Hans Christian Andersen Pulgarcita
*************** �rase una mujer que anhelaba tener un ni�o, pero no sab�a d�nde irlo a buscar. Al fin se decidi� a acudir a una vieja bruja y le dijo: - Me gustar�a mucho tener un ni�o; dime c�mo lo he de hacer. - S�, ser� muy f�cil -respondi� la bruja-. Ah� tienes un grano de cebada; no es como la que crece en el campo del labriego, ni la que comen los pollos. Pl�ntalo en una maceta y ver�s maravillas. - Muchas gracias -dijo la mujer; dio doce sueldos a la vieja y se volvi� a casa; sembr� el grano de cebada, y brot� enseguida una flor grande y espl�ndida, parecida a un tulip�n, s�lo que ten�a los p�talos apretadamente cerrados, cual si fuese todav�a un capullo. - �Qu� flor tan bonita! -exclam� la mujer, y bes� aquellos p�talos rojos y amarillos; y en el mismo momento en que los tocaron sus labios, abri�se la flor con un chasquido. Era en efecto, un tulip�n, a juzgar por su aspecto, pero en el centro del c�liz, sentada sobre los verdes estambres, ve�ase una ni�a peque��sima, linda y gentil, no m�s larga que un dedo pulgar; por eso la llamaron Pulgarcita. Le dio por cuna una preciosa c�scara de nuez, muy bien barnizada; azules hojuelas de violeta fueron su colch�n, y un p�talo de rosa, el cubrecama. All� dorm�a de noche, y de d�a jugaba sobre la mesa, en la cual la mujer hab�a puesto un plato ce�ido con una gran corona de flores, cuyos peciolos estaban sumergidos en agua; una hoja de tulip�n flotaba a modo de barquilla, en la que Pulgarcita pod�a navegar de un borde al otro del plato, usando como remos dos blancas crines de caballo. Era una maravilla. Y sab�a cantar, adem�s, con voz tan dulce y delicada como jam�s se haya o�do. Una noche, mientras la peque�uela dorm�a en su camita, present�se un sapo, que salt� por un cristal roto de la ventana. Era feo, gordote y viscoso; y vino a saltar sobre la mesa donde Pulgarcita dorm�a bajo su rojo p�talo de rosa. ��Ser�a una bonita mujer para mi hijo!�, dijose el sapo, y, cargando con la c�scara de nuez en que dorm�a la ni�a, salt� al jard�n por el mismo cristal roto. Cruzaba el jard�n un arroyo, ancho y de orillas pantanosas; un verdadero cenagal, y all� viv�a el sapo con su hijo. �Uf!, �y qu� feo y asqueroso era el bicho! �igual que su padre! �Croak, croak, brekkerekekex! �, fue todo lo que supo decir cuando vio a la ni�ita en la c�scara de nuez. - Habla m�s quedo, no vayas a despertarla -le advirti� el viejo sapo-. A�n se nos podr�a escapar, pues es ligera como un plum�n de cisne. La pondremos sobre un p�talo de nen�far en medio del arroyo; all� estar� como en una isla, ligera y menudita como es, y no podr� huir mientras nosotros arreglamos la sala que ha de ser vuestra habitaci�n debajo del cenagal. Crec�an en medio del r�o muchos nen�fares, de anchas hojas verdes, que parec�an nadar en la superficie del agua; el m�s grande de todos era tambi�n el m�s alejado, y �ste eligi� el viejo sapo para depositar encima la c�scara de nuez con Pulgarcita. Cuando se hizo de d�a despert� la peque�a, y al ver donde se encontraba prorrumpi�
a llorar amargamente, pues por todas partes el agua rodeaba la gran hoja verde y no hab�a modo de ganar tierra firme. Mientras tanto, el viejo sapo, all� en el fondo del pantano, arreglaba su habitaci�n con juncos y flores amarillas; hab�a que adornarla muy bien para la nuera. Cuando hubo terminado nad� con su feo hijo hacia la hoja en que se hallaba Pulgarcita. Quer�an trasladar su lindo lecho a la c�mara nupcial, antes de que la novia entrara en ella. El viejo sapo, inclin�ndose profundamente en el agua, dijo: - Aqu� te presento a mi hijo; ser� tu marido, y vivir�is muy felices en el cenagal. - �Coax, coax, brekkerekekex! -fue todo lo que supo a�adir el hijo. Cogieron la graciosa camita y echaron a nadar con ella; Pulgarcita se qued� sola en la hoja, llorando, pues no pod�a avenirse a vivir con aquel repugnante sapo ni a aceptar por marido a su hijo, tan feo. Los pececillos que nadaban por all� hab�an visto al sapo y o�do sus palabras, y asomaban las cabezas, llenos de curiosidad por conocer a la peque�a. Al verla tan hermosa, les dio l�stima y les doli� que hubiese de vivir entre el lodo, en compa��a del horrible sapo. �Hab�a que impedirlo a toda costal Se reunieron todos en el agua, alrededor del verde tallo que sosten�a la hoja, lo cortaron con los dientes y la hoja sali� flotando r�o abajo, llev�ndose a Pulgarcita fuera del alcance del sapo. En su barquilla, Pulgarcita pas� por delante de muchas ciudades, y los pajaritos, al verla desde sus zarzas, cantaban: ��Qu� ni�a m�s preciosa!�. Y la hoja segu�a su rumbo sin detenerse, y as� sali� Pulgarcita de las fronteras del pa�s. Una bonita mariposa blanca, que andaba revoloteando por aquellos contornos, vino a pararse sobre la hoja, pues le hab�a gustado Pulgarcita. �sta se sent�a ahora muy contenta, libre ya del sapo; por otra parte, �era tan bello el paisaje! El sol enviaba sus rayos al r�o, cuyas aguas refulg�an como oro pur�simo. La ni�a se desat� el cintur�n, at� un extremo en torno a la mariposa y el otro a la hoja; y as� la barquilla avanzaba mucho m�s r�pida. M�s he aqu� que pas� volando un gran abejorro, y, al verla, rode� con sus garras su esbelto cuerpecito y fue a depositarlo en un �rbol, mientras la hoja de nen�far segu�a flotando a merced de la corriente, remolcada por la mariposa, que no pod�a soltarse. �Qu� susto el de la pobre Pulgarcita, cuando el abejorro se la llev� volando hacia el �rbol! Lo que m�s la apenaba era la linda mariposa blanca atada al p�talo, pues si no lograba soltarse morir�a de hambre. Al abejorro, en cambio, le ten�a aquello sin cuidado. Pos�se con su carga en la hoja m�s grande y verde del �rbol, regal� a la ni�a con el dulce n�ctar de las flores y le dijo que era muy bonita, aunque en nada se parec�a a un abejorro. M�s tarde llegaron los dem�s compa�eros que habitaban en el �rbol; todos quer�an verla. Y la estuvieron contemplando, y las damitas abejorras exclamaron, arrugando las antenas: