Finalizado el Concilio Vaticano II, el recibió del Papa Pablo II nuevos Estatutos redactados y propuestos por el P. ARRUPE. Su principal objetivo no sería ya ser un movimiento entre otros, sino un servicio a todas las diócesis, comunidades y movimientos. Se le confiaba promover y afianzar una espiritualidad apostólica centrada en lo esencial de la vida cristiana. Se había tomado conciencia de que no se sigue al mismo y único Señor Jesucristo, asumiendo unos su sacerdocio, otros su realeza, algunos su profecía: unos orando, otros actuando, algunos testimoniando con su vida. Pensando en el «ardor» necesario para la «nueva evangelización», Juan Pablo II hizo de la orientación posconciliar la razón de ser de toda la actividad del . Y lo animó a renovarse y revitalizarse. Al mismo tiempo, volvió a encargar su animación a la Compañía de Jesús (los jesuítas), gente contemplativa en la acción: -«Pongo esta Asociación universal en sus manos, como tesoro precioso del corazón del Papa y del Corazón de Cristo, les dijo: Consagren sus talentos y dediquen todo esfuerzo al cumplimiento de esta misión que hoy les confío» (1985). Unos 200 jesuítas trabajan directamente en este servicio, dejando en claro que no es obra de ellos, sino de la Iglesia, para la Iglesia. Lo demuestra el Papa manteniéndose a la cabeza, eligiendo las intenciones de oración a que propone unir los haceres particulares; lo demuestra la organización diocesana, dependiente de los obispos, donde la mayoría de los Directores diocesanos y de Centros son sacerdotes seculares y de todas las congregaciones; lo demuestran los 50 millones de apóstoles de la oración, obispos, sacerdotes, consagrados y consagradas, laicos y laicas. Más que una asociación piadosa que ayuda a orar a sus asociados, el está llamado, entonces, a animar a los integrantes de todas las obras, comunidades y movimientos de la Iglesia, a crecer en la relación con Dios, a ser orantes en un estilo eucarístico y solidario. En una palabra, el quiere ser una dimensión transversal que vaya impregnando todas las obras de la Iglesia. Invitar a orar, enseñar a orar, fomentar y acompañar una espiritualidad orante para el mundo y la cultura de hoy, esa es la vocación, el carisma, del No por casualidad el está ligado desde sus orígenes a las espiritualidades de la Eucaristía y del Corazón de Jesús. La Eucaristía nos zambulle en las esperanzas y los dolores de la Iglesia y del mundo. Somos eclesiales abriéndonos a las necesidades de la Iglesia, orando con y en Iglesia. Las intenciones mensuales marcan el camino para ello. La espiritualidad del Corazón de Cristo nos lleva a tomar en serio la encarnación del Hijo y su misericordia creadora en el mundo. Ensanchar el corazón, teniendo diariamente presente en la oración la vida de la Iglesia y del mundo es, sin duda, un fruto maduro del Evangelio. El fomenta y enseña una vida orante, solidaria e inserta.