Adorno Theodor Y Otros La Disputa Del Positivismo En La Soc

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HANS ALBERT EL MITO DE LA RAZ�N TOTAL Pretensiones dial�cticas a la luz de una cr�tica no dial�ctica 1. Dial�ctica contra Positivismo La problem�tica de la relaci�n entre teor�a y praxis ha suscitado una y otra vez el inter�s de fil�sofos y cient�ficos' sociales. Ha llevado al hoy todav�a vivo debate acerca del sentido y posibilidad de la neutralidad v�lorativa (Wertfreiheit), un debate cuyos primeros pasos y culminaci�n inicial han de ser vinculados ante todo al nombre de Max Weber. Ha provocado asimismo, en otro orden de cosas, la discusi�n sobre el significado del experimento para las ciencias sociales y, al hilo de �sta, la puesta en duda de la pretensi�n de autonom�a metodol�gica presentada, de manera tan insistente, por aquellas. No cabe, pues, extra�arse de que estas cuestiones constituyan un aut�ntico punto de partida de la reflexi�n filos�fica sobre los problemas de las ciencias. Las ciencias sociales han ido desarroll�ndose en estos �ltimos tiempos bajo el influjo directo o indirecto, pero creciente, de las corrientes positivistas. De ah� que en lo concerniente a los problemas que acabamos de citar se hayan pronunciado a favor de determinadas soluciones reelaborando al mismo tiempo las correspondientes concepciones metodol�gicas. Lo que, por supuesto, no equivale a decir que dichos puntos de vista se beneficien de una aceptaci�n general. A diferencia de lo que superficialmente podr�a imaginarse, ni siquiera respecto del dominio anglosaj�n cabr�a decir tal cosa. En el �mbito ling��stico anglosaj�n y dado lo diverso de las influencias filos�ficas que han ido incidiendo sobre las ciencias sociales, la situaci�n no resulta f�cilmente clarificable. Puede, de todos modos, afirmarse que el positivismo de cu�o m�s reciente no parece haber llegado a alcanzar una gran influencia, no mayor, en todo caso, a la que han conseguido el historicismo y el neokantismo, la fenomenolog�a o la corriente hermen�utica. Tampoco cabe

182 Hans Albert infravalorar, por �ltimo, la influencia de la herencia hegeliana, bien inmediata, bien mediata a trav�s del marxismo; una influencia que, por lo dem�s, no ha dejado de hacerse sentir tambi�n por otros caminos. Desde este flanco se ha producido en estos �ltimos tiempos una aut�ntica ofensiva contra las corrientes positivistas, cuyo an�lisis merece ser efectuado en la medida en que ha venido a incidir en el centro mismo de la problem�tica arriba citada \ Alimenta esta corriente la idea de que ciertas dificultades nacidas al hilo de la realizaci�n del programa cient�fico sustentado por estas otras tendencias pueden ser superadas de aceptarse un retorno a ideas propias de la tradici�n hegeliana. En lo que a este intento de superaci�n dial�ctico de las presuntas insuficiencias positivistas en el �mbito de las ciencias sociales corresponde, hay que clarificar, ante todo, la situaci�n de la que a prop�sito de este problema parte el autor, muy especialmente en lo tocante a las dificultades planteadas y al punto y medida en los que, en su opini�n, no puede menos de fracasar una ciencia de estilo �positivista�. Otra cuesti�n a plantear de inmediato ser�a la de la alternativa que viene �ste a ofrecer y desarrollar, su utilidad de cara a la soluci�n de las dificultades aludidas y, desde luego, su consistencia. Eventualmente habr�a que indagar, por �ltimo, si existen otras posibilidades de soluci�n de dichos problemas. La situaci�n del problema de la que Habermas parte puede ser caracterizada como sigue: en la medida en que las ciencias sociales van desarroll�ndose de un modo que las aproxima al ideal positivista de ciencia �como en buena parte ocurre hoy� se asimilan a las ciencias de la naturaleza, y lo hacen, sobre lodo, en el sentido de que en �stas, al igual que ya en aqu�llas �en virtud de la asi 1. A ra�z de la controversia que entre Karl R. Popper y Theodor W. Adorno tuvo lugar en la reuni�n interna de trabajo celebrada en T�bingen en 1961 por la Sociedad Alemana de Sociolog�a (vid. Karl R. Popper: "La l�gica de las ciencias sociales" y Th. W. Adorno: "Sobre la l�gica de las ciencias sociales") public� J�rgen Habermas en el Homenaje a Adorno un trabajo cr�tico sobre el tema con el t�tulo "Teor�a anal�tica de la ciencia y dial�ctica. Ap�ndice a la controversia entre Popper y Adorno". Poco despu�s apareci� su colecci�n de ensayos Theorie und Praxis. Sozialphilosophische Studien ("Teor�a y praxis. Estudios �los�fico-sociales"), Neuwied/Berl�n 1963, que no deja de ofrecer inter�s al respecto, por cuanto que abunda en sus tesis. Lo que en Adorno apenas ven�a indicado, alcanza mayor claridad y perfiles m�s definidos en Habermas. (Los trabajos de Popper, Adorno y Habermas a que Albert se refiere figuran en el presente volumen antol�gico con los t�tulos citados. El trabajo de Habermas �ue publicado, efectivamente, por vez primera, en el homenaje a Adorno que, compilado por Horkheimer, edit� en 1963 la Europ�ische Verlagsanstalt, Frankfurt Main, bajo el t�tulo de Zeugnisse. Festschrift f�r Theodor W. Adorno. Ai. del T.)

El mito de la raz�n total milaci�n a que nos referimos� domina un inter�s cognoscitivo de cu�o puramente t�cnico, y, en consecuencia, la teor�a elaborada viene a serlo �desde la actitud y posici�n del t�cnico�^. Las ciencias sociales as� orientadas no est�n ya en disposici�n de procurar puntos de vista normativos e ideas �tiles de cara a la orientaci�n pr�ctica. No pueden ya sino suministrar recom^endaciones t�cnicas con vistas a la realizaci�n y ejecuci�n de fines fijados de antemano; esto es, su influencia se restringe a la elecci�n de los medios. La racionalizaci�n de la praxis as� posibilitada incide y viene referida �nicamente al aspecto t�cnico de la misma. Se trata, pues, de una racionalidad restringida, opuesta, por ejemplo, a la sustentada por teor�as anteriores, es decir, por todas aquellas teor�as que a�n pretend�an aunar orientaci�n normativa e instrucciones t�cnicas. La utilidad de una ciencia social as� concebida no es negada, en modo alguno, por Habermas. Ve, sin embargo, un peligro en que no se reconozcan sus limitaciones, limitaciones nacidas, por ejemplo, del intento de identificar sin m�s ambas aplicaciones, la t�cnica y la pr�ctica, reduciendo de este modo �como parece desprenderse de la orientaci�n general de la teor�a �positivista� de la ciencia� la problem�tica pr�ctica, m�s global, a la t�cnica, mucho m�s limitada. La restricci�n de la racionalidad a mera aplicaci�n de medios, tal y como viene postulada en el marco de esta concepci�n, no puede menos de llevar a la equiparaci�n de la otra cara de la problem�tica pr�ctica, la correspondiente a la fijaci�n de los fines, a un mero decisionismo, a la arbitrariedad de unas meras decisiones no elaboradas reflexivamente por la raz�n. En tanto no entren en consideraci�n problemas tecnol�gicos, al positivismo de la restricci�n a teor�as de todo punto neutrales desde el punto de vista axiol�gico, en el plano del conocimiento, viene a corresponderle as�, en el plano de la praxis, el decisionismo de unas decisiones arbitrarias no sujetas a una elaboraci�n reflexiva. �El precio de la econom�a en la elecci�n de los medios es el libre decisionismo en la elecci�n de los m�ximos fines�'. 2. A esta idea le corresponde una importancia central en el pensamiento de Habermas. La encontramos formulada una y otra vez en sus escritos, vid. Theorie und Praxis ("Teor�a y praxis"), p�gs. 31, 46, 83, 224 y ss., 232, 240, 244 y passim, as� como en diversos puntos de su trabajo "Teor�a anal�tica de la ciencia y dial�ctica". 3. Habermas, Theorie und Praxis, p�g. 242; y tambi�n p�gs. 17 y ss. Lo mismo metaf�ricamente expresado: "Una raz�n desinfectada es una raz�n purificada de momentos de voluntad ilustrada; fuera de s� ella misma, se ha alienado respecto de su vida. Y la vida sin esp�ritu lleva espectralmente una existencia llena de arbitrariedad � que ostenta el nombre de 'decisi�n'" (p�gina 239).

184 Hans Albert En el �mbito que en virtud de dicha reducci�n de la racionalidad acaba por quedar vac�o se infiltran, sin que la reflexi�n racional las detenga, las im�genes de las interpretaciones mitol�gicas del mundo, de tal modo que el positivismo no viene, de fado, a cuidar �nicamente de la racionalizaci�n del aspecto t�cnico, sino que da pie asimismo, aunque involuntariamente, a la remitologizaci�n de la vertiente �^no apresada por �l� de la problem�tica pr�ctica; como es obvio, los representantes de esta tendencia no pueden menos de alarmarse ante semejante consecuencia. Y reaccionan con una cr�tica de las ideolog�as que no sirve, a decir verdad, para la configuraci�n de la realidad, sino �simplemente� para la clarificaci�n de la consciencia, y que por esto mismo �y dada la concepci�n de la ciencia que le sirve de base� no puede resultar inteligible. �ste es el punto en el que, en opini�n de Habermas, se evidencia como el positivismo tiende a superar la restricci�n de la racionalidad por �l inicialmente aceptada, de cara a una concepci�n m�s plena, ima concepci�n que venga a englobar, en confluencia exacta, raz�n y decisi�n *. Pero esta tendencia no puede abrirse paso sino al precio de la ruptura y superaci�n de los propios l�mites del positivismo; s�lo puede, en fin, imponerse en el momento en que su raz�n espec�fica es superada dial�cticamente por una raz�n a la que es connatural la unidad de teor�a y praxis y con ella la superaci�n del dualismo de los conocimientos y de las valoraciones, de los hechos y de las decisiones, una raz�n que viene a acabar con la escisi�n positivista de la consciencia. Esta raz�n dial�ctica es, por lo visto, la �nica que est� en situaci�n de superar a un tiempo con el positivismo de la teor�a pura, el decisionismo de la mera decisi�n, para de este modo �concebir la sociedad como totalidad dominada por la historia con vistas a una may�utica de la cr�tica de la praxis pol�tica�'. En lo esencial, lo que a Habermas le importa no es sino recuperar para la reflexi�n racional, mediante recurso a la herencia hegeliana preservada en el marxismo, el �mbito perdido de la raz�n dial�ctica referida a la praxis. 4. El t�rmino "positivismo" no deja de ser utilizado aqu� demasiado extensivamente; tambi�n es aplicado, por ejemplo, a las tesis de Karl R. Popper, que difieren en puntos esenciales de las normales concepciones positivistas. El propio Popper ha protestado siempre contra tal calificativo. Est�, por otra parte, claro que a prop�sito, precisamente, de los problemas de que se ocupa Habermas puede dar lugar a no pocos malentendidos. 5. El pasaje procede del cap�tulo "Entre la filosof�a y la ciencia. El marxismo como cr�tica" del ya citado libro de Habermas, p�g. 172. Est�, pues, en el contexto de un an�lisis de Marx; en mi opini�n, sin embargo, revela muy bien lo que el propio Habermas espera de la dial�ctica, a saber: una "filosof�a de la historia orientada pr�cticamente", como �l mismo dice en

El mito de la raz�n total Con esto quedan indicadas las l�neas fundamentales de su cr�tica a la concepci�n �positivista� de la ciencia en el campo de las ciencias sociales, as� como las pretensiones que conlleva su presunta superaci�n dial�ctica de la misma. Habremos, pues, de investigar detalladamente sus objeciones y propuestas con el f�n de poner a prueba su solidez". 2. En torno al problema de la construcci�n de teor�as En su toma cr�tica de posici�n respecto de la teor�a anal�tica de la ciencia Habermas parte de la distinci�n entre el concepto funcional�sta de sistema y el concepto dial�ctico de totalidad, que considera fundamental, si bien dif�cilmente explicable. Asigna ambos conceptos a las dos formas t�picas de ciencia social en juego: la anal�tica y la dial�ctica, con el fin de dilucidar acto seguido lo que las diferencia al hilo de cuatro grandes grupos de problemas, es decir, al hilo de las relaciones existentes entre teor�a e historia y, por �ltimo, entre ciencia y praxis. Este �ltimo vuelve a ser detenidamente analizado en el resto de su trabajo, donde el problema de la neutralidad valorativa y el llamado problema de la base (emp�rica) acceden a primer plano. El concepto dial�ctico de totalidad, que constituye el punto de partida de sus disquisiciones, se presenta, como es bien sabido, una y otra vez en los te�ricos de inspiraci�n hegeliana. Es considerado por �stos, evidentemente, como fundamental en alg�n sentido. Tanto m�s lamentable, pues, viene a resultar el hecho de que Habermas no haga nada por clarificarlo a fondo, dado, sobre todo, que �l mismo lo subraya con tanta energ�a y lo usa con notable profusi�n. No viene a decir, en lo que a dicho concepto concierne, sino que debe ser comprendido �en es'C sentido estrictamente dial�ctico � de acuerdo con el cual �el todo no puede ser concebido org�nicamente como la suma de sus partes�, puesto que es m�s que ella. Por otra parte, la totalidad �tampoco es... una clase l�gicootro lugar. De ah� tambi�n el malestar que le producen los an�lisis del marxismo que descuidan la unidad del objeto: la sociedad como totalidad, su concepci�n dial�ctica como proceso hist�rico y la relaci�n de la teor�a respecto de la praxis. A este prop�sito, vid. tambi�n Habermas, op. cit., p�g. 49 y siguientes. 6. Para ello convendr� aludir asimismo a su arriba citado ap�ndice a la controversia entre Popper y Adorno, en el que precisa sus objeciones contra el racionalismo cr�tico de Popper. Tambi�n respecto de esta concepci�n juzga v�lidos sus argumentos contra el "positivismo".

186 Hans Atbert extensivamente determinable por agregaci�n de cuantos elementos integra�. De todo ello cree poder inferir que el concepto dial�ctico de totalidad no es afectado por investigaciones cr�ticas sobre el mismo del tipo de las llevadas a cabo, por ejemplo, por Emest Nagel'. Ocurre, sin embargo, que las investigaciones de Nagel no vienen limitadas a tm concepto de totalidad tal que pueda ser soslayado, sin m�s, en este contexto como meramente irrelevante. Someten, por el contrario, al foco del an�lisis diversas versiones del mismo de las que no puede menos de suponerse que a un te�rico que tenga que hab�rselas con totalidades de car�cter social habr�n de resultarle, cuanto menos, dignas de ser tomadas en consideraci�n '. Habermas prefiere afirmar que el concepto dial�ctico de totalidad desborda los l�mites de la l�gica formal, �en cuya �rea de influencia la dial�ctica misma no puede ser considerada sino como una quimera� ^ De acuerdo con el contexto en el que figura esta frase, puede bien inferirse que Habermas pretende discutir la posibilidad de analizar l�gicamenle su concepto de totalidad. Lo cierto es, sin embargo, que de no ofrecerse explicaciones m�s convincen 7. Vid. Emest Nagel, The Structure of Science ("La estructura de la ciencia"), Londres 1961, p�g. 380 y ss., donde figura un an�lisis al que Habermas se refiere expl�citamente. Convendr�a citar tambi�n: Karl R. Popper, The Poverty of H�storicism, London 1957, p�gs. 76 y ss. (existe traducci�n castellana de Pedro Schwartz: "La miseria del liistoricismo", Taurus, S. A., Madrid 1961, T.), una obra que Habermas no cita, extra�amente, cuando tiene por objeto, precisamente, ese holismo liist�rico-filos�fico que �l mismo representa. Vid. asimismo: J�rgen v. Kempski, Zur Logik der Ordnungsbegriffe, besonders in der Sozialwissenschaften ("La l�gica de los conceptos de orden, sobre todo en las ciencias sociales"), 1952, reed. en Hans Albert, Theorie und Realitat ("Teor�a y realidad"), T�bingen 1964. 8. Nagel parte de la consideraci�n de que el vocabulario de la totalidad es excesivamente ambiguo, metaf�rico, vago y, en consecuencia, apenas analizable de modo clarificador. Consideraci�n que no deja de resultar v�lida asimismo respecto de la "totalidad" habermasiana. Aunque las no poco vagas observaciones sobre la totalidad de Adorno con que Habermas abre su trabajo en modo alguno permiten una segura clasificaci�n de dicho concepto, pienso que de haber le�do con mayor cuidado la obra de Nagel, Habermas hubiera podido dar al menos con conceptos parejos de no escasa utilidad, sin duda, para �l; as�, p. ej., en las p�gs. 391 y ss. Lo cierto, sin embargo, es que su breve alusi�n a los an�lisis de Nagel, que despiertan la impresi�n de la irrelevancia de �stos en lo que a su concepto de "totalidad" concierne, no deja de resultar de todo punto insuficiente, sobre todo si se considera que �l mismo no dispone de mejores equivalentes. No queda nada claro por qu� el rechazo de la alternativa representada por "todo org�nico" y "clase" puede bastar para excluir el problema de un eventual an�lisis l�gico. 9. Habermas, "Teor�a anal�tica de la ciencia y dial�ctica".

El mito de la raz�n total les, en iina tesis de este tipo no cabe vislumbrar sino la expresi�n de una �decisi�n� �por utilizar, una vez al menos, t�rmino tan acreditado contra los positivistas� bien precisa; a saber: la decisi�n de sustraer al an�lisis el concepto en cuesti�n. Los desconfiados ver�n en ello, por supuesto, una estrategia de inmunizaci�n basada en la perspectiva de una posible evasi�n a la cr�tica de aquello que se sustrae al an�lisis. Pero esto dej�moslo as�, simplemente planteado. La no-explicabilidad de su concepto le parece a Habermas importante, ante todo, porque de ella tambi�n se desprende, como es obvio, la de la diferencia entre �totalidad� en sentido dial�ctico y �sistema� en sentido funcionalista, diferencia a la que, seg�n parece, confiere una importancia fundamental'". Esta distinci�n se relaciona b�sicamente con el contraste establecido entre los dos tipos de ciencia social en la medida en que el propio autor viene a sustentar la problem�tica idea de que una teor�a general �ha de referirse al sistema social globalmente considerado�. La citada diferencia entre ambos tipos viene a ser explicada, a prop�sito de la relaci�n entre teor�a y objeto, en los siguientes t�rminos: en el marco de la teor�a cient�fico-emp�rica, el concepto de sistema y los enunciados teor�ticos que lo explicitan permanecen �exteriores� al dominio emp�rico analizado. Las teor�as no pasan de ser, en este contexto, meros esquemas de �rdenes, construidos arbitrariamente en un marco sint�cticamente vinculativo, �tiles en la medida en que la real diversidad de un �mbito objetivo se adec�a a los mismos, cosa que, sin embargo, obedece, principalmente, a la casualidad. De manera, pues, que en virtud del modo de expresi�n escogido se suscita la impresi�n de arbitrariedad, capricho y azar. La posibilidad de aplicar m�todos de contrastaci�n m�s rigurosos, cuyo resultado sea ampliamente independiente de la voluntad subjetiva, es trivializada, hecho que, sin duda, est� en relaci�n con la subsiguiente puesta en duda de la misma a prop�sito de la teor�a dial�ctica. Al lector le es allegada la idea de que este 10. De ella dice Habermas que no puede ser "directamente" designada, porque "en el lenguaje de la l�gica ser�a disuelta y en el de la dial�ctica habr�a de ser superada". Bien: acaso pueda encontrarse un lenguaje que no falle al respecto. �Por qu� afirma tan tajantemente que no? �En qu� medida ha de "disolver" algo el lenguaje de la l�gica formal? Habermas piensa, sin duda, que con ayuda de la misma puede borrarse una diferencia existente en el uso real de dos conceptos. Lo cual es perfectamente posible: si se efect�a un an�lisis inadecuado. Pero �c�mo llegar a la idea de que no puede haber ninguno adecuado? En este punto no puede menos de adivinarse cierta relaci�n con la desgraciada postura de los hegelianos, en general, respecto de la l�gica, l�gica que por un lado es infravalorada en su importancia real y, por otro, es supervalorada en su efectividad ("falsificadora").

188 Hans Albert tipo de teor�a coincide necesaria e internamente -^ con la realidad, de tal modo que no necesita de contrastaci�n f�ctica ^^. Respecto de la teor�a dial�ctica se pretende, por el contrario, que en lo que a su objeto concierne no procede tan �indiferentemente � como lo hacen �con el �xito sobradamente conocido� las ciencias exactas de la naturaleza. Parece asegurarse �precedentemente � de la �adecuaci�n de sus categor�as al objeto�, dado que �los esquemas de �rdenes a los que las magnitudes covariantes s�lo se adec�an casualmente, no hacen justicia a nuestro inter�s por la sociedad�, que en este caso no es, evidentemente, un inter�s de orden meramente t�cnico, un inter�s referido, exclusivamente, al dominio de la naturaleza. Efectivamente, tan pronto como el inter�s cognoscitivo va m�s all�, seg�n Habermas, �la indiferencia del sistema respecto de su campo de aplicaci�n se transforma en una falsificaci�n del objeto. Descuidada en beneficio de una metodolog�a general, la estructura del objeto condena a la teor�a, en la que no puede penetrar, a la irrelevancia� ". He aqu�, pues, el diagn�stico: �falsificaci�n del objeto�; y he aqu� el remedio: hay que concebir el contexto social de la vida como una totalidad determinante incluso de la investigaci�n misma. El c�rculo resultante en virtud de que sea el aparato cient�fico el que investigue primero un objeto de cuya estructura se tenga, sin embargo, que haber comprendido algo precedentemente, s�lo �resulta dial�cticamente penetrable en relaci�n con la hermen�utica natural del mundo social de la vida�, de tal modo que el lugar del sistema hipot�tico-deductivo 11. La coincidencia con los argumentos usuales del esencialismo cient�ficosocial resulta evidente en este punto; vid., p. ej., Wemer Sombart, Die drei Na�ionaldkonomien ("Las tres econom�as"), Munich y Leipzig 1930, p�ginas 193 y ss. y passim, as� como mi cr�tica en Der moderne Methodenstreit und die Grenzen des Methodenpluratismus ("La moderna disputa metodol�gica y los l�mites del pluralismo en metodolog�a"), en Jahrbuch f�r Sozialwissenschaf�, tomo 13, 1962; reed., como cap. 6, en mi volumen: Marktsoziologie und Entscheidungslogik ("Sociolog�a de mercado y l�gica de la decisi�n"), Neuwied/Berl�n 1967. 12. El p�rrafo termina con la frase: "Toda reflexi�n que no resigne a ello pasa por inadmisible". Entre las caracter�sticas de la teor�a dial�ctica figura, seg�n se dice acto seguido, esta "no resignaci�n". El t�rmino "resignarse" evoca la idea de restricci�n, de limitaci�n. Lo cierto es, no obstante, que apenas, o muy dif�cilmente, podr�an presentarse pruebas de una presunta exclusi�n por parte de Karl R. Popper �a quien, sin duda, van dirigidas estas objeciones� de la posibilidad de la especulaci�n. Antes bien parecen ser, por el contrario, los dial�cticos quienes est�n decididos a "resignarse" a teor�as cuya no contrastabilidad creen poder presuponer. 13. Habermas, op. cit.

El mito de la raz�n total viene, en realidad, a ser ocupado aqu�, por �la explicaci�n hermen�utica del sentido� '*. El problema del que Habermas parte se explica, evidentemente, a partir del hecho de que en la ciencia social de inspiraci�n anal�tica no se da sino un inter�s cognoscitivo t�cnicamente unilateral que conduce a un falseamiento del objeto. Accedemos as� a una tesis que ya nos es conocida y en la que basa el autor una de sus objeciones esenciales contra la ciencia social operante en sentido moderno. Hace de este modo suya una interpretaci�n instrutnent��ista de las ciencias positivas e ignora el hecho de que el te�rico de la ciencia a quien fundamentalmente aptmtan, como es obvio, sus objeciones, se ha opuesto expl�citamente a esta interpretaci�n, la ha discutido y ha procurado evidenciar su problematicidad intr�nseca ". El hecho de que determinadas teor�as de car�cter nomol�gico se hayan revelado en no pocos dominios como t�cnicamente aprovechables no puede ser, en absoluto, interpretado como s�ntoma definitivo del inter�s cognoscitivo a ellas subyacente^'. Una interpretaci�n imparcial de todo ello coadyuvar�, sin duda, a que de una penetraci�n m�s profunda en la estructura de la realidad dejen de esperarse unos conocimientos importantes, asimismo, de cara a la acci�n �como forma del tr�fico con lo realmente dado�. La metodolog�a de las ciencias positivas teor�ticas apunta, sobre todo, a la aprehensi�n de regularidades e interrelaciones legales, de hip�tesis informativas sobre la estructura de la realidad y, en consecuencia, del acontecer real. Los controles emp�ricos y, en relaci�n con los mismos, las prognosis, se efect�an para con 14. �dem. 15. De acuerdo con la concepci�n de Popper es tan problem�tica como el viejo esencialismo, cuya influencia todav�a resulta perceptible en el pensamiento orientado hacia las "ciencias del esp�ritu"; vid. Karl Popper, Three Views Conceming Human Knowledge (1956), reed. en su libro Conjetures and Refutations (trad. cast. "El desarrollo del conocimiento cient�fico"), Londres 1963, as� como otros ensayos del mismo; vid. tambi�n su trabajo Die Zielsetzung der Erfahrungswissenschaft ("La fijaci�n de fines en la ciencia emp�rica"), Ratio I, 1957, reed. en Hans Albert, Theorie und Realitdt ("Teor�a y Realidad"); tambi�n Paul K. Feyerabend, Realism and Instrumentalism, en: The Critical Approach to Science and Philosophy, Glencoe 1964. En realidad, el instrumentalismo de Habermas no deja de parecerme a�n m�s restrictivo que las concepciones criticadas en los trabajos arriba citados. 16. No parece necesario insistir en que los intereses personales de los investigadores no apuntan primordialmente al �xito t�cnico en cuanto a tal. Esto es algo que el propio Habermas tendr�a que aceptar. Por lo visto piensa m�s bien en un inter�s institucionalmente anclado o met�dicamente canalizado del que al investigador apenas le es posible evadirse a pesar de sus diferentes motivos personales. Pero tampoco ilustra esto suficientemente. Volver� sobre ello.

190 Hans Albert trastar y examinar si las interrelaciones y regularidades son como nos imaginamos, con lo cual nuestro �saber precedente� puede ser sin m�s, y en todo momento, puesto en duda o rectificado. Hay que se�alar, asimismo, que en todo este proceso le corresponde un papel muy importante a la idea de que nos es posible aprender de nuestros errores en la medida en que sometemos las teor�as en cuesti�n al riesgo de desacreditarse y fracasar a la luz de los propios hechos ". Las ingerencias en el acontecer real pueden ser �tiles con vistas a lograr situaciones susceptibles de magnificar relativamente este riesgo. Cabe, pues, afirmar que los �xitos t�cnicos alcanzados de acuerdo con el nivel de la investigaci�n se deben, sin duda, a la relativa aproximaci�n lograda respecto de las interrelaciones y procesos reales. Esto es lo que Habermas transmuta bastante �dial�cticamente� en la idea de que lo que aqu� viene a evidenciarse es un unilateral inter�s cognoscitivo. Las consecuencias m�s llamativas de la evoluci�n cient�fica �perfectamente interpretables, por otra parte, y sin mayores esfuerzos, de manera realista� se utilizan, en fin, para enfocar los esfuerzos cognoscitivos a ellas subyacentes de acuerdo con el planteamiento inicial, es decir, para �denunciarlos� �^por expresarlo neo-hegelianamente� como meramente �t�cnicos�". Pero dejemos as� planteado el problema del presunto predominio del inter�s cognoscitivo t�cnico. En la medida en que �ste se d�, nos dice Habermas, la teor�a permanece indiferente respecto del �mbito del objeto. Ahora bien, si el inter�s apunta m�s all�, esta indiferencia se transforma en falseamiento del mismo. �C�mo puede dar lugar a esto un cambio en el inter�s? �En qu� t�rminos pensar tal cosa? Habermas nada nos dice sobre ello. Se limita a no dejar al cient�fico social de observancia anal�tica otra posible salida a su desesperada situaci�n que la de su conversi�n a la dial�ctica � con la consiguiente renuncia 17. Vid. los trabajos de Karl R. Popper. 18. La interpretaci�n instrumentalista de las ciencias de la naturaleza por parte de los hegelianos parece cosa tan end�mica en ellos como su notoriamente deficiente relaci�n con la l�gica. Una sugestiva expresi�n de ambas cosas ofrece, por ejemplo, Benedetto Croce en su libro "La l�gica como ciencia del concepto puro", T�bingen 1930 (Albert cita por la versi�n alemana de esta obra: Logik ais Wissenschaft vom reinen Begriff, T.), donde a las ciencias de la naturaleza no le son atribuidos principalmente sino "pseudo-conceptos" carentes de importancia cognoscitiva (p�gs. 216 y ss.), la l�gica formal es minusvalorada como algo de importancia m�s bien escasa (p�gs. 86 y ss.) y filosof�a e historia son singularmente identificadas como el conocimiento verdadero (p�gs. 204 y ss.). Vid. a este respecto J�rgen v. Kempski, Brechungen, Hamburgo 1964, p�gs. 85 y ss. En Habermas se percibe la tendencia a asimilar la racionalidad t�cnica de la ciencia con la "l�gica de la. subsunci�n" y la universal de la filosof�a con la dial�ctica.

El mito de la raz�n total a su libertad de elecci�n de categor�as y modelos''. El ingenua partidario de los m�todos anal�ticos se sentir� m�s bien inclmado a considerar que la mejor v�a de la que dispone para asegurarse de la adecuaci�n de sus categor�as no es otra que la de someter las teor�as en las que �stas juegan un papel a ima contrastaci�n lo m�s rigurosa posible^. Pero esto parece no bastarle a Habermas. Cree poder cerciorarse de la adecuaci�n de sus categor�as �precedentemente�. Su muy diferente inter�s cognoscitivo parece incluso prescrib�rselo as�. Sus manifestaciones en este sentido dan a entender que quiere partir del lenguaje cotidiano y del inventario del conocimiento cotidiano en su b�squeda del camino hacia una adecuada formaci�n de teor�as ^\ De no venir asimilado a unas pretensiones equivocadas, nada tendr�a que oponer, por supuesto, a un recurso al conocimiento cotidiano. Las propias ciencias de la naturaleza han ido cristalizando en virtud de un proceso de diferenciaci�n cuyas ra�ces se hunden en el conocimiento emp�rico de la vida cotidiana, si bien no sin la ayuda de unos m�todos capaces de problematizarlo y someterlo a cr�tica � y, adem�s, bajo la relativa influencia de ideas que no dejaban de contradecir radicalmente dicho �conocimiento� y que, sin embargo, ven�an a acreditarse frente al �sano sentido com�n� ^. �Por qu� habr�a de ocurrir otra cosa con las ciencias sociales? �Por qu� no iba a resultar en ellas necesario el recurso a ideas contradictorias respecto del conocimiento cotidiano? �O es que Habermas quiere negarlo? �Es su prop�sito elevar el sano sentido com�n �O' dicho de manera m�s distinguida: �la hermen�u 19. De ser esta libertad mayor en el tipo de ciencia social que �l critica, no podr�a menos de suponerse que las teor�as preferidas por los dial�cticos se encuentran tambi�n, entre otras, en su �mbito de libertad, de tal modo que al menos por casualidad le ser�a posible dar con lo esencial. Contra ello no parece ayudar sino la tesis del falseamiento del objeto. 20. Vid. a este respecto, p. ej., mi ensayo Die Problematik der okonomischen Perspektive ("La problem�tica de la perspectiva econ�mica"), en: Zeitschrift f�r die gesamte Staatswissenschaft, tomo 117, 1961, as� como mi introducci�n Probleme der Theoriebildung ("Problemas de la formaci�n de teor�as") al volumen Theorie und Realit'dt ("Teor�a y Realidad"). 21. Resulta interesante comprobar c�mo en este punto Habermas no se aproxima �nicamente a las corrientes hermen�utico-fenomenol�gicas de la filosof�a actual, sino tambi�n a la direcci�n ling��stica, cuyos m�todos resultan de lo m�s adecuados para dogmatizar el conocimiento posado en el lenguaje cotidiano. Respecto de ambas tendencias pueden encontrarse an�lisis cr�ticos, que no deber�an ser descuidados aqu�, en el interesante volumen de J�rgen v. Kempsl�y, Brechungen. Kritische Versuche zur Philosophie der Gegenwart. 22. Vid. a este respecto los trabajos de Karl R. Popper contenidos en su volumen, ya citado. Conjetures and Refuta�ions.

192 Hans Albert tica natural del mundo social de la vida�� a la categor�a de sacrosanto? Y de no ser as� �en qu� cifrar la peculiaridad de su m�todo? �En qu� medida alcanza �la cosa� en �l �por su propio peso� mayor �vigencia� que en los restantes m�todos usuales de las ciencias positivas? En mi opini�n, lo que aqu� vienen a dibujarse son, en realidad, ciertos prejuicios. �Quiere tal vez Habermas negar a prio ri su asentimiento a teor�as en cuya g�nesis no interviene una �reflexi�n dial�ctica� vinculada a dicha �hermen�utica natural�? �O prefiere considerarlas, simplemente, como irrelevantes? �Y qu� hacer en aquellos casos en los que otras teor�as se acrediten, en virtud de su contrastacion emp�rica, mejor que las de g�nesis m�s distinguida? �O es que estas teor�as son construidas de tal modo que no cabe pensar, por razones b�sicas, en un fracaso de las mis^ mas? En ocasiones, las reflexiones de Habermas hacen pensar que �ste confiere preferencia a la g�nesis respecto del rendimiento. Cabr�a incluso decir que en l�neas generales el m�todo de las ciencias sociales parece m�s conservador que cr�tico, parejamente a como esta dial�ctica resulta en determinados aspectos m�s conservadora de lo que ella misma se imagina. 3. Teor�a, experiencia e historia Habermas reprocha a la concepci�n anal�tica su sola tolerancia de un �tipo de experiencia�, a saber: �la observaci�n controlada de un determinado comportamiento f�sico, organizado en un campo aislado en circunstancias reproducibles por sujetos cualesquiera perfectamente intercambiables�^. La teor�a social de inspiraci�n dil�ctica viene a oponerse a semejante limitaci�n. �Si la construcci�n formal de la teor�a, la estructura de los conceptos y la elecci�n de categor�as y modelos no pueden efectuarse siguiendo ciegamente las reglas abstractas de una metodolog�a, sino que... han de adecuarse previamente a un objeto preformado, no cabr� identificar s�lo posteriormente la teor�a con una experiencia que en virtud de todo ello, no podr� menos de quedar restringida.� Los puntos de vista a los que recurre la ciencia social dial�ctica provienen del �fondo de una experiencia acumulada precient�ficamente�, de esa misma experiencia, sin duda, a la que se alud�a a prop�sito de la hermen�utica natural. Dicha experiencia precedente, que se refiere a la sociedad concebida como totalidad, �gu�a el trazado de la teor�a �, teor�a que si por una parte no puede discutir �siquiera una 23. Habermas: "Teor�a anal�tica de la ciencia y dial�ctica".

El mito de la raz�n total experiencia tan restringida�, por otra tampoco tiene por qu� renunciar a pensamientos no controlables emp�ricamente. Precisamente sus enunciados centrales �no pueden ser legitimados sin fisuras por comprobaciones emp�ricas�. Lo cual, sin embargo, no deja de parecer nuevamente compensado por el hecho de que si por un lado �el concepto funcionalista de sistema� no resulta controlable, �la incidencia hermen�utica en la totalidad� ha de revelarse, por otro, �como justa y certera durante el curso mismo de la explicaci�n �. As� pues, y de acuerdo con todo esto, los conceptos de validez �meramente� anal�tica han de �acreditarse en la experiencia�, sin que por otra parte quepa identificar �sta con la observaci�n controlada. Se suscita as� la impresi�n de un m�todo de contrastaci�n m�s adecuado �por no decir m�s riguroso� que el usual en el �mbito de las ciencias positivas. Para emitir un juicio acerca de estas objeciones y propuestas convendr� clarificar previamente la problem�tica aqu� sujeta a discusi�n. Que la concepci�n criticada por Habermas no tolere sino �un tipo de experiencia� comienza por ser, sencillamente, falso, por muy familiar que la alusi�n a un concepto demasiado estrecho de experiencia pueda resultarle a los cr�ticos de aqu�lla orientados seg�n el modelo de las ciencias del esp�ritu. Antes bien puede decirse que en lo que a la construcci�n de teor�as se refiere, esta concepci�n no necesita imponer restricci�n alguna, a diferencia de la sustentada por Habermas, que obliga a recurrir a la hermen�utica natural. La experiencia �canalizada� a la que �ste alude 24 resulta relevante para una tarea perfectamente determinada: la de contrastar una teor�a con unos hechos, con vistas a la confirmaci�n f�ctica de la misma. En lo que a �sta contrastaci�n se refiere, lo importante es encontrar situaciones de la mayor potencia discriminatoria posible 25. De ello lo �nico que se desprende es que existir� una preferencia por estas situaciones en todos aquellos casos en los que se aspire a una seria y rigurosa contrastaci�n. Dicho de otra manera: cuanto menos discriminatoria resulta una situa 24. No quiero entrar en el problema de si la ha caracterizado adecuadamente en sus diversos aspectos particulares, sino, simplemente, aludir a la posibilidad de aprovechamiento de los m�todos estad�sticos para la ejecuci�n de indagaciones no experimentales, y a que el comportamiento simb�lico y, en consecuencia, tambi�n el verbal, han de ser adscritos al comportamiento "f�sico". 25. Vid. a este respecto Karl R. Popper, Logik der Forschung (trad. cast. "La l�gica de la investigaci�n cient�fica"), Viena 1935, passim, as� como su trabajo Science: Conjectures and Refutations, en el volumen arriba citado, donde se subraya el riesgo de fracaso a la luz de los hechos. 13. � POSITIVISMO

194 Hans Albert ci�n de cara a una determinada teor�a, tanto menos �til es para la contrastaci�n de la misma. En el supuesto de que para la situaci�n en juego no se desprenda de la teor�a consecuencia relevante alguna, dicha situaci�n no ofrecer�, en este sentido, la menor utilidad. �Tiene la concepci�n dial�ctica algo que objetar a ello? Recordemos que seg�n Habermas la teor�a dial�ctica no tiene por qu� discutir ni siquiera una experiencia tan restringida. De ah� que, hasta este momento, su pol�mica contra las limitaciones del tipo de experiencia que dice atacar no pueda menos de parecerme basada sobre una serie de malentendidos. En cuanto al interrogante de si debe renunciar o no a �pensamientos � no contrastables en el sentido citado, puede contestarse de inmediato con una negativa. Nadie impone tal renuncia al dial�ctico en nombre, por ejemplo, de la moderna teor�a de la ciencia. Cabr� esperar, tan s�lo, que cuantas teor�as pretendan decir algo sobre la realidad social, pongan buen cuidado en no abrir cauce a cualesquiera posibilidades, acabando por no establecer as� diferencia alguna respecto del acontecer social real. �Por qu� no habr�an de resultar los pensamientos de los dial�cticos susceptibles de convertirse en teor�as principalmente contrastables ^'? En lo que concierne a la g�nesis de los conocimientos dial�cticos a partir de la �experiencia precient�fica acumulada�, ya hemos tenido ocasi�n de ocupamos de lo problem�tico que resulta el empe�o de subrayar dicha relaci�n. El partidario de la concepci�n criticada por Habermas no ve, como hemos dicho, motivos para sobrevalorar semejantes problemas gen�ticos. Por otra parte, tampoco tiene ninguna raz�n org�nica para oponerse a que la �experiencia precedente� gu�e la construcci�n de teor�as, si bien no puede menos de se�alar que semejante experiencia, tal y como Habermas la esboza, tambi�n contiene �entre otras cosas� los errores 26. Habermas cita en este contexto la alusi�n de Adorno a la no verificabilidad de la dependencia de todo fen�meno social respecto "de la totalidad". La cita proviene de un contexto en el que Adorno sostiene, partiendo de Hegel, que la refutaci�n no es fruct�fera sino como cr�tica inmanente; vid. a este respecto Adorno, "sobre la l�gica de las ciencias sociales". Ocurre, tan s�lo, que con ello el sentido de las consideraciones popperianas acerca del problema de la contrastaci�n cr�tica es convertido, mediante la "reflexi�n ulterior" aproximadamente en su contrario. Tengo la impresi�n de que la no contrastabilidad del citado pensamiento de Adorno depende, en primer lugar, esencialmente de que ni el concepto de totalidad usado ni el tipo de dependencia que se afirma vienen acompa�ados ni siquiera de la m�s modesta aclaraci�n. Detr�s de todo ello no parece ocultarse otra cosa que la idea de que en cierto modo todo depende de todo. En qu� medida podr�a beneficiarse metodol�gicamente tal o cual concepci�n de semejante idea es algo que, en realidad, tendr�a que ser probado.

El mito de la raz�n total heredados, errores que en cierto modo pueden acabar incluso por asumir un papel en dicho trabajo de orientaci�n y gu�a. Podr�a, pues, decirse que en lo que a las teor�as de esta g�nesis concierne, se tienen todos los motivos para subrayar la necesidad de elaborar y descubrir tests lo m�s rigurosos posibles de cara a la eliminaci�n de �stos y otros errores. �Por qu� habr�a precisamente esta g�nesis de garantizar la excelencia de las categor�as? �Por qu� no conceder tambi�n a ideas de nuevo cu�o ima oportimidad para acreditarse? Me parece que en este pumo la metodolog�a habermasiana resulta inmotivadamente restrictiva �y desde luego, lo es, como ya hemos dicho, en sentido conservador�, en tanto que la concepci�n a la que reprocha exigir un �ciego� sometimiento a sus reglas abstractas en la construcci�n de teor�as y conceptos, nada prohibe en el orden del contenido, en la medida, precisamente, en que no se cree en la obligaci�n de partir de un saber �precedente� incorregible. Al concepto m�s vasto de experiencia invocado por Habermas parece corresponderle, en el mejor de los casos, la funci�n met�dica de hacer dif�cilmente corregibles esos errores tradicionales �nsitos en la llamada experiencia acumulada^. C�mo haya de �revelarse� la �incidencia hermen�utica� en la totalidad como justa y certera �durante el curso de la explicaci�n�, en cuanto a tal �concepto m�s adecuado a la cosa misma�, es algo en cuya aclaraci�n Habermas no entra. Parece quedar, no obstante, suficientemente claro que no piensa, a este respecto, en un m�todo de contrastaci�n tal y como podr�a ser �ste concebido desde los planteamientos metodol�gicos que critica. Rechazados tales m�todos de contrastaci�n en virtud de su insuficiencia, lo que viene a quedar no es, en definitiva, sino la pretensi�n, metaf�ricamente sustentada, de un m�todo cuya existencia y superior naturaleza se afirman, sin que esta �ltima nos sea nunca m�s directamente aclarada. Antes ha aludido Habermas a la no contrastabilidad del �concepto funcionalista de sistema�, cuya adecuaci�n a la estructura de la sociedad encuentra, seg�n parece, problem�tica. Ignoro si se decidir�a a aceptar la indicaci�n de que tambi�n este concepto puede revelarse como v�lido en el curso de la explicaci�n. En lugar de hacer uso de este argumento tipo boomerang prefiero someter a cr�tica el papel dominante que en Habermas, al 'gual que en casi todos los metod�logos de las ciencias del esp�ritu, les es asignado a una serie de conceptos propios del, seg�n parece, insuperable 27. Contrariamente a ello, la metodolog�a por el criticada incluye asimismo la posibilidad de correcciones teor�ticas de expeiiencias anteriores. En este jmnto es, evidentemente, menos "positivista" que la de los dial�cticos.

196 Hmis Albert legado hegeliano ^s. En este punto viene a evidenciarse en Habermas ese esencialismo, superado hace ya mucho tiempo en las ciencias de la naturaleza, que Popper ha sometido a cr�tica. En la concepci�n combatida por Habermas lo que est� en juego no son conceptos, sino enunciados y sistemas de enunciados. Jtmtamente con ellos pueden acreditarse o desacreditarse tambi�n los conceptos utilizados. La exigencia de un enjuiciamiento aislado de los mismos, fuera de su contexto teor�tico, carece por completo de base ^. La hipertensi�n conceptual a que recurren los hegelianos y que se evidencia, ante todo, en t�rminos como �totalidad�, �dial�ctico� e �historia� no da lugar, en mi opini�n, a otra cosa que a su �fetichizaci�n � �por emplear el tecnicismo del que ellos mismos se sirven, si no me enga�o, a este respecto�, a una magia verbal ante la que sus contrincantes deponen las armas demasiado pronto, por desgracia ^. 28. Sobre ello ha llamado la atenci�n recientemente J�rgen v. Kempski; vid. su trabajo Voraussetzungslosigkeit. E�ne Studie zur Geschichte eines Wortes ("Sin supuestos previos. Estudio de la historia de una palabra") en su ya citado volumen Brechungen, p�g. 158. Subraya que el desplazamiento de acento de la proposici�n al concepto ocurrido en el idealismo alem�n neokantiano est� estrechamente relacionado con el tr�nsito a un tipo de razonamientos cuya estructura l�gica no resulta f�cilmente aprehensible. Los fil�sofos alemanes han tomado, ante todo, de Hegel �como subraya otro cr�tico con raz�n� la oscuridad, la precisi�n meramente aparente y el arte de ofrecer como demostraciones lo que no son tales o no lo son, en todo caso, sino de manera aparente; vid Walter Kaufmann, Hegel: Contr�bution and Calamity, en su volumen de ensayos: From Shakespeare to Existencialism, Carden City 1960. 29. Las disquisiciones de Habermas en tomo a los conceptos son, por lo dem�s, harto problem�ticas tambi�n. Cierra su p�rrafo sobre teor�a y objeto, por ejemplo, con la indicaci�n de que en la ciencia social dial�ctica los "conceptos de forma relacional" dejan paso a "conceptos capaces de expresar a un tiempo sustancia y funci�n". De donde resultan teor�as de "tipo m�s �gil", que ofrecen la ventaja de la autorreflexividad. No me es posible imaginarme de qu� modo puede ser enriquecida por esta v�a la l�gica. Hay que esperar una aclaraci�n m�s detallada, convendr�a tener a la vista ejemplos de tales conceptos o, a�n mucho mejor, por supuesto, un an�lisis l�gico y una investigaci�n m�s precisa acerca de aquello en lo que se presume que viene a consistir su rendimiento especial. 30. Lo que cabr�a recomendar aqu� es un an�lisis en lugar de un mero poner el �nfasis, el desmontaje de la magia verbal heideggeriana que acudiendo a giros formulados ir�nicamente efect�a Theodor W. Adorno, no deja de resultar, desde luego, muy estimulante; vid. en este sentido su ensayo Jargon der EigentUchkeit en: Neue Rundschau, vol. 74, 1963, p�gs. 371 y ss. Pero �acaso el lenguaje de ra�ces hegelianas del oscurecimiento dial�ctico no ofrece a menudo a quien lo contempla con ojos imparciales un aspecto harto similar? �Est�n siempre tan lejos de la conjuraci�n del ser esos esfuerzos por "llevar" la cosa "a su concepto" que tan a menudo constituyen el testimonio de una actividad espiritual sobrecargada y laboriosa?

El mito de la raz�n total Wl En su dilucidaci�n de las relaciones existentes entre teor�a e historia, Habermas contrapone a la prognosis basada en leyes generales �^y fruto espec�fico de las teor�as cient�fico-emp�ricas� la interpretaci�n de un contexto vital hist�rico a la luz de unas legalidades hist�ricas de cierto tipo �concebida como fruto espec�fico de una teor�a dial�ctica de la sociedad�. Rechaza el uso �restrictivo � del concepto de ley a favor de un tipo de legalidad que aspira a una validez �a un tiempo m�s global y m�s restringida�, dado que el an�lisis dial�ctico, que hace uso de leyes del movimiento hist�rico de este tipo, apunta, evidentemente, a iluminar la totalidad concreta de una sociedad concebida en evoluci�n hist�rica. Estas otras leyes, pues, no tienen una validez de tipo general; se refieren m�s bien a ��mbitos de aplicaci�n sucesivamente concretos que vienen definidos en la dimensi�n de un proceso evolutivo totalmente �nico e irreversible en sus estados, es decir, que vienen definidos ya en el conocimiento de la cosa y no por v�a meramente anal�tica �. La superior globalidad de su �mbito de validez es algo que Habermas fundamenta, como de costumbre, aludiendo a la dependencia de los fen�menos particulares respecto de la totalidad y, ya que dichas leyes vienen, a todas luces, a expresar esta relaci�n ftmdamental de dependencia 3'. Paralelamente se proponen, no obstante, dar curso de expresi�n al �sentido objetivo de un contexto vital hist�rico�. El an�lisis dial�ctico procede as� hermen�uticamente. Obtiene sus categor�as a partir de �la consciencia de la situaci�n del sujeto actuante�, incidiendo, sobre esta base, �de manera a un tiempo identificadora y cr�tica� en el �esp�ritu objetivo de un mundo social de la vida�, con el fin de abrirse a partir de ah� a �la totalidad hist�rica de una trama social de la vida�, inteligible como trama objetiva de sentido. De este modo, al combinarse el m�todo comprensivo con el causal-anal�tico en el modo dial�ctico de consideraci�n, resulta superada �la escisi�n, entre teor�a e historia�. As� pues, parece que las ideas metodol�gicas de los anal�ticos se revelan, una vez m�s, como excesivamente angostas. En su lugar se dibujan las l�neas fundamentales de una concepci�n grandiosa que se propone captar el proceso hist�rico como un todo, desvelando su sentido objetivo. Las impresionantes pretensiones de esta concepci�n saltan a la vista: hasta el momento carecemos, sin embargo, de cualquier intento de an�lisis medianamente sobrio del m�todo esbozado y de sus componentes. �Cu�l es la estructura l�gica de estas leyes hist�ricas a las que se adscribe un rendimiento 31. Vid. Habermas, op. cit.

198 Hans Albert tan interesante y c�mo pueden ser contrastadas^^? �En qu� medida puede ser una ley que se refiere a una totalidad hist�rica concreta, a un proceso �nico e irreversible en cuanto a tal, algo diferente de un enunciado singular? �C�mo especificar el car�cter legal de semejante enunciado? �C�mo identificar las relaciones fundamentales de dependencia de una totalidad concreta? �De qu� m�todo se dispone para acceder de la hermen�utica subjetiva, necesariamente superable, al sentido objetivo? Puede que para los dial�cticos estos problemas sean de importancia menor. La teolog�a nos ha familiarizado ya con ello. Quien no est� dentro, sin embargo, siente que se pide demasiado de su buena fe. Ve las pretensiones que acompa�an a la soberana tesis de la limitaci�n de otras concepciones y no puede menos de preguntarse hasta qu� punto tienen, en realidad, fundamento^'. 4. Teor�a y praxis: el problema de la neutralidad valorativa Habermas se ocupa seguidamente de la relaci�n entre teor�a y praxis, relaci�n cuya problem�tica es de la mayor importancia para su concepci�n, en la medida en que aquello a lo que aspira no es, seg�n parece, otra cosa que una filosof�a de la historia de intenci�n pr�ctica presentada a guisa de ciencia. Tambi�n su superaci�n de la escisi�n entre teor�a e historia mediante la combinaci�n dial�ctica de an�lisis hist�rico y sistem�tico se retrotrae, como �l mismo ha subrayado antes, a una orientaci�n pr�ctica de este tipo, orientaci�n que, desde luego, no hay que confundir con ese inter�s meramente t�cnico en el que por lo visto hunde sus ra�ces la ciencia positiva no dial�ctica. Esta contraposici�n, a la que ya se aludi� anteriormente, figura, pues, asimismo, en el centro de esta otra 32. �Qu� es lo que la distingue, por ejemplo, de las legalidades de car�cter historicista que Karl R. Popper ha criticado con la contundencia de todos conocida en su obra The Poverty of Historicisin ("La miseria del historicismo")? �Hemos de suponer que Habermas considera irrelevante esta cr�tica, de modo parejo a como antes caracteriz� de superfluas para sus problemas las indagaciones de Nagel? 33. El propio m�todo de la llamada comprensi�n subjetiva en las ciencias sociales est� siendo sometido desde hace ttempo a una intensa cr�tica que no puede ser as�, sin m�s, ignorada. Una hermen�utica tendente a encontrar un sentido objfftivo habr�a de resultar tanto m�s problem�tica, por mucho que, como es obvio, no llamase hoy la atenci�n en el medio filos�fico alem�n. Vid. a este respecto Jiirgen von Kempski, Aspekte der Wahrheit ("Aspectos de la verdad"), en su volumen, arriba citado, Brechungen, sobre todo 2. Die Welt ais Text ("El mundo como texto"), donde se investigan las motivaciones del modelo de interpretaci�n al que nos hemos referido.

El mito de la raz�n total investigaci�n suya. Llegamos en este punto, evidentemente, al n�cleo de su argumentaci�n ^*. Su objetivo esencial no es aqu� otro que superar, con vistas a una orientaci�n normativa, esa reducci�n �por �l criticada� de la ciencia social de estilo positivista, a mera resoluci�n de problemas t�cnicos, con la ayuda, por supuesto, de un an�lisis hist�rico global cuyas intenciones pr�cticas �queden libres de toda arbitrariedad y puedan ser legitimadas dial�cticamente a partir del contexto objetivo�'\ En otras palabras: busca una justificaci�n objetiva de la acci�n pr�ctica a partir del sentido de la historia, una justificaci�n que, como es natural, no puede ser procurada por una sociolog�a de car�cter cient�fico positivo. De todos modos, en lo que a este punto respecta, no puede ignorar el hecho de que tambi�n Popper reserva un sitio espec�fico en su concepci�n a las interpretaciones hist�ricas ^^ S�lo que �ste se opone en�rgicamente a cuantas teor�as hist�rico-filos�ficas se proponen desvelar, de tal o cual modo misterioso, un oculto sentido objetivo de la historia susceptible de servir tanto de orientaci�n pr�ctica como de justificaci�n. �l, por el contrario, sustenta la idea de que tales proyecciones se basan, por regla general, en el autocnga�o, y subraya que somos m�s bien nosotros quienes hemos de decidirnos a darle a la propia historia el sentido que nos creamos capaces de defender. Un �sentido � de este tipo puede procurar a su vez puntos de vista para la interpretaci�n hist�rica, interpretaci�n que, en cualquier caso, en vuelve una selecci�n dependiente de nuestro inter�s, sin que por ello haya, no obstante, de ser excluida la objetividad de las interrelaciones y contextos escogidos para el an�lisis ^. 34. A esta problem�tica consagra no s�lo una parte esencial de su colaboraci�n al "Homenaje" a Adorno, sino tambi�n las partes sistem�ticas de su libro Theorie und Praxis ("Teor�a y Praxis"). 35. Habermas: "Teona anal�tica de la ciencia y dial�ctica"; vid. asimismo "Teor�a y praxis", p�gs. 83 y ss, 36. Vid. a este respecto el �ltimo cap�tulo de su obra The Open Society and Its Enemies (1944), Princeton 1950 (traduc. cast. "La Sociedad Abierta y sus enemigos", Buenos Aires 1957): Has History any Meaning? ("�Tiene la historia alg�n significado?"), o bien su ensayo Selbsbefreiung durch das Wissen ("Autoliberaci�n por el saber"), en: Der Sinn der Geschich�e ("El sentido de la historia"), Leonhard Reinisch compilador, Munich 1961. 37. Popper ha llamado siempre la atenci�n sobre el car�cter selectivo de todo enunciado y conjunto de enunciados, as� como sobre el de las concepciones te�ricas de las ciencias positivas. � En lo que a las interpretaciones hist�ricas concierne, dice expresamente: Since aU �history� depends upon our interests, there can by only histories and never a �history�, a story of the development of mankind as it happened. Vid. The Open Society..., p�g. 732. Puede consultarse tambi�n: Otto Brunner. Abendldndisches Geschichtsdenken ("Pensamiento hist�rico occidental"), en su volumen Neue Wege der Sozialgeschichte ("Nuevas v�as de la historia social"), Gottingen 1956, p�g. 171.

200 Hans Albert A Habermas, cuyo deseo no es otro que legitimar unas intenciones pr�cticas en virtud de un total contexto hist�rico objetivo �prop�sito que, en cualquier caso, no suele ser compartido por los representantes de la concepci�n por �l criticada en el �mbito del pensamiento ideol�gico�, de poco puede servirle, obviamente, el tipo de an�lisis hist�rico concedido por Popper, dado que siendo varios los puntos de vista por los que, de acuerdo con aqu�l, cabe decidirse, resultar�n posibles diversas interpretaciones hist�ricas, en tanto que para sus fines espec�ficos �l no precisa sino una sola y �ptima interpretaci�n, asumida con voluntad legitimadora. De este modo censura a Popper la �mera arbitrariedad� de los puntos de vista en cada caso escogidos, pretendiendo, a todas luces, para su interpretaci�n incidente en la totalidad y desveladora del aut�ntico sentido del acontecer �la meta de la sociedad, como dice en otro lugar ^^� una objetividad no alcanzable sino por v�a dial�ctica. Lo cierto es que la presunta arbitrariedad de una interpretaci�n del tipo de la de Popper no resulta tan gravosa como la de Habermas, si se piensa en que las pretensiones de aqu�lla no pueden compararse a las que alienta �sta. A la vista de su cr�tica ser� preciso preguntarse c�mo se las arregla para evitar dicha arbitrariedad. Dado que no encontramos en �l soluci�n alguna a ese problema de la legitimaci�n que ha venido a autoplantearse, no podemos menos de suponer que en lo que a la arbitrariedad concierne, su posici�n no es superior, con la sola diferencia, desde luego, de que en su caso �sta se presenta bajo la m�scara de una interpretaci�n objetiva. No se ve, desde luego, que alcance a rechazar la cr�tica popperiana a dichas interpretaciones presuntamente objetivas, ni, en genreal, la cr�tica de la ideolog�a efectuada por la ilustraci�n �vulgar�. La totalidad acaba, en cierto modo, por revelarse como un �fetiche�, fetiche que sirve para que unas decisiones �arbitrarias � puedan aparentar que son conocimientos objetivos. As� accedemos, como Habermas constata con raz�n, al problema de la llamada neutralidad valorativa de la investigaci�n hist�rica y teor�tica. El postulado de la neutralidad valorativa se apoya, como �l mismo dice, sobre �ima tesis que, siguiendo a Popper, cabr�a formular como dualismo de hechos y decisiones� ^^ y que resulta perfectamente ilustrable a la luz de la diferencia entre leyes de la naturaleza y normas. La �separaci�n estricta� establecida entre �ambos tipos de leyes� no puede menos de parecerle problem�tica. 38. Habermas, "Teor�a y praxis", p�g. 321, en relaci�n con un an�lisis sobremanera interesante, desde diversos �ngulos, de la discusi�n sobre el marxismo. 39. Habermas, "Teor�a anal�tica de la ciencia y dial�ctica".

El mito de la raz�n total Respecto de esta f�rmula dos preguntas cuya respuesta debe aportar claridad al asunto; pregunta, en primer lugar, si el sentido normativo de una deliberaci�n racional puede evadirse del contexto vital concreto del que ha surgido y al que revierte, y, en segundo lugar, si el conocimiento reducido en el �mbito positivista a ciencia emp�rica viene real y efectivamente desgajado de toda vinculaci�n normativa'"'. Su planteamiento del asunto parece indicar que interpreta el citado dualismo sobre la base de un evidente malentendido, ya que lo que aqu� cuestiona tiene muy poco que ver con el sentido de la citada distinci�n. La segunda de estas dos preguntas le lleva a investigar las propuestas de Popper sobre la problem�tica de la base'". Descubre en ellas consecuencias imprevistas y no buscadas que, seg�n parece, envuelven un c�rculo y, en consecuencia, vislumbra en todo ello un indicio a favor de la inserci�n del proceso de investigaci�n en un contexto s�lo hermen�uticamente explicitable. Se trata de lo siguiente: Popper insiste frente a los partidarios de un lenguaje protocolario en que tambi�n los enunciados de base son fundamentalmente revisables, ya que en ellos mismos viene contenido un determinado elemento de interpretaci�n "2. Es preciso aplicar el aparato conceptual de la teor�a en cuesti�n para obtener enunciados de base. Pues bien, Habermas ve un c�rculo en que para la aplicaci�n de las leyes resulte necesaria una determinaci�n previa de hechos, en tanto que �sta, a su vez, s�lo puede ser efectuada en virtud de un m�todo en el que estas leyes son ya aplicadas. En esto hay, evidentemente, un malentendido. La aplicaci�n de leyes �^lo que en esto equivale a decir: de enunciados teor�ticos� exige un uso del aparato conceptual correspondiente para formular las condiciones de aplicaci�n de las que se trate, condiciones de las que puede hacerse depender la propia aplicaci�n de las leyes. No veo que se pueda hablar aqu� de un c�rculo y, desde luego, todav�a veo menos de qu� podr�a servir en este caso el deus ex machina habermasiano: la explicaci�n hermen�utica. Tampoco veo en qu� sentido la �separaci�n de la metodolog�a respecto del proceso real de la investigaci�n y de sus funciones sociol�gicas� se venga en este punto, ni s�, realmente, lo que quiere decir con ello. 40. Habermas, �dem. 41. Se trata del problema del car�cter de los enunciados de base �enunciados que describen hechos observables� y de su importancia para la contra'stabilidad de las teor�as; vid. Karl R. Popper, Logik der Forschung (trad. cast. "La l�gica de la investigaci�n cient�fica", Madrid 1962), cap. V. 42. Este punto de vista todav�a resulta m�s evidente, si cabe, en ulteriores trabajos de Karl R. Popper; vid., p. ej., los contenidos en su volumen arriba citado.

202 Hans Albert La referencia al car�cter institucional de la investigaci�n y el papel de las regulaciones normativas en el proceso de la investigaci�n, que Habermas aduce en este contexto, no resulta en modo alguno apropiada para resolver problemas a los que hasta el momento no se hab�a dado soluci�n''^ En lo que concierne al hecho �insistentemente ignorado� por Popper, seg�n se nos dice, �de que por lo general no tenemos la menor duda acerca de la validez de un enunciado de base�, de tal modo que no hay por qu� preocuparse de jacto por esa regresi�n infinita, posible desde un ptmto de vista l�gico pero que, por lo dicho, no se presenta, bastar� con subrayar que si por una parte la certeza f�ctica de un enmiciado no deber�a, en cuanto a tal, ser planteada, sin m�s, como criterio de su validez, el propio Popper soluciona, por otra, el problema de la regresi�n sin recurrir a pruebas problem�ticas de este tipo. Lo que de todo este asunto le importa no es el an�lisis del comportamiento cognoscitivo f�ctico, sino la soluci�n de una serie de problemas metodol�gicos. La referencia a criterios no formulados que de facto son utilizados en el proceso de investigaci�n institucionalmente canalizado no constituye precisamente una soluci�n para dichos problemas. Afirmar que el problema no se presenta realmente en el proceso no tiene, en modo alguno, como consecuencia la eliminaci�n del mismo en cuanto a tal problema metodol�gico. Bastar� con recordar que no son pocos los cient�ficos que para nada se plantean el problema del contenido de la informaci�n �problema muy relacionado, por cierto, con la materia que nos ocupa� de tal manera que en cierto modo, en determinadas circunstancias y bajo unas condiciones espec�ficas lo que consiguen no es sino convertir su sistema en una gran tautolog�a, priv�ndolo as� de contenido. A los metod�logos se les presentan problemas all� donde otras personas dif�cilmente podr�an pensar que los hay. Las normas y criterios sobre los que Habermas reflexiona en este punto de su trabajo de manera harto general son manejados por �l, muy caracter�sticamente, desde la perspectiva del soci�logo que ha de hab�rselas con hechos sociales, con datos inmediatos del proceso de investigaci�n, un proceso obediente a la necesaria divisi�n de trabajo e inmerso en el contexto general del trabajo social. 43. El propio Popper ha analizado ya, por lo dem�s, estas interrelaciones. En su Logik der Forschung (trad. cast. "La l�gica de la investigaci�n cient�fica" r.) ha sometido a cr�tica el naturalismo metodol�gico y en su obra filos�fico-social m�s considerable, "La sociedad abierta y sus enemigos", se ha ocupado expl�citamente de los aspectos institucionales del m�todo cient�fico. Su distinci�n entre leyes de la naturaleza y normas no le ha hecho olvidar, en absoluto, el papel de la regulaci�n normativa en la investigaci�n.

El mito de la raz�n total Esta perspectiva no deja de ofrecer, desde luego, el mayor inter�s. A la metodolog�a, sin embargo, lo que le importa no es la asunci�n de hechos y datos sociales, sino el an�lisis cr�tico y la reconstrucci�n racional de las reglas y criterios en cuesti�n de cara a unos determinados objetivos, como puede ser, por ejemplo, el de una mayor aproximaci�n a la verdad. No deja de resultar interesante que en este punto concreto el dial�ctico se convierta en un aut�ntico �positivista�, en la medida en que se figura poder eliminar los problemas de la l�gica de la investigaci�n a base de remitir a datos y hechos sociales. Pero en esto no cabe ver una superaci�n de la metodolog�a popperiana, sino, simplemente, un intento de �sortear� sus problemas remiti�ndose a lo que en otros contextos se suele desaprobar como �mera facticidad�. En lo que al aspecto sociol�gico del asunto concierne, hay que poner igualmente en duda si puede ser tratado adecuadamente tal y como Habermas propone hacerlo. Precisamente a este respecto �es decir, en lo que a las llamadas referencias vitales de la investigaci�n concierne� no hay que olvidar, desde luego, la existencia de una serie de instituciones que estabilizan un inter�s aut�nomo por el conocimiento de in�errelacioncs objetivas, de tal modo que en estos dominios existe la posibilidad de emanciparse considerablemente de la presi�n inmediata de la praxis cotidiana. La libre disposici�n para el trabajo cient�fico hecha as� posible ha coadyuvado no poco al progreso del conocimiento. Pas'ar de la constataci�n de lo que es una aplicaci�n t�cnica a la tesis de una ra�z determinante de orden meramente t�cnico se revela, precisamente en este sentido, como una �conclusi�n precipitada�. En relaci�n con el tratamiento del asunto de la base entra Hahermas, como hemos visto, en el problema de la regulaci�n normativa del proceso cognoscitivo, retrotray�ndose as� al problema de la neutralidad valorativa del que ha partido. Este problema demuestra, nos dice, �que los procedimientos emp�rico-anal�ticos no son capaces de darse cuenta de la referencia respecto de la vida en la que, en realidad, ellos mismos se encuentran objetivamente�". Sus ulteriores reflexiones adolecen, sin embargo, de algo esencial: en ning�n momento formula el postulado de la neutralidad valorativa, cuya problematicidad se propone probar, de un modo tal que nos sea posible cerciorarnos de la tesis que en realidad est� en juego. Como neutralidad valorativa de la ciencia pueden entenderse las cosas m�s diversas. Doy por supuesto que Habermas no es de la opini�n de que a todo aquel que sustente un principio de este 44. Habermas, op. cit.

204 Hans Albert tipo en alguna de sus posibles significaciones ha de resultarle imposible llegar a ser medianamente consciente del contexto social en el que se desarrolla la investigaci�n ^^ Los partidarios modernos del principio metodol�gico de la neutralidad valorativa en modo alguno acostumbran a ignorar las vinculaciones normativas de la investigaci�n y los intereses rectores del conocimiento''*. Se pronuncian, por lo general, a favor de soluciones diferenciadas, en las que pueden distinguirse aspectos varios de la problem�tica en cuesti�n. Tampoco parece que las disquisiciones de Adorno sobre el problema del valor �con las que Habermas se relaciona� puedan llevarnos mucho m�s lejos. Cuando dice que separar conducta valorativa y axiol�gicamente neutral es incurrir en una falsedad, en la medida en que tanto el valor como, consecuentemente, la neutralidad valorativa, son cosificaciones, est� planteando una vez m�s el problema de los destinatarios de tales observaciones. �Qui�n refiere la dicotom�a en cuesti�n tan lisa y llanamente a la �conducta�? �Qui�n viene a enlazar de manera tan simple como aqu� se supone con el concepto de valor? *^ La opini�n adomiana de que la pro 45. En cuanto a la afirmaci�n hecha por Habermas al comienzo de su trabajo de que el positivismo ha renunciado a la creencia de que "el proceso de investigaci�n organizado por los sujetos pertenece, en virtud de los propios actos cognoscitivos, a la trama objetiva cuyo conocimiento de busca", bastar� con llamar la atenci�n acerca de las investigaciones sobre el tema, como, por ejemplo, las de Emst Topitch: Sozialtheorie und Gesellschaftsgestaltung ("Teor�a social y configuraci�n de la sociedad"), en su volumen: Sozialphilosophie zwischen Ideologie und Wissenschaft ("Filosof�a social entre ideolog�a y ciencia"), Neuwied 1961, donde cabe encontrar una reflexi�n cr�tica sobre el enfoque dial�ctico de dicha convicci�n. 46. Ni siquiera a Max Weber podr�a objet�rsele tal cosa. En cuanto a Karl Popper, que se ha distanciado expl�citamente del postulado de la incondicional neutralidad valorativa (vid. su ponencia "La l�gica de las ciencias sociales"), dif�cilmente podr�an afectarle tampoco dichas objeciones; e igual cabe decir respecto de Ernst Topitsch. En otras ocasiones me he referido ya a estos problemas; �ltimamente en mi trabajo Wertfreiheit ais methodisches Prinzip ("La neutralidad valorativa como principio metodol�gico"), en: Schriften des Vereins f�r Sozialpolitik, Neue Folge, tomo 29, Berl�n 1963. 47. Consid�rense, por ejemplo, las investigaciones de V�ctor Kraft en su obra Grundlagen einer wisseenschaftlichen Wertlehe ("Fundamentos de una teor�a cient�fica de los valores"), 2.� edic, Viena 1951, que podr�a servir como punto de partida para un tratamiento diferenciado del problema de la neutralidad valorativa. De "cosificaci�n" relativa a un concepto axiol�gico de este modo criticable no puede, por supuesto, ni hablarse aqu�. Cuando se habla de conceptos Eixiol�gicos, neutralidad valorativa y cosas semejantes como si lo que estuvieran en juego fueran esencialidades plat�nicas, visibles a todoel mundo, no puede menos de percibirse en seguida la ambig�edad de tales t�rminos.

El mito de la raz�n total blem�tica del valor est�, en su conjunto, mal planteada"', no guarda relaci�n alguna con las posibles formulaciones espec�ficas del problema, con lo que, l�gicamente, apenas resulta enjuiciable: no pasa de ser una afirmaci�n de acento muy abarcador, pero escasamente arriesgada. Alude a antinomias de las que el positivismo es incapaz de liberarse, sin indicar siquiera en qu� podr�an consistir �stas. Ni las concepciones criticadas ni las objeciones planteadas a las mismas acaban por ser identificadas de un modo tal que al observador imparcial le sea posible formularse un juicio *'. Tambi�n Habermas se expresa de modo muy interesante sobre la neutralidad valorativa como fruto de la cosificaci�n, sobre las categor�as del mundo de la vida que llegan a tener poder sobre una teor�a que incide en la praxis y cosas similares en las que, seg�n parece, no ha penetrado la ilustraci�n �vulgar�, pero no alcanza a analizar soluciones concretas para la problem�tica del valor. En relaci�n con el problema de la aplicaci�n pr�ctica de las teor�as cient�fico-sociales discute, acto seguido, la cr�tica de Myrdal al pensamiento fin-medio^. Las dificultades sobre las que ha llamado la atenci�n Myr�al a prop�sito del problema de la neutralidad valorativa le incitan a probar la necesidad del pensamiento dial�ctico para la superaci�n de las mismas. En ello juega un papel su tesis de la orientaci�n meramente t�cnica del conocimiento cient�fico-positivo que hace de fado necesario un encauzamiento de �puntos de vista program�ticos sobre los que, en cuanto a tales, no se hab�a reflexionado� ^i. Lo que explica que teor�as cient�ficosociales t�cnicamente utilizables no hayan podido, ni puedan, satisfacer, en modo alguno, �a pesar de toda su in-autointelecci�n, las estrictas exigencias de la neutralidad valorativa�. �Precisamente el dominio de un inter�s cognoscitivo t�cnico oculto a s� mismo esconde�, nos dice, �las encubiertas inversiones de la comprensi�n general, en cierto modo dogm�tica, de una situaci�n con la que tam 48. Adorno, "Sobre la l�gica de las ciencias sociales". 49. El p�rrafo, al que Habermas se refiere: "Lo que posteriormente se sanciona como valor, no se comporta exteriormente a la cosa..., sino que le es inmanente", permite arrojar una luz sobre la posici�n de Adorno, que sin duda a �ste no le gustar�a mucho, en la medida en que permite interpretarlo en el sentido de un realismo axiol�gico ingenuo, como el que a�n cabe encontrar en ciertos escol�sticos. 50. Se trata de las ideas expresadas por Myrdal en 1933 en su trabajo Das Kweck-Mittel-Denken in der Nationalokonomie ("El pensamiento de fines y medios en la econom�a pol�tica"), en: Zeitschrift f�r Nation-alokonomie, tomo IV; traducci�n inglesa en su volumen Valu� in Social Theory, Londres 1958. Me complace que este trabajo, sobre el que llam� repetidas veces la atenci�n hace ahora unos 10 a�os, comience a alcanzar general estimaci�n. 51. Habermas, "Teor�a anal�tica de la ciencia y dial�ctica".

206 Hans Albert bien el soci�logo estrictamente cient�fico-emp�rico se ha identificado de modo t�cito antes de que pueda escap�rsele de las manos a impulsos de una teor�a formalizada bajo la exigencia de una hipot�tica validez general�. Ahora bien, prosigue, si estos intereses que de jacto gu�an el conocimiento no pueden ser suspendidos, no podr�n menos �de tener que ser sometidos a control y ser criticados o legitimados, como tales intereses objetivos, a la luz del contexto social general�; lo cual obliga a un pensamiento dial�ctico. En este punto se venga la insistente negativa de los dial�cticos a descomponer la compleja problem�tica del valor en sus problemas parciales para as� examinarlos y analizarlos separadamente; una negativa que, sin duda, se debe al temor de que de hacer tal cosa, el �todo�, que como exorcizado intentan tener siempre a la vista, se les escape. Para llegar, sin embargo, a alguna soluci�n, hay que apartar la vista de vez en cuando del todo, hay que poner la totalidad entre par�ntesis �al menos temporalmente�. Como consecuencia de este pensamiento referido a la totalidad encontramos la alusi�n constante a la interrelaci�n de todos los aspectos particulares e individuales en la totalidad, interrelaci�n que obliga a un pensamiento dial�ctico del que, sin embargo, no se obtiene ni una sola soluci�n aut�ntica a problema real alguno. Cuantas investigaciones muestran otras maneras de avanzar en este terreno sin acudir al pensamiento dial�ctico son, por el contrario, ignoradas ^^. 52. A mi modo de ver Habermas no distingue suficientemente entre los posibles aspectos de la problem�tica axiol�gica. No voy, de todos modos, a entrar en detalles, con el fin de no repetirme; pueden consultarse: Wissenschat und Politik ("Ciencia y pol�tica"), en Probletne der Wissenschaftstheorie. Festchrift f�r Viktor Kraft ("Problemas de teor�a de la ciencia. Homenaje a V�ctor Kraft"), Ernst Topitsch compilador, Viena 1960, as� como el ensayo arriba citado "La neutralidad valorativa como principio metodol�gico". Respecto del problema analizado por Myrdal del pensamiento de los fines y medios me he ocupado, entre otros puntos, en: Oekonotnische Ideologie und politische Theorie ("Ideolog�a econ�mica y teor�a pol�tica"), Gottingen 1954; Die Problematik der �konomischen Perspektive ("La problem�tica de la perspectiva econ�mica"), en: Zeitschrift f�r die gesamte Staatswissenschaft, tomo 117, 1961, reed. como capit. 1 de mi obra, ya citada, "Sociolog�a de mercado y l�gica de la decisi�n"; secci�n "Problem�tica general del valor' en el art�culo "Valor" de la Enciclopedia de las Ciencias Sociales. En cuanto a la cr�tica del libro de Myrdal citado en la nota 50, vid. Das Wertproblema in den Sozialwissenschaften ("El problema del valor en las ciencias sociales") en: Schweizerische Zeitschrift f�r Volkswirtschaft und Statistik, tomo 94, 1958. Me parece que en lo que a este problema concierne, mis propuestas de soluci�n hacen innecesario el salto a la dial�ctica.

El mito de la raz�n total 5. Cr�tica de la ideolog�a y justijicaci�n dial�ctica Apenas cabe poner en duda que Habermas ve el problema de la relaci�n entre teor�a y praxis bajo el prisma, preferentemente, de la justificaci�n de la conducta pr�ctica; lo concibe, pues, como un problema de legitimaci�n. Este punto de vista hace comprensible tambi�n su posici�n respecto de una cr�tica de la ideolog�a que no ofrece ni elabora sustitutivo alguno para lo que desaprueba. A ello se a�ade su interpretaci�n instrumentalista de la ciencia pura, que a �l mismo le dificulta el acceso a la comprensi�n de una cr�tica de la ideolog�a de este tipo. Relaciona ambas cosas con el irracionalismo moderno, que hace plausible su exigencia de una superaci�n dial�ctica de las limitaciones �positivistas�. Cree que la limitaci�n de las ciencias sociales al conocimiento �puro�, cuya pureza, por otra parte, no deja de parecerle problem�tica, elimina los problemas de la praxis vital del horizonte de las ciencias de un modo tal, que �stas no pueden menos de quedar, en consecuencia, expuestas a intentos y ensayos interpretadores irracionales y dogm�ticos '^. Estos intentos' de interpretaci�n sucumben a una �critica de la ideolog�a amputada de modo positivista �, que en el fondo no depende de un inter�s cognoscitivo de ra�z meramente t�cnica menos de lo que de �l depende la propia ciencia tecnol�gicamente aplicable � lo que explica que una y otra acepten al un�sono el dualismo de hechos y decisiones. Como una ciencia social de este tipo no puede garantizar �coincidiendo en ello con las ciencias de la naturaleza� sino la econom�a en la elecci�n de medios y la acci�n exige, m�s all� de marco tan estrecho, una orientaci�n normativa y la cr�tica de la ideolog�a de estilo positivista �nicamente est�, por �ltimo, en situaci�n de reducir las interpretaciones que critica a las decisiones a ellas subyacentes, el resultado no puede ser otro que �un libre decisionismo en la elecci�n de los m�ximos fines� ". Al positivismo en el dominio del conocimiento le corresponde el decisionismo en el de la praxis; al racionalismo concebido de modo harto estrecho en aqu�l, un aut�ntico irracionalismo en �ste. �En este plano viene, pues, a procurar la cr�tica de la ideolog�a �de manera totalmente involuntaria� la prueba de c�mo el avance y extensi�n progresiva de ima racionalizaci�n cient�fico 53. Vid. a este respecto el p�rrafo Die positivistische IsoUerung von Vernunft und Entscheidung ("La escisi�n positivista entre raz�n y decisi�n") de su trabajo Dogmattsmus, Vernunft und Entscheidung ("Dogmatismo, raz�n y decisi�n"), en: Theorie und Praxis ("Teor�a y Praxis"), p�gs. 3, 239 y ss.; as� como su colaboraci�n al "Homenaje a Adorno". 54. Habermas, "Teor�a y Praxis", p�g. 242.

208 Hans Albert emp�ricamente limitada al dominio t�cnico son comprados al precio del proporcional crecimiento de vma masa de irracionalidad en el dominio de la propia praxis.� *� H�bermas no se priva de citar juntas, en este contexto, las formas m�s diversas de decisionismo �tal y como han ido represent�ndolas, entre otros, Jean Paul Sartre, Cari Schmitt y Arnold Gehlen�, present�ndolas como concepciones relativamente complementarias de un positivismo muy ampliamente dibujado, con el que est�n, seg�n nos dice, en interrelaci�n no poco profundaos, j^ �a vista de la irracionalidad en el �mbito de las decisiones com�nmente aceptada por positivistas y decisionistas cree H�bermas poder explicar incluso el retomo a la mitolog�a como �ltimo y desesperado intento de �asegurar institucionalmente una decisi�n previa y socialmente vinculativa en orden a los problemas pr�cticos� 5�. Dada su imagen de la ciencia positiva, la tesis de H�bermas resulta, cuanto menos, plausible, por m�s que no haga, desde luego, la menor justicia al hecho de que la reca�da en la mitolog�a, all� donde realmente se ha producido, en modo alguno puede ser cargada en la cuenta de la racionalidad espec�fica del talante cient�fico o^. El positivismo criticado por H�bermas goza por lo general, de muy poco predicamento en las sociedades totalitarias en las que semejante remitologizaci�n figura a la orden del d�a, en tanto que 55. Una cierta analog�a con esta tesis de complementariedad formulada por H�bermas se encuentra en el trabajo de Wolfgang de Boer, Positivtsmus und Existenzphilosophie ("Positivismo y filosof�a de la existencia") en: Merkur, tomo VI, 1952, fase. 47, p�g.. 12 y ss., donde ambas corrientes espirituales son interpretadas como dos respuestas "al mismo acontecimiento monstruoso del oscurecimiento del ser". El autor recomienda una "interpretaci�n antropol�gicofundamental", "una ciencia de los hombres, de la que hoy carecemos" como remedio. 56. H�bermas, "Teor�a y Praxis', p�g. 243. Alude en este contexto al libro, tan rico en pensamientos interesantes, de Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, Dialektik der Aufklarung ("Dial�ctica de la Ilustraci�n"), Amsterdam 1947, en el que en el marco de un an�lisis de la "dial�ctica del mito y de la ilustraci�n" es "denunciado" el positivismo y renovada la de�ciente relaci�n de Hegel con la l�gica, la matem�tica y la ciencia positiva. 57. En lo que al "decisionismo" de Cari Schmitt concierne, no deja de resultar interesante que en el Drittes Reich cediera a un "orden concreto de pensamiento", que m�s bien recuerda a Hegel, tal y como dio en su tiempo testimonio de ello el hegeliano Karl Larenz; vid. la recensi�n hecha por Karl Larenz del libro de Cari Schmitt, �ber die drei Ar�en des rechtswissenschaftlichen Denkens ("Sobre las tres clases de pensamiento jur�dico-cient�fico"), Hamburgo 1934, en: Zeitschrift f�r deutsche K�lturphilosophie, tomo I, 1935, p�gs. 112 y ss. Esta revista contiene asimismo testimonios diversos de un pensamiento de ra�z hegeliana singularmente orientado a la derecha, hasta el punto de que puede ser integrado sin mayores dificultades, en el marco de la ideolog�a fascista.

El mito de la raz�n total a los intentos de interpretaci�n dial�ctica de la realidad no deja de resultarles posible obtener en aqu�llas un notable reconocimiento ^''. Aimque, evidentemente, despu�s siempre cabe decir que �sa no era la verdadera dial�ctica. Pero �d�nde vislumbrar realmente �sta? El tratamiento que H�bermas dispensa al revisionismo polaco resulta de lo m�s interesante en este contexto''. Dicho revisionismo se desarroll� como reacci�n a la ortodoxia staliniana en un medio espiritual fuertemente impregnado de la influencia de la Escuela de Filosof�a de Varsovia. Su cr�tica iba preferentemente dirigida, entre otros puntos, contra los trazos de una filosof�a de la historia de intenci�n pr�ctica y estructura hol�stica determinantes del car�cter ideol�gico del marxismo. Incid�a, pues, negativamente en esos rasgos del pensamiento marxista con los que Hat bermas quiere enlazar de modo positivo. Semejante evoluci�n no es arbitraria, por supuesto. Est� muy relacionada con el hecho de que en Polonia, una vez establecida la posibilidad de organizar discusiones filos�ficas en relativas condiciones de libertad, la argumentaci�n de los dial�cticos vino a derrumbarse �en toda la l�nea, podr�amos decir� bajo la impresi�n de los contraargumentos esgrimidos por los miembros de la Escuela de Varsovia �. Imputar, como hace H�bermas, ingenuidad epistemol�gica a los te�ricos que a la vista de los argumentos cr�ticos de los fil�sofos de una direcci�n epistemol�gica verdaderamente rectora se vieron obligados a abandonar unas posiciones dif�cilmente sostenibles, no deja de resultar demasiado f�cil. El repliegue de Leszek Kolakowski a un �racionalismo metodol�gico� y a un revisionismo �m�s positivista�, 58. Vid. en este sentido la ponencia presentada por Emst Topitsch al 15. Congreso Alem�n de Sociolog�a: "Max Weber y la sociolog�a hoy". Tambi�n conviene tener en cuenta, a este respecto, el libro de Z. A. Jord�n, Philosophy and Ideology. The Development of Philosophy and Marxism-Leninism since the Second World War, Dordrecht 1963, en el que la discusi�n entre la Escuela de Filosof�a de Varsovia �calificable, sin duda, como "positivista", de acuerdo con el amplio uso que H�bermas hace del t�rmino� y el miarxismo polaco de orientaci�n dial�ctica, es analizado detalladamente. 59. Vid. "Teor�a y Praxis", p�g. 324 y ss. Se trata de la parte final, Immanente Kritik am Marxismus ("Cr�tica inmanente al marxismo"), de un trabajo muy interesante: Zur philosophischen Diskussion um Marx und den Marxismus ("Aportaciones a la discusi�n filos�fica en torno a Marx y el marxismo"), en el que H�bermas se ocupa tambi�n de las figuras de Sartre y de Marcuse. En este trabajo resultan perfectamente evidentes las intenciones habermasianas de cara a una filosof�a de la historia de orientaci�n pr�ctica y basada sobre una elaboraci�n de los conocimientos de las ciencias sociales emp�ricas. 60. Vid. para ello el libro de Jord�n, arriba citado, Philosophy and Ideology, partes IV a VI. La argumentaci�n relevante para la concepci�n de Habermas se encuentra, sobre todo, en la parte VI: Marxist-Leninist Historicism and the Concept of Ideology. 14. � POSITIVISMO

210 Hans Albert que tan fuertemente critica, fue motivado por un desaf�o a cuya altura han de saberse poner los herederos del pensamiento hegeliano de nuestro propio pa�s antes de permitirse dar alegremente el carpetazo a los resultados de la discusi�n polaca ^. A mi modo de ver, entre el hecho de que a menudo los intentos de interpretaci�n dial�ctica de la realidad no son �a diferencia del �positivismo� criticado por Habermas�, denostados, ni mucho menos, en las sociedades totalitarias y la especificidad del pensamiento dial�ctico, existe una �ntima relaci�n. Uno de los rendimientos esenciales de estas formas de pensamiento debe cifrarse, precisamente, en su capacidad para conferir a cualesquiera decisiones la m�scara de conocimientos, legitim�ndolas as�, y legitim�ndolas de un modo tal que quedan fuera del �mbito de toda discusi�n posible ^. Parece, no obstante, dif�cilmente rechazable que una �decisi�n � as� embozada apenas podr�a ofrecer al foco de la raz�n �^por muy global que �sta se pretendiera� otra fisonom�a que esa �mera� decisi�n a la que, seg�n parece, estaba destinada a superar. El desemnascaramiento mediante el an�lisis cr�tico raramente podr�a ser, pues, criticado en nombre de la raz�n ^. Habermas no puede, evidentemente, insertar del todo esta cr�tica de la ideolog�a en su esquema de un conocimiento de ra�z t�cnica y, en consecuencia, aplicable a voluntad. Se ve precisado a conferir reconocimiento a �una cr�tica autonomizada de la ideolog�a� que, seg�n parece, se ha liberado hasta cierto punto de dicha ra�z " 61. Y esto es tanto m�s el caso cuanto que apenas podr�a decirse, por ejemplo, que a los marxistas polacos no les hubieran resultado accesibles los argumentos sobre los que ios representantes del pensamiento dial�ctico de nuestro pa�s creen disponer. 62. Vid. a este respecto, por ejemplo, las investigaciones cr�ticas de Emst Topitsch en su libio "Filosof�a social entre ciencia e ideolog�a", asi como su ensayo Entfretndung und Ideologie. Zur Entmythologiesierung des Marxismus ("Enajenaci�n e ideolog�a. En tomo a la desmitologizaci�n del marxismo") en: Hamburger Jahrbuch f�r Wirtschafts� und Gesellschaftspolitik, tomo 9, 1964. 63. La ilustraci�n "lineal" que ha de ser dial�cticamente superada se me figiira id�ntica, en no escasa medida, a esa ilustraci�n "vulgar" o "superficial" que precisamente en Alemania viene siendo atacada desde hace tiempo en nombre de una problem�tica metaf�sica del estado o en nombre de concretas referencias de orden vital; vid. en lo que a este tema se refiere Karl Popper, "Autoliberaci�n por el saber", Emst Topitsch, "Filosof�a social entre ciencia e ideolog�a" y mi aportaci�n al Jahrbuch f�r kritische Aufkl�rung �Club Voltaire �, 1, Munich 1963: Die Idee der kritischen Vemunft ("La idea de la raz�n cr�tica"). 64. Vid. a este respecto Habermas, "Teor�a y Praxis", p�g. 243 y ss. Se refiere aqu�, en primer lugar, a los trabajos de Emst Topitsch que han sido recogidos en el libro de �ste: "Filosof�a social entre ciencia e ideolog�a". Seg�n parece, encuentra en el libro ciertas dificultades de ordenaci�n.

El mito de la raz�n total y en la que los �positivistas sinceros a quienes semejantes perspectivas impiden re�r�, es decir, que retroceden ante el irracionalismo y la remitologizaci�n, �buscan un freno�. La motivaci�n de una cr�tica de la ideolog�a de este tipo le parece algo no explicado, pero esto ocurre, �nicamente, porque apenas puede hacer incidir aqu� el que con toda evidencia considera �nico motivo iluminador de la puesta a punto de nuevas t�cnicas. No ignora que esta cr�tica constituye �un intento de clarificaci�n de la consciencia�, pero no ve de d�nde ha de poder sacar su fuerza, dado que �la raz�n separada de la decisi�n, no puede estar interesada en una emancipaci�n de la consciencia respecto de toda inhibici�n dogm�tica� *\ Aqu� tropieza con un dilema: no siendo posible, en su opini�n, el conocimiento cient�fico de este tipo sino �al modo de una raz�n decidida cuya fundamentada posibilidad viene a discutir, precisamente, la cr�tica de la ideolog�a�, al renunciar a la fundamentaci�n, �la disputa de la raz�n con el dogmatismo� sigue siendo, ella misma, �cosa de la dogm�tica� ''^; en la ra�z de este dilema sit�a el hecho de que �la cr�tica de la ideolog�a no puede menos de presuponer t�citamente como motivo propio lo que de manera tan dogm�tica combate: la convergencia de raz�n y decisi�n, es decir, un concepto mucho m�s amplio de racionalidad� ^\ Con otras palabras: este tipo de cr�tica de la ideolog�a no est� en condiciones de llegar a ver claro lo que ella misma viene realmente a ser. Habermas, sin embargo, s� que ve claro lo que es: una forma enmascarada de raz�n impregnada de decisi�n, una dial�ctica inhibida. Ya se ve a d�nde lleva su interpretaci�n restrictiva de la ciencia social no dial�ctica. La cr�tica de la ideolog�a as� analizada puede considerar perfectamente suyo, sin embargo, dicho inter�s por ima �emancipaci�n de la consciencia respecto de toda inhibici�n dogm�tica�. Puede incluso reflexionar sobre sus propios fundamentos sin verse por ello metida en un atolladero. Y en lo que a la alternativa planteada por Habermas entre dogmatismo y fundamentaci�n concierne, tiene motivos m�s que suficientes para esperar a que la dial�ctica explique los t�rminos en que le resulta posible solucionar los problemas de la fundamentaci�n as� planteados. Es a ella, sobre todo, a quien incumbe procurar tal soluci�n ya que parte del punto de vista de la legitimaci�n de las intenciones pr�cticas. Y en cuanto a si el positivismo puede ofrecer o no una soluci�n, o, en t�rminos a�n m�s generales, si le interesa o no solucionar dichos problemas, la respuesta depender� de lo que se entienda como �positivismo�. Volveremos a ello. 65. Habermas, op. cit., p�g. 244.

212 Hans Albert En opini�n de Habermas hay que distinguir entre una cr�tica de la ideolog�a y, consecuentemente, una racionalidad s�lo orientada seg�n el valor de las t�cnicas cient�ficas y otra que, m�s all� de todo ello, parte tambi�n del �sentido de una emancipaci�n cient�fica hacia la mayor�a de edad�''''. No tiene inconveniente en aceptar que en ocasiones tambi�n en �la cr�tica de la ideolog�a en su forma positivista cabe percibir un inter�s por el acceso a la madurez de la emancipaci�n�. La concepci�n de Popper �a prop�sito de la que reconoce tal cosa ^� es la que, seg�n �l cree, m�s se acerca a la racionalidad globalizadora de cu�o dial�ctico. No puede, en efecto, negarse que el racionalismo cr�tico de Popper, desarrollado precisamente como reacci�n al positivismo l�gico de los a�os treinta, no pone, en principio, l�mite alguno a la discusi�n racional, con lo que puede enfrentarse con problemas que un positivismo entendido de modo estricto no acostumbra a discutir ^. No tiene, en todo caso, la menor predisposici�n a adscribir todos esos problemas a la ciencia positiva. La raz�n cr�tica en sentido popperiano no se detiene en los l�mites de la ciencia. Habermas le reconoce el motivo de la ilustraci�n, pero aunque acepta su naturaleza esclarecedora no deja de llamar la atenci�n sobre esa �resignada restricci�n � que viene, por lo visto, a representar el hecho de que el racionalismo no haga aqu� acto de presencia sino como aut�ntica �profesi�n de fe� ^. Cabe suponer que en este punto su cr�tica depende de la arriba citada expectativa de una fundamentaci�n. 66. "Teor�a y Praxis", p�g. 244 y ss. y p�g. 250. 67. Habermas, op. cit, p�g. 251. Emst Topitsch parece ser adscrito, por el contrario �si no me equivoco� al primer tipo. En qu� pueda basarse esta ordenaci�n es algo en lo que no alcanzo a penetrar. Tampoco veo en qu� medida ha de poderse llevar a cabo una ordenaci�n de acuerdo con este esquema. �Qu� criterios han de regir? �No deber�a m�s bien agradecer su ficticia existencia, acaso, la primera forma de cr�tica de la ideolog�a a su restrictiva interpretaci�n del conocimiento cient�fico? 68. No deja de resultar de lo m�s problem�tico, por otra parte, el empe�o de dilucidar estos problemas con el positivismo de los a�os 30 como tel�n de fondo, dado que �ste ha sido abandonado hace ya mucho tiempo por sus antiguos representantes. E incluso entonces era preciso contar ya, por ejemplo, con la Escuela de Varsovia, que jam�s acept� ciertas restricciones. La proposici�n de Wittgenstein que Habermas cita a prop�sito del problema de la neutralidad valorativa �en "Teor�a anal�tica de la ciencia y dial�ctica"�: "Sentimos que incluso en el caso de que hubiera ya una respuesta para todas las cuestiones cient�ficas imaginables, nuestros problemas vitales no habr�an sido siquiera rozados", me parece muy poco caracter�stica de la mayor parte de los "positivistas". Con la concepci�n de Popper tiene, desde luego, muy poco que ver, de manera que su inserci�n en el contexto de ima cr�tica a �ste no acaba de resultar comprensible. 69. Habermas, "Teor�a y Praxis", p�g. 252.

El mito de la raz�n total Expectativa que viene a quedar, indudablemente, defraudada. Popper desarrolla su concepci�n oponi�ndose a un �racionalismo globalizador� que resulta acr�tico en la medida en que �an�logamente a lo que ocurre con la paradoja del mentiroso� viene a implicar su propia anulaci�n�. Como por razones l�gicas no cabe pensar, pues, en una autofundamentacion del racionalismo, Popper reserva a la toma de posici�n racionalista el calificativo de decisi�n, decisi�n que en la medida en que tiene l�gicamente lugar antes del uso de argumentos racionales, puede muy bien ser considerada como irracional". Establece, de todos modos, una clara distinci�n entre una decisi�n ciega y aquella otra que es tomada l�cidamente, es decir, a conciencia de sus consecuencias. � �Qu� postura adopta Habermas respecto de este problema? En realidad, lo soslaya, pensando, por lo visto, que el dial�ctico no tiene por qu� enfrentarse con �l '^. En los argumentos popperianos contra un racionalismo excesivamente abarcador no entra ni poco ni mucho. Reconoce que �si el conocimiento cient�fico purgado del inter�s de la raz�n carece, por un lado, de toda referencia inmanente a la praxis y si no hay, por otro, contenido normativo que no venga nominalistamente escindido de cualquier posible penetraci�n cognoscitiva en el contexto real de la vida �como Popper presupone tan poco dial�cticamente� no podremos, de hecho, sino vernos ante un dilema obvio: nuestra imposibilidad de obligar racionalmente a nadie a 70. Karl Popper, "La Sociedad Abierta y sus enemigos", p�g. 414 y ss. (de la edici�n inglesa). 71. Podr�a discutirse si las expresiones aqu� utilizadas no resultan problem�ticas a la vista de las asociaciones perturbadoras que pueden provocar. El uso de la dicotom�a "racional-irracional" podr�a limitarse, por ejemplo, a casos en los que se dieran ambas posibilidades. La palabra "creencia", que aparece en este contexto popperiano, no deja de resultar tambi�n sobrecargada en cierto sentido, en virtud, sobre todo, de la idea, tan extendida, de que entre creencia y conocimiento apenas existe conexi�n alguna. Pero sea como sea, lo que aqu� importa esencialmente no es el modo de expresi�n. 72. No deja de resultar interesante en este contexto la consideraci�n de que el fundador de la dial�ctica �en la versi�n de �sta que Habermas esgrime contra el "positivismo"� no pudo pasar, a su vez, sin una ' decisi�n" que "tambi�n puede ser considerada como arbitraria"; vid. a este respecto G. F. W. Hegel, Wissenschaft dar Logik ("Ciencia de la L�gica"), edic. de Georg Lasson, Primera Parte, tomo 56 de la Biblioteca Filos�fica Meiner, p�g. 54. A este punto ha aludido expresamente J�rgen von Kempski en su ya citado trabajo sobre la "falta de presupuestos", vid. Brechungen, p�gs. 142, 146 y passim. Von Kempski llama la atenci�n, adem�s, sobre el hecho de que "las posiciones kantianas del primado de la raz�n pr�ctica y la doctrina de los postulados son convertidas por los llamados idealistas alemanes en el punto crucial de una reinterpretaci�n de la cr�tica de la raz�n puesta, en �ltima instancia, al servicio de motivos teol�gicos", p�g. 146, op. cit.

214 Hans Albert basar sus tomas de posici�n en argumentos y experiencias�". La posible e hipot�tica relevancia en este contexto de una �referencia inmanente a la praxis� en el plano del conocimiento o de la combinaci�n de contenido normativo y penetraci�n en la cosa no nos es, en realidad, mostrada. Sus disquisiciones le llevan a Habermas a afirmar, en �ltimo extremo, que los problemas pueden ser resueltos adecuadamente mediante una raz�n abarcadora y �decidida�. La fisonom�a de esta soluci�n es lo que no llega a vislumbrarse. Su idea de que �en la discusi�n racional en cuanto a tal late ya, irremediablemente, una tendencia caracterizable, en s�, como portadora de una decisi�n, definida por la racionalidad misma, y que, en consecuencia, no precisa de la mera elecci�n, de la pura fe� '* presupone como factum la discusi�n racional, pasando as� de IcTgo ante el problema planteado por Popper. La tesis de que incluso �en las discusiones m�s simples sobre pi"oblemas metodol�gicos... viene ya implicada la previa intelecci�n de una racionalidad a�n no vaciada de sus momentos normativos� '^ apenas puede ser esgrimida contra Popper, que no s�lo no ha negado jam�s el trasfondo normativo de tales discusiones, sino que m�s bien ha incluso procedido a analizarlo. Tambi�n en este punto viene a evidenciarse esa tendencia de Habermas, que ya nos es conocida a remitir a �meros � hechos en lugar de discutir los problemas y sus soluciones. Entretanto Popper ha desarrollado sus tesis, reelabor�ndolas de una manera que no podr�a menos de interesarle a Habermas, dado el car�cter de los problemas que le ocupan'". Apunta en este �ltimo estadio de su obra a sustituir las concepciones, que viene a superar, orientadas en tomo a la idea de la justificaci�n positiva'", 73. Habermas, "Teor�a y Praxis", p�g. 252. 74. Habermas, op. cit., p�g. 254. 75. Habermas se refiere aqu� al interesante libro de David Pole, Conditions of Rational Inquiry, London 1961, un libro que en el marco de una cr�tica parcial a Popper no deja de tomar mucho de las concepciones de �ste. Pole toma en consideraci�n la "La Sociedad Abierta y sus enemigos", desde luego, pero descuida escritos posteriores de Popper en los que �ste ha elaborado y perfeccionado su criticismo. 76. Vid. a este respecto, sobre todo, su trabajo On the Sources of Knowledge and Ignorance, en: Proceedings of the British Academy, vol. XLVI, 1960, incluido posteriormente en su volumen de ensayos Conjectures and Refutations (trad cast. "El desarrollo del conocimiento cient�fico"); as� como tambi�n William Warren Bartley, The Retreat to Commitment, New York 1962; Paul K. Feyerabend, Knowledge wi�hout Foundations, Oberlin/Ohio 1961; y mi colaboraci�n arriba citada Die Idee der kritischen Vemunft ("La idea de la raz�n cr�tica"). 77. Ya en su Logifc der Forschung (trad. cast. "La l�gica de la investigaci�n cient�fica"), Viena 1935, resultan evidentes las ra�ces de esta evoluci�n;

El mito de la raz�n total por la idea del examen cr�tico, un examen liberado, desde luego, de cualquier idea de justificaci�n, que no podr�a conducir sino a un regreso infinito y nunca culminante o a una soluci�n dogm�tica. Cuando recurre a cualesquiera certidumbres f�cticas con vistas a legitimar intenciones pr�cticas surgidas de un contexto objetivo y conf�a en la derivaci�n y justificaci�n de criterios meta�ticos a partir de tales o cu�les intereses subyacentes, est� mostrando, en realidad, que a�n permanece vinculado a esta idea de justificaci�n �'. La alternativa entre dogmatismo y fundamentaci�n, que en �l juega im papel importante, es desmontada, por muy obvio que esto parezca, por el argumento de que el recurso a motivos positivos tiene, en s�, el car�cter de un procedimiento dogm�tico La exigencia de legitimaci�n, que no deja de inspirar tambi�n la filosof�a de la historia de intencionalidad pr�ctica sustentada por Haberntas, confiere respetabilidad al recurso a dogmas, recurso que apenas si puede ser disimulado con la dial�ctica. La cr�tica de la ideolog�a se propone evidenciar semejantes enmascaramientos, sacar a la luz el n�cleo dogm�tico de tales argumentaciones y relacionarlas con el contexto social efectivo en el que cumplen su funci�n legitimadora. En este sentido opera, pues, precisamente contra tales sistemas de proposiciones, tal y como Haberntas postula que se haga de cara a la orientaci�n normativa de la praxis: como fruto no se propone la legitimaci�n sino la cr�tica. Quien, por el contrario, busque resolver el problema de las relaciones entre teor�a y praxis, entre ciencia social y pol�tica, evitando el recurso abierto a una dogm�tica normativa, no podr�, en �ltimo extremo, sino acogerse a una forma de enmascaramiento como la vid., por ejemplo, su tratamiento del trilema de Fr�es referente al dogmatismo, regreso infinito y psicologismo en el cap�tulo dedicado al problema de la base emp�rica. 78. Vid. a este respecto "Teor�a y Praxis", p�g. 255, donde se ocupa de mi trabajo Ethik und Meta-Ethlk ("�tica y Meta�tica") publ. en Archiv f�r Philosophie, tomo II, 1961. Contra mi enfoque del problema de la confirmaci�n de los sistemas �ticos objeta que a pesar de mi voluntad resultan en �l evidentes las limitaciones positivistas, en la medida en que las cuestiones materiales vienen prejuzgadas en forma de decisiones metodol�gicas y las consecuencias pr�cticas de la aplicaci�n de los criterios correspondientes son excluidas de la reflexi�n. En lugar de ello propone una clarificaci�n hermen�utica de los conceptos hist�ricos correspondientes y la ya mentada justificaci�n en t�rminos de intereses. Poco antes ha citado, sin embargo, un p�rrafo m�o del que se desprende que una discusi�n lacional de ese tipo de criterios es de todo punto posible. Ni se excluye nada de la reflexi�n, ni se prejuzga nada en el sentido de unas decisiones irrevocables. Que algo sea "en s�" una "cuesti�n material" y por tanto no discutible sino a un nivel muy determinado, es cosa que no resultar�a tan f�cil de decidir.

216 Hans Atbert que ofrece el pensamiento dial�ctico o hermen�utico. En semejante empresa encontrar� ayuda no escasa en un lenguaje opuesto a toda clara y precisa formulaci�n de las ideas. Que xm lenguaje de este tipo domine incluso las reflexiones metodol�gicas que preceden al trabajo real, as� como tambi�n las discusiones con otras concepciones mantenidas en este mismo plano, es algo que no puede, evidentemente, ser entendido sino como fruto de una determinada voluntad est�tica, si por una vez se deja a un lado el no lejano pensamiento de una estrategia de relativa inmunizaci�n". 6. Criticismo contra dial�ctica El problema de las relaciones entre teor�a y praxis, que ocupa el centro de las ideas de Habermas, ofrece un gran inter�s desde muchos �ngulos. Con �l se han enfrentado igualmente representantes de otras tendencias *�. Es un problema en cuyo tratamiento juegan un papel inevitable las concepciones filos�ficas. Acaso esto facilite el encuentro de soluciones �tiles, aunque en determinadas circunstancias pueda contribuir tambi�n a dificultarlo. El modo en que Habermas se enfrenta con esta problem�tica y su manera de dilucidarla adolecen de un doble defecto: por un lado, y en virtud de una interpretaci�n harto restringida de las mismas, exagera las dificultades que entra�an las concepciones que critica, por otro, apenas expone las soluciones por las que �l mismo se inclina sino de manera vaga y, en el mejor de los casos, metaf�rica *^ Respecto de las teor�as que combate se comporta hipercr�ticamente, en tan 79. Cada vez que se encuentra uno con este lenguaje en los representantes de la Escuela de Frankfurt no puede menos de sentir la impresi�n, incluso en los casos en que las ideas expresadas parecen de todo punto interesantes, de que quieren "atrincherarse" desde un principio contra toda posible critica. 80. Hace ya mucho tiempo que Gerhard Weisser, por ejemplo, se ha ocupado de este problema, desde los presupuestos de la versi�n del kantismo debida a Nelson y Fr�es. En el �mbito econ�mico encontramos la llamada econom�a del bienestar, cuyas ra�ces son eminentemente utilitaristas. Sobre todo en esta disciplina ha resultado harto evidente que la empresa de justificar las medidas pol�ticas con la ayuda de reflexiones teor�ticas viene acompa�ada de todo tipo de dificultades. En cada uno de los detalles parece estar oculto el diablo. 81. No pretendo en absoluto negar que su libro "Teor�a y Praxis" contiene an�lisis y discusiones �de naturaleza hist�rica, en ocasiones� de todo punto interesantes, y de los que no he podido ocuparme en el marco de los problemas tratados por m�. t�nicamente he podido dedicar mi atenci�n a aqu�llos de sus pensamientos de naturaleza sistem�tica relevantes para el an�lisis de su cr�tica del "positivismo". Las partes tratadas no pueden resultar en absoluto determinantes de cara a una valoraci�n global del libro.

Et mito de la raz�n total to que respecto de la dial�ctica es m�s que generoso. No se priva de dar a sus adversarios todo tipo de consejos acerca de c�mo deben superar sus limitaciones recuperando la unidad de raz�n y decisi�n, inclin�ndose por una racionalidad m�s global y formulaciones similares. Pero lo que de positivo contrapone a la racionalidad �particular � de �stos son m�s bien met�foras que m�todos. Se aprovecha de la ventaja que supone el que Popper, por ejemplo, explicite sus concepciones en formulaciones claras y tajantes, imponiendo �l, en cambio, a sus lectores la desventaja de tener que orientarse con esfuerzo en sus propias disquisiciones. Disquisiciones cuyo punto flaco radica �hablando objetivamente� en su manera de esbozar la situaci�n y caracter�sticas del problema. Su interpretaci�n instrumentalista de las ciencias positivas te�ricas le obliga a acogerse a una imagen de ra�z �positivista� de la cr�tica de la ideolog�a para la que apenas cabr�a encontrar puntos de apoyo en la realidad social. All� donde no puede menos de reconocer el motivo de la ilustraci�n, de la emancipaci�n de la consciencia respecto de toda inhibici�n dogm�tica, subraya restricciones dif�cilmente identificables a la luz de sus formulaciones. La tesis de la complementariedad de positivismo y decisionismo por la que se pronuncia no carece de cierta plausibilidad cuando se la refiere al �positivismo� ingenuo de la vida cotidiana, puede incluso tener cierta validez cuando se presupone su interpretaci�n instrumentalista de la ciencia, pero apenas podr�a ser aplicada con sentido a las concepciones filos�ficas sobre las que quiere incidir con dicha tesis. En su empe�o por evidenciar la problematicidad de la misma, ha de presuponer siempre esa distinci�n entre hechos y decisiones, entre leyes de la naturaleza y normas, que interpreta y refuta como desgajamiento y separaci�n. Borrando esta diferencia, sin embargo, la clarificaci�n de las relaciones entre aqu�llos y �stas no es sino dificultada. Que existen relaciones sobre unos y otras es algo que las concepciones por �l criticadas no niegan en absoluto. M�s bien proceden a analizarlas. En su intento por acabar con la confusi�n originaria de estos elementos en el pensamiento y en el lenguaje de ia vida cotidiana, el burdo �positivismo� del sentido com�n puede sentirse, sin duda, inclinado no s�lo a no distinguir entre teor�as puras, hechos desnudos y meras decisiones, sino tambi�n a aislar unas de otros. Pero no es �ste el caso de las concepciones filos�ficas criticadas por Habermas. Antes bien puede decirse que detectan y establecen relaciones muy diversas entre dichos momentos, unas relaciones harto relevantes, sin duda, para el conocimiento y la acci�n. A esta luz los hechos se presentan como aspectos de la realidad teor�ti

218 Hans Albert camente interpretados ^, las teor�as como interpretaciones selecti vas en cuyo an�lisis y enjuiciamiento los hechos juegan nuevamen te un papel, y cuya aceptaci�n entra�a decisiones. Decisiones to madas desde puntos de vista accesibles en un plano meta-te�rico a la discusi�n objetiva ^\ En cuanto a las decisiones de la vida pr�c tica, �stas pueden ser tomadas a la luz de un an�lisis situacional capaz de servirse de todos los resultados te�ricos pertinentes y de sopesar, al mismo tiempo, las consecuencias. Distinguir entre he chos y decisiones, entre enunciados nomol�gicos y normativos, en tre teor�as y estados de cosas no equivale, en modo alguno, a negar que entre unos y otras existan unas determinadas relaciones. Dif� cilmente tendr�a sentido, sin embargo, �superar dial�cticamente� todas estas distinciones en una unidad de raz�n y decisi�n postu lada ad hoc, disolviendo los diversos aspectos de los problemas y los planos de la argumentaci�n en una totalidad omniabarcadora, sin duda, pero obligada �precisamente por eso� a solucionar to dos los problemas a xm tiempo. Un procedimiento de este tipo no puede conducir sino a que los problemas sean indicados pero no analizados, las soluciones postuladas pero no llevadas efectivamente a cabo. El culto dial�ctico de la raz�n total es demasiado ambicioso como para contentarse con soluciones �particulares�. Como no existen soluciones capaces de S'atisfacer sus ambiciones tiene que darse por contento con indicaciones, alusiones y met�foras. Habermas no est� de acuerdo con las soluciones del problema defendidas por sus oponentes. Est�, por supuesto, en su derecho. Tampoco �stos se sienten plenamente satisfechos. Est�n dispuestos a discutir alternativas, si �stas les son presentadas, como est�n

igualmente dispuestos a reaccionar ante cualesquiera observaciones cr�ticas que descansen sobre argumentos v�lidos como tales. No est�n limitados por esa restricci�n de la racionalidad a los problemas de la ciencia positiva que Habermas cree necesario achacarles tan a menudo, pero tampoco por la interpretaci�n restrictiva 82. Vid. a este respecto, por ejemplo, Karl R. Popper, Why are the Calc�li of Logic and Arithmetic Applica�le to Reality, en: Conjectures and Refutations (trad. cast. "El desarrollo del conocimiento cient�fico"), sobre todo p�gina 213 y ss. 83. Habermas reconoce ("Teor�a y Praxis", p�g. 255 y ss.) que "el umbral hacia la dimensi�n de una racionalidad globalizadora ha sido ya sobrepasado" tan pronto como "en los llamados niveles metateor�tico y meta�tico se argumenta con, razones", como si la discusi�n de todos estos problemas con argumentos cr�ticos no hubiera sido siempre perfectamente caracter�stica de esas modalidades de concepci�n racionalista que engloba bajo el r�tulo, harto general, de positivismo. Basta con echar un vistazo a ciertas revistas para comprobarlo.

El mito de la raz�n total del conocimiento cient�fico que subyace a las cr�ticas de �ste. En las ciencias positivas no ven simplemente un medio auxiliar para la racionalizaci�n t�cnica, sino, sobre todo, un paradigma de la racionalidad cr�tica, un �mbito social en el que la soluci�n de los problemas ha sido elaborada mediante el uso de argumentos cr�ticos de una manera tal que para otros �mbitos puede ser asimismo de gran importancia ^. Consideran, de todos modos, que frente a la dial�ctica propugnada por Habermas no pueden reaccionar sino con escepticismo, entre otras razones porque con ayuda de la misma resultan enmascarables y dogmatizables con excesiva facilidad como aut�nticos conocimientos lo que en realidad no pasan de ser puras decisiones. Si lo que realmente le importa es desvelar las conexiones existentes entre la teor�a y la praxis y no simplemente el metaf�rico rodeo de las mismas, habremos de inferir que en semejante empe�o Habermas se ha buscado contrincantes falsos y falsos aliados, porque la dial�ctica no le procurar� soluciones, sino m�scaras tras de las que vengan a ocultarse los problemas no resueltos. 84. Que tampoco la ciencia est� totalmente a cubierto de dogmatismos es algo que no deja de resultarles perfectamente familiar, en la medida en que es tambi�n una empresa humana; vid., por ejemplo, Paul K. Feyerabend, �ber konservative Z�ge in den Wissenschafften und insbesondere in der Quantentheorie und ihre Beseitigung ("En torno a los rasgos conservadores en las ciencias y sobre todo en la teor�a cu�ntica y su eliminaci�n") en Club Voltaire, Jahrbuch f�r kritische Aufklarung I, compilado por Gerhard Szczesny, Munich 1963.

J�RGEN HABERMAS CONTRA UN RACIONALISMO MENGUADO DE MODO POSITIVISTA R�plica a un panfleto ^ Hans Albert se ha ocupado cr�ticamente de un escrito m�o en torno a la teor�a anal�tica de la ciencia y la dial�ctica publicado a ra�z de la controversia que tuvo lugar en T�bingen, en el marco de una sesi�n de trabajo celebrada por la Sociedad Alemana de Sociolog�a, entre Karl R. Popper y Theodor W. Adorno'^. Del mutuo encogerse de hombros que cons'titu�a la estrategia usual hasta el momento no puede decirse que resultara un procedimiento precisamente fecundo. De ah� que salude el hecho de esta pol�mica, por muy problem�tica que me parezca la �orma que ha adoptado. Me limitar� a su contenido. Debo anteponer algunas observaciones a la discusi�n, con el fin de cooperar al esclarecimiento de la base de nuestro enfrentamiento. Mi cr�tica no va dirigida contra la praxis de la investigaci�n de las ciencias emp�ricas estrictas, ni tampoco contra una sociolog�a cient�fica del comportamiento, en la medida en que �sta exista; otro problema es el de si puede en absoluto darse m�s all� de los l�mites de una investigaci�n sociopsicol�gica de grupos reducidos. El objeto de mi cr�tica viene constituido, �nica y exclusivamente, por la interpretaci�n positivista de dichos procesos de investigaci�n. Porque la falsa consciencia de una praxis v�lida reobra sobre �sta. No pretendo en modo alguno negar que la teor�a anal�tica de la ciencia ha coadyuvado al desarrollo de la praxis de la investigaci�n 1. Cfr. Hans Albert, Der Mythos der totalen Vemunft ("El mito de la raz�n total"). 2. Recogido en el presente volumen, p�gs. 147 ss.; Albert hace referencia adem�s a algunos puntos de mi trabajo sobre "Dogmatismo, raz�n y decisi�n", en: J�rgen Habermas, Theorie und Praxis ("Teor�a y Praxis"), Neuwied 1963, p�g. 231 y ss. No se ocupa de la totalidad del libro.

222 J�rgen Habermas y a la clarificaci�n, asimismo, de las decisiones metodol�gicas. Paralelamente a ello, sin embargo, la autointelecci�n positivista acciona de manera restrictiva; detiene la reflexi�n v�lida en los l�mites de las ciencias emp�rico-anal�ticas (y formales). Me opongo a esta encubierta funci�n normativa de una falsa consciencia. De acuerdo con las normas prohibitivas de cu�o positivista, �mbitos enteros de problemas deber�an ser excluidos de la discusi�n y abandonados a posiciones y enfoques irracionales, por mucho que, como creo, no dejen de resultar susceptibles, asimismo, de clarificaci�n cr�tica. Efectivamente: si todos aquellos problemas que dependen de la elecci�n de standards y de la influencia de argumentos no fueran accesibles a la consideraci�n cr�tica y tuvieran que ser reducidos a meras decisiones, la propia metodolog�a de las ciencias emp�ricas no podr�a menos de ser �en id�ntica medida� irracional. Como nuestras posibilidades de acceder por v�a racional a unanimidad en lo que a los problemas en discusi�n concierne no dejan de ser, f�cticamente hablando, harto reducidas, considero que las restricciones de orden principal encaminadas a ponemos trabas en la consecuci�n y total aprovechamiento de dichas posibilidades son irremediablemente peligrosas. Para cerciorarme de la dimensi�n de racionalidad globalizadora y penetrar en la apariencia de las restricciones positivistas, tomo, por supuesto, un camino pasado de moda. Conf�o en la fuerza de la autorreflexi�n: si reflexionamos acerca de lo que ocurre en los procesos de investigaci�n, accedemos a la certidumbre de que nos movemos siempre en un horizonte de discusi�n racional cuyos l�mites est�n trazados con una amplitud muy superior a la que el positivismo juzga permisible. Albert aisla mis argumentos del contexto de una cr�tica inmanente a la concepci�n de Popper. Los descoyunta as� de tal modo que yo mismo acabo por no reconocerlos. Albert da a entender, por otra parte, que con ayuda de los mismos me propongo algo as� corri� introducir un nuevo �m�todo� situable al lado de los ya firmemente introducidos y vigentes m�todos de la investigaci�n cient�fico-social. Nada m�s lejos de mi �nimo. Si he escogido la teor�a de Popper como contrapunto de mis reflexiones cr�ticas, ello se debe, en buena medida, al hecho de participar �sta inicialmente, en no escasa medida, de mi mismo talante negativo respecto del positivismo. Bajo la influencia de Russell y del primer Wittgenstein, el Circulo de Vierta, agrupado en tomo a Moritz Schlick, desarroll� los rasgos de una teor�a de la ciencia de factura hoy ya cl�sica. A Popper le corresponde en esta tradici�n un puesto harto singular: por un lado es un caracterizado representante de la teor�a anal�tica de la ciencia y, por otro, ya en los a�os veinte critic�

Contra un racionalismo menguado... 223 duramente los presupuestos empiristas del nuevo positivismo. La cr�tica de Popper alcanza el primer nivel de autorreflexi�n de im positivismo al que permanece todav�a tan anclado que no cala en la ilusi�n objetivista de la pretendida figuraci�n de los hechos' por parte de las teor�as cient�ficas. Popper no incide en el inter�s cognoscitivo de ra�z t�cnica de las ciencias emp�ricas; se opone decididamente a las concepciones pragm�ticas. No me queda otra salida que reelaborar la relaci�n existente entre mis argumentos y los problemas de Popper, dada la medida en que Albert la ha desfigurado. Al reformular, al liilo de las objeciones hechas por Albert, una cr�tica que, en lo esencial, ha sido ya expuesta, alimento la esperanza de que en esta ocasi�n y bajo su nueva forma, d� lugar a im menor n�mero de malentendidos. La objeci�n del malentendimiento comienza, de todos modos, por hac�rmela Albert a m�. Opina que estoy equivocado en lo que concierne a: el papel metodol�gico de la experiencia, el llamado problema de la base, la relaci�n entre enunciados metodol�gicos y emp�ricos el dualismo de hechos y standards. Albert sostiene, asimismo, que la interpretaci�n pragmatista de las ciencias emp�rico-anal�ticas es falsa. Y considera, por �ltimo, que la confrontaci�n entre posiciones dogm�ticamente representadas y posiciones fundamentadas de modo racional constituye, actualmente, una alternativa falsamente planteada, en la medida en que el criticismo de Popper ha venido, precisamente, a superarla. Voy a ocuparme de estas dos objeciones al hilo de esos cuatro pxmtos �malentendidos� a cuyo an�lisis y clarificaci�n me propongo proceder ordenadamente. El lector juzgar� entonces qui�n ha incurrido realmente en dicho falso entendimiento. Me molesta tener que sobrecargar una revista sociol�gica especializada con problemas y detalles de teor�a de la ciencia; pero no es posible discusi�n alguna mientras estemos sobre las cosas y no en ellas. 1. Critica del empirismo El primer equ�voco se refiere al papel metodol�gico de la experiencia en las ciencias emp�rico-anal�ticas. Albert insiste, con toda raz�n, en la posibilidad, efectivamente existente, de insertar en las teor�as experiencias de cualquier origen, es decir, experiencias que

224 J�rgen Habermas pueden provenir tanto del potencial de la experiencia cotidiana, como de los mitos heredados de la tradici�n, como de las propias vivencias espont�neas. Han de satisfacer una sola condici�n: la de resultar traducibles a hip�tesis contrastables. En lo que a esta contrastacion se refiere no resulta v�lido, de todos modos, sino un tipo muy determinado de experiencia: la experiencia de los sentidos, reglamentada mediante disposiciones emp�ricas o similares; hablamos tambi�n de observaci�n sistem�tica. Bien: jam�s he puesto en duda dicha afluencia de experiencias no reglamentadas a la corriente de la fantas�a creadora de hip�tesis; tampoco podr�a ignorar las ventajas de esas situaciones contrastadoras que organizan, mediante tests repetibles, las experiencias sensibles. Ahora bien, si no se pretende entronizar la ingenuidad filos�fica a cualquier precio, cabr� preguntar, cuantos menos, si acaso el posible sentido de la validez emp�rica de los enunciados no vendr� ya desde un principio determinado mediante una definici�n de este tipo; y si as� ocurre, convendr� preguntarse qu� sentido de validez es el que viene prejuzgado de este modo. La base emp�rica de las ciencias estrictas no es independiente de los standards que estas mismas ciencias aplican a la experiencia. Est� claro que el procedimiento de contrastacion dictaminado por Albert como �nico leg�timo no es sino uno entre varios. Los sentimientos morales, las privaciones y frustraciones, las crisis hist�rico-vi tales, los cambios de posici�n y de talante en el curso de una reflexi�n: todo ello procura otras experiencias. Pueden ser elevadas mediante standards correspondientes' a instancias de contrastacion; la situaci�n de transferencia creada entre m�dico y paciente y de la que se beneficia el psicoanal�tico procura un ejemplo de ello. No es mi intenci�n comparar las ventajas e inconvenientes de los diversos m�todos de contrastacion, sino, simplemente, clarificar mis preguntas. Albert no puede discutirlas, dado que identifica de modo impert�rrito tests con posible contrastacion de las teor�as a la luz de la experiencia. Lo que para m� es un problema, para �l es algo que cabe aceptar sin discusi�n ulterior. Me interesa este problema en relaci�n con las objeciones de Popper a los presupuestos empiristas del positivismo de nuevo cu�o. Popper discute la tesis de acuerdo con la cual lo que es viene dado de modo evidente, y en cuanto a tal, en la experiencia sensible. La idea de una realidad Inmediatamente testificada y de una verdad manifiesta no ha prevalecido a la reflexi�n cr�tico-epistemol�gica. La pretensi�n de la experiencia sensorial de constituirse en nivel �ltimo de la evidencia no puede menos de parecer irremediablemente fracasada desde la demostraci�n kantiana de los ele

Contra un racionalismo menguado.., 225 mentos categoriales de nuestra percepci�n. La cr�tica hegetiana de la certidumbre sensible, el an�lisis de la percepci�n �nsita en sistemas de acci�n debido a Peirce, la explicaci�n husserliana de la experiencia pre-predicativa y el ajuste de cuentas con la filosof�a del origen llevado a cabo por Adorno han procurado la prueba, desde puntos de partida muy diferentes, de que no existe un saber libre de una u otra mediaci�n. La b�squeda de la experiencia originaria de un inmediato evidente est� condenada al fracaso. Hasta la m�s elemental percepci�n viene categorialmente preformada por el instrumental fisiol�gico de base, y no s�lo eso, sino que resulta tan determinada por la experiencia precedente, por lo heredado y aprendido, como anticipada por el horizonte de las expectativas e incluso de los sue�os y temores. Popper formula este punto de vista cuando dice que las observaciones implican siempre interpretaciones a la luz de las experiencias ya hechas y de los conocimientos aprehendidos. De manera a�n m�s simple: los datos de la experiencia son interpretaciones en el marco de teor�as precedentes; de ah� que comparten, ellos mismos, el car�cter hipot�tico de �stas ^ Popper extrae de todo ello consecuencias innegablemente radicales. En efecto: nivela todo saber en el plano de las opiniones y conjeturas con cuya ayuda completamos hipot�ticamente una experiencia insuficiente e interpolamos nuestras incertidumbres acerca de una realidad enmascarada. Dichas opiniones y esbozos se diferencian �nicamente por su grado de contrastabilidad. Ni siquiera las conjeturas contrastadas, sometidas una y otra vez a tests rigurosos, satisfacen el status de enunciados demostrados; siguen siendo conjeturas, conjeturas que hasta el momento han resistido bien todo intento de eliminaci�n de las mismas; en una palabra: hip�tesis bien sometidas a prueba. El empirismo hace el intento �al igual, por lo dem�s, que la cr�tica epistemol�gica tradicional� de justificar la validez del conocimiento estricto por recurso a las fuentes del conocimiento. A las fuentes del conocimiento, al pensamiento puro y a lo heredado, tanto como a la experiencia sensible les falta, sin embargo, autoridad. Ninguna de ellas puede aspirar a evidencia libre de toda mediaci�n y a validez genei-al, ninguna puede erguirse, por tanto, como fuerza de legitimaci�n. Las fuentes del conocimiento est�n siempre faltas de pureza, la v�a que conduce a los or�genes nos est� cerrada. La pregunta por el origen del conocimiento debe ser, en consecuen 3. Karl R. Popper, Conjectures and Refutations (trad. cast. "El desarrollo del conocimiento cient�fico"), Londres 1963, p�gs. 23 y 387. ;5. � POSITIVISMO UNIVEE ����.^' UJ�

226 J�rgen Habermas cia, sustituida por la pregunta acerca de la validez del mismo. La exigencia de verificaci�n de los enunciados cient�ficos es autoritaria, porque hace depender la validez de �stos de la falsa autoridad de los sentidos. En lugar de esla pregunta acerca del origen legitimador del conocimiento debemos preguntar por el m�todo mediante el que ha de resultarnos posible descubrir y apresar de entre la masa de las opiniones en un principio inciertas e inseguras, aqu�llas que cabe considerar como definitivamente falsas *. Popper lleva, por supuesto, esta cr�tica tan lejos que, sin propon�rselo, convierte en problem�ticas sus propias propuestas de soluci�n. Popper despoja a los or�genes del conocimiento, tal y como se los representa el empirismo, de una falsa autoridad; con toda raz�n desacredita el conocimiento originario en cualquiera de sus formas. No deja de ser cierto, sin embargo, que los errores s�lo pueden ser calificados de tales, s�lo pueden ser declarados culpables de falsedad, en virtud y a la luz de unos determinados criterios de validez. Para su justificaci�n hemos de aportar argumentos, pero �d�nde buscarlos de no hacerlo nuevamente en la excluida dimensi�n de la formaci�n del conocimiento, ya que no, por supuesto, en la de su origen? Respecto de los patrones de medida de la falsaci�n reinar�a, de lo contrario, la arbitrariedad. Popper quiere mediatizar, asimismo, los or�genes de las teor�as, esto es, la observaci�n, el pensamiento y la transmisi�n, respecto del m�todo de contrastaci�n, a cuya sola luz ha de medirse, seg�n parece, la validez emp�rica. Desgraciadamente, sin embargo, este m�todo no puede ser fundamentado, a su vez, sino mediante el recurso a por lo menos una de las fuentes del conocimiento, a la tradici�n y, a�n m�s, a esa tradici�n a la que Popper da el nombre de cr�tica. Acaba por verse c�mo la tradici�n es la variable independiente de la que en �ltima instancia dependen tanto el pensamiento y la observaci�n como los procedimientos de testificaci�n que resultan de la combinaci�n de �stos. Popper conf�a demasiado irreflexivamente en la autonom�a de la experiencia organizada en los procedimientos de testificaci�n; cree poderse librar del interrogante acerca de los standar�s de dichos procedimientos porque en �ltima instancia no deja de compartir un prejuicio positivista profundamente arraigado en toda critica. Da por supuesta la independencia epistemol�gica de los hechos respecto de las teor�as destinadas a captar descriptivamente estos hechos y las relaciones existentes entre ellos. Los tests contrastan, en consecuencia teor�as a la luz de hechos �independientes�. Esta tesis viene a constituir el punto crucial de 4. Conjectures, p�g. 3 y ss y p�g. 24 y ss.

Contra un racionalismo menguado.. . 227 la problem�tica positivista viva, a la manera de un �ltimo resto, en Popper. De las consideraciones de Albert no se desprende que haya conseguido en mi primitivo trabajo hacerle siquiera consciente de esta problem�tica. Por un lado Popper opone, con raz�n, al empirismo, que s�lo nos resulta posible captar y determinar los hechos a la luz de teor�as ^i es m�s, llega ocasionalmente a caracterizar los hechos como el producto com�n de la realidad y del lenguaje". Por otra parte adscribe a las determinaciones protocolizadoras �que dependen, en realidad, de una organizaci�n de nuestras experiencias met�dicamente fijada�, una limpia relaci�n de correspondencia con los �hechos�. La aceptaci�n, por parte de Popper, de la teor�a de la verdad como correspondencia no me parece precisamente consecuente. �sta presupone los hechos como algo que es en s�, sin parar mientes en que el sentido de la validez emp�rica de las determinaciones de hechos (y mediatamente tambi�n el de las teor�as de las ciencias emp�ricas) viene determinado, desde el principio, por la definici�n de las condiciones que han de regir la contrastaci�n. Lo significativo ser�a, por el contrario, intentar un an�lisis verdaderamente exhaustivo de la relaci�n existente entre las teor�as de las ciencias emp�ricas y los llamados hechos. Porque de este modo aprehender�amos el marco de una interpretaci�n previa de la experiencia. A este nivel de la reflexi�n podr�a muy bien no aplicarse ya el t�rmino �hechos� sino a la clase de lo experimentable. clase precisamente organizada de cara a la contrastaci�n de las teor�as cient�ficas. De este modo los hechos ser�an concebidos como lo que son: algo producido. Y el concepto positivista de hecho se revelar�a como un fetiche, limitado, simplemente, a prestar a lo mediado la apariencia de inmediatez. Popper no consuma el tr�nsito a la dimensi�n trascendental, pero esta v�a se presenta como consecuencia de su propia cr�tica. Su exposici�n del problema de la base lo evidencia. 2. La interpretaci�n pragm�tica de la investigaci�n e mp�rico-analitica El segundo malentendido que Albert me echa en cara concierne al llamado problema de la base. Popper da el nombre de enunciados b�sicos a aquellos enunciados existenciales singulares capaces 5. Conjectures, p�g. 41. 6. Conjectures, p�g. 214.

228 J�rgen Habermas de refutar una hip�tesis legal expresada en forma de enunciado existencial negativo. Designan ese preciso pimto de sutura en el que las teor�as inciden sobre la base emp�rica. Los enunciados de base no pueden incidir sobre la experiencia sin sutura alguna, por supuesto; no hay, en efecto, expresi�n universal alguna de las que figuran en ellos susceptible de ser verificada mediante observaciones, por muy elevado que sea el n�mero de �stas. La aceptaci�n o el rechazo de los enunciados de base descansan, en �ltima instancia, sobre una decisi�n. Decisiones que, en todo caso, no son tomadas arbitrariamente, sino de acuerdo con unas reglas. La determinaci�n de estas reglas es de naturaleza institucional, no l�gica. Nos motivan a orientar decisiones de este tipo a un objetivo previamente comprendido de modo t�cito, sin llegar a definirlo. As� procedemos en la comunicaci�n cotidiana y en la interpretaci�n de textos. No hay, a decir verdad, otra salida, dado que nos movemos en un c�rculo y, sin embargo, no queremos renunciar a la explicaci�n. El problema de la base nos recuerda que tambi�n a prop�sito de la aplicaci�n de las teor�as formales a la realidad llegamos a un c�rculo. Acerca de dicho c�rculo me ha ense�ado mucho Popper; no me lo he inventado como parece suponer Albert. Por cierto que en la formulaci�n de �ste no deja de resultar asimismo f�cilmente reconocible. Popper lo explica estableciendo una comparaci�n entre el pro ceso de la investigaci�n y el judicial'. Todo sistema legal, tanto si se trata de un sistema de normas jur�dicas como si lo es de hip� tesis emp�rico-cient�ficas, resulta inaplicable si previamente no se ha llegado a un acuerdo acerca del estado de cosas o del sumario al que ha de ser aplicado. Mediante una especie de veredicto se ponen de acuerdo los jueces acerca de la exposici�n de los hechos que se deciden a dar por v�lida. Esto corresponde a la aceptaci�n de un enunciado de base. El veredicto viene, no obstante, a resul tar menos sencillo, dado que el sistema o c�digo legal y el sumario no son totalmente independientes uno de otro. Antes bien es bus cado ya el sumario entre las categor�as del sistema legal. La com paraci�n establecida entre ambos procesos, el judicial y el de la investigaci�n, se propone llamar, precisamente, la atenci�n sobre

este c�rculo que de modo tan inevitable se plantea a prop�sito de la aplicaci�n de reglas generales: �La analog�a entre este procedi miento y aqu�l por el que decidimos acerca de enunciados b�sicos 7. Kari R. Popper, The Logic of Scientific Discovery (trad. cast. "La l�gica de la investigaci�n cient�fica"), London 1960, p�g. 109 y ss. (en lo sucesivo citada como *Logici).

Contra un racionalismo menguado... es muy clara, y sirve para iluminar, por ejemplo, su relatividad y el modo en que dependen de las cuestiones planteadas por la teor�a. Cuando un jurado conoce acerca de una causa, sin duda alguna ser�a imposible aplicar la "teor�a" si no existiese primero un veredicto al que se ha llegado por una decisi�n; mas, por otra parte, �ste se obtiene por un procedimiento que est� de acuerdo con una parte del c�digo legal general (y, por tanto, lo aplica). El caso es enteramente an�logo al de los enunciados b�sicos: aceptarlos es un modo de aplicar un sistema te�rico, y precisamente esta aplicaci�n es la que hace posibles todas las dem�s aplicaciones del mismo� *. �Qu� es lo que indica este c�rculo que se dibuja en Ja aplicaci�n de las teor�as a la realidad? Pienso que la regi�n de lo experimentable viene determinada, desde un principio, por la relaci�n activa entre imos supuestos teor�ticos de estructura determinada y unas condiciones de contrastaci�n de tipo no menos determinado. Como hechos fijados emp�ricamente en los que las teor�as cient�ficoemp�ricas puedan fracasar no cabe considerar sino algo que se constituye en el contexto previo de la interpretaci�n de experiencia posible. Un contexto que se crea en virtud de la relaci�n de reciprocidad planteada entre un hablar argumentador y un actuar experimental. Este juego conjunto es organizado de cara a un objetivo muy concreto: controlar las predicciones. Una t�cita intelecci�n previa de las reglas del juego gu�a la discusi�n de los investigadores en lo que a la aceptaci�n de los enunciados b�sicos se refiere. Porque el c�rculo en el que inevitablemente acaban por encontrarse en la aplicaci�n de las teor�as a lo observado no puede sino incitarles a tma dimensi�n en la que la discusi�n racional s�lo resulta ya posible por v�a hermen�utica. La exigencia de observaci�n controlada como base de la decisi�n concerniente a la validez y justeza emp�ricas de las hip�tesis legales da por supuesta la previa intelecci�n de ciertas reglas. No basta con conocer el objetivo espec�fico de una investigaci�n y la relevancia de una observaci�n de cara a determinados supuestos. Para que me sea, en t�rminos absolutos, posible saber a qu� se refiere la validez emp�rica de los enunciados de base debe ser conocido antes, en todas sus dimensiones, el sentido del proceso de la investigaci�n, paralelamente a como el juez debe haber comprendido ya previamente el sentido de la judicatura en cuanto a tal. La quaestio facti debe ser decidida con la mirada puesta en una quaestio iuris comprendida en su aspiraci�n inmanente. En el proceso 8. Logic, p�g. 110 y ss.

230 J�rgen Habermas judicial todo el mundo puede hacerse cargo: se trata del problema planteado por la contravenci�n de unas normas prohibitivas de car�cter general, impuestas de manera positiva y sancionadas por el estado. �Qu� viene a significar la quaes�io iuris en el proceso de la investigaci�n y c�mo puede medirse en este otro contexto la validez emp�rica de los enunciados b�sicos? La forma del sistema de enunciados y el tipo de las condiciones fijadas para la contrastaci�n, a cuya luz se mide la validez, ponen ya sobre la pista de esa interpretaci�n pragmatista a la que ellos mismos incitan, una interpretaci�n de acuerdo con la cual las teor�as emp�rico-cient�ficas exploran la realidad bajo la direcci�n de un inter�s rector tendente a conseguir la mayor seguridad posible en el orden de la informaci�n y una extensi�n creciente del elemento activo, un elemento cuyo control viene ejercido por el �xito. En el propio Popper se encuentran puntos de apoyo para esta interpretaci�n. Las teor�as emp�rico-cient�ficas tienen el sentido de permitir la derivaci�n de enunciados universales sobre la covariancia de dimensiones emp�ricas. Desarrollamos hip�tesis legales de este tipo en la anticipaci�n de legalidades, sin que esta anticipaci�n pueda ser, en cuanto a tal, emp�ricamente justificada. La predicci�n met�dica sobre la base de la posible uniformidad de los fen�menos corresponde, no obstante, a las necesidades elementales de la estabilidad del comportamiento. �nicamente en la medida en que son dirigidas a tenor de informaciones acerca de regularidades emp�ricas pueden ser programadas a largo plazo acciones cuyo control corresponde al �xito. De ah� que estas informaciones hayan de resultar traducibles a expectativas de un comportamiento regular en unas circunstancias dadas. La interpretaci�n pragmatista refiere la generalidad l�gica a expectativas generales de comportamiento. La desproporci�n entre enunciados universales, por una parte, y el n�mero principalmente finito de observaciones y los correspondientes enunciados existenciales singulares, por otra, se explica, de acuerdo con la interpretaci�n pragmatista, en virtud de la estructura de una acci�n controlada por el �xito, dirigible en todo momento por anticipaciones de un comportamiento regulara 9. En este contexto resulta interesante la indicaci�n de Popper de que todas las expresiones universales pueden ser concebidas como expresiones de disposici�n (Logic, p�g. 94 y ss., ap�ndice X, p�g. 423 y ss. y Conjectures, p�g. 118 y ss.). Al nivel de las expresiones universales se repite la problem�tica de los enunciados universales. Porque los conceptos de disposici�n implicados en aquellas expresiones no son, a su vez, susceptibles de explicitaci�n sino con la ayuda de supuestos acerca de un comportamiento regular de los objetos. En los casos dudosos esto resulta evidente si nos imaginamos tests que resulten suficientes para la clarificaci�n del significado de las expresiones

Contra un racionalismo menguado... Esta interpretaci�n, de acuerdo con la que las ciencias emp�ricoanal�ticas son guiadas por un inter�s de orden t�cnico, tiene la ventaja de hacer suya la cr�tica de Popper al empirismo sin compartir uno de los puntos d�biles de su teor�a de la falsaci�n. �C�mo coordinar, en efecto, nuestra principal inseguridad acerca de la verdad de las informaciones cient�ficas con el variado y, por lo general, duradero aprovechamiento t�cnico de las mismas? Lo m�s tarde en ese momento preciso en que los conocimientos de las regularidades emp�ricas se integran en las fuerzas productivas de orden t�cnico, convirti�ndose en la base de una civilizaci�n cient�fica, la evidencia de la experiencia cotidiana y de un control permanente por el �xito viene a ser arrollador; frente al plebiscito renovado d�a tras d�a de unos sistemas t�cnicos perfectamente funcionantes, poco pueden prevalecer los escr�pulos l�gicos. Por mucho peso que realmente tengan las objeciones de Popper contra la teor�a de la verificaci�n, su propia alternativa no puede menos de parecer escasamente plausible. Dicha alternativa �nicamente es tal, desde luego, a la luz del presupuesto positivista de la correspondencia entre proposiciones y hechos o estados de cosas. Tan pronto como abandonamos semejante presupuesto y asumimos la consideraci�n de la t�cnica, en el m�s amplio sentido, al modo de un control socialmente institucionalizado del conocimiento �conocimiento cuyo sentido metodol�gico viene orientado a tenor de su aplicabilidad t�cnica� universales empleadas. El recurso a las condiciones de contrastaci�n no es, en ello, casual, porque s�lo la referencia de los elementos te�ricos al experimento cierra el c�rculo funcional de la acci�n sometida al control del �xito, en cuyo seno "hay" algo asi como regularidades emp�ricas. El hipot�tico excedente sobre el contenido espec�fico en cada caso, al que se hace justicia en la forma l�gica de los enunciados legales y en las expresiones universales de los enunciados de observaci�n, no se refiere a un comportamiento regular de las cosas "en s�", sino a un comportamiento de las cosas en tanto �ste se inserta en el horizonte de expectativas de las acciones necesitadas de orientaci�n. De este modo viene el grado de generalidad del contenido descriptivo de los juicios de percepci�n a desbordar hipot�ticamente la especificidad de lo en cada ocasi�n percibido, dado que bajo el imperativo selectivo de estabilizaci�n de los �xitos de las acciones hemos reunido ya experiencias y significados �for what a thing means is simply what habits it involves� (Pairee). Encontramos un nuevo punto de apoyo para una posible interpretaci�n pragmatista en otro escrito de Popper, esta vez tomando pie en una sociolog�a de la tradici�n (Towards a Rational Theory of Tradition, en: Conjectures, p�g 120 y ss.). Compara las funciones similares que en los sistemas sociales cumplen las tradiciones y las teor�as. Ambas nos informan sobre reacciones de las que cabe tener una expectativa regular y que nos permiten orientar confiadamente nuestra conducta. Introducen orden, asimismo, en un entorno ca�tico, en el que sin la capacidad de pronosticar respuestas o acontecimientos dif�cilmente podr�amos irnos formando h�bitos comportamentales adecuados.

232 J�rgen Habermas mediante el �xito, puede muy bien imaginarse otra forma de verificaci�n. Una forma que no resulta afectada por la objeci�n de Popper y hace, sin embargo, justicia a nuestras experiencias precient�ficas. Como emp�ricamente verdaderos pasan a ser considerados, de acuerdo con �sta, todos aquellos supuestos capaces de dirigir una l�nea de acci�n controlada por el �xito, sin necesidad de ser problematizados hasta ese momento por unos fracasos cuya b�squeda ha sido efectuada por v�a experimental ^�. Con su alusi�n a la cr�tica popperiana del instrumentalismo Albert se considera dispensado de la necesidad de oponer a mi interpretaci�n �que ni siquiera reproduce� alg�n argumento propio. No tengo, sin embargo, por qu� detenerme en aquella cr�tica, dado que incide sobre tesis que no son las m�as. Popper comienza por referirse a la tesis de acuerdo con la cual las teor�as no son sino instrumentos ". Frente a ella no le cuesta demasiado hacer ver que las reglas que rigen la aplicaci�n t�cnica son probadas o experimentadas, en tanto que las informaciones cient�ficas son testificadas. Las relaciones l�gicas vigentes en las pruebas de aptitud de los instrumentos y en la contrastaci�n de las teor�as no son sim�tricas � los instnmientos no pueden ser refutados. La interpretaci�n pragm�tica a favor de la que me declaro a prop�sito de las ciencias emp�rico-anal�ticas no resulta asimilable a esta forma de instrumentalismo. No se trata de que las teor�as sean instrumentos, sino de que sus informaciones resultan t�cnicamente aprovechables. Los fracasos capaces de acabar, por v�a emp�rica, con las hip�tesis no dejan, obviamente, de tener el car�cter de refutaciones: los supuestos se refieren a regularidades emp�ricas; determinan el horizonte de expectativas de la acci�n controlada por el �xito y pueden ser, en consecuencia, falseados mediante la frustraci�n de unas deter 10. De acuerdo con esta concepci�n, las reservas de Popper contra el conocimiento que se presenta como definitivamente v�lido resultan plenamente compatibles con la confirmaci�n pragm�tica de �ste. En opini�n de Popper las contrastaciones experimentales no tienen validez sino como instancia de falsaci�n, en tanto que de acuerdo con la concepci�n pragm�tica son controles por el �xito que pueden bien refutar supuestos, bien confirmarlos. La confirmaci�n en virtud del �xito en el campo de la acci�n s�lo puede ser adscrita, por supuesto, globalmente, y nunca de manera rigurosamente correlativa, ya que en una teor�a dada no nos resulta posible cerciorarnos de manera definitiva de los elementos del conocimiento f�cticamente operantes, ni en toda su amplitud, por supuesto, ni tampoco en lo que a su campo de aplicaci�n concierne. De manera definitiva no sabemos sino que existen partes de una teor�a controlada mediante el �xito en la acci�n �esto es, contrastada a la luz de los pron�sticos� que vienen corroboradas en el campo de aplicaci�n de la situaci�n de contrastaci�n. 11. Three Views Conceming Knowledge, en; Conjectures, p�g. 111 y ss.

Contra un racionalismo menguado... 233 minadas expectativas de �xito. Las hip�tesis legales vienen, en todo caso, referidas, en virtud de su propio sentido metodol�gico, a experiencias que se constituyen exclusivamente en el c�rculo funcional de este tipo de acci�n. Las recomendaciones t�cnicas de cara a una elecci�n racionalizada de medios con vistas a unos fines dados no son derivables a pos�eriori y como casualmente de las teor�as cient�ficas, sin que esto implique que estas teor�as hayan de ser, en cuanto a tales, herramientas t�cnicas. S�lo en un sentido muy metaf�rico podr�a valer tal aserto. En el proceso investigatorio no se tiene la mirada puesta, como es l�gico, en la aplicaci�n t�cnica del conocimiento; en muchos casos queda �sta incluso f�cticamente excluida. Ello no impide, sin embargo, que la aplicabilidad t�cnica de las informaciones emp�rico-cient�ficas venga tan decidida ya metodol�gicamente con la estructura de los enunciados (prognosis condicionadas acerca de un comportamiento observable) y con la naturaleza de las condiciones de contrastaci�n (imitaci�n del control de �xito de las acciones �nsito, de manera natural, en los sistemas de trabajo social), como prejuzgada viene, en virtud de ello mismo, la regi�n de experiencia posible a la que se refieren los supuestos y en la que pueden fracasar. No se trata de discutir el valor descriptivo de las informaciones cient�ficas; lo que ocurre es que �ste no debe de ser concebido en t�rminos de una figuraci�n, por parte de las teor�as, de los hechos y de las relaciones entre hechos. El contenido descriptivo �nicamente resulta v�lido en relaci�n con prognosis referentes a acciones controladas por el �xito en situaciones precisables. Todas las respuestas que pueden dar las ciencias emp�ricas, son relativas al sentido metodol�gico de sus planteamientos de los problemas de que se ocupan; nada m�s. Por muy trivial que, en realidad, sea esta restricci�n, no por ello viene a contradecir menos ese espejismo de teor�a pura vivo y perceptible en la imagen que de s� mismo sustenta el positivismo'^. 12. Otra objeci�n de Popper concierne al operacionalismo, de acuerdo con el cual los conceptos fundamentales pueden ser definidos mediante indicaciones metodol�gicas (Conjectures, p�g. 62; Logic, p�g. 440 y ss.). Con raz�n puede hacer v�lido Popper frente a ello que el intento de retrotraer los conceptos de disposici�n a operaciones de medici�n presupone, a su vez, una teor�a de �sta, ya que de renunciar a toda expresi�n universal no hay teor�a que pudiera ser descrita. Este c�rculo, en el que las expresiones universales remiten a un comportamiento emp�ricamente regular, en tanto que las regularidades del comportamiento no pueden ser constatadas sino mediante operaciones de medici�n que presuponen, a su vez, categor�as generales, me parece, sin embargo, necesitado de interpretaci�n. El enfoque operacionalista insiste, con raz�n, en que el contenido sem�ntico de las informaciones emp�rico

J�rgen Haber mas 3. Justificaci�n cr�tica y prueba deductiva El tercer malentendido del que, en opini�n de Albert, soy v�ctima afecta a la relaci�n existente entre enunciados metodol�gicos y enunciados emp�ricos. Me declara culpable de un positivismo especialmente vulgar, dado que en los problemas de orden metodol�gico no renuncio a argumentos emp�ricos y vengo, de este modo, a mezclar inadmisiblemente la l�gica de la investigaci�n con la sociolog�a del conocimiento. Desde que Moore y Husserl, partiendo de enfoques muy distintos, consumaron la separaci�n estricta entre investigaciones l�gicas y psicol�gicas, restableciendo as� un viejo punto de vista kantiano, los positivistas optaron por renunciar a su naturalismo. Bajo la impresi�n de los progresos alcanzados entre tanto en el campo de la l�gica formal, Wittgenstein y el C�rculo de Viena hicieron del dualismo entre enunciados y hechos la base de sus an�lisis ling��sticos. Los problemas concernientes a la g�nesis no pueden ser ingenuamente puestos, desde entonces, en el mismo caj�n que los relacionados con la validez.. �sta es la trivialidad sobre la que Albert quer�a llamar, sin duda, la atenci�n; pero tampoco esta vez roza mi problem�tica. Mi inter�s gira, en efecto, en tomo al hecho singidar de que a pesar de tan clara diferenciaci�n, precisamente en la metodolog�a de las ciencias emp�ricas y en la dimensi�n de la cr�tica cient�fica vienen a ser establecidas relaciones no deductivas entre enunciados formales y enunciados emp�ricos. La l�gica de la ciencia entra�a, justamente en el �mbito en el que ha de consumarse la verdad de las teor�as cient�ficoemp�ricas, un punto de empirismo. Porque ni siquiera en su versi�n popperiana puede ser incorporada la cr�tica en forma axiomatizada a las ciencias formales. Como cr�tica no cabe entender sino la discusi�n sin reservas de todo tipo de supuestos. Hace suyas cuantas t�cnicas de refutaci�n le resulten accesibles. Una de �stas es la confrontaci�n de las hip�tesis con los resultados de la observaci�n sistem�tica. Pero los resultados de la testificaci�n se integran en dilucidaciones cr�ticas, no constituyen por s� mismos la cr�tica. La cr�tica no es un m�todo de con traslaci�n; es la concient�ficas no es v�lido sino en el marco de referencia trascendentalmente impues"to porcia estructura de la acci�n controlada por el �xito y no puede ser proyectado, por supuesto, a lo real "en s�". Es falsa, sin embargo, la idea de que dicho contenido podr�a ser reducido, sin m�s, a criterios de un comportamiento observable. El c�rculo en el que este intento se envuelve evidencia, m�s bien, que los sistemas de acci�n en los que el proceso de investigaci�n se integra vienen mediados ya por el lenguaje, sin que �ste se disuelva, al mismo tiempo, en categor�as de comportamiento.

Contra un racionalismo menguado... 235 trastaci�n misma como discusi�n. Y es, por otra parte, la dimensi�n en la que se decide cr�ticamente acerca de la validez de las teor�as, no la de las teor�as mismas. Porque en la critica no entran �nicamente enunciados y sus relaciones l�gicas, sino consideraciones y enfoques emp�ricos sobre los que cabe influir con ayuda de argumentos. Albert puede, naturalmente, vetar la posibilidad misma de prestar atenci�n a todas aquellas relaciones y conexiones que no sean l�gicas ni emp�ricas mediante un postulado. Pero con ello no lograr�a sino, a lo sumo, evadirse de una discusi�n que juzgo necesaria de cara, precisamente, a clarificar el problema de si la introducci�n de un postulado de este tipo resultar�a o no justiti cable en el �mbito de las investigaciones y dilucidaciones de orden metate�rico. En cuanto a m�, opino m�s bien que existen motivos harto suficientes para repetir la cr�tica de Hegel a la separaci�n kantiana entre im �mbito tiascendental y un �mbito emp�rico, critica que en t�rminos contempor�neos habr�a de incidir sobre la separaci�n de que se nos habla entre ambos �mbitos, el l�gicometodol�gico y el emp�rico. Sin que en ninguno de estos casos la cr�tica ignore dichas diferenciaciones; se trata, por el contrario, de partir de ellas. Una reflexi�n acerca de lo que el propio Popper hace podr�a aproximamos muy bien a la forma peculiar que adoptan las indagaciones metate�ricas en el momento mismo en que desbordan el marco del an�lisis del lenguaje. Popper lleva, por un lado, a cabo una cr�tica inmanente de unas teor�as dadas; para ello se sirve de la comparaci�n sistem�tica entre derivaciones l�gicamente necesarias. Por otro, desarrolla soluciones alternativas; propone concepciones propias y procura fundamentarlas mediante argumentos adecuados. En este caso no puede limitarse a la revisi�n o examen de relaciones de naturaleza deductiva. Su interpretaci�n apunta m�s bien al objetivo concreto de transformar cr�ticamente viejas convicciones, hacer plausibles nuevos standards de juicio y convertir en aceptables nuevos puntos de vista de �ndole normativa. Y todo ello ocurre en la forma hermen�utica de una argumentaci�n que no resulta asimilable a los r�gidos mon�logos de un sistema deductivo de enunciados. Una forma que es, en definitiva, la propia de toda indagaci�n cr�tica. As� se evidencia en cualquier elecci�n entre posibles t�cnicas investigatorias, entre enfoques te�ricos distintos, entre definiciones no iguales de los predicados b�sicos, se evidencia en las decisiones concernientes al marco ling��stico en cuyo seno se expresa un determinado problema y se formulan sus hipot�ticas soluciones. Constantemente se repite la elecci�n de standards y el intento de justificar dicha elecci�n mediante argumentos

236 J�rgen Habermas adec�alos. Morton White ha hecho ver que incluso en el grado m�s alto permanecen vinculadas las investigaciones metate�ricas a esta forma de argumentaci�n. Tampoco de las distinciones entre ser categorial y no categorial, entre enunciados anal�ticos y sint�ticos, entre reglas l�gicas y legalidades emp�ricas, entre observaci�n controlada y experiencia moral �que se presentan como distinciones fundamentales sobre las que se basa la ciencia emp�rica estricta� puede decirse que se evadan a la discusi�n; presuponen criterios que no se deducen de la cosa misma, es decir, patrones criticables de medida en cuya fundamentaci�n estricta mediante argumentos no cabe pensar, pero que no por ello dejan de resultar susceptibles tanto de debilitaci�n como de refuerzo �'. White hace el intento �en el que Popper no entra� de investigar las relaciones l�gicas de esta forma no deductiva de argumentaci�n. Muestra c�mo las decisiones metodol�gicas vienen a ser decisiones cuasi-morales, �nicamente justificables por v�a racional mediante discusiones de factura bien conocida desde la vieja t�pica y ret�rica. Ni la interpretaci�n convencionalista ni la naturalista hacen, pues, justicia a la elecci�n de reglas metodol�gicas. En la medida en que desborda el nivel de la relaci�n l�gica entre enunciados e incluye un momento que trasciende el lenguaje �las tomas de posici�n�, la argumentaci�n cr�tica se distingue, obviamente, de la deductiva. Entre tomas de posici�n y enunciados no cabe pensar en una relaci�n de implicaci�n; las tomas de posici�n no pueden deducirse de enunciados, ni, inversamente, los enunciados de las tomas de posici�n. El asentimiento a un determinado m�todo y la aceptaci�n de una regla pueden ser reforzados o debilitados mediante argumentos y, en cualquier caso, pueden ser racionalmente sopesados y enjuiciados. �sta es la tarea de la cr�tica, de cara tanto a las decisiones de orden pr�ctico como a las de orden metate�rico. Dado que estos argumentos capaces de reforzar o debilitar no guardan una estricta relaci�n l�gica con los enunciados que vienen a expresar la aplicaci�n de los standards, sino que se encuentran con ellos, simplemente, en una relaci�n de motivaci�n racional, las investigaciones y dilucidaciones metate�ricas pueden incluir enunciados emp�ricos. Sin que por ello la relaci�n entre argumentos y enfoques o tomas de posici�n sea, en s�, una relaci�n emp�rica. Puede ser as� concebida, sin duda, en el marco de un experimento como el de Festinger acerca de las variaciones en las tomas de posici�n; pero la argumentaci�n quedar�a, en tal caso, reducida al plano del comportamiento ling��stico observable, 13. Morton White, Toward Reuni�n in Philosophy, Cambridge 1956.

Contra un racionalismo menguado... 237 ignor�ndose as� el momento de vigencia racional operante en dicha motivaci�n. Popper no da por excluida una racionalizaci�n de las tomas de posici�n. Esta forma de argumentaci�n es la �nica posible de cara a la justificaci�n, por v�a de tentativa, de las decisiones. Ahora bien, como jam�s es concluyente, la juzga como no cient�fica en comparaci�n con el mecanismo de la prueba deductiva. Declara su preferencia por la certeza del conocimiento descriptivo, una certeza que viene garantizada por la estructura deductiva de las teor�as y la fuerza emp�rica de los hechos. S�lo que tambi�n la interrelaci�n entre enunciados y experiencias de este tipo espec�fico presupone standards que no dejan de estar necesitados, a su vez, de justificaci�n. Popper se libra de esta objeci�n subrayando la irracionalidad de la decisi�n que precede a la aplicaci�n de su m�todo cr�tico. El talante racionalista se define por una abierta disponibilidad en lo que afecta a la decisi�n acerca de las teor�as y su asunci�n en virtud de unas determinadas experiencias y argumentos. Sin que �l mismo resulte, no obstante, justificable mediante argumentos ni experiencias. Por supuesto que no puede ser justificado en t�rminos de prueba deductiva, pero s� por la v�a de una argumentaci�n ra�ificadora. Una argumentaci�n de la que, en definitiva, el propio Popper se sirve profus'amente. Explica dicho talante cr�tico en virtud de determinadas tradiciones filos�ficas; analiza los presupuestos emp�ricos y las consecuencias de la cr�tica cient�fica; investiga su funci�n en las estructuras espec�ficas de un determinado �mbito p�blico de orden pol�tico. Globalmente considerada, su metodolog�a viene a ser, en efecto, una justificaci�n cr�tica de la cr�tica misma. Puede que esta justificaci�n no deductiva disguste o no satisfaga suficientemente las exigencias de un absolutismo l�gico. Pero toda cr�tica cient�fica que se proponga ser algo m�s que meramente inmanente y enjuicie decisiones metodol�gicas no conoce otra forma de justificaci�n. Para Popper la toma de posici�n cr�tica se define en t�rminos de fe en la raz�n. De ah� que el problema del racionalismo no radique en la elecci�n entre el conocimiento y la fe, sino en la elecci�n entre dos tipos de fe. Ahora bien, el problema que llegados a este punto se plantea �nos dice con acento parad�jico� no es sino el de saber qu� fe es la verdadera y cu�l es la equivocada". No rechaza completamente la justificaci�n no-deductiva; cree, no obstante, poderse evadir de la problem�tica combinaci�n de relaciones 14. Karl R. Popper, Die offene Gesellschaft und �hre Feinde (trad. cast.: "La sociedad abierta y sus enemigos"), Bern 1957, II, p�g. 30.

238 J�rgen Habermas l�gicas y emp�ricas que viene �sta a entra�ar renunciando a la justificaci�n de la cr�tica � como si la ra�z del problema no estuviera en la cr�tica misma. En lo que al problema de la fundamentaci�n concierne, Albert me impone la carga de la prueba; parece ser de la opini�n de que con la renuncia del racionalismo a autofundamentarse quedan resueltos todos los problemas. Parte para ello, evidentemente, de las tesis de William B. Bartley, que ha intentado probar consecuentemente la posibilidad de semejante renuncia". Considero, sin embargo, que se trata de un intento frustrado. Bartley comienza por negar toda autofundamentaci�n deductiva del racionalismo mediante razones l�gicas. En su lugar investiga la posibilidad de un racionalismo dispuesto a aceptar todo enunciado racionalmente fundamentable, desde luego, aunque no �nica y exclusivamente este tipo de enunciados; un racionalismo, en fin, que no sustente concepciones situadas m�s all� de la cr�tica, pero queno exija que todas las concepciones, incluida la propia toma de posici�n racionalista, vengan fundamentadas racionalmente. Podemos, sin embargo, pregimtarnos si esta concepci�n resultar�a sostenible incluso en el supuesto de que, obrando consecuentemente, las condiciones de la propia consideraci�n cr�tica quedaran abiertas a la cr�tica. Pues bien, Bartley no problematiza los standards en los que es organizada la experiencia en situaciones de testificaci�n, ni plantea con suficiente radicalidad la cuesti�n del �mbito de validez de la justificaci�n racional. Por estipulaci�n evade de la cr�tica todos los patrones de medida que, para criticar, hemos de dar por supuestos. Introduce un llamado criterio de revisi�n: �...namely, whatewer is presupposed by the argument revisibility situation is not itsetf revisable within that situationy> i*. No podemos aceptar este criterio. Es introducido con el fin de asegurar la forma de la argumentaci�n; en realidad vendr�a, sin embargo, a paralizarla precisamente en la dimensi�n en la que �sta desarrolla su peculiar rendimiento: en la revisi�n ulterior de moldes y patrones de medida aplicados precedentemente. La justificaci�n cr�tica viene a consistir, precisamente, en la formaci�n de un nexo no-deductivo entre standards elegidos y constataciones emp�ricas y, en consecuencia, tambi�n en la debilitaci�n o el apoyo de tomas de posici�n mediante argumentos �argumentos que, a su vez, son hallados en la perspectiva de aqu�llas�. La argumentaci�n adopta, tan pronto 15. del The 16.

The Retreat to Commitment, N. Y. 1962, especialmente caps. III y IV; mismo: Rationality versus the Theory of Rationality, en M. Bunga, ed., Critical Approach to Science and Philosophy, London 1964, p�gs. 3 y ss. Ibid., p�g. 173.

Contra un racionalismo menguado... como va m�s all� de ia consideraci�n y examen de sistemas deductivos, un curso reflexivo; utiliza standards sobre los que no puede reflexionar sino al hilo de su propia aplicaci�n. La argumentaci�n se distingue de la mera deducci�n por someter tambi�n a discusi�n, en todo momento, los principios mismos por los que se gu�a. De ah� que la cr�tica no pueda ser sometida y circunscrita desde un principio a las condiciones impuestas por el marco de una cr�tica prevista. Lo que ha de valer como cr�tica, lo que como tal ha de tener vigencia operativa, es algo que s�lo cabe hallar a la luz de criterios que �nicamente en el curso de la cr�tica misma pueden ser encontrados, clarificados y, muy posiblemente, revisados de nuevo. Se trata de la dimensi�n de racionalidad global que, no susceptible de fundamentaci�n liltima, se desarrolla en un c�rculo de autojustificaci�n reflexiva. El racionalismo sin reservas de Bartley hace demasiadas reservas. Con la cr�tica como horizonte �nico y extremo en cuyos confines viene determinada la validez de las teor�as sobre lo real, no resulta defendible. Para ayudarnos podemos concebir la cr�tica �cr�tica que no puede ser definida, dado que los criterios y patrones de medida de la racionalidad s�lo en ella misma resultan explicitables� al modo de un proceso que, en forma de una discusi�n totalmente libre, apunta a la liquidaci�n y superaci�n de disensiones. Esta discusi�n viene presidida por la idea de un consensus libre y general de cuantos en ella participan. La �coincidencia� no debe reducir la idea de la verdad, en este contexto, a comportamiento observable. Antes bien son los criterios de acuerdo con los que en cada ocasi�n puede ser alcanzada la coincidencia dependientes ellos mismos de ese proceso que concebimos como proceso hacia la obtenci�n del consensus. De ah� que la idea de coincidencia no excluya la diferenciaci�n entre consensus verdadero y falso; pero esta verdad no resulta definible m�s all� de toda revisi�n ". Albert me echa en cara dar por supuesta en el contexto metodol�gico, a la manera de un factum, la llamada discusi�n racional. La presupongo, en efecto, como factum dado que en todo momento nos encontramos ya en el seno de una comunicaci�n cuya meta es la comprensi�n. Pero este hecho emp�rico entra�a, al mismo tiempo, la propiedad de una condici�n trascendental: �nicamente en la discusi�n cabe llegar a un acuerdo sobre los standards con ayuda de los que nos resulta posible distinguir entre hechos y meras visiones. La discutida combinaci�n entre enunciados formales y emp�ricos se propone hacer justicia a una interrelaci�n, a un nexo en el que 17. Cfr. D. Pole, Conditions of Rational Inquiry, London 1961, p�g. 92.

240 Jilrgen Habermas ya no resulta posible separar significativamente los problemas metodol�gicos de los problemas referentes a la comunicaci�n. 4. La separaci�n de hechos y standards El cuarto malentendido del que Albert me culpa versa en tomo al dualismo de hechos y decisiones, dualismo explicable a la luz de la diferencia existente entre leyes de la naturaleza y normas culturales. Los supuestos acerca de las regularidades emp�ricas pueden fracasar definitivamente en los hechos, en tanto que la elecci�n de standards puede ser cr�ticamente reforzada, en cualquier caso, mediante argumentos adecuados. De ah� la conveniencia, se arguye, de separar n�tidamente el �mbito de las informaciones cient�ficamente fidedignas del del saber pr�ctico, saber del que �nicamente podemos cerciorarnos y asegurarnos mediante ima forma hermen�utica de argumentaci�n. Me importa problematizar tan confiada separaci�n, tradicionalmen�e expresada como diferencia entre ciencia y �tica. Porque si el conocimiento teor�tico ratificado en los hechos se constituye, por un lado, en el seno de un marco normativo, susceptible �nicamente de justificaci�n cr�tica �^y no emp�ricodeductiva�, la justificaci�n cr�tica de los standards implica, por otro, consideraciones emp�ricas, es decir, el recurso a los llamados hechos. Esa cr�tica capaz de elaborar un nexo racional entre tomas de posici�n y argumentos es, en realidad, la dimensi�n globalizadora de la propia ciencia. Tampoco el saber teor�tico puede ser m�s cierto acerca de nada que el cr�tico. De nuevo parece plantearse, pues, el �malentendido� como consecuencia de la no comprensi�n, por parte de Albert, de mi intenci�n. Yo no niego toda diferenciaci�n entre hechos y standards; me limito a preguntar si la distinci�n positivista que subyace al dualismo de hechos y decisiones y, correspondientemente, al dualismo de juicios y propuestas, en suma, al dualismo de conocimiento descriptivo y normativo, es aceptable. En el anexo a una nueva edici�n de �La Sociedad Abierta� ^' desarrolla Popper la relaci�n asim�trica entre standards y hechos: �...through the decisi�n to accept a proposa� we cr�ate the corresponding standard (at least tentatively); yet through the decisi�n to accept a proposition we do not cr�ate the corresponding fact� ". Voy a intentar aprehender m�s exactamente esta relaci�n. Podemos 18. 4." ed., London 1962, tomo II, p�g. 369 y ss,: Facts, Standards and Truth. 19. Op. cit., p�g. 384.

Contra un racionalismo menguado... 241 discutir juicios y propuestas. La discusi�n, no obstante, genera tan escasamente los standards como los hechos mismos. En el primer caso allega m�s bien argumentos con vistas a justificar o discutir el acto mismo de la asunci�n de standards. Dichos argumentos pueden incluir consideraciones emp�ricas que, sin embargo, no vienen sujetas a discusi�n. En el segundo caso ocurre lo contrario. Lo que aqu� es objeto de discusi�n no es la elecci�n de standards, sino su aplicaci�n, simplemente, a un hecho o estado de cosas. La discusi�n allega argumentos con vistas a justificar o discutir el acto de la aceptaci�n de un enunciado b�sico relativo a una determinada hip�tesis. Estos argumentos incluyen consideraciones metodol�gicas. Sus principios no vienen expuestos, en este caso, a discusi�n. La cr�tica de un supuesto cient�fico-emp�rico no discurre sim�tricamente a la investigaci�n cr�tica de la elecci�n de un standard; pero no porque la estructura l�gica de la dilucidaci�n difiera, en ambos casos; no: es la misma. Popper corta esta reflexi�n invocando la teor�a de la verdad como correspondencia. El dualismo de hechos y standards se retrotrae, en �ltimo extremo, al supuesto de que independientemente de nuestras discusiones hay algo as� como hechos y relaciones entre hechos a los que pueden corresponder enunciados. Popper niega que los hechos �nicamente se constituyan en interrelaci�n con los standards de observaci�n sistem�tica o de experiencia controlada. Cuando tendemos a enunciados verdaderos no podemos menos de hacerlo sabiendo ya que su verdad se mide en t�rminos de correspondencia entre enunciados y hechos. A la objeci�n �planteable de modo inmediato� de que precisamente con este concepto de verdad vienen a ser introducidos el criterio o el standard o la definici�n que en cuanto a tales deben quedar, ellos mismos, abiertos a la investigaci�n cr�tica, responde, anticipadamente, como sigue: �It is decisive to realize that knowing what truth means, or under what conditions a statement is catled true, is not the same as, and must be clearly distinguished from, possessing a means of deciding �a criterion for deciding� whether a given statement is true or false� ^. Hemos de renunciar a un criterio, a un determinado standard de verdad, no podemos definir la verdad, pero ocurre que en cada caso particular �comprendemos� aquello que buscamos cuando examinamos la verdad o falsedad de un enunciado: �/ believe that is the demand f�r a criterion of truth which has made so many people feel that the question What is truth ir unanswerable. But the absence of a criterion of thruth does not render 20. Open Society II, p�g. 371. 16. � POSITIVISMO

242 J�rgen Habermas the notion of truth nonsignificant any more than the absence of a criterion of health renders the notion of health non^significant. A sick man may seek health even though he has no criterion for it� ^'. Popper hace uso, en este lugar, de la consideraci�n hermen�utica de que comprendemos los enunciados a partir del contexto, incluso antes de poder definir las expresiones individuales y allegar un patr�n general de medida. Por supuesto que quien no est� familiarizado con la hermen�utica no por ello habr� de sacar la consecuencia de que buscamos el sentido de dichas expresiones y enunciados sin patr�n alguno de medida. Antes bien puede decirse que la intelecci�n previa que con anterioridad a cualquier definici�n viene a guiar la interpretaci�n, incluida la propia interpretaci�n popperiana de verdad, incluye siempre, de modo t�cito, unos determinados standards. La justificaci�n de estos stan�ards precedentes no queda, por supuesto, excluida; ocurre, m�s bien, que la renuncia, precisamente, a la definici�n, permite, en el curso progresivo de la explicaci�n de tales o cuales textos, una continuada autocorrecci�n de una intelecci�n inicialmente difusa. Con el foco de una comprensi�n creciente del texto viene la intelecci�n a iluminar a posteriori los patrones de medida, moldes y criterios que sirvieron para penetrar inicialmente en aqu�l. Con la adaptaci�n de los standards inicialmente aplicados, el propio proceso hermen�utico de la interpretaci�n procura su justificaci�n. Los standards y las descripciones que �stos permiten al ser aplicados al texto guardan, por otra parte, una relaci�n dial�ctica. Igual ocurre con el patr�n de medida de una verdad concebida como correspondencia. S�lo la definici�n de los patrones de medida y la estipulaci�n y fijaci�n de criterios desgajan los standards de las descripciones que �stos posibilitan; s�lo aqu�llas crean una trama deductiva que excluye la ulterior correcci�n de los patrones de medida por la cosa misma. S�lo en ese momento se escinde la dilucidaci�n cr�tica de los stan�ards del uso de los mismos. Pero de los standards se hace impl�citamente uso incluso antes de que se diferencie a nivel metate�rico una justificaci�n cr�tica del nivel objetual de los standards aplicados. He ah� por qu� no puede eludir Popper la interrelaci�n dial�ctica existente entre enunciados descriptivos, postulatonos y cr�ticos por mucho que invoque el concepto de verdad como correspondencia: ni siquiera un concepto de verdad como �ste, que permite introducir una diferenciaci�n estricta entre standards y hechos, viene a ser otra cosa �^por mucho que �nicamente nos orientemos 21. Op. cit., p�g. 373.

Contra un racionalismo menguado... 243 de acuerdo con �l de modo meramente t�cito� que un standard no menos necesitado, a su vez, de justificaci�n cr�tica. Toda dilucidaci�n cr�tica conlleva, tanto si se trata de la aceptaci�n de propuestas (propas�is) como de la de juicios (propositions), un triple uso del lenguaje: el descriptivo, para la descripci�n de hechos y estados de cosas; el postulatorio, para la fijaci�n y estipulaci�n de reglas metodol�gicas; y el cr�tico, para justificar tales decisiones. Estas formas de hablar se presuponen l�gicamente unas a otras. No por ello viene, de todos modos, limitado el uso descriptivo a una determinada clase de �hechos�. El uso postulatorio se extiende a la determinaci�n de normas, standards, criterios y definiciones de todo tipo, tanto si se trata de reglas pr�cticas como de reglas l�gicas o metodol�gicas. El uso cr�tico pone en juego argumentos para sopesar, valorar, enjuiciar y justificar la elecci�n de standards; allega a la discusi�n, en suma, tomas de posici�n y talantes de orden ling��stico-trascendente. Ning�n enunciado sobre lo real es susceptible de contrastaci�n cr�tica sin la explicaci�n de una trama o interrelaci�n entre argumentos y tomas de posici�n. Las descripciones no son independientes de los standards de que en ellas se hace uso; los standards, a su vez, descansan sobre tomas de posici�n que si, por un lado, precisan de argumentos ratificadores, por otro no pueden ser deducidas a partir de constataciones. Si las tomas de posici�n son transformadas bajo el influjo de argumentos, ocurre en tal caso que una motivaci�n de este tipo une, de manera evidente, un imperativo l�gicamente incompleto a otro de car�cter emp�rico. El �nico imperativo de este tipo parte de la fuerza de la reflexi�n, que rompe la violencia de lo no vislumbrado ni conocido mediante su elevaci�n a consciencia. El conocimiento emancipatorio traduce el imperativo l�gico a imperativo emp�rico. Ello es, precisamente, lo que hace posible la cr�tica; supera el dualismo de hechos y standards, dando as�, y s�lo as�, lugar al continuo de una dilucidaci�n y clarificaci�n racional que, de otro modo, se fragmentar�a, sin mediaci�n alguna, en decisiones y deducciones. Desde el momento en que comenzamos a discutir un problema con la intenci�n de llegar, racionalmente y sin coacciones, a un consensus, nos movemos ya en esa dimensi�n de racionalidad global que a la manera de momentos suyos viene a acoger lenguaje y acci�n, enunciados y tomas de posici�n. La cr�tica es siempre paso de un momento a otro. Es, si se me permite expresarlo as�, un hecho emp�rico al que le corresponde una funci�n trascendental, de la que nos hacemos conscientes en el curso de realizaci�n y culminaci�n de la propia cr�tica. Como es obvio, tambi�n puede ser, sin duda, reprimida y dislocada tan pronto como con la definici�n

244 J�rgen Habermas de los standards inicialmente aplicados de manera meramente t�cita se desgaje de la reflexi�n viva un dominio ling�xstico-inmanente de relaciones l�gicas. Esta represi�n se refleja en la cr�tica de Popper a Hegel: �To trascend the dualism of facts and standards in the decisive aim of Hegels ph�osophy of identity �the identity of the ideal and the real, of the right and the might. All standards are historical: they are historical facts, stages in the development of reason, which is the same as the development of the ideal and the real. There is nothing but facts; and some of the social or historical facts are, at the same time, standards� ^. Nada quedaba m�s lejos de Hegel que este positivismo metaf�sico, al que Popper opone el punto de vista del positivismo l�gico, de acuerdo con el que enunciados y hechos o estados de cosas pertenecen a esferas distintas. En absoluto puede decirse que Hegel nivelara como pertenecientes al dominio de los hechos hist�ricos tanto lo l�gico como lo emp�rico, los criterios de validez y las- interrelaciones f�cticas, lo normativo y lo descriptivo; lo que no quiere decir, desde luego, que ignorara la experiencia de la consciencia cr�tica de que la reflexi�n viene a unir momentos en s� perfectamente separados. La cr�tica va del argumento a la toma de posici�n y de la toma de posici�n al argumento, y hace suya en este movimiento esa racionalidad global que en la hermen�utica natural del lenguaje cotidiano act�a como en su propio hogar, por as� decirlo, y que en las ciencias ha de ser reconstruida y puesta nuevamente en marcha, por el contrario, con ayuda de la dilucidaci�n cr�tica, entre los escindidos momentos del lenguaje formalizado y de la experiencia objetivada. Nos encontramos as� con que �nicamente gracias a que esta cr�tica refiere de manera no deductiva los standards elegidos a los hechos emp�ricos, pudiendo medir con ello un argumento a la luz de otro, vale esa frase que en virtud de los propios' presupuestos de Popper no podr�a resultar sino decididamente insostenible: <�<�...that we can learn; by our mistakes and by criticism; and that we can learn in the realm of standards just as well as in the realm of facts�^. 5. Dos estrategias y una discusi�n Albert entra en una serie de problemas, polemiza y los abandona nuevamente; no veo principio alguno en este orden de sucesi�n. He intentado clarificar cuatro malentendidos fundamentales 22. Opew Society II, p�g. 395. 23. id., p�g. 386.

Contra un racionalismo menguado... 245 con vistas, sobre todo, a construir una base de inteligibilidad sobre la que sin grave confusi�n ling��stica resulte de un modo u otro posible la discusi�n de otros problemas, como, por ejemplo, los planteados por la funci�n de la reflexi�n hist�rica, el postulado de la neutralidad valorativa o el status de la cr�tica de las ideolog�as. Pienso que ahora apenas cabr�a malentender mi intenci�n. Pretendo justificar y defender, contra el positivismo, el punto de vista de que el proceso de la investigaci�n organizado por los sujetos pertenece, en virtud y a trav�s del acto cognoscitivo, a la trama objetiva cuyo conocimiento se busca. La dimensi�n en la que se configura esta interrelaci�n entre el proceso de investigaci�n y el proceso social de la vida no pertenece al dominio de los hechos, ni tampoco al de la teor�a; queda a este lado de un dualismo que s�lo para las teor�as cient�fico-emp�ricas tiene sentido. En el contexto general de la comunicaci�n de la cr�tica cient�fica combina, m�s bien, ambos momentos. En un lenguaje pasado de moda lo expresar�a as�: las condiciones trascendentales del conocimiento posible se constituyen aqu� bajo condiciones emp�ricas. En virtud de lo cual, ni la sociolog�a del conocimiento ni la metodolog�a pura resultan pertinentes en este estadio de la reflexi�n. Antes bien cabr�a decir tal de su combinaci�n, rotulada, originariamente, como cr�tica de la ideolog�a. Acudo a esta expresi�n no sin cierto disgusto, dado que no deseo extender la discusi�n actual a cualesquiera campos de inter�s. Me ocupo de los intereses rectores del conocimiento, intereses que subyacen, en cada caso, a un sistema entero de investigaciones. Contra la autointelecci�n positivista me importa, pues, subrayar la interrelaci�n existente entre las ciencias emp�rico-anal�ticas y un inter�s cognoscitivo de �ndole t�cnica. Lo cual nada tiene, en realidad, que ver con esa �denuncia� que Albert me imputa. Se le ha escapado a Albert por completo que nada queda tan lejos de mis prop�sitos como efectuar una cr�tica de la investigaci�n emp�rico-anal�tica en cuanto a tal; en modo alguno me propongo, como parece dar por hecho, oponer los m�todos de la comprensi�n a los de la explicaci�n. Considero, por el contrario, errados los intentos caracter�sticos de la vieja disputa metodol�gica, intentos encaminados a levantar, desde un principio, murallas destinadas a mantener unos dominios intangibles al margen de cualquier posible incidencia de tal o cual tipo de investigaci�n. Quienes buscaran este tipo de inmunizaci�n no podr�an ser sino malos dial�cticos. La reflexi�n sobre los intereses rectores del conocimiento no queda, por supuesto, sin consecuencias. Nos hace conscientes del �mbito y naturalzea de unas tomas de posici�n de las que dependen

246 J�rgen H�bermas decisiones fundamentales de cara al marco metodol�gico de sistemas enteros de investigaci�n. S�lo as� aprendemos a saber lo que hacemos; s�lo as� sabemos lo que, si lo hacemos, podemos aprender. Nos hacemos conscientes, por ejemplo, de que las investigaciones emp�rico-anal�ticas dan lugar a un conocimiento t�cnicamente aplicable, pero en modo alguno a un conocimiento capaz de ayudar a la clarificaci�n hermen�utica de la autointelecci�n de los sujetos que act�an. Hasta el momento la sociolog�a ha venido cooperando en primera l�nea, y en modo alguno de manera totalmente aproblem�tica, a la autorreflexi�n de grupos sociales en circunstancias hist�ricas dadas; en absoluto puede hoy renunciar a ello, ni siquiera en los casos en que declaradamente no busca ya otra cosa que informaciones sobre regularidades emp�ricas del comportamiento social. Coincido con Albert en que nuestra disciplina deber�a esforzarse al m�ximo por conseguir m�s y mejores informaciones de este tipo. Ya no coincido con �l, sin embargo, en considerar que podr�amos, tendr�amos que o incluso deber�eimos limitamos a ello. No voy a investigar ahora las razones por las que, entre nosotros, la sociolog�a ha asumido la tarea de una teor�a de la sociedad hist�ricamente orientada, en tanto que otras ciencias sociales quedaban libres de esta carga y, en consecuencia, se ce��an mucho m�s r�pidamente a los l�mites de una ciencia emp�rica estricta. �Qu� tal si una triunfante pol�tica cient�fica de cu�o positivista consiguiera liberarse �ntegramente de aquella tarea, releg�ndola a las antec�maras de la discusi�n cient�fica? Porque en manos de los positivistas no otro es el objetivo de la cr�tica de la ideolog�a. Se ocupa de purificar la consciencia pr�ctica de los grupos sociales de cuantas teor�as no resulten traducibles a conocimiento t�cnicamente aplicable y alienten, no obstante, pretensiones teor�ticas. �Qu� tal si semejante purga resultase factible y fuera plenamente efectuada? En las condiciones de reproducci�n de una sociedad industrial, los individuos que no dispusieran de otro conocimiento que el aplicable t�cnicamente ni pudieran esperar ya mayor ilustraci�n racional sobre s� mismos y los fines y objetivos de su acci�n, perder�an su identidad. Su mundo desmitologizado ser�a �en la medida en que el poder del mito no puede ser anulado por v�a positivista� un mundo lleno de demonios. Cargo conscientemente con el riesgo de este lenguaje; pertenece a un dominio de la experiencia que en modo alguno queda reservado a una �lite clarividente. Reconozco, por supuesto, que la imaginaci�n �nicamente se forma en contacto con unas tradiciones que uno ha hecho inicialmente suyas sin haberlas sofocado en seguida. La lectura del reci�n publicado libro

Contra un racionalismo menguado... 247 de Klaus Heinrich ayuda a ver clare c�mo incluso en esta dimensi�n resulta posible una intelecci�n racional ^. Una sociolog�a de enfoque restringido a investigaciones emp�ricas s�lo podr�a investigar la autorreproduccion y autodestrucci�n de los sistemas sociales en la dimensi�n de �stos como procesos de adecuaci�n pragm�ticamente logrados, negando cualesquiera otras dimensiones. En el seno de una sociolog�a concebida como estricta ciencia del comportamiento resultar�an informulables cuantos problemas e interrogantes vinieron referidos a la autointelecci�n de los grupos sociales; pero no por ello carecen �stos de sentido ni se evaden a la discusi�n vinculante. Como la reproducci�n de la vida social no plantea tan s�lo problemas t�cnicamente zanjables, sino que incluye algo m�s que procesos de educaci�n de acuerdo con el modelo del uso racional de medios con vistas a unos fines, hay que contar con que aqu�llos se plantean de manera objetiva. Los individuos de naturadeza social conservan su vida en virtud, �nicamente, de una identidad grupa! que, a diferencia de las sociedades animales, puede ser reconstruida una y otra vez, liquidada o formada de nuevo. �nicamente pueden asegurar su existencia mediante procesos de adecuaci�n al entorno natural y readecuaci�n al sistema de trabajo social en la medida en que facilitan el intercambio material con la naturaleza mediante un equilibrio extremamente precario de los individuos entre s�. Las condiciones materiales de supervivencia est�n vinculadas �ntimamente a las m�s sublimes, el equilibrio org�nico lo est� a ese balance quebrantado entre superaci�n y unificaci�n, en el que viene inicialmente a fraguarse la identidad de todo yo a trav�s de la comunicaci�n con otros. Una identidad no conseguida por quien se afirma a s� mismo y una comunicaci�n frustrada de quienes se hablan unos a otros son autodestrucciones que al final tienen tambi�n una traducci�n f�sica. En el �mbito individual son conocidas como perturbaciones psicosom�ticas; pero las historias vitales desgarradas reflejan la desgarrada realidad de las instituciones. Los fatigosos procesos del identificarse-nuevamente-a-s�-mismo nos son conocidos tanto desde la fenomenolog�a hegeliana del esp�ritu como desde el psicoan�lisis freudiano: el problema de una identidad que s�lo puede ser producida mediante identificaciones, es decir, s�lo mediante extra�aciones de la identidad, es, al mismo tiempo, el problema de una comunicaci�n que hace posible el balance afortunado entre un mudo ser-uno y una enajenaci�n muda, entre el sacrificio de la 24. Versuch �ber die Schwierigkeit, Nein. zu sagen. ("Sobre la dificultad de decir que no"), Frankfurt 1964; vid. mi recensi�n en Merkur, nov. 1964.

248 J�rgen Habermas individualidad y el aislamiento del uno abstracto. No hay quien no repita, en las crisis de su historia vital, estas experiencias de la amenaza de p�rdida de identidad y de la remisi�n de la comunicaci�n ling��stica; pero no son m�s reales que esas experiencias colectivas de la historia de la especie que en el curso del tr�fico con la naturaleza hacen a un tiempo en s� mismos los sujetos sociales globales. En la medida en que no pueden ser resueltos con ayuda de informaciones t�cnicamente aprovechables, los problemas de este �mbito emp�rico no resultan clarificables mediante investigaciones emp�rico-anal�ticas. Al mismo tiempo, sin embargo, y ya desde sus primeros pasos en el siglo xviii, son �stos los problemas que, incluso de manera primordial, intenta discutir la sociolog�a. Al hacerlo no puede renunciar a interpretaciones orientadas hist�ricamente, de modo similar a como no puede, obviamente, dar la espalda a una forma de comunicaci�n en cuyo �mbito vienen, precisamente, a plantearse estos problemas. Me refiero a la red dial�ctica de una trama de comunicaci�n en la que los individuos van configurando su fr�gil identidad abri�ndose paso entre los peligros de la cosificaci�n y de la amorf�a. �ste es el niicleo emp�rico de la forma l�gica de la identidad. En la evoluci�n de la consciencia, el problema de la identidad se plantea al mismo tiempo como el problema de la reflexi�n y de la supervivencia. De �l parte, primariamente, la filosof�a dial�ctica. En la arremangada imagen del mundo de algunos positivistas, a la dial�ctica no le corresponde otro papel que el de duende. Para otros, que en ciertas ocasiones se dan cuenta de que incurren en cursos dial�cticos de pensamiento, la dial�ctica viene, simplemente, a traducir a lenguaje la experiencia de que pensamos y podemos pensar incluso en aquellos casos en los que de acuerdo con las tradicionales reglas resolutivas no deber�amos ya necesitarlo. El pensamiento no se enreda en la dial�ctica por despreciar las reglas de la l�gica formal, sino que lo hace aferr�ndose tenazmente a ellas y lo hace, en lugar de terminar con la reflexi�n misma, al nivel de la propia autorreflexi�n. En contra de las expectativas positivas, la autorreflexi�n de las ciencias emp�ricas estrictas exhorta a la modestia. Allega el conocimiento de que nuestras teor�as no se limitan a describir, simplemente, la realidad. Tampoco se decide, por otra parte, a renunciar en virtud de tales o cuales definiciones, al intento de explicar todas aquellas interrelaciones que a la luz de las demarcaciones en las que con fundados motivos se basa el an�lisis cient�fico-emp�rico, no deber�an existir. Partiendo de semejantes posiciones no es de extra�ar que la discusi�n entre ios positivistas y quienes no se averg�enzan del

Contra un racionalismo menguado... pensamiento dial�ctico, presente sus problemas. Como, no obstante, ambas partes est�n al mismo tiempo convencidas de la posibilidad de mi consensus alcanzable por v�a racional y no pretenden negar la racionalidad englobadora de una cr�tica sin restricciones como horizonte de intelecci�n posible, puede pensarse en la discusi�n. Las estrategias que con tal fin se eligen no coinciden, sin embargo. Albert me declara partidario de una estrategia sobremanera anticient�fica; una estrategia de inmunizaci�n y encubrimiento, como la califica. Cuando se piensa que someto a discusi�n incluso las condiciones de contrastaci�n en cuya exclusividad Albert insiste, tal calificativo no puede menos de parecerme falto de sentido. Preferir�a hablar de estrategia de envolvimiento: hay que hacer ver a los positivistas que uno se ha situado ya a sus espaldas. Ignoro si ser� �ste un procedimiento simp�tico; me ha venido impuesto, en todo caso, por la marcha de la discusi�n: las objeciones de Albert descansan sobre unos supuestos previos que yo mismo hab�a problematizado. Sim�tricamente a su objeci�n de oscurecimiento podr�a caracterizar la estrategia de Albert^'' como un hacerse el tonto: no se quiere entender lo que dice el otro. Esta estrategia, tendente a obligar al contrincante a pasarse al propio lenguaje, tiene ya varios siglos de vida y se ha beneficiado de grandes �xitos desde los d�as de Bac�n. Los progresos de las ciencias exactas descansan, en parte no desde�able, en la traducci�n que llevan a cabo de problemas tradicionales a un nuevo lenguaje; no encuentran respuesta para los interrogantes no formulados por ellas mismas. Esta estrategia se convierte, por otra parte, en un freno tan pronto como se quiere discutir globalmente acerca del status de dichas investigaciones. El ejercicio met�dico del �no lo entiendo� agosta una discusi�n que debe moverse siempre en el �mbito de una intelecci�n previa com�nmente presupuesta. Por dicha v�a no viene, en cualquier caso, a promoverse sino un etnocentrismo de subculturas cient�ficas, destructor del car�cter abierto de la cr�tica cient�fica. �ste es el contexto en que debe situarse la cr�tica de no inteligibilidad. En la medida en que me afecta a m� como sujeto emp�rico, no puedo menos de tom�rmelo arrepentidamente a pecho; en la medida en que va dirigida, por el contrario, a una estructura del pensamiento y del lenguaje, precisa de aclaraci�n. La compren 25. No quiero tomar en consideraci�n el lapsus que comete Albert en las p�gs. 209 y ss.; supongo que no hace del anticomunismo usual en este pa�s parte de su estrategia.

250 J�rgen Habermas si�n debe ser entendida al modo de una relaci�n di�dica. En mi obligada lectura de agudas investigaciones positivistas he hecho la dolorosa experiencia de no entender muchas cosas o de no entenderlas de inmediato. He cargado la dificultad en la cuenta de mis deficientes procesos de estudio y aprendizaje, en lugar de achacarla a la inteligibilidad de los textos. En el caso contrario, es decir, en el de alguien que cita a Hegel de segunda mano, no puedo librarme totalmente de la sospecha de que bien podr�a ocurrir algo similar. Hablo aqu� de tradici�n con la mirada puesta en los procesos de estudio que la hacen posible, y no a la expectativa de autoridades en las que cifrar una ascendencia. Puede que la obra de Popper pertenezca a la sene de las grandes teor�as filos�ficas precisamente por guardar todav�a una inteligente relaci�n con tradiciones que alguno de los que le siguen apenas conoce ya sino de nombre.

HANS ALBERT �A ESPALDAS DEL POSITIVISMO? �Los positivistas honrados, a quienes semejantes perspectivas quitan la risa...� J�RGEN HABERMAS, Teor�a y Praxis Rodeos dial�cticos a una luz critica En su r�plica ^ a mi cr�tica ^ intenta J�rgen Habermas reformular sus objeciones contra el racionalismo cr�tico de Karl Popper de tal modo que resulten menos propiciadoras de malentendidos de lo que era el caso en aquellos de sus trabajos sobre los que incid�a mi cr�tica. Su argumentaci�n en esta r�plica no ha podido, de todos modos, convencerme ni de que en ocasiones anteriores le haya entendido mal, ni tampoco de la validez de sus objeciones. Su impresi�n de que he aislado sus argumentos del contexto de una cr�tica inmanente a las concepciones de Popper, de tal manera que inconexos entre s� y faltos de coherencia apenas si puede reconocerlos de nuevo, es algo que no me es dado discutirle. Como me esforc� por reconstruir adecuadamente su l�nea argumenta!, llevado de la intenci�n de que el lector pudiera saber a qu� dirig�a mi respuesta, no me queda ya, en este sentido, sino confiar en que quienes se interesen por esta discusi�n examinen comparativamente los textos en juego y se formen un juicio sobre la hipot�tica validez de semejante objeci�n. En cuanto a m�, me ha parecido que en esta r�plica suya Habermas no se limita a reconstruir su cr�tica anterior, sino que llega incluso a modificarla en puntos nada inesenciales del asimto. Sea como fuere, no puedo menos de preferir tambi�n la franca controversia a la �estrategia del mutuo encogerse de hombros� y me declaro, al igual que Habermas, dispuesto a pres 1. J�rgen Habermas: Contra un racionalismo menguado de modo positivista. R�plica a un panfleto. 2. Vid. mi trabajo: El mito de la raz�n total. Pretensiones dial�cticas a la luz de una critica no dial�ctica.

252 Hans Albert cindir de toda discusi�n sobre cuestiones de forma. A pesar de las diferencias que separan nuestros puntos de vista, el inter�s por la discusi�n cr�tica parece tender, al menos, un puente entre nosotros. En sus observaciones preliminares insiste Habermas en que su cr�tica no va dirigida contra la praxis de la investigaci�n propia de las ciencias emp�ricas estrictas, sino, simplemente, contra la interpretaci�n positivista de la misma. Lo cual resulta doblemente curioso si se piensa que tambi�n Popper, cuyas concepciones critica Habermas, aduce argumentos contra una interpretaci�n de este tipo. Para poder llevar a cabo su cr�tica, Habermas no puede, pues, menos de verse obligado a intentar dar vida a la impresi�n de que en lo esencial Popper debe ser integrado en la tradici�n positivista. La soluci�n de semejantes problemas de atribuci�n depende de delimitaciones que cabe efectuar de modos distintos *, de manera que en lo que a este punto se refiere no cabe esperar una respuesta un�voca. Se tratar�a, pues, m�s bien, de probar que las objeciones especiales de que Habermas hace objeto a los representantes de esta tradici�n filos�fica pueden esgrimirse tambi�n contra Popper y que el reproche general de restricci�n y limitaci�n del pensamiento cr�tico expresado ya en el t�tulo de su r�plica �y en el que, seg�n parece, convergen sus diversas objeciones particulares� tambi�n afecta a �ste. La autointelecci�n positivista �la imagen que de s� mismo tiene el positivismo� es de efectos restrictivos, afirma Habermas; �detiene la reflexi�n v�lida en los l�mites de las ciencias emp�rico-anal�ticas (y formales)� *. Alude acto seguido a las �normas prohibitivas de cu�o positivista�, en virtud de las que ��mbitos enteros de problemas deber�an ser excluidos de la discusi�n y abandonados a posiciones y enfoques irracionales� y cita, en este contexto, todos �aquellos pioblemas� que �dependen de la elecci�n de standards y de la influencia de argumentos�, variables de acuerdo con las tomas de posici�n. Semejantes restricciones, normas prohibitivas y reservas principales no resultan, en la medida de mis conocimientos, encontrables en Popper; independientemente del hecho, desde luego, de que respecto de los actuales representantes del positivismo en sentido estricto apenas si resultar�an ya defendibles tales afirmaciones ^ 3. En la discusi�n que sostuvimos el 22.2.1965 sobre los pimtos de vista de Popper en el seminario Alpbach de K�ln, esto se plante� en seguida y decidimos no detenernos demasiado en ello. 4. Habermas: Contra un racionalismo menguado de modo positivista. P�gina 221. 5. Entre el neo-pragmatismo de Morton G. Whites, que Habermas acent�a positivamente en su r�plica, y las concepciones de los fil�sofos anal�ticos de

�A espaldas del positivismo? De mi exposici�n de sus puntos de vista me reprocha Habermas que doy a entender que con la ayuda de sus argumentos �ste se propone algo as� como �introducir un nuevo m�todo� situable al lado de los ya firmemente introducidos y vigentes m�todos de la investigaci�n cient�fico-social�, cosa que de facto queda por completo fuera de sus intenciones ^ En qu� sentido cabr�a dar a lo que Habermas opone, de manera positiva, a la teor�a popperiana de la ciencia en su trabajo a prop�sito de la controversia Popper-Adorno el calificativo de �nuevo m�todo�, es algo sobre lo que prefiero no pronunciarme. Mi argumentaci�n apunta, en todo caso, contra la pretensi�n de que la concepci�n por �l desarrollada puede solucionar problemas no solubles de acuerdo con la concepci�n popperiana. Tanto si se quiere rotular lo que Habermas ofrece como un �m�todo� nuevo, como si se renuncia a ello, �ste viene, en cualquier caso, a dibujar los rasgos fundamentales de una concepci�n metodol�gica propia de las ciencias sociales de cu�o dial�ctico, de la que se afirma que es capaz de superar las restricciones de una ciencia de la sociedad orientada de acuerdo con las ideas de Popper. En mi trabajo arriba citado no he buscado otra cosa que someter a cr�tica esta concepci�n metodol�gica, sopesando sus pretensiones. No me parece que en la r�plica de Habermas se la tenga suficientemente en cuenta. No se encuentra en ella tanto un intento de fundamentar las pretensiones de la concepci�n dial�ctica respecto de las ciencias sociales como de hacer aprovechables los resultados del neopragmatismo para una cr�tica del racionalismo popperiano. Una cr�tica mucho m�s indulgente, por cierto, respecto de Popper que de mi concepci�n, en la que Habermas no se limita a localizar fallos esenciales en la comprensi�n de la suya propia, sino asimismo en la de los puntos de vista sustentados por Popper. Voy a ocuparme de los diversos aspectos particulares de su intento por clarificar los malentendidos en que he incurrido'. la tradici�n del �ltimo Wittgenstein, existen, sin duda, muchas diferencias. Pero no puede decirse que �stos pretendan excluir de la discusi�n ninguno de los problemas que aqu�l est� dispuesto a tratar. 6. Habermas, p�g. 222. 7. En lo esencial me ce�ir�, como en mi trabajo anterior, al orden de sucesi�n de los problemas a tratar establecido por el propio Habermas, confiando en que el lector est� en condiciones de encontrar por s� solo un principio.

254 Hans Albert 1. El papel metodol�gico de la experiencia Mi primer malentendido afecta, en opini�n de Habermas, al papel metodol�gico de la experiencia en las ciencias sociales. A mi modo de ver, sin embargo, plantea la situaci�n de la discusi�n de manera harto singular, es decir, como si no hubiera puesto en duda algo que le objeto, a saber: que los puntos de vista respecto de la formaci�n de las teor�as que �l critica no necesitan imponer restricciones en lo que al tipo admitido de experiencia concierne, en tanto que su concepci�n hace forzoso un recurso a la hermen�utica natural *. En su objeci�n, Habermas vino a referirse expl�citamente a la ra�z de las ideas y puntos de vista que gu�an la teor�a dial�ctica a la que aspira, una teor�a que en su elaboraci�n ha de adecuarse �precedentemente� a un objeto preformado, en lugar de tener que ser s�lo posteriormente allegada a una experiencia restringida. De �sta y de otras proposiciones puede, sin duda, inferirse que su intenci�n es vincular de un modo u otro la formaci�n de teor�as a la experiencia precedente, una experiencia acumulada precient�ficamente, como �l mismo apunta, es decir, ima experiencia cotidiana, cosa que en modo alguno ocurre en la concepci�n de Popper. Me refer�, en este contexto, al curioso conservadurismo perceptible en este �nfasis puesto tanto en el problema de la ra�z y procedencia como en un concepto de experiencia al que en el mejor de los casos puede corresponder la funci�n metodol�gica de hacer dif�cilmente corregibles errores venerables. Ocurre, en efecto, que teor�as acompa�adas por el �xito acostumbran no raramente a contradecir la experiencia anterior'. En su r�plica Habermas no entra en este punto; niega, asimismo, en�rgicamente cualquier desconocimiento por su parte de las ventajas de las situaciones de contrastaci�n subrayadas por m� con el objeto de evidenciarle de manera inequ�voca el papel de esa experiencia a la que �l califica de restringida. En lugar de ello' se centra en otro problema que no deja, por supuesto, de guardar relaci�n con este �ltimo, a saber: el problema de �si acaso el posible 8. Vid. a este respecto los puntos relevantes de su colaboraci�n al Homenaje a Adorno, loe. cit., p�gs. 149 ss., la cr�tica en mi respuesta, loe. cit., p�g. 192 ss., as� como su r�plica, loe cit., p�g. 223 s. 9. Vid. a este respecto, p. ej., Paul K. Feyerabend, Problems of Empiricism, en: Beyond the Edge of Certainty ("M�s all� del filo de la certeza"). Tomo 2 de: University of Pittsburgh Series in the Philosophy of Science, Robert G. Colodny edit., Englewood Cliffs 1965, p�g. 152 y ss. No deja de resultar interesante comprobar c�mo Feyerabend argumenta, desde posiciones popperianas, contra un empirismo radical del que Habermas viene a estar, en este sentido, mucho m�s cerca.

�A espaldas del positivismo? sentido de la validez emp�rica de los enunciados no vendr� ya desde un principio determinado mediante m�a definici�n de este tipo, y si no convendr� preguntarse, si as� ocurre, qu� sentido de validez es el que viene prejuzgado de este modo� ^". A decir verdad, ignoro en qu� medida pueda estar yo realmente interesado por �entronizar la ingenuidad filos�fica a cualquier precio� a fuerza de rechazar dicho problema. Las condiciones de contrastaci�n deben orientarse en cada caso de acuerdo con el significado y contenido de la teor�a en cuesti�n; en modo alguno se le imponen �desde fuera�. Lo �nico que cabe esperar es que una teor�a sea sometida a una contrastaci�n lo m�s severa posible, es decir, que se atienda �obviamente� a todas las posibles condiciones de contrastaci�n correspondientes a sus hip�tesis y que se enjuicie su confirmaci�n a la luz de estos intentos de contrastaci�n. Cuantas teor�as pretenden decir algo sobre el mundo y, en consecuencia tambi�n, entre otras cosas, sobre los hombres y su entorno socio-cultural, vienen a ser confrontadas, en el curso de su contrastaci�n, con �hechos� que se presentan como relevantes de cara a las mismas. Cu�l haya de ser la fisonom�a de estos hechos es algo que en definitiva depende de lo que enuncien las teor�as en cuesti�n. Lo cual no viene a ser sino un modo de someter las teor�as a la cr�tica y, con ello, al riesgo del fracaso; un modo en virtud del que no viene a ser prejuzgado nada que no haya sido ya determinado por las propias teor�as. Con el fin de probar el car�cter restrictivo de mi concepci�n metodol�gica Habermas subraya, acto seguido, el hecho de que los sentimientos morales, las privaciones y frustraciones, las crisis hist�ricovitales y los cambios de posici�n y de talante en el curso de una reflexi�n procuran otras experiencias que �pueden ser elevadas, mediante standards correspondientes, a instancias de contrastaci�n �, en contraposici�n, seg�n parece, a la base emp�rica de las ciencias estrictas. Como esta alusi�n viene, sin duda, destinada a hacer las veces de objeci�n, no estar�a de m�s precisar qu� tipos de enunciados han de ser contrastados con la ayuda de semejantes experiencias y c�mo ha de suceder esto. No hay, por supuesto, motivo alguno que nos impida ocuparnos de estos problemas, pero resulta francamente dif�cil discutir alusiones a posibles soluciones o conferirles validez como objeciones en tanto dichas soluciones queden, como tales, en un segundo t�rmino. En lo que a este pimto concierne convendr�a, en principio, subrayar el hecho concreto de que actualmente las ciencias positivas 10. Loe. cit., p�g. 238.

256 Hans Albert se ocupan ya de la clase de experiencias a que Hdbermas se refiere, haci�ndolas valer como �hechos� a los que ponen en relaci�n con teor�as que inciden sobre ellos. Se utilizan as� estas experiencias para la contrastaci�n de las teor�as, sin que por ello resulte forzoso renunciar a la metodolog�a criticada por Habermas. Cabe, pues, suponer que no es �sta la funci�n de tales a experiencias a que Habermas se refiere. Incluso su propio tono de voz permite inferir que la intenci�n de su alusi�n es otra: llamar la atenci�n no tanto sobre el hecho de que una frustraci�n sea utilizada, por ejemplo, al modo de instancia contrastadora de una teor�a que enuncia algo sobre la frustraci�n, como sobre la posibilidad de que tales experiencias sean convertidas de manera inmediata en instancia de contrastaci�n, es decir, que se examine, pongamos por caso, si una teor�a frustra a alguien y a la luz de ello se la considere eventualmente fracasada. En cualquier caso �sta no dejar�a de ser una propuesta interesante en este contexto y de consecuencias de meditaci�n nada desde�able. La referencia a hechos desagradables, la elaboraci�n de ideas nuevas y de argumentos cr�ticos suelen dar lugar a frustraciones en los partidarios de ciertos puntos de vista. No basta con citar, simplemente, los grandes ejemplos de Galileo, Darwin, Marx y Freud, en cuyas obras las consecuencias para la imagen tradicional dei mundo resultaban tan evidentemente peligrosas que provocaron reacciones defensivas en cadena. Tambi�n en el seno de la ciencia y respecto de problemas menos importantes en orden a la visi�n del mundo que hay que contar con que el elemento emocional a ciertas teor�as puede ser lo suficientemente intenso como para dar lugar, en casos parejos, a frustraciones. De elevar �stas seriamente a instancia cr�tica no sabr�a, sin embargo, qu� otra aportaci�n de orden metodol�gico ver en ello que la consagraci�n de estrategias mmunizadoras. Hay que suponer que semejante irracionalismo tampoco le parecer�a f�cilmente aceptable a Habermas. De ah� que convenga, quiz�, interpretar de otra manera su alusi�n. Podr�a partirse tambi�n, pongamos por caso, del supuesto de que el talante de un cient�fico es, por lo general, de una naturaleza tal que ciertas caracter�sticas de las teor�as le producen una frustraci�n: las contradicciones internas, por ejemplo, cuando no est� dispuesto a �superarlas� dial�cticamente, la falta de contenido informativo o las dificultades que se presentan a la hora de contrastarlas emp�ricamente. Este supuesto podr�a, tal vez, jugar alg�n papel en la explicaci�n de los procesos de la investigaci�n y, en consecuencia, resultar�a relevante para la sociolog�a de la ciencia; no permitir�a, sin embargo, conclusi�n negativa alguna respecto

�A espaldas del positivismo? de la concepci�n metodol�gica en juego. De manera, pues, que para el problema que nos ocupa tampoco parece interesante esta interpretaci�n. Otra posibilidad ser�a la de inferir que Habermas no se refiere a las teor�as que pretenden informar sobre la realidad, describirla y explicarla, sino tan s�lo a concepciones de otro tipo. La alusi�n a sentimientos morales como instancias posibles de contrastaci�n puede allegar la sospecha de que se refiere a concepciones normativas, por ejemplo. La misma frase arriba citada acerca de la determinaci�n previa del sentido de la validez podr�a ir en esta direcci�n. Incluso a quien no est� dispuesto a ver en las pretensiones de validez de una determinada concepci�n otra cosa que la aspiraci�n a un reconocimiento general y, a tenor de ello, se niegue a percibir la necesidad de una diferenciaci�n en este sentido, no le resultar�, sin duda, dif�cil aceptar que las ra�ces de la validez de los enunciados normativos pueden ser de orden muy distinto que las de la validez de las teor�as cient�fico-positivas. Tampoco esto plantear�a dificultades serias, sin embargo, a la concepci�n totalmente abierta, por lo dem�s, a la posibilidad de someter cualesquiera concepciones normativas al foco de la argumentaci�n cr�tica". Que cabe establecer una relaci�n entre el sentido de los enunciados y sus condiciones de contrastaci�n y que no todos los enunciados tienen el sentido de hip�tesis cient�fico-naturales es algo que no precisa ser discutido ^^. Los verdaderos problemas no se presentan sino en el preciso momento en el que lo que importa es el an�lisis de dicha interrelaci�n a prop�sito de ciertos tipos de enunciados. Aqu� es donde podr�a mostrarse la relevancia de �otras experiencias� citadas por Habermas de cara a los otros m�todos de contrastaci�n a que alude. Lo que no alcanzo a ver es que de todo esto quepa inferir argumento alguno que acredite la restricci�n de la concepci�n metodol�gica criticada por Habermas. Estoy plenamente dispuesto a discutir cualesquiera innovaciones metodol�gicas, s�lo que para ello �stas han de resultar visibles de un modo u otro. Haberm.as se interesa por la problem�tica arriba glosada en relaci�n con la cr�tica de Popper al positivismo, cr�tica que, seg�n 11. Vid. en este sentido, p. ej., mis trabajos: Die Idee der kr�stischen Vernunft. Zur Problematik der rationalen Begrundung und des Dogmatismus ("La idea de la raz�n cr�tica. La problem�tica de la fimdamentaci�n racional y del dogmatismo"), en: Club Voltaire I, M�nchen 1963; as� como: Social Science and Moral Philosophie, en: The Critic�l Approach to Science and Philosophy. In Honor of Karl R. Popper, Mario Bunge, ed., London 1964. 12. Acaso no est� de m�s recordar que dif�cilmente cabr�a encontrar una corriente filos�fica que haya coadyuvado m�s que el positivismo l�gico y tendencias afines a la clarificaci�n de estos problemas. 17. � POSITIVISMO

258 Hans A�bert parece, lleva su autor tan lejos �que, sin propon�rselo, convierte en problem�ticas sus propias propuestas de soluci�n�". Se trata de lo siguiente: Popper no se limita a criticar la concepci�n positivista en particular, sino, en general, toda concepci�n epistemol�gica que pretenda justifica� y, en consecuencia, garantizar, tal o cual saber o suma de conocimientos mediante el recurso a unas fuentes �ltimas y seguras ", a lo que opone un falibilismo epistemol�gico excluyen te de semejantes garant�as de verdad e inseparable, al mismo tiempo, de una metodolog�a de consideraci�n y examen cr�ticos. Frente a esto Habermas arguye que los errores s�lo pueden ser calificados de tales a la luz de unos criterios para cuya justificaci�n es preciso aportar argumentos que, a su vez, y con el fin de no caer en la arbitrariedad, deben ser buscados �en la excluida dimensi�n de la formaci�n del conocimiento, ya que no, por supuesto, en la de su origen� ^^. �La �mediatizaci�n� popperiana de los or�genes de las teor�as frente al m�todo de contrastaci�n resulta problem�tica por la precisa raz�n de que este mismo m�todo no puede ser, a su vez, fundamentado sino mediante el recurso a la tradici�n cr�tica y, con ello, a por lo menos una de las fuentes del conocimiento. El argumento apunta, pues, a mostrar c�mo el mismo Popper se ve obligado a recurrir a fuentes, si no en el plano de la formaci�n de las teor�as s�, al menos, en el metodol�gico. Popper ha subrayado una y otra vez, desde luego, la importancia de la tradici�n como fuente, y, es m�s, como una de las fuentes m�s importantes de nuestro conocimiento, frente al anti-tradicionalismo racionalista. Pero se niega a aceptar que exista alg�n tipo de fuente a la que le sea dado reclamar para s� la infalibilidad. No hay, pues, fuente que se sustraiga a la cr�tica, y esto es v�lido incluso para la propia tradici�n, independientemente de si procura o no concepciones teor�ticas o meta-teor�ticas. El recurso a la tradici�n tampoco puede ser, pues, aceptado como fundamentaci�n. Res 13. Esto es lo que leemos en Habermas, p�g. 226, tras de una breve exposici�n de esta cr�tica, que en lo esencial puedo aceptar, aunque algunas de las formulaciones en ellas contenidas no puedan menos de parecerme harto problem�ticas, como, p. ej., su afirmaci�n de que en Popper todo saber viene a ser nivelado en el plano de las opiniones, a la que a�ade una serie de observaciones complementarias dando as� lugar a una tesis general muy apropiada para provocar asociaciones totalmente err�neas en lectores no familiarizados con las ideas popperianas. 14. Vid. a este respecto Karl Popper, On the Sources of Knowledge and Ignorance, reeditado en su volumen de ensayos: Conjectures and Refutations, London 1963, p�gs. 3-30 (trad. cast.: "El desarrollo del conocimiento cient�fico"). 15. Habermas, p�g. 227.

�A espaldas del positivismo? pecto de la objeci�n habermasiana de que el m�todo popperiano no podr�a ser fundamentado sino de esta manera, convendr�a preguntar c�mo sena posible acogerse a una fundamentaci�n de este tipo cuando se parte de la renuncia a todo recurso a una instancia ya no criticable, es decir, a un dogma ". La cosa se plantea, pues, en los siguientes t�rminos: no se trata de que Popper busque una fundamentaci�n en la tradici�n �cree m�s bien poder renunciar a ella�, sino de que Habermas la considera inevitable, dado que se cree en la necesidad de orientar su argumentaci�n a la luz de una idea legitimadora. Volveremos sobre ello. Sea como fuere, Habermas cree posible localizar el punto crucial de la problem�tica positivista a�n vigente en Popper en la independencia epistemol�gica de los hechos respecto de las teor�as a ellos referidas que, en su opini�n, �ste sostiene y que subyace a la idea de la contrastaci�n a la luz de los hechos ". En mi cr�tica sostuve que Popper critica expresamente la idea positivista de lo puramente dado, del hecho desnudo y libre de la teor�a, y mostr� tambi�n que para nada se ve obligado a recurrir a ella en su concepci�n metodol�gica. Habermas no se da por satisfecho con ello. Insiste a este respecto, con intencionalidad cr�tica, en que Popper hace suya la teor�a de la verdad como correspondencia, teor�a que presupone los �hechos� como algo-que-es-en-s�, descuidando la previa decisi�n del problema del sentido que tiene lugar a consecuencia de la definici�n de las condiciones de contrastaci�n. Bien: ignoro en qu� medida puede resultar compatible la concepci�n popperiana, que el propio Habermas aduce, de acuerdo con la que los hechos son un producto comiin de la realidad y del lenguaje, con una caracterizaci�n como �sta ". La teor�a de la verdad como corres 16. Insist�, en mi cr�tica, en que la alternativa que Habermas plantea entre dogmatismo y fundamentaci�n est� expuesta a una objeci�n formulada por Popper, a saber: que el recurso a unos fundamentos positivos tiene, en cuanto a tal, el car�cter de procedimiento dogm�tico, o bien implica un regreso infinito; cfr. p�g. 211 y ss. La metodolog�a de la consideraci�n y an�lisis cr�ticos tiene, en consecuencia, que renunciar a una fundamentaci�n positiva. Respecto de la posibilidad de una concepci�n cr�ticista emancipada de un pensamiento justificador de este tipo, vid. adem�s de los trabajos de Popper, p. ej., William Warren Bartley, The Retreat to Commitment, New York 1962, un libro que Habermas despacha en su trabajo sin haberlo analizado suficientemente; vid. su respuesta loe. cit., p�g. 237; v�ase asimismo m�s abajo. 17. Habermas, p�g. 227; vid. a este respecto y sobre la resignativa afirmaci�n de mi interlocutor de que no le ha sido posible hacerme tomar consciencia de toda esta problem�tica en nuestra discusi�n, su colaboraci�n al Homenaje a Adorno, p�g. 176 y ss., y passim, as� como mi r�plica. Dejo �il lector la tarea de enjuiciar este intento y su frustraci�n. 18. Puedo explicarme muy bien, de todos modos, el origen de este paso.

260 Hans Albert pondencia en modo alguno viene ce�ida a hechos desnudos, es' decir, no contaminados por la teor�a y en posesi�n, en este sentido, de un �ser-en-s�. Tampoco es preciso interpretarla al modo de una teor�a figurativa, como tantas veces se ha hecho por parte dial�ctica'', sobre todo cuando a prop�sito de los enunciados descriptivos se recurre, por ejemplo, a la met�fora de la �mera duplicaci�n de la realidad�. La teor�a popperiana de la ciencia en modo alguno resulta, por otra parte, inseparable de la teor�a de la verdad como correspondencia y del realismo a ella vinculado ^. Basta, m�s bien, con la posibilidad de que en la aplicaci�n de una teor�a a situaciones concretas, los enunciados de base adecuados a dichas situaciones contradigan la teor�a correspondiente, es decir, ya que Habermas part�a del supuesto de la necesariedad de hechos independientes de toda teor�a para la falsaci�n. 19. Cfr. Karl Popper, Truth, Rationality, and the Growth of Scientific Knowtedge, en Conjectures and Refuta�ions, toe. cit., p�g. 233 y ss. (trad. cast. "El desarrollo del conocimiento cient�fico"), donde se habla de la teor�a de la correspondencia. Popper alude aqu�, entre otras cosas, a la teor�a figurativa de Wittgenstein, a la que califica de "sorprendentemente ingenua", a la clara y destructora cr�tica de Schlick a las diversas versiones de la teor�a de la correspondencia (entre ellas tambi�n la teor�a figurativa o proyectiva) y, por �ltimo, a la versi�n tarskiana de esta teor�a que no incurre en el viejo error. Vid. para esta problem�tica tambi�n: G�nther Patzig, Satz und Tatsache ("Hecho y proposici�n"), en: Argumentationen Festschnft f�r Josef K�nig ("Argumentaciones. Homenaje a Josef Konig") Harald Delius y G�nther Patzig, eds., G�ttingen 1964, donde se critica tambi�n la teor�a figurativa del primer Wittgenstein, entre otras cosas, y se muestra en qu� sentido cabe hablar de hechos y de correspondencia entre �stos y las proposiciones. (Del Tractatus wittgensteiniano caben muchas lecturas, dado el car�cter oracular y afor�stico del mismo. Y respecto de esta interpretaci�n popperiana de la teor�a pict�ricofigurativa del conocimiento desarrollada por Wittgenstein, no faltar�an argumentos capaces de abonarla. Stenius, sin embargo, en su incisiva monograf�a sobre el Tractatus interpreta la c�lebre afirmaci�n wittgensteiniana de que "nos hacemos figuras de los hechos" en un sentido mucho m�s abstracto, sirvi�ndose del concepto de isomorfismo, que toma de la matem�tica y aplica a esta teor�a de Wittgenstein, saliendo as� al paso de interpretaciones, m�s o menos realistas o naturalistas, como la de Popper. Wolfgang Stegm�ller, por su parte, ha perfeccionado la interpretaci�n de Stenius �haci�ndola ganar en exactitud y complejidad� con ayuda de la teor�a de modelos. El lector puede encontrar ambas interpretaciones complementarias en la obra de Erik Stenius, Wittgenstein's �Tractatus�. A critical Exposition of he Main Lines of Thought. Basil Blackwell, Oxford 1960, capits. VI y VII, y en Wolfgang Stegm�ller, Eine Modelltheoretische Prdzisierung der wittge�steinischen Bildtheorie, en: Notre Dame Journal of Formal Logic, vol. VIII, number 2, p�g. 181. N. del T.) 20. Vid. a este respecto la nueva reflexi�n sobre Tarski en Popper, The Logic of Scientific Discovery, London 1959, p�g. 274 (trad. cast. "La l�gica de la investigaci�n cient�fica").

�A espaldas del positivismo? basta con que puedan presentarse casos adversos, y �sta es una posibilidad con la que hay que contar siempre que la teor�a en cuesti�n tenga un contenido informativo^. Estando as� las cosas, no alcanzo a ver c�mo puede hablarse, a prop�sito de Popper, del �car�cter fetichizado� del concepto positivista de hechos. 2. La cuesti�n de la base y el problema del instrumentalismo En mi cr�tica de su an�lisis de la teor�a popperiana de la ciencia reproch� a Habermas, entre otras cosas, lo insuficiente de su tratamiento de la problem�tica de la base ^. Discut�a, sobre todo, la presunta existencia, apuntada por Habermas, de un c�rculo en la aplicaci�n de las teor�as cient�fico-positivas, planteando, adem�s, el problema de la hipot�tica utilidad de la explicaci�n hermen�utica a este respecto. Habermas procura dejar claro, nuevamente, en su respuesta, en qu� consiste este c�rculo^, sobre el que, seg�n parece, ha aprendido mucho en el propio Popper. Se apoya, en este punto concreto, en una analog�a entre un proceso judicial y la aplicaci�n de teor�as de la que Popper se sirve para clarificar sus propias concepciones. En el p�rrafo correspondiente se establece una distinci�n entre el veredicto del jurado �una respuesta a un problema f�ctico que viene a ser emitida de acuerdo con un procedimiento perfectamente regulado� y el dictamen del juez, que debe ser justificado mediante la aplicaci�n de ios art�culos legales a los hechos y circunstancias sobre los que incide el veredicto. Popper compara acto seguido la aceptaci�n de un enunciado de base con el veredicto y la aplicaci�n de la teor�a con la de las normas jur�dicas relevantes, llamando la atenci�n sobre el hecho de que en uno y otro caso la determinaci�n de la base de la aplicaci�n �del enunciado de base y del veredicto, respectivamente� pertenece a 21. Aqu� se ve, por lo dem�s c�mo Habermas llega a adscribir a Popper al positivismo, aunque �ste representa explicite una concepci�n realista. Parte del tratamiento del problema de los "hechos". Para tirar por la borda el residuo positivista, Popper tendr�a, pues, que arregl�rselas para interpretar situaciones concretas de aplicaci�n no s�lo a la luz de las teor�as en cuesti�n, sino �m�s all� de ello� en el sentido de estas teor�as, es decir, en/ conformidad con la teor�a correspondiente. El propio Popper ha llamado la atenci�n sobre la posibilidad de acogerse a una estrategia de inmunizaci�n de este tipo, se�alando al mismo tiempo las fatales consecuencias que se derivan de tal procedimiento. 22. Vid. a este respecto Habermas "Teor�a anal�tica de la ciencia y dial�ctica", p�g. 147 y mi respuesta, p�g. 181. 23. Habermas, "Contra un racionalismo menguado de modo positivista", p�g. 221.

262 Hans Albert la aplicaci�n del sistema de enunciados �es decir, de la teor�a y del c�digo jur�dico, respectivamente� y debe, en consecuencia, discurrir de acuerdo con las reglas de procedimiento propias del sistema correspondiente. El paso que del conjunto del razonamiento cita Habermas puede abonar, sin duda, la consideraci�n de un c�rculo en todo este procedimiento, pero �nicamente en el caso de que se excluyan de la interpretaci�n los p�rrafos precedentes. De �stos se deduce, en efecto, con toda claridad, que las reglas de procedimiento de acuerdo con las que se pronuncia el veredicto en modo alguno se identifican con las normas jur�dicas aplicables a los hechos y circunstancias del sumario, aunque ambas pertenezcan, por supuesto, al sistema jur�dico. De manera, pues, que no cabe hablar de la existencia de un c�rculo en ning�n sentido relevante del t�rmino. Que la aceptaci�n de enunciados de base forme parte de la aplicaci�n de una teor�a tampoco es cosa que pueda ser considerada como prueba de la existencia de un c�rculo. Los pasos del procedimiento que determinan tal aceptaci�n se retrotraen a reglas que pertenecen, sin duda, a la teor�a, pero que en modo alguno se identifican con las leyes teor�ticas que hay que aplicar. De ah� que en mi propia cr�tica haya distinguido entre la aplicaci�n del lenguaje teor�tico-* a la formulaci�n de las condiciones de aplicaci�n y la aplicaci�n misma de las leyes. De no poderse hacer la distinci�n claramente expresada por Popper, la aplicaci�n de la teor�a llevar�a, en todos los casos, a su confirmaci�n, de tal modo que organizar intentos de contrastaci�n ser�a una empresa ociosa. No voy a pronunciarme acerca de si en este caso concreto puede hablarse con sentido o sin �l de la presencia de un c�rculo. Lo que s� parece evidente es que de darse realmente, las consecuencias ser�an no poco negativas de cara al contenido y contrastabilidad de las teor�as, est�ndose as� ante una situaci�n en la que nada podr�a cambiar tampoco el recurso a la explicaci�n hermen�utica. Una vez expuesta su tesis del c�rculo, Habermas procede a en 24. El lenguaje de una teor�a cient�fico-positiva no acostumbra a ser un sistema meramente formal, sino que viene, m�s bien, a contener unas reglas de aplicaci�n, que en parte pueden corporeizarse incluso en determinadas t�cnicas de medici�n. Estas reglas subyacen asimismo a la decisi�n respecto de la aceptaci�n o rechazo de enunciados de base, como el propio Habermas reconoce; vid. su respuesta, p�g. 228. Afirmar, como �l hace, que estas reglas vienen institucionalmente determinadas y no por v�a l�gica, resulta un tanto peregrino, sobre todo si se considera que aqu�llas pertenecen, en cierto modo, a la gram�tica del lenguaje teor�tico en cuesti�n. En el sentido en el que las reglas gramaticales puedan ser fijadas institucionalmente, pueden serlo tambi�n, sin duda, las reglas l�gicas, con lo que la contraposici�n no parece muy plausible.

�A. espaldas del positivismo? durecer su intervenci�n pragm�tica de las ciencias emp�ricas, para la que cree encontrar puntos de apoyo en el propio Popper. Contra su aseveraci�n de que la exigencia de observaciones controladas como base de la decisi�n concerniente a las hip�tesis implica la previa comprensi�n global del sentido del proceso de la investigaci�n, nada tengo que objetar. La filosof�a de las ciencias positivas se ocupa desde hace ya mucho tiempo de la clarificaci�n de estos problemas, sin que para ello haya necesitado incitaciones de ning�n tipo por parte de las corrientes filos�ficas de orientaci�n hermen�utica^. Si as� se prefiere, la l�gica popperiana de la investigaci�n cient�fica, por ejemplo, puede ser calificada, sin mayor problema, de empe�o �hermen�utico�, sin que convenga, de todos modos, descuidar el hecho de que de las corrientes filos�ficas que reivindican para s� tal r�tulo en modo alguno puede decirse que hayan aportado un m�todo �y s�, por el contrario, un vocabulario� de acuerdo con el que quepa reconocerlas y caracterizarlas ^^ El resultado pragmatista de los intentos hermen�uticos de Habermas no vendr�a, de todos modos, a acercar al sentido del progreso de la investigaci�n m�s de lo que se ha conseguido hacerlo ya por parte lealista. Que la incidencia metodol�gica en unas posibles legalidades corresponde a �necesidades elementales de la estabilidad de la conducta� es algo sobre lo que no cabe discutir, desde luego. Pero lo mismo puede decirse respecto de las concepciones m�ticas, reli 25. Esto resulta v�lido asimismo para el positivismo l�gico, que ha podido resultar objeto de an�lisis cr�ticos en virtud, precisamente, de la claridad, univocidad y concreci�n de sus aportaciones, rasgos que no puede menos de echarse en falta en los trabajos de orientaci�n hermen�utica y dial�ctica. �sta es una observaci�n que se refiere, muy especialmente, a mi partner en la discusi�n, cuyos trabajos a este respecto testimonian, sin duda alguna, el intento de ce�irse a problemas concretos, alcanzando as� claridad y determinaci�n. Comp�rese, sin embargo, con esto lo que en su trabajo Skoteinos oder Wie zu lesen sei ("Skoteinos o c�mo habr�a de leerse") en: Drei Studien zu Hegel, Frankfurt 1963, p�g. 115 y ss. (hay traducci�n castellana de V�ctor S�nchez de Zavala, con el t�tulo "Tres estudios sobre Hegel", Taurus Ediciones, Madrid 1969) dice Theodor W. Adorno en defensa de la oscuridad, de la que le gustar�a hacer responsable a la naturaleza del �mbito objetual, como si una expresi�n clara pudiera falsear el objeto. Todav�a en su colaboraci�n al Homenaje a Adorno cabe encontrar en Habermas un argumento parecido sobre el falseamiento del objeto, referido esta vez a la sociolog�a no dial�ctica. Vid, p�g. 156 y ss. 26. Se da la iron�a de que resultar�a mucho m�s f�cil encontrar un m�todo de este tipo en las corrientes filos�ficas de orientaci�n anal�tica, sobre todo en las representadas por los disc�pulos del �ltimo Wittgenstein, a quien, seg�n parece, se le va haciendo poco a poco un sitio entre los padres de la Iglesia Hermen�utica, con lo que viene a caer, curiosamente, en la proximidad de Martin Heidegger, cuyos ejercicios m�s bien m�gico-ling��sticos a�n encuentran devotos entre nosotros.

264 Hans Albert giosas y metaf�sicas de todo tipo, y a�n m�s: respecto de cualquier sistema de orientaci�n mundanal. La ciencia no es posible sino all� donde se dan �mbitos sociales en los que el inter�s cognoscitivo se ha emancipado de tales urgencias elementales. Lo que no impide, por supuesto, que se pueda establecer una \'inculaci�n entre sus resultados y dichas necesidades. No ser�a nada f�cil imaginar un tipo de conocimiento tal que no permitiera trazar un puente entre sus resultados y dichas necesidades, es decir, que no viniera a resultar �til de una u otra manera de cara a la orientaci�n y estabilizaci�n de la conducta. La tesis de Habermas no est� exenta, en este sentido, de cierta plausibilidad ^. Ah� radica, sin embargo, su punto flaco. La plausibilidad de esta tesis proviene, ai menos en parte, del hecho de que para actuar con garant�a de �xito hay que contar con informaciones acerca de la naturaleza de la realidad, de manera que una interpretaci�n realista del conocimiento deber�a ser considerada, en cierta medida, como supuesto previo natural para la aplicaci�n program�tica del mismo. De una penetraci�n m�s profunda en la estructura del mundo real pueden esperarse conocimientos importantes, tambi�n, de cara al tr�fico pr�ctico con los hechos y procesos reales. Que las informaciones resulten aprovechables pr�cticamente y que el mejor camino para contrastar las teor�as informativas pase por el recurso pr�ctico al acontecer real es algo que en modo alguno puede obligarnos a subordinar la importancia cognoscitiva de las mismas a su relevancia pr�ctica ^. Al llegar a este punto se plantea un nuevo problema no exento, sin duda, de importancia para el enjuiciamiento de ia concepci�n habermasiana. Habermas desarrolla su cr�tica a la ciencia social de 27. Yo mismo he puesto en primer t�rmino, en trabajos ya antiguos, la vinculaci�n pr�ctica de las ciencias, vid., p. ej., mi ensayo: Theorie und Prognose in den Sozialwissenschaften ("Teor�a y prognosis en las ciencias sociales"), Ernst Topitsch edit., Koln 1965. Entre tanto, y bajo la influencia de la cr�tica popperiana del positivismo y del excesivo �nfasis en los aspectos dominantes de la ciencia puesto desde el �ngulo pragmatista, me he alejado de ello, sin que en modo alguno me proponga, desde luego, discutir su importancia. 28. No se objete a ello que este argumento no viene en absoluto a incidir sobre la importancia pragm�tica de la anticipaci�n a tenor de una posible legalidad. Tal anticipaci�n puede ser interpretada muy bien como un intento de penetrar cada vez m�s profundamente en la naturaleza de la realidad, independientemente de si de ello se obtienen o no consecuencias positivas de cara a una acci�n con �xito; vid. Popper, Die Zidsetzung der Erfahrungswissenschaft ("La fijaci�n de objetivos de la ciencia emp�rica"), en: Ratio, a�o I, 1957; reimpreso en: Theorie und Reatitat ("Teor�a y Realidad"), Hans Albert ed., T�bingen 1964. La interpretaci�n pragm�tica ni se define en "sentido hermen�utico" ni representa una "reca�da en la dimensi�n trascendental", que no puede buscarse desde una dimensi�n realista.

�A espaldas del positivismo? estilo �positivista� en el marco de una concepci�n en la que hunde sus ra�ces una ciencia social dial�ctica llamada a superar las limitaciones del inter�s cognoscitivo inherentes a aqu�lla. En su trabajo, sin embargo, para nada se habla de esta alternativa a la ciencia social positivista. Tampoco la tesis de que una ciencia social no-dial�ctica tienda a falsear su objeto figura ya en su nuevo trabajo. Por mi parte, manifest� expresamente mi desconfianza frente a esta alternativa �que no pod�a menos de parecerme problem�tica� y sus presuntas consecuencias. Y al hacerlo no me importaba lanto la adecuada interpretaci�n de la llamada ciencia social anal�tica y, en relaci�n con ella, la cr�tica de la tesis instrumentalista, como, apuntando m�s lejos, efectuar una cr�tica de las pretensiones de la ciencia social dial�ctica y, sobre todo, de su pretensi�n de captar, con la ayuda de legalidades' hist�ricas de cierto tipo, las relaciones fundamentales de dependencia de una totalidad concreta y el sentido objetivo de una trama vital hist�rica^, pretensi�n que se alargaba hasta la legitimaci�n, afirmada como posible, de unas determinadas intenciones pr�cticas a partir de la trama objetiva ^". A los aspectos l�gicos y metodol�gicos de esta empresa, que no pod�a menos de parecerme poco clara, opuse mis reservas. No est� de m�s preguntar, pienso, por el status de tales legalidades, as� como por la estructura l�gica de los enunciados y teor�as correspondientes y por los m�todos de interpretaci�n y legitimaci�n de cuya aplicaci�n se habla. Convendr�a, ante todo, preguntarse si en el fondo de todo esto no vendr� a operar ya un intento de orientaci�n pr�ctica primaria, orientaci�n incluso en el sentido normativo del t�raiino, es decir, en un sentido que problematiza la pretensi�n metodol�gica vinculada a todo ello, salvo, por supuesto, que se sepa dar raz�n de alg�n mecanismo capaz de anular la diferencia existente entre enunciados cognoscitivos y enunciados noimativos. Ser� necesario volver sobre esta problem�tica. El n�cleo del m�todo que se defiende en la confrontaci�n entre ambas ciencias sociales �la llamada positivista, cuyas restricciones se subrayan, y la dial�ctica� parece radicar, en mi opini�n, en el intento, por parte de los adictos al mismo, de conferir plausibilidad, por v�a hermen�utica, a una interpretaci�n instrumentalista de las ciencias positivas, ganando as� espacio para un empe�o que oculta sus rasgos trascendentes, de jacto, respecto del conocimiento, bajo 29. Vid. a este respecto Habermas, "Teor�a anal�tica de la ciencia y dial�ctica", p�g. 153. 30. Cfr. p�g. 157 ss.

266 Hans Albert la m�scara del propio conocimiento ^\ Sin que ello quiera presentarse como objeci�n de ning�n tipo, no ser�a exagerado afirmar que en tal empe�o resultan evidentes ciertos rasgos ideol�gicos que a la llamada cr�tica positivista de las ideolog�as les son conocidos ya de antiguo ^-. Cuando Habermas insiste, en otro trabajo suyo, en el hecho de que �una ciencia emp�rico-anal�tica... no es capaz, sin violentar deliberada o involuntariamente la autolimitaci�n positivista, tanto de producir por s� misma representaciones y objetivos y puntos de vista de acuerdo con los que establecer ordenaciones, como de detenninar prioridades y elaborar programas� ^^, est� refiri�ndose, por supuesto, a algo v�lido para todas las ciencias positivas y, aiin m�s, para todos los sistemas que no incluyan elementos prescriptivos en la trama general de sus enunciados. Quien considere que esto es una limitaci�n, puede intentar la superaci�n de la misma sin allegar pretensiones cognoscitivas a sus enunciados prescriptivos complementarios, como hace, p. ej., el neo-normativismo alem�n ^. Esta v�a no les parece, por lo visto, demasiado sugestiva a los partidarios de una ciencia social dial�ctica. Prefieren sobrecargar las ciencias sociales con funciones y enunciados ideol�gicos, postulando para ello un tipo de conocimiento cuyo excesivo rendimiento pr�ctico^' contrasta de manera extra�a con la pretensi�n de superar, precisamente en sentido cognoscitivo, las limitaciones positivistas. 31. Cosa aplicable, desde luego, tanto a los autores de esta empresa, la Escuela de Sociolog�a de Frankfurt, a la que en este sentido bien puede ser adscrito Habermas, como a sus disc�pulos: subrayo este espejismo ante todo para no hacer objeciones del tipo de las que Habermas considera discutibles en su respuesta a mi cr�tica. No pretendo, en absoluto, situarme en el plano de la investigaci�n de motivos. No se trata de la integridad de las intenciones, sino de caracterizar una linea de pensamiento. 32. No alcanzo, por otra parte, a ver romo puede concillarse la tesis antes defendida del falseamiento del objeto bajo la influencia del inter�s t�cnico dominante del conocimiento con la actual argumentaci�n, todo ello sin contar con que no se ve c�mo comprender esta tesis sin un m�nimo de realismo. 33. Habermas, Kristische und konservative Aufgaben der Soziologie ("Tareas cr�ticas y conservadoras de la sociolog�a"), en su volumen de ensayos Theorie und Praxis ("Teor�a y praxis"), Neuvi�ied/Berl�n, 1963, p�g. 34. Sobre este punto me he manifestado cr�ticamente en: Wertfreiheit ais methodisches Prinzip ("Neutralidad axiol�gica como principio metodol�gico"), Schriften des Vereins f�r Sozialpolitik, Neue Folge, tomo 29, Berl�n 1963, reimpreso en: Logik der Sozia�wissenschaf�en ("L�gica de las ciencias sociales"), loe. cit., y en otros trabajos. 35. Para este aspecto del pensamiento dial�ctico vid., por ejemplo, Emst Topitsch, Sprachlogische Probleme der sozialwissenschaftlichen Theoriebildung ("Problemas l�gico-ling��sticos de la formaci�n de teor�as en las ciencias sociales"), en Logik der Sozia�wissenschaf�en ("L�gica de las ciencias sociales").

�A espaldas del positivismo? En su interpretaci�n pragmatista de las ciencias positivas Habermas cree asumir la cr�tica popperiana del empirismo, sin compartir el fallo de su teor�a de la falsaci�n ^^ fallo que, en su opini�n, radica en el hecho de que la tesis b�sica de la principal inseguridad acerca de la verdad de los enunciados que dicha teor�a entra�a, parece entrar en contradicci�n con la arroUadora evidencia de la misma en la aplicaci�n t�cnica de aqu�llos. A ello hay que oponer dos cosas: en primer lugar que esta evidencia se ha revelado muchas veces como enga�osa, como bien puede comprenderse reconsiderando que teor�as falsas resultan, en determinadas circunstancias, de todo punto aprovechables tecnol�gicamente^. El progreso de las ciencias acostumbra a superar constantemente semejantes �evidencias �. No tenemos, pues, raz�n alguna que nos justifique para esgrimirlas contra la inseguridad que acostumbra a acompa�amos en estas empresas. Partiendo de la teor�a popperiana de la aproximaci�n, que hace compatibles el falibilismo con la idea de la verdad y el progreso cient�fico, el problema de la inseguridad o no-certidumbre no resulta, en segundo lugar, gravoso. La contrapropuesta de Habermas no deja, por lo dem�s, de conllevar, en mi opini�n, una soluci�n meramente verbal de los problemas, que nada var�a en el estado de cosas analizado por Popper. Habermas se pronuncia, en efecto, a favor de conferir validez emp�rica a �todos los supuestos� que �puedan guiar una acci�n controlada por el �xito, sin haber sido problematizados antes por fracasos buscados por v�a experimental�^. �Por qu� habr�amos de transformar nuestro concepto de confirmaci�n preexistente, cargando, a tenor de ello, con la consecuencia de que en la �poca de Newton tuviera que ser verdad algo que hoy no lo es? �Qu� es lo que se viene realmente a loe. cit., p�g. 30 y ss., as� como del mismo autor. Das Verhaltnis zwischen Sozial- und Naturwissenschaft ("La relaci�n entre ciencias sociales y ciencias de la naturaleza"), loe. cit., p�g. 62 y ss. 36. Respecto de los puntos de apoyo que el propio Popper pueda dar para esta interpretaci�n, vid. Habermas, "Contra un racionalismo menguado de modo positivista", p�g. 229 y, sobre todo, la nota 9 en la p�g. 230, en la que Habermas se ocupa del tratamiento popperiano de los conceptos de proposici�n. Una comparaci�n con la Logic of Scientific Discovery (trad. cast. "La l�gica de la investigaci�n cient�fica") de Popper, p�g. 423 y ss., revela que este an�lisis no contiene nada que pueda resultar relevante de cara al problema de una interpretaci�n pragm�tica. Lo mismo puede decirse de su an�lisis del papel de las tradiciones. No se niega la existencia de aspectos pragm�ticos en las ciencias positivas. Lo problem�tico es acentuarlos de manera exclusiva. 37. Sobre esto ha llamado Popper en�rgicamente la atenci�n. Como ejemplo al respecto bastar� con recordar la aplicaci�n bal�stica de la par�bola. 38. Habermas, p�g. 231.

268 Hans Albert cambiar en la teor�a popperiana de la confirmaci�n, si prescindimos de esta sustituci�n verbal? ^" En lo que concierne a mi alusi�n a la cr�tica popperiana del instrumentalisrao, de la que Habermas cree poder prescindir, dado que, seg�n parece, versa sobre tesis no sustentadas por �l'�, debo insistir en que apuntaba claramente a concepciones defendidas en sus escritos y defendidas incluso en p�rrafos de su r�plica que bastar�an, por tanto, para probarlo. Habermas afirma, en efecto, que la interpretaci�n pragmatista que �l defiende no coincide con el instrumentalismo criticado por Popper: considera que las teor�as no son, en cuanto a tales, instrumentos, si bien sus informaciones resultan t�cnicamente aplicables, como nadie niega. Tras de una larga exposici�n destinada a clarificar mi malentendido, afirma, que de todos modos, si bien el valor descriptivo de las informaciones cient�ficas no es cosa que haya que discutir, �ste no debe ser interpretado en t�rminos de una figuraci�n o reflejo de hechos y relaciones entre hechos por parte de las teor�as: su contenido descriptivo como tal vale en relaci�n, b�sicamente, a prognosis de cara a acciones controladas por el �xito en situaciones especificables. Prescindiendo del hecho de que la teor�a de la correspondencia representada por Popper no es una teor�a pict�r�co-figurativa, de este paso se desprende, como bien puede verse, que las teor�as vienen a ser concebidas, desde dicho �ngulo de mira, exactamente al modo de instrumentos orientadores de la tarea de calcular y programar, como Popper subraya en sus cr�ticas, o sea, de manera totalmente diferente a como �ste las concibe: como tentativas, ensayos, susceptibles de iluminar los rasgos estructurales de la realidad". Seg�n veo. la alternativa realista a la interpretaci�n instrumentalista es rechazada por Habermas, juntamente con la teor�a de la verdad 39. Habermas reconoce las reservas de Popper contra todo saber que se pretenda como definitivamente v�lido, vid. a este respecto su nota 10, p�g. 232 donde no obstante se afirma erradamente que las "contrastaciones emp�ricas de Popper tienen validez exclusivamente como instancias de falsaci�n", cuando de facto �ste desarrolla, en realidad, una teor�a de la confirmaci�n. 4. Vid. Habermas, p�g. 232 y mi alusi�n en: "El mito de la raz�n total", p�g. 189; los argumentos popperianos relevantes a este respecto pueden encontrarse en: Three Views Concerning Human Knowledge, en: Coi�jectures and Refutations (trad. cast. "El desarrollo del conocimiento cient�fico") loe. cit., p�g. 97 y ss., al que el propio Habermas se refiere, y en otros de sus trabajos. 41. Vid. al respecto tambi�n Popper, Die Zielsetzung der Erfahrungswissenschaft ("La fijaci�n de objetivos de la ciencia emp�rica"), loe. cit., p�g. 76; adem�s: Paul K. Feyerabend, Realism and Instrumentalism: Comments on the Logic of Factual Supports, en: The Critical Approach to Science and Philosophy, loe. cit., p�g. 280 y ss.

�A espaldas del positivismo? como correspondencia, de manera expresa. Con el car�cter instrumental de las teor�as �en el sentido criticado por Popper� resulta de todo punto compatible el que para los enunciados singulares producidos con su ayuda, es decir, para las prognosis, fundamentalmente, se postule un contenido descriptivo, aunque, como es obvio, a este nivel puede plantearse nuevamente el problema de la correspondencia. Reconozco que no todos los enunciados de Habermas han de ser interpretados de esta manera, pero, sin duda, s� aqu�llos en los que insiste frente a Popper, con la intenci�n de mostrar lo inadecuado de los puntos' de vista que este fil�sofo ha ido desarrollando frente a la concepci�n positivista de la ciencia. La reducci�n del conocimiento emp�rico-cient�fico representada por Habermas corresponde, m�s bien, a la tradici�n positivista. Sus enunciados a este respecto resultar�an de lo m�s coincidentes con la �autointelecci�n positivista� de algunos f�sicos actuales, que de manera creciente viene siendo sometida a cr�tica por parte realista �^y, en no pocos casos, en el propio campo�*�'': Que con semejante interpretaci�n Habermas se sit�e �de espaldas al positivismo� no deja de ser algo que bien puede ser puesto en duda, m�xime cuando la bibliograf�a a la que de manera creciente recurre resulta susceptible, sin mayor problema, de adscripci�n al �mbito de la filosof�a anal�tica **. 3. La problem�tica de la justificaci�n En mi cr�tica a la contribuci�n habermasiana al Homenaje a Adorno objetaba que tanto la alusi�n al hecho �insistentemente ignorado � por Popper de que �normalmente jam�s abrigamos dudas acerca de la validez de un enunciado de base� como las ulteriores alusiones a criterios no formulados que juegan, f�cticamente, un papel en el proceso, institucionalmente regulado, de la investigaci�n, no pueden ser consideradas como soluci�n alternativa al problema metodol�gico del que se ocupa Popper. Subrayaba en dicho escrito que, en lo que a este punto concierne, el dial�ctico viene a 42. Vid., por ejemplo, Alfred Land�, Why Do Quantum Theorists Ignore the Quantum Theory? en: The British Journal for the Philosophy of Science, a�o 15, vol. 60, 1%5, p�g. 307 y ss., as� como los trabajos citados en la nota 41. 43. No tengo nada en contra, por supuesto, dado que la atenci�n a esta bibliograf�a no puede menos de pareccrme un progreso. Me da la impresi�n, simplemente, de que ello equivale a un alejamiento de la dial�ctica que a los dial�cticos "t�picos", si es que a�n queda alguno, tendr� forzosamente que preocuparles. Estoy muy lejos de querer guardar a la Escuela de Frankfurt del contagio anal�tico.

270 Hans Albert convertirse en un aut�ntico �positivista� cuando cree eliminar problemas de Ja l�gica de la investigaci�n a base de remitir a datos sociales (hechos, procesos) f�cticos. Habermas soslaya totalmente mi cr�tica y en lugar de detenerse en ella afirma que no me he hecho cargo de su problem�tica y pasa directamente a otro problema: el de las relaciones entre los enunciados emp�ricos y los metodol�gicos ". A este respecto hace una serie de observaciones que en lo esencial no resultan discutibles, dado que corresponden a lo que sus propios interlocutores en la discusi�n han dicho sobre el tema. En su argumentaci�n ulterior quiere dar curso a su cr�tica a la separaci�n establecida entre el dominio l�gico-metodol�gico y el emp�rico, sin que con ello se proponga, de todos modos, ignorar esta distinci�n en cuanto a tal. Se apoya, sobre todo, en las concepciones del neo-pragmatismo*', que opone a la soluci�n del problema del racionalismo elaborada por Popper. Insiste, sobie todo, en el hecho de que la argumentaci�n cr�tica se propone y tiende a influir en las tomas de posici�n, de tal modo que desborda la dimensi�n de la trama l�gica de los enunciados. Y opone este hecho a la argtimentaci�n deductiva con el fin de estar m�s tarde en condiciones de mostrar que con su ayuda resulta posible una justificaci�n del racionalismo. A este respecto cabe decir lo siguiente: los argumentos suelen consistir en determinadas sucesiones de enunciados, que descansan sobre conexiones l�gicas, independientemente de si apuntan a influenciar tomas de posici�n, a modificar convicciones objetivas o a conseguir cualquier otro resultado. La inclusi�n de la pragm�tica de una situaci�n de comunicaci�n no plantea, en lo que a esto con 44. Lo que le hab�a objetado no es que no renunciara en el tratamiento de los problemas metodol�gicos a argumentos emp�ricos, sino m�s bien que pretendiera hacer desaparecer los problemas metodol�gicos con la simple alusi�n a hechos, es decir, indicando que aqu�llos no se plantean siquiera si consideramos el proceso de la investigaci�n desde el prisma correspondiente a la perspectiva del soci�logo. Desde un punto de vista "hermen�utico" se hubiera tenido, sin duda, que reconstruir la situaci�n del problema en que hunde sus ra�ces la soluci�n popperiana de la problem�tica de base. De hacer tal se habr�a visto que lo que est� en juego no son unas certidumbres f�cticas, del tipo de las que han de ser problematizadas una y otra vez en el proceso de la investigaci�n, sino un problema de fundamentaci�n independiente de ello, que debe ser tratado a�n en el supuesto de que en algunos contextos no fuera a plantearse "f�cticamente". Los argumentos emp�ricos a que se pueda recurrir a prop�sito de estos problemas habr�n de apoyarse, por lo general, en las modernas teor�as de la percepci�n. 45. M�s exactamente: al conocido libro de Morton G. White, Toward Reuni�n in Philosophy, Cambridge 1956, en el que el holjsmo de Quine es extendido a la �tica.

�A espaldas del positivismo? Til cierne, problemas nuevos. Existe, naturalmente, una diferencia entre una relaci�n l�gica entre enunciados del mismo nivel y una relaci�n como la que se da entre enunciados y su campo objetual, campo que, como es bien sabido, puede consistir nuevamente en enunciados ^^. Pero tampoco esta diferencia obliga a impugnar el papel fundamental de las relaciones l�gicas en la formaci�n de argumentos, ni siquiera para aquellos argumentos cuyo objetivo sea la transformaci�n o modificaci�n de tales o cuales posturas o tomas de posici�n. Cabe investigar y enjuiciar la l�gica de una argumentaci�n con total independencia de si puede o no influenciar, de jacto, unas determinadas tomas de posici�n. Por otra parte, nada impide efectuar nuevas investigaciones sobre tales interrelaciones f�cticas, como el propio Habermas postula. Puede incluso intentarse la traducci�n de los aspectos relevantes de posibles tomas de posici�n a enunciados correspondientes, enunciados de car�cter prescriptivo, por ejemplo, determinando nuevamente las relaciones l�gicas existentes entre �stos y los argumentos sobre los que se apoyan. Todo esto son cosas que en determinados contextos ser�n muy interesantes, pero que no por ello hay que confundir. Una racionalizaci�n de posturas y tomas de posici�n, tal y como Popper la concibe y juzga posible, vendr�a a consistir, sobre todo, en fomentar y coadyuvar a la formaci�n de la disponibilidad necesaria para asumir argumentos cr�ticos. Lo cual presupone una aceptaci�n de la l�gica, desde luego, pero no que se anteponga la �certidumbre del conocimiento descriptivo�, que en Popper, como es bien sabido, no juega ning�n papel primordial, a cualquier forma de argumentaci�n *'. Que la relaci�n entre enunciados y experiencias presupone standards no deja, en cierto sentido, de ser verdad; que dichos standards est�n necesitados de justificaci�n viene a ser, no obstante, una tesis muy problem�tica y, al mismo tiempo, demasiado poco especificada; tanto que dif�cilmente cabr�a pronunciarse al respecto*'. No alcanzo a ver, de todos modos, que se trate de una objeci�n de la que Popper no haya tomado nota. Su problema es, hablando en t�rminos muy generales, el de la posibilidad de funda 46. La problem�tica de los niveles ling��sticos es familiar en la filosof�a anal�tica desde hace ya largo tiempo, al igual que la de la relaci�n entre lenguaje y campo objetual. 47. Vid. a este respecto Habermas, p�g. 236. 48. Los standards de este tipo no acostumbran a ser justificados sino muy raramente, y cuando lo son, ello ocurre en un determinado contexto, en el que se dan ya por supuestos ciertos fines que pueden parecer no problem�ticos. Con el problema de! racionalismo tiene esto, en mi opini�n, muy poco que ver.

272 Hans Albert mentar el racionalismo mediante argumentos. Como la aceptaci�n de argumentos de cualquier tipo piesupone una postura racionalista, �sta no puede ser fundamentada por v�a argumental*^ Popper no se sustrae a las consecuencias de tal situaci�n; intenta, simplemente, hacer ver que un racionalismo cr�tico que no aspira a una fundamentaci�n positiva, sin sacrificar por ello la posibilidad de revisi�n y contraste cr�ticos, es, a pesar de todo, posible. Esto es lo que Habermas vino a censurarle, tach�ndolo de procedimiento no dial�ctico, sin detenerse, de todos modos, a considerar con detalle la estructura de la argumentaci�n popperiana, y sin mostrar, tampoco, qu� soluci�n m�s adecuada hubiera podido ofrecer un dial�ctico para este problema =�. Llam� la atenci�n, en lo que a esto concierne, sobre algo muy evidente: que la alternativa entre dogmatismo y fundamentaci�n, en torno a la que sin duda gira la argumentaci�n habermasiana, est� expuesta a una objeci�n de mucho peso, en la medida en que el recurso a fundamentos y razones positivos' ostenta, a su vez, todo el car�cter de un procedimiento dogm�tico. En lugar de una elaboraci�n detallada de la argumentaci�n dial�ctica, que pudiera permitir su comparaci�n con la de Popper, para as� aprehender mejor sus ventajas respecto de �sta, encontramos en su r�plica la sorprendente indicaci�n de que Popper se sirve de una �argumentaci�n fundamentadora� suficiente como mecanismo justificatorio, aunque a un �absolutismo l�gico� no llegue a parecerle satisfactoria. Dicho con otras palabras: que Popper, a quien por lo general se hace figurar como representante de un racionalismo restringido de manera positivista, ha solucionado adecuadamente el problema habermasiano de la fundamentaci�n, sin haberlo reconocido �l mismo de manera suficiente. �En qu� consiste esta justificaci�n popperiana del racionalismo? En su explicaci�n de la pos 49. T�ngase en cuenta que en este estado de cosas no var�a nada por distinguir entre prueba deductiva y argumentaci�n ratificadora, pensando que Popper lleva raz�n �nicamente en lo que a la primera de estas formas de argumentaci�n corresponde. Con total independencia de la medida en que puedan elaborarse tipos de argumentaci�n en los que la l�gica no juegue ning�n papel importante, de tal modo que la distinci�n arriba efectuada viniera a resultar relevante, deber�a incluirse el segundo tipo de argumentaci�n igualmente bajo la caracterizaci�n del talante racional, de tal modo que tendr�a que constatarse el mismo estado de cosas que en la soluci�n popperiana del problema. 50. Vid. a este respecto Habermas, Dogmatismus, Vernunft und Entscheidung. Zur Theorie und Praxis in der verwissenschaftlichen Zivilisation, en: ("Dogmatismo, raz�n y decisi�n. Teor�a y praxis en la civilizaci�n cientifizada"), en: Theorie und Praxis, loe. cit., p�g. 251 y ss. y mi r�plica en "El mito de la raz�n total".

�A espaldas del positivismo? tura racionalista por recurso a la ti adici�n y al legado filos�fico, en su an�lisis de los supuestos previos y de las consecuencias de la cr�tica y en el hecho, asimismo, de que proceda a investigar su funci�n en un �mbito p�blico de naturaleza pol�tica ^\ �stos no dejan de ser, de todos modos, rendimientos o m�ritos de los que sin duda resultar�a l�cito hablar a prop�sito de otras concepciones, sin que en ellos fuera necesario cifrar una justificaci�n o fundamentaci�n. Popper lleva a cabo este an�lisis con el objeto de clarificar las posibilidades entre las que ser�a posible decidirse, es decir, con vistas a posibilitai una decisi�n l�cida que �a pesar de la imposibilidad, por �l mismo se�alada, de auto�undamentaci�n del racionalismo� puede ser mviy bien influida por un an�lisis como �ste de sus puntos de vista. Tal y como lo veo, Habermas asiente a esta manera de proceder, si bien con tres apostillas: la califica, en primer lugar, de justificaci�n cr�tica de la cr�tica; s.e manifiesta, en segundo, contra la tesis de Popper de que el problema en juego viene a radicar en la elecci�n entre dos tipos de fe y constata, por �ltimo, que Popper cree sustraerse a la problem�tica fusi�n de relaciones l�gicas y emp�ricas en las justificaciones no-deductivas renunciando a la justificaci�n de la cr�tica, cuando, en realidad, el nudo gordiano est� en la propia cr�tica. Estas apostillas son de car�cter eminentemente verbal. No introducen variaci�n alguna en la l�gica de la situaci�n analizada por Popper; inciden �nicamente en su circunscripci�n ling��stica'^". La gram�tica l�gica de �justificaci�n� y �fe� no es, por supuesto, sacrosanta; pero no veo que pueda ser presentada, en el tratamiento dial�ctico de esta situaci�n problem�tica, como alternativa a la propuesta por Popper. En lo que a la cosa concierne, Popper no renuncia a nada de lo que Habermas juzga deseable; renuncia, simplemente, a calificar su argumentaci�n de justificaci�n, y ello, sin duda, por razones harto plausibles '^ En mi an�lisis de la argumentaci�n habermasiana indiqu� que un criticismo consecuente est� en condiciones de superar el dilema de una idea de la justificaci�n que no deje otra salida que esco 51. Vid. Habermas, "Contra un racionalismo menguado de modo positivista", p�g. 238. 52. A estos problemas dediqu� asimismo una nota, sin encontrarlos gravosos, vid. "El mito de la raz�n total", p�g. 213, nota 71. 53. El car�cter moral del problema no se le ha escapado, por lo dem�s, y ello, desde luego, sin tener que verse obligado a recurrir al neopragmatismo, que m�s de diez a�os despu�s se vio enfrentado a problemas similares, vid. Popper, The Open Society and its Ennemies (trad. cast. "La sociedad abierta y sus enemigos"), Princcton 1950, p�g. 417 y ss. 18. � POSITIVISMO

274 Hans Albert ger entre una regresi�n infinita y el recurso a un dogma ^. Part�, a este respecto, de la alternativa habermasiana entre dogmatismo y fundamen�aci�n, y de su intento de sustituir la soluci�n popperiana del problema por otra mejor. En este contexto debe ser situada mi alusi�n al an�lisis de Bartley, en virtud del que ha quedado perfectamente claro que, a diferencia de otras concepciones, un criticismo consecuente de cu�o popperiano no tiene por qu� verse afectado por el argumento tu quoque ^^ de tal modo que no viene a incurrir en el dilema del que se habla arriba. Para Habermas el intento de Bartley es un intento frustrado, cosa que explica acudiendo al argumento de que �ste priva a la cr�tica, por decreto, de cualesquiera c�nones, c�nones que, para que la cr�tica sea tal, hemos de dar por supuestos. No deja de resultar interesante que Habermas no dirija su objeci�n cr�tica al n�cleo de la argumentaci�n de Bartley, por ejemplo, sino s�lo a algunas de sus reflexiones �tecnol�gicas�, inevitables en este contexto y que no pueden menos de hacer acto de presencia cuantas veces se pretende conferir validez a unos argumentos cr�ticos. Lo que aqu� est� en juego no es otra cosa, en efecto, que el papel de la l�gica en la argumentaci�n. Bartley polemiza con la idea de revisar la l�gica, tal y como �sta ha sido introducida en la discusi�n por el neopragmatismo, y dibuja los l�mites de tal posibilidad. Hace ver, en efecto, que una revisi�n en la que se pierden ciertos rasgos esenciales, implicar�a un desmoronamiento de la argumentaci�n cr�tica '�\ de tal modo que un cometido propio de la l�gica vendr�a a convertirse en tarea del 54. Esta concepci�n se retrotrae a Popper. Vid. al respecto adem�s de los trabajos anteriores, ante todo: On �he Sources of Knowledge and Ignorance, en: Conjectures and Refutations (trad. cast. "El desarrollo del conocimiento cient�fico"); tambi�n: William Warren Bartley, The Retreat io Commitment, New York 1962; y otros trabajos del �mbito del racionalismo cr�tico a los que en parte he remitido ya. 55. Este argumento tiene el car�cter de un boomerang: apunta a hacer ver c�mo contra otra concepci�n puede ser hecha exactamente la misma objeci�n que contra la propia; especialmente: que ciertas formas del racionalismo se ven, en �ltima instancia, tan obligadas a recurrir a una autoridad fijada de modo dogm�tico como el propio irracionalismo. Este argumento tu quoque afecta, entre otras concepciones, como Bartley ha hecho ver, a la forma de racionalismo desarrollada por Morton G. White, en la que Habermas viene parcialmente a apoyarse; vid. a este respecto Bartley, loe. c�t., p�g. 124 y ss. No deja de resultar interesante que esta filosof�a contenga el recurso a un engagement no sujeto a la cr�tica, pudiendo ser, pues, considerada en este sentido como un racionalismo "restringido". 56. Bartley, loe. cit., p�g. 161 y ss.; cfr. asimismo Karl R. Popper, What is Dialectic?, del que se ha recibido una versi�n alemana en: Logik der Sozialwissenschaften, loe. cit. (Existe versi�n castellana de este trabajo en K. R. Popper, "El desarrollo del conocimiento cient�fico", loe. eit., p�g. 359. T.)

�A espaldas del positivismo? racionalismo. En relaci�n con lodo ello establece una diferencia entre las convicciones revisables en el marco interno de un estadio dado de la argumentaci�n y aquellas otras en las que no sea �ste el caso, introduciendo as� el criterio de revisabilidad atacado por Habermas: �...whatever is presupposed by the argument-revisability situation is not itself revisable within that situation� ^'. Este argumento no excluye, evidentemente, nada de la cr�tica, de tal manera que todo lo que Habermas objeta carece de importancia. Bar�ley no impone reservas ni restricciones que pudieran inclinar uno de los lados de la balanza. Y, por otra parte, somete a discusi�n el curso entero de estas reflexiones suyas, que de cara a la argumentaci�n no tienen, por otra parte, la importancia que Habermas les asigna. Quien opte por declararlas inaceptables, lo primero que tendr�a, en realidad, que hacer, no es otra cosa que mostrar c�mo ser�a pos'ible eso de renunciar a la l�gica y seguir haciendo uso, al mismo tiempo, de argumentos cr�ticos ^'. �ste es el punto crucial del curso de estos pensamientos y reflexiones. El criterio de Bartley constituye un punto ulterior, que puede ser discutido tan amplia y rigurosamente como se quiera, sin rozar por ello la postura criticista. Las objeciones de Habermas, de todos modos, lo dejan intacto, como ya hemos dicho, dado que Bartley no sustrae nada a la critica: ni teor�as, ni standares, ni condiciones de contrastaci�n '^ Considero que la refutaci�n de los argumentos de Bartley no ha sido conseguida porque su n�cleo ni siquiera ha sido rozado. Y si en un momento insist�, haciendo de ello una objeci�n, en que Habermas presupone como un factum la discusi�n racional �, no lo hice por sentirme incapaz de reconocer su valor a un factum de este tipo, ni por negar su importancia, sino porque tal requisito previo, planteado en el contexto explicitado por Habermas, resulta de lo m�s adecuado para encubrir el problema cuya soluci�n importa aqu� 57. Bartley, loe. cit., p�g. 173; el subrayado, que resalta el punto m�s importante de este criterio, es del propio Bartley. Habermas lo ha suprimido. A la vista de su correspondiente argumentaci�n, la cosa no deja de resultar comprensible. 58. Para el enjuiciamiento de los intentos dial�cticos de "superar" la l�gica, vid. el trabajo de Popper citado en la nota 56, What is Dialectic?, as� como la parte IV: Formal Logic and Dialectics, del libro de Z. A. Jord�n, Philosophy and Ideology, Dordrecht 1963, en el que se expone la discusi�n polaca en torno a la l�gica formal. 59. Tampoco se excluye la "revisi�n ulterior de patrones de medida anteriormente aplicados", como deber�a desprenderse no s�lo del contexto, sino incluso del tono mismo del paso entresacado por Habermas. El propio Bartley apunta, por lo dem�s, c�mo podr�a ser el argumento que refutara este criticismo consecuente; cfr. loe. cit., p�g. 184 y ss. 60. Vid. "El mito de la raz�n total", p�g. 214 s. y su r�plica, p�g. 239 s.

276 Hans Albert de manera primordial, tanto en el an�lisis de Popper como en el de Bartley. 4. El dualismo de hechos y standards En su colaboraci�n al Homenaje a Adorno se opon�a Habermas a la tesis popperiana del dualismo de hechos y decisiones ", someti�ndola a una cr�tica que, por mi parte, yo ven�a a impugnar por considerarla basada en cierto niimero de malentendidos"""'. Cifraba mi convicci�n de que a su l�nea argumental subyac�a una interpretaci�n incorrecta de las posiciones de Popper en las diversas consideraciones que hac�a a pi-op�sito de !a tesis del dualismo y que, en mi opini�n, tienen muy poco que ver con el verdadero significado de la misma. Lo cual ven�a yo a hacer extensivo a las dos cuestiones que a este respecto juzga Habermas, seg�n parece, como de especial relevancia: al problema, por un lado, de si el sentido normativo de una dilucidaci�n racional se sustrae al contexto vital concreto, en el que hunde sus ra�ces y sobre el que ha de incidir nuevamente y, por otro, al de si el conocimiento reducido de manera positivista a la ciencia emp�rica est� libre de cualquier vinculaci�n normativa. En mi respuesta ya me ocup� de estos problemas y aqu� s�lo voy a insistir otra vez en el hecho evidente de que el supuesto mismo sobre el que se levanta todo este planteamiento arroja los rasgos del malentendido en cuesti�n: me refiero al supuesto de que el racionalismo cr�tico ha de dar una respuesta positiva al asunto a partir de la tesis del dualismo. En su r�plica Habermas me acusa de no haber entendido bien su intenci�n'^. Lo que realmente le importaba, viene a decir, era problematizar la optimista divisi�n expresada en la tesis popperiana, dado que el saber teor�tico se constituye, por un lado, en el seno de un marco normativo susceptible �nicamente de justificaci�n cr�tica, en tanto que la dilucidaci�n cr�tica de los standards incluye, por otro, consideraciones emp�ricas y, con ello, el recurso a los llamados hechos. �l no niega toda distinci�n entre hechos y standards; se limita, simplemente, a preguntar si la distinci�n que conlleva la tesis del dualismo ha sido adecuadamente efectuada. Y discute, acto seguido, una serie de detalles a la luz de una nueva toma de posici�n de Popper sobre toda esta problem�tica"'*. 61. 62. 63. 64.

Habermas, p�g. Vid. "El mito de la raz�n total", p�g. 201 ss. Vid. "Contra un racionalismo menguado de modo positivista", p�g. 255. Se trata del anexo: Facts, Standards and Truth: A Further Criticism

�A espaldas del positivismo? Til En lo que concierne al problema del marco normativo de la ciencia teor�tica, ya en mi primera cr�tica llam� la atenci�n sobre la no existencia de base suficiente como para inferir, de este punto concreto, una objeci�n v�lida contra las concepciones criticadas por Habermas"''. Incluso respecto de la toma en consideraci�n de relacionesreales en la dilucidaci�n de standards existen ejemplos en el �mbito de estas concepciones"" que evidencian que la diferencia criticada resulta de todo punto compatible con aqu�lla. No parece, pues, demasiado f�cil afirmar que los partidarios del dualismo hayan ignorado o descuidado las conexiones a que Habermas se refiere. Debo reconocer, de todos modos, que no acabo de ver claramente adonde apunta Habermas en su an�lisis. Su argumentaci�n inicial a prop�sito del problema del dualismo y de la neutralidad axiol�gica apuntaba a la �problem�tica separaci�n^ establecida entre normas y leyes de la naturaleza, entre conocimiento y valoraci�n. Sin embargo, ni contra la posibilidad de tal distinci�n, ni contra la posibilidad de tomar en consideraci�n, a pesar de la misma, las correspondientes conexiones, ni contra el hecho, tampoco, de que los partidarios de la tesis del dualismo se han planteado y analizado dichas conexiones, ha podido oponer nada verdaderamente v�lido y relevante. Su ulterior investigaci�n, orientada primordialmente en torno al nuevo trabajo de Popper, presenta argumentos que, a decir verdad, no vienen sino a desplazar la discusi�n, introduciendo nuevos problemas e impidiendo, en consecuencia, ver con claridad qu� es lo que est� realmente en juego; sin adelantar, en suma, en su confrontaci�n con las concepciones popperianas. Habermas se centra, en principio, en el tema popperiano de la asimetr�a entre hechos y standards, pero V�nicamente para mostrar of Relativiim, incluido por primera vez en la 4.' edici�n del libro de Popper: rhe Open Society and its Ennemies; London 1962, tomo II, p�gs. 369-396 (trad. cast. de la 1.* edici�n, "La Sociedad abierta y sub enemigos", loe. cit.), al que, dada la fecha de su publicaci�n, no era posible referirse antes. 65. El problema se ha tratado expl�citamente incluso en el marco de estas concepciones: vid. a este respecto, p. ej , los p�rrafos relevantes de la Open Society de Popper y otros trabajos de Conjectures and Refutations; muy caracter�stico de esta concepci�n de popperiana es el siguiente p�rrafo: "Ethics is not a science. But although there is no 'rational scientific' basis of ethics, there is an ethical basis of science, and of rationalism", Open Society, loe. cit., p�g. 238, el subrayado es m�o. Tambi�n yo me he ocupado repetidas veces de este problema, p. ej., en: Wertfreiheit ais methodisches Prinzip ("Neutralidad axiol�gica como principio metodol�gico"), loe. cit. 66. Pi�nsese en la utilizaci�n metodol�gica de hechos cient�ficos y de otro tipo hecha por el propio Popper, pero tambi�n por Feyerabend, Agassi, Bartley y otros.

278 Hans Albert que en la dilucidaci�n de ambos, de la que Popper no se ha ocupado en absoluto, no se dan diferencias de estructura l�gica*'. El propio Popper ha llamado la atenci�n a este respecto, sin entrar en mayores detalles, hablando de una fundamental igualdad; discutimos y criticamos, en efecto, tanto propuestas (propas�is) como enunciados (propositions) y llegamos' por esta v�a a la correspondiente decisi�n. Sin olvidar tampoco que en ambos casos podemos orientarnos de acuerdo con unas ideas regulativas: con la idea de la verdad, en unos casos, y en otros, con unas ideas que podemo'^ caracterizar con la ayuda de expresiones como �lo bueno� o �lo justo�. Habermas afirma, acto seguido �sin que me sea posible averiguar lo que realmente ha de significar aqu� tal cosa� que Popper �amputa� la reflexi�n j^or �l incitada con su referencia a la teor�a de la verdad como correspondencia, y vuelve a ocuparse, como ya hizo antes, de esa teor�a, pero �nicamente para criticar la distinci�n que Popper establece al respecto entre definici�n y criterio de verdad. No aduce, sin embargo, argumento especial alguno contra la posibilidad explicitada por Popper de servirse de la idea de la verdad al modo de idea regulativa, sin que se disponga de un criterio de verdad "^ limit�ndose a objetar, y ello de manera harto general, que la �comprensi�n previa� que gu�a la interpretaci�n con anterioridad a toda definici�n, incluye siempre �y de modo expreso� standards a cuya justificaci�n se accede por la v�a hermen�utica de la explicaci�n exeg�tica. Subraya a continuaci�n la �relaci�n dial�ctica� existente entre standards y descripciones en este proceso exeg�tico que, por lo visto, no viene a ser perturbado, una vez en marcha, sino por una �definici�n de c�nones o patrones de medida� y una �determinaci�n de criterios�, dado que �nicamente estas estipulaciones �crean una trama deductiva que excluye la ulterior correcci�n de los patrones de medida por la cosa misma� '''. Se ve formalmente c�mo la relaci�n dial�ctica correspondiente a la cosa es petrificada mediante determinaciones de este tipo, que la convierten en una trama deductiva incorregible, en la que �se escinde la dilucidaci�n cr�tica de los standards respecto del uso de los mismos�. Como, a pesar de su uso de la l�gica normal, los par 67. No deja de resultar interesante, por cierto, que Habermas venga a expresarse en este contexto de un modo no precisamente coherente con su cr�tica del criterio de revisabilidad de Bartley; vid. al respecto m�s arriba, p�gs. 237 y 239. En la p�gina 239 parece como si quisiera ejemplificar �l mismo el criterio criticado dos p�ginas antes. 68. Vid. a este respecto su intento, ya analizado, de identificar el concepto de verdad con el de confirmaci�n, un intento que en vez de resolver el problema de la verdad resulta apropiado, m�s bien, para encubrirlo. 69. Habermas, p�g. 244.

�A espaldas del positivismo? tidarios del racionalismo cr�tico no resultan menos capaces de someter sus standards a discusi�n cr�tica de lo que pueden resultarlo esos te�ricos a quienes el vocabulario al que recurren les permite hablar de relaciones dial�cticas all� donde ya no les interesa analizar con mayor detenimiento tramas e interrelaciones complejas, no veo en todo este cuerpo de ideas nada que pueda ser realmente aceptado como argumento v�lido contra las concepciones atacadas por Habermas. Ni la teor�a de la verdad como correspondencia ni la discutida tesis del dualismo vienen a ser en modo alguno afectadas; y tampoco lo son por la tesis ulterior de que ese concepto de verdad que permite establecer una distinci�n estricta entre hechos y standards es, a su vez, un standard necesitado de justificaci�n cr�tica. El propio Popper ha subrayado el car�cter regulativo de Ja idea de la verdad. Y en cuanto a la posible discusi�n cr�tica de �sta, no dejamos de encontrar tambi�n testimonio en su obra�. Lo que Habermas dice en este contexto a prop�sito del �triple uso del lenguaje� y del �nexo dial�ctico existente entre enunciados descriptivos, pos�ula�orios y cr�ticos�, del que Popper no puede �sustraerse� recurriendo al concepto de verdad como correspondencia, carece del car�cter de argumento realmente objetable a la posici�n popperiana'^ Y esto es un fallo del que nada puede remediar el metaf�rico final del apartado. De todos modos, el dualismo de hechos y standards no es superado por el razonamiento habermasiano. Lo que Habermas viene a constatar son, simplemente, conexiones e interrelaciones cuya existencia, en cuanto a tal, nadie ha pretendido negar. Su pregunta inicial de si la distinci�n ha sido adecuadamente efectuada, ha quedado sin respuesta. En realidad, la pregunta ha venido a ser hecha en el contexto de una discusi�n en la que tal distinci�n se daba ya por supuesta. La dimensi�n de racionalidad globalizadora que Habermas glosa al final no contiene nada que tuviera que ser reprimido o alterado por el �racionalismo restringido de manera positivista �, por mucho que las palabras de las que se sirve para ilustrarla insin�en una libertad de maniobra que a los cr�ticos de la dial�ctica parece estarles vedada'^. 70. Respecto de la idea de la justificaci�n, vid. la dilucidaci�n anterior. 71. Las correspondientes afirmaciones resultan �^p�g. 243 y ss.� en parte plausibles y aceptables y en parte, tambi�n, problem�ticas, como, p. ej., cuando paraleliza o incluso identifica su triple uso del lenguaje con una divisi�n de los enunciados en tres clases. En los argumentos cr�ticos pueden figurar, evidentemente, enunciados de muy diversos tipos. Renuncio a discutirlo porque no veo que resulte demasiado importante para nuestro problema. 72. No entro en el problema de si Popper ha interpretado o no de manera adecuada la filosof�a hegeliana de la identidad. En problemas planteados por

28� Hans Albert 5. Dial�ctica y cr�tica de la ideolog�a A mi modo de ver, pues, el intento de acreditarle limitaciones positivistas al racionalismo cr�tico no puede ser considerado sino como un intento frustrado. No puedo constatar, por mi parte, malentendidos fundamentales. De la r�plica habermasiana tampoco pueden inferirse las ventajas de una concepci�n dial�ctica. En determinados puntos Habermas ha hecho suyas ideas propias del �mbito neopragmatista, pensando superar as� el criticismo de cu�o popperiano. En su nueva reelaboraci�n, sin embargo, estos elementos se han revelado tan problem�ticos, al respecto, como las tesis tomadas del �mbito hermen�utico que ya defend�a antes. Parte de lo que sustenta en su r�plica me parece dar testimonio, aunque no de manera excesivamente llamativa, de cierta evoluci�n en sus puntos de vista, una evoluci�n que le acerca a las concepciones anal�ticas y le sit�a algO' m�s lejos de las de la Escuela de Frankfurt de lo que parec�a estarlo hasta ese momento. La dial�ctica no figura tan en primer t�rmino como antes. Cu�l tenga que ser el rendimiento de �sta y en qu� vengan a consistir sus rasgos esenciales es algo sobre lo que, de todos modos, a�n no reina demasiada claridad. Lo �nico que parece bastante seguro es que resulta apropiada como arma contra las restricciones y limitaciones del positivismo y de las restantes concepciones no dial�cticas, cuyos representantes no est�n, por lo visto, en situaci�n de reflexionar sobre ciertas cosas, acerca de las que el ling��stico s� puede hacerlo. En muchos casos particulares Habermas se apoya una y otra la interpretaci�n de Hegel no parece f�cil llegar a un acuerdo definitivo, dado que, como puede confirmar todo aquel que se haya esforzado por aprehender el significado de los textos hegelianos, Hegel es un fil�sofo, aunque no forzosamente "el �nico", "con el que de vez en cuando no se sabe, ni se puede averiguar de forma concluyente, de qu� se est� hablando, en definitiva, y con el que no est� garantizada ni siquiera la posibilidad de semejante averiguaci�n". As� se expresa Th. W. Adorno en: Skoteinos oder Wie ztt lesen sei, loe. cit., p�g. 107 (trad. castellana en Adorno, "Tres estudios sobre Hegel", loe. eit., p�g. 119). Es bien sabido que en este sentido Hegel ha hecho escuela. Lo que Habermas objeta a la interpretaci�n popperiana es la afirmaci�n de que no es cierta. Sostiene, adem�s, que en esta interpretaci�n se "refleja" la represi�n popperiana de la" critica. No alcanzo a ver c�mo ha llegado a ello. A�n en el supuesto de que la interpretaci�n popperiana de Hegel fuera problem�tica, no ser�a f�cil extraer de tal hecho una consecuencia v�lida para los restantes puntos de vista de Popper, dado que, como se sabe, la posici�n de Popper frente al Hegel as� interpretado no es menos cr�tica que la de Habetmas. t�nicamente mediante un rodeo a trav�s de su curiosa tesis de la represi�n puede dar Habermas aqu� la impresi�n de que se obtiene un argumento contra el criticismo.

�A espaldas del positivismo? vez en investigaciones que antes pueden ser adscritas al vasto dominio de la filosof�a anal�tica que al de la dial�ctica. De ah� que en algunos de sus an�lisis, perfectamente completables, por lo dem�s, quepa apreciar asimismo una recepci�n de ideas propias del citado dominio. En detalle, todo le parece aceptable. Pero cuando, avanzando unos pasos, reclama para s� los m�todos hermen�uticos, viene a parar en parte en una restricci�n de la cr�tica '^, en parte en la soluci�n de problemas de interpretaci�n que en el �mbito ling��stico alem�n parecen atraer siempre el vocabulario hermen�utico '*. El sentido objetivo del proceso hist�rico no podr� ser, de todos modos, determinado sin la ayuda de m�todos que al racionalismo cr�tico no pueden menos de parecerle problem�ticos, pero que no quedan lejos del pensamiento teol�gico-dogm�tico. En ocasiones podr�a parecer como si la dial�ctica fuera part�cipe de este sentido, aun cuando, por regla general, semejante cosa s�lo llega a ser insinuada. En la medida en que se toma distancia de una empresa ideol�gica de este tipo, resulta posible una clarificaci�n de la consciencia pol�tica, una �may�utica cr�tica de la praxis pol�tica� con medios y m�todos que figuran en el �mbito de vigencia del racionalismo cr�tico". Por otra parte, el an�lisis de lo que Habermas llama �intereses rectores o dominantes del conocimiento� no 73. Vid. mis objeciones en: "El mito de la raz�n total". 74. En qu� medida venga esta hermen�utica a aportar unos rendimientos inaccesibles a las corrientes ling��stico-anal�ticas, es cosa nada f�cil de percibir. Lo que comparte con algunos representantes de la filosof�a oxoniense post-wittgensteiniana es, sin duda, la disposici�n conservadora que no critica los "juegos ling��sticos" sino que los deja tal y como son. En el an�lisis oxoniense, el inicial impulso cr�tico de observancia positivista ha cedido a un an�lisis de lo dado que antes tiende a conservarlo que a transformarlo. La hermen�utica comparte esta tendencia y va incluso m�s lejos, en la medida en que no parece injusto hablar, a prop�sito de la misma, de una "prosecuci�n de la teolog�a con otros medios" (Topitsch). La cuasiteol�gica "raz�n a la escucha" degenera aqu� en la misma del ser. Veremos lo que sale de la amalgama dial�ctico-hermen�utica. Los rasgos conservadores de la Escuela de Frankfurt resultan, por otra parte, evidentes. Puede encontrarse un an�lisis del trasfondo ideol�gico de la cr�tica dial�ctica de las ideolog�as en: Ernst Topitsch, Zur Entmythologisierung des Marxismus ("La desmitologizaci�n del marxismo"), en: Hamburger Jahrbuch f�r Wirtschaits-und GesellschaftspoUtik, a�o 9, 1964, p�g. 139 y ss. 75. Este tema de la clarificaci�n de la consciencia pr�ctica recorre como una l�nea roja el arriba citado libro de Habermas, "Teor�a y Praxis". Puedo hacerme perfectamente cargo de semejante problem�tica, pero creo que es posible dilucidarla correctamente incluso en el marco de un racionalismo de cu�o weberiano, ello sin tener en cuenta que el racionalismo cr�tico popperiano, en la medida en que no defiende la inmunidad frente a la argumentaci�n cr�tica de unas llamadas valoraciones liltimas, va m�s all�, en este sentido, que el de Max Weber.

282 Hans Albert queda, en modo alguno, excluido. La reflexi�n acerca de lo que hacemos cuando intentamos ampliar nuestro conocimiento no constituye un privilegio de la filosof�a dial�ctica ni de la filosof�a hermen�utica. No alcanzo a ver qu� sentido puede tener afirmar que representantes de otras concepciones filos�ficas est�n afectados por restricciones en su capacidad reflexiva, cuando de fado �stos han hecho unas aportaciones a los problemas planteados que los propios partidarios de esta tesis utilizan y cuando, por otra parte, la diferencia respecto de �stos no viene a radicar sino en el hecho de que, por una parte, sus soluciones a dichos problemas son de fisonom�a parcialmente distinta y, por otra, en que desde �stas resulta posible la cr�tica a determinadas tesis de la dial�ctica. La tesis que Habermas expone como resultado de una reflexi�n acerca de los intereses del conocimiento, y en virtud de la que �las investigaciones emp�rico-anal�ticas dan lugar a un conocimiento t�cnicamente aplicable, pero en modo alguno a un conocimiento capaz de ayudar a la clarificaci�n hermen�utica de los sujetos que act�an� '^ sugiere una contraposici�n que no refleja las limitaciones reales de las ciencias positivas, sino, simplemente, una interpretaci�n restrictiva sobre la base de una imputaci�n de intereses cognoscitivos restringidos. La concepci�n atacada por Habermas incluye en su �ngulo de mira todo tipo de investigaciones, tanto teor�ticas como hist�ricas. Incluso ios problemas normativos pueden ser, y son, discutidos, sin mayor dificultad, en el marco de la misma. Que la soluci�n de estos problemas no consista, en este contexto, en la elaboraci�n de una dogm�tica normativa constituye, sin duda, un rasgo caracter�stico del racionalismo cr�tico, explicable a tenor del rechazo, urgido por �ste, de cualesquiera concepciones dogm�ticas. En cuanto a una teor�a de la sociedad hist�ricamente orientada, tal y como Habermas la postula, no parece arbitrario insistir en que los rasgos de semejante empresa a�n no resultan lo suficientemente claros como para que pueda hacerse otra cosa, a este respecto, que conminar a la clarificaci�n de la misma y preguntar en qu� viene realmente a diferenciarse respecto de otras de tipo similar, ca�das bajo el foco de la cr�tica de las ideolog�as ". 76. Habermas, "Contra un racionalismo menguado de modo positivista", p�g. 245. 77. En la concepci�n criticada por Habermas resultan tambi�n familiares las cuasileyes de validez espacio-temporal restringida, aunque en el contexto de la misma no pueda menos de insistirse expresamente en la restricci�n a que se llegar�a de elevar la evoluci�n de las hip�tesis de este tipo a ideal del conocimiento. Me he ocupado de este tema en otro lugar. Las legalidades del tipo a que Habermas se refiere parecen combinar, sin embargo, el car�cter

�A espaldas del positivismo? En manos de los positivistas la cr�tica de la ideolog�a tiene como objeto, considera Habermas, eliminar totalmente la tarea, en la que �l se centra, de elaborar una teor�a de la sociedad de orientaci�n hist�rica, �releg�ndola a las antec�maras de la discusi�n cient�fica�; se ocupa de �purificar la consciencia pr�ctica de los grupos sociales de cuantas teor�as no resulten traducibles a conocimiento t�cnicamente aplicable y alienten, no obstante, pretensiones teor�ticas �''. Se mantiene, pues, firme en su tesis de la �cr�tica de la ideolog�a amputada de modo positivista� que ya analic� en mi primera cr�tica ", aunque, desde luego, el inter�s por la ilustraci�n que sustentan los te�ricos que apostrofa no le ha pasado desapercibido >*", con lo que su �nfasis en el inter�s cognoscitivo de orientaci�n exclusivamente t�cnica no puede menos de parecer, habido cuenta de ello, no poco arbitrario. En realidad, esta cr�tica de la ideolog�a no tiene por qu� descuidar forzosamente ning�n conocimiento �til de cara a esa clarificaci�n de la consciencia a la que se tiende. �nicamente all� donde un pensamiento justificador levanta fachadas ideol�gicas destinadas a enmascarar como conocimientos lo que no son sino decisiones, all� donde se utilizan estrategias de dogmatizaci�n e inmunizaci�n con el fin de proteger enunciados y declaraciones de todo tipo contra argumentos, all� donde se encubren nexos e interrelaciones y se fajsean conocimientos, s�lo all� se tienen, en fin, motivos para considerar peligroso este tipo de cr�tica de la ideolog�a ^^ restringido de dichas cuasilejcs con otras caracter�sticas que no convierten los enunciados en cuesti�n en menos problem�ticos: con una referencia a una totalidad no caracterizable de modo m�s pr�ximo y con una pretensi�n normativa. Las amalgamas de este tipo vienen a ser, en cualquier caso, expresi�n de lo que en cierto sentido cabr�a llamar una "raz�n decidida": es decir, de un pensamiento ideol�gico. No veo por qu� sobrecargar con ello la ciencia social. 78. Habermas, p�g. 247. 79. Vid. "El mito de la raz�n total", p�g. 206 ss. 80. Vid., sobre todo, Ernst Topitsch, Sozialphilosophie zwischen Ideologie und Wissenschaft, Neuwied/Berl�n, 1961. 81. En mi respuesta a Habermas alud�a, en este contexto, al papel de la dial�ctica como arma ideol�gica y, de manera especial, a la discusi�n polaca entre el marxismo y la Escuela de Varsovia, vid. p�g. 208 y ss. Habermas hace referencia a ello como si se tratara de un lapsus m�o y a�ade acto seguido que prefiere no llegar a la conclusi�n de que incluyo el anticomimismo usual en el pa�s en mi estrategia. Debo decir que esto me molesta un poco, ya que no veo mi lapsus por ninguna parte ni veo, tampoco, qu� es lo que ha podido llevarle a relacionarme con ese burdo tipo de anticomunismo al que no ser�a exagerado calificar, en cierto modo, de "usual en el pa�s". No s� hasta qu� punto cabr�a calificar a Leszek Kolakowski, por ejemplo, de comunista. Su filosof�a arroja, en la medida en que !a conozco, rasgos que permitir�an alie

284 Hans Albert En lo que concierne a la tesis, repetida una y otra vez, de que cierto tipo de problemas no pueden ser tratados, explicados o resueltos en el �mbito de las concepciones que �l critica, s�lo me resta repetir que me he ocupado suficientemente de ellos ^-. La �autorreflexi�n de las ciencias emp�ricas estrictas�, como la llama, le resulta tan accesible, cuanto menos, al racionalismo cr�tico como a la filosof�a dial�ctica*^; s�lo que aqu�l llega a menudo a resultados que difieren de los de �sta. Ahora bien: �ste es en un punto garla al racionalismo cr�tico. Habermas, por el contrario, critica a Kolakowski en nombre de una concepci�n llamada a permitir "comprender y derivar" decisiones a partir de la historia ("Teor�a y praxis", loe. cit., p�g. 328), es decir, a tenor de lo que en otros puntos ha dicho sobre toda esta problem�tica: a legitimarlas hist�ricamente. Que se crea en la obligaci�n de poner esta concepci�n a cubierto de la "limitada" critica de las ideolog�as de los llamados positivistas es algo que da que pensar. Preferir�a en este sentido la filosof�a de Kolakowski, que no aspira a una justificaci�n de este tipo. No dejar�a de resultar, por otra parte, interesante averiguar en qu� radica la diferencia metodol�gica entre Ja dial�ctica preconizada por Habermas y un pensador de orientaci�n derechista como, por ejemplo, Karl Larenz, al que ya me he referido anteriormente (p�g. 208, nota 57). Cfr. Ernst Topitsch, Max Weber und die Soziologie heute ("Max Weber y la sociolog�a hoy"), en el volumen que bajo el mismo t�tulo recoge las intervenciones en el 15 Congreso de la Sociedad Alemana de Sociolog�a, T�bingen 1965, p�g. 29 y ss. 82. La clarificaci�n de la problem�tica de la identidad (en la p�g. 246 y ss. de su r�plica) no viene a aportar ning�n nuevo argumento a este respecto. La afirmaci�n de que los problemas relacionados con esta esfera "no pueden ser explicados mediante investigaciones emp�rico-anal�ticas" no corresponde, a mi modo de ver, ni siquiera a los hechos m�s evidentes, dado, sobre todo, que la psicolog�a, que desde hace ya largo tiempo procede a analizar estos problemas en el �mbito individual, ha irrumpido, con el surgimiento de la moderna psicolog�a social, en el �mbito de la correspondiente problem�tica a nivel colectivo. S�lo desde que los m�todos de la psicolog�a experimental han irrumpido en el pensamiento sociol�gico resultan susceptibles de soluci�n algunos de los problemas de este tipo. Esperar explicaciones concernientes al �mbito complejo del pensamiento macrosociol�gico con la ayuda de m�todos menos desarrollados, no puede menos de parecer una ilusi�n. En el curso de la historia se ha visto muy claramente la tendencia recurrente a trazar la fiDntera principal para la aplicaci�n de los llamados m�todos cient�ficonaturales en el punto mismo al que llegaban �stos en el momento en cuesti�n, declarando imposible el ulterior avance de los mismos. 83. En lo que a esto concierne, una vez m�s puede afirmarse tambi�n que el positivismo en sentido estricto ha hecho aportaciones que, en la medida de mis conocimientos, penetran m�s objetiva y rigurosamente en el problema que las aportaciones hasta el momento hechas por parte dial�ctica. El propio Habermas recurre a trabajos propios, m�s bien, de este �mbito filos�fico, cada vez que quiere decir algo m�s concreto que todos los factores e interrelaciones deben ser incluidos en el an�lisis, que todas las separaciones deben ser superadas o que todas las diferenciaciones hechas por los dem�s resultan problem�ticas.

�A espaldas del positivismo? sobre el que cabe, cvidentemcnle, la discusi�n, como puede ya verse. En una discusi�n de este tipo siempre resulta, de todos modos, de lo m�s conveniente reconocer al otro la voluntad, cuanto menos, de entender lo que uno mismo ha dicho. Que �ste exprese el comprensible deseo de clarificar las cosas, no tiene por qu� convertirse, sin m�s, en una fijaci�n a un determinado lenguaje. �Qui�n podr�a objetar algo contra un lenguaje distinto, si en �ste pudieran expresarse mejor ciertos problemas o hechos? Lo que s� resulta, en cambio, lamentable, por fomentar el �etnocentrismo de las subcu�turas cient�ficas�, es el cultivo de un lenguaje esot�rico que en lugar de facilitar, precisamente, esa superior expresi�n de ciertos problemas, viene a cumplir m�s bien, seg�n parece, la funci�n primordial de parafrasear metaf�ricamente los puntos centrales de una argumentaci�n *^ Cuando en el contexto de la cr�tica de las ideolog�as se habla de mecanismos de enmascaramiento e inmunizaci�n, no se suele remitir al plano de la investigaci�n motivacional. Las estrategias que desembocan en tales resultados pueden deberse a motivos harto diferentes. Pertenecen al patrimonio tradicional de ese pensamiento justificadas sobre el que se obtiene no poca claridad con el foco de la cr�tica ideol�gica. Que bajo el r�tulo de la dial�ctica suelen ocultarse procedimientos de este tipo no deja de ser cosa dif�cil de negar ''�'. Cuando en el marco de un an�lisis que apunta a la legitimaci�n de intereses de la totalidad concreta del proceso hist�rico se proclaman las pretensiones de una dial�ctica que se sirve de formas ling��sticas del tipo a que nos referimos y en la que en puntos decisivos se echa a faltar la necesaria claridad, 84. Nada m�s lejos de mi �nimo que el prop�sito de imponer m� propio lenguaje a un interlocutor en la discusi�n, dado que ni nac� positivista, ni me he quedado como tal. Llegado a este punto concreto, no puedo reprimir la observaci�n autobiogr�fica de que no llegu� al conocimiento de la filosof�a del C�rculo de Viena sino una vez "frecuentadas" casi todas las tradiciones filos�ficas que hab�a a mi alcance, incluidas, desde luego, las expl�citamente antipositivistas, tan caracter�sticas de la cultura alemana. Tambi�n yo hice muy tarde, leyendo las investigaciones positivistas, la experiencia de que habla Habermas (p�g. 250). Y en lo que a la inteligibilidad de Hegel concierne, me adhiero, no sin buenos motivos, a la opini�n de Adorno a que me he referido ya {vid. m�s arriba, nota 72), y, desde luego, partiendo de mis propias lecturas. 85. Vid. a este respecto, entre otros, Ernst Topitsch, Sprachlogische Probleme der sozidlwissenschaftlichen Theoriebildung ("Problemas l�gico-ling��sticos de la formaci�n de teor�as cient�fico-sociales"), as� como de este mismo autor, Das Verhaltnis zwischen Sozial- una Naturwissenschaften ("La relaci�n entre ciencias sociales y ciencias de la naturaleza"), loe. ci�., p�gs. 30 y ss. y 62 y ss., respectivamente. Vid. tambi�n Ernst Topitsch, �ber Leerformeln ("Sobre f�rmulas vac�as") en: Probleme der Wissenschaftstheorie. Festschrift f�r Viktor Kraft ("Problemas de teor�a de la ciencia. Homenaje a V�ctor Kraft"), Wien 1960, p�g. 245 y ss.

286 Hans Albert ao puede menos de parecer oportuna cierta desconfianza. No se me ha escapado que en su cr�tica al llamado �racionalismo restringido de manera positivista� Habermas ha intentado problematizar supuestos de los que yo part�a en mi respuesta. Pero este intento me parece, en definitiva, frustrado. Que su rodeo dial�ctico a trav�s del neopragmatismo le haya situado de espaldas al positivismo es algo que me permito poner en duda, sobre todo teniendo en cuenta que ha cargado su dial�ctica con puntos de vista que en cierto modo est�n sujetos a las restricciones que cree poder se�alar en sus contrincantes. Menos a�n me parece que haya conseguido situarse a espaldas del racionalismo cr�tico. La pregunta por la dial�ctica, por su naturaleza, por sus m�todos y presuntas ventajas respecto de otras concepciones ha quedado sin respuesta en su r�plica. Se deja, simplemente, entrever que se trata de un instrumento poderoso que permite dar cuenta de interrelaciones muy complejas, aunque el secreto de su funcionamiento queda tan oculto como antes. La lectura de la r�plica habermasiana me ha ayudado a ver m�s claras las intenciones de su pol�mica, aunque no por ello me parecen menos problem�ticas. Ataca las limitaciones del pensamiento cr�tico, pero lo hace en un punto en el que �stas no aparecen por ninguna parte. Cree encontrar en la tradici�n dial�ctica un punto de partida para la superaci�n de dichas limitaciones, pero no llegan a verse los rendimientos y ventajas capaces de justificar tal esperanza. De su apertura al di�logo con otras corrientes hay, por supuesto, que congratularse. Resulta inevitable que en un empe�o de este tipo surjan malentendidos por ambas partes. Pero en ocasiones no tendr�a que ser tan sencillo identificarlos.

HARALD PILOT LA FILOSOF� A D E LA HISTORIA EMP�RICAMENTE FALSABLE DE J�RGEN HABERMAS Toda cr�tica fundamental al procedimiento objetivizador de las ciencias sociales cae bajo la sospecha de manejo perpetrado desde el �mbito de la filosof�a de la historia. J�rgen Habermas acaba r�pidamente con la simple sospecha: el objetivo de sus trabajos no viene a ser otro, como declara expl�citamente, que �una filosof�a de la historia en sentido pr�ctico�^. Que no se propone, sin embargo, acceder a la formulaci�n de leyes hist�ricas necesarias, ni, mucho menos, de un sentido metaf�sico, sino, simplemente, a la formulaci�n de programas para la acci�n social". Tales fijaciones de objetivos para el futuro de una sociedad deben ser ya posibles', sin embargo, de manera real, en la actualidad. Los proyectos filos�ficohist�ricos dependen, en consecuencia, de los resultados de la investigaci�n emp�rica; es m�s: son refutables por �stos. Habermas considera que a la filosof�a marxista de la historia rectamente entendida le es posible renunciar a toda trascendencia metaf�sica, dado que deriva los objetivos centrales para la acci�n futura a partir de las �contradicciones f�cticas� de la sociedad actual. El �sentido de la historia� no es, pues, otra cosa que el posible futuro de la misma, realizable mediante la acci�n, �La filosof�a ex 1. Cfr., sobre todo, J�rgen Habermas: Theoric und Praxis ("Teor�a y Praxis"), Neuwied und Berlin 1963, p�g. 261 y ss.; del mismo: Zur Logik der Sozialwissenschaf�en ("La l�gica de las ciencias sociales"), en: Philosophische Rundschau, Beiheft 5, febrero de 1967, p�g. 180. 2. Popper ha criticado convincentemente la creencia en leyes capaces de permitir prognosis de cara al futuro hist�rico. Vid. Karl R. Popper, The Poverty of Historicism (trad. cast.: "La miseria del historicismo"), London 1961; del mismo: The Open Society and its Ennemies (trad. cast. "La sociedad abierta y sus enemigos"), New York 1962.

288 Harald Pilot perimental de la historia ya no busca un S'entido oculto; lo salva en la medida en que lo produce� ^ Como el sentido se refiere a algo que ha de ser real en el futuro, sus condiciones resultan emp�ricamente controlables en el presente. La filosof�a de la historia en sentido pr�ctico �tiende tanto a analizar hist�rica-sociol�gicamente las condiciones de posibilidad de la praxis revolucionaria, como a derivar hist�rico-filos�ficamente a partir de las contradicciones de la sociedad existente el concepto de s� misma, es decir, la medida de su cr�tica y la idea de la actividad pr�ctico-cr�tica a un tiempo� *. Los proyectos filosofico-hist�ricos vienen sometidos ya antes de su realizaci�n a un doble control: tanto los objetivos centrales como los medios para realizarlos deben ser obtenidos a partir del conocimiento emp�rico del presente. Un proyecto que contradiga tales o cu�les an�lisis emp�ricos es, en consecuencia, imposible; s�lo viene a ser posible de modo real cuando resulta compatible con aqu�llos y es, al naismo tiempo, capaz de acabar con contradicciones existentes en una sociedad espec�fica: debe acreditarse como la �negaci�n determinada� de �sta. Pero ni siquiera cuando un proyecto satisface ambas condiciones resultan necesarios de manera te�rica sus objetivos centrales, sino que �nicamente lo son de modo pr�ctico: la filosof�a de la historia no formula prognosis sobre el futuro hist�rico, sino simplemente, recomendaciones para la acci�n �que se imponen gracias a la voluntad y a la conscicncia de los hombres y no de manera "objetiva", con lo que no pueden ser anticipadas, calculadas y previstas como tales, sino s�lo en sus condiciones objetivas de posibilidad � ^ La filosof�a de la historia �...asegura la validez de �stas, es decir, la validez de todas las condiciones verificables de una posible revoluci�n, por v�a emp�rica, en tanto que de su verdad no tiene certeza sino en la elaboraci�n pr�ctica del sentido que ella viene a expresar�". De este modo esquiva la filosof�a revolucionaria de la historia los peligros decisionistas y deterministas. Este programa no puede ser hecho efectivo, como bien puede verse, sino en la medida en que la �negaci�n determinada� de las contradicciones existentes pueda ser obtenida a partir de los resultados de la investigaci�n emp�rica, �nicamente en este caso se podr� alimentar la esperanza de controlar emp�ricamente los objetivos centrales de la acci�n futura Pero la autointerpretaci�n de 3. 4. 5. 6.

Habermas, Theorie und Praxis, loe. cit., p�g. 303. Ibid., p�g. 299. Ib�d., p�g. 289. Ibid., p�g. 310.

La filosof�a de la historia... la investigaci�n emp�rica pone algunas trabas a semejante intento. De acuerdo con las reglas metodol�gicas de la �teor�a anal�tica de la ciencia�' resulta, sin duda, posible �transformar tecnol�gicamente � * hip�tesis nomol�gicas; �stas pueden ser usadas como medios para unos fines previamente dados � lo que en modo alguno permiten estas reglas, sin embargo, es derivar los propios fines de an�lisis emp�ricos. De ah� que Habermas tenga que �criticar los m�todos emp�rico-anal�ticos, de manera inmanente, en su pretensi�n misma�'. Ahora bien, si el control emp�rico de la filosof�a de la historia ha de ser preservado de su disoluci�n esc�ptica, a esta cr�tica le viene impuesta una limitaci�n decisiva: no debe violar los criterios de la contrastabilidad emp�rica. Su meta no puede ser otra que un �mbito de interpretaci�n, dentro del que resulte posible la aplicaci�n de los m�todos hermen�uticos a un campo previamente asegurado. Aunque el enfoque de Habermas no excluye principalmente una �limitaci�n� de este tipo, sus trabajos desbordan esta frontera camino de una �dial�ctica de la raz�n ut�pica�". Me propongo discutir esta tesis en cuatro pasos: 1. Dial�ctica contingente y an�lisis emp�rico: las condiciones formales de la �negaci�n determinada�; 2. Implicaciones axiol�gicas de las teor�as socio-cient�ficas � la cr�tica habermasiana de la �teor�a anal�tica de la ciencia� y su metacr�tica; 3. �Comunicaci�n sin dominaciones� como principio regulativo de la filosof�a de la historia; 4. Consecuencias esccpticas de una �dial�ctica de la raz�n ut�pica �. 7. Para la terminolog�a, vid.: Habermas, "Teor�a anal�tica de la ciencia y dial�ctica". 8. Vid. Hans Albert, Wissenschaft und Politik ("Ciencia y pol�tica") en: Ernst Topitsch compil., Probleme der Wissenschaftstheorie ("Problemas de teor�a de �a ciencia"), Viena 1960, p�g. 213: "Una teor�a accede... a su forma tecnol�gica en virtud de una transformaci�n tautol�gica; un conjunto de hip�tesis nomol�gicas pasa a ser un conjunto de enunciados sobre posibilidades humanas de acci�n con vistas a unos fines determinados. Dicha transformaci�n presupone exclusivamente que ciertos desiderata sean aceptados de manera hipot�tica; no exige, pues, que se introduzcan premisas axiol�gicas expl�citas". 9. Habermas, "Teor�a anal�tica de la ciencia y dial�ctica", p�g. 160. 10. �sta se dibuja siempre que una dial�ctica de la situaci�n actual sea extrapolada al futuro, siempre que la "deformaci�n ideol�gica" englobe asimismo los principios de la praxis cr�tica. En cuyo caso se tendr�a que temer que el "proceso de mediaci�n dial�ctica" fue�a infinito. 19. � POSITIVISMO

290 Harald Pilot La �negaci�n determinada� de una sociedad contradictoria ha de permitir la �derivaci�n dial�ctica� de unos proyectos de acci�n futura, referidos a la situaci�n, a partir de una sociedad contradictoria. Esto es discutido por la �teor�a anal�tica de la ciencia� a tenor de las siguientes razones: a) el pensamiento dial�ctico carece de contenido, dado que se mueve en contradicciones, de las que todo se deduce"; b) los hechos no pueden contradecirse entre si; c) las hip�tesis emp�ricas son enunciados descriptivos, de los que no pueden derivarse indicaciones para la acci�n. Habermas intenta evadirse a estas objeciones mediante una �dial�ctica contingente�. Esta no es un principio aprior�stico del pensamiento, no se consuma �previamente a toda historia y subyaciendo a la misma, al comp�s del reloj de la necesidad metaf�sica...�'^ sino que resulta de las estructuras de dominio de ima sociedad, que a�n no ha conseguido liberarse suficientemente del yugo de la naturaleza: �Es tan contingente, globalmente considerada, como las relaciones de trabajo en r�gimen de dominio, cuya contradictoriedad interna y cuyo movimiento exterior viene a expresar� ^^ En una sociedad desfigurada ideol�gicamente el pensamiento se convierte en dial�ctico porque no puede consumarse como di�logo libre. �Si las cosas pueden ser captadas categorialmente y los hombres, en cambio, no pueden serlo de manera adecuada en su relaci�n con las cosas y entre ellos mismos sino de manera dial�gica, la dial�ctica bien podr� ser concebida a partir del di�logo; pero no como di�logo ella misma, sino como consecuencia de su represi�n � ". Como la coacci�n es su condici�n necesaria, con ella ha de acabar tambi�n la dial�ctica. En la medida en que procede al modo de �praxis cr�tica� contra la coacci�n, se vuelve contra s� misma. �La dial�ctica consumada pr�cticamente es, al mismo tiempo, la (dial�ctica) superada...�^^ Pasa a ser lo que en su intenci�n fue siempre: �di�logo no coaccionado de todos con todos� ^^ En �l realiza la dial�ctica su segunda condici�n: el inter�s por la emancipaci�n o mayor�a de edad, por �la comunicaci�n libre de domina 11. Vid. Popper, Was ist Dialektik?, en: Ernst Topitsch, compil., Logik der Sozialwissenschaften ("L�gica de las ciencias sociales"), loe. cit., p�g. 262 y ss. (Hay traducci�n castellana de dicho art�culo de Popper en "El desarrollo del conocimiento cient�fico", loe. cit. T.) vid. tambi�n del mismo: The Open Society..., tomo 2, loe. cit. 12. Habermas, "Teor�a y Praxis", loe. cit., p�g. 321. 13. Ibid., p�g. 319. 14. Ibid. p�g. 318. 15. Ibid., p�g. 319.

La filosof�a de la historia... ciones�. Tan s�lo cuando ambas condiciones pueden ser satisfechas resulta posible un control del movimiento dial�ctico. Dos cosas son, pues, necesarias: 1. mostrar emp�ricamente la coacci�n en las �contradicciones f�cticas� y 2. legitimar el �inter�s por la emancipaci�n �. S�lo ambas condiciones permiten �derivar dial�cticamente � proyectos de futuro como �negaci�n determinada� de una sociedad contradictoria. Las �contradicciones f�c�cas� vienen dadas en las intenciones contrapuestas de los grupos sociales, que pertenecen, al modo de �intereses�, �tomas de posici�n� y �normas� al dominio objetual de las hip�tesis cient�fico-sociales. De estas intenciones contrarias no se deriva de manera inmediata, como es obvio, una intenci�n nueva llamada a liquidar la �contradicci�n�; para acceder a la �negaci�n determinada� resulta m�s bien precisa una �intenci�n objetiva �'^ el �inter�s por la emancipaci�n�. �ste entra�a intenciones contrarias y las �unifica� en una nueva, que niega las dos primeras. S�lo as� viene la �negaci�n determinada� a liquidar la contradicci�n de intenciones contrarias; es decir: la niega. Implica su negaci�n l�gica " y, al mismo tiempo, se diferencia de ella en virtud de su contenido espec�iico. Contiene el objetivo fundamental cuya realizaci�n �vendr�a a superar� la contradicci�n f�ctica mediante una �praxis cr�tica� ^^ 16. Vid. Habermas, Erkenntnis und Interessc ("Conocimiento e inter�s") en: Merkur XIX (1965). n.� 12, p�g. 1.139. 17. Se trata, como todo el mundo sabe, de una implicaci�n trivial, dado que la negaci�n l�gico-formal de una contradicci�n es siempre una tautolog�a y se sigue de cualquier enunciado imaginable. La l�gica formal no permite distinguir, en el c�lculo de enunciados, entre enunciados contrarios y contradictorios. Ambos son la negaci�n de una tautolog�a. Al mismo tiempo es posible distinguir l�gico-formalmente entre enunciados contrarios y contradictorios. De acuerdo con el principio de tercio excluso (v�lido para la l�gica bivalente), en el caso de dos enunciados contradictorios uno es necesariamente verdadero, en tanto que en el de dos enunciados contrarios ambos pueden ser falsos (no tienen, desde luego, que serlo forzosamente). De ah� que pueda pensarse en una resoluci�n de intenciones contrarias mediante una tercera, "objetiva", y, cuanto menos, consistente. Si las intenciones (es decir, los enunciados sobre las mismas) fueran, por el contrario, contradictorias entre s�, una de ambas tendr�a que ser elegida. 18. Esta inteiTpretaci�n de la "negaci�n determinada" no puede apoyarse en las declaraciones del propio Habermas, ya que hasta el momento el sentido exacto de este principio no ha sido suficientemente explicado. No pasa, en consecuencia, de ser una propuesta � y ni siquiera puede considerarse como tal sin una precisa restricci�n: considero, de hecho, los dos citados momentos de la "mediaci�n dial�ctica" como condiciones necesarias de la misma; de ah�, pues, que mis reflexiones criticas valgan asimismo independientemente de la "teor�a dial�ctica" en cuesti�n.

292 Harald Pilot De resultar ello realizable, no habr�a lugar a las objeciones citadas. Porque la �negaci�n determinada� no se infiere de una contradicci�n, sino que acaba con ella. Se refiere a intenciones, no a hechos; no infiere, en fin, conclusiones normativas a partir de premisas descriptivas, sino a partir, tan s�lo, de premisas normativas. La validaci�n emp�rica de �contradicciones f�cticas� entre intenciones tropieza, de todos modos, con dificultades nada desde�ables. En efecto: como las intenciones no vienen inmediatamente contenidas en comportamiento observable, �nicamente pueden ser obtenidas de hip�tesis emp�ricas en virtud de una interpretaci�n del contenido de las mismas. Que puede ser, a su vez, �emp�ricoanal�ticamente � contrastada. Ahora bien: si las reglas metodol�gicas de la teor�a anal�tica de la ciencia son v�lidas para todos los enunciados emp�ricos, pero las Interpretaciones no resultan, de acuerdo con �stas, emp�ricamente contrastables, nos encontramos con que no hay lugar para un control de la �negaci�n determinada�. La filosof�a de la historia en sentido pr�ctico habr�a as� fracasado. �Pero no podr�a venir contenida en las propias hip�tesis una intenci�n, una determinada �referencia axiol�gica� de las reglas metodol�gicas que pudiera entrar en contradicci�n con otras �referencias axiologicas�? En cuyo caso la �objetividad universal� de las reglas emp�rico-anal�ticas no explorar�a sino uno entre varios �mbitos de experiencia posible � y en otros �mbitos ser�an imaginables otras reglas metodol�gicas. Si la �referencia axiol�gica� de otros �mbitos pudiera aspirar, adem�s, a preeminencia respecto de la de las reglas emp�rico-anal�ticas, �stas resultar�an incluso delimitables con la ayuda de aqu�lla. Y esto es lo que Habermas intenta, precisamente, mostrar. En la base del m�todo emp�rico-anal�tico hay un �inter�s cognoscilivo tecnol�gico� que se opone parcialmente al �inter�s emancipatorio �, pero que al mismo tiempo es inferior a �ste. De lo que se deduce que las reglas metodol�gicas de la �teor�a anal�tica de la ciencia� pueden e incluso deben ser limitadas a las condiciones del �inter�s por la emancipaci�n�, del �inter�s cognoscitivo emancipatorio �. El �inter�s cognoscitivo tecnol�gico� se opone al �emancipatorio � en la medida en que fomenta teor�as generales de la acci�n social, que dificultan el progreso hacia la emancipaci�n � eso si no lo hacen imposible, dado que tienen buen cuidado de no incidir en el car�cter espec�fico de los �hechos sociales�, en el componente intencional de la acci�n. Porque �las acciones no pueden ser concebidas sin referencia a las intenciones que las gu�an, es decir, no pueden ser investigadas independientemente de eso a lo que llaman

La filosof�a de la historia... ideas� ^^ Las intenciones s�lo pueden ser determinadas, de todos modos, para un �mbito perfectamente delimitado de normas culturales y epocalmente espec�ficas. De ah� que toda hip�tesis concerniente a la acci�n social implique una intelecci�n de las �normas de referencia� que vienen a iiacer posible el �sentido� de la acci�n. El comportamiento puede �expresar�, en efecto, acciones muy diversas, acciones que se diferencian a tenor de las normas que las gu�an. Y como las reglas de la acci�n �no vienen garantizadas de manera objetiva, por una ley de la naturaleza, sino intersubjetivamente, en virtud del reconocimiento de los int�rpretes interesados... �^", no resultan susceptibles de explicaci�n hipot�tico-deductiva; tan s�lo pueden ser comprendidas. La comprensi�n (Verstehen) se consuma, no obstante, en el contexto de las normas de una determinada tradici�n y no puede ser extendida, sin m�s, a cualesquiera tramas o interrelaciones. Con lo que la validez de las hip�tesis concernientes a la acci�n social no es �necesariamente� tal sino dentro de los mismos l�mites que la de las correspondientes normas; es decir: no es una validez estrictamente general. Como, por otra parte, el �inter�s por la emancipaci�n... puede ser percibido a priori� ^^, pero las normas son hist�ricamente casuales, con la ayuda de aqu�l �nicamente cabr� postular, en principio, que la validez de las hip�tesis socio-cient�ficas sea restringida, que no vengan �stas a determinar el �mbito de aqu�llas. Como los enunciados normativos no pueden ser contrastados emp�rico-anal�ticamente, pero deben ser, al mismo tiempo, controlables (dado que contienen afirmaciones que inciden sobre una materia �hist�rica �), ser� preciso desarrollar reglas contrastadoras de la comprensi�n, �reglas metodol�gicas de la hermen�utica�. De lo contrario, las hip�tesis socio-cient�ficas podr�an ser arbitrariamente restringidas en su validez. Ahora bien, si las reglas de la hermen�utica tuvieran que ser delimitadas, a su vez, mediante el m�todo emp�ricoanal�tico, como parece desprenderse de la cr�tica habermasiana a la hermen�utica de Gadamer^, Habertnas estar�a atrapado en un c�rculo. Intentar� mostrar que la doble cr�tica de Habernias al m�todo emp�rico-anal�tico y al m�todo hermeneutico no puede ser vinculante sino al precio de consecuencias harto esc�pticas. Pero 19. Habermas, Zur Logik der Sozialwissenschafteti ("La l�gica de las ciencias sociales"), loe. cit., p�g. 76. 20. Ibid., p�g. 75. 21. Del mismo: Erkenntnis und Interesse ("Conocimiento e inter�s"), loe. cit., p�g. 1.150. 22. Cfr. Hans Georg Gadamer, Wahrheit und Methode ("Verdad y m�todo"), 2.' edic, T�bingen 1965.

294 Harald Pilot �c�mo probar la hipot�tica �valencia axiol�gica� de las ciencias sociales emp�ricas y la derivaci�n, a partir de la misma del programa cr�tico habermasiano? La valencia axiol�gica de las teor�as emp�ricas de las ciencias sociales obedece a la siguiente triple ra�z: a) La elecci�n de los campos de investigaci�n (el �punto de vista de la relevancia�) depende de decisiones valorativas. b) Los �enunciados b�sicos� a trav�s de los que las teor�as inciden en la realidad son aceptados en virtud de una �resoluci�n� de los investigadores que sigue a una discusi�n. c) La operacionalizaci�n de �conceptos teor�ticos� presupone una comprensi�n previa, que adscribe un comportamiento observable a las estructuras intencionales de t�rminos como �papel�, �instituci�n� y �expectativa�. Esta triple referencia a una ra�z dadora de sentido est� presente en el �inter�s cognoscitivo tecnol�gico� y es la que determina, a su vez, la �objetividad� y la �neutralidad valorativa� de la investigaci�n emp�rica. En lo que a las ciencias sociales concierne, habr�, pues, de probarse que una referencia valorativa en el �metanivel� no resulta claramente delimitable respecto de las referencias intencionales del �mbito objetual. Habermas se propone �justificar y defender frente al positivismo el punto de vista de que el proceso de la investigaci�n organizada por los sujetos pertenece, en virtud y a trav�s del acto cognoscitivo, a la trama objetiva cuyo conocimiento se busca� ^. Que la elecci�n de los campos de investigaci�n dependa de deci' siones valorativas es algo que tampoco viene a negar la �teor�a anal�tica de la ciencia� ^. Como esta referencia valorativa no roza la 23. Habermas, "Contra un racionalismo menguado de modo positivista", p�g. 244. 24. Vid. a este respecto Hans Albert, Der Tythos der totalen Vernunft ("El mito de la raz�n total"), p�g. 202 y ss.; del mismo: Werfreiheit ais methodisches Prinzip. Zur Vrage der Notwendigkeit einer normativen Sozialwissenschaft ("Neutralidad axiol�gica como principio metodol�gico. En torno al problema de la necesidad d� una ciencia social normativa") en: Ernst Topitsch, comp., Logik der Sozialwissenschaften ("L�gica de las ciencias sociales"), loe. cit., p�g. 190: "La actividad cient�fica exige... puntos de vista, que hagan posible el enjuiciamiento de la relevancia. Todo planteamiento de un problema, todo aparato conceptual y toda teor�a contienen puntos de vista de este tipo, puntos de vista de acuerdo con los que elegir y en los que viene a expresarse la direcci�n por la que marcha nuestro inter�s".

La filosof�a de la historia... validez de las hip�tesis encontradas, voy a centrarme en la discusi�n de los otros dos puntos. Partiendo de la explicaci�n popperiana del �problema de la base� Habermas hace ver c�mo las teor�as emp�ricas no pueden ser referidas a la realidad sino por mediaci�n de un inter�s. De las teor�as emp�ricas resultan (juntamente con unas determinadas condiciones iniciales) derivables unos enunciados del nivel m�s bajo, que se refieren a hechos observables. En esta relaci�n viene, sin embargo, contenido el problema decisivo: �c�mo establecer una relaci�n biun�voca entre hechos observables y enunciados sobre estos hechos? Este problema de la relaci�n entre enunciados y experiencia perceptiva conduce, en opini�n de Popper al �trilema de Fries�: o dogmatismo o regresi�n infinita o psicologismo ^�. Popper soluciona este trilema aplicando asimismo su criterio de contrastabilidad a los enunciados b�sicos. Este criterio es el llamado a ocupar el lugar del principio de inducci�n^. Determina el contenido emp�rico de teor�as y enunciados en �grados de contrastabilidad �. Cuanto mejor puede ser testado un enunciado (sin llegar a ser falsado), tanto mayor es su contenido emp�rico. Son �falsadores potenciales� aquellos enunciados cuya confirmaci�n vendr�a a refutar una teor�a. Con el niimero de �falsadores potenciales� crece asimismo el contenido emp�rico: la mejor teor�a es la que m�s prohibe. De ah� que las teor�as deben ser lo m�s improbables que se pueda � hasta el caso l�mite de la contradicci�n, que, naturalmente, queda excluido. Si la �contrastabilidad� de una teor�a determina su contenido emp�rico, todos los enunciados habr�n de permitir la derivaci�n de consecuencias. Los enunciados de una teor�a no pueden ser sino enunciados universales de los que juntamente con unas condiciones originarias o condiciones-l�mite pueden deducirse enunciados b�sicos. �Every test of a theory ... must stop at sorae basic statement or other which we decide to accept�'^. Aunque tengamos que interrumpir el proceso de contrastaci�n en un determinado enunciado, no por ello deja �ste de poder seguir siendo contrastado^, �...this... makes the chain of deduction in principie infinite� ^. Tampoco los 25. Cfr. Karl R. Popper, The Logic of Scientific Discovery (trad. cast. "La l�gica de la investigaci�n cient�fica", loe. cit.), New York 1965, p�g. 94. 26. Cfr. ibid. cap. I. 27. Ibid., p�g. 104. 28. Respecto de los posibles m�todos de contrastaci�n (y, en general, de todo el problema), vid. Albrecht Wellmer, Methodologie ais Erkemmistheorie ("Metodolog�a como teor�a del conocimiento"), Frankfurt am Main 1967, aspee, p�g. 158 y ss. 29. Popper, loe. eit., p�g. 105.

296 Harald Pilot enunciados de base son, en modo alguno, enunciados emp�ricos �inmediatos �. �Experiences can mot�vate a decisi�n, and henee an acceptance or a rejection of a statement, but a basic statement cannot be justified by them � no more than by thumping the table� =�. Como los enunciados de base han de ser con�rastables y las teor�as, sin embargo, s�lo pueden ser refutadas por enunciados de base, ni siquiera la propia refutaci�n de las teor�as ser� posible sino �for the time being� ^\ estando no menos sujeta a revisi�n. La confirmaci�n y refutaci�n de las teor�as tiene lugar mediante una decisi�n de la comunidad investigadora, que discute acerca de si una teor�a (o un enunciado b�sico refutador de una teor�a) viene o no a estar suficientemente contrastada a tenor de los procedimientos testadores de que se dispone en el nivel de conocimientos del momento. Esta decisi�n no puede ser asegurada, a su vez, mediante observaci�n, porque de ocurrir tal se plantear�a nuevamente el problema de la contrastaci�n de estas otras observaciones. La decisi�n a que nos referimos habr�, pues, de ser tomada a tenor de criterios orientados a la luz de unos fines cuya determinaci�n obedece a un inter�s espec�fico. Lo cual viene a significar que: si bien las teor�as emp�ricas no contienen juicio de valor, en lo que a su validez concierne �incluso en el caso de que �sta s�lo sea �fluctuante�� vienen referidas a un determinado inter�s. La �objetividad� de la investigaci�n emp�rica implica, pues, un componente normativo, que comienza por hacer posible la validez intersubjetiva y la �neutralidad valorativa�; las determinaciones estructurales normativas y descriptivas vienen, pues, inextricablemente vinculadas unas a otras en la validez ^^ Ahora bien, si hasta �a base emp�rica viene parcialmente condicionada por decisiones, �no habr� de convertirse la ciencia emp�rica en una funci�n de mterrelaciones sociales, de tal modo que, llevando las cosas hasta el final, todo sistema pol�tico, todo ��mbito cultural�, tuviera su ciencia social? No hay que olvidar, de todos 30. Ib�d., p�g 105. 31. Cfr. ib�d., p�g. 111; asi como la discusi�n en Wcllmer, loe. ctt., p�gina 164 y ss. Wellmer saca la siguiente consecuencia- "Dudar de la verificabilidad de los enunciados emp�ricos equivaldr�a a dudar de la posibilidad de la experiencia; aun cuando la experiencia se equivoque, puede ser corregida por nueva experiencia" (p�g. 170). Discute la posibilidad de una contrastabilidad infinita de los enunciados b�sicos, porque a tenor de �sta la decisi�n a favor de un enunciado ser�a ciega. 32. De ello no se sigue, en modo alguno, que en las teor�as emp�ricas hayan de venir contenidos "juicios de valor"; lo m�ximo que puede afirmarse es que las reglas metodol�gicas no permiten semejante separaci�n.

La filosof�a de la historia... modos, que a esta consecuencia s�lo se llega cuando el inter�s de los investigadores en discusi�n no puede ser aprehendido en reglas, institucionalmente validables; aun cuando las decisiones de los investigadores no por ello dejen de venir determinadas por el contexto vital. En todo caso, el propio Popper escribe: �...what is usually callad ^'scientific objectivity'^ Js based, to some extent, on social institutions� ^\ De todos modos, aunque las motivaciones en las que hunden sus ra�ces las decisiones �objetivas� de los investigadores, dependan en una determinada organizaci�n de las instituciones que regulan la investigaci�n, vienen referidas asimismo a la experiencia. Los investigadores son motivados por experimentos, por sus percepciones y por informes acerca de las percepciones de otros. De manera, pues, que mientras se trate de objetos y de sus relaciones, el �mbito de decisiones posibles no dejar� de estar estrictamente delimitado: la evidencia de los juicios de percepci�n no es tan f�cil de liquidar. Ocurre, pues, que el �mbito objetivo en el que inciden las hip�tesis de las ciencias sociales, acoge preferentemente estructuras intencionales: la acci�n social se estructura mediante el �sentido subjetivo� de la acci�n, presente en las intenciones de los agentes y determinado por normas. En la propia �experiencia inmediata� del cient�fico social hay que contar con componentes normativos sobre los que no pueden darse juicios de la percepci�n. Con lo que �podr�a pensarse� no puede darse realmente sino una ciencia social espec�fica de cada �poca y de cada cultura, en la que las reglas de la socializaci�n vienen a determinar asimismo, y en no escasa medida, las reglas de la investigaci�n. Ser�an as� imposibles las teor�as generales de la acci�n social, dado que las reglas metodol�gicas habr�an de orientarse, en lo esencial, de manera hist�rica, explicitando el sentido de las tradiciones a las que ella misma vendr�a a pertenecer, incluso en sus propias reglas de contrastaci�n. Esta consecuencia no vendr�a a resultar vinculante sino en el supuesto de que las estructuras intencionales no pudieran ser suficientemente expresadas mediante variables de comportamiento. Hasta el momento no se ha conseguido, desde luego, una traducci�n de los enunciados sobre intenciones a enunciados sobre comportamiento tal que unos y otros resulten sin�nimos ^*. Y en las ciencias sociales no cabe duda de que �los supuestos legales han de ser 33. Popper, The Poverty of Historicism (trad. cast. "La miseria del historicismo"), loe. cit., p�g. 155. 34. Cfr. Rudolf Carnap, Meaning and Necessity, 3.' ed., Chicago 1960 y el anexo. La explicaci�n carnapiana de las "believe-sentences" es convincente si

298 Harald Pilot formulados con vistas a la covariancia de dimensiones inteligibles... � ^^ Pero de ello s�lo se desprende una restricci�n de la generalidad de las hip�tesis socio-cient�ficas en el supuesto de que sea posible una �equivocaci�n con el lenguaje en cuanto a tal�^^ es decir, en el caso de que pueda ser ideol�gicamente canalizada la comprensi�n de los s�mbolos. Llegados a este punto resultan, pues, inevitables las consecuencias esc�pticas. �En qu� medida vincula, de todos modos, el car�cter espec�fico del �mbito objetual de las ciencias sociales a reglas metodol�gicas que hacen dependiente el propio proceso de la investigaci�n del contexto social? las reglas de un lenguaje artificial, tal y como �l las introduce, pueden ser aceptadas. De todos modos, incluso para un lenguaje artificial de este tipo viene presupuesto el lenguaje com�n u ordinario, dado que las reglas de correspondencia para la traducci�n al lenguaje artificial han de ser fijadas con la ayuda del lenguaje ordinario. La estructura intencional de los enunciados s�lo resulta expresable mediante disposiciones. De este modo pueden ser, sin duda, formuladas hip�tesis acerca del contenido significativo de tales o cu�les enunciados para una persona, pero no alcanza a verse c�mo puede ser determinado el exacto contenido intencional sin una similar comprensi�n de la pregunta "�Crees, que p?". En cuanto a la similar comprensi�n de los s�mbolos, o bien ha de darse por supuesta, o bien la traducci�n s�lo puede conseguirse aproximadamente. Me parece, de todos modos, que una estrategia "behaviorista" de la investigaci�n resulta posible incluso en aquellos casos en los que las estructuras intencionales no pueden ser plenamente aprehendidas. Porque las prognosis relativas al comportamiento futuro no presuponen sino una relaci�n si-entonces entre el comportamiento veibal y los "efectos de la acci�n" pronosticados. 35. Habermas, Zur Logik der Sozialwhbenschaiten ("La l�gica de las ciencias sociales"), loe. cit., p�g. 65. La argumentaci�n de Habermas a prop�sito de la funci�n de la comprensi�n en el proceso de la investigaci�n encierra, en mi opini�n, una contradicci�n evidente. Opone, con raz�n, al trabajo de Theodor Abel The Operation Called Verstehen (en: Hans Albert compil.: Theorie und Realit�t, Tiibingen 1964) que la comprensi�n no viene a referirse a las relaciones entre hechos sociales, sino s�lo a �stos mismos: "La sociolog�a comprehensiva. . aspira a comprender con fines anal�ticos en la medida, �nicamente, en que los supuestos legales han de estar formulados en orden a la covariancia de dimensiones inteligibles � pero en lo que a la forma l�gica del an�lisis de legalidades de la acci�n social concierne, la operaci�n de la comprehensi�n es indiferente" (ib�d., p�g. 65). En la discusi�n con el funcionalismo defiende, por el contrario, la tajante tesis de que las relaciones entre hechos sociales tambi�n deber�an ser inteligibles: "El sentido que se ha comprendido en la acci�n y que ha venido a objetivarse tanto en el lenguaje como en las acciones se transmite de los hechos sociales a las relaciones entre hechos: no existe ninguna uniformidad emp�rica en el �mbito de la acci�n social que por mucho que no haya sido comprendida, no resulte inteligible. Ahora bien, si los covariantes afirmados en las hip�tesis legales han de ser significativos en dicha intelecci�n, deben ser concebidos, ellos mismos, como parte de una trama intencional" {ib�d., p�g. 81). 36. Ib�d., p�g. 178.

La filosof�a de la historia... La acci�n social viene regida por regias. Las reglas no pueden ser, sin embargo, determinadas sino con la ayuda de las expectativas de comportamiento que se dan en un grupo de referencia. Estas' expectativas apuntan a un comportamiento futuro que en cuanto a tal no resulta observable. De ah� que no puedan ser aprehendidas tampoco por �ste. Antes bien habr�n de ser preguntados los miembros de un grupo de referencia por sus expectativas. Sus respuestas ser�n, sin embargo, respuestas concernientes a un com.portamiento futuro. Pero versar�n sobre algo, ser�n enunciados s o bre hechos y no ellas mismas hechos. Si quiere pronosticar acciones, una teor�a de la acci�n social habr� de combinar asimismo el �mbito de las interviews con el del comportamiento manifiesto. Combinaci�n que �nicamente podr� efectuarse bien a base de concebir el preguntar por las expectativas de comportamiento como relaci�n comportamental, bien proyectando tanto la interview como el �comportamiento� prognosticado a un nivel inteligible. En el primer caso, el lenguaje ser� reducido �behavioristamente� a comportamiento verbal, en e� segundo, en cambio, incluso los efectos de la acci�n habr�n de resultar inteligibles, explicitables �hermen�uticamente �. A esta alternativa obliga la regla l�gica de tipos. A tenor de �sta, los' enunciados sobre comportamiento futuro no pueden ser unidos hipot�ticamente a este comportamiento mismo. Porque esta relaci�n deber�a ser formulada en hip�tesis, cuyo camipo objetual acoger�a enunciados y hechos '^. Si las hip�tesis sociocien t�ficas se refieren de manera �behaviorista � a un dominio objetual del comportamiento, entrar�n expectativas de comportamiento como relaciones del �comportamiento verbal�. La experiencia comunicativa de la interview es aprehendida mediante hip�tesis ling��sticas, por medio de las que las normas de la acci�n se expresan en probabilidades del comportamiento verbal y pueden ser vinculadas mediante hip�tesis socio-cient�ficas a los efectos observables de la acci�n. Las hip�tesis socio-cient�ficas vinculan, pues, el �comportamiento verbal� a los efectos reales de la acci�n de un grupo de referencia. Se obtiene as� un dominio objetual unitario en el que todas las relaciones hipot�ticas pueden 37. Cfr. Ib�d., p�g. 67. No deja de resultar, en todo caso, problem�tica ia tesis de que la suma de problemas de las estructuras enunciativas reflexivas (que se mostraba en las antinomias l�gicas) pueda ser allegada sin m�s a los problemas de constituci�n del campo objetual de las ciencias sociales. Como los giros reflexivos no resultan casi nunca evitables, la necesidad de tma separaci�n estricta entre nivel-objeto y meta-nivel a�n ha de ser probada. (Cfr. a este respecto Popper, Self-Reference and Meaning in Ordinary Language, en Conjectures and Refutations �trad. cast. "El desarrollo del conocimiento cient�fico" loe. cit.�, London y New York 1962, p�gs. 304-311.)

300 Harald Pilot ser contrastadas mediante observaciones. Lo t�nico que sigue resultando problem�tico es la ordenaci�n del comportamiento a las estructuras intencionales que vienen a expresarse en �l. Esto resulta v�lido, sobre todo, para las hip�tesis ling��sticas. �stas exigen reglas de correspondencia para traducir significados a probabilidades del comportamiento verbal. Estas rcg'as se mueven, sin embargo, al nivel del lenguaje ordinario, dado que las propias reglas de un lenguaje artificial, de acuerdo con las que resultar�an aprehensibles las expresiones ling��sticas ordinarias a tenor de un comportamiento verbal, habr�an de dar, a su vez, por supuesta la traducci�n a partir de un lenguaje ordinario. El regreso infinito de metalenguajes s�lo puede evitarse siendo el lenguaje ordinario el �ltimo metalenguaje. En tal caso, sin embargo, los procesos de comprensi�n que discurren al nivel del lenguaje ordinario determinan tambi�n la operacionalizaci�n de las disposiciones de comportamiento que vienen contenidas como �conceptos teor�ticos� en las hip�tesis ling��sticas. En el caso de los enunciados del tipo �X cree (o: espera, opina, conf�a), que p�, si buscamos el comportamiento verbal expresado con exactitud suficiente mediante �creer�, habremos de partir siempre de una previa comprensi�n de �creer� ^*. La operacionalizaci�n de los �conceptos teor�ticos� implica, en virtud de estas dificultades de traducci�n, una �comprensi�n previa � de las estructuras intencionales que deben ser aprehendidas en el comportamiento. Pero esta �comprensi�n previa� no puede efectuar una restricci�n en la validez de las hip�tesis sobre relaciones de hechos sociales, sin expresarse a su vez en la estructura l�gica de las mismas. Si la �comprensi�n previa� limita la validez de las hip�tesis, de acuerdo con las reglas metodol�gicas de la teor�a anal�tica de la ciencia tambi�n puede recusarse una hip�tesis. Porque o bien es la �comprensi�n previa� id�ntica para el antecedente y el consecuente de la hip�tesis, en cuyo caso la relaci�n entre ambos puede ser sometida a test, o bien la �comprensi�n previa� de ambos t�rminos no se da a la vez, en cuyo caso puede ser rechazada. En este caso s�lo resultan posibles las siguientes valoraciones de ios miembros de la relaci�n: 38. Cfr. Camap, loe. cit., On Belief-Sentences, p�g. 230: "It seems best to reconstruct the language of science in such a way, that teims like... �belief� in psychology are introduced as theoretical construct rather than as intervening variables of the observation language. This means that a sentence containing a term of this kind can neither be translated in to a sentence of the language of observables �or deduced from such sentences, but a best inferred with high probability". Este hecho obliga al uso heur�stico de la "comprensi�n previa" en las ciencias sociales.

La filosof�a de la historia... a) F-V; las condiciones iniciales pueden ser, en este supuesto, irrealizables, o el propio antecedente es un concepto contradictorio, cosas que pueden ser, ambas, evitadas con alg�n cuidado. b) V-F; en tal supuesto la hip�tesis res-ulta siempre falsable. (La estructura epistemol�gica de esta refutaci�n, posiblemente complicada, no tiene por qu� ser vista aqu� m�s a fondo.) c) F-F; vale, en este caso, lo dicho respecto de a) para el antecedente. De ah� que la diversidad de �comprensiones previas� no pueda decidir jam�s inadvertidamente acerca de la verdad y falsedad de las hip�tesis. Aun cuando es necesaria una �comprensi�n previa� para la operaci�nalizaci�n, no dejan, pues, de resultar posibles teor�as socio-cient�ficas generales en las que no venga contenida ninguna determinaci�n ideol�gica. Esto es as� en tanto, �nicamente, que las relaciones entre hechos sociales no necesiten ser determinadas asimismo mediante una �comprensi�n previa�. Si se mostrara, por el contrario, que tambi�n las relaciones han de ser inteligibles, el car�cter de las hip�tesis habr�a de transformarse a tenor de las respectivas �comprensiones previas�. Con lo que no cabr�a excluir de modo seguro ni siquiera una posible desfiguraci�n ideol�gica de la propia operacionalizaci�n de las hip�tesis � de no poderse efectuar una investigaci�n de la correspondiente �comprensi�n previa� en sus propias implicaciones ideol�gicas. Pues bien, Habermas afirma tanto que �la estructuraci�n signi ficante de los hechos con que ha de hab�rselas la sociolog�a com prehensiva no permite una teor�a general de la acci�n social sino en la medida en que las relaciones existentes entre los hechos re sulten igualmente comprehensibles� ^'' como que esta consecuencia se desprende necesariamente de la estructura del �mbito objetual de las ciencias sociales. La interrelaci�n rec�proca entre lenguaje y praxis postula, en efecto, un contexto universal inteligible, dentro del que vengan determinadas todas las reglas. Las reglas cambian su sentido al ser traspasadas a otros contextos, con lo que no pue den ser determinadas de modo suficiente con el solo recurso al

comportamiento; porque este es mult�voco respecto de los signi ficados, significados que le son allegados en virtud de determina ciones context�ales diferentes. Claro que si las reglas vienen, en este sentido, determinadas contextualmente, depender�n del respectivo contexto pr�ctico en 39. Habermas, loe. cit., p�g. 87.

302 Harald Pilot el que se den � y con ello tambi�n de las desfiguraciones ideol� gicas que las estructuras de dominio van infiltrando en la acci�n. Pero �c�mo fundamentar semejante tesis? �Por qu� han de depen der las reglas ling��sticas �de la praxis en virtud de su propio sen tido inmanente ...�?*" Habetmas parte de la afirmaci�n de que el programa de un lenguaje artificial resulta irrealizable desde el momento en que las reglas de formaci�n no pueden ser formuladas, a su vez, sino en lenguaje com�n u ordinario. Este lenguaje com�n es, por ello, el �ltimo metalenguaje y no puede ser transmitido, estudiado ni entendido sino a trav�s de s� mismo. Lo cual significa, sin embargo, que: �como el lenguaje com�n es el �ltimo metalenguaje, contiene en si mismo la dimensi�n en la que puede ser aprendido; con lo que no es solamente lenguaje, sino tambi�n praxis. Esta interrelaci�n es l�gicamente necesaria; de lo contrario, los lenguajes comunes estar�an herm�ticamente cerrados; no podr�an ser transmitidos� ". Habermas argumenta por reductio ad absurdum: en el supuesto de que el lenguaje no estuviera vinculado a la praxis, las reglas no podr�an ser ni siquiera explicitadas, ya que el lenguaje quedar�a encerrado en el c�rculo de sus propias reglas. Ocurre, sin embargo, que el lenguaje es explicitable. Pero de ello no se desprende necesariamente que venga referido a la praxis, dado que el c�rculo de las reglas ling��sticas tambi�n puede deshacerse si las reglas le est�n �presentes� al lenguaje en otra �dimensi�n exterior�: en el comportamiento. Ambas dimensiones son, al menos, l�gicamente equivalentes; la decisi�n a favor de la referencia pr�ctica no es l�gicamente motivable, aunque tampoco puede ser refutada por v�a l�gica *^. En todo caso, para Habermas el lenguaje viene necesariamente referido a la acci�n y no solamente al comportamiento. Esto le pone en dificultades nada desde�ables, aunque alcance a fundamentar por qu� han de ser inteligibles tambi�n las relaciones entre los hechos sociales. Lenguaje y acci�n forman un sistema unitario de reglas, cuyos diversos miembros deben ser determinados por el contexto global. El sentido de las reglas no \iene, pues, a depender exclusivamente del contexto moment�neo de la acci�n y de la co 40. Ib�d., p�g. 139. 41. Ibid., p�g. 142. 42. Porque la resoluci�n de un c�rculo (o de la regresi�n infinita de metalenguajes) no se sigue de �ste mismo. En nuestro caso a�n queda, de todos modos, la posibilidad de acabar con dicho c�rculo mediante una referencia al comportamiento. Posibilidad que no puede ser excluida mediante una simple alusi�n a otra.

La filosof�a de la historia... municaci�n, sino asimismo de procesos ya consumados de intemalizaci�n de las normas, de procesos de socializaci�n que ya han tenido lugar. Esto vale tambi�n para las hip�tesis nomol�gicas. La comprehensi�n misma es un proceso simulado de aprendizaje, que consuma una socializaci�n virtual. Pero como �sta a su vez viene determinada por las normas efectivamente internalizadas, la comprehensi�n no puede consumarse sino al modo de integraci�n del sistema de normas que ha de ser comprehendido en el sistema internalizado mediante una socializaci�n ya consumada en el pasado. Las normas internalizadas de los anteriores procesos de socializaci�n determinan la comprehensi�n de nuevas normas, que reobran, a su vez, sobre ellas. De ah� que toda comprensi�n dependa de un �prejuicio�, resultante de los anteriores procesos de socializaci�n; �stos dependen, de todos modos, de las tradiciones espec�ficas en las que se ha formado el que ha de comprehender � y, por supuesto, tambi�n de sus deformaciones ideol�gicas. Como la comprehensi�n viene unida, pues, a anteriores procesos de socializaci�n, es decir, a un prejuicio, un prejuicio que se da en �a correspondiente tradici�n, el �prejuicio� habr� de ser captado reflexivamente y convertido as� en no perjudicial. Ello se hace con ayuda del m�todo hermen�utico. Pero una pura hermen�utica �trasmuta el conocimiento de la estructura del prejuicio de la comprehensi�n en una rehabilitaci�n del prejuicio como tal� *'. En las reglas del lenguaje viene, no obstante, a articularse asimismo una fuerza coactiva en cuyas consecuencias l�gicas no puede penetrar la hermen�utica pura: �El lenguaje como tradici�n... es dependiente, a su vez, de procesos sociales que no son asumidos en contextos normativos. El lenguaje es tambi�n un medio de dominio y de poder social�". A la hermen�utica no le es posible captar este momento del lenguaje porque puede, sin duda, integrar una norma ling��stica en otra, pero no reconocer su vinculaci�n a coacciones de la naturaleza. De ah� el car�cter ideol�gico de la hermen�utica pura. Car�cter que s�lo resulta evidente, de todos modos-, cuando la �comprensi�n previa� (prejuicio) es referida a las coacciones objetivas, de las que en ocasiones depende. Estos imperativos �nicamente pueden ser abarcados, en cuanto a tales, mediante los m�todos objetivadores de la teor�a anal�tica de la ciencia; la intervenci�n hermen�utica no podr� sino disolverlos en fen�menos de consciencia. Ahora bien: para que las reglas metodol�gicas de una hermen�utica libre de con 43. Ibid, p�g. 174. 44. Ib�d.. p�g 178.

304 Harald Pilot taminaci�n ideol�gica pudieran aprehender tales coacciones o imperativos de la naturaleza, las reglas de la teor�a anal�tica de la ciencia deber�an serles sumadas. El enunciado completo de las reglas metodol�gicas de la hermen�utica deber�a ser compatible con todas las reglas de la teor�a anal�tica de la ciencia. Y esto tiene validez, sobre todo, para el postulado de la generalidad. Una hermen�utica que no pudiera dar paso a las teor�as generales de la acci�n social, ser�a sospechosa de ideolog�a. Porque �nicamente al precio de tener que dar la luz verde a toda �comprensi�n previa� �incluso la impuesta coactivamente� podr�an ser mantenidas las objeciones contra el m�todo emp�rico-anal�tico en las ciencias sociales. La cr�tica de Habermas a la hermen�utica ser� v�lida siempre que le sea efectivamente posible aducir al menos una comprensi�n previa que posea estructura ideol�gica. Cosa que no parece, sin embargo, factible, sino en el caso de que tambi�n resulte objetivable el imperativo del que emana. La cr�tica a la hermen�utica presupone, pues, las reglas de la teor�a anal�tica de la ciencia y, especialmente, el postulado de generalidad. Por otro, sin embargo, la cr�tica a teor�as generales de acci�n social parte, asimismo, del supuesto de que tambi�n respecto de las relaciones entre hechos ha de ser aceptada una �comprensi�n previa� con rasgos ideol�gicos. La cr�tica habermasiana a la teor�a anal�tica de la ciencia presupone la estructura no ideol�gica de la hermen�utica, su cr�tica a la hermen�utica, por el contrario, la validez no ideol�gica de hip�tesis generales (la generalidad es la condici�n de su testabilidad) y, en cons-ecuencia, la validez de la teor�a anal�tica de la ciencia. Ambas cr�ticas se excluyen, pues, entre s�. Esta contradicci�n de la cr�tica radica, por supuesto, en -una disyunci�n incompleta, dado que los presupuestos de ambas cr�ticas podr�an diferir de los m�todos criticados. En cuyo caso las estructurasideol�gicas deber�an poder ser mostradas independientemente de ambas con ayuda del inter�s cognoscitivo emancipatorio. Lo cual da, sin embargo, por supuesta su legitimaci�n independiente. Pero como el contexto de las reglas de una sociedad determina cualquier estructura, tambi�n toda realizaci�n de este inter�s deber� estar sometida a las deformaciones vigentes para las reglas criticadas. La cr�tica de Habermas parte, pues, del supuesto b�sico de un inter�s por la emancipaci�n �no contaminado de ideolog�a �; por otra parte afirma que en tanto las deformaciones ideol�gicas de la sociedad criticada no son eliminadas o por lo menos netamente percibidas, este inter�s no es en modo alguno real: �...por un lado no cabe penetrar en la dogm�tica de la sociedad ya transcurrida smo en la medida en que el conocimiento puede ser deci

La filosof�a de la historia... didamente guiado por la anticipaci�n de una sociedad emancipada y por la realizada plenitud de todos ios hombres; al mismo tiempo, sin embargo, este inter�s exige, por el contrario, el conocimiento culminado de los procesos de la evoluci�n social, porque s�lo en ellos se constituye como tal inter�s objetivo�". Incluso en el supuesto de que el inter�s cognoscitivo emancipatorio pudiera ser legitimado, ser�a preciso preguntarse de qu� modo y por qu� v�a resultar�a posible criticar la teor�a anal�tica de la ciencia. Porque para ello a�n ser�a necesario probar que el inter�s emancipatorio del conocimiento precede en rango al tecnol�gico. Semejante superioridad es la que permitir�a restringir el postulado de generalidad de la teor�a anal�tica de la ciencia. De todos modos, ima exigencia tan rigurosa como �sta s�lo puede prevalecer en el caso de que el inter�s tecnol�gico del conocimiento no s�lo presuponga el emancipatorio, sino que lo implique. Porque s�lo entonces pueden ser reducidos por necesidad l�gica todos los resultados obtenidos mediante las reglas metodol�gicas del inter�s tecnol�gico del conocimiento a las condiciones del emancipatorio. �nicamente de este modo ser�a posible inferir por modus tollens de una desfiguraci�n ideol�gica de la condici�n necesaria (del inter�s emancipatorio) a la suficiente (del tecnol�gico). Con lo que si unas hip�tesis fueran contradictorias respecto del inter�s emancipatorio, podr�an ser, a tenor de ello, rechazadas, ya que su validez depender�a de su �posibilidad�. (Si di�ramos, por el contrario, en invertir la relaci�n l�gica y concibi�ramos el inter�s tecnol�gico como condici�n necesaria del emancipatorio, con el inter�s tecnol�gico vendr�a a ser asimismo independiente la objetividad de las ciencias sociales emp�ricas respecto del inter�s emancipatorio. Ahora bien: en este caso la cr�tica de Habermas ya no ser�a vinculante".) La cr�tica de Habermas al m�todo emp�rico-anal�tico da, en consecuencia, por supuesto, que el inter�s emancipatorio del conocimiento es, cuanto menos, una condici�n necesaria de la objetividad emp�rica y que, a tenor de ello, tiene que haber sido ya realmente consumado, siempre, en el conocimiento emp�rico cristalizado. Pero 45. Habermas, Theorie und Praxis, loe. cit., p�g. 239. 46. Habermas no ha procedido a clarificar expl�citamente las relaciones l�gicas entre los intereses cognoscitivos. Tal y como se expresa en Erkenntnis und Interesse ("Conocimiento e inter�s") no me parece err�neo inferir que el inter�s emancipatorio es preeminente respecto del tecnol�gico. En todo caso, una cr�tica vinculante ha de acreditar dichas relaciones l�gicas. Las relaciones l�gicas entre los intereses deber�an ser, de todos modos, investigadas m�s detenidamente con ayuda de la "l�gica de�ntica". 20. � POSITIVISMO

306 Harald Pilot como el inter�s por la emancipaci�n y madurez exige que pueda accederse a conocimiento no desfigurado (no ideol�gico) por la v�a de un �di�logo de dominaciones�", nos encontramos con que es necesario que un di�logo de este tipo, y, con ello, una �objetividad emancipatoria� de los an�lisis emp�ricos resulten imaginables, cuanto menos, inclus'o en el marco de una sociedad ideol�gicamente conformada. En cuyo caso, sin embargo, las reglas metodol�gicas no pueden estar, en cuanto a tales, ideol�gicamente desvirtuadas; tal cosa s�lo podr� predicarse v�lidamente del uso de las mismas ^^ Si de lo que se trata es, pues, de criticar este uso, el �di�logo libre de dominaciones� habr� de ser real en la cr�tica, ya que de lo contrario ella misma vendr�a sujeta a la sospecha de ideolog�a: sus criterios o patrones de medida podr�an expresar una desfiguraci�n ideol�gica. Pero como la cr�tica no puede incidir sobre las reglas metodol�gicas, sino �nicamente sobre el uso de �stas, ser� condici�n suya, incluso, que el �di�logo libre de dominaciones de los investigadores� sea real y efectivo. Porque s�lo as� ser� posible distinguir los resultados ideol�gicos de la investigaci�n respecto de los otros. Pero �sta no es una condici�n operante s�lo en lo que a la cr�tica posible de las teor�as emp�ricas concierne, sano que es una condici�n, asimismo de la filosof�a de la historia en sentido pr�ctico. Porque el inter�s por la emancipaci�n no viene a imponer �un campo, sino un punto de vista�'". Los objetivos centrales de la acci�n, en orden al contenido de la misma, los medios para realizarlos y las eventuales consecuencias secundarias no vienen a dibujarse, con la ayuda de este punto de vista, sino a partir del acopio de hip�tesis testadas. Ahora bien: de poder estar, a su vez, ideol�gicamente desfigurada la validez de estas hip�tesis (que depende de la decisi�n de la comunidad de investigadores), y de poder venir representadas �ideol�gicamente� las relaciones entre los hechos sociales en la teor�a, nos encontrar�amos, bien con que los medios y consecuencias secundarias dejar�an de resultar testables en cuanto a su contenido ideol�gico, bien con que el propio punto de vista se convertir�a en la condici�n de la �validez�. En cuyo caso el �inte 47. Cfr. Habermas, Erkenntnis und Interesse ("Conocimiento e inter�s") loe. cit., p�g. 1.151. 48. Habermas insiste �^y, por supuesto, con toda raz�n� en que en las actuales instituciones el di�logo libre entre los investigadores s�lo es real muy parcialmente. Porque para un uso libre de las reglas metodol�gicas se precisan tambi�n instituciones para la investigaci�n organizadas democr�ticamente, instituciones que en la universidad actual no se dan de manera general. 49. Habermas, Theorie und Praxis loe. cit., p�g. 289.

La filosof�a de la historia... res por la emancipaci�n� habr�a de hacer posible la distinci�n entre la validez �ideol�gicamente� determinada y la �validez emancipatoria �. Con lo que el punto de vista ut�pico decidir�a sobre la estructura de los hechos y de sus relaciones �� en lugar de hacerlo las ciencias emp�ricas. Si la discusi�n de los investigadores es, por el contrario, ima anticipaci�n real del �di�logo libre de dominaciones�, sus condiciones iniciales conformadas �ideol�gicamente� pueden no cerrar el camino a una teor�a general de la acci�n social, pero, por otro lado, pueden ser aisladas tambi�n mediante la reflexi�n cr�tica y eliminadas, en lo posible, mediante la praxis. �No obliga esto a Habermas a renunciar a ima rehistorificaci�n universal de la sociolog�a? Sin embargo, no viene a orientarse precisamente a tenor de la posibilidad de un �di�logo libre de dominaciones� en una sociedad ideol�gicamente conformada. Pero �c�mo imaginar si no el �inter�s por la emancipaci�n�? �El inter�s por la madurez y emancipaci�n no es algo en lo que simplemente quepa pensar; puede ser aprehendido a priori. Lo que nos alza sobre la naturaleza es, precisamente, ese hecho, el �nico, que podemos conocer a tenor de su propia naturaleza: el lenguaje. Con su estructura nos viene dada la emancipaci�n. Con la primera frase queda pronunciada de manera inconfimdible la intenci�n de un consensus general y no obligado. La emancipaci�n es la �nica idea que podemos poseer en el sentido de la tradici�n filos�fica� �. El inter�s por la emancipaci�n resulta perceptible como mera intenci�n. La idea de un consensus ajeno a toda coacci�n se justifica en su anticipaci�n: en la comunicaci�n ling��stica. La comprensi�n de una frase no puede ser arrancada a la fuerza; la comunicaci�n ling��stica s�lo es posible cuando todo dominio es puesto, al menos parcialmente, fuera de juego. Como el lenguaje viene, no obstante, determinado asimismo por el contexto de la acci�n, en una sociedad desfigurada por toda clase de coacciones y dominios est� expuesto de manera constante a deformaciones ideol�gicas. A pesar de su intenci�n hacia una total ausencia de coacciones, en una sociedad no emancipada la comunicaci�n ling��stica viene caracterizada por las huellas de la violencia. De ah� que �s�lo en una sociedad emancipada, que hubiera 50. Habermas, Erkenntnis und Interesse, loe. cit., p�g. 1.150 y ss.

308 Hara�d Pilot hecho ya posible la plenitud y madurez de sus miembros, podr�a haberse desarrollado la comunicaci�n hacia ese di�logo no coaccionado de todos con todos en el que siempre hemos inspirado tanto el modelo de una identidad rec�procamente formada del yo, como la idea de la armon�a verdadera�^. Este giro permite dos interpretaciones diferentes, correspondientes asimismo a dos posiciones no comunes en el plano de la cr�tica de las ideolog�as, que ponen en peligro el enfoque de Habermas. Puede, en efecto, significar que en una sociedad no emancipada �el di�logo libre de dominaciones� no ser� nunca ese di�logo de �todos con todos�, pero que no por ello resulta imposible como tal di�logo �di�logo libre, incluso, de deformaciones ideol�gicas�, dentro, desde luego, de unas condiciones estrictamente delimitadas; pero tambi�n puede, contrariamente, significar que en una sociedad no emancipada la desfiguraci�n ideol�gica es universal, y que lo es hasta el punto de englobar la propia idea de madurez y emancipaci�n. En el primer caso la idea de emancipaci�n puede constituir un principio de la filosof�a de la historia en sentido pr�ctico; en el segimdo, en cambio, las consecuencias esc�pticas resultan inevitables. De acuerdo con la primera interpretaci�n se desprenden las siguientes consecuencias respecto de la filosof�a de la historia en sentido pr�ctico: 1. En la discusi�n �libre de coacciones� de la comunidad de investigadores deben ser formadas y contrastadas emp�ricamente hip�tesis que vengan tanto a describir los hechos sociales como a determinar, mediante explicaciones, las relaciones existentes entre los mismos. En el contenido emp�rico de tales hip�tesis tambi�n figuran, como es obvio, aquellos hechos y relaciones cuya estructura es �contradictoria� respecto del �inter�s por la emancipaci�n�. Los contenidos de las teor�as socio-cient�ficas �contradicen�, en consecuencia, las condiciones necesarias de su validez. Esta clase de �contradicciones� salta a la vista, dado que las instituciones que enmarcan la investigaci�n han de garantizar un di�logo libre, en tanto que las tendencias de la sociedad �contradicen� dicho di�logo. Pero como las instituciones constituyen tambi�n una condici�n de validez, la �objetividad� de la toma de posici�n teor�tica (de la que depende la validez) implica un inter�s por la transformaci�n de las estructuras ideol�gicas de la sociedad. Este inter�s de los investigadores gira, primariamente, sin embargo, en tomo a la con51. Ib�d., p�g. 1.151.

La filosof�a de la historia... servaci�n y m�xima potenciaci�n de un di�logo �libre de coacciones � ya existente y no en torno a, por ejemplo, su abolici�n con vistas a tal o cual objetivo socio-pol�tico. He ah� por qu� una ciencia libre puede �e incluso debe� operar contra las tendencias reaccionarias presentes en la sociedad sin tener que renunciar a la �neutralidad axiol�gica� que garantiza la �objetividad�. 2. La reflexi�n cr�tica debe incidir sobre la masa de hip�tesis contrastadas de la que en un momento dado se disponga, con la intenci�n, sobre todo, de investigar �en qu� casos los enunciados teor�ticos acogen legalidades invariantes de la acci�n social y en qu� casos no vienen a dar curso de expresi�n sino a relaciones de dependencia cristalizadas ideol�gicamente pero transformables en principio... Aunque, como es obvio, un conocimiento cr�ticamente elaborado de legalidades no puede poner fuera de uso, de este modo, la ley en cuanto a tal� "I Porque a veces la �falsa consciencia� forma parte integrante de las condiciones iniciales de unas hip�tesis. (As� tenemos, por ejemplo, el caso de unas elecciones cuyos resultados expresan un consensus aparente, que se debe, en realidad, a una manipulaci�n dirigida psicol�gicamente. Un consensus conseguido por esta v�a no hunde sus ra�ces en constelaciones objetivas de intereses, sino en una �casual� respuesta provocada. Este consensus aparente se deshace tan pronto como los sujetos son clarificados sobre el mecanismo que lo hizo posible.) Si a las condiciones iniciales de una hip�tesis corresponden interpretaciones de los sujetos actuantes basadas en una deformaci�n ideol�gica, a la reflexi�n le es dado, sin duda, eliminar dichas interpretaciones, pero de este modo deben desaparecer tambi�n las acciones hipot�ticamente necesarias a tenor de las hip�tesis. Ahora bien, como no todas las coacciones extemas que se reflejan en las interpretaciones subjetivas de una situaci�n pueden ser superadas con ayuda de la reflexi�n, la posibilidad de semejante superaci�n por v�a reflexiva habr� de ser confirmada mediante test. Dado que la incidencia de las coacciones externas en las interpretaciones subjetivas viene asegurada, a menudo, por determinadas instituciones, habr� de ser especificada, en cada caso, la instituci�n mediante la que se perpet�a la coacci�n. Para ello no basta, como es obvio, con una situaci�n de contrastaci�n en la que s�lo resulta determinable la posibilidad abstracta de que una interpretaci�n subjetiva himda sus ra�ces en la coacci�n y no en invariantes antropol�gicas; por otra parte, tambi�n es necesario el conocimiento de 52. Ibtd., p�g. 1.147.

310 Harald Pilot las instituciones espec�ficas que canalizan los procesos de estabilizaci�n ideol�gicamente desfigurados. Porque s�lo cuando las instituciones son conocidas pueden ser eliminadas, en el mejor de los casos, mediante una praxis emancipatoria. Semejante contrastaci�n de las interpretaciones abrir�a el camino tanto a una contrastaci�n ideol�gico-cr�tica de las hip�tesis legales (sin restricci�n de la validez) como a un control de la �comprensi�n previa� determinado por la tradici�n, es decir, del m�todo hermen�utico. Puede imaginarse un procedimiento de muestreo al azar, de acuerdo con el que testar, con ayuda de t�cnicas psicoanal�ticas, determinadas hip�tesis �emancipatorias� en lasi que se sostiene la plausibilidad de confiar en la desaparici�n de ciertas condiciones iniciales de las leyes sociol�gicas si se instaura e implanta en la sociedad un proceso educativo de tipo general. De este modo pueden valorarse las posibilidades de una praxis revolucionaria, pero pueden, sobre todo, calcularse mejor las consecuencias secundarias plausiblemente peligrosas. 3. La �libertad estructural de coacciones� de la comunicaci�n ling��stica debe acreditarse como �intenci�n hacia una sociedad emancipada�. Esta �ltima condici�n nos lleva a la segunda y en mi opini�n insostenible interpretaci�n de la �intenci�n emancipadora�. Puede pensarse que ha obligado a Habermas, ante todo, a acreditar el principio regulativo de su filosof�a de la historia de una dial�ctica capaz de reconstruir �lo reprimido a partir de las huellas hist�ricas del di�logo oprimido� ^'. Porque el intento de inferir la idea de la emancipaci�n de las condiciones estructurales del lenguaje, refiri�ndola, al mismo tiempo, necesariamente, a la praxis, desemboca en el siguiente dilema: o bien no cabe aceptar una necesaria referencia de la comunicaci�n ling��stica a la praxis sino cuando resultan posibles �equivocaciones en el lenguaje� y, a�n m�s, �nicamente cuando es posible una �...equivocaci�n con el lenguaje en cuanto a tal� " � o bien hay que renunciar a la necesaria interrelaci�n de ambas. S�lo en el supuesto de que el lenguaje sea, al mismo tiempo, forma de vida, cabe identificar la intenci�n ling��stica hacia la emancipaci�n y madurez con una intenci�n pr�ctica hacia una futura sociedad emancipada'�. En esle caso, sin embargo, el lenguaje participa, indiscutiblemente, de la deformaci�n ideol�gica 53. Ib�d., p�g. 1.151. 54. Habermas, Zur Logik der Sozialwissenschaften, loe. cit., p�g. 178. 55. Por supuesto que puede afirmarse la existencia de una relaci�n entre lenguaje y praxis incluso aun cuando �ste no venga estructuralmente confor

La filosof�a de la historia... de la sociedad en la que es hablado, E incluso la propia idea de emancipaci�n estar�a deformada: en una sociedad no emancipada la idea de emancipaci�n sufrir�a deformaciones ideol�gicas que s�lo podr�an ser evitadas mediante una praxis cr�tica. Juntamente con las deformaciones ideol�gicas de una sociedad emancipada. S�lo en virtud del real di�logo �libre de dominaciones� de todos con todos podr�a llegar a pensarse en la <> verdadera� idea de la emancipaci�n. De lo que evidentemente se deduce que la idea de la emancipaci�n no puede iniciar de manera inmediata una praxis cr�tica, dado que ella misma est� expuesta a la sospecha de ideolog�a. En cuyo caso, pues, no tendr�a que consumarse �dial�cticamente� la interpretaci�n de la realidad tan s�lo, sino asimismo la anticipaci�n de la emancipaci�n futura. Una filosof�a de la historia cuyo principio regulativo hubiera de acreditarse por esta v�a dial�ctica una �dia l�ctica de la raz�n ut�pica�. �Es posible �sta? En el supuesto de que el principio regulativo de la filosof�a de la historia est�, a su vez, �dial�cticamente� estructurado, nos encontramos ante el siguiente dilema: 1. O bien su dial�ctica no es contingente, sino estructura universal del pensamiento, 2. O bien su dial�ctica es contingente y descansa sobre la deformaci�n ideol�gica. En el primer caso, el supuesto previo de Habermas se ver�a contradicho y es de suponer que quedar�a abierto el camino a una metaf�sica de la historia de cu�o apriorista. mado de manera ideol�gica. En tal caso, sin embargo, es de suponer que no podr� evitarse que, en consecuencia, las reglas del lenguaje vengan a estabilizar relaciones de dominio existentes, dado que las reglas del lenguaje no resultan separables de las de la praxis. Esta reflexi�n orienta la cr�tica a Ludwig Wittgenstein, cuya frase "La filosof�a no puede intervemr en modo alguno en el uso efectivo del lenguaje... (la filosof�a) lo deja todo tal y como est�" (Schriften, Frankfurt am Main 1960, p�g. 345) se ha convertido en piedra de esc�ndalo para la teor�a marxista (cfr. Herbert Marcuse, Der eindimensionale Mensch �hay traducci�n castellana de Juan Garc�a Ponce de esta obra de Marcuse con el t�tulo de "El hombre unidimensional", Joaqu�n Mortiz, M�xico 1968�, Neuwied und Berl�n 1967, p�g. 184 y ss.). y, sin embargo, Wittgenstein alcanza a evadirse de la apor�a en la que se pierde una cr�tica ideol�gica "din�mica" al determinar las reglas ling��sticas como formas de vida, haci�ndolas sospechosas, paralelamente, de deformaciones ideol�gicas.

312 Harald Pilot En el segundo, no alcanzar�a a verse ni c�mo pueden ser ciertos a priori los standards de la autorreflexi�n, ni c�mo es posible siquiera el conocimiento. La dial�ctica imiversal del pensamiento queda pr�xima porque el �inter�s por la emancipaci�n� puede ser percibido a priori. De manera que si este inter�s viene estructurado, �l mismo, dial�cticamente y, sin embargo, puede ser percibido a un tiempo a priori, su dial�ctica habr� de ser fijada tambi�n a priori. Ahora bien: una dial�ctica contingente del �inter�s por la emancipaci�n� deber�a implicar tambi�n, a tenor de ello, un a priori contingente. Vamos a dejarlo as�, limit�ndonos a preguntar, simplemente, qu� consecuencias se desprenden de una dial�ctica contingente de este tipo para la filosof�a de la historia en sentido pr�ctico. La �dial�ctica� contingente corresponde a las deformaciones ideol�gicas a que dan lugar las coacciones sociales. La �casualidad� que las provoca pertenece a la organizaci�n del proceso de trabajo. El pensamiento se convierte en �dial�ctico� al ser desfigurado ideol�gicamente. Si esto viene a resultar v�lido, asimismo, para el �inter�s por la emancipaci�n�, la �teor�a cr�tica� comienza a oscilar entre su principio y las relaciones sociales analizadas de acuerdo con ella. La sospecha de ideolog�a pasa a ser reflexiva, vuelve sobre sus propios supuestos y de �stas pasa nuevamente a las condiciones vigentes en la sociedad. Este oscilar lleva a ima regresi�n esc�ptica, incapaz de sosegarse en un determinado conocimiento. A una teor�a como �sta, inequ�vocamente esc�ptica, no le es posible alentar ya una praxis emancipatoria; queda fijada a sus escr�pulos y ha de verse reducida a ellos. Considero que el movimiento de regresi�n esc�ptica s�lo puede ser detenido si el principio regulativo de la filosof�a de la historia es determinado a un tiempo como inter�s �objetivo� y como inter�s por la objetividad: como anticipaci�n verdadera del di�logo libre de dominaciones en la discusi�n de los cient�ficos. Y ello, por supuesto, de acuerdo con xma doble funci�n: por un lado, como inter�s por la estabilizaci�n, reproducci�n y potenciaci�n m�xima de la objetividad cient�fica; por otro, en cambio, como inter�s por la negaci�n pr�ctica de todas las reglas de la acci�n social que vienen a contradecir esta �objetividad�. La rigurosa �orientaci�n cient�fica� del investigador necesita ser asegurada institucionalmente; estos cauces aseguradores dan testimonio del inter�s pr�ctico de la ciencia, de su inter�s pol�tico. Semejante contradicci�n entre un di�logo no coaccionado de los investigadores y las condiciones sociales bien puede, en efecto, no ser ya �dial�ctica� � pero �qu� importa la dial�ctica?

HANS ALBERT BREVE Y SORPRENDIDO EPILOGO A UNA GRAN INTRODUCCI�N Es de suponer que los lectores no prevenidos se asombrar�n de las singulares dimensiones que ha venido a cobrar im volumen como �ste. Todo aqu�l que conozca su historia sabr�, sin embargo, a qu� circunstancias se debe dicha desproporci�n. La discusi�n que aqu� se recoge comenz� en 1961 entre Karl R. Popper y Theodor W. Adorno; la continu� J�rgen Habermas en 1963 con un trabajo al que yo respond� en 1964, a�o en el que todav�a apareci� una r�plica suya a la que, a mi vez, contest� en 1965. En principio el editor no se propon�a otra cosa, seg�n cre� entender, que hacer accesible esta disputa a un c�rculo m�s amplio de lectores. Asent� a este empe�o, procediendo a efectuar algunas modificaciones que ya permit�an entrever tanto la desmesura de proporciones del volumen definido como la progresiva ampliaci�n de su �mbito. La parte contraria no pod�a acceder, como es obvio, a una mera reimpresi�n de sus iniciales aportaciones a la pol�mica, y �ste es otro de los factores a cuya cuenta hay que cargar el retraso en la aparici�n del volumen. Para evitar una nueva dilaci�n he renunciado, de acuerdo con el editor, a redactar el ep�logo que proyectaba, sin sospechar, de todos modos, en el momento de mi renuncia, que uno de los colaboradores del volumen iba a explotar al m�ximo su funci�n de redactor de la �Introducci�n�, agravando as�, en no escasa medida, la citada desmesura. De todos modos, y a la vista del celo desplegado, no puedo evitar, como muchos estar�n ya imaginando, cierta complacencia. Sea como sea: voy a permitirme, antes del pimto final, unas breves observaciones a la cosa. Quiero, en primer lugar, insistir en que no s�lo me ha sorprendido el derroche de p�ginas a que se ha entregado la parte contraria �derroche que, como es obvio, com

314 Hans Albert prendo� sino tambi�n la configuraci�n de los contenidos de las sucesivas aportaciones hechas a la discusi�n inicial; me ha sorprendido, sobre todo, para decirlo mas claramente, la forma relativamente simple en que a pesar de su peculiar y complicada manera de expresarse procede Adorno a reproducir el conjunto de malentendidos que han ido tomando perfil en el �mbito ling��stico alem�n al calor de la controversia general sobre el positivismo abierta por nuestra discusi�n y desarrollada, al menos parcialmente, bajo la influencia de la misma, malentendidos que si no con la simple lectura de las presentes intervenciones en la discusi�n, s� con el estudio de otros trabajos de los protagonistas de la misma, hubieran podido ser evitados desde un principio. Como antes ya Habermas �y, siguiendo sus huellas toda una serie de autores de esta tendencia� Adorno acaba siendo v�ctima de su propio y un tanto diluido concepto de positivismo y de la costumbre �tendenciosa, pero de lo m�s corriente en este pa�s� de integrar bajo dicha categor�a todo lo que le parece criticable. En realidad. Adorno viene a hacer uso en su �Introducci�n� de un m�todo muy extendido en nuestros d�as: sugiere al lector la identidad o al menos el parentesco, en muchos puntos importantes, de la concepci�n a la que �l viene a oponerse en la disputa con un crudo positivismo como el que podr�a quiz� encontrar en ei tr�fico de la investigaci�n cient�ficosocial, o con el positivismo l�gico de la d�cada de los 20 o de los 30, y enuncia sus objeciones contra estas concepciones sin exponer con claridad satisfactoria ni tener suficientemente en cuenta la posici�n del racionalismo cr�tico. Una parte esencial de su argumentaci�n se revela como falta de objeto e incluso tendente a provocar confusiones con s�lo abrir los trabajos m�s representativos de sus interlocutores en esta controversia y leer en ellos lo que �stos han dicho realmente sobre los puntos discutidos. As� ocurre, por ejemplo, con sus objeciones a los criterios positivistas de significado, a la enemiga de la filosof�a de algunos pensadores, a la prohibici�n de toda fantas�a y a otras llamadas normas prohibitivas, al rechazo de la especulaci�n, al postulado de la certidumbre m�s all� de toda duda y de la seguridad absoluta, a la autoridad indiscutible del tr�fico cient�fico y a la ausencia de prejuicios, a la separaci�n estricta entre el conocimiento y el proceso real de la vida y a otras muchas cosas similares'. Casi grotesco parece en este contexto el reproche adorniano de sub 1. En lo concerniente a estos problemas, vid. los trabajos recogidos en el volumen de Popper Conjectures and Refutations (trad. cast. "El desarrollo del conocimiento cient�fico"), Londcn 1963, as� como mi libro: Traktat �ber kritische Vernunft ("Tratado de la raz�n cr�tica"), T�bingen 1968.

Breve y sorprendido ep�logo... jetivismo y la referencia al esse est percipi de Berkeley si se piensa que no es tan dif�cil tomar nota de la cr�tica de Popper a todo ello ^. Recuerdo que Lenin, por ejemplo, sin ser profesor de filosof�a estaba en condiciones de distinguir netamente entre positivismo y realismo. La Escuela de Frankfurt parece tener, por el contrario, grandes dificultades al respecto, cosa que est�, sin duda, harto relacionada con sus tendencias idealistas, tendencias a las que a�n habr� de referirme. Tampoco en lo tocante al problema de la contrastaci�n puedo hacer otra cosa que recomendar una lectura algo m�s detenida de los trabajos en que �sta es estudiada; aparte de que las indudables concesiones que de manera m�s o menos impl�cita vienen haci�ndose a este respecto en los trabajos dados a la luz por mis interlocutores en la presente discusi�n en estos �ltimos tiempos, hacen que apenas tenga que a�adir nada m�s'. Las observaciones de Adorno a prop�sito de la simplicidad y de la claridad poco tienen que ver con lo que sus interlocutores dicen sobre este problema. Como no es infrecuente en esta �Introducci�n�, su autor establece, en lo tocante a este punto, una relaci�n a la que llega m�s por la v�a de una libre asociaci�n que por la del an�lisis de los argumentos correspondientes. Parece claro, por otra paite, que Adorno no ha entendido en modo alguno mi objeci�n a la vinculaci�n conservadora del conocimiento a una �experiencia precedente�� �el momento Inductivista del pensamiento habermasiano�. Interpreta mi alusi�n a la importancia de nuevas ideas de un modo harto apropiado para motivar un completo malentendido en cualquier lector medianamente desprevenido''. Y en lo que a la problem�tica axiol�gica concierne, no estar�a mal que los representantes de la Escuela de Frankfurt discutieran con detalle las soluciones propuestas por sus cr�ticos; alcanzar�an a clarificar, al menos, el grado en que �stas vie 2. Vid., adem�s de los apartados correspondientes en su Logik der Porschung (trad. cast. "La l�gica de la investigaci�n cient�flca") y en el citado volumen de ensayos Conjectures and Refutations, los siguientes trabajos en los que queda totalmente clara su cr�tica al subjetismo en la epistemolog�a, en la teor�a de la probabilidad y en la f�sica moderna: Epistemology without a Knowing Subject, en: Logic, Methodology and Ph�osophy of Science III, van Rootselar y Staal compiladores, Amsterdam 1968; Probability Magic or Knowledge out of Ignorance, en Dial�ctica, vol. II, 1957; Quantum Mechanics without <�the Observer� en: Studies in the Foundations, Methodology and Philosophy of Science, vol. 2, Mario Bunga ed. compilador, Berlin/Heidelberg/New York 1967. 3. Y esto resulta v�lido incluso respecto de la "Introducci�n" de Adorno. Cfr., por ejemplo, la oraci�n subordinada que aparece en la p�g. 11: "a no ser, desde luego, que a uno se le ocurran experimentos especialmente mgeniosos". Sobra todo comentario.

316 Hans Albert nen a estar realmente expuestas a sus objeciones. La tesis de la cosificaci�n, por ejemplo, puede resultar plausible respecto de las formulaciones corrientes de personas que se han ocupado en forma no diferenciada de esta problem�tica; pero bien poco o nada tiene que ver con Max Weber, ni con Karl R. Popper, ni tampoco con las propuestas de soluci�n de los problemas en juego que he formulado yo mismo ^ Es preciso aludir, asimismo, con brevedad forzosa a un punto esencial: el presunto primado absoluto de la l�gica que Adorno se cree en situaci�n de detectar en sus contricantes y las tesis y objeciones que se relacionan con �l. Sobre el papel que juega la l�gica en el racionalismo cr�tico, sus interlocutores en la discusi�n se han expresado con tal claridad que parece ocioso volver sobre ello;' la l�gica es concebida por �stos, fundamentalmente, como organon de la cr�tica. Me atrevo a dudar que Adorno se crea capaz de renunciar a ella a este respecto. Es de suponer que no estar� dispuesto a abolir, de modo general, el principio de no contradicci�n, aunque en su �Introducci�n� se expresa en ocasiones de tal modo que bien cabr�a imaginarlo. Es evidente que no se ha detenido a pensar que una �contradicci�n dial�ctica� en la que vienen a expresarse �antagonismos reales� resultar�a perfectamente compatible, en determinadas circunstancias, con dicho principio. Los resultados de anteriores discusiones sobre l�gica y dial�ctica �por ejemplo, los de la discusi�n polaca� y las propuestas al respecto de sus interlocutores en la discusi�n no parecen interesarle lo m�s m�nimo. Su evidente aversi�n a la l�gica me resulta, dado su origen, perfectamente comprensible. Se trata de esa fatal herencia del pensamiento hegeliano que todav�a hoy juega un papel tan importante en la filosof�a alemana. No s� hasta qu� punto la Escuela de Frankfurt sustenta una concepci�n unitaria al respecto. Puede que a algunos representantes de esta tendencia les resulte cada vez m�s penosa la cansada pol�mica contra la l�gica, la consistencia y el pensamiento deductivo y sistem�tico que en estos �ltimos tiempos gozan de especial favor en c�rculos nada restringidos. Lo que Adorno dice a prop�sito de la posible manipulaci�n po 4. Cfr. p�g. 18. Tambi�n en este punto puedo ahorrarme los comentarios. A�n m�s sorprendente es su reacci�n ante el uso ir�nico de la expresi�n "gran filosof�a" que hace Helmut F. Spinner en un contexto que al lector normal apenas si habr�a de procurarle dificultades de interpretaci�n. Cfr. asimismo p�g. 19. 5. Como me he ocupado con todo detalle de estos problemas renuncio a volver sobre ellos. 6. Vid. a este respecto Popper, Conjectures Refutations (trad. cast. "El desarrollo del conocimiento cient�fico") o mi libro arriba citado.

Breve y sorprendido ep�logo... l�tica del positivismo podr�a ser considerado muy bien como una r�plica a la paralela argumentaci�n de Ernst Topitsch contra la dial�ctica^. Renuncio, por supuesto, a hacer balance al respecto, aunque no creo que fuera temible. Quede apuntado, simplemente, que Adorno se facilita en exceso la cosa, dado que el racionalismo critico al que apunta no es, en modo alguno, una filosof�a apol�tica, como sugiere a sus lectores. En lo que a nuestra pol�mica concierne, sus ataques contra la neutralidad del escepticismo positivista y los abusos ideol�gicos del mismo dan en el vac�o. �Por qu� ese empe�o en fomentar las confusiones cultivadas en la disputa alemana sobre el positivismo por algunos participantes en la misma de informaci�n a todas luces insuficiente? �Resulta �til acaso su estrategia de desdibujar la argumentaci�n opuesta mediante objeciones inadecuadas? No puedo menos de ver en ello una confirmaci�n de lo que muchos de sus cr�ticos censuran a la Escuela de Frankfurt. Una dial�ctica que se cree capaz de renunciar a la l�gica viene, en mi opini�n, a alimentar uno de los rasgos m�s peligrosos del pensamiento alem�n, haci�ndolo, cabe suponer, contra las intenciones de las que parte: la tendencia al irracionalismo. 7. Vid. su escrito Die Soz�alphilosophie Hegels ais Heihlehre und Herrschaftsideologie ("La filosof�a social de Hegel como soteriolog�a e ideolog�a de dominio"), Neuwied/Berl�n 1967.

NOTICIA BIO-BIBLIOGR�FICA DE LOS COLABORADORES DE ESTE VOLUMEN ADORNO, Theodor-Wiesengrund, nacido en 1903 en Frankfurt am Main, Alemania, estudi� filosof�a, musicolog�a, psicolog�a y sociolog�a en las Universidades de Frankfurt y Viena. Se doctor� en 1924 con una tesis sobre Husserl. En 1925 fue alumno de composici�n de Alban Berg. De 1928 a 1932 actu� como director de la revista musical vienesa Anbruch, manteniendo desde 1930 un estrecho contacto con el Instituto de Investigaci�n Social de Frankfurt, fundado en 1924 y dirigido, a partir de 1931, por Horkheimer. En 1931 present� su memoria de oposici�n a c�tedra, en Frankfurt, sobre un tema kirkegaardiano. En 1933 fue privado por el gobierno nazi de la venia legendi, emigrando, en un primer momento, a Oxford. En 1938, se traslad�, junto con otros miembros del Instituto de Investigaci�n Social, a Nueva York, regresando a Alemania en 1949. De 1951 a 1969, a�o en que muri� en Suiza, Adorno ocup� una c�tedra de Filosof�a y Sociolog�a en la Universidad de Frankfurt. Entre 1932 y 1941 colabor� activamente en la famosa Zeitschrift f�r Sozialforschung, �rgano de expresi�n del Instituto de Investigaci�n Social de origen frankfurtiano, cuya direcci�n asumi� en 1951. Entre sus libros destacan; Dial�ctica de la Ilustraci�n (1947), M�nima Moralia (1951), Tres estudios sobre Hegel (1963), La jerga de la autenticidad (1964), Dial�ctica Negativa (1966), etc. Se encuentran en curso de publicaci�n, por la editorial Suhrkamp de Frankfurt, sus Obras Completas. Algunas obras de Adorno han sido traducidas al castellano. ALBERT, Hans, nacido en 1921 en Colonia, Alemania, se doctor� en Ciencias Pol�ticas y Econ�micas en 1952. Hasta 1957, en que ingres� en el cuerpo docente universitario, ocup� un puesto de ayudante en el Instituto de Investigaci�n (Ciencias Sociales y Administrativas) de Colonia. En 1963 pas� a ocupar una c�tedra de Sociolog�a General y Metodolog�a en la Escuela de Econom�a de Mannheim.

320 Bibliograf�a Ha colaborado en el Manual de investigaci�n social emp�rica dirigido por el profesor Konig. Entre sus libros figuran Sociolog�a de mercado y l�gica de la decisi�n (1967) y Tratado sobre la raz�n cr�tica (1968). DAHRENOORF, Ralf, nacido en 1929 en Hamburgo, Alemania, estudi� Filosof�a y Filolog�a Cl�sica en la Universidad de su ciudad natal, entre 1947 y 1952, a�o en que se doctor� en Filosof�a. Ampli� estudios de Sociolog�a, durante dos a�os, en Londres. Dict� cursos, a partir de 1957 �a�o en que pas� al Center of Advanced Study in the Behavioral Sciences de Palo Alto, California� en la Universidad de Saarland. En 1960 acept� una c�tedra de Sociolog�a en la Universidad de T�bingen, pasando en 1966 a la Universidad de Konstanz, de cuya Junta de Fundadores ha sido miembro. Ha dictado numerosos ctursos en universidades norteamericanas y es miembro del Comit� Directivo de la Sociedad Alemana de Sociolog�a. Ha ocupado importantes cargos en la Administraci�n alemana y actualmente en la CEE. Entre sus obras destacan Homo Sociol�gicas (1959), Sociedad y Libertad (1961), Sociedad y democracia en Alemania (1965), Caminos de Utop�a (1967), etc. Algunos de sus libros han sido traducidos al castellano. HABERMAS, J�rgen, nacido en 1929 en Gummersbach, Alemania. Estudios universitarios de Filosof�a, Econom�a, Historia, Literatura Alemana y Psicolog�a. Licenciatura en 1954 con un trabajo sobre Schelling: �El absoluto y la historia�. De 1956 a 1959, profesor ayudante en el Instituto de Investigaci�n Social de Frank�urt, donde colabor� estrechamente con Adorno. Trabajos de Sociolog�a emp�rica. Tesis doctoral (publicada en 1962) sobre el tema: �Evoluci�n estructural de la vida p�blica�. Hasta 1964, en que pas� a ocupar una c�tedra de Filosof�a y Sociolog�a en la Universidad de Frankfurt, ense�� como profesor extraordinario en la Universidad de Heidelberg a iniciativa de Hans-Georg Gadamer y Karl Lowith. En 1968 se traslad� a Nueva York, ocupando la �C�tedra Theodor Heuss� en la ATew Yorker New School for Social Research. Actualmente se dedica a investigaciones epistemol�gicas financiado por el Instituto Max Planck, del que figura como codirector (junto con Cari Friedrich von Weizs�cker). Entre sus obras figuran: �Estudiante y Pol�tica� (1961), Teor�a y Praxis (1963), Conocimiento e inter�s (1968), T�cnica y ciencia como �ideolog�a� (1968), Perfiles pol�tica-filos�ficos (1971), etc.

Bibliograf�a 321 PiLOT, Harald, nacido en 1940 en Rosengerg, Alta Silesia, Alemania. Estudios de Filosof�a, disciplina en la que se licenci� en 1971 con una tesis sobre Popper y Kant. Actualmente prepara su tesis doctoral y ocupa un puesto de profesor ayudante en el Seminario Filos�fico de la Universidad de Hamburgo. POPPER, Karl Raimund, nacido en 1902 en Viena, Austria, en el seno de una familia de juristas de ascendencia jud�a. Estudios de matem�ticas, f�sica, historia de la m�sica, filosof�a y psicolog�a en la Universidad de Viena. En 1930, maestro en Viena, trabajando en la cl�nica infantil de Alfred Adler. En 1935, emigraci�n a Inglaterra. De 1937 a 1945, S�nior Lecturer de Filosof�a en el Canterbury University Cotlege, Christ Church, Nueva Zelanda. De 1945 a 1948, Reader in Logic en la Universidad de Londres, de la que en 1949, y hasta su reciente jubilaci�n, pasa a ocupar una c�tedra de Metodolog�a Cient�fica. De 1945 a 1966, Director del Departamento de Filosof�a, L�gica y Metodolog�a Cient�fica de la London School of Economics. Ha profesado numerosos cursos en universidades americanas. Es miembro de la British Society for the Philosophy of Science, de la Association for Symbolic Logic, etc. Entre sus obras figuran La l�gica de la investigaci�n cient�fica (1.^ ed. 1934), La Sociedad Abierta y sus Enemigos (1945), La miseria del historicismo (1957) y Conjeturas y Refutaciones (1963). Sus obras han sido traducidas al castellano. 21. �POSITIVISMO

�NDICE DE NOMBRES Abel, Theodor: 298 Adorno, Theodor, W.: 7, 8, 11, 13, 20, 23 s., 26 s., 34, 50, 65, 71, 73, 81, 87, 92, 121, 125, 139 ss., 143 ss., 147 s., 150, 152, 155, 159, 163, 176, 182, 185 s., 194, 196, 199, 204 s., 207 s., 221, 225, 253 s., 259, 263, 269, 280, 285, 313 ss., 316 s. Agassi, Josef: 277 Albert, Hans: 9, 11 s., 15, 18 s., 20, 22 s., 29, 34 s., 37, 42, 47, 59, 71, 73, 75, 78 s., 181 s., 186, 189 s., 221 ss., 224, 227 s., 232, 234 s., 239 s., 244 ss., 249, 251 s., 264, 289, 294, 298 s., 313 D'Alembert, Jean le Rond: 63 AUport, F H : 126 Ayer: 56, 77 ' Babbit: 70 Bacon, Francis: 71, 127, 132, 249 Bartley, William Warren: 214, 238 s., 259, 274 ss., 277 s. Baumgarten, Eduard: 142 Benda, Julien: 119 Benjam�n, Walter: 30, 50 Bergson, Henri: 127 Berkeley, John: 16, 315 Boer, Wolfgang de: 208 Borkenau, Franz: 174 Br�cker, Walter: 163 Brunner, Otto: 199 Bunga, Mario: 114, 238, 257, 315 Cantril, Hadley: 126 Carlomagno: 117 s. Camap, Rudolf: 15, 32, 38, 66, 77, 166, 297, 300 Colodny, Robert G.: 254 Comte, Auguste: 44 s., 63, 79, 122 s., Croce, Benedetto: 190 Dahrendorf, Ralf: 8, 11, 13, 33, 42, 77 s., 139 Darwin, Charles: 256 Delius, Harold: 260 Descartes, Rene: 27, 52, 63, 127 Dewey, John: 129, 165 Dilthey, Wilhelm: 151 Durkheim, Emile: 7, 11, 23, 37 s., 73, 75, 88 s., 134, 136 EngeIs, Friedrich: 145

Festinger, Le�n: 236 Feyerabend, Paul K.: 189, 214, 219, 254, 268, 277 Fichte, Johann Gottlieb: 28, 79 France, Anatole: 138 Francis, Emerich: 142 Freud, Siegmund: 58, 68, 95, 126, 247, 256 Freyer, Hans: 25, 157, 179 Fries, Jakob Friedrich: 215 s. Gadamer, Hans Georg: 169, 293 Galilei, GaUIeo: 173, 256 Gehlen, Arnold: 163, 208 Giap: 62 Goethe, Johann Wolfgang: 49 Gomperz, Theodor: 155 Gutman: 62 Habermas, J�rgen: 9, 14, 17, 20, 22 s., 26, 32, 34 s., 38 s., 41 s., 47, 51, 147, 182 ss., 185 ss., 188 ss., 191 ss., 194 ss., 197 ss., 200 ss., 203 ss., 206 ss., 209 ss., 212 ss., 215 ss., 218 ss., 221, 251 ss., 254 ss., 257 ss., 260 ss., 263 ss., 266 ss., 270 ss., 273 ss., 276 ss., 280 ss., 284 ss., 287 ss., 290 s., 293 ss., 298, 301 ss., 304 ss., 307 ss., 310 s., 313 s. Har�, R. M.: 161 s. Hartmann, Nicolai: 162 Hegel, Georg Friedrich Wilhelm: 19, 23, 28, 34, 42, 47, 50, 58 s., 79, 86, 93,

98, 124 s., 128 ss., 132 s., 141 s., 145, 147, 173, 177, 182, 184, 190, 194, 194, 196, 208, 213, 235, 244, 247, 250, 253, 280, 285, 317 Heidegger, Martin: 263 Heinrlch, Klaus: 247 Helvetius, Claude Adricn: 132 Hempel: 56 Herzog, Hertha: 61 Hofmann, 143 Horkheimer, Max: 7, 15, 21, 28, 41, 54, 87, 92, 130, 135, 148, 163, 176, 182, 208 Hume, David: 15 s., 66 s. Husserl, Edmund: 125, 151, 168, 234 Jaerisch, �rsula: 50 Jaspers, Karl: 162 Jen�fanes: 119, 138 Jerzy Lee, Stanislaw: 11 Jord�n, Z. A.: 209, 275 Kant, Immanuel: 27, 32, 43, 66, 79, 86, 130, 133, 141, 213, 234 Kaufmann, Walter: 196 Kempski, J�rgen v.: 186, 190 s., 195 s., 198, 213 Kepler, Johannes: 115 Kierkegaard, Soren: 47 Kinsey, Alfred: 87 Kl�thenbach, Hans: 38 Konig, Rene: 43, 94, 124 Konig, Josef: 260 Kolakowski, Leszek: 209, 283 s. Kraft, Victor: 204, 206, 285 Kraus, Karl: 56 ss. Lamd�, Alfred: 269 Larenz, Karl: 208, 284 Lasson, Georg: 213 Lazarsfeld, Paul: 41 Leibniz, Gottfried Wilhelms: 27 Lenin, Wladimir Iljitsch: 315 Lichtenberg, Georg Christoph: 37 Loedel, Eduardo: 154 Lotze, Rudolf Hermann: 74, 133 Ludz, Peter: 33, 140, 144 Luk�cs, Georg: 57 Mach, Ernst: 15 Mannheim, Karl: 38, 131 s., 158 Marcuse, Herbert: 209, 311 Marx, Karl: 35 s., 53, 75, 132, 144 s., 184, 209, 256 �ndice de nombres

Menger, Karl: 8 Montaigne, Micliel de: 41 Moore, Georgc Edward: 234 M�hlmann, Wilhelm E.: 143 Mussolini, Benito: 41 Myrdal, Gunnar: 176, 178, 205 s. Nagel, Ernest: 147, 186, 198 Nelson, Leonhard: 216 Neurath, Otto: 38, 56, 66, 166 Newton, Isaac: 115, 267 Nietzche, Friedrich: 22, 45, 86, 119 Papp: 56 Pareto, Vilfredo: 17, 31, 41, 131 Parsons, Talcott: 26, 79, 83 Pascal, Blaise: 62 Patzig, G�nther: 260 Peirce, Charles S.: 167 s., 225, 231 Pilot, Harald: 287 Plat�n: 47, 65, 99, 173 Pole, David: 214, 239 Popper, Karl R.: 7, 8, 9, 11, 13, 26, 28 s., 33 ss., 37 ss., 40, 42, 52 s., 56, 66, 71 s., 77 s., 101, 121 ss., 125 ss., 130 ss., 134 ss., 139 ss., 143 s., 145 s., 147, 154, 158 ss., 164 ss., 167 ss., 170, 172, 182, 184 s., 191, 193 s., 196, 199 ss., 202, 204, 210, 212 ss., 217 s., 221 ss., 224 ss., 227 s., 230 s., 232 s., 235 ss., 240 s., 244, 250, 251 ss., 254., 257 ss., 260 ss., 263 s., 267 ss., 270 ss., 273 ss., 276 ss., 280, 287, 290, 295 ss., 299, 313 ss , 316 s. Quine, Willard V. O.: 270 Reichenbach, Hans: 42 Reigrotzki, Erich: 89 Reinisch, Leonhard: 199 Rickert, Heinrich: 122 Robespierre, Maximilien de: 99 Rosermayr, Leopold: 143 Russell, Bertrand: 222 Saint-Simon, Claude H.: 63, 122 Sartre, Jean Paul: 163, 208 s. Scheler, Max: 38,72, 92, 162 Schelsky, Helmut: 43, 69 Scheuch, Erwin: 49, 67 Schiller Friedrich: 58 Schlick, Moritz: 15, 77, 222, 260 Schmitt, Cari: 163, 208 Schmoller, Gustav von: 8

�ndice de nombres Sch�tz, Alfred: 151 Schwartz, Pedro: 186 Simmel, Georg: 17,95, 126 S�crates: 47, 101, 119 Sombart, Warner: 188 Spinner, Helmut F.: 19, 315 Stegm�Uer, Wolfgang: 155 s., 260 Stenius, Erik: 260 Stoltenberg, Hans L.: 143 Streeten, Paul: 178 Szczesmy, Gerhard: 219 Tarski, Alfred: 114, 125, 260 Topitsch, Erast: 165, 204, 206, 209 s., 212, 264, 266, 281, 283 ss., 289 s., 294, 317. Trakl, Georg: 64 Veblen, Thorsten: 124 Waismann: 56, 77 Wasmuth: 62 Weber, Max: 9, 25, 28 s., 46, 67. 71 ss., 82, 133 s., 157, 162, 176, 179, 181, 204, 209, 281, 284, 316 Weimar: 136 Weippert, Georg H.: 140, 142 s. Weisser, Gerhard: 216 Wellmer, Albrecht: 27, 52, 61, 65 s., 76 s., 295 s. White, Morton G.: 236, 252, 270, 274 Wittgenstein, Ludwig: 13, 16, 30 s., 52, .55 s., 63 ss., 76, 155, 162, 212, 222, 2.34, 253, 260, 263, 311.

Esta obra, publicada por EDICIONES GRIJALBO, S. A. , termin�se de imprimir en los talleres de Gr�ficas Diamante, de Barcelona, el d�a 20 de octubre de 1972

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