice una novela. Todavía no la he publicado. Pero pronto será. Precisamente porque considero que se trata de defender tu buena fama y tu nombre. Quiero pedirte perdón en nombre del cristianismo. De seguro que me dirás que quién soy para atribuirme semejante atrevimiento. Pero te digo que soy cristiano. Y como tal pertenezco al cristianismo. Eso me da ese derecho y esa facultad. Que conste. No te pido a nombre de la Iglesia Católica. Eso le toca al Magisterio. Te hablo a nombre del cristianismo del que formo parte y que me da ciertos 50

a Judas Iscariote

derechos. Y te pido perdón porque te tratamos mal. Te hemos faltado el respeto. No se puede negar que el juicio que se tiene de ti es influenciado por un cierto antisemitismo; es decir, un odio hacia la raza judía injustificado. Esto ha generado muchos comportamientos errados contra los judíos. Muy recientemente Alemania generó una gran persecución contra los de tu raza. Y el mundo debe avergonzarse de eso. Hay un autor, León Uris, que tiene un libro muy interesante sobre esa historia. Se llama Éxodo, y, otro, de otro autor, Greem, que se llama Holocausto. No te voy a contar los detalles porque me haría muy largo. Pero, en todo caso, es algo de lo que la humanidad, sin excepción, tiene que estar abochornada y avergonzada. Pero eso es otro tema y no quiero complicarme contigo. Sólo te escribo para pedirte perdón por el mal trato que te hemos hecho. Y para decirte que mi amigo Pedro María Perales te defiende. Tal vez se trate de una golondrina que quiere hacer llover, como decimos los venezolanos. Es decir, que no será gran cosa. Pero, creo que es una cuestión de justicia. Y en tu caso tenemos que reivindicarte. Me gustaría que leyeras ese libro que he escrito y me dieras tu opinión. Sé que te va a gustar. Sé, igualmente, que puede sonar escandaloso que se escriba un libro para defenderte. Pero hay que ubicarse en tu momento histórico, con todos los elementos de entonces. Y saber que tenías razón en hacer lo que hiciste. Léete el libro. Me darás la razón. Así que tranquilo, Judas, no hagas problemas. Te 51

a Judas Iscariote

condenan y te miran mal. Pero es que no saben los verdaderos motivos. No lo saben. Los ignoran. Te dejo. Será hasta otra vez. Quizás te escriba para contarte cómo ha sido el impacto del libro del que te hablé. Chao: Daniel

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Juan Gabriel:

Hola, amigo: Con toda mi admiración y respeto quiero escribirte. Así les prometí a unos amigos. Y no puedo fallarles. Antes de todo, quiero agradecerte por tu música. En ella hay mucha poesía y optimismo. Cada vez que tengo oportunidad te escucho y no puedo dejar de sentir alegría, entusiasmo y no sé qué de cosa bonita. Anoche mismo. Estaba en una casa de familia. Me habían invitado a cenar. La familia estaba muy contenta porque había comprado un nuevo equipo de sonido, de esos portátiles nuevos, que son muy prácticos. Y lo estaban estrenando con un disco de los tuyos. La cena era pescado. Muy sabroso, por cierto. Y tu música sonaba de fondo. Y no podía disimular la alegría de que tú también estuvieras cenando con nosotros. Nos hacías compañía con tu arte. De vez en cuando comentábamos algunas de tus canciones. Nos deteníamos en algunas partes que nos llamaban la atención. Y fueron muchos los comentarios que surgieron. Uno de ellos fue que realmente la música es un arte muy bello. Y que a quien no le guste la música no sabe disfrutar lo bello que es la vida. Otro fue que tú eres un poeta de la música. Tal vez por eso es que eres especial. Por lo menos, para el grupito que estábamos

a Juan Gabriel

cenando. Yo no pude disimular algunas lágrimas. Y comenté que si el cielo se gana por hacer el bien a los demás, ciertamente, tú te tienes ganado el cielo. Claro, que no soy Dios. Es simplemente un comentario. Porque, ¡cuánto bien no has hecho tú, con tu música! ¡Cuánta alegría sana no has dado con tu arte! Y seguíamos comiendo pescado. Y tu nos acompañabas. Muchas otras cosas decíamos. Como, por ejemplo, que Dios tiene que ser mucha ternura. Y tú contribuyes a que en cierta manera experimentemos a Dios. Tal vez, el verdadero Dios. Y creo que en ese momento de la cena estábamos siendo arrebatados por un trance místico, motivados, sin duda, por tu música y la poesía de tu arte, doblemente bello. Sé, sin embargo, que esto que te estoy diciendo, para muchos podrá ser escandaloso. ¡Imagínate, que estoy diciendo que experimentábamos una sensación bonita, como ha de ser el mismo Dios, gracias a tu música! ¡Ciertamente, un escándalo! Claro, que ese escándalo se debe a que solamente relacionamos experiencia de Dios con Iglesia y rezos, y todas esas cosas. Pero, ¿no son acaso los poetas, como tú, quienes verdaderamente tienen auténtica experiencia de Dios? No digo con esto que no hay verdadera experiencia mística en lo anterior. Sino que los poetas son personas tocadas, muy en especial, por un don maravilloso en el descubrimiento de la belleza de lo bello. Y ¿Dios no es belleza y lo bello, al mismo tiempo? Y ¿no es una persona especial quien tiene ese don dado por el mismo Dios para darse a conocer? Sé que ya algunos estarán pensando que estoy 54

a Juan Gabriel

diciendo que tú eres un santo. No. Amigo, Juan Gabriel. Estoy diciendo que eres un poeta y como tal un descubridor de la belleza. Y no estoy diciendo, ni más, ni menos. Te hago esa aclaratoria, porque, cabe la posibilidad de que no nos entiendan. Sé, también, y estoy seguro, que tú me estás entendiendo. La cena continuaba. Y tú entre nosotros. La señora de la casa comenzó a bailar una de tus melodías. Y no pude resistir la tentación de acompañarla en el baile. Me levanté y bailamos. Todos soltaron la carcajada porque yo no podía seguirla. Ya que soy torpe para estas cosas. Pero, era la misma alegría que nos contagiabas con tu arte. Estábamos muy contentos. Y fue una velada muy bonita. Muy familiar. Muy del momento. Fue un momento muy especial. ¡Cómo no disfrutarlo! Juan Gabriel, gracias por ser artista. Gracias por cultivar y darnos tus creaciones para alegrarnos la vida. Gracias por ayudarnos en descubrir que la vida es bella. Gracias por ayudarnos a sentir a Dios en la sencillez de tus canciones. Gracias. Gracias. Mil gracias. Y gracias por la alegría de la familia de la cena de anoche. Chao: Daniel

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Carta a Ernest Hemingway

Amigo, Ernesto: Con el anzuelo y arpón en la mano, quiero saludarte. Hace mucho tiempo leí tu libro El viejo y el mar. ¡Qué manera tan sencilla de expresar grandes ideas! Me gustó en su plenitud. Siempre te recomiendo a mis amigos. Hasta te han llevado a película. Tu libro es así: todo comienza con un pescador que lleva varios días que no tiene suerte en el mar. Regresa a la playa cada mañana sin grandes recompensas del trabajo de la pesca. El cansancio es la paga a sus esfuerzos. Este viejo se hace amigo de un niño quien siempre le lleva los periódicos, sobre todo, por las noticias de la serie de béisbol de las grandes ligas. Un buen día el viejo decide meterse más adentro, en el mar, a jugárselas todas. Quiere salir de la rutina. Su ambición es traer un pescado grande que le ayude a superar un tanto la situación. Alista todo lo necesario para su faena de pescador. Sale un poco más temprano de lo acostumbrado, guiándose siempre por la luz del reflejo del faro del muelle. Logra pescar algunos peces pequeños al principio, como siempre. De repente siente que su cordel es alado con más fuerza de lo común. Se alegra y se inquieta, a la vez. Pues se considera viejo y

a Ernest Hemingway

sin suficientes fuerzas. Además, está solo, sin que nadie le ayude. Empieza a darle cuerda al pez misterioso para que pueda morder bien el anzuelo mortal a medida que éste comenzaba a mover la lanchita en un viaje inesperado. El viejo sin soltar la presa habla con ella. No la ve. Y no sabe su tamaño ni la clase de pez. Le deja que se tome su tiempo, sin embargo. Pasa así toda la noche. El pez halando y el viejo aguardando. Hasta que se desata la lucha entre los dos. El viejo en acortarle la cuerda y llevarlo hacia él, y el pez en hacerle la resistencia. La cuerda le rompe las manos al viejo. No se rinde. De vez en cuando come un poco de pescado crudo, del que lleva en la embarcación. Se moja las manos con el agua del mar para calmar el dolor. Y sigue recortando la cuerda, con mucha fatiga. Hasta que el pez comienza a ceder. Ya después el pez salta. El viejo lo ve y sabe que se trata de un pez sierra. Y de los grandes. Continúa la lucha: el viejo constante, y el pez comenzando a entregarse. Así hasta que el viejo logra atraer a su presa a la embarcación para rematarlo a palo. Pero tanto fue lo que le dio que rompe al pez y comienza a sangrar. Los tiburones al sentir la sangre se acercan a comer. Y, entonces, otra lucha más. Pedazos del pez se van en las bocas de los tiburones. Y con ello el trabajo y la fatiga del viejo. Con lo poco que le dejan los tiburones regresa el viejo a la playa. Lo trae atado a la embarcación. Sólo 57

a Ernest Hemingway

con la cabeza y con la espina dorsal. Al menos, era algo. En la playa todos estaban preocupados por la tardanza del viejo. El niño del periódico había perdido las esperanzas de verlo otra vez. Todos al verlo llegar se le acercan a saludarlo y a admirar lo poco del pez. Se alegran. Muy entretenido tu libro, amigo Hemingway. De él saco yo las siguientes reflexiones, muy para mí: no nos dejemos dejar vencer por todos los obstáculos que se nos presenten en la vida. Tal vez estamos viejos. Y quizás ya no hay nada qué hacer. Sin fuerzas y sin nada qué ofrecer. Todo está en nuestra contra: el mar, la noche, la soledad, las fuerzas físicas, la embarcación, y, hasta el pez. Pero se puede. Sólo es querer y no rendirse. Y hasta no nos quedará ni siquiera el hueso del pez. Pero, hay que volver a la playa. Con mucho, con todo, o con nada. Pero hay que volver. Gracias, amigo, por tu Viejo y el Mar. Chao: Daniel.

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Carta a Simón Bolívar

Amigo, Simón: Como somos venezolanos de nacimiento los dos, recibe un apretón de manos y unas palmaditas en la espalda con un fuerte abrazo, propio de nuestra expresión venezolanista2. Yo sé que no te ofendes por mi emoción al saludarte. Quizá te complazcas. Y a lo mejor te sirva de aliento. Porque según cuenta la historia tus últimos días fueron un poco tristes. Por lo menos así lo reflejas en tu correspondencia de los últimos años donde manifiestas que no te quieren y que se han burlado de ti. Tú eres caraqueño y yo merideño. Y entre estas dos maneras existe una simpatía natural. El caraqueño representa la Capital y su hablar es cadencioso y agradable; el merideño personifica un poco al reflexivo y con su tono específico habla lo necesario. Para un merideño el capitalino impone respeto. Y tú para mí ofreces un respeto doble: primero, por ser caraqueño; y, después, por llevar el nombre de El Libertador. Título dado, por cierto, por primera vez en la ciudad de Mérida, en el año 1813, cuando venías triunfante desde Colombia en tu famosa Campaña Admirable.

2

Véase carta a Ángel Rosemblat, página 65.

a Simón Bolívar

Voy a contarte cómo fue que oí hablar de ti. Y mostrarte mi admiración. Cuando era niño siempre veía un cuadro sobre ti que estaba en la pared de nuestro salón de clases. No entendía de quien se trataba. Pero en el cuadro aparecía un hombre de estatura mediana, más bien flaco, con patillas y con mirada seria. Tenía un piso de cuadritos, parecido a una tabla de jugar ajedrez, que simulaba estar muy limpio. Tu ropa era un tanto rara y colgaba de tu cintura una espada. Siempre miraba aquel cuadro y si me hubiesen preguntado quien era el personaje, con toda franqueza, no hubiese sabido contestar. Quizás me hubiese fijado en la leyenda y hubiese leído tu nombre para salir del paso y quedar bien. La maestra hablaba de vez en cuando de ti. Pero yo quedaba en las mismas. No sabía quien eras. A veces entre los niños de la escuela repetíamos la siguiente canción infantil: “Simón Bolívar nació en Caracas. Se echó un viento y mató cien vacas”. Esta canción la cantábamos y repetíamos en nuestros juegos de escolares, mas sin ninguna picardía. Se aprendía, simplemente. Cada vez que se decía soltábamos una carcajada. Fui creciendo y en todas partes oía hablar de ti. En el liceo los profesores siempre te citaban y cuando alguien daba un discurso salía a relucir un pensamiento tuyo. Tengo que confesarte que me parecías fastidioso. En todas partes estabas tu. Aunque nunca me incomodabas cuando te veía en el papel moneda o en el 60

a Simón Bolívar

sencillo que llevaba para pagar el pasaje o tomarme un refresco al salir de la clase. Fue después de mucho tiempo que empecé a preocuparme por conocerte más. Empecé a leer sobre tu vida, sobre tus pensamientos, sobre tus viajes, y, hasta algunas de tus cartas, sobre todo después del atentado septembrino en Bogotá, donde se hace famosa Manuela Sáenz, a quien tu bautizas después con el título de “La libertadora de El Libertador”, pues te salvó del atentado. Tengo que decirte, amigo Simón, que encontré muchas maneras de cómo te presentaban. Algunos te ponían por las nubes, colocándote como una especie de semidiós. Para otros, tú eras una enciclopedia, todo lo sabías. Te presentaban como poeta, como escritor, como administrador, como político, como militar y estratega; como de todo lo que se pueda imaginar. Para esta presentación todo en ti era virtud, aun tus errores. No sé si te gustará lo que voy a decirte, pero creo que exageraban y exageran. Me hace recordar un dicho popular venezolano que dice “bueno el cilantro, pero no tanto”. Otros, como Madariaga y Germán Arciniegas, te desvirtúan, tal vez como buscando el justo medio, y te ponen un poco menos de la presentación anterior. Pero considero, que a la larga es bueno, porque nos hacen verte como de carne y hueso y no como el semidiós de la usanza de la mitología griega. Con deseos de saber más de ti me hice socio de la Sociedad Bolivariana. Y tengo que confesarte, al 61

a Simón Bolívar

respecto, otra cosa: me decepcioné porque la mayoría toma esa asociación como un club. En vez de organizar jornadas de estudio sobre tu vida u otras facetas de la historia, sólo se limitan a asignar al orador para cualquier fecha patria. Y en el día asignado todos van a escuchar al orador, más repetitivo que estudioso, y a colocar una corona de flores, sin motivar al oyente a un estudio serio sobre la historia. Se vuelven fastidiosos. Quizás ni sepas qué es la Sociedad Bolivariana. Te lo voy a decir, rapidito: Después de tu muerte, en 1830, tu cuerpo permaneció fuera de Venezuela, tu patria natal, doce años. ¿Te acuerdas de la Cosiata? Bueno. Te ignoraron y te ignoraban. Esa indiferencia todavía la sufrías aun después de muerto. Total, muerto es muerto. ¿Para qué hacer honor a un muerto si en vida se le traicionó? En todo caso, pues, fue en el año 1842, que Rafael Urdaneta organizó el traslado de tu cuerpo a Caracas, fundando para esa ocasión una asociación que llevaba el nombre de “Gran Sociedad Bolivariana”, para traerte, primero; y, después, para perpetuar tu pensamiento al fijar las fechas más importante de la época de la Independencia, y con ello resaltar a los personajes de esta historia. Casi cien años después reorganizaron esa asociación. Hoy funciona en casi todos los estados de Venezuela, con el segundo objetivo, pues ya estabas en casa. ¿Qué pasó con tu idea de la Gran Colombia? Tú ya lo sabes: se desintegró y no avanzó. La Constitución de Cúcuta, del año 1821, ayudó a que así fuera. Más tarde la Convención de Ocaña no resolvió gran cosa, 62

a Simón Bolívar

como se esperaba. No te voy a decir ningún nombre porque ya tú los sabes. Además me pueden decir chismoso y no quiero problemas. Mientras tanto en Venezuela no tenías muy buena imagen. En Europa menos que menos. Los de aquí se encargaban de desprestigiarte a nivel interno. Y en el exterior, ya tú sabes quién. Y eso que tu fuiste indulgente justamente con ese señor. No me comprometas. No quiero decirte nombres. Pero, perdóname, chico, tú mismo tuviste la culpa. Porque ese del que tu y yo sabemos se te alzó en el año 1813, en el Táchira. Y, ¿por qué no fuiste duro con él y si lo fuiste con el pobre Piar? Tus razones tendrías. Además, todos sabemos que ese mismo fue quien planificó el atentado de septiembre de 1828. Pero allá tu. Fue, precisamente, la división interna la que te lleva al fracaso y a la ruina. Tú lo sabes. Y fuiste su víctima. Tú mismo lo reconoces en tus cartas de tus últimos años. Por cierto, Simón, te tengo un chisme bueno. Hay un escritor colombiano que se llama Gabriel García Márquez que escribió un libro sobre tus últimos días. Lo tituló El General en su laberinto. A mí me gustó mucho. Me parece que es un libro muy bueno sobre la soledad y el sufrimiento interior de una persona que se sabe fracasada. Con esto a lo mejor te ofendo. Pero no es mi intención. Pero quiero decirte que hay gente que te quiere bien, a pesar de todo. Y ese librito podría verse como un homenaje para ti. Además, hay una frase que tu dijiste, sabiendo cómo estaban las cosas, por entonces, respecto a ti. Aquella de “Cristo, 63

a Simón Bolívar

Don Quijote y yo, somos los tres más grandes majaderos del mundo”. Así que, no tienes porque disgustarte conmigo. Aunque, según algunos esta frase no es tuya, sino de Piar momentos antes de su ejecución. Pero, no me quiero meter en más dimes y diretes. Me estoy haciendo muy extenso. Pero esta cartica no se hace todos los días. Tenía que aprovechar. ¿No te parece? ¿Sabes qué? Se ha discutido mucho que tu lograste la independencia política. Pero que el problema es la independencia cultural. Leopoldo Zea y muchos otros que piensan sobre América Latina, así lo dicen. Creo, que tienen razón. No te molestes. Pero, fue necesario esto, primero, que lo que tu lograste. Claro, que había que empezar por algo. Y tu tuviste el coraje. Ahí está tu mérito. Tal vez te vuelva a escribir. No le prometo. Vamos a ver. Chao, Simón: Daniel

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Ángel Rosemblat

Hola, Sr. Rosemblat Recibe un cordial saludo, desde la diversidad de cultura e idiosincrasia. Hace mucho tiempo que leí tu colección Buenas y malas palabras. Era estudiante, por entonces. Y tengo que confesarte que me metí en algunos problemas respecto a muchas expresiones venezolanas, a raíz de esa lectura. Recuerdo, por ejemplo, que en clase dije una vez la expresión “más nada” en una exposición que me tocó realizar. Enseguida, el profesor me corrigió y me señaló en público que no se dice “más nada”, sino, “nada más”. Me quedé callado. Y al día siguiente con uno de tus libros en la mano pedí derecho de palabra en clase con el mismo profesor y le refuté que la expresión que yo había utilizado era correcta. Porque se trataba de una expresión propia del pueblo de Venezuela. Y que las dos maneras tenían su razón y su idiosincrasia. Para los españoles, ciertamente, la expresión es “nada más”. Pero que en Venezuela era “más nada”. Expresión de absoluto. En donde ya no había más que añadir a lo conversado o expuesto. Como en el caso mío, que no tenía “más nada” que decir, respecto al tema que estaba exponiendo. Te citaba para defender mis derechos y con ello defender

a Ángel Rosemblat

la diversidad de culturas. Pedí permiso, por supuesto, y leí lo que tu señalabas sobre las dos expresiones, para quedar bien, que era lo que quería. El profesor no encontró elementos para refutarme. Y salvé la Patria, como se dice. En otra oportunidad, en un trabajo escrito, utilizaba la palabra “sampablera”, para querer decir, que se había armado una confusión y una discusión y con ello una disputa, en algo que exponía. Era otro profesor. Esta vez, era un canadiense. En la metodología que el profesor usaba acostumbraba llamar a cada alumno para conversar sobre el trabajo que se le entregaba. Subrayaba las ideas que él veía que uno como alumno no dominaba y lo sondeaba al respecto. Sobre todo, si las ideas eran un poco atrevidas o sin fundamentos bibliográficos o que no habían sido lo suficientemente bien desarrolladas. Una metodología muy instructiva, sin embargo. Aunque sudábamos al pensar en el momento en que nos tocara tener la conversación con este profesor. Las clases eran en Venezuela y en español, por supuesto. Por eso, te cuento lo que te estoy contando para alegar lo que defendía. Al profesor, como era lógico, aquella palabra no le era familiar. Y entre otras observaciones se detuvo precisamente en la palabra “sampablera”. Sudaba por las otras observaciones mas no por la palabra. Aun cuando no hubiera referencia bibliográfica para defender su uso, no se puede negar, por otra parte, que los venezolanos la usamos a cada momento. No me asustaba. Pero me sentía más seguro 66

a Ángel Rosemblat

al saber que tú, amigo Rosemblat, la referías y la analizabas en tu colección de Buenas y malas palabras. Cuando el profesor llegó a la palabra que ya tenemos referida le contesté que es una expresión típicamente venezolana y que quiere decir confusión, disputa. Como él insistía, tal vez pensaba que estaba inventando, le señalé los tres tomos de tu colección, que él mismo poseía en su biblioteca, y que, gracias a Dios, estaban bastante visibles y en los que me había fijado desde que había entrado a su oficina. Casualidades, ¿no te parece? No dudó en levantarse a tomar el número que yo le indicaba. Lo tomó, lo abrió. Le referí el índice. Lo buscó. Leyó. Y volví a quedar bien. ¿A qué todo esto? Me dirás. A que el lenguaje y los idiomas son dinámicos y ricos. Tienen valor por sí mismos. Y que el hecho de que no conozcamos una palabra no significa que no existe. No la conocemos. Y tenemos que ser lo suficientemente humildes para reconocer que cada pueblo tiene sus propias expresiones para comunicarse. Y no sólo eso. Sino que cada grupo, entendiendo con ello todos los que pueda haber, tiene sus propios códigos de expresión y de comunicación. Así entre los jóvenes existen palabras nuevas, ya inventadas, ya mezcladas, ya con nuevos giros, que le dan sentido a su conversación. No por eso, no existen. Existen y las usan. Y con ello se enriquecen las comunicaciones y se diversifican las culturas. Además, cultura significa una expresión y una idiosincrasia. Propias y diversas. No hay culturas de 67

a Ángel Rosemblat

culturas. Es decir, esta si es cultura, y aquella no lo es. Y aquí se han cometido grandes culturucidios. Ve. Ya inventé una palabra. No sé si aparece en el diccionario. Pero con ella estoy queriendo decir que se han matado muchas culturas, muchas expresiones, en aras de una falsa purificación. Lo más doloroso es que cuando hay expresiones y manifestaciones distintas de las nuestras, nos reímos y hasta nos burlamos. Y creo que el error está en que no se ha entendido la riqueza de la diversidad. Y que la diversidad es un derecho. Y es ahí donde está el valor de tu aporte. Estudias las palabras y buscas la diferencia entre pueblo y pueblo, respetándola. No haces juicios. Simplemente es así. Si emitieras juicios al respecto te contradirías. Creo que, ciertamente, necesitamos revalorizar esos valores que a veces perdemos en aras de una falsa purificación. Gracias., por ese aporte. Y, gracias, porque me salvaste varias veces en algunos apuros. Chao: Daniel

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Carta al Dr. José Gregorio Hernández

Hola, Dr. José Gregorio: Recibe un cordial saludo. Y sobre todo un agradecimiento especial por tantas bondades que has hecho a nuestro pueblo. Para empezar te desempeñaste como médico. Ya eso es una gran labor. Y después lo hiciste con tanta entrega y abnegación que te hiciste muy especial. Doble agradecimiento. Tengo muchas cosas que contarte. Si no lo logro, quedamos pendientes. ¿Te parece? Lo primero que tengo que decirte son muchas cosas como a médico. Pero no se trata de una consulta médica. No te me asustes. Se trata de enaltecer la gran labor de todos tus colegas, que al igual que tu, viven haciendo grandes obras. A veces somos muy desagradecidos. Porque, fíjate: tenemos el mal, cualquiera sea. Acudimos a un experto de la medicina. Nos da el fármaco acertado. Nos sanamos. Y, automáticamente, decimos “gracias a Dios”. Y casi nunca decimos que se debe, ciertamente, al acierto del medico al que fuimos a consultar. Sin duda, que gracias a Dios, porque Dios le dio al hombre la capacidad de dominar lo creado. Además es un

a José G. Hernández

imperativo, según nos cuenta los primeros capítulos del libro del Génesis. Sí. Pero no debemos olvidar que el médico tiene que estar estudiando y tiene que tener mucha humildad para reconocer que tiene que estar poniéndose al día, en su rama. Para no cometer errores que a la larga pueden ser mortales. En cierta manera considero, José Gregorio, que somos ingratos y desconsiderados. Eso en el caso de encontrar buenos médicos. Y se encuentran. Pero, no todo es así. Encontramos médicos, por otra parte, que desconsideran al paciente. No los toman en serio. Determinan muchas enfermedades sin hacer exámenes. Ni que fueran brujos. Perdóname, la expresión. Pero quiero decirte con ello que a veces les falta seriedad por su profesión. Algunos llaman a esa seriedad, “mística”. Sí. Les falta mística. Una vez me tocó a mí. Estaba mal del estómago. Y fui a uno que era amigo. Apenas me vio me dijo que lo tenía era una cosa ahí con un nombre muy raro. Esos nombres que usan ustedes, los médicos. Yo no entendí. Me hice el tratamiento que me mandó. Pero, nanay-nanay. Es decir, nada de mejoría. Peor, más bien. Volví donde él mismo. Me mandó otro montón de medicinas. Igualito. Entonces, cambié. Fui a otro. Ese me hizo un pocote de exámenes. Como tres días, que si de aquí, que si de allá. Y después de mirar esas cosas que uno no entiende me dijo lo que tenía. Y me mandó un tratamiento. Me mejoré. Gracias a Dios. Ve, José Gregorio, lo injusto que ya estoy siendo. Ya nombré a Dios, y no al médico. Es que así somos. ¿Cómo 70

a José G. Hernández

haremos para cambiar ese comportamiento desagradecido? Pero lo que quiero decirte es que a veces les falta seriedad, o esa cosa que dijimos antes. ¿Cómo fue? ¡Ah, sí: mística! Creo que sea así. Perdóname, la falta de ignorancia, como decía un amigo mío. Pero creo que sea así. De la otra cosa que quería hablarte. Es sobre tu santidad. Hacer el bien es propio de santos. Sin duda. Y todos los que lo hacen ya son santos. Para mí, por supuesto. Pero veo un afán de que te hagan santo en los altares. O se es, o no se es. Si tú eres santo por tanto bien que hiciste, ¿para qué sirve que te hagan santo? Si no eres, no porque te hagan, pasas a serlo. Mucha gente te ve con mucha preocupación por ese detalle. La gente te considera. Y acude a ti en sus penurias para pedirte tu intercesión. Eres un consuelo para nuestra gente. Y te consideran milagroso. Además esa no es la esencia de la santidad. Eso es un añadido. Vamos a suponer que tu fuiste realmente un santo: por tus obras y tu sentido de fe. Claro está. ¿Por qué ese empeño en que tantos milagros para que te hagan santo para los altares? Eres santo. Los milagros no son garantía. Eso por un lado. Por otro, creo que la gente exagera con eso de los milagros de los santos. Aquí voy a hacerte una confesión: yo no veo que una cosa tenga que ver con la otra. La santidad es un estilo de vida y un comportamiento. Si tu llevaste ese estilo, maravilloso. ¿Por qué tiene que comprobarse con milagros? Nunca he entendido esas cosas. Creo que la Iglesia Católica tiene que enseriarse al respecto. Se puede desvirtuar el 71

a José G. Hernández

verdadero sentido de la santidad. Creo que hay que reorientar bien las cosas. Y hacer una auténtica teología de la santidad y una teología de los tales milagros de los santos. Todo esto para que te tranquilices, José Gregorio. Si tú eres santo, lo eres. Pero lo eres por tu estilo de vida y tu opción existencial. Y no porque tengas que hacer milagros. Eso es una evidente caída en la tentación. ¿No tentó el diablo a Jesús en el desierto al decirle si eres el Hijo de Dios, haz que estas piedras se conviertan en pan, o tírate desde el alero del templo? ¿No es lo mismo a decir, si eres santo haz un milagro? Y, ¿no es eso caer en la tentación de demostración, de alardear, de presunción? Y en esto se cae con los milagros que tiene que hacer fulano de tal para demostrar que es santo. ¿Dónde queda, entonces, la humildad que supuestamente llevó ese fulano de tal mientras vivía? ¿No se desvirtúa su santidad con una tal demostración? Insisto que la Iglesia tiene que tomárselas en serio, al respecto. No sea que se esté dando más valor al añadido que a la esencia. Perdóname, José Gregorio. Creo que me pasé. Pero es como los médicos ejercen una cierta influencia en los demás. A veces consideramos que ustedes saben mucho y de todo. Y muchas veces hasta los consideramos nuestros terapeutas. Si te ofendí, te pido perdón. En todo caso, si quieres hacer milagros, ¡hazlos!.¡Quién soy yo para oponerme! Pero ya sabes mi manera de pensar. Pero te veo como médico. No me traiciones. 72

a José G. Hernández

Será hasta otra vez. Un día de estos te vuelvo a escribir. Tal vez para felicitarte. Tu sabes por qué. Chao: Daniel

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VIVIR DE FUTURO

Aun cuando el presente titulo suene a ficción no podemos negar que toda la vida del ser humano es siempre un vivir de futuro. Es decir, de optimismo. Lo que supone un re-crear todos los días nuestros proyectos y nuestros deseos de superación. No podemos vivir de pasado porque sería automáticamente negar el continuo devenir histórico. Porque vivir de pasado sería perder de vista la visión optimista que tiene la vida. Ciertamente que el pasado, que fue futuro, nos está determinando en nuestra vida concreta. Pero quedarnos con los elementos que determinaron nuestra existencia es negar la esencia de vitalidad que posee la naturaleza y que vive enseñándonos a cada momento lecciones de optimismo. Por ejemplo, sucede un incendio forestal. La montaña quedó totalmente arrasada por el fuego y todo es cenizas. Al cabo de pocos días en esa misma montaña se comienza a ver que la vida está empezando otra vez: el suelo se comienza a poner verde y algunas matas regeneran la alegría de un bosque que nos dará su aire, su sombra y la certeza de una vida en plenitud. Precisamente porque en la naturaleza todo es optimismo.

Vivir de futuro

Igualmente sucede con nuestras historias personales. Puede ser que nuestra montaña se haya incendiado y todo haya quedado hecho cenizas. No hagamos por ello una tragedia. Démosle tiempo al tiempo que dentro de poco comenzará a verdear sobre las cenizas y otra nueva floresta estará dándonos aire, alegría y muchos otros elementos de una vida plena. Lo que significa que tenemos que inventar nuevos proyectos y nuevos programas precisamente porque la vida es futuro. No podemos y no debemos quedarnos viviendo de pasado porque nos amargaríamos. Fue y fue y ya no podemos hacer nada por cambiarlo, sino sólo amargarnos y llenarnos de remordimientos y de resentimientos. Y esto si que entonces es dañino. La montaña no se queja del que le puso malignamente fuego para dañar sus árboles, sus flores y los animales que correteaban por ella. La montaña sabe, porque es de la naturaleza, que tiene en sus entrañas muchas reservas de optimismo y vuelve a renacer con la misma alegría de siempre. Precisamente porque ella vive siempre de optimismo, lo que significa que de alegría, de esperanza y de vida. En ese mismo sentido se podría parafrasear la tan citada sentencia de «dime con quién andas y te diré quién eres» por «dime qué piensas hacer en el futuro y te diré quién eres». Porque de acuerdo con tus proyectos personales y tus aspiraciones será tu vida ya que la vida no es otra cosa que puro futuro adelantado en nuestro hoy cotidiano que nos llevará a conducirnos siempre a lo que aspiramos y queremos ser o tener. 75

VIVIR MIRANDO EL «RETROVISOR»

El otro día estaba hablando una persona sobre la capacidad que debemos tener para vivir nuestra realidad concreta de todos los días. Utilizaba la imagen de un carro. Y como me pareció muy interesante y muy rica la lección que sacaba, me voy a permitir repetirla a mis estilo para compartir con mis lectores la lección, seguro de que va a ser útil como lo fue para mí. Nuestra vida es un carro -- decía --. Vamos en el carro por una vía de doble sentido. Carros van y carros vienen. Carros van delante y carros van detrás. Y nosotros vamos con nuestro propio carro en plena vía en medio de tantos carros. Al conducir tenemos que estar pendiente del volante, del cambio de las velocidades, del carro que viene, del que llevamos detrás, del freno, de las luces de cruce, del semáforo, de las señales de tránsito, y también tenemos que estar pendiente del retrovisor para mirar los carros que vienen detrás de nosotros por si vienen muy cerca, si vamos a cruzar... A la hora de conducir tenemos que tener en cuenta todos esos detalles, sin olvidar ninguno, para poder llegar a donde nos dirigimos con salud y tranquilos. Pero resulta -- decía -- que muchos a la hora de conducir su carro, es decir sus vidas, porque esa era la

Vivir mirando el retrovisor

comparación que estaba utilizando, solamente viven mirando el retrovisor y se olvidan de los otros detalles del manejo. Y claro -- reflexionaba muy sabiamente -viven chocando e interfiriendo el tránsito porque se olvidan del volante, de las velocidades, del freno, etc... Conducir mirando solamente el retrovisor, es decir lo que quedó atrás, es olvidar que el carro no es solamente retrovisor. El carro tiene retrovisor pero éste es demasiado pequeño en el carro y no es lo más importante. Sí; es útil para hacer más fácil el manejo, pero no lo es todo, porque hasta se puede manejar sin mirar los espejos... Me pareció muy interesante su reflexión y creo que impactó a los que estaban escuchándolo. A mí mismo me fue muy útil. Por eso, amigos lectores, la comento aquí. No digo más por hoy... Y no te olvides de echarle gasolina al carro, de revisarle el aceite, de lavarlo de vez en cuando y de darle cariñitos para que te pueda prestar mejores servicios... Pero no olvides que es en sentido figurado...

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Segunda Parte

Carta a Michell Jackson

Hola, Michell Jackson: Con tu carta estoy empezando una nueva edición de cartas… Las había detenido, no había escrito más. Pero el tiempo pasa y, ahora que estoy pensando hacer la segunda edición de este libro, voy a añadir algunas cartas nuevas. Y quiero comenzar con tu carta. Hola… Y hola… Con todo el respeto me dirijo a hacerte una carta. Para empezarla, ya tengo dudas si tratarlo de usted o de tú. Creo que es mejor que guarde las distancias y lo trate de usted… Es grande el respeto y la admiración que toda su persona me inspira. Usted es un ídolo y una representación de dos o tres generaciones. Si tenemos en cuenta lo que algunos pensadores dicen respecto a la catalogación de las generaciones, una generación dista de otra, en un período de quince años. Si es así, usted con sus cincuenta años, representaba a tres generaciones juntas. Ya solo por su edad, usted juntaba a tres generaciones. Pero, no solo por el hecho de la edad como tal, que puede y no puede decir nada, sino también por lo que su persona representaba con su género musical. Usted creó un género nuevo, el Pop.

a Michell Jackson

Con su música, usted, ciertamente, revolucionó a los de su edad, principalmente; como a los que iban delante suyo, como a los que venían detrás. Usted influyó y determinó la manera de bailar. Todos buscaban imitarlo. Hasta se vestían y se hacían el corte de cabello que usted se hiciera. No podía dejarse a un lado su gritico3 característico y su vuelta sobre usted mismo con su típico agarrón de sus partes y con su movimiento pélvico. Esos tres detalles eran su tipificación e identificación. Todos los que buscaban imitarlo tenían que incluir esos tres elementos, si no, ya no sería “Michell Jackson” el personaje interpretado. Otros detalles lo caracterizaban a usted: el color negro de la vestimenta, los guantes blancos en sus manos, y el baile. Todos estábamos siempre fascinados por su arte. Cada vez que usted salía en la televisión en algún programa, había que hacer el esfuerzo de no perderse el espectáculo. Si. Eso era. Un espectáculo. ¡Y qué de embrujador y de magia tenía! En eso consistía su hechizo. Uno admiraba su arte y su magia… Anoche mismo… Encendí la televisión y estaban dando un video clip con una de sus canciones. Se trataba de aquella canción que lo hizo más famoso todavía, titulada “We are the World, we are the children”. Viendo ese video fue que tomé la determinación de escribirle una carta, y con ella comenzar las nuevas cartas para la nueva edición de este mi libro titulado “El piar de un gorrión”. Es justo lo que estoy haciendo en este momento. Esa canción 3

Véase carta a Ángel Rosemblat, página 65.

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a Michell Jackson

había sido arreglada y le habían dado un ritmo nuevo combinado con reggaeton y sonaba muy bonita. Ciertamente que en esos arreglos habían cuidado de incluir muy sabiamente la versión original, pero con los adelantos de la tecnología, hacían pensar que usted mismo la hubiese arreglado como estaba. Era una interpretación nueva. Y como tal, tenía y tiene sus valores, sin menoscabar para nada la versión inicial, que es co-obra suya. Tal vez se trataba de un homenaje post-mortem. Y les había quedado mundial, como decimos los venezolanos. Pero hablemos de algunas cosas que creo que son útiles, como por ejemplo, el cambio de algunos rasgos de su fisonomía, como la nariz, la boca… Usted era de raza de color. No tiene nada de malo. Pero, muchos veían que usted se sentía mal de pertenecer y tener esas características. Usted se hizo la nariz. A mi gusto, la nariz que le habían creado no le iba muy bien. Le daban un cierto aire femenino. Pero, seamos francos, con todo y todo, ese era su encanto, ya que se le notaba mucha ternura. Sin negar que se le descubría mucho sufrimiento. Algunos parodiaban sus rasgos post-quirúrgicos y, a pesar de que se rieran, hacían que uno le tomara más cariño. Ciertamente, su encanto estaba en la música y en su baile, que era lo que se valoraba en usted, independientemente de los otros detalles de su fisonomía, que eran todo su derecho, aún cuando no se compartiera con ellos. Pero, es que era su vida, y nadie tenía derecho de meterse… que viéndolo bien, no dejaban de hacerlo, para atosigar como suelen 82

a Michell Jackson

hacerlo con los personajes de la farándula… en donde ustedes pasan a ser víctimas y mártires… perdiendo toda privacidad y vida privada… Y aquí hay que reconocer que usted fue muy sufrido. Quizás era en la música donde usted lograba comunicarse y revelarse como lo hacía. Quizás sus seguidores lo comprendían y encontraban en sus creaciones artísticas, reflejada esa rebeldía y esa manera contestataria que tienen los jóvenes, y por ello, era que lo querían como lo quieren. Usted lograba con ellos un feedback, una reciprocidad, una comunicación, un diálogo. Tal vez, por eso sería que en sus últimas canciones, en los videos clips, siempre aparecía un animal como fruto de una transformación en medio de los bailes que hacías. Quizás era una metamorfosis la que estaba proponiendo y exigiendo. Si es así, entonces, es para admirarlo más y más, y quererlo todavía mucho de lo que se le quiere… ¡Y, cómo no admirar y respetar su arte, Michell…! Si es verdad eso que acabo de decir y de descubrir, entonces, sus bailes y sus shows hay que verlos con capacidad de estudio, como se ve una obra de Miguel Ángel, o de Leonardo Da Vinci, con todo el respeto que se merece. Y no solamente eso, si no que hay descubrir en ellos todo lo que todavía no se ha descubierto. Ahora se me está despertando la curiosidad al respecto y comienzo a admirarlo más… Es usted un genio… Sin descartar la idea de la evolución implícita en sus videos shows, porque esa metamorfosis a la que invita, puede ser una 83

a Michell Jackson

transformación evolutiva, del animal al ser espiritual, y del espiritual al animal, en reversa y en avance, al mismo tiempo. Ahora me está resultando fascinante esta carta… Me está resultado un descubrimiento…. Como descubrimiento tiene que ser cada creación suya, con la que hay que siempre colocarse cada vez que se quiera ver o escuchar… Fascinante… Volviendo a la idea de que ustedes son victimas de los medios, hay que reconocer que usted lo fue, hasta aún después de muerto. Ustedes son una mina de plata para los medios. Una foto de ustedes, en cualquier circunstancia, es una llave para tener dinero. La gente compra las revistas por esas fotos. Y las revistas se venden más por esos detalles. Hay que reconocer que los fans se convierten en morbosos. Disfrutan destruyendo y pagan porque quien más destruya. A más daño, más pago, más venta… Es un círculo vicioso enfermizo… Es triste… Es triste… Usted lo sufrió en carne propia… Ahora entiendo por qué usted tenía que componer canciones nuevas, con estilos y letras novedosas, porque era una rebeldía la que llevaba por dentro. Una rebeldía al ambiente en donde vivía… Ambiente asfixiante, por lo que se veía. Por eso era artista… Tenía que crear… tenía que revelar… Tenía que ser contestatario… Tenía que adentrarse visceralmente y sufrir para re-encontrarse… Quizás ahí está la idea de la metamorfosis… Perdón… Se me está haciendo un testamento lo que pretendía ser una sencilla carta… Pero creo que ha estado buena, a pesar de todo… 84

a Michell Jackson

Pero para resumir… Gracias Michell por haber existido. Gracias por sus canciones. Gracias por su legado… Espero ser merecedor de su herencia cultural… Prometo ponerme a su altura para escucharlo y verlo… Y perdone usted mi mucha ignorancia… Procuraré quedarme en silencio respetuoso de ahora en adelante cuando lo vea en la televisión… Con respeto y admiración: Daniel.

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Carta a Ana Gabriel

Hola, Ana Gabriel: Me fascina tu música. Me fascina tu arte. Hola. Siempre había buscado tener una recopilación de tus canciones. Me llamaban la atención algunas letras, sobre todo esa voz semi-ronca que tu tienes y que le da un no sé qué de bonitura a tus interpretaciones. Una vez tuve la oportunidad y adquirí algunos CDs de tus shows y me dí vida viéndote. Eres maravillosa. Posees mucha fuerza interpretativa y escenificas cada canción con una energía impresionante. Uno termina metido de lleno en cada interpretación tuya y no se puede evitar vibrar y de sufrir con cada personaje de tus canciones según las respectivas letras y escenarios. Porque de eso se trata. De vivir cada situación que vas describiendo y viviendo en tus canciones. Eres una artista estupenda y única, como ha de serlo cada artista en su rama, de las muchas que tiene el arte. En tu caso es la música y el escenario. Porque hay quien canta solamente y no interpreta. En cambio tú cantas e interpretas. Mejor dicho, sufres cada situación que estás escenificando. O sea, que se te puede clasificar de cantante, primeramente, y de actriz-cantante, o cantante-actriz. Pero todo en una misma realidad a través y en la música. No sé si eso es una clasificación, pero en mi

a Michell Jackson

ignorancia te clasifico de esa manera. Y que me perdonen los entendidos. No todos los cantantes viven sus canciones en el momento de cantarlas. Tú, al contrario, las vivencias interpretando los personajes que contienen tus canciones. Es fascinante oírte, y. más verte en los shows… Uno se imagina y vive lo que interpretas porque tú haces carne propia lo que vas diciendo… Termina uno embelezado por la belleza interpretativa que tienes. En ese sentido recuerdo tres canciones que a mí me encantan de tu repertorio. En una, hablas de una mujer que le está pidiendo a la luna que bendiga y que cuide a su amor, y que así como la luna puede verlo, y la mujer no puede porque están lejos, le pide que le diga que lo ama. Esa canción es realmente un encanto, una maravilla. Es de imaginarse con qué ternura la enamorada le está pidiendo al misterio de la noche y de la soledad, que está representada en la luna, que cuide a su amor y lo proteja… “Luna, tú que lo ves…” Muy sujestiva. Es decir, lo transporta a uno a una dulzura encantadora y envolvente de amor en el amor. Es fascinante. En otra de las tres canciones de ese repertorio, son dos mujeres que están habando. Una le está pidiendo ayuda y consejo a la otra porque siente que su hombre se le está yendo en su amor. Ya no se siente buscada por él. Más bien la evita en las noches y eso la está haciendo sufrir. ¿Será que habrá otra?, le pregunta a la amiga. La amiga le aconseja que lo busque, que luche, que no se rinda, que lo conquiste otra vez. 87

a Michell Jackson

Entonces la afectada le comunica sus miedos y sus temores de mujer. Le dice entre otras cosas, que ¿si, si pierde el tiempo de todas maneras, y no lo logra? La otra le contesta, que le habrá quedado lo que haya vivido en esos momentos. Pareciera que le estuviera diciendo: “no seas tonta… lucha… vive el presente… déjate de tonterías y que aproveche el momento presente… que se deje de fantasmas… que todo depende de ella”. Es desgarrante la situación de las dos amigas. Una pidiendo ayuda y la otra animándola y encorajándola a que enfrente la realidad, enfrentándose con sus temores y sus miedos. El futuro es incierto, ciertamente. Pero lo que queda es el hoy. Ya mañana será mañana, y ya mañana se verá. Esta canción es sublimemente bella. Bellísima. Desgarradora. Ver cómo interpretas esa canción es quedarse pasmado ante tanto dolor y sufrimiento. Como habrá de serlo en una situación parecida para una mujer en circunstancia semejante. Tú, casi lloras. Te arrodillas. Prácticamente te tiras al piso. Te postras. Te humillas. ¡Guao! Aquello es electrizante. Es imposible quedarse imparcial y sin sentir nada ante esa canción. Eres fenomenal. Es cuando digo que eres una actriz-cantante o una cantante-actriz. Te metes en la interpretación de tal manera que uno se queda respirando agitado y sufriendo. Provoca meterse uno en la pantalla del televisor a levantarte y a darte valor y a decirte que yo te ayudo… ¡Guao!... ¡Guao!... La tercera canción es una que trata de una mujer que está insatisfecha de los resultados de su relación de 88

a Michell Jackson

pareja. Por lo visto tiene sus frustraciones como mujer, y no ha sido ni comprendida ni correspondida. Y, entonces, dices que “estás como agua para chocolate”. Estas hirviendo de pasión y de coraje al mismo tiempo. Y esa mujer, a la que tu interpretas, que puede ser que seas tú misma, o no necesariamente…. esa es la maravilla de la creación artística… entra en una ambigüedad en sus decisiones, ya que quiere que su pareja regrese, pero le advierte que sí regresa que se atenga a las consecuencias de que tal vez lo rechace… Una indecisión en su deseo. Como si se dijera que se tratara de una lucha interna. Por un lado, anhela y sufre porque no ha regresado. O sea, que su corazón le está diciendo que lo necesita, que vuelva. Pero, por otro lado, tal vez el deber ser; que lo correcto es que si se fue, que asuma las consecuencias de haberse ido, y que ella, en su orgullo no está dispuesta a perdonarlo. Tal vez, se trate de una lucha consigo misma. ¿Qué hacer? ¿Se escucha al corazón o se escucha la lógica de las razones, porque las cosas son como son? O dicho de otra manera, hay que dejarse de romanticismo y ser realista… Solamente quise hablarte de tres de tus canciones. Pero son muchas. En otra, por ejemplo, hablas de que la mujer le está reclamando a su pareja de que por qué se fue sin consultarla y decirle nada. Que por qué no habían conversado cuando se trataba de una decisión de dos, y no de uno solo… Pero, no daríamos término a esta carta, que tiene como finalidad entablar una conversación contigo. Así que, por los 89

a Michell Jackson

momentos, creo que es suficiente, aunque no lo es. Pero dejemos hasta aquí. Quiero agradecerte por ser maravillosa. Sigue así. Estoy hablando como artista. En lo demás no me meto. Termino tarareando una de tus canciones… “Luna, tú que lo ves”… La la la la la la la …. Chao… Daniel

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Carta al Papa Juan Pablo II

¡La bendición! ... ¡La bendición! Así te saludo, monseñor. Y perdón de entrada por no llamarte ¡Su Santidad!, sino monseñor. Sé que puede resultar ofensivo, pero tiene toda una intencionalidad y una línea de pensamiento. Déjame explicarme, por favor. Sé que tendrás paciencia y que me sonreirás con esa simpatía tan única de tu personalidad cuando me haya explicado. Por lo menos, sé que me escucharás. De eso tengo la absoluta certeza. Primero lo primero. Te pido la bendición. Los venezolanos les pedimos la bendición a los sacerdotes, ya sea Obispo o un curita de pueblo o de barrio. Total, es sacerdote. Y no estoy diciendo nada que no esté en lo canónico. Pedimos la bendición, cada cual según la región del país. Unos la piden juntando las dos manos. Otros la piden cruzando un brazo o los dos brazos en el pecho. Otros la piden sin ningún gesto, sino solo de palabra, a secas. Pero en todos los casos, con una gran sinceridad y respeto. Sin duda. De hecho, cuando tú viniste por primera vez a Venezuela, ese detalle de pedir

a Michell Jackson

la bendición te llamó la atención. Así lo resaltaste en una de tus intervenciones de esa visita y lo hiciste como detalle bonito para resaltar algo de nuestra idiosincrasia. ¡Qué bonito eras! Y perdón nuevamente… Pero los venezolanos cuando queremos detallar que algo es muy tierno o que nos flecha por su originalidad, decimos que fulano o tal cosa es linda, o bonita… Así en tu caso… Ese detalle bonito te hace muy lindo o muy bonito, porque refleja la grandeza del que resalta el detalle como tal… Segundo: te llamo monseñor. Así se les suele llamar, con ese título, a todos los Obispos. Aunque también se les llama así a los sacerdotes que reciben ese nombramiento por la edad, sobre todo, y como reconocimiento se les da el pertenecer a lo que en Derecho Canónico pertenecen a la familia pontificia. Pero, en el caso de los Obispos, es la manera natural por derecho de llamarlos. En tu caso, es igual. Tú eres un Obispo. Y que pasas a recibir el nombre de Su Santidad, por ser el Obispo natural de Roma, y por ello, el representante máximo de la Iglesia. De hecho, en el Derecho Canónico se le llama “Romano Pontífice”4. El solo hecho de ser el Obispo de Roma, te hace Papa. O sea, el jefe. Por lo menos 4

Cfr. Canon 330 y siguientes.

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a Michell Jackson

es lo que se dice en el Código de Derecho Canónico en los cánones 332-333. Y en cuanto a que tiene que ser Obispo, ya lo dice el mismo canon 332, de que, si “carece del carácter episcopal, ha de ser ordenado Obispo inmediatamente”; mientras que si “el elegido para el pontificado supremo que ya ostenta el carácter episcopal, obtiene esa potestad desde el momento de su aceptación”. No dice más, de sí es más que Obispo, u otro carácter que no existe en el Orden sacerdotal. Solamente “Obispo”. Por supuesto, que hay una añadidura disciplinaria, y es que quien asiste al “conclave” para elegir o ser elegido Papa, tiene que ser Cardenal. Pero Cardenal, no es otra cosa que el representante de los Obispos de un país, o los que ostenten ese título en toda la organización de la curia romana. Pero no dice nada el Derecho Canónico de qué título se le debería dar al “Romano Pontífice”. Se le suele llamar “Su Santidad”… Pero, perdón el abuso de confianza, prefiero “monseñor”, a secas y sin más protocolos… Y al llamarte así estoy haciendo correspondencia a la gran simpatía que tú inspirabas. Verte en los afiches que hacían de ti, o mirar las noticias en donde decían algo tuyo, era muy refrescante. Se sentía uno muy a gusto mirarte. Inspirabas mucha dulzura. Era bonito mirarte. 93

a Michell Jackson

Eres, realmente, un mundo de cosas. Inspirabas cariño, respeto, dulzura y muchas cosas bonitas. La gente se enloquecía con tus muchos detalles. No sólo porque eras el Papa, o el “Romano Pontífice”, como ya dijimos, sino porque se te veía que amabas en profundidad ser lo que eras: el Vicario de Cristo en la tierra. Se te salía por los poros. Eras una experiencia sublime de contacto humano enriquecedor. Tal vez significó para la Iglesia Católica un gran impulso al acercarse a todos los hombres. Los entendidos llaman a eso la misión "ad gentes", y la misión "ad intra", en la misión de evangelizar y de servir a los hombres de hoy con los medios e instrumentos de hoy. Tú has sido para los hombres y mujeres de ese tiempo una gran bendición. Visitaste casi todos los países y en todos llegabas con tu frescura y don de gente. Son muchas las ideas y las emociones que se cruzan por la cabeza… Quisiera hablarte de este detalle o de aquel otro, y se me aglomeran las ideas, y no logro ordenar lo que quiero decirte. Pero no quiero hacerme extenso, aunque es bonito recordar los impactos positivos que produjiste cuando pediste perdón por los errores de la inquisición5, por ejemplo. Así lo decías en

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Cfr. Carta dirigida por el Papa Juan Pablo II al cardenal Roger Etchegaray con motivo de la publicación de las «Actas del Simposio Internacional "La inquisición"». Ciudad del Vaticano, martes, 15 junio 2004.

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a Michell Jackson

aquel famoso documento como Preparación del Jubileo del año 20006, cuando decías, que: Así es justo que, mientras el segundo Milenio del cristianismo llega a su fin, la Iglesia asuma con una conciencia más viva el pecado de sus hijos recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del espíritu de Cristo y de su Evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de modos de pensar y actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo. Por supuesto, que sin caer en lo que en el estudio de la historia se suele llamar “anacronismo histórico”, como lo dejas claro en el mismo documento preparatorio del jubileo, al decir que: Es cierto que un correcto juicio histórico no puede prescindir de un atento estudio de los condicionamientos culturales del momento, bajo cuyo influjo muchos pudieron creer de buena fe que un auténtico testimonio de la verdad comportaba la extinción de otras opiniones o al menos su marginación. Muchos motivos convergen con frecuencia en la creación de 6

Carta apostólica, “Tertio millennio adveniente”, del Sumo Pontífice Juan Pablo II al episcopado al clero y a los fieles, como preparación del jubileo del año 2000. Vaticano, 10 de noviembre del año 1994.

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premisas de intolerancia, alimentando una atmósfera pasional a la que sólo los grandes espíritus verdaderamente libres y llenos de Dios lograban de algún modo substraerse. Pero la consideración de las circunstancias atenuantes no dispensa a la Iglesia del deber de lamentar profundamente las debilidades de tantos hijos suyos, que han desfigurado su rostro, impidiéndole reflejar plenamente la imagen de su Señor crucificado, testigo insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre. De estos trazos dolorosos del pasado emerge una lección para el futuro, que debe llevar a todo cristiano a tener buena cuenta del principio de oro dictado por el Concilio: « La verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra, con suavidad y firmeza a la vez, en las almas » (35). Perdón que me haya extendido en las citas, pero es que me emociono y pierdo el control… Además, son muchos los detalles… Recuerdo, también, tu primera visita a Venezuela. Aquello fue una experiencia muy bonita… ¿Sabes una cosa? Sufrimos mucho con las noticias de tus semanas largas de enfermedad… Seguíamos los noticieros. A muchos se les hacía imposible pensar que te fueras a morir. Eso nos parecía imposible. Por cierto, que en esos días, un familiar mío lloraba y le prendió varias 96

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velas al Dr. José Gregorio Hernández, un beato venezolano y al que se le pide intercesión en momentos difíciles de salud, para que te recuperaras. Yo le dije, que tú estabas muy enfermo, según decían las noticias, y que según el proceso natural del cuerpo humano tú estabas agonizando y te ibas a morir. Me peleó y se disgustó mucho porque le dije eso. Eso no podía ser, según él. Y lloró más porque yo le decía esa crueldad. Le expliqué que así es la naturaleza… es caduca… y que tú, ciertamente, eras Papa, pero que eras un ser humano, también sometido a las leyes naturales, y que en ti se estaba dando esa realidad… No eras la excepción… No me habló más esa noche y se fue a dormir muy molesto conmigo… Al día siguiente, en la noche, a la hora de la cena, me dijo lo siguiente: “¿Sabe, qué?,,, Usted tiene razón… Ahora le prendí una vela a José G. Hernández para que ayude a bien morir al Papa… y que no sufra tanto…” Son muchas las cosas que podríamos seguir tratando, pero, así esta bueno… Y gracias…. ¡Y, la bendición, monseñor…! Chao: Daniel…

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Carta a Daniel Goleman

Con todos los respetos que te mereces… Hola. Hace un buen tiempo que leí tu libro “Inteligencia emocional, por qué es más importante que el cociente intelectual”, y tengo que confesarte que mi visión de las cosas cambiaron desde esa lectura. Recuerdo que una señora amiga me llevó ese libro para que lo leyera. A mí me llamó la atención el que la señora me llevara ese libro con ese título, y, reconozco, igualmente que me dio un poquito de incomodidad lo de “inteligencia emocional”, y pensé, “ya viene ella a traerme un libro de autoayuda”, de esos que abundan en las editoriales, y que se “venden como pan caliente”, como se dice. Me sentí un poco “tocado” porque, realmente yo soy muy emocional y reacciono, muchas veces, muy a la ligera. Esta persona amiga siempre me trae libros prestados para que lea. Tiene buena posición económica y vive adquiriendo libros. A estas alturas habrá de tener una muy buena biblioteca, porque siempre vive trayéndome libros muy buenos. Últimamente, cuando necesito un libro en especial, se lo comento y en poco tiempo ella lo adquiere y me lo trae prestado. Ha sido muy útil, porque yo los leo, y por lo general, voy marcando y subrayando lo que

a Daniel Goleman

considero útil, novedoso e interesante, y después le hago un resumen de ellos, y nos sentamos a comentar. A tal punto, que tenemos un grupito de unas seis o siete personas con los que comentamos los libros, y todos aprendemos. Ha sido muy útil, verdaderamente. Se ha creado una especie de “círculo de lectores”, porque después nos intercambiamos los libros, e, igualmente, nos reunimos espontáneamente a hablar sobre lo que hemos leído. Y cada cual hace sus aportes y sus enriquecimientos desde las lecturas. Gracias a esa persona amiga es que he conocido la existencia de muchos autores, como Osho, por decir uno. Y le estoy agradecido porque me tiene al tanto de muchos temas de actualidad. Así fue que te conocí. Por medio de esta señora amiga. Cuando tuve la oportunidad comencé a leerte. ¡Y vaya el mundo de sorpresas bonitas y buenas! Comienzas a explicar que una cosa es ser inteligente con un coeficiente intelectual alto, y otra, ser inteligente a nivel emocional. Muchos inteligentes de coeficiente sobresaliente, a la hora de la chiquita, como decimos en Venezuela, no son aptos para desenvolverse bien socialmente. Y que, hoy por hoy, inteligente es aquel que sepa controlar sus emociones y pueda convivir en sociedad. De hecho, después tú insistes en eso en tu segundo libro de esa línea, titulado “Inteligencia social”. Nada nuevo, sin embargo. Ya que eso mismo aparece en libro de Erasmo de Rotterdam, titulado “Elogio a la locura”, escrito 99

a Daniel Goleman

muchísimo tiempo antes, en el año 1509. O sea, hace 500 años, por medida chiquita. Claro, que la diferencia está que en Erasmo de Rotterdam era una ironía y un sarcasmo, cuando hablaba de la “inteligencia” de los letrados, de los abogados, y la contrastaba con la sabiduría de los sin títulos, que sabían ser conversadores y disfrutaban naturalmente de lo social, etc.…; mientras que tú, lo fundamentas con estudios fisiológicos y morfológicos de la estructura del cráneo, con la ayuda, por supuesto de la ciencia anatómica. Tú demuestras que existe en el ser humano una estructura hormonal y glandular intrincadamente conectada con todos los circuitos eléctricos para determinadas ocasiones y circunstancias, llamadas estímulos y respuestas. Aunque, viéndolo bien, tampoco era una novedad. Ya otros andaban desde hacía rato en esos estudios. Citemos a Pavlov, por citar uno, nada más. En todo caso, es que con la lectura de tu libro “Inteligencia emocional”, fue que entendí un poco, no mucho, por supuesto, de por qué todos no actuamos de la misma manera ante los mismos estímulos externos. La razón es que somos distintos y diferentes. Nada nuevo, ciertamente. “Cada cabeza es un mundo”, se dice popularmente. Y aunque digan que es filosofía barata, con todo y barata, es una gran verdad. Pero tu libro ayuda a comprender de que se trata de algo hormonal y de manera individual. El caso es que lo que nos hace diferentes es lo que ustedes los neurólogos han decidido por llamar “el sistema límbico”. Somos instinto e instintivos, 100

a Daniel Goleman

primariamente. Reaccionamos naturalmente por instinto. Es mucho tiempo después que actuamos con la razón. Después de haber pensado y racionalizado ese comportamiento instintivo, con la ayuda de la neocorteza, que sería la parte pensante. Pero antes ha pasado por algunas alcabalas, por decirlo de alguna manera, antes de llegar a pensarse y actuar sobre esa emoción instintiva concreta. Existe una caja de registros de nuestras emociones históricas. Así como en los aviones existe la famosa caja negra y ahí queda registrado todo lo del viaje, y acudiendo a ella, es que se descubre las razones y las causas de cualquier tragedia porque todo queda grabado… de la misma manera, en los humanos, existe una especie de caja negra que registra y graba todo nuestro historial emocional. Esa caja, en el caso de los humanos, es lo que se llama “la amígdala cerebral”. Es ahí, en “la amígdala cerebral”, donde queda registrado todo nuestro mundo emocional, que determina nuestro comportamiento. Es determinante. Así, cada uno es distinto de los demás, en absoluto y sin diferencia, porque cada uno tiene su propio historial emocional grabado en su “amígdala cerebral”. De manera resumida es que a cada reacción emocional hay una respuesta fisiológica, como por ejemplo, con la ira, inmediatamente nos disponemos a la defensa al generarse un ritmo elevado de la frecuencia cardiaca y con ello un alto grado de agresividad. Toda emoción tiene una implicación fisiológica como respuesta. Y en ese intrincado enlace 101

a Daniel Goleman

juega un papel muy importante la famosa “amígdala cerebral”. Hacía tiempo, como unos cinco años, que había leído tu libro. Sorpresa de sorpresas, sin duda. Eso me ayudaba a tratar de comprender muchas reacciones y muchos comportamientos, tanto en mí, como en los demás. Pero, a raíz de una circunstancia muy especial en mi vida, me vi obligado a volver a leerte, para intentar comprender un mundo de emociones que estaban sucediendo. Resulta que me descubrieron cáncer. Y aquella noticia me tenía entrampado emocionalmente. No hallaba salida emocionalmente. Al volver a leerte, encontré ayuda para comprender mis estados depresivos ante semejante noticia y realidad. Mientras intentaba colocar cada cosa en su lugar, con la ayuda de tu libro, iba escribiendo un libro7, en el que, entre otras cosas, buscaba resaltar que es necesario que defendamos a toda costa que somos “únicos”. “Cada uno, es cada uno; y dueño de sus cadaunadas”, dice un refrán español. Además de aplicarse lo de que “cada cabeza es un mundo”. No pretendía dar consejos o recetas, tipo formularios, de esas que abundan en las librerías. Trataba de aportar, desde tus contribuciones y recopilaciones de tu trabajo, que nos somos iguales a nadie, a nivel de reacciones y respuestas emocionales, por la sencilla razón de que cada uno tiene su propia caja negra, en donde guarda sus emociones y su historia emocional. Pero, que, tarde o temprano, la 7

Véase el libro “Chévere, cambur pintón”, del P. Daniel Albarrán.

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naturaleza que es muy sabia, buscará de manera sincronizada y espontánea, las propias fuerzas y recursos apropiados para salir de cualquier emoción negativa. Ya la naturaleza es positiva, tanto física, como a nivel de mente. Por supuesto, sin olvidar, que por eso se dice que somos psicológicamente fisiológicos. Es decir, que como se siente, se piensa. Precisamente, porque somos naturalmente instintivos. Lo fisiológico nos llevará a sentirnos y a pensar como se siente el cuerpo. Ese descubrimiento científico y comprobable tú lo recoges en tu libro. Ese es tu aporte maravilloso. La inteligencia, entonces, consiste, hoy por hoy, en que sepamos conocer nuestras reacciones. Conociéndolas, tratar de hacerlas racional, y haciendo con ellas como una especie de terapia reconstructiva, en fracciones de segundos, tomar decisiones acertadas, a pesar de nuestras reacciones instintivas que nos impulsan a reaccionar espontáneamente como actuamos. Es cuando, entonces, está el aporte de tu segundo libro de esa misma línea, que se llama “Inteligencia social”. Porque la clave está en que todo eso tiene sus repercusiones en nuestro entorno social. Y nuestro conocimiento emocional llevará a nuestro control para mejorar siempre nuestra vida en sociedad. Maravilloso. Maravilloso. En tu segundo libro de esa colección, la grandeza y el aporte está, en que podemos reciclar nuestro contenido de la caja negra, como dijimos, que era nuestro “mundo límbico” registrado y acumulado en la 103

a Daniel Goleman

“amígdala cerebral”. Con ello, volvemos a guardar el archivo de nuestra memoria emocional, con nuevos elementos, con los aportados ahora, desde la nueva experiencia. Es decir, que la naturaleza es tan sabia, que ella misma tiene sus propios códigos y recursos para sanarnos de nuestros recuerdos acumulados, al reciclarlos desde el autoconocimiento. Es lo que en ese libro tu dices que es el paso “del camino bajo” hacia “el camino alto”. Lo interesante es que, ahora, es demostrable a nivel neurológico. O sea, que se trata de un proceso hormonal y de conexiones eléctricas a nivel de cerebro y órganos. Todos estos descubrimientos son aplicados hoy en día para todo. Esto nos ha permitido conocernos más y mejor. Tu aporte está en que recopilas ese descubrimiento y lo colocas en tus libros para que los conozcamos. Si. Todo está en estrecha relación con el sistema límbico, que es natural e instintivo. Y todo para nuestro mejor conocimiento. Gracias por tus contribuciones.

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Carta a Raskolnikov (personaje de la novela “Crimen y castigo, de Fedor Dostoyieski, autor ruso)

Hola, Rodya… Antes de dirigirte una carta a ti, debería escribirle una carta al autor que te inventó, a Dostoyieski. Tal vez sea en otra ocasión que lo haga. Pero, por ahora, quiero entablar contigo una conversación. Eres el personaje principal de la novela Crimen y castigo de ese maravilloso autor ruso. Recuerdo haber leído de muchacho algunos libros de tu padre e inventor. Creo que fueron cuatro los libros que había leído de él. El primero, si mal no recuerdo, fue El idiota. Sí. Ese fue el primero. Y tengo que reconocer que me impactó la manera en que el autor entreteje la trama. Tu creador disfruta complicándole la vida a los personajes. En el caso del personaje principal de El idiota, como en tu caso, en la novela Crimen y castigo, todo se enreda y se complica. Comienzas llevando una vida muy solitaria. Fuiste a estudiar Derecho, o sea para abogado, en San Petesburgo (Rusia). Eras sobresaliente y muy inteligente. Pero te empeñaste en demostrar que tú eras capaz de hacer cosas que nadie había hecho, fruto, tal vez, de tu inteligencia. Pero eso te llevó a la esquizofrenia, prácticamente. Lo peor de todo es que te

a Raskolnikov

considerabas superior. En tus disquisiciones pensabas que a los seres superiores, a los que eran distintos del común, a los extraordinarios, les estaba permitido hacer cualquier cosa. Precisamente, porque eran superiores. Decías, sobre todo en la conversación que tuviste con Porfirio Petróvich, el juez-policía que te tenía nervioso, que a los hombres se les divide en dos clases: seres ordinarios y seres extraordinarios. Los ordinarios han de vivir en la obediencia y no tienen derecho a faltar a las leyes, por el simple hecho de ser ordinarios. En cambio, los individuos extraordinarios están autorizados a cometer toda clase de crímenes y a violar todas las leyes, sin más razón que la de ser extraordinarios. Es esto lo que tú decías, e incluso, lo habías publicado en un artículo de periódico. Ese artículo lo había leído Porfirio Petróvich, y a partir de su contenido, el policía-jefe te estaba acorralando, pero no tenía pruebas. Tú mismo comienzas a delatarte. Tú mismo comienzas a dar pistas para que te atrapen. Tú mismo caes en tus propias trampas. ¿Pero, que fue lo que pasó? Que mataste a la vieja, como reitera casi todo el tiempo el autor. La vieja se llamaba Elena Ivanovna, la usurera. Tú programaste todo para matarla. Le tenías idea y animadversión. La considerabas repudiable y fea, además de miserable y repugnante. Se le añadía el hecho de que fuera la prestamista y la que tenía la casa de empeño. Te justificaste que el sacrificarla a ella, matándola, era un favor a la humanidad. Y que se te 106

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estaba permitido, como el derramar sangre le estaba permitido a los seres superiores. Te fundamentabas en Licurgo, Solón, Mahoma, Napoleón; e inclusive, sostenías que si las ideas de Newtow por una circunstancia o por otra, no hubieran podido llegar a la humanidad sino mediante el sacrificio de una, o cien, o más vidas humanas que fueran un obstáculo para ello, Newton habría tenido el derecho, e incluso el deber, de sacrificar esas vidas, a fin de facilitar la difusión de sus descubrimientos por todo el mundo. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que Newton tuviera derecho a asesinar a quien se le antojara o a cometer toda clase de robos, decías, sino que la mayoría de esos bienhechores y guías de la humanidad han hecho correr torrentes de sangre. Decías, que no sólo los grandes hombres, sino aquellos que se elevan, por poco que sea, por encima del nivel medio, y que son capaces de decir algo nuevo, son por naturaleza, e incluso inevitablemente, criminales, en un grado variable, como es natural. Si no lo fueran, les sería difícil salir de la rutina. No quieren permanecer en ella, y yo creo – decías - que no lo deben hacer. Cuando estabas en la indecisión en lo que ya habías determinado hacer escuchaste una conversación, precisamente, sobre la “vieja” en el bar del barrio donde vivías. En esa conversación hablaban de la vieja y que debería morir. Entonces, tú, encontraste justificación porque pensaste que no eras el único que estaba pensando lo que estaba pensando sobre la vieja y su suerte, que ya estaba echada, y que muy pronto 107

a Raskolnikov

pasaría a estarlo por la acción del hacha con la que tú la mataste. Tú opinión era que los hombres pueden dividirse, en general y de acuerdo con el orden de la misma naturaleza, en dos categorías: una inferior, la de los individuos ordinarios; es decir, el rebaño cuya única misión es reproducir seres semejantes a ellos; y otra superior, la de los verdaderos hombres, que se complacen en dejar oír en su medio palabras nuevas. Naturalmente, las subdivisiones son infinitas, pero los rasgos característicos de las dos categorías son, a mi entender – decías -, bastante precisos. La primera categoría se compone de hombres conservadores, prudentes, que viven en la obediencia, porque esta obediencia los encanta. Y a tu parecer, están obligados a obedecer, pues éste es su papel en la vida y ellos no ven nada humillante en desempeñarlo. En la segunda categoría, todos faltan a las leyes, o, por lo menos, todos tienden a violarlas por todos sus medios. Los hombres de la primera categoría son dueños del presente; los de la segunda del porvenir. La primera conserva el mundo, multiplicando a la humanidad; la segunda empuja al universo para conducirlo hacia sus fines. Las dos tienen su razón de existir. En este punto de la novela, el autor juega maravillosamente, y hace que tu hables de la Nueva Jerusalén, y hasta del tema de Dios. Temas en los que Porfirio Petróvich te va envolviendo y te va ahondando el sufrimiento de conciencia que tenías. Pero te sentías con derecho de sentirte un hombre superior. Y no veías 108

a Raskolnikov

que te sintieras culpable de mata a la “vieja” usurera. Aquí es cómico un poco el transcurso de la novela, ya que tú no sentías remordimiento de haber matado a la “vieja”, pero si de haber matado a la hermana de la vieja, a Lisbet, quien no estaba en tus planes cuando programaste el asesinato, que según tú, era un beneficio para la sociedad. Toda la novela transcurre en tus crisis emocionales. Te haces amigo de Sonia Semionovna Marmeladova, de quien te enamoras. Ella era una prostituta que se había hecho tal para poder mantener a sus hermanos y a su madrastra. Te sientes identificado con ella, por el tipo de bajos mundos en los que ambos se encontraban. Ella, ciertamente, te ayuda. Y es ella quien te lleva a re-encontrarte contigo mismo en el asumir los hechos de tu vida. Ella se entera de que tú mataste a la “vieja”. Pero no porque tú se lo contaste. Ella fue haciendo conexiones de tus enfermedades repentinas y recaídas y de tus conversaciones que decían y no decían nada, pero que te auto-acusaban, y en los que tú disfrutabas tanto, que parecía más bien masoquismo. Gozabas haciéndote sufrir tú mismo, en ese círculo envolvente en el que te lleva el autor, que se llega casi a la desesperación como lector, porque en la siguiente página la trama se vuelve a complicar más de lo que ya estaba. Y en ese estilo, el autor se da vida al llevarlo a uno como lector a ir descubriendo facetas nueva. Por eso, es que sus novelas son consideradas de gran contenido psicológico. 109

a Raskolnikov

Un detalle muy bonito y sugestivo de tu situación, y que es recurso del autor, por supuesto, está en que Sonia te lee el pasaje de los Evangelios donde se relata la resurrección de Lázaro. Esa lectura te impacta. Y desde ese momento, la novela adquiere un toquecito especial. Pareciera que fuera como una parte nueva de la misma novela. De hecho, desde ahí comienza sutilmente a sentirse la idea de la resurrección, en la que tú te vas sumergiendo, con la ayuda de Sonia, quien te invita a que te entregues y confieses. Tú quieres y no quieres. Sufres. Luchas. Entras en depresión. Caes en delirios. Tienes fiebres inexplicables. Vives un infierno, literalmente. Es ahí en donde se comprende el título de la novela: “Crimen y castigo”. Todo sigue en esa ambigüedad de sentimientos. En que si, pero en que no. Y en que los dos al mismo tiempo. Muy interesante. Después tú confiesas. Nadie te cree. Pero todos los datos que tú das concuerdan con lo sucedido. Hasta encuentras lo que robaste en la casa de la usurea donde tú dijiste que estaban cuando lo escondiste. Todo coincidía. Y eso te aligera un poco el castigo a la hora de la sentencia, porque demuestra que tú hiciste lo que hiciste en un estado de debilidad mental y de perturbación. Sonia te acompaña. Te está cercano. Y vuelve a aparecer el detalle, antes de ir a entregarte, de la lectura del Evangelio del episodio de la resurrección de Lázaro. Te sentencian a siete años de cárcel, si mal no 110

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recuerdo. En la cárcel se dan otros detalles, pero que no quiero resaltar, sino en el que te vas transformando de esquivo y huraño e intratable a de trato más humano y sociable, sobre todo después de que una de las visitas de Sonia, ustedes se declaran su amor. Proceso de transformación… Tal vez, se trataba de comprender el proceso de inversión de hombre extraordinario a hombre ordinario, que era la idea que tú querías demostrar. Muy interesante, sin duda. Ahora bien, Rodya… ¿No tendrás razón en eso de la división de los hombres en dos categorías, en la de extraordinarios y en la de ordinarios, en la de los seres superiores y en los que obedecen como rebaños, de manera natural? Al ver el mundo de hoy, ¿no se estará aplicando esa teoría, de la que los que consideran superiores, les está permitido hasta derramar sangre para imponer sus ideas? Perdón…. Que me haya ido por ahí… Perdón… Perdón… Bueno…. Muy bueno tu desenlace en esa novela. Mejor, todavía el trabajo de tu inventor y autor… Ah, se me olvidaba decirte, las otras novelas de tu autor, que había leído de muchacho. Son ellas, Los hermanos Karamasov, y, el Jugador. Esta última no la leí completa, a pesar de que lo intenté varias veces. Otro detalle: tuve que leer por segunda vez la novela en donde tú apareces, Crimen y castigo, a raíz de una citación de alguien que estaba hablando de ti. 111

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Ese alguien había dicho que el juez-policía, Porfirio Petróvich, te insistía en que te entregaras. Estuve tentado de levantar la mano para decir que no era así. Que yo recordaba que Porfirio Petróvich no te había dicho eso. Pero me callé, porque no estaba seguro. Eso me obligó a volver a leer la novela. ¿Y, sabes, qué? Yo tenía razón. Porfirio Petróvich, nunca te dice que te entregues, por la sencilla razón de que no tenía pruebas. Tenía algunas sospechas por lo de tu artículo publicado, en donde tú exponías las ideas que ya dijimos. Eso me obligó a leerte otra vez. Pero, fue sabroso. Lo disfruté otra vez. Y volví a descubrir cosas nuevas… Bueno…. Chao…

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ÍNDICE GENERAL

PRESENTACIÓN......................................................................2 Primera parte.................................................................................5

Al Cardenal Albino Luciani.......................................................7 (después Papa Juan Pablo I)......................................................7 Al Cardenal Albino Luciani.......................................................8 Mario Moreno Cantinflas........................................................11 Mario Moreno Cantinflas........................................................12 Don Quijote de la Mancha.......................................................18 a Don Quijote de la Mancha....................................................19 Carta a Pedro Apóstol...............................................................23 a Pedro Apóstol.........................................................................24 Sancho Panza...........................................................................27 a Sancho Panza........................................................................28 Billo’s Caracas Boy..................................................................32 a Billo’s Caracas Boy...............................................................33 Carta a Richard Bach...............................................................35 Carta al Chapulín Colorado.....................................................38 Carta a Federico Nietzsche......................................................41 Carta a Pelé...............................................................................46 Juan Gabriel:............................................................................53 Carta a Ernest Hemingway......................................................56 Carta a Simón Bolívar..............................................................59 Ángel Rosemblat.......................................................................65 Carta al Dr. José Gregorio Hernández....................................69

VIVIR DE FUTURO................................................................74 VIVIR MIRANDO EL «RETROVISOR»...............................76 Segunda Parte..............................................................................78

Carta a Michell Jackson...........................................................80 Carta a Ana Gabriel.................................................................86 Carta al Papa Juan Pablo II....................................................91 Carta a Daniel Goleman...........................................................98 Carta a Raskolnikov...............................................................105

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