FICHA:
Morales, Carlos Ramón. La conferencia. México: Plaza y Valdés, 1992.
LA CONFERENCIA Al Chore, por sus chorros No, el pinche Víctor no era escritor. A él sólo le gustaba roquear, y de vez en cuando leía, pero muy de vez en cuando, y no te diré que leía cosas así profundísimas como la Ilíada o la... ¿cómo se llama?... la del güey ese que se va al infierno... la come/eso, la Divina Comedia... no, nada de eso. El Víctor más bien llegaba con las Guitarras Fácil de los Beatles, y se leía la introducción y ya nos contaba de las jaladas de los artistas, ¿no?, pero ya en sí, nunca, nunca fue escritor. Sin embargo, yo creo que por la música se ganó el título. No sé, yo creo que por entenderle a eso del ritmo y de las cala-veras, se le facilitaron las calaveras que nos dejó el maestro de literatura. Sí, en noviembre, cuando la fiesta del día de muertos y todo eso. Nosotros estábamos preparando el Halloween y ha-blábamos de los disfraces y todo, cuando nos oyó el Chuchuluco... sí, así le decíamos al de literatura porque estaba calvo y siempre llevaba su pinche chuchuluco para que creyéramos que tenía pelo y todo, ¿no?, pero ya nadie le cree, todos sabemos que ni madre de pelo, ¿no?, pero te digo, llegó el güey, y cuando escuchó lo del Halloween que se encabrona y que nos echa todo el rollo de las tradiciones y de la transculturización y... uta, que palabrita me aventé... transa culturización... pero o sea, no lo dije por mamón, es que así dijo ese güey... que los gringos querían imponernos sus modos de vida, y que nosotros éramos bien pendejos por aceptarlo y todo eso, ¿no?, pero entonces alguien le dijo que le valía madres porque de todos modos íbamos a hacer la fiesta, y entonces que se acaba de encabronar y que dice: Pues ahora, me van a traer una calavera para calificar noviembre. Uta, todos nos quedamos de a seis... y es que digo, todos hemos hechos quesque acrósticos para las viejas, o luego ellas hacen sus pinches versitos esos de
dos ositos en la nieve, pero eso de las calaveras, pues como que a ninguno se le daba, ¿no? Sólo al pinche Víctor le salió fácil la suya. El de literatura nos dijo que la hiciéramos de políticos o de artistas, y el Víctor se agarró de bajada a Fidel Velásquez, y de rimar bajo salario con dinosaurio nadie lo sacó, y ya que le salió refácil, nos dijo que por una lana nos hacía nuestras calaveras, y ahí tienes a todos, de a tres mil pesos, y él nomás preguntaba y se sacaba los versos para Luis Miguel, el Salinas o el Raúl Ve--lasco, y ahí tienes al final a todos entregando las calaveras del Víctor. El maestro quedó bien a gusto, nos puso puros dieces y hasta fue al Halloween disfrazado de qué... de uno de esos güeyes de la Edad de Oro, o la Época de Oro... ándale, del Siglo de Oro. Sí, como el profe admiraba a todos esos, quesque se disfrazó de Quevedo o de Cervantes, o ya no me acuerdo de quien, el caso es que ya bien pedo se creyó lo de su disfraz y ahí lo tenías recitándole a la Joanna algo así de que el amor es un hielo ardiente y un fuego helado o no sé que madres. Y fue en medio de la peda que alguien le dijo que nosotros no habíamos hecho las calaveras, que todas fueron del Víctor, y al otro día que se le bajó la briaga y pudo entender que onda se encabronó un chingo, pero como no podía tronarnos porque ya había puesto las calificaciones, nomás nos amenazó, aunque no mucho, porque le importó más saber la facilidad que tenía el Víctor para escribir, y eso borró todas las transas que hicimos. Porque apenas se enteró de eso, en cada clase a güevo quería que el Víctor diera opiniones. El güey, que te digo que no sabía ni madres, sólo contestaba que le parecían bonitas las cosas que leía el Chuchuluco, ahí tiene al profe bien emocionadote, con cara de que Víctor era el único que le entendía, aunque te digo, el pinche Víctor entendía puras madres. Así estuvo normal la cosa hasta que pegaron la convocatoria para las conferencias de la juventud que no sé que institución promovía. Como te podrás imaginar, nadie le hacía caso a la pinche convocatoria, porque entonces estábamos organizando la fiesta del día de los novios. Estábamos relocos porque todos queríamos tener vieja para ese día. Ahí nos veías,
como burros en primavera, todos a la hora del descanso atrás de ellas. Para variar, el que llevaba más adelantado su asunto era el Vic, que con su guitarra y traduciéndose las rolas de amor del Sting y Chicago ya traía a Catalina por la calle de la amargura. Me acuerdo que un día que según se iba a salir de clases de literatura con ella para llegarle, el maestro lo encontró, y le dijo que entrara para decirle unas noticias “excelentes”. Y ahí puedes imaginarte al Víctor y a la Catalina, bien frustradotes los dos, adentro de la clase, mientras el profe se aventaba su rollo clásico ¿no? Entonces se dirigió al Víctor, y loe dijo que habían aceptado a un joven para dar una ponencia, y que lo había sugerido en la Dirección y que habían aceptado. Ya podrás imaginarte al Víctor, bien sacado de onda, preguntando qué tenía que hacer. El maestro le dijo que tenía que escribir algo sobre los jóvenes, algo así que dijera todos los pedos que tenemos y cómo vemos al mundo y cosas de esas. El Víctor como que primero se apendejó, pero ya luego dijo que no le entraba. Uta no lo hubiera dicho. Que se encabrona el Chuchuluco, que le echa un chorísimo, y ya al final que lo amenaza: si no escribía la cosa esa, lo tronaba por lo de las calaveras. Me imagina que al Víctor se le mojó todo el cisirisco porque se quedó callado, y ya después no le quedó otra que decir que sí. Anduvo bien nervioso. Me enseñaba sus escritos, pero a mi me daba un chingo de güeva leerlos, porque estaban bien aburridotes, decían ondas así de que “El adolescente vive un periodo intermedio entre la niñez y los adultos”... ándale, como de libro de biología. Sí, se me hace que se fusiló el libro de biología y con eso quería salir del paso. Pero ni a mi ni al maestro ni a nadie le gustaba. Como cada vez se acercaba más el día de la conferencia, el Víctor se ponía más angustiado, y aparte estaba requeteencabronadísimo, porque la cosa esa era el catorce de febrero y no iba a poder ir a la fiesta, y con tantos pedos, hasta se había olvidado de Catalina, quien ya estaba ligando con un güey de otro grupo. Fue entonces cuando platicamos con la maestra de Ética, con Maricarmen, que entre paréntesis está bien buena y todos quesque la
seducimos para ver con quien pega el chicle. Fuimos y le dijimos de los graves problemas del Víctor, y entonces ella le preguntó si había leído a los de la Onda. El Víctor dijo que sí, que como no, que había leído todo lo de los Beatles y todos los güeyes que traían buena onda. Entonces, Maricarmen, con cara de no seas bruto, le dijo que era otra onda, que eran unos escritores que habían escrito sobre chavos y fajes y de rolársela en la ciudad y todo eso, ¿no?, y ya que el Víctor le dijo que no los había leído, la maestra prometió llevarle unos libros, y al otro día se los dio. Ahí si se alucinó el Víctor. No dejaba los libros en ningún momento, y nomás se la pasaba diciendo que todos los personajes eran bien buena onda y que estaba chido el desmadre. Primero se aventó el libro del zapato, el del tenis... ¿Gapazo?... ah, ese, ese, Gazapo. Luego se fue sobre el perfil, y acabó con el del rey criollo, del que me leyó un cuento bien chido, de unos güeyes que hacen un desmadre en un cine cuando se estrenó una película de Elvis... si, de poca madre, yo me la pasé cagándome de la risa, y más cuando los güeyes gritaban que era puta la vieja que no gritara y todas las viejas se ponían a echar berridos para que nadie les descubriera nada. Si, te digo, suaves suaves suaves los librillos. Como que entonces se puso su ponencia más padre, ¿no?, como que descubrió que podía hablar del rock y todo eso, y se echaba su rollo de los Rolling y el Elvis y decía que eran la neta y que el rock era la nueva cultura, más chingona que la griega y así, ¿no?, bien chingón. Como le iba quedando tan bien, ni se lo quería enseñar al Chuchuluco. El nomás preguntaba que qué onda y el Víctor le decía ya mero, luego se la enseño, pero la guardaba bien bien, nomás me lo enseñaba a mí, y nos reíamos un poco, y ya después nos deprimíamos porque la pinche Catalina ya no lo pelaba y a mí nunca me hizo caso la pinche Verónica que estaba bien buena. Cuando faltaban como cinco días para la conferencia se lo llevamos a Maricarmen. A ella le encantó, y aunque dijo que parecía mas bien un
cuento que una ponencia, dijo que valía la pena leerse. Le recomendó a Víctor que fuera a un taller literario para darle una pulidita, y le dio la dirección de uno que ella co-nocía. Entonces, ahí tienes al Víctor, que una tarde jala su guitarra, su escrito y un cuadernito, y que se lanza al dichoso taller. Según me contó, había tres tipos aparte de él. Uno era un estudiante de Derecho; otra, una maestra de primaria, y la tercera, una güera que iba al taller porque no sabía en que emplear su tiempo. El coordinador era un tipo que dijo su nombre tan desconocido como sus libritos de cuentos. Preguntó quien iba a leer y todos sacaron sus cosas. El estudiante de Derecho se aventó un cuento que según Víctor estaba bien chido y fantasioso, porque se trataba de una vieja que se llamaba Renatita la bonita, que según se iba para el cielo mientras todos los del pueblo la veían y se quedaban impactados por su belleza. La maestra de primaria, bien cabrona, leyó algo de una vieja que se casaba con un médico y le ponían los cuernos y al final se suicidaba con sepa que chingado bebedizo. La tercera, la buenota, se chutó un poema quesque muy chingón, que decía que en una noche de estrellas y astros podía escribir los versos más desgarradores del mundo. Cuando al fin le tocó al Víctor, y leyó su cuento del roquero que tenía una novia que no lo pelaba porque él se ponía a hacer pendejadas de política y todo eso, los del taller se quedaron callados. A la hora de las críticas lo atacaron bien gacho y nomás se la pasaron diciendo que era un refrito de los onderos y que estaba de la chingada eso de plagiar. Luego, el coordinador dijo que la Onda ya estaba gastada y que se debían escribir otras cosas porque no valía la pena seguir con los rollos de veinte años atrás... sí, así le dijo el ojeis... luego se pusieron a analizar el cuento más a fondo, y dijeron que eran pendejadas los amores de estudiantes, y que los meros buenos eran cuando uno ya está maduro y que escribir de adolescentes era gastar papel a lo puritito pendejo... Sí, imagínate como quedó el Víctor. Peor que un perro apaleado. Según él salió bien triste y anduvo caminando por la ciudad con su
guitarrita a mano, pensando que eran puras pende-jadas las letras y que nada valía la pena sin Catalina y sin Queta Jonson y sin Gisela. Fue ahí cuando se aventó a la casa de Catalina, y podrás imaginártelo, a las nueve de la noche, en medio de la gente que lo miraba con cara de que le pasa a este güey, cante y cante rolas bien melcochosas en la calle. Catalina no salió nunca y él se fue bien decepcionado, aunque después nos enteramos que en su casa, Catalina esuchó todo y después puso a Luis Miguel y mientras ese güey cantaba, ella se puso a llorar. Pero ninguno de nosotros lo supo. Sólo supimos que Víctor estaba que se lo levaba la chingada, que Catalina desapareció por un rato de la escuela, y que cuando Víctor le enseñó su escrito al Chuchuluco, éste se encabronó y lo obligó a hacerlo de nuevo, aunque ahora le ayudó él, y quedaron de esas ondas clásicas de que los jóvenes somos el futuro del mundo y en nosotros está la esperanza del porvenir. Así llegó el día de la conferencia. Dos o tres güeyes, aparte de mí, decidimos ir, más que nada para apoyar al Víctor y ya luego largarnos a la fiesta. El Víctor aún no llegaba, pero eso no era raro porque siempre ha sido un impuntual de la chingada. Como cinco minutos después de la hora, empezó el desmadre. Leyó un queque funcionario de gobierno, un psicólogo que dijo que los adolescentes somos regüeyes pero que se nos va a quitar, y luego una socióloga que nomás hizo una enumeración de chavos analfabetas y drogadictos y alcohólicos e incomprendidos. El Víctor seguía sin llegar. Yo pensaba que qué mala onda porque todos los chavos se estaban largando y sólo los rucos lo iban a oír. Subieron como otros tres güeyes, y de Víctor, cero. El Chuchuluco estaba encabronadísimo. Y ya cuando nos dimos cuenta, se acabó el pinche evento. Para entonces, la sala está casi vacía. Sólo habían unos seis tipos, yo creo que los organizadores, el Chuchuluco y yo. Salimos bien decepcionados, el Chuchuluco ni me peló. Y ya cuando estaba buscando la para-da del camión, que veo que al Víctor encaramado en un coche, toque y toque la lira, rodeado de todos los güeyes que se salieron de la
conferencia. Cantaba las rolas que siempre se echaba, y todos estaban alucinadísimos, cantando con él. Fue cuando llegó el Chuchuluco gritando, pero nadie lo peló. El Víctor acabó bien tranquilo con su rola, y después, corriendo a todo lo que daba, desapareció de nuestra vista. No llegó ni a la fiesta. Sin embargo, a la mañana siguiente, se la pasó bien divertido en la escuela, escondiéndose del Chuchuluco. Llevaba a Catalina del brazo. Y ella sonreía también muy divertida, con mucho talco en todo el cuerpo, como queriendo ocultar unos rayones de plumón que de una forma rara adornaban a todo su cuerpo.