Cuentos Para Trabajar Con 5to.docx

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El flautista de Hamelin Hace mucho mucho tiempo hubo en Alemania una ciudad llamada Hamelín. Era una ciudad rodeada por murallas, muy bonita y también muy próspera puesto que tenía un importante puerto al que iban comerciantes de todo el mundo. Todos sus habitantes vivían felices en Hamelín hasta que un día, mientras todos dormían, empezaron a llegar a la ciudad cientos de ratas. Llegaron tantas que invadieron totalmente la ciudad hasta dejarla totalmente infectada. No había un lugar en el que no se encontrara una rata. La situación era tan terrible que el alcalde mandó traer gatos para que acabaran con ellos, trampas y ratoneras, pero no sirvió de nada. Incluso probaron con matarratas, pero no funcionaba. Las ratas eran cada vez más y más. En medio de esta situación llegó a Hamelín un trovador que aseguró al alcalde que sería capaz de limpiar la ciudad de ratas. - ¿Vos sólo podréis hacerlo? - Por supuesto. Pero a cambio pido mil monedas de oro. - No os preocupéis. Si lo conseguís os daré un millón si es necesario. El trovador llegó a la plaza del pueblo, sacó una flauta de madera de su bolsillo y empezó a tocar. En ese momento, las ratas comenzaron a salir de todos los rincones de la ciudad. Cientos y cientos se acercaron hasta él y comenzaron a seguirlo cuando empezó a recorrer todas las calles de Hamelín. El flautista continuó caminando hasta salir de la ciudad y llegar al río, donde se paró en la orilla y siguió tocando. Las ratas estaban tan ensimismadas por la música que cayeron al agua y murieron ahogadas. De modo que el flautista volvió a ver al alcalde para pedir su recompensa. -

¿Mil monedas de oro por una música? ¡Te daré como mucho cien monedas! - dijo el alcalde riéndose. ¡Pero eso no es lo que me prometiste! – contesto el trovador Yo no prometí nada. Si es así, entonces lo lamentaras – dijo el trovador, y se marchó en silencio.

El trovador salió del ayuntamiento y comenzó a tocar con fuerza su flauta. En esta ocasión, fueron los niños, grandes y pequeños, los que empezaron a salir de las casas y comenzaron a seguirle allá donde iba. El flautista salió de la ciudad y todos los niños de Hamelín salieron con él y nunca más se los volvió a ver.

Los duendes y el zapatero Había una vez un humilde zapatero que era tan pobre, que no tenía dinero ni para comprar el cuero que necesitaba para hacer zapatos. -No sé qué va a ser de nosotros - le decía el zapatero a su mujer-. Si no encuentro un buen comprador o cambia nuestra suerte no podré seguir trabajando. Y si no puedo trabajar, no tendremos dinero para comer. El zapatero preparó el último trozo de cuero que le quedaba con la intención de terminar su trabajo al día siguiente. Cuando amaneció el zapatero se dispuso a comenzar su trabajo cuando, de repente, descubrió sobre la mesa de trabajo dos preciosos zapatos terminados. Los zapatos estaban cosidos con tanto esmero que el pobre zapatero no podía creer lo que veía. Los zapatos eran tan bonitos, que el primer cliente que entró se los llevó y pagó más de su precio por comprarlos. El zapatero fue enseguida a contárselo a su mujer. Después, con el dinero recibido, compró cuero para hacer dos pares de zapatos más. Como el día anterior, el zapatero cortó el cuero y lo dejó todo listo para terminar el trabajo al día siguiente. Y de nuevo se repitió el milagro. Por la mañana había cuatro zapatos, cosidos y perfectamente terminados, sobre su banco de trabajo. Esa misma mañana entraron varios clientes a la zapatería y compraron los zapatos. Y, como estaban tan bien hechos, pagaron al zapatero más de lo que habitualmente pagaban. La historia se repitió otra noche y otra más, y otra…Pasó el tiempo, la calidad de los zapatos del zapatero se hizo famosa, y nunca le faltaban clientes en su tienda, ni tampoco dinero, ni comida. Todo le iba de maravilla. Ya se acercaba la Navidad, cuando el zapatero le dijo a su mujer: - ¿Qué te parece si nos escondemos esta noche para averiguar quién nos está ayudando a hacer los zapatos? A la mujer le pareció buena la idea. Cuando llegó la noche, los dos esperaron escondidos detrás de un mueble para descubrir quién les ayudaba. Daban las doce cuando dos pequeños duendes desnudos aparecieron de la nada. Los duendes se subieron a la mesa de un gran salto y se pusieron a coser. En un santiamén terminaron todo el trabajo que el hombre había dejado preparado. De un salto desaparecieron y dejaron al zapatero y a su mujer estupefactos. - ¿Te has fijado en que estos pequeños hombrecillos que vinieron estaban desnudos? -dijo el zapatero a su mujer. - Podríamos hacerles pequeñas ropitas para que no tengan frío dijo al zapatero su mujer -dijo ella. El zapatero estaba de acuerdo con su esposa. Y ambos se pusieron a trabajar. Cuando acabaron dejaron colocadas las prendas sobre la mesa en lugar de los retazos de cuero, y por la noche se escondieron tras el mueble para ver cómo reaccionarían los duendes. Dieron las doce y aparecieron los duendecillos. Al saltar sobre la mesa parecieron asombrados al ver los trajes y, cuando comprobaron que eran de su talla, se vistieron y cantaron: - ¿No somos ya dos chicos bonitos y elegantes? ¿Por qué seguir de zapateros como antes? Y tal como habían venido, se fueron. Saltando y dando brincos, desaparecieron. El zapatero y su mujer se sintieron muy contentos al ver a los duendes felices. Y a pesar de que habían anunciado no volvieron nunca más, no los olvidaron, pues estaban muy agradecidos por todo lo que habían hecho por ellos. El zapatero volvió a trabajar y, como su trabajo era tan famoso, nunca más le faltaron clientes. Y fueron muy felices.

El gato con Botas Había una vez un molinero pobre, que cuando murió sólo pudo dejar a sus hijos por herencia el molino, un caballo y un gato. En el reparto. el molino fue para el mayor, el caballo para el segundo y el gato para el más pequeño. Éste último se lamentó de su suerte en cuanto supo cuál era su parte. - ¿Y ahora qué haré? Mis hermanos trabajarán juntos y harán fortuna, pero yo sólo tengo un pobre gato. El gato, que no andaba muy lejos, le contestó: - No se preocupe mi señor, estoy seguro de que le seré más valioso de lo que usted piensa. - ¿Ah sí? ¿Cómo? - dijo el amo incrédulo. - Deme un par de botas y un saco, y se lo demostraré. El amo no acababa de creer del todo en sus palabras, pero como sabía que era un gato astuto le dio lo que pedía. El gato fue al monte, llenó el saco de salvado y de trampas y se hizo el muerto junto a él. Inmediatamente cayó un conejo en el saco y el gato puso rumbo hacia el palacio del Rey. - Buenos días majestad, le traigo en nombre de mi amo, el marqués de Carabás - pues éste fue el nombre que primero se le ocurrió - este conejo. - Muchas gracias gato, dale las gracias también al señor Marqués de mi parte. Al día siguiente el gato cazó dos perdices y de nuevo fue a ofrecérselas al Rey, quien le dio una propina en agradecimiento. Los días fueron pasando y el gato continuó durante meses llevando lo que cazaba al Rey, de parte del Marqués de Carabás. Un día se enteró de que el monarca iba a salir al río junto con su hija la princesa y le dijo a su amo: - Haga lo que digo amo. Acuda al río y báñese en el lugar que le digo. Yo me encargaré del resto. El amo le hizo caso y cuando pasó junto al río la carroza del Rey, el gato comenzó a gritar diciendo que el marqués se ahogaba. Al verlo, el Rey ordenó a sus guardias que lo salvaran y el gato aprovechó para contarle al Rey que unos forajidos habían robado la ropa del marqués mientras se bañaba. El Rey, en agradecimiento por los regalos que había recibido de su parte mandó rápidamente que le trajeran su traje más hermoso. Con él puesto, el marqués resultaba especialmente hermoso y la princesa no tardó en darse cuenta de ello. De modo que el Rey lo invitó a subir a su carroza para dar un paseo. El gato se adelantó por delante de ellos y en cuanto vio a un par de campesinos podando la hierba, corrió hacia ellos y les dijo: - Buenas gentes, si no decís al Rey que el prado que están podando pertenece al señor Marqués de Carabás, los harán picadillo como carne de pastel. Los campesinos hicieron caso y cuando el Rey pasó junto a ellos y les preguntó de quién era aquel prado, contestaron que eran del Marque de Carabás. Siguieron camino adelante y se cruzaron con otro par de campesinos a los que se acercó el gato - Buenas gentes, si no decís al Rey que todos estos trigales pertenecen al señor Marqués de Carabás, los harán picadillo como carne de pastel. Y en cuanto el Rey preguntó a los campesinos, respondieron sin dudar que aquellos campos también eran del Marqués. Continuaron su paseo y se encontraron con un majestuoso castillo. El gato sabía que su dueño era un ogro así que fue a hablar con él. - He oído que tienes el don de convertirte en cualquier animal que deseas. ¿Es eso cierto? - Pues claro. Mira cómo me convierto en león. Y el ogro lo hizo. El pobre gato se asustó mucho, pero siguió adelante con su hábil plan. - Ya veo que están en lo cierto. Pero seguro que no eres capaz de convertirse en un animal muy pequeño como un ratón. - ¿Ah no? ¡Mira esto! El ogro cumplió su palabra y se convirtió en un ratón, pero entonces el gato fue más rápido, lo cazó de un zarpazo y se lo comió. Así, cuando el Rey y el Marqués llegaron hasta el castillo no había ni rastro del ogro y el gato pudo decir que se encontraban en el estupendo castillo del Marqués de Carabás. El Rey quedó fascinado ante tanto esplendor y acabó pensando que se trataba del candidato perfecto para casarse con su hija. El Marqués y la princesa se casaron felizmente y el gato sólo volvió a cazar ratones para entretenerse.

Los tres chanchitos Había una vez tres hermanos cerditos que vivían en el bosque. Como el malvado lobo siempre los estaba persiguiendo para comérselos dijo un día el mayor: - Tenemos que hacer una casa para protegernos del lobo. Así podremos escondernos dentro de ella cada vez que el lobo aparezca por aquí. A los otros dos les pareció muy buena idea, pero no se ponían de acuerdo respecto a qué material utilizar. Al final, y para no discutir, decidieron que cada uno la hiciera de lo que quisiese. El más pequeño optó por utilizar paja, para no tardar mucho y poder irse a jugar después. El mediano prefirió construirla de madera, que era más resistente que la paja y tampoco le llevaría mucho tiempo hacerla. Pero el mayor pensó que, aunque tardara más que sus hermanos, lo mejor era hacer una casa resistente y fuerte con ladrillos. - Además así podré hacer una chimenea con la que calentarme en invierno, pensó el cerdito. Cuando los tres acabaron sus casas se metieron cada uno en la suya y entonces apareció por ahí el malvado lobo. Se dirigió a la de paja y llamó a la puerta: - Anda cerdito, se bueno y déjame entrar... - ¡No! ¡Eso ni pensarlo! - ¡Pues soplaré y soplaré y la casita derribaré! Y el lobo empezó a soplar y a estornudar, la débil casa acabó viniéndose abajo. Pero el cerdito echó a correr y se refugió en la casa de su hermano mediano, que estaba hecha de madera. - Anda cerditos sean buenos y déjenme entrar... - ¡No! ¡Eso ni pensarlo! - dijeron los dos - ¡Pues soplaré y soplaré y la casita derribaré! El lobo empezó a soplar y a estornudar, y aunque esta vez tuvo que hacer más esfuerzos para derribar la casa, al final la madera acabó cediendo y los cerditos salieron corriendo en dirección hacia la casa de su hermano mayor. El lobo estaba cada vez más hambriento, así que sopló y sopló con todas sus fuerzas, pero esta vez no tenía nada que hacer porque la casa no se movía ni siquiera un poco. Dentro, los cerditos celebraban la resistencia de la casa de su hermano y cantaban alegres por haberse librado del lobo: - ¿Quién teme al lobo feroz? ¡No, no, no! Fuera el lobo continuaba soplando en vano, cada vez más enfadado. Hasta que decidió parar para descansar y entonces reparó en que la casa tenía una chimenea. - ¡Ja! ¡Pensaban que de mí iban a librarse! ¡Subiré por la chimenea y me los comeré a los tres! Pero los cerditos le oyeron, y para darle su merecido, llenaron la chimenea de leña y pusieron al fuego un gran caldero con agua. Así cuando el lobo cayó por la chimenea el agua estaba hirviendo y se pegó tal quemada, que salió gritando de la casa y no volvió a comer cerditos en una larga temporada.

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