Alonso, Damaso - Antologia Poetica

  • November 2019
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  • Words: 2,291
  • Pages: 13
dÁmaso alonso monstruos (de hijos de la ira, 1944) todos los días rezo esta oración al levantarme: oh dios, no me atormentes más. dime qué significan estos espantos que me rodean. cercado estoy de monstruos que mudamente me preguntan, igual, igual que yo les interrogo a ellos. que tal vez te preguntan, lo mismo que yo en vano perturbo el silencio de tu invariable noche con mi desgarradora interrogación. bajo la penumbra de las estrellas y bajo la terrible tiniebla de la luz solar, me acechan ojos enemigos, formas grotescas que me vigilan, colores hirientes lazos me están tendiendo: ¡son monstruos, estoy cercado de monstruos! no me devoran. devoran mi reposo anhelado, me hacen ser una angustia que se desarrolla a sí misma me hacen hombre, monstruo entre monstruos. no, ninguno tan horrible como este dámaso frenético, como este amarillo ciempiés que hacia ti clama con todos sus tentáculos enloquecidos, como esta bestia inmediata transfundida en una angustia fluyente; no, ninguno tan monstruoso como esa alimaña que brama hacia ti, como esa desgarrada incógnita que ahora te increpa con gemidos articulados, que ahora te dice: "oh dios, no me atormentes más, dime qué significan

estos monstruos que me rodean y este espanto íntimo que hacia ti gime en la noche."

luis garcÍa montero Égloga de los dos rascacielos a javier egea, cómplice de estupor. lamentaban dos dulces rascacielos la morena razón de su desgracia, bajo el sol del invierno. mi ciudad escuchaba en su voz la ineficacia de un amor que vencido por los celos otorga duelo y quita libertad. tú, lector de esta edad, confundido en la masa, que al regresar a casa del trabajo, sin ninguna ilusión, te detienes un punto en la estación del metro, o tú que vuelves con la prensa, triste de corazón, en un sucio autobús sin recompensa; tú, irascible lector, que por la prisa y a causa de rutina ya no sientes querella ni motín, si has olvidado lo sabio que fue ser adolescentes con tentación de amor y de sonrisa, escucha el lamentar desconsolado, el trágico cuidado de estos dos edificios, que perdieron juicios para ganar entrañas y fatiga -a pesar de ser hierro, piedra, vigapor una ninfa ingrata. los olvidos de su dulce enemiga te confian, lector, enternecidos. primer rascacielos yo, que araño este cielo,

que en nubes vivo sin vivir vasallo del trueno enorme y del tremendo rayo, porque con mi pañuelo al sol entre las lluvias doy consuelo; yo que a las soledades de la noche traiciono, pues en ella hago con mis ventanas una estrella y en las ambigüedades de su luz se adormecen las ciudades; yo, espada de cemento, sufro la esclavitud de una princesa urbana, que las calles atraviesa más ligera que el viento, negada más que piedra al sentimiento. de lejos la adivino. como el imán, por entre los letreros, la arruga triangular de sus vaqueros es siempre un torbellino donde buscan mis ojos el destino. su cintura un abrazo, sus senos son dos lágrimas. querría saber por ellos navegar un día, sentir el fogonazo pirata de la piel en su regazo. y de sus labios preso, por el carmin en sangre convertidos, quisiera desnudarme a los sentidos, hundirme en el proceso de la corriente atónita de un beso. pero no me responde, que la detiene sólo su trabajo, camarera nocturna en ese bajo canalla y sucio, donde la oscuridad con mi pasión se esconde. oh juvenil trofeo, esquivo sueño, prisa que desgarra a cuerpos que sostienen en la barra su alcohol y su deseo. mirón el sol, discreto yo, la veo

salir acompañada, muchas horas después, con dos ojeras que valen mil silencios, mil esperas sobre la calle helada, indigna de sus pies la madrugada. y cuando ya se pierde, en la esquina, el amor, temblando y rojo, me regala un momento en el despojo de la ausencia, que muerde por fin cuando la luz se pone en verde. ¿qué amarga tubería podrá encauzar mi llanto agonizante, el triste corazón de un tierno amante, convertido en espía, que muere siempre cuando nace el día? segundo rascacielos teléfonos alertas, sirenas que la luz cruzáis veloces, letreros luminosos, altavoces, carteleras expertas que hacéis negocios y mentís ofertas, yo que acudo al amigo, os pido que cumpláis la penitencia. decidle que es más grave otra sentencia que hay un mayor castigo y ponedle mi caso por testigo. contadle que ella vive en mi planta más alta y que la vida de su casa en mi cuerpo es una herida, que soy su detective, que descubro el amor que nos prohibe, de pronto, sin aviso, cuando advierto en el pecho su calor o la siento cruzarme en ascensor, subir de piso en piso, como quien tiene dentro el paraíso

y a la vez el infierno. suele llegar con alguien, que la besa poniendo en cada labio una promesa de amor, extraño y tierno, por dejarme con daño y sin gobierno. despacio se desnuda. como el náufrago lucha entre ciclones, en su respiración, los dos pezones gritan pidiendo ayuda. su orilla son las sábanas sin duda, pues la veo entregarse, ya teñida la piel de un rojo leve, ya tomados los ojos por la nieve, atarse, desatarse, desde cumbre salvaje despeñarse hasta el hondo remanso que otorga la pasión recién vencida donde flota el enigma del suicida, o el tigre, que ya manso, se entrega cuando halla su descanso. de tanto bien no es mío sino el dolor, la rabia, los desvelos, la bárbara caricia de los celos, el duro escalofrío, la envenenada paz, el extravío. así que cuando al verte, cómplice de estupor, en mal estado y quieras poner fin a tu cuidado invocando la suerte, pidiéndole el reposo de la muerte, por este amor canalla, acuérdate de mí. con mi tortura consuela tu dolida arquitectura, y cesa, olvida, calla, cifra tu dignidad en tu batalla.

final

no la ciudad, sino su reino entero oyéndolos se oculta detenido. por ellos, la firmeza del acero, hecha espuma de mar, ha sometido su corazón de instinto callejero al revolver humano del olvido. confiésame, lector, que también tienes la herida que disparan sus desdenes. amor, soñado amor, tú que has estado en el pecho y la voz de un hombre triste, tú que conmigo vas desesperado, respeta que no dé lo que no diste, que traiga libertad a este rimado por vengarme del daño que me hiciste, a los dos rascacielos indultando de tu cerco, tu ley, tu contrabando. ¡retírate a las nubes más secretas lo mismo que hace el sol! la luz cobarde huye llorando lágrimas violetas. de rosa el horizonte en rojos arde, las estrellas deshacen sus maletas, se le cierran los ojos a la tarde, mientras que vigilando su fortuna, abre los suyos la impaciente luna.

dos poesías de josé hierro. respuesta (de alegría, 1947) quisiera que tú me entendieras a mí sin palabras. sin palabras hablarte, lo mismo que se habla mi gente. que tú me entendieras a mí sin palabras como entiendo yo al mar o a la brisa enredada en un álamo verde.    me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte, hace ya mucho tiempo aprendí hondas razones que tú no comprendes.

revelarlas quisiera, poniendo en mis ojos el sol invisible, la pasión con que dora la tierra sus frutos calientes.    me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte. siento arder una loca alegría en la luz que me envuelve. yo quisiera que tú la sintieras también inundándote el alma, yo quisiera que a ti, en lo más hondo, también te quemase y te hiriese. criatura también de alegría quisiera que fueras, criatura que llega por fin a vencer la tristeza y la muerte. si ahora yo te dijera que había que andar por ciudades perdidas y llorar en sus calles oscuras sintiéndose débil, y cantar bajo un árbol de estío tus sueños oscuros, y sentirte hecho de aire y de nube y de hierba muy verde...    si ahora yo te dijera que es tu vida esa roca en que rompe la ola, la flor misma que vibra y se llena de azul bajo el claro nordeste, aquel hombre que va por el campo nocturno llevando una antorcha, aquel niño que azota la mar con su mano inocente...    si yo te dijera estas cosas, amigo, ¿qué fuego pondría en mi boca, qué hierro candente, qué olores, colores, sabores, contactos, sonidos? y ¿cómo saber si me entiendes? ¿cómo entrar en tu alma rompiendo sus hielos? ¿cómo hacerte sentir para siempre vencida la muerte? ¿cómo ahondar en tu invierno, llevar a tu noche la luna, poner en tu oscura tristeza la lumbre celeste?    sin palabras, amigo; tenía que ser sin palabras como tú me entendieses.

rÉquiem (de cuanto sé de mi, 1957)

  manuel del río, natural  de españa, ha fallecido el sábado  11 de mayo, a consecuencia  de un accidente. su cadáver  está tendido en d'agostino funeral home. haskell. new jersey.  se dirá una misa cantada  a las 9.30, en st. francis.     es una historia que comienza  con sol y piedra, y que termina sobre una mesa, en d'agostino,  con flores y cirios eléctricos.  es una historia que comienza  en una orilla del atlántico.  continúa en un camarote de tercera, sobre las olas  ­sobre las nubes­ de las tierras  sumergidas ante platón.  halla en américa su término  con una grúa y una clínica, con una esquela y una misa  cantada, en la iglesia de st. francis.       al fin y al cabo, cualquier sitio  da lo mismo para morir:  el que se aroma de romero, el tallado en piedra o en nieve,  el empapado de petróleo.  da lo mismo que un cuerpo se haga  piedra, petróleo, nieve, aroma.  lo doloroso no es morir acá o allá...                 requiem aeternam, 

manuel del río. sobre el mármol,  en d'agostino, pastan toros  de españa, manuel, y las flores  (funeral de segunda, caja que huele a abetos del invierno),  cuarenta dólares. y han puesto  unas flores artificiales  entre las otras que arrancaron  al jardín... libera me domine de morte aeterna... cuando mueran  james o jacob verán las flores  que pagaron giulio o manuel...       ahora descienden a tus cumbres  garras de águila. dies irae. lo doloroso no es morir  dies illa acá o allá;  sino sin gloria...                     tus abuelos  fecundaron la tierra toda,  la empapaban de la aventura. cuando caía un español  se mutilaba el universo.  los velaban no en d'agostino  funeral home, sino entre hogueras,  entre caballos y armas. héroes para siempre. estatuas de rostro  borrado. vestidos aún  sus colores de papagayo,  de poder y de fantasía.     Él no ha caído así. no ha muerto por ninguna locura hermosa.  (hace mucho que el español  muere de anónimo y cordura,  o en locuras desgarradoras  entre hermanos: cuando acuchilla

pellejos de vino derrama  sangre fraterna). vino un día  porque su tierra es pobre. el mundo  libera me domine es patria.  y ha muerto. no fundó ciudades. no dio su nombre a un mar. no hizo  más que morir por diecisiete  dólares (él los pensaría  en pesetas). requiem aeternam.  y en d'agostino lo visitan los polacos, los irlandeses,  los españoles, los que mueren  en el week­end.                    requiem aeternam.  definitivamente todo  ha terminado. su cadáver está tendido en d' agostino  funeral home. haskell. new jersey.  se dirá una misa cantada  por su alma.                 me he limitado  a reflejar aquí una esquela de un periódico de new york.  objetivamente. sin vuelo  en el verso. objetivamente.  un español como millones  de españoles. no he dicho a nadie que estuve a punto de llorar.

pablo neruda.

barrio sin luz (de crepusculario, 1923) ¿se va la poesía de las cosas o no la puede condensar mi vida? ayer -mirando el último crepúsculoyo era un manchón de musgo entre unas ruinas. las ciudades -hollines y venganzas-, la cochinada gris de los suburbios, la oficina que encorva las espaldas, el jefe de ojos turbios. sangre de un arrebol sobre los cerros, sangre sobre las calles y las plazas, dolor de corazones rotos, podre de hastíos y de lágrimas. un río abraza el arrabal como una mano helada que tienta en las tinieblas: sobre sus aguas se avergüenzan de verse las estrellas. y las casas que esconden los deseos detrás de las ventanas luminosas, mientras afuera el viento lleva un poco de barro a cada rosa. lejos... la bruma de las olvidanzas -humos espesos, tajamares rotos-, y el campo,¡ el campo verde!, en que jadean los bueyes y los hombres sudorosos. y aquí estoy yo, brotado entre las ruinas, mordiendo solo todas las tristezas, como si el llanto fuera una semilla y yo el único surco de la tierra.

amado nervo una poesía de perlas negras (1898) bellas mujeres de ardientes ojos, de vivos labios, de tez rosada, ¡os aborrezco! vuestros encantos ni me seducen ni me arrebatan. a mí me gustan las niñas tristes, a mí me gustan las niñas pálidas, las de apacibles ojos obscuros donde perenne misterio irradia; las de miradas que me acarician bajo el alero de las pestañas más que las rosas, amo los lirios y las gardenias inmaculadas; más que claveles de sangre y fuego, la sensitiva mi vista encanta bellas mujeres de ardientes ojos, de vivos labios, de tez rosada; pasad en ronda vertiginosa; vuestros encantos no me arrebatan.

octavio paz piedra nativa (de semillas para un himno, 1950-1964) la luz devasta las alturas manadas de imperios en derrota el ojo retrocede cercado de reflejos países vastos como el insomnio pedregales de hueso otoño sin confines alza la sed sus invisibles surtidores un último pirú predica en el desierto

cierra los ojos y oye cantar la luz: el mediodía anida en tu tímpano cierra los ojos y ábrelos: no hay nadie ni siquiera tú mismo lo que no es piedra es luz

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