No se puede amar la cruz sin amar a Cristo ni se puede amar a Cristo sin amar la cruz.
Somos hermanas de Cristo Crucificado ¿cómo no amar la cruz, si en ella murió clavado aquel divino Dios-Hombre que llamamos nuestro hermano?
Cristo sólo tiene sed de lágrimas de contrición.
No hay flores más fragantes que las que brotan del áspero rosal de la Cruz.
No me ahorres, Dios mío, ni una gota de las penas que me tengas preparadas, con tal que aumente en mí tu amor para sufrir por Ti.
Señor, dame fuerzas para sufrir, y dame sufrimientos.
No hay nada en la pasión de Cristo que no cause tan particular afecto como imaginarme aquel bello rostro cubierto de salivas, porque pienso en las muchas veces que con nuestras faltas y pecados veniales manchamos esta misma imagen que llevamos en el alma.
Cristo nos dio su mayor prueba de amor, amando la cruz por nosotros. Nosotros le daremos la mejor prueba del nuestro abrazando con alegría la nuestra de cada día.
Cuando Dios nos dé a gustar la copa de sus divinas consolaciones, pidámosle nosotras en cambio, que nos haga dignas de beber con Cristo las heces del cáliz de las amarguras.
¿Qué más necesito yo para encenderme en amor para llorar de dolor que verte en la cruz clavado por mis pecados, Señor?
En la muerte del Verbo encarnado está condensado todo el amor de la Trinidad para con el hombre pecador.
Que las hermanas de Cristo Crucificado, aprendamos en ese libro abierto que tiene por atril la Cruz: Cómo se ama.