Chiiiiiiiiiiiiiiist Pum

  • October 2019
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  • Words: 733
  • Pages: 3
CHISSSSSSST... ¡¡¡PUM!!! El revisor y el chirriar de los frenos la anunciaron, la ventanilla la mostró y finalmente la puerta del tren me regaló una estación modesta, pero en hirviente actividad, la estación de Pamplona. Había llegado. Era seis de julio. Se cumplía así una ilusión que desde la adolescencia trotaba por mi cabeza. Me habían asegurado que al mediodía estallaba el jolgorio más delirante que imaginar se puede, no tenía tiempo que perder. Unas quinceañeras de desbordada risa me indicaron el camino. Anduve ligera y, tras rebasar el río y bordearlo por su margen izquierda, la muralla abrió para mí un arco que atravesé para ganar la ciudad. Jóvenes y niños, adultos y ancianos, mujeres y hombres, todos de blanco, caminaban presurosos en una misma dirección, la izquierda. A pesar de la buena dirección, dudé, siempre me ha asustado la masa, pero no tuve opción, un magnetismo de alta intensidad me arrastró en volandas hacia la Plaza de Ayuntamiento. Unos minutos después me encontraba empapada de sudor y espuma cávica, con mi cuerpo fundido a presión creciente dentro de una juventud exultante y mis ojos girando en pos de las manecillas de un reloj aupado a una fachada neoclásica y elegante. A una con el acelerado aumento de la energía, fui arrancada de los adoquines, empecé a elevarme sobre una fluctuante masa triangulada en rojo y me vi propulsada hacia lo alto. Proporcionalmente al acoplamiento de las agujas horarias, fue ascendiendo la tensión y yo también. Cuando las dos manecillas del reloj se fundieron en la supina erección del mediodía, la locura de bienestar compartido se centripetó en un punto de fuego y salí eyaculada, envuelta en un siseo que culminó en una fantástica explosión. ¡Gora!... ¡Viva!  pude escuchar desde lo alto la garganta iruindarra. Flotaba en una nube alucinando por la ingente cantidad de energía que ascendía a una con la ensordecedora plegaria colectiva, cuando noté una caricia en mi empapada melena. Había alguien conmigo. Soy Fermín aseguró un morenazo mirándome con dulzura desde unos ojos acharolados. Yo Txana repuse simpática. Acabo de oír tu nombre, pero no sé quién eres, ni qué haces volando con semejantes atuendos.

Soy santo, obispo y Patrono de la Ciudad. En el séptimo cielo me conceden un garbeo anual de unos días y hoy es el primero afirmó antes de preguntarme: No conocías Pamplona, ¿verdad? No y estoy aturdida le confesé. ¿Puedes explicarme qué hago aquí? Es muy simple señaló. Tienes ciertas dotes y tal concentración de energía te ha propulsado. Disfrutarás. ¿Me estás llamando bruja? le pregunté entonces. Mi respuesta quedó suspendida en el aire pues el tal Fermín se había lanzado en picado en dirección a una calle larga al noreste de una plaza trapezoidal desbordada de alegría. Pretendí seguirlo con la vista, pero se fundió en la barahúnda palpitante. Descendí también. Tomé tierra junto a una fuente desde la que, mayoritariamente foráneos, se arrojaban y zambullían en una piscina humana que en ocasiones quedaba seca mostrando su fondo de adoquines teñidos de rojo. Un poco más adelante Ziripot contoneaba la calle entera con “Un barril de cerveza”. A la puerta de una alcoholera gaiteros de mofletes colorados y reventones ejecutaban música de exquisita agudeza. Ascendí unas escaleras. En unos prolongados porches el jolgorio y la música se abrazaban mientras morenas de luna ofrecían claveles con buenaventura incluida. ¿Qué más puede pedirse? Mujeres u hombres, adolescentes o adultos, miraban a los ojos y regalaban el fuego de sus pupilas. Estas reían, las bocas se arqueaban hacia el cielo regalando la risa y los labios pedían un beso mientras los cuerpos brincaban y danzaban en incitante delirio. Parecía como si los de Pamplona hubiesen quemado normas, ataduras, caretas y, habiendo hecho acopio de cariño durante el año, ese día, a punto de reventar, se hubiesen tirado a la calle a repartirlo sin bloqueos ni prejuicios. Fui consciente entonces de que, sin que me hubiese dado cuenta, se había apoderado de mí una placentera y extraña sensación que nunca había degustado. Se trataba de un bienestar conjunto, compartido y solidario que, desparramándose por las calles, me envolvía a mí también induciéndome a mirar con afecto, a besar, a bailar, a abrazar... a amar. Pensé que debía de tratarse del séptimo cielo de Fermín o del infierno que siempre había imaginado y deseado. Txana (6 de Julio)

Publicado en Gara 6 de julio de 1999

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