Cap 5 La Cita De Pontoni

  • October 2019
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  • Words: 1,496
  • Pages: 4
El restaurador y la madonnina della creazione

V.- LA CITA DE PONTONI La sorpresa se había apoderado de la casa de Carlo Pontoni cuando recibió la invitación de Beppo Scarampa. Y aunque había hecho planes muy diferentes para esa noche, no dudó en absoluto al confirmar su asistencia al mensajero, quien asintió como si no hubiera sido posible otra respuesta. - ¿Qué pasa querido? –preguntó Eric al verle pensativo, después de haber cerrado la puerta-. - Algo muy extraño: Beppo Scarampa me invita a cenar esta noche. - Pero... –empezó a objetar Eric, viendo que su proyecto de velada acababa de derrumbarse-. - No se puede rechazar una invitación de Scarampa así como así. Si te invita, estás obligado a ir. - Nunca llegaré a entenderos a los italianos –suspiró Eric con evidente resignación- ¿quieres decirme que tendremos que cambiar nuestro programa así, de repente, sólo para darle el gusto a tu amiguito?. Yo no he preparado nada para ponerme... porque supongo que habremos de ir de punta en blanco. - ¡Ay, cariño! –dijo Carlo, acariciando la lampiña mejilla de Eric, quien, a pesar de haber venido desde Suiza a vivir con él desde hacía más de cuatro años todavía se resistía a entender su modo de vida- no sé cómo decirte esto... pero creo que sería mejor que tú no vinieras. - ¿Qué? – farfulló Eric mientras sus ojos se abrían extraordinariamente pidiendo una explicación-. - Me temo que no. Sólo me ha invitado a mí y todo el mundo sabe que cuando Scarampa dice una cosa, no quiere decir dos –sabía que no

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Salvador Bayona

podía explicarle las razones que tenía para desear tanto aquella entrevista- además, recuerda que no has venido ninguna de las otras dos veces que me invitó. - Aquello era distinto, porque yo acababa de llegar y él ni tan siquiera me conocía –Carlo no quiso decirle que Beppo Scarampa lo conocía todo de ellos desde el primer día-, pero ahora... ¿Qué clase de hombre te consideras a ti mismo cuando me abandonas y acudes a la llamada de ese Scarampa como si fueras su perrito?, ¡Y yo que pensaba que había encontrado en ti la protección que necesito!, ¡Qué engañado he estado contigo!. - ¡Escúchame mariquita del tres al cuarto! –alzó la voz Pontoni, fuera de sí- Si tuvieras algo más que plumas en esa cabeza entenderías que nada se compra o se vende en la provincia de Como sin que lo sepa Scarampa. ¿O de dónde crees que consigo todos tus caprichos y lo que servimos en el restaurante?. ¡Todo lo que necesitamos nos lo facilita él!, de manera que si quieres mantener tu nivel de vida más vale que yo le baile el agua a Don Beppo. ¿Lo has entendido ahora?. Sin decir una sola palabra Eric apartó orgullosamente la mirada de los ojos agitados de Carlo, dio media vuelta y atravesó con rapidez la casa, cerrando con un fuerte golpe la puerta que unía sus dos viviendas, las cuales, aunque unidas por aquel pasaje, tenían salida a sendas calles paralelas como primera, aunque inútil, medida de prudencia frente el posible escándalo que provocaría su forma de vida. Inmediatamente Carlo comenzó a escuchar cómo la vajilla se hacía añicos y supo que acababa de comenzar otra de las huelgas de silencio de Eric, durante las cuales se esforzaría en tratarle mal, como solía hacer cuando se encabritaba, pero sabía también que seguramente acabaría cediendo y llevándole consigo a casa de Scarampa, a riesgo de pasar un mal trago. - Es un malcriado –se dijo- pero es lo único que me queda en este mundo de locos-. Estaba seguro de que no había riesgo de perderle, pero aquellas discusiones domésticas, a pesar de disgustarle profundamente, le proporcionaban una sensación de estar vivo como ningún placer lo conseguía y, al final, una cierta ilusión de normalidad que anhelaba desde hacía años, como si Eric Mantin y Carlo Pontoni fueran marido y mujer y no dos maricas amancebados en la fascista Italia, y en un mundo inmerso en una guerra en la que sólo Suiza, o Sudamérica parecían ofrecer la seguridad necesaria para llevar una vida corriente. - 24 -

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¿Y que podríamos hacer nosotros en Suiza? Hace años que Eric no se habla con su familia, y yo tengo todo mi mundo aquí. ¿Cómo íbamos a subsistir? Eric está acostumbrado a unas comodidades que yo no podría darle si no tuviera el casino, y no sé cómo podría renunciar a él. Y sin embargo sé que tendremos que hacerlo, y que cada vez nos queda menos tiempo. Llamaba el casino a una cava subterránea del restaurante que regentaba, y del que Eric era maître, concebida antiguamente como bodega y que ahora había sido transformada en salón de juegos, al que accedían a través de un falso panel de madera determinados clientes seleccionados y, aunque el negocio era ilegal, puesto que las autoridades del régimen no habrían permitido tal movimiento de dinero al margen de los casinos oficiales, no dejaban de visitarlo personalidades como el propio alcalde, policías y numerosos oficiales de permiso, y la mayor parte de ricoshombres que en verano desplazaban a sus familias al lago de Como para descansar y disfrutar plenamente de su aburrimiento. Casi todos ellos debían, o habían dejado alguna vez a deber a Pontoni, y a casi todos ellos Pontoni les había devuelto alguno de sus pagarés en alguna ocasión, de manera que se había asegurado gracias a esta estrategia un cierto grado de bienestar y unas relaciones que, cuando menos, mantenían el casino a salvo de inspecciones inesperadas, clausuras demasiado largas y multas excesivamente gravosas. Pontoni sabía que dependía de Scarampa para el suministro de alcohol del casino y, en general, de todas aquellas exquisiteces con las que asombraba a sus clientes en el restaurante, aunque en su discusión con Eric había exagerado considerablemente su importancia porque, en el fondo de su alma, sabía que algún día necesitaría de Scarampa más que el fruto de su contrabando. En efecto, las patrullas de fascistas, la mayoría de ellas compuestas por niñatos que apenas podían pensar por sí mismos, pero que calzaban una pistola al cinto, habían aumentado últimamente y cada vez les veía rondar con mayor insistencia el restaurante. Hacía apenas seis meses que Eric había sido sorprendido por una de estas hordas cuando paseaba por la Piazza Cavour y únicamente la casual intervención del alcalde, destacado miembro del partido y amigo íntimo de la familia de Carlo, consiguió rescatarle de la brutal paliza. A aquello siguieron tres meses de penosa rehabilitación, durante los cuales el alcalde ganó más dinero que nunca en el casino y Carlo comenzó a darle vueltas a la idea de establecer un plan de emergencia para -

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el que necesitaba a Scarampa. No es que fuera el único contrabandista, pero el respeto que toda la provincia mostraba ante la sola mención de su nombre y el hecho de que le inspirara más confianza para, llegado el caso, llevar a cabo su plan de huida, hacían que Carlo mantuviera sus negocios con él como había hecho siempre. Debido a su posición social como hombre de mundo que le obligaba a mantener contacto frecuente con personas bien consideradas en la sociedad milanesa e incluso romana, pero también con individuos de la más ruin condición, había escuchado historias acerca de las prácticas violentas de otros “proveedores”, pero nunca había oído achacar un muerto, herido, o incendio a Scarampa. Tal vez aquello fuera debido a que nadie se atreviera a hacerlo, pero esto aún confirmaba más el hecho de que él se sintiera más seguro confiando su vida a Scarampa. De hecho, durante la convalecencia de Eric, un acontecimiento le llevó a la plena confirmación de que todo su plan habría de pasar por aquel hombre. Un día, mientras sus empleados preparaban las mesas del restaurante, recibió la visita de un oscuro personaje, el cual dijo actuar en nombre de Carlo Tagliabue, un conocido fascista de Lecco que había hecho una moderada fortuna con suministros del ejército y otros negocios menos evidentes, el cual habiendo oído de la terrible desgracia que recientemente había azotado a su socio ofrecía sus servicios de protección a cambio de cantidades nada desdeñables de dinero que deberían hacerse efectivas al inicio de cada mes. Casi sin comprender lo que estaba haciendo acudió a Scarampa, y llorando le explicó lo sucedido. En aquel mismo momento Scarampa rechazó cualquier compensación por su ayuda y apenas dos días más tarde le hizo saber que no había de qué preocuparse. Rememorar aquellos hechos renovó su valor y, al darse cuenta que ya no se escuchaba más ruido de loza rompiéndose en la cocina prestó atención a los gimoteos que le llegaban débiles. Cogió una flor de uno de los búcaros del vestíbulo y se encaminó hacia la cocina, dispuesto a negociar una tregua.

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