Cultura, Historia, Filosofía y Arte Año 1 | Número 3 | Otoño 2008
Grupo Cultural Ouroboros
directorio DIRECCIÓ N EDITORIAL & DISEÑ O Adrián Franco Andrés Briseño Manuel del Riego CONSEJO EDITORIAL Rodrigo Alemany Mauricio Chalons Filiberto García Jorge Hinojosa Miguel Mouriño ARTE GRÁ FICO Van Gogh Museum, Amsterdam: portada Jorge Hinojosa: contraportada Luis Gerardo Monsiváis Guzmán: pp. 1, 6, 13, 14, 15, 16, 17, 18 Juan Antonio Monsiváis Guzmán: pp. 4, 5, 7, 12, 19 Mauricio Chalons: pp. 8, 9 Los textos y arte gráfico aquí publicados son en su totalidad responsabilidad de su autores. © Van Gogh Museum © Jorge Hinojosa © Luis Gerardo Monsiváis Guzmán © Juan Antonio Monsiváis Guzmán © Adrián Franco © José Félix Bonilla Sánchez © Adso Eduardo Gutiérrez Espinoza © Rodrigo Alemany © Carmen Izquierdo Álvarez © Mauricio Chalons © Manuel del Riego © Patricia Ochoa Sánchez © Enrique Layna © Andrés Méndez Palacios Macedo © Andrés Briseño Hernández © D.H. Mellhor
Ágora Año 1, No. 3, Otoño 2008 Publicación trimestral del Grupo Cultural Ouroboros. Los artículos no firmados son responsabilidad de los editores. Registro en trámite. COMENTARIOS, SUGERENCIAS Y COLABORACIONES
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Índice 1
OTOÑO 2008
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EMILE CIORAN
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ESCLAVO ALBEDRÍO
por Adrián Franco por Adrián Franco por José Félix Bonilla Sánchez
5 ¿POR QUÉ? por Adso Eduardo Gutiérrez Espinoza 6
VOX POPULI
7
LA PERSPECTIVA CELESTE
por Rodrigo Alemany por Carmen Izquierdo
Álvarez 8
CAMPO DE REFUGIADOS DE KRAVICA: LA BARBARIE DEL OLVIDO por Mauricio Chalons
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CAFÉ LITERARIO
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ADORACIÓN DEL ALMA, CABELLO NEGRO
por
Manuel del Riego 13
CONSIDERACIONES SOBRE LA COTIDIANA MUERTE por Patricia Ochoa Sánchez
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CHOLO
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SÓLO UNA CARTA (2.0) por Andrés Méndez Palacios Macedo
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RÉQUIEM PARA MI ABUELO por Andrés Briseño Hernández
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CAUSAS DE MUERTE EN LA FILOSOFÍA
por Enrique Layna
ARTE GRÁ FICO Luis Gerardo Monsiváis Guzmán (Moroleón, Gto., 1985) Diseñador Gráfico por la UNIVER, Zacatecas. Ha publicado obra gráfica en la revista Puntos Suspensivos (Zacatecas). Juan Antonio Monsiváis Guzmán, Cheto (Celaya, Gto., 1987) Actualmente estudia diseño de moda en la Universidad de Durango campus Zacatecas. Ágora 1
PORTADA: CRÁ NEO CON CIGARRILLO ENCENDIDO (1886) Vincent Van Gogh (1853-1890) CONTRAPORTADA: ÁNGEL (2004) Jorge Hinojosa (Cd. de México, 1975) Lic. en Artes Plásticas por la Universidad de Guanajuato. Ha expuesto obra pictográfica y fotográfica en Guanajuato, Guadalajara y Monterrey, donde actualmente reside.
«La muerte no es nada para nosotros, porque mientras vivimos, no existe la muerte, y cuando la muerte existe, ya no somos» Epicuro (341 a.C.-270 a.C.)
Otoño 2008 ADRIÁN FRANCO
D
ecir que para sabernos vivos sólo basta contemplar el mosaico multicolor de la naturaleza y aspirar su aire impregnado de la savia primigenia, es tanto como afirmar que el sentido de la trascendencia de la vida rebota continuamente entre los muros de la impasible realidad que nos contiene. La búsqueda de su función de ser como condición primordial de la conciencia no puede concebirse únicamente desde la circunstancia que ocupa en sí. Una estricta definición de ser vivo, brindada por Carl Sagan, lo describe como «cualquier sistema capaz de reproducirse, mutar y de reproducir sus mutaciones». En un tono más filosófico que técnico, los griegos proponían que no es mortal quien muere, sino quien conoce y acepta la certeza de su muerte y por lo tanto manifiesta una reacción hacia ésta. Si bien Platón señala una contradicción en el temor humano hacia la muerte (dado que nada conocemos de ésta y por lo tanto el saber infundado acarrea un temor igualmente inconsistente), Aristóteles racionaliza el sentido de la vida ante su temporalidad mediante elementos éticos que no alcanzan a fundamentar una razón más que en el orden universal determinado por un tipo de voluntad divina. Más tarde San Agustín establece el camino de la fe cristiana como ruta racional infalible en la búsqueda del significado del ser, y mil seiscientos años después el existencialismo revierte esta consideración al colocar al individuo en el centro de las decisiones que determinan la función de su propia existencia. Antes que establecer cuál corriente filosófica posee el mayor grado de certeza, es preciso reconocer el afán de trascendencia individual como común denominador entre ellas. No obstante la sugerida intervención divina para avenirnos vida eterna en el establecimiento de un orden universal cuya comprensión no nos será asequible en tanto no hayamos cruzado el umbral de nuestra muerte, lo cierto es que ésta, más que tranquilizarnos, continúa infundiéndonos de latente zozobra. La razón bien podría explicarse en la manera como enfocamos nuestra percepción de la realidad: ¿Vemos al mundo tal cual es, o como de acuerdo a nuestras costumbres y creencias debería de ser? Si el fin último de nuestra existencia terrenal se basa en la búsqueda de la trascendencia mediante las decisiones asumidas, y si éstas a su vez dependerán de nuestra lectura de la realidad, resulta entonces elemental la pulcritud de nuestro juicio en la interpretación de la misma para así adoptar, de manera racional, un equilibrado código de certezas en vez de un cúmulo de mitos infundados para brindar su justo valor a la vida antes que dilucidar el fondo oculto tras umbral de la muerte. Cuestionar nuestras creencias antes que confirmarlas en testimonios de improbable procedencia, concederle al azar el papel que invariablemente ocupa en una serie de eventos cualquiera, dudar racionalmente de nuestros sentidos al interpretar la realidad en tanto que nuestra capacidad de percepción es fisiológicamente limitada, y sobre todo —y en todo momento— evitar la sobre simplificación de nuestros pensamientos haciéndonos de más de una primera impresión de las cosas, son hábitos que más que deshumanizarnos, brindan grados de certeza por encima de lo intuitivo no obstante lo reconfortante que éste pudiera resultar. Las antiguas escrituras nos invitan a creer que «la mejor arma del diablo es el engaño». No olvidemos que, en ocasiones, también lo es de la esperanza.
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Emile Cioran
ADRIÁN FRANCO
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a soledad es insoportable, a solas conmigo mismo, a solas con mis pensamientos.
No sé cómo distraerlos, cómo atontarlos para que no me atormenten. Surge entonces la rabia ante la impotencia, y la agresividad es un pequeño paso que doy en ese estado. Sentirse solo y estar solo no es lo mismo, pero en mi caso, sí, me siento solo aún cuando no estoy solo, pero lo siento mucho más cuando esa soledad es también física. ¿Soy demasiado consciente de la realidad, y los demás viven en un sueño de idiotas del que no quieren despertar (cosa que no les reprocho), o soy yo el estúpido que cree ver demasiado, sin ver nada? Sea cual sea la respuesta, puedo decir que nunca he pedido estar aquí y aún estando aquí, sólo pienso en cómo salir, sin hacer ruido, sin que se note mi ausencia, como si nunca hubiera estado. Y de esa manera, sentir la ilusión de no haber existido nunca.
Tormento
El pesimista debe inventarse cada día nuevas razones de existir: es una víctima del «sentido» de la vida. Fuera de la dilatación del yo, fruto de la parálisis general, no existe ningún remedio contra las crisis del abatimiento, contra la asfixia de la nada, contra el horror de no ser más que un alma dentro de un salivazo. Don Quijote representa la juventud de una civilización: él se inventaba acontecimientos; nosotros no sabemos como escapar a los que nos acosan. Dichosos esos frailes que, al final de la Edad Media, corrían de ciudad en ciudad anunciando el fin del mundo. Poco les importaba que sus profecías tardaran en cumplirse. Podían desmandarse, dar rienda suelta a sus terrores, descargarlos sobre las muchedumbres; terapéutica ilusoria en una época como la nuestra, en la que el pánico, introducido en las costumbres, ha perdido sus virtudes. El prejuicio del honor es propio de las civilizaciones rudimentarias. Cesa con la aparición de la lucidez, con el reinado de los cobardes, de aquellos que, habiéndolo «comprendido» todo, no tienen ya nada que defender. Nadie puede conservar su soledad si no sabe hacerse odioso. Constituye una gran injuria contra el hombre pensar que para destruirse necesita una ayuda, un destino... ¿No ha gastado ya lo mejor de su talento en liquidar su propia leyenda? En ese rechazo de durar, en ese horror de sí mismo, reside su excusa o, como se decía antes, su «grandeza». Si la Historia tuviera una finalidad, qué lamentable sería el destino de quienes no hemos hecho nada en la vida. Pero en medio del absurdo general nos alzamos triunfadores, piltrafas ineficaces, canallas orgullosos de haber tenido razón. Tanto he mimado la idea de la fatalidad, a costa de tan grandes sacrificios la he alimentado, que ha acabado por encarnarse: de la abstracción que era, ahora palpita irguiéndose ante mí, aplastándome con toda la vida que le he dado. Antes se pasaba con gravedad de una contradicción a otra; ahora sufrimos tantas a la vez que no sabemos ya por cuál interesarnos ni cuál resolver. Una naturaleza religiosa se define menos por sus convicciones que por su necesidad de prolongar sus sufrimientos más allá de la muerte.
Silogismos de la amargura (1952)
C
omo una inesperada desgarradura impuesta al fino telar de los sistemas metafísicos y filosóficos, la obra
de Emile Michel Cioran (Rumania, 1911-1995) infunde a la
historia del pensamiento humano —a manera de paradójico rescate en el instante previo a la lucidez de la caída— una loable sensación de agotamiento. Así como Nietzsche anuló la
idea de dios, Foucault criticó la razón teórica del racionalismo cartesiano, Habermas hace lo propio con las tres esferas básicas de Kant —ciencia, moral y estética— en la función de reintegrarlas hacia un positivismo por la emancipación de la verdad en poder del Estado, del mismo modo que Marx concibe a la filosofía como sistema integral armónico sucesor de las religiones, la transición de la filosofía clásica a la modernidad podría sintetizarse en un factor común: la deconstrucción de paradigmas mediante la crítica analítica y su consecuente abolición de la grandiosidad estética. Y es precisamente en este punto, en el umbral indeciso de la posmodernidad en ciernes, donde Cioran toma su lugar en el universo pensante, no como emisario de una panacea ideológica, sino más bien como la llave de una nueva caja de Pandora en cuyo interior, tan oscura y pesimista como el abismo de la deconstrucción de la filosofía, se distingue la contradicción de todo mediante una desmoralización en cuya violenta claridad conjuga la fatalidad de seguir existiendo, con la fuerza vital de una literatura en cuyo estremecimiento nos redescubrimos vivos. Cuando se le cuestionó si estaba en desacuerdo con todo lo acontecido desde 1920, Cioran, lúcido y elocuente, respondió, «No, desde Adán». Maestro del aforismo como forma de expresión proporcional a la agudeza de su pensamiento, a Cioran se lo podría reconocer como una perspicaz contradicción de sí mismo, protagonista clave en la cada vez mayor desavenencia del hombre ante sí y ante su dios.
Ágora 3
Esclavo Albedrío
JOSÉ FÉLIX BONILLA SÁNCHEZ
No conoció su final, no supo del jaque fulminante; pero hubo muchas cosas que sí supo (o creyó saber), entre las que se pueden mencionar las siguientes.
V
«No saben que la mano señalada del jugador gobierna su destino no saben que un rigor adamantino sujeta su albedrío y su jornada» J. L. Borges
ayan al frente; yo permaneceré en la retaguardia para protegerlos. Y luchen con esmero; puede que su vida esté de por medio.
No permitiré que invadan mi espacio, sólo yo debo quedar resguardado en caso necesario; no puede haber más que un rey, de otro modo no sería tal.
Debo infundirles ánimo; al fin y al cabo, cuando mueran ni cuenta se darán. Por otra parte, nunca sabrán que su lucha fue por mí, por protegerme, cuidarme, complacerme.
Aunque no recuerdo cómo es que llegué a ser lo que soy, sé que debió ser algo grandioso, y es esa grandeza la que me hará perdurar. No puedo terminar así, de pronto, como todos ellos. Pobres, lo bueno es que desconocen su miseria; si conocieran la verdad no quiero ni pensar lo que ocurriría.
Qué extraño que así les suceda. Y pensar que probablemente se crean libres; siempre les conmino: «vamos a buscar la libertad», pero no les digo que la hayamos encontrado ya o que la habremos de hallar después. Así son felices, trabajando por mí, luchando por mí, viviendo… —Su Majestad, perdón por sacarlo de sus meditaciones, pero hay un asunto delicado que demanda su atención. —¿Qué sucede? —Están a punto de acabar con todos los del frente. —Pues bien, si así tiene que ser, que mueran con dignidad, con orgullo. —¿Y usted? ¿Qué va a pasar con usted? —No se preocupen, aún hay escuadrones dispuestos a defenderme. Y si ustedes pelean con valor hasta el final servirá de ejemplo para ellos, de modo que, si es preciso, mueran también por mí. —Como ordene Su Majestad. Así me gusta, que no opongan resistencia a mis órdenes. No se preocupen, pronto serán recompensados, sus esfuerzos se verán coronados y su recompensa durará eternamente. —¿Pero qué sucede? ¿Qué escándalo es ese? —Una de las torres que usted mandó levantar ha sido destruida y la otra está en grave peligro. —Pase lo que pase continúen luchando; no hay hacia dónde retroceder. Ágora 4 Ágora
Yo existo por encima de todos, puedo saber lo que está pasando. Ahora mismo puedo ver a ese caballo caer y sé que aquel otro habrá de correr esa misma suerte tarde o temprano, pues para la gloria de uno solo es necesario el sufrimiento de muchos otros, y ellos así lo aceptan con resignación; qué más pueden hacer. Y si se rebelaran contra mí, ¿acaso creen que les espera otra suerte, pensarían que en verdad tienen un aliado, alguien para protegerlos? —Alfiles, ¿quién sino yo les ha brindado ese glorioso nombre y los ha mantenido aquí, en mi cercanía? Ustedes son y serán mis más preciados guerreros, y ahora que todos nuestros batallones han sido destruidos, se los digo: vayan, acaben con nuestros enemigos. Estén tranquilos, pues la reina y yo cubriremos sus espaldas. Helos ahí, obedientes como siempre. Si les dijera «cuélguense por mí» ¿acaso lo pensarían dos veces? Ahora me parece que todo esto sucede sólo para que se pueda manifestar y magnificar mi gloria y mi grandeza. ¡Qué más da la vida de tantos y tantos hombres como ellos! —¡Acaben con los enemigos, mis gloriosos guerreros! Han estado siempre cerca, en cualquier momento podrían convertirse en mis enemigos; de hecho, ya casi puedo considerarlos así. ¡Ah, qué grande soy! ¡Ahora entiendo por qué han de morir! Su hora ha llegado, me siento como si ello dependiera de mí, como si sus destinos estuvieran aquí, en mis propias manos.
¿Qué es la muerte cuando soy yo quien la controla? Me había parecido antes tan grande, pero ahora la he empequeñecido y le digo: toma primero a estos, luego a aquellos, por mi gloria, ¿lo oyes?, ¡por mi gloria!; ¡hasta tú trabajas para mí! ¡Oh, cuánta grandeza! ¡Qué momentos estoy viviendo, qué sensaciones! Pero qué veo. —Mujer mía, lo siento, pensaba librarte pero tú misma has visto que estando más cerca de mí se han lanzado en tu contra. No temas, si mueres, formarás parte de mi grandeza. ¡Ahí caes!, ¿pero qué sucede?, no me ha dolido. ¿Cómo puedo explicarme este suceso inesperado? ¡Ah!, era inevitable; no se consiguen grandes cosas sin antes haber perdido otras. Ahora vienen hacia mí; suponen que me defenderé como los demás, que voy a utilizar mis manos para pelear; ignoran que mi fuerza reside en otro sitio. Seguramente creen que mi lentitud es signo de debilidad. Desconocen que mi poder radica en mi razón. —Acérquense, vean lo débil que estoy. No, no tengan miedo de escucharme, ¿qué les puede pasar? ¿Ríen? Sí, es necesario que, como los demás, piensen que su muerte es meritoria, heroica. ¿Alguien más quiere jugarme?
José Félix Bonilla Sánchez (Jerez, Zac., 1975) Lic. en Psicología por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Publicó Esclavo Albedrío en la revista Res Et Verba (Noviembre, 2007).
¿Por qué? ADSO EDUARDO GUTIÉRREZ ESPINOZA
L
a niña preguntó a su madre en la cocina: ¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué existe la guerra? ¿Por qué el Universo es infinito? ¿Por qué Dios eligió a María y no a
Magdalena? ¿Por qué el cielo es azul? ¿Por qué mi abuela es anciana? ¿Por qué juegas a las luchitas con mi papá en las noches? ¿Por qué los bebés vienen de París? ¿Por qué se llama Jesús el niño Dios? ¿Por qué los ángeles no tienen sexo? ¿Por qué la maestra está bizca? ¿Por qué…? La madre apuñaló varias veces a su hija. En el suelo, la niña preguntó ¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué me duele tanto?...
Adso Eduardo Gutiérrez Esponoza (Zacatecas, Zac., 1988) Estudia en la Unidad Académica de Letras de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Asistió al taller literario de Alejandro García. Su trabajo se ve reflejado en Tiempo mixto y Antología del Equinoccio, publicaciones auspiciadas por la Universidad Autónoma de Guanajuato.
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Vox Populi
RODRIGO ALEMANY
a Rogelio de la Fuente y Orietta
hijo de Pedro de Valdivia hijo de Atahualpa hijo de Lautaro hijo de Tupac Amaru tupac Yupanqui hijo del indio Seatl hijo de Nezahualcoyotl en la hoguera de huesos y cofradías en la ofrenda de tributos al sol inti tupac Yupanqui incahuasi inti dios solar sangriento y efímero hijo de Tlaloc hijo de Huitzilopochtli hijo de Coyolchauqui hijo del tiempo y los abrazos hijo del amor y de la muerte teonanacatl soy un duende azul con capuchón rojo en la hoguera de la vida como charqui fumo la pipa de la paz y me alimento de hortalizas Quitzé jaguar y destierro terreno nuevo Lacalhá lluvia ocelote jaguar y Quetzales ofrendo mi moi a los cinco puntos cardinales ofrendo mi cáñamo a los cinco puntos cardinales ofrendo la hoja de coca a los cinco puntos cardinales diaguita inca alacalufe y mapuche hijo de Pedro de Valdivia dejo mis armas antiguas…
Rodrigo Alemany (Santiago de Chile, 1969) Poeta, en 1995 publicó el libro Viajero No. 5, con Editorial Aldus. Ha participado en distintos encuentros de poesía y ha sido publicado en diferentes revistas literarias de México.
La Perspectiva Celeste CARMEN IZQUIERDO ÁLVAREZ
S
e despertó muy temprano. La luz del día inundó la estancia amplia y desnuda.
Se desperezó suavemente, mientras se miraba en el espejo de la vida e interpretaba gestos aprendidos. Su rostro nada excepcional cobraba entonces una belleza singular, rara y casi perfecta en conjunto con su cuerpo. Se deslizó hasta la ventana y contempló el paisaje quieto, adornado de verdes y azules e irisado de cromatismos indefinidos. ¿Dónde se hallaba? El recuerdo había desaparecido poco a poco; las formas perdían sus contornos hasta convertirse en sustancias maleables. Sólo ella permanecía en medio del paisaje, mirando siempre a través de la ventana, preguntándose por el origen de su pensamiento y de su ser. Se recordaba desde ese mismo instante. Su existencia había comenzado entonces. A l a n o c h e c e r, d o r m i r í a plácidamente; luego ya nunca más recordaría el sueño y su significado. Permaneció sentada durante mucho tiempo, mirando a su alrededor, respirando el aire azul que pasaba junto a su rostro, rozándola, acariciándola y meciéndola en silencio. Deseaba sentirse así siempre. Sin embargo, recordaba un vago sueño que se repetía una y otra vez. Se acarició el rostro y unas lágrimas brotaron de sus ojos. Presentía que el sueño era un imposible y que si intentaba descifrarlo siempre regresaría al punto de partida. ¿Quién soy yo? Yo soy de donde nacen las piedras originarias y el cielo estalla constantemente creando minerales que cruzan el universo buscando un lugar donde morir. Soy el ser que se creó de la nada y fue transportado a una nebulosa vacía que yo llené de vida. Antes, el universo y yo éramos uno. Pero ahora, ¿hacia dónde me dirijo? Soñó que el cielo era una gran tela fuerte, compacta, que se deslizaba lentamente hasta rozar la tierra. Entonces se despertó. No quería sentirse desprotegida, sin un cielo que la cubriera. Pero al poco tiempo volvió a soñar con la
misma secuencia. Intentó asomarse a través del sueño al inicio de la caída de la tela y contemplar las pinzas imaginarias que sostenían el tejido resistente, que ahora caía cada vez más deprisa. Abrió los ojos agitada, movió las manos intentando sujetar aquella tela que caía sin remedio. Comprendió que su posición en el sueño no era la adecuada para llegar al inicio. Había actuado demasiado rápido. Volvió a dormirse y soñó que soñaba en un ser que era ella y que contemplaba el origen de la tela azul. Pero esta vez le asustó la posible visión y se obligó a despertar. Lo intentó de nuevo, dejándose llevar por el ser que soñando soñaba que se elevaba hacia la tela azul, atravesándola, mientras ésta seguía su vertiginosa caída. Sintió un zumbido en los oídos y el corazón le latió muy deprisa. No podía ser cierto. Por un instante intentó regresar al primer sueño, donde todavía seguía cayendo la tela y ella la esperaba aterrada. Pero el segundo sueño le impedía descender. Se sintió estallar y luego dividirse en múltiples seres que generaban otros sueños, y en cada uno de ellos podía observar la caída desde perspectivas diferentes. De pronto, se unificaba en un solo ser y contemplaba el vacío. Al mirar hacia arriba, vio cómo la tela se deslizaba hacia abajo y tras ella muchas otras se disponían a descender. Y todas eran azules y transparentes. Sintió una infinita tristeza. Comprendió que nunca contemplaría las primeras pinzas que sujetaban la tela originaria, el cielo primigenio. Algunas lágrimas brotaron de sus ojos y le despertaron del estado febril en que se hallaba. Sólo podría contemplar un trozo de cada uno de los innumerables cielos. Y se dio la vuelta, por fin, mientras su madre sentía las últimas contracciones. Al salir, lloró desconsoladamente. Ahora sería difícil encontrar la perspectiva celeste. Carmen Izquierdo Álvarez (L´Hospitalet de Llobregat, Barcelona, 1961) Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Ha colaborado para diversas editoriales españolas como redactora y técnica editorial. Actualmente trabaja como especialista en edición para Random House Mondadori, España. Contacto:
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Ágora 7
Campo de refugiados de Kravica
la barbarie del olvido
*
MAURICIO CHALONS
«Odio los cadáveres de los imperios, apestan como ninguna otra cosa» Rebecca West, Black lamb and grey fallen
K
ravica es un pequeño valle enclavado entre húmedas montañas de la República Serbia de Bosnia, donde el frío nos recuerda a cada paso la miseria y abandono impuesto a todos aquellos que padecieron en carne propia la nociva experiencia de la guerra: los civiles. Lentamente nuestros pasos se pierden en la semioscuridad del atardecer. Estremece darse cuenta de que el tiempo parece detenido entre las casas de madera, donde los pobres entregan lo mejor de sí al extraño venido de tierras lejanas, fantasmales en la memoria de la gente, aunque la referencia del nombre de México trae consigo el recuerdo a un abuelo que tiernamente tararea “El rey” y con una sonrisa en los labios pronuncia, entre tímido y cariñoso, la palabra “tequila”, refiriéndose a nuestra bebida nacional como «dobra, súper, ¡muy buena! Un vaso de rakia no sólo da calor —tan fuerte como la bebida nacional de sus primos hermanos rusos, el vodka, y tan eslavo como el mismo—, sino que permite romper las diferencias lingüísticas y culturales, nos brinda la oportunidad de adentrarnos en la cultura de una nación que, a pesar de las visibles diferencias políticas y religiosas, tiene también vicios y virtudes comunes: bebidas como la pivo —cerveza—, la rakia y comidas como el asado de cordero —pecenje (léase “pechenye”)—, el cevap, etc. Aquí uno comprende el viejo dicho de “beber como cosaco”, y se disfruta del deporte nacional tanto de bosnios como de croatas y serbios: el ajedrez. Los niños persiguen al que viene de fuera con una sonrisa en los labios preguntando «kako se zoves?» —¿cómo te llamas?—, seguido de un «dobar dan» —buenas tardes—. Ellos, siempre gentiles e inocentes, nos 8 Ágora
recuerdan la tierna facultad de recrearnos ante lo desconocido, de ser felices con pocas cosas, sólo con un gesto, una sonrisa, un dulce, facultad que los mayores, a veces, hemos perdido irremediablemente en algún lugar y momento de nuestra vida. Como contraste, en todas las zonas visitadas por mí en Bosnia, los niños todos juegan a la guerra, un detalle que no deja de ser desolador. «En esta guerra todos hemos perdido, nadie ha ganado», relata Momir, sobreviviente de la guerra civil que asoló la antigua Yugoslavia a mediados de los años noventa, comentario que a lo largo de la República Serbia de Bosnia y la federación de BosniaHerzegovina he podido escuchar en labios de ex veteranos de guerra y civiles de este país enclavado en la zona de los Balcanes —palabra de origen turco que significa montaña—. Las abuelas relatan con el dolor reflejado en sus rostros la pérdida de un hijo, un nieto, una nuera, los terribles momentos del tener que huir entre las montañas para salvar la vida, el terror de escuchar los lamentos y estertores de aquellos
que murieron camino de su exilio. No queda la mínima duda del sufrimiento que cada familia ha padecido sin distinción de grupo al que perteneciera, pues la mayor desgracia de esa guerra fue, es y será el que todos eran eslavos; aquí no se puede hablar de diferencias étnicas, quien lo mencione no tiene la más mínima idea de lo que habla. En lo físico es casi imposible distinguir a unos de otros; las únicas diferencias que se pueden percibir, por ejemplo, al cruzar la zona serbia, es por los letreros de las carreteras, escritos en cirílico, o cuando nos cruzamos con una bandera bosnia, croata o serbia durante el camino, o por la creencia religiosa que profesan. Cada día que paso en los pueblos y provincias de Bosnia-Herzegovina me recuerda lo afortunado que soy al tener un techo, sin disparos de obuses, morteros o fusiles de asalto kaláshnikov en las calles o paredes de las casas derruidas o a medio reconstruir, de tener agua caliente en el grifo, comida y los diversos servicios que el “primer mundo europeo” me ofrece (aunque no siempre de la calidad que presupone el costo de los mismos). Las familias de Kravica, unas doce o quince en promedio, sobreviven con aproximadamente treinta euros al mes (unos 500 pesos mexicanos), los chicos van a la escuela en condiciones muy difíciles y la gran mayoría de los adultos malviven del cultivo para
* Originalmente publicado por The Billionaire (Octubre-Noviembre, 2008)
autoconsumo, además de la pesca en los ríos, lo cual permite enriquecer un poco la dieta familiar. Mi llegada coincide con el primer cumpleaños del pequeño Mijaíl; los padres del pequeño me invitan a probar un pastel hecho por su tía y a tomar con ellos una Jelen Pivo, la cerveza nacional serbia. No puedo negar que ambas cosas me han sabido a gloria, tanto por su exquisitez como por el gesto de los anfitriones de compartir sus ya de por sí precarias provisiones con un extranjero que, por lo demás, habla muy poco su idioma, pero entre serbio, inglés y francés nos vamos entendiendo, permitiéndome además conocer un poco de la tierna intimidad de sus vidas. El crepúsculo marca el fin de mi estancia en el campo de refugiados de Kravica y el inicio de la segunda parte de mi viaje a los confines de la Serbia profunda y terrible en Bosnia. El destino me depara sorpresas que desde este día han marcado mi vida y mi profesión. Dovidenja Kravica! ¡Hasta pronto, Kravica!
Mauricio Chalons (Tapachula, Chiapas, 1970) Fotoperiodista y poeta, egresado del Club Fotográfico de México. Ha sido expositor en México y Chile, colaborador en diversos medios impresos en México, Estados Unidos, y actualmente en fotoperiodistes.org, en Cataluña, España; es además corresponsal de la revista The Billionaire, en Europa. Contacto:
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Ágora 9
S
i el proceso de conformación de la identidad individual estriba en el cúmulo de experiencias adquiridas conjugado con la cantidad (y calidad) de la información mediante la cual aprendemos a interpretar la realidad que nos rodea, ¿es entonces válido suponer que, además de las condiciones familiares, económicas y ambientales bajo las cuales se desarrolla el individuo, la nacionalidad de éste influye también en su carácter, la visión de nte la duda, el vacío, la búsqueda infructuosa de una entelequia acorde al equilibrio de una sí mismo y su confianza? Somos seres sociales, y como tales, el instinto de pertenencia tribal sistematizada racionalidad, surge un paréntesis autocontemplativo en el que, más que afirmar o de los primeros grupos humanos perdura hasta nuestros días manifestado en núcleos descartar una definición reconfortante del ser, es el hueco mismo quien se nos presenta como la antesala concéntricos que bien pueden clasificarse desde lo familiar hasta la identidad colectiva de la hacia la búsqueda de una respuesta a nuestra condición estrictamente individual, libre y escéptica, nación a la que pertenecemos (sin dejar de lado aspectos económicos, de raza, cultura, inmune a códigos éticos que sugieran el cimiento y cúspide de una virtud moral concebida fuera de los religión, etc.). Si bien la personalidad individual se va desarrollando a partir de nuevas límites de la capacidad de elegir. Antes que heredar una verdad para vivir, es preciso adoptar una idea en experiencias, también es cierto que existen elementos heredados que resultan igualmente sí misma verdadera para quien se halle dispuesto a abrirse un camino propio en vez de andar la senda determinantes en la escala de valores personales. Traslademos la atención a aquellos delimitada por modelos morales llamados por costumbre universales, aún cuando no fueron diseñados elementos correspondientes a la historia que precede al país al que pertenecemos, e ni especificados para hacer del individuo juez ante su diferenciación rigurosamente personal del bien y infundamos de ésta al carácter colectivo de los ciudadanos; veremos entonces que las del mal basado en la sumatoria de los diversos factores de su experiencia de vida. La elección moral, características esenciales de la historia pasada, remota o reciente, posee una determinada entonces, toma su lugar en el conjunto universo de posibilidades del libre albedrío, y así, por más influencia sobre los pilares que sostienen la identidad individual, creando así características subjetivo que pudiera parecer el propósito ideal por el cual un individuo está dispuesto a vivir (o incluso comunes que, en su conjunto, constituyen la identidad predominante de los pueblos. Así, los a morir), el juicio sobre éste carece de trascendencia si sólo se le aborda desde el ángulo de un observador hijos de una nación conquistadora heredan el cariz de conquistadores, tal como en la infancia inmóvil, ajeno del sentido primordial de la voluntad del otro. Son estas cuestiones las que inspiraron el seguimos el modelo de conducta del círculo inmediato al que pertenecemos. De igual modo, movimiento filosófico más influyente de los siglos XIX y XX, si bien, desde Platón, una historia nacional de derrota, nociones en pos de la perfección moral han sido puestas sobre la mesa de la traición y deslealtad conlleva discusión del sentido ontológico del ser humano. ¿Y nuestro tiempo? Cuál es el pesimismo y desconfianza en el sentido de la búsqueda existencialista para una sociedad moderna, tecnificada, carácter de sus herederos demandante, ávida de ofertas para elegir en un caldo de cultivo donde la libertad de (predispuestos, además, a repetir la pensamiento y elección, más que un objetivo, fungen como un bien, es decir, la misma historia). Partiendo de la idea lucha por ser se desarrolla con mayor ahínco en la arena del tener. La respuesta, tal de que a la patria se la considera un como lo proponen las diversas corrientes existencialistas, se encuentra en el arquetipo de virtud para exaltar el individuo y lo que éste decide hacer con su propia libertad, en tanto sea conciente y orgullo ciudadano, ¿es sano infundirle responsable de sus fundamentos, sus motivaciones y los alcances de sus de un cariz incuestionable cuando la consecuencias, y es quizá ésta la variable indicada para predeterminar el valor historia que precede a ésta influye en ontológico del tejido social contemporáneo: en un mundo saturado por información el carácter de sus individuos, que a su a la que es posible acceder con —literalmente— tan solo extender la mano, vez es determinante en los ¿estamos dispuestos a asumir el grado de responsabilidad implícito en el mecanismos de convivencia social en conocimiento de todo ello? los cuales se desarrollan? Si pudiéramos elegir en vez de heredar la identidad de nación a la cual pertenecemos, seríamos quizá más cuidadosos en juzgar la historia y sus protagonistas, tal como en la vida adulta juzgamos también a nuestros isto a sí mismo como una entidad no transitoria, sino perdurable, el ser humano, de manera padres. No podemos elegir el lugar del sistemática en cualquier época y geografía, ha depositado la finalidad de su existencia más mundo en el que habremos de nacer; el allá del umbral de su tiempo y circunstancia física; proyecta no sólo el sentido del ser más allá reto, sin embargo, estriba en ser de las barreras del mundo terrenal; concibe también mecanismos en cuya función reside una capaces de construir un presente que promesa compensatoria contrapuesta a las vicisitudes acumuladas a lo largo de su vida. Al paso redunde en el legado de una historia de la historia de las civilizaciones hasta nuestros días, la relación intrínseca entre el individuo y acorde al ideal social de una identidad su propia muerte ha quedado supeditada, y en algunos casos hasta institucionalizada, a la patriótica virtuosa, congruente y tradición espiritual que le compete y a pesar de las nulas evidencias (estadísticamente verdadera. despreciables) sobre cualquier posibilidad de prolongación de la conciencia más allá del mundo físico. Sea un paraíso, un infierno o la cíclica reencarnación del alma, ninguna de estas posibilidades puede dejar de considerársele como algo distinto a una antigua tradición que, no obstante haber perdurado milenios, sería una equivocación considerarlos verdaderos sin contar antes con evidencias claras que sustenten dichas tesis por el simple hecho de representar una forma antigua de pensamiento. Hipótesis reconfortantes diseñadas para brindar alivio, no certeza, ante la anunciada finitud de nuestra existencia, no hacen sino trasladar a un espacio intangible el propósito de la existencia misma. No cabe duda que una buena parte del instinto de supervivencia del ser humano estriba en el manejo emocional de la inminencia de su muerte, y que el uso del mito como paradigma universal ha probado su efectividad en el plano individual y comunitario, en tanto su fundamento esté basado en la promesa de una vida mejor. Sin embargo, ¿no es ésta una forma de despreciar el mundo y la vida misma, lo que tenemos por seguro aquí y ahora? Si son el mito y la tradición espiritual medios para aliviar la inminencia de un destino despreciado, su finalidad fundamental se circunscribe entonces en la sola tarea de intuir el sentido oculto del instante de la muerte. Quizá, desprovistos de influencias culturales y costumbres religiosas, la búsqueda individual del significado de nuestra existencia se enfoque hacia la vida misma: Decidir con plena libertad para qué vivimos y lo que haremos con el tiempo que dispongamos de vida, bien puede resultar en una experiencia trascendental en la que la muerte juegue un papel igualmente primordial, pero en un terreno secundario.
Existencialismo y vida moderna
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Café iterario
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La muerte
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Patriotismo y globalización
Plaza Principal #10 Altos C e n t r o H i s t ó r i c o J e r e z , Z a c a t e c a s http://foro_cafe.blogspot.com
Adoración del Alma
MANUEL DEL RIEGO
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a delicia de tus besos cesa, las caricias de tus dedos ya no tengo, la confusión regresa a mis sentidos, tú regresas a la ausencia.
Palabras que te dije con mensaje cierto, las recibes con lectura errónea.
Para amarte sé que sólo tengo lo que siento. Lo que digo no es congruente con lo que tú aprecias. Yo pensé que no soy macho y lo sostengo, es la forma en que elaboro mis mensajes, la que ha hecho que percibas lo que no pretendo.
Cabello Negro
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abello negro, manos de seda, ojos que hablan lo que los labios callan.
Administras lo que sientes, no dices lo que piensas. Pactas distancias y ahorras malestares… Corazón cicatrizado dices. Yo creo que está sangrante. Ojos desgarrados por el sudor del llanto, humedales del alma, cantos mudos, añoranzas ciegas… Y tú no estás conmigo.
Manuel del Riego Mexicano
Consideraciones sobre la cotidiana muerte
PATRICIA OCHOA SÁNCHEZ
«Cada instante de la vida es un paso hacia la muerte» Pierre Corneille
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ntre la multitud vi a una mujer diminuta, débil y encorvada que apenas y podía respirar en su asiento, tenía media cara cubierta por una máscara conectada a una toma de oxígeno del servicio de urgencias del Seguro Social. No había camillas disponibles esa noche; el servicio estaba saturado y los médicos caminaban de un lugar a otro con cinco o seis pacientes en la cabeza. A pesar del medicamento que una de las enfermeras añadió al gas que respiraba, el semblante de la mujer no lucía nada bien, sus labios seguían azules, sus ojos perdidos, su aliento agotado. En aquel entonces yo era una estudiante, me encontraba realizando mis prácticas clínicas y sólo obedecía órdenes. De pronto oí una voz, nunca supe de quién fue: «Doctora, tome un electrocardiograma a esa paciente», acto seguido pedí ayuda a la enfermera para trasladar a otro paciente a una silla y dejar libre la cama donde acosté a la mujer. Mientras colocaba los electrodos en su pecho, la paciente me tomó de la bata con una energía violenta que no me explico de dónde sacó, me jaló fuertemente hasta que quedé a unos cuantos centímetros de sus ojos y me dijo gritando: «¡Doctora, me estoy muriendo!» Cayó inconciente. En sus ojos, fijos y abiertos, no había otra cosa que certeza. Varios médicos se apresuraron, realizamos todas las maniobras de reanimación conocidas pero la muerte fue inevitable. Me quedé observándola, parecía anciana, aunque en realidad nunca supe si lo era. Tal vez la muerte le llegó de golpe transformando sus facciones en poco tiempo. Noches enteras después del suceso continué viendo claramente los ojos de esa mujer. Repasaba una y otra vez los hechos: su diagnóstico inicial no era correcto. ¿Qué doctor la vio primero? ¿Qué fue lo que sucedió? ¿Qué pude haber hecho por ella? Lo único que pude asertar fue que bajo ninguna circunstancia desee que muriera, sólo quería ayudar, pero nada de lo que yo pensara cambiaría el hecho; luego consideré que si la paciente no hubiera estado ahí, igual hubiera muerto en
algún otro lugar. Lo que me conflictuaba era considerar que tuve la oportunidad de salvar su vida y no lo hice, un ego que constantemente nos invade en esta profesión. Como médico he presenciado la muerte de muchas personas en diversas circunstancias, conozco a innumerables médicos que viven una lucha constante contra la muerte, como si ésta en verdad pudiera evitarse y más aún, como si un médico poseyera ese poder. Escucho comentarios continuos de personas que me preguntan, ¿cómo manejas la culpa cuando se te muere un paciente?, y yo respondo que he acompañado a muchos en el proceso de su enfermedad y los he visto sanar, y también he estado ahí cuando otros pacientes mueren, y en ninguno de los dos casos he sido yo la causa del hecho en sí, ni culpable ni héroe. La situación puede ser la misma, pero la percepción es distinta, existe una gran diferencia entre ayudar simplemente en lo que uno puede, o sentir que se debe tener el control absoluto de la situación; por eso la muerte llega de improviso, en ocasiones, contra todo pronóstico médico, y viceversa. La vida también toma por sorpresa a muchos moribundos, si no ¿cómo se explica el hecho de que ante dos pacientes del mismo sexo, edad, diagnóstico, igual tratamiento y en general bajo las mismas circunstancias, uno viva y otro no? El médico no realiza ni más ni menos en cada caso, y la familia de un paciente lo considera salvador por hacer exactamente lo mismo por lo cual los familiares del otro lo llamaron asesino. Entonces, ¿no resulta un tanto irónico suponer que el médico tiene en sus manos el poder de la vida? Creo que existe un concepto erróneo en muchas personas, e incluso en los mismos médicos; la vida no está en nuestras manos, nunca lo ha estado. Es cierto que la negligencia médica existe, lo mismo que el homicidio en las calles. Una persona le puede quitar la vida a otra, pero aún así he comprobado que cuando esa persona debe vivir, vivirá con, sin, y a pesar del médico. He visto personas salir caminando
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por la puerta del hospital después de recibir 11 balazos en el tórax, y he visto morir a gente con una sola bala en la misma región; he visto negligencias médicas que no tienen repercusión alguna en la mejoría del paciente, y excelentes manejos que no bastan para preservar la vida. En ocasiones se realizan exhaustivos protocolos de investigación para determinar las causas exactas de una defunción, y siempre existen casos que se salen de todo parámetro y explicación científica. Existe un abismo infinito de posibilidades, la medicina no es ni será nunca una ciencia exacta, y menos cuando intenta explicar la muerte y sus razones. La muerte no se puede limitar a una definición, es más compleja, se puede estudiar lo que existe alrededor de ella y sus posibles causas, se han desarrollado medidas paliativas físicas, sociales y emocionales para el control del dolor, y específicas en la atención del moribundo, fármacos especializados en pacientes desahuciados para brindar una mejor calidad de vida el tiempo que ésta dure, se puede también ayudar a la familia del fallecido durante el duelo, pero nunca se tendrá un control sobre la muerte, pues ésta no se encuentra sujeta a una ciencia ni al tiempo; es lo único seguro que tenemos al nacer. Mientras algunos tratan de provocarla, otros le temen, la retan o la evaden, algunos creen burlarla, otros intentan a toda costa llegar sanos y salvos a las cercanías de su final, pero todos mueren tarde o temprano. Y por más cerca que esté uno de la muerte y se enfrente a ella constantemente, ésta seguirá siendo impactante. Independientemente de las creencias o ideologías que cada persona tenga sobre lo que hay o no después de la vida, la muerte en sí seguirá siendo un terreno desconocido. ¿Qué sabes tú de la muerte?, me pregunté cuando me disponía a escribir estas líneas, y la respuesta fue y sigue siendo la misma, creo muchas cosas acerca de ésta pero la realidad es que nada sé; es un absoluto misterio.
Patricia Ochoa Sánchez (Guadalajara, Jal.) Es Médico Cirujano por la Universidad Autónoma de Guadalajara. Actualmente cursa la Maestría en Cirugía Estética.
ENRIQUE LAYNA
Cholo
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o quería mucho. Cuando se es un solitario uno se aferra a lo único que tiene. Cholo era mi perro. Hijo de Laura y de Ramón. Laura era una labrador negra, llegó con Heike de Alemania, Ramón por su parte era un mestizo mexicano, claro: un perro corriente. Cuando preñó a Laura, me ofrecieron un cachorro. Me pareció buena idea. La camada fue de seis perritos. Yo escogí uno café como el papá, pero antes del destete desapareció en los amplios terrenos en los que se ubica la casa. Eran terrenos sin divisiones físicas, compartidos con otras familias, con otros perros llegados de quién sabe dónde, y eran además el territorio por donde circulaban los coches de todos; quizá terminó bajo las llantas de alguno. Su cadáver nunca fue encontrado. Tal vez se lo comieron los gatos, o las ratas o los otros perros; aunque dicen que no se comen entre ellos pero ya con hambre quién sabe. Me deprimí. Era una época en la que nada me salía bien. Me pareció un mal augurio. Como el buen infante que sigo siendo le llamé a una amiga para que me aconsejara. Ella me dijo que los otros cachorros seguían necesitando de alguien que los adoptara y cuidara. Me siento ridículo contando esto pero así ocurrió. Me convenció y escogí uno negro como su madre. Cholo: un ladrador. Se desarrolló bien y casi todo fue perfecto si exceptuamos su lento aprendizaje, en especial lo referente a que mi pequeño departamento no era un gran baño donde podía orinar y defecar cada treinta minutos sobre camas, alfombra y sillones. Otra situación desagradable la pasamos cuando a los cuatro meses enfermó. No quería comer, respiraba con dificultad y después de unas horas ya casi ni se movía. El veterinario diagnosticó envenenamiento. No era descabellado: el vecino de la planta baja ponía veneno para ratas en los jardines cercanos al edificio. Con lo goloso que siempre fue el hijo de Laura, seguramente se tragó algo que le pareció un manjar aderezado con raticida. Luego de dos días y dos noches en vela se recuperó.
Ya no voy a aburrirlos con las aventuras que vivimos durante dieciséis años: sus peleas, sus novias, su miedo al mar que descubrimos cuando me lo llevé a Tecolutla, su difícil relación con la gata de los del 104. Tampoco detallaré cómo un taxi le fracturó la pata trasera izquierda, ni su coprofagia que lo empujaba a ser fan de las vacas de los alrededores de la unidad habitacional. Las adoraba, como los hindúes. En su madurez y durante sus últimos años siguió siendo un perro sano. Cholo murió de muerte natural.
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No es mi intención asustarlos con mi relato; sólo cuento esto porque necesito dejar el testimonio. En especial porque me considero un escéptico frente a la idea de una vida más allá de nuestro entorno material. No creo, o creo que no creo en el espíritu o ánima, más que como una manifestación de complejos fenómenos físico/químicos en el cerebro. ¿Nuestra conciencia de ser?, algo que desaparece cuando terminan nuestras funciones vitales. Sin embargo, anoche, mientras trabajaba con la computadora en el cuarto, percibí un silencio profundo. Le hablé a Cholo quien se había quedado dormido en la sala. No acudió a mi llamada. Era raro, así que salí del cuarto, me encaminé a la estancia y lo encontré en la alfombra. No me sorprendió comprobar que ya no respiraba, ni sentir su cuerpo frío. Lo abracé y lloré en silencio. Decidí enterrarlo al día siguiente en los terrenos donde pastan sus amigas. Como a las tres me fui a acostar, aún sin sueño. Luego de un rato escuché sus pisadas, inconfundibles sobre la loseta vinílica del piso. Fue a la cocina, oí su lengua chasqueando con el agua de su bebedero. Después enfiló por el pasillo hacia mi cuarto. Entró y llegó hasta mi cama. No quise voltear. No tenía miedo, pero me imaginé que era parte del trato. Verlo habría sido excesivo quizá. Subió a la cama, sentí su peso sobre el colchón; junto a mis pies como acostumbraba hacerlo. Mis lágrimas silenciosas emergieron de nuevo. Mi amigo regresó a despedirse de mí.
Enrique Layna (Cd. de México, 1965) Estudió Periodismo en la UNAM pero no lo ejerce, vende joyería de plata para sobrevivir. Ha publicado algunos artículos en modalidad de freelance en periódicos como el desaparecido El Nacional y en Milenio. También fue redactor de la revista Poster Rock Power. Ha tomado talleres de narrativa con Doris Camarena, Ricardo Bernal, Edmée Pardo y Guillermo Samperio. Publica irregularmente su periodiquito de No-verdades El hijo del ajolote con sus textos, cuyo tercer número está próximo a aparecer, también participó en las antologías Cupido negro, cuentos de amor y desdicha, Homenaje a Bukowski y El amor en cada esquina, todas publicadas por El Café Literario Editores. En internet Axxón le publicó algún cuento y el portal Los forjadores hace poco dio a conocer otros dos de sus relatos de factura reciente.
Sólo una carta (2.0) A.M. : P.M.
«Envy is the bond between the hopeful and the damned» Pink Floyd
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e fascina que me amenaces con quererte suicidar y no es que no te crea, yo te sé capaz. Pero me das una increíble sensación de poder: yo mantengo latente tu hilo de plata, sólo yo decido entre tu muerte y tu vida. Si te digo «te amo», aunque no me creas, quedarás complacida, dejarás tus pataletas sobreactuadas y vendrás a recostarte a mi lado. Y si digo «mátate», te irás con tu rabieta contenida mientras me complazco con la idea de que obedecerás. Por eso te tengo aún a mi lado, porque con tus desplantes me entregas tu vida. Hay días en que saboreo la idea de tu muerte. No porque ya no soporte tus delirios, sólo es curiosidad; el morbo atrayente de verte caer. Me tumbo en el suelo haciéndote compañía, junto a tu cuerpo inerte —te abrazo, tú lo haces también— y yo mientras tanto, impávido, mirando a la nada del techo con sus eventuales carcomidas. Resulta entretenido pensar si este gesto proviene del ocio, del amor o de la hipocresía, porque bien se sabe que fingir pena, así como su contraparte, la caridad, es bien aceptado en sociedad. Y tengo tanta ansiedad de saber el por qué de mis reacciones que hasta ganas me dan de ayudarte en tu fúnebre labor. ¿Y si descubriese que mis actos surgen de la más profunda visceralidad? Sería sublime encontrar el amor entre tu sangre; el amor que existió hace años, el que enterraste hace tanto tiempo entre tus huesos. Pero han pasado muchos otoños, sus hojas han caído sobre los dos, haciéndonos este par de personajes con el script de un sacrificio mutuo y continuo. No sé por qué seguimos juntos y aún así, todavía te quiero a mi lado. Cuando te veo, siento envidia. Tú, que te puedes desconectar del mundo y andas desnuda de alma y cuerpo. Sin horarios, sin tráfico ni estrés. Todo lo que haces es vivir en tu sufrimiento, gozar tu locura. Andas gimiendo por toda la casa sin que nadie te reclame, gritas sin apenarte. No hay reglas en tu mundo. No hay mundo en tu mundo. Ni gente, ni absurdos sentimientos que te vinculen a los demás. Libre, vives libre y con libre demanda de antidepresivos. Mas sé que aún con mi enfermedad, el terrible padecimiento de la cordura, tú también me envidias. Te encantaría regresar al sometimiento de ser “damita de sociedad”: a las tardes de café con tus amigas y a las compras de outlet; al esclavizante mundo de los niños y su infinita voluntad de pedir todo. A las tardes de sillón y televisión, a la comida dietética para mantener la línea, y a los jueves de spa. Y cuando me envidies, te dominaré, con todo y tu esencia libre y tu ser superior. Sé que tú también me sometes y eso es mejor. No todos pueden jugar el mismo día el rol de rey y súbdito. Tal vez por eso nos seguimos sentando juntos en el jardín todas las tardes de regreso de mi trabajo con las manos accidentalmente entrelazadas.
Andrés Méndez Palacios Macedo (Cd. de México) Oriundo de la Candelaria en Coyoacán, empezó su trabajo como escritor dentro de las extintas publicaciones Inesperada Fuga y en el periódico Nosotros. Condujo la cápsula cultural Fuga Auditiva dentro del programa Cambiemos Juntos. Pertenece al consejo editorial del colectivo Café Literario. Ha publicado también en las revistas Cinecartelera, de Cinépolis, Cinefilia y Revista del Café Literario; en los libros: Homenaje a Bukowski de la colección La Tanda Literaria y El amor en cada esquina, Coedición del Café Literario, Ars Ludis y Serendipia, Revisteros. Actualmente compila el trabajo de poesía colectivo http:/Poesía Cero en coedición con Generación Espontánea.
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Réquiem para mi abuelo ANDRÉS BRISEÑO HERNÁNDEZ
I Hoy hace una semana y un día que no escribo. Hoy lo hago mientras escucho un trueno que grita el cielo. Hoy hace 9 meses y 22 días que murió mi abuelo y aún tengo lágrimas para él. Más que mi abuelo era mi padre: ¡Es que me duele como un padre, como un hijo, como un brazo, como un dedo! Mi abuelo murió en un hospital, en una cama fría. Yo quisiera que hubiera muerto entre flores, entre piedras de río, entre mazorcas, entre espuma. Quizá, si no lo hubiera visto tendido, cubierto por una sábana, no tendría este nudo en la garganta. Quizá, si no lo hubiera besado en la frente, me sentiría vacío, amargo, árido.
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II La casa de mi abuelo ha cambiado. Cambió con su muerte, pero también estuvo cambiando durante toda su vida. No sé. Tal vez nunca hubo una casa, sino una mera mezcla de ideas que se fueron compactando hasta dar con esto: un lugar que apenas nace. Hay un antes y un después tras la partida de mi abuelo. No es solamente un Pedro Hernández vivo y un Pedro Hernández muerto. Es un abuelo tangible, el que anduvo por el mundo, y otro revestido de recuerdos, el que anda entre los corazones, entre las ideas y el sentimiento. A este último lo veo en cada cosa que toco y que veo aquí en Sarabia. Lo huelo en las papas de mi abuela, en su corral ahora sin vacas; lo siento en todas partes: en su cuarto, en su taller, en su camioneta roja. Le lloro en su perro el Fierros que recién se ha muerto de tristeza.
III Mi abuelo es dulce y bueno como el pan de azúcar. Es la raíz, el principio, el pilar donde descansa su descendencia. Nos aferramos todos a la columna, la abrazamos con nuestros pobres brazos. La detenemos también para que no caiga. Pero no es necesario. Podríamos desmoronarnos todos como un adobe, y él seguiría erguido como la cantera. Mi abuelo es dulce y bueno como el pan de azúcar. Claro como una fuente, presente como esta casa que apenas descubro. ¿Dónde están el árbol del patio, la cocina vieja, el billar, los futbolitos, tus perros el Fierros y el Caminante? Todas esas cosas eran mi abuelo, pedazos de su cuerpo. Ahora hay otra cosa, otro espacio, nuevo y desconocido, que lo ha traído mi abuelo el del recuerdo. Habrá que empezar a vivirlo, a conocerlo. Habrá que querer lo nuevo y lo viejo. En uno y otro, para siempre, persistirá el sabor a pan de azúcar, a luz, a vida, a cielo.
Andrés Briseño Hernández (Jerez, Zac., 1981) Lic. en Letras por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Ha publicado en diversos diaros, y en 2001 en la antología Premio Trópico de Cáncer a la Creatividad Literaria, mismo que ganó en 2002. Publicó el libro Letras Blancas Letras Negras. En 2006 participó en el Taller Regional de Aguascalientes, impartido por Mario Bellatín.
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Causas de muerte en la filosofía «Caballeros, es un hecho que cada filósofo de altura, durante los últimos dos siglos, ha sido asesinado o, cuando menos, ha estado muy cerca de serlo, tanto así que si un hombre se autonombrara filósofo sin jamás haber visto su vida amenazada, den por seguro que no hay nada interesante en él; y en contra de la filosofía de Locke en particular, creo que es una reclamo sin respuesta (como si necesitáramos de uno) decir que, a pesar de haber llevado consigo su garganta a lo largo de setenta y dos años, ningún hombre condescendió nunca en cortarla»
Thomas de Quincey Murder Considered as One of the Fine Arts
El siguiente listado, iniciado por Stiv Fleishman, se compone nuevas y revisadas adiciones, sugeridas por otros filósofos e incluidas por D. H. Mellor.
¿De qué murió... Abelardo: Por una monja. Adorno: Salchicha Frankfurt en mal estado. Anaximandro: Confluencia simultánea de infinitas causas. Anselmo: Aquello mayor de lo cual nadie puede morirse. Aristóteles: Excesiva moderación. Agustín de Hipona: Ataque de hipo. Austin: Acto performativo mal ejecutado. Ayer: Causas inverificables. Bergson: Élan mortal. Berkeley: Descuido divino. Bradley: Absolutamente de todo. Calvin: Predestinado. Cassirer: Aglomeración de causas simbólicas. Comte: Negativismo. Copérnico: Víctima de una revolución. Chomsky: Transformación degenerativa. Darwin: Inadaptación social. Dawkins: Genes suicidas. Demócrito: Atomizado. Empédocles: Accidente del ciclo cósmico. Epicteto: Crimen pasional. Epicuro: Nada preocupante. Freud: Desliz inconsciente. Galileo: Inmovilidad súbita. Hegel: Sobredosis de crack. Heidegger: Falta de tiempo para llegar-allí. Heisenberg: Causas inciertas. Heráclito: Ahogado dos veces en el mismo lugar. Hobbes: Causas desagradables Hume: Confluencia repentina de pasiones. Kant: Encontró los medios para su propio final. Kiergegaard: Salto al vacío. Kuhn: Pérdida súbita del paradigma. Lacan: Carencia irreversible
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Leibniz: Monadonucleosis. Levinas: De otro modo. Levi-Strauss: Devorado por nativos. Locke: Ni idea. Maquiavelo: Intrigas menores. Maimónides: Perplejidad por la descompajinación de su Guía. Malebranche: Causas ocasionales. Marcuse: Ataque multi-dimensional. Maritain: Causas connaturales. Marx: Falta de capital. Merleau-Ponty: Apagón. Mill: Causas completamente inútiles. Nietzsche: Sobredosis de auto poder. Ockham: Afeitándose sin necesidad. Parménides: Despiste del camino por visión doble. Pascal: Por las apuestas del pecado. Popper: Paso en falso. Pirrón: Escepticemia. Pitágoras: Se le fracturó la hipotenusa. Quine: Se le desligó la variable. Rawls: Ignorancia expuesta a los elementos. Rorty: Deficiencia de fundamentos.. Rousseau: Por contrato laboral. Russell: Afeitándose con la navaja de Ockham. Schelling: Ataque de nervios ocasionado por la complejidad de la vida. Schlick: Protocolo colapsado Schopenhauer: Falta de voluntad de vida. Shoemaker: Pérdida súbita de identidad. Sexto Empírico: Suspensión excesiva del juicio. Spinoza: Abuso de sustancias. Unamuno: Trágica pérdida de sentido. Weber: Exceso de trabajo. Wolf: Reacción alérgica a la santificación. Zenón de Elea: Arrollado por una tortuga.
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Fuente: D. H. Mellor Profesor Emérito de Filosofía. Facultad de Filosofía de la Universidad de Cambridge.
Capuchino y Frapuchino Baguette
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A nuestros lectores: Les informamos que Ágora se distribuye de manera gratuita en los siguientes lugares:
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Invierno 2008
grupo cultural ouroboros