Avanzábamos hace más de dos horas y al fin divisamos el vapor que se filtraba a través de la sulfúrica roca amarrilla que ya olíamos unos cuantos metros más abajo. Desde antes de salir de la cabaña pensaba en lo placentero que sería comer un sándwich de jamón en la cima de rocaltisima, mientras miraba la belleza de Rosita resaltada por la luz y el viento de la montaña. Pero lo esforzado de subir y subir, para un muchacho de mi porte, me hizo saber que lo único placentero seria en realidad tirarse al suelo a esperar que la lengua vuelva a su sitio. Así que llegué, vi la fumarola durante 27 segundos , con el pulmón arrastrándose alcance los más alto que me permitía mi estado físico deplorable Y me eché a recuperar fuerzas al borde del precipicio. ¡Qué vista gordo!, ¡quien como vos! La inmensidad del paisaje y ese soplar tan rico del viento mezclado con el solcito, me mantenía en un trance tan copado, que ya me sentía volando por el cielo, y Rosita, que se encontraba admirando ni pancita y pensando en la imposibilidad de llenarla con estos sanguchitos, de pronto suelta una especie de alarido propio de la gente de este lado de las montañas y apunta con un dedo y un sinfín de distintos gestos mezclados hacia algo que yo tenía tras la espalda. Una bestia enorme se deslizaba utilizando las corrientes de aire ascendentes, y aprovechando que me había dejado en el aire con su majestuosa aparición, consigue arrebatar en pleno vuelo el último sándwich de mis propias manos. ¡Un cóndor! ¡mi sándwich! Ya que me era imposible recuperar mi comida por un método convencional, decidí entrenar a mi segunda atención y la fije en el sándwich que el pajarote llevaba en las garras hacia montañas mas alejadas y a gran altura. El vuelo que compartimos nos dejo en una grieta en la piedra, realmente imposible de alcanzarla si no aprovechás el vuelo de esta ave en particular. Ya que podía pisar un poco más firme pude soltarme del sándwich y ver como el cóndor lo tomaba con el pico y lo arrojaba dentro de una especie de cueva pequeña , era la oportunidad de conocer a las crías del cóndor, me encantan los niños, que loco. Mire hacia adentro y tuve la visión más extraña de mi vida, no estoy seguro, pero eso era un anciano humano cóndor. Su nariz era realmente prominente y la pelada tan pálida, de estar todo el día dentro de esa roca supongo, contrastaba con esa especia de capa hecha con plumas negras que lo abrigaba del frio andino. Sentí la necesidad de preguntarle algo, no sé, me parecía que podría tener respuesta para todo, pero mis palabras eran inentendibles para él o simplemente no estaba emitiendo sonido alguno. Entonces él como
impaciente, da un mordisco al sándwich y dice -jamón, me encanta- levanta el resto como brindando y continua, -Gracias, es usted una persona muy solidaria,- suelta un suspiro como fingido – ahora por favor se retira que estoy muy viejito y necesito echarle una siestita para bajar el sandguchito, vuelva cuando le guste pero primero avise, adiós- y vuelve a meterse mas hacia la oscuridad. Aprovecho que el cóndor vuelve a salir planeando, lo tomo como aventón y regreso a mí en la roca… Rosita pregunta - ¿te comiste los dos?.¡ Glotón! Quise contarle pero no me acordaba. Tetomanuel