Hans Christian Andersen Una rosa de la tumba de Homero
**************** En todos los cantos de Oriente suena el amor del ruise�or por la rosa; en las noches silenciosas y cuajadas de estrellas, el alado cantor dedica una serenata a la fragante reina de las flores. No lejos de Esmirna, bajo los altos pl�tanos adonde el mercader gu�a sus cargados camellos, que levantan altivos el largo cuello y caminan pesadamente sobre una tierra sagrada, vi un rosal florido; palomas torcaces revoloteaban entre las ramas de los corpulentos �rboles, y sus alas, al resbalar sobre ellas los oblicuos rayos del sol, desped�an un brillo como de madreperla. Ten�a el rosal una flor m�s bella que todas las dem�s, y a ella le cantaba el ruise�or su cuita amorosa; pero la rosa permanec�a callada; ni una gota de roc�o se ve�a en sus p�talos, como una l�grima de compasi�n; inclinaba la rama sobre unas grandes piedras, - Aqu� reposa el m�s grande de los cantores -dijo la rosa-. Quiero perfumar su tumba, esparcir sobre ella mis hojas cuando la tempestad me deshoje. El cantor de la Il�ada se torn� tierra, en esta tierra de la que yo he brotado. Yo, rosa de la tumba de Homero, soy demasiado sagrada para florecer s�lo para un pobre ruise�or. Y el ruise�or sigui� cantando hasta morir. Lleg� el camellero, con sus cargados animales y sus negros esclavos; su hijito encontr� el p�jaro muerto, y lo enterr� en la misma sepultura del gran Homero; la rosa temblaba al viento. Vino la noche, la flor cerr� su c�liz y so��: Era un d�a magn�fico, de sol radiante; acerc�base un tropel de extranjeros, de francos, que iban en peregrinaci�n a la tumba de Homero. Entre ellos iba un cantor del Norte, de la patria de las nieblas y las auroras boreales. Cogi� la rosa, la comprimi� entre las p�ginas de un libro y se la llev� consigo a otra parte del mundo a su lejana tierra. La rosa se marchit� de pena en su estrecha prisi�n del libro, hasta que el hombre, ya en su patria, lo abri� y exclam�: ��Es una rosa de la tumba de Homero!�. Tal fue el sue�o de la flor, y al despertar tembl� al contacto del viento, y una gota de roc�o desprendida de sus hojas fue a caer sobre la tumba del cantor. Sali� el sol, y la rosa brill� m�s que antes; el d�a era t�rrido, propio de la calurosa Asia. Se oyeron pasos, se acercaron extranjeros francos, como aquellos que la flor viera en sue�os, y entre ellos ven�a un poeta del Norte que cort� la rosa y, d�ndole un beso, se la llev� a la patria de las nieblas y de las auroras boreales. Como una momia reposa ahora el cad�ver de la flor en su Il�ada, y, como en un sue�o, lo oye abrir el libro y decir: ��He aqu� una rosa de la tumba de Homero!�.