Claudina Thevenet, El Carisma

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Claudina Thevenet

1. Acercamiento Bíblico Para una profundización bíblica del tema de los carismas hay que acudir a los escritos paulinos, pues aunque este tema se halla también en otros lugares del NT, es en aquellos escritos en donde es tratado con mayor amplitud. Veamos un poco más a fondo el concepto “carisma”. Este es un término que proviene del griego “jar” que posee un connotado especial de alegría, de aquí se derivan las palabras “jaris”, gracia, y “jarisma”, don, que tienen que ver con el concepto que estamos reflexionando. Ambas palabras están relacionadas con la alegría o gozo, y con la gratitud, y es que ordinariamente cuando un don es dado brota en quien lo recibe la acción de gracias y la alegría. En sentido paulino, “jaris” se refiere más bien a un don gratuito que es recibido. Hay 17 referencias a este término en el NT, de las cuales 16 están en los escritos paulinos y una en la 1ª carta de Pedro. Hay una leve pero importante diferencia en el otro término, “jarisma”, éste se refiere a un don, también gratuito, pero que se da específicamente para entregarlo a otros. “Jarisma” aparece 155 veces en el NT de las cuales 100 encontramos en escritos paulinos. Hasta aquí podemos decir que todo “jarisma” es “jaris”, o bien, que todo don que se da para enriquecer a otros es siempre, primero, un don recibido, una gracia. Pero no todo “jaris” es un “jarisma”, pues no todos los dones recibidos tienen siempre una proyección de entrega, por diversas razones: por circunstancias personales, sociales, eclesiales, etc., que piden un discernimiento profundo. Es necesario aclarar que un don que Dios da es irrenunciable, en este sentido “jaris” es irrenunciable. Pero el acto de entrega de ese don sí es renunciable, es decir, aquello que lo hace específicamente “jarisma” es renunciable. Aquí valdría la pena preguntarnos ¿cuándo es válido hacer esta renuncia?. Podemos decir que la misma doctrina paulina nos contesta cuando insiste en el sentido de cuerpo entre los creyentes, es decir, en el sentido comunitario de la vida cristiana (1 Co 12, 12-30); y también cuando menciona que “Todo es lícito, mas no todo es conveniente. Todo es lícito mas no todo edifica. Que nadie procure su propio interés sino el de los demás” (1 Co 10, 23-24). Que aunque es una orientación dada en el contexto del comportamiento en torno a los alimentos, nos ofrece una magnífica luz para comprender cómo aún las cosas buenas no siempre son convenientes, sobre todo en la perspectiva de lo que es el mayor bien para los demás. Y toda esta enseñanza enmarcada en una de las afirmaciones claves de San Pablo que sostiene que el más importante, el mayor, de los carismas es la caridad, el amor (1 Co 13, 13). Tomando en cuenta lo anterior es posible entender que lo único que hace válida la renuncia a la entrega de un don recibido de Dios, es el convencimiento sincero y discernido de que hacerlo es todavía más edificante para la comunidad. Esto sucede cuando las urgencias o necesidades apremiantes de la comunidad van en un sentido distinto del don recibido. Podríamos resumir diciendo que es la llamada de la realidad, que a fin de cuentas es la voz de Dios pidiendo en la realidad lo que antes ya ha dado, lo que convierte al “jaris” en “jarisma”. De aquí que la cualidad de difusión de un carisma puede no ser eterna porque la llamada de Dios en la realidad puede cambiar. El origen de todos los carismas es Dios Espíritu Santo, por lo tanto, el uso del término carisma se entiende esencialmente en la perspectiva de la presencia del Espíritu que se manifiesta con toda clase de dones gratuitos (1 Co 12, 1-4). Consecuentemente es conveniente hacer algunas precisiones: ¿Para qué se da un carisma? Un carisma se da para que una comunidad crezca (en sentido cualitativo humano-espiritual), es decir, este crecimiento o enriquecimiento comunitario es criterio de discernimiento de la autenticidad de un carisma. ¿Cómo usar un carisma? Siguiendo el criterio anterior, hay que usarlo tanto-cuanto sirva a la comunidad, e impulse en la persona que lo ha recibido el seguimiento de Jesús y la continuación de su misión. San Pablo habla de los carismas de forma más experiencial y descriptiva que sistemática, utilizando diversos nombres y listas según los momentos eclesiales y las circunstancias pastorales. Un texto sintético es el de 1 Co 12, 4-5, donde habla de: Diferentes gracias, pero siendo uno el mismo Espíritu; Diferentes servicios, pero siendo uno mismo el Señor; Diferentes operaciones, pero siendo un mismo Dios (Padre). De este texto se puede deducir la estructura trinitaria de los carismas:

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Claudina Thevenet Gracias del Espíritu a quien quiere: libertad del carisma; Al servicio de la Iglesia de Jesús: funcionalidad eclesial; Que poseen la energía del Dios Creador: dinamismo creador. Recogiendo la doctrina paulina de los carismas podemos sacar algunas consecuencias: Hay pluralidad de carismas, y el carisma supremo al que se ordenan todos es la caridad, tal como ya se ha mencionado (1 Co 13). Los carismas santifican a quien los recibe siempre y cuando el ejercicio del carisma recibido esté animado por la caridad. Pues el himno a la caridad (1 Co 13) expresa con mucha claridad que puede haber ejercicio de carismas sin caridad. En tal caso, no sirven de nada. Cuando se vive y se es fiel al carisma recibido desde la primacía de la caridad, la persona avanza en el proceso de identificación con Jesucristo, es decir, camina hacia la santidad. Hay posibilidad de encauzamiento institucional de los carismas, según 1 Ts 5, 1221: probarlo todo, no extinguir el Espíritu, retener lo bueno. Es necesario armonizar la complementariedad de carismas (1 Co 12, 12-26). No es fácil definir los carismas, pero cualquier aproximación a ellos ha de resaltar que su origen proviene del Espíritu del Resucitado y su finalidad se orienta al bien de la Iglesia en su misión de hacer presente el Reino de Dios en este mundo. Por esto el carisma posee una riqueza tal, que fácilmente crea tensiones: Se concede al individuo, pero para el bien de la Iglesia; Se orienta a la Iglesia, pero inserta en el mundo; No nace de la autoridad, pero es ella la que en última instancia lo discierne y autentifica; No constituye ninguna nueva revelación, pero posee una peculiar originalidad; Asume las potencialidades existentes de la persona, pero las desborda; Sin ser algo estructural en la Iglesia, es vital para ella. 2. El carisma: fruto de una experiencia provocada por el Espíritu A la luz de esta teología de los carismas podemos hablar ahora de los carismas fundacionales o congregacionales. Es decir, de los carismas que son recibidos por personas concretas pero que son entregados para la difusión, carismas que van a irradiarse en la comunidad y que despertarán la conciencia de identificación con ellos, en otras personas. Sin pretender una definición sino más bien una descripción, habría que decir que un carisma congregacional es una forma de modular el misterio cristiano. Es decir, es una manera particular de explicitar algo de la plenitud del misterio cristiano en el tiempo y el espacio. Y aquí habría que recordar que la actitud primera del fundador o fundadora no es la de maestro-maestra de su congregación, sino la de discípulo-discípula de Jesús. Cuando hablamos de los y las fundadoras de familias religiosas, hay que recalcar que nos referimos a personas que recibieron carismas del Espíritu en orden a una misión eclesial, en estrecha relación con las circunstancias históricas y las necesidades de la Iglesia. En la vida del fundador o fundadora se halla en germen el carisma fundacional. Todo lo atribuido a los carismas ha sido vivido por los fundadores y fundadoras: Una entrega fiel al carisma que los ha santificado, Una vida evangélica y llena de confianza en el Señor que los llamaba, Tensiones a veces crucificantes con la misma autoridad religiosa, Profundización en el Evangelio acentuando aspectos hasta entonces ignorados o desconocidos, Dimensión universal de su misión. Ahora bien, ¿cómo recibe esta persona, que hoy llamamos fundador o fundadora, el carisma?

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Claudina Thevenet El Espíritu se hace presente en la historia de la humanidad gracias a la apertura a Dios y a la disposición interior de una persona de esa historia, y desencadena una experiencia espiritual en ella. Esta experiencia es decisiva en la vida de la persona y orienta toda su existencia posterior en dirección de lo único y del Único. En realidad esta es una experiencia indefinible, por ser una experiencia “fuente” u origen, se describe, más bien, en sus efectos. Es de carácter totalizante ya que abarca al ser humano entero: sensibilidad, inteligencia y proyecto. Vincula al “centro personal”, es decir, la persona se siente alcanzada en su subjetividad más honda. Con todo, no se mide por la carga de intensidad psicológica con que a veces se da, sino por el cambio radical de sentido que da a la existencia. Esta experiencia da inicio a un camino de conversión, es decir, impulsa a la persona a transformar profundamente su vida hacia el modelo de humanidad nueva que es Jesús, de esta manera es evidente que implica una respuesta comprometida a Dios, y una opción consciente, responsable y progresiva por Él. Es importante aclarar que esta experiencia, aunque puntual en su origen, es en realidad progresiva en el desarrollo de toda su potencialidad, y en su misma asimilación. En el proceso que inicia a partir de esta experiencia espiritual fundamental, la persona va avanzando en una relación con Dios que se va convirtiendo en la más importante de su existencia, algo así como un nudo que amarra todas las demás relaciones. Por medio de esta relación de intimidad Dios se va entregando a la persona y la va capacitando para entenderlo de un modo determinado, es decir, ella va captando el ser de Dios con unos matices particulares que se convierten en mensaje para la humanidad. Esto significa que la persona va adquiriendo capacidad para captar a Dios a través de la vivencia conjunta con él, de la asociación con él en el diario vivir, de tal forma que lo que la persona llega a saber de Dios es, sobre todo, consecuencia de su íntima relación. Esta experiencia dispone a la persona a la receptividad a la palabra de Dios, pero también a la receptividad a su presencia. La presencia y el sentir de Dios le hablan a través de su realidad. Esta receptividad puede describirse como una fuerte capacidad intuitiva, es decir, como la capacidad de acoger certezas claras e inmediatas que surgen en el interior, y que no se perciben como productos exclusivos de la propia elaboración mental, sino que se descubren como frutos de una creación en colaboración entre Dios y uno mismo(a). Es así que la persona va profundizando en su entendimiento de Dios a través de la reflexión de su palabra, y de la contemplación intuitiva del mundo circundante. De acuerdo a lo anterior, la persona que va descubriendo y entendiendo a Dios se da cuenta de que Dios guarda una relación personal e íntima con el mundo. Él no sólo ordena y espera obediencia, sino que también se ve interesado y, en cierta forma, afectado por lo que pasa en el mundo, y reacciona de acuerdo a ello. El Dios de Jesús es un Dios que ama, es un Dios cercano al ser humano y preocupado por él. No es un Dios que sólo gobierna al mundo con la majestuosidad de su poder y sabiduría, sino que reacciona en forma íntima a los hechos históricos. Resumiendo podemos decir que lo que hemos explicado como una experiencia fundamental de Dios en una persona, abre un proceso de relación entre Dios y ese ser humano que le permite a éste avanzar en un entendimiento particular de Dios, el cual le lleva –como en un solo movimiento- a escucharlo dentro de su realidad y a encontrarlo implicado en ella. Todo esto va configurando ya un carisma. 3. La experiencia de Dios modifica la conciencia: un proceso creativo.

doloroso y

Antes de continuar me parece importante señalar que a Dios sólo se le encuentra cuando se le ha experimentado en la propia vida. Y esta experiencia de Dios en la vida sólo puede acontecer en la realidad ya que somos seres situados en un tiempo y un espacio, y es ahí en donde tenemos la oportunidad de encontrarnos con ese Dios que nos sale al paso. De esta manera la realidad se torna trasparente y se transforma en un gran canal de comunicación de Dios. Es a través de las experiencias que lo de fuera, lo diferente, se hace presente en el interior del ser humano, es decir, la experiencia es la que convierte en real y en parte de uno mismo, lo que antes era ajeno a uno mismo, y esto lo logra porque lo hace consciente.

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Claudina Thevenet Esto nos permite comprender que es en el encuentro entre la conciencia y la realidad en donde se estructura la experiencia. De aquí que toda experiencia implique un proceso doloroso y creativo a la vez. Doloroso porque significa la oportunidad de una purificación y enriquecimiento de la conciencia, habitada por presupuestos que no son sino posiciones tomadas históricamente, así como por modelos de interpretación heredados o adquiridos de las diversas influencias que recibe el ser humano. La experiencia cuestiona esos presupuestos y modelos y, por lo tanto, conlleva conflicto. Toda ampliación del horizonte de sentido lleva necesariamente conflicto porque la seguridad de la persona está puesta en el horizonte que ya tiene y al cambiar éste todo se trastorna. Y creativo porque es también la oportunidad de ampliar nuestro horizonte de comprensión y de sentido y, por lo tanto de crecer. En el tema que nos corresponde esto se traduciría, como dice la carta a los Efesios, en ir alcanzando la edad adulta que corresponde a la plena madurez de Cristo (Ef 4, 13ss). Es en este proceso de crecimiento en donde la creatividad puede desarrollarse, porque creatividad implica motivación profunda y dinamismo, también implica ojos nuevos y corazón nuevo capaces de correr el riesgo de inventar respuestas inéditas. Y no hay que olvidar que no hay motivación más fuerte y más profunda que la que nace del amor. Por eso fidelidad y creatividad están tan emparentadas, pues la dos tienen que ver con la vivencia del amor. En esta perspectiva de comprensión de la experiencia como proceso doloroso y creativo me parece que se aplican perfectamente algunos presupuestos de la “teoría del caos”, respecto a que cualquier crecimiento se da al costo de un alto nivel de caos y de una reorganización hacia un significado. Y es cierto, la experiencia aporta nuevos significados o clarifica los significados, de modo que transforma tanto a la conciencia como a la realidad y es esto lo que da el signo de veracidad. En términos cristianos podemos decir que por ahí pasó el Espíritu del Señor ya que el árbol se conoce por su fruto (Mt 7, 17-20; 12, 34-35; Lc 6, 43-45), importante criterio de discernimiento. Los estudiosos de la ya mencionada “teoría del caos” dicen que los líderes son quienes tienen que aguantar el caos y que hacer el significado con acciones y no tanto con palabras. Pensando en nuestra materia yo creo que eso es lo que hicieron los fundadores y fundadoras. Pues a través de esa intimidad con Dios en la que vivieron, fueron descifrando los nuevos significados en su realidad y expresándolos en la vida de un modo claro y sencillo que fue comprendido por sus contemporáneos y que encontró resonancia en otras personas que se sintieron identificadas con el mensaje, así fueron gestándose las familias religiosas. 4. El paso del carisma fundacional a la institución religiosa. Es importante mencionar que, como nos los enseña tanto la sociología como la eclesiología, sin cierta institucionalización el carisma muere con quien lo recibe o perdura sólo de forma genérica. Podemos señalar tres movimientos que se dan en el paso del carisma a la institución, no se trata de una secuencia cronológica en sentido estricto, aunque el primer y segundo movimiento que voy a señalar sí se dan en ese orden, sin embargo el tercero digamos que permea los otros. Además, el segundo movimiento es una posibilidad que reaparece en distintos tiempos: Externalización= El(la) fundador(a) o sus inmediatos(as) colaboradores(as) o sucesores(as) redactan los primeros escritos en los que dan vigencia social y comunitaria a las enseñanzas originales, esto equivale a lo que se denomina “la regla de la comunidad”, que no es más que la expresión del modo de vida de la comunidad. Por una parte, sólo la vivencia del carismático explica la regla y, por otra, sin regla el carisma fundacional sería un carisma puramente privado. De hecho, lo que la Iglesia aprueba es la regla o modo de vida. Es cierto que, al externalizarse y formalizarse, el modo de vida pierde riqueza y movilidad, sin embargo de no hacerlo el carisma moriría con el fundador y no se podría transmitir a las generaciones sucesivas. Objetivación= Esto se refiere a la etapa en la que la institución ya ha alcanzado su propia autonomía, y tiende a constituir sus propias leyes y dinamismos. Es aquí cuando hay que tener cuidado de que el carisma no sea ahogado dándose un proceso independiente de crecimiento. Es por esto que se hace necesaria una vuelta constante al carisma original. Internalización= Es el proceso mediante el cual un grupo va transmitiendo y otro asimilando, a través del modo de vivir, la propia vivencia del fundador. Esto sólo puede darse cuando la comunidad que transmite está realmente impregnada de la vivencia fundacional, pues sólo así está en capacidad de expresar con la vida misma la experiencia espiritual original y originante de la familia.

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Claudina Thevenet Cabe aclarar que esta internalización implica una delicada operación de discernimiento, sobre todo después de un cierto lapso de tiempo entre la experiencia original y el momento actual, para distinguir entre los elementos esenciales, es decir, entre la intuición evangélica del carisma fundacional, y la plasmación histórica y condicionada que se tuvo que hacer de ese carisma en su momento de institucionalización. Esto es importante ya que lo que se tiene que internalizar es lo esencial, y es esto mismo lo que se transmite con la vida. 5. Otras consideraciones. Quisiera terminar esta presentación sobre el carisma haciendo referencia a algunas consideraciones importantes: 1. Cada carisma realiza su identidad de modo inseparable de la misión que brota del don. Los problemas, las necesidades y esperanzas del pueblo en un momento histórico determinado, se convierten por la acción del Espíritu, en llamada a encarnarse y a dar respuesta a esa situación. Es decir, en una misma y única experiencia los(as) fundadores(as) se sienten afectados por Dios y por la realidad, puede decirse que logran captar la unidad entre Dios y la realidad, captación que se traduce en una respuesta a ese llamamiento de Dios en lo real. 2. Los fundadores(as) son los mediadores para hacer presentes en la humanidad determinados rasgos de la presencia de Dios y de su amor. Sean cuales fueren, esos rasgos contenidos en la experiencia primigenia del fundador(a) vienen a plasmar el ser y la vida de cada congregación. En la experiencia del fundador(a) toma vida el espíritu y el ideal de la congregación, desbordando las limitaciones provenientes de la época y de la misma persona humana. Por esto hay que acudir a la experiencia del fundador(a) para descubrir el rostro concreto de Dios y los valores evangélicos que gozan de perennidad, y que los miembros de la familia religiosa están llamados a reproducir, pues son estos valores y este rostro los que han de renovar en cada tiempo la vitalidad del carisma. 3. El carisma recibido por el(la) fundador(a) es un carisma que debe ser leído y enriquecido desde las nuevas perspectivas históricas, y las nuevas exigencias y orientaciones de la Iglesia. La gracia fundacional o carisma primigenio es un don vital que encierra en sí mismo potencialidades que han de ser explicitadas en el tiempo. Hay riquezas latentes que los(as) fundadores(as) hijos(as) de su tiempo, no pudieron ver ni imaginar, pero que hoy emergen como renuevos acondicionados para responder a los signos de los tiempos. Por eso el carisma del fundador(a) ha de leerse hoy con fidelidad creativa. Este don que se recibe a través de la experiencia de Dios y de la realidad, es sobre todo espíritu y se manifiesta como: Inclinación preferencial, Actitudes profundas, Valores evangélicos, Mostrar un rostro particular de Dios, Propensión a: Enfocar la relación con Dios y con el prójimo con unos

énfasis determinados,

Seguir a Jesús resaltando algunos elementos fundamentales. Todo esto es fruto del entendimiento de Dios que surge a partir de la experiencia que se tiene de Él. II) Claudina Thévenet: una experiencia y una respuesta Es indispensable acercarnos a considerar el marco histórico en el que Claudina experimentó a Dios, sólo desde ahí podremos tener los elementos necesarios que nos permitan reconstruir los hechos, y contemplar la experiencia en toda su densidad. Más aún, es ante la consideración de la realidad desde donde brilla con mayor intensidad el significado y trascendencia de la experiencia, es también desde ahí desde donde se entiende mejor el mensaje y la misión que se desprenden del carisma.

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Claudina Thevenet Para este acercamiento o recreación del contexto histórico tendremos la participación de tres profesores que expondrán sus conocimientos y apreciaciones a propósito de la realidad en que nació y creció Claudina y la obra de Jesús-María. 1. Claudina y su experiencia espiritual. Consecuencias. Una vez habiéndonos situado en esta realidad podemos afirmar que el momento clave en la conversión de Claudina es, sin duda, cuando ella presencia el asesinato de sus hermanos, cuando es testigo del mismo. Quisiera mencionar que es de llamar la atención el hecho de que no reflexionamos con frecuencia en nuestros santos considerando sus historias de conversión, más bien preferimos tomar en cuenta los resultados de la gracia actuando ya en sus vidas. Sería muy positivo que la rica experiencia de conversión de Claudina empezara a ser parte de nuestro acercamiento a su vida pues hay mucho que aprender de ella. Antes de que Claudina pudiera decir “Cuán bueno es Dios”, desde la profundidad de la madurez en el gozo y la paz, tuvo que enfrentarse a la violencia revolucionaria y a la locura y el absurdo de la muerte de sus hermanos, y preguntarse a sí misma, como nosotros lo hacemos a veces, “¿cómo es posible que Dios sea bueno cuando pasan cosas como estas?”. Es muy evidente en esta experiencia que el sufrimiento que Claudina experimentó, lejos de cerrarla en sí misma y de hundirla en un sinsentido, la condujo a una experiencia nueva de Dios que la llevó a entenderlo de otra manera. Aquí podemos apreciar cómo esta experiencia abre un proceso de relación distinta entre Dios y Claudina, de tal forma que lo que ella llegará a saber de Él sólo será consecuencia de la íntima relación que se establece entre ambos a partir de ese acontecimiento. Es definitivamente esta la experiencia que marca su vida y la transforma considerablemente. Esta experiencia de Dios sorprendió a Claudina en su vida ordinaria; ella no podía sospechar que los dolorosos acontecimientos que vivía su familia iban a ser la ocasión de un llamamiento que trastornaría su vida y la conduciría por caminos imprevistos. En realidad, nada de lo acontecido durante la infancia y adolescencia de Claudina nos hace pensar en el rumbo que tomaría su existencia después de la muerte de sus hermanos. Y es que Dios sólo se torna real y vivo cuando emerge de la radicalidad de la experiencia del mundo como sentido, como misterio que fundamenta la vida y como verdad que impulsa nuestro compromiso por más justicia y humanidad, de ahí que se pueda experimentar a Dios siempre y en toda situación cuando se desciende hasta la raíz de la vida, donde ésta nos muestra su apertura y capacidad de acogida del trascendente. Es esta experiencia de la muerte de Luis y Francisco la ocasión que lleva a Claudina a entrar en la raíz de la vida. Creo importante aclarar que este descubrimiento de Dios, con un rostro particular, en la intimidad del corazón de Claudina, y la donación-recepción del carisma fue sólo fruto de un proceso. Quizá los documentos que tenemos sobre la vida de Claudina puedan darnos la impresión de que ella tuvo un cambio inmediato después del asesinato de sus hermanos, una transformación instantánea de la angustia desgarradora de la pérdida, al amor que perdona. “Sin embargo, no parece probable que todo haya sucedido en un momento puntual, pues la acción de Dios en el ser humano es siempre respetuosa de los tiempos de asimilación y de la andadura personal. Dadas las circunstancias históricas, las condiciones de la mujer en la época y los contenidos de la formación religiosa recibida entonces, todo lo cual estructuraba los presupuestos existentes en su conciencia, Claudina tuvo que dar muchos pasos en su camino de vida interior para poder acoger integralmente esta experiencia que fue tremendamente sacudidora.” Quizá sea necesario preguntarnos qué tanto tiempo le tomó aceptar el don recibido y dejar que se convirtiera en el fuego que iluminara e impulsara su futuro; los poco más de veinte años de silencio en la vida de Claudina (1794-1815), después de este acontecimiento clave nos llevan a contemplar su conversión a la misión como un largo, lento y gradual proceso, tal como sucede en nuestras propias vidas. En el apartado anterior, sobre el carisma en general, hicimos referencia a aquella cita bíblica que dice que todo árbol se conoce por sus frutos, pues bien, son precisamente las consecuencias de la experiencia espiritual de Claudina las que nos otorgan el criterio de veracidad, la certeza de que ahí hubo una experiencia suscitada por el Espíritu.

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Claudina Thevenet El desenlace que tiene la vida de Claudina lo conocemos muchos de los presentes, al menos en forma general, y es el de una joven que no contrae matrimonio sino que se dedica a través de su parroquia a diversas obras en favor de los demás. Asimismo, inicia una Asociación para señoritas llamada la “Asociación del Sagrado Corazón”, hoy diríamos un movimiento laical cristiano para ayudar a quienes más sufrían y para avanzar en crecimiento interior y santificación. Es así que el impulso inicial hacia la misión de Claudina encuentra su primera expresión comunitaria en esta Asociación. Es ella la que provee el terreno propicio para que nazca la Congregación de las Religiosas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, primer nombre de la Congregación de las Religiosas de Jesús-María. Con algunas de sus compañeras de la Asociación Claudina emprende su actividad en la Providencia de San Bruno y después en la de Pierres Plantées. Las Providencias eran instituciones que acogían a niñas pobres, huérfanas y abandonadas, para darles formación cristiana y encaminarlas hacia un oficio que las pusiera en condiciones de ganarse la vida. Conviene recordar que este fue un tiempo de mucha agitación en la historia de Francia y que uno de los ataques más fuertes fue el que se dirigió a la Iglesia. La razón de ello era el enorme poder, riqueza y privilegios que ésta había acumulado en el Antiguo Régimen (el que prevaleció hasta antes de la Revolución). En las nuevas circunstancias del país constatamos la presencia de Claudina asumiendo diversos compromisos parroquiales. Ella, junto con otros tantos cristianos y cristianas, hizo frente a las adversidades desde una vida sencilla y un compromiso sincero con quienes más padecían las consecuencias de la violencia y del desorden generalizado de aquellos tiempos. De esta manera contribuía a volver al ideal evangélico y a eliminar la distancia entre la práctica religiosa y una vida que trasparentara contenidos éticos, es decir, la discrepancia entre la fe y la vida, un mal muy extendido entonces al igual que hoy. Claudina aprendió que amar y servir al prójimo, en quien está Dios, compromete y obliga a tomar posición, porque la persona no existe en abstracto sino situada en un mundo donde hay miseria, injusticia y egoísmo. Este aprendizaje le costó múltiples y dolorosos conflictos tanto familiares como sociales y, en una época posterior, incluso eclesiales. En el año de 1815, el vicario de la parroquia de Claudina le llevó dos niñas que encontró abandonadas en la calle para que se hiciera cargo de ellas. Así inició una historia que estuvo marcada por la incertidumbre, la misericordia y el sufrimiento. Seguramente Claudina pudo ver en este hecho algo que Dios quería decirle. Probablemente se fue dando cuenta de que aquellas niñas no eran sino la presencia de lo más vulnerable e indefenso de la sociedad. Lo que abundaba en la Francia de entonces eran niñas huérfanas o abandonadas a su suerte por la creciente pobreza de los tiempos que siguieron a la Revolución. Esta fue la realidad que tocó el corazón de Claudina y que le llevó a dar una respuesta “A partir de entonces Claudina se entregó a sacar adelante a esas niñas, producto de unas circunstancias injustas, que llegaban a ella en condiciones realmente deplorables. Claudina las educó organizándoles un modo de vida en el que el estudio y el trabajo iban alternándose. Teniendo conocimientos de la industria de la seda, instaló telares para la fabricación de la misma. De esta manera las niñas y jóvenes podían aprender un oficio que les aseguraba una forma de vida en los años venideros.” 2. Acercándonos al Dios con el que Claudina se encontró Una vez dicho lo anterior, quiero invitarles a que nos detengamos en el núcleo del carisma que Claudina recibió originalmente y del que nosotros participamos. Quiero empezar haciendo referencia a un artículo de las Constituciones de la Congregación de las Religiosas de Jesús-María que corresponde a la parte en la que se habla del carisma, es el artículo 3º. Lo retomo en este momento porque me parece que hace una buena síntesis de la experiencia originante del carisma, ya que nos describe con claridad y concisión la mística de nuestra Fundadora, es decir, nos refleja la experiencia y la expresión del modo propio en que Claudina buscaba y hallaba a Dios. El artículo dice: “Claudina Thévenet, enteramente entregada a la acción del Espíritu, penetrada de un conocimiento íntimo de la bondad operante de Cristo y conmovida por las miserias de su tiempo, tuvo un solo deseo: comunicar este conocimiento; y una angustia: ver abandonados a su desgracia a los que viven en la ignorancia de Dios.”

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Claudina Thevenet Aquí encontramos un riquísimo destello de lo que pueden ser las más profundas intuiciones espirituales de Claudina Les propongo que partiendo de aquí vayamos acercándonos al rostro del Dios que sale al encuentro de Claudina, y a la realidad en la que se le revela. Primero que nada, podemos desprender del texto que hay un doble movimiento que constituye el núcleo de la experiencia interior: por una parte, el entender a Dios como BONDAD OPERANTE, y por la otra, la captación de las miserias de su tiempo como negación de este Dios. Situándonos en el acontecimiento que desencadena la experiencia fundamental de Dios que, como hemos dicho, es el asesinato de los hermanos, podemos decir que Claudina llega a experimentar en la hondura de su ser un “conocimiento íntimo de la bondad de Dios” y esto como el fruto maduro del reconocimiento del Dios crucificado que, siendo Dios, no puede ofrecer más que el amor que perdona. Encontramos aquí la locura de la cruz, de la que habla San Pablo (1 Co 1, 23), impregnada de la certeza de la misericordia de Dios que incesantemente defendieron los profetas. Creo que es el descubrimiento de que la BONDAD es el único rostro del Dios verdadero, del Dios revelado por Jesucristo, lo que abre a Claudina al sentido del perdón en una realidad de crucifixión. Ella vino a saber internamente “cuán bueno es Dios” experimentando la ausencia del Dios-Bondad en: Su realidad social: ya que Dios toma la iniciativa de revelársele a Claudina como bondad plena en medio de circunstancias de violencia y muerte, de odio y resentimiento, de egoísmo y crueldad. De esta manera, Claudina entiende a Dios esencialmente como Bondad en un ambiente en el que lo que prevalecía era la maldad. Entonces, es desde la ausencia de la bondad y el exceso de la maldad desde donde Dios le revela su ser-bondad. Su realidad existencial: reflexionar en este aspecto de la experiencia de Claudina me resulta tremendamente conmovedor, creo que siempre las palabras resultan insuficientes cuando se trata de expresar, aunque sea de modo balbuceante, lo que puede significar la experiencia de la ausencia de Dios en la propia vida. Esta experiencia la encontramos testimoniada por autores y escuelas que dieron origen a diversos escritos bíblicos. Es también una experiencia que sabemos que fue vivida por varios de los profetas y que también la tuvo el mismo Jesús (Mt 27, 46). Me parece que Claudina entra a formar parte de esta larga historia de creyentes que pasan por la dura prueba de la ausencia de Dios en la vida. Resulta impactante reflexionar y considerar que Jesús-María nació del corazón herido, lastimado de Claudina, pero así fue. La herida abierta en su interior la lleva a ver el mundo con nuevos ojos, y a reconocerse en comunión con todos aquellos que experimentan la ausencia de Dios en sus vidas. Quizá es por esto que la Historia de la Congregación según el testimonio de los contemporáneos, editada en 1896, expresa el sentir de Claudina en estos términos: “Para Claudina Thévenet, el mayor infortunio era vivir y morir sin conocer a Dios. La suerte de estos miles de pobres criaturas desheredadas de los bienes de este mundo, que debían crecer, tal vez, sin oír pronunciar jamás el nombre de Dios, la hacía temblar.” Este sentir con el corazón la miseria del otro (misericordia), es sentir la miseria de quienes sufrían pobreza, o bien esa miseria que está, muchas veces, detrás de la misma pobreza, que es la ignorancia de Dios. Lo que se convierte en el vacío y sinsentido de quien no tiene un horizonte de vida que vaya más allá de lo que alcanza a ver a su alrededor. Esa es la miseria de quien vive en la desesperanza. Sentir esta miseria y padecer con quien la experimenta (compasión) es a lo que el artículo citado se refiere cuando menciona que ella “tuvo una sola angustia”. La angustia es una palabra que evoca un sentimiento sumamente fuerte, denso, que implica aflicción y ansiedad. Creo que sólo se puede sentir angustia por otros cuando se ha sentido por uno misma y por sus seres queridos. De este modo no es difícil imaginar que Claudina aprendió a hacer suyo y a llorar el dolor de los otros porque antes había llorado el suyo. Es, sin duda, desde esta experiencia de ausencia de Dios en su contexto social y personal desde donde Claudina se abre a la acción del Espíritu para volver a nacer (Jn 3, 5-8). Creo que esta imagen de un nuevo nacimiento, siguiendo lo que en el Evangelio según San Juan dice Jesús a Nicodemo, nos ayuda a acercarnos a lo que pudo haber pasado en el corazón de Claudina. Definitivamente ella vivió una experiencia espiritual muy honda que la llevó a entender a Dios como Bondad en circunstancias de ausencia de Bondad, este fue el don que

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Claudina Thevenet recibió del Espíritu. Es tan grande la contradicción que precisamente por ello podemos afirmar que ahí tuvo que acontecer un evento del Espíritu. Les invito ahora a que demos un paso más y que intentemos ver cómo se va dando, como por etapas, este reconocimiento de Dios como Bondad. Es posible ir reconociendo en el camino de vida interior de Claudina algo así como un itinerario, un proceso mediante el cual fue descubriendo que el Dios crucificado en sus hermanos, el Dios que a través de ellos sigue ofreciendo el perdón a quienes asesinando “no saben lo que hacen” (Lc 23, 34), es el Dios cuyo rostro único es la Bondad Misericordiosa. Expresar esto es sumamente difícil pues se trata de poner palabras a la acción del Espíritu en una persona. Me voy a permitir compartir, a modo de vista panorámica, algunas de mis reflexiones e intuiciones al respecto. Antes de llegar al reconocimiento de Dios como Bondad, era necesario distinguir entre la fidelidad de Dios y la infidelidad humana que se traduce en una comprensión del pecado no como una transgresión sino como un rechazo a Dios y, consecuentemente, como el inicio de una dinámica de autodestrucción que va corroyendo la fraternidad. Es decir, ella tuvo que llegar a la comprensión vital de que la ofensa a Dios es que el ser humano se destruya. Y también descubrió que el ser humano no puede romper con esa dimensión profunda de su ser que lo relaciona con Dios, sin romperse con ello a sí mismo. Pues la ruptura con Dios es inseparable de la ruptura con uno mismo y con los demás. Esta comprensión tuvo que hacer surgir en ella el descubrimiento de Dios como sentido de la vida en medio del sinsentido que reinaba a su alrededor, y esto como producto de la contemplación de cada día como la oportunidad de reiniciar el intento de no dejarse arrasar por el absurdo. Es decir, tuvo que despertar en ella la certeza de que Dios estaba decididamente presente en ese caos a pesar de que todo pareciera quererlo ocultar o, más aún, negar. Podemos decir que tuvo lugar en ella una comprensión existencial de la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13, 24-30). Una vez teniendo este precedente no es difícil pensar que estaba la tierra abonada para que se diera en ella la experiencia de Dios como plenitud de bondad, es decir, Claudina entendió la misericordia de Dios específicamente en su aspecto de Bondad, y esto en contraste con el ambiente de maldad que prevalecía en aquel momento histórico. Me parece que la especial inclinación de Claudina hacia la contemplación del corazón de Jesús y de María está muy relacionada con esta experiencia ya que en nuestra cultura occidental el corazón es visto como el lugar en el que residen los sentimientos más sinceros de la persona, como la zona de la que nace lo más verdadero, lo que define nuestro ser. De esta manera Claudina pudo ver el corazón de Jesús y de María como los lugares en los que la Bondad de Dios se hizo historia. El reconocimiento de Dios como Bondad en un contexto de violencia lleva, como tomada de la mano, la opción por el perdón. El perdón visto como lo único que posee en sí la fuerza capaz de romper con la espiral de violencia, y de restaurar al ser humano en su verdad más honda: su condición de imagen de Dios. Optar por el perdón significa renunciar a reducir las relaciones humanas a su aspecto conflictivo de modo que, sin negar la conflictividad de la vida humana, es posible ubicar ésta en una dimensión más amplia en la que prevalezca la voluntad persistente de encuentro y no de ruptura. Quien es capaz de perdonar libera a su corazón del riesgo de caer en todo aquello que corrompe la vida humana, porque lo libera de la pesada carga del resentimiento y del deseo de venganza. Cuando se ha pasado por una experiencia de muerte a vida, es decir, cuando se ha pasado por una experiencia pascual, como en el caso de Claudina, se renace a una nueva vida desde la certeza del Dios Bueno y desde la libertad de todo aquello que puede esclavizar al corazón humano. Esta nueva vida se empieza a manifestar como la capacidad de contemplar la realidad con hondura y de escuchar, en los hechos cotidianos, la palabra del Dios con quien uno se ha encontrado. Esto es lo que permitió a Claudina mirar las miserias de su tiempo como algo que le concernía personalmente ya que contradecían la bondad del Dios que ella conocía íntimamente. Cuando se mira al mundo desde Dios ya no se puede permanecer indiferente, por eso Claudina podía percibir, en lo que otros veían como consecuencias humanas de una guerra, el olvido y la negación de Dios. Esta capacidad de percibir más allá de lo estrictamente objetivo, de mirar con fe, con realismo y con criticidad, le permitió ir interpretando la realidad desde una comprensión más profunda de los acontecimientos. Así pudo ir descubriendo la novedad de Dios cada día, y desde ahí ir rompiendo con una visión desesperanzadora para dar paso a la imaginación creadora, fruto de una conciencia lúcida, que puede ir ofreciendo conductas y caminos alternativos. Respuestas sencillas pero cargadas de esperanza: la esperanza que brilla cuando se hace frente a la violencia con bondad, a la venganza con perdón, a la indiferencia con compasión.

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Claudina Thevenet Esta nueva manera de ser y vivir de Claudina es el modo en que Dios se hace presente en aquella realidad. Porque es precisamente el Espíritu del Señor el que va gestando esta manera de ser y de vivir que no es sino el carisma, nuestro carisma. 3. Descubriendo algunos elementos del carisma Partiendo de este posible itinerario quiero ahora extraer de ahí algunos elementos que, me parece, pueden ayudarnos a contemplar mejor lo que conforma el carisma de Jesús-María. Esto es algo así como admirar una figura desde las diversas partes que la integran. Ciertamente la figura es cada una de sus partes pero en conjunto. 1.

Una experiencia de Dios como Bondad fundamental, digamos que esto es la base.

2.

Una apuesta por el perdón como la única posibilidad de recuperar felicidad y salud en la vida personal y social.

3.

Una confianza ilimitada en el ser humano, en la persona. El concebir a Dios como bondad operante significa una fe inquebrantable en que la bondad de Dios actúa constantemente, y es capaz de transformar la realidad porque es capaz de transformar al ser humano. Con esta mirada no se puede sino esperar en el otro, en que tarde o temprano la persona será capaz de hacer surgir lo mejor de sí misma, aunque los castillos no se hagan en un día.

4.

Una decidida confianza en la comunidad porque el Dios con quien Claudina se encontró es un Dios que se manifiesta creando comunidad. Es decir, su experiencia de Dios la llevó a darse cuenta de que el ser humano sólo puede salir de su egoísmo cuando es capaz de mirar más allá de sí mismo, cuando su sed de trascendencia y su apertura al Absoluto le hacen ver el mundo y a las personas en toda su dignidad y no como objetos a su servicio. Es esta mirada la que posibilita el rechazo de todo aquello que separa a los seres humanos y los lleva a enfrentarse, y provoca la decisión de encuentro que permite que se vayan gestando comunidades fraternas. Creo que es esta comprensión de la dinámica humana la que está en el fondo del espíritu de familia que se respira como un elemento característico de nuestro carisma. Es la afirmación de que, a pesar de todas las diferencias, podemos reconocernos familia.

5.

Una visión de esperanza ante la realidad porque es posible descubrir en ella los signos de la presencia de Dios. Detrás de esta visión está la percepción de la novedad del Dios que actúa en la historia, que sorprende y que destruye el desánimo y el pesimismo. Es decir, se descubre a Dios como Aquel que emerge y se manifiesta a través de las personas y de los acontecimientos; es un Dios real y concreto que vive en el corazón del mundo pero también más allá de él, dentro pero sin agotarse ahí. Creo que esta visión de esperanza está muy relacionada con la confianza que Claudina tenía en el Dios Providente.

6.

Por último, y muy unido a está visión de esperanza ante la realidad, me parece que hay un elemento importante de alabanza cuya expresión más difundida es el lema de la Congregación “Sean por siempre alabados Jesús y María”. Cuando se es capaz de creer que Dios puede abrir nuevas posibilidades en la realidad porque está íntimamente vinculado a ella, entonces puede surgir la fortaleza necesaria para vencer la desolación que nos cierra y nos ciega, y disponernos así a descubrir lo nuevo que silenciosamente va encontrando camino en esta tierra. Así es posible expresar la esperanza en actitud de alabanza, tal como María en el Magníficat.

4. La misión: enviada a mostrar, con su vida, el rostro de Dios que ha contemplado Un carisma, como hemos dicho, es un don que se recibe gratuitamente y que, muchas veces, es dado para que a su vez sea entregado a otros con el fin de que la comunidad crezca en humanidad y en unión con Jesucristo y así haga presente el Reino de Dios. Al contemplar la realidad en que Claudina recibe el carisma que Dios le regala, es completamente evidente que es un carisma que responde a la sed de sentido más honda que viven sus contemporáneos en una realidad de violencia, enfrentamiento y división. Más aún, en una realidad urgida de los valores cristianos. Es de llamar la atención que las consignas de la revolución quedan olvidadas tras la lucha encarnizada de grupos con intereses encontrados. Los sublimes ideales que dan lugar a la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano quedan pisoteados por la crueldad de innumerables muertes y el surgimiento de múltiples víctimas inocentes. Resulta paradójico, pero tal parece que esos ideales van haciéndolos vida personas como Claudina, cristianos que retoman lo más auténtico del Evangelio en una sociedad en descomposición, y esto lo hacen a través de sus decisiones cotidianas y de los compromisos que asumen en su realidad.

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Claudina Thevenet Es desde ahí desde donde pueden hablar de libertad, la libertad que florece en el corazón cuando ya no se es esclavo de realidades engañosas como el poder, el honor y la venganza, ídolos tan populares en el contexto histórico de Claudina. Son ellos también quienes hablan de igualdad cuando se ponen resueltamente del lado de quienes más sufrían, de quienes tenían menos posibilidades de salir adelante en un ambiente que no les ofrecía garantía alguna. Claudina, como Jesús, comprende que aquellos que son rechazados en una sociedad se convierten en el primer compromiso de Dios, y que es precisamente en ellos donde Él revela cómo es su justicia-misericordia. Es decir, comprende que ahí donde se niega la Bondad de Dios es en donde hay mayores condiciones para que se revele en plenitud esa Bondad. Es esta la misma lección que el pueblo de Israel aprendió a lo largo de su historia, la lección del Dios que se revela en la esterilidad, en el débil, en el que no vale, y es también la lección de Belén y de la cruz. Son también estos cristianos, entre ellos Claudina, los que pueden hablar de fraternidad desde un intento serio y real de construir comunidades nuevas a partir de la reconstrucción de las personas que formarán esas comunidades. Es decir, ellos creen en la posibilidad de la creación de una nuevo tejido social a través de la secreta vitalidad de la formación integral del ser humano. Podría decir que la experiencia de Claudina se convirtió en un envío, en una misión que cumplir. Esta misión consistió fundamentalmente en: Ayudar a los seres humanos a descubrir la bondad operante de Dios en la historia. Ser testigo del Dios-Bondad en un mundo en el que abundaba el desconocimiento o desprecio general de este Dios. Ser palabra del Dios-Bondad en una realidad que se resistía a escucharlo. Ser instrumento de perdón y reconciliación entre aquellos heridos por la violencia y enfermos de venganza. Ser presencia reveladora del rostro bondadoso, tierno y materno de Dios, constantemente secuestrado por el ambiente de deshumanización que la rodeaba. Ser portadora de un mensaje de esperanza, sobre todo a quienes corrían más peligro de sucumbir ante el sinsentido. Creo que ahora queda más claro el por qué el artículo de las Constituciones que hemos citado con anterioridad dice que Claudina “conmovida por las miserias de su tiempo tuvo un solo deseo: comunicar este conocimiento...”, el conocimiento íntimo de la bondad operante de Dios. Es en este “deseo” en donde podemos reconocer la fuerza de su celo apostólico, la decisión de orientar su vida toda hacia la realización de la misión que brotaba, como de una fuente, de la experiencia espiritual con que Dios había querido bendecirla y, a través de ella, a nosotros/as. 1. Renovarnos en la fe y en la esperanza Vivimos, sin duda, tiempos difíciles y desconcertantes; tiempos de pérdida de ilusiones y de preocupación, tiempos distintos pero muy cercanos a los de Claudina. Y es desde este presente que tenemos en las manos, desde donde Dios nos llama a ser fieles al carisma que nos ha regalado, porque este presente está todavía hoy sediento de bondad y perdón, de esperanza y sentido, de humanidad y comunidad. Es en este contexto en el que, al mirar las miserias de nuestro tiempo, y habiendo experimentado la bondad misericordiosa de Dios en nuestra propia vida, tendríamos que ofrecer una lectura de esperanza que sea capaz de ver más allá de las catástrofes, que pueda contemplar el presente en profundidad para descubrir no sólo el daño de las deshumanizaciones sino también los valores de la nueva cultura, las oportunidades de hacer vida el Evangelio. Es decir, para ser realmente cristiano/a y también para realizar las potencialidades de nuestro carisma tenemos que creer que el Espíritu Santo sigue actuando en el mundo y que es capaz de “hacer nuevas todas las cosas”. Si Claudina fue fiel al don recibido fue porque creyó en el Dios-Bondad que la liberó de las ataduras de los esquemas establecidos, en una sociedad destruida en la que no parecía posible encontrar caminos alternativos, caminos de felicidad para quienes desde el inicio de su vida no conocieron más que sufrimiento. Por eso para ser hoy fieles, para vivir en fidelidad creativa a Dios, que nos ha sido fiel en primer término y sigue siéndolo cada día que amanece, y para ser fieles al carisma que hemos recibido tenemos que ser hombres y mujeres de fe. Recordando que la fe es la apuesta por el amor posible en situaciones imposibles, seguros de que “para Dios no hay nada imposible”. Es decir, hay que apostar por lo posible de Dios en lo imposible de los seres humanos.

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Claudina Thevenet Y una vez cimentados en esta fe, caminar en esperanza, conscientes de que es ésta la que hace que nuestra fe sea activa; la esperanza es la capacidad creativa que hace cada vez más posible lo imposible. Para crecer en esperanza necesitamos despertar la imaginación, cultivar la experiencia de dejarnos sorprender por Dios aún en lo pequeño, necesitamos desmontar los estructuras internas que reproducen en nosotros el desánimo, por eso necesitamos ser libres para imaginar, para soñar, pues “nada se hace sin que antes se imagine”. A partir de la fe y la esperanza así entendidas podemos mirar las miserias de nuestro tiempo, de nuestro mundo, de nuestro contexto nacional, local y hasta escolar y preguntarnos qué tiene que decir el carisma de Jesús-María a esta realidad. Ojalá que al mirar así brote también en nosotros un solo deseo: comunicar el conocimiento interno de la Bondad de Dios que se nos ha manifestado. Es probable que este deseo no cambie de raíz nuestra realidad pero indudablemente nos llevará a compartir con otros, quizá con nuestros mismos alumnos, nuestra nueva mirada de esa realidad para que juntos, a través de pequeñas iniciativas, como lo hizo Claudina, vayamos creando, inventando, respuestas alternativas que permitan a quienes más sufren tener vida y “vida en abundancia”. 2. A través de la educación impregnar de espíritu humano relaciones sociales deformadas En esta misma línea y consciente de nuestro deseo de vivir nuestro carisma desde nuestra calidad de miembros de una comunidad educativa y, como tales, de educadores de una forma u otra, quiero compartirles una reflexión que me suscitó un artículo que leí hace unos meses en el que la autora comentaba que los procesos de la subjetividad implican, en el ser humano, la toma de conciencia de sí mismo a partir de los contenidos objetivos de lo que ven y piensan, ya que lo propio del espíritu finito es tomar conciencia de sí por otro, por lo diferente. Es decir, el ser humano avanza en su proceso de toma de conciencia por lo que ve en los otros y en el ambiente externo, es esto lo que va forjando sus representaciones interiores que después se traducen en actitudes y conductas. El artículo continuaba diciendo que es por este mecanismo que las relaciones humanas deficientes en una sociedad se interiorizan por la educación y se reproducen después en la misma sociedad como relaciones sociales deformadas. Por lo tanto, cambiar las representaciones es el modo de cambiar la sociedad. Quizá se trata de algo que ya hemos escuchado en otras ocasiones, sin embargo me impactó retomarlo ante la realidad que vivimos y me dije que, aunque ciertamente no somos los únicos en quienes recae la tarea educativa, pues en primer término está la familia, creo que sí resulta clara la noble y, a la vez, desafiante contribución que podemos dar a través de nuestra misión de impregnar de espíritu humano relaciones sociales tan deformadas como las que se viven en muchos ámbitos, en nuestros contextos nacionales. Y me parece que en este intento nuestro carisma tiene mucho que aportar porque es un carisma envuelto de sentido de lo realmente humano y dador de esperanza. 3. Educar para un proyecto de vida Descubro la íntima relación de nuestro carisma proyectado en el campo educativo con lo que en los últimos años ha aportado la Pedagogía Existencial a nuestra labor. Particularmente cuando nos habla de que la creatividad del maestro hay que concebirla, sobre todo, como la actitud responsable de contribuir al desarrollo de sus alumnos en vías a formular su proyecto de vida. De este modo el aprender queda suscrito al pensar para ser. Esto es, sin duda, lo que Claudina hizo con las niñas y jóvenes que pasaron por la naciente Jesús-María. En consonancia con lo anterior, me parece importante recordar que una de las responsabilidades primordiales del docente es ampliar el horizonte de significatividad de sus alumnos y, a la vez, expandir su horizonte de valores. Lo cual tiene una consecuencia importantísima, particularmente en estos días, y es que una persona con un horizonte de significatividad amplio tiende a ser más tolerante, aceptante y respetuosa de la divergencia. Creo que la experiencia de un Dios misericordiosa-bondad favorece notablemente la consecución de esta actitud de aceptación de las diferencias, ya que la misericordia viene a ser siempre la postura de Dios que abraza lo distinto y hasta lo rechazado, en este sentido produce encuentros, abrazos, reconciliación, sólo basta recordar el texto de la llamada parábola del “hijo pródigo”. 4. Educar en el perdón para la paz Y en este punto quisiera referirme a un inmenso reto que considero imprescindible en nuestra historia mundial contemporánea, y en el que me parece que nuestro carisma

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Claudina Thevenet nos lanza a una misión especial en este comienzo de siglo se trata, sin duda, del sueño de la paz. Sumamente vinculado a este desafío de la paz, hoy en día tan amenazada, creo que es imprescindible reconocer como un paso previo y obligado, en especial para nosotros/as los/as cristianos/as que, si hay algún rasgo de la persona de Jesús que resulta tremendamente inexplicable y profundamente impactante en la vida del ser humano y con profundas consecuencias a favor de la paz, es el PERDÓN. Quizá porque el perdón es la expresión sublime de la misericordia de Dios. Sería conveniente recordar, en este momento, que la experiencia que transformó la vida de Claudina, la que permitió al Espíritu de Dios irrumpir en su vida como una respuesta para la humanidad de su tiempo, fue una experiencia que se desencadenó a partir de un perdón solicitado que ella aceptó dar, no sin un intenso dolor y, seguramente, casi sin entender lo que Luis y Francisco le pedían. Hoy, dos siglos después de que esto sucedió, somos nosotros los herederos de esta buena noticia que sigue latiendo en nuestro carisma, que es parte esencial del mismo, y que en la voz de la realidad actual nos urge Dios a desarrollar como posibilidad de hacerlo presente, en medio de esta humanidad tan lastimada por la violencia. Porque es cierto que no habrá paz sin justicia, pero no es menos cierto que tampoco habrá paz sin perdón. El perdón como voluntad de reconciliación, como renuncia a la venganza, como esfuerzo por la mutua comprensión, como aceptación de la diferencia, como reconocimiento de las fallas propias y ajenas, como oportunidad de transformar las ofensas en compasión y, finalmente, como camino para sanar el pasado y liberar el futuro. Este es el perdón artífice de la paz, perdón que no se improvisa, perdón que tenemos, como educadores, la valiosa oportunidad de ir formando cada día en los salones de clase, en los patios de recreo, y a través de las múltiples actividades escolares en las que los/as niños/as y jóvenes van viendo que se previene en vez de castigar, que se dialoga en vez de gritar, que se consuela al que sufre, que se ayuda a tomar conciencia al que lastima, que se fomenta la reconciliación entre ellos, y entre nosotros/as maestros/as, y también cuando van viendo que les pedimos perdón, y nos pedimos perdón unos/as a otros/as, cuando nos equivocamos. Así nuestra vida puede ser testimonio de que el conflicto no tiene que significar ruptura, de que es posible empezar de nuevo. Hace unos meses participé en un taller en el que abordamos la temática de cómo es el trayecto que el ser humano recorre entre la ira inicial ante una situación de traición o violencia brutal hasta llegar al perdón. Como se podrán imaginar, yo pensé en Claudina y me dije que necesariamente ella tuvo que haber recorrido ese difícil trayecto. Y es de esa experiencia pascual que surge una nueva creación, una próspera y fecunda creación que hasta hoy sigue dando frutos, y nuestra presencia aquí es una muestra de ello. Por eso quisiera invitarlos a terminar este momento cerrando los ojos y escuchando esta reflexión que es una adaptación de la narración que hoy nos comparte una persona que ha vivido un proceso de perdón, imaginemos que es Claudina quien pronuncia estas palabras y dejemos que su experiencia nos toque y nos abra el corazón: Son ustedes testigos de la impredecible, sorprendente y creativa acción que se realiza cuando perdonamos a otro ser humano. Invertimos así el flujo aparentemente irreversible de la historia...primero de nuestra propia y dolorosa historia personal y, después, de esa gran historia que cada día van tejiendo nuestros actos humanos. Invertimos así el flujo del dolor que comenzó en el pasado cuando alguien nos lastimó, un flujo que se filtra en nuestro presente hiriéndolo y envenenando nuestro futuro. De este modo permitimos a Dios realizar un milagro que difícilmente alguien nota. Lo hacemos a solas, otras personas pueden ayudarnos pero cuando finalmente lo logramos, el milagro acontece en la zona más privada de nuestro interior, en la presencia de Dios, abriéndonos a la gracia que nos hace capaces de perdonar. Lo hacemos silenciosamente, invisiblemente, lo hacemos también libremente, nadie puede jamás engañarnos o forzarnos a perdonar, ni siquiera Dios. Dios sólo puede liberarnos de nuestro pasado lastimado si nosotros/as estamos dispuestos/as a dejarlo ir. Perdonar es algo extraño, casi escandaloso y por eso sorprendente; cuando lo hacemos provocamos un escándalo frente a la estricta e inhumana moralidad que no descansa hasta conseguir que se devuelva ‘ojo por ojo y diente por diente’. El perdón es creativo, cuando perdonamos nos aproximamos, lo más cerca que le es posible a un ser humano, al esencial acto divino de crear, porque creamos un nuevo

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Claudina Thevenet comienzo, libre del dolor pasado que nunca tuvo derecho a existir en primer término. Creamos un futuro sano, libre, esperanzador, cambiando un pasado que no tenía en sí ninguna posibilidad más que enfermedad y muerte. Por eso, cuando perdonamos subimos hacia la cumbre de la señal cósmica del amor, caminamos a zancadas con Dios. Y le dejamos sanar el daño que nunca merecimos.

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