ARLETTE Parece que a la gente hoy se le han pegado las sabanas, son las diez y media pasadas y el comedor esta más vacío que de costumbre. Mauricio, el responsable del comedor, esta más malhumorado que otros días y anda murmurando todo el rato. En la mesa de enfrente, hay un padre con su hijo desayunando. Sus caras no son familiares para Arlette, inquilina de la habitación 119 del hostal de la calle Pinto des de hace unos años, así que no deben ser huéspedes habituales. Arlette tiene sobre su mesa un plato con un bocadillo de queso y al lado una taza caliente del delicioso café que prepara Mauricio. Aún no ha empezado a comer, un pequeño folleto la ha entretenido. Lo lee atentamente, mientras piensa en ir a ver alguna de las obras teatrales que se anuncian. Dobla el folleto y se lo mete en el bolsillo derecho de sus viejos vaqueros. Le da un sorbo al café, que esta todavía ardiendo, y que le quema la lengua. Poco a poco, los otros dueños de las habitaciones van bajando y saludando. Las personas que se hospedan en el hostal no son clientes normales y corrientes de esos que pasan dos noches, como mucho, en una habitación de mala muerte, no. Ellos viven aquí, llevan tiempo en la misma habitación y han hecho de este sitio su hogar. Arlette da los buenos días a Enrique, un anciano muy agradable que conoce desde que llegó. Enrique, era médico, pero hace unos años que se ha jubilado y como es soltero y además no tiene hijos, tomó la decisión de cambiar la forma de vivir que llevaba hasta ese momento. Vino a vivir al hostal, así que ya no gozaba de las comodidades ni de la tranquilidad que años atrás vivían con él. Ahora tenía el justo dinero para vivir, no necesitaba más. Nunca fue un hombre gastador que derrochara su dinero pero, si vivió con algunos lujos y pocos dolores de cabeza. La joven continúa con su desayuno, Arlette ha llevado una vida difícil desde pequeña. Se crío en varios barrios pobres de diferentes ciudades, debido al trabajo de sus padres, hasta que acabo en Barcelona. De padre cubano y madre francesa, siempre ha tenido que buscar castañas allí donde no las hay. Tiene un hermano y una hermana, ambos pequeños que ella. El hermano, Pablo, siempre resulto ser un chaval algo complicado, metido en extrañas situaciones que no le llevaron por el buen camino. Pablo y Arlette han estado, y están, muy unidos. Tienen algo, una conexión especial que les hace congeniar estupendamente. Pablo ha admirado mucho a su hermana y Arlette ha aprendido mucho con él y de él. En cambio, Jaira es distinta. Nunca le importó demasiado la familia y estaba todo el tiempo fuera de casa. Es increíblemente bella y aún, a sus 28 años años, sigue pensando que eso la va a llevar muy lejos. Trabaja como cajera en unos grandes almacenes.
Arlette se retira del comedor y pasa por recepción para abonar el pago del alquiler de la semana. Es lunes, y en la calle la gente pasea animadamente. Es un día claro y primaveral, da gusto estar por ahí rondando. Emprende rumbo hacia la casa de su madre. No queda muy lejos pero en Barcelona ya se sabe, todo cae en la otra punta de la ciudad, así que es mejor coger el metro. Jacqueline vive sola en un pequeño piso de un edificio que se cae a pedazos. Ha vivido ahí desde que llego a la capital catalana. En este lugar ha criado a sus niños y ha pasado muy buenos momentos junto a su difunto esposo. La muerte de Alexis fue una gran pena. Siete meses y medio antes de su muerte le fue detectado un cáncer de pulmón. Esto entristeció mucho a la familia, aunque a Jacqueline no le extraño demasiado. Alexis fumaba, fumaba por el día y por la noche y cuando viajaba a Cuba para visitar a los suyos, no escatimaba en cargar unas cuantas cajas de habanos. Falleció en casa, rodeado de sus hijos y su mujer, aunque, como en todas las cosas importantes, falló Jaira. Vete a saber donde estaba metida en ese momento que llegó apresuradísima a ver a su papito, pero él ya se había marchado. Rompió a llorar, ya que era lo único que podía hacer. Sale de la boca del metro y camina cien metros hasta llegar al piso. Toca el timbre de abajo, Jacqueline tarda unos segundos en responder. Empuja la puerta y se mete en el portal. Es un séptimo, así que lo mejor es coger el ascensor. Ese ascensor siempre le dió cierto respeto, por no decir miedo. Cuando te subes en él, hace extraños ruidos y movimientos y nunca sabes si llegaras sano y salvo a tu parada. Se para secamente y Arlette sale. La puerta ya está abierta y del interior de la casa sale el ritmo de una de las canciones favoritas de Pepo Valdés que solía escuchar su papá. Arlette saluda alzando la voz para que su mamá la oiga. Cierra la puerta y deja su chaqueta y bolso en el sillón. Busca a Jacqueline por la casa y la encuentra en la cocina, seguro está preparando alguna de sus maravillosas comidas para que Arlette se las lleve. Le da un beso y Jacqueline sonríe. Para su edad tiene una buena salud y una gran energía. A veces, tiene momentos en que desvaría un poco y se le va la cabeza. Pablo y Jaira se preocupan por esto pero a Arlette le parece genial y gracioso que su mamá esté un poco loca a su edad. Jacqueline acaba rápido con los fogones, recoge un poco todo aquello con la ayuda de Arlette y después juntas se van al balcón a tomar un rato el aire y a charlar.
Jacqueline escucha con atención a su hija, mientras le explica la posible celebración de una exposición de sus esculturas. Arlette siempre tuvo ese punto de artista. Empezó de muy chica a moldear piezas hasta llegar a convertirse en un trabajo con el que ganar algo de dinero. Arlette pregunta por su hermano, hace unas cuantas semanas que no lo ve ni sabe nada de él. Jacqueline le apunta en un trozo de papel la calle en la que vive Pablo, y además le decora el papelillo con algunos divertidos dibujos. Es una calle con número de puerta y piso. Arlette se alegra porque parece ser que su hermano ha encontrado un lugar para vivir. Su mamá, le dice también, que Pablo ha encontrado un trabajo temporal en una floristería arreglando ramos de flores y esas cosas que se hacen en una floristería. Jacqueline le cuenta a su hija que le ha dicho a Pablo que cuando pueda que le regale un ramo bonito y enorme, mientras se lo cuenta no para de reír. Arlette le da el último sorbo a su vaso de limonada casera y se levanta de la mesa. Va al baño y cuando vuelve su mamá le ha puesto encima de la mesa toda la comida que ha preparado para que se la lleve. Jacqueline no deja de sonreír. Arlette se marcha y cuando va bajando las escaleras de tres en tres, como cuando era pequeña, le da vueltas a lo de su madre. Hoy estaba demasiado alegre, quizá tenga alguna enfermedad pero Jacqueline está feliz. En el portal se encuentra con el cartero que introduce el correo en los buzones. Una vez en la calle decide ir a visitar a su hermano, ya que aún quedan un par de horas hasta la hora de comer. Cuando va a echarle un vistazo al papelito donde tenia apuntada la dirección se da cuenta de que se lo ha dejado olvidado en casa de su mamá. Intenta recordarla y en unos minutos le viene a la memoria la calle. Siempre ha sido despistada, pero por otro lado ha tenido una gran memoria visual que le hace recordar las cosas, como en este caso. Cinco minutos después se encuentra en la puerta 12, desde fuera se oyen todo tipo de sonidos procedentes de las viviendas. Toca el botón del piso primero cuarta. Le responde una voz desconocida y entonces pregunta por Pablo. La voz le abre para que suba y Arlette empuja la puerta que resulta estar un poco dura. Vuelve a subir por las escaleras. Parece un edificio limpio, llega a la puerta y pulsa el timbre. Tardan unos minutos en abrir la puerta y cuando esta se abre, se encuentra a un chico alto y moreno. Le invita a pasar y le dice que espere sentada en el sofá mientras avisa a Pablo. Arlette se acomoda en el sofá rojo que está un poco sucio, bueno, en general todo el piso esta patas arriba. De repente oye como se abre una puerta, se levanta pensando que es Pablo pero del pasillo ve salir rápidamente a una chica rubita con los zapatos de tacón en la mano y que huye apresuradamente del piso dando un bueno portazo. Al rato sale Pablo, colocándose una camiseta blanca. No parece muy
entusiasmado con la visita de Arlette. Se sienta a su lado y le pregunta que qué es lo que le trae por allí. Arlette explica que ha ido a visitar a su mamá, que ha estado con ella y que le ha dado esta dirección. Pablo sonríe. Arlette sigue observando la casa mientras un silencio congela la conversación unos instantes. Arlette rompe ese silencio hablando del estado de su mamá. Pablo responde que no hay que preocuparse demasiado, que desde que Alexis falta, Jacqueline se comporta de otra forma, si, pero que no es grave. Continúan hablando, y Arlette le da la noticia de que pronto hará una exposición con unas cuantas esculturas. Pablo se anima, siempre le gusto mucho lo que hacia su hermana. Arlette, no pudiendo resistir la tentación, le pregunta a su hermano por la chica que salió de su cuarto. Pablo suelta una carcajada nerviosa, se frota las manos y responde que no es más que una buena amiga. Arlette, sedienta, pide algo para beber a su hermano. Este se levanta y va hacia la cocina. Inesperadamente llaman a la puerta. El muchacho de antes sale corriendo para ver quien es. Mira por la merilla y murmura alguna palabrota por lo bajini, que Arlette no puede oír bien. Abre la puerta y coloca un brazo de manera que no se pueda ver nada desde el interior. Estaba claro que hablaba con otro hombre, y que su presencia allí no le hacia mucha gracia al compañero de Pablo. Pablo vuelve de la cocina con una jarra de agua y un vaso vacío. Sirve el agua a su hermana y se acerca hasta la puerta. Pablo permanece callado hasta que el hombre de fuera se altera y parece que quiere entrar dentro del apartamento. De la boca del chico moreno sale algún taco cosa que hace que el otro hombre se altere aún más. Pablo interviene empujando al hombre para que se largue de allí. Cierran la puerta. Pablo y el otro chico intercambian algunas palabras y el muchacho moreno se marcha hacia su habitación. Después de esta situación Arlette se siente un tanto incómoda. Cuando Pablo se acerca a ella, le pregunta qué quien era ese hombre. Pablo cambia el gesto de la cara y responde a Arlette secamente que no le importa. Arlette, guardando las formas y no perdiendo la paciencia por la contestación, le pregunta a su hermano si tiene algún problema. Pablo no responde nada simplemente invita a su hermana a marcharse del piso. Arlette coge sus cosas y se larga de allí un poco cabreada, aun así le dice a Pablo que si necesita algo ya sabe. Al salir a la calle, ve a un tipo sentado en el bordillo de la acera, que cuando ha visto que Arlette ha abierto la puerta de portal se ha levantado de un salto. Arlette se lo ha quedado mirando un segundo y deduce que es el hombre que hace unos instantes estaba en la puerta del piso de su hermano. Sigue caminando. Llega al hostal y ya hay gente sentada en las mesas del comedor, sube a su habitación. Deja sus cosas en una silla que esta junto a la ventana y se lava con agua bien fría la cara para despejarse un poco.
Baja a comer. Ya sentada en la mesa, se levanta y coge de la barra un periódico y piden que le sirvan el menú del día. Va leyendo las páginas del periódico hasta que le traen la comida. En la bandeja, un plato de sopa de calabaza y al lado otro plato con una pechuga de pollo y una manzana para el postre. Arlette come sin levantar la mirada, está concentrada en sus pensamientos. Acaba rápido, dejando media pechuga en el plato. Regresa a su habitación, se lava los dientes y se enfunda en unas mallas grises de esas de estar por casa. Mete la mano en el bolsillo de los vaqueros sacando el folleto del teatro. Lo vuelve a ojear y marca un par de obras. Esta cansada, así que decide echarse un rato a descansar. Intentando coger el sueño se le vienen a la cabeza recuerdos de cuando era chiquita. Recuerda los veranos en Cuba, con sus primos y tíos cubanos. Le gustaba mucho correr por esas calles con las sandalias que su abuelo le hacia cada vez que iba. Su abuelo era artesano y su padre también lo fue; quizá de ahí le viene el gusto por trabajar con las manos. Piensa, también, en las estadas invernales en la ciudad natal de su mamá, Limoger. Allí todo era distinto, era mas tranquilo y mas frío, pero adoraba dar paseos con su mamá y su hermana y entrar en alguna librería a comprar un cuento. Arlette dormía, hasta que unos golpes en la puerta la despertaron. Se levanto y fue a abrir. Era el recepcionista, que había subido para avisarla de que una llamada la estaba esperando. En las habitaciones no hay teléfonos, por lo que tienen que utilizar el de la recepción. Coge el auricular y al otro lado oye música, Arlette saluda y oye la voz de Pablo. Con muchos rodeos, Pablo pide disculpas a su hermana por lo sucedido esa tarde. Arlette ríe y acepta las disculpas. Acaban de hablar quedando para ir a ver un día a su mamá y comer con ella. Arlette vuelve a su habitación, se viste para salir, coge algo de dinero y su chaqueta. Arlette llega al Café Fresois donde ve sentado, al fondo, a Gustavo. Arlette y Gustavo se conocen desde hace siete años. Los une una relación especial, son buenos amigos pero se quieren como algo más. Hubo un tiempo en que estuvieron juntos, viviendo y todo, pero la cosa no acabó muy bien. Arlette le da dos besos en la mejilla y se sienta. Pronto se acerca el camarero y toma nota del pedido de Arlette. Los dos amigos empiezan a charlar y Arlette le habla de algunas obras que pueden estar bien y quedan para ir a verlas. Gustavo escribe, escribe historias realmente buenas aunque no las quiere publicar ni dar a conocer. Arlette tiene la suerte de poder hacerlo y entretenerse así con la imaginación de su amigo. Gustavo también es profesor en un instituto.
Dos horas más tarde, Gustavo tiene que marcharse, así que los dos salen juntos del Café y caminan un rato hasta que Gustavo se para en una droguería. Arlette y él se despiden. Arlette se acerca a la carretera y coge un taxi para llegar hasta la casa de la cultura donde sacara dos entradas para la función del miércoles. Cuando llega, se encuentra con una cola tremenda. Arlette espera un buen rato hasta que llega su turno. Coge las entradas, las paga y sale pitando de allí. Volviendo al hostal, Arlette se detiene ante del escaparate de una tienda de bisutería. Entra y da una vuelta por dentro. Al final acaba en la caja con un bonito collar de piedrecitas verdes que usará el día del teatro. Abre la puerta del hostal, en la entrada hay gente. Deben de estar esperando para hacer una reserva. Arlette se asoma al mostrador y pide la llave de su habitación. Con el albornoz puesto, Arlette se prepara para ducharse. Al salir de la ducha se echa alguna crema para hidratar la piel y se viste con un chándal. Baja a cenar y no se queda mucho rato en el comedor, esa noche solo tiene ganas de ver un rato la televisión y dormir. No se queda como otras veces a charlar con Enrique y los demás. Son las siete y la obra empieza dentro de una hora. Arlette ha llegado tarde, se ha entretenido comprando unos materiales. Se arregla, se pone el collar que se compró y recoge un poco la habitación. Sale hacia el teatro, pero antes tiene que pasar por el cajero para sacar algo de dinero por si después, ella y Gustavo, salen a tomar algo. Arlette llega a toda prisa por la calle y consigue llegar a tiempo al teatro. Cuando llega, Gustavo ya esta allí. Se saludan y ella le pregunta si lleva mucho tiempo ahí parado. Pronto les toca el turno para entrar. Las butacas no van numeradas, así que escogen un buen sitio para sentarse. Arlette va un momento al baño, mientras Gustavo se queda en la sala. Areltte regresa cuando las luces ya se han apagado y la obra esta a punto de empezar. Se abre el telón. Mientras, Jaira llega al hostal donde vive Arlette. Se acerca a la recepción y pregunta por su hermana. El chico le responde que ha salido hace una hora aproximadamente. Entonces, Jaira pide un trozo de papel donde escribe algo. Le tiembla el pulso, tiene los ojos llorosos y la voz entrecortada. Entrega el papel al muchacho y le dice que se lo de urgentemente a Arlette.
Más tarde, el teléfono no para de sonar. El encargado de la recepción se gira para descolgarlo. Vuelven a pedir por Arlette. El joven piensa en lo solicitada que esta esa huésped esta noche. Es Pablo, que deja un mensaje que dice, que Arlette vaya rápidamente a casa de su mamá nada más llegar de donde esté. En el teatro, los aplausos son enérgicos y no cesan. Arlette y Gustavo se visten los abrigos y deciden salir de allí para ir a tomar algo. Llegan a un Pub cercano donde conversan y ríen animadamente. Las horas pasan sin que se den cuenta y entonces llega la medianoche. Arlette decide que ya es hora de marcharse y Gustavo se ofrece para acompañarla hasta el hostal. Juntos pasan por las calles iluminadas, cogidos del brazo por el frío que hace. Al llegar, dan las buenas noches y, casi cuando van a coger el ascensor, el recepcionista avisa a Arlette de los mensajes que le han dejado mientras ella estaba fuera. Se extraña por lo que dicen los mensajes. Entonces pide al recepcionista que le llame un taxi para ir a casa de Jacqueline. No sabe que pasa y la incertidumbre le hace pensar en lo peor. Una vez en el taxi, mira a Gustavo desconcertada y con semblante triste. Toca el timbre insistentemente y tardan un rato en abrir. Sube a toda prisa por las escaleras. En la puerta está Jaira. Sujeta un pañuelo que no deja de mover en sus manos. Arlette no sabe que pensar y se va derrumbando por dentro. En el interior del piso, se encuentra Pablo con la chica de la otra tarde, ambos sentados en el sofá. Jacqueline ha fallecido. No estaba fuerte como un roble como parecía y ya tenía los achuchones propios de la edad. Arlette no parece convencida con las palabras de sus hermanos.
La mamá se ha ido y, ha dejado a sus tres pequeños destrozados, indefensos. Los tres se encuentran ahora en la cama de Jacqueline. Están inmóviles y con lágrimas que caen acariciando sus rostros. Cada uno tiene en sus manos un pequeño sobre con un escrito dentro. En el papel, Jacqueline les ha escrito un cuento que les explicaba antes de ir a dormir cuando eran niños. Cada historia es diferente, como cada uno de ellos. Jaira triste abre el sobre secamente. La pequeña de los tres hermanos está triste porque ha perdido a su mamá pero asume con serenidad que es algo que debía ocurrir. Pablo está deshecho. Su mamá le apoyó mucho en los momentos difíciles y siempre le animó a seguir adelante. Y Arlette, Arlette está helada, no siente las manos. Sujeta el papel mientras las manos le tiemblan. Abre el sobre y lee. Una gran alegría la inunda por dentro al leer las palabras de su mamá y es como si la tuviera delante y ella le leyese esas palabras. Su mamá ya
no está, no la volverá a ver más. En el lado inferior del papel, hay un apunte que está del revés. Gira la hoja y lee. Con esas últimas palabras confirma el estrecho lazo que las mantenía unidas. Arlette sonríe, se seca las lágrimas y coge la fotografía de Jacqueline que está sobre la mesilla .Se la muestra a Jaira y Pablo. Jacqueline sale con una sonrisa de oreja a oreja junto a Alexis. Los tres se quedan embobados mirando aquella bonita imagen. FIN Alba Liébana