Como si fuera ayer Dos escenas y un epílogo
Personajes:
Mauricio (Ismael, chico de los panes y los peces), 20 años Ana Claudia (Deborah, hija de la Verónica), 18 años Anthony (Simón, hijo de la viuda de Naím), 31 años Giulieta (Sarah, niña resucitada), 23 años Arbulen (Rufo, hijo del Cireneo), 19 años Absalom, Gerente de Galilea Tours, 58 años
Primera escena
Oficina moderna en la que Absalom recibe a los candidatos a Guías turísticos de Tierra Santa. Cerca, pero no en el mismo ambiente, una salita de espera con algunos confortables sillones. En segundo plano, a la izquierda y en penumbras, un pequeño escenario teatral. Conforme vayan apareciendo los jóvenes lucirán muy desenvueltos y seguros de sí mismos. Están sentados Anthony y Giulieta. Aún no ha llegado nadie más y la oficina está desierta. (AMBOS RIEN JOVIALMENTE). ANTHONY: Si, sí: se trata de un viaje largo; pero en cuanto llegas, te das cuenta de que ha valido la pena venir. En San Francisco la vida es muy intensa, aunque menos que en otras ciudades de USA. Viví en el campo hasta los trece años. Después mis padres se trasladaron a la ciudad más cercana y de allí salté a San Francisco: Universidad, primeros años de trabajo…He llegado a los 31 como si recién empezara todo. Por eso me animé a plantearme este reto. GIULIETA: No sé cómo mis padres han aceptado a que me viniera a conseguir un empleo de esta naturaleza. Claro que, como buenos franceses ellos siempre fueron muy liberales: nunca he tenido dificultades para tomar decisiones temerarias (RIE) ANTHONY: (LA ACOMPAÑA EN LA BROMA. SE DETIENE) ¡Tienes 23 años! A esa edad, mis padres no hubieran querido ni escuchar… (ENTRA ARBULEN. UNA CIERTA TIMIDEZ HUNGARA: SALUDA) ARBULEN: Hola, soy Arbulen. Vengo desde Budapest. 1
ANTHONY: Bueno, ya tienes algo a tu favor: la proximidad (SONRIEN). ARBULEN: ¿Aún no han empezado? Me aconsejaron puntualidad. GIULIETA: Si, pero estamos con quince minutos de adelanto. (ENTRA ANA CLAUDIA. MIRA A SU ALREDEDOR) ANTHONY: (COMO DESPERTANDOLA) Ya llegaste, es aquí. Veo que vienes a lo mismo. Somos candidatos a Guías turísticos. Giulieta viene de Lyon, Arbulen, de Budapest, yo de San Francisco, USA… ANA CLAUDIA: Hola. Soy Ana Claudia y acabo de llegar de España, de Cataluña más concretamente. ANTHONY: Ah, sí: la piel de toro está de un tiempo a esta parte un poco movida. Te echo unos diecisiete años, ¿sí? ANA CLAUDIA: dieciocho. ARBULEN: Poco menos que yo. (RIEN) ANTHONY: ¡De modo que yo aquí soy el más veterano, ja ja ja! (ENTRA MAURICIO) GIULIETA: Pero no se te nota. Das la impresión de no haber superado los veinte. ANTHONY: ¡Los USA somos así, ja ja ja! MAURICIO: ¿Un gringo en la competencia? Espero que haya sitio para todos. Soy Mauricio, vengo de Cali, Colombia; tengo 20 años, creo que la media de edad de todos. ANA CLAUDIA: No, hijo: aquí el de la competencia ya debe haber empezado los treinta. ANTHONY: (MIENTRAS ANA CLAUDIA HABLABA HABIA SACADO EL CELULAR. MARCA) MAURICIO: ¿Y ya hay alguna noticia de algo? ¿Alguien ha salido a recibir o algo así? GIULIETA: Solo en el vestíbulo: todo muy formal y como a la expectativa, nada más. MAURICIO: (QUE VE LA MOVIDA DE ANTHONY) No te extrañe si no tenemos cobertura. Todo puede pasar aquí. ANTHONY: Me parecería muy forzado que en Israel, como en las películas, pasaran cosas así. ABSALOM: (ENTRA INTERVINIENDO DIRECTAMENTE EN LA CONVERSACIION MIENTRAS SE DIRIGE A LA OFICINA. SUBE LA LUZ DE ESTA A SU INGRESO) Israel filma sus propias películas, y suelen ser muy interesantes. Los iré llamando. (EN LA SALITA HA DESCENDIDO LA LUZ) 2
ABSALOM: (SE SIENTA. MIRA PAPELES DE EXPEDIENTES. SE ACERCA A LA ZONA INTERMEDIA) ¿Quién es Anthony? ANTHONY: (SALIENDO DE LA SEMI PENUMBRA) Es un gusto estar en su país. ABSALOM: Hasta hace poco tiempo, los Guías de Tierra Santa eran todos israelitas. Pero el Gobierno decidió cambiar esa política y nos permitió, advirtiéndonos del riesgo, que abriésemos el campo a gentes de otras naciones. No son ustedes los primeros, pero casi. ¿Qué le motiva hacer este trabajo? ANTHONY: Soy ingeniero. Tengo una novia muy inteligente que me aconsejó que por un tiempo me dedicara a otras tareas muy diversas. ABSALOM: ¿Y por qué eligió estas? ANTHONY: Es que no se trata de una tarea común. Desde mi perspectiva, teniendo Israel una historia tan rica encierra sobre todo el encanto de la historia del hombre de Nazaret. ABSALOM: ¡Ah, ya veo! Es usted cristiano. ¿Fundamentalista? No lo parece. ANTHONY: Creo que van quedando pocos cristianos; al menos cristianos de verdad. Pregunté a mis amigos antes de embarcarme en esta aventura cuánto conocían de la historia de Jesús. Hay una ignorancia casi total. ABSALOM: No se sorprenda. Aquí encontrará quizá la razón. (DISMINUYE LA LUZ, MIENTRAS AUMENTA EN LA SALITA) MAURICIO: Me he preparado lo más que he podido para salir airoso de esta entrevista: leí la Biblia, la Torá, el Corán… Estuve en Egipto visitando monumentos y museos; fui al Vaticano. En un año y medio, desde que acabe el bachillerato no paré de viajar por esos lares: creo que me lo sé todo, y lo he visto todo. ARBULEN: Quizá te falta el tiempo que es necesario para sopesar tanta experiencia. En mi región vivimos más despacio porque los viejos nos han enseñado que la sabiduría solo se adquiere con paciencia. Y, al menos para este trabajo, es necesaria una cierta sabiduría. ANA CLAUDIA: (SE PONE DE PIE Y CUANDO VA A INTERVENIR SE ACERCAN) ABSALOM: No se han ido aún (sonríe jovial). Quiero hablar con cada uno primero y después les tengo una sorpresa, un pequeño test. (SEÑALANDO A GIULIETA) ¿Viene usted por aquí? (PASAN A LA OFICINA: EL MISMO JUEGO DE LUCES). Por favor, siéntese. GIULIETA: Muy gentil. ABSALOM: Casi un francés. GIULIETA: (SONRIE)
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ABSALOM: La niña de veinte y pocos años que quiere cerciorarse de que el mundo malo no lo es tanto, ¿no? GIULIETA: Es usted muy perspicaz. ABSALOM: Convénzame de que no es así. GIULIETA: En realidad me hablaron de tantas cosas de Israel; y yo no quería aceptarlo, ni quiero. Por eso, la forma más pacífica de conocer la realidad fue enrolarme en el servicio de Guías turísticos. No tengo idea de por qué esta tierra es santa. Pero creo que aprenderlo me ayudará a entender cosas que no logro percibir. ABSALOM: ¿Cómo cuáles? GIULIETA: A los veintitrés años no es fácil dar razón de tantas cosas que se llevan en el corazón. ABSALOM: (CON CIERTA IRONIA) Más si se es francesa. GIULIETA: Y de la vida sólo se ha logrado aprender únicamente lo vivido. Me ha faltado profundizar mis experiencias de niña; me ha faltado mamá. ABSALOM: (DIESTRO) Como ese no es el punto, le sugiero que se centre en lo que deberá aprender de la historia de estas latitudes… (BAJA LUZ) (EN LA SALITA HA SUBIDO LA LUZ) ANTHONY: Espero que lo que me ha adelantado no suponga mucho esfuerzo.(EL MISMO JUEGO CON EL CELULAR) ANA CLAUDIA: Basta que nos dé el tiempo necesario. MAURICIO: ¿No te ha explicado nada más? ANTHONY: Simplemente me ha dicho que es como a manera de un test; pero presiento que tiene más intenciones. (APARECEN ABSALOM Y JULIETA) ABSALOM: Ahora le toca el turno a usted (SEÑALA A ANA CLAUDIA) ANA CLAUDIA: (HACE UN GESTO COQUETO A ANTHONY Y SE ADELANTA A ACOMPAÑAR A ABSALOM) ABSOLOM: (YA EN LA OFICINA E INVITANDOLA A SENTARSE) Veo que han estado ustedes conversando de lo que comenté con Anthony. ANA CLAUDIA: Lo poco que se ha podido sacar de esa conversación: es usted muy escueto. ABSALOM: Prefiero hacerlo con cada uno, a la medida de sus intereses e inquietudes personales. Por ejemplo, me ayudaría mucho saber de usted si ha tenido una formación intelectual intensa o si le parece que ha sido superficial. ANA CLAUDIA: En España, y particularmente en Cataluña, nos tomamos muy en serio todo: el amor, el trabajo, la gente que nos interesa… Somos muy pasionales. 4
ABSALOM: Eso lo sé; pero, usted. ¿Ha leído mucho; ha frecuentado Ateneos culturales; tiene convicciones religiosas…? ANA CLAUDIA: De lo primero sí; soy una voraz lectora; pero por eso mismo tengo una vida social discreta. Mis amigos me han servido siempre para divertirme con ellos. Y de convicciones religiosas (COMO COGIDA EN FRIO) ¡No esperará usted que de una familia como la mía salga una santa! Tal vez sé rezar pero no podría explicar por qué lo hago. Y entiendo planteamientos teológicos a nivel de Catecismo católico. ABSALOM: ¿Es usted católica? ANA CLAUDIA: (ASORADA) ¿Eso cuenta? ABSALOM: Ni para bien ni para mal. Es sólo un dato acerca de su capacidad de compromiso.
(EN LA SALITA. MISMO JUEGO DE LUCES) GIULIETA: Nos ha indicado que esperásemos. Se ve que en la entrevista no acaba la selección. Al menos estoy encantada con el paisaje que he visto; aunque no así con el ambiente de la ciudad: moderna y antigua a la vez. Presiento que aprenderemos mucho, al menos yo. MAURICIO: Yo, que ya lo vi todo, espero ir al grano pronto en la conversación: cuánto tiempo estaremos preparándonos, qué se espera de cada uno de nosotros, cuánto ganaremos. ARBULEN: Te aconsejo no apresurarte. Todavía nos espera un tiempo de inmersión en la tarea, si nos aprueban; y un estudio concienzudo de muchos asuntos. Nuestra previa preparación es nada comparada con la que se exige a estos Guías. Sobre todo por dentro. MAURICIO: ¿Cómo así? (ENTRAN ABSALOM Y ANA CLAUDIA) ABSALOM: No querrán que lo dejemos para más tarde, ¿no? (TODOS): No, es preferible hacer un rato más de espera. Sí, es preferible. Estamos muy a gusto. ABSALOM: (DIRIGIENDOSE A ARBULEN) ¿Usted? (PASAN A LA OFICINA SIN EL JUEGO DE LUCES) (EN LA SALITA) ANA CLAUDIA: Poco a poco todo esto es más misterioso. ¿No fueron los hebreos los que mataron a Jesús? ¿Es lo mismo hebreos que israelitas? ¿Los católicos debemos estar enfadados con los israelitas? MAURICIO: ¿Es por ahí por donde ha ido la conversación contigo?
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(CIERRAN LUCES DE TODO EL ECENARIO. UNOS SEGUNDOS DESPUÉS SE ABREN LAS DE LA SALITA. LLEGAN ABSALOM Y ARBULEN) ABSALOM. (A ARBULEN) No solo eso, creo yo: hay un algo santo, escondido en todas las realidades de la tierra que toca a cada uno de nosotros descubrir. ARBULEN: Esas palabras las conozco. ABSALOM: Si, son de un católico muy respetado que escribió cosas de ese calibre, de modo que estamos de acuerdo incluso los no católicos. (DIRIGIENDOSE A MAURICIO) ¿Es usted el último? MAURICIO: Parece. (SE DIRIGEN AL LADO DE LA OFICINA. YA DENTRO Y CON LA MISMA INTENSIDAD DE LUCES EN TODO EL ESCENARIO) ABSALOM: ¿Latinoamericano? MAURICIO: O iberoamericano, como prefiera. Creo que es una percepción semejante a la que tenemos en el mundo entero acerca de los judíos ó israelitas. ABSALOM: ¿Usted cree?
GIULIETA: Me muero de ganas por saber qué nos propondrá. ANA CLAUDIA: Parece ser algo así como un acertijo. ANTHONY: Pero si no tiene ni la más mínima pinta de sentido del humor.
MAURICIO: Tal vez creer es lo de menos; es la percepción derivada de una inculturación secular. En Colombia y en Perú y en Ecuador y en Argentina hemos bebido de unos principios y de unos valores que nos han servido por varios siglos. Ni punto de comparación con lo de ustedes, claro. Pero como usted sabe, bastante tenemos que ver hebreos y católicos.
ARBULEN: ¿Saldremos después a comer algo? Hace ya horas que no pruebo bocado. GIULIETA: Y pensar que acabamos de conocernos; pero ya hay algo que nos identifica, no sabría decir qué es. ARBULEN: Tal vez nuestra común búsqueda. Le parece que ha venido desde Lyon solo para trabajar como Guía en un paisaje que ignora y una historia que desconoce? GIULIETTA: Pues, no lo sé. Y eso es lo desconcertante para mi
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ABSALOM: Más de lo que usted cree, o imagina. No me la doy de viejo, pero basta con recordarle que la tradición impregna nuestro ADN para que comprenda que sabemos mucho más de lo que parece. MAURICIO: Y eso es una suerte. ABSALOM: Y una responsabilidad.
ANTHONY: ¿Qué hora es? ANA CLAUDIA: (EN EL CELULAR) Aquí las doce del día: en Barcelona, la una y en San Francisco, las 4 de la tarde.
ABSALOM: (SE PONE DE PIE DETRÁS DEL ESCRITORIO) Ahora debo sugerirles algo así como un juego, pero no por diversión sino para ayudarles a que se produzca una especie de inmersión, en el supuesto de que acepten el trabajo que se les propondría. (MIENTRAS SALEN A LA SALITA). De todos modos, deberé darles un tiempo suficiente para prepararse. Es una especie de juego de rol. Cada uno elige un personaje evangélico aparentemente secundario, lo conoce a fondo y después…nos lo representa diez años después de como aparece en los relatos del Libro. ANTHONY: Cree usted que seamos capaces? ABSALOM: Hasta ahora no se de alguien que habiendo navegado en esas aguas no haya sufrido una transformación. Pero no sé inquieten: dependerá de su nivel de compromiso.
(CIERRAN LUCES) (DURANTE El INTERVALO SONARA GABRIEL, DE LA PELÍCULA LA MISIÓN)
Segunda escena AL ABRIRSE NUEVAMENTE LAS LUCES, UN CONO ILUMINA A ABSALOM AL CENTRO DE LA ESCENA SENTADO EN UN TABURETE. SE DIRIGE AL PUBICO COMO SI FUERAN LOS POSTULANTES.
ABSALOM: (RISUEÑO) ¿Nerviosos? Ahora tienen ustedes la oportunidad de demostrar que están preparados para lo que viene. Les hemos dejado el tiempo necesario para entrar en el relato de los Evangelios e identificarse con su personaje. Cada uno de ustedes tiene el suyo. Ahora deberá presentarlo a la audiencia como más le convenga, de manera que nos convenza que han sido ustedes capaces de vivir en Tierra Santa e involucrarse con sus actores principales. Si pasan la prueba, habrán demostrado 7
que pueden guiar a otros en esta extraordinaria aventura de reconocer, como si fuera ayer, los pasos de los protagonistas por estas tierras, y de convencerlos de que vale la pena. Que empiece el primero. CIERRAN LUCES Y SE ABREN EN EL ESCENARIO DEL FONDO, ILUMINANDO SUCESIVAMENTE A LOS PERSONAJES QUE IRÁN APARECIENDO. ISMAEL (MAURICIO): Mi nombre es Ismael. Tengo 20 años; de manera que han pasado ya 11 desde que vi por primera vez al Maestro. A mis nueve años poca cuenta me daba de lo impresionante que eran los acontecimientos que vivía. Eran para mí casi un juego en medio de la multitud. Conocía a Andrés, que era pariente de mi padre. A Juan, en cambio, lo trataba menos, quizá por su edad: era mayor que yo solo en siete u ocho años. Andrés tenía para mí más autoridad y por eso, cuando me buscó para preguntarme que podía hacer ante la emergencia (el Maestro buscaba cómo dar de comer a toda una multitud), la única ocurrencia que tuve fué ir corriendo a casa y traer lo que encontré: cinco panes y dos peces. No sabía que el Maestro agradecería mi gesto como si hubiese llevado conmigo un cargamento de pan. Cuando miraba agradecido, no tengo palabras para explicar lo que se sentía: era más que cercanía y confianza; era benevolencia, amistad, si puede decirse que una mirada es capaz de reflejarla a la perfección. Creo que, a pesar de mi edad, me sentí amigo del Rabí desde la primera vez. Y me gocé en el milagro. Porque lo era: yo entregué esos cinco panes y dos peces, y no había más. Pero en nuestras manos -también yo participé en el reparto, me dejaron hacerlo- se multiplicaban y multiplicaban, y multiplicaban… No puedo decir qué sentí. Después agradecí a Andrés que me hubiera hablado, y le dije: cuenta conmigo para lo que quiera el Maestro. Todavía me emociono cuando rememoro esos diálogos. (PAUSA) Quien diría que solo un largo año después, estaría yo metido entre la turba que rodeaba el pretorio de la torre Antonia, asustado y entristecido hasta mas no poder. Sobre todo cuando, después de los primeros momentos de ofuscación, apareció el Maestro coronado de espinas, cubiertos de andrajos y con la mirada turbada por el dolor de sentir que a los que había incluso dado de comer, les faltaban fuerzas para acompañarlo y defenderlo. No puede ser más duro para mí recordar la impotencia que sentí. Ya no era posible correr a casa de nuevo y traer de allí lo que hiciera falta para convencer a la multitud que estaba ante un inocente, que solo había hecho el bien y nada más que el bien. Con justicia pensábamos que era el Ungido de Dios. Pero pudo más el odio. Me cuesta pensar que el Maestro se fue al cielo perdonando a todos, también a mí que no supe hacer más que estorbar. Ismael: ¡qué poquito diste y cuánto conseguiste! (SUENA EL REDOBLE PROPIO DE LA MARCHA DEL SEÑOR DE LOS MILAGROS. LUEGO ENTRE UN METAL Y DEPUES TODA LA BANDA HASTA QUE DISMINUYE Y SE VA APAGANDO) (MIENTRAS, LAS LUCES HAN IDO BAJANDO PAULATINAMENTE)
AL ABRIRSE OTRA VEZ ESTÁ EN EL ESCENARIO SARAH (GIULIETA) SARAH: Mi madre me llamó esa mañana desconsoladamente: ¡Sarah, Sarah! Pero ya yo no podía casi ni moverme, menos responder con palabras a su invocación. Tenía yo 12 años y el clima duro de Cafarnaúm me había enfermado gravemente. Mi padre es el 8
jefe de la sinagoga y con toda su autoridad no había podido lograr que los médicos me curaran. Pero había oído hablar de Jesús y le había dado un vuelco al corazón. Aquel día, me lo contaron después con detalle, daba vueltas mi padre por las calles, encontrando amigos y pidiendo ayuda. No sé si primero fueron algunos de ellos o mi padre el que encontró a Jesús y le rogó que viniera a casa: “Mi hija acaba de morir”, le dijo; “pero pon tu mano sobre ella y vivirá”. ¡Insólito! Sus amigos creyeron lo mismo y acompañaron la comitiva hasta casa. Dicen que el espectáculo era desconcertante: mi madre, sus amigas, las vecinas, los parientes, algunas plañideras se lamentaban a voz en grito y cuando vieron llegar al Maestro le comunicaron que habían pasado ya mucho tiempo desde mi muerte. Jesús, con una delicadeza inmensa le dijo a mi madre: “No llores, la niña no ha muerto: duerme”. Pero todos insistían y hasta se burlaban de él. Entró al aposento en donde me habían colocado, me tomó de la mano; y desde ese instante sí puedo decir lo que paso. Escuché nítidamente un llamado: “Talitha, kumi”, Niña, levántate. Yo no sabía si despertaba de un sueño; o si regresaba de otra latitud desconocida. Pero fue esa voz, imperativa y dulce a la vez, la que me dio fuerzas para volver a la conciencia de vivir. Antes de esa voz, no había nada: solo el inmenso temor de no saber, de no sentir, de no entender. Una especie de desolación suave y terrible a la vez. Una consciente inconciencia que nada podría cambiar. Y de pronto esa voz, que se imponía sobre los lamentos y mi silencio: ¡Levántate! No tendría por qué haberlo hecho. Ni el amor de mis padres, ni mi propia seguridad habrían obrado tan fuertemente sobre mí. Su voz. Solamente su voz. Y la seguridad de que desde ese momento solamente tendría un objetivo para despertar: seguirla. (PAUSA) Han pasado los años y…muchos acontecimientos. Jesús, a quien en cuanto pude seguí muy de cerca, me enseñó muchas cosas: el sentido de la vida y de la muerte, lo que verdaderamente importa, la necesidad de escucharlo personalmente e imitarlo…Pero sobre todo, la realidad del Reino, más grande que nuestros sueños, que nuestros anhelos, que nuestras pasiones. (PAUSA LARGA) Cuando murió sentí una pena indecible; pero al mismo tiempo, una seguridad muy grande en que lo veré otra vez un día. Mi propia muerte me ha dado la pista. (BAILA EN EL ESCENARIO DULCE Y SUAVEMENTE COMO MECIENDO UNA MUÑECA EN LOS BRAZOS. MIENTRAS TANTO, SUENAN ACORDES DE GUITARRA DE LA SAETA DE MACHADO CANTADA POR SERRAT. SE APAGAN, ASI COMO LAS LUCES) (SIN BAJAR TOTALMENTE LA LUZ, ENTRA AL ESCENARIO SIMON, ANTHONY. SARAH SE DETIENE AL VERLO LLEGAR Y PERMANECE EN LA SEMI PENUMBRA) SIMON: También mi historia es fruto de una resurrección. Mi madre murió cuando cumplí 25 años. Puedo decir que durante los años transcurridos entre mi segunda vida y su muerte se sucedieron muchas cosas que no hubieran pasado de no darse ese encuentro de mi cortejo fúnebre con el Maestro. Naím está muy cerca de Nazaret, entre el Tabor y el Hebrón. Sigue siendo un pequeño poblado al que no le falta, como en todas las ciudades de Israel, una puerta de entrada, que divide la zona urbana del campo. A las afueras está el camposanto, pequeño y todavía poco poblado. Es que los lugareños suelen irse a las ciudades más grandes con frecuencia, llegada la mayoría de edad, un suceso luctuoso o simplemente tomada la decisión de buscar una suerte mejor. Se llevan a toda la familia y así el pueblo sigue siendo pequeño. (PAUSA) Cuando tenía 20 años, una enfermedad me postró sorpresivamente, y mi madre, viuda y anciana, nada pudo 9
hacer para que se me atendiera convenientemente. De manera que a las pocas semanas estaban ya preparando mi enterramiento. Fueron unos amigos de mi difunto padre los que se encargaron de todo. Mi madre sólo sufría y se resignaba a esperar su propio final. Cuando me llevaban a enterrar, una nutrida caravana venía en sentido opuesto: era Jesús con sus discípulos, a los que acompañaban otras personas. Se detuvieron a cierta distancia y vieron acercarse el cortejo fúnebre: plañideras, deudos, amigos… y mi madre. (MIENTRAS TANTO HA IDO CRECIENDO UN MURMULLO DE VOCES QUE CLAMA “HOSSANA EL HIJO DE DAVID” Y QUE SE CONVIERTEN EN UN VOCERIO QUE GRITA “CRUCIFÍCALE, CRUCIFÍCALE”). Es el mismo Jesús de Nazaret al que Pilatos entregaría a la muerte anonadado por el clamor de unos cuantos, azuzados cobardemente por ciertas autoridades. (PAUSA TENSA) Cuando vio mi cortejo lo detuvo con autoridad, se acercó a mi cadáver y dijo a mi madre: “No llores” (SE EMOCIONA) (EN ESTE JUEGO, SARAH DE PONDRÁ DE PIE EN LA SEMIPENUMBRA Y SE IRA ACERCANDO AL CENTRO EN DONDE ESTA SIMON NARRANDO SU HISTORIA) SIMON: Luego tocó el féretro y dijo: “Muchacho, a ti te digo, levántate” (SARAH SE HA TAPADO LA CARA CON LAS MANOS). Fue como el despertar de un largo sueño. Mi madre, alborozada e incrédula, me vio levantarme del féretro en donde me llevaban (los que lo cargaban se habían detenido a la voz del Maestro y algunos se miraban, otros se abrazaban o reían…) y dirigiéndome hacia ella le dije cosas que ahora no recuerdo; algo así como “aquí estoy, no llores, aquí me tienes” (SE EMOCIONA. PAUSA). Cuando empezamos a caminar de regreso, busqué con la mirada a Jesús pero ya se había retirado con sus discípulos y quienes lo seguían. Una inmensa emoción empezó a nacer en mi alma y dije a mi madre: “quiero seguirlo”. (PAUSA) ¡Cuántas conversaciones tuvimos durante los siguientes años! A mi madre le ahorré la muerte de Jesús. Solo yo estuve, conmocionado y sin creer lo que pasaba, hasta el momento mismo de su sepultura. Por qué se dejó arrebatar la autoridad con la que me devolvió a la vida a mi? (SARAH SE HA ACERCADO MAS Y MIRA CON ASOMBRO A SIMON). Cinco años como temblando de emoción y deseo. Después, al dejarme mi madre, quise buscar a los que lo habían acompañado durante sus correrías por Galilea y Judea. Conocí a Marcos, a Pedro, a Santiago; conocí a María, su madre, que pronto se fue de estas tierras. Yo, buscando siempre, esperando un signo… SARAH: ¿Lo querías? ¿O era simple agradecimiento? SIMON: (NO LE HABLA A ELLA; COMO SI NO LA VIERA). Debía saber que despertarme del sueño de la muerte no había sido solo un gesto sino casi una provocación. Sentía como si me hubiera dicho: ahora te toca a ti. Quería saber qué es lo que debía hacer, y estaba dispuesto a todo. SARAH: ¡La misma sensación de plenitud! Entonces lo querías SIMON: (QUE SE PERCATA DE ELLA) Y lo quiero. ¿Quizás si debemos buscarlo juntos? (LA TOMA DE LA MANO Y SALEN POR EL FONDO MIENTRAS CIERRAN LUCES)
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DE IMPROVISO SE PROYECTA LA IMAGEN DE JESIUS CON LA CRUZ A CUESTAS DE LA PELICULA LA PASION, AL FONDO DEL ESCENARIO. ANA CLAUDIA (DEBORAH) ESTA DELANTE CON LAS MANOS EN LA BOCA, ASOMBRADA Y EMOCIONADA) DEBORAH: Todavía lloro! Yo era pequeña, pero no lo suficiente como para no percatarme de lo que estaba sucediendo. Mi madre y yo estábamos en la casa cuando escuchamos un tumulto: gritos, voces airadas, insultos y ruido, mucho ruido. Me tomó de la mano y nos acercamos a la puerta de entrada que deba a la calle. Por allí estaba pasando. Iba camino del Calvario. Mi madre apenas si tuvo tiempo de reaccionar. Yo no sabía qué hacer: en medio de una turba que acompañaba el sangriento cortejo, y exigido por soldados romanos sin piedad, llevando el travesaño de la cruz en donde habría de ser colgado, venía solemne y doliente Jesús de Nazaret. Habíamos escuchado hablar de él y nos habíamos hecho una imagen de majestad y belleza. Pero lo que en ese momento veíamos que se acercaba era un despojo de hombre, casi arrastrándose, ensangrentado, anonadado pero al mismo tiempo sumido en un silencio que impresionaba. (PAUSA). Mi madre intentó apartarme de esa visión, casi arrastrándome al interior de la casa; pero en ese momento tenía otra intención más urgente. Me soltó, me quedé como petrificada en el umbral, y vi cómo mi madre volvía a salir con un paño que sujetaba delicadamente entre sus manos. Esperó que se acercara. Aprovechó un descuido del romano que evitaba que el tumulto se desbordara y se puso frente a Jesús. Casi no había tiempo pero se veía en la mirada de mi madre una expresión de dolor, de conmiseración, de angustia. Le acercó el paño al rostro y con inmensa delicadeza trató de limpiarlo. Mientras tanto, yo cogí el cántaro que siempre tenemos a la entrada de la casa y llené una taza de agua para dar de beber al que pasaba. Pero no me dejó la turba, que arrastró su carga lejos de mí. Es que él no quería esa agua sino nuestra cercanía (PAUSA). (EMPIEZAN A SONAR LAS NOTAS DEL PIE IESU DE ANDREW LLOYD WEBER, QUE SE MANTIENEN HASTA EL FINAL DE LA ESCENA) Lloré. Lloré intensamente y todavía lloro. No por la impresión sino por la tristeza. Se agolpan en mi memoria las palabras del libro sagrado: “Como cordero llevado al matadero. Varón de dolores. Cargó con nuestros pecados” (SE CUBRE EL ROSTRO Y SOLLOZA) ¡Qué gran regalo nos hizo! Al pasar las horas, mi madre volvió a tomar el paño con el que había limpiado el rostro de Jesús y, oh sorpresa!: allí estaba, casi trémulo de dolor pero inmensamente sereno, majestuoso. Lo hemos conservado como una reliquia invalorable. Sin embargo, el regalo está en nosotras mismas: nunca olvidaremos su mirada limpia entre tanto dolor; su respirar jadeante; su serenidad que nos gritaba: gracias! (VUELVE A CUBRIRSE EL ROSTRO. MUSICA EN ALZA. LUCES).
CUANDO ABREN LUCES EL ESCENARIO ESTA VACIO. RUFO (ARBULEN) APARECE POR UN LATERAL. SE SIENTA EN EL SUELO RUFO: Me llamo Rufo. A mi padre, que se llama Simón, se le conoce generalmente como el Cireneo, pues somos de Cirene. Sin embargo nuestra historia es mucho menos convencional que unos nombres y una ubicación geográfica. Cirene está muy lejos de aquí, pero no es extraño que convivamos en esta ciudad gentes de variada procedencia. Cuando mi madre murió, mi padre decidió venir a Judea a probar suerte y nos ubicamos 11
en el campo a las afueras de Jerusalén. (PAUSA) Aquella tarde regresábamos de las faenas del día. En la lejanía nada hacía presagiar el drama que viviríamos al acercarnos a la ciudad. Como siempre, veníamos jugando, yo con mis nueve años, mi padre con sus 34. Pero conforme nos acercábamos, un fuerte rumor de voces se iba acrecentando en la parte norte de la ciudad, y decidimos apresurar el paso para entrar por la puerta del Cordero, que es de donde venía el vocerío. Pero pronto fuimos interceptados por la pequeña muchedumbre que salía de la ciudad hacia el Gólgota. (PAUSA) ¡Tantas calles tortuosas, empinadas; tantas escaleras para remontar los accesos hacia el templo y fuera del templo! Y él iba allí, empujado por unos y otros: los transeúntes, los soldados… (SE LEVANTA) La nube de polvo era asfixiante y sin embargo, él seguía como podía hacia adelante, con el travesaño de la cruz en la que iba a ser crucificado. Cayó. Con violencia lo obligaron a levantarse. Vi que mi padre hacía gestos impotentes de conmiseración. “No te acerques, me dijo, no hay nada sano en esta escena”. El espectáculo era horrible, y yo con la inocencia de mi niñez no comprendía nada. Sin darnos cuenta nos habíamos acercado mucho, o tal vez más bien el grupo había avanzado hacia nosotros. De pronto, un soldado hizo señas a mi padre que, de inmediato trató de meterse entre el tumulto; pero el soldado se le acercó imperativamente y le dijo “Tienes que ayudar, no lo ves?” De mala gana mi padre acudió al que acababa de caer una vez más y tomó el travesaño. Bastó una mirada de Jesús para que mi padre cambiara repentinamente de actitud. A la vista del doliente, mi padre fue animándolo, confortándolo… Pero la mirada de Jesús era más poderosa que cualquier sentimiento de mi padre. Fueron cien, ciento veinte pasos hasta llegar a la cima del Gólgota, subiendo en zigzag, trastabillando… Jesús dejaba hacer, mientras un soldado la mantenía de pie. y casi lo arrastraba.(PAUSA. VUELVE A SENTARSE) La mirada de Jesús: no puedo describirla. Pero la tengo clavada en el alma, como dice mi padre siempre que hablamos de esto. Mirada serena, agradecida, adolorida. Me acompaña desde entonces; y nadie sabe lo que es vivir con esa sensación, mezcla de sufrimiento y placidez. (PAUSA) Estas tierras están llenas de esa mirada. Con esa misma mirada Jesús entusiasmó a unos cuantos, desconcertó a otros, a otros los atemorizó; pero a ninguno dejó indiferente. Yo ya no debo buscarla porque la llevo conmigo; pero tú? ¿Deberás venir a encontrarte con ella en el rumor del agua, en el crepúsculo del lago en el calor del desierto o en la oscuridad de una habitación iluminada tan solo por un candil? (LUCES. OTRA VEZ REDOBLE DE LA MARCHA DEL SEÑOR DE LOS MILAGROS. TROMPETAS. EN EL FONDO SE PROYECTA EL ROSTRO DE LA IMAGEN HASTA QUE DESPUES DE UNOS SEGUNDOS SE DESVANECE)
Epílogo (TODOS. UNOS DE PIE OTROS SENTADOS EN LA SALITA DE ESPERA. ABSALOM DE PIE Y DE ESPALDAS AL PÚBLICO)
MAURICIO: Ha sido un test agotador. 12
ANA CLAUDIA: Pero ha valido la pena. ABSALOM: ¿Lo creen? ARBULEN: Sin duda. ANTHONY: Más que un test, toda una experiencia de vida. No me creí capaz de trabajar así un personaje de manera que pudiera meterme en sus zapatos. Pero la lectura de los textos que nos proporcionó nos ha sido muy útil, al menos a mí. GIULIETA: Y el ambiente, el paisaje aún intacto en tantos lugares, la gente que acude en busca del misterio. ABSOLOM: Dices bien, el misterio que aún envuelve muros, calles y casas. La Tierra Santa, como la llaman muchos de ustedes no lo es por alguna razón extraña, sino porque Dios la eligió desde hace mucho tiempo para albergar Misterios. ANA CLAUDIA: No parece que sea una razón extraña la acción personal de Dios, viniendo al mundo para santificarlo. Si Jesús es el Cristo, el Ungido, su paso por esta tierra la santificó y la convirtió en santa. ABSALOM: Tal vez esto sea una cuestión de fe. ARBULEN: ¡Ciertamente! Y eso no convierte este asunto en algo peculiar o extravagante. Creo que la fe es un estado espiritual común, del que busca el Misterio y se lo encuentra. ANTHONY: Me gusta este modo de considerar la fe: quien busca el misterio y se lo encuentra tiene fe. Hemos venido a buscar una experiencia nueva; y tal vez nos hayamos encontrado con la experiencia definitiva: el encuentro con una persona viva que ha transformado su entorno, convirtiéndolo en un lugar para la conversión. Como Simón, es como si hubiese vuelto a la vida. Me gusta. Por mi parte yo creo haberme encontrado con la compasión en persona. GIULIETA: También yo volví a la vida; y me gusta. Pero esta tierra y su encanto me hablan desde un tiempo y una juventud nuevos. Talitha Kumi: hay mucho por hacer. ARBULEN: Nos esperan todos los que sufren, y los abandonados, y los humillados por su vicios y pecados, Nos esperan los dolientes, los marginados, los encarcelados… Como esperó Jesús a mi padre a la salida de Jerusalén. ABSALOM: Hablas como si fueras verdaderamente Rufo. ARBULEN: Y de algún modo todos somos Rufo y Deborah, maravillados ante un rostro que nos mira aún a la distancia, pero en la cercanía de esta tierra, que es santa porque conserva su mirada. Saben? A mí me parece haberme encontrado con el amigo! DEBORAH: Y más que un amigo. Yo he creído entender qué significa amar con delicadeza. (PAUSA) En los últimos minutos antes que empezará el sabath acompañé a María su madre hasta el sepulcro de su Hijo. Creí ver allí a los ángeles que cantaron en Belén, cantando también ante el sepulcro. Pero no eran cantos de júbilo; tampoco de tristeza: eran cantos de consuelo y esperanza. “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hijos de Dios”, así decían. 13
ABSALOM: Veo que la experiencia los ha transformado. MAURICIO: No estoy seguro de que haya sido la experiencia con las que nos has querido retar y ayudar, en una especie de inmersión poderosa. Creo que, como has dicho, ha sido el Misterio que es más fuerte que todo; y nuestra apertura, entregando los dos panes y los cinco peces de nuestra fragilidad. ANTHONY: (JOVIAL) Me parece que vamos a convertirnos en los mejores guías de Tierra Santa, por muchos años. GIULIETTA: Y mientras tanto, nos hemos hecho muy amigos. Hay una doble cualidad en este embrujo: llama personalmente y estrecha lazos con los demás. El mundo entero parece ser más nuestro. ¡Qué bien se está en Tierra Santa! A mí me parece que personalmente he tenido la experiencia de amar fuera del tiempo. ABSALOM: Me alegra. Y espero que los turistas lo valoren. Porque en cada rincón de esta ciudad; y en cada recodo de los caminos, parece estar escondido el Misterio que han encontrado ustedes para los demás. ANA CLAUDIA: (MIENTRAS LAS LUCES SE CONCENTRAN EN ELLA Y DEJAN EN UNA SEMIPENUMBRA A LOS DEMAS) Cuando llegué, todo me pareció peculiar. Hasta el encontrarme con ustedes me creó la sensación de estar en cierto modo en un mundo irreal. Pero cuando fueron pasando los días mientras nos enfrentabamos a lo que solo parecía un reto, descubrí algo en mi interior que me decía: Ana Claudia, algo va a cambiar en tu vida. La lectura, el paisaje, ¿los largos ratos de contemplación? No lo sé. Vine a estas tierras por un motivo casi egoísta. Sin embargo, en esta Tierra Santa algo nos ha cambiado la vida, la historia de nuestra vida. (LUCES) (SE ESCUCHAN LOS ACORDES DEL VALS LA HISTORIA DE MI VIDA EN ESTOS VERSOS: Pero no me preguntes la historia de mi vida; mi vida ha comenzado cuando llegaste tu. Porque antes en sus páginas hay tanto desengaño, mentiras y fracasos en cosas del amor. No me preguntes nunca cómo empecé a quererte y déjame amor mío amarte solo a ti
EN ESTOS VERSOS SE PIERDE COMO EN LA LEJANÍA.
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