Imaginemos por un momento que XZWISS, un habitante de la lejana Andrómeda (que ni sé donde está localizada pero que intuyo debe estar situada a muchos años luz de distancia de nuestro planeta), ha recorrido gran parte del universo durante cientos o miles de años marcados por el aburrimiento, ya que a todo lo largo de esos millones de kilómetros recorridos, nunca se ha topado con algo diferente a estrellas gaseosas incandescentes, rocosas y frías o aerolitos. No obstante un afortunado día descubre a la distancia un cuerpo celeste distinto que lo hace explotar de asombro y alegría, ya que su color no es igual a todo lo que ha visto, es azul y brilla en la obscuridad del universo. Se acerca picado por la curiosidad y comienza a notar una diferencia diametral con todo lo conocido durante su milenaria existencia. Pronto descubre que su color azul se debe a que está cubierto de agua, lo que significa la posibilidad de vida, misma que inmediatamente percibe de diversas maneras. Seres humanos inteligentes establecidos como amos y señores de toda esa maravilla, y una diversidad de criaturas vivas que comparten con él ese paraíso. Observa también que su superficie ha sido modificada con obras monumentales que le han facilitado su supervivencia. Se han cortado verdes montañas para canalizar y almacenar agua, han construido largos caminos serpenteantes para transitar en ellos a gran velocidad dentro de cómodos vehículos climatizados. En suma, hacia donde voltea su cara XZWISS se topa con obras colosales que le permiten imaginar que los terrícolas, únicos seres vivos conocidos en la inmensidad del universo han logrado una vida plena en todos los sentidos al haberse adaptado a un único planeta realmente privilegiado. Emocionado y con lágrimas en su único ojo, sintiendo que por fin ha encontrado un verdadero hogar decide internarse en su superficie, y pronto aterriza en un lugar que no obstante la obscuridad de la noche aparece iluminado por miles de focos inventados por el hombre, XZWISS aterrizó su sofisticada nave nada menos que en el Paseo de la Reforma de la ciudad de México. Con ánimo de explorar ese mundo maravilloso y nuevo para él abandona su vehículo sideral y comienza a caminar por la avenida disfrutando con un deleite casi mágico de toda esa belleza que lo rodea. Sin embargo no ha avanzado más de 200 metros cuando súbitamente siente un fuerte golpe en la espalda que lo hace perder el equilibrio y caer al piso, al tiempo que le es bruscamente arrancado su casco espacial mientras otras manos hurgan en sus bolsillos llevándose su pistola paralizadora. Desde el piso alcanza a observar a dos seres quienes después de haberlo desvalijado corren alejándose sin siquiera voltear a ver las consecuencias de su fechoría. Unos segundos después se detiene junto a él un vehículo móvil, del que bajan otros dos humanos barrigones quienes lo levantan del piso con brusquedad metiéndole las manos en sus bolsillos de nueva cuenta y al no encontrar nada lo suben a empellones al vehículo enrejado golpeándole su desprotegida cabeza contra el filo del techo, escuchándole decir que van a “calentar al tuerto” para que les dé algo o lo acusarán de encontrarse borracho escandalizando en la calle. Al pasar junto a su poderoso vehículo galáctico puede notar que ya no tiene ruedas y que le faltan también los potentes faros perforadores de la negrura del universo.
Contrarrestando el Entorno Tal vez esta fantasía le parezca simpática pero es como se puede percibir a la humanidad en los inicios del siglo XXI. Una humanidad que basa su actuación en el principio egoísta de “sálvese quien pueda”, lo que quiere decir que en vez de buscar la unión solidaria para asegurar su supervivencia futura al sentirse sola en medio de la nada y abandonada a su suerte; su crecimiento y desarrollo la ha llevado a agredirse por todos los medios, con el objetivo básico de apropiarse de los mayores recursos posibles a través de la fuerza física o de las leyes diseñadas para beneficiar al más favorecido “arrebatando dentro de la ley”. Dice el viejo adagio: “nadie sabe el bien que tiene hasta que lo pierde” y esta es una gran verdad. Los seres humanos al dar por un hecho natural la maravilla de nuestra corta existencia así como la belleza de nuestro planeta pleno de recursos para el aseguramiento de una vida digna y feliz, nos encontramos sumidos tal vez en uno de los peores momentos de la raza humana. Estamos inmersos en una decadencia psicológica y espiritual creciente mientras paradójicamente aumenta a nuestro alrededor todo aquello que ha sido diseñado y producido para que alcancemos la felicidad hedonista basada en una vida cómoda y plena de satisfactores materiales, por lo que el nombre del juego ahora es tener a como dé lugar, lo que significa en muchos casos arrebatar y agredir para asegurar este objetivo primario. Estamos prácticamente “matando a la gallina de los huevos de oro” como sociedad humana, ya que arriesgamos la supervivencia pacífica futura por disfrutar el efímero momento actual sin ningún control y sin remordimiento por el daño ocasionado al futuro. Si un extraterrestre como lo cuenta nuestra historia llegara a nuestro planeta, único sitio habitable en la espantosa soledad del universo infinito, explotaría de asombro y pena al constatar el comportamiento destructivo e irresponsable de los habitantes del bellísimo planeta azul, al estar agrediendo de manera obcecada e irreversible lo que debería ser patrimonio de las generaciones venideras: la convivencia humana venturosa. La actuación de los hombres del siglo XXI está de tal manera equivocada, que pareciera como si la vida en el planeta tierra tuviera que terminarse junto con la generación actual a través de luchas fraticidas egoístas que esconden sólo la necesidad compulsiva de vivir mejor que los demás. Como si ellos fueran los propietarios y por lo tanto los encargados de ponerle el candado a la puerta con la que se cierra la historia de la humanidad y naturalmente que nadie, absolutamente nadie, ni país ni hombre importante o rico son poseedores de ese derecho, ya que no solamente los siete países ricos son dueños del planeta, sino también lo son todos los pueblos pobres que dicho sea de paso, son los menos responsables del deterioro constante de nuestro hogar celeste. Por desgracia algunos hombres poderosos y mandatarios de los países más favorecidos por su desarrollo tecnológico y riqueza creen en el colmo de su soberbia y de la ceguera que ésta acarrea, que alguien superior les ha otorgado esa responsabilidad a nivel global, como si fueran jueces universales quienes utilizando como leyes sus propias creencias y basados en sus intereses particulares arremeten con acciones unilaterales y prepotentes sobre todos los demás miembros de la comunidad humana que no piensan de manera semejante a ellos, pasando encima de los verdaderos derechos humanos (y digo verdaderos porque hoy en muchos casos se han distorsionado estos en aras del relativismo lo que ha generado grandes conflictos de valores). Estas importantes (y patéticas) personas consideran que la vida plena del hombre debe estar sustentada en satisfactores materiales ilimitados, mismos que en su afán de ser asegurados justifican plenamente la utilización de cualquier medio a su alcance. Desde la manipulación que se aprovecha de la inocencia y la ignorancia de algunos, hasta la violencia que inhibe a los más arrogantes. Estoy seguro que nadie en su sano juicio aprueba estas acciones que poco a poco se han venido convirtiendo en el paisaje global. La ley que imponen a sangre y fuego los poderosos y la apatía y miseria de muchos otros que ven deteriorarse día con día su calidad de vida digna con una resignación patética. William Ospina, ensayista y poeta colombiano en su libro “¿Dónde está la franja amarilla?” (Grupo Editorial Norma 1997), hace una reflexión que describe muy atinadamente la vida del planeta en el siglo XXI. “Hoy, los pobres no pueden comer, la clase media no puede comprar y los ricos no pueden dormir”.
¡Por favor… que vamos en el mismo barco!
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Contrarrestando el Entorno Hasta hace poco tiempo pensaba que la visión de Ospina era muy atinada al hablar de los pobres y la clase media, ya que desde que tengo uso de razón he estado en contacto con la pobreza lacerante de infinidad de mexicanos a lo largo y ancho del país, misma que he constatado también en Panamá, en las calles de Bogotá o en los barrios pobres de Caracas, en los bellísimos pueblos andinos del Perú y en el Cuzco a la sombra de Machu Picchu o de Sacsahuaman o en Cochabamba en Bolivia, ya que este fenómeno se repite a lo largo y ancho de nuestra maravillosa América Latina. Así mismo al formar parte yo mismo de la clase media he sufrido en carne propia el deterioro del poder de compra desde el momento en que ingresé a las filas laborales, además de que comparto esta problemática con amigos mexicanos y Latinoamérica quienes no obstante ser personas profesionales y estudiosos de reconocido talento, de ninguna manera disfrutan de una calidad de vida material comparable a la del francamente inútil futbolista o de la “estrellita desafinada” del momento, porque no son generadores de riqueza, sino solamente de “inútil sabiduría”. No obstante no estaba muy de acuerdo con William en que los ricos no pudieran dormir ya que siempre han contado con los mejores colchones y una situación tan desahogada que no sufren el insomnio natural de aquellos que todos los días se preguntan ¿cómo vamos a sobrevivir mañana? Claro, me refiero al hombre rico y honesto, ya que naturalmente el rico deshonesto no puede dormir por obvias razones de conciencia. Sin embargo ante los acontecimientos vividos el martes negro en New York le doy credibilidad a William Ospina también en esta opinión sobre la situación de los más favorecidos, ya que es un hecho evidente el que ni hoy, ni mañana y ni pasado mañana, los ricos podrán, ni viajar ni divertirse, ni vivir con la despreocupación de antes.
¿Por qué no nos quieren? Estoy seguro de que ante estos acontecimientos tan bárbaros y tan alejados de la actitud esperada del ser humano del siglo XXI, millones de norteamericanos se preguntan todos los días aterrorizados: ¿Qué hicimos para merecer este calvario que cambiará para siempre nuestra calidad de vida? Y la respuesta es muy sencilla, simplemente se aislaron del resto de la humanidad menos favorecida de manera egoísta en un afán de gozar de sus privilegios marcando un enorme abismo entre los que tienen y gozan de lo superfluo desmedidamente y los que ni siquiera están en posibilidades de sobrevivir. De ninguna manera extendieron una mano hermana al resto de la humanidad si no era para obtener un provecho que les redituara en mayores beneficios. Aunque no es justificable el odio que se han ganado los países más favorecidos, si es comprensible. Su arrogancia excesiva al sentirse dueños del planeta y los abusos normales del rico que compra barato aprovechándose de la pobreza y que siempre sacará la mejor tajada en sus negocios disfrazados muchas veces de filantropía, ha generado este sentimiento negativo creciente en una gran mayoría de la humanidad. Tal vez la pregunta que los ricos se deben hacer no es solamente “qué hemos hecho para merecer esto” sino “qué hemos dejado de hacer” como miembros más favorecidos de la raza humana, y seguramente que la contestación a estas dos sencillas pregunta arrojarán luz sobre el por qué los pobres no pueden comer, la clase media no puede comprar y los ricos no pueden dormir. Cuando observamos a tantos millones de personas en la pobreza extrema en todo el planeta, muchos de los cuales tratan de pasar a como dé lugar a los países más ricos con la finalidad de trabajar en aquellas actividades más degradantes que no están dispuestos a ejecutar los ricos, buscando simplemente su sobrevivencia, y que no obstante esta ayuda barata (miserable) de ilegales que soportan todo con tal de no ser deportados, todavía sufren desprecios y vejaciones de parte de los beneficiados como pago a sus servicios incondicionales, entonces encontramos las respuestas. Realmente se requiere ser ciego o sordo, además de tonto para no entender que esta situación tan desnivelada paulatinamente lleva a la violencia y el caos. La historia de la humanidad en muchas ocasiones nos ha mostrado que las minorías egoístas y ricas no pueden disfrutar eternamente de privilegios de manera unilateral ya que tarde o temprano las mayorías hambrientas los atacarán independientemente de las armas sofisticadas que posean para defenderse, mismas que en esos momentos se les revertirán. Un ejemplo actual son las armas químicas y bacteriológicas que fueron diseñadas y producidas por los norteamericanos y que hoy los terroristas están amenazando con utilizar en su contra manteniéndolos sumidos en el terror.
¡Por favor… que vamos en el mismo barco!
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Contrarrestando el Entorno Los tiempos actuales están enviando mensajes muy crudos y claros sobre la necesidad de recapacitar y encontrar caminos que aseguren la supervivencia pacífica de la humanidad, ya que absolutamente todos sin excepción vamos en el mismo y único barco. El planeta es de todos por lo que todos tenemos los mismos derechos como terrícolas a disfrutar de los recursos que nos ofrece. No podemos pensar que porque algunos nacieron en los desiertos inhóspitos de África o Afganistán deben estar condenados a vivir en precarias condiciones o a morir prematuramente, mientras en otros lugares más favorecidos por la naturaleza sus habitantes destruyen el alimento producido e exceso como una manera d proteger su precio. No es justo impedir la supervivencia de algunas sociedades solamente porque tienen la suerte de contar con lo que a otras les sobra. Son momentos entonces para hacer un alto en el camino como humanidad y comenzar a tomar acciones en serio sobre las necesidades de compartir los recursos y de tenderle la mano a los menos favorecidos para permitirles no como una limosna, sino como un derecho irrenunciable disfrutar de una vida digna. Esta debe ser una nueva forma de convivencia humana que inicie dentro de nuestra familia, y se extienda a la totalidad de la raza humana.
La globalización de las desgracias. La necesidad creciente de los países ricos de vivir mejor, aunado a sus mayores niveles de tecnología que han mejorado considerablemente su productividad y que han generado a su vez enormes excedentes de productos para los que se deben buscar consumidores que los adquieran, empujó la hoy llamada “globalización de los mercados”, satanizada por algunos ya que es un hecho que uno de sus defectos es que beneficia mayormente a los grandes capitales, y bendecida por otros que han visto incrementadas sus posibilidades de hacer muy buenos negocios. Si bien es cierto que la globalización beneficia a unos y perjudica a otros, debemos reconocer aunque no nos guste, que ningún país puede vivir aislado debido a la sofisticada tecnología de las comunicaciones que ha disminuido el tamaño del planeta creando una enorme interdependencia entre todos los países. Tratar de vivir como lobo solitario en los tiempos actuales significa permanecer al margen del desarrollo con enormes riesgos de retroceso en la calidad de vida de los ciudadanos. Pero no obstante ingresar al juego global con inocencia también significa el riesgo de ser despedazados por los poderosos quienes finalmente son los que ponen las reglas normalmente a su favor. Esto implica que los diferentes pueblos involucrados cierren filas internamente con el firme objetivo de salir airosos de la competencia mundial tomando acciones internas inteligentes que los hagan más hábiles y competitivos. Un ejemplo de ese juego sucio de los más poderosos es el caso del atún mexicano cuya exportación a Estados Unidos ha estado plagada de problemas, primeramente porque su pesca implicaba la muerte de algunos delfines y después, al corregirse este problema, porque si bien ya no se les mata accidentalmente, ahora se les asusta y se están traumando de por vida. Tal vez se pretende que en cada barco atunero viaje un psiquiatra que resuelva el daño psicológico de estos simpáticos mamíferos. Es verdaderamente ridículo que mientras esto sucede para proteger a los negocios norteamericanos (lo que menos les interesa es la salud mental de los delfines), hayan matado afganos inocentes con toda impunidad y con el apoyo físico y moral de muchos países ricos. De ninguna manera podemos aprobar el terrorismo, pero tampoco la solución a este problema es tan sencilla como dedicarse a bombardear a diestra y siniestra con todo su poderío armamentista y desde la seguridad que les brinda la distancia, a personas de por si en la miseria, que no ha estado relacionados con esos actos de barbarie. La solución de raíz no es defenderse de los enemigos aniquilándolos, sino tener muchos más amigos, lo que implicaría dejar de ver hacia adentro y comenzar a reconocer que no se vive sólo en el planeta, y que la condición de privilegiados por las razones que sea les genera una responsabilidad ineludible sobre el resto de los terrícolas que hoy no gozan de una calidad de vida aceptable. La globalización tal como la percibimos hoy, está no solamente globalizando mercados con los riesgos antes mencionados, sino también está globalizando las desgracias, lo que provoca que se acreciente ese problema de ¡Por favor… que vamos en el mismo barco!
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Contrarrestando el Entorno “sálvese quien pueda” o de “vive bien hoy y ya mañana veremos qué es lo que pasa”. Para un joven de la época actual es muy difícil tener la motivación necesaria para planear su vida ya que está amenazado por una completa incertidumbre generada por diversos antivalores que atentan contra su convivencia y desarrollo, porque en el afán de convertirlo en cliente de algo o de alguien, los abusivos centros de poder lo han bombardeado de información y de recomendaciones que se contraponen unas con otras y que le generan una insatisfacción permanente. Hoy acusamos a la juventud de un comportamiento inadecuado, sin reconocer que ellos han sido simplemente producto del entorno al que han estado expuestos mismo que ha sido provocado por aquellos que los desean convertir en títeres consumistas atacando estratégicamente (patéticamente) todos sus sentidos. En un capítulo posterior hablaré del hombre Light, término acuñado por el psiquiatra español Enrique Rojas en su libro “El hombre light (Ediciones Temas de Hoy S. A. [T. H] Madrid, España 1998) que nos explica sobre la enorme metamorfosis conductual que sufrimos los seres humanos globalizados. Aunque el autor no hace referencia a la globalización como causante de este cambio social tan destructivo, en lo particular considero que a medida que los negocios globales se incrementan y que también crece la práctica de acumular mayores riquezas, la ética de estos se ha venido dejando a un lado, ya que el nombre del juego actual es crear nuevas necesidades, después fabricar productos que las satisfagan y venderlos a costa de lo que sea. Esto independientemente de no tomar conciencia sobre el impacto posterior de esos rentables y por lo tanto jugosos negocios sobre la misma sociedad. La obsesión por generar riqueza aunada a la globalización de los mercados y a la sofisticación de los medios de comunicación, poco a poco ha venido forjando una nueva sociedad global de títeres manipulados al servicio de los intereses de los grandes centros de poder que dictan e imponen las modas en el mundo de acuerdo a su conveniencia. Una película cualquiera de acción puede generar cientos de millones de dólares no solamente a través de las taquillas de los cines sino por las ventas de los personajes en juguetes, ropa, utensilios para el hogar, cuadernos de escuela, alimentos chatarra y en una ilimitada gama de productos y servicios, fenómeno que provoca un cambio en la manera de pensar de millones de niños en todo el planeta que adoptan de manera globalizada nuevas ideas y formas de ver la vida a través de la influencia de los personajes transformados en héroes. El problema aquí es que absolutamente nadie tiene la autoridad para definir qué tan adecuados son los mensajes plasmados en las películas, mismos que se difundirán de manera global aunque promuevan antivalores. Para contrarrestar el impacto nocivo de tantos productos y servicios que de manera abusiva e irresponsable se obliga a consumir a millones de seres humanos a través del uso indiscriminado de una publicidad que transmitida por los medios más sofisticados, está diseñada precisamente para hacer adictos y modificar costumbres es indispensable que aunque nos abramos al mundo (ya que no podemos permanecer afuera si queremos mejorar nuestros niveles de vida) seamos capaces de cerrar filas internamente con inteligencia para defendernos de aquellos aprovechados que se consideran dueños de los destinos y valores de la sociedad. Esto implica el erradicar las luchas internas para sumar esfuerzos y estar en la posibilidad de combatir al enemigo común quien con gusto y maestría conoce y se sirve de nuestras flaquezas.
¿Qué papel juega la “STUPID BOX”? Mientras en México un libro de texto gratuito para las escuelas es diseñado con todo cuidado por expertos pedagogos, posteriormente analizado y juzgado por diversos organismos que verifican que los mensajes plasmados de ninguna manera atenten en contra de la familia, y hasta los mismos congresistas intervienen, a través de las películas en los cines comerciales y de las series de televisión que noche a noche invaden con impunidad nuestros hogares, los niños están completamente cautivos aprendiendo toda suerte de antivalores. Hace todavía pocos años la televisión mexicana se caracterizaba por su ética y moralidad, no obstante cuando comenzaron a aparecer las ¡Por favor… que vamos en el mismo barco!
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Contrarrestando el Entorno antenas parabólicas que globalizaron la comunicación, nuestra anterior programación para adultos parecía ser para niños, dado el deterioro en los valores que mostraban los países que la producían, y lo grave fue que en vez de utilizar nuestra creatividad para competir dignamente salvaguardando los valores que nos habían distinguido siempre, los empresarios de estos medios eclipsados por las enormes utilidades se fueron por el camino fácil d hacerlo de la misma manera que sus “maestros”, arrastrando a la sociedad mexicana completa a un paulatino deterioro, bajo el argumento simplista de que “sólo le dan al pueblo lo que quiere”. Desgraciadamente hoy somos testigos del nacimiento y desarrollo de una nueva televisión mexicana orgullosamente globalizada, cuya estrategia competitiva se basa en transmitir todo tipo de antivalores a través de las insulsas (pero ponderadas por ellos mismos) telenovelas, noticieros deprimentes por su amarillismo, “talk shows” (melodramas arreglados) que sólo tienen la finalidad de mostrar al público las diversas gamas de la degradación familiar y humana, y cómo a través de los gritos, insultos y hasta golpes, estos problemas se pueden resolver dentro de la unida comunidad familiar, así como series de acción norteamericanas en las que irremediablemente el espectador se topa con el arte de matar sofisticadamente, con el infalible sexo, adulterio, consumo de drogas y loas a la homosexualidad. No sería nada remoto que hoy los niños ante la pregunta común de “¿qué quieres ser de grande?” respondan sin titubeos… “narcotraficante” y esto no tendría nada de extraño si nos situamos desde la óptica de un niño que aprende de la televisión que el narcotraficante es un hombre atractivo, enfundado en un traje blanco impecable, rodeado de mujeres hermosas para su entretenimiento y de guaruras ninja a su servicio, quien reside en una enorme y bella mansión en lo más alto de una isla tropical desde la que se traslada a sus oficinas de tierra en un helicóptero o en su yate, vida muy contrastante con la del detective que lo persigue quien no obstante estar casado con una mujer muy bella y ser padre de una niña adorable, se está divorciando por ser demasiado responsable en su trabajo y no poder dedicar tiempo a su familia. Es un hombre aunque atractivo siempre está mal vestido, conduce un auto destartalado y sucio, nunca termina de beber su café o de comer su “hot dog” porque tiene que salir en persecución de los delincuentes, además de que su jefe es un teniente negro que le habla a gritos siempre enojado y en varias ocasiones le ha retirado su placa por ser tan necio en la erradicación del mal. ¿Qué niño en sus cabales desearía ser “el bueno” de la película? Es curioso y sintomático que ante los atentados a las Torres Gemelas en N. Y., por primera vez las autoridades norteamericanas se están cuestionando la proyección de películas violentas que siempre han sido verdaderos seminarios, en los que los espectadores aprenden a hacer el mal. ¿No es acaso inocente preguntarse por qué tantos niños pequeños norteamericanos han disparado sus armas en contra de compañeros de escuela y maestros? ¿O porque desde que nacieron han estado expuestos a la violencia a través de la películas y series? ¿Acaso la lógica más elemental no nos hace imaginar que la exposición continua a estas situaciones de niños que se están formando en la capacidad de discernimiento los esté transformando en seres violentos y desadaptados? No cabe duda que la necesidad de seguridad es la más importante en el ser humano, ya que mientras se sentían a salvo prevalecía la necesidad de lograr mayores niveles de riqueza a través de cualquier medio, incluso a sabiendas del daño que esto ocasionaría irremediablemente a criaturas inocentes. Ahora ante un panorama diferente comienzan a hablar de poner límites. Es un hecho que cuando la necesidad de obtener riqueza es mayor que la sabiduría el desastre tarde o temprano se presenta. Qué triste que la humanidad esté mayormente influenciada por los ricos y no por los sabios. Finalmente debo reiterar que no obstante los avances tecnológicos que le brindan confort a la humanidad, la generación del Siglo XXI no vive mejor que sus abuelos y el deterioro continúa a pasos agigantados. Cada día vivimos más asustados por el entorno que percibimos agresivo. Los medios informativos en su afán de ser los mejores, se encargan de amplificar estos fenómenos brindando un especial interés a la información negativa en el mismo momento en que se produce en cualquier rincón del planeta, lo que genera un estrés permanente en la humanidad, ya que cuando no se está por una cosa se preocupa uno por otra aunque sea lejana y en realidad no le afecte. Es cierto que la violencia ha existido a lo largo de la vida del hombre, pero la gente antes no se enteraba. Vivía tranquila toda su existencia y quizá de repente llegaba una invasión en la que tal vez moría. Hoy sufrimos ¡Por favor… que vamos en el mismo barco!
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Contrarrestando el Entorno inútilmente toda la vida como producto de la información negativa que se actualiza a cada momento y no nos morimos, pero acabamos neuróticos pensando que todos nos persiguen y buscando Ántrax hasta en el desodorante. Bajo estas circunstancias ¿qué joven estudiante va a planear su futuro con entusiasmo? Esto nos habla de que es indispensable trabajar en el sentido de lograr una educación madura de la sociedad, y en esto los medios de todo tipo tienen una gran responsabilidad histórica. Es común que justifiquen sus excesos diciendo que en todo el mundo desarrollado las comunicaciones así funcionan. No obstante ante el desastre humano que vivimos, ¿quién puede afirmar que en estos países se esté actuando constructivamente? Si somos testigos del problema mayúsculo en el que estamos metidos todos, la lógica más elemental nos debe hacer pensar que se necesita explorar cambios antes de seguir adelante, independientemente de que los supuestamente avanzados (en dinero no en sabiduría), estén actuando de esa manera destructiva.
Y Finalmente… ¿Qué? Ante todo este deterioro de la sociedad humana manifestado en una evidente disminución de la calidad de vida, unos por pobres y otros por ricos, no queda más que hacer un alto en el camino y tratar de diseñar y aplicar soluciones. ¿Qué podemos hacer como mexicanos para reencontrar nuestro destino? ¿O acaso tendremos que seguir recurriendo a las Profecías de Nostradamus para tratar de visualizar nuestro futuro? El futuro no se construye con magia sino con acciones decididas y cambios en actitudes ya que lo que vendrá será consecuencia del esfuerzo que desarrollemos en este sentido. Ahora es cuando van a crecer en importancia países como México que si bien son poseedores de arraigadas y hondas culturas plenas de valores, no han destacado económicamente por su falta de desarrollo tecnológico. No obstante esto no nos hace ni menos importantes, ni menos valiosos, ya que contamos con una sabiduría milenaria todavía poco afectada por el materialismo, misma que puede servir como el faro que ilumine el camino de una raza humana menos egoísta y conflictiva. Los países desarrollados nos han provisto de tecnología que ha mejorado el confort de nuestras vidas, ¿acaso los mexicanos no podemos a cambio mostrar el camino de la convivencia pacífica y de la sencillez a los que la han perdido? Yo creo que sí pero primeramente se hace necesario iniciar arreglando nuestra casa, poniendo en ello todo nuestro esfuerzo. Estamos obligados a dejar luchas fraticidas estériles, y ayudarnos a buscar soluciones conjuntas aprovechando nuestras innumerables fuerzas y contrarrestando nuestras debilidades. Es indispensable hacer una tregua para evitar por estupidez y egoísmo sumarnos al deterioro social progresivo de la humanidad. Es obligado entonces que independientemente de nuestra profesión o ideología entendamos que antes de esto, somos mexicanos y terrícolas que vamos en el mismo barco…
¡Por favor… que vamos en el mismo barco!
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