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El filme comienza del siguiente modo: La cámara avanza desde el nacimiento de un pasillo de baldosas marrón, cuidadosamente lustradas, aunque antiguas. A un costado derecho, apoyadas en una muralla de ladrillos prosaicos, añejos, tres o cuatro bancos ocupados por jóvenes. Éstos se cruzan por una cámara –cuya perspectiva es la que vemos- que avanza lentamente. Los muchachos se sientan, otros se levantan, cargan cuadernos, morrales, algunos estudian, traspasan el margen de los arcos del costado izquierdo, de ladrillo antiguo; la construcción parece ser un monasterio remozado; tras los arcos un cuadrado, al medio una pileta y rodeándola la construcción de arcos. El edificio posee tres plantas, pero la cámara está nada más que cubriendo el pasillo, reptando lentamente hacia delante, indiferente a los bultos que deambulan frente a sí. Se escucha la voz tenue de una mujer creciendo paralelamente al avance de la cámara. Cuenta números. Da la impresión que su rezo ha durado horas. Cinco mil uno. Cinco mil dos. Cinco mil tres. Al final del pasillo, iluminado por los rectos zarpazos de un sol benévolo de primavera, de pronto, se distingue un joven, aún un tanto nebuloso a la perspectiva del lente; su silueta de colores básicos poco a poco va mutando en trazos claros. La voz monódica prosigue el conteo. Cinco mil quince. Cinco mil veinte. El joven viste jeans, zapatos gastados, una camisa de vestir de mangas largas abotonada en el cuello. Es delgado, tiene el pelo rasurado. Mueve sus labios, entrega volantes a los jóvenes que pasan cerca de sí. Pero no los observa. Parece rezar con los ojos abiertos, prendidos en el ángulo de la cámara que se acerca. Cinco mil veinte. Cinco mil veintiuno. Mientras la cámara se acerca – que en realidad es la perspectiva de una persona, la mujer que cuenta con voz de letanía- el volumen de la voz femenina va disminuyendo y va distinguiéndose otra, la del varón que recita un versículo bíblico cuyo contenido aún es un misterio, pues el son de un violín es superpuesto a las frases susurrantes, expelidas por sus labios apenas expresivos. Cinco mil veinticinco. Entonces quedan frente a frente. Cinco mil veintiséis. Es decir: el joven mira a la cámara. Su mirada es
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transparente. Lo escuchamos repetir un mensaje sobre los tiempos postreros, pero cuando la cámara se detiene, su voz se silencia junto a la voz de la muchacha. Cinco mil veintisiete. Ambos se encuentran. La historia acaba de empezar.
Una plaza; ambos sentados en un escaño. Hay sol (discos de luz descendiendo rectamente) el ruido de los árboles al viento; automóviles lejanos. -
-
No tengo Padre. Es decir, no un padre terrenal – le dice el muchacho. Yo tampoco. O sí, debe estar en un lugar, como todos los malos padres. Como tu padre, supongo.
-
Yo sólo tengo un padre celestial.
Close up. El muchacho le mira con dulzura. Su rostro se ilumina con la luz del sol.
Cercanías del Parque Forestal. Tarde soleada. Café X. Santa Lucía casi al llegar a Merced. Santiago centro. Holz y Sanguinetti platican. El primero hojea una revista. Pasa una mujer. Holz, gruesa voz, repite un piropo. -
Mina.
-
Podría ser tu hija.
Pasa gente, la cámara a la revista. Negros del África, la foto de un escritor, letras tras letras. El desierto de Atacama. Las montañas de Suiza. Otro café más. Holz cierra el facsímil. Pensativo se echa sobre la silla, mano derecha en el mentón. El otro saca un cigarro; le ofrece a su amigo. Y bien, Holz se incorpora, se acerca a la caverna mínima hecha por las manos de Sanguinetti, allí baila la flama minúscula. Humo. -
No he venido a tirar la caña – es decir a matar el tiempo, vernos las caras, alguna otra frase similar.
-
Tú dirás. En qué puedo servirte, Holz.
-
Es un caso que me preocupa. Deseo solucionarlo.
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-
Pues bien, vamos – los ojos de ambos, el humo entre medio, la cámara los enfoca sentados en la mesa. En la otra, sólo siluetas, dos mujeres platicando, automóviles correr por la avenida.
-
Una paciente ha experimentado cierto avance en las sesiones que hemos sostenido hace un par de meses. Pero en algunas semanas nos hemos encontrado con un odioso escollo. Y estoy ahí. Es decir: estamos ahí, no podemos salir de la manía.
-
¿Qué manía?
-
La chica cuenta los pasos.
-
Bien, entiendo.
-
Necesito tu ayuda.
-
Bien, podés contar conmigo.
-
Sanguinetti, dejamela a mí. Yo debo tratarla, pero necesito tu apoyo. Busco una pista.
-
Pista… - sorbe un poco de café. Revuelve el filtro de cigarro en el cenicero-
-
Por favor no te rías. El asunto es serio. Vamos, no me mires así: deseo construir una máquina del tiempo.
-
…
-
y…
-
¿Para eso me has llamado? Holz, por favor…
-
Es algo serio, déjame explicártelo.
La chica se llama Agnes. Estudia en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile. Vive en un viejo departamento cercano al metro Bellas Artes. Es paciente del doctor
Holz
hace
ocho
meses.
Escucha
a
Edgard
Varese,
algunos
músicos
vanguardistas europeos. Lee poemas de Benedetti, novelas del Boom; escucha sintomáticamente la cuadragésimo segunda de Haendel, Joan Manuel Serrat, visiona cine latinoamericano: Eliseo Subiela, Francisco Lombardi; algunos placeres culpables:
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Magneto, los primeros discos de Luis Miguel, grabaciones desclasificadas de Los Prisioneros; novelas de Méndez Carrasco. Es enamorada de Víctor. También cocina pastas, cocina peruana. Diseña puzzles pequeños. Víctor la engaña con Piera, una compañera de Agnes, pero ella no lo sabe. Agnes riega las plantas de su departamento todos los días. Cuenta los pasos, cuenta las horas, los días en riguroso rosario.
El muchacho se llama Emanuel. Vive en Puente Alto. Es evangélico. Estudia música. Lee la Biblia con devoción extrema, sus tardes de lectura son interminables. Ora por horas enteras, ayuna un día todas las semanas, dos días cada final de mes y cinco días juntos cada año. Lee a Watchman Nee y escritos de cristianos orientales, también a Wesley, Lutero. Escucha a Haendel y el ruido de los pájaros cercanos a su morada mísera. Los árboles rodean un campo próximo y allí medita. Pese a su juventud es pastor de una congregación de veinte personas.
Pero no hemos hablado de los títulos ni de los créditos. Deberé indicar que éstos aparecen cuando las voces del predicador y de la muchacha se unen. (Así como se unen sus miradas, en rigor: son sus vidas las que se interceptan). Todo se va a negro. Letras blancas en el margen inferior izquierdo asoman en fundido: 5027 PASOS. (Hay música de violín) Le siguen los nombres de los actores, también abajo mientras Agnes y Emanuel platican una tarde de primavera en una plaza de la ciudad de Santiago.
(Imágenes del Persa Bio Bio. Es sábado, día nublado. Holz viste abrigo oscuro. Se interna por los pasillos de uno de los galpones de antigüedades. La cámara nos muestra su perspectiva. Muebles viejos, máquinas arrumadas en el suelo, cuadros oscuros pintados al óleo roídos por los dientes de los años. Olor a hierro y humedad; es temprano. Volvemos a las imágenes del café cercano al Parque Forestal).
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-
…Nilssen cruzó la frontera cuando la gente del Mossad le empezó a pisar los talones. En ese entonces postulaba a ser decano de la Escuela de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Estoy hablando de finales de los sesenta.
-
El tipo era sueco…
-
Alemán. Años después, al llegar a Santiago,
conocidos me enteraron de la
verdad, una verdad que por cierto a esas alturas ya terminaba de armar: el profesor se llamaba en realidad Ernan Binder;
trabajó para los nazis en el
campo de concentración de Buchenwald. -
Seguro que su vida peligraba en Buenos Aires…
-
Claro. Argentina se transformó en uno de los principales refugios nazis luego de finalizar la guerra. La gente de Israel supo eso y, era obvio, los nazis comenzaron a asustarse. Nilsson, perdón, Binder era un tipo que tenía cierto renombre dentro de la universidad, una vida social prudentemente conocida. Para salvar su vida escogió por una de las pocas alternativas que quedaban para los tipos de su condición: venir a Chile.
-
Pero acá hay muchos judíos, gente de influencias, ¿cómo?
-
En Santiago, claro que sí, pero no en otros parajes.
Agnes riega las plantas de su departamento. Las ventanas, que se dirigen al sur de Santiago,
muestran edificios cercanos. La cámara muestra el jarro de agua que
posee medida; la muchacha derrama dos mililitros por cada macetero. Al dirigirse al segundo macetero cuenta. “Cuatro mil cuarenta y cinco, cuatro mil cuarenta y seis”. Suena el automático del hervidor. Da tres pasos a la mesa de la cocina, desenchufa el aparato, da otros cuatro pasos al mueble y extrae de él un recipiente cerámico que contiene azúcar. “Y es que cuentas hasta las vueltas de la cucharilla dentro de la taza, niña”, le recordaba Alfonso, - Alfonsín para los cercanos- “Claro, si se trata de tres cucharaditas son 23 vueltas” y el otro “¿y cómo lo descubriste?” de
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chica, le decía ella, que una tarde hizo el experimento lo probaba tras cada vuelta. Luego de veintitrés vueltas el café se encontraba lo suficientemente dulce. Ahí están como muchas tardes, Agnes y Alfonso. Platican, toman café, él espía por la ventana a Roque, un profesor de treinta años, que vive en el edificio de enfrente. -
Está muy guapo…
-
No quiero tener problemas con vecinos, Alfonsín.
-
No los tendrás querida. Nada más deja alucinar… como sabes que en una de esas yo también le gusto.
-
Supongo que no vendrás exclusivamente a casa por esto.
-
Ay, claro que por supuesto que no, querida. Es que no he ido a la U estos días y quería que tú me pusieras al tanto. Mira que yo te pondré al tanto de algunas cosillas que he sabido por ahí.
-
¿Sí?
-
Ay, calla Alfonso, calla…
Alfonso ha hablado más de la cuenta; mencionó una palabra prohibida. Rectificó, Agnes se percató de los nervios, de la corrección, e indagó por detalles. Alfonso, nervioso, no tuvo forma de mentir de modo verosímil. La chica lo empujó con su mirada contra la pared: Alfonso no halló mejor cosa que decir la verdad. -
¿Hace cuánto tiempo?
-
Y qué sé yo. Meses, tal vez un año.
-
Y tú, muy hijo de puta, no me lo decías.
-
Y qué querías, que te lo dijera sin anestesia; por favor niña, a veces mentimos porque la verdad suele ser triste.
Entonces Agnes le pidió que se marchara. Esa noche no hizo más que poner en la mesa de sus recuerdos todos los instantes vividos con Víctor y leerlos bajo la luz de la revelación. La cámara la enfoca sobre su cama, luz de lámpara iluminando su rostro
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pálido; su mano sostiene dos dedos de un muñeco de toalla. El sonido de un bombo electrónico. Luego música electrónica; Fruyti Loops en plenitud. Oscuridad, luego luces violetas, rojas, blancas, dos jóvenes bailando en una disco, NO QUIERES QUE TE VAYA A BUSCAR UNA CERVEZA, la mujer se arregla el pelo, arrima su oído a la boca del joven, QUE TE DIJE SI QUIERES QUE TE VAYA A BUSCAR UNA CERVEZA, ella lo mira, la cámara enfoca sus miradas, NO GRACIAS, QUIZÁS TOME UNA COCA, PERO DESPUÉS. Rato después él se la lleva de la mano a la orilla de la pista, le indica con gestos “espérame aquí que ya vuelvo”. Él se dirige a la barra, tras el turno de dos tipos pide una cerveza en lata y una Coca Cola. Conversan. Fundido.
Fade in. El sol aún alumbra aun cuando son las seis de la tarde. Potrero cercano a la casa de Emanuel. -
¿Y siempre vienes aquí?
-
En las tardes, cuando necesito conversar con Papá.
-
Me dijiste que no tenías padre.
-
Papá, el que está en los cielos.
-
Cómo puedo saber que no mientes. Haz una señal.
-
Bienaventurados los que no vieron y creyeron.
-
Cómo quieres que crea si reduces a un solo camino la posibilidad de creer: la fe. Si Dios nos hizo racionales es para matizar la fe y la razón.
-
Yo no digo que sea un profeta. Tú lo dices. No creas en mí.
-
Emanuel, necesito creer en algo.
La muchacha dejó de contar sus pasos desde ese día en que se encontró con el predicador en el pasillo de la facultad. No había creído en el mensaje, sin embargo esa
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imagen, tan distinta a las imágenes de los chicos que frecuentaba, le llamaba la atención por su misterio. “Es que es muy freak”, le dijo Alfonso, “mira cómo se viste, como un perno cualquiera. Por Dios, niña, qué van a decir si te empiezas a juntar con gente así”. Pero Agnes pensó ignorar los consejos de su amigo: La vida de Emanuel era una ventana que uno se encuentra en un gran galpón cerrado.
Las manos huesudas de un hombre de sesenta y tantos hacen rodar sobre su eje un bolígrafo plateado. La cámara muestra el ejercicio durante un par de segundos. Luego el despacho de Holz, el médico psiquiatra que atiende a Agnes. Es una oficina elemental con libreros en dos paredes. Un sillón negro en el que se recuestan los pacientes, otro sillón oscuro en que está sentado él. La cámara muestra una fotografía ubicada sobre su escritorio: Holz y sus dos hijos, Ian y Brígida, hace quince años, en el lago Lanalhue. Paneo. Las llaves de su automóvil, una vieja libreta de tapas de cuero. De nuevo el lápiz. El psiquiatra se pone de pie; al recorrer la sala una foto colgada en una de las paredes cubre gran parte de la toma: Holz y Nilsson en la facultad de psiquiatría de la Universidad de Buenos Aires. El primero con el pelo largo, barba, lentes de marco oscuro y grueso; el segundo con el pelo cual brasas secas. Ninguno de los dos sonríe. Nillsen sostiene en su derecha un grueso documento de tapas ajadas, similar al que sostiene Holz. El cuello de su camisa está doblado. -
Y bien: ¿por qué decís que ya estás mejor?
-
Dejé de contar pasos.
-
¿Hace cuánto tiempo?
-
Hace nueve días.
-
Sin embargo, sigues contando los días.
-
Doctor…
-
No te preocupes. Al menos es un avance, luego de varios meses de sesiones.
-
Luego de ocho meses y tres días de sesiones.
-
Claro. Bien, dime: ¿qué ocurrió para que dejaras de contar pasos?
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-
Conocí a un joven. Él es evangélico. También predicador.
-
Bien. ¿Dónde lo conociste?
-
En la facultad.
El doctor está enamorado de la chica. Más bien dicho atraído obsesivamente por ella: Hace meses ha sentido su vida atada a esa frágil figura que no logra exiliar de su vida, guardar distancia o cortar el esfínter de sus recuerdos para que no asome ella en la memoria. Y muchas veces ha pensado besarla mientras ella está tendida con los ojos cerrados. Pero se ha disuadido. -
¿Lo amas?
-
Nunca he amado. ¿Cómo puedo saberlo?
-
Si no has sentido nunca nada como lo que estás sintiendo ahora, bien podría ser amor.
-
¿Usted ha amado alguna vez?
-
Quizás sí. Tal vez, pero en forma incompleta.
-
Es posible que nunca sea suficiente.
-
Seres insuficientes emprendiendo una tarea sublime y monumental. Dónde podríamos llegar.
-
Quizás la raíz de mis manías sea no saber amar, o las dudas frente al sentimiento.
-
La incertidumbre.
-
¿Dónde están las certezas en medio de un mundo relativo, con principios relativos, mentiras relativas y distancias relativas?
-
Necesitamos realidades absolutas, hechos categóricos, al menos para que nuestra conciencia deje de molestarnos. El tipo que es engañado por su esposa, no logra descansar hasta que la sorprende con el otro. Es raro.
-
Es también raro que fundamentamos la relatividad con una frase nada menos absoluta: “Todo es relativo”.
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-
Signo de nuestras dualidades e incoherencias. // Agnes, se hizo tarde. Ven a verme el próximo miércoles.
La familia de Emanuel vive en la población X de Puente Alto. Cuando hablo de familia me refiero a su madre María y su abuela, Noemí. Emanuel sostiene la casa trabajando como ayudante de carpintero de un viejo hermano evangélico, pastor de una congregación pentecostal. Pero cierto halo de misterio, se anuncia desde comienzos del filme. Se habla de un tal Elías - que podría pertenecer al núcleo - de quien no haré referencia, salvo por el diálogo inicial. Éste es el que sigue: MADRE
:
Podrías llevarle una de tus camisas. Me da pena pensarlo con frío.
Santiago es tan helado, incluso luego del invierno. EMANUEL
:
La semana pasada rasuraron su cabello. ¿No es ésa la peor
tragedia que pudo haberle pasado? MADRE
:
Jerusalén mata a los profetas y persigue a quienes son enviados
de Dios. Pueden tocar su cuerpo, mas no su alma. EMANUEL
:
Y qué de los votos, madre. Si somos una dualidad, si necesitamos
llevar una marca en la carne para recordar el compromiso del espíritu. MADRE
:
Dios sabrá tomar en cuenta esa falta a sus victimarios.
EMANUEL
:
Mi padre les recompensará según las obras de sus manos.
(Se acerca la anciana quien sale de la habitación contigua. Apenas puede moverse. La madre de Emanuel le despeja el paso – corre una silla, traslada el escobillón, recoge un par de papeles del piso. Habla. ) ANCIANA
:
Pensé que conversabas con Elías. Anoche me hablaba en un
sueño. Caminaba acompañado de un ángel del Señor. MADRE
:
¡Bendito sea Dios! La mano poderosa del Señor le librará.
EMANUEL
:
Madre: el destino de los escogidos de Dios ya ha sido escrito.
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Víctor, el pololo de Agnes, ve a su amante todos los días, o la mayoría de ellos. Piera es compañera de ambos. Agnes siempre intuyó algún perfume repelente en ella, un imán que resbalaba con el suyo. Pero, más que esos asuntos de piel, las distancias se produjeron entre ambas por las amistades que Piera frecuentaba. Entre ellas dos figuras que ayudarán a armar una trama en la historia global: Damián – por coincidencia también estudiante de arquitectura- y Shai, un ex compañero que en la actualidad estudiaba periodismo en la UDP. El primero había intentado propasarse con Víctor en una fiesta de segundo año de carrera. El círculo cercano a Víctor le había mentido respecto del incidente, aprovechándose que éste no recordaba prácticamente nada pues se había fregado el juicio por un par de horas de tanta cerveza. Que un tipo intentó carterearte, te sacó un par de monedas y bueno, te encontramos y le sacamos la mierda entre todos, y que en el intento te rasguñó el estómago y te mordió el cuello. Agnes armó la trama con fragmentos de diálogo, con jokers inferenciales: el maricón Damián, adicto a las fiestas de la Blondie, se había intentado tirar a Víctor cuando este estaba raja de curado. Gótico, hijo de puta. Fue una volada del momento. Si ahueonao, no te quiero ver más cerca de él, ¿escuchaste hueón? Si no es pa tanto, galla. Shai, amigo de ambos – Agnes y Damián- quedó en la disyuntiva, a quién le daría la razón. Primero pensó en mantenerse neutro o, lo que es distinto, apoyar las dos versiones, hasta que el embrollo no dio más, sobrepasó círculos íntimos y perfiló como plática con record de quórum y, más aún, fue comentario ineludible en los pasillos y salas de la facultad. Entonces se alineó con Damián y con su teoría del chascarro de curado. Luego Agnes quedó de mina grave, de hueona cuática; quizás fue su excusa para pelear en serio y largo.
Es lo que pensó Víctor tras enterarse que Agnes salía con un estudiante de música. Se lo contó precisamente Shai, quien había sido receptáculo de chisme de labios de Damián, a quien le había contado nada más ni nada menos que Piera.
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-
Es un cuento de mina celosa.
-
Los vio caminar por Portugal hacia el sur.
Eso no indicaba nada, sin duda, pero el talante freak del muchacho, partiendo de los celos, había empujado a la duda. -
Pero, quién es el culiao.
-
Es un tipo que predica en la facultad. Es evangélico.
-
Chucha, más encima. Prefiero que me gorreen con un milico.
-
Nadie lo conoce, al menos nadie de la facultad.
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Bien, cómo entonces podemos saber quién es.
-
Acercándonos a él, conociéndolo, demostrando interés en lo que habla.
-
Entonces preciso de ayuda, periodista.
-
Eso tiene su precio, compañero.
-
Estoy en quiebra. A lo más tengo algunas cosas…
-
Qué cosas…
-
El guión de Desperado; Volver y La Mala Educación de Almodóvar (eso sí que son pirateadas), la impresora vieja. Disculpa, no tengo más que ofrecerte.
-
Una buena tarjeta de memoria para el pc me sale por una gamba. Es poco.
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Tengo una tarjeta de red. Me la dejó el Pelao en parte de pago por unos libros. ¿Te interesa?
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El libro, las películas, la impresora y la tarjeta… Está bien.
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La máquina del tiempo de la cual hablo fue diseñada por Nillsen a comienzos de los años cuarenta, poco antes de que él fuese trasladado por el gobierno nacional socialista al campo de concentración. El proyecto quedó nada más en papeles, pues el tipo fue obligado por sus superiores a investigar en otros campos.
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-
¿Cuáles?
-
Qué sé yo; posiblemente los trastornos de sueño de los prisioneros, experimentar con ellos en situaciones límites. No lo sé, quizás podría especular, pero nada más.
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Perdón, pero vos y yo sabemos que eso de la tecnología secreta nazi es parte de lo quimérico, de lo que nos gustaría creer, pensando en que el destino de la humanidad hubiese sido distinto.
-
No estoy hablando de ovnis alemanes, Sanguinetti. El proyecto de la máquina me fue mencionado por Nillsen una noche, un poco antes de que partiese de Buenos Aires a Bariloche.
-
¿Bariloche?
-
En efecto. Esta ciudad fue un refugio seguro para criminales de guerra. Pero cuando la presencia de viejos alemanes se hizo evidente, entonces los tipos escogieron un lugar también apartado y cercano, de tal modo de no perder contacto comunitario.
-
La Patagonia…
-
No: Osorno.
Sanguinetti le queda mirando a los ojos. Éstos escapan de la superficie, tras el caudal de cejas furibundas del psiquiatra. Vemos luego los ojos del primero. Acaricia su mandíbula acostado en la silla del café. Me imagino que piensa la relación del ítalo judío que tiene al frente con el nazi. El tipo que torturó a sus padres, posiblemente. Una dimensión no conocida, una habitación de la casa a la que no había entrado, se anunció esa tarde. El panorama varió ostensiblemente.
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Holz, vos sos judío. ¿Por qué no denunciaste a Nillsen?
-
Necesitaba obtener sus documentos. Tan pronto los tuviera en mis manos lo denunciaría.
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Pero no los conseguiste.
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Los ojos de Holz vibran. Saca de su chaqueta un pañuelo de tela y se aprieta las narices. Una paloma se posa en la vereda, a un costado de la mesa. Traga dos migas de pan, luego vuela.
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Sanguinetti que querés que te diga. Cargo con una cruz imposible. Cómo poder quitármela.
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Denunciá al asesino.
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Falleció hace diez años. Le seguí la pista desde que se mudó de Buenos Aires de imprevisto. Cada día me proponía llegar hasta sus archivos, copiar el material, tenerlo en mi poder e informar, luego, a la gente de la embajada para que lo capturasen. Pero eso nunca sucedió.
-
¿Y por qué querés seguir buscando esos documentos Holz? ¿Para que al muy hijo de puta le den el Nobel póstumo y le levanten un monumento en la Argentina?
-
Cargo en la conciencia el peso de la traición.
-
¿Vos cargás culpas? Si lo supieran tus pacientes…
-
Pienso que encontrando los documentos de Nillsen estaré cerrando el círculo de la historia que nos unió. Sus experimentaciones pueden ayudar a muchos enfermos. Si supieras tú, Sanguinetti, lo que contienen esos escritos.
-
Claro: una maquinita para turistear entre dinosaurios…
-
No me ofendas, boludo.
EXTERIOR – HOSPITAL PSIQUIÁTRICO – SANTIAGO – MEDIODIA. Antonio Zumarán mira por la ventana con una taza de café en las manos. Desde el cuarto piso contempla a un paciente sentado de cuclillas en un descampado, cercano al patio del recinto. Lleva una chaqueta de cuero, sandalias, jeans ajados. La figura de Zumarán vista desde afuera, atravesando el ventanal. Un sucio dedo se introduce en una vianda plástica que contiene
rastrojos de melaza. Algunas moscas
revolotean
cerca de ella. El paciente barbón se lleva algo de miel a la boca.
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INTERIOR – OFICINA HOSPITAL PSIQUIÁTRICO – SANTIAGO – MEDIODIA El doctor Zumarán deja el café en la mesa. Una enfermera entra a la sala. Tiene alrededor de cincuenta años. Deja un grupo de papeles en el escritorio, tras de lo cual empuja la taza. Dos o tres gotas de café caen sobre un informe. ZUMARÁN
:
Disculpa. No pude llamarte.
LOURDES
:
Sí, así me he dado cuenta.
ZUMARÁN
:
¿Estás enojada?
LOURDES
:
¡Claro que no! ¡Cómo se te ocurre! Es más, te venía a invitar a
que celebráramos. ZUMARÁN
:
Perdóname, de verdad.
LOURDES
:
Creo que es tiempo de que tomes una decisión. Estoy harta de ser
la segunda en todo. No me merezco esto. ZUMARÁN
:
Yo no te he obligado a estar conmigo; no te he obligado a que
vivamos una segunda vida, escondidos del resto. No es tan fácil, llegar a casa un día y decirles a mi mujer y a mis hijas que me voy. Imagínate, además, lo que dirá mi madre y mis hermanos. (Mira por la ventana. El paciente de barba y pelo largo conversa con una decena de internos en el descampado). LOURDES
:
Antonio, para mí tampoco es fácil. Ya no puedo seguir así. Si tú no
conversas con tu hermano, yo lo haré. ZUMARÁN
:
Lo que hacemos no es correcto. Tú y yo lo sabemos.
LOURDES
:
¿Quién dicta las pautas entre lo bueno y lo malo? Tú como
psiquiatra deberías ser el primero en explicármelo a mi favor. ZUMARÁN
:
Ayer
tuve
un
sueño.
Nos
encontrábamos
en
la
Estación
Baquedano. Los andenes estaban vacíos. Te divisaba sentada, esperando el tren hacia San Pablo. Yo esperaba aquél que va a la Escuela Militar. Cuando te percataste me saludaste y cambiaste de andén. Dos trenes venían vacíos de ambos lados. Nos besamos y no nos importó esperar el tren siguiente. De nuestros labios salía sangre. De
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pronto observé la gran muralla de la estación. Un dedo gigante escribía en la superficie un signo del alfabeto griego. La sigma, decimoctava letra. Caímos al suelo cubiertos de sangre, los pasillos se atestaron de gente que gritaba con desesperación. Hoy uno de los pacientes me dijo que no era lícito tomar la mujer de mi hermano. LOURDES
:
Alguien se lo dijo. Quizás tú mismo.
ZUMARÁN
:
Te equivocas. Nadie en el hospital lo sabe. Tú y yo hemos sido
cuidadosos y perfeccionistas en el engaño. Dicho orate parece ser un profeta. LOURDES
:
Desde cuando crees en Dios y sus ministros. Tus miedos te hacen
leer los hechos como quieres verlos. Cobarde. La cámara enfoca el rostro arrugado del doctor Antonio Zumarán. Luego los papeles manchados con café, que extrañamente dibujan una Σ sobre ellos. Abajo, el profeta orate vierte agua sobre la mollera de los enfermos que le rodean. En medio de la ceremonia por intuición eleva la vista hacia el edificio, el ala sur, el cuarto piso. Su mirada descubre la del doctor Zumarán. Éste, acusado por sus miedos, escapa del ventanal hasta el escritorio.
Cuando Holz hablaba de una máquina del tiempo no hablaba precisamente de los límites y sustancias que nosotros podríamos achacar a dicho logos. Su famosa máquina consistía más bien en unos conjuntos de electrodos, máquinas de aplicación eléctrica, simuladores o, mejor dichos: elementos incitadores de sensaciones dispuestos en una silla similar a la de un odontólogo, pero con los elementos propuestos. Esto aparece en la película, en la continuación del diálogo entre el psiquiatra y Sanguinetti. Ambos se conocieron en Buenos Aires, precisamente el día en que Holz posó para la fotografía junto a Nillsen. Es más: quien capturó dicha fotografía fue Sanguinetti en una Kodak antigua que pertenecía a Holz. El argentino no lo sabía pero precisamente aquella jornada su amigo obtendría la carpeta más preciada, con los planos de algunos proyectos científicos del nazi larvado. Nótese las carpetas que sostienen ambos en la fotografía monumental que adorna la oficina de Holz. Éste jugaría al juego del
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equívoco; incitaría al viejo profesor a dejar sus papeles sobre el escritorio, él pondría sus propios papeles y, de pronto, tomaría por presunta equivocación, los manuscritos sagrados. Por eso lo de la cámara. Pero el alemán no era idiota; un elemento accesorio usado esa tarde por Holz sorprendió al viejo: esa cámara americana. La desconfianza, aprendida luego de vivir varios lustros portando
una identidad espuria, le hizo
desarrollar un agudo sentido de defensa frente a cualquier elemento que avizorara como sospechoso. He aquí el aparato Kodak. No se equivocaba. Holz cambiaría los documentos, correría a la oficina del profesor Simon – también judío- fotografiaría los archivos y luego los devolvería. Esto parece hasta aquí una mala película. El guionista se ha entrampado en sus juegos, las líneas argumentales amenazan con colapsar. Si estaban tratando de detener a un criminal nazi podrían haber encargado el caso al Mossad; si deseaban valiosos documentos que avalaban investigaciones científicas no le encomendarían el caso a un enclenque estudiante de psicología. Empero su defensa podría tomar como respaldo a su tesis aquella de Mario Vargas Llosa respecto de la verosimilitud dentro de una ficción: la realidad es incoherente. ¿No tiene, estimado lector, la realidad esta característica?
(Imágenes del Metro de Santiago. Los túneles iluminados por luces índigo, la marea humana retornando a sus lugares, los rieles cual líneas escritas
sobre la tierra, los
vagones, brazos metálicos terminados en puños, el interior de cada uno, de un cuidado color beige, asientos anaranjados, series de ventanas en cuyo interior se proyectan las imágenes de los filmes de cada protagonista del Santiago actual. Conversación de Agnes y Emanuel. Las imágenes prosiguen). En off: EMANUEL
:
El metro se anuncia de dónde quiere y oyes su sonido, pero no
sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo aquel que es nacido del espíritu. AGNES
:
¿Hablas de indeterminación o de libertad?
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EMANUEL
:
Quienes nacen del espíritu son percibidos por el resto como un
ligero ruido, una pequeña brisa, que no es evidente, pero sabes que está. Esa brisa es libre e incontenible. AGNES
:
Pero, ¿es posible ser libre? Si eres libre del pecado, te amarras a
un nuevo sistema, al de la fe en Dios. ¿No es ése otro cautiverio? EMANUEL
:
Sí. Pero el yugo de papá es fácil y su carga ligera.
AGNES
:
Y cuando seremos por fin libres…
EMANUEL
:
Nunca… al menos no aquí, en la tierra. Es necesario que
conozcamos la esclavitud, para valorar la libertad. ¿Me entiendes? AGNES
:
Perdón, pero me sabe a filosofía barata.
EMANUEL
:
Sí, es eso. Pero tú me lo preguntas y yo te respondo. Las cosas
espirituales no son para platicarlas, sino para vivirlas. AGNES
:
¿Y qué de las palabras, el logos, el verbo?
EMANUEL
:
Sería ideal comunicarnos de espíritu a espíritu, usando nada más
que significados. Pero somos más que una esencia. Espíritu, alma y cuerpo. AGNES
:
Si me hablas de tres dimensiones del ser, las palabras también
deberían tenerlas. EMANUEL
:
Y las tienen. ¿A qué dimensión pertenece la obra creativa del
Padre que en seis días creó los cielos y la tierra? Si él usaba la palabra para crear, ¿en qué dimensión del logos descansaba el poder? Cuando dices “te amo”, ¿dónde descansa “el amor”, en el significado o el significante? AGNES
:
Seguro que en un espacio indeterminado de la palabra.
EMANUEL
:
En todos los espacios indeterminados de las cosas, en los agujeros
negros, en las ocurrencias inexplicables está Dios. Pero no es el ser que todo el mundo conoce, el pretexto para iniciar guerras, el ogro injusto que mata a millones de hambre. AGNES
:
Y, entonces, ¿quién es?
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EMANUEL
:
¿Te has asombrado al ver de pronto un paisaje monumental,
escuchar una majestuosa voz, un grandilocuente atardecer? Sientes de pronto un estrépito. Así es papá, no lo ves mas lo puedes sentir. // ¿A dónde viajas en metro? AGNES
:
A ninguna parte, es decir: el medio es mi destino.
EMANUEL
:
Entonces, si no quieres llegar a un lugar, al menos debes buscar
algo; miradas, rostros, colores. AGNES
:
Hace tiempo busco en la ciudad espacios residuales, rincones que
una vez prometieron ser algo y no lo fueron. EMANUEL
:
¿Y pueden ser rincones que fueron algo y ahora no lo son?
AGNES
:
Tal vez. Pero mi prioridad es buscar esos espacios que nadie sabe
que pudieron ser y que están ahí en nuestra vista, aunque nadie repara en ellos. ¿No has pensado en cómo los lugares impactan en nuestras vidas, con sus ecos, con sus sombras al atardecer, con sus luces mortecinas? El banco de una plaza puede ser el comienzo de un romance, el descanso de un ebrio, el escollo de un no vidente. Pero los espacios de los que te hablo me atraen pues dentro del eje paradigmático pudieron albergar muchos encuentros, infinidad de discusiones, tal vez algunos asesinatos. Pero no. Nada más una decisión de un arquitecto, o la de un directorio de una institución truncó ese escenario. ¿Y hacia dónde, entonces, se corren las historias, los personajes, el argumento? Si cambia el escenario, también, seguro, cambiará el guión. ¿Emanuel, estaba eso escrito en el libro del Padre? EMANUEL
:
Dios lo conoce todo, aún tus decisiones. Mas, ¿quién conocerá la
mente de él? Los mismos encuentros, tarde o temprano ocurrirán, quizás demasiado tarde, a beneficio de los involucrados. ¡Cuántos hurtos evitó el Padre con la decisión de esos arquitectos, cuantos asesinatos! AGNES
:
Pero
cuántos
encuentros
reconciliatorios,
también,
cuántos
amores verdaderos en esos espacios… EMANUEL
:
Todo esto es elucubrar. Armar una escalera con un peldaño
conocido. (Silencio)
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AGNES
:
Estamos llegando. Esta es la estación Libertad.
En la ciudad de Santiago existen cerca de dos decenas de estaciones de metro denominadas “fantasmas”. Algunas de ellas se construyeron en su obra gruesa, pero no fueron terminadas ni entregadas para su uso público. Por ejemplo, muchos se preguntan por qué la estación Universidad de Chile posee tantos niveles y es, en comparación a otras, más grande, tanto como una de combinación al igual que Baquedano, Vicente Valdés o Tobalaba. Lo cierto es que la mencionada estación había sido construida precisamente para servir de conexión a la línea tres, vía que sería construida en las postrimerías de la dictadura militar; no obstante, el terremoto de marzo del año 1985 hizo cambiar los planes del entonces ministro de hacienda, quien destinó los fondos para la reconstrucción de la ciudad azotada por el movimiento telúrico. La línea tres también tendría conexión con la estación Calicanto. Quien visita este lugar puede darse cuenta de que existen paneles que cierran ciertos espacios, aquéllos que pertenecían al proyecto original. La línea cinco también posee estos lugares.
Por ejemplo, la estación San Eugenio,
ubicada entre las estaciones Ñuble y Rodrigo de Araya. Por motivos desconocidos su instalación fue suspendida y hoy se levantan en dicho sector los talleres del metro. Podríamos hablar de otras como La Gloria, San José de la Estrella – cuyo espacio está destinado, no así la obra gruesa- la estación Arturo Prat, también en la línea cuatro, tras la estación terminal (aunque algunos señalan que no es más que un pique de ventilación), Echeverría, entre otras. La estación Libertad se ubica entre las estaciones Quinta Normal y Cumming en la línea cinco del metro de Santiago. En la superficie, se ubica en la intersección de las calles Catedral con Libertad, en el barrio Yungay. Lo curioso de esta estación fantasma es que se dejó prácticamente lista: existen andenes, escaleras, una especie de plazoleta de acceso a ella en el exterior.
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Agnes y Emanuel pasan frente a ella haciendo sombras manuales sobre el vidrio: ahí contemplan el espacio, los paneles que intentan ocultar el secreto, el polvo de las escaleras que se divisan en las junturas de las tablas, las sombras del vagón en el túnel. Los sitios urbanos prohibidos son como el cajón vedado de papá, pensó la muchacha.
Antes de que el profesor nazi se trasladara de Santiago de Chile a Osorno, tras salir de la Universidad argentina de Buenos Aires, sostuvo vínculos con algunas familias alemanas emparentadas a autoridades nazis radicadas en la capital transandina. Vivió en un departamento de la calle Merced en las cercanías del Parque Forestal. Su estadía en la capital chilena fue tranquila y, diremos, hasta cordial, salvo por dos incidentes. El primero fue el atraso desmedido que tuvieron sus pertenencias al cruzar en tren por la frontera. Había pensado en que el traer éstas en avión aparte de encarecer los costos le pondría en mayor exposición frente a las autoridades de aduana quienes, de modo suspicaz, podrían revisar su biblioteca y las pertenencias que, aunque no representaban pistas que evidentemente le delataran podrían, de algún modo, coartadas
ser
que junto a otras armaran un camino hasta él. Y no convenía despertar
sospechas. El secreto es el mejor aliado de los planes. El segundo contratiempo cabe dentro del plano de lo surreal. En el departamento contiguo al suyo vivía una viuda de avanzados años, de misterioso actuar. Habitaba dentro de su vivienda también su hijo poliomelítico, con quien a veces solía salir a pasear por el parque durante tardes enteras. Ella tras la silla de ruedas, el muchacho desvencijado sobre ella. Nillsen se encontró un par de veces con ambos en los pies de la escalera del primer piso. No más de tres. Así es. La segunda ocasión la anciana le solicitó ayuda para que cargara la silla de ruedas. Él, que no tenía apuro, accedió con discretas ganas. Tomó la silla por el soporte de las ruedas pequeñas, en tanto la anciana lo hacía desde las manijas superiores. Desde ahí observó al muchacho de aspecto desnutrido y sintió miedo.
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La ventana de su cocina daba a la sala del departamento de la viuda. Nillsen acostumbró a jugar con su pánico todas las tardes, espiando al enfermo niño de diez años, quien premunido de cepillos de madera peinaba por horas a su progenitora. El ejercicio falló el día en que el llanto apagado del muchacho comenzó a teñir de un éter de pavor el edificio. -
El muchacho enfermo que vive en su edificio está endemoniado – Le dijo el señor del almacén en el que compraba día por medio.
-
¿Usted lo dice porque le dio la polio?
-
No es eso, señor. Tiene el demonio dentro. Garcés, el conserje me lo dijo. Es cercano de la viuda. Su caso está en estudio por un grupo de curas.
-
¿?
-
¿No me cree?
-
Sinceramente no.
-
Bueno, está en su derecho. Pero yo, fíjese, creo en esas cosas. Ese niñito tiene algo raro.
-
Sí, puede ser.
Al llegar a las escaleras, Nillsen se encontró con un tipo alto, corpulento, de pantalón café y chaqueta castellana. Cargaba un bolso de cuero. Al voltear le miró a los ojos, trasnochados y maduros, luego sopló una bocanada de humo al costado. Antes de que pudiera evadir la mirada y seguir el rumbo acostumbrado, el canoso fumador habló diciéndole que trabajaba para Ercilla y deseaba platicar rápido con él. Era por el asunto del impúber poseso. De primeras el alemán había negado cualquier conocimiento del hecho, pero después de intercambiar algunas palabras, el periodista le había dicho que sabía que la ventana de su apartamento daba a la sala del departamento en que vivía el enfermo y su senil antecesora y que, infería, podía entregarle datos que ayudaran a armar la investigación que hacía días venía realizando. Pero no le expresó que había ya estado en el departamento del poseído, que había parlamentado con su madre en
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tanto el muchacho, sujeto a vendas, expelía espuma por la boca, y que ésta acusaba de la posesión al europeo que espiaba todas las tardes por la ventana de su morada. -
Es un seguidor del demonio. Se le nota en la mirada – le había dicho al periodista.
El Palacio de La Moneda tiene ciento treinta y seis pasos de largo y ciento veintitrés de ancho. El frontis del diario La Nación, en cambio, cincuenta y cuatro pasos. Un bus de carabineros nada más que doce, por fuera. La Catedral de Santiago ciento veintiocho pasos de costado y treinta y cinco de frente. Desde la puerta hasta el púlpito central ochenta y siete pasos y ciento ocho pasos hasta los cuatro ángeles. El Paseo Ahumada, desde Compañía a Alameda setecientos seis pasos.
-
Los ángeles del Padre suele acompañarse de uno más, que apoya la misión para la que son enviados. Muchos de ellos toman forma humana, de modo que son prácticamente irreconocibles, aún para los siervos consagrados de Dios. El mismo apóstol Santiago reconocía que muchos sin saberlo habían hospedado ángeles. La Biblia está repleta de estos particulares momentos epifánicos que, peculiarmente lo fueron en el fondo, pero no en la forma. Es, así, como el Padre una vez más castiga nuestros sentidos, los somete a su Espíritu, que es invisible, pero perceptible a quienes habitan en su frecuencia.
-
¿No sería más fácil que aparecieran tal cual son, tal cual los conocemos por libros y compartieran el mensaje?
-
Si vinieran vestidos de gloria los seres humanos no creerían en el Padre. Fue la plegaria del Rico, de cuya mesa comía rastrojos Lázaro, hasta que falleció y fue llevado al Infierno. Rogó a Abraham enviar al pobre mendigo con el dedo untado
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en agua, para que apaciguara su sed en medio del ardor del Hades. Luego de la negativa, imploró destinara ángeles del cielo para que advirtieran a su familia del tormento monstruoso del lugar. “Si no oyeron la ley y los profetas, tampoco oirán a aquéllos”, le respondió. -
Deseo ver los ángeles.
-
Los has visto muchas veces.
-
¿Cuándo?
-
Conoces más tu vida que yo. ¿Por qué me preguntas? Tú deberías saberlo.
-
Tu respuesta me sabe a charlatanería de lector callejero del Tarot. Todos dicen usted tiene un gran problema. Es lógico, todos los seres humanos cargamos con problemas. Es cosa de que nos acordemos de uno y el impostor ya tiene material para media hora.
-
Cuando pequeña caminaste por una calle de edificios cenicientos y altos. Creo verlos – él cierra los ojos, con sus dedos arma un puente entre sus cejas, inclina su cabeza-, las calles húmedas, de adoquines dispares, el cielo oscuro de julio. Alguien vestido de traje; un hombre… sí, un hombre, te trae de la mano, te sientes segura – los músculos de ella se tornan rígidos. De la incredulidad pasa al estado incierto de quienes se sienten desnudos, algo de vergüenza o morboDe pronto un señor cargado en años, una maleta vieja de madera, un papel en la mano. Se acerca a tu padre, a lo lejos un ruido, le pide que le lea el papel, casi se pone a llover, ninguno tiene paraguas, sientes dos gotas caer en tus mejillas tibias, la bocina de un automóvil más allá, tu padre lee la arrugada lámina y descifra lo escrito; le explica cómo llegar a la dirección, pero el campesino no entiende. Duda, mas los ojos del anciano lo conminan a servir, retrocede contigo y se ofrece a llevarlo por lo menos a la esquina, un frenazo, luego otro, el grito de una mujer, el ruido del motor furioso de un automóvil, el impacto contra un árbol, papá abrazándote, el campesino en el suelo, metros antes el vehículo incrustado en el frontis del lugar en que se encontraron con el
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desconocido, el cielo comenzando a llover - Los ojos de Agnes empezaron también a hacerlo.
Imágenes de la ciudad de Santiago. Atardece. Los árboles del Parque Ohiggins son conatos de escritura en el papel anaranjado del cielo. El ruido de los automóviles. Romería de carros en la autopista. Un mendigo sentado en las escalinatas de la Estación del metro. Se encienden los letreros eléctricos multicolores de la Avenida Matta. Un hombre de abrigo intenta cruzar la calzada. El lanzallamas dibuja feroces rayas ardientes en la cuasi noche con su garganta prodigiosa. El semáforo cambia de rojo a verde. Fade out.
EXTERIOR – CANCHA DE FÚTBOL – SANTIAGO DE CHILE – MEDIODIA. Emanuel observa desde un erial el juego de los niños en la plaza. Varios metros lo separan de su objetivo. Tiene el mismo aspecto de siempre, parece ensimismado, aun cuando permanece con los ojos abiertos; su mirada parece traspasar la superficialidad de los cuerpos y concentrarse en una dimensión abismal, quizás la materia es un pretexto de ese mundo que contempla. La cámara lo rodea, sus manos a un costado, está en un trance del cual despierta en segundos. El gesto de neutralidad en su rostro no desaparece, aun cuando sale de su eje y camina en dirección a los niños. Hay inquietud en el ambiente. Empezamos a escuchar el latido de un corazón, los niños corriendo en cámara lenta, otros subiendo a una estructura de metal. Los pasos de Emanuel suenan pesados en la tierra suelta de la población. En cámara la mano de un niño colgándose con fragilidad del hierro carcomido por el óxido; casi de modo imperceptible su extremidad va cediendo, resbalando, se escucha un grito, el latido, los pasos, la mano en alto de Emanuel, el cuerpo pesado del infante sobre la tierra, el silencio magnánimo. Sangre en el suelo.
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NIÑO UNO
:
Se quedó dormido con el golpe.
NIÑO DOS
:
Le sale mucha sangre, vamos a avisarle a su tío.
Emanuel viene llegando. EMANUEL
:
No se preocupen.
NIÑO UNO
:
Hermano, le sale sangre de la cabeza, está como muerto.
NIÑO DOS
:
Llamemos a una ambulancia.
EMANUEL
:
(Aferrándolo contra su cuerpo, cierra sus ojos. La frente del
pequeño aún sangra). No se afanen niños. Todo se mejorará. (Al cielo). Gracias Padre, pues has ocultado estas cosas de los sabios y entendidos y las has dado a los niños, sí Padre, porque así te agradó. (Al niño) ¡Tú, despierta! (Luego impone su mano derecha sobre la frente y la sangre que emanaba se detiene. Poco a poco el muchacho se incorpora. Milagrosamente la sangre ha cesado de discurrir. Los muchachos abren sus ojos, atónitos. Emanuel sonríe y deja al pequeño sentado en una banca. Luego se dirige a los dos muchachos) EMANUEL
:
Por favor, no se lo digan a nadie.
Los rostros de los muchachos, el rostro del herido casi indemne, la huella dejada por el botín de Emanuel en la tierra. Fade out.
INTERIOR – CASINO DEL HOSPITAL PSIQUIÁTRICO – SANTIAGO DE CHILE - MEDIODÍA El doctor Zumarán camina con su bandeja de alimentos entre la mesas del casino en que predomina la luz de los ventanales, los tonos blancos y amarillentos. Se ubica delante de uno de ellos que da al patio
casi vacío, pues a esa hora los enfermos
almuerzan en sus dormitorios malolientes. Observa la bandeja que tiene al frente: arroz, carne al jugo, refresco de damasco, compota de frutas de temporada, un pan redondo y bajo éste una servilleta doblada en dos. Procede a comer; hay tristeza en sus ojos; más lejos, al extremo del salón, los enfermeros ríen, el cocinero deambula
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por los fantasmas moldeados por el vapor de las ollas. El ruido de la sala parece ajeno a si mismo, pues dentro carga un silencio ominoso y las voces de afuera se amplifican por dos o tres. Se escucha el zapping a la televisión, las voces de niños, el lector de noticias alemán, una serie de televisión mexicana, la música rock de un canal norteamericano. Espectros humanos caminan por los pasadizos del comedor, son apenas perceptibles, él los ve, baja la vista, se concentra en el plato de comida; le observan por el ventanal; son ancianos, mujeres antiguas – vestidas a la usanza de los años cincuenta- niños discapacitados con muletas, sillas de ruedas, baberos sucios, uno arrastra con la mano su prótesis deforme. Él mira con pavor al resto de comensales, trata de hablarles con su vista, pero cae en cuentas de que el espectáculo nada más es contemplado por él mismo. Los seres apuntan al televisor. Él arruga la cara al mirarlos. La cámara se acerca paulatinamente al televisor de cuyos parlantes extenuados se escuchan los sonidos violentos de un grupo hardcore, la pantalla es oscura, pero luego de esa penumbra crece un signo luminoso que pronto ocupa toda la pantalla: la Sigma, la décimo octava letra del alfabeto griego. Todo se va a negro. El sonido de un plato caer al suelo.
Empero las situaciones podrían mejorar por el lado de ambos y, no obstante, nadie hizo nada para que así fuera. El afectado en doblegar su brazo ante las incitaciones del perdón – nadie dijo que fuera fácil- y la afectada a dar vuelta la página, que es posible que sea mucho más difícil que pedir perdón. ¿No te dignas ni siquiera a darme explicaciones personales del asunto, es yo siempre tengo que buscarte para que conversemos y aclaremos las cosas por teléfono? No hay de qué conversar, no tengo la culpa de esto, surjo en mis circunstancias, obedezco a ellas. Las cosas no iban bien y qué, no soy quien ejerce dominación sobre los sentimientos. Estos se acaban, punto. ¿y lo dices así tan suelto de cuerpo? Si lo que sentías por mí se te diluían en el alma, ¿por qué no me lo dijiste? Vamos, dime, mira no tengo mucho tiempo, estoy ocupado, no fuiste tan hombrecito para
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prometerme el oro y el moro, vamos ahora dime algo, hueón estúpido, perro de mierda, así no, mujer, sino te corto de inmediato, pero dime algo, Y QUÉ QUIERES QUE TE DIGA, POR LA CHUCHA, SI YA SABES TODO LO QUE TENGO QUE DECIRTE. Entonces, en un arrebato de furia, él lanzó el celular al pasto y éste rebotó en cámara lenta dos o tres veces frente a la mirada estupefacta del grupo de amigos que bebían cerveza junto a él en el parque de la facultad. Él echaba humo por las narices, estaba furibundo, sin embargo, al otro lado de la línea, la joven lloraba y sus lágrimas caían también en cámara lenta sobre el croquis de una tarea que debía presentar la siguiente semana. ¿Lloraba porque precisamente terminaba la relación antes de que ella le dijera que esperaba un hijo suyo?¿Porque lo amaba y no quería perderlo, o bien, no lo quería, pero, acoplada a la costumbre, veía venir un vacío en su forma de vivir? Hasta ahora no podríamos responder ninguna de las tres o es posible que aventuráramos, pero, ¿para qué? Esperemos que la historia nos sugiera los detalles siguientes, las líneas florecientes de la trama. Todo esto por el bien de la verosimilitud, que es el elemento que sostiene la sugestión y neutraliza la duda y el sopor del leyente.
Hay túneles que conectan el cerro Santa Lucía – o Huelén, en su designación originalcon la Biblioteca Nacional: En este espacio, se decía, funcionó un convento hace siglos atrás; el pasadizo podría conectar incluso hasta el Palacio de la Moneda, sede del gobierno de Chile y se extendería hasta el edificio de las Fuerzas Armadas (ex – Ministerio de Defensa) y el Banco Central, un lugar relativamente cercano. Los túneles en el centro de Santiago no terminan: en la antigua estación Yungay, lugar en que en la actualidad se levanta un supermercado, nace un subterráneo que desemboca en una de sus líneas a la Avenida Matucana, la Quinta Normal y luego pasa por la avenida Portales, la Universidad de Santiago de Chile y termina en una casona antigua. El subterráneo posee un tramo al descubierto: el de la USACH por el oeste y el de Matucana 100 – un centro cultural, antigua estación de trenes- por el este. Se dice además que existiría una de aquellas misteriosas grutas en el tramo del sector de La
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Farfana, en la populosa comuna de Maipú, al poniente de la capital, que llegaría a desembocar al Templo Votivo y que, según cuentan, habría sido usado por las tropas leales a la corona en tiempos de la Independencia. Un corredor oculto, asimismo, se instalaría bajo la Gran avenida José Miguel Carrera, en la comuna de El Bosque, y que escondería en sus conductos pertrechos militares y municiones que pertenecerían a la Fuerza Aérea de Chile.
Agnes camina hacia el sur. Puede escoger cualquier alternativa, pero al bajar las escaleras y traspasar el breve portón de hierro tiende a ir a la derecha. Hay cincuenta y tres pasos desde ahí a la Plaza Mulato Gil, y desde aquí a Merced sesenta y cuatro. La calzada de una callecita llamada El Rosal tiene un ancho de nueve pasos; desde la berma a Victorino Bar hay veintiuno y desde aquí a la puerta de la Iglesia de la Veracruz catorce. Treinta y seis pasos desde allí hasta la esquina de la calle Padre Luis de Valdivia. Cruzando la calle que posee nueve pasos hasta el restaurante Patagonia diez pasos y de aquí hasta la Alameda, cincuenta y seis. La calle José Victorino Lastarria posee nueve; desde esta esquina a la boletería oriente del Metro Universidad Católica setenta y dos pasos. Desde aquí hasta la salida sur del metro cuarenta y cuatro. Noventa y uno desde la salida sur del metro hasta la calle carabineros de Chile; cincuenta y dos pasos desde aquí a la calle Portugal. Si uno camina por Portugal al sur setenta y un
pasos le separan hasta el kiosco cercano a Marcoleta. Existen dos
fruterías en la esquina; están separadas por treinta y cuatro pasos. La calzada de Marcoleta posee nueve pasos. Desde Portugal con Marcoleta hasta la puerta de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile sesenta y siete pasos.
Y qUIen era, no nada, diSCULpen cabros, siGAMos la fiesta, naDa malo, atados de mina, seGUImos con otra botELla, y DÓNDe está la flaca, fue a BUScar unos cOHETes, pero pIOla, que hay poCo. Podríamos iR a algúN laDo; FLACA, TE ESTAMOS ESPERANDO – le pasa el teléfono a la otra- Sí FLacA, a dónDE te MEtistE, ¿estai eN TU DEPartamenTO,
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¿que no ME esCUchaS? ¡Y AHORA HUEONA ME ESCUCHAI! – y corta, y después- la MaraCA se fUE, no va a volVER Ni CaGAndO, NoS vamOS a CHupaR a OtrO LaDo, aL LaTas, al MesÓN, al MaKaLÜ, al CaRRera, nos vaMOs a Tu DepTO VÍCTOr y olVIda a esA MiNa, compADre; ¿CabeMos en tU auTO, PanCHIto? ¿y quË esPeRaMos enTONCes? Luces sicodélicas. Mosaicos en las formas, los colores se derriten al mirarlos.
La
música urbana deformándose en los oídos, el suelo movedizo los empuja. Amargor en la garganta, las cabezas laten con un frenesí que eclipsa. Caminamos desde el pasto por la vereda movediza, puta que tomamos, me dejai un poco de tu pucho, nos internamos por los corredores antiguos, el cielo opaco y anaranjado, la bulla de las calles, nuestros pasos tienen eco en las estructuras y en nuestras conciencias diezmadas, reflexiono bien, camino mal, el copete me hace abrirme a un campo de reflexión que desconozco en la sobriedad, es la raja, chucha, una hormiga cabezona, todo bien, en el estacionamiento, los árboles y sus ministros en el suelo, ramas, hojas, chucha, la llave está en la mochila, Caro, la mochila, ¿dónde vamos? Al depto, claro, tengo unas latitas en el freezer y unas cosas para picar, nos subimos al auto, yo al medio, Nicol, tú al lado del Vitoco, acá está más piola, me estaba dando frío afuera, dale no más, el golpe avisa, quiébrate, más, un poco, ahora dale pa delante, ahora atrás, ya salimos. Debo llegar temprano, a las diez se va la Pao, y llega el grueso de clientes; el cyber es algo que me distrae, casi no es una pega, me divierte sacar de dudas; tengo algunas lucas en el bolsillo izquierdo, no puedo seguir bolseando cigarros; pasaré a comprar unos Lucky, pero solo cuando me vaya. No tomaré más, al menos por esta noche; Pedro a veces está justo a la hora del cambio de turno y aunque no es vaca, no me interesa hacerme malas migas con él. Es una pega que me agrada, además me da tiempo para terminar la tesis, una gran muralla que debo sortear. El semáforo en rojo, sombras andantes cruzan sobre las luces, éstas encandilan; ¿nos vamos por Alameda o tomamos Santa Isabel? El smog molesta las narices, pero estamos acostumbrados, al menos quienes hemos nacido, acá, por Santa Isabel, la música en los parlantes, señaliza hueón pa la otra, The Police, Every breth
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you take, un tema que ponía mi viejo en el departamento, cuando vivíamos en Ñuñoa; no nos has contado los atados con tu mina; ¿es tan grave la hueona, pa que te trate así? Filo no más, Vitoco; mira, ¿qué tal si nos vamos a tu depto y luego a la Punta Juárez? Llamo a la Piera, la mina nueva y asunto arreglado. Olvídala, hueón, puros dramas. La Piera es como de tu tipo; ¿Cómo la encontrai? Parece que hay un accidente, cámbiate de pista, yo voy sólo por un rato, ¿la mano que aprieta?, no, pa qué, es la pega, tengo que trabajar, pero piolita, entro a las diez, todavía hay tiempo. Cuidado, parece que están los pacos en la otra esquina; chucha, doblo aquí, no es bueno que nos pillen huasqueados.
INTERIOR – CONSULTA DE HOLZ – SANTIAGO DE CHILE – TARDE Las manos de Agnes entrecruzadas en el vientre. Un lapicero es maniobrado por las manos arrebujadas de Holz. Las luces amarillas de la tarde de otoño ingresan por los ventanales del despacho. La fotografía de Holz y Nillsen en su lugar. Mientras se muestra esto se escucha el diálogo del doctor y la paciente. AGNES
:
… estaba en la orilla y me contemplaba desde lejos.
HOLZ
:
No la habías visto antes.
AGNES
:
Nunca. Papá nunca me había hablado de ella y, sin embargo,
parecía que la conocía de años, seguramente nuestras sangres se anhelaban desde siempre. Siempre recuerdo la escena: su vestido blanco con blondas y una flor en el pecho, perfectamente bordada a mano, sus cabellos castaños agrupados en dos manojos. Sonreía, sin embargo casi nunca lo hacía, sólo en contadas ocasiones. HOLZ
:
¿Te gusta recordarla así?
AGNES
:
Desde
luego,
pero
es
también
producto
de
que
añoro
profundamente ese viaje. Llevo grabados en mi alma, en mi mente y sueños los perfumes de los paisajes que visitamos. Gigliola había llegado con su madre la tarde anterior. Era primera vez que visitaba el sur de Chile. Apenas hablaba español;
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felizmente el italiano es parecido a nuestro idioma y no le costó mucho esfuerzo aprenderlo. HOLZ
:
¿Viste a su madre como la madre que no tuviste a tu lado?
AGNES
:
(…) mamá estaba en el cielo, podía estar conmigo en el momento
que quisiera tan sólo con pensar en ella. Nunca necesité una madre física; o quizás sí en el sentido de tener un regazo en el cual acurrucarme en los momentos difíciles o de dolor; quizás por eso mi férrea amistad con gente entrañable, mi amor fraterno a mis cercanos, mi búsqueda trascendente, pero también mis inseguridades. Todo tiene su costo. Mi diferencia tenía beneficios, también. HOLZ
:
Es valioso que hablés de diferencia más que de carencia. Cada
quien debe adaptarse a las circunstancias. El que nos falte algo siempre depende de una mirada comparativa con la otredad. Es la razón de porqué vivimos amargados. AGNES
:
En una sesión de aromaterapia creí haber percibido el hedor de
aquel lago del sur, de los matorrales circundantes, del agua misma. Fue una sensación algo mágica, pero extraña. HOLZ
:
Nunca vos me platicaste de que habías ido a una sesión de
:
Fue hace dos años, más o menos. Una compañera de carrera me
aquello. AGNES
invitó. Su tía rayaba la papa mucho con esa onda de las regresiones, de la medicina natural y eso. Estuvimos en una sala muy fundamental, alfombrada; un grupo de cerca de diez personas nos esperaba sentados en el suelo. Cubrimos nuestras vistas con gafas de franela negra. Todo era silencioso. Luego nos hicieron pensar en el pasado, en las cosas que nos gustaban, que nos traían agrado recordar. Vertieron en el ambiente ciertos vahos, después de mucho rato. Al comienzo de la sesión me dio un poco de lata, no miedo pero algo de nerviosismo, quizás. Lo primero que recordé fue esa imagen de Gigliola moviendo su mano, yo en el bote con papá; algunos fragmentos de las especias liberadas me hicieron viajar a dicho paisaje: creo que era el olor a pino, la tierra mojada de invierno, la leña siendo abrazada por las manos del fuego.
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HOLZ
:
Te sentiste bien…
AGNES
:
No sé si bien. Lo cierto es que sin darme cuenta terminé llorando;
sentí también que otras personas en la sala también lo hacían. El sentimiento fue especial, pero no sabría precisarlo. HOLZ
:
Contáme, ¿tuviste más contacto con ella en el transcurso de tu
:
Vivimos un tiempo juntas, pero luego de tiempo. No quiso seguir
vida? AGNES
viviendo en Europa y decidió venir a vivir a Santiago. Me pidió que le hiciera algunos contactos y bueno, terminó trabajando free lance para algunas revistas de modas. Fue aquí que descubrió que tenía cáncer… HOLZ
:
Cáncer…
AGNES
:
Claro. Eso fue muy rápido.
La cámara se dirige al rostro de Agnes. Sus ojos lagrimean. Racconto. (El filtro de la imagen es distinto, todo para indicar que es un recuerdo de casi una década).
Por el
pasillo del departamento ubicado en el Barrio Lastarria la cámara se interna con dilación; la luz de la tarde metropolitana apenas logra proyectar un trapezoide – la forma de la puerta abierta- en el piso de parqué y parte del muro. Sobre éste, un lienzo oscuro parece ocultar elementos colgados, cuadros, adornos, sabe Dios qué cosas. Nos internamos por un umbral luminoso, nos encandilamos por un momento; estamos en el dormitorio de una joven. Ella yace acostada; no notamos su rostro, nada más una revista: Negros del África, la foto de un escritor, letras tras letras. El desierto de Atacama. Las montañas de Suiza. Una bandeja con leche y alimentos aterriza suavemente en el cubrecamas. AGNES
:
(Calva) Buenos día, Gigi.
GIGLIOLA
:
(También calva) Bonjourno.
AGNES
:
Hoy iremos de paseo (arreglando el pijama de Gigliola). Te hará
bien salir un rato a caminar. El día está bastante grato, una bendición para ser día de invierno.
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GIGLIOLA
:
Está
bien.
Aprovecharé
de
hacer
algunas
fotos
mientras
caminamos. Di Cento me llamó esta mañana y me pidió algunas vistas de Santiago. Dice que está haciendo un reportaje. AGNES
:
¿Es quien escribe para la revista que lees?
GIGLIOLA
:
Sí. Necesitaba responderle y no tengo su teléfono de contacto. Por
eso buscaba datos suyos aquí. ¿Dónde saldremos a pasear? AGNES
:
Eso lo decides tú. Conozco lo suficiente esta ciudad, tú no; me
gustaría estar contigo en el momento en que la descubras; así podría yo ver detalles que he omitido en la exploración. GIGLIOLA
:
Santiago no es más bello que Roma (sorbe un poco de leche). Me
gustaría conocer Tierra del Fuego o Temuco, estar con los indios americanos, eso sería más grato que caminar por los rincones de esta mala copia de ciudad europea. AGNES
:
(…)
GIGLIOLA
:
Princcipessa, perdón, no quise ofenderte (silencio por unos
segundos) Ven, hermana. AGNES
:
Nada más quería que te olvidaras de la quimioterapia por un rato,
que te despejaras, que fuéramos a tomar un jugo. No tengo qué más ofrecerte. GIGLIOLA
:
(Acariciando su rostro) Gracias por todo, hermana. ¿Tú no
desayunas? Ayúdame (le acerca un trozo de pan). AGNES
:
Luego de pasear empezaré a construir la maqueta para el
electivo. A ver si me ayudas. GIGLIOLA
:
Está bien.
Agnes en el sillón de pacientes de la consulta del doctor Holz. Todo vuelve a normal. HOLZ
:
¿Por qué lo del cabello rasurado?
AGNES
:
Dos meses después de que Gigliola arribara a Santiago, se sintió
mal. Luego de varios exámenes le detectaron cáncer. El asunto era tan de cuidado que las sesiones de quimioterapia vinieron pronto. Fue allí cuando empezó a perder el
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cabello. Para solidarizar con ella rasuré mi cabeza, era una forma de hacer su dolor también mío. (Fade out)
¿Dónde quedan las posibilidades descartadas en el juego paradigmático de la novela?¿dónde las infinitas escenas que pasaron raudas por la mente del creador y por alguna razón no lograron persuadirlo, esgrimiendo éste otras quizás menos precisas o perfectas?¿No podrían permanecer en el papel y denostar a la perfección con su presencia, insultando al sintagma por monopolizar la lectura, llevando al lector a un juego más democrático de decodificación que el tiránico resultado escrito?¿Dónde están las frases borradas de un original?¿Poseen, acaso, un Hades furibundo las palabras? El papel es la tumba de las ideas. Si deseamos que vuelen libres, que tomen vuelo y se precipiten antónimamente al universo cóncavo, entonces hagamos vivir a las palabras fuera de él. Construyamos así la novela exógena, la literatura exógena: luego de la oralidad, la escritura, luego de la escritura, nuestro proyecto.
El piso de madera encerado hace poco, embadurna sus zapatillas humildes. Su pie derecho marca el compás de una canción. Es lo que nos muestra la cámara. Violines, metales diversos. Hay un clóset de color café que separa su dormitorio del contiguo, aquél en el cual su abuela pernocta. El mueble de una máquina de coser le sirve de escritorio, hay una silla de mimbre; las paredes son de cholguán, delgadas como sus palabras, pero fundamentales a la hora de guardar secretos. Cuando pequeño algunas monedas, bolitas y palitos de fósforos cayeron de su cama al jugar, viajaron por esas tablas a las junturas breves y cayeron abajo, a la tierra húmeda, compartiendo espacio con la morada de las hormigas e insectos nocturnos. Una caja le sirve de velador; ahí su reloj de cuarzo, monedas, boletos de micro arrumados cabalmente uno encima de otro, un cuaderno de anotaciones y un bolígrafo Bic, color negro punta fina y una Biblia
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negra con concordancia, versión Reina Valera, año mil novecientos sesenta. Sobre los pies de la cama dos chalecos doblados del mismo modo, bajo la cama las puntas de un par de bototos asoman como dos animales negros tímidos. Por la ventana se ve un jardín en cuya brevedad se muestran tres o cuatro árboles frutales. Un granado, un moro y un limonero. Emanuel conoce en su cuerpo las huellas vetustas de sus ramas, comprobadas cuando impúber. Bajo la sombra de esos arbustos y aun bajo la tierra fértil de aquel pequeño campo descansan media docena de mascotas: peces, gatos, un perro y un conejo, muertos en durante la niñez del predicador y recordados de tiempo en tiempo. Si los árboles pudiesen hablar nos referirían las sentidas homilías del entonces niño, quien Biblia en mano invitaba a su madre y abuela a cada funeral y rogaba a Dios recibiera en sus brazos tiernos a esos animales, víctimas del sino del tiempo y la enfermedad. Ahí está Emanuel, mira desde la habitación por la ventana hacia el oriente, su pie siguiendo el compás de la música que no escuchamos, pero que él parece percibir desde la lejanía. Suenan los débiles golpes sobre la madera del ropero. El joven se incorpora. -
¿Mamá?
-
Soy yo, tu abuela.
-
Amada. ¿Cómo está?
-
Bien, hijo (…) Hijo, no has ido a desayunar.
-
No abuela. Pero no se preocupe. Todo está bien. Usted sabe.
-
Sé que Dios te va a fortalecer. ¿Cuándo dejarás de ayunar?
-
Cuando sea tiempo de fiesta, abuela; por el momento, mientras el esposo es quitado, entonces los invitados deben guardar el luto. La carne debe estar sujeta al espíritu, sólo de este modo la oración puede llegar libre de pasiones al trono del Padre.
-
Así es hijo, considerando que el cuerpo es templo del espíritu. Hay que cuidarlo. Haced todo decentemente y con orden.
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-
Oh, abuela querida, Dios te ha coronado de sabiduría y amor; tus retos son ungüento para mi alma. Verás la gloria de Dios, mujer virtuosa.
-
Dios te oiga, hijo.
-
Debo ir al hospital. Hay un hombre que tiene un tumor cerebral.
-
¿Es un vecino, lo conoces?
-
No, abuela. Mientras oraba recibí una palabra de ciencia. Creo que el Padre esta tarde una vez más será glorificado.
-
Oh, Gloria a Dios, alabado sea el nombre del Señor.
-
Le ruego, eso sí, que guarde prudencia. Nada más apóyeme en oración. Dígale a mamá cuando llegue de sus compras que fui a visitar un enfermo. Ella comprenderá.
-
Amén, hijo, así será.
La acritud en la boca, acerbidad dentro del
estómago, la presión alta, frío en las
manos y pies. Debilidad corporal; la lengua laxa, los ojos transmiten vistas veladas de todo cuanto recorren. Las amígdalas crecen como puños blancos dentro de la garganta. Peste en el aliento y, sin embargo, vida en las palabras. La muerte de la carne resucita los juicios del espíritu. No hay ganas de nada, la oración es auto impuesta, orad y velad para que no entréis en tentación, a la verdad el espíritu desea mas la carne es débil; Satán acecha en el miedo, en las dudas, ofreciendo gloria fácil con milagros fáciles, el poder de todos los reinos doblegando rodillas ante él, transformar piedras en panes o monedas. Vete de mí, Satanás, la sangre de Jesucristo te ha vencido hace dos mil años en la cruz del Calvario. Tus principados y potestades están sujetos a la potestad de Dios Padre, Todopoderoso, Creador del cielo y de la Tierra// SOY HIJO DE DIOS, NO TENGO DINERO PARA PAGAR EL MICROBÚS, ¿ME PODRÍA USTED LLEVAR? (el conductor le mira de pies a cabeza) Pase. DIOS LO BENDIGA GRANDEMENTE CON SUS FAVORES Y MISERICORDIAS. El joven en el autobús. El joven en la primera corrida de asientos, aferra su Biblia negra, sus manos ajadas por la madera. (Fade out)
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EXTERIOR – PLAZA ALMAGRO – SANTIAGO DE CHILE – DIEZ DE LA MAÑANA Sanguinetti y Holz caminan por el frontis de la Universidad Central. Ambos fuman. Cruzan luego la calle Santa Isabel, los senderos de la Plaza y se dirigen después en dirección a la calle San Diego. El otoño mandó a botar con rigurosa respuesta las hojas de los grandes árboles sobre el suelo, el pasto, el cemento próximo. El cielo está algo nublado. Ambos se engalanan con abrigos; Holz luce uno ceniciento, el de Sanguinett, en cambio, es café claro. SANGUINETTI
:
Qué querés que te diga. Estoy aquí porque soy tu amigo,
no porque crea que tus pendejadas tienen algo de coherente. Muchas cosas tengo yo qué hacer como para que me entrometas en tus boludeces, pibe. HOLZ
:
Guardá, Sanguinetti, que hace ya mucho tiempo no ando a
la bartola. Tengo datos concretos y quiero que vos me ayudés. ¿Está claro? SANGUINETTI
:
Y bien, no alarguemos más el tiempo, contáme.
Imágenes del Persa Bio Bio en Santiago. HOLZ
:
Hay un par de tipos que tienen un sucucho de medallas,
uniformes y pertrechos del ejército nazi en el persa del cual te hablé hace algún tiempo. ¿Te acordás? SANGUINETTI
:
(Circunspecto) Sí, desde luego.
HOLZ
:
Luego de algún tiempo de hacerme conocido de ellos, me
han puesto al tanto del movimiento nazi que yace en la clandestinidad; pero es algo raro. Diré: es algo parecido a la clandestinidad, pero estoy seguro que no lo es. SANGUINETTI
:
¿Me lo explicás con manzanas, Holz?
HOLZ
:
Los nazis siempre se han movido en el país con algún tipo
de facilidad. Esto tiene una razón histórica: la formación del ejército chileno es eminentemente prusiana. SANGUINETTI
:
Y bien, puede que tengan influencias, estoy de acuerdo con
eso…
40
HOLZ
:
Pero también hay otras causas: la inmigración de ellos a
comienzos del siglo XX. En menor grado su presencia en el sur por ciertas misiones protestantes como la Luterana, por ejemplo. Hay estructuras de poder que les han prestado protección, y lo siguen haciendo. SANGUINETTI
:
No por casualidad Paul Shaeffer decide venirse en la
década del sesenta a radicarse aquí con la intención de fundar un sistema utópico con las víctimas de la Segunda Guerra. Los gobiernos han sido criticados por la protección abierta y los tráficos de influencias que hubo para proteger a la Colonia Dignidad. Pero Holz, hay algún desfase histórico. HOLZ
:
No. Hay pruebas y documentación que los submarinos
alemanes, en plena guerra, fueron abastecidos en pueblos costeros del sur del país. SANGUINETTI
:
Son nada más que especulaciones…
HOLZ
:
No. Existen a lo menos tres de esas embarcaciones
hundidas en el sur de Chile. Una de ellas se puede ver a simple vista. Los gobiernos chilenos de la época lo sabían, pero debían mantener en secreto dicho soporte: debían ser amigos de ambos bandos o, en otras palabras, actuar con neutralidad sui generis. SANGUINETTI
:
Ese tipo de apoyo no asegura redes de protección. El
amparo del cual vos me hablás fue coyuntural, como cuando los chilotes apoyaron a los ingleses en la Guerra de las Malvinas. HOLZ
:
Sanguinetti: hay teorías que señalan que Hitler habría
muerto en Chile. No es un asunto de una guerra, hay un apoyo histórico. SANGUINETTI
:
(Lo mira fijamente) Mirá: ¿vos creés que yo soy un
boludo?¿Verdad creés que tengo cara de chambón? Por favor Holz, vos me menospreciás, esto es una ofensa. Me largo, verdad Holz, no tengo ni el tiempo, ni las ganas de continuar participando de tus estudios fraudulentos. HOLZ
:
Tengo
datos.
No
son
conclusiones
a
dos
patadas;
Sanguinetti, esperá, no te he llamado precisamente para esto. SANGUINETTI
:
¿No?
41
HOLZ
:
Hay un tipo que contacté. Tiene una tienda de libros y
especies antiguas. Tiene en su poder algo que he estado buscando por mucho tiempo… SANGUINETTI
:
¡No! ¡El mismísimo bigote del Furher! (El tipo ríe)
HOLZ
:
(Incomodado, se le pone de frente con su puño en el
pecho). He llegado casi a la verdad, o al menos a la vía que me puede llevar a ella. SANGUINETTI
:
Bien, dale…
HOLZ
:
Los documentos de Nillsen.
SANGUINETTI
:
(Le mira a los ojos. Luego baja la mirada y se toca la nariz)
HOLZ
:
Es cierto.
SANGUINETTI
:
(Se muerde el labio inferior) Mmmmm…
HOLZ
:
Te he llamado para que me acompañes. Le dije al tipo que
No te creo.
vos sos ingeniero y que verías si los documentos tenían algún valor técnico. No le di mayores detalles para que no pusiera un precio demasiado alto en la transacción. Lo certero es que los detalles que me dio de los facsímiles eran los que yo manejaba de antemano. Aspectos demasiado coincidentes. SANGUINETTI
:
¿Son muchos estudios?
HOLZ
:
Trescientas páginas encuadernadas. Y es sólo una parte.
SANGUINETTI
:
(Con profundidad) Interesante.
HOLZ
:
El local está cerca de aquí; es atendido por un anciano.
Traje algo de dinero. Espero tener buena suerte. SANGUINETTI
:
Bueno, persuádeme que eso es verdadero. Vamos. (Fade
out).
INTERIOR – HOSPITAL PSIQUIÁTRICO – SANTIAGO DE CHILE – MAÑANA.
42
Zumarán conversa con alguien pero mirando por la ventana al patio del hospital. Los orates deambulan como zombies con sus delirios a cuestas. El vidrio vibra como movido por alguna extraña fuerza. La perspectiva de la cámara se cierra. El doctor Zumarán repara en el temblor, pero luego se desentiende. Prosigue en su plática. ZUMARÁN
:
… su obsesión era tocarle el pelo a sus hermanas; vivía
peinándolas, acariciándoles la cabellera, teniendo conciencia absoluta de que lo hacía, sintiendo la suavidad de ellos, percibiendo el color, el olor, las ondas. Con sus compañeras de clase hacía lo mismo. Estuvo hace un par de años aquí. La obsesión le tenía en su fase terminal. Apenas comía el pobre. Estaba tan demacrado que daba pena: tenía unos veintiocho años, era un tanto amanerado, se lo trataron de afilar varias veces. No sabíamos porqué lo de su delirio. En algún punto de su subconsciente estaba, creíamos. MENDIETA
:
Y, ¿llegaron a buen puerto?
ZUMARÁN
:
Desde luego. Una cocinera nos ayudó a desentrañar el
MENDIETA
:
¿Cómo así? ¿Es psicoanalista también?
ZUMARÁN
:
No, ojalá. Es una señora de buenos modales, buena
misterio.
persona. Se le ocurrió invitarlo a la cocina. El loco le vio el pelo a una chica y se quedó allí, al lado de ella. La muchacha era nueva, le enterneció el asunto y no hizo mayores cuestionamientos. En una de esas dice del alma: “quizás si yo hubiese nacido así, mi madre me hubiera querido”. MENDIETA
:
He ahí la madre del cordero…
ZUMARÁN
:
Exacto. Durante años la familia nos ocultó un dato básico,
un secreto de familia que dentro de estas murallas no debería contar. El muchacho había sido regalado por su madre. Él pensaba que por ser hombre. Entonces vinieron las secuelas del rechazo. Algo nada de simple. MENDIETA
:
¿Y qué fue de él?
43
ZUMARÁN
:
Nunca más lo vi. Quizás dónde esté. Parecía que su trauma
lo estaba derivando en el travestismo, se me ocurre. Algunas veces lo vi vestido de mujer, caminando por Independencia al centro. MENDIETA
:
No estamos frente a un caso de edipismo, por cierto.
ZUMARÁN
:
No, desde luego que no. Más bien de cómo las improntas
logran marcar la vida de un mortal y la mentira cerrada, esta vez de la familia postiza, le crea un universo que no encaja con el individuo. MENDIETA
:
Interesante… (pausa)
ZUMARÁN
:
Y bien, muchacho, cuéntame. ¿Has afinado el tema de la
investigación o aún estás en el limbo? MENDIETA
:
Más en el infierno que en el limbo, doctor.
ZUMARÁN
:
No te preocupes, no eres el único que se queda pegado en
su tesis. Detrás de ti hay trescientos o cuatrocientos psiquiatras egresados y frustrados. MENDIETA
:
ZUMARÁN
:
MENDIETA
:
¿Qué me recomienda usted, doctor? Sinceramente no sé, Mendieta. Había pensado en estudio de casos. Tenía recolectado
cierto material, como el que le mostré el jueves ante pasado. ZUMARÁN
:
¿Hasta cuándo tienes plazo para presentar el proyecto?
MENDIETA
:
Dos semanas más.
ZUMARÁN
:
¿Cuánto tiempo tuviste?
MENDIETA
:
Un mes y medio, aproximadamente.
ZUMARÁN
:
(Lo queda mirando) Bien, tu respuesta me lo dice todo.
MENDIETA
:
(…)
ZUMARAN
:
Existió hace unos veinticinco o treinta años un caso
patológico que me tocó atender, cuando trabajaba en el Hospital Barros Luco. Te lo menciono pues tuvo cierta repercusión médica y porque me consta que en algún lugar del hospital están las fichas de los involucrados.
44
(La cámara se nubla y aparecen imágenes de citronetas, liebres de diversos colores, gente con pantalones acampanados, campesinos recorriendo las calles; Santiago de Chile, año mil novecientos setenta y cinco) ZUMARÁN
:
…llegó una chica muy menor, delgada, de unos quince o
dieciséis años que decían había dado a luz en un corral de animales, en los límites de las comunas de La Pintana y Puente Alto. Estamos hablando de zonas campestres para esa época. MENDIETA
:
Mi abuelo tenía chacras en Puente Alto; sí, en efecto en los
setentas toda la comuna estaba formada por potreros y parcelas. Fui un par de veces a su casa cuando pequeño. Hoy prácticamente todo está construido. ZUMARÁN
:
El muchacho estuvo en observación un par de días, tiempo
en el cual se indagó la procedencia de su madre. (Las imágenes muestran a una muchacha delgada de pelo largo y rostro puro. Camina por los jardines y pasillos del hospital). Al comienzo guardó intenso silencio, lo que hizo suponer al personal del hospital que se trataba de una sordomuda o alguien que sufría de mutismo por alguna razón traumática. La doctora Wolf, jefa del departamento de psicología, tomó el caso a expresa petición de ella. Días después habló; decía llamarse María. Solía rezar en los jardines en lenguas extrañas. Esto lo digo con conocimiento de causa: la doctora Wolf, años después me confidenció detalles del caso. Bien, lo más asombroso asomó días posteriores. Decía que su hijo se llamaba Yoshua y que prefería no inscribirlo pues para eso el pequeño necesitaba tener un padre físico. MENDIETA
:
¿Y él no lo tenía?
ZUMARÁN
:
Ella decía que no…
MENDIETA
:
Que el bebé era obra y gracia del Espíritu Santo…
ZUMARÁN
:
Tú lo has dicho: esas fueron sus palabras textuales.
MENDIETA
:
Vaya patología: creerse la madre del mismísimo salvador
del planeta.
45
ZUMARÁN
:
Esto pasó en marzo de 1976. Lo desconcertante sucedió
una noche: desde el ventanal del quinto piso hacia el oriente se pudo observar claramente la existencia de un cometa, el West también llamado 1976 VI por los astrónomos. A esas alturas todo nos parecía misterioso. MENDIETA
:
¿El que se llamara María?
ZUMARÁN
:
Claro, que pariera en un establo, que fuese virgen – se
comprobó que fue desvirgada en el acto de dar a luz- que coincidentemente apareciera la estrella en el cielo, que hablara en lenguas extrañas, pero lo más conmovedor era su voz, su mirada. En realidad parecía beata. Pero claro, la muchacha sufría un delirio de algún tipo. MENDIETA
:
Y, ¿qué fue de ella y su hijo?
ZUMARÁN
:
Un día salió sin dar aviso. Sacó a su guagua y se marchó.
Se hizo un sumario, que tardó un par de semanas. Nadie pudo ver de qué modo escapó. Como no tenían datos al final las pesquisas de la policía fueron inútiles. Se piensa que efectivamente la mujer inscribió a su hijo luego de ocho o diez años, época en la cual ya habían cambiado los mandos de la comisaría cuya jurisdicción corresponde al hospital. Pero no nos consta. Debo confesar que a veces tuve ganas de desentrañar el misterio y llegar a la verdad, en qué desembocó todo. MENDIETA
:
¿Usted creía con certeza en lo que decía ella?
ZUMARÁN
:
No, desde luego. Pero me asombra que ciertos delirios
parecieran concertarse con las circunstancias; como si hubiese cierto acuerdo entre los factores variables y los imponderables. La duda no es sólo mía, por cierto, el problema de las casualidades ha generado cierto dominio del saber, algunas teorías. MENDIETA
:
¿Pero porqué la duda? ¿No le sugiere la ciencia siempre la
misma y única posibilidad? Es imposible pensar que el dilema que le causó incertidumbre haya tenido como opción posible que efectivamente la joven dijera la verdad. ¿Por qué, entonces la inseguridad?
46
ZUMARÁN
:
Tal vez porque el que pregunta determina el dominio en el
que quiera que le respondan y también traza ciertos límites a la repuesta. Quizás porque efectivamente deseaba que la ficción, lo irreal, pudiera aparecer de algún modo. Le daría cierto matiz a la monodia de lo cotidiano. MENDIETA
:
Usted y yo sabemos que nuestra realidad tiene los límites
de siempre y desde nuestro dominio no existe lugar para lo sobrenatural que propugna la religión… ZUMARÁN
:
Desde luego, es el error de dar explicaciones en dominios
distintos. No podemos mezclarlos, pero… ¿qué si las circunstancias nos obligan a hacerlo? ¿Qué puedo hacer si un ser con forma de ángel se aparece en mi consulta, levitando, expeliendo energía por sus manos? No puedo sino, explicar el fenómeno desde mi dominio, obviamente, pero hacer uso de mis pocos conocimientos de la Biblia para tratar de entender el asunto// Mendieta, se hace tarde, debemos terminar. MENDIETA
:
Es cierto.
ZUMARÁN
:
Procuraré moverme por mis contactos. Quizás el cuento de
los delirios religiosos en Santiago sería un tema interesante. Pero bueno, hay que trabajarlo. Veamos lo que encuentras. MENDIETA
:
ZUMARÁN
:
Bien, doctor, no le quito más tiempo. Te llamo el viernes para que nos podamos de acuerdo en
el día en que nos volvamos a juntar. MENDIETA
:
Entendido, doctor. Nos vemos. Gracias.
Mendieta se despide del doctor dándole la diestra; al chocar ambas cubre la de Zumarán con la otra. No se miran, la afectividad en ellos es un asunto funcional que perdura mientras exista el interés. El tesista cruza el umbral de la puerta; un pasillo gélido le espera oscuro como una sofisticada caverna; por segundos la claridad del extremo le encandila. El patio y sus árboles esperan afuera como fotografías superpuestas en un mural de colores neutros. Los gritos perdidos y apagados de las orates a veces parten la letanía de los automóviles, del viento, de las calderas del
47
hospital. Se detiene en el ángulo del pequeño jardín que se ubica a un extremo del gran patio. La cámara le enfoca mirando al este; luego ésta se acerca a él, quien parece observar a un punto lejano; parece percibir frecuencias remotas de algún tipo. La imagen nos refiere ahora a su rostro, su mirada permanece fija. Escucha el ladrido de una jauría de perros; un poco más allá, tras la reja un grupo de animales persigue a una hembra; huelen su sexo y su cuello acrecentando el placer. Mendieta desabotona el cuello de su camisa y se incorpora. Luego sale raudo por el pasillo hacia la calle.
Las uñas cuidadas, casi transparentes en primer plano. Luego viene sobre ellas una breve tilde de metal que las moldea con cuidado extremo. Hay luz de atardecer; los haces del sol son fantasmas inclusivos en cuyo interior descansan los cuerpos del elemental cuarto. El dedo pulgar y su corte, ligeramente extendido hacia el cuerpo; las uñas largas en la mano derecha, escrupulosamente cortas en la izquierda. Ahora los dedos, algo plomizos índice y medio de la diestra, endurecidos en la cumbre, largos, ágiles en su brevedad de acción. Las partituras dispuestas sobre una silla, dos libros gruesos haciendo siesta en las tablas de suelo, el guitarrista sentado en el borde de la cama, su pie izquierdo pisa los tomos, la curvatura de su guitarra en el muslo, las uñas de su derecha en las tres primeras cuerdas,
sobre la boca del instrumento. Se
escuchan tres golpecitos de madera. Entonces empieza la música; parece que ángeles minúsculos revolotean donde se proyectan los haces del sol otoñal. Fernando Sor.
-
Puedo tocar metálicamente si es que acerco las pulsaciones al puente; el sonido saldrá más completo si lo hago cerca de la boca.
-
Pero es lo mismo – le dice ella, Agnes, la protagonista de esta historia- o casi lo mismo.
-
No. No puede ser lo mismo. De igual modo: si apoyo mi índice o pulgar sobre la cuerda anterior (lo que se representa con una < sobre la nota) el sonido será diferente.
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-
Detalles de la interpretación…
-
A cada cuerda un dedo, las marcas del intérprete sobre la partitura; los fortes, messo fortes, pianos, pianissimos; el ralentar, el crescendo o descrescendo. Simbologías sobre la escritura, todo para la interpretación excelente.
-
Las uñas cortas…
-
…cortadas perfectamente; la yema no tiene el mismo sonido que la uña…
-
…creo que nos parecemos. Tú con tus detalles, yo con mis números.
-
No son los detalles, Agnes, es la búsqueda de la armonía, el cerrar el círculo de nuestros sonidos corporales.
-
Había oído hablar algo de eso.
-
Todo nuestro cuerpo es sonido. Si el hombre pudiera viajar a sus entrañas encontraría procesos rítmicos dándose a nivel microscópico; la necesidad de cerrar esos ciclos, seguramente, nos lleva a la necesidad de oír música. ¿Sabías que cada nota es la sucesión rapidísima del pulso?
-
Te olvidas que mis dominios no son los mismos que los tuyos…
-
Cuando golpeas un lápiz sobre una mesa con la misma frecuencia. Básicamente es eso. Si aumentas la velocidad al máximo posible, el pulso llegará a ser una nota.
-
Qué extraño, siempre vi alguna distancia entre ritmo y armonía.
-
Yo igual; la reflexión la hice a partir de una grabación de la escuela de sonido y la de ingeniería de la Universidad de Chile. Es un disco un tanto extraño. Fue grabado entre enero y marzo de 1973. Se titula “El Computador Virtuoso”
-
¿en qué sentido era extraño?
-
Ah… No es que haya sentido miedo, pero algo de turbación; quizás la misma corazonada que asoma cuando uno visiona un filme antiguo de terror. Me imagino que la fragilidad de los efectos, la antigüedad de documento, la voz ultratumba del locutor…
49
-
¿Dónde encontraste esa joya?
-
Circula en Internet, en uno de los tantos blogs de música chilena antigua. Lo encontré buscando interpretaciones de obras de Debussy y Bach. De hecho, el computador de la gente del departamento de física de la Chile es capaz de reproducir perfectamente la música de ellos…
-
Con limitaciones, supongo…
-
Desde luego. En la época no eran capaces de generar armonías; podían interpretar lo que bien hacen algunos instrumentos: la línea melódica de una obra. Bueno, el disco también tiene sus particularidades; es más bien una clase de música en la cual se explica los alcances de la música electrónica, en esos años en pañales. Un locutor va explicando los experimentos…
-
He ahí la palabra clave, quizás…
-
¿Cuál?
-
Experimento.
-
He aquí el sucucho.
-
¿Cuál?
-
El que está al lado de la tienda de libros usados.
-
Te juro que nunca había venido a esta galería. Muy pocas veces a San Diego.
-
Aquí hay rincones que parecen de otra ciudad, o dicho de otro modo: a una urbe paralela.
-
Con gente, elementos y tiempos distintos, opuestos. Tenés razón. Me da un poco de miedo… Perdón, no es miedo. Es turbación;
quizás la misma
corazonada que asoma cuando uno visiona un filme antiguo de terror.
-
Por aquí encuentra de todo: discos antiguos, documentos originales robados a quizás qué personaje público, chucherías diversas. Con suerte puedes encontrar un libro autografiado de Neruda; conozco algunos casos…
50
-
Seamos breves, Holz, no me siento bien…
-
Ah, vamos, si no eres un pibe, Sanguinetti. Qué tanto roche…
-
Lo que te dije. Es todo.
-
Bueno, vamos rápido.
La galería posee un techo de gastados acrílicos en el medio, a través de los cuales el sol logra iluminar el piso similar al de un tablero de ajedrez, los pasillos en segundo piso que rodean el rectángulo y los cuerpos que vagabundean en el espacio; alrededor, una treintena de locales, muchos de los cuales están abandonados, ostentan en sus vidrieras discos antiguos, elementos de colección, libros amarillentos. Los ciudadanos no visitan el lugar con frecuencia, no es de aquellos espacios en que la gente recorre matando el tiempo, a modo de diversión. Quienes deambulan por sus pasillos son gente que va en busca de algún componente cuya existencia no es reportada por ningún local externo; entrar a dicho laberinto borgiano es entrar al último lugar posible. En el segundo piso, Armando Méndez Carrasco tuvo una librería de viejo. Allí solía vender sus obras, siempre acompañado de una o dos mujeres jóvenes. En otro de los locales Rivano, se dedicaba al mismo rubro. Llegan; un viejo tras una humarada de humo de cigarrillo, resuelve el puzzle de un diario antiguo, apoyado en el mesón. Las vitrinas de su local muestran enciclopedias, juguetes del siglo pasado, botellas de vinos de selección, adornos de bronce. Cierto filtro amarillo, dado por una polvorienta ampolleta que cuelga de un par de alambres desde el techo, ilumina el espacio. El viejo sigue anotando una palabra cuando Sanguinetti y Holz cruzan por el umbral. Se anuncian saludando. El dependiente sorbe un poco de humo y les observa con los ojos agudizados. VIEJO
:
Qué va.
HOLZ
:
Bien, gracias.
SANGUINETTI :
Un placer.
VIEJO
:
¿Los he visto en algún lado?
HOLZ
:
Me temo que no. Es nuestro primer encuentro.
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SANGUINETTI :
Apenas nos asomamos por la ciudad, (observando alrededor).
Bonito boliche. VIEJO
:
(serio) ¿Qué desean?
HOLZ
:
Vengo de parte del señor… Morales. Él tiene un local en el Persa
de Bio bio. ¿Se acuerda de él? VIEJO
:
Sí, sí me acuerdo.
HOLZ
:
Estoy en búsqueda de un material de cierto profesor universitario
de los años cincuenta. Fue un afamado neurólogo sueco que hizo clases en Buenos Aires, donde nos conocimos, y se radicó por algún tiempo en Santiago. Me han dicho que su material, no todo por cierto, deambula por algunos rincones de Santiago. Mientras Holz habla, Sanguinetti examina sin pasión los elementos expuestos en los mesones de la tienda. Hojea algunos volúmenes ajados. Casi sin pensarlo, en un acto reflejo, sus ojos apuntan a un diminuto cuarto cuyo interior se ve apenas pues la puerta está entreabierta. La mortecina luz de la ampolleta ilumina parte de la pared. En ésta el rostro del Furher en un cuadro enmarcado. Sanguinetti se despabila. Mira con miedo a su amigo. VIEJO
:
Ah. Nillson…
HOLZ
:
En efecto.
VIEJO
:
¿Es usted de los nuestros?
SANGUINETTI :
(Adelantándose) Ochenta y ocho.
VIEJO
:
(Sonriendo) ¡Heil Hitler!
HOLZ
:
(algo desencajado) Desde luego.
VIEJO
:
Sabrá usted toda la historia de Nillsen.
SANGUINETTI :
Querrá decir Ernan Binder, camarada de lucha…
VIEJO
Ah… Creo que nos estamos entendiendo. Espere, iré a buscar dos
:
sillas. El viejo se dirige al cuartito, momento en el cual Sanguinetti le habla al oído con brevedad. El dependiente vuelve, bordea el mesón de libros viejos, y cierra la puerta
52
del recinto con llave. Los psiquiatras se observan con cierta incertidumbre. El viejo saca su peineta y se arregla el pelo. Vuelve a su posición.
Platicaron largo. Media decena de ciudadanos se acercaron a la dependencia; al ver el letrero de la ventana – que decía “Cerrado”- y al otear entre los elementos hacia adentro, se disuadían de insistir. El Viejo había conocido a Binder de joven. Le refirió los pormenores de su amistad. Sin embargo, antes, a propósito Sanguinetti, seguro previendo que la desconfianza del dependiente estaba aun en evidencia, le había lanzado una batería de pequeños datos referidos al alemán. Amor con amor se paga, habrá pensado. Sanguinetti es ingeniero, le dijo Holz; queremos continuar la obra del doctor, para que su imagen perviva entre nosotros; eso es también afianzar la causa en el mundo. Tenemos el apoyo de alguna gente para continuar con los estudios referidos al tiempo; tenemos nociones de sus líneas investigativas, le reitero, trabajamos con él en Buenos Aires, pero no tenemos los planos que al menos nos den el inicio para proseguir con el proyecto. Yo les puedo facilitar los originales de sus textos – dijo el Viejo, entusiasmado-
son cerca de medio millar de páginas. Usted que es ingeniero,
seguramente, puede descifrar algunos trazos; él los esbozó con la ayuda de un físico alemán que conoció cuando
trabajaba para la causa en el campo de judíos. Hay
también
referidos
otros
manuscritos
a
temas
diversos:
psicología,
ideología,
descripciones, algunas secciones bibliográficas, pero son mínimas. Tuve la irreverencia de ordenar, es decir, editar los textos, darles cierta continuidad; me da un poco de pudor decirlo, me dan ganas de pedir disculpas – Holz sonríe, Sanguinetti distiende el rostro- pero bueno, ahí están, camaradas. El corazón y el intelecto me dicen que facilitar los textos de Binder a ustedes va a ser lo mejor – Sanguinetti pensó, en un flashazo, que había la posibilidad de que él y Holz fuesen partícipes del texto, como personajes, luego su pensamiento derivó en estrépito: era probable que algunas líneas de las “descripciones” les tentara en forma tangencial. ¿Qué era lo que el viejo
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pensaba de nosotros? Pareció haber cavilado Sanguinetti y por momentos se evadió de la plática, por lo que el viejo le miró y le demostró algún grado de molestia. Además en la lectura de los rasgos de Holz, algo no le cuadraba. No conocía por cierto su apellido, sólo el de su acompañante, que sonaba a italiano o argentino. ¿Quién era ese tipo de rasgos peligrosamente semitas? ¿Cuál era su apellido, dato que podía ser el inicio de la construcción de la historia del visitante? Ambos conocían a Binder desde su estada en Buenos Aires, ¿serían ambos los dos papanatas sionistas que sospecharon de él, que solían espiarle, que intentaron expoliar sus documentos ese día en que su esposa se quebró el pie al bajar de una escalera, o uno de ellos el estudiante homosexual amante suyo, excusa para dejar la cátedra trasandina y venirse a vivir a Chile? ¿Qué quería entonces, el muy hijo de puta, cincuenta años después? Con esta emoción, creyendo en la segunda opción como la válida – quizás por qué descartando la primera (así es el juego paradigmático, incierto, impreciso, aleatorio), es que hizo una pausa en su discurso y, en esa emoción, lanzó una pregunta directa:
-
¿Usted señor fue amante de Binder? – le preguntó el Viejo a Holz en una interpelación nada cortés.
-
(desencajado) No, desde luego que no. No sabía que él era del otro partido…
-
Combatimos la homosexualidad, camarada, por favor, qué es esto.
-
¿Usted es Alberti, no cierto?
-
Pero… qué le pasa, creo que nos entendíamos…
-
Dígame, usted es Alberti, ¿por qué se inquieta? ¿o es usted? – el Viejo se separa de ellos y les observa como un perro, aprontándose a atacar.
Los dos amigos argentinos se miraron nerviosos. Algo había funcionado mal – por mi madre, qué boludez, si todo iba tan bien, pibe- y era urgente la elaboración rápida de un plan y su accionar inmediato. Como dos guitarristas que se miran y saben llevar el desarrollo de una canción, como dos futbolistas articulan la jugada perfecta en la zona ígnea de juego, antes de perder la única posibilidad de pista, luego de años, atacaron
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casi al unísono: Sanguinetti le arrojó su palma abierta la cual cayó como el hormigón lanzado con rabia por el albañil contra
el bloque y Holz, que hacía tiempo no
participaba en esas andanzas (hacía sesenta años le propinó una pateadura a un palestino en Tel Aviv) le asestó un puñetazo en la boca del estómago; ambos con sus golpes dejaron doblado y en el suelo al malogrado dependiente. Ahora había que encontrar el material, tarea nada de simple. ¿Qué si el libro de Binder, editado por el Viejo, no se encontraba ahí, sino en la casa del tipejo? ¿Qué si aquel nazi alucinaba con el texto y se equivocaba en la posesión de aquél, como tantos otros que dicen poseer el cráneo del eslabón perdido de Darwin y no poseen más que calaveras arregladas de primates comunes y silvestres? Bueno, si es que el lector quiere saber lo que sucede, no deje de leer las páginas restantes.
…sin embargo, tarde o temprano todo lo oculto ha de ser manifestado, y lo que se diga en intimidad se hará sentir en las azoteas; pues es necesario que el hijo del hombre venga en gloria y majestad a juzgar a las doce tribus de Israel, a separar a los corderos de los cabritos, a disgregar la cizaña del trigo. Pero en esa época de la manifestación vendrán muchos en nombre de Cristo diciendo “Yo soy”, mas no deis fe a ellos; o si dijeren. “está ahí, en el desierto” o “allí, en el aposento” no le creáis porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre.
SHAI, MATRIZ PROJECT DICE
:
Conectado hace rato, perrín?
VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE
:
hola ql aká, ko tai xilno
SHAI, MATRIZ PROJECT DICE VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE
: :
SHAI, MATRIZ PROJECT DICE VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE SHAI, MATRIZ PROJECT DICE
poco, pero bn, en mi brbja :
:
bn, y tu btya XD
no tni cel, prrito?
na d moneas, flko. Co ta la mision? :
¿?
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VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE
:
SHAI, MATRIZ PROJECT DICE VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE
xuxa, ctm, t olviste? :
:
SHAI, MATRIZ PROJECT DICE
no, XD
- mal :
tngo info = poka, yamm y x estos dd
nos jntmos VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE
:
SHAI, MATRIZ PROJECT DICE
mjr ahora :
tnis que sprar 1 tanto, dme algs 2dos
XD VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE
:
SHAI, MATRIZ PROJECT DICE VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE
: :
SHAI, MATRIZ PROJECT DICE VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE
:
SHAI, MATRIZ PROJECT DICE VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE SHAI, MATRIZ PROJECT DICE VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE SHAI, MATRIZ PROJECT DICE VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE SHAI, MATRIZ PROJECT DICE VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE SHAI, MATRIZ PROJECT DICE
vive en pte alto en 1 weá bn brigda
k +? :
:
bn el H c yama Emanuel
= k película porno :
:
sep
azla crta. Kero info :
:
XD
tay en el cyber? :
:
(no disponible)
ctm… :
:
(no disponible)
pa eso no t pido ayuda, ql :
SHAI, MATRIZ PROJECT DICE VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE
d+
vib kon su vieja y su awela
xuxa :
prdica en una iglesia, es onda cura,
una weá asi VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE SHAI, MATRIZ PROJECT DICE
:
pastr? :
sep el weon es onda profta la gnt lo
busk
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VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE
:
SHAI, MATRIZ PROJECT DICE
xuxa :
pa mi k es onda xaman, p lua la weá,
incluso sale en youtube VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE
:
SHAI, MATRIZ PROJECT DICE VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE
: :
SHAI, MATRIZ PROJECT DICE VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE
CTM ¿?
y k hace ahí? :
:
SHAI, MATRIZ PROJECT DICE
me tne metío el ql
una weá re loca... veela dja ela2
la xik no me kgó con el? :
Yo kxo ke no… la Agnes es espiritual,
no anda onda webeo… VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE
:
SHAI, MATRIZ PROJECT DICE VITOKO, SoLOOO dNUevo DICE
d + xuxa, tngo k salir. Yamm mnña xai cuidte :
:
ttb xao XD
xao
El rostro de Shai iluminado por la luz cambiante de la pantalla; un cuadro se proyecta en sendos cristales de los anteojos. Todo es oscuro (es análogo a un programa literario de entrevistas); el lcd del ordenador parece ser un tragaluz a un mundo paralelo; allí hay letras de colores, dibujos, rectángulos caleidoscópicos que parecen no inmutarlo; revisa con insistencia los posteos antiguos de la sala Paranormal de el Antro o el foro Gore y el de Ciencias Ocultas de chilewarez.org, también escalofrío punto com o la sala de Conspiraciones, también de el Antro. Es miembro de otros foros de menor renombre, que junta a gente de Latinoamérica y Europa en torno a temáticas de misterio, versiones subterráneas de la historia, las crónicas del papado, las profecías de Nostradamus. Pero hace algún tiempo le rodeó una mágica obsesión relativa a la religiosidad: comenzó a cotejar los vaticinios bíblicos sobre el fin de los tiempos y el asunto le quitó por muchos días el tiempo requerido para la redacción de su tesis. En sus obsesiones encontró en la red información sobre un tipo que decía ser el Anticristo
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y, al mismo tiempo, la reencarnación de Jesucristo en la tierra. La materia podía no haber sido más que una línea de curiosidad entre la infinidad que surge en la mente de un lector, sino por un detalle: el descubrimiento en la red del amigo de Agnes, el mismo joven predicador que solía visitar la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile a repartir folletos. El video, aparecido en Youtube,
tenía muy pocas visitas; a saber siete u ocho.
Detentaba la factura del cine bizarro: primeros planos en desenfoques, colores indefinidos, audio enrevesado. Se veía al ligero predicador, vistiendo un chaleco flácido, exponiendo una homilía apartada en retórica de las comunes invectivas pentecostales. Tenía una duración de diez minutos en los cuales desplegaba una exhortación referida al libro de Daniel capítulo nueve versículos veinticuatro en adelante. Lo inquietante vendría después: una señora se le acercó mientras rezaba y le pidió por su hijo que yacía postrado en una silla de ruedas. En un comienzo él se negó y mediante aspavientos delicados (apreciados en una secuencia no menos bizarra) le indica que no es el tiempo. Pero algún detalle –que no podría precisar con certeza- da a indicar que la mujer viene desde lejos – quizás fuera de Santiago, muy probablemente. Entonces estremecido, movido a misericordia por la fe de la fémina ordenó a la asamblea que se dispusiese a orar; luego hizo señas a quien filmaba para que dejase de hacerlo. En efecto, el cameraman apaga el aparato y podemos apreciar que la pantalla se va a negro; luego, dentro del mismo telón oscuro, aparece el ruido provocado por líneas e interferencias rojas y azules, y retorna con dificultades la señal, un tanto más opaca que denantes, pero con un detalle: se percibe que la máquina filmadora ha sido encubierta tras un jarrón, que adorna el proscenio de la capilla. He aquí el momento más turbador del documento: el predicador abraza al pequeño, quien parece un servatillo muerto en las extremidades recias del amante cazador, lo atrae contra sí y procede a dar vueltas con él sobre el escenario. El lente de la cámara tiene alguna dificultad para secundarlo en el movimiento, pero logra atraparlo en sus límites rectangulares. La música de un órgano electrónico asoma con tibieza en tanto el
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predicador platica en lenguas extrañas. Entonces, en un acto arriesgado, acompañado de movimientos ásperos, deja descansar los pies del muchacho en el suelo en tanto sigue sosteniendo el tronco del impúber y, mirando a los ojos de éste, lo azuza a que camine sobre la tarima. Uno, al saber que el estado del muchacho es deplorable, nada más siente vergüenza ajena del inminente fracaso público del predicador; es más, se es tentado a cerrar la ventana del navegador y buscar otro video que satisfaga de mejor grado. Pero a punto de la hazaña que no llegará, de acuerdo a las percepciones humanas que se maneje en forma individual - que no difieren de uno y otro, salvo que uno se mueva en el plano de lo sobrenatural- el hombre pareciera mirar a la cámara y, luego, con mirada penetrante le habla al enfermo y éste tensiona las extremidades inferiores y procede a caminar ante el espanto magnánimo de la gente que aglutina el espacio. En realidad eso da miedo, también los gritos, el gemido de la mujer que se mueve en el suelo, incrédula o, mejor dicho, en estado de shock por lo ocurrido. Luego la cámara se mueve, enfoca pies, suelo, plantas y la pantalla se va a negro.
Están ahí el director del hospital psiquiátrico, el doctor Zumarán y la esposa de su hermano. Ésta ha discutido con su esposo y no ha encontrado mejor panorama – el único, por cierto- de llamar a su cuñado para contarle lo sucedido. Ambos habían sido víctimas de los celos enfermizos de sus cónyuges y el encuentro les pareció, en la lógica del mártir, prohibido. Pero estaban ahí, sentados en el segundo piso del café Tavelli de Providencia, él con un libro de Freud en la mano y ella, aferrando el paraguas húmedo que descansaba exánime en el asiento de su costado. Eran pocas veces las que conversaban y las veces que lo hacían nada más tocaban liviandades expresadas en monosílabos y frases matrices. Por eso les costó hablar, y las primeras palabras les surgieron nerviosas, tremolantes, propias de dos adolescentes que no saben articular una plática madura. Pero más para él que hacía algún tiempo, deslizado por los conflictos y desconfianzas con su mujer, e imposibilitado por el trabajo, la compostura y el desgano, se había disuadido de no ser infiel, aunque ganas no le faltaran. Fue ahí,
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y sólo ahí, que comenzó a fantasear con las mujeres que por circunstancia coincidía, con aquellas que revolvían de algún modo sus hormonas herrumbradas. Una de las pocas que podían sobrepasar la selección era, precisamente ella, Lourdes, su cuñada, quien trabajaba como enfermera de la Clínica Santa María. Por eso el cosquilleo, la inquietud de quien se enfrenta a un personaje que ha visto infinidad de veces en los medios o en televisión.
Él pidió un café capuchino y ella uno express. Le dio tedio
buscar un tema de conversación, pero el pensar en que el material de sus ensoñaciones podía, en momentos próximos, ser urdido en la realidad, le motivó a estar ahí. Era menos agraciada que en sus sueños, (quizás ostentaba una talla menos de brassier y el rostro, poseía infinidad de nimios accidentes), pero aquello no era impedimento para que no le gustase y gran parte del nerviosismo era producto precisamente de eso. Pero los personajes que han deambulado como Pedro por su casa en la imaginación de un individuo, no son los mismos que socializan con uno en el mundo real y a él le pareció que era simplemente su cuñada, no la mujer que noche a noche alimentaba sus sueños húmedos. Por eso pronto olvidó las fantasías nocturnas mientras conversaba, y eso provocó que las mariposas abandonaran su estómago y se disiparan entre las gotas de lluvia que caían allá afuera. Ella le refirió sobre temas de trabajo y, aunque él hablaba poco, ella sintió que hablaba lo suficiente pues durante mucho tiempo nadie le había prestado atención, tanto así como para hacerle preguntas pertinentes de lo que hablaba. Luego de una velada en un bar del barrio Lastarria, luego de una caminata por el parque Forestal él le tomó la mano, así, sin pensarlo en el minuto, pero tras de él la vergüenza, todos los reglamentos éticos en su mente, un “chucha que estoy haciendo” y después la rendición absoluta; ella le propinó un beso, cuerpo con cuerpo, las luces rojas, las sábanas ásperas, la piscola en los labios, el amanecer en un cuarto desconocido.
Pronto la gente del sector sur de Santiago corrió la voz del hermano que sanaba a los enfermos y echaba fuera demonios. Eso se ve en pantalla con la imagen de una señora
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que lleva a su hijo cojo por las polvorientas poblaciones, luego con la presencia de un anciano que acompaña a su esposa que a menudo se aprieta el pecho. En el patio frontal de la casa de Emanuel hay cierta inquietud, gente humilde espera, en tanto la abuela del muchacho lleva en sus manos una bandeja con algunas tazas saltadas que dentro de sí contienen té; algunas mujeres que le visitan intentan ayudarle. Adentro Emanuel tiene pena, ora arrodillado a los pies de su cama, se quita el agua de los ojos con la yema de sus dedos ásperos de guitarra y madera. Pronto se levanta, se asoma al dintel de la cocina y apenas mirando a su madre, que pica cebollas en ella, le dice que desea platicar. -
Madre, dígales que no puedo atenderles. Que vayan esta noche a la capilla.
-
(Mirándole con dulzura) Pero hijo, no sabes de qué lugares tan lejos vienen. Piensa en ellos.
-
Madre, es tan sólo que crean; están sanos.
-
Hijo, una señal, algo concreto.
-
Diles que te pasen alguna bufanda, un chaleco, algo que vistan.
-
Está bien.
María se dirige al patio e informa a los menesterosos la voluntad de Emanuel. Algunos dejan escurrir lágrimas por sus ojos, otros agachan la cabeza. Pero, señala, hará el milagro a quienes crean y para eso es necesario que le empeñen, por breves instantes, algo que vistan. La mirada de visitantes
se ilumina; entonces obedecen a la
instrucción y con lenta premura, aquella que es propia de los ancianos e impedidos, le entregan sus pertenencias; ahí el decrépito, con paso cansino, temblante, ahí la madre con su hijo cojo, ahí la mujer tullida y horripilante. La abuela de Emanuel se emociona por la fe con que obedecen y exclama en voz alta un gloria a Dios, alzando las manos al cielo. Al traer las pertenencias al joven predicador éste las contempló con dulzura y las aferró haciéndolas una sola contra su pecho. He ahí un detalle excéntrico de los portentos; pero detrás las circunstancias que se interceptan, el universo concertado en un momento y lugar, la voluntad de Dios moviendo los microscópicos designios del
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cuerpo, el profeta que lee el corazón de Dios y lo declara en voz alta, lo hace público en el logos creativo y algo en el ambiente sucede, la fe despierta en cada corazón, empujando la palabra y la dimensión del logos en que descansa el poder. Cuando la mujer salió y entregó las especies a cada dueño, aun conmovida por el poder que expelía del cuarto en que el sanador realizaba sus ayunos, la unción divina le dejó enajenada y apenas abrió los labios echó a llorar mientras los ancianos caían rendidos al suelo, u otros temblaban al tocar los ajuares ungidos por el enviado. Pero ¿quien dice que todo no es más que una sugestión, que es producto de la ineptitud del vulgo quien, en completa afinidad con su indigencia, cree en pensamientos que tienen la virtud de sacarles del sufrimiento próximo, volcando su atención a un futuro que nunca arribará? Sí, esto no es más que un cuento, una estratagema barata que valida la enajenación, el opio de los pueblos que tarde o temprano sufrirá el descalabro de su estructura bajo la luz de la razón. Los milagros no existen y, si hubiese ocasión de que se hallasen en el mundo concreto, nada más serían chispazos o reminiscencias de lo iluso, autoengaños imaginativos proyectados en el mundo material, reflejos palpables y engañosos de nuestras odiosas frustraciones.
-
Luciano Kulczewski dejó su huella dramáticamente en la ciudad de Santiago. Cuando visito las construcciones que dejó, me pareciera que asistiera a una plática con él; siento su espíritu en sus obras. Quizás eso no te parezca muy “cristiano”…
-
No había oído hablar de él…
-
Es un arquitecto chileno de origen polaco, de estilo ecléctico; sin embargo, hay todo un cuento gótico en sus construcciones; suelo, con rigurosidad, hacer un tour por los lugares que levantó. Cada tres meses.
-
¿Por qué cada tres?
-
No sé. Conocí su obra gracias a mi hermana. El primer paseo lo hice, precisamente con ella. Con esa periodicidad el estado de mi hermana iba
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desarrollándose; pasaron nueve meses desde que le diagnosticaron el cáncer hasta que partió a Italia para continuar el tratamiento allí. Tres meses más murió. Desde el primer diagnóstico a la primera incursión tres meses, desde ésta a la exposición que montó en la Estación Mapocho, otros tres meses para que su novio llegara de Europa a buscarla. Pero el tres no es más que una circunstancia en mi devenir… -
¿Por qué?
-
Los números que se repiten en mi historia son el uno y el cuatro. ¿Cuándo naciste?
-
En otoño…
-
(Sonriendo) Primera vez que alguien no me responde con una fecha. ¿No te acuerdas?
-
No.
-
¿Qué edad tienes?
-
Veinticuatro.
-
(Mirándolo) En realidad pareces más maduro.
-
¿Viejo?
-
Oh, no quise decir eso, digo que pareciera que tuvieras más edad.
-
Bueno, es lo que dicen mis documentos. ¿Por qué te interesa saber mi fecha de nacimiento?
-
No sé, es porque quizás juego con los números y tomo como punto de partida la fecha de nacimiento. Yo nací el 2 de julio. Dos por siete da catorce. El número de mi departamento es el 114. El número de mi cédula es múltiplo de catorce; hay catorce pasos desde la entrada hasta el último muro y catorce desde la puerta a la reja. Puedo estar toda la noche contándote sobre cómo dichos números marcan mi vida. ¿Tú crees en esto?
-
Creo en los intervalos; pertenecen al ritmo y música que mueve al universo y sus criaturas…
63
-
Emanuel, disculpa, estamos llegando.
Ellos, caminando por las cercanías del Barrio Lastarria. Es una tarde soleada de invierno, algo inusual en Santiago de Chile. Visten abrigos oscuros.
-
Observa, qué majestuosidad, aquí vivió Kulczewski. Es la Casa de los Torreones…
-
Es similar a un castillo. Imagino el medioevo.
-
En efecto; las piedras, la torre, los escudos de armas sobre las ventanas; Kulczewski se inspiró en el arte gótico para construir; pero no se queda atrapado en el estilo, no obstante, entre los amantes de la tendencia posee reputación, digamos admiración, mejor dicho.
-
Tiene un aire a la base del ascensor del cerro San Cristóbal.
-
Tienes razón. Esa estructura fue diseñada por él. Era uno de los trabajos que más le alegraban.
-
¿por qué?
-
Veía que gente de todas las clases sociales pasaban por ahí, eso le colmaba de gozo, pero aquél es, por decirlo menos, una actitud contradictoria.
-
¿Por ser burgués y comulgar con la clase obrera?
-
No. Es decir, claro, pertenecía a una familia importante, de gente profesional, pero tuvo cercanía con la clase obrera; fue uno de los fundadores del partido socialista, trabajó para el gobierno de Pedro Aguirre Cerda y Salvador Allende…
-
Debió haber concebido el arte como un instrumento de lucha…
-
Más que eso: decía que a través de una arquitectura que fuese respetuosa del espacio natural el hombre podía ser feliz. Sin embargo, se suicidó. Eso es lo discordante.
-
Es raro…
-
Nadie habla de su muerte, ésta es un secreto a voces, una especie de leyenda tejida en torno a su persona.
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-
Desde una perspectiva quitarse la vida no es signo de infelicidad, todo lo contrario: el hombre piensa que tras el umbral se puede ser más dichoso; no se piensa en el dolor, sino en la trascendencia, en las moradas celestes.
-
No es lo que dice la iglesia, Emanuel…
-
Tienes razón, para alguien que cree que la vida es solo estos tres o cuatro minutos aquí en la tierra. No hablo de culpabilidad en el suicidio, me refiero a responsabilidad. En el juicio, mi Padre sabrá leer el corazón de cada quien – incluso el de los inmolados- y los juzgará con equidad y prudencia. No somos nosotros quienes debemos conceptuarlos.
-
Menos a Kulczewski, que pervive en las obras que dejó en Santiago, muchas de las cuales corresponden a proyectos sociales.
-
¿Cómo así?
-
Además de sus obras como el Colegio de arquitectos, la Sede del Consejo de monumentos Nacionales, el acceso al funicular o parte de lo que hoy se conoce como el Barrio República,
diseñó viviendas de carácter social, como la
Población Los Castaños, en Independencia. -
¿Haz visitado todos esos lugares?
-
Desde luego; conozco sus líneas como las líneas de mis manos, sus contornos, las sombras que se forman en sus ángulos al atardecer.
-
Y, ¿qué buscas en ellos?
-
Algo del espíritu de Kulczewski. //
-
Empieza a esconderse el sol, debo llegar pronto a mi casa. Tú vives cerca de aquí. Te paso a dejar, ¿te parece?
-
Está bien.
Alfonso en el departamento de Agnes, solo, esperando a su amiga que prometió llegar en media hora. Posee la confianza de ella como para pedirle las llaves, so
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pretexto de avanzar en el trabajo de tal asignatura, y deambular con libertad por la vivienda que posee habitaciones clausuradas, para ser exactos dos. Una de ellas la que había sido usada por la hermana de Agnes el tiempo en que vivió en Santiago de Chile, llevando en su conciencia la gravedad de su padecimiento; el segundo cuarto, suponía Alfonso, perteneció al padre de Agnes, el rompecabezas faltante en esta historia. El compañero maricón de la protagonista había indagado unas seis o siete veces desde el momento en que la conoció, sobre la razón por la cual dicho espacio estaba vedado; todas esas ocasiones, o la mayoría, Agnes le había referido las mismas palabras de siempre: “en ese dormitorio habita el dolor”. La muchacha acostumbraba no frecuentar ese espacio y, todas las veces que cruzaba el umbral, lo hacía por extrema necesidad, deseando enviar a alguien, si fuese necesario, con el fin de evitarse la molestia. Pero esto nunca sucedía pues la chica no tenía en su círculo cercano a nadie que compartiese la intimidad como para cumplimentar dicha tarea. En un tiempo en que las cosas anduvieron bien con Víctor, ni siquiera él ingresó a la alcoba en cuestión, una: porque no fue necesario, otra: porque si hubiese sido indispensable, Agnes habría acometido la labor con el fin de mantener el secreto. Ahora bien: ¿cuál era dicho enigma? Fue la misma pregunta que rondó por la conciencia del bujarrón en esa tarde; el aire estaba algo denso, las manecillas del reloj parecían haberse derretido y el aire de afuera yacía odiosamente estático en la atmósfera; el trabajo se avanzaba a pasos milimétricos y la cerveza que Alfonso encontrara hace unos veinte minutos en el refrigerador de la amiga, era historia, diluida en la sangre del visitante abochornado. Para suerte – y sorpresa -
de Alfonso, la habitación no tenía seguro, ni ningún
sistema que impidiera pudiese entrar. Esto, más que provocar alivio o un sentimiento de triunfo, ocasionó en el interior de él una sensación a sospecha. “Sabía que estaría sólo, sabía que llegaría tarde y ¿dejar el misterio a vista y paciencia mía?”. Entonces se disuadió a no entrar, pero luego, convencido por el
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otro hemisferio de su raciocinio, esa especie de conciencia mala que aparece disfrazada de pequeño demonio en los dibujos animados, se dispuso a acceder y sin retraimiento alguno - cuidando de no dejar el más mínimo rastro de sospechas en el espacio- ingresó al cuarto. AGNES
:
ALFONSO AGNES
¿QUÉ HACÍAS AHÍ, MIERDA? :
:
Bájame el tono, por favor, te lo explico.
NO TE LO BAJO. TÚ SABES QUE NO PERMITO QUE NADIE ENTRE
AHÍ. ME TRAICIONASTE, MARICÓN CULIAO. ALFONSO
:
¡Yegua, qué es tan grave, a ver, dime, si ahí no hay
nada, nada! AGNES
:
¿Y
QUIÉN
DIJO
QUE
HUBIERA
ALGO?
¿ESPERABAS
ENCONTRARTE CON ALGO PROHIBIDO, CARTAS, DOCUMENTOS DE LA CIA? ALFONSO
:
Amiga, perdóname (verdaderamente afectado), en
serio, fue un volón del momento, oh, no pensé que pudiese afectarte tanto, si hubiera sabido nunca me meto ahí, verdad… AGNES
:
Es mejor que te largues de aquí. No vuelvas más, nunca más.
Espero no verte en la Facultad. Espero olvidar tu nombre, tu rostro. Tú desapareces en mi mente; el universo tiene un espacio menos… ALFONSO
:
(Llorando y desencajado) No puedes decir eso, qué es
tan grave, dímelo, por favor, no me dejes con la duda, quiero saber por qué me castigas. AGNES
:
No te lo digo. Ese es la peor sanción que puede existir
en mi universo. La puerta está abierta para que te vayas, Alfonso.
INTERIOR – AEROPUERTO – SANTIAGO DE CHILE – MAÑANA. Dos
tipos altos, de rostro cobrizo y traje oscuro, salen de la sala de embarque
arrastrando sendas maletas. Cargan en su rostro gafas oscuras; los ventanales del
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aeropuerto otorgan cierto matiz onírico a la imagen; caminan erguidos por el pasillo del edificio y pronto se dirigen a la salida. Allí, al cabo de esperar tres o cuatro minutos suben a un taxi. La perspectiva de la cámara nos muestra a los dos visitantes sentados en el asiento trasero del vehículo y, en forma alternada, el perfil del chofer. MIKHAEL
:
(en un castellano algo torcido) Deseamos que nos lleve al
hotel Neruda. ¿Usted lo conoce, señor? CHOFER
:
Si, joven, desde luego.
GAVRIEL
:
¿Está muy lejos?
CHOFER
:
Sí. El aeropuerto está lejos de todo. Pero no se preocupe,
por la autopista llegaremos relativamente rápido. ¿Me entendió? GRAVRIEL
:
Sí, claro.
CHOFER
:
Tranquilos, les va a salir económico (ríe).
GAVRIEL
:
Perdón...?
CHOFER
:
No, nada, pensaba en voz alta (Pausa) ¿De qué país
MIKHAEL
:
(Primero mira a su compañero) De Europa.
CHOFER
:
¿De qué parte de Europa?
MIKHAEL
:
(serios) del sur…
GAVRIEL
:
del norte.
CHOFER
:
(Arruga la cara) Bah… qué raro.
vienen?
La cámara enfoca las manos de Mikhael que sostiene un libro con el mapa de Santiago de Chile; cuando lo abre asoma un papel cuadriculado escrito con lápiz de tinta. En él, la dirección de la Embajada de Israel en Chile. Saca un lápiz de su chaqueta y, tratando de que el conductor no se percate, escribe los detalles del automóvil en el papel. Gavriel observa lo que escribe, luego mira a los ojos de su compañero, pero parece serle indiferente el trámite; el día en la capital de Chile se muestra despejado, es pleno invierno, pero algunas charcas son percibidas por los pasajeros a la orilla del camino. La nube cenicienta que acostumbra ser aureola sobre la cumbre de los edificios es
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apenas perceptible; tan pronto se van acercando al centro de la ciudad distinguen aquéllos y la montaña coronada de nieve. Los pasajeros conversan de trivialidades y en un fluido inglés. Gavriel retira de su saco un caramelo cuyo envoltorio es de papel plateado, lee sus inscripciones, luego lo abre y se lo echa a la boca; la cámara muestra su boca y el ejercicio de saborearlo. El chofer indaga en la radio de su vehículo – se ve la pantalla azulina de ésta, los dedos moviendo < o >, - y luego de escuchar el zappinng molesto y variado, detiene su búsqueda, por cansancio, en una emisora: LOCUTOR
:
… sorprendentemente los últimos días el planeta ha sido
testigo de la caída de varios meteoritos. El más grande de ellos cayó en el sur de Perú, en las cercanías de la ciudad de Moquegua, según informaron agencias internacionales. El radio del impacto es de treinta metros, una medida considerable, teniendo en cuenta que la mayoría de ellos no sobrepasa el tamaño de un balón de basketball… LOCUTORA
:
Otra de las caídas de estos cuerpos celestes ocurrió en
Arizona, Estados Unidos. Una región acostumbrada a este tipo de acontecimientos; consideremos que hace cincuenta mil años cayó un meteorito y produjo un cráter de 1250 metros de diámetro. Esta vez el impacto de un cuerpo que se calcula de tres toneladas, dejó un boquete de unos diez metros de diámetro. LOCUTOR
:
Instituto Psiquiátrico
Tenemos un contacto directo desde las cercanías del Dr. José Horwitz, de Recoleta, en la Región Metropolitana de
Santiago. Abel Aguad, reportero de nuestro programa tiene informaciones del momento, adelante Abel. ABEL AGUAD
:
Así es Marcos, estoy aquí, como bien tú decías, en las
afueras del Instituto Psiquiátrico, en Avenida La Paz 841, en la comuna de Recoleta. La noticia del momento dice relación con el asesinato, en horas de esta madrugada, de un interno el que fuera encontrado por sus propios compañeros en uno de los pasillos del hospital. Las causas de muerte aún se están investigando, pero las versiones preliminares y extraoficiales indican que su cuerpo presentaría heridas cortopunzantes
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en el sector de su cuello, las cuales habrían sido producidas por terceros. Es una información en pleno desarrollo, por lo cual en el transcurso de la mañana estaremos entregando más detalles de lo que acontece en este sector del gran Santiago. No sé si en los estudios tienen alguna pregunta que formular… LOCUTORA
:
Marcos, buenos días, habla Déborah.
ABEL AGUAD
:
Déborah, buenos días…
LOCUTORA
:
Sí, tengo una consulta. ¿Se tiene sospechas de alguien
como responsable de este crimen, o la motivación del mismo? ABEL AGUAD
:
Bueno, durante las primeras horas de este día pudimos
conversar con algunos auxiliares del hospital y ellos nos indicaron que la situación les tenía bastante asombrados. Decían que por lo general los internos son bastante pacíficos y que hechos de este tenor no habían sucedido, al menos en épocas cercanas. El caso es más misterioso aún puesto que el enfermo, individualizado con las iniciales E.O.BG. de 31 años no era una persona problemática dentro de la población interna, por lo que se están investigando distintas líneas de acción. El médico de turno del Hospital, el doctor Luis Garaycochea indicó que se están prestando todas las facilidades para que policía de investigaciones llegue al paradero de el o los culpables. LOCUTOR
:
Muchas gracias, Abel por este completo informe, en
cualquier minuto interrumpimos nuestra programación habitual para desarrollar esta noticia. ABEL AGUAD
:
Gracias, Déborah y Marcos, quedo a sus órdenes, buenos
días. El rostro de Gavriel pegado al vidrio del automóvil; el lápiz de Mikhael volviendo a su sitio, en el bolsillo externo del paletó. Fade out.
EXTERIOR – PLAZA BULNES Y ALREDEDORES – SANTIAGO DE CHILE – MEDIODÍA
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La cámara los sigue; ambos despeinados, agitados, observan de cuando en cuando hacia atrás, intentan ocultarse tras los árboles o letreros de los locales que se yerguen en ese espacio de Santiago. No llevan nada en las manos, pero sus rostros, pese a la agitación, denotan triunfo. Caminan hacia el poniente. SANGUINETTI
:
(Hablando despacio) No lo saqués, pibe. Huyamos de aquí,
busquemos un sitio seguro. HOLZ
:
No me pidas más, pendejo, apenas me puedo las piernas;
qué estado físico, che, tanto tiempo sin correr; por ahí, pibe, salgamos por Nataniel y nos subimos a un micro. SANGUINETTI
:
HOLZ
:
¿Pero adónde? Ah, vamos a la bartola; en el trayecto pensamos, debemos
salir del centro, antes que se percaten de nosotros. SANGUINETTI
:
Bien, queda poco.
Llegan en minutos a la avenida mencionada; se confunden entre los cuerpos que transitan a esa hora del día en el espacio céntrico de Santiago; suben al bus. Ambos, agitados esperan poder respirar con normalidad para reiniciar la plática; bajo la chaqueta está el preciado documento que impide que Holz se siente con sencillez. Ambos se ubican en la parte trasera de la máquina. HOLZ
:
(Con una sonrisa en los labios, cerciorándose de que nadie
los observara, saca el tomo) He aquí la joya… SANGUINETTI
:
Esto es más sublime que el General Belgrano, qué bah…
con esto viajamos a Marte y volvemos el domingo, che. (Besa el texto) HOLZ
:
Guardá, más prudencia Sanguinetti, aún no ha pasado el
peligro. Si querés tenerlo guardalo vos, pero piola, que pueden habernos visto. Holz le pasó el documento a su amigo y éste, con cuidado extremo lo apañó entre sus ropas. Luego procedió a acariciarse el labio inferior y mirar el dedo con que lo hacía por si algo se asomaba desde él. Tras un rato Sanguinetti percibió el trámite y se preocupó un tanto.
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SANGUINETTI
:
Y, ¿qué pasó, moishe, algún percance?
HOLZ
:
Parece que el bolsero ése me dejó abombado con una furca
medio chanfleada; mirá, parece que me sacó sangre. SANGUINETTI
:
Chucha, tenés un cortecito de un centímetro, más o
menos. Vamos al nosocomio, si querés, claro. HOLZ
:
Claro, y le decimos a la enfermera que le dimos a lo
Monzón contra un pibe. No despertemos sospechas, hagámosla como en las películas, doctor. SANGUINETTI
:
Está bien, andemos un par de cuadras más, luego
volvemos; que se pase un poco el quilombo. HOLZ
:
Pero no mucho, pie; desconozco Santiago de Chile, es un
poco bravucón en sectores… SANGUINETTI
:
Como Buenos Aires o Lima…
HOLZ
:
Ah, sí…
SANGUINETTI
:
Oye y que tal si nos vamos por una birra a algún cabarulo,
por aquí, cerca de Bio Bio me han dicho que hay algunos. HOLZ
:
Un café querrás decir…
SANGUINETTI
:
¿Por qué no, hay unas troteras bastante buenas? Nos sirve
para celebrar la presea. HOLZ
:
¿Te acordás de esos balones que sorbíamos en la Boca?
:
Yo invito, con que no nos salgan un par de trabucos por ahí
Antológicos, che. SANGUINETTI todo bien, pibe.
Shai en el ciber café que atiende en las noches, tras ir a la Universidad; deja su bicicleta estacionada en la botillería de un conocido, y camina una cuadra y media, desde dicho lugar – que se ubica frente a la estación de Metro Bellas Artes- hasta su trabajo. Esa noche llegó quince minutos antes de lo acostumbrado y, al ver a Pedro
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cuadrando la caja, no le dieron ganas de entrar y prefirió hacer tiempo sacando un cigarro y prendiéndolo con rapidez. Se sentó en la berma, en tanto los automóviles de la avenida José Miguel de la Barra, con sus ojos luminosos, le atisbaban indiferentes y pasaban pronto. La caja de cigarrillos se tambalea entre sus manos, es decir, una dentadura temible y amarillenta, amenaza con morder, aunque sólo en los pensamientos de asueto. Un poco más al norte las mesas de los café cercanos al Parque Forestal, un par de librerías, los semáforos, los lanzafuegos, el Palacio Bellas Artes pintado por media docena de escupitajos luminosos, detrás, el caballo de Botero. Despierta: chucha, tengo que llamar al Víctor, pero antes afinar algunos detalles. Tres punkies que pasan por Monjitas le piden monedas; él no, no tiene, y entonces le bolsean un cigarro y él para sus adentros, chucha, maracos, me cagaron igual, y ahí tienes hermano, que te vaya bien, y pa más remate quieren fuego, hueones barsúos, pa nunca más// PEDRO
:
¿Todo bien?
SHAI
:
Sí, de más. ¿Qué tal el día?
PEDRO
:
Normal. El viejo de bigote, chaqueta ploma y jockey ya no está
viniendo, menos mal. La policía preguntó por él. Les dije eso. Mejor; no quiero tener dramas. Si llega a venir toma el teléfono y avísale a los tiras no más. Ese culiao es entero de depra. Es incómodo tener a un hueón así en el local. SHAI
:
De más. Más encima se hace el gracioso el culiao. Hijo de puta.
PEDRO
:
Quizás venga la gente de Coca Cola; querían venir a medir el
rincón pa ver si nos traen una nueva máquina. SHAI
:
Está bien, Pedro, yo voy a estar pendiente.
PEDRO
:
Oye… ¿cómo te ha ido en la U?
SHAI
:
Reguleque no más. Estoy medio en pana con la tesis; dudo en el
tema. Me da paja trabajar en ella, la dura. Me acuerdo y me bajoneo, compadre.
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PEDRO
:
Tenís que trabajar no más. Si tenís drama con los horarios
avísame; quizás podamos ajustar algo; de repente algunas noches, yo me puedo quedar atendiendo. Te lo digo pa que lo pienses; quizás eso te ayude. SHAI
:
Gracias.
PEDRO
:
Bien, se hace tarde. Debo irme. Nos vemos.
Tan pronto Pedro, el dueño del recinto, salió por la puerta de entrada a la calle José Manuel de la Barra; el cielo de Santiago de Chile había sido cubierto por una sábana deforme y plomiza. En horas se echaba a llover, seguro. El primer trámite que Shai se dispuso a realizar fue instalarse en el computador maestro a controlar los equipos que estaban encendidos. El día sin altisonancias, poseedor de una odiosa monodia, le tenía soliviantado, exhausto, esa especie de cansancio que uno tiene cuando no hace nada. Pronto se levantó y se dirigió al congelador en busca de un refresco cola; extrajo del bolsillo de su chaqueta un sobre de Nescafé y al abrir la lata, se lo inyectó en el orificio; batió el refresco, cuidando de que su pulgar tapara perfectamente el ojo oscuro del cuerpo metálico. Adentro las cosas no sobrepasaban la línea recta del día: todo como siempre, los mismos muchachos en las cabinas: dos gringos que visitaban Santiago y la dependienta de una tiendita de música que solía pasar media hora por el local, antes de tomar micro a algún lugar incierto. Minutos después ingresó un tipo delgado, menudo, con los ojos rojos y aliento a cerveza. Se veía un tipo decente, por lo cual Shai no se cuestionó pedirle no ingresar al local; le designó la cabina siete que, a su pesar, no tenía el equipo prendido y, antes de que le confidenciara al cliente su yerro, éste ya se había sentado y apretado el botón de encendido. Shai no se hizo mala sangre y se dio media vuelta; el cubículo central le esperaba. Tras navegar un rato, de controlar los computadores mediante las quince pequeñas pantallas reflejadas en su pantalla, percató que el tipo de la cabina siete le miraba cada cierto rato; en realidad, la mirada del sujeto era insistente sobre él, desde el
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primer minuto; la del cliente era una inspección de “yo te he visto de algún lado” o de maricón acechando a su próxima víctima. Shai se incomodó, pues el talante del cibernauta le sugería la segunda opción, más que la primera. Pero él tenía una facilidad: podía ser dios en esa aldehuela virtual. Hizo clic en la pequeña pantalla que reflectaba los movimientos del PC número siete, ésta se maximizó, ocupando gran parte de su monitor y se dispuso a espiar
las ventanas que abría o cerraba, el
contenido de su navegación virtual. Tenía cinco páginas abiertas: la de El Antro, la de un sitio porno para homosexuales, Hotmail y Facebook en el perfil propio. El tipo era Alfonso de la O, estudiante de Arquitectura de la Universidad de Chile, seguro que compañero de Vitoko, sino, al menos conocido o algo. Observó su foto y pudo analizarlo, sin el miedo de que se pasara rollos de ningún tipo; y claro, era el mismo tipo que alguna vez había visto en algún carrete de la facultad y que sabía, era íntimo de la ex de Víctor y, por defecto, enemigo de él y de sus cercanos. Pronto hizo el análisis de los amigos de Alfonso en la red social y encontró a varios conocidos, compañeros de carrete, brothers de copas y eso. Pero también a entes desconocidos, algo oscuros, como de la familia de los gallos que pasaban los fines de semana por Monjitas, tarde, cerca de medianoche, disfrazados de vampiros. En esas reflexiones se encontraba Shai cuando Alfonso minimizó su Facebook y procedió a revisar su correo. Ahí nada de prohibido, nada más que cadenas con PPTs subidos de tono, bien maracos – seamos claros- y Spam. Shai sonrió reflejamente y tendió a mirar al sujeto, éste se sintió percibido y al mirar devolvió la sonrisa, acto que incomodó al primero, tanto que empaló los músculos de la cara, “no sea que este fleto piense que me está pichando”. Un sorbo de Coca Cola, va a la carpeta Música, doble clic, se abre ésta y frente al listado escoge un disco de mp3 de música anglo del ochenta; esperan en la barra de herramientas dos ventanas minimizadas en las cuales trabajaba antes de que el amigo de la cuática Agnes, la ex del Vitoko, llegara a revolver las aguas de este día demasiado sosegado.
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Pasaron algunos minutos y Víctor, que estaba conectado a la red, pero sin Messenger abierto – que es una lata, hueón, no avanzai nada y parecí pendejo chateando- al abrir su correo encontró un email de Shai. Tenía novedades.
COMPADRE, LAS NOTICIAS SE AMPLÍAN De:
[email protected]
Enviado:
jueves, 05 de julio, 2007 21:07:02
Para:
[email protected]
Estimado Vitoko: caleta de novedades. Primero: el canuto amigo de tu ex es ahora toda una celebridad en la red. Más de cien mil visitas en dos semanas, un record y con posteos de gente de todo el globo. Eso por un lado, lo otro, ven a verme o veámonos mañana, pasó una weá super cuática. Vino el Alfonso, Alfonsín, el amigo de tu ex y el culiao llegó entero de borracho. Pude cachar lo que chateaba con otro maraco y estaba pa la cagá: peleó con su amiga Agnes, pero así, muy a concho, tanto que la mina lo echó de la casa. Y ¿sabís por qué? El culiao se metió a un dormitorio “prohibido” que tiene tu ex en su departamento y hubo bronca grossa. Me dio risa, ql, estaba pa la cagá, se puso a llorar y lo vi por su web cam, culiao cochino se sonaba los mocos con una hoja mugrienta que sacó del papelero. ¿Adivinai lo que vio en el cuarto y por qué la mina se puso tan cuática? Ven a verme y tomémonos unas chelas, verdad, yo me rajo por esta vez, y nos vamos al latas o al mesón. Ahí te cuento, es una weá re loca; te conviene. Nos vemos Shai
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Tan pronto abrió el email y leyó el contenido, Víctor indagó por la hora en que había sido enviado: sólo unos pocos minutos atrás. Sabía que Shai, al igual que él, no acostumbraba a mantener el MSN abierto, pero supuso que, por la urgencia, había hecho una excepción. Pronto abrió el programa y el único en línea era precisamente, Shai; seguro le estaba esperando. VItoKO, AKOmpaÑado y Bn
:
Hola perrín
SssssHHHhhHaIIIIIiiii LVOHL
:
Vitoko,
cómo
estamos?
Tngo
kleta
d
novdads, flako, tnmos puro k juntrnos. VItoKO, AKOmpaÑado y Bn
:
xuxa, m djast metío con la weá, n c- rio k tní
SssssHHHhhHaIIIIIiiii LVOHL
:
d+
VItoKO, AKOmpaÑado y Bn
:
a k ora sales?
SssssHHHhhHaIIIIIiiii LVOHL
:
12
VItoKO, AKOmpaÑado y Bn
:
xuxa, ql, iwal. T paso a bskar XD
SssssHHHhhHaIIIIIiiii LVOHL
:
BKN t spro oye stai dnuevo kn la piera?
VItoKO, AKOmpaÑado y Bn
:
sep
SssssHHHhhHaIIIIIiiii LVOHL
:
y K tal?
VItoKO, AKOmpaÑado y Bn
:
bn, 0 rollos. // toy apurao, perro, t paso a
SssssHHHhhHaIIIIIiiii LVOHL
:
too bn, ns vmos a esa ora. Xao XD
VItoKO, AKOmpaÑado y Bn
:
xao,
noticias?
buskr
Agnes, también afectada por la situación ocurrida en la tarde, pensó en llamar a la única persona que tenía cerca de sí: Emanuel. Pero él no usaba teléfonos, ni correo electrónico. Con suerte conocía difusas coordenadas que señalaban la cercanía de su casa, en la comuna de
Puente Alto. Agnes no conocía más allá
del campus San
Joaquín de la Universidad Católica por el sur y por el poniente el metro Las Rejas. Salir
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de su casa y llegar a un punto lejano, que bordeaba los límites de la Región Metropolitana, era dificultoso para ella que apenas sabía andar en microbús por las calles endemoniadas de Santiago de Chile. Pero se lanzó al vacío de la noche, esa noche incierta, apática y helada de la capital, que empieza con el retiro de los obreros a sus casas, con la desnudez de las avenidas principales. Encima del largo microbús Agnes observó el Santiago que no conocía, y con los matices góticos de la noche leyó la ciudad con los ojos de Kulczewski; asomaron sus pensamientos pasados; el viaje por la capital fue, al mismo tiempo, un trayecto por su existencia tórrida y misteriosa, tocando por primera vez en años los recuerdos que había acostumbrado a bypassear, por comodidad o cobardía, no lo sabía aún. Su vida poseía los rasgos paranoides y esquizofrénicos que ostentaba Santiago: diferencias polares, la sensación de que todos persiguen a todos, la animosidad de que todo parece funcionar, pero nadie lo hace de modo satisfactorio. Era su diagnóstico sobre si misma, sin embargo, luego de algunos meses de tratamientos algo interrumpidos, siempre rehuyó ir a la consulta terminal para conocer el dictamen médico de sus afecciones, por miedo, pero no sabía a qué. De enfrentarse a la verdad, pensó,
y ahí surgía una contradicción: a veces la
incertidumbre era más llevadera que la certeza, pues la primera admitía un espacio para comodines intelectuales, pensamientos que rumiados por la mente, pudieran ser considerados, al final del proceso, verdades parciales. El llegar al diagnóstico, sin el trauma de la expectativa, casi como se llega a una deducción fútil tras algún problema doméstico. Pero el pavor vino tras de él y pensó cambiar de pensamientos; ahí estaban los números, tres paraderos, un poste cada cincuenta metros, las líneas continuas de la calzada dos, por cada segundo, o una cada segundo si es que el microbús bajaba la velocidad a cuarenta por hora; el cabello de mamá obstaculizando el desagüe del lavamanos, ella jugando con agua, recolectando cabello por cabello, e hilvanando en su dedo las fibras castañas mezcladas con jabón. Ella en el espejo, con una máquina de afeitar en las manos, temblando, con los ojos colmados de lágrimas, rasurando su cabeza rayada en partes con las marcas de historias antiguas. Sus piernas colgando del
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asiento del microbús, su reflejo imperfecto en la ventana, la gente esperando en los paraderos, está que se pone a llover, EMANUEL
:
Sor falleció pobre, olvidado; después de la gloria, tras
alcanzar la cúspide en la composición musical, la muerte de su hija lo sumió en un sobrecogedor estado de depresión y falleció a causa de esto. Cómo, me pregunto, si es que la armonía de los sones actuaba hasta en las más minúsculas partes de su cuerpo. AGNES
:
La razón también por la cual Kulczewski sobrepasó la sima.
Nadie habla de sus muertes; son episodios tabúes, rompen la coherencia de la secuencialidad brillante. EMANUEL
:
Y quién determina la coherencia, sino el lector, el receptor
de los actos. Los orientales leen el suicidio como un acto de honor. AGNES
:
Es un asunto cultural.
EMANUEL
:
Pero también un acto individual; esgrimo que el ser
humano es menos gregario de lo que se piensa. Cada ser humano, en rigor, está inexcusablemente solo, ¿por qué tratamos de negarlo? El cruzar la sima es una plegaria por reconocer esa necesidad, el volver al rumbo natural. Han criado a la humanidad exaltando los valores sociales, denostando la individualidad, burlándose de los protohombres que han muerto solos, aferrando sus luchas hasta el final o, mejor dicho, a lo que ellos llaman final. AGNES
:
¿No es eso el final?
EMANUEL
:
Los finales son comienzos, al mismo tiempo. La vida en la
son tres minutos en una existencia de cientos de años. AGNES
:
¿Y qué si lo que dices no es verdad y que la vida terrena
es la única vida existente? EMANUEL
:
¿Y qué si lo que digo es cierto?
el viento voltea las hojas secas del suelo, las caras tristes de los ciudadanos olvidados por el poder, las primeras gotas se ponen frente al chofer en el parabrisas, escupitajos del cielo, la sensación de miedo, pero no saber por qué, dónde
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están los pensamientos que lo provocan, es decir, la experiencia que los alimentó y en qué parte o bajo qué mecanismos han sucumbido al olvido, la mente es tan intrincada como las grandes ciudades y su red de inagotables avenidas. Las calles aquí son pobres, la avenida Santa Rosa y sus galpones introductorios, las casas pareadas, las plazoletas lúgubres – pájaros negros colgando de las ramas lánguidas de los árboles- la calzada sinuosa, harapientos caminando entre los botes de basura, GIGLIOLA
:
No me di cuenta, hermana, se me quebró una uña; qué
:
Oh, déjame verte, tienes un poco de sangre, Gigi, dime qué
:
Traté de… arreglar la llave del lavamanos. No debí haberlo
tristeza… AGNES hiciste… GIGLIOLA
hecho. Me duele, Agnes. AGNES
:
Espera, voy a buscar el botiquín.
GICLIOLA
:
Por favor, trae de paso el cortaúñas.
AGNES
:
(la observa extrañada, casi con susto) No me digas que te
:
Qué quieres que haga, qué saco con tener todas largas y
AGNES
:
Te pondrás una uña postiza. Asunto arreglado.
GIGLIOLA
:
No.
AGNES
:
Vuelve a tu cama, yo te llevo las cosas, incluido el
cortarás las uñas… GIGLIOLA esta corta.
cortaúñas. Prefiero que lo uses antes de que vuelvas a comértelas. GIGLIOLA
:
(Triste) Hacía cinco meses que no lo hacía. la gente bajando de los
buses, caminando consternados a sus casas, las gotas de la lluvia atosigando a las charcas oscuras, los vidrios del microbús se comienzan a empañar según suben pasajeros, hacia dónde voy, se pregunta ella, tremolante.
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Mendieta pronto comprobó que una red de silencios guardaba con severidad el incidente de la santa y su hijo en el hospital. Tuvo, felizmente, el cuidado de no preguntar en forma directa por aquel episodio, sino de modo tangencial, sugiriendo preguntas gatilladoras que pudiesen desembocar en la temática que le interesaba. Los empleados más antiguos guardaban la historia del hospital con cierto recelo, quizás el del obrero que se siente desganado y se desquita de sus frustraciones guardando silencio, un mutismo odioso que desencadena la antipatía del interlocutor. Pero Mendieta superó la emoción, pues en el instante en que hubiese respondido de mala gana frente a la reserva de los paramédicos, también cerraría todas las puertas para seguir investigando. El plan, ahora, era buscar una nueva estrategia para hacer frente a los escollos iniciales que había tenido la investigación. Se dio el trabajo de revisar en la central de documentación del plantel las fichas médicas de los pacientes ingresados a la unidad de maternidad en el tiempo en que Zumarán le había sugerido. Luego de dos noches de búsqueda, tras una llamada al psiquiatra y una conversación tensa con una vieja enfermera que le preguntó de mala gana qué hacía él allí y tan tarde, cayó en cuentas que los papeles del día en que María había ingresado al establecimiento desaparecieron, junto a los demás ingresos de pacientes ese día y los siguientes. Con decepción Mendieta guardó los folios amarillentos y se despidió del empleado que atendía y que guardaba sus elementos de onces. Era temprano, aún la luz del día, sino en plenitud, al menos en resabios del sol que había alumbrado antes, caminó sin rumbo por los pasillos del viejo hospital, buscando quizás alguna pista providencial que le sacara del punto muerto en el que se encontraba su indagación. Observó por los ventanales lejos, a la cordillera, lugar sobre el cual imaginó el cometa mencionado por Zumarán treinta años antes. Sufrió una leve corazonada:
qué
tan
poderosos
son
los
hechos
como
para
que
recuerden,
accesoriamente otros que suceden en un contexto, como especie de nemotécnico. Preguntar, a alguien con más de treinta años en el hospital, si recordaba los días en los cuales el cielo de Santiago había dejado mostrar el cometa West, a mediados de los
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años setenta; entonces alguien, que seguramente guarda con sentimentalismo dichas remembranzas, invocaría en ellas los sucesos relacionables, entre ellos la llegada de la joven que decía haber sido depositaria de la simiente del Espíritu Santo. Seguiría inquiriendo, así como sin demasiada atención, hasta que el informante vertiera la mayor cantidad de pistas posibles sobre el caso. Pero el entuerto era, en el buen sentido de la palabra, sólo una posibilidad lejana entre muchas y, en el mejor de los casos, perdería el tiempo, pues el ejercicio debería hacerse una y otra vez hasta conseguir algo. La realidad pensada nunca es, de buenas a primeras, tal cual se presenta en lo concreto; pero la materialidad siempre se maneja en el eje sintagmático – ¿algo en la construcción voluntaria en el hombre, o pura y llanamente un asunto arbitrario?- y la infinidad de posibilidades son material de muladares, tras la secuencialidad de una historia. ¿Podría tener la realidad, así como la imaginación, distintos desarrollos paralelos, al mismo tiempo? La respuesta es sí: eso podría darse en el plano de la interpretación; ningún hecho es el mismo, de acuerdo a la lectura del receptor. Entonces bien podrían escribirse novelas de versiones – hay casos, pero lo peor es que los novelistas no han reparado en ello- o narraciones que tuviesen muchas posibilidades de desarrollo – Rayuela, por ejemplo, aunque el azar, que en nuestro caso no debiera correr en el desarrollo escritural, sino un destino que pareciera ser causal, pero, en rigor, invisiblemente y sutilmente controlado. Pero volvamos a la historia: Mendieta está ahí observando parte de Santiago tras el ventanal, pero sus ojos no están precisamente ejerciendo la labor; su mente navega en las probabilidades del hecho, construyendo realidades a partir de la indagación. Una señora entrada en años le observa desde la mampara que separa la sección de maternidad de la sala de espera. Por algún motivo, indeterminable en esta perorata, la vieja salió de su sitio y encaminó sus pasos a Mendieta, quien no se percató de ella, salvo cuando ésta se encontraba muy cerca de sí y al voltear le provocó algo de susto. -
Disculpe, usted, señor.
-
No se preocupe, pensaba con los ojos abiertos, no me di cuenta de usted.
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-
Le veo preocupado. ¿Espera a su señora? ¿Fue padre estos días?
-
No.
-
Y, ¿qué hace aquí, entonces?
-
Nada más pensaba.
-
Sus ojos están tristes. Quizá pueda ayudarle. Muchos hombres como usted han venido aquí por infinidad de razones. A veces sus ex novias han tenido hijos y ellos, pensando en que nunca más las pueden recuperar, se echan a llorar. Otros han venido a insultar a sus mujeres por haberse embarazado, otros, como suele suceder en la normalidad, vienen a ver a sus hijos con alegría.
-
¿Se puede ser virgen y quedar embarazada?
-
…
-
¿Entiende mi pregunta?
-
…
-
Disculpe, no quise cambiar bruscamente la conversación, lo que usted me dice es muy interesante, pero estoy aquí por eso, por la pregunta que le formulé. Si no llego a ella es probable que enloquezca.
-
¿Usted me pregunta eso por la historia de la Pura, no cierto?
-
¿Perdón?
-
Hablo de la Pura, una jovencita que llegó aquí al hospital hace unos veinticinco o treinta años.
-
…
-
¿Está bien?
-
Sí, desde luego. Disculpe, en realidad no me siento del todo bien, pero no se preocupe, se me va a pasar, es un asunto de la presión.
-
Señor, no tengo tiempo ahora. Mi turno termina a las diez, si desea podemos tomarnos un café; a usted le hará bien conocer esa historia. Excúseme, debo ir a cubrir mi turno, vine aquí porque…
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-
¿Por qué?
-
… olvídelo, era algo sin importancia.
-
Usted no puede decir eso; en mis pensamientos busco alguna palabra que me ayude. Podría ser la que usted me iba a decir.
-
… me da vergüenza expresarlo, usted parece ser una persona racional.
-
De qué sirve la razón si no se es feliz… Por favor, dígamelo.
-
Hoy soñé con la imagen de un señor que los días en que estuvo aquí la Pura observaba en este mismo ventanal los movimientos de ella. Era alto, de cabellos claros. Lo sorprendí rayando con la punta de una llave algo en la muralla. No sé si venía por ella, pero la contemplaba con ternura cuando ella caminaba por el patio o rezaba en un rincón de aquél. No lo reté; nada más se percató de que me acercaba y se desentendió, me preguntó si es que había visto el cometa…
-
¿Qué cometa?
-
El Halley…
-
Quizás el West, si es que me habla de treinta años atrás…
-
Oh, sí, fue una confusión. Fue ese cometa que usted dice.
-
Lo que usted me dice, ¿sucedió o me refería usted al sueño?
-
Lo que pasó de verdad fue ver al tipo en el lugar en el que usted está. Él miraba al patio.
-
Lo otro era parte del sueño…
-
Claro // Se me hace tarde; si desea conocer la historia de la Pura venga aquí mañana.
-
Estaré aquí temprano. ¿A qué hora le acomoda?
-
Espere… No, mañana no puede ser. Comienza nuestra huelga. Venga hoy a las diez.
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-
Muy bien. A las veintidós en punto. Nos vemos. Gracias. Perdón, ¿cuál es su nombre?
-
Eso no importa.
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Mendieta sorprendido, ligeramente obnubilado por el momento epifánico, siguió viendo la postal de Santiago, las sombras de los edificios sobre las construcciones del oriente. Con las manos heladas y luego de rato, retrocedió para caminar por las escaleras hasta el patio. Transitó por el pasillo buscando la salida cuando tuvo una ocurrencia surreal. Dio marcha atrás, subió rápido las escaleras – el abrigo embrollándose en medio de sus piernas ágiles- llegó al piso en el que había platicado con la vieja enfermera, caminó rápido hacia el ventanal y fijó sus ojos en la muralla, próxima al nacimiento de la ventana; con las uñas removió un poco de las capas superficiales de pintura, en el lugar en que ésta se mostraba más defectuosa, y llegó a la primera, antigua, celeste. He aquí lo sorprendente: en ella, dibujada con una punta, de un cuerpo metálico presumiblemente, la figura de una estrella de David asomando del olvido de los años, de la oscuridad del olvido. Mendieta consultó por inercia su reloj; éste marcaba las siete con veinte minutos. Afuera, a un costado de la caseta de vigilancia un teléfono público le invitó a contactarse con Zumarán. Condujo su diestra al bolsillo del pantalón y de un grupo de monedas que pudo organizar en su palma, extrajo dos. Discó el número del celular del psiquiatra; mientras escuchaba el tono de espera pensó: es una tontera soberana llamar, aún no sé nada; lo que he encontrado es un dato entre muchos y, eventualmente, no tenga relación con lo que investigo. Antes de cortar de improviso, con la vergüenza de estar cometiendo una estupidez, escuchó el sonido tras el aparato, alguien al otro extremo había apretado OK, pero en pocos segundos cortaba. ¿Qué sonidos pudo escuchar Mendieta en esa fracción de segundo, lapso en el cual Zumarán se arrepintió de responder con un aló? Pues bien: ruido de gente, el sonido de un motor y luego tuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu.
La enfermera se despidió de él con una sonrisa, caminó desprevenida hacia la mampara en cuya puerta se erguía un letrero de cartulina que decía “Entrar sólo personal autorizado”, sacó un manojo de llaves, con una de las cuales abrió la puerta. Tenía tanta práctica que pese a la cantidad de metales escogió uno casi al tacto y se lo introdujo a la chapa, abriéndose la entrada casi en forma instantánea. Dio unos pasos, esperó que la puerta se cerrara sola y se ubicó tras un estante, con el cuidado de que afuera no se asomara ninguna sombra tras el vidrio catedral. Sacó su celular y buscó con las claves < > un nombre registrado en su agenda. Cuando llegó a la letra D, seleccionó la opción DOCTOR y luego SEND. Pronto escuchó el teléfono en tono ocupado, tiempo en el cual aprovechó de cerciorarse de que nadie le estuviese espiando alrededor. Cortó y volvió a repetir el trámite. Esta vez escuchó una voz de operadora diciendo: Este teléfono está temporalmente fuera de la zona de servicio; esta es una grabación de ENTEL PCS. Una tercera ocasión intentó discar, pero su esfuerzo porque le respondieran tras del teléfono fue inútil. Guardó el celular y procedió a dirigirse a la oficina de turno.
Había llegado al conocimiento del Proyecto Matriz una tarde de verano, a una semana de la conclusión de los certámenes en la Universidad. Eran días aburridos, las calles de Santiago parecían cerradas al vacío; el smog tapaban los soplidos del aire y el sol se adhería a las paredes de las avenidas y construcciones. Sin ganas de salir del departamento – ni siquiera para comprar comida- se echó a morir. Dos meses más de nuevo el jaleo de los estudios, no viajaría a Valdivia a ver a los tíos por líos de plata y tendría que vérselas con el hambre y el alquiler del estudio luego de los problemas que tuvo con el administrador del Mc Donalds en el que trabajaba. Los problemas empezaron
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porque Shai al llegar quedó prendado de una chica dos años mayor que él, algo antigua en el local. El jefe, que tenía treinta y cinco, era casado, pero pretendía a Nora, que era el nombre de la muchacha. La mina en realidad era bastante agraciada, lejos, la más rescatable dentro del grupo de empleadas del local. Tenía un pololo que estudiaba Educación Física en la Católica, un hueón como de un metro noventa, bien parecido, tanto que se rumoreaba que había participado en más de algún catálogo publicitario de tienda renombrada. Pero el culiao se notaba, tenía otras entradas en otros lugares. La mina, que no cargaba con muchos amigos, encontró agradable al Shai, que no tuvo mejor ocurrencia que decirle el primer día, el día en que la conoció, que era gay, sólo para que ella bajara la guardia, hicieran amistad y después intentar la posibilidad de atacar con todo. Y bien, ella que creyó en el invento, le contó que tenía un pololo, pero que sospechaba que el hueón la cagaba con una mina que trabajaba como promotora de una marca de ron. Varias noches, después del trabajo, ella le invitó a tomarse un trago y él, con algunas copas de más la escuchaba y escuchaba y ella a veces le abrazaba y acariciaba el pelo, quizás imaginando, pobre mariconcito, el único que me comprende y él, que ya cortaba las huinchas por tirar la chela agarrarla de la cara, darle un beso y tocarle la campañilla con su lengua, hacerle mierda los labios a besos, tomarla de la cintura, romper la mini que usaba y hacerla cagar a cabezazos. Pero chucha, tenía que sostener la mentira, al menos hasta que la mina atinara y él, de algún modo decirle, ¿sabís que? Parece que me estás volviendo hombre o alguna weá parecida, aunque la frase era demasiado fantástica, (cuando un weón fleto se vuelve hetero de la noche a la mañana, ni cagando). Pero un viernes la mina tomó más de la cuenta y le dijo a Shai que lo acompañara a su casa, que su mamá a esa hora ya estaba durmiendo y él dijo para sí, bueno, esta es mía, pero después le dio lata, porque en verdad la quería, y el papel de homosexual le hacía un personaje, no la persona que era, dentro del contexto de la realidad. Pero igual fue, se acostó con ella y ella le hizo el amor – porque no podía ser al revés; había que sostener de algún modo la mentira- y él súper
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tímido, tanto que no pudo ni acabar, luego de los tres orgasmos de la mina y con cuática: gritos, rasguños en la espalda, ojos blancos incluidos, líquido azul en la boca. Chucha, qué penca, y se sintió como el mismísimo forro, hasta que no aguantó más y en la mañana le dijo que en realidad no era gay, que lo había hecho para ser su amigo y la mina se urgió caleta, le bajó toda la pureza y se puso a llorar por haberle sido infiel a su pololo. Lo echó a punta de peluches, cojines y libros de su pieza, llamó al jefe y le contó toda la verdad de Shai, el empleado ejemplar del mes de junio de 2005, con foto sonriente y todo, que se había hecho pasar por fleto para violársela, así de maraca. Sin finiquito, con el miedo de que el cabeza de músculo lo buscara por toda la región metropolitana se fue del local, se encerró en su apartamento y se quedó ahí, un par de viajes a la Universidad y eso. Pero los días habían pasado y él no tenía ya ganas de esas tortuosas aventuras de gañán. Por lo mismo decidió cambiar de trabajo, dejar de lado el imperialismo, el neoliberalismo y su mala suerte e irse a una pega un poco más consecuente con su pensar. Un compañero de universidad le contó que su primo, Pedro, administraba un ciber que era de propiedad del padre de éste, es decir su tío, y que necesitaba a un joven responsable que atendiera por ciertos horarios, en los cuales Pedro tenía que ocuparse por su señora e hijo de tres años. Así resultó todo, rápido y en forma milagrosa, es que otros cyber son unos antros, sobre todos los que quedan en las galerías comerciales cercanas a la plaza de Armas, y no es que acá es repiola, y si tienes dramas de horarios te arreglamos el turno, y podís sacar bebidas o ramitas, pero con medida – anotas no más- y eso no se te descuenta sino que es un beneficio, y es el sueldo mínimo, pero ojo, la pega es muy, pero muy relajada y en el mejor de los casos, si es que la haces bien, puedes trabajar y estudiar al mismo tiempo, si es que puedes hacer lo que los hombres no acostumbran a hacer: dos cosas a la vez. Pero estaba ahí, antes de que pasara eso, chato, tirado en el piso de flexit, porque afuera hacía mucho calor, con el torso desnudo, el pelo mojado, tratando de
buscar
señales
inalámbricas
de
Internet
direccionando
una
antena
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construida con un tarro de papas fritas y alambre, así a lo bestia, y claro, encontró algunas, pero todas con seguridad habilitada y mierda, ahora cómo lo hago; simple, lo que haría todo chilewariano: meterse al foro Internet y Redes. Ahí encontró un generador de claves y todo listo. Con su Notebook IBM navegó noche y día por el ciber espacio y claro, en una revisión por sus páginas preferidas se topó con los videos del Proyecto Matriz. Entonces estudió la zaga completa, investigó los temas sugeridos; luego de días de encierro productivo salió a comprar al almacén y mientras se tomaba un jugo, de vuelta, pensó en que la información leída esos días de ocio bien podrían se material para su tesis. Le escribió un email a su profesor de universidad; luego de cinco días éste le respondió explícame mejor, pues esto no es literatura y las teorías conspirativas sí lo son, necesitamos temas serios, rigor científico, no cuentitos googleados. Se sintió ofendido, ningún tema lo había apasionado tanto como aquellos sugeridos por el proyecto; por lo mismo se bloqueó, su mente no encontró otros asuntos de importancia que sobrepasaran los típicos contenidos recurrentes, y, por lo mismo, se dejó estar. Apremiado por el tiempo, noche y día pensaba en el gran escollo de terminar. Por esta razón había congelado la carrera, a sólo dos semestres de haberla concluido; todos los cabrones ramos aprobados y la tesis, pendiente. En eso pensaba todas las mañanas mientras se peinaba frente al espejo; ese era su martirio, su tormento.
INTERIOR – CAFÉ CASSANDRA – SANTIAGO DE CHILE – MEDIA TARDE La cámara muestra el interior de un café con piernas, un tipo de locales que abunda en Santiago de Chile. Chicas jóvenes ligeras de ropa, sólo cargando un micro bikini o hot pants ajustadas,
dejando en evidencia casi la totalidad de sus cuerpos
sinuosos y contorneados; atienden tras una barra; los espejos en las paredes, luces ultravioletas y rojas. Hay dos o tres parroquianos a esa hora en el tugurio. Entre ellos Sanguinetti y Holz. Al comenzar habían pedido una cerveza cada uno; en la escena van en la cuarta.
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HOLZ
:
Vos tenés unos veinte y pico años…
CHICA 1
:
Veinticinco…
HOLZ
:
Perdoná, hice la del impertinente; verdad que creo que
tenés menos. Estás bárbara, en todo caso. CHICA 1
:
Gracias. ¿Tú trabajas?
HOLZ
:
Desde luego
CHICA 1
:
¿En qué?
HOLZ
:
Me… me dedico a los negocios.
CHICA 1
:
¿Negocios? ¿De qué tipo?
HOLZ
:
Eh, bueno, este… automóviles; importo automóviles de
CHICA 1
:
Ah, qué interesante. ¿Fumas?
HOLZ
:
Sí claro, ¿vos querés?
CHICA 1
:
Sí, gracias. Oye…
HOLZ
:
¿Si?
CHICA 1
:
¿No quieres invitarme una bebida?
HOLZ
:
Este, sí, por supuesto.
CHICA 1
:
Bien. La bebida para nosotras sale por dos mil pesos y
marca.
eso consiste en que una puede bajar de la barra, estar al lado tuyo y podemos pololear un ratito. HOLZ
:
Bah, ¿en serio?
CHICA 1
:
Sí, claro. Lo que sí es que tienes que pagar al tiro.
HOLZ
:
Mirá, mejor lo dejamos para otra ocasión; tenemos que
cerrar unos negocios con el pibe que vos ves allá, el que está con la morocha. CHICA 1
:
Bueno… tú te lo pierdes.
HOLZ
:
Esperá…
Holz se dirige al sitio en que está Sanguinetti. Éste platica animadamente con una morena exuberante que posee acento colombiano. SANGUINETTI
:
Qué va, Holz, ¿anonadado de tanta mina junta, no?
90
HOLZ
:
No es menor, pibe, morrocotudas, como vos decís. ¿A
qué hora nos vamos? SANGUINETTI
:
En media hora más, Holz, creo que es buena hora;
sabés que estamos celebrando nuestra hazaña. HOLZ
:
¿Qué te pareció el contenido?
SANGUINETTI
:
Por lo que vi al comienzo, bien, sólido, pero después en
la segunda hojeada me pareció discreto; posee de todo, desde notas testimoniales hasta observaciones de conductas grupales. Debemos encontrar la lógica del texto, que bien pudo haber sido contaminada con la lógica del editor, es decir, la del viejo. HOLZ
:
Es un trabajo de tiempo, y es lo que menos tenemos.
SANGUINETTI
:
¿Por qué?
HOLZ
:
La muchacha de la que te hablé dejó de venir a la
:
¿Qué es lo que temes perder, una paciente o una joven
:
Me conocés bien. No puedo mentirte. Me derrito por
consulta. SANGUINETTI amante? HOLZ
ella, pero no te lo puedo explicar, no podría hacerlo. SANGUINETTI
:
Problemas atávicos; ella no es tu madre, sino la novia
adolescente que no tuviste. HOLZ
:
Me lo he planteado muchas veces. Nada más quiero
que se recupere, por orgullo profesional, es un desafío; con frecuencia mis pacientes se mejoran, esta vez no, y es, precisamente la mujer a la que deseo. SANGUINETTI
:
Peligrosamente estás mezclando dominios. En lo ético
eso no está bien. Diculpame si te lo digo, pero es así; lo hago por tu bien. Olvídala, dejá que se largue lejos. Si querés te ayudo con la máquina, pero cortá con esa mina, Holz, el pasto tierno empacha al buey viejo. Cuarenta años no es poco, moshe. HOLZ
:
Tenés razón; actuaré con el seso, como siempre lo he
hecho, no con los huevos. ¿Otra cerveza?
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SANGUINETTI
:
No, gracias Holz, es mejor que nos marchemos. Capaz
que los nazis también visiten estos lares. Buenas minas, ¿no? HOLZ
:
Monumentos, che.
SANGUINETTI
:
¿Querés echar un vistazo al tomo, Holz?
HOLZ
:
Por eso me acerqué aquí.
SANGUINETTI
:
Pedí una más, yo invito; mientras tanto voy a charlar
con la piba que platicaba con vos. Disculpá… Holz saludó a la morocha, beso en una mejilla, beso en la otra; luego se largó con la misma fórmula dialógica: como te llamás, que edad tenés, tenés hijos, ah, una hija y ¿es tan estupenda como la madre? Y vos, ¿qué hacés en tus ratos libres? ¿Qué música escuchás? Parece que me estoy enamorando. Cuando la colombiana se excusó para ir en atención de otro parroquiano, él abrió el texto de Binder con sumo cuidado; no quería contaminarlo con cenizas de cigarrillo ni con la huella redonda del vaso shopero en el mesón; el fervor etílico había hecho efecto, por lo mismo lo leyó con sueño, casi sin pasión, como si estuviese en una ensoñación y largó un par de puteadas al nazi, tras lo cual golpeó el texto, llegando a hacer tambalear el vaso y el cenicero. En el otro sector, Sanguinetti le sacó toda la película y se acercó al él rápido. SANGUINETTI
:
¡Vos sos boludo, che! Mirá, es el libro de Binder, por mi
madre, Holz, ¿entendés? HOLZ
:
Es un hijo de puta, torturador de mierda.
SANGUINETTI
:
(Temeroso) Callá, Holz, no sabemos quienes nos rodean.
Tomá el último sorbo y nos vamos, no quiero pasar vergüenzas con vos, ya no sos un pendejo, entendé. HOLZ
:
Está bien Sanguinetti, me despido de las minas y nos
:
Recordá: pagá la propina de tu piba, yo le doy el dólar
vamos. SANGUINETTI
respectivo a la morocha y te despedís de dos besos, uno en cada lado de la cara. Bien. Adelante campeón, y yo me llevo la joya nazi, vos estás muy borracho.
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Rápido cumplimentaron el trámite. Sanguinetti se llevó de un brazo a su amigo; bajo la chaqueta del primero el libro que contenía, según Holz, el plano para confeccionar la máquina del tiempo. La cámara enfoca el beso húmedo de Holz, un nos vemos preciosa con la lengua floja como trapo, el copón shopero que casi se cae al suelo, las risas de las muchachas del café, disculpá preciosa, mi amigo está así como dicen ustedes- más huasqueado que yegua en rodeo.
Engañar es posiblemente parte de un acto literario, un tipo de creación mediante el lenguaje o mejor dicho, la obra de un lenguaje. La mentira presupone la sumatoria de una serie de coartadas, hechos mínimos confabulados en la existencia de los involucrados, versiones acordadas, un cúmulo de pormenores manejados con minucia. Escapan, por cierto, a la obra tradicional, cuyo soporte es el papel; eso, no obstante, no las hace menos literarias, salvo que se considere otro detalle en su catalogación: la creación como obra de arte. Teniendo en cuenta estos dos aspectos, a saber, lenguaje y arte, sumemos un tercero, enunciado líneas anteriores: el soporte. Originalmente la literatura fue oral. Hoy existe esa variedad, pero el soporte libro ha desplazado de modo dramático el primer sustento, el cimiento maestro. Hablamos de literatura y relacionamos, casi de inmediato el concepto con lo escrito. Qué si damos un paso más allá y sugerimos hacer una novela, no en un libro sino que en las murallas de una ciudad. Deberíamos, por lo demás, hacer un itinerario de cómo ha de ser leída; el creador debiera sugerir una estrategia de lectura, que es lo que hace todo autor cuando escribe, perdón, cuando crea un texto. Pero podría dar plena libertad al lector, llevándolo a lo que estudiosos llaman ser un lector activo, capaz de crear una propia y personal interpretación a partir de lo sugerido en una obra. Pero bien, la táctica propuesta por el autor podría ser más libre que otras – la idea de texto como un tutor laissez faire – lo cual se explica mediante verbigracia en el párrafo siguiente: Tal creador, que llamaremos X – o bien podría llamarse Y, Z, Q, usando nombre de conjuntos matemáticos, pero se llama X, vaya a saber uno porqué -
propuso
escribir una obra que no cabe dentro de las clasificaciones tradicionales. El soporte
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era informático. La obra se llamaba “El disco duro del señor tanto” y era comercializado por el mismo autor en bares y fuentes de soda de estudiantes. El cuento previo era que el fulano le había vendido a él, por apuro, un PC antiguo, casi obsoleto cuyos archivos habían sido borrados por el dueño. Cuando él lo llevó a su domicilio, sus cercanos se burlaron de él, denostándolo por comprar una chatarra informática y por ese precio. Cuando encendió la máquina se percató que efectivamente las carpetas habían sido borradas, pero debido a la inexperticia del dueño en los temas relativos a la computación, nada más los borró y dejó en la papelera de reciclaje. Como quizás todo mortal, tuvo la duda, el morbo, la curiosidad – aquí cada lector debe interpretar de acuerdo a su horizonte de expectativas- de saber lo que contenía el índex de ese viejo computador. Era lo que ofrecía el creador, a un precio módico de cinco dólares en el soporte de un CD ROM. El asunto es que cómo lee uno dicho documento. Algunos lectores tomarán el camino de la secuencialidad, otros, en cambio, escogerán otro orden de acuerdo a criterios personales. Hay otro punto a considerar: no todo en dicha obra es lenguaje, es decir, sí, pero lenguajes de distinto tipo. Fotografías, música, PDFs, PPTs, Softwares, dibujos graficados en Paint, en fin, todo lo que uno podría guardar en sus archivos y que sólo tiene conciencia de ello cuando debe formatear el disco duro y respaldar todo cuanto posee. Pero me he alejado del tema. Hablábamos de la mentira. Decía que el engaño de un amante bien podría ser relacionado con una obra literaria en cuanto a construcción de una verdad. A esta verdad “mentira” llamaremos (verdad), así, con paréntesis. La obra literaria es una (verdad) para quienes la leen, pero la diferencia está es que su estatuto nos anuncia que no es real; entonces, el lector se presta para el “juego”: él sabe que eso no es la realidad, sino una “mentira”, es decir, una (verdad). Quizás es la diferencia cuando una mentira, un engaño, ocurre en la “realidad”: la (verdad) no necesita ayuda, no requiere de elementos verosímiles de parte de un autor, aunque sí, cuando se sospecha de la veracidad. Para que la (verdad) sea creída el autor recurrirá a sus argucias, al aparataje que tenga en sus manos, sino, como último punto el silencio. Refirámonos a dos “novelas exógenas”:
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la llegada del hombre a la luna y el ataque a las torres gemelas. He aquí dos claros ejemplos de cómo un grupo de poder de una gran potencia – que podríamos afirmar no es el gobierno de ese país, sino un corpúsculo minoritario que ostenta la potestad en tinieblas- , en complot con los medios de prensa y el aparato gubernamental, ha creado, en la historia reciente, acabados montajes para engañar al orbe con el propósito de concretar sus crueles propósitos. Es, en todo caso, el fin por el que uno miente. Existe cierta diferencia entre estos montajes y el de carácter literario, digámoslo, no son idénticos. La cuestión es analógica a la magia, por mencionar un caso. Todos sabemos que el mago no hace precisamente “magia”, pues esto implicaría, por definición, poseer ayuda sobrenatural; lo que hace es lograr un efecto que logra cautivarnos, que nos hace creer que detenta poderes trascendentes. Pero no es así. Pues bien, magia y literatura se asemejan en que la (verdad) requiere elementos para sostener la verosimilitud en virtud de que sabemos que no es verdad. La (verdad) presentada en la realidad, en cambio, carece de este aspecto, al menos en lo que todos pensamos. He aquí una hipótesis: la problemática propuesta no es más que una ilusión, la realidad no es toda verdad en la medida que es construida sobre la base de versiones que son la suma de perspectivas, prioridades y omisiones. Creemos en ella porque el soporte y el contexto nos dice eso; pero que suceda un milagro, científicamente comprobable: lisa y llanamente no lo creemos. Ahí la incredulidad. Pero que cambie el sustento, que cambien las coordenadas, que cambie la “realidad”: también mudará nuestra emoción; subiremos la guardia, observaremos con recelo y distancia. Creo que me he empantanado. La cuestión era decir que existen millones de creaciones en nuestro mundo que son literatura; millones de personajes deambulan y coexisten con nosotros. Personas que se visten como su artista predilecto, que hablan como su referente social, sujetos con personalidades prestadas, que a su vez, son parte de una obra mayor, (escrita) por elites que dominan el mundo. ¿Dónde están los límites de la verdad y la (verdad)? Con tomar conciencia del problema se está dando el primer paso para la determinación de sus líneas limítrofes.
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INTERIOR – EMBAJADA DE ISRAEL – SANTIAGO DE CHILE – MEDIA TARDE La imagen muestra la sombra del embajador de Israel en Chile y dos hombres; están sentados; el primero tras su escritorio, los dos en sendos asientos; la cámara está a contra luz por lo cual vemos nada más que sus sombras y como telón de fondo la ciudad de Santiago de Chile. Las manos de uno de los hombres en primer plano. Platican en hebreo, por lo que mientras lo hacen, aparecen subtítulos amarillos en pantalla. Luego se muestran los dedos del embajador acariciando la superficie de un grupo de fotografías; vemos parcialmente aquéllas; imaginamos, por su arte, que han sido tomadas a distancia, son algo borrosas. EMBAJADOR
:
Schwartz me había enviado mediante un mensajero que
vendrían pronto a Sudamérica. Puse en duda, originalmente, los verdaderos propósitos del Concilio. Todas las cosas tienen su advenimiento. Era lo que todos alguna vez esperábamos. Somos privilegiados. MIKHAEL
:
Usted
tiene
razón;
los
ancianos
tienen
muchas
expectativas en nosotros; no queremos defraudar a la nación. GRAVRIEL
:
Por eso tenemos miedo; queremos pedirle ciertas
garantías. Hemos sabido de redes de protección a gente hostil a nuestros propósitos. El tema puede parecer antiguo, pero no lo es si consideramos los atentados de Ammia, en Buenos Aires, los actos y palabras xenofóbicas que se dan de vez en cuando en los medios chilenos. EMBAJADOR
:
Me llama la atención; no podemos demostrar miedo. Lo
que investigarán no posee relación con asesinos de guerra. Es parte de nuestra historia; es, en rigor, cerrar un ciclo. No hay nada que esconder; aunque es obvio que no lo publicaremos. Se manifestará en el momento esperado, en el instante en que el mundo esté listo. MIKHAEL
:
No fue muy difícil sacar las vistas; empero dar con el
doctor fue algo complicado.
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GRAVRIEL
:
El Concilio llegó a su nombre luego de años de estudios,
tras una serie de comparaciones, deteniéndose en millones de documentos. Lo tenemos tan cerca de nosotros; Adonai nos libre de cometer errores. EMBAJADOR
:
¿Qué es lo que saben de él?
MIKHAEL
:
Sus padres vivieron en Polonia a comienzos del siglo
pasado; tras el holocausto perdió a su madre en Auschwitz; junto a su padre y hermanos se trasladó a Argentina. Allí estudió Psicología. GAVRIEL
:
Allí tuvo contactos con algunos asesinos de guerra
disfrazados, gente escondida de nuestros agentes y pueblo. MIKHAEL
:
Luego se trasladó a Santiago. Aquí posee una consulta
psiquiátrica. Sus pacientes son gente influyente. EMBAJADOR
:
Yo le conozco desde hace algún tiempo. Participa
esporádicamente de nuestras actividades. Es un tipo afable. Si desean podemos hacer algo desde aquí, pudiera ser que quisiera prestar colaboración. GRAVRIEL
:
Señor embajador, nuestro temor es que este tipo,
sabiéndose importante, inutilice nuestros planes y los divulgue al mundo para su beneficio. EMBAJADOR
:
Pero tarde o temprano lo sabrá, si es que no lo sabe.
MIKHAEL
:
Es probable. Usualmente la descendencia de nuestros
próceres saben de su sangre especial. Un hijo de rey bíblico debiera saberlo. GRAVRIEL
:
Pero no lo sabemos.
EMBAJADOR
:
Respetando los consejos del Concilio y otorgándole el
respeto debido, quisiera formularles una pregunta. MIKAHEL
:
Desde luego, para eso estamos.
EMBAJADOR
:
¿Por qué motivos lo buscan?
GAVRIEL
:
…
MIKHAEL
:
…
EMBAJADOR
:
¿?
GAVRIEL
:
Nos asombra su pregunta.
MIKHAEL
:
Pensamos que ya lo sabía.
97
EMBAJADOR
:
Entiendo sus procedimientos, pero no sé a ciencia cierta
porqué deben contactarlo. Sé que pertenece al árbol genealógico del Rey; el ubicarlo, ¿cambiará en algo su condición? MIKHAEL
:
El Concilio ha interpretado, de acuerdo a la lectura de la
Torah y los profetas, que el Mesías saldrá de dicho árbol. Debemos procurar que esa palabra se cumpla; ha llegado el tiempo de redención para el pueblo de Israel. EMBAJADOR
:
¿No conoce Adonai todo lo que pasa en el planeta, lo
que va a suceder y sus designios ya están escritos de modo de que no se puedan transgredir?¿Por qué, entonces, ayudar a que se cumpla, si sucederá igual? MIKHAEL
:
No es eso. Lo sabemos, sólo que queremos ver de cerca
lo que ha sido anunciados por la ley y los profetas, tener los pormenores por la seguridad de nuestro estado. GRAVRIEL
:
¿Comprende usted, señor embajador?
EMBAJADOR
:
Sí, perfectamente. Sólo quería que me aclararan
personalmente el asunto, no soy un tipo demasiado devoto y los detalles teológicos ciertamente no logro entenderlos a cabalidad. MIKHAEL
:
Le contactaremos con estudiosos de la materia acá en
Chile, que poseen relación con el Concilio. La temática está siendo tratada de manera abierta en distintas escuelas de judaísmo, pero sólo a nivel especulativo y teórico. GAVRIEL
:
Algunos periodistas y de modo periódico, hacen alusión
a la temática; pero eso no es peligro. EMBAJADOR
:
¿Cuándo retornan a la Nación?
GAVRIEL
:
Es posible que en una semana más. Sólo queremos
confirmar la identidad de los involucrados, tener contacto con ellos y que voluntariamente nos informen. EMBAJADOR
:
Querrá decir del… involucrado.
MIKHAEL
:
Usted tiene razón; conceptualmente buscamos a un
hombre. Pero los cálculos del Concilio podrían ser inexactos. EMBAJADOR
:
¿?
98
GAVRIEL
:
El descendiente de la tribu de Judá tiene descendencia;
uno de sus hijas es la madre del enviado. EMBAJADOR
:
¿No podría ser él el padre del Enviado?
GAVRIEL
:
Las profecías, de acuerdo a la lectura del Concilio, no
darían lugar a eso. De acuerdo al Génesis el Mesías provendría de la simiente de la mujer. En rigor, una mujer inmaculada, que no ha conocido varón, será la madre del Enviado. Éste, de acuerdo a lo dicho por el Concilio, ya habita en el mundo. MIKHAEL
:
Calculamos que su ministerio público ha empezado.
Está próximo a cumplir treinta y tres años. GAVRIEL
:
De acuerdo a nuestras investigaciones el doctor en la
actualidad vive solo; su familia está dispersa; posee un hijo y una hija, pero sospechamos que pudiera tener más descendencia; de ahí nuestra… preocupación. EMBAJADOR
:
Estoy sorprendido. Durante miles de años hemos
esperado el advenimiento de El Mesías y pareciera ser que estamos a las puertas de eso previsto por nuestros profetas. Pero, ¿por qué en Chile? ¿No expresaban los profetas que el Escogido de Adonai nacería en Bet lehem? GAVRIEL
:
Usted tiene razón. Dicho punto fue ampliamente
debatido por los ancianos; fue quizás el detalle más controversial. MIKHAEL
:
Se determinó que la familia del doctor partió de ese
punto geográfico a Polonia a comienzos del siglo; el acto coincide con la profecía. GAVRIEL
:
No fue el único aspecto debatido por el sínodo. Pero
luego de todo estamos acá, para cumplir con los requerimientos de la Nación. EMBAJADOR
:
Todos tenemos la obligación de hacerlo.
La cámara termina con un close up del Embajador, para luego hacer un corte y llegar nuevamente a las fotos encima del escritorio; en una de ellas Sanguinetti platicando con Holz en un café cercano al Parque Forestal; el último hojea una revista. Negros del África, la foto de un escritor, letras tras letras. El desierto de Atacama. Las montañas de Suiza. Fade out.
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La imagen tiene la textura de una fotografía captada por una Lomo Kompakt Automat. Vemos un descampado en el sector metropolitano de Puente Alto. Está nublado; los elementos poseen un marcado tono, como el paisaje cuando ha terminado de llover y el ambiente disipa su humedad, de modo que vemos los elementos con más intensidad de la que poseen. Es el efecto que produce la Lomografía, en rigor. Hay inquietud, aunque el paisaje es bucólico. Decenas de personas corren; la cámara está delante de ellos y percibe cómo van creciendo mientras avanzan. Los árboles mueven sus ramas con el viento. Es medio día de un día invernal, nubes plomizas majestuosas. La gente demuestra miedo en sus rostros, se apresura por llegar a destino, poco a poco vamos distinguiendo quienes son: adolescentes, adultos, señoras, algunos niños. Entre ellos Emanuel. Es él quien ocupa el centro del rectángulo de la cámara, hasta quedar en primer plano. Se detiene, luego todos también lo hacen y miran con pavor hacia delante, algo que está de espaldas a la cámara. El rostro apretado del predicador; los niños estallan en llanto, luego todos en vómitos y congestiones; excepto Emanuel. Un poco de humo se filtra en la toma. Corte. La cámara muestra el gigantesco orificio dejado por un meteorito. Agnes despierta con un grito. Su dormitorio se inunda de miedo.
Poco antes Lourdes le había invitado a su casa; su esposo había viajado hace algún tiempo hacia Haití, lugar en el cual cumplía labores militares para las fuerzas de Paz de las Naciones Unidas, en su calidad de coronel del Ejército de Chile. Su hijo, le visitaba de vez en cuando ya que al cumplir mayoría de edad le había pedido a su padre independizarse y aquél, como modo de congraciarse (quizá calmar el peso de conciencia que llevaba por no pasar mucho tiempo con la familia) le había comprado un estudio de soltero en las cercanías del barrio Brasil. Sólo vivía con ella su hija Tiare, con quien compartía secretos, incluido el affaire que durante meses intentaban sostener sobre la base de redes de argucias para que los familiares y amigos no se enteraran.
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Días antes del hecho, Lourdes había organizado una pequeña cena íntima para reconciliarse con Eduardo, su cuñado y amante, quien en reiteradas ocasiones, sumido en el miedo de que la relación entre ellos saliera del secreto y se instalara como una incómoda verdad en su círculo cercano, había cortado relaciones con ella, muy a su pesar. Esa noche Tiare le recibió en el antejardín, invitándolo a entrar a la sala. Adentro Lourdes esperaba a Zumarán ataviada con un vestido negro ajustado y un peinado brillante, sencillo, que hacía lucir su cuello hermoso. Ésta le ofreció un aperitivo; él aceptó, aún sorprendido de la belleza de la mujer, diferente a la que mostraba cada día en su lugar de trabajo. Antes de cenar Lourdes le anunció que su hija le tenía una sorpresa, a propósito de que cumplía años en dos días más. No tenías qué molestarte, le dijo él; hubiéramos esperado celebrar en casa; pero no, le respondió ella, no es lo mismo a solas que con gente, tú sabes, sino, ¿cómo demostrarnos afecto?; y él, entonces, preocupado de que su sobrina escuchase a la mujer, le expresó en voz baja: sabes que no me gusta ser tan osado, podrías haberle no dicho a ella, uno también tiene vergüenza y dignidad, con qué valores va a crecer, por Dios; ella: qué cómico, tú, hablando de valores; seguro vamos a terminar discutiendo de nuevo, él, cortemos el juego de una vez. Está bien, Eduardo, perdóname, olvidemos lo malo, disfrutemos. Pronto llegó Tiare vestida con un atuendo de odalisca árabe. El psiquiatra se sorprendió, luego la emoción desembocó en pudor. La joven tenía apenas dieciséis años, peligrosamente se parecía a su madre; las ondas de su cuerpo eran sinuosas, la piel que las formaba era tersa y blanca. Mientras la muchacha bailaba Zumarán se olvidó que la muchacha se trataba de su sobrina, hija de su amante y neutralizó sus valores por un rato. Imaginó que ese cuerpo que se movía se chocaba con el suyo y su piel podía sentir la tersura de la carne joven de ella, quizás pensó que la poseía, que la hacía suya, sobrepasando la cima de lo prohibido, que besaba su cuello perfumado y su sexo lograba abrir la concavidad perfecta y húmeda que cual nido esperaba ávida entre sus piernas. La ensoñación fue magnífica, casi un orgasmo no deseado, tanto que Lourdes tuvo que señalarle que Tiare había terminado.
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-
Disculpa, estaba en otra.
-
¿Te gustó?
-
Sí, desde luego, Tiare baila muy bien. Me agradó mucho.
-
¿Sí?
-
Tanto que podrías pedirme cualquier cosa y yo lo haría.
-
¿Cualquier cosa?
-
Sí.
-
Entonces… - Lourdes se acercó a él y puso su rostro frente al de Zumarán. Con malicia le expresó- quiero que me des la cabeza de ese loco que te atormenta.
-
¿Qué dices?
-
Que lo mates. Sólo de ese modo podremos vivir libre nuestro amor.
Zumarán empalideció y se levantó del asiento en que descansaba. Caminó hacia el ventanal en tanto la mujer se le acercó y le abrazó por la espalda. -
¿Lo harás?
-
…
-
¿Es que dudas acaso?
-
(Piensa) Si te prometí que pidieras cualquier cosa, lo haré.
-
No será difícil. Todo el mundo creerá que fue otro loco y asunto arreglado.
-
¿Estás segura? ¿No quieres otra cosa?
-
Sí, lo estoy. Sería el mejor regalo que tú pudieras darme.
Los días previos Zumarán había sido perseguido por sus sueños y circunstancias; conciente de que el secreto que guardaba con Lourdes tarde o temprano reventaría con consecuencias funestas para ambos, no dormía tranquilo, se le veía distraído y paranoide. Sus compañeros de trabajo en el Hospital psiquiátrico lo notaron extraño y le sugirieron pedir licencia médica por lo que creían era stress. La petición de la mujer pareció ser una clave para continuar la mentira; el doctor pensó en el mecanismo para cumplimentar el acto, sin prever las consecuencias, sólo pensando en los beneficios que le acarrearía que la verdad se mantuviera en reserva frente a
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los demás. He aquí una demostración de estado paupérrimo de su condición; de ser un médico brillante, de demostrar ser un director visionario, el mal le corrompió al punto de procurar, a toda costa, sostener el pecado en el que se encontraba, pese a que todo se transformaba en una pequeña bola de nieve que poco a poco crecía hasta llegar a ser un aluvión con consecuencias insospechadas. Ese día llegó a la hora acostumbrada, dejando el automóvil en casa; esperó el día en que las autoridades anunciaron restricción vehicular para los dígitos de automóviles catalíticos terminados en dos y cero- por la pésima calidad del aire-; llegó a la misma hora de siempre y cumplimentó su labor recurriendo al mismo ritual de todos los días. Al terminar la jornada informó a su secretaria que se quedaría unos momentos más para ordenar papeles, misión que solía cumplir un día cada dos semanas, por lo que pensó no resultaría sospechoso. La tarde había oscurecido más temprano de lo habitual, un punto a favor para su plan. Esperó el cambio de turno; sabía que la entrada sur a los pabellones era resguardada por Mondaca, un funcionario perezoso, que acostumbraba a llegar tarde al turno de tarde. El empleado que le antecedía varias veces conversó con Zumarán, expresando era perjudicado por la actitud del tipo, ya que en ocasiones le había esperado media hora o más, tratando de no dejar solo a los enfermos. La repuesta de Zumarán fue clara: usted se retira a su horario. Yo veo qué hago con tal empleado. Cargando en su maletín un par de guantes quirúrgicos y un bisturí, se dirigió al pabellón de enfermos por la entrada sur; a su favor Mondaca aún no llegaba y su puesto estaba vacío. Las enfermeras tomaban onces ocupando más del tiempo habitual, tras inyectar a los pacientes el calmante vespertino. El doctor caminó con facilidad por los pasillos y se dirigió al baño. Ahí sacó de su maletín los guantes y los ubicó en sus manos que empezaban a transpirar; el bisturí lo cambió de puesto: desde el bolsillo de su bolso al de su abrigo. Pero luego dudó; lo extrajo y lo puso definitivamente en el compartimiento de su pantalón; de ese modo podía sentir que lo portaba. Salió del baño; los pasillos seguían vacíos. Tras dar unos treinta pasos llegó a la habitación de Elías; la providencia había permitido que se encontrara solo y que los dos compañeros de cuarto hubieran sido
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trasladados. Hasta el momento todo era perfecto para concretar los planes que tenía en mente. Elías dormitaba y cuando Zumarán abrió la puerta pensó que era el ángel de Jehová que venía a buscarlo. Pero luego de incorporarse distinguió la sombra del doctor y le saludó con afecto, casi con amor de hermano. Esto descolocó al director del hospital y, por momentos, se arrepintió de estar ahí y de aferrar esos oscuros propósitos. Sus ojos se llenaron de lágrimas. -
Perdóname, Elías.
-
Perdón de qué.
-
De lo que voy a hacer.
-
Ya lo sé, doctor. Esto estaba escrito.
-
Creo que no entiendes: he venido a otra cosa. No hay tiempo para dialogar.
Zumarán sacó el bisturí del bolsillo de su pantalón y le pidió a Elías que cerrara los ojos y se recostara. Como cordero entregado a las manos de su sacrificador, cerró los párpados y tragó aire, mientras el doctor aferró con la diestra el arma y con la izquierda sostuvo su calva cabeza. La sangre con lentitud extrema comenzó a reptar por el cuello hasta la sábana áspera. En agonía, sus labios empezaron a proferir frases en lenguas extrañas; apenas se escuchaban siendo aplastadas por el silencio inquieto de la tarde. El doctor retrocedió, se sacó los guantes y envolvió con éstos el bisturí cubierto de sangre. Caminó nervioso por el pasillo hacia la salida; pensó en Mondaca, seguro que llegaría tarde, se lo encontraría por la vereda del jardín; imaginó tomar otra salida, pero reflexionó: no puedo dejar nada al azar; éste es el causante del fracaso de los planes. Siempre pensó en salir por la entrada sur, por lo cual decidió no cambiar de estrategia. A su favor el patio estaba vacío. Retomó el itinerario común a su salida y sintió alivio estando en él. Pasó por la portería, se despidió del guardia y caminó por Independencia una cuadra hacia el sur. Ahí tomó un taxi que le llevó hasta su casa. En ésta intentó llamar a Lourdes para informarle lo acontecido, pero luego se disuadió, pensando en que debía evitar toda acción que pudiese ser rastreada, en caso de que fuese sindicado como sospechoso.
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Su señora le despertó a las tres y media de la madrugada; el médico de turno le esperaba urgentemente tras la línea. -
Doctor Zumarán, discúlpeme que le moleste a esta hora. Pero es mi deber informarle con urgencia lo que ha sucedido.
-
(Un golpe de frío empaló la columna del doctor. Trató de simular indiferencia). No se preocupe, doctor Garaycochea. Le escucho.
-
Ha ocurrido un asesinato al interior de uno de los pabellones.
-
…
-
Doctor, ¿está ahí?
-
Sí. ¿Está seguro?
-
Lo comprobé con mis ojos. Fui uno de los pocos que entró. Luego de mí no permití que ningún funcionario se acercara. Estoy a la espera de la llegada de la policía.
-
Usted me ha dejado helado. ¿Qué paciente fue la víctima?
-
Elías…
-
¿El maniático religioso?
-
Él mismo. Murió por una herida en el cuello, hecha por un bisturí.
-
¿Por qué está tan seguro de eso?
-
Mondaca encontró un par de guantes quirúrgicos con uno en el pasillo, a pocos metros de la puerta del dormitorio.
-
(Casi sin habla) Entiendo…
-
Doctor, ¿me escucha?
-
Prosiga, Garaycochea, disculpe, usted me ha encontrado durmiendo; todo me sorprende (empieza a temblar)
-
Si desea puedo encargarme de la situación hasta que usted llegue en su hora de turno.
-
No, voy hacia allá. En veinte minutos llego.
-
Gracias, doctor.
-
Nos vemos.
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Su mujer, quien le observaba preocupada, le preguntó qué pasaba. Él le refirió la noticia, cuidando no agregar más antecedentes de los que informara Garaycochea. Ella pensó que la afección se debía a la noticia, a su rango dentro del hospital, no al hecho de que hubiera participado en el homicidio. Le abrazó y sintió que los músculos de su cuerpo latían con peligrosa inquietud. -
Tranquilo, todo está bien.
-
Lo sé; debo ir rápido.
-
Debes calmarte, no hay razón para preocuparse. La policía llegará a los responsables. Todo seguirá igual; ningún director puede prever que suceda este tipo de incidentes. No es tu culpa.
-
Reza por mí.
Al llegar al hospital le recibió el guardia de turno. Rápidamente estacionó y corrió al pabellón en el que había estado horas antes. Al ver los elementos que habían sido testigos de la trayectoria de su macabro plan, se sintió acusado por ellos; todo tenía una tonalidad de delirio; apenas sentía sus pies. En shock se encontró con Garaycochea en el pasillo; ahí platicaba con un grupo de policías, en tanto dos marcaban con cinta amarilla el lugar en que estaban lanzados los guantes. GARAYCOCHEA
:
Doctor Zumarán, buenas noches. El detective Martínez
(apuntando a él), jefe de la Brigada de Homicidios y su equipo. ZUMARÁN
:
No sé si decirles buenas noches.
MARTÍNEZ
:
No se preocupe, estamos acostumbrados.
GARAYCOCHEA
:
Director, los detectives han estado conversando con el
personal de turno. De hecho algunos han ido al departamento de seguridad a revisar las imágenes de las cámaras de vigilancia… MARTÍNEZ
:
De acuerdo a nuestra experiencia, la resolución de este
crimen debiera ser relativamente fácil. Estimando la hora de data de muerte, ésta indica que se produjo alrededor de las ocho de la noche. Es cosa de hacer un empadronamiento de la gente que se encontraba al interior del recinto a esa hora. Tenemos una pista clave: los guantes y un bisturí presuntamente usados. En
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pruebas preliminares todo indicaría que la sangre de dichos elementos es la del occiso. ZUMARÁN
:
¿Quién pudo ser? ¿Lo saben?
MARTÍNEZ
:
(Mirando a sus hombres) es prematuro indicarlo.
GARAYCOCHEA
:
Seguramente mañana, con los exámenes de huellas
dactilares se tendrá novedades. MARTÍNEZ
:
Queremos que nos acompañe al lugar de los hechos.
ZUMARÁN
:
Está bien.
Todos caminaron en dirección a la sala. Martínez removió la huincha plástica que prohibía el ingreso al cuarto y la sostuvo en alto mientras el resto se agachaba para ingresar. El detective rogó a los médicos no movieran nada, por el éxito de la investigación. El cadáver de Elías yacía tendido en la cama, tal y como lo hubiera dejado Zumarán en la tarde; todo permanecía igual, salvo por un detalle: el dedo índice del profeta poseía sangre, con la cual había escrito algo sobre el cubrecamas. MARTÍNEZ
:
El occiso trató de escribir algo con su dedo. Es una M.
GARAYCOCHEA
:
Señor detective, usted tiene razón, pero desde la
perspectiva del difunto bien podría ser una W. Era cierto, pero Zumarán pronto descubrió con pavor una nueva lectura al grafema escrito: la letra leída desde la perspectiva de quien visita al paciente y se ubica al lado de él era la Σ, el signo que durante días venía asomándose en sus sueños y pensamientos. Acusado por su conciencia, el director largó en llanto. GARAYCOCHEA
:
Doctor, cálmese, por favor; acompáñeme, le prepararé
:
El doctor tiene razón; señor Zumarán, tómelo con
un café, le hará bien. MARTÍNEZ
calma, está todo bajo control. Después del café le haremos unas preguntas generales. Mientras tanto seguiremos con las pericias. Zumarán fue a la oficina del doctor Garaycochea y éste le preparó un café cargado. Apenas hablaron, pues Zumarán parecía sumido en una especie de ensoñación que le mantenía ido y casi sin reflejos. El médico de turno sospechó de la reacción de
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Zumarán; a todas luces le parecía desproporcionada, por lo cual le preguntó sobre qué tipo de relación tenía con el paciente. El director hilvanó algunas palabras sin sentido ante lo cual Garaycochea no quiso seguir indagando pues pensó que hablar haría más daño a Zumarán; era mejor que descansara, que pasara el trance de mejor modo. Una hora más tarde llegó un periodista acompañado de un asistente, quienes
preguntaron
proporcionándoles
por
Zumarán.
información
general
El
médico
del
de
incidente
turno
les
ocurrido;
atendió, estuvieron
conversando cerca de veinte minutos tras los cuales abandonaron el lugar. Los detectives le visitaron una hora más tarde y le embadurnaron con preguntas. Qué dónde estaba a esa hora, que qué pensaba él del paciente, que cuál era la relación entre ambos, que cuándo fue la última vez que lo vio y cuáles fueron las últimas palabras que le refirió. En todas ellas guardó coherencia con la trama que había trabajado mientras sorbía el café, tras contemplar el cuerpo del fallecido. Percibía cierto tono de desconfianza en los ojos de los detectives, sentía que ellos percibían breves fisuras en su discurso y que no se tomarían la molestia de precipitar
la
confesión
sino
que
su
estrategia
sería
la
acumulación
de
contradicciones, asunto que asustaba más al doctor. Al salir del interrogatorio conversó con el médico de turno, señalándole que tomaría el día libre y que retornaría mañana, a liderar las investigaciones; le pidió que calmara a la gente, petición que pareció contradictoria a Garaycochea. Al despedirse, este último sintió que Zumarán lo hacía con un sufrido hasta siempre, cosa que lo inquietó y le mantuvo en vilo durante el día. En la tarde el director del hospital se dedicó a recorrer tugurios de mala muerte ubicados en el centro de Santiago. Tras beber algunas cervezas llamó por fin a Lourdes, quien estaba siendo sometida al interrogatorio por parte de un detective. Ésta le indicó secamente sobre el trámite ante lo cual Zumarán cortó de improviso, acusando su miedo. A esa hora los exámenes de laboratorio confirmaban que los guantes y bisturí encontrados en las cercanías de la sala en que aparecieron los restos, habían sido usados para cometer el crimen; pero no sólo eso: las pericias realizadas a esos objetos confirmaban similitudes entre las huellas dactilares
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encontradas con las cotejadas en el banco de huellas y que pertenecían al director del hospital psiquiátrico, doctor Eduardo Zumarán. En vista de los hechos,
desde el laboratorio de la Policía de Investigaciones un
detective llamó a Martínez - quien había estado, literalmente, todo el día trabajando en el lugar de los hechos- para informarle de los resultados de los análisis. Este último, luego de platicar con el perito, comunicó a la central de comunicaciones que Eduardo Zumarán era el principal sospechoso de la muerte del paciente del psiquiátrico y que necesitaban ubicarlo pronto, por lo cual solicitaba que un grupo le hiciera guardia en su domicilio y otro, rastreara las cercanías del teléfono público desde el cual había hecho la llamada a Lourdes. La mujer había dejado entrever en su declaración la participación en el ilícito de su amante, el doctor Zumarán y algún grado de nerviosismo mayor del normal. Alrededor de las 19 horas dejó el sector céntrico en su automóvil sin pagar el parqueo, razón por la cual el funcionario encargado anotó su patente, papel al cual adosó la boleta de pago que superaba los cinco mil pesos. Al salir por Rosas y doblar en Amunátegui, hacia el sur, se percató que un Peugeot 206 le seguía con una baliza que latía y teñía de rojo el espacio próximo. Rápido aceleró y dobló por Compañía, continuando en línea recta hasta llegar a las cercanías de la Plaza Italia, en una loca huida en la que abundaron semáforos en rojo, bocinazos y frenazos de autos próximos. Al verse rodeado descendió del vehículo, dejando éste en medio de la calle; los policías le siguieron en automóvil hasta que el doctor ingresó por las escaleras hasta la estación de metro Baquedano y se introdujo entre la gente que a esa hora transitaba por el lugar. Luego de unos minutos en que la policía pareció haberle perdido el rastro, se agregó a la gente que esperaba el vagón con dirección a la estación Escuela Militar. Pero se equivocaba: tras sus espaldas a dos metros tres detectives le esperaban; el lapso de distracción se produjo cuando su teléfono celular sonó y él, luego de dos o tres repiques, autómata apretó OK pero luego se disuadió en contestar pues el número no le era conocido. Entonces cortó y a la segunda ocasión, simple y llanamente descartó responder. Cuando volteó, sin querer,
hacia atrás, se percató que los policías lo esperaban y tras la mirada
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pavorosa de él, trataron de abrirse paso entre la multitud para acercársele. Sin escapatoria posible, temblando como lo había hecho ese día en la madrugada, esperó que el vagón se acercara, pese a los gritos apagados que sonaron en sus oídos, se lanzó contra él, sintiendo que el mundo entero explotaba y reventaba en su cuerpo.
-
He escuchado la voz de Dios. Pronto vendrán sus ángeles a visitarnos.
-
¿Quiénes? ¿Sus querubines, hijo?
-
No. Son seres celestiales con forma corporal. Individuos como usted, como yo, mensajeros del Padre.
-
¿Cuándo?
-
Pronto.
La viuda Elizabeth vestida de negro. El cielo celeste intenso. Los mausoleos blancos refulgen de cara al sol. Contrapicado. El abrigo recibe una gota de agua del extremo del tallo de una rosa. La rosa es blanca. El viento hace con el largo pelo de la anciana lo que hace la corriente del arroyo con las algas de agua dulce. La cruz incrustada en la tierra como los clavos sumergidos en la carne del Maestro; acá la carne es tierra, como en el origen, como en el final de los días de un hombre, polvo húmedo, compacto. La mujer se postra y su rostro ajado parece no expresar el dolor; pero, ¿por qué asumir la lectura de ese modo, predisponiendo al personaje a determinada emoción? ¿No podría estar alegre una mujer, a los pies de una tumba cuya cruz soporta de modo cansado la gravedad del aire? ¿Por qué ha de estar triste? ¿Por qué no aceptar un sentimiento neutro en su rostro arrugado? Pues bien, aquella viuda está ahí; contemplando esa tumba como quien sostiene los ojos para mirar un elemento que no despierta pasiones. Es la tumba de Elías; la anciana es su madre; luego de un rato llora. Su lloro, sin embargo, es peculiar pues carece de los gestos propios de la lamentación, a saber: los ojos arrugados, la boca abierta – saliva abundante en sus comisuras- la tendencia a cubrir el rostro, a agacharlo. Ella nada más eructa lágrimas por los ojos; alguien podría interpretar
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como que la mujer ha llorado tanto que ya no le va ni le viene el dolor y, de acuerdo a quien escribe, la declaración tiene bastante de certeza. Ella y los restos de él solos, como cuando enfrentaron el mundo; la ausencia de su padre, el sacerdote, quien en busca del Altísimo había peregrinado por la cordillera hasta perderse sin dejar rastro. El recuerdo de María en la entrega del cuerpo, de sus lágrimas, de los abrazos de Emanuel, de sostener el dolor y hacerlo menor para los demás no disimulándolo – que es mentir- sino demostrando fortaleza, que es la suma de la fuerza propia y la del Altísimo en el espíritu de uno. Una rosa sostenida por una mano frágil es dejada sobre un montículo de tierra. Pronto suena un trueno y se pone a llover.
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EL VIDEO MÁS VISTO EN YOUTUBE TIENE 33,5 MILLONES DE VISITAS. EL DEL PROFETA TIENE UNOS SIETE MILLONES. EN UN PAR DE SEMANAS MÁS PUEDE CONVERTIRSE EN UNO DE LOS CIEN MÁS VISTOS.
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DE ESTE MODO PODRÍA CUMPLIRSE, DE ACUERDO A SUS SEGUIDORES, LA SENTENCIA BÍBLICA “TODO OJO LE VERÁ”.
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¿ESO ES INTERPRETACIÓN TUYA O LO VISTE EN ALGÚN LUGAR?
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LA LEÍ, NO SÉ EN QUÉ LUGAR; ME IMAGINO QUE EN INTERNET.
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¿Y QUÉ DICEN LOS MEDIOS?
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¿A CUÁLES TE REFIERES?
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A DIARIOS Y TELEVISIÓN.
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AH. ELLOS NO DICEN NADA.
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¿NADA?
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EXACTO. ME IMAGINO QUE POR ALGUNA RAZÓN X EL TEMA ESTÁ VETADO. QUIZÁS PORQUE GRAN PARTE DE ELLOS ESTÁ INFLUENCIADO POR GRUPOS CATÓLICOS DE PODER. ESO CAMBIARÍA EL MODO DE PENSAR DE LA MASA, ALGO QUE NO REVISTE INTERÉS PARA ELLOS.
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Y BIEN, TANTO PREÁMBULO PARA QUÉ. CUIDADO, PASASTE A LLEVAR MI VASO.
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DISCULPA. BUENO, PARA CONTARTE LO DE ALFONSO EN LA CASA DE TU EX.
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YA…
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¿NUNCA ENTRASTE A ESA HABITACIÓN?
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¿A CUÁL?
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A UNA QUE SEGÚN ELLA ESTABA PROHIBIDO ENTRAR.
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…
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HUEÓN, A VER, CON MANZANAS: AGNES SUBIÓ Y BAJÓ AL FLETITO ÉSE POR METERSE A UNA HABITACIÓN DE SU DEPARTAMENTO QUE SUPUESTAMENTE ERA EL QUE HABÍA PERTENECIDO A SU HERMANA. O TAL VEZ A SU PAPÁ. ¿TÚ NO ME DIJISTE QUE HABÍA UN CUENTO MEDIO ENREDADO CON ESO?
-
CLARO, PERO NUNCA ME HABLÓ DE CUARTOS PROHIBIDOS. ES MÁS, DEAMBULÉ POR TODOS ESOS ESPACIOS, SIN NINGÚN DRAMA.
-
¿ESTÁS SEGURO?
-
SÍ CLARO.
-
¿?
-
¿QUÉ ONDA, SHAI?
-
ES QUE ESA WEÁ DE QUE LA MINA HIZO UNA TREMENDA CUÁTICA PORQUE EL COMPADRE SE METIÓ A UNA DE ESAS HABITACIONES ME DEJÓ SÚPER METIDO. LA MINA LO ECHÓ DE LA CASA, ¿SABÍS LO QUE ES ESO? EL HUEÓN ANDABA ENTERO DE AFECTADO, SI HASTA LLORABA. FUE HEAVY.
-
RARO. (Piensa un rato. Luego sorbe un poco de cerveza cuya espuma queda pegada en su labio superior. Pasa la manga con el fin de secarlo). HAY UNA WEÁ MEDIA LOCA QUE PASÓ.
-
¿HACE MUCHO?
-
MESES ANTES DE QUE TERMINÁRAMOS.
La cámara enfoca en plano americano a Agnes y Víctor en el pasillo que lleva a los dormitorios del departamento de la muchacha; ambos
juegan a hacerse
cosquillas. Ella sostiene un perro de peluche. Viste pantaloncitos rosados, camisa de dormir, pantuflas de animal. Tiene el pelo suelto, algo deslavado. Se
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van acercando al cuarto en el que vivió su padre y, de modo espontáneo entran, siguiendo la misma dialéctica del juego. Pronto caen ambos en la cama, ella encima de él, la música suave, besos, abrazos; el reflejo de la luz que traspasa la ventana y que reflecta en los elementos albos; hay cierto tinte celestial en la toma, todo pareciera ser un buen sueño, un trozo de existencia llevado a cabo en un gran valle de nubes, una especie de placenta gaseosa. Las manos de ellos entrelazadas; aquélla delgada hundida en el cubrecamas inmaculado; luego hay breves retazos de elementos dispuestos en cámara: las pantuflas de la mujer bajo la cama, una medalla que apenas asoma por el velador entreabierto, un portarretratos dentro del cual se ubica la
fotografía antigua
de Agnes y
Gigliola, la cortina entre abierta; Agnes se percata e intempestivamente reacciona, como despertada con brusquedad del trance, se despega del cuerpo de Víctor y junta la cortina con el borde de muralla, tratando de no observar afuera; se queda ahí, observando el suelo y mordiéndose los labios, afectada. -
¿Pasa algo? ¿Te besé muy fuerte?
-
No. Por favor, vete pronto. Te llamo después para explicártelo.
La imagen de un vaso de cerveza medio lleno. Un cenicero en su costado y un cigarrillo haciendo malabarismo en su borde. Hemos vuelto al Entrelatas. -
¿CONTABA PASOS EN ESE TIEMPO?
-
CLARO.
-
¿Y QUÉ ONDA, CÓMO LO SOBRELLEVABAS?
-
¿EL POLOLEO?
-
NO, MAS BIEN EL HECHO DE QUE ELLA TUVIERA ESA MANÍA. TE APUESTO QUE TE CONTABA LOS PUNTOS NEGROS DE LA CARA.
-
POCO MENOS.
-
¿MUY COMPLICADO TENER UNA MINA ASÍ?
-
COMO TODAS. CADA UNA TIENE SU TARA, HAY QUE RECONOCERLO. EL CUENTO NO ERA TAN CUÁTICO CON ELLA. COMO QUE CONTABA LOS PASOS PIOLA; ME DABA LA IMPRESIÓN QUE A VECES CONVERSÁBAMOS Y PARALELAMENTE ACTIVABA UN SISTEMA PARA CONTAR Y NO PERDERSE. LO
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QUE SÍ ES QUE TENÍA LIBRETAS CON ANOTACIONES DE SUS CUENTAS. YO SE LAS VEÍA, PERO CUANDO ELLA NO SE DABA CUENTA; ERA BASTANTE CUIDADOSA CON CIERTA INFORMACIÓN. -
¿COMO CUÁL?
-
CUBRIÓ, LUEGO DEL INCIDENTE, LOS VIDRIOS CON UN PAPEL ADHESIVO; CLAUSURÓ TAMBIÉN LAS VENTANAS O MÁS QUE CLAUSURARLAS LES PUSO LLAVE; SÓLO ELLA TENÍA COPIA.
-
¿QUÉ PODÍA ESCONDER?
-
NO SÉ. YO PIENSO QUE DE PRONTO ALGÚN TIPO QUE VIVÍA EN UN EDIFICIO CERCANO LA MOLESTABA; QUIZÁ UN VOYERISTA O ALGO POR EL ESTILO. NO ESCONDÍA NADA; MÁS BIEN ELLA SE ESCONDÍA.
-
LA AGNES, DE ACUERDO A LO QUE DIJO ALFONSO, LE PROHIBIÓ A ÉL DICIÉNDOLE QUE AHÍ HABITABA EL DOLOR. LE PUSO COLOR TU EX MINA.
-
SÍ, PUEDE SER, PERO TAMBIÉN PODRÍA ASEGURAR QUE LA ACTITUD ES PARTE DE SUS MANÍAS Y FANTASMAS. NO POCAS VECES LA MINA HIZO ALGUNAS CUÁTICAS FRENTE A MIS CERCANOS Y PUTA, MALA ONDA, ANDARME DISCULPANDO DESPUÉS, COMO BORRACHO AL DÍA SIGUIENTE.
-
ME DEJA METIDO EL LLORO DE ALFONSO. ¿ERAN MUY ÍNTIMOS?
-
QUIZÁS. ÉL SE APOYABA MUCHO EN ELLA. PODÍA PRESENTIR QUE SIEMPRE SE INTERPUSO ENTRE NOSOTROS DOS, AUNQUE NO FUE DESCORTÉS CONMIGO. LO DIGO POR ALGUNAS MIRADAS, CIERTAS PALABRAS. NO ERA CONTRARIO EN NUESTRO ROMANCE, SINO NEUTRAL, ESO SE LEE, DESDE LA PERSPECTIVA DEL AMANTE, COMO UN OPOSITOR.
-
BIEN, ESOS SON LOS ANTECEDENTES QUE TENEMOS. EL TEXTO Y SUS FRAGMENTOS. AHORA, A DETERMINAR EL SENTIDO.
-
LA TIERRA, LOS MATERIALES, A VER QUÉ LÍNEAS TRAZAMOS EN EL PLANO.
-
¿EL PREDICADOR TIENE QUE VER CON LA HISTORIA DE LA HABITACIÓN O EL CUENTO ES ANTERIOR?
-
DESDE LA VEZ QUE ME ECHÓ DE LA CASA.
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-
¿Y ESO SE SUPONE QUE FUE ANTES O DESPUÉS DE QUE CONOCIERA AL EVANGÉLICO?
-
ME ACUERDO DE LA VEZ QUE ME DIJO HABER CONOCIDO AL TIPO; NO PODRÍA DETERMINAR HACÍA CUANTO TIEMPO DESDE QUE ME LO DIJO. O, MÁS BIEN DESDE QUE ALGUIEN ME LO DIJERA.
-
BIEN. ESTAMOS FRENTE A UNA QUISICOSA ALGO COMPLICADA. ¿VAMOS POR OTRA CHELITA?
-
BUENO. YO TENGO AQUÍ LUCA Y MEDIA. SI QUIERES VOY YO A COMPRARLA.
-
VAMOS LOS TRES.
INTERIOR – EMBAJADA DE ISRAEL – SANTIAGO DE CHILE – MEDIA TARDE La imagen muestra la sombra del embajador de Israel en Chile y dos hombres; están sentados; el primero tras su escritorio, los dos en sendos asientos; la cámara está a contra luz por lo cual vemos nada más que sus sombras y como telón de fondo la ciudad de Santiago de Chile. Las manos de uno de los hombres en primer plano. Platican en hebreo, por lo que mientras lo hacen, aparecen subtítulos amarillos en pantalla. Luego se muestran los dedos del embajador acariciando la superficie de un grupo de fotografías; vemos parcialmente aquéllas; imaginamos, por su arte, que han sido tomadas a distancia, son algo borrosas. EMBAJADOR
:
Ahora podemos platicar con total libertad. Les escucho.
GAVRIEL
:
Está bien. Tenemos algunas pistas que nos pueden
llevar a la presa. Binder podría estar vivo. Sus ahorros no han sido sacados de los bancos de Ginebra por sus herederos; eso es señal de que está vivo, pese a su edad. MIKHAEL
:
Las investigaciones señalan que él posee una cuenta
con ahorros cercanos a un millón de euros que no han sido reclamados. GAVRIEL
:
Se llegó a esa conclusión al investigar las cuentas
bancarias irregulares de uno de sus hijos. Una de ellas llevaba el nombre de su padre.
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EMBAJADOR
:
¿Son datos certeros o zarpazos de luz en el cielo?
MIKHAEL
:
Para nuestra gente son datos fidedignos. Sino no
:
Entiendo, embajador, su pregunta. Nuestros detractores
estaríamos aquí. GAVRIEL
sugieren que todos estos operativos no representan más que una cortina de humo frente a los problemas políticos que enfrenta la nación; otros, asimismo, como una voz de alerta a ciertos resabios de antisemitismo que afloran en algunas sociedades del orbe. MIKHAEL
:
Pero los comentarios, señor embajador, no debieran
:
Desde
GAVRIEL
:
Necesitamos su ayuda.
EMBAJADOR
:
En todo cuanto requieran.
MIKHAEL
:
Mañana partiremos al sur del país; seguiremos el
interesarnos. EMBAJADOR
luego.
Nada
más
hacía
la
pregunta
por
curiosidad.
itinerario forjado por los datos que poseemos. Deseamos usted nos cubra con su silencio y con los contactos en terreno, en caso de que los necesitemos. GAVRIEL
:
Cada misión presenta su riesgo. Usted sabe los
procedimientos que rodean a este tipo de eventos. Nosotros nunca hemos pasado por aquí; si nos pasa algo, nada más éramos turistas, dos estudiantes israelíes que paseaban por el sur de Chile. EMBAJADOR
:
No
tienen
por
qué
repetírmelo.
Conozco
los
procedimientos desde que cursara estudios en la academia diplomática de Tel Aviv. La recreación de nuestra primera plática es parte las estrategias aprendidas; como hombre detallista sé qué cosas hacer y cuáles no. Soy tan cuidadoso que diríamos que sé los pasos que hay de aquí a la sala de mi casa o desde este lugar al primer teléfono público. MIKHAEL
:
Cincuenta y cuatro hasta la puerta…
GAVRIEL
:
Doscientos siete; teléfono rojo de la compañía la
Manquehue Telefonía.
116
EMBAJADOR
:
Me sorprenden. Son más profesionales de lo que yo
pensaba. Eso me gusta. GAVRIEL
:
El Palacio de la Moneda
tiene ciento treinta y seis
pasos de largo y ciento veintitrés de ancho. El frontis del diario La Nación, en cambio, cincuenta y cuatro pasos. MIKHAEL
:
La Catedral de Santiago ciento veintiocho pasos de
costado y treinta y cinco de frente. Desde la puerta hasta el púlpito central ochenta y siete pasos y ciento ocho pasos hasta los cuatro cofrades. EMBAJADOR
:
Y el Paseo Ahumada, desde Compañía a Alameda
setecientos seis pasos. MIKHAEL
:
Muy brillante, señor embajador. Creo que hablamos el
:
Es raro que una persona de su rango hable en nuestro
mismo idioma. GAVRIEL
código. Da gusto trabajar así. EMBAJADOR
:
Me gustaría acompañarles; mi deseo parece irrisorio,
mas no lo es. Mis padres sufrieron el rigor del régimen nazi. No pocas veces me he tentado a visitar el sur del país para iniciar algún tipo de investigación, pero mi cargo me lo impide. Les deseo éxito. Ojalá puedan encontrar a Nillsen y llevarlo a los tribunales internacionales por la responsabilidad que le cabe en los crímenes de lesa humanidad que se le imputan. MIKHAEL
:
Es el deseo de todo el equipo involucrado en la
:
Gracias, señor embajador. Nos estaremos comunicando.
búsqueda. GAVRIEL
Luego de la plática se quedaron conversando un par de minutos, seguramente trivialidades, pues no duraron más que una despedida común y corriente. Tras darse la mano, los dos jóvenes se retiraron de la oficina. La oscuridad comienza a apoderarse de la pantalla. Todo se va a negro.
El mismo
negro del cielo de Puente Alto; algunas luces como ojos felinos que
acechan en complicidad con la oscuridad atemorizante. Las luces de los pasillos del
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autobús se han ido apagando de acuerdo a cómo han descendido los pasajeros. Faltan pocos kilómetros para que el recorrido finalice y pareciera ser que el panorama que se observa del entorno, lo anunciara con evidencia extrema. Los árboles descuidados del costado de la carretera son monstruos a la sombra de la luna egoísta de la noche. Pero un fantasma se superpone a ese paisaje: el reflejo de la figura de Agnes en la ventana del vehículo. Ella observa de vez en cuando las posibilidades del cuadro, a saber: la silueta de ella superpuesta en el paisaje gótico, el mencionado paisaje - descartando la existencia de lo interior-
y su silueta
solitaria acompañada de los elementos del bus. Ha dormitado, así como el resto de obreros y trabajadoras que gradualmente ha descendido y ha sido devorado por la oscuridad. Sus músculos acusan los efectos de la acción; siente el empalamiento del frío que ha inundado el espacio tras la salida de los cuerpos tibios. Los vidrios ya no lucen empañados, salvo las ventanas pequeñas de más arriba. Tras la salida del último pasajero el conductor de la máquina invitó a Agnes a sentarse en el último asiento. Ella aceptó pues el tipo poseía un semblante cortés y se veía libre de intenciones secundarias. Le preguntó a qué lugar iba y ella rápido y de modo casi reflejo respondió a Puente Alto. Sí, pero a qué punto específico. Ella: no sé con seguridad; salí de mi casa en busca de un conocido, pero recuerdo vagamente dónde vive. Él: seguramente cerca de algún supermercado o consultorio. Más bien cerca de unos potreros, le replicó Agnes, mirando hacia fuera, por si reconocía providencialmente el paisaje que transmitía al chofer. Con esas referencias va a ser difícil llegar; aquí en Puente hay muchos sectores como el que usted me cuenta. Si me diera más datos le podría dejar cerca; hay tiempo todavía para ir a guardar la máquina y me queda algo de combustible. Agnes le dijo luego no se preocupe, es cosa de que me deje en algún lugar iluminado. Yo podría preguntar, total no tengo apuro. El hombre, entonces, le miró con rostro algo sorprendido tras lo cual dirigió sus ojos al reloj de cuarzo que sobresalía sobre el espejo retrovisor. Pero mire la hora que es, señorita, ¿no cree usted que es un poco osado que se aventure por las calles de este sector? Puente Alto es cosa seria, me
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parece que usted nunca ha venido por aquí, le dijo un preocupado chofer, ante lo cual Agnes respondió con algo de afección: quizás tenga usted razón, si es así, no sé qué hacer, aunque me urge dar con mi amigo. ¿Cómo se llama él? Tal vez conozca a su familia (el chofer). Emanuel, respondió la chica; pero Emanuel qué – dice el tipo sonriendo-; no conozco su apellido. El conductor sonrió levemente y se agachó para mover el aro del volante que casi apretaba su estómago; miró adelante y movió la cabeza. Después habló: pero hija, dígame algo con que lo pueda identificar, ¿qué hace?, ¿es estudiante?, ¿qué hacen sus padres? La voz de Agnes: estudia pedagogía en educación musical, pero también es predicador. ¿Es evangélico, señorita? ; claro (ella). Él: haber empezado por ahí. Fíjese, que yo soy evangélico y conozco un predicador jovencito con ese nombre. ¿Es un muchacho que hace milagros? -
¡Sí! – replicó la muchacha con alivio.
-
Es un ungido del Señor, un gran instrumento en sus manos. ¿Usted le busca por un milagro?
-
No. Nada más quería platicar algunos asuntos con él; todas las veces que lo hacía mi mente se iluminaba. Pero hace algunas semanas no le he visto.
-
Aleluya, alabado sea Dios. Recibir el rema de Dios es lo más importante que podemos experimentar. El Señor saciará su alma con la paz y gozo que da su Espíritu.
-
Gracias por sus palabras – ella sonrió y luego bostezó tapando su boca con la manga de su chaleco.
-
Yo sé cómo llegar a la capilla donde vive el Ungido, es relativamente cerca de aquí.
-
Le agradecería eternamente – dijo Agnes con los ojos brillosos.
Llegaron luego de veinte minutos de viaje, tras un llamado telefónico que hiciera el conductor a su esposa, avisando del encuentro que consideraba voluntad perfecta de Dios. En los alrededores de la capilla se erguían carpas y míseras casuchas de madera; el fuego de los depósitos metálicos mostraba sus brazos enérgicos y calentaba a los menesterosos que se aglomeraban alrededor de ellos, esperando
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que los devotos que colmaban la parroquia pudiesen salir para entrar a recibir el portento que requerían, razón por la que estaban ahí, pese a lo inclemente que resultaba para sus cuerpos la noche metropolitana. Agnes se despidió del chofer y éste le bendijo con palabras dulces que agradaron a la muchacha. Descendió del vehículo, deslizó el cierre de su chaqueta hasta dejar el cuello aprisionado y caminó rápido hasta la capilla, caminando entre los cuerpos de la multitud que esperaba en las cercanías de aquélla. Desde adentro se percibían los gritos, las oraciones paralelas de los fieles, la música ritual de un órgano electrónico, la letanía monódica pronunciada por Emmanuel apenas perceptible entre la verbena de alaridos. Su corazón sintió paz luego de la incertidumbre de horas, pero luego un sentimiento de inquietud le inundó; la experiencia era nueva, los gritos le soliviantaron y se sintió extraña en un mundo místico, colmado de espíritus que no lograba pesar del todo; creyó ver seres espirituales oscuros sobrevolando el lugar, pero activando su racionalidad pensó que aquello era efecto del humo y las luces tenues intermitentes producidas por el movimiento de las sombras. Intentó acercarse a una de las ventanas de la construcción, pidiendo permiso a mujeres y ancianas que aspiraban ver lo que sucedía allá adentro. Subiendo a un madero volteado en el suelo cenagoso del patio pudo ganar algunos centímetros y así, ver adentro, mediante el ángulo de lucidez que se formaba en una de las ventanas no cubiertas por las cortinas blancas bordadas. Allí vio a Emmanuel vestido con un traje plomizo gastado y corbata bermeja mal anudada. Hablaba de Daniel, el personaje bíblico; lo hacía con vehemencia, casi con el alma fuera de sí, con distinto desplante al del tímido muchacho que solía platicar con ella. Luego de un rato impuso manos sobre las frentes de las personas que pasaban al altar tras esperar su turno en una fila constituida por centenares de personas; ancianas, niños de días, hombres lisiados. Una mujer le trajo a un niño en silla de ruedas; ella temblaba entera y, en ese estado, acercó su rostro al oído del predicador; éste inclinó su cuerpo para oírle en medio de las oraciones y le dijo algunas palabras mirándole con dulzura a los ojos. Ella comenzó a llorar y él,
120
descendiendo de la tarima, le acurrucó entre sus brazos. Pidió que dos asistentes tomaran al muchacho que poseía la mirada perdida mientras supuraba de su boca un líquido de tono lácteo tras lo cual alzó sus brazos al cielo, elevando una oración al Altísimo. Luego volvió a subir al estrado y solicitó que la asamblea siguiera orando, en tanto él levantó la vista, como en búsqueda de alguien que no logra ubicar tras de segundos de intento. Cerró finalmente los ojos y liberó una oración. Posteriormente tomó al pequeño que parecía desmayado sobre su silla e intentó ponerlo de pie en el suelo; pero duerme, el primer paso, entonces, es despertarlo. Así lo hace el predicador moviendo su cabeza y luego, sin mayor dilación, el muchacho endurece sus extremidades y se dispone a caminar, casi sin dificultades; su madre grita, el público encolerizado asiente con voces tales como “amén”, “Gloria a Dios”, “aleluya”; el predicador trata de detener su rápido caminar, tomándolo del tronco, se lee en sus labios “calma, más despacio, muchacho”. El asombro hace presa al tumulto que atesta el recinto y el terreno próximo; muchos caen de rodillas al suelo otros se postran sobre sus rostros, convictos de pecado, lloran liberando sus culpas. Agnes desciende rápido del madero retrocede pasando a llevar a un anciano – mil disculpas, señor- y preguntando a un grupo de fieles que se calentaban en los contornos de un barril metálico que contenía brasas encendidas, se dirige a un paradero próximo. Allí, luego de esperar un par de minutos, sube a un bus con dirección a Santiago.
-
Supone, seguramente, porqué le detuvimos.
-
Por lo del doctor Zumarán.
-
Exacto. Queríamos formularle un par de preguntas relativas a su muerte.
-
Bueno. Estoy aquí para prestar toda la colaboración necesaria.
-
¿Qué relación poseía usted y el occiso?
-
Él iba a ser mi profesor guía en mi tesis de postgrado. Habíamos estado trabajando hacía un par de semanas. Aún no tenía yo claro el tema de la tesis y nuestras reuniones más bien versaban sobre los tópicos que nos eran interesantes a ambos.
121
-
¿Podríamos decir que ustedes eran amigos?
-
No. Nuestra relación era cercana, pero desde un punto de vista profesional. Ni él ni yo, creo, teníamos ganas de sobrepasar los límites de aquélla. Seguramente, con el paso del tiempo este vínculo hubiese desembocado en una amistad, pero eso sería lucubrar, señor detective.
-
¿Por qué usted llamó a Zumarán ese día de su muerte y justo a esa hora?
-
Sé que el doctor falleció el día en que visité el hospital Barros Luco, pero desconozco la hora.
-
Bueno, para que recuerde: Zumarán falleció el cinco de julio alrededor de las veinte horas. Nuestro equipo recuperó el celular del difunto y se registra una llamada
telefónica
desde
un
teléfono
público
que
corresponde,
precisamente, al lugar que usted nos señalara. -
Sí, llamé al doctor Zumarán para indicarle un dato que confirmaría cierta historia que me refiriera él por esos días.
-
¿Qué historia, señor Mendieta?
-
Me propuso hacer una investigación tomando como base un caso de una maniática religiosa que llegó al mencionado hospital a mediados de los setenta. Su delirio era creerse la virgen María. Luego de que trataran a su hijo, que dicen tuvo en un establo, desapareció misteriosamente y nunca más se le ha logrado ubicar. Yo traté de ubicar los archivos del hospital para documentarme de los detalles que rodearon el hecho.
-
¿Se suponía que usted entregaría datos sobre la mujer aquella?
-
No precisamente. Minutos antes había platicado con una mujer que conoció a la Pura.
-
¿La Pura?
-
Claro, era el nombre que se le dio a ella. Me pareció interesante hacerle saber al doctor ese dato, pues en mi búsqueda me encontré con que todos los papeles de aquellos días habían desaparecido. Luego me arrepentí de llamar al doctor, pues el que me hubiera encontrado a una mujer que
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conocía a la susodicha no era ningún dato nuevo; me entrevistaría con ella minutos después, por eso no insistí. -
Usted me confirma entonces que una de las llamadas perdidas corresponde a la que usted le hiciera desde el teléfono público del hospital.
-
En efecto, señor detective.
-
¿Zumarán le había dado a usted su número?
-
Sí, él me dio su número. No era algo que hiciera con frecuencia, pero como buen profesor guía seguramente pensó que eso sería lo correcto para tener un mejor y más rápido contacto.
-
¿Qué emoción le sugirió el rostro de Zumarán cuando le propuso que podía estudiar el caso de la Pura?
-
…
-
¿Le llamó la atención el hecho de que el doctor le propusiera estudiar ese tema?
-
Nnno. Entienda usted que nunca se me iba ocurrir que estaría involucrado en este caso, por esto mismo no agudicé mis sentidos para ver algo más allá de su declaración llana. Uno no anda leyendo entre líneas lo que la gente expresa, si fuera así, terminaríamos por enfermarnos.
-
Es cierto. Pero mi pregunta va a que si usted vio algo raro; si no lo vio, podría usted decirlo así; no se complique ni me complique, Mendieta.
-
Está bien, discúlpeme.
-
Prosigo. ¿No notó algo raro en la última plática que usted sostuviera con él? ¿No se veía afectado por algo?
-
Lo noté un poco más delgado. Además se veía demacrado. Eso es lo que puedo asegurar. Me imagino que no dormía bien.
-
¿No le mencionó él sobre algo que le aparecía con insistencia? Algún nombre propio, un sustantivo.
-
(…)
-
algo repetitivo en sus pensamientos…
123
-
Zumarán era reservado en sus pensamientos. Rara vez los verbalizaba. Creo que una vez lo sorprendí consultando un tomo de matemáticas que descansaba en su escritorio.
-
Usted ha respondido con la mecánica que deseo que replique. Es cierto que hay gente que no expresa lo que siente, pero lo que dice, por más lejano que esté temáticamente de lo conversado, esconde el contenido latente del corazón y el pensamiento.
-
Podría ser un poco más gráfico, señor detective.
-
Desde luego. Le explico con una experiencia básica sucedida en clases de Castellano en los primeros años de secundaria. Un profesor solía realizar en clases esos enfadosos análisis oracionales donde debíamos determinar sujeto y predicado. Bueno, en realidad no precisamente aquellas dos partes sino lo que él llamaba, sintagma nominal y sintagma verbal. ¿Me sigue?
-
Claro.
-
El profesor no copiaba los ejercicios de algún texto. Los improvisaba en el minuto.
-
¿Cómo así? ¿De su mente directo al pizarrón?
-
En efecto. Tenía lucidez y se le ocurrían oraciones bastante ingeniosas, variadas; algunas reflejaban su conocimiento de temas de actualidad, arte, en fin. Pero analizando más detenidamente su contenido y lo que podían sugerir entre el grupo de amigos que formamos en el colegio llegamos a una hipótesis.
-
¿Cuál?
-
El profesor era homosexual.
-
Hummm… pero eso se nota a simple vista.
-
No crea. El profesor no poseía el típico perfil de quienes siguen esa opción. Lo descubrimos estudiando lo escrito, como usted dice, “entre líneas”. Sus sentencias poseían una clara predilección a lo fálico.
-
Pero no era más que una hipótesis…
124
-
Claro, pero días después pudimos refrendarla. Lo seguimos un fin de semana a un bar de maricones y lo encontramos dándose de besos con un tipo de barba. ¿Entiende?
-
(Conminado) Desde luego, recuerde que usted habla con alguien con estudios en el área de la medicina.
-
(Incómodo) Tiene usted razón. Lo olvidé. Discúlpeme, señor Mendieta.
-
Está bien, no se preocupe (…) Las veces que conversaba con él acostumbraba a mirar por la ventana.
-
¿Qué observaba? O mejor dicho, ¿qué pensaba usted que observaba?
-
A los internos.
-
¿Habló con usted ese día de su último encuentro de alguno de ellos?
-
No. Es decir, sí, pero no de alguno que contemplaba en el momento. Recuerdo que él me refirió a un antiguo paciente.
-
¿Qué le dijo?
-
Era un muchacho adoptado, que no supo hasta casi los veinte años que lo era. Luego de eso abrazó el travestismo.
-
¿A propósito de qué conversó con usted del tema?
-
…
-
Piense.
-
¡!
-
(Expectante) Dígame.
-
A Elías le habían cortado el pelo.
-
Elías… ¿el paciente asesinado?
-
Exacto.
El detective se queda estático y agarrado a las últimas palabras de Mendieta. Se levanta de su asiento, da vueltas alrededor de la silla de su interrogado, agarrándose la barbilla, casi con vehemencia. -
¿Me dijo que luego de eso habían conversado de la Pura, la maniática religiosa?
125
-
Sí, así es.
-
Señor Mendieta: he ahí la relación.
-
El muchacho adoptado poseía la manía de tocar el cabello de la gente.
-
¿Quién cortó el cabello de Elías?
-
No lo sé con exactitud. El doctor Zumarán me refirió a un interno antiguo, que no dejó ser bautizado por el orate.
-
¿Walter?
-
(Pensando) Este… sí, puede ser; coincide con los datos que manejaba.
-
¿Lo conoció personalmente?
-
¿A quién a Elías?
-
A Walter.
-
No; es decir, en una ocasión. Me encontró en el pasillo, creo que me pidió cigarros.
-
¿Fue el único contacto que sostuvieron?
-
Sí, desde luego.
-
¿Está seguro?
-
(Cavilando) Creo que en otra ocasión se me acercó mientras tomaba un café en el casino. Se había escapado de los módulos.
-
¿Qué le dijo?
-
Una incoherencia. Es decir, algo que yo consideré incoherente en el momento. Fíjese que no me recordaba de ello. Déme unos segundos para recapitular.
-
Por supuesto.
-
…
-
…
-
“Que no se memoricen entre ustedes las cicatrices ni la cantidad de lunares. Anótense entre ustedes”.
-
¿?
-
¿Le parece ilógico?
-
Me parece conocer esa frase.
126
-
Quizás la escuchó estos días en sus visitas al hospital.
-
No.
-
Tal vez sufrió un dejavú.
-
Una muralla de la ciudad posee una declaración similar escrita a punta de brochas.
-
¿Sí?
-
Si mal no recuerdo en avenida Valdovinos esquina Santa Rosa. Es un muro que tapia la entrada de una construcción vieja y abandonada.
-
Walter desconfiaba de Elías, eso lo supe por una enfermera. Por eso creo que fue él el de la idea de rapar su cabeza; no me parece ilógico que haya consumado el acto.
-
¿Por qué?
-
Walter desconfiaba de todo. Decía que el mundo era parte de una conspiración; la sentencia de los lunares pareciera reafirmar lo que digo. Quizás con lunares y cicatrices se refería a datos íntimos. Me imagino que es una metáfora de lo que sucede hoy: ellos manejan nuestros antecedentes más mínimos, saben dónde estamos, por qué autopista corremos, en que cajero automático giramos dinero…
-
Cuando habla de ellos, ¿a quién se refiere?
-
A quienes manejan nuestro destino.
-
¿Al gobierno?
-
No, a los grupos de poder.
-
¿Elías pertenecía a uno de esos grupos de los que usted me habla?
-
No, pero tal vez a una conspiración.
-
¿Contra quién, Mendieta?
-
Contra Zumarán, señor detective.
-
…
-
Por alguna razón Zumarán mató a Elías y puede que con ayuda de Walter.
-
¿Por qué lo dice con tanta seguridad?
127
-
Especulo. ¿Por qué rasurar por la fuerza al otro orate dos semanas antes del asesinato? Seguramente Elías manejaba antecedentes que perjudicaban al doctor y Walter, en complicidad con Zumarán, trataba de intimidarlo.
-
¿Qué antecedentes podían ser, señor Mendieta? ¿Elías sabía que la enfermera Lourdes era su amante?
-
Podría ser. Era un rumor de pasillo. Seguramente y el orate quería sacar provecho de esa información.
-
¿Sacar dinero, pedir el traslado, lograr el alta?
-
No lo sé. Pregúntele a Walter.
-
Mendieta, es lo que hice en mis primeras interrogaciones. Tengo datos que indican que Zumarán no actuó solo y es mi obligación llegar pronto a la verdad.
-
¿Usted desconfía de mí?
-
A estas alturas del partido desconfío, al igual que Walter, de todo el mundo.
-
Eso no me va ni me viene. Estoy tranquilo.
-
Mendieta: la noche del incidente encontramos pintada en la sábana de la cama de Elías una letra. Esa es la M, precisamente la inicial de su apellido. El asunto es más serio de lo que creía usted, estimado. Déjeme decirle que queda detenido, mientras dure la investigación.
-
(Enfurecido) ¿USTED ESTÁ DEMENTE? ¿ES QUE SIGUIÓ EL CONSEJO DE UN ORATE PARA ACUSARME? ¿NO VE QUE QUIERE ACHACARME UN CRIMEN DEL CUAL NO PARTICIPÉ?
-
Mendieta, no me alce la voz. Tiene derecho a guardar silencio. Todo lo que diga será usado en su contra.
Por la vereda norte de la calle Merced, caminan Sanguinetti y Holz tras cruzar sin sobresaltos la avenida José Miguel de la Barra. El primero se detiene en la esquina dejando la caja que carga en el suelo. Saca una cajetilla de cigarrillos que guarda en el bolsillo interno de su chamarra. Está algo agitado, seguro por caminar a tranco rápido por las calles céntricas de Santiago de Chile, subir y bajar casi sin descanso
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escaleras por edificios derruidos, cenicientos, tapiados con las cenizas del aire tóxico capitalino en búsqueda de los elementos electrónicos que requería. Ahora se permite una isla de tiempo acompañado de su amigo; parados en la esquina se aprontan a fumar un cigarro y sorbetear los momentos vividos en la jornada. Un muchacho se les acerca a pedirles fuego. Holz le alcanza su encendedor y el joven rápido hace arder el adminículo pero se le resbala entre los dedos. Aquél cae al suelo y, puesto que es un artefacto plástico, no muestra mayor preocupación por el golpe (Sanguinetti mira a Holz y éste asiente moviendo la cabeza en forma vertical) Con prestancia se agacha a recoger el aparato que ha saltado lejos. Por milésimas de segundo habita en un mundo donde gobiernan las piernas, donde los edificios son más altos y el piso más imperfecto de lo que parece. Sin conciencia realiza un frenético zapping y una imagen se clava en su retina en tanto se levanta y repite el rito de producir una minúscula flama con la rueda metálica del encendedor. Ahí está la cámara, en la llama, mientras Santiago es sugerido en el plomizo del fondo, en el ruido de los automóviles y personas que pasan. -
Pibe, ¿vivís por aquí?
-
Bueno, no por acá, pero relativamente cerca. Trabajo en el ciber que está en esa esquina.
-
¿Sos estudiante?
-
Claro – el muchacho sorbe el cigarro y desvía con sus labios el humo para que éste no se encuentre con el rostro de Holz ni el de su amigo.
-
¿No querés ganarte unos birlacos?
-
Desde luego.
-
Vamos al apartamento de este pibe, Holz, mirá, este proyecto de Homo Sapiens, semita renegado…
-
No le hagas caso, pibe.
-
¿Podés llevarnos esta caja? Venimos turnándonos desde Amunátegui y la muy bestia ya no nos quiere dejar llevarla. Qué sacamos con subirnos ahora a un colectivo si estamos tan cerca del destino. Vení con nosotros, tomá la caja.
129
-
(Recoge la caja que pesa más de lo que él cree. Comienza a caminar) ¿Viven cerca?
-
Este engendro sí; tiene su estudio y oficina en Merced casi al llegar a José Victorino Lastarria.
-
Vivo cerca de ahí.
-
¿Vos qué estudiás?
-
Periodismo.
-
Qué bárbaro, pibe. ¿Te va bien?
-
Sí, estoy a punto de terminar.
-
¿Laburás en algún medio?
-
No, nada más me dedico a la investigación personal.
-
¿Está muy pesado, che?
-
No, nada que sea imposible cargar.
-
¿Te gusta inquirir sobre tópicos científicos?
-
Sí, o más bien lo tecnológico, todo lo que tenga que ver con computadoras, vida en el espacio, teorías conspirativas…
-
(Sanguinetti vuelve a mirar a Holz. El joven se percata y aquél cambia su punto de vista) ¿Conocés la historia de John Titor?
-
(Extrañado) ¿Ustedes han oído hablar de él?
-
Desde luego, che. ¿Por qué te admirarás de que lo conozcamos?
-
Porque es un caso emblemático de Internet. No cualquier tipo sabe de él, a menos que sea un asiduo visitante de la red.
-
¿Y eso?
-
No quiero ofenderlos pero ustedes son mayores, sus perfiles no coinciden con los que navegan por Internet frecuentemente.
-
Pero lo hacemos de vez en cuando.
-
Somos investigadores.
-
¿Qué investigan?
130
-
(Ambos ancianos se miran. Holz luego de codificar los ojos de su amigo, respondió) Mirá, no podemos replicarte ahora, si querés te lo explicamos en casa.
-
Discúlpenme, pero voy apurado. Los dejo en la puerta y me largo. Pueden o no pagarme, me da lo mismo.
-
Che, no te acojones; perdoná, no pretendemos molestarte, no somos ningunos trolos, pibe, verdad.
-
Sanguinetti y yo somos psiquiatras; estamos en Chile hace unos treinta años. Somos argentinos…
-
Sí, me di cuenta.
-
Hemos estado investigando sobre una máquina creada por un científico na…
-
Nacional…
-
Claro, y bueno… che, hemos estado laburando en ella.
-
Es un bicho lleno de cables. Queremos viajar en el tiempo.
-
¿Y quieren que yo les crea? Acá está la caja, tomen. Adiós.
-
Eh, pibe, yo lo pensaría más detenidamente.
-
…
-
Puede que te vayamos a jorobar al ciber…
-
O tal vez charlar con tu jefe para que te despidan, che.
-
(Maracos) Demuéstrenme que es cierto.
-
¿Conocés la Internet?
-
Desde luego.
-
¿Amás el misterio y la investigación?
-
Claro.
-
Bueno. Yo también y te lo demuestro: la historia de Titor es un fake; así como los atentados de las Torres Gemelas, la llegada del hombre a la Luna; la Manuscrito Voynich es explicado mediante tres teorías…
-
…
131
-
el video Obedece a la Morsa es creación de un navegante anónimo usando imágenes de Johnny Baima, enfermo poliomielítico y la explicación de los mensajes subliminales al interior de él es también un fake…
-
¿Dónde está el oro de los nazis?
-
En los cigüeñales de los tractores Lanz Bulldogs modelo 45, año 1942 en adelante.
-
(Sonriendo) Hitler murió en Chile.
-
O en un refugio ubicado en la Antártica.
-
(Rendido) Vamos, les acompaño. La caja, señores.
Rápido los tres llegaron al apartamento de calle Merced, enclavado en el Barrio Lastarria. El viento movía en las veredas las hojas de los árboles como si fuese una procesión anárquica; éstas golpeaban las paredes, los fierros de los postes, los enanos amarillos escupe agua. El edificio no distaba de ser igual a aquellos que abundan en el centro de Santiago; líneas rectas, con ligeras reminiscencias de arte gótico en sus ángulos; el smog había acariciado con sus manos sucias las murallas tiñéndolas de hollín; la humedad de las lluvias antiguas sugería un halito verdoso en algunos puntos escondidos, alrededor de las ventanas. Se introdujeron a un conjunto de departamentos a los que se ingresaba por una reja simple. Holz abrió y antes que Sanguinetti pasara entró el joven periodista a sugerencia del segundo. En el acceso izquierdo les esperaba una escalera; subieron por ella; el olor a humedad era patente, demasiado obvio para ser invierno, diríamos hasta insultante; y llegaron al cuarto piso. La puerta blanca contenía una placa de bronce, seguramente limpiada hace muy poco, con la inscripción: SAMUEL HOLZ PSIQUIATRA
El anciano abrió la puerta y, en medio de la oscuridad ésta pareció ser la entrada luminosa del cielo, o tener el resplandor de un cooler lleno de cervezas, dentro de las tinieblas de un bar. La imagen se difumina y aprovecha el rectángulo de la puerta para igualarlo con la del refrigerador de lugar donde beben los dos amigos.
132
-
CUANDO ENTRÉ IGUAL ESTABA CACHUDO. IMAGÍNATE, DOS VIEJOS, ESA CAJA LLENA DE ELEMENTOS ELÉCTRICOS, Y EL TIPO QUE SE MANEJABA EN EL CUENTO. ERA PARA NO DUDAR. – CHUCHA LA MÚSICA ESTÁ A TODO CHANCHO.
-
EN TODO CASO.
-
SI PUH / PAGATE UNA CHELA, POR FAVOR … VALE
-
FLACO, ACÁ SE DA LA MISMA DIALÉCTICA DE LO QUE SUCEDE EN NUESTRA VIDA DIARIA: EXISTE UN MUNDO PARALELO, DEL CUAL NO NOS INFORMAN LOS MEDIOS; ESTOS VIEJOS CABÍAN DENTRO DE ESE MUNDO. MUCHAS COSAS EXISTEN EN ÉSTE, COSAS QUE CONSIDERAMOS MISTERIOS O IMPOSIBLES, PERO DESDE LA PERSPECTIVA DE DICHO ÁMBITO NO LO SON.
-
PERO, CREAR UNA MÁQUINA DEL TIEMPO, ¿NO TE PARECE UN VIL ENGAÑO?
-
NO, COMPADRE. YO CREERÍA ASÍ SI ES QUE LOS VIEJOS SE ESMERARAN POR SER RICOS, FAMOSOS Y ESO. PERO, ¿GASTAR MUCHO DINERO EN ALGO Y NO LUCRAR CON ELLO? ¿QUÉ SENTIDO TIENE DENTRO DE LA MECÁNICA DE UN ESTAFADOR? NINGUNA. ¿ESTÁ BIEN O TE ECHO MÁS?
-
ESTÁ BIEN, GRACIAS. LA DESIGNACIÓN “MÁQUINA DEL TIEMPO” YA ME PARECE CHANTA.
-
SÍ, LÓGICO, PERO NO TE HE EXPLICADO
LOS DETALLES DE ELLA. NO ES
PRECISAMENTE UNA MÁQUINA DEL TIEMPO EN EL SENTIDO ESTRICTO DEL TÉRMINO, DIGAMOS ES… UN APARATO QUE
AYUDA A DESPERTAR
RECUERDOS. -
¿ALGO ASÍ COMO LA HIPNOSIS?
-
SÍ, PARECIDO. LA CUALIDAD QUE TIENE ESTE ARTILUGIO ES EL DE, COMO TÚ DICES, HACER UNA ESPECIE DE HIPNOSIS PERO, A LA VEZ DE DESPERTAR LOS
RECUERDOS,
SENSACIONES,
OLORES,
IMPRESIONES
TÁCTILES,
SONIDOS. TODO ESTO MEDIANTE ELECTRODOS UBICADOS EN LUGARES ESTRATÉGICOS DEL CUERPO DEL PACIENTE Y OTROS ELEMENTOS. -
¿TIENE QUE VER CON EL VIAJE A VIDAS PASADAS, POR EJEMPLO?
133
-
ALGO ASÍ, PERO EN LA VIDA PERSONAL PROPIA. ES, EXPLICADO ASÍ, PERFECTAMENTE POSIBLE, TODA VEZ QUE LAS SENSACIONES EMPUJAN RECUERDOS O VICEVERSA. UN ASPECTO DISTINTO A LA “FABULACIÓN” DE LA CUAL HABLA HOLZ, COMO ASPECTO RELEVANTE DE LA HIPNOSIS.
-
¿?
-
DE ACUERDO AL PSIQUIATRA, LA GENTE COMIENZA A FABULAR O HISTORIAR SOBRE LA BASE DE VAGOS RECUERDOS. CON EL EJERCICIO SE INVENTAN UN “PARCHE” – POR MENCIONAR UN TÉRMINO COMPUTACIONAL- PARA CUBRIR CIERTOS ESPACIOS DE VACÍO, BACHES DE INCERTIDUMBRE Y CON ESO TRANQUILIZAR SUS PENSAMIENTOS. PERO NO DEJAN DE SER FICCIONES, DEMOSTRACIÓN DE LA NECESIDAD DE MITIFICAR AQUELLOS ASPECTOS QUE NO POSEEN EXPLICACIÓN LÓGICA.
-
CON ESTA MÁQUINA, ENTONCES, SE LOGRA LA EXPRESIÓN DE UN RECUERDO EN LOS OÍDOS DEL DOCTOR.
-
NO, Y ESO ES LO RESCATABLE. EL RECUERDO LIBERADOR NO SE HACE SOBRE LA BASE DE LA RESPUESTA DEL MÉDICO, SINO POR LA RE EXPERIMENTACIÓN DEL MOMENTO. EL PUNTO ESTÁ EN VOLVER A VIVIR AQUELLO QUE ESCAPA AL RECUERDO, ES COMO LLEVAR AL PACIENTE A UN ESTADO ALFA, UN ESTADO QUE VA MÁS ALLÁ DE LA CONCIENCIA.
-
HUMMMM, INTERESANTE. PERO, ¿CUÁLES SON LOS RIESGOS?
-
ES LO QUE NO TIENEN CLARO AÚN HOLZ Y SANGUINETTI, EL TIPO QUE LE ACOMPAÑABA. ESPECULAN QUE QUIEN SE SOMETA AL APARATO PUEDE QUEDAR “PEGADO” AL RECUERDO Y NO SALIR DE ÉL, PERDIENDO LA MEMORIA DESDE EL MOMENTO EVOCADO HASTA SU PRESENTE. PERO ESTO ES LUCUBRAR, SEGÚN LOS ANCIANOS.
-
¿QUÉ HABÍA EN LA CAJA QUE TE PIDIERON CARGAR?
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ME PERCATÉ QUE AGRUPABA ELEMENTOS ELECTRÓNICOS, PERO ANTIGUOS. HOLZ SACÓ UNA PEQUEÑA URNA DE CARTÓN CORRUGADO, OLÍA A NAFTALINA, LA MIRÓ Y SACÓ ALGO ASÍ COMO UNA BOMBILLA, ONDA TELEVISOR BOLOCCO DEL AÑO DEL ÑAUCA.
134
-
CHUCHA, FUERTE LA COSA.
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NO ES ALGO EXTRAÑO: EL CIENTÍFICO QUE IDEÓ LA MÁQUINA ERA UN TIPO QUE VIVIÓ EN LOS AÑOS SESENTA EN ARGENTINA.
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ERA FÍSICO.
-
NO, PSIQUIATRA, IGUAL QUE HOLZ Y SANGUINETTI.
-
¿TE DIJO EL NOMBRE DEL GENIO?
-
NILSSON. SEGÚN ELLOS ERA UN TIPO SUECO.
-
¿POR QUÉ DICES “SEGÚN ELLOS”?
-
POR QUE EL TIPO HIZO EL MISMO RECORRIDO QUE HIZO LA MAYORÍA DE LOS ALEMANES ESCAPADOS LUEGO DE LA CAÍDA DE HITLER: BUENOS AIRES, SANTIAGO Y…
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¿Y QUÉ?
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HOLZ TENÍA UNA FOTO DE ÉL JUNTO A SU AMIGO ACOMPAÑADO DEL PROFESOR. OCUPABA GRAN PARTE DE LA PARED. AMBOS CARGABAN SENDAS
CARPETAS.
DISCULPA,
SE
ME
FUE
LA
ONDA.
ME
HABÍAS
PREGUNTADO EN DÓNDE ESTABA. BUENO, SEGURAMENTE HABÍA FALLECIDO EN EL SUR. NO ME ESPECIFICARON EL LUGAR. -
EL TIPO, SEGÚN TÚ, SERÍA ALEMÁN.
-
BUENO, ES ALGO QUE CREO, PERO NO TENGO FUNDAMENTOS PARA AFIRMARLO. ES NADA MÁS QUE UNA DE ESAS CORAZONADAS QUE UNO TIENE PERO NO SE SUSTENTAN EN NINGÚN HECHO CONCRETO. PERO SERÍA RARO.
-
¿EL QUE FUESE ALEMÁN?
-
CLARO.
-
¿POR QUÉ?
-
HOLZ ES JUDÍO. DE ACUERDO A LO QUE ME DIJO, LAS INVESTIGACIONES DEL PSIQUIATRA
SUECO
EMPEZARON
EN
LA
DÉCADA
DEL
CUARENTA.
CLARAMENTE SUS LINEAS INVESTIGATIVAS TENÍAN UN TINTE PRAGMÁTICO, ESTUDIAR LA MENTE DEL HOMBRE, ¿PARA QUÉ? -
PARA OBTENER LA SUPREMACÍA SOBRE LOS ALIADOS. SUENA COHERENTE.
135
-
SÍ, DESDE LUEGO. PERO QUEDAMOS AHÍ, EN UNA MERA ESPECULACIÓN, UNA SIMPLE HUELLA, DENTRO DE LAS MILLONES QUE SE VEN EN LA ARENA.
-
Y BIEN SHAI. ¿QUÉ DE ESTO, AGNES Y EL PREDICADOR?
-
NO SÉ; EL HECHO FUE DEMASIADO ALUCINANTE, POR ESO TE LO CONTABA Y PORQUE, SEGURAMENTE, RELACIONÉ ESTE CUENTO CON LO QUE ME DIJISTE HACE ALGÚN TIEMPO: TU EX IBA A SESIONES DE PSICOANÁLISIS CON UN PSIQUIATRA.
-
CLARO.
-
¿Y TÚ CREES QUE ES EL MISMO DOCTOR?
-
NO. DESDE LUEGO QUE NO. ESO SERÍA MUCHA COINCIDENCIA. PERO EL CONTACTO NOS AYUDARÍA A ENTENDER LA MECÁNICA DE PENSAMIENTO DE LA AGNES Y CONOCER SU COMPORTAMIENTO.
-
PODRÍAS TÚ PREGUNTARLE SOBRE LA VAINA DE CONTAR PASOS, SEGURO QUE TE ACLARARÍA EL ROLLO Y LOS DEMÁS.
-
BUENA IDEA.
-
SALUD POR ESO.
-
SALUD. OYE, UNA PREGUNTA, ASÍ COMO DE CURIOSO. ¿POR QUÉ A LOS VIEJOS SE LES OCURRIÓ REVELARTE EL SECRETO? ¿NO SE SUPONE QUE ESAS COSAS SON CONFIDENCIALES? ¿SE LO IBAN A CONTAR AL PRIMER GALLO QUE ENCONTRARAN EN LA CALLE?
-
…
-
TE CAGUÉ CON LA PREGUNTA, FLACO.
-
PRIMERO PENSÉ QUE ERAN MARACOS, SÍ, LA DURA. IGUAL ME DIO UN POCO DE JULEPE, PERO BUENO, MI VOCACIÓN DE INVESTIGADOR ME HIZO IR CON ELLOS.
-
YO CACHO QUE QUIEREN AGUACHARTE PARA QUE SEAS EL CONEJILLO DE INDIAS DEL EXPERIMENTO.
-
YO PENSÉ LO MISMO.
-
¿NO TE LO HAN DICHO?
136
-
NO, FLACO, PERO IGUAL CACHO QUE VAN A ESPERAR EL MOMENTO PARA DECÍRMELO, SINO, ¿POR QUÉ COMPARTIR EL SECRETO CON UN EXTRAÑO?
-
POR ALGO TE ESCOGIERON. LES DISTE LÁSTIMA, CULIAO.
-
NO PASA NA. LES PEDI FUEGO. SE ME CAYÓ EL ENCENDEDOR Y ME AGACHÉ A RECOGERLO. ASÍ FUE TODO.
-
¿CÓMO IBAS VESTIDO?
-
JEANS, ZAPATILLAS CHAPULINAS Y POLERA NEGRA.
-
¿CUÁL, LA DEL PROYECTO MATRIZ?
-
CLARO.
-
HE AHÍ LA MADRE DEL CORDERO. LOS VIEJOS SE MANEJAN EN LOS PERFILES. DE PRONTO VIERON A UN CABRO CON PINTA DE ESTUDIANTE, QUE SE VEÍA CULTO, CARA DE MATEO… EL VIEJO CACHA SOBRE LO QUE APARECE EN INTERNET. ESTÁ INFORMADO. ERES EL TIPO DE JOVEN QUE ANDAN BUSCANDO. LA GENTE QUE ABRAZA LA FILOSOFÍA DEL PROYECTO NO ES CUALQUIER PERSONA, ES, USUALMENTE GENTE CRÍTICA, QUE ABRAZA LA SUBVERSIÓN.
EN
ESE
SENTIDO
ELLOS
TRANSMITEN
EN
LA
MISMA
FRECUENCIA. -
LES GUSTA LEER EL LADO B DE LAS COSAS.
-
CLARO. ¿EN QUÉ QUEDASTE CON ELLOS?
-
LES VOY A VISITAR MAÑANA.
-
¿QUÉ SE SUPONE QUE HARÁN?
-
SUPUESTAMENTE HABRÁN TERMINADO LA MÁQUINA. LOS ELEMENTOS QUE COMPRARON ESA MAÑANA DEL ENCUENTRO ERAN LOS QUE LES FALTABAN. SEGÚN ELLOS, HABÍAN TRABAJADO CERCA DE DOS MESES A FULL.
-
Y TE SUBIRÁN ENCIMA PARA QUE LA PRUEBES. CAGASTE, SHAI.
-
PA QUÉ ESA, SI NO ES ASÍ. POR LO PRONTO LOS VIEJOS NOS AYUDARÁN A DESCUBRIR
QUIÉN
VERDADERAMENTE
ES
AGNES
CON
TODOS
SUS
MISTERIOS. -
BUENO, AMOR CON AMOR SE PAGA. LO QUE SÍ, ES MEJOR QUE NO VAYAS SOLO.
137
-
SI VOY ACOMPAÑADO VAN A SOSPECHAR.
-
SÍ, ESTÁ BIEN, AL MENOS YO TE PUEDO ACOMPAÑAR Y ESTAR CERCA.
-
CHUCHA, PODÍS ESPERARME EN EL DEPTO DE LA AGNES (risas)
-
CORTA EL HUEVEO. A TODO ESTO, ¿ES QUE VIVE MUY CERCA?
-
A LA VUELTA. LA DURA, NO ESTOY MINTIENDO.
-
RARA LA HUEÁ. BIEN, AL FRENTE, POR CALLE MERCED HAY UNOS BARETOS Y LIBRERÍAS. TE PUEDO SECUNDAR AHÍ; LLEVAS TU CELULAR Y ME PINCHAS SI PASA ALGO.
-
BUENA IDEA. CAPAZ QUE LO DE LOS VIEJOS SEA PURO CUENTO Y QUIERAN PURO VIOLARME.
-
EN TODO CASO, SHAI. CHUCHA, SE ME SECÓ LA JETA. ¿VAMOS POR OTRA CHELA?
-
DE MÁS.
Abel Aguad, reportero de algunos medios de injerencia menor, se interesó en el caso del asesinato de Elías y el suicidio del doctor Antonio Zumarán, al indagar que las investigaciones de la policía no se agotaron con la muerte de este último. Según Garaycochea, uno de los detectives encargados de las pesquisas, el detalle de la inscripción dejada por el occiso en la sábana, les daba a entender que el caso no estaba resuelto en tanto la acción de la víctima sugería – de acuerdo a la lectura de los investigadores- había un mensaje importante que develar. Pero el tema parecía ser nada más que un caso relativamente sobresaliente dentro de la pauta monocorde de su agenda, hasta que, designado por el editor periodístico de la radio en la que trabajaba, tuvo que cubrir una huelga de trabajadores de la salud que se extendía por cerca de diez días, en las dependencias del Hospital Barros Luco. Llegando al lugar encontró alrededor de un centenar de trabajadores, entre auxiliares, enfermeros y paramédicos que obstaculizaban la entrada sosteniendo carteles y lienzos con mensajes contrarios a la gestión del gobierno. Preguntó a los manifestantes sobre quién hacía las veces de vocero del grupo. Un hombre entrado en años le señaló a una enfermera vieja que hablaba por celular, parapetada en la
138
muralla de entrada al hospital. Esperó que la mujer terminara con el ritual y tan pronto ésta guardó su teléfono le abordó con gentileza. Aguad se presentó y le explicó los motivos por los que estaba ahí. La enfermera pareció recibir sus palabras con una emoción neutra, lo cual, si bien no incomodó al periodista, le produjo cierto amargor en los labios, que disimuló formulando preguntas livianas introductorias, mientras anotaba en su libreta. Luego de unos minutos de plática y que la enfermera le explicara los pormenores de la protesta, Aguad se dispuso a llamar a los estudios centrales para coordinar un despacho en vivo. El editor jefe le respondió que estaban ocupados con la sección de deportes, por lo cual sería imposible atender a la petición, no obstante grabarían la entrevista que Aguad haría a la mujer y posteriormente, en el transcurso de la mañana, la reproducirían. Así lo hizo Aguad, sin sobresaltos y por vez primera tras el encuentro, sintió que su interlocutora mostraba alguna simpatía por su presencia. Un hombre que le miraba desde un kiosko de diarios se le acercó con alguna dificultad. Poseía un parche en la cabeza que ostentaba ligeramente la supuración de una herida. Al principio el periodista pensó que era un tipo que se le acercaba a pedir fuego o a solicitarle alguna información. El hombre vestía bien, por lo que no se asustó sino que miró el acercamiento con algún grado de expectativa. -
¿Usted es periodista? – le preguntó.
-
Sí, claro. Abel Aguad, un gusto.
-
Mendieta, para servirle. Discúlpeme, pero no quiero perder el momento – carraspeó ayudándose con el interior del puño derecho.
-
Cuénteme.
-
Creo haberlo visto en las dependencias del Hospital Psiquiátrico a propósito de la historia del orate asesinado.
-
Sí, claro – el periodista le miró a los ojos, tratando de relacionar la información dada con la fisonomía de quien tenía frente así; sin embargo, le fue imposible.
-
Soy candidato al título de psiquiatra. Zumarán iba a ser mi profesor guía de tesis.
139
-
(Los sentidos del periodista se despertaron) ¿Está muy apurado? ¿Podemos charlar?
-
Sí, desde luego.
Rápido cruzaron la Gran Avenida y se sentaron en uno de los bancos que había en el lugar. Aunque el cielo se cubría de nubes oscuras precisamente en ese espacio de la ciudad éstas se abrían, permitiendo que el sol hiciera contacto con la tierra.
-
Fui detenido por los detectives que investigan el caso. Sospechan de mí; piensan que sabía del plan para asesinar a Elías. Recién me soltaron ayer y estoy con medidas cautelares – dijo Mendieta, tratando de afirmar la voz.
-
¿Por eso lo del parche en la cabeza?
-
Sí. Pensaron que ocultaba algo, no se conformaron con lo que les dije. Por eso me golpearon.
-
¿Por qué dudan tanto? ¿Es que usted verdaderamente tuvo participación en los hechos?
-
No, no lo sabía. Nunca me imaginé que Zumarán mataría al paciente, menos que luego se suicidaría. Desconfían de mí porque la víctima escribió en una sábana la letra M.
-
…
-
Mi apellido es Mendieta, eso me caga.
-
¿Qué quiere que haga?
-
No sé cómo defenderme. No tuve nada que ver con el asesinato, pero las fatales coincidencias me acusan injustamente (llora)
-
(Conmovido) Dígame cómo puedo ayudarle.
-
Alguien podría interpretar lo escrito por la víctima con su sangre en esa sábana. Esa verdad me libraría. Le dije al detective que dicha letra bien podría ser no una M sino una W.
-
De Walter, otro de los sospechosos.
-
(Sorprendido y desconfiado) ¿Cómo lo sabe?
-
Estoy investigando el caso. Mondaca es otro de los interrogados.
140
-
¿Cree usted que él participó en el crimen?
-
No. Según las informaciones que manejo Zumarán y el funcionario no poseían un contacto cercano, por el contrario, Mondaca era considerado por el doctor, de acuerdo a lo que investigué, un pésimo funcionario. Ese día llegó, como era su costumbre, tarde.
-
…
-
¿Usted cree que soy el principal sospechoso de ser cómplice de Zumarán?
-
No, Mendieta. Y se lo digo con total sinceridad.
-
Gracias. Esto parece una vil novela. Imagínese, no basta con decir la verdad, sino que las circunstancias se concierten para que otros la crean. Es una pesadilla.
-
Pesadilla. – Aguad se queda prendido varios segundos, como si la palabra pronunciada tuviera eco en el ambiente y él se dispusiera a escuchar hasta el último reflejo sonoro en aquél.
-
Sí, estimado.
-
¿Supo que durante las últimas semanas Zumarán sufrió innumerables pesadillas y alucinaciones?
-
No, nada más le noté algo demacrado, así como mal dormido.
-
¿Está seguro que no le contó nada a usted del contenido de esos malos sueños?
-
No, señor Aguad, estoy seguro.
-
Pero lo vio indagando en algunos textos…
-
(Piensa) Si pudiera traer a la memoria cada mínimo detalle de esos días… Creo que le mencioné que me sorprendió ver un tomo de matemáticas en el escritorio de Zumarán.
-
No, no me lo dijo a mí, tal vez lo expresó en su declaración.
-
Quizás así fue. Es lo único raro que recuerdo.
141
-
El historial de Google en su equipo señala búsquedas que poseen relación con materias relativas a su trabajo, pero otras referidas al alfabeto griego y a las matemáticas como usted lo evoca.
-
Creo que me preguntó alguna vez qué me sugería un signo. Pero en estos momentos no recuerdo cuál.
-
Lo desconozco. La persona más cercana, su cuñada y amante declarada, Lourdes, refirió el contenido de sus episodios oníricos. Pero sus declaraciones son, por decirlo menos, exiguas, aportan muy poco. Creo que, si pensamos en cómplices, ella es mi principal candidata. La policía – que no es nada de ingenua- piensa igual que yo. Usted no debe preocuparse, señor Mendieta, los detectives le han amenazado para ganar tiempo, para dárselas de grandes, porque saben que usted tiene mayores estudios y es, socialmente, más importante que ellos. Pero valen mierda, eso es decir la verdad.
-
Es lo que creo, señor Aguad.
-
¿No le dice algo la letra “sigma”?
-
(Mendieta
parece
despertar
de
un
coma
conciente)
Claro,
era…
precisamente el grafema por el que preguntó Zumarán. -
¿Conoce usted cómo se escribe?
-
Sí, desde luego. ¿Tiene usted un lápiz?
-
Sí, por favor tome – Aguad le acercó el
bolígrafo que guardaba en su
chaqueta-
Mendieta escribió en el papel dos grafemas:
ς
σ
-
¿Dos signos?
-
No. Es la misma letra expresada al medio y al final de una palabra.
-
¿Qué podría significar?
142
-
Desviación estándar, densidad superficial de carga. Creo que tiene otra utilidad más…
-
Piense, Mendieta.
-
Creo que también el concepto de… conductividad eléctrica.
-
¿Cree usted en los sueños premonitorios?
-
Profesionalmente no.
-
Bueno, entonces no tenemos cómo suponer y, por lo mismo, tampoco material para hipótesis a comprobar (Aguad se queda mirando el papel, con total perplejidad en el rostro. Se muerde los labios con cierta rabia)
-
Aguad. Espere.
-
Dígame.
-
He omitido un dato…
-
…
-
La sigma también tiene una variante en mayúscula.
-
¿Sí?
-
Sí.
-
¿La puede usted anotar aquí?
-
Desde luego.
Mendieta rayó en el papel lo siguiente:
Σ -
¿Ve usted lo mismo que yo? - le preguntó el periodista.
-
Veo la letra que escribí.
-
Pues yo veo una M, que invertida bien podría ser una doble V. Hemos llegado a buen puerto, Mendieta.
-
¿Saber que Elías no se refería ni a Mondaca ni a mí?
-
Claro…
-
Pero eso no me excluye de ser uno más de las cuatro lecturas existentes.
-
¿Cuáles son las otras, según usted?
143
-
Mondaca, Walter y que Elías hubiese escrito un tres a la usanza de los caracteres antiguos del primer siglo – recuerde que su delirio es creerse un profeta bíblico- e indicar con ese número que Mondaca, Walter y yo somos los involucrados en su muerte.
-
Más el autor material, el doctor Zumarán que no se contaría dentro, por ser el autor propiamente tal del crimen (silencio) Chucha, quedamos en la misma.
-
No puedo más con esto, señor Aguad.
-
Pero no ha hecho alusión a la Sigma mayúscula; bien podría usted señalar en la próxima declaración que era el material de pesadillas del doctor y que el asesinado lo sabía, por eso lo de la inscripción.
-
¿Conoce usted el contenido de las declaraciones de Lourdes?
-
No, salvo lo mínimo que le expresé (pausa). Pienso que ella tiene mucho qué decir respecto del asesinato. Si desea puedo platicar con Martínez o Garaycochea e indagar el contenido de su confesión. Eso podría ser esta tarde o mañana antes de mediodía.
-
Le agradecería de por vida, señor Aguad.
-
(Pausa) ¿Le podría hacer una última pregunta?
-
Desde luego.
-
¿Qué hacía usted aquí, señor Mendieta?
-
Zumarán, días antes de fallecer, me sugirió como base para iniciar mi tesis, un caso ocurrido a mediados de los años setenta. El hecho ocurrió aquí; la noche de la muerte de Zumarán precisamente vine por primera vez y platiqué con la enfermera que usted entrevistó. El celular de él registró la llamada que hice desde aquél teléfono público (Mendieta apunta con su dedo). Continúo indagando en el tema, pues me parece extremadamente interesante.
-
El tema ¿tiene relación con el proceso por el que estaba viviendo el doctor?
144
-
(Piensa) Si hay que determinar cierta filiación, diría que ambos casos, el de Elías y el de Yoshua, corresponden a lo que en psiquiatría se denomina Delirio Mesiánico.
-
Yoshua… (reflexiona).
-
Es un nombre hebreo del cual deriva Jesús, uno de los nombres del Hijo de Dios.
-
No había oído dicho nombre, es algo extraño al oído.
-
¿No podría referirme en qué consiste la historia de Yoshua?
-
Desde luego.
-
Le escucho.
EXTERIOR – PLAZA DE LA CONSTITUCIÓN – SANTIAGO DE CHILE – MEDIA TARDE En el centro de la pantalla Emanuel de espaldas. Escuchamos el sonido de interferencias en un radio. El joven, que está justo en medio, observa el edificio que tiene frente a sí. La cámara lo enfoca, luego, con movimiento circular, en contrapicado. Parece en trance, pues sus ojos no dejan de fijarse en algún punto del Palacio de Gobierno. Quizás mira más allá de él, en una perspectiva supra temporal. El sonido de una gota de agua golpeando una poza. EMANUEL
:
Las autoridades son impuestas por mi Padre. Los
pueblos les deben obediencia y respeto. Pero dicha obediencia y respeto no es, digámoslo, militarista, sino afectiva. Uno debe amar a quienes gobiernan. Eso desde las bases: el alumno con su profesor, el profesor con su director, los obreros con sus jefes, los hijos con los padres. Nadie escoge sus autoridades, ¿o tú lo crees? AGNES
:
Uno opta por ellos mediante su voto. Al menos así es la
:
Tienes tres o cinco opciones. Eso ya es un límite. ¿Quién
democracia. EMANUEL
determina las opciones? Quienes detentan el poder. Un círculo vicioso. AGNES
:
Es cierto…
145
EMANUEL
:
Llegará el día en el que la autoridad sea un perfume
que expelen los poros de nuestros líderes. No será necesario votar por ellos, nada más les seguiremos. Autoridad ontológica, no epistemológica. AGNES
:
¿Quiénes son nuestros líderes? Quizás los que hablan
más, los que mediante voz fuerte dicen saber algo, pero lo desconocen; quienes son capaces de hacer las cosas a su manera y dominar sobre la gente para su beneficio. EMANUEL
:
Si no hay fe, las pasiones de los hombres no pueden ser
neutralizadas y fácilmente son vulnerables a las tentaciones del poder. AGNES
:
¿Y qué es la fe?
EMANUEL
:
La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de
lo que no se ve. En la actualidad vemos como siluetas todas las cosas, pero llegará el momento que empezaremos a ver las cosas tal cual son. AGNES
:
¿Por qué la gente opta por seguirte? ¿No es eso algo
:
No me siguen a mí. Intentan llegar al Padre. Cada quien
ególatra? EMANUEL
es libre de leer la realidad como quiera, pero es posible que lo haga prejuiciado por sus demonios. AGNES
:
Entonces, ¿no existe lectura llana o libre?
EMANUEL
:
Dios permita que leamos todo con libertad de pasiones,
con amor de por medio. Pero también actuemos con el nivel de las circunstancias, pues la fe sin obras es muerta en sí misma. AGNES
:
¿Dios es de centro?
EMANUEL
:
Al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios.
Creo que propugnaría que todos se dieran la mano y que solucionaran el problema de la pobreza, que los jóvenes estudiaran gratis y que cada obrero tuviera un sueldo digno. AGNES
:
Ja, ¿crees que es posible?
EMANUEL
:
Para el que cree, todo es posible. Pero no va a pasar,
mientras que la gente luche por el poder. Las ansias por el poder, ahogan todo esfuerzo por justicia // ¿No logras ver las llamas por las ventanas?
146
AGNES
:
¿Dónde?
EMANUEL
:
En el palacio. ¡Oh, Padre Amado! ¡Los gritos de la gente
AGNES
:
¡Emmanuel, estás alucinando, por favor no me asustes!
EMANUEL
:
…La sangre de las víctimas del fusil correr por los patios
allá adentro!
desolados del edificio; las heridas abiertas de nuestros hermanos… AGNES
:
(Afectada) Basta…
EMANUEL
:
… los huesos secos de los desaparecidos que asoman
de entre las arenas del desierto, de entre las rocas del mar, desde los pantanos de los bosques sureños y se unen en la ciudad triste y sombría. Ahí vienen, con su sonido de multitud (cierra los ojos con miedo, está como en un trance). AGNES
:
(Llorando) Emanuel, no sigas.
EMANUEL
:
Nadie lo ve, eso es lo que acongoja al Padre, nadie
quiere advertirlo. CORTE.
EXTERIOR – AVENIDA SANTA ROSA – SANTIAGO DE CHILE – TARDE Ambos. Quizás no los mismos tras los múltiples diálogos gatillantes, pero ellos, al fin y al cabo,
estructuras especificadas, con cierta elasticidad para el cambio.
Transitan por el cordón industrial sur de la ciudad, avenida Santa Rosa, con sus levantamientos ciclópeos, cenicientos, que se diluyen en el color de la ciudad. Algunos ruidos ahogados se distinguen entre los zumbidos parasitarios de los automóviles: golpes de metales, el sonar de las tripas de las máquinas, el ronroneo de los motores, el bramido de las poleas de los colosales sistemas. Afuera el frío ataca sus pieles, pese a sus atavíos gruesos; el cielo, con sus puños plomizos es más cercano, ligeramente pigmentado con manchas negras. Han caminado largas cuadras y nada más parecen absortos, cada uno en su mundo interno, que es, extrañamente, más profundo que el que avizoran cada mañana al levantarse, quizás como dos agujeros negros, misteriosos, indescifrables. Tal vez en esta parte de la historia sus diálogos no serían más que un accesorio para el juego de la
147
acumulación, un módulo de estado – no de acción- dentro de la trama general, pero el episodio pone en evidencia cierto detalle ya enunciado en las páginas anteriores: el texto de un ciudadano de esta gran urbe, cuya significación, es para todos quienes lo leen, un signo opaco que admite un sinnúmero de interpretaciones que, al final, en su multiplicidad, nos dejan en la misma incertidumbre y ésta, no nos permite sobrepasar su lectura. El texto, ubicado en esquina de Carlos Valdovinos y Avenida Santa Rosa, es el que sigue:
HOLA MI NOMBRE ES OSCAR LUCERO LES POL FAVOL QUE NO SE MEMOENTRE USTEDED LAS CICATRICE NILA CANTIDAD DE LUNARE ANOTENCE ENTRE U
Es Emanuel quien la invita a Agnes al lugar, una derruida muralla que tapia la entrada de un antiguo galpón. Ésta no logra llegar hasta el extremo horizontal superior, por lo que posee arriba puntas de vidrios para que alguien no se atreva a ingresar por ese espacio. Ambos frente a la construcción de ladrillos. AGNES
:
Llegará un día que el control será extremo; conocerán
nuestros datos, el lugar dónde vivimos, a qué hora salimos de casa, a qué hora volvemos, cuál es nuestra posición política, nuestra religión, el camino a nuestros lugares predilectos, la autopista que ocupamos, su hora… EMMANUEL
:
Control, control… la relación exigida por los autócratas;
el liderazgo propuesto por mi Padre esgrime la colaboración. Sin embargo, en los postreros tiempos la Bestia, anunciada por el Apocalipsis, gobernará el mundo con sus mentiras y hará marcar a todo aquel que quiera comprar o vender con su marca. AGNES
:
El seis, seis, seis…
EMMANUEL
:
Puede que el apóstol Juan haya trascrito dicho dato de
acuerdo a su horizonte de expectativas o a su acervo, así como interpretó como
148
potencias del cielo a lo que los exegetas actuales refieren a aviones o misiles. Recuerda que escribió el Apocalipsis sobre la base de una visión. AGNES
:
Leyó los hechos de acuerdo a su época.
EMANUEL
:
Es cierto, pero también con la delicadeza adecuada
para no asustar a los seguidores del Padre. Otros aspectos los expresó en metáfora para que nada más los escogidos pudiesen entender, pues los del Camino sufrían la persecución de los romanos. A eso hay que sumar que lo que leemos es una traducción de otras traducciones. Y más que traducciones: interpretaciones. AGNES
:
Qué es lo verdadero, entonces.
EMANUEL
:
La Biblia es la voz conocida de mi Padre, pero él ha
hablado a través de los siglos. ¿Quién ha determinado el canon de ella? ¿Sobre qué criterios? ¿Quién determina qué interpretación es la adecuada? AGNES
:
Cada receptor, seguramente.
EMANUEL
:
Tú lo has dicho: la verdad está en uno. No en el
significado o significante, sino en el espíritu. AGNES
:
Qué cursi.
EMANUEL
:
Exacto, pero aún así lo que has dicho, lo dices a través
de tu experiencia y ésta es válida para ti. Para otro puede que no sea visto del mismo modo con que tú lo ves, pero es también legítimo. AGNES
:
¿Quién es Oscar Lucero?
EMANUEL
:
Es un obrero venido del sur del país. Trabajó en una de
las fábricas de este sector en los tiempos de la Unidad Popular. Fue exonerado político y luego torturado por los aparatos de Pinochet. Ese recuerdo le trastornó. Hoy vive en el hospital psiquiátrico; antes de que se le declarara demencia vino a una de estas fábricas y escribió esto. AGNES
:
(Con lágrimas en los ojos) ¿Por qué lo conoces?
EMANUEL
:
La voluntad del Padre me llevó hasta él.
AGNES
:
(Piensa) Me dio frío, por qué no caminamos.
EMANUEL
:
¿Estás bien?
AGNES
:
Sí. No te preocupes.
149
EMANUEL
:
¿Por qué lloras?
AGNES
:
Es el efecto del smog en mis ojos. Vamos.
CORTE.
Mikhael y Gavriel se vieron enfrentados, por primera vez, a las graves evidencias de que sus pasos eran seguidos por alguna organización contraria a sus planes, tal y como el embajador de Israel en Chile lo previera. Por esta razón, antes de partir al sur modificaron el itinerario de su misión, recurriendo a sus investigaciones paralelas, las que, a diferencia de lo que podría pensar el lector, tenían como base, precisamente, sus relaciones con el Concilio de Ancianos en su nación. La documentación, hay que precisarlo, era general e inexacta pero esto no significaba en absoluto que fuese apócrifa. Asumieron como desafío consagrar aquellos dos días siguientes para distraer del propósito central a sus rastreadores, indagando pistas que les hicieran dar con el paradero de los descendientes del presunto hijo de David. La tarea, vista desde afuera, bien podría considerarse estéril a los ojos de cualquier incrédulo, pero los inverosímiles detalles encontrados en medio del estudio del caso, hicieron que los agentes cumplimentaran la labor como quien se entrega a la tarea de la resolución de un puzzle o sudoku, con curiosidad, por un lado, y por otro, placer. Las fotos del doctor sobre la mesa de la habitación del hotel, iluminadas por la luz natural proyectada por la ventana. Ahí, caminando por las calles cercanas al Barrio Lastarria, ahí leyendo el diario en el mismo café. Sobre la mesa también una carpeta que agrupa una decena de hojas con el tráfico telefónico de su consulta, su red de amistades, el listado de pacientes que atiende. Hasta el momento sus movimientos no delatan algún vínculo con enemigos de su nación, salvo el que todos a estas alturas manejan y no es misterio para sus más cercanos: su filiación profesional con Nillson. Pero hay un detalle que los agentes no logran dilucidar, el porqué de sus eventuales llamadas al sur del país. Sabe que sus hijos – Ian y Brígida - habitan en un punto de aquél (el primero bien podría ser el “padre” putativo del Mesías o ella la madre de éste, de acuerdo a la interpretación de la maldición
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proferida por Jehová en el Génesis bíblico), pero las comunicaciones telefónicas no refieren al contacto con ellos, al menos de acuerdo a lo que ellos infieren. No han comprobado a ciencia cierta esto pues trabajar en un país extranjero siempre tiene sus limitantes: trabajar a espaldas de las autoridades locales – ellos son, para los nacionales, dos turistas extranjeros- y escondidos de los grupos enemigos de la Nación, a saber, los palestinos y nazis supervivientes. Tras algunas conversaciones y datos que ambos cotejaron, llegaron al nombre de Agnes, esto a propósito de que desde el teléfono de Holz se registraron alrededor de una veintena de llamados desde la última sesión que tuviera la muchacha en la consulta del doctor. Esto, desde la perspectiva de los comisionados, resultó altamente sospechoso, pues pensaron que la chica poseía una relación más cercana con el doctor, por lo cual podría manejar información confidencial. Pronto descartaron esto pues ninguna de las llamadas había sido respondidas por ella; el interés, entonces, era evidente de parte del psicoanalista, pero no a la inversa. ¿Quién era Agnes? Pronto pareció surgir en la cabeza de los dos enviados hebreos. Manejaban la información de que era una estudiante de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile, que ocupaba un apartamento de la calle José Victorino Lastarria, en el centro de Santiago de Chile, y media docena de detalles que son los que el lector conoce y cuya repetición sería redundante de realizar. Quizás el detalle que más les llamó la atención – y no desde una perspectiva profesional, sino más bien anecdótica- fue su cercanía con un joven predicador evangélico, quien supieron se llamaba Emmanuel y al cual apodaron מתבודדo “el solitario”. El muchacho fue motivo de bromas de parte de los israelitas, por su forma de vestir anacrónica y su mirada adormilada. Minutos después de tomar el café en el dormitorio del hotel, un botones les acercó el diario que Mikhael había pedido por citófono minutos antes. Aunque manejaban perfectamente el español hablado, para ninguno era grato leer documentos en otro idioma que no fuese el materno, por un asunto de esfuerzo intelectual o de desgano, derechamente. Gavriel pidió a su compañero el periódico y, mientras éste se dirigió al baño, procedió a leer los titulares y la bajada de cada noticia; leer más
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sería abrir las puertas al tedio. A poco avanzar se encontró con una nota que ocupaba un cuarto de página, bajo una crónica referida, paradójicamente, a la detención de un estafador en el sector de Estación Central. La disposición de los contenidos no hizo en el lector más que despertar sus suspicacias, aspecto ampliamente desarrollado en su preparación como investigador. Hojeó el diario y en la página siguiente se hablaba de los avances en la investigación de un orate asesinado presuntamente por un médico y tras esa noticia, la huelga de funcionarios en el hospital Ramón Barros Luco. Extraño. Retrocedió a la carilla anterior y se detuvo en el contenido que le interesaba.
“Cada día cerca de un centenar de personas necesitadas acuden a las cercanías de la población el Castillo de Puente Alto y esperan ser atendidos por el joven predicador. Hasta la fecha se han documentado media docena de sanidades, avaladas, según sus colaboradores, por papeles médicos. Un aspecto que llama la atención es el mutismo en que el ministro evangélico se desenvuelve. Pese a nuestra insistencia no quiso conceder una entrevista a nuestro medio, aduciendo motivos de conciencia. Trascendió que los fieles le llaman hermano Emmanuel – desconocen su apellido- y que, aparte de su labor religiosa, sería estudiante en una universidad de la ciudad de Santiago”.
Imágenes:
1. En la foto el hermano Emmanuel – de camisa clara y Biblia en la manoconversando con un grupo de enfermos provenientes de la ciudad de Ovalle. De izquierda a derecha: Eustaquio Parra, que sufre de fuertes dolores lumbares, Ifigenia Cofré, aquejada de diabetes e Irenio Paz, que presenta principio de Alzeimer.
2. En la imagen el joven predicador imponiendo manos sobre un pequeño de la comuna de Puente Alto. Tras ellos un grupo de fieles que apoyan con rezos la labor del evangélico. La mujer de pelo plomizo y pañoleta roja en la espalda es la madre del ministro, cuyo nombre es María.
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3. La humilde parroquia de la cual el predicador es pastor. A comienzos de año la cifra de fieles no superaba las doce personas; tras el “avivamiento” del cual hablan los feligreses, la suma ha superado las trescientas personas.
Gavriel llamó a Mikhael en tanto escuchaba que éste se cepillaba los dientes. Lo hizo con algún grado de premura, tal vez asombro. No supo el porqué de la emoción, quizás porque respetaba a los hombres que asumían el ascetismo religioso y se codeaban con el mundo sobrenatural o porque desde la espiritualidad él se sentía acusado por los abusos y omisiones cometidas en su carrera de agente del estado. Un relajado Gavriel se acercó a la mesa en que su compañero leía el matutino y dirigió sus ojos a la parte del texto que éste le apuntaba. Platican en hebreo. -
Ja, el Solitario.
-
En efecto, el amigo de la muchacha que visita a Holz.
-
¿Es predicador?
-
Así lo dice el diario. No tenía idea.
-
Tiene cara de santo el mancebo ese. O, mejor dicho, una mezcla de bobalicón y palestino.
-
¿Puede servirnos esta historia? (Mikhael, tras decir esto mira a los ojos de su colega)
-
…
-
¿Entiendes?
-
Claro.
-
Recuerda: confundir.
-
… Sí. Vamos a verlo. ES IMPORTANTE IR A VER A ESE PREDICADOR. – dice fuerte Gavriel imaginando ser captado por micrófonos-
-
FALSO PROFETA QUE TOMA LA TORAH Y LA CONTAMINA CON LA ENSEÑANZA DEL MESIANISMO.
Tras la plática Mikhael tomó el citófono y se comunicó con el botones a quien le solicitó llamar un taxi. Rápido se abrigaron y esperaron el móvil en la sala del hotel.
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Gavriel desplegó el diario que llevaba en la diestra y, sentándose, se dispuso a releer la noticia referida a el Solitario. Se detuvo por alguna razón en el nombre del predicador: EMMANUEL. En la reflexión del nombre estaba, cuando un hombre con gorra verde se les acercó y les preguntó si eran ellos los que necesitaban transporte. Rápido los israelíes se levantaron y siguieron al chofer. Al llegar al automóvil Mikhael observó la muralla de la casa de enfrente y el dibujo:
Ambos se miran, nerviosos. Subieron al auto pidiendo que el chofer les llevara a Puente Alto, a la dirección a la que hacía referencia el periódico.
-
Doctor. ¿Está usted ahí?
-
Sí. ¿Eres vos?
-
Sí, soy yo.
-
Había descolgado el teléfono. Disculpame.
-
He tratado de comunicarme con usted desde la semana pasada. Es urgente.
-
¿Qué pasó, Herminia?
-
Doctor: están investigando el caso de la Santa.
-
…
-
¿Aló?
-
Sí, te escucho.
-
Le dije que están investigando el caso de la Santa.
-
¿Quién, Herminia?
-
Un tipo que dice ser estudiante de medicina. También tuvo acceso al centro de documentación del hospital.
-
¿Le narraste la historia?
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-
Sí, doctor, tal y como usted me la refirió.
-
…
-
…
-
Vos sabés lo que tenés que decir.
-
Sí, doctor.
-
… ¿cómo está tu hija?
-
(Pausa) Como siempre.
-
Gracias por el dato, Herminia…
-
Doctor…
-
¿Sí?
-
Le llamaba también por lo de su compromiso…
-
Este… sí, lo he estado pensando (nervioso). Dame un par de días. He tenido algunos gastos más este mes. Lo tengo muy presente, no te preocupés.
-
Confío en usted.
-
Adiós, mujer.
-
Adiós.
Luego de extenuantes jornadas y la suspensión casi imprevista de las atenciones en las consultas médicas de los dos psiquiatras, de constantes ajetreos, días interminables, jornadas de ayunos obligados, lectura analítica y odiosa, terminaron, los psiquiatras,
de construir la máquina del tiempo, aquel portento tecnológico
trazado por Nillson en tanto trabajaba como represor del gobierno nazi a inicios de la década del cuarenta. El bicho metálico – o frankistein tecnológico- constaba de un sillón reclinable (extraído de uno desusado por un antiguo dentista), un foco multicromático instalado en la parte superior del sillón cuya característica era expeler el color exacto al más mínimo impulso entregado por la consola master, desde la cual se programaba el “viaje”; diez cilindros que contenían una variada gama de hedores, que individuales o mezclados entre sí, producían gran parte de las fragancias posibles de ser percibidas por el ser humano. Éstos se dispusieron en
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los bordes del respaldo del cuello y, al igual que el anterior dispositivo, obedecían a las instrucciones programadas previamente por el computador matriz, subyacente en la consola. Igualmente manaban desde el cerebro del aparato un par de audífonos grandes que, ubicados en los oídos de los pacientes emitían sonidos sugerentes que eran controlados por cuatro pulsadores que representaban, tono, volumen, profundidad y zumbido hipnótico, una aplicación que podía ser usada toda vez que las anteriores no llevaran al individuo al estado alfa requerido para el viaje. Pero estos adminículos no eran sino el aspecto accesorio de la máquina del tiempo. Las aplicaciones fundamentales eran, para recordarlo, las enunciadas a comienzos de la narración de este filme a saber: seis electrodos que emitían ligeros impulsos eléctricos y que debían disponerse en la cabeza, pecho y brazos del paciente. Los ubicados en el pecho daban cuenta de la frecuencia de los latidos cardiacos. Terminaba el portento una especie de cápsula que aislaba los elementos con el “mundo exterior” dejando a la mesa de comandos fuera, a un costado de la parte superior de la butaca, en cuyo espacio se instalaba un vidrio de material acrílico, que permitía que el doctor que manipulaba el aparato pudiese ver la reacción del “pasajero”, por motivos de seguridad. Holz tuvo la tentación de someterse a un viaje al pasado y así se lo hizo ver a Sanguinetti. Pero éste le aconsejó que era necesario experimentar con gente ajena, por los peligros y consecuencias que pudieran no prever desde la orilla del presente. Hay que seguir esa ética nazi, pibe, le dijo Sanguinetti, hay que asegurarse. Tenés razón, le replicó Holz. Esperamos la respuesta del chileno, ¿te parece, che? Desde luego, si alguien va a cagarse la psiquis, va a ser él. Holz se dirigió raudo a una esquina de la sala de su departamento en tanto Sanguinetti se dirigió al baño a lavarse las manos. Ambos estaban exhaustos, pero extremadamente satisfechos, tanto que exultaban alegría por sus poros, reían, bailaban; aunque el lugar parecía haber sido víctima de un tornado silencioso pero efectivo, una inusual luminosidad – aquella que otorga el triunfo final ante un desafío conseguido- rodeaba el ambiente y lo hacía grato pese al desbarajuste del medio. El dueño de casa recordó que tenía en el mueble antiguo una botella de
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champagne que le había obsequiado su hijo Ian tras el viaje de éste a Francia, a fines de los años noventa. Se agachó y al abrir el mueble, sobre las botellas de licores que atesoraba en ese rincón de su morada, encontró desparramadas unas fotos: muchachas ligeras de ropas, mucho más jóvenes que él, todas en papel fotográfico y en blanco y negro. Rápido las agrupó y las acomodó en el rincón más oscuro del mueble, lejos de toda vista. Mientras lo hacía recordó que dichas imágenes las guardaba en una valija que, a su vez, descansaba en el ropero, bajo los abrigos de invierno. La reflexión añadió aún más pavor al incidente, tanto que sin quererlo soltó la botella de licor y ésta cayó en el suelo, reventándose en infinitos trozos. Alguien había indagado en sus cosas, era evidente, razonó.
EXTERIOR – PARQUE FORESTAL – SANTIAGO DE CHILE – TARDE Agnes frente a Emanuel. Ambos se observan a los ojos con profundidad y concentración. La cámara les rodea mientras avanza y muestra alrededor: los árboles, la gente pasar, como telón de fondo el Museo de Bellas Artes. Están así por un par de minutos, cada uno absorto en el otro. La música sugiere una especie de cortocircuito, como un tema compuesto por Pedro Aznar para el filme Hombre Mirando al Sudeste. El sol tiene la tonalidad del otoño en Santiago de Chile, es decir, el de un matiz oro con filtros azules y plomizos. De pronto, el muchacho sale de su mirada, como si despertara de un rezo y dirige el dorso de su mano a la mejilla tersa de Agnes. Ella tiende a aprovechar cada centímetro de contacto, cerrando los ojos, teniendo conciencia del momento preciado. Luego Emanuel la aferra contra su pecho y acaricia sus cabellos. La cámara, en detalle, muestra sus uñas casi transparentes y largas. En íntima magnitud pronuncia las palabras que se liberan a continuación, pero hay una especie de eco, en medio de una inusual solemnidad, que hace retumbar las palabras en el espacio. EMANUEL
:
Agnes, te pareces a mi madre.
Los ojos de Emanuel botan lágrimas. Cierra sus ojos y refugia su rostro en el cuello de la muchacha. Fade out.
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-
Algunos familiares de Elías presentaron evidentes señales de esquizofrenia, aún a temprana edad. Es el caso de su tía, la madre de ésta y su primo. Se constató que la familia entera solía oír voces y, en algunos casos puntuales – creo en el relativo a su primo- ver visiones.
-
(Asombrado) ¿Cómo pudo enterarse?
-
Tuve acceso al historial médico de Elías en el hospital psiquiátrico. Siguen básicamente el mismo patrón psiquiátrico del occiso: delirio mesiánico, religioso o místico. Usted, de hecho, tiene más autoridad en el tema que yo, señor Mendieta.
-
Es parte de la clasificación que hace la Escuela Francesa sobre los delirios por exaltación, que se dan en el polo actitudinal del individuo. El término “delirio” proviene del latín de – lirare, que significa “salirse del surco”.
-
¿Surco?
-
Claro, lo que hace el agricultor al abrir la tierra para plantar sus semillas.
-
Ah, le entiendo. Es una palabra bastante gráfica. Me imagino que la “hendidura” ha de ser la “normalidad”.
-
En efecto.
-
(Pausa) No pude dejar de relacionar el hecho de que Elías tuviese familiares con su misma “enfermedad” y la historia que usted me contó, sobre la Pura.
-
(Indiferente) ¿Cree usted que la Pura es familiar de Elías?
-
(Algo incomodado) Bueno, es nada más que una lucubración, es algo que lanzo por si acaso. A veces las coincidencias son menos sorpresivas de lo que creemos.
-
La región Metropolitana posee cerca de seis millones de habitantes. Usted postula que en medio de esa aglomeración de personas estas dos podrían haber tenido un vínculo filial. Es raro.
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-
Puede ser, pero si hablamos de dos personas que comparten al menos un rasgo en común, las probabilidades van disminuyendo a favor del investigador.
-
…
-
Le doy un ejemplo: si es hincha de un equipo, frecuentará los mismos lugares que otro ser que comparta su misma pasión. Ya no son dos frente a seis millones, sino frente a quinientos mil, por decirle un número, que bien podrían encontrarse en tres o cuatro lugares de la capital. No es tan difícil, desde esa perspectiva. Lo mismo si abraza una religión, las probabilidades de que dos individuos se encuentren ya no son las mismas que los ciudadanos llanos.
-
Usted cree que si, entonces, estamos frente a dos esquizofrénicos de la capital, por su condición, bien podrían en algún momento de sus historias juntarse en una ciudad enorme…
-
Claro. Por eso no sería, a mi modo de ver, raro que Elías y Yoshua fuesen cercanos y hay alguna ligera posibilidad que tuvieran parentesco. Recuerde que en las áreas de la investigación ninguna de las hipótesis puede descartarse del todo.
-
(Un poco más interesado) Habría que comprobarla, no perdemos nada.
-
Así es (pausa). ¿Le habló el doctor Zumarán sobre las visitas que recibía Elías durante su internación en el hospital?
-
Este, ehmmm. Aguad: recuerde que mis visitas nada más se remitían a unos pocos minutos y versaban básicamente a cuestiones relativas a la tesis.
-
Disculpe, no quiero incomodarlo. No sé a ciencia cierta cuáles son los límites de su conocimiento de esa red de conversaciones que representa la comunidad psiquiátrica de la cual era director Zumarán.
-
Lo que sé de Elías prácticamente lo conozco luego de haberlo escuchado de labios de los detectives durante mi detención. Él era visitado por uno o dos primos. Uno de ellos se llamaba Manuel. Sus visitas a Elías
eran
esporádicas.
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-
Si yo le mostrara una fotografía de él, ¿usted lo reconocería?
-
Señor Aguad, le reitero, nunca lo vi, sólo lo conozco por las referencias que hizo de él Martínez, el detective.
-
(Sentido) Excúseme, nuevamente, señor Mendieta. El caso me interesa sobremanera, quizás de ahí la impaciencia (pausa). Traía el diario de hoy para compartírselo. En él aparecen imágenes de un predicador que dice hacer milagros.
-
Bueno, muéstremelo.
-
(Aguad le acerca el periódico que guardaba en su portafolios) Quizás reconozca en él algo de Elías.
-
Bueno, es preferible, como lector, liberarse de cualquier prejuicio al momento del análisis.
-
Tiene usted razón. Haga usted una lectura libre de la nota. Luego expréseme sus conclusiones. Pueden servirme para llevar adelante la investigación.
-
Está bien (se acerca el diario a los ojos y lee la totalidad de la crónica. Luego se queda detenido en las tres imágenes que aparecen. Reacciona con sorpresa, casi con espanto) Aguad…
-
Le escucho, Mendieta.
-
Esta anciana.
-
¿Cuál?
-
La de la imagen dos.
-
A ver, déjeme visualizar (se cerciora de la retratada que apunta el dedo del tesista). Claro, ella.
-
Es Elizabeth.
-
¿La conoce?
-
Fue interrogada en una oficina cercana a mi cuarto de detención.
-
¿Sabe usted quién es?
-
Creo que es la madre de Elías. Sí… (pausa) Una de las jornadas de la detención Martínez me la mostró de lejos.
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-
Es probable que Elías haya pertenecido al mismo grupo religioso del predicador… Emmanuel. Ese es el nombre que consigna el periódico. ¿Cómo me dijo usted que se llamaba su primo?
-
Manuel, pero… (pausa) bien pude haber escuchado mal. No es difícil puesto que ambos son nombres parecidos.
-
¿Emmanuel o Manuel?
-
Claro.
-
Sí, desde luego (pensativo, se levanta y se lleva la diestra a la barbilla). ¿No ha notado, señor Mendieta una coincidencia extraña en todo este entramado complejo?
-
(Pensativo) ¿Coincidencia? (se muerde las uñas y luego mira con cara de curiosidad al periodista).
-
Sí. ¿No logra percibirla?
-
(Trata de agotar la reflexión sobre los datos para llegar al punto al que Aguad quiere llevarlo). Me temo que no alcanzo al percibirla, al menos desde mis dominios.
-
Tal vez sea eso. ¿Es usted agnóstico?
-
Sí, ¿cómo lo supo?
-
Lo deduje porque el elemento coincidente requiere cierto grado de conocimientos en los dominios relativos a la religiosidad que seguramente usted no posee, y no le culpo por eso. Se dice que quien sabe más es, a final de cuentas, más responsable.
-
(Incomodado) Bueno, no estoy obligado a saber todo, sí a manejarme en lo que es mi profesión, la psiquiatría. Cuénteme…
-
Todos los nombres de esta trama son nombres bíblicos…
-
¿Sí?
-
Emmanuel, Elizabeth, Elías.
-
La explicación de la imagen dos señala que la señora que está detrás del predicador se llama María y es su madre.
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-
Emmanuel, Elizabeth, Elías y María. Cuatro nombres bíblicos. Una buena coincidencia.
-
Sí, pero seamos objetivos. He tratado a algunos pacientes de fe evangélica y, por lo que pude conocer de su restringido ámbito, algunas familias acostumbran designar nombres bíblicos a sus hijos por la costumbre también judía de que aquellos determinan o reflejan rasgos de su personalidad.
-
Este…
-
Pero la conclusión es válida. Ahora, si los nombres son dispuestos de modo “personal”, por defecto no poseen un sentido “gregario” o “funcional”, a no ser que se produzca alguna relación que vaya más allá de la simple coincidencia que usted reconoce.
-
¿Cómo que María sea la madre de Emmanuel y que eso tenga un simbolismo?
-
Claro. Ahí estaríamos dentro de una clave para entender un funcionamiento. Pero, por lo que sé, María tuvo un hijo y a él le llamó Jesús, que fue, de acuerdo a la tradición cristiana “concebido por el Espíritu Santo”.
-
Como lo predicaba la Santa, la mujer delirante que llegó al hospital Barros Luco el año 76…
-
Claro (prendido en un recuerdo). Pero hay algo que no concordaba ahí, al menos en la versión que me contó la mujer.
-
¿Quién, Mendieta?
-
Esa vieja enfermera que se acercó a mí aquella noche en que visité por primera vez el hospital y, coincidentemente, la noche que Zumarán se suicidó.
-
Ah, usted está hablando de Herminia. ¿La enfermera con quien conversé antes de que usted me abordara?
-
Exacto.
-
Me decía, usted, Mendieta, que había cierto detalle que no correspondía a la conclusión anterior.
-
Claro. El hijo de la Pura se llamaba Yoshua.
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-
Ah. Sí, tiene usted razón. Dicho apelativo tiene algo de parecido con Jesús, pero pensar así sería acomodar las circunstancias para decodificar de acuerdo a la conveniencia de uno.
-
(Haciendo una pausa breve y mirando a los ojos de su interlocutor) Creo firmemente que hay una clave que podría servirnos para desentramar el misterio que rodea la muerte de Elías.
-
¿Cree usted que el caso pueda ser una especie de… conspiración?
-
No. Eso sería exagerar, pero bien podría ser un entramado que tiene su sentido en algo que no hemos logrado percibir del todo. Eso le favorece a usted.
-
¿Qué, señor Aguad?
-
El que se conozca la verdad.
-
Desde luego.
-
Por lo pronto deberé asesorarme de un estudioso de las Sagradas Escrituras. Es posible que mañana me haga un tiempo para visitar a alguien que tengo en mente.
-
¿Un sacerdote?
-
No. Un teólogo. //
-
No se olvide de mí. Recuerde que mi libertad es frágil y vulnerable.
-
No se preocupe, Mendieta. Mientras dependa de mí encontraré la verdad a cualquier precio.
-
Se lo agradecería eternamente.
En la oficina de Correos, tras solicitar el respectivo formulario, escribió:
AVE VOLARÁ PRONTO. ηʹ ηʹ
El destino del papel era Lago Frías, Región de Los Lagos.
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Pero había algo que le hacía desconfiar de Holz, un detalle repelente que no lograba conciliar con su ojo crítico y le llevaba a tener los sentidos alertas, la guardia cansadoramente arriba y una inquietud fuera de lo normal, casi cercana a un asunto de orden espiritual. Recordó la leyenda urbana que el viejo almacenero del barrio le había referido respecto a un habitante del conjunto de departamentos cercanos a la morada de Holz: un niño endemoniado había vivido por esos rincones y asustando a un supuesto criminal de la Segunda Guerra Mundial; eso sí que era potente, pensaba. Quizás uno de los espíritus que atormentaba a dicho muchacho – que, de estar vivo, debería tener unos setenta años- rondaba al judío y eso provocaba en Shai el disuadirse de continuar su colaboración con el experimento que llevaban a cabo ambos viejos. En eso meditaba mientras se desplazaba por Merced en dirección a su trabajo, casi frente al conjunto de departamentos en los que vivía Holz y así como por costumbre de esos días dirigió sus ojos al departamento del psiquiatra, justo cuando un viejo de bigotes, jockey y chaqueta ploma, salía de las escaleras, mirando a su alrededor, en actitud paranoica.
“El viejo caliente de
mierda”, pensó y en esos impulsos inherentes a la vocación que había abrazado, cambió de vereda, y persiguió al senil individuo para conocer de cerca sus pasos que, de acuerdo a lo que veía en tanto fue esporádico cliente del ciber donde trabajaba, deducía eran enteramente torcidos y tórridos. Así caminó un par de cuadras tras su presa, hasta que ésta se internó en una callecita mínima en cuyo extremo sobresalía apenas un letrero en el que se leía: INTERNET. CABINAS PRIVADAS. En la breve arteria descansaban media docena de autos; los pasos del perseguidor y perseguido eran amplificados
por los ecos del sonido que
reverberaban en las murallas de los edificios cercanos. Quizás por eso el vejete fue alertado, pues a sus dos pasos, sentía otro par tras de sí multiplicados. Por eso se volteó para ver quién le seguía, frente a lo cual Shai, en rápida maniobra cambió su semblante en otra dirección para mirar de reojo al hombre y que éste no lograra percatarse de su rostro. La sorpresa fue espeluznante: era Holz tras un bigote postizo.
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Rápido hizo una relación de su encuentro y las confrontó con las imágenes del viejo que había sido asiduo visitante del ciber. Estático, con los músculos empalados, sorbió saliva y sólo cuando un automóvil le tocó la bocina para ingresar a la calle, despertó del embrujo de saber que había conocido a un hombre que siendo psiquiatra abrazaba una prohibida y bestial parafilia.
-
Parece que es por aquí – dijo el chofer, consultando discretamente el taxímetro que indicaba en caracteres verdes la cifra de 15.300 pesos-. ¿Ustedes son misioneros, cierto?
-
Sí. – respondió Gavriel tratando de ser amable; no podía ser menos, tratándose de la función asignada por el taxista.
-
Deben tener harta fe ustedes, porque este lugar es bien peligroso. Hay que andar con ángeles, poco menos.
-
No se preocupe – dijo Mikhael, sin dar crédito a lo que decía el hombreAdonay es el que nos protege.
-
¿Ustedes buscan a ese muchacho que hace milagros?
-
Sí.
-
Oigan, no es por nada, pero ese gallo es increíble – el tipo sacó un pañuelo y se lo pasó por la boca- Fíjense que mi suegra fue a verlo una noche a una reunión que hicieron en su capillita. Estaba lleno, la gente, sin mentirle, esperaba como una cuadra para llegar. Mi mamá, como es ancianita, pasó sin problemas, porque acá en Chile las viejitas no hacen fila. (Pausa) Ella tenía los dedos doblados por la artritis. ¿Pero saben? (tiende a quebrársele la voz) Cuando llegó a la casa mi viejita lloraba de emoción; me mostró sus dedos, sanitos, como si nunca hubieran tenido esa problema.
-
(Reflexionando) Interesante – Gavriel saca un lápiz del bolsillo externo de su chaqueta y realiza algunas anotaciones en su mano.
-
¿Quién dicen los hombres que es él? – le preguntó Mikhael con sincera curiosidad.
-
Algunos dicen que es un profeta más, otros la reencarnación de un apóstol.
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-
¿Y quién piensa usted que es? – preguntó Gavriel, mirando a sus ojos por el espejo retrovisor.
-
(Deteniendo imprevistamente el vehículo) Yo creo que es el Cristo, el hijo del Dios viviente. // Esta es la casa, señores, la de color blanco, ahí, donde está el grupo de personas.
-
Es un lugar sencillo. Muy distinto a lo que hemos conocido de Santiago de Chile – expresó Gavriel, extrañado del paisaje, en tanto miraba por el vidrio hacia fuera.
-
Claro, señores. Lo que pasa es que a ustedes, los extranjeros, les muestran solo los lados bonitos de esta ciudad. Pero como verá, aquí hay pobreza, esa es la realidad. Pa llá pa Las Condes no, pero pa este lado se huele la miseria. Es cosa de que vayan un poco más allá y van a encontrarse con tomas y callamperíos al lado de un canal de agua.
-
En nuestro país también hay pobreza// Bueno, gracias hay tiene. Quédese con el cambio.
-
Gracias señores. Que Dios los bendiga – les dijo sonriente el hombre. Rápido puso primera en el panel de cambios, aceleró y se perdió en medio del polvo que provocaron las ruedas rasguñando furiosas el suelo tosco de la calle.
Los agentes caminaron en dirección de lo indicado por el chofer. Un grupo de niños jugaba con un balón en los alrededores, pero cuando los dos agentes cruzaron por su campo de juego improvisado detuvieron la esférica. Protegían del polvo sus ojos con gafas negras gruesas, aun cuando los rayos del sol apenas se colaban entre las nubes otoñales. Antes de traspasar el portón, se pararon frente a la casa humilde, los dos, en el punto medio del frontis. El movimiento pareció alertar a las personas que esperaban en ese lugar, al extremo que los ojos de ellos se posaron sobre los dos foráneos, con una emoción cercana a la desconfianza. Tras pocos segundos detenidos, en posición soberbia, como haciendo un breve pero analítico paneo sobre las líneas y detalles de la construcción, dieron tres o cuatro pasos y trataron de ingresar a la morada. Un señor de canas les preguntó qué deseaban.
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-
Buscamos a Emmanuel – dijo Gravriel quien acomodaba un dispositivo fotográfico en el bolsillo interno de su chaqueta.
-
Él está ocupado. En estos momentos atiende a los cancerosos. Eso le toma tiempo. Si desean pueden esperar.
-
Hemos venido desde lejos. Él nos espera.
-
(Sorprendido les mira a los ojos, tratando de reconocer algún rasgo específico) ¿Son ustedes los que habían de venir?
-
(No comprendiendo del todo la pregunta) Sí, desde luego.
-
Somos nosotros – apoyó Mikhael.
-
Debieron haber empezado por ahí. Por favor, aguarden unos momentos. Iré a buscar al hermano.
Los visitantes, intuyendo que eran supervisados clandestinamente por alguien – pues un marcador de frecuencias que poseía uno de ellos comenzaba a vibrarplaticaron en voz baja sobre los lineamientos de la conversación que sostendrían con el predicador. Minutos más tarde, en tanto hacían un diagnóstico del lugar midiendo sus proporciones discretamente y memorizando dichos datos en su mente, el anciano que les recibió nuevamente se les acercó, esta vez con un semblante renovado, casi bordeando los límites del regocijo. Les hizo pasar a la habitación última, para lo que tuvieron que atravesar un largo pasillo que estaba rodeado de dormitorios humildes construidos con madera de pinos. Algunas charcas con agua turbia matizaban el piso. Al final del pasillo les esperaba solitario el predicador cuyo rostro terso parecía refulgir con la luz que reflectaba una ventana cercana. La visión obnubiló parcialmente los sentidos de los forasteros; si bien es cierto manejaban sus relaciones desde el punto de vista racional, la imagen del predicador hizo temblar dichos paradigmas y por primera vez sintieron una presencia trascendente enérgica dentro de sí. Eso les desestabilizó. -
Los esperaba.
-
(Avergonzados) Hermano, creo que usted se equivoca.
-
No. Son ustedes – el predicador sonríe y aferra con ambas manos sus hombros ministrando sobre ellos ternura-.
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-
Hermano…
-
No me digan nada. No se preocupen. Ustedes están siendo seguidos. Lo sé. Hay algo de inquietud en sus corazones. Cuando Dios nos envía a una misión no tenemos conciencia de todo. Por eso Dios los mandó hoy acá.
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Nosotros hemos venido por decisión propia – dijo Gavriel, tratando de despertar su racionalidad para no sentirse vulnerable.
-
Es lo que creen. Lo de la persecución, el que hayan visto mi nombre es parte del gran plan divino. Les reitero: no están aquí por casualidad – dijo Emmanuel, coronando las palabras con una sonrisa dulce que inspiraba paz.
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Hermano, si desea podemos aclarar. Mi nombre es Juan y mi compañero es Manuel…
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Vienen de Israel, el pueblo escogido por Dios. Pero son ángeles de Adonai.
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Hermano…
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¿Es que desconfían de lo que digo?
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Totalmente. Creo que usted está confundido. Es cierto que hemos venido de ese lugar y… le pediría que guardara con reserva este dato, pero no somos “ángeles” como usted lo señala – expresa un desencajado Mikhael.
-
Ayer un grupo de muchachos estuvo a punto de matar a un joven judío que se desplazaba por avenida Providencia. Pero no lo hicieron, ¿por qué? A uno de ellos se le ocurrió ir frente al hotel donde se alojaban supuestos agentes israelíes y rayó con pintura en aerosol un dibujo nazi. En eso mataron su tiempo. Ustedes hablarán de coincidencia, pero no: Adonai permitió que ustedes alojaran ahí, frente a la muralla para salvar a ese hermano de ustedes.
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…
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El taxista que les trajo tuvo enferma a su madre y necesitaba comprar medicamentos. Había estado varios días con carreras cortas y apenas le había alcanzado para pagar el arriendo del móvil y el combustible. Con lo que ustedes pagaron puede salvar el día y tener para los remedios que su
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madre requiere… ¿no se dan cuanta que una pequeña acción puede mover el cosmos en beneficio de otro?
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Somos agentes del Estado Israelí, no somos ángeles; por favor, no lo diga a nadie.
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Es lo que ustedes creen; sin darse cuenta han salvado y bendecido a muchos. No les puedo pedir que asuman un nombre que es dado en el ámbito espiritual, si ustedes se mueven en el mundo de la materialidad.
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No queremos ofenderle. Si desea que aceptemos su designación, bien, consentiremos en el nombre.
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Sí, hermano. Pierda cuidado – le dijo Gavriel, disimulando su asombro por el conocimiento que de ellos tenía el joven predicador.
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Además… creo que no nos hemos presentado – añadió Mikhael.
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Eso no es necesario. Sé que ustedes son Miguel y Gabriel.
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(Asombrados) ¿Cómo lo supo? (ambos se miran con pavor extremo)
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El Padre, el Creador del cielo y de la Tierra (el rostro del predicador. El sonido de un aparato que termina de grabar en el bolsillo de uno de los agentes. Todo se va a negro).
Caminó por las calles aún mojadas y dispares de la avenida San Diego. Los ciudadanos abrigados, entre el ambiente humedecido, eran sombras o ánimas en pena, desplazándose en la ciudad que bien podría representar con sus edificios mausoleos; las construcciones del centro de Santiago suelen ser de color plomizo; el color del hormigón desnudo, nada más tiznado por el aire tóxico. Las hojas de los árboles, amarillentas, más pálidas en el telón disparejo de las veredas. Pasos acuáticos. Manos frías. Boca expelente de niebla. El periodista Abel Aguad comprueba la dirección que tiene anotada en una boleta amarilla. Cumplimenta el trámite pasando la avenida Eleuterio Ramírez donde tiende a detenerse. Aprovecha de sacar un cigarrillo Lucky Stricke Silver y observa con neutralidad esa ensalada de dientes chuecos y ocres que asoma desde la cajetilla; está acostumbrado. Ya superó el asco de las primeras veces. El lente de la
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cámara le enfoca en contrapicado, es decir, de frente hacia arriba. Así prende el cigarro, cruza la calle y sigue avanzando; es media tarde, el matiz de la imagen es intenso; cada color más cargado en este contexto. Un perro fisgoneando los tachos de basura. Un vagabundo le pide un cigarrillo. Al llegar a calle Cóndor dobló en dirección al oriente y, casi al llegar a Serrano, se detuvo frente al portón de un conventillo antiguo. Un par de niños de rasgos negroides jugaban con tapitas de refrescos en el suelo de baldosas blancas y negras dispuestas como en el tablero de ajedrez. Al acercarse a la reja comprobó que el portón estaba entrejunto. Apenas musitó un “permiso” casi sin volumen y entró por el delgado pasillo que separaba a las casas. El olor a comida aún se percibía en el ambiente, también música de ritmos caribeños, voces estridentes de mujeres con acento peruano; avanzó diez metros, hasta llegar a un pequeño jardín en que lideraban un grupo de pensamientos de color lila. Frente a aquél golpeó en una puerta, pero antes recordó apagar el cigarrillo que fumaba y arrojarlo en un rincón. El frontis de la morada poseía color café, sin embargo, el paso de los años y el descuido ofendían al habitante; le publicaban si empacho alguno su negligencia. Tras unos minutos de espera abrió la puerta un anciano delgado, vestido con ropas desteñidas y cuyos ojos claros ostentaban una ligera película pálida; se desplazaba con un bastón hechizo.
-
Buenas tardes, con quien tengo el gusto – preguntó el señor, con un ligero acento extranjero. Tendió a mover la cabeza para escuchar algún ruido allá afuera.
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Buenas tardes. Soy Abel Aguad.
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Abel… - repitió. Se quedó pensando por algunos segundos- ¿Le conozco, estimado señor?
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Usted fue mi profesor de religión en el Colegio Bautista de Temuco.
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(Sonríe) Vaya, tanto tiempo eso, casi treinta años atrás, más o menos.
-
En efecto – (Pausa) Hace una relación rápida con el cuerpo que tiene al frente y el de ese señor recio que dictaba cátedras en la ciudad sureña. Siente conmiseración por el estado paupérrimo en que se encuentra. Cae en
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cuentas de que está ciego. Traga saliva para continuar- He venido a saber de usted y para recibir su orientación. -
Por mí, Abel, encantado (hace el gesto de morder reiterativamente con su mandíbula). Podríamos caminar por aquí cerca en algún parque… Mi casa no es muy cómoda que digamos.
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Está bien. Como usted guste.
Leonard Berger cargaba con alrededor de ochenta años. Arribó a Chile en los años cincuenta, tras terminar sus estudios teológicos en el seminario Bautista de Varsovia. El leit motiv de su ministerio fueron las misiones. Tuvo conocimiento de las comunidades mapuches mediante las cartas de unos misioneros asignados en el sur de Chile y solicitó a su organización le enviara como misionero probando, sin embargo, terminó por radicarse en la región, lugar en el que conoció a su esposa, una joven hija de misioneros luteranos que habitaban en la zona. A su labor religiosa, acompañó otras labores relacionadas con la lingüística
- tradujo
fragmentos del Nuevo Testamento al mapudungún- , la botánica, al clasificar algunos vegetales de la cordillera de Nahuelbuta hasta la fecha desconocidos por la ciencia y la pedagogía, al ser fundador de una red de colegios de su denominación. Lejos de la gloria de esos años, vivía solo y olvidado en ese conventillo de la ciudad de Santiago. Aguad, con un nudo en la garganta, no tocó ningún tema que pudiera parecer sensible al misionero, remitiéndose a los temas religiosos que eran, a final de cuentas, los que le interesaban. Así caminaron con paso sosegado por las calles mojadas del centro en dirección al sur por avenida Prat. -
Perder la vista ha sido una oportunidad del Padre para percibir las cosas con otros sentidos. La vista es, ciertamente, engañosa.
-
¿No puede leer?
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No, desde luego que no, pero existen textos teológicos traducidos al Braille. Si no los encuentro en español, no tengo problemas para decodificarlos en alemán o inglés. Para conocer lo que pasa en el mundo escucho radio. Mientras haya elasticidad, no habrá discapacidad.
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(Pausa) ¿Podemos sentarnos en algún lugar? El tema que quiero platicar con usted es algo extenso.
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(Como respirando con mayor conciencia el aire helado) Sí. Suelo ir a conversar con Dios a la Iglesia de los sacramentinos. Si deseas podemos ir allá. El sacerdote es un conocido mío, no nos presentará mayores problemas.
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Sí, como usted guste.
Nada más caminaron dos cuadras, Berger con alguna dificultad sorteando las breves lagunas sobre el cemento,
y llegaron a las escaleras del templo estilo
romano bizantino ubicado en Prat con Santa Isabel. Aguad se sobrecogió por la majestuosidad de la construcción; no era quizás la catedral en sí, sino la suma de verla desde cerca y hacerlo con la sensibilidad que le envolvía
en ese trance.
Ayudó al anciano a subir por las escaleras, pero de modo accesorio: el ex misionero dominaba a perfección el trámite, tanto que mientras lo realizaba tendió a murmurar un himno despreocupadamente. Pronto cruzaron por el enorme dintel y se internaron por la construcción en cuyo interior la solemnidad gobernaba inmisericorde. Berger pidió unos minutos para platicar con Dios; el periodista revivió la imagen vívida de aquel ministro de rodillas, que con rostro arrugado pedía por imposibles hacía casi treinta años atrás. Las lágrimas asomaron por sus ojos, pero rápido pasó la manga de su chaqueta por ellos. Admiraba la fe de los que vivían en la orilla opuesta a su agnosticismo, esto no puede ser ignorancia únicamente, pensó mientras tragaba saliva, como hacía un rato atrás. Luego de veinte minutos, el viejo se levantó y, buscando con su oído y olfato, llegó hasta Aguad quien le acercó a una banca. Ambos se sentaron.
-
Hijo, te escucho – musitó Berger, en tanto dejó descansar, ambas manos, una sobre otra, sobre el puñal de su bastón.
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En la actualidad soy periodista de algunos medios de comunicación y me han encomendado la misión de investigar un caso relativo a una historia triangulada cuya base posee algunos detalles bíblicos que no soy capaz de interpretar. Verá: soy un perfecto desconocedor de las Escrituras, entonces me acordé de usted. Por eso vine.
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Qué puede ser tan grave para que me hayas buscado. Nadie suele hacerlo, ni siquiera mis antiguos discípulos.
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A mediado de los años setentas una mujer joven, de unos quince o dieciséis años dio a luz un niño en los alrededores de la comuna de Puente Alto. Se dijo que había parido al interior de un establo y que tras dicho proceso fue traída al hospital Ramón Barros Luco, con algunas complicaciones propias que podrían intuirse de la acción…
-
Mmm…
-
Estuvo algunos días internada en el hospital y ella junto a su hijo recibió tratos de cuidado por parte de los funcionarios del lugar.
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Interesante.
-
Se tejió una historia en torno a la existencia de esa adolescente. Por ejemplo, que se llamaba María, que su hijo debía llamarse Yoshua; días después apareció una estrella – más bien un cometa- bastante luminoso. El hecho llamó mucho la atención de los creyentes en alguna fe cristiana. Señalaban que el muchacho representaba una especie de profeta, o derechamente Mesías, puesto que las circunstancias acompañaban a esta joven y su bebé.
-
¿En qué fecha nació el bebé?
-
Abril o mayo. Pero no logro recordar bien (pausa) ¿Usted esperaba que le dijera 25 de diciembre?
-
No, en absoluto. Esa fecha es una antigua festividad del dios Sol que luego fue reemplazada arbitrariamente por lo del nacimiento de Jesús. Pero los estudiosos sindican la época de nacimiento del Niño en otoño. Esas son las hipótesis más aceptadas. ¿Qué pasó con la madre? ¿Siguió en tratamiento médico?
-
La joven huyó del lugar con su hijo. Pero no tenemos dirección
o datos
referenciales que nos puedan llevar hacia ella, salvo las descripciones físicas que realizan unos pocos funcionarios del hospital que trabajaban por esos días. Con eso es imposible que lleguemos a algún lado.
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-
¿Te acuerdas la fecha en que supuestamente nació el denominado Mesías?
-
Otoño de 1976.
-
(Se suspende en el pensamiento que provoca la respuesta de Aguad) Debiera tener cerca de los treinta y dos años.
-
Así es… (Pausa) ¿Usted cree, de acuerdo a sus conocimientos, que pueda existir una especie de “Mesías” y que éste habite en nuestro país?
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(Risas) Lo dices con algo de miedo (pausa). Para Dios todas las cosas son posibles; nuestro pensamiento no es el mismo pensamiento de él. Dios podría permitir la aparición de su hijo en los postreros tiempos sólo si se cumplen sus promesas referidas a su retorno.
-
¿Cuáles son dichas promesas?
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Básicamente las aparecidas en las profecías. La primera de ellas es que todo ojo le verá.
-
Profesor Berger, ¿podría hacer usted una interpretación de esa parte de la Biblia?
-
Desde luego. Se presume que los habitantes del planeta podrán observarle, será un suceso. No es tan difícil, considerando los medios de comunicación que existen en la actualidad y su ciclópea cobertura. El verbo no es excluyente. Yo que soy ciego, seguramente no le podré ver, mas sí percibir, a esto más bien se refiere la profecía.
-
¿Es la única señal de su venida?
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No, me temo que no. Cuando Jesucristo subió a los cielos, tras sus apariciones posteriores a su crucifixión, los ángeles que acompañaban a la gente que le veía subir por los aires, dijeron a los seguidores que del mismo modo que le veían subir retornaría en gloria y majestad, ya no como siervo sino como rey de reyes y Señor de señores.
-
Es decir, usted me habla de que él vendrá desde el cielo… ¿no habrá una encarnación como lo hizo Dios en el siglo primero?
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En este punto, la profecía podría ser interpretada de diversas maneras. Podría darse el caso de que tras la manifestación pública del Mesías él arribe a Tierra Santa, desde las nubes…
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¿En un avión?
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Decirlo de frentón podría ser una herejía, prefiero que usted llegue a las conclusiones que el Espíritu de Dios le dicte.
-
Está bien (Pausa). ¿Podría repetirse el proceso que tuvo Jesús en su primera venida?
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Sí, no hay nada que no lo indique de ese modo, con tal de que se cumpla lo dicho por las profecías.
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¿Qué aspectos bien podrían ser los comunes al primer nacimiento, estimado profesor?
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Ah… lo primero es que debiera ser concebido por el Espíritu Santo, que su madre tuviese sangre judía, y…
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Profesor…
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Que antes de él viniese el Elías que promete el libro de Isaías…
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(Estático de pavor) …
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Hijo, ¿usted está bien?
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Elías… (suspendido en el pensamiento de algo de suprema trascendencia)
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Desde luego: la función que cumplió luego Juan el Bautista. Ambos pertenecían a la orden del nazareato que poseía rigurosas observancias: no cortarse el cabello, no beber vino ni sidra y vivir apartado del mundo.
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…
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Por favor, no se quede en silencio, eso me indica que algo pasa en su mente. Si desea, bien puede expresarlo…
-
Elías era el nombre de un interno del hospital psiquiátrico en donde empecé a recibir ayuda de un médico cuyas características son las que usted me acaba de mencionar. ¿No escuchó algo relativo al asesinato de un interno del hospital psiquiátrico en las semanas anteriores?
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Mmmm… sí, creo haber oído de eso en las noticias de la radio. ¿Se habló bastante de eso, estimado Aguad?
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Sí, profesor. Aquello tuvo repercusiones notables. Verá: ese es el caso del cual le hablo, pero lo del asesinato del orate, es sólo un capítulo más del gran entramado de esta novela…
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¿Una novela? Si es así, ¿nosotros perteneceríamos a otro capítulo de aquélla? ¿Personajes secundarios que intentan desentrañar el misterio? Algo curioso, pero atractivo, por cierto.
-
Quizás sí seamos esos seres y Dios o sabe él quién diantres estén leyendo nuestros actos, ahora mismo sin que nosotros podamos darnos cuenta.
-
No es raro
que todo ya esté trazado de antemano. De acuerdo a los
calvinistas, todo ya ha sido escrito.
-
Hummmm. ¿Lo dijo alguna vez en clases?
-
Desde luego. El destino de los hombres ha sido escrito por Dios, y por más esfuerzo que pongamos en revertirlo, tarde o temprano se cumplirá. Somos parte de quienes intentan llegar a la verdad velada. Somos parte de la obra escrita por Dios.
-
Una idea muy helénica, profesor.
-
Sí, puede ser; es muy controversial dentro de la comunidad evangélica, por lo cual nunca lo diría así, tan abiertamente. Podría ser objeto de sanciones por parte de los wesleyanos.
-
Mmmmm (pausa). Elías era el nombre del loco que murió a manos de Eduardo Zumarán, director del Hospital psiquiátrico de la Universidad de Chile. Se dice que el paciente conocería cierta verdad relativa al médico, por lo que él, a modo de silenciarlo, lo mató y horas después éste se suicidó lanzándose contra un vagón del metro.
-
¿Usted conoció a Elías?
-
No. Nada más he indagado de él a través de las declaraciones que me han facilitado los detectives involucrados en la investigación del caso. Pero lo
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poco que sé me podría dar una luz de qué importancia pudiera tener dentro de la historia global. -
¿Qué conoce de él?
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Fue internado en el psiquiátrico por su denominado delirio religioso. Se creía un profeta bíblico. Algunas veces fue visitado por dos o tres jóvenes. Uno de ellos era familiar cercano…
-
¿Su hermano?
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Tal vez. Días antes de su muerte sucedió un incidente menor. Perdón… quizás no menor, si consideramos el contexto en el que se ha dado.
-
¿Cuál, Aguad?
-
Días previos a su muerte uno de los internos, premunido con una tijera, le cortó el cabello.
-
(El ministro no contesta, y la plática sufre una escisión. Luego parece despertar del coma y pregunta:) ¿siente usted los ladridos de los perros allá afuera?
-
(Pone cara de duda,
se incomoda, seguro,
por la alusión del anciano:
denota que no estaba atento a sus palabras. Arruga la cara, dubitativo) … -
¿Aguad?
El periodista se levanta y se asoma a las puertas de la catedral para cerciorarse de los dichos de Berger. Ha escuchado los sones guturales de un par de perros, nada fuera de lo común en la ciudad, pero mientras avanza y el umbral de la entrada de la iglesia es una especie de marco de pantalla de lo que pasa allá afuera, se percata que una jauría de canes – diez o quince perros – parece esperarle, mostrando sus dientes blancos y filosos. Sin regirse por protocolos tuvo la intención de arrancar y, efectivamente lo hizo, pero sólo cinco pasos atrás, hasta que reaccionó, pensando en que el anciano notaría su pavor y rápido se recompuso, pero su mente le mostró la imagen cruda de las bestias furiosas y no pudo evadirse de la emoción por más que lo intentó. -
¿Le pasó algo?
-
Berger, los perros. Están allá afuera (tiembla).
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-
¿Tiene miedo?
-
Profesor (se acerca a él); parecen hienas. Perdón… (hace una pausa en la que bota de su boca el aire contenido de la tensión)
-
Las jaurías de animales reciben, a veces, los espíritus inmundos que expulsan los profetas de las personas. Un hato de cerdos recibió la legión de demonios que sacó Jesús del Gadareno, y aquéllos se despeñaron por un abismo al mar.
-
¿Demonios?
-
Sí, hijo, espíritus del maligno que deambulan entre nosotros, esperando ventanas abiertas para ingresar. Cuando no habitan en personas penetran en animales para hacer daño. ¿No puedes creerlo?
-
Espíritus… Es difícil. (Mirando hacia fuera) Parecen esperarnos. ¿Cree que puedan ingresar dentro de la Iglesia y atacarnos?
-
No.
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Pero… Profesor, ¿por qué tan seguro?
-
El ángel de Jehová está a mi diestra, protegiéndome. ¿Logras percibirlo?
-
…
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Si no crees intenta ir y enfrenta a la jauría. Te aseguro que no puedes.
-
Es cierto; no sería capaz (pausa) Si usted se siente tan protegido, ¿por qué reparó en los ladridos de los perros? ¿qué significado tienen para usted, profesor Berger?
-
Usted me hablaba del voto que había sido profanado por uno de los pacientes del psiquiátrico, a propósito de eso hice la relación. No es tan ilógica, por lo demás; sepa usted que mientras nuestras palabras son liberadas, el cosmos también se mueve y, muchas veces, a propósito de lo que decimos. Pero aunque la relación fuese ilógica, la dije por algo; mi alma, el soporte de las palabras pronunciadas por mis labios, me llevó a decirlas. Hay algo entre las jaurías y los profetas. Lo sé, tengo certeza en aquello.
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No lo sé, al menos desde mis dominios. Si usted lo dice, seguramente lo señala con autoridad y estoy de acuerdo con creerle (haciendo una pausa) Aunque tal vez tenga vínculo con alguno de los involucrados en la muerte de Elías. Si usted dice que tuvo esa corazonada es por algo.
-
Siga contándome los detalles que maneja, señor Aguad, me parecen interesantes.
-
Está bien, profesor, prosigo.
Shai y Víctor se encontraron ese día temprano, frente a la Plaza del Mulato Gil. Habían conversado sobre el descubrimiento espeluznante de días atrás; Víctor había detenido sus pensamientos y recuerdos y ahora trataba de leerlos con la ayuda de la pista radical que asomaba. Imaginó a su antigua novia, Agnes, cerca de las garras libidinosas del doctor e incluso lucubró la posibilidad no menos sobrecogedora que el psiquiatra hubiese intimado forzosamente con la muchacha, razón por la cual ella se alejó de su lado, sin motivo evidente. Recordó el estudiante que alguna vez le contó vagamente, en esas disquisiciones que son un paréntesis de líneas más importantes del texto, que Holz no le cobraba por las sesiones y se estremeció al pensar que el costo de dichas reuniones bien podía ser la satisfacción de sus sórdidas pasiones, aunque, seguro ella, no lo sabía del todo. Un leve sentimiento de pena y protección sopló en el corazón de Víctor, y por momentos creyó que efectivamente la amaba y que deseaba poder estar a su lado. Sin embargo, luego al pensar que retornar a los brazos dulces de ella era, también, ingresar a un laberinto inexpugnable, cuya lógica era difícil de entender, se disuadió y pronto nada más permitió que sus labios sorbieran pena y amargura – exiliado el cariño y el afecto- por Agnes, la mujer que fue su novia por cerca de dos años. Se dieron la mano y luego un beso en la mejilla; Shai con el cuerpo empalado por el frío de la madrugada de plática y cerveza, sin poder pegar los ojos y con la mente reiterando pensamientos circulares, difíciles de romper, sentía miedo y sus músculos
parecían alimentados de él; con barba de tres días, ojos rojos, y un
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peinado construido por el azar de un movimiento húmedo de manos, Víctor le notó extraño, y se lo hizo ver. No era, en rigor, el aspecto, era una especie de aura, la luminosidad de su
cuerpo que desconocía, la incoherencia del tono con la que
acostumbraba a descubrir. Rápido pensó que se trataba del trámite que realizarían luego y eso pareció darle sentido al juego de la interpretación. Era lo que tras unos segundos Shai verbalizó. Rápido dejaron el lugar, en tanto conversaron sobre su plan para abordar a Holz y desenmascarar sus propósitos oscuros: Víctor se ubicaría en una librería de calle Merced, preguntaría por libros – Goodman, Jormaka, Palladio -; si el asunto se demoraba bien saldría y pagaría un café en un local anexo; el celular a todo volumen dispuesto en el bolsillo de la chaqueta, la mirada fija en el conjunto de edificios antiguos en los que Holz habitaba y de cuyo interior salían, esporádicamente, algunas personas despreocupadas de lo que allí estaba sucediendo. Se separaron en la esquina, precisamente en el antiguo almacén cuyo dueño le refirió la historia del muchacho endemoniado, y al hacerlo, Shai sintió desfallecer, los nervios de un niño que asiste al colegio por primera vez. Se preguntó si era mejor dejar todo cual estaba, olvidar el incidente y hacer de cuenta que nunca esas vidas se había interceptado; pero el pensamiento era aplastado por otro deseo anterior, el de llegar a la verdad del misterio de Agnes, razón por la que durante semanas antes había aplicado toda su batería de conjeturas, sus metodologías investigativas en búsqueda de la verdad. Y aunque el fantasma de la tesis y su premura al terminarla le era una pesadilla continua, el propósito aferrado le mantenía activo y sobrellevaba el peso de conciencia. No cesaría hasta encontrar la verdad, aun cuando no estuviese cerca de conseguir su cartón. Lo importante era ahora ser el mejor investigador, demostrarse a sí mismo que su vocación era la que había aferrado. Quizás tenía pendiente esto cuando esperó que alguno de los residentes abriera la reja y solicitar que la dejara abierta para entrar; el anciano le miró
receloso,
como
pidiéndole
explicaciones;
pero
la
aparente
seguridad
demostrada por el muchacho le disuadieron de seguir indagando y hasta le hizo una venia al pasar. El primer escollo ya había sido superado. Shai volteó y se percató que su amigo le observaba desde la librería, simulando leer un tomo antiguo. Olvidó
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sus miedos; pisó con fuerzas el cemento con sus zapatos gruesos y produjo una ráfaga de pisadas, intentando subir al tercer piso; todo parecía en orden, salvo por un detalle: la puerta del departamento se encontraba entreabierta y el limpia pies ligeramente chueco de la línea referencial del umbral. Esperó algunos segundos, titubeando en golpear o tal vez otear empujando ligeramente la puerta. ¿Qué podía observar? A estas alturas cualquier detalle bien podría servir para desentramar el misterio, una intriga que tomaba ribetes ciclópeos y poseía un entramado que día a día presentaba nuevas posibilidades. Un adolescente bajó rápido por las escaleras, pero no se percató de su presencia pues conversaba por teléfono. Pronto saltó las escaleras y se perdió por la vereda que daba a la reja de entrada. Golpeó la puerta, un poco más debajo del espacio en que se incrustaba la placa de bronce con el nombre del doctor. Nadie contestó, aunque repitió el trámite cuatro veces. Abandonado el miedo ingresó con cautela, avanzando cuatro pasos pero dejando entreabierta la puerta. Pronunció “Holz” y se quedó observando los detalles del estudio, el sillón del psiquiatra, la gran fotografía del doctor nazi y a un costado de él Holz y Sanguinetti; sintió sus miradas vivas y escrutadoras sobre él. Un pavor extremo le sobrecogió y no tuvo valor para seguir avanzando. Sólo atinó a seguir mirando, en los límites de lo que los tres psiconalistas no hubiesen reprochado, pero luego cayó en cuentas que en el lugar se percibía un desorden anormal, no el acostumbrado al descuido doméstico. El espacio había sido profanado; Shai percibió las energías ajenas pululando en el ambiente, el aire constelado y los perfumes incoherentes robándose el espacio, dando la batalla a la corriente de aire de la ventana entreabierta que movía
una cortina como un fantasma burlón de
características serpentinas. Caminó enérgico hasta la cocina, el baño pronunciando el nombre de Holz. Nada más que el sonido de los objetos movidos por el viento le respondieron; al internarse por los pasillos pudo contemplar con asombro la crueldad de los forajidos: libros desarmados, desencajados desde sus lomos, folios doblados en el suelo, las paredes con consignas escritas en líneas rojas, los pulverizadores vacíos arrojados en el suelo, manchando en su agonía los elementos esparcidos como si fuesen la mortaja de un cadáver ausente. Shai recordó la
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existencia de la máquina y, sobrepasando a grandes zancadas los muebles volteados, se dirigió a las habitaciones contiguas en busca de ella; el sonido de su celular, el nombre de Víctor en la pantalla intermitente, aprieta OK, chucha hueón, qué pasa, me pasé rollos, disculpa, VÍCTOR VEN, PASÓ ALGO INESPERADO, RÁPIDO, ALGUIEN VINO AL DEPTO DE HOLZ, DEJARON LA CAGÁ, voy, ¿es muy grave?, NO SÉ, AHORA ESTOY REVISANDO, DEJARON ENTREABIERTA LA PUERTA, mira, estoy cruzando, una señora está a punto de abrir, te corto, nos vemos enseguida. Shai reconoció partes de lo que pensaba pudo haber sido la máquina del tiempo en la entrada del baño del departamento y supuestas partes del texto de Binder tapando el excusado; ahí estaba, intentando descifrar los planos cuando llegó Víctor, sorprendido y expresando sapos y culebras con asombro por el panorama desolador. También percibía en los poros o en el espíritu el aire revuelto del espacio. La confluencia de ánimos soliviantados, el reverberar de los ecos mortecinos peregrinando en los ángulos de los objetos. ¿Q
U É
PA
S
O
AC
Á? – Víctor.
Chucha, los papeles – en el suelo. El orden transgredido. Colores corrompidos. La desarmonía insultante del alma – Shai. Mi e r
da. . . # @&& 0 ) = @% - __ : _ /&$#”)) - VíKTOrrr – Queman como las
supuraciones al líquido salado del océano – (cámara lenta, camina él, ampolletas, diodos en el suelo- la MÁkinnnna =/&%$ ) Dó - n – Deee – estáLa ampolleta amarillenta de la cocina. Una gotera de agua en el lavaplatos – la loza acumulada- el microscópico saco de líquido sumergiéndose lentamente en el agua turbia y púrpura de los platos con ras
tro
jos
de
co – mi – da - #
%$=)(/ . . . . Una mosca en el lavabo….
Zzzzzzzzzzz
…una síncopa acuática en la ducha
(toctoc- to toctoc-to toctoc-to) ¿no viste nada? - levanta la funda del estanque del wc, se agacha, busca algo, luego su mente NO MUEVAS NADA PUEDE SER PELIGROSO----- nada, sólo un par de personas cruzar por las escaleras------ se acercan pasos a lo lejos/aló/¿sí?/¿carabineros de chile?/
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-
nada. ¿qué pudo ser?
-
Los nazis. Seguramente los estaban investigando. Indagaron sus pasos. Sabía que tenían los textos de Binder.
/con ellos. Por favor, ¿qué desea?/ hay dos sujetos extraños en el edificio. Al parecer están asaltando un departamento/ ¿cuál es su nombre?/ ¿es necesario que lo diga? No quiero tener problemas con la justicia/ no los tendrá/ es que digo que… lo de las citaciones, trabajo todo el día, si me llaman como testigo…/
-
Pero también un acto delictivo.
La cámara enfoca en primer plano. Boletos de microbús. Verdosos, amarillos, ordenados en fajos macizos. Depositados en una caja de zapatos cuyos ángulos están reforzados con cinta de embalaje transparente. Sobre el ropero de madera, al igual que media docena de bolsas de camisa, con papeles periódico y oficio doblados; nos acercamos, o más bien dicho, una mano se acerca a ellas - detrás la cámara- las exilia del gobierno del polvo, las ofrenda al suelo – el polvo eleva una etérea cabellera alrededor de él- y ahí vislumbramos lo que son, pues algunas se desparraman de su prisión a centímetros de la celda plástica: exámenes. Clasificados por fecha, asignatura y nota. Perfectamente doblados. La línea de dos tablas del suelo separadas por milímetros. El rayo de luz de sol de atardecer sobre la superficie cercana. La cama, bajo ésta los zapatos; el perfume de la pobreza, las hormigas. Dos piedrecillas de riachuelo. Letras escritas a máquina sobre los papeles amarillos. Letras escritas a mano sobre los espacios circunscritos para las respuestas. Casi perfectas, grafemas en imprenta, huellas de lápiz pasta Bic punta delgada. Hay un hálito de violencia en los gestos de las manos. Pronto devuelven con rapidez los elementos despertados de su siesta de años. Ahí quedan, nuevamente sobre el ropero, pero alejados de sus líneas sacras; ya no está el color llano del polvo sobre los elementos, sólo la superficie profanada – huellas de dedos, pinturas deformes sobre la arena de ese planeta de diminutos insectos- . Ahí se queda la cámara. Ruidos afuera, pasos con intervalos inconstantes, respiraciones forzadas. Todo se va a negro. El sonido de una gota sobre la vajilla del lavaplatos.
183
Audiencia de Formalización de Cargos señor Pedro Mondaca. JUEZ
:
Siendo las 15; 30 horas de hoy martes 30 de … de … se inicia
el juicio de responsabilidad penal, en contra del imputado, ciudadano Pedro Antonio Mondaca Castro, chileno, 32 años, con domicilio en la comuna de Independencia, avenida Eisntein número 3124, de oficio paramédico. Por favor, señor Mondaca, díganos usted sus datos de propios labios. MONDACA
:
¿Lo mismo que usted dijo?
JUEZ
:
Sus datos, señor Mondaca.
MONDACA
:
Mis datos. Ah… ehhh. Mi nombre es Pedro Antonio Mondaca
Castro, carné de identidad 12. 165.335- k, auxiliar paramédico egresado del curso de auxiliares de la salud del hospital Félix Bulnes. Santiago de Chile. Conviviente de doña María Machuca Estuardo, de veinticinco años, de profesión dueña de casa, madre de dos hijos. JUEZ
:
¿Los dos hijos son de usted?
MONDACA
:
No. Son producto de una relación anterior.
JUEZ
:
Gracias, señor Mondaca (pausa. Sin subir la vista y dirigirla al
imputado, escudriña en los papeles que tiene sobre el estrado. Seguramente se detiene en un dato relevante; al menos es lo que uno percibe por lo peculiar de su gesto. Una mueca que pareciera ser incoherente con la batería de gestos predecibles en su rostro. Despierta, es decir, se da cuenta de que está en el juicio, y sin mayor preocupación mueve el micrófono que está frente de sí. Se escucha el crujir de una rodilla anciana, el clamor de una puerta cuyas bisagras no están bien aceitadas). Señor abogado querellante, tenga la deferencia de explayarse. ABOGADO 1 :
Muchas gracias, señor magistrado y buenas tardes. Buenas
tardes, abogado defensor, señores asistentes judiciales. Me ha correspondido, en mi labor de abogado representante de la familia del doctor psiquiatra Eduardo Enrique Zumarán, cuyo trágico destino nos ha convocado en virtud de los cabos sueltos que ha encontrado la investigación, realizar una serie de preguntas con el propósito de esclarecer la verdadera razón por la cual el mencionado profesional se suicidó y si
184
hubo terceras personas en la muerte de Elías …
…. …. Paciente del hospital
psiquiátrico, ya que la familia a la cual represento duda de la veracidad de las hipótesis según las cuales el señor Zumarán sería el culpable de la muerte de dicho orate, trágicamente ultimado. Solicito permiso al señor magistrado para formular una serie de cuestiones al imputado aquí presente, dejando mi posición en este podio. JUEZ
:
Es permiso es suyo, abogado.
ABOGADO 1
:
Gracias, señor juez. Señor Mondaca, ¿qué relación
existía entre usted y Zumarán? MONDACA
:
Ninguna.
ABOGADO 1
:
¿Me va a decir que no intercambiaron palabras alguna
:
Sí, desde luego. Eso es lógico pues yo trabajaba, como
vez? MONDACA
usted sabe en el hospital en que laboraba el señor Zumarán. Pero relación me sugiere un contacto reiterado; yo nada más era un empleado del hospital y mi contacto con él era el que todo obrero tiene con los ministros de su patrón. ABOGADO 1
:
¿Vio usted una relación anormal entre el difunto señor
Zumarán y alguno de los pacientes del hospital en que ambos laboraban? MENDIETA
:
(Mira al magistrado como suplicando le aclaren la
:
Perdón. Quizás la palabra no sea “anormal”, sino fuera
pregunta) Ehmmm. ABOGADO 1
de lo común, mejor dicho “especial”. MONDACA
:
(Piensa) No.
ABOGADO 1
:
¿Está seguro?
MONDACA
:
(Piensa nuevamente) No.
ABOGADO 1
:
Señor Mondaca, se solicita un poco de colaboración.
MONDACA
:
Siento que dirige sus preguntas al puerto en que usted
quiere llegar. Esto no es una obra dramática en la que usted, cual autor, sugiere una respuesta al parlamento del personaje que sigue.
185
ABOGADO
1
:
(Molesto)
¿Cómo
lo
sabe?
¿Cómo
puede
usted
comprobar que lo que nosotros estamos hablando alguien, alguna vez, lo leerá como si fuese una obra dramática? MONDACA
:
¿Nosotros, personajes de una novela?
ABOGADO 1
:
No. Una obra dramática.
JUEZ
:
Tal vez el guión mal escrito de una película.
ABOGADO 1
:
Su
señoría:
disculpe
este
lapsus
de
odiosas
interrelaciones. Creo que he cometido un error procedimental y debo reconocerlo. JUEZ
:
Ha contaminado nuestra disciplina con intromisiones de
otra que, a saber no nos sirve sino en el plano de lo alegórico. ABOGADO
1
:
(Afectado) Tiene razón. Presento nuevamente mis
excusas. He hecho un clic de modo involuntario en algún lugar del discurso. De ahí he saltado a otro. JUEZ
:
Todos nuestros discursos son un hipertexto (se queda
suspenso en la declaración. La ha dicho con solicitud, pero no supuso su trascendencia, hasta que brotó por sus labios y retumbó en el aire). Pero bueno, terminemos de una vez. Sigamos con lo propio. Ruego a usted, señor abogado, realizar preguntas que demuestren su ignorancia, tratando de no sugerir las respuestas y si, no obstante desea proseguir con su artilugio verbal, haga como los buenos escritores: no demuestre fisuras ni sesgos en su actitud. El hacerlo de modo contrario irá en desmedro de la verosimilitud de su actuación. ABOGADO 1
;
Lo haré, señor
juez//
Señor Mondaca, qué labor
realizaba usted, en tanto ocurría el cambio de turno en el hospital? MONDACA
:
¿Se refiere al día en que Elías falleció?
ABOGADO 1
:
Sí, desde luego.
MONDACA
:
Solía llegar tarde. Debo ser franco. Siempre he tenido
un conflicto con el tiempo, o él tiene uno conmigo. ABOGADO 1
:
MONDACA
:
¿A quién se refiere con él? Al tiempo.
186
ABOGADO 1
:
Ah (contrariado) Y… ¿fue un día normal, es decir, llegó
usted tarde como de costumbre?7 MONDACA
:
Sí, por lo que recuerdo.
ABOGADO 1
:
¿Qué razón obligó a que usted lo hiciera?
MONDACA
:
¿Qué llegara tarde?
ABOGADO 1
:
(Molesto).Creo que de eso estamos hablando. Sí, señor.
MONDACA
:
Le dije denantes: tengo problemas con el tiempo.
ABOGADO 1
:
¿Es
una
percepción
suya,
una
excusa
o
tiene
fundamentos psicológicos para decirlo? MONDACA
:
Si me pide papeles no podría dárselos. No he tratado mi
problema. Sólo podría decirle, a modo de antecedente, es que cuando era adolescente llegué a un psiquiatra por un incidente algo particular, aunque aislado. ABOGADO 1
:
¿Podría referírnoslo?
MONDACA
:
(Algo afectado) Mmmm…
ABOGADO 1
:
Señor Mondaca: si usted pudiera contarnos el hecho
sería beneficioso para todos. Bien podríamos ir armando el rompecabezas y entender sus actuaciones (pausa). ¿Está bien, señor Mondaca? MONDACA
:
Sí, supongo. Lo del incidente no lo he compartido con
mucha gente. Por decirle un caso: ni siquiera mi pareja lo sabe. Es más, le diré que prácticamente había olvidado el suceso y ni siquiera lo relacioné con el hecho de que siempre llegara tarde a mi trabajo – a mi pesar- y que extrañamente trabajara en un hospital psiquiátrico donde, seguro, la totalidad de los internos presentaran patologías relacionadas con mi conflicto interno. JUEZ
:
Señor Mondaca, le escuchamos.
MONDACA
:
Fue una tarde de viernes. Yo cursaba segundo de
enseñanza media. Contaba con quince o dieciséis años en el cuerpo. Para esa época nada más vivía con mi padre – mi madre había ya fallecido- y un hermano mayor que padece síndrome de Down. ABOGADO 1
:
Señor Mondaca, ¿de qué falleció su señora madre?
MONDACA
:
Ah. De un cáncer al estómago.
187
JUEZ
:
Prosiga, señor Mondaca…
MONDACA
:
Pedí permiso para ir al baño; estamos hablando del
primer bloque de clases de la jornada de la tarde, que va de las dos hasta las tres y media. El profesor me dio permiso porque no acostumbraba a salir en hora de clases. Nunca fui un mal estudiante; diré que tuve ciertas facilidades de los profesores. Pero ese no es el tema: ese día pedí permiso para ir al baño. ABOGADO 1
:
¿Se encontraba usted enfermo?
MONDACA
:
No. Si lo hubiera estado lo recordaría. Poseo buena
salud, pero las veces que me enfermo son horribles. Esa vez no estaba enfermo. Le diré que tampoco tenía demasiadas ganas de ir al baño, pero sí estaba algo tenso, tenía dormidas las manos. Eso lo recuerdo. ABOGADO 1
:
Así que salió por sentirse inquieto, no por querer
:
Recuerdo que, aún no teniendo ganas, oriné. La
mixionar u obrar… MONDACA
corriente de aire del pasillo logró despabilarme un poco. Eso fue antes. Llegué al baño y, como es mi costumbre, prefiero ir a una caseta que mear – perdón- hacer en el urinario colectivo. Estaban todas desocupadas… las casetas, digo. Y, creo que me quedé leyendo los mensajes escritos. ABOGADO 1
:
¿Por qué dice “me quedé leyendo”? ¿Eso quiere decir
que al propósito original pasó de ése a una secundario? MONDACA
:
Claro. Me quedé pegado a los mensajes escritos en la
ABOGADO 1
:
¿Recuerda cuánto tiempo estuvo en esa labor?
MONDACA
:
No (pausa). Sólo sé que cuando salí estaba oscuro.
muralla…
Quizás ustedes no me crean, pero es así. Sentí un pavor estrepitoso. Una angustia que me agarraba los músculos. El colegio estaba vacío. Corrí a la sala. Mi mochila estaba ahí, bajo la superficie de la mesa, todas las sillas arriba. Un guardia me sorprendió temblando. GUARDIA
:
¿Qué hace usted aquí? ¿Es que pretende robar en el
recinto?
188
MONDACA
:
No. Se quedó mi bolso. Es ése.
GUARDIA
:
¿Se siente bien? Lo noto algo pálido.
MONDACA
:
¿Tiene hora?
GUARDIA
:
Son veinte para las once.
JUEZ
:
¿Veinte para las once?
ABOGADO 1
:
¿Era esa la hora, señor Mondaca? ¿Me va a decir que
habían pasado casi nueve horas? MONDACA
:
En efecto.
ABOGADO 1
:
¿Y no se dio cuenta?
MONDACA
:
No.
JUEZ
:
Excúseme, señor abogado. No estoy en contra del
método inductivo de su cuestionamiento; es más, debo reconocer que la plática de por sí es interesante, pero nuevamente se deslinda de lo concreto y, como juez, estoy en el rol de decírselo: sus preguntas deben estar en función del caso; aquéllas no son el fin en sí mismo. ABOGADO 1
:
Nuevamente
le
presento
mis
excusas,
señor
magistrado. Es difícil, empero, determinar qué es lo atingente al caso y qué no. Eso dependerá de la perspectiva en que se mire el objeto. No me pida que separe a la persona de su historia, ¿no es ella también reflejo de lo que es? JUEZ
:
Señor abogado: no estamos aquí para discutir sobre
problemas ontológicos. Prosigamos con lo del caso. ABOGADO 1
:
¿Es posible que su desempeño como enfermero del
hospital psiquiátrico se haya visto afectado por problemas relativos a ciertas patologías que usted cree llevar? MONDACA
:
Era lo que siempre le indicaba al doctor Zumarán, toda
vez que me citaba para criticar mis actuaciones. ABOGADO 1
:
¿Sus atrasos reiterados?
MONDACA
:
Insistía en que tenía actitudes “medio extrañas”.
ABOGADO 1
:
¿Él o usted?
MONDACA
:
(Incomodado) Yo, por supuesto.
189
ABOGADO 1
:
(Disculpando su lapus) Perdón, la forma verbal “tenía”
corresponde a la tercera persona singular, así como a la primera persona singular. La anfibología no es gratuita, señor Mondaca. Prosigo. ¿A qué actitudes llamaba “extrañas”? MONDACA
:
Decía que hacía las cosas con desgano y poca pulcritud.
ABOGADO 1
:
¿Hace cuánto tiempo usted trabaja en ese lugar?
MONDACA
:
Cinco años.
ABOGADO 1
:
Si el desaparecido doctor Zumarán le hacía ver
Quizás era cierto.
imperfecciones en su trabajo, ¿por qué, si tenía autoridad, no le despidió? MONDACA
:
Hummm… Siempre decía que, a pesar de mis errores,
tenía una virtud que no vio en ningún otro trabajador: mirar con empatía a los orates internos (pausa). Pienso que algo de locura, entonces, hay en mí. Quizás mi problema con el tiempo; eso me identificaba con ellos. No me despidió, además creo, por las trabas burocráticas de la institución. ABOGADO 1
:
¿Sentía ese grado de identificación del cual me habla
MONDACA
:
Elías era un orate distinto al resto.
ABOGADO 1
:
¿Usted lo dice porque se creía un profeta bíblico?
MONDACA
:
Elías verdaderamente era un profeta del Dios.
ABOGADO 1
:
(Luego de estar escuchando con los ojos prendidos en
con Elías?
un punto inexacto del suelo, a la última declaración parece despertarlo y termina por voltear su mirada y tras de sí la totalidad de sus sentidos en ella) ¿Usted es creyente? MONDACA
:
Mis
lecturas
me
lo
impedían.
Verá
usted,
señor
abogado. Antes de hacer el curso de auxiliar de enfermería, había estudiado tres años de Antropología y uno de Pedagogía en Historia. MI viejo era comunista. Siempre fui distante de las cosas de la fe, náufrago en las aguas de la racionalidad. Las cosas cambiaron cuando tuve contacto con Elías. ABOGADO 1
:
¿Le predicó acerca del evangelio?
190
MONDACA
:
Precisamente no.
ABOGADO 1
:
¿Entonces?
MONDACA
:
Hablábamos sobre cosas de la vida, sobre la verdad y
:
¿Podría usted detallar sus encuentros verbales con el
los misterios. ABOGADO 1
paciente Elías y darnos ejemplos de dichas pláticas? MONDACA
:
(Piensa) Hummm…
ABOGADO 1
:
¿Cree, señor Mondaca, que sea posible su declaración
respecto a este punto? MONDACA
:
Es difícil recrear dichos diálogos cuando el contexto fue
extremadamente especial. ABOGADO 1
:
Especial… ¿en qué sentido, señor Mondaca?
MONDACA
:
El paciente Elías era un enviado de Dios.
ABOGADO 1
:
Si usted no posee inconvenientes, le ruego me pueda
comentar sobre sus conversaciones con Elías. MONDACA
:
Él conocía la vida de todos y cada uno de los pacientes
que vivían en el hospital. Ese conocimiento bien pudo él extraerlo de las pláticas que llevaba a cabo con ellos en sus reuniones en el patio, pero también por su capacidad para leer más allá de lo que podían revelarle las personas. Yo creo que ese conocimiento fue el que, a final de cuentas ocasionó su asesinato. ABOGADO 1
:
Se ha comentado que usted es uno de los culpables de
la muerte de Elías, si no el único, al menos uno de los responsables de ella. Es por esa razón que está sometido a estas circunstancias. Señor magistrado, es todo lo que puedo interrogar, por ahora. Gracias. JUEZ
:
Habiendo presenciado la participación del abogado
defensor, damos pie a las preguntas del abogado querellante.
¿Por qué el narrador siempre tiene que decir la verdad? ¿Por uno como lector cree a pie juntillas que todo lo declarado por él sea ley; no es un “ser humano” como cualquiera? En rigor no es un ser humano cualquiera. Posee características de proto
191
hombre, profeta o vidente. Desde esta perspectiva, si el narrador posee dichas características ningún narratario es agnóstico; mueren en el valle de la ficción los ateos y los incircuncisos de entendimiento.
Llegó a las tres cincuenta y cuatro minutos de esa madrugada de día viernes, con el sueño olvidado, y el frío algo benévolo de un invierno que a medida que pasaban los días escupía sus últimas bocanadas gélidas; he aquí uno de esos intervalos de tibieza, el adelanto de una primavera auspiciosa, el remanso a una tormenta en alta mar. Los inviernos en Santiago son cabrones, dictadores del cielo y las aguas que flotan en sus dominios y castigan bajo su opresión a los habitantes de la ciudad. Agnes, sin embargo, había disfrutado de la democracia del clima; qué estupidez. Sigamos con la historia. Agnes llegó tarde a su casa, es decir, temprano en la mañana – veamos, el juego de las perspectivas- y cuando entró, un hilo de aire movía la cortina de la ventana de la sala, como un fantasma. Era una cortina delgada, más bien un visillo; el olor de las frutillas sobre el frutero encima del refrigerador; el sonido de insecto del tubo fluorescente de la cocina. El tic tac del agua que cae de la llave a un vaso dentro del lavaplatos; un zancudo revolotea en la ampolleta del pasillo. Pero las frutillas usualmente no tienen olor y los zancudos no aparecen tanto en invierno. Mierda. Nos hemos empantanado nuevamente. El teléfono de Agnes sonando. Ella a la cocina primero, abre el caño y deposita agua en el hervidor, después rápido al dormitorio donde el celular camina en su vibración por la orilla del velador y ayudada nada más que por la luz de la ampolleta del pasillo, toma el celular y, antes de contestar, observa la pantalla verdosa. Hay cinco llamadas perdidas en un transcurso de cinco horas y eso la sorprende. No acostumbra a recibir llamadas; es un número desconocido y, con algo de miedo, esperó que el marcado cesase de modo de ganar algunos minutos para pensar sobre quién podía ser. Pero contestó, ayudada de esas extrañas corazonadas que le venían en momentos de tensión, el tercer ojo que solía molestarla como un extraño apéndice en el cuerpo o un sexto dedo con hueso en la diestra.
192
-
¿Aló?
-
Soy yo, Agnes, Víctor.
-
Lo presentí.
-
Yo también presentí que sabrías quién te molestaría a esta hora (pausa). Discúlpame, no quise despertarte.
-
No te preocupes, no estaba durmiendo… ¿Estás bien?
-
…
-
No reconocí tu teléfono. Es nuevo, ¿no?
-
No. Es de Shai. Él me lo prestó. ¿Te acuerdas de él?
-
Sí.
-
Supe que ya no ibas a las sesiones con el doctor Holz.
-
Mmmm. ¿Cómo lo sabes?
-
Por casualidad.
-
Ah… ¿es por eso de que el mundo es un pañuelo?
-
¿Y nosotros los mocos verdes?
-
(silencio) Puede ser.
-
¿No te tomas una copa de vino en El Pródigo?
-
Vengo recién llegando. Se me está enfriando el cuerpo. Víctor, verdad que estuve medio día afuera y necesito descansar. Quizás otro día, pero sólo quizás.
-
Mmmmm… (con cierto dejo de arrepentimiento vital). No fue buena idea haberte
llamado.
Soy
un
estúpido.
Tuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu uuuuuu Agnes con el celular en la mano, se lo queda contemplando como si a través de él pusiese ver el rostro amurrado de Víctor. Estaría mordiéndose los labios, echando puteadas hacia adentro y luego, suspendida, con los ojos penetrando más allá de la pantallita verde, se sienta en la cama y hace algo que en realidad muy pocas veces
193
– no más de cinco en toda su historia con el aparato cabrón- había realizado: empezar a revisar el listado de números agendados. Al otro lado de la línea Víctor no estaba ni amurrado ni mordiéndose los labios. Sentado en la alfombra, con su portátil encendido, proyectando las imágenes psicodélicas de una lista de reproducción armada por él la noche anterior, en Windows real media player, estaba él, frente a dos ceniceros robados de un bareto del Barrio Brasil, junto a su compañero Shai navegando en una amena plática – esos rollos de carrete de atardecer- con cuática (harto copete, cigarro, historias melancólicas de por medio), abrazos, no tení un poco de fideos para hacer; nada más lejos del cuadro sufrido que la muchacha, ex novia de Víctor había imaginado. Lo asombroso fue el tono de voz, impostarlo tras el teléfono en ese contexto; disfrazar las copas, el cigarro, la risa en los labios, el aliento de Shai acercándose al celular – qué dijo, quédate callado, ahueonao- y toda la parafernalia de esa madrugada de relajo estudiantil. No tendrían la perspectiva para espiar la ventana del psiquiatra, tampoco algún dato sobre los misterios sobre los que estaba investigando el joven periodista. Música de Vangelis en el portátil, la luz amarillenta de la pantalla artesanal, un indígena esculpido en madera negra, largo, de esquinero, el aire tibio serpenteando por la ventana, moviendo la cortina rojo italiano, el shopero de Shai en la alfombra – hurtado de otro bar, esta vez del Barrio República- el vaso llano – la hueá mula, sacar a gamba; es que soi visita, el shopero lo usa papá mono no más - y los mejores CDs del dueño de casa en el suelo, además de recortes de diarios, revistas, algunos libros amarillentos que hablan del tema que habían estado hablando esos días. El desorden no se asomó como convidado de piedra; era, en realidad, parte de la mecánica del lugar. Pero no era nefasto, sino productivo a rabiar, así como las fuerzas heteróclitas que jadeaban dentro de la cabeza de Shai, el periodista amigo del estudiante de arquitectura, a su vez despechado amante de Agnes, la extraña seguidora del profeta llamado Emanuel y paciente del judío doctor Holz, a su vez amigo de Sanguinetti, reclutadores efusivos de Shai, investigador de los pasos de Emanuel, investigado por los ojos escrutadores de Gavriel y Mikhael, lectores del
194
diario en el que se habló de Zumarán, el más probable asesino de Elías y amante de Lourdes, quien intentó incriminar a Mendieta, psiquiatra investigador conocido de Aguad, periodista que fue estudiante de Berger, anciano teólogo bautista, quien escuchó en la radio del suicidio de Zumarán, jefe de trabajo de Mondaca, otro inculpado de Lourdes, enfermera jefa de Mondaca, otro empleado del psiquiátrico que alguna vez visitó María junto a su cercana Elizabeth, madre y progenitora de Emanuel y Elías, respectivamente. Ahí los dos, Shai y Víctor, tomando cerveza, platicando de la vida, esa madrugada, mientras Agnes piensa en el último, su ex novio, a quien le guarda algo de cariño, esas reminiscencias sentimentales que le quedan a las mujeres, más cercanas a sus facultades maternales que a los efluvios fogosos de su lado de amante. Treinta y siete contactos, cuatro mensajes de textos – spam todos- la pantalla verde de Nokia antiguo; veinte repiques – cuál de todos más estúpido – calidad Midi, demo de órgano infantil, sonido mántrico de las luces de árbol de pascua- pero en sus manos el ladrillo negro, cíclope de ojo verde y luminoso es, en ese instante, su único contacto con el mundo (los pensamientos: el viaje por avenida Santa Rosa, las luces fluorescentes del bus, la capilla y la gente ávida intentando ver al joven profeta, gritos en lenguas extrañas, música de tambores y guitarras eléctricas, el olor de las chacras cercanas), y el latido monocorde de su corazón retumbando en su cerebro y amplificado en los números que cuentan paralelamente mientras vive. Pero ahora son quizás centenas, o decenas de mil – el milagro de encontrar a Emanuel en el lugar preciso y a la hora indicada. -
No tengo Padre. Es decir, no un padre terrenal – le dice el muchacho. Yo tampoco. O sí, debe estar en un lugar, como todos los malos padres. Como tu padre, supongo.
-
Yo sólo tengo un padre celestial.
-
Y, ¿cómo se llama ese Padre?
-
No puedo pronunciar su nombre, me está vedado hacerlo, al menos hasta un tiempo más.
-
¿Por qué?
195
-
El Padre trabaja en sus tiempos, no en los nuestros. Muy pronto verás al Hijo de Dios bajar sobre las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron harán lamentación por él.
-
¿Por qué tal convicción?
-
Soy el más insignificante del Reino de los Cielos, he recibido por misericordia la gracia de tener el Espíritu de Dios dentro de mí. He sido designado para transmitir esta verdad, que es la misma que se ha predicado durante siglos: los hombres deben volverse a su Creador.
-
Víctor, soy yo. Agnes.
-
No, no soy Víctor, soy Shai – tose afirmando la voz- él ahora está en el baño. ¿Estás bien?
-
Sí. Él me llamó hace unos minutos atrás. Pensé que le pasaba algo. Nada más quería saber cómo estaba. Quizás fue muy cortante con él. Soy así. Pero a veces lo lamento.
-
No te hagai dramas. Es medio fundido y todo, pero bien. Nada más se le ocurrió llamarte y me pidió el teléfono, pero nada más para saber eso (pausa). Es raro igual porque son como las cinco de la mañana y estamos charlando como si fuera de día. Rara la parada, flaca…
-
Puede ser (pausa). Bueno, dile que se cuide y que espero que esté bien, de verdad.
-
¿Le digo que te devuelva el llamado?
-
No, no es necesario; para qué va a ocuparte más de los minutos que tiene en tu celular. Quizás mañana le llame yo y de pronto nos tomamos un café en el barrio.
-
Ok, yo le digo. Nos vemos.
-
Adiós Shai. Cuídate.
Víctor con el oído cerca del celular de Shai, escuchando la plática de éste con Agnes, tratando de encontrar pistas aisladas; en medio de las copas han dibujado en un cuaderno media docena de esquemas, historias trianguladas, conceptos aislados que sugieren las líneas a seguir en la investigación, pero al parecer
196
ninguna les satisface: ocupar una de las ventanas del departamento de Agnes para espiar a los psiquiatras, de paso investigar la vida de la muchacha a través de las pistas que pudieran entregar la revisión de documentos, fotos, material íntimo. Pero estaba claro que eso era muy difícil; Víctor no podría entrar como antes, cuando sostenía su relación puesto que Agnes, seguramente, era molestada por la tenia del rencor – era lógico- y si lo hacía – en el caso hipotético, es decir, rompiendo la fatídica Ley de Murphy- él debería partirse en dos, una para estar con ella y otra para darse la paja de entrar a las habitaciones, buscar papeles, e indagar su contenido, cosa que podría demorar infinidad de horas. La opción más cruda era, por lo mismo, hacerlo de madrugada, a oscuras, entrar en el departamento con la anuencia de su dueña, Víctor en algún lugar de él con su ex buscándole conversa, provocándole el sueño y Shai, el investigador, premunido de una linterna de breve proyección buscar los rastros de la historia misteriosa de la doncella. Un plan posiblemente efectivo, pero extremadamente difícil de llevar a la práctica. Entonces todo quedaba ahí. Sin embargo, había dos pasos más que poder dar y que sacarían a los personajes del delirio por dilucidar la historia de los otros adyuvantes y coadyuvantes: espiar a Agnes desde la casa de Holz – so pretexto de querer participar activamente en el proyecto de la máquina del tiempo (incluido el riesgo de la violación sodomítica o terminar pegado en un recuerdo alucinante de la historia personal) y contactar a Alfonso – el compañero amanerado de Agnes quien sabían muchas veces se había quedado solo en la casa para estudiar, pero también para espiar a un tipo que vivía en el edificio de departamentos ubicado en frente. Por eso la despreocupación fundamentada de la dueña, además de que el compañero fino no era de los tipos de cerebro enrollado y no tendría por qué estar intruseando las cosas en casas ajenas. Tras el último sorbo de cerveza pensaron que la opción primera era la más cercana y factible: Víctor no se comunicaba hace meses con Alfonso, pese a que estudiaban en la misma facultad y el hecho de acercarse bien podría verse, desde cualquier perspectiva, groseramente sospechoso. Había que cumplimentar el primer plan pensado y, con premura. Presentían que el caso del predicador pronto se destaparía
197
y, con el acto, las luces de prensa traspasarían a los ámbitos privados de Agnes y tras de sí, el experimento llevado a cabo por Holz y Sanguinetti. Pero no era más que una suposición, la fabulación de una mente boyante, el artilugio de la literatura rondando el plano de lo real o tal vez la saliva del dios Baco haciendo efecto en el gobierno entramado de los sesos de aquellos dos jóvenes. Rato después Shai y Víctor se encontraron, frente a la Plaza del Mulato Gil. Habían conversado sobre el descubrimiento espeluznante de días atrás; Víctor había detenido sus pensamientos y recuerdos y ahora trataba de leerlos con la ayuda de la pista radical que asomaba. -
Igual estai raro, hueón. Tenís pura pinta de falopa.
-
Más que las chelas, son las preocupaciones. A veces siento que amo a Agnes.
“Cuando llegó aquí, la vecina era muy jovencita. Tenía, a ver… unos diecisiete años. No más. La mamá de ella era muy dominante. Lo primero que creímos era que la guagua era de la mamá, usted sabe, la viejita que está ahí, calladita, mirando lo que pasa con los ojos perdidos. Pero no. Ahí supimos que el bebé era de la niñita. Qué terrible, ¿no? Tan chica y con un crío. Aunque pa qué le digo, si aquí eso siempre había pasado: vea usted, camine por las calles. Si cabras de hasta trece años se preñan fácil. Pero esa vez la cosa fue distinta porque la muchacha era delgadita, así como un palito y parecía como de diez años. Sin mentirle le digo, se lo juro por mi mamita que se muera (…) La viejita mandaba a la muchacha a vender ensaladas en bolsa a la salida del mercado; ella empezó haciendo costuras a mano, porque eran tan pobres que parece que no le alcanzaba para comprarse una máquina y varias veces la vi preguntando por una en el persa, pero se quedaba calladita cuando le decían el precio y a mí me daba pena. Imagínese, si nosotros somos pobres, cómo ella habrá sido (…) La chiquilla llevaba al bebé y lo dejaba en un cajón de manzanas. Ahí podía estar por horas y horas, tomando una mamadera de esas populares, ¿las conoció usted
198
alguna vez? Era una botella de bebida con un tete en la boquilla. Así la pasaba ese muchacho. Era tan tranquilo que la gente creía que era enfermito; si parecía que no era normal, porque cuando creció era flaquito y chiquitito; no jugaba como los demás muchachos del barrio. Se los quedaba mirando, sentado desde una banca de la plaza. A veces mis niños lo invitaban a pichanguear y se cansaba rápido (…) Cuando más chiquitito le decían el mudito. Apenas hablaba. Ya cuando mis niños lo invitaban a tomar onces yo pude darme cuenta recién que tenía lenguaje. ¿Se dice así, no? Discúlpeme, es que estoy un poco nerviosa (…) Cuando fue creciendo seguía siendo raro, así muy pa dentro; decían que conversaba solo, o con los animales. En el colegio, no lo molestaban porque les daba pena y les caía bien; era bien hacendoso y lo más, aplicado. Se sacaba buenas notas y los profesores lo estimaban harto. Eso sí que era, inteligente. Si una vez yo tuve un problema con una radio a pilas en que escuchaba un programa de tangos los domingos en la tarde, bien bueno el programa, es que mi papá era fanático cuando estaba en vida y ahora yo igual, entonces él supo que la radio se había echado a perder porque los niños le dijeron. Me dijo que si podría abrir la radio para ver por qué fallaba. Yo en realidad no quería que la abriera porque podía quedar más mala de lo que estaba, pero también pensé que no tenía plata para llevarla a un técnico. Además me dio pena decirle que no, así que le presté un cuchillo con punta pa que la abriera. La miró por todos lados, así serio como era, me pidió un hilito de cobre como esos que uno le colocaba a los fusibles cuando se quemaban y yo le traje uno que saqué de un cajón que guardaba mi viejo en su caja de herramientas del patio. No sé qué mariguanzas hizo y al rato me pidió que probara la radio. Yo estaba media asustada con que se fuera hacer un corte de luz, pero igual, a lo sangre pato la prendí y viera usted que prendió al tiro. Todos quedamos helados, si era un cabrito como de siete años y tan flaquito (…) Una vez mi Manolo se me enfermó con una fiebre muy fea; se me ponía morado, tiritaba entero. Aquí, usted sabe, siempre andamos al tres y al cuatro y al Pepe no le pagaban todavía, así que teníamos al chicoco a pura aspirina. Estábamos despiertos en la madrugada cuando vino él, eran como las tres y media y me pidió ver al
199
Manolo. Como eran amigos le dije que claro altiro, pero igual encontré bien raro que viniera a esa hora. El Pepe le echó la talla, que acaso se le había echado a perder el reloj y él, serio como era, le dijo que el Padre le había mandado a sanar al Manolo. El Pepe se puso pálido y como que le dio miedo, como si el cabro fuese un fantasma y apenas le salió el habla para decirle que pasara. Nosotros miramos desde la puerta de la pieza del Manolo lo que el chiquillo hizo. Como
que se puso a rezar
así, pa callado y… usted no me va a creer, las luces prendidas comenzaron a bajar de potencia, así como cuando se va a cortar la luz y, de pronto, un chispazo feroz que pareció así como cuando explota una bomba. Se apagó la luz y verá usted que yo de tan nerviosa como que me asusté y me puse a llorar. El Manolito como que se despertó y medio dormido reconoció al chiquillo y como se extrañó. Pero el rostro le había cambiado. Me pidió agua y me preguntó por qué estaba llorando. A todo esto la luz volvió a poco rato. Después como que le bajó todo el hambre y se acordó que ese día había cocinado lentejas con arroz y me dijo que si le podía traer. Mi viejo se asombró más porque estaba súper malo pa comer, si con suerte le dábamos una papilla molida. El chiquillo de la vecina se despidió de él y de nosotros y le dimos las gracias, pero no cachamos altiro lo que había pasado, sino cuando pasaron hartos minutos, porque el Manolo se levantó al baño y dijo que estaba cansado de estar acostado. Así que se puso la ropa y se fue al living a ver tele, pero quedó renegando porque a esa hora daban puros programas de esas cuestiones de máquina para hacer ejercicios, así que sacó su cuaderno y se puso a dibujar. En ese rato el Pepe estaba casi tiritando, porque sabía que el muchacho de la vecina era medio brujo y yo creo que después de esa noche, como que el Pepe cambió de mentalidad y fue de a poco acercándose a la iglesia que antes iba su mamá. Ahí le dijo a la gente que iba que conocía a un muchacho que hacía milagros, pero eso fue hace mucho tiempo, harán más de diez años. Como que la sanación del Manolito fue el primer milagro grande que hizo”.
INTERIOR – CUARTEL DE INVESTIGACIONES – SANTIAGO DE CHILE – TARDE
200
Las manos blancas de una mujer sobre una perfecta falda color jade. Un anillo de oro en su dedo anular percibe la claridad de la ventana y la proyecta en los milímetros próximos. La música es neutra: el piano en la cuarta octava repitiendo corcheas en intervalos de tres o cuatro notas; entonces deja de ser ambigua y nos sugiere cierto grado de suspenso. Se abre la perspectiva de la cámara, la figura de Lourdes siendo interrogada por un policía, en tanto una funcionaria del mismo departamento parece tomar nota de la situación. El rostro de la cuestionada, lejos de mostrar las huellas de la preocupación es, patéticamente indiferente a lo que sucede ahí, como si el trámite representara un ejercicio vacuo o cotidiano, aquello que uno realiza reflejamente sin añadir emociones o intelecto. LOURDES
:
Nada.
POLICÍA
:
Ya veo.
LOURDES
:
No juegue con la ironía, le advierto. La vida también las
tiene y bien podría cumplimentarlas en usted. Si quiere amedrentarme no lo logrará, menos con alusiones religiosas a la vida. Ésta es como es, no cómo nosotros la queramos leer. POLICÍA
:
Por la autoridad que me confiere la ley, le exijo
responda mis preguntas. Si usted es inocente, si no tiene vínculo alguno en la muerte de Zumarán, por favor hágamelo saber. De este modo todo será más simple para usted y para mí. ¿Por qué amargarnos la vida? LOURDES
:
Decir la verdad no endulza precisamente nuestras
vidas; la vida de por sí es amarga (pausa). Ese día anterior a la muerte habíamos conversado, como era nuestra costumbre, en su oficina. Para evitar cualquier comentario lo hacíamos con la puerta abierta y con la presencia cercana de su secretaria. POLICÍA
:
¿Se acuerda de qué conversaron?
LOURDES
:
(con los ojos prendidos en el policía, pero no lo observa
precisamente a él, sino mira hacia adentro de sí misma, al cúmulo de imágenes y emociones que guarda dentro. Se queda suspendida ahí; el instante es tenso) Hummm…
201
POLICÍA
:
Patricia, por favor, traiga un vaso de agua para la
PATRICIA
:
Está bien, señor policía. Vuelvo…
POLICÍA
:
¿Podría usted decir sobre qué conversaron esa tarde?
LOURDES
:
Hummm… Es difícil recrear dichos diálogos cuando el
señora.
contexto fue extremadamente especial. POLICÍA
:
Especial… ¿usted de algún modo pudo vaticinar lo que
acontecería con Zumarán, es decir, tuvo alguna corazonada antes de los luctuosos acontecimientos? LOURDES
:
No, pero el doctor andaba medio raro. Se le notaba
demacrado y algo cansado. Quizás un poco más irascible de lo normal. POLICÍA
:
Habla con cierta distancia del doctor Zumarán y
sabemos que usted es la esposa de su hermano. ¿No poseen algún grado de cercanía, más que la profesional? LOURDES
:
No (pausa). Nunca fuimos muy cercanos, ni siquiera
cuando yo vivía con Mario, el padre de mi hija. Ellos se distanciaron la vez que falleció el padre de ambos, por asuntos de herencia. Y ahora, lógico, ya separada de él hace años nuestra posible cercanía se disipó. (Entra la detective). PATRICIA
:
Tome, señora Lourdes.
LOURDES
;
Gracias (sorbe un poco de agua. Luego deja el vaso
sobre la mesa de su interrogador). POLICÍA
:
¿Con qué frecuencia usted y Zumarán conversaban en
LOURDES
:
Algo así como dos veces por semana.
POLICÍA
:
(contrariado) ¿Fueron ustedes amantes?
LOURDES
:
(Casi con un gesto neutral) No.
POLICÍA
:
¿No tiene nada más que decirme?
LOURDES
:
No. Creo que esta es la repuesta más capital que puedo
el día?
dar. No fui amante de Zumarán. POLICÍA
:
¿Está segura?
202
LOURDES
:
Si osa alzarme la voz voy a tomar el derecho de guardar
silencio y hablar toda vez que esté mi abogado presente. POLICÍA
:
Ah, está bien (pausa). ¿Qué haría si le dijera que tengo
pruebas concretas que afirman que usted y Zumarán fueron amantes? LOURDES
:
(con
la
misma
indiferencia)
Le
diría
que
son
antecedentes manipulados. POLICÍA
:
Mmmm…
LOURDES
:
Perdón, señor detective. Todos queremos que se aclaren
las circunstancias en las cuales falleció el doctor Zumarán; yo diría que soy la más interesada en que se resuelva el caso, para que de una vez por todas el ambiente en el hospital pueda estar más tranquilo. La incertidumbre no le hace bien a nadie. POLICÍA
:
(Mirándola para luego escapar de su lado en una odiosa
vuelta que está acostumbrado a hacer) Hasta el momento sabemos que alguien mató a Elías, el enfermo y que luego Zumarán, un día después, aparentemente se suicidó. LOURDES
;
He sabido que los guantes que usó el asesino tienen las
huellas de Zumarán… POLICÍA
:
¿Se lo dijo algún policía?
LOURDES
:
No,
POLICÍA
:
¿Me podría decir quién se lo comentó?
LOURDES
:
(Con una ligera sonrisa en el rostro la que, sin embargo,
se muestra coherente con el gesto monocorde que ha sostenido la mujer en la sesión) ¿Qué le pasa, señor policía, está asustado, le estoy aguando la investigación? POLICÍA
;
(Enojado golpea la mesa) ¿Se cree muy lista, no?
Seguramente lo leyó en el periódico. Hay un tipo que labura ahí y ha estado indagando; él tiene sus contactos entre nuestra gente. No es ningún mérito. Lo que me descoloca es su actitud desafiante. LOURDES
:
No está aquí para ponderar su simpatía hacia mí, sino
para hacer su trabajo.
203
POLICÍA
:
Bien, estoy de acuerdo con usted, pero somos entes
emocionales, ni usted ni yo somos robots. Siguiendo la dialéctica de su declaración, continúo con lo profesional. ¿Sabía usted que el tipo de látex del que estaban fabricados los guantes no permiten que las huellas dactilares queden impregnadas? No sacamos nada con decir que el doctor ocupó dichos guantes si no podemos demostrarlo. LOURDES
:
(suspendida en la infinitud de sus pensamientos) La
verdad no es verdad porque lo sea, sino por cómo se cuente… POLICÍA
:
(abriendo los ojos) ¿Sherlock Holmes?
LOURDES
:
No, Gabriel García Márquez//
POLICÍA
:
Hasta el momento hemos platicado con cerca de un
centanar de sujetos posiblemente relacionados con la muerte del director. Es poco lo que hemos avanzado. Pensamos que usted podría entregarnos información privilegiada; su trabajo de años con el doctor, su cercanía profesional, nos hacían pensar eso. Discúlpeme, pero los antecedentes que usted nos aporta son menos que lo que nos entregaría un auxiliar de aseo que hubiese conocido al doctor de una semana. Por eso un poco la decepción. LOURDES
:
Las decepciones vienen por las expectativas…
POLICÍA
:
Las expectativas vienen no porque sí, sino que poseen
fundamentos y, a veces, casi capitales. LOURDES
:
¿Si?
POLICÍA
:
¿Sabía usted que Zumarán se retiraba siempre media
hora después de termina su horario? LOURDES
:
Sí.
POLICÍA
:
¿Se encontró alguna vez con él en esos minutos, luego
:
Supongo que sí, sobre todo las veces que me tocaba
del turno? LOURDES
turno de noche. ¿Por qué me lo pregunta? POLICÍA
:
Señora Lourdes, si desea que sea profesional, le pediré
que nos ciñamos a lo que el procedimiento señala: yo soy el interrogador, usted la
204
interrogada. ¿Sabía usted que Zumarán escribía obsesivamente todo lo que le pasaba? LOURDES
:
(Sorprendida) Sí, algo tenía entendido. Tenía un par de
cuadernos en la mesa. Era un investigador destacado, también enseñaba en una cátedra de una universidad. POLICÍA
:
Sí, pero sus escritos refieren a cuestiones más cercanas
a su intimidad que a su faceta profesional. En él habla de sus cercanos, de sus fracasos profesionales, de su relación marital. Es una especie de diario de vida (pausa. El policía mira a los ojos de la mujer, esperando encontrar en ellos la sinceridad y que el nuevo detalle pueda acusar recibo en su conciencia. No lo logra del todo). LOURDES
:
Bueno, entonces, ¿para qué interrogan a medio hospital
si ahí tienen material suficiente para esclarecer todo el incidente? Es lógico. POLICÍA
:
No podemos basarnos en una sola evidencia; cinco o
seis deben apuntar hacia una misma… verdad, llamémosla así. Creemos que Zumarán pudo ser inducido. LOURDES
:
¿Como que él fue el autor material, pero detrás de él
hay otra persona o personas que cumplimentaron su plan a través de él? POLICÍA
:
En efecto. Y… por eso estamos en búsqueda de datos
que puedan fortalecer dicha hipótesis. Esta plática se fundamenta en eso. LOURDES
:
Pero ya ve, señor policía, que no es mucho lo que yo
puedo colaborar. Es posible que los medios de prensa sepan más que yo. POLICÍA
:
(Conteniendo sus emociones) Es lo que usted dice; pero
pronto llegaremos a la verdad y se lamentará de no haber colaborado. LOURDES
:
Remítase a cumplir su labor. Aquí usted es sólo un
policía, no el juez que debe ponderar las declaraciones de sus interrogados. ¿Qué se ha creído? ¿Venir a cuestionar mi actuar, preguntarme con ideas preconcebidas y atacar mi tranquilidad? Señor policía, no he hecho absolutamente nada, por eso no temo sus recriminaciones.
205
POLICÍA
:
Está bien. Esta vez no diré absolutamente nada. Dejaré
que las pruebas hablen por sí solas. LOURDES
:
Lo escrito o lo hablado no está completo…
POLICÍA
:
¿Perdón?
LOURDES
:
Le digo que lo que se escribe o lo que se habla no está
del todo completo… Sólo se completará cuando el lector pueda leer e interpretar. Si hay mil lectores, entonces, habrá mil interpretaciones distintas… POLICÍA
:
Puede ser… Patricia, lleve a la señora Lourdes a
recepción.. (Mirando a su interrogada) Recuerde que hay medidas cautelares que pesan sobre usted. Por favor, si es una persona prudente, no intente transgredirlas. LOURDES
:
No lo dude. Hasta… pronto.
Naturalmente el asalto a la tienda del anciano que vendía elementos de la vieja Alemania nazi no pasó desapercibido, ni en el entorno próximo de la galería – por ser el personaje algo conocido en el sector- ni en los círculos germanófilos, siempre presentes aunque de modo subrepticio en la ciudad de Santiago. No se dieron la molestia de denunciar el caso a la policía oficial – posiblemente por la desidia demostrada en su lucha contra el crimen- sino expusieron el hecho al aparataje del movimiento quienes, con la diligencia acostumbrada, tomaron cartas en el asunto. Nada de ruido, indiferencia productiva, mas la red de amigos y cercanos empezó a investigar el caso. Rondaba el ambiente el rumor de que un par de viejos había visitado el local del Persa Bio Bio; no poseían el talante de los interesados reales y eso les generó un poco
de
suspicacias;
por
eso
acostumbraban
a
realizar
una
especie
de
empadronamiento de quienes visitaban el local, quienes compraban, por qué razones, cuidarse las espaldas de los semitas y su revancha atávica, coordinada por el sistema mundial y sus mentiras en contra de la causa. Ahí les identificaron y, cuando los líderes recibieron la noticia del robo del libro de Nillsen no les pareció extraño el incidente. Ya barajaban descripciones, nombres. Por coincidencia también habían oteado a dos jóvenes de rostro cobrizo y complexión recia; hablaban con
206
acento extranjero: leían el diario y preguntaron por una gorra. Son espías, declaró el dependiente a uno de los ayudantes que ordenaba la bodega. Por qué lo sabes, le preguntó éste; nada más que un presentimiento, señaló. Desde ese minuto, llamó a Cabrales, el tipo que atendía el otro local, al extremo sur del recinto y, como se encontraba desocupado, designó a dos ayudantes para que atendieran el local – en un momento de casi nulas visitas- y salió a buscarlos. -
Qué hay…
-
¿Nos conocemos?
-
Tengo algunas cosas que os pueden interesar.
-
¿Habla español?
-
Ja, ja, ja… en este país todo lo hablamos.
-
Perdón, decimos por que la norma que usted utiliza incluye palabras usadas en España.
-
Ah… hablan ustedes del “os”.
-
Sí.
-
Mmmm. Lo usé porque pude deducir que son extranjeros. Quizás me entendería mejor así.
-
¿Qué significa “deducir”?
-
Mmmm… extraer, inferir, no sé, no sé como puedo explicarles algo que bordea el límite de lo abstracto.
-
Inténtelo.
-
Significa… que luego de algunos antecedentes o hechos podemos… llegar a algunas conclusiones.
-
Ah… is similar to insight
-
Something.
-
Yes. What is your name?
-
Carlos. And you?
-
Miguel… and… Gabriel.
-
What you from?
-
Chili, i live in Puente Alto.
207
-
Our in Usa. Do you know Usa?
-
No. Only for pictures, and the television. Dou you travel or is in bussines?
-
Bussines (pause).
-
Be can talk in spanish?
-
Yes.
-
Tengo algo que ofrecerles.
-
Mmmm… cómo…
-
Me imagino que en este recinto buscan elementos de la antigüedad, valiosos en el plano patrimonial; ¿les interesa el tema?
-
Mmmm, no crea que somos fanáticos de este tema. Nada más estamos aquí porque el lugar nos pareció autóctono.
-
¿No les interesa el tesoro de los nazis?
-
Odiamos a los nazis.
Así siguieron platicando; la conversación se tornó tensa, pero llevadera, y el ayudante de ventas, más que sentir enojo por la animadversión de los visitantes al Fuhrer y sus seguidores, sintió cólera por no llevar el diálogo al puerto que tenía planificado en sus pensamientos; la vida bien podría tener los giros que posee la creación de una novela, empero no se pueden determinar los destinos de los personajes sin que se quiebre el verosímil; más bien conviene dejarse guiar por las historia así como de pronto uno se deja guiar por la vida misma: sin ideas preconcebidas, asumiendo el viento en la dirección que dicta la providencia. Ahí los dos, el personaje que cree pensar el dependiente y éste, percibiendo al dependiente como un personaje más del entramado de su historia; pero pronto actúa con la desconfianza propia de su profesión y consigue liberar algunas palabras neutras,
sin contenido
comprometedor,
sin
emociones demasiado
exacerbadas; la plática política del acompañante de autobús. La imagen: el variopinto entramado de cuerpos que rodean el lugar, los dos israelíes de rostro cobrizo, recios, el vendedor de estatura media, gesticulando con las manos. Se los ve desde altura, en medio del ir y venir de compradores. Santiago se ilumina con la luz cenicienta del sol filtrada con las nubes, mezcla de smog y agua evaporada.
208
Pasa un viejo y se los queda mirando; distingue los rasgos de los espías. Tal vez el olor y el aura – es también judío-; escucha la conversación de los tres: a saber, el vendedor, el primer espía y el segundo- y, alertado por su corazón que empieza a bombear más rápido (han dicho una palabra que le interesa) se queda revoloteando por ahí, viendo libros usados, elementos de desecho, pero con la oreja atenta al desarrollo de lo que conversan. El esfuerzo es, por decirlo menos, dramáticamente furioso: la bulla inunda la feria y, a la usanza de las cámaras con micrófono ambiental incorporado, logra percibir más la bulla amorfa del espacio, que la plática precisa del trío. Por eso cuando los dos israelíes se separan del dependiente, el viejo – que ustedes supondrán al igual que quien redacta estas líneas es Holz- va tras de él y en el lugar en el que ingresa, así como no quiere la cosa indaga por elementos llegados de algún modo de la época previa a la caída del Furher; entonces la conversación del viejo con el encargado de la tienda, tras unos minutos la confianza, tras ésta la información, tras la información la llegada del judío a la tiendita de San Diego, y tras su arribo en un día de invierno al sucucho del cual extrajo delictivamente los documentos editados de Nillsen, la irrupción de una historia conflictiva más en el entramado complejo e inexacto de este juego.
Ese día la locomoción colectiva de la ciudad de Santiago de Chile comenzó una huelga que habría de durar varios días, varias horas y varios segundos (se expresa de este modo pues hay gente que vive en unidades distintas: los atrasos se cuentan en horas, la angustia en segundos, las movilizaciones sociales en días; la expresión refiere a una huelga de proporciones) y el rostro de las multitudes parecía reflejar con fidelidad la sensación de abandono y desesperanza. De rodillas a los pies de su cama, Emanuel había dejado el alma en su oración matutina y, con las piernas empaladas y el cuerpo rígido de frío sintió la presencia del Espíritu Santo quien le llevó en alma a un hospital cercano a una montaña en cuyas habitaciones la oscuridad de la muerte venteaba sus maldiciones sobre los pacientes que allí pernoctaban. Los ángeles que le esperaban - dos hombres normales vestidos con pantalones oscuros y camisa blanca, le esperaban en la entrada del cuarto piso; tan
209
pronto le vieron, le saludaron con dulzura, ministrándole sendos besos en las mejillas. Luego le llevaron a la habitación cuatrocientos cinco en cuyo interior dormía una pequeña de breves cinco años. Sobre sí descansaba una estampa religiosa y en su cuerpo, cual una especie de crucifixión o martirio, media docena de venas plásticas comunicaban sus entrañas con máquinas que zumbaban levemente y otorgaban algo de realismo, en medio de la escena onírica que presencian sus ojos. Pero además, en las penumbras tenebrosas de la habitación, esperaba a un costado del lecho el ángel de la muerte, observando con cierto sarcasmo la imagen que descansaba sobre la cama y el cuadro de la beata colgado en la pared contigua a la almohada. Es día, pero en las esferas espirituales hay oscuridad; es lo que percibe el alna de Emanuel cuando entra a la habitación cruzando la puerta cerrada, junto a los ángeles. Apenas hacen una venia a la Muerte, ésta parece despertar del letargo de madrugada y se pone de pie; tiene los ojos azules y, al detenerse en éstos, uno parece perderse en una especie de océano nefasto, con olas gigantescas y bravías. Pero el resto de su aspecto es normal, aun diríamos que hasta atractivo; viste un abrigo de paño color café claro, traje plomizo y camisa blanca. La Muerte retrocede y,
comprobando el panorama desde las
alturas, se echa a volar por la ventana; el trío – sin detenerse en la actitud del antagonista- pronto se ubica rodeando la cama de la pequeña que al parecer capta la inquietud y tiende a despertar, aunque nada más es un conato, un intento del cuerpo por incidir en el ámbito de la ensoñación, en el coma profundo en el que se encuentra. Uno de los mensajeros, alzando su mano intenta sacar el cuadro de la pared; apenas lo logra, desencajando con mucha dificultad el orificio del borde, del gancho metálico de la superficie lisa del muro. El otro, en tanto, deposita la estampa en el tacho plástico de basura, donde descansan cajas vacías de medicamentos y bolsas de jeringas. Entonces empieza la oración; Emanuel cierra sus ojos y extiende su mano hacia el rostro de la muchacha – afuera algo indica que la Muerte inquieta su vuelo y las aves del cielo perciben el entuerto chillando con pavor- y sus labios profieren palabras en lenguas extrañas (alkasghe miratay biengjert num ban lotmi etrarme has.. ber menatam bi foltro alcamer … bio, bio,
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bio, petran mer; aportramins ab, mertram, veromapa ...) – el rostro de los visitantes se ilumina con un sublime fulgor y algo sucede en el entorno, en los aparatos eléctricos (las pantallas de los monitores del nivel se apagan, prenden y dibujan signos extraños en su dominio luminoso). Una especie de rayo increscendo suena en los oídos de Emanuel hasta hacerse insoportable y tras el ruido máximo un silbo apacible y delicado. El predicador se incorpora, enjuga sus ojos con las manos aún tremolantes; está en su dormitorio. La cámara hace tomas circulares de él quien dibuja una leve sonrisa en el rostro mientras mira el cielo de su habitación; pero no observa precisamente éste; pareciera ser que contempla el retorno de sus dos acompañantes, en tanto vuelan por los aires a las moradas celestes desde donde salieron hace un par de horas atrás.
“Nada más queríamos saber de él, verá: hace un poco más de dos semanas les hice, es decir, le hice un trabajo al psiquiatra, él me invitó a su estudio, que viniera porque trabajaba en una investigación. Es por eso que vine aquí, acompañado de mi amigo y, como no salía, tuvimos la ocurrencia estúpida de entrar, pero vea usted: la puerta no está forzada, no violamos la entrada, pasamos porque la puerta estaba entrejunta, bueno, ¿así se dice? Y justo que llegaron ustedes. No tocamos nada, se lo aseguramos y nosotros no sabemos lo que pasó, verdad. Estamos así tan asombrados como ustedes”.
“Esperé a mi amigo que es conocido de uno de los doctores, a decir verdad, el dueño de este departamento, el señor… Gold… (pausa) Holz, eso es. Es un psiquiatra de origen judío. Mi amigo vino a verlo por uno de los trabajos que estaba haciendo en compañía de un amigo de él, otro psiquiatra. Eran viejos y como mi amigo se demoraba, puta, pensé que le había pasado algo. Lo encontré dentro del departamento y así como así entré, qué iba a saber que no estaba el tipo. Yo pensé que mi brother necesitaba mi ayuda y por eso entré, pero jamás imaginé que íbamos a encontrar semejante desorden. Les juro: no tenemos nada que ver con el cuento”.
“Yo salí así como que no quiere la cosa porque mi mina me estaba llamando hace caleta de rato, y la weá de mi celu – que está pa la cagáno tenía señal, entonces bajé rápido y recién , en las escaleras la weá funcó y pude responderle a la Pola y ella super chata porque pensaba que no quería responderle la hueona y así, vi la puerta entre abierta y un hueón medio viejo – o sea pa mi que tengo dieciséis – yo cacho universitario o de esa onda- que estaba afuera, pero filo, si es normal, si el viejo todos los días tiene mucha clientela, aunque estos días andaba medio raro, se juntaba con otro viejo grande, de voz ronca, y con ese culiao trasladaban caleta de weás en cajas y ahí no atendieron mucha gente. Yo pensé que estaba de vacaciones. A veces le daba la cara pa saludarlo, es que era el doctor de mi hermana que tiene diecinueve y la atendía desde los trece más o menos.
211
EXTERIOR – PARQUE FORESTAL – SANTIAGO DE CHILE – TARDE Agnes y Emanuel caminan por el parque; el sol es benévolo, como algunos benditos días de otoño en que el astro ilumina por montones pero no castiga con su rigor fervoroso como en los veranos de Santiago de Chile. Habían caminado desde el departamento de la muchacha hasta ese lugar; la cercanía se los permite. Ambos aman caminar; platican. AGNES
:
Nunca me hablaste de eso de comunicarse en lenguas
:
Ah… son temas que me imagino sólo le interesan a la
angélicas. EMANUEL
gente que vive en el espíritu. AGNES
:
Que raro; yo no vivo en el espíritu, pero me atrae el
tema, así como los tópicos relativos a la fe. EMANUEL
:
¿No será sólo la actitud morbosa del periodista, del
voyerista, el escritor, que se ubica en la otra orilla para mirar, pero es reacio al compromiso de ser protagonista de lo que observa? AGNES
:
Nadie mira por mirar; lo que decimos por muy objetivo
que sea, tiene rasgos de nuestra personalidad, y es, en ese sentido, la interpretación del yo. Eso es también, compromiso. EMANUEL
:
Hablo de llevar la cruz del Padre, hacer su voluntad
aunque el peso de lo que llaman destino sea contrario. Para esas personas las cosas del espíritu le son provechosas, no por una mera razón instrumental, o como conocimiento vacuo o tendiente a la vanagloria. Es lo que determina la motivación. AGNES
:
¿Por qué cuestionas mis anhelos? ¿No es ese un
síntoma de la religiosidad tradicional, el creerse superior al resto, el ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio? EMANUEL
:
Debo redargüir; es el error que cometen muchos
denominados maestros: temen decir algo negativo de la práctica de sus cercanos
212
por una razón simple. Temen perder su atención, su devoción. Decir no es también demostración de amor; corregir es también bondad. AGNES
:
¿Y si no es amor, si eres nada más que uno de los
tantos que dicen ser iluminados? EMANUEL
:
Yo no lo digo. Nunca lo he dicho. Es lo que dicen de mí.
Mis obras hablan por mí // Este fin de semana hay un concierto de la Filarmónica de Chile. Me gustaría que pudiésemos ir. Presentan El Mesías de Haendel.
¿Vienes
conmigo? AGNES
:
No tengo mucho dinero, las cosas no han estado bien.
EMANUEL
:
La entrada es gratuita.
AGNES
:
(Sonriendo) Está bien. Creo que será bueno para
:
Es en la Plaza de la Constitución. Te paso a buscar,
ambos. EMANUEL
podríamos tomar un café cerca del Forestal. Yo invito. AGNES
:
Buena idea (pausa. Le mira a los ojos. Luego carcajea)
EMANUEL
:
(Dibujando una sonrisa en los labios) ¿Pasa algo?
AGNES
:
No, nada. Es que esta escena es muy parecida a una
que aparece en una película de Subiela, “Hombre Mirando al Sudeste”. Creo que es ésa. EMANUEL
:
(Piensa) Ah, cuando Beatriz invita al doctor Denis a un
concierto y éste invita a Rantés. Ja, ja, ja. AGNES
:
Si
esto
:
¿Quién
fuera
una
sabe
si
novela
hablaríamos
de
cierta
intertextualidad. EMANUEL
en
otra
dimensión
somos,
efectivamente, personajes de una obra que está siendo leída? (pausa). No te preocupes, Agnes, no le pediré al director que me pase su batuta para dirigir la Novena de Beethoven. Ambos ríen. La escena termina con ambos detenidos en el camino, entre los árboles.
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Los Tribunales de Justicia de Santiago de Chile tienen cien pasos de largo por otros ciento treinta y seis de largo. El antiguo congreso de la república ciento cuarenta de frontis por ciento treinta y cinco de fondo. La Academia Diplomática ciento cuarenta de frente por ochenta de fondo. El puente que une las calles Manuel Rodríguez y Catedral posee sesenta y seis pasos.
Abel Aguad camina por la vereda sur de la Plaza Brasil. Había viajado a Brasil a realizar un reportaje sobre un extraño fenómeno ya ocurrido en Colombia: la lluvia de sangre caída sobre un poblado rural. La labor del reportero, a diferencia de lo que uno podría imaginar, fue apoyada por una revista independiente y no por la radio en la que laboraba. Con las imágenes aún frescas del hecho surrealista – una de las noches en que pernoctó en el lugar se volvió a repetir el fenómeno- decidió llamar a Mendieta, uno de los involucrados en el caso Elías, para informarle de los antecedentes que había recabado antes de su viaje al extranjero. Le llamó una noche en tanto redactaba los detalles de la noticia apocalíptica y Mendieta le había respondido con cierta tonalidad de voz que no reconoció. No era en exactitud el tono, sino un matiz extra lingüístico, un perfume de su alma que reconoció no andaba bien. Aún pensando en esto, le pidió juntarse en las cercanías de la Plaza Brasil. Se encontraron frente a uno de los puestos se una breve feria de artesanías que se emplaza en el costado este de la plaza. Mendieta estaba más nervioso que la última vez que Aguad platicó con él; apenas había avanzado en lo del tema de su tesis y la sensación era que no la terminaría, entregándose al abismo del fracaso sin oponer resistencia alguna. Pero en medio de la oscuridad había llegado por albur, casualidad, causalidad, coincidencia – o alguno de los apelativos que el lector intérprete pueda designar- a uno de los grupos facebook titulado “yo también me quedé pegado en la tesis”. No había sido una búsqueda, lo reconocía, y ese hecho, lo tranquilizaba más, quebrantando su racionalidad científica, atiborrada con los ataques de la vida que obnubilaban sus pensamientos más positivistas. A qué ocioso se le ocurría crear un grupo así por facebook, reflexionaba, pero en tanto aceptó la invitación e ingresó a ese mundo virtual, pudo leer los pensamientos
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escritos por los trescientos o cuatrocientos miembros y se enteró que se equivocaba; el asunto, luego de ser una responsabilidad no terminada traspasaba el límite de lo estudiantil para incrustarse ferozmente en el ámbito de los desafíos existenciales. Sensible, además, por su miedo a verse involucrado penalmente por el caso del asesinato de Elías – por más lejos que su participación estuviese de la acción delictiva- decidió formar parte de dicha comunidad. Una noche de insomnio, parecidas por lo demás al resto de noches vividas por él en esa espera angustiosa de la resolución del caso, leyó el muro de uno de los miembros del grupo; el mensaje escrito por una conocida versaba:
“Perder el tiempo es, también, perder la vida”. Y estuvo ahí, pegado a la frase por quizás cuánto rato, tanto que el hervidor – que tenía la maña de no apagarse cuando el agua estaba ebullición y, por lo mismo, al hacerlo debía desenchufarse- evaporó casi la totalidad del agua destinada para su café. Mierda. Y el plástico casi fundido. El reloj marcaba una hora. Miró hacia la ventana abierta del sexto piso de su departamento. Las luces del fragmento de ciudad titilaron con lástima hacia él. Empezaba a perder poco a poco las nociones. ¿De quién era el muro escrito con tan capital declaración? Era de un estudiante de pre grado llamado Shai. Ya el nombre le pareció extraño y sorbiendo el café, con la lista de reproducción de Windows media player funcionando – lentos ochentosos anglo- hizo clic en la pestaña información. Se trataba de un estudiante de periodismo de la Universidad Diego Portales. También pertenecía a un grupo de ex estudiantes de la Facultad de Arquitectura de la Chile. Tenía unos treinta contactos; sus fotos triangulaban relaciones bastantes ricas a la hora de armar su historia. Al cabo de un rato, ya sabía la mitad de la vida del joven y eso le trajo pavor; ¿qué si alguien desconocido también por azar husmeaba en sus filiaciones íntimas por motivos diversos, en su información, en sus comentarios del alma, en la miradas de sus amigos respecto a él? Se sintió, de pronto, el personaje de una novela leída por un tipo al otro lado, en una dimensión que ni él mismo sospechaba. En eso estaba cuando recibió el llamado de Aguad. Le explicaba que había llegado hacía poco
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desde el extranjero y, antes de impostar otro tono de la voz, le espetó con cierto pavor o angustia – la relativa al sentirse observado por otro tras la línea- dándole señales de vida, compartiendo el sentir de que los límites del tiempo ya no corrían para él con un estoy relativamente bien con una variación fonética en el verbo. Era lo que Aguad notó y procuró rumiar las horas posteriores tras la plática telefónica. El problema no estaba en todas las palabras; la anomalía yacía en el verbo. Pero no era una cuestión patente, perceptible a la primera oída; era un matiz, un perfume diluido en el aire, una gota de pintura extendida en un pozo; la breve flama de un fósforo en la vasta noche desértica nortina. -
¿Toma una cerveza?
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Bueno.
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¿Conoce el Baires? Es un buen lugar; queda en la manzana próxima.
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Sólo por referencias. También creo que es un buen lugar. Le acompaño.
-
¿Cómo ha estado, señor Mendieta?
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(Piensa tras lo cual suspira cansado) Bien, dentro de lo que se puede, señor Aguad.
-
¿Tiene hora?
-
(Le mira con los ojos ligeramente más abiertos que lo normal) ¿Por qué me pregunta eso?
-
(Perplejo) No, por nada. En realidad nada más quería saber la hora. ¿Le molestó mi pregunta?
-
Ehmmm. No. (Alza su diestra y observa su reloj. Éste, en su percepción – que es, por lo demás, la perspectiva de la cámara- se ve en las tonalidades psicodélicas de los caleidoscopios. El lente se acerca; la música del piano toca notas en intervalos de terceras y quintas, corcheas todas. Mendieta se asusta y actúa como si el reloj le quemara la extremidad) ¡Ah, mierda!
-
(Asustado) Mendieta, hombre, ¿está bien?
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(Avergonzado) Oh… Aguad.. este. Mil disculpas. Verdad, no quise asustarle. No me he sentido bien o completamente bien, se los aseguro. Es eso. Compréndame.
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-
No lo dudo (pausa) Es ahí, al frente.
-
Había pasado a otros bares de aquí, lugares más oscuros, por cierto.
-
El Entrelatas está un poco más allá, en Alameda con Cienfuegos, ¿se refiere a lugares como ése?
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Sí, bares así. ¿Quiere fumar?
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Bueno.
Era media tarde; un par de turistas franceses platicaban en la terraza. El sol, al parecer más grande de lo habitual, dejaba ver su reflejo en los ventanales del local. Al entrar media docena de personas voltearon para ver a los visitantes; viendo nada más que dos siluetas y tras de sí una pantalla anaranjada. Pronto escogieron lugar – una mesa ubicada al costado de una muralla norte- se sentaron y pidieron dos cervezas heladas, las que al cabo de unos minutos, les trajo el mozo, acompañado de un recipiente con maní salado y un cenicero de vidrio transparente. -
Aguad, no se preocupe, esta vez yo invito.
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No. Déjeme invitarle; que esto sirva de apoyo a usted, esperando que todo se solucione a la brevedad y a su favor.
-
Gracias, Aguad. No sabe usted cómo me son precisos estos momentos de remanso. Se lo agradezco de verdad.
-
(Mirándole a los ojos) Tengo algunas noticias nuevas. Pese a que me encontraba de viaje pude conversar con Martínez, ¿recuerda?, el detective.
-
(Deja de beber y le presta atención) Ah…
-
¿Desea escuchar?
-
Desde luego, señor Aguad.
-
Hace unos pocos días Lourdes, la enfermera que en suposición era amante de Zumarán, declaró ante la policía. Los antecedentes que puso aportar son, desde la perspectiva del periodista, odiosamente pobres. Eso les hace sospechar de la mujer. Es una postura. No se tienen más antecedentes, no se puede lucubrar sobre pistas aisladas. O sí, pero sólo hacer literatura.
-
Mmmm…
-
¿Conoció usted a Lourdes?
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-
Sí, desde luego; la vi un par de veces en la oficina de Zumarán. Era su especie de asistente. Quizás la persona con más influencia después de él.
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¿Cree usted que fueron amantes?
-
Eso no me consta. Por lo que pude percibir no existía entre ellos una relación más cercana que la que demostraban. Eso de que tenían cierta filiación sentimental lo escuché después, con toda la batahola de declaraciones tras la muerte de Elías y la de Zumarán. Las palabras al viento son funestas. Si uno no las escuchara podría distinguir las verdades de las mentiras.
-
Es imposible separar los juicios de los prejuicios, ¿a eso se refiere?
-
Claro. Si la pregunta que me hace la hago exclusivamente con mis conocimientos – dejando de lado lo que escuché en pasillos- diría que ellos no tenían más relación que la profesional.
-
¿Está seguro?
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Sí. Seguro.
-
¿Sabía usted que habían sido cuñados?
-
(Frunciendo el ceño) ¿Se refiere a Lourdes y Zumarán?
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Claro.
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No, señor Aguad. Ni siquiera pasó por mi cabeza (pausa). ¿Esta seguro?
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Sí. Seguro.
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¿Cómo lo supo?
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Tras los acontecimientos conversé con gente del hospital, entre ellos Lourdes. Ella lo declaró en medio de la plática que sostuvimos. Se mostró una mujer bastante segura. Estaba muy afectada con lo del incidente.
-
¿Afectada de qué?
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Ehh… de lo que aconteció, Mendieta: la muerte de Elías, el suicidio de Zumarán. Después de tantos años es lógico que sintiera algo de pena por quien fue su jefe. El doctor Zumarán era un tipo respetado y estimado, de eso no tengo duda alguna. ¿Por qué me hace esa pregunta?
-
Cuando un pequeño es castigado por su madre puede sentir pena, a lo menos por dos aspectos: por un lado por el castigo que puede recibir y, por
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otro, porque siente, tras haber hecho la maldad, que ha ofendido a su madre. -
Mmmmm…
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Le quiero indicar que su pena, bien podría deberse no a la tristeza que le ocasionaba la muerte del paciente ni del director del hospital, sino a otras razones.
-
Está bien, Mendieta, pero no tenemos razones concretas, pruebas exactas para afirmarlo.
-
Sí, tiene razón…
-
Es que me indicó Martínez. Posee la corazonada de cualquier investigador policial, la señal de que indagando más sobre la figura de Lourdes, se puede llegar a buen puerto. Pero ella no muestra debilidad alguna y su imagen parece ser la de una muralla inexpugnable (pausa). ¿Le parece extraño que Zumarán y Lourdes hayan sido cuñados?
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Sí. Me pareció algo… surrealista.
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Ahí me sorprendió hasta el pavor extremo.
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(Con los ojos más abiertos que de costumbre) ¿Qué es lo que puede sorprenderle a tal punto, señor Aguad?
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En la triangulación de la historia de Elías habíamos descartado algunos detalles contextuales. ¿Me hace recordar nuestras relaciones a priori sostenidas en nuestra plática anterior?
-
Eh… sí, desde luego. Este, primero: la presencia de Yoshúa, el primo de Elías; su madre Elizabeth y la parienta de ésta, María, a su vez madre del primero. Algo así como la sagrada familia reiterada en los tiempos actuales.
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¿No supo cómo fue acallada “la voz del que clama en el desierto”?
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¿?
-
(Aguad sonríe) Verá. La revista en la que trabajo me permitió ir a cubrir un extraño suceso que consideré lo más insólito en mis diez años de profesión. El medio me facilitó los pasajes y el resto de dinero tuvo que salir íntegramente de mi bolsillo, pero no podía perderme esta señal, ya ocurrida
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con antelación en Colombia. Cuando llegué al poblado de Lourenço la gente estaba volcada en las iglesias, pidiendo a Dios clemencia por sus pecados. Dentro de mis exiguas pertenencias llevaba una Biblia adquirida aquí en Santiago, a propósito de la lectura que hacía las gentes sobre el fenómeno. -
Se le dio una connotación apocalíptica, me imagino…
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En efecto. Por eso necesité llevar el texto. Pero además porque me quedó dando vueltas las relaciones que habíamos armado en nuestra plática anterior y que usted me las explicitó hace algunos minutos.
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No me diga que se está convirtiendo en evangelista…
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No. La Biblia es, ciertamente, un libro interesante. No obstante, ese no es el punto. El asunto que quería compartirle es que una noche, luego de la algarabía y el pavor, se volvió a repetir el fenómeno. Imagínese; por más que uno presuma de racional, un fenómeno así no pasa desapercibido en las emociones.
-
Pero Aguad, seguramente usted me habla de gotas de agua color rojo…
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No, Mendieta, tal y cual se lo estoy declarando: sangre.
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No le creo.
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Verifíquelo; busque publicaciones serias en Internet, opiniones de científicos. Es posible (Aguad sorbe un poco de cerveza. Luego saca del bolsillo de su paletó una cajetilla de cigarrillos. La misma marca de siempre, en su versión silver. Le ofrece a Mendieta. Éste, gentilmente, rehúsa) Bueno. Le decía que esa noche de literal angustia leí el texto y, como no tenía una estrategia de lectura – pues no iba a empezar por el Génesis y asumir una lectura cronológica (qué provecho sacaría para aplacar el miedo leer el asesinato de Abel en manos de Caín)- comencé a leer los evangelios…
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Creo haberlos leído alguna vez, en mi infancia. Creo haberle comentado que también estudié en un colegio de iglesia, pero en mi caso de la congregación de los jesuitas,
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A poco leer llegué a la historia de Juan el Bautista, el preparador del camino del Mesías, la voz de aquel que clama en el desierto.
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-
Un personaje notable. Leí que en su ministerio no hizo un solo milagro, pero fue considerado legítimo profeta por el pueblo judío, mas no precisamente por su aparataje religioso.
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Como siempre, Mendieta. Pero volvamos al punto. La historia de Juan el Baustita, por lo que recuerdo, aparece reescrita en al menos tres de los cuatro evangelios.
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Cuatro perspectivas para una misma historia,
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En efecto. Los énfasis, en todo caso, son diferentes, el efecto mirada; es básicamente los mismo, pero con detalles que abren el objeto a otras dimensiones semióticas. Mateo escribe un texto para los judíos, Marcos para los indoctos – la simplicidad de su lenguaje lo corrobora- Lucas, con lineamientos que lo acercan a un pensamiento un poco más pragmático – él era médico- y Juan, interpreta los hechos para presentarlos a un lector eminentemente gentil…
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¿Gentil?
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Ah… el término bíblico para referirse a un no judío.
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Gracias por la aclaración.
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El asunto es que en un par de ellos se explicita claramente el destino trágico del profeta Elías.
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¿Fue martirizado?
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Sí. ¿Cómo lo sabe?
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La mayoría de seguidores de Jesucristo lo fue. Simple deducción.
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¿Conoce de qué modo?
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No. Verdad lo desconozco.
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Fue mandado a decapitar por el rey Herodes.
-
Trágico, por cierto (sorbe algo de cerveza. Forma aros sucesivos con la humedad de la base del vaso. En eso queda prendido unos minutos hasta que parece golpeado en su conciencia) Aguad.
-
Mendieta, ¿se siente bien?
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-
La forma en que murió Elías. ¿No le parece algo coincidente con lo que nos preocupa?
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Eso no es todo, Mendieta. Luego de nuestra última conversación partí en búsqueda de mi antiguo profesor, el teólogo del cual le hablé. Él me refirió a las señales que anticiparon el advenimiento del Cristo; discúlpeme que hable de temas que parecen ajenos a su interés, pero es necesario hacerlo para armar el argumento.
-
Continúe…
-
Una de ellas era una antigua profecía aparecida unos quinientos años antes de Cristo: la aparición de Elías, como el preparador del camino del Mesías.
-
¿Y hubo realmente un personaje con ese nombre que apareciera antes de la llegada del Cristo?
-
Sí: Juan el Bautista. El primo de Jesús.
-
…
-
Se lo repito: dicho Elías era el hombre que históricamente conocemos como Juan el Bautista – el Elías que había de venir, de acuerdo a las palabras del Cristo- y comparte con nuestro delirante asesinado dos características capitales: el mismo nombre y el mismo parentesco. Pero no tan sólo eso: la muerte del Bautista fue inducida por la amante de Herodes, a su vez, esposa del hermano del rey.
-
¡!
-
No se asuste. Por favor, cálmese.
-
(El rostro desencajado de Mendieta muestra las mejillas palpitar. Luego el exhalar del aire caliente de sus pulmones logra remover las cenizas que descansan en el pocillo de vidrio. Llora).
-
…
-
…
-
(Llorando) USTED HA SIDO CONTRATADO POR LOS POLICÍAS PARA QUEBRAR MI PERSONALIDAD, ESE ES EL PROPÓSITO ¿CIERTO? USTED ES UN
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INFILTRADO DE LA POLICÍA, QUIERE HACERME PARTÍCIPE DEL MONTAJE CONFUNDIENDO
MIS
PENSAMIENTOS,
DERRIBANDO,
MEDIANTE
EL
ASOMBRO, SUS LÍMITES.
-
Por favor, Mendieta, baje la voz. ¿Qué prueba quiere que le haga? No trabajo para los idiotas soberbios de la policía (tomando las solapas de su interlocutor) Escúcheme: he soñado toda la vida con ser un periodista de excepción; no estoy aquí para que el poder me ponga la pauta y leerla frente a un micrófono (pausa. Reacciona; se percata que se columpia su emoción entre los límites de la violencia y la cordura. Suelta la ropa de Mendieta y luego carraspea). Perdóneme, Mendieta – chucha, qué mierda estoy haciendo- verdad. No he descansado bien, vengo llegando de un largo y traumático viaje.
-
(Volviendo a la normalidad) Perdóneme Aguad. Verdad. Lo entiendo; soy yo el que está sensible. No debo dudar de usted; ya es bastante que se dé un tiempo para escucharme y abrirme un camino para demostrar mi inocencia. El dato crudo que usted me ha presentado simplemente me ha descolocado. En realidad eso es decir poco. Eso es más que una coincidencia.
-
Usted lo ha dicho.
-
Creo que las líneas de investigación están trazadas. No hay miedo que nos pueda doblegar. Si piensa lo mismo que yo, habrá llegado a la conclusión que, de acuerdo a la inter realidad – por no decir intertextualidad que es un término de los estudios literarios- Lourdes sería, sino la autora intelectual, al menos la inductora del asesinato de Elías.
-
¿Cuál sería la razón de su cometido?
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El profeta le habría dicho que no era lícito tomar la mujer de su hermano. La historia calza con exactitud. Si esto fuera una novela, hablaríamos de intertextualidad.
-
¿El texto bíblico y nuestra historia?
-
Sí // El asunto es, ahora, demostrar que la mujer está detrás de todo.
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-
Eso es complicado. Hasta el momento, de acuerdo a lo que usted señala, ella no ha dado señales de debilidad. Jamás reconocerá su participación en el incidente.
-
Puede ser. La idea es recrear sus actos previos al asesinato. En eso usted me tiene que ayudar.
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¿De qué modo?
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Santiago de Chile – y el mundo- está lleno de dispositivos de control, triviales para la vida contemporánea. Están allí, usted los puede ver: cámaras en los supermercados y calles, fotografías en las autopistas que registran el número de patente de los automóviles, cajeros automáticos que guardan en sus archivos la transacción, su hora y fecha, dispositivos GPS en los teléfonos celulares que marcan el recorrido de las gentes mediante un plano satelital. Pero el asunto no termina ahí, hay detalles personales de los individuos que pertenecen al dominio de redes de información: lo bancos de datos de las empresas, conocen los antecedentes comerciales históricos de los sujetos de la ciudad; las cuentas de correos electrónicos manejan los datos, el historial de los computadores. El mismo Facebook: posee los mínimos detalles de los individuos, sus relaciones fraternales, sentimentales, sus fotografías íntimas, su posición política, religiosa, sus artistas preferidos. Si hay alguien que controla Facebook, ese alguien también podría controlar el mundo.
-
¿Cómo podemos desentrañar el misterio?
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Meternos en la vida de Lourdes. Entrando en su vida encontraremos pistas que nos ayuden a llegar a la verdad, corroborar empíricamente la hipótesis que nos sugiere esta intertextualidad…
-
Interrealidad, querrá decir…
-
Ah, sí, desde luego… ¿Se maneja en computación?
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No. Con suerte el uso de procesador de textos y algo de navegadores de Internet.
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En realidad eso no nos sirve de mucho. ¿No conoce a alguien que pudiera ayudarnos?
-
(Mendieta piensa, pero en los rincones de su memoria escasea información que ayude a responder positivamente. Luego, empero, una especie de iluminación, se asoma como un rayo en su conciencia). Aguad, creo que sí.
-
¿Es alguien de confianza?
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Creo que sí. Pero apenas le conozco. Es también periodista.
-
¿Cercano de la Universidad?
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No. Verá: Soy miembro de un grupo en Facebook y… ¿Desea otra cerveza?
-
¿Por qué no?
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(Al mozo) Por favor, dos más. (A Aguad) Le cuento…
El sitio del suceso, la habitación de la Clínica Alemana de Santiago, permaneció cerrada,
a expresa solicitud del director, en tanto se nombró a una comisión
investigadora conformada por cuatro médicos de reconocida trayectoria. La pequeña, luego de experimentar la milagrosa mejoría fue aislada y sometida a una serie de exámenes médicos que no hacían sino refrendar su sanidad, por medios que superaban a las explicaciones que los hombres de ciencia podían exponer. En los medios de prensa se filtraron algunas fotografías del lugar y un par de fotógrafos repararon en el detalle que, luego, se transformó en tema obligado de conversación de la opinión pública: las imágenes de dos beatos asomaban desde el interior del tacho de basura del cuarto. ¿Tenía relación ese cuadro simbólico con la mejoría portentosa de la pequeña? Nadie se explicaba cómo se había ocasionado ésta, aún cuando hubo testimonios de algunas enfermeras y personal de turno, de haber sentido algo peculiar en el ambiente. Estaban las otras declaraciones del equipo técnico del recinto que mediante los archivos de sus equipos y aún las cámaras de seguridad, indicaban el extraño fenómeno de variación de voltaje y la presencia de personas ajenas a la clínica en la hora en que ocurrió el asombroso suceso.
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Mientras esto sucedía, una serie de incidentes con características sacrílegas congregaba la atención de los ciudadanos en torno a las catedrales y santuarios. Un grupo de personas, aprovechando la ausencia de feligreses en dichos lugares, osó arrojar combustible en las imágenes religiosas de a lo menos cuatro iglesias y luego prenderles fuego. Estos acontecimientos fueron tangencialmente relacionados con el cuadro simbólico del cual se hablaba más arriba – a saber: las fotografías de los santos asomando en el tarro de basura ubicado en el cuarto de la niña milagrosamente sanada- empero, al no poseer puntos de comparación demasiado evidentes, nada más fueron tratados como especulaciones por parte de los periodistas y reporteros que abordaron el caso. Cuando la niña terminó el proceso de estudios y exámenes (cinco días después), guardó hermético silencio sobre lo que había acontecido durante esa noche. Recordaba vagamente los detalles, la relación de personas que le habían visitado en dichas horas. Es decir, podría virtualmente reconocerlas. Una psicóloga, enviada por la dirección del hospital y uno de los miembros de la comisión investigadora, le visitaron un a tarde de viernes a las cinco de la tarde con veintisiete minutos. Llevaba, el médico, la fotografía de los empleados, enfermeras y médicos que trabajaban en el piso y, eventualmente, pudieron tener algún contacto con ella. El asunto estaba en que la pequeña apenas recuperaba la capacidad de verbalizar y emitía algunos sonidos, por lo que el reconocimiento se dificultaba. Pero el lenguaje era una facultad que no se perdía, señalaba la psicóloga, sólo debemos dar momentos para que exprese, de acuerdo a sus mecanismos disponibles, lo que siente y piensa. Así fue. La psicóloga con voz pausada le explicó que debían conocer qué factores, acontecimientos o personas, incidieron en su recuperación milagrosa. La muchacha hizo un gesto en el rostro que denotó entendimiento frente a la declaración de la profesional. Luego le mostraron, una a una, las fotografías de quienes laboraban en el nivel de la clínica, mientras ella apuntaba dificultosamente el rostro de los médicos y enfermeras que solían atenderle, corroborando la hipótesis que los investigadores no querían esgrimir: en el portento no habían participado entes externos.
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Pero luego de reiterar unas cuatro veces el ejercicio, con lapsos prolongados de tiempo entre uno y otro, sentían que la niña quedaba inquieta, con los ojos nerviosos como dos insectos que persiguen con su rotación furiosa la luz de la luna. Los médicos dedujeron que algo andaba mal y debían llegar a ese punto, pero debían flanquear una gran dificultad: la incapacidad para hablar de la pequeña. Luego del ejercicio sólo una cosa quedaba clara: dentro de las fotografías faltaba la imagen de alguien o algo, elemento clave para entender los pormenores del milagro que se había gestado. El primer incidente relacionado al reconocimiento tuvo lugar en el hospital, un día antes que permitiesen salir a la niña para continuar con su recuperación absoluta en casa. Un grupo de estudiantes de la carrera de Medicina
de la Universidad
Católica – cuatro mujeres y un hombre- caminó por los pasillos del cuarto nivel, en tanto la niña observaba por la ventana, junto a su madre, la montaña y la ciudad a sus pies. En un momento, al percibir el estímulo que representaba el acercamiento del grupo, la muchacha volteó la mirada para ver quién se aproximaba y pronto, un detalle de esa imagen – el grupo de jóvenes caminando por el corredor- le soliviantó a tal punto que comenzó a emitir fuertes ruidos, acompañados de convulsiones que fueron entendidos por los médicos que se acercaron a socorrerla como señal de que deseaba comunicar algo con desesperación. El segundo lance, que acercó a la familia y a los médicos investigadores a los límites de la perplejidad absoluta, tuvo lugar en los jardines de la casa de la muchacha, un día viernes por la tarde. Uno de los trabajadores de su padre, había dejado olvidados sus zapatos de trabajo a un costado de un cuarto de herramientas emplazado en el patio trasero, entre un añoso palto y la piscina. Ella miró aquellas prendas con extrañeza y luego, al llegar Ana, la asesora, le apuntó con cara de pena – según la declaración de la mujer- y con desesperación al mismo tiempo, el par de zapatones de obrero pobre. He ahí dos pistas, nada más sugerente, nada más irasciblemente misterioso. La familia y el cuerpo médico, en la más absoluta de las incertidumbres.
-
¿Por qué razones ustedes querrían entrar al departamento de Holz?
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-
Fui a colaborar con él en un proyecto. Estaba la puerta entreabierta, por curiosidad entré. Todo estaba desordenado. En eso mi amigo me llamó y le conté lo que pasaba. Luego de un rato llegó la policía. Nuestra intención no era robar. Compruebe si nosotros forzamos la puerta.
-
Lo sabemos. Hay antecedentes de movimientos extraños media hora antes de que el testigo reportara la presencia de ustedes. Por esa razón como abogado defensor creo que tenemos las pruebas para que no los formalicen, en tanto trabajo con la policía para llegar a los responsables del atentado.
-
¿Un atentado?
-
Sí.
-
¿Usted lo dice por los rayados escritos en los muros del departamento?
-
Ehmmm… En parte. Pero hay una historia previa que lo complica judicialmente. Pero es nada más que una especulación. Hay investigaciones que pesan sobre él, pero no sobrepasan dicho estatuto.
-
¿Me la podría compartir?
-
Me temo que no.
-
¿Tiene que ver con algo relacionado a alguna parafilia?
-
¿Parafilia?¿Holz tiene algo que ver con eso?
-
(Lo mira a los ojos con dureza) No puedo decirle.
-
(Sonríe) Bueno, no importa. Usted me lo ha sugerido. Gracias.
-
(Ofendido) Usted también me ha insinuado algo, eso es mejor que nada. Además manejo en mi cerebro imágenes y olores vistos esa mañana en el departamento de Holz.
-
Ja, ja, ja. Usted se olvida que estando cercado el sitio del suceso, bien puedo solicitar autorización a los organismos pertinentes para entrar y salir sin ningún reparo.
-
Sin embargo yo, señor abogado, sé de los objetivos, sentires e ideales del doctor Holz. Voy adelante un paso en la investigación.
-
Eso tendría que comprobarse.
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-
¿Sí? ¿Lo duda?
-
Lo digo con total seguridad.
-
Pues bien, ¿la investigación de la que usted me habla refiere a la adquisición por parte de Holz de un texto o documento en forma ilícita?
-
(Sorprendido
y
contrariado)
Estimado.
Tengo
trámites
que
realizar.
Excúseme. (sale rápido de la sala. Shai lo ve perderse entre los ventanales del juzgado).
Al inicio de la década del 90, Steve Jackson, diseñador nacido en Estados Unidos en la década del cincuenta, empezó a trabajar en un juego de cartas que sería un éxito de ventas y una de las muestras claras de que el plan de un Nuevo Orden Mundial, se empezaba a gestar, a mano de un grupo de hombres cuyo propósito, en rigor, era el de controlar el mundo. La leyenda señala que los servicios secretos estadounidenses ingresaron a la compañía donde Jackson trabajaba el diseño de su juego titulado INWO (Illuminati New World Order) y, amenazado por la verdad que sería revelada en el juego, confiscaron un par de computadores, impresoras y material investigativo del equipo liderado por el diseñador. Recién en 1995, y luego de un juicio ganado a favor de la compañía (que estuvo a punto de la quiebra), Jackson pudo publicar el juego cuya composición consta de alrededor de cien cartas, cada una de las cuales, anuncia los estados y calamidades del mundo en el futuro imaginado por él. Los naipes, dramáticamente, han anunciado con inusitado rigor, algunos hechos que han sucedido en el mundo contemporáneo, pero, en realidad, no hacen sino, refrendar con ajustada acotación las páginas de la Biblia, en lo que respecta al libro de Apocalipsis. Las cartas más memorables, ejemplo de la sentencia anunciada en el párrafo anterior, son: 1. CONTROL DE LA POBLACIÓN
:
A
decir
verdad,
la
traducción
más
acertada al idioma español sería la de “Reducción de la población”. La palabra “reducción” bien tiene una connotación de dominación, control o decrecimiento.
229
Simbólicamente implicaría una disminución de los derechos de los ciudadanos, a favor del crecimiento del poder representado por líderes con características dictatoriales, pero también la disminución de la población mediante planes menos evidentes como la creación de enfermedades y otros planes no menos diplomáticos de autorregulación. La imagen que aparece en el naipe sugiere dos torres sobre las cuales asoma una especie de rostro cadavérico formado con humo. Expertos teólogos y ex satanistas señalan que dicha faz está claramente relacionada a los sacrificios de cultural antiguas – incluida la judía- al dios del fuego (Moloc). La interpretación que algunos dan a las figuras vistas en fotografías de las Torres Gemelas quemándose – extraordinariamente parecidas a las que seis años antes lo anunciara Jackson
en el naipe que comentamos- indicaría que la destrucción
mediante el fuego sería una especie de sacrificio de los Illuminati a esta divinidad del fuego. 2. ATAQUE TERRORISTA
:
La imagen dibujada en el naipe muestra
dos torres, una de las cuales – la de la derecha- exhibe una gran explosión. Existe una torre más lejana – abajo, a la izquierda- en cuyo extremo superior se erige el ojo que todo lo ve, símbolo del poder del grupo del cual estamos hablando. Si uno compara esa imagen descrita, con la que maneja nuestro imaginario colectivo de los ataques al World Trade Center, se dará cuenta que son prácticamente idénticas. No obstante, no se nos muestra el detalle de un avión impactando el edificio, aun cuando se sugiere que esto fue obra de un cerebro terrorista. Estamos hablando que dicha premonición, incluida la imagen, se realizó seis años antes de los ataques en New York. 3. PENTÁGONO
:
La
imagen
muestra
el
dibujo
del
Pentágono visto desde los aires; se observa la nube de humo anaranjada salir desde el centro del edificio; la imagen es extremadamente similar a la que se vio el 11 de septiembre de 2001, en el que, supuestamente, un avión fue desviado de su ruta para impactar en el lugar. Existe en Internet un documental que echa por tierra la participación de terroristas en esta escena; sin embargo, aun cuando estas fuerzas
230
no hubiesen planificado este ataque, la premonición hecha por Steve Jackson en su juego, no deja de erizarnos la piel. 4. CENTRO PARA EL CONTROL DE LAS ENFERMEDADES :
Tratando
de
entender el pensamiento de los Illuminati, Jackson incluye en una de sus cartas una especie
de
institución
“salvadora”
para
contrarrestar
las
enfermedades,
entendiendo en esa época que las armas biológicas iban a ser usadas, paralelamente, para la guerra en los días posteriores. En efecto, en la actualidad los gobiernos de los países poderosos trabajan afanosamente preparándose para un escenario hostil en el plano de la guerra de dimensiones biológicas. Pero no tan sólo eso: a través de esta premonición se nos indica que esta institución promoverá la agresión dentro de dichos límites. La inscripción de la carta, traducida al castellano explica el vaticinio: “Al actuar, el Centro para el Control de Enfermedades puede suministrar alivio a una desvastada localización (…) Si el Centro para el Control de Enfermedades hace un ataque directo o destruye un Lugar, podrá usar la guerra biológica y puede sumar quince puntos por su ataque”. 5. EPIDEMIA
:
La
inscripción
del
naipe
señala:
“¡Desastre!: Esto consiste en un ataque para destruir cualquier lugar. No puede detener esta acción. Su energía es 14. No es un ataque inmediato; es posible que otros grupos interfieran su estado de normalidad. Si la arremetida tiene éxito, se devasta la tarjeta. Este ataque puede no destruir la tarjeta en la actualidad”. El texto vaticina una epidemia cuyo advenimiento no será percibido, pero con el correr del tiempo, sus efectos serán desastrosos. El resto es nuestra interpretación: ¿no están los productos comestibles, llenos de agentes cancerígenos señalados con letras negritas? ¿No crece el cáncer, en sus diversos tipos, a pasos agigantados alrededor del mundo, diezmando lentamente a muchos quienes nos rodean? ¿no será esto, señor lector, la epidemia silenciosa nos habla Steve Jackson en su juego de rol? ¿Estarán los grupos de poder – en especial la elite de la cual estamos hablando- detrás de éstos y los denominados alimentos transgénicos que ocasionan daños irreparables a la salud?
231
6. REESCRIBIENDO LA HISTORIA
:
El liderazgo Illuminati tenía claro que las
nuevas generaciones de norteamericanos necesitaban sacarse de su mente los cuestionamientos referentes a la sociedad, la moral y la vida cotidiana. ¿Cómo? Reeducando, amoldando la mente de los ciudadanos, de tal modo que todo lo que dijeran los gobernantes pudiese ser obedecido por ellos, sin cuestionar. ¿No le parece extraña la abulia del pueblo norteamericano? ¿Acaso protestan cuando algo va mal, cuando le meten guerras que no les pertenecen y deben pagar, acrecentando el capital de los grupos de poder? Es porque creen la historia que han reescrito los Illuminati desde 1911, quienes empezaron
de las editoras que
publicaban los texto de estudio, de este modo influir en la conciencia de los estudiantes; para el tiempo de la Segunda Guerra Mundial ya eran dueños de la totalidad de aquéllas; con la estrategia, dueños absolutos de la educación, adornaron el currículum educativo, adaptándolo al pensamiento de “corderos” que pertenecen a un rebaño. El plan se estaba cumpliendo y, seguro, seguirá perfeccionándose en desmedro de los ciudadanos de la nación que dice poseer la democracia más consagrada del planeta. Hay muchos otros naipes que pertenecen a INWO y que no hemos anexado a los comentarios expuestos, pues eso sería quitar protagonismo a lo esencial. Esta información ocupa este espacio dentro de la totalidad del texto con su propósito. Sin embargo, no se explicita pues es el lector es quien, de acuerdo a su particular lineamiento de lectura, sabrá para qué es útil.
Antes de acercarse a Holz, antes de atacar en su intimidad, desnudando los detalles nimios de su existencia, supieron lo del ataque al departamento y quedaron suspendidos en las ansias, odiosamente frustrados, a centímetros de un paso que hubiese acortado la distancia para el fin de la investigación que llevaban a cabo. Lo comprobaron al llegar una mañana al edificio de departamentos, notando la inquietud, el aire enrarecido, la gente que se asomaba en tanto los policías cercaban el lugar – la consulta de Holz – sacando a dos jóvenes bien vestidos que, a la usanza de los delincuentes que tienen su minuto de fama en los noticiarios
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policiales, se cubrían el rostro, y bromeaban nerviosamente entre sí – chucha, como en las noticias/ parece que las cagamos- y ellos acercaban sus oídos a las pláticas que susurraban los cercanos. Ahí se enteraron que la policía intentaba ubicar al psiquiatra discando el número proporcionado por la hermana de un muchacho, quien curiosamente manejaba el número del celular de psiquiatra que, sin mediar timidez, entregó a su hermano y éste, a su vez, a un policía. Pero los esfuerzos fueron inútiles. ¿Pretendían los jóvenes robar en el despacho de Holz, el supuesto descendiente de David – traidor nazi del pueblo judío? Más bien la pregunta era ¿qué hacían ahí? ¿Buscaban algo, no precisamente cometer un acto delictivo? El acento de sus voces, el modo de caminar, sus formas de vestir, lo sugerían. Pero no era nada más que una reflexión rápida. Lo que sí debían hacer Mikhael y Gavriel era, de algún modo, seguir la pista de los muchachos (irlos a ver al lugar de detención, esperar que salieran en libertad) y, de ese modo, conocer los propósitos que tenían al irrumpir en la vida de Holz. Pero todo debía parecer un accidente, una casualidad; mostrar el menor interés, llegar a sus vidas y preguntar. Ya tenían otra línea de investigación. En tanto esperaban que la policía saliera del lugar – fijándose en la jurisdicción de los automóviles- se dieron media vuelta y caminaron a una librería que se ubicaba en la vereda frontal. Desde ahí un joven de lentes negros gruesos también contemplaba con campesina curiosidad el espectáculo policial, premunido de una pipa de madera color ébano. Entraron. El dependiente reaccionó y, rápido también ingresó, dejando la pipa en un escritorio repleto de papeles y tomos. -
¿Desean ver algo?
-
No, nada más pasábamos por este lugar – Gavriel sigue oteando al otro lado de la calzada, pero trata de hacerlo con disimulo.
-
¿También tienen curiosidad de saber qué pasó?
-
¿Qué pasó de qué? – dice Gavriel, haciéndose el desentendido.
-
Lo digo porque ustedes estaban cerca del edificio.
-
Ah, bueno, es porque hay un poco de inquietud en el sector. Estaba la policía deteniendo a un par de muchachos. Algo pasó.
233
-
Uno de los tipos que llevaron en la patrulla
estuvo aquí hace un par de
horas. -
¿Sí? ¿Lo conocía?
-
Lo había visto un par de veces. Era pololo de una chica que vive en el otro edificio, verá usted, allá a la vuelta, por José Victorino Lastarria. También, por lo que sé, es cercano de un conocido mío.
-
Usted no sabe absolutamente nada (sonríe).
-
Verá, soy algo… voyerista.
Mikhael, de tanto en tanto ha estado trajinando con sus ojos el escritorio de trabajo y ha encontrado textos de Méndez Carrasco, novelas del Boom, Benedetti, Watchman Nee, Lutero y Wesley. Suena en el ambiente la Novena de Beethoven, casi como un susurro de una plática entre dos ancianos. -
¿Voyerista?
-
Me gusta escribir. El mirar es parte de la labor de un escribidor. Escucho también conversaciones en el metro. Disfruto viendo cine.
-
¿Conocía usted a los jóvenes que fueron detenidos por la policía?
-
Sí. Uno de ellos estuvo aquí hace un rato atrás. Pololeaba con una chica que vive en el edificio de la vuelta, por José Victorino Lastarria. La muchacha solía visitar la consulta del psiquiatra judío. Él venía a comprar libros aquí.
-
Usted prácticamente lo sabe todo (sonríe).
-
Se lo dije. No puedo abstraerme de observar, de conocer, de entrometerme en la vida de otros y luego fabular.
-
Ahí tiene una potente historia para escribir una novela.
-
O el guión de una película. //
-
¿Qué motivación tenía el muchacho para haber estado ahí?
-
(Piensa) ¿Son ustedes de la CIA?
-
(Gavriel se incomoda. Quizás lo toma como una ofensa) No.
-
Tienen todo el talante.
-
¿Perdón?
234
-
No, les decía que tienen pinta, el aspecto… the form.
-
Ah. Excúsenos, nuestro castellano no es de los más ortodoxos.
-
¿Por qué les interesa saber lo que sucedió? ¿Tienen algunos intereses creados?
-
(Mikhael observa a Gavriel, desea mentir pero no puede. Algo había pasado luego del encuentro con el predicador, días atrás y el ejercicio del ardid ya le repulsaba. Pensó, además, que aquel joven, era un ser de confianza. Al parecer los ojos de Gavriel le dijeron lo mismo). Verá: investigamos a Holz. Somos contratados por una persona que desea levantar un juicio contra él.
-
No le pedimos que se inmiscuya en la vida de él, sino, más bien, que nos señale aspectos de su vida cotidiana, cuáles son sus ritos. Eso es todo.
-
Hummmm… Es bastante poco lo que he platicado con él. Me ha comprado algunos libros de psiquiatría que el dueño del local trae de sus viajes a Europa. Es un tipo que, sin ser misántropo, guarda recelosamente su intimidad.
-
¿Qué relación poseía el joven que vino esta mañana y el doctor?
-
(Piensa) No sé. La filiación más evidente era que su ex polola -estoy lucubrando, puesto que no me consta al cien por ciento que ambos jóvenes hayan terminado su relación- era paciente del psiquiatra. (Se detiene y fija sus ojos en un punto x de la librería, pero no mira hacia fuera, sino, hacia dentro). Esperen. Cuando él estaba aquí recibió una llamada.
-
¿Se recuerda qué respondió el muchacho?
-
No. Se tapó la boca para replicar. Me fue imposible. Además en ese rato ya había empezado a escribir. Estaba concentrado en otras cosas. Si hubiese sabido que horas después le tomarían preso, entonces esos detalles hubieran cobrado la importancia que ahora ustedes le dan. El pasado importa cuando el presente expone ciertos conflictos.
-
¿Esta librería posee cámaras de seguridad?
-
Sí.
-
¿Cree usted que nos podría mostrar las imágenes?
235
-
Podría ser, pero ellas carecen de sonido. Quedarían básicamente en el mismo punto (pausa). Si desean, podemos verlas, pero tendría que ser al final de la jornada, siempre y cuando el jefe no esté presente. ¿Les parece?
-
Gracias. Lo que usted hace es impagable.
-
Vengan a las nueve. Los espero.
-
Estaremos a esa hora. Nuevamente gracias.
La fotografía de perfil mostraba su rostro cortado por la mitad. Ella miraba hacia abajo; la estética era el desenfoque, los colores traslúcidos, al parecer una fotografía sacada con una cámara de teléfono celular de poca resolución. Si uno conocía a la mujer, en todos sus contornos, claramente podía distinguir éste, sin embargo, para alguien que no, el rostro de ella mostrado parcialmente en el retrato confundiría la percepción futura. En la pestaña Muro, había una decena de mensajes escritos por los contactos de ella – unos veinticinco- entre los cuales se contaban los que siguen:
Lou!!!! Como estás tanto tiempo, mujer. Te mando un fuerte abrazo y muchas felicidades para tu hija que está de cumpleaños.
Feliz, feliz en tu día, amiguita que Dios te bendiga, que reine la paz en tu vida y que cumplas muchos mas.....tía Pancha.
Había pensado en colarme, pero va a ser complicado porque yo todavia estoy en clases hasta el 21 de diciembre:( Me recordé del cumpleaños de la Tiare... :D quiera Dios que lo pase bien ¿Van a hacer algo? Las he echado muuuuuuucho de menos ojalá nos veamos pronto para navidad?? Año nuevo? O vacaciones?
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Hola Lourdes,
amiga mía. Te me perdiste y no sabia ni tu email. Estuve
interrogando a Antonio pero ni me pescó. Tengo una foto de Tiare en mi billetera de cuando era muy pequeña, verdad. No puedo creer que ya tenga dieciséis años. Felicidades. Mándame fotos para re – conocerla (ja, ja, ja) . Un besito. Te quiero mucho amiga y no te me desaparezcas de nuevo.
¡ 16 ! wua es algo súper loco. Es increíble cómo pasa el rato, recuerdo que ese día en santiago: hubo un temporal de viento con mucho líquido,
rayos y truenos,
¡Como en las películas de terror! recórcholis que es cabrón el tiempo. Muchos cariños a Tiare y un fuerte abrazo a ti.
Lourdes!!!
FEliz cumple al la Tiarel!!! que lo pase xanxo
Besitos Shao
Hola Lou: bien??? y la Tiare?, espero que bien. oYE MANDAME TU CEL PA QUE HABLEMOS UN RATO, YO PERDI TODOS LOS CONTACTOS, SI PUEDES MANDAME EL DE LA Mónica TB. EXTRAORDINARIOS ABRAZOS
Hola Lou! que rico saber de ti. Vi a tu tía que te escribió y me animé a hacerlo.
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Me reconforté mucho al saber de que estás muy bien. Mándame tu fono pa que nos comuniquemos. Te mando un abrazo y un beso.
El Facebook contenía nada más que una foto; en la imagen: Ricardo con pantalones amasados blancos, zapatos Pluma y camisa rosada abierta hasta el tercer botón superior; una rabiosa cabellera coronaba su cabeza y, en el rostro unos lentes Ray Ban de gota grande, verde militar. A su costado, vinculada con él a través de su mano izquierda Lourdes, con la mirada vidriosa perdida no en la vista del espectador (la perspectiva del fotógrafo) sino en algún objeto o ser ubicado arriba y a la izquierda de él. Ella viste jeans nevados, alpargatas de diversos colores, camisa cuadrillé – como las que solía usar Lindsay Wagner en “La mujer Biónica” - y un par de cuadernos y carpetas en la izquierda. El lugar bien podría ser los jardines de una universidad y, en efecto, los elementos del contexto así lo sugerían: los azulejos circulares del piso, los dos jóvenes de barba y chaleco con dibujo de alpacas detrás, sentados en el pasto de la plazoleta interior, el cartel de un concierto de Fernando Ubiergo en una de las murallas cercanas. ¿Qué sugerían los rostros de aquellos dos amantes cuyas manos entrelazadas sugerían un romance en flor y tras de esto una infinitud de líneas argumentales para imaginar? ¿Qué era lo que observaba la mujer, con los ojos tristes; el volar de un ave por la facultad, la discusión de dos amantes, los carteles que insultaban a la dictadura demoníaca? ¿Por qué subir esa fotografía a su Facebook, no podría haber sido una en la cual apareciera con su hija, que fuese más actual, que no evidenciara los colores de la melancolía en un episodio vital de juventud? ¿Qué vínculo psicológico poseía aquella imagen y la de su perfil; buscó la armonía de su alma, esa coherencia que todos reflejamos, no a líneas externas sino como la demostración de una mecánica particular, espontánea y clara? Ahí estaban los elementos dispuestos; extrañamente a la vista y paciencia de todos los usuarios de la red, quizás una desinteligencia de la mujer, o tal vez, un detalle fríamente planeado. No cabía otra labor más que leer entre líneas, investigar a
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quienes escribieron en el Muro de la mujer, descifrar cada mínimo detalle de la fotografía y leerlos con la ayuda de la información de los hechos presentes.
-
Es un estudiante de posgrado de la Universidad de Chile.
-
¿En qué área?
-
Es médico, pero se especializa en Psiquiatría adultos. Se quedó pegado en la tesis, igual que yo.
-
Chucha, son más de los que yo creía. Y, ¿por qué el contacto? ¿el tipo está buscando a un psicópata pa estudiarlo?
-
Pa que ésa, Víctor. Anormal, pero sin patologías. No sé por que chucha salió el tema del predicador. Parece que el culiao me habló super achacado sobre el caso de un tipo que mataron en el hospital psiquiátrico. Está algo vinculado al caso porque su profesor guía fue el que supuestamente mató a un paciente y luego se suicidó.
-
Toda una novela…
-
De más… empezamos a chatear porque yo le dije que me había quedado pegado en la tesis, pero no en el área de las ciencias sino en las humanidades. Ahí me preguntó qué hacía y le respondí que estaba a punto de graduarme de periodista. Él entonces me dijo que un amigo suyo era periodista. Ahí me contó el dramón. El mundo es chico, compadre: el asesinado era primo del predicador.
-
No estí…
-
La dura. Yo le dije lo que estábamos investigando, así que igual quedé pa dentro. Me invitó a tomar un café cerca del forestal. Le hablé de ti, de Agnes, del predicador, de un psiquiatra – fíjate la coincidencia- y me pareció genial que pudiésemos aportar datos y recibir también información a cambio.
-
Pero ojo: no podemos entregar así como así nuestro esfuerzo. Aun no sabemos quién es. ¿Cómo sabes si no es un tipo que trabaja para Holz?
-
¿Tú crees?
239
-
No hay que bajar la guardia. Todo ha sido extraño desde un tiempo hasta ahora. No me sorprendería encontrarme con un nuevo pastel dentro de este entramado. ¿Te preguntó por qué investigábamos o, mejor dicho, por qué investigas?
-
Mmmm… Le dije que por una preocupación de orden profesional. Le metí cuento con el asunto de la tesis. Ahí el tipo se mandó el carril: qué buena onda, él estaba también en lo mismo, pero desde un punto de vista científico.
-
Fue una respuesta acertada. Si es un títere de Holz lo desenmascararemos…
-
Si es un títere del judío bien podemos llegar a su escondite usándolo a él.
-
¿Y si no?
-
Nos proporcionará información relativa al predicador.
-
(Pausa) ¿Te das cuenta dónde hemos llegado? Te pedí nada más que me dijeras quién era ese culiao con el que mi mina me estaba cagando y ahora estamos en todo este hueveo…
-
Esto es de antología. Pero si quieres, puedo parar, todo termina aquí y te devuelvo tus cosas.
-
No. No podría vivir con la duda, saber a quién amé durante tanto tiempo y aún sigo amando (piensa). Chucha, me salió madre.
-
¿No se te ha ocurrido dónde puedan estar Holz y Sanguinetti?
-
Para mí todo es un montaje. Puede ser que hayan ideado esta especie de atentado en su contra para desviar la atención de las posibles acusaciones pederastas contra el primero.
-
A ver, Víctor, déjame deshilvanar un poco el cuento: estamos seguros –o casi seguros- que ese tipo es un pervertido, pero de ahí a que sea perseguido por la justicia hay una enorme distancia. ¿Quién lo podría perseguir y por qué?
-
A mi modo de ver, era perseguido por ciertos grupos nazis; me lo sugiere la fotografía que tenía en su despacho. ¿Te recuerdas?
-
Ah, la foto en blanco y negro de los tres tipos.
-
Claro.
240
-
Se me ocurrió que uno de ellos era Holz, pero los otros ¿quiénes eran?
-
Ah, el del extremo era Sanguinetti, el amigo que estuvo ayudando a construir la máquina del tiempo. El viejo del medio, el de más edad, es Nillsen…
-
Ah, el psiquiatra nazi del que me hablaste en el Latas…
-
Claro. La pregunta es ¿cómo obtuvieron los documentos de Nillsen, es decir, los planos para construir la famosa máquina?
-
Simple: cuando trabajaron con él en la Escuela de Medicina,
-
Es decir hace unos cuarenta años atrás.
-
Claro.
-
Es que no me calza el razonamiento. Si fuese de ese modo, ¿por qué esperar tanto para erigir ese mamotreto tecnológico?
-
El tiempo es cabrón, nadie puede entenderlo. Tuvieron líos, no estaban las concisiones, no tenían las explicaciones del mapa.
-
Pero eso se contradice con la declaración de que poseían los documentos. Quizás los tenían en su poder, pero no los podían interpretar.
-
Y necesitaban una especie de documento anexo…
-
Una piedra Rosetta para los jeroglíficos…
-
Un Libro de Mormón para La Biblia…
-
Seguramente faltaba dicho documento y ahora, pasado el milenio lo pudieron obtener.
-
¿Y cómo?
-
La pregunta primera es quién o quiénes pudieron haber manejado algo así.
-
Los nazis, desde luego.
-
Pero estos viejos son judíos.
-
Es lo que dijeron. Pero no nos consta. ¿Cómo sabes si es parte del plan, de la conspiración o del complot?
-
Por favor, si esto no es el Código Da Vinci (pausa. Ha sido un poco hiriente en la declaración y lo ha sentido así) Disculpa (nueva pausa). Tenemos que
241
ir apartando los puntos Holz estaba siendo investigado dicha investigación podría entregarnos información útil y confiable. -
¿Y si vamos de nuevo al departamento?
-
Chucha, te gustó irte detrás de la patrulla.
-
Es la única manera de tener algún documento, cartas recibidas, fotografías.
-
Sí, sería útil, pero también imposible (piensa) ¿Pero este viejo no es usuario asiduo de Internet?
-
Sí, pero en la red, uno no es uno, sino el personaje que crea, una forma de desdoblamiento. Menos los pedófilos.
-
Está bien, en eso estamos de acuerdo, pero aún así quien crea sugiere, entre líneas, sus anhelos, frustraciones, proyecciones.
-
Sí, puede ser, pero el discurso no será más que una obra inorgánica, tendiente a poseer una infinidad de interpretaciones.
-
Podríamos crackear su email.
-
Mmmmm… Es posible que el viejo tenga más de una cuenta de correo. Deberíamos llegar a la cuenta “principal”, no a las de fantasía.
-
Usualmente uno crea varias cuentas, de acuerdo no sé, me imagino que a las funciones: el lado serio de uno, el lado lúdico, para ser infiel, para simular ser otra persona, para inscribirse en un foro y recibir todo el correo no deseado en aquélla, de tal modo que la cuenta “principal” se libre de los odiosos spam.
-
Sí… (se lleva las manos a la cabeza y su rostro queda mirando al suelo). ¿Y qué es de Alfonsín? ¿Podría ayudarnos en algo? El es amigo de la Agnes, o ex amigo.
-
Ahí está el cuento: creo que peligrosamente nos estamos disgregando del tema puntual. Empezamos con Agnes, luego con el predicador, Holz y su vejete amigo. Chucha, vamos a terminar investigando a Osama Bin Laden.
-
Acotar el objeto de estudio. He ahí la clave.
-
Bien. Empecemos todo de nuevo. Primero, saber los movimientos de nuestros abordados y para eso llegar a alguien que nos provea información,
242
por ejemplo: si pensamos que Holz no sufrió un atentado sino que todo fue un montaje – de acuerdo a una de nuestras hipótesis- seguramente tanto Holz como su ayudante salieron temprano o bien, produjeron algún movimiento extraño. Si pensamos que la máquina posee las dimensiones del sillón de un odontólogo, seguramente la gente que se la llevó hizo algún ruido, no se la llevó como si se lleva un bolso deportivo.
-
Ah, desde luego. Y para corroborar la hipótesis tendríamos que acercarnos a la gente que vive en el edificio de departamentos y consultar si es que escucharon algún ruido extraño, si vieron algún jaleo medio sospechoso.
-
Claro, seguro que después nos darán el dato que detuvieron a dos tipos dentro del departamento de Holz. Y les diremos, “ah, éramos nosotros”. No podemos darnos el lujo de volver. Si los policías nos sorprenden, entonces nos meten detenidos por un buen tiempo.
-
Tendríamos que preguntar a alguien de afuera, algo así como de los locales cercanos a Merced (Se pone de pie y observa por la ventana los automóviles correr, pensando en el entuerto). Chucha, yo tengo un brother que labura en uno de los locales (Shai)
-
¿Dónde?
-
En una librería de la vereda norte de Merced, casi frente al edificio.
-
Ah, pero si yo te estuve esperando ahí. ¿Es un weón de lentes, flaco?
-
De más. Un par de veces fue a comprar unos libros, es buena tela el flaco. Se dedica a las letras, sus amigos le dicen Nerupla.
-
¿Nerupla? Suena como a “Neruda”.
-
Ah, en sus buenos tiempos de estudiante de la Universidad de Playa Ancha rayó mucho con la poesía. Ahora es narrador.
-
¿Ah, por eso lo de los lentes gruesos y la pinta alternativa?
-
Claro.
-
¿Crees tú que pudo haber visto movimientos raros antes de que nosotros llegáramos?
243
-
Sí. Puede ser. Conoce casi todas las historias del barrio. Te acuerdas cuando te conté lo del muchacho endemoniado.
-
Ah, sí. Buena historia. Terminé cagado de miedo.
-
Hace un par de años trabaja de vendedor en la tienda. Le hastió la pedagogía; en tanto escribe lo que él dice “una gran novela” y lee prácticamente todo el día. Pero gana una miseria. Quién entiende a la vocación.
-
Cuéntale lo que estamos viviendo, con eso se hace millonario. Historia más truculenta no puede haber.
-
Puede ser.
-
¿Te ubica, así como para que vayamos a preguntarle? Capaz que sea un poco denso y no nos pesque ni en bajada.
-
No, si el tipo me ubica; hemos estado en varios carretes juntos. Incluso una vez que nos vimos en un bar de República me pidió prestada una luca, pero sí hace como tres años. Me debe una, así que vamos seguros.
-
¿Te parece esta noche, tipo nueve?
-
De más. Te paso a buscar.
-
Ya. Oye, ¿me podís convidar dos cigarros?
-
De más (le pasa una cajetilla, él la abre, saca de su bolsillo un encendedor, prende el elemento y después descarga su boca de humo plomizo nicotinoso, luego agrega) Oye y, ¿qué es del tipo del foro, el médico que quiere ser psiquiatra?
-
Chucha, lo habíamos olvidado. ¿Te dai cuenta que nosotros dos somos demasiado disgregados? Así, no vamos a llegar a ningún lado, por la chucha.
-
(Indiferente a lo que dice su amigo) Tenemos que hacer algo. Él tiene datos confiables, si es un títere de Holz lo anulamos y listo.
-
Claro: si es alguien cercano a él bien nos puede ayudar a llegar al viejo, si no, nos proporciona información para desarmar esta madeja. Buena idea, entonces, si es que pudiésemos ir, como acordamos, a las nueve a esperar al
244
Nerupla, mientras también en el transcurso de estas horas nos contactamos con el tesista frustrado. ¿Te parece? -
Buena idea, así se trabaja, mierda.
Pero tarde o temprano los misterios se van develando, el tiempo y su línea de gravedad rompen la fragilidad del silencio humano, el caparazón dura del secreto, el vínculo invisible del complot de circunstancias; lo confirma las Escritura: no hay nada oculto que no haya de ser manifestado. Sucedió una tarde de sábado. El sol parecía girar sobre su eje, como parte de un calidoscopio bicolor cuya pared es un cielo límpido y el extremo, tras el movimiento preciso el astro viviente se abre y cierra como un ojo de bestia. La pequeña caminaba por el jardín, persiguiendo a Martín, un gato que poseía como mascota y con la ayuda de quien parecía avanzar portentosamente en su recuperación. Su padre, cuya alma gozaba día a día con ese hecho, leía el diario sentado en la terraza, muy cerca de su hija y su mujer, la madre de la pequeña regaba un rosal, a pocos metros de la terraza, más bien en el antejardín. Leía la página las postreras páginas y, en circunstancias de que su teléfono celular sonara, se levantó rápido para sacar de su bolsillo el aparato, dejando el periódico abierto, en la página que leía, sujeto con una muñeca de la pequeña, pues el viento fresco corría con cierta fuerza. Le llamaban de su trabajo: necesitaban que autorizara el traslado de materiales desde los talleres de la empresa a una obra en construcción en la comuna de Huechuraba. Luego de cumplir con el trámite preguntó a su secretaria si las oficinas en Estados Unidos habían agendado la reunión con el ingeniero Clayton a lo que ella le contestó que sí, que dicho encuentro se realizaría la semana entrante. Él le indicó que iría a la oficina en horas de la tarde a firmar algunos documentos y atender asuntos menores. Por algunos segundos descuidó su vista de su hija que, intuitivamente dejaba de jugar con el gato y retornó a buscar la muñeca que sujetaba el diario. Entonces ocurrió lo extraño: la muchacha comenzó a sufrir convulsiones que tumbaron su cuerpo al suelo y en eso permaneció algunos segundos hasta que su madre, quien volteó sin premeditación alguna su rostro
245
hacia ese lugar de la casa. Percibiendo el incidente gritó despavorida. El padre, asustado lanzó lejos su teléfono y corrió en auxilio de ella. La muchacha permaneció inconsciente por un par de minutos. Al llegar la ambulancia abrió los ojos y encontró a su progenitor a su lado. Su mirada, lejos de representar la turbulencia del instante, demostraba paz absoluta. Sus labios, luego de haber sido hospitalizada y de recibir el portento aquella madrugada providencial, pronunciaron: “Padre”. El milagro comenzaba a consolidarse. Ya con las pistas sobre la mesa y los detalles de la circunstancia, la comisión de médicos se propuso llegar a la verdad. DOCTOR GARCÍA
:
La pequeña jugaba con su gato en el jardín en
DOCTOR DIEZ
:
¿Circunstancias ambientales?
DOCTOR SOTOMAYOR
:
Once cuarenta y cinco de la mañana de hoy,
tanto su padre leía el diario.
temperatura registrada de veintitrés grados. Temperatura corporal normal, pulso cardíaco lo mismo, datos entregados por el equipo médico de la ambulancia. DOCTOR GARCÍA
:
Su padre se levantó a contestar su teléfono. En
el momento de descuido la muchacha fue a buscar su muñeca que estaba sobre el diario del señor. Ahí se produce el ataque. DOCTOR RIEDEMANN
:
¿Qué características tenía la muñeca?
DOCTOR GARCÍA
:
Su padre la trajo. Está en esta caja.
DOCTOR SOTOMAYOR
:
¿La podemos ver?
DOCTOR GARCÍA
:
Desde luego.
García abre la caja que contiene el juguete. Los médicos la contemplan con circunspección. DOCTOR DIEZ
:
¿Tiene algún juicio sobre el elemento, doctor
Riedemann? DOCTOR RIEDEMANN
:
Puedo observar que a la muñeca le
tijerearon el pelo. Definitivamente el corte no pertenece a la manufacturación original.
246
DOCTOR GARCÍA
:
Usted, como médico tratante, doctor Sotomayor,
:
El juguete es parte del grupo de elementos
alguna opinión… DOCTOR SOTOMAYOR
lúdicos con que la paciente solía interactuar antes de caer en coma. Lo del corte tiene su explicación en el corte de pelo de ella misma: el psicólogo infantil sugirió la acción a los padres para que la pequeña, que sufrió en la internación su corte de cabello, pudiese no sentirse distinta o extraña a “su mundo”. DOCTOR GARCÍA
:
Podría ser, sin embargo, otro detalle de la
muñeca. El vestido, el calzado. DOCTOR RIEDEMANN
:
Doctor Sotomayor, la niña solía jugar con
la muñeca, ¿por qué en este momento logró afectar de ese modo a sus sentidos y no antes? DOCTOR SOTOMAYOR
;
Si hablamos de circunstancias, nunca éstas son
repetibles. Ese elemento, el juguete, no es el mismo. Estamos hablando de X y sus circunstancias especiales, dan como resultado Y. En otras circunstancias variará el producto. Es decir que el resultado nunca más será Y, sino Q, R, W, etc. DOCTOR DIEZ
:
Perdón, pero es posible que lo que vio la
pequeña no sea precisamente la muñeca o un accesorio de ella. ¿Qué otros elementos nuevos pudo apreciar la chica para que pudiese reaccionar con convulsiones y tras éstas recuperar el habla? DOCTOR RIEDEMANN
:
Su padre se puso a hablar por celular.
Pienso que la plática que él sostuvo pudo ayudar a que ella actuara de esa manera. DOCTOR GARCÍA
:
El señor nos mostró su registro de llamadas
recibidas. Es un tipo llano y transparente, le preguntamos de qué platicaba y nos señaló que de temas laborales. Llamamos a su secretaria – que es la persona con quien estuvo conversando a esa hora- y nos repitió los detalles de la conversación. DOCTOR DIEZ
:
¿Calzaban ambas versiones?
DOCTOR GARCÍA
:
Sí, desde luego. Son trivialidades. Me inclino a
pensar que hubo un acontecimiento – o varios- anómalos
que se presentaron en
ese lapso y que redundaron en la reacción física de la paciente.
247
DOCTOR SOTOMAYOR
:
Doctor, ¿a qué se refiere con “anómalos”?
DOCTOR GARCÍA
:
Algo que no sucedía en la cotidianeidad.
DOCTOR SOTOMAYOR
:
Doctores, creo que nos estamos empantanando.
Hemos de leer el hecho de acuerdo a nuestros conocimientos previos. ¿Cuáles son aquéllos? Pues bien, tenemos dos detalles importantes: primero, la reacción similar de la paciente toda vez que observa a un grupo de practicantes de medicina. Y, segundo: los espasmos de la muchacha al observar el par de zapatos. Tenemos ahora, básicamente la misma reacción y, ¿qué es la que la ocasiona? ¿Una muñeca que frecuenta todos los días? ¿La conversación de su padre con su secretaria sobre temas estrictamente profesionales? ¿Qué otro componente se agregaba a la escena de esta mañana? El diario que leía el padre de nuestra pequeña paciente. Yo creo que ahí puede que esté la respuesta. DOCTOR GARCIA
:
El padre de la niña pensó en eso, por eso nos lo
trajo. Sin embargo tuvo que hacer un enorme esfuerzo por recordar cuál fue la última noticia que leyó y qué plana quedó expuesta a los ojos de ella. DOCTOR SOTOMAYOR
:
Con seguridad la noticia que decía que el
combustible bajaría otros doscientos pesos (todos ríen). DOCTOR GARCÍA
;
DOCTOR RIEDEMANN
Colega, se solicita respeto. :
Doctor García, ¿tiene el diario del cual nos
refiere? DOCTOR GARCÍA
:
Desde luego. Es este. Y esta es la página que
pudo haber quedado ante la vista de la paciente. DOCTOR SOTOMAYOR
:
Bien: un estafador es detenido en Estación
Central. Lo más visible de la página. DOCTOR RIEDEMANN
:
Por favor, fíjense en la nota de más abajo.
DOCTOR DIEZ
:
¿La de un predicador en Puente Alto?
DOCTOR SOTOMAYOR
:
Habla de supuestas sanidades.
DOCTOR GARCÍA
:
He ahí la relación. Lo tenemos.
DOCTOR SOTOMAYOR
:
No es tan simple, colega. La muchacha no leyó,
eso me consta.
248
DOCTOR DIEZ
:
Tal vez las imágenes. Por favor, doctor García,
estudie las imágenes, cotéjelas con las pistas de los síncopes anteriores de la paciente… DOCTOR GARCÍA
:
Espere, déjeme ver (el doctor extrae del bolsillo
de su delantal sus gafas y, ubicándolas en los ojos, procede a leer la noticia y a escrutar las imágenes. Abre los ojos con asombro). Doctor Riedemann, por favor (le alcanza el periódico al otro médico). DOCTOR RIEDEMANN
:
A ver… (Se lleva el tabloide muy cerca de
su cara. No tiene sus lentes a mano y eso obnubila un tanto su visión). Interesante. Doctor. (Le alcanza el diario al médico Diez). DOCTOR DIEZ
:
Hummm… Creo que estamos llegando a buen
:
Si me ayuda a recordar, doctor García, el único
puerto. DOCTOR SOTOMAYOR
muchacho que estaba dentro de la comitiva de alumnos en práctica tenía cierta fisonomía. Me disculpará, pero no me recuerdo de aquélla. DOCTOR GARCÍA
:
He ahí un detalle: el aspirante a médico era
delgado y también poseía el pelo rasurado, como el predicador que aparece en la fotografía. DOCTOR DIEZ
:
¿Sugiere usted, doctor García que ahí está la
relación, a ver si logro rápidamente hilvanar los cabos, es decir, digo, este… que el predicador haya tenido participación en el portento? DOCTOR RIEDEMANN
:
Doctor, hablemos en términos científicos.
De la “recuperación”, será un mejor término. DOCTOR GARCÍA
:
Si
usted
lo
desea,
hablaremos
en
dichos
términos. Es lógico pensar de ese modo. Hay una relación fenotípica entre el estudiante de medicina y el predicador. DOCTOR SOTOMAYOR
:
Pero podríamos estar hablando de otro detalle
común, ¿por qué remitir la recuperación sólo al detalle relativo a que hay una relación icónica entre las dos visiones – valga la redundancia- ? ¿No podría existir
249
uno o varios aspectos que hayan despertado la conciencia de la muchacha que escapen a esa imagen de la cual estamos hablando. DOCTOR RIEDEMANN
:
Sugiera un aspecto, doctor. Si usted
desea podemos estar platicando hasta la madrugada, pero no es la idea. Agotemos las hipótesis, no las matemos antes de exponerlas, por favor. DOCTOR SOTOMAYOR
:
Está bien. Si ustedes dicen que existe una
relación fenotípica entre el practicante de medicina y el predicador algún propósito debería cumplir el par de zapatos, ¿se recuerdan? DOCTOR DIEZ
:
Obsérvelo en los zapatos que lleva puestos el
predicador, por favor, doctor, compruébelo. Los zapatos de obrero que contempló la chica en su casa, son por decirlo menos, idénticos a los que se contemplan en la foto. DOCTOR GARCÍA
:
Son del mismo tipo, especie de… botines.
DOCTOR SOTOMAYOR
:
Bototos, es término más popular y exacto.
DOCTOR DIEZ
:
Estimados colegas, creo que estamos hilvanando
los cabos con las pocas pistas que nos entrega el caso, lo cual me parece notable, toda vez que confrontemos, ya con esa hipótesis, la imagen de este sujeto frente a los ojos de la pequeña, que de acuerdo a los antecedentes proporcionados por el padre de ella, habría recuperado el habla. Pero hay una duda que no logro sacar de mis pensamientos, y voy a ser sincero con ustedes al declararla: ¿la muchacha, el día y hora en que sucedió esta recuperación anormal, no se encontraba en coma? Entonces, ¿tienen asidero alguno estas conjeturas para determinar quienes participaron en su recuperación si la muchacha, no pudiendo observar nada, relaciona dichos elementos y se comporta inquieta? DOCTOT RIEDEMANN
:
Estimado doctor, si le entiendo, ¿señala
usted que dicha inquietud podría deberse a otras razones, y no precisamente a que ella reconoce en los elementos estudiados cercanía con su recuperación? DOCTOR GARCÍA
:
¿Sus convulsiones podrían deberse a reacciones
del momento y no a que reconoce en ellas lo que puntualmente ocasionó su recuperación?
250
DOCTOR SOTOMAYOR
:
Desde luego. Y nuevamente estamos en foja
cero. DOCTOR RIEDEMANN
:
Pero
comprobémoslo.
Reitero
la
idea
propuesta con antelación: no podemos matar ninguna hipótesis antes de que sea comprobada. Sugiero que presentemos esta postura al padre y que, ayudados por el psicólogo, nos acerquemos a la paciente. Seguramente ella va a tener una reacción y nos podrá confirmar o descartar qué vio, sintió o palpó esa madrugada en que se dio inicio la restauración de su salud. Ah, y respecto de lo expuesto por el doctor Diez, el que la pequeña haya visto esos elementos, por ahora no nos interesa. No porque ese detalle sea irrelevante, sino porque representaría una problemática anexa, perteneciente a otra área de discusión. Sugiero que nos quedemos con estos antecedentes. Si la recuperación de la paciente está ya consolidada, seguramente ella verbalizará por qué reaccionó de esa manera frente al grupo de estudiantes de Medicina y frente al par de zapatos del empleado de su casa… DOCTOR SOTOMAYOR
:
Y también al ver la página del periódico – si es
que es la página del periódico-. DOCTOR GARCÍA
:
Si me permiten, sugiero que platiquemos con la
psicóloga que en minutos más termina su conversación con la paciente. Permiso, le haré guardia. Nos juntamos aquí, estimados médicos, en media hora más. ¿De acuerdo? DOCTOR SOTOMAYOR Y LOS OTROS
:
Está bien…
García salió de la sala y se dirigió por el pasillo a un breve vestíbulo en que se instalaba una máquina expendedora de café. Depositó una moneda y luego apretó el botón blanco que indicaba capuchino. Algunos empleados de la clínica caminaban
en
direcciones
distintas
y
reflejamente
fue
saludándolos,
más
concentrado en no derramar su café que en la presencia de aquellos individuos. Luego de pasar frente a los umbrales de dos o tres habitaciones, sabiendo que la psicóloga aún se encontraba platicando con la paciente, dirigió sus pasos hasta el ventanal del otro extremo donde la imagen de la ciudad – edificios, vegetación y
251
calles- le esperaban impasibles. El día estaba nublado y el movimiento de las calles era ligeramente menor que en otros días. Sin embargo, al mirar a los pies del edificio, percibió un movimiento inusual para el flujo de gente que estaba acostumbrado a ver en el sector. Eso le sacó de la pasividad. Rápido sorbió los últimos resabios de su café, arrojando el vaso de cartón a un basurero próximo. No se había percatado de los pasos de la psicóloga, de su cercanía, y tan pronto retrocedió se chocó con el cuerpo de ella. DOCTOR GARCÍA
:
(Algo asustado) Discúlpeme, no sabía que estaba
PSICÓLOGA
:
No se preocupe.
DOCTOR GARCÍA
:
(Percibe detalles desconocidos en la faz de la
aquí.
mujer. Ahí sus ojos, los labios perfectamente delineados con rouge, las líneas del rostro casi perfectas, pero un matiz no logra calzar con su percepción anterior de la mujer) ¿Pasa algo? PSICÓLOGA
:
Doctor, se trata de la pequeña paciente.
DOCTOR GARCÍA
:
(Desencajado) Cuénteme, qué pasó…
PSICÓLOGA
:
Recuperó el habla y nos refirió sobre el episodio
sucedido aquella madrugada. DOCTOR GARCÍA
:
Doctora,
¿tiene
algo
que
ver
un
tipo
de
complexión delgada, calvo, que dice ser predicador? PSICÓLOGA
:
(Sorprendida) ¿Cómo lo sabe?
DOCTOR GARCÍA
:
Se lo explicaremos en reunión de la comisión de
médicos. Por favor, acompáñeme.
Alfonso en el Estadio Nacional. Ha logrado sobrepasar la seguridad del recinto y se encuentra ahí, solo, caminando por las galerías del enorme recinto. Todo está en silencio y, aunque es de día, esa solemnidad del no- ruido y la vastedad del espacio le hacen sentir pavor. El viento golpea los elementos y produce sonidos indecibles, que el joven estudiante de arquitectura, interpreta según sus miedos. Pronto se encuentra bajo los asientos de la tribuna, en el largo pasillo que circunvala el
252
estadio. Y ahí, en la sombra helada del espacio, sus ojos distinguen los camarines, que en la penumbra simulan ser mazmorras de castigo, espacios en que la muerte ha deambulado en busca de almas con qué satisfacer las ansias de su estómago furibundo. Está ahí para encontrar la respuesta a una interrogante, corroborar un dato que le ayudará a entender el porqué de determinada situación. La incertidumbre carcome su alma y no puede vivir en el filo de la duda, por eso el riesgo, por eso el enfrentar el pavor de la oscuridad. Cuenta los pasos que hay de un camarín a otro, también los que separan éstos al umbral que da a los asientos del estadio. Lee las inscripciones grabadas a fuerza de clavos o navajas sobre la superficie del cemento y, aunque una mano de pintura nueva intenta acallar los gritos escritos, los descifra con esfuerzo por el delgado hilo de luz que se cuela por una rejilla. Anota en una libreta el número de pasos, el contenido de las frases testimoniales del muro. -
Usted, ¿qué hace aquí?
-
Nada. Solo, este…
-
(Al intercomunicador) Juan, por favor acércate al camarín del ala norte. Trae refuerzos.
-
No sé de qué me está hablando. Le reitero: no tengo nada que ver con la muerte del orate interno del hospital psiquiátrico, menos con el suicidio del doctor Zumarán.
-
¿Está segura?
-
Desde luego.
-
¿Era usted amante del doctor Zumarán?
-
No.
-
¿Presionó a Zumarán para que adoptara una posición más clara en su romance, dejando a su esposa para tomarla a usted como tal?
-
¿Qué disparates está usted diciendo? ¿Cómo se le ocurre hablarme en esos términos a mí? A mí me trata como una dama y no como las mujerzuelas que suele usted frecuentar.
-
Por favor, señora Lourdes, se pide un poco de respeto.
253
-
Para pedir respeto, ustedes tendrían que tratar con respeto. Esto me obliga, simplemente, a no dirigir una sola palabra a ustedes;
mi abogado lo hará
por mí.
-
Como usted lo desee, señora. Pero antes queremos invitarla a ver y oír un compacto preparado por uno de nuestros detectives. A ver si después le quedan ganas de seguir doblándole la mano a la verdad.
-
(Sonriendo con sarcasmo) Me da lo mismo.
Las imágenes se proyectarían en el telón blanco. Ocuparon para ampliar aquéllas un Data Show que habían preparado horas atrás, el cual era alimentado por un Notebook de propiedad del policía recién graduado de la Escuela de Investigaciones Policiales y que era experto en informática. El video empezaba en negro y luego, desde el centro -
para ocupar la pantalla completa, reemplazando la oscuridad-
aparecía lentamente una fotografía de un aparato telefónico y
fragmentos de
grabaciones cuyo contenido también se expresaba en subtítulos. En ellas la voz de Lourdes con recados a Zumarán: ... ¿Te parece el próximo fin de semana? … Decide de una vez, ella o yo. ¿Te olvidas de que controlo tu vida y tus pensamientos? …Y, ¿qué tal tu cumpleaños? ¿Te gustó el baile de Tiare?... Si no te pones los pantalones, todo el mundo lo sabrá. Todo se iba a negro, tras lo cual aparecía la filmación del
automóvil de Lourdes cruzar por avenida
Providencia y, en edición casi perfecta, el coche de Zumarán,
imágenes que
proporcionó la Unidad Operativa de Control de Tránsito; ambos vehículos, luego, dirigiéndose al poniente – el video superpuesto muestra algo de ruido visual, pero es eficaz para reconocer el itinerario- doblando después en Avenida Cumming, para finalizar ingresando a un motel, en cuya entrada se yergue otra cámara que capta claramente los rostros de ambos, el encuentro de ellos en el zaguán, ambos por un pasillo de luz suave, ambos ingresando a una habitación que, curiosamente, también posee una cámara adentro. Ellos sobre la cama, se desvisten, hacen el amor con las luces encendidas, el televisor del cuarto proyecta las imágenes de un viaje en tren; ella sobre él, él sobre ella, acróbatas del amor, pecadores en el filo del
254
acantilado. Todo se va a negro. El cuaderno de anotaciones de Zumarán, la cámara hace un acercamiento mínimo y leemos en manuscrito:
Me atormenta pensar en que los pasos que estoy dando me llevarán tarde o temprano a la destrucción misma. He transado los valores de hogar, los principios recibidos como médico y eso me acongoja. Mi destino me persigue, estoy contra la espada y la pared. Ella no me deja vivir tranquilo; a causa de ella he sido reducido a un bocado de pan. Después los mensajes de texto enviados por Lourdes al celular de Zumarán, las fotografías de ellas entrando una y otra vez a su despacho, los papeles escaneados de las notas que dejaba ella en el escritorio de él, los perfiles de Lourdes en Second Life, los mensajes libidinosos de una quinta cuenta de correo electrónico, las fotos de ella con un joven amante en un motel de la entrada norte de la ciudad de Santiago y, finalmente un email en la cuenta de correo del doctor con la sentencia:
HAZLO POR MÍ. MATALO.
Entonces el llanto conmovedor de Lourdes, los policías correr de sus oficinas a la sala de interrogatorio, el policía Martínez de pie, mirando con compasión a la mujer; la última imagen del video proyecta en el telón blanco la letra sigma, décimo octavo grafema del alfabeto griego. Fade out.
Cuando Víctor y Shai llegaron, calculando la finalización de la jornada de Nerupla, el dependiente de la librería, encontraron a éste platicando, a puertas cerradas con los dos israelíes. De más está decir que, a los ojos de los estudiantes, los dos tipos que platicaban con Nerupla eran, quizás, dos compradores eventuales de textos – nunca los habían visto por ahí- por lo que no se incomodaron en quedarse ahí, a vista y paciencia de los tres, tras el ventanal, toda vez que adentro el dependiente les mostraba a los visitantes la filmación que la cámara de seguridad había registrado aquel día accidentado en la mañana. Pudieron ver la imagen en blanco y negro, a un joven empequeñecido por la perspectiva de la cámara, rondar por los estantes
255
de libros, ojeando algunos tomos, concentrado en la acción. Luego la figura del vendedor – lentes negros gruesos, camisa blanca sobre el pantalón, pelo desordenado- platicando con él; en tanto los israelíes observaban con atención, Nerupla hacía una especie de relato de lo que se estaba viendo, lo que pareció a los visitantes singular y sonrieron. Afuera Shai, aprovechando la espera, sacó un cigarrillo que atinó a prender con la ayuda de su encendedor; el estímulo pareció alertar a Garvriel, quien, sorpresivamente despegó sus ojos del monitor en que veía la grabación y los dirigió a la vereda, en la que conversaban con trivialidad Shai y Víctor. Este último, también despertado por el estímulo que representó el movimiento de cabeza del israelí, miró al trío y se encontró con la atenta mirada de Gavriel.
Ahí
se
quedaron
prendados;
el
primero,
desconociendo
que
era
protagonista de una especie de reality que seguían de buena gana los espías y, el postrer, pensando con miedo que Nerupla se había concertado con los jóvenes estudiantes para hacerles una encerrona. Pronto Gavriel cambió su semblante, se puso pálido y golpeó con su codo el estómago de su compañero que observaba entretenido las imágenes y le indicó con la mirada que afuera pasaba algo que frustraba sus propósitos. Pensando rápido, Mikhael miró en uno o dos segundos las vías posibles de escape, sin que lo percibiera Nerupla, aunque los tipos de afuera alertaran la totalidad de sus sentidos, entendiendo que algo raro estaba pasando. Incorporándose, Gavriel en un acto enérgico empuñó las manos y con fuerza las dirigió al pecho del vendedor quien retrocedió y tras chocar con el estante atestado de libros, cayó a suelo, casi sin poder reaccionar. Garvriel y Mikhael se dirigieron raudos a la salida y, rompiendo de una patada el ventanal de una de las puertas, salieron corriendo por Merced con dirección al oriente. Shai y Víctor, pensaron que los misteriosos visitantes habían robado en la librería, por esto, armados de valor superlativo, corrieron tras los dos, intentando darles captura. Sin embargo, tras tres o cuatro minutos de persecución, los espías lograron zafarse casi sin dificultades y se perdieron entre la espesa vegetación del Parque Forestal. -
Y, ¿qué querían?
-
Investigaban a Holz, eso me dijeron.
256
-
¿Eran policías? – pregunto Shai, recuperando el aliento. Aún permanecían dentro de la librería, a la espera del dueño del local quien, habiendo sido alertado del “asalto” estaba próximo a llegar, acompañado de un maestro que instalaría un nuevo ventanal.
-
No. Me dijeron que eran investigadores, pero curioso.
-
¿Por qué, Nerupla?
-
Eran extranjeros. Me parece raro que un tipo contrate a extranjeros para hacer una investigación. Bien podrían ser, en ese caso…
-
¿Qué?
-
Espías.
-
Creo que estamos llegando a conclusiones importantes – dijo Shai.
-
A ver, si podemos sintetizar: seguramente Holz estaba siendo investigado, por la PDI, en lo relativo a cuestiones legales, por ejemplo, por pertenecer a una red de pedofilia.
-
¿Es algo concreto? – preguntó Nerupla.
-
No, es solo una especulación, lo decía porque efectivamente sus acciones están siendo estudiadas por la policía, pero el abogado nuestro no nos dijo específicamente por qué. Hagamos cuenta de que es eso, o por estafa, o algún otro delito.
-
Ya, y…
-
Y pienso que también, desde afuera, se le está siguiendo la pista.
-
¿Por qué razón? – pregunta nuevamente el dependiente.
-
Este… - Shai mira a Víctor tratando de obtener su venia para contarle lo de la máquina del tiempo y toda esa truculenta historia.
-
Dale no más, compañero – le dice Víctor.
-
Pasa que Holz me contactó un día para proponerme un proyecto: participar en una máquina que estaba construyendo. Mira, el viejo es psiquiatra y manejaba unos planos relativos a una weá tecnológica que supuestamente podía inducir los recuerdos de los pacientes que se sometieran a ella.
-
Chucha, la weá parece una mala novela.
257
-
Tú lo has dicho. Bueno, a todo esto el tipo le decía la esta mariguanza la máquina del tiempo.
-
Oye, y ¿de dónde chucha se le ocurrió esa idea?
-
Mira, el culiao estudió en Buenos Aires junto a Sanguinetti, no se si tú lo ubicai, Nerupla, un viejo alto, argentinado, medio canoso…
-
-
Ah, sí, si eran bastantes cercanos. Ya ese tipo es condiscípulo de Holz; ambos tuvieron como profesor a un tipo que decía ser suizo, pero en realidad era un nazi que había escapado de Alemania, luego de la caída del imperio. ¿Me sigues?
-
Claro, esto se pone bueno.
-
Ahí tenís pa un libro
-
De más – dice Nerupla.
-
Continúo: entonces estos tipos supieron de la existencia de ese documento, pero hace caleta de tiempo…
-
Unos cuarenta años más o menos.
-
¿Y por qué ahora deciden buscarlo?
-
Chucha, aquí yo me declaro incompetente. No tengo idea.
-
¿Y tú Shai, se te ocurre por qué?
-
Emmm. Sí. Tengo una hipótesis.
-
Expónela.
-
Resulta que Holz tenía una paciente, la Agnes, ex polola de este hueón. ¿La ubicai?
-
Sí, de más. A veces venía a ver algunos libros. Otras se los prestaba pa callao.
-
Bueno, esa mina tenía un serio problema psicológico. ¿Cierto Vitoco?
-
De más.
-
Si por eso andaba con este hueón, ¿no vis que entre enfermos se entienden?
-
Pa que eso Shai…
-
Ya pues, continúa – dice Nerupla.
258
-
¿En qué había quedado?
-
En que la mina tenía problemas psicológicos.
-
Ah, sí Nerupla. ¿Tú cachabai esa volada?
-
Sí. Era media rara. A veces llegaba a la puerta y luego retrocedía, pero sin voltear el cuerpo. Después recién entraba.
-
Claro, la Agnes tenía algo que los psicólogos llaman manía. Ella contaba pasos.
-
¿Ah, sí?
-
De más, quizás por eso a veces se devolvía, seguro que para contar los pasos que daba entre referente y referente. Bueno, continúo. Entonces, como te iba diciendo, yo creo que Holz quedó pillo, porque la mina asistía a su consulta y pese a que pasó el tiempo, seguía igual, no se mejoraba. Por eso el tipo se interesó en los planos del nazi, lo vio como la última posibilidad de ayudar a la Agnes.
-
¿Ustedes sabían que el psiquiatra era medio depra? – pregunta Nerupla.
-
Sí, algo. La verdad es que nos enteramos porque el Shai cuando antes trabajaba en el cyber lo cachó visitando páginas medio truculentas.
-
Se rumoreaba que a las cabras jóvenes no les cobraba.
-
Sí, habíamos escuchado eso.
-
Oye, y, ¿al final la mina se mejoró?
-
Buena pregunta – dice Víctor – ahí hay una historia pa que escribas otro libro.
-
Ya puh, déle no más, maestro.
-
Resulta que entre el Víctor y la Agnes las cosas ya estaban guateando, como que este hueón ya estaba choreado de tanta cuática, ¿cierto?
-
Sí, igual era medio complicado estar con una galla así. Justo se dio que por ahí tuve onda con otra compañera y ahí quedó la cagada, pero no tanto. Esos días, sí, apareció un hueón evangélico por la facultad. Repartía unos
259
flayer sobre el fin del mundo. Mi mina hizo buenas migas con él, tu sabís, la gente freak como que se atrae y empezaron a frecuentarse. -
Y tú te pusiste celoso…
-
No sé, verdad que no sé. Fue una cuestión rara; una mezcla de duda, celos, como rabia porque te cambiaran por un hueón así. Quedé como “pa dentro” porque el tipo de por sí era raro…
-
¿No es un gallo que viste a lo más looser y estudia música?
-
Claro, ¿lo cachai?
-
Sí, ha venido un par de veces aquí. Tiene pinta de extraterrestre. Hasta habla raro el culiao.
-
El sujeto pa mí era todo un misterio, porque lo conoció en la época en que la Agnes empezaba a perderle la fe a Holz. Como que le sirvió harto conocer al marciano ese; yo diría que hasta pudo haberse mejorado…
-
O tal vez sublimado la manía. Es difícil que haya desaparecido del todo.
-
Bien, entonces yo le dije al Shai que investigara al predicador porque igual tenía miedo que metiera a la Agnes en alguna secta cuática, que quedara más cagada de la cabeza de lo que estaba y este hueón empezó a indagar en la vida de él. ¿Sabiai tú que el culiao es super famoso?
-
No tenía ni puta idea.
-
Sí. En youtube alguien subió un video de él que tiene millones de visitas.
-
¿la dura?
-
Sí, si no te estoy palanqueando. ¡El culiao hace milagros!
-
¡Qué freak!
-
Sí, de más, pero no solo eso. Hay un vínculo entre el predicador y el loco que mataron en el hospital psiquiátrico.
-
¿Sí?
-
Claro, me lo explicó un estudiante de medicina que intenta sacar la especialidad de psiquiatría.
-
Chucha, complicada la cosa…
260
-
De más, el cuento es que el detalle nos puede ayudar a desentrañar el misterio y, en tanto, llegamos a la verdad en el caso de Holz.
-
Espera, creo que llegó la policía.
Un automóvil blanco con franjas azules se estacionó en la vereda de enfrente con las luces intermitentes rojas fraccionando el espacio próximo. Dos tipos esperaban afuera de la librería. Vestían casa azul y cargaban en sus diestras dos armas calibre 22. Los jóvenes se pusieron de pie; Shai pudo ver un poco más allá, en tanto esporádicos autos cruzaban por la calzada. Cierto jaleo dentro de carro; dos individuos se acomodaban en la fila trasera. Con mayor esfuerzo Shai agudizó la vista, reconociendo el color de cabello de los detenidos. MARTINEZ
:
Buenas noches, soy el detective Martínez, mi
compañero el detective Garaycochea. ¿El dueño del local? NERUPLA
:
No
ha
llegado.
Yo
nada
más
soy
el
GARAYCOCHEA
:
¿Usted fue la víctima del asalto?
NERUPLA
:
Sí, yo también fui el que llamé.
MARTÍNEZ
:
Ah, bien. Luego de su llamado cercamos el
dependiente.
lugar y detuvimos a dos extranjeros cuyas descripciones
coinciden con los
datos que usted proporcionó. Por favor, acompáñenos al automóvil para realizar el reconocimiento. Nerupla les siguió, intentando reconocer a los sujetos mientras cruzaba; éstos se ocultaban en la oscuridad de un espacio del coche. Martínez abrió la puerta y encendió la luz del interior. MARTÍNEZ
:
¿Son estos? ¡LEVANTA LA CARA, MIERDA!
NERUPLA
:
(Asustado) Sí, detective, son ellos.
Sus ojos pidieron clemencia, pero ya era tarde. Los policías pronto cerraron las puertas del automóvil, y tras despedirse del vendedor, alcanzándole una tarjeta de contacto, se dirigieron a toda velocidad al cuartel más próximo. Esposados les bajaron del vehículo y, ayudados por dos jóvenes detectives, les dejaron en una pequeña sala oscura, cuyo olor a encierro y polvo insultaba a la dignidad.
261
Los dejaron ahí por cerca de dos horas, lapso en el cual no se dirigieron una sola palabra, de acuerdo a las instrucciones dadas por sus superiores en estos casos. Cerca de la medianoche apareció Martínez cargando dos sillas que ingresó con cierta dificultad y que ubicó cerca de la muralla opuesta a la puerta. Daría inicio al interrogatorio, mostrando una actitud más benévola que en horas anteriores. Martínez sacó de su pantalón una cajetilla de cigarrillos, tomó uno de ellos y se lo puso en la boca sin mediar delicadez, casi con ademanes bestiales, tras lo cual lo prendió ayudado de su encendedor plástico. Aspiró profundo y botó el humo en dirección a la ampolleta amarillenta del cuarto. MARTÍNEZ
:
Haberlo sabido antes. El embajador acaba de llamar
a nuestra gente. Era cosa de que dijeran algo, que presentaran sus documentos y nos hubiéramos ahorrado todo este trámite. GAVRIEL
:
No se preocupe, es parte de nuestro trabajo.
MARTÍNEZ
:
Lo que sí me interesa antes de soltarlos es que
puedan colaborar con nosotros en algunas labores en las que estamos involucrados. MIKHAEL
:
¿?
GAVRIEL
:
¿?
MARTÍNEZ
:
Verán. Hemos sabido que han estado investigando a
Holz, ustedes saben, el psiquiatra judío
y quisiéramos que pudiesen
proporcionarnos la información que manejan. Amor con amor se paga, ¿no les parece? GAVRIEL
:
No sabemos de lo que nos habla…
MARTÍNEZ
:
Bueno, si se ponen difíciles nosotros también nos
pondremos difíciles. ¿Qué hay si les digo a un grupo de periodistas que hemos encontrado delinquiendo a un par de espías israelíes? ¿No sería esa una afrenta enorme para su orgullo, sabiendo que la población palestina que habita en nuestro país, los tendría como los hazmerreír del pueblo al cual odian a muerte? MIKHAEL
:
Recién comenzábamos a abordarlos, sólo poseemos
información básica.
262
MARTÍNEZ
:
¿Ah, sí? Y… eso que llegaron hace catorce días
:
Tenemos pasaporte diplomático, señor, suéltenos si
atrás. GAVRIEL
no quiere entrar en problemas. MARTÍNEZ
:
Los suelto, no hay problemas, pero les reitero: esto
trascenderá a los medios de comunicación. ¿Y qué delito habré cometido yo? Ninguno, aquello no está tipificado en nuestra ley ni en los tratados internacionales. MIKHAEL
:
Buscamos al Mesías.
MARTÍNEZ
:
¿?
GAVRIEL
:
Hemos venido a Chile a encontrarnos con aquél de
quien hablaron la Ley y Los Profetas. El Ungido, el Escogido de las Naciones. MIKHAEL
:
Hemos sido enviados por el Concilio de Ancianos de
nuestra nación; así como nosotros hay otros mensajeros dispuestos en cuatro lugares del planeta, con las presunciones de que el ser al que persiguen sea, efectivamente el que buscan. MARTÍNEZ
:
Nuestros investigadores poseen una grabación en la
cual expresan que el propósito de ustedes es perseguir a asesinos de guerra nazi. Por eso siguen a Holz, por su cercanía con Nillsen a quien conoció en la década del sesenta en Buenos Aires. He descubierto su patraña. MIKHAEL
:
Es
nuestra
costumbre,
en
conversaciones
trascendentales, preparar cuatro o cinco libretos y actuarlos, considerando que todo está siendo grabado. Lo hacemos para confundir a nuestros espías. MARTÍNEZ
:
Pero sólo uno de ellos es el “verdadero”…
GAVRIEL
:
Desde luego.
MARTÍNEZ
:
¿Y cómo saben cuál es el real?
GAVRIEL
:
No le podemos decir. Excuse nuestra negativa, pero
entiéndanos, estamos dando más información de la cual le podemos proveer y esto no nos dejará sin castigo al regresar.
263
MARTÍNEZ
:
Entiendo (el detective arroja el pucho de cigarro que
ha terminado por consumirse sin que prácticamente los labios de él lo acaricie. Rodea a los detenidos y sigue preguntando). Si buscan al Mesías, ¿qué diablos tiene que ver aquí la figura de Samuel Holz? GAVRIEL
:
Los estudiosos de las cronologías han declarado que
Holz conserva la línea familiar del rey David y, de acuerdo a la Ley y Los Profetas, de dicha raíz provendrá el Mesías. MARTÍNEZ
:
No sé si creerles.
MIKHAEL
:
Nos interesa obtener nuestra libertad y continuar
con nuestro propósito. GAVRIEL
:
El día de redención está cerca, todo Israel esperó
durante siglos el advenimiento de su Salvador. Estamos a las puertas de poder contemplar lo que otras generaciones solamente leyeron en los textos sagrados. MARTÍNEZ
:
¿Por qué asaltaron la librería? ¿Querían, acaso, robar
la Torah, al Biblia y el Corán para acompañar a su investigación? MIKHAEL
:
El vendedor tenía información de Holz y de los
muchachos que supuestamente asaltaron su casa hace un par de días atrás. Fuimos a recoger información; el joven nos mostraba unas imágenes de la cámara de seguridad de la librería. Entonces llegaron los dos… MARTÍNEZ
:
¿Quiénes, los muchachos?
MIKHAEL
:
Sí; yo pensé que se habían concertado para
golpearnos o algo por el estilo. Como si pretendiesen tendernos una trampa. MARTÍNEZ
:
Y por eso rompieron el ventanal y huyeron del
GAVRIEL
:
Así es, tal y cual usted lo cuenta.
MARTÍNEZ
:
¿Por
recinto.
qué
ese
tipo
maneja
tanta
información?
¿Trabaja para algún medio o empresa? MIKHAEL
:
La perspectiva de la librería en que trabaja es
privilegiada. Fácilmente puede observar lo que sucede en un amplio margen geográfico, además parece tener una clientela bastante heterogénea.
264
GARVRIEL
:
Él es escritor y parece nutrirse de historias en la
conversación, por eso ha logrado elaborar mecanismos de diálogo que puedan traerle dividendos provechosos. MARTÍNEZ
:
¿Es que lucra con aquello?
GAVRIEL
:
Es un decir:
lo
que quiero expresar
es
que
aprovecha las pláticas para luego transformarlas en historias que conformen una novela o un pequeño cuento. MIKHAEL
:
Aparte es un lector asiduo. Eso uno lo nota al
escuchar su forma de hablar y al observar los textos que permanecen en su escritorio. MARTÍNEZ
:
¿Ustedes ubicaban a los muchachos que la policía
:
Sabíamos
tomó detenidos? GAVRIEL
de
la
existencia
de
ellos
por
las
investigaciones sobre Samuel Holz. Lo que pudimos comprobar era que uno de ellos, de nombre Víctor era una especie de colaborador suyo. MARTÍNEZ
:
¿Se refiere a que era una especie de ayudante en la
MIKHAEL
:
Sí, algo así.
MARTÍNEZ
:
Ah, por eso no se los sindicó como culpables de la
consulta?
usurpación de domicilio. Ahora empiezo a entender un poco más. Pero, acláreme una duda, ese muchacho Víctor del cual me habla, ¿les pudo proporcionar algunos datos relativos al accionar de Holz? GAVRIEL
:
Mmmmm… no mucho en realidad, salvo a qué
pacientes atiende, algunos datos de su historia, su llegada a Chile, cuánto dinero gana, cuáles son sus aficiones y horarios en el día. Verá usted que son datos de ese tipo. No sé si puedan ayudarles en algo. MARTÍNEZ
:
Bueno, por algo se empieza. No he conversado con
el equipo que investiga el atentado al domicilio de Holz, sin embargo, sé que les serán útiles los datos que ustedes me proporcionan ahora. Lo vamos a dejar hasta aquí, por ahora.
265
GAVRIEL
:
Gracias, detective Martínez.
MIKHAEL
:
Lo reitero, nuevamente gracias.
Se despidieron; los visitantes apenan podían caminar, tratando de superar el adormecimiento de sus piernas; salieron por un pasillo hasta el patio y, desde aquí, a la salida principal. Iban en la mitad de su recorrido cuando aún observándolos, Martínez sacó su celular y discó un número de teléfono. Era su subalterno. Le ordenó seguir los pasos de los israelíes, determinar el hotel donde alojaban, en lo posible intervenir la línea de los teléfonos que ocupaban. “Hueones, ¿qué se creen? ¿Qué soy el primer detective pelotudo que se lo pueden chiflar sin más ni más? Si no quieren hablar, sus hechos hablarán por ellos. Afuera, los visitantes se miraban cómplices, formando discretas sonrisas en los labios; restaban pocas horas para dar con el paradero e Holz y se sentían algo esperanzados; había sobrepasado casi sin rasguños un difícil escollo. Pronto darían con el paradero del judío y, tras de sí, el resto de la madeja que bastaba para cumplir el propósito por el cual habían viajado a Chile.
Cuando Agnes llegó a su departamento – llovía a mares, tenía el cuerpo afiebrado, no había comprado el pan para las onces- encontró en la puerta una nota escrita en papel de cuaderno:
AGNES: POR FIN TENGO LA CURA A TU MANÍA. POR FAVOR, SI QUIERES SER SANADA BÚSCAME. TU TIENES MI DIRECCIÓN.
Antes de que llegaran los vecinos, arrugó el papel y lo guardó en el bolsillo.
-
¿Por qué estaba ahí, don Alfonso?
-
Estudio
arquitectura.
Hacía
algunas
observaciones
referentes
a
la
construcción del estadio.
266
-
¿Por qué no pidió permiso para hacer la inspección? Suele suceder que habiendo,
en
la
actualidad,
una
enorme
cantidad
de
escuelas
de
arquitectura, damos facilidades para que los estudiantes puedan hacer sus mediciones, sin poner ninguna traba de por medio.
-
Mil disculpas, odio la burocracia y estoy acostumbrado a que me digan que no y eso me achaca ene. Por eso pensé que era más simple meterse a la mala, total podía tomar mis apuntes rápido y me evitaría estar viniendo el día que no escogiera.
-
Don Alfonso, ¿acostumbra usted hacer mediciones con pasos y no con sistemas un poco más científicos?
-
(Se incomoda) ¿Por qué lo pregunta?
-
Uno de los guardias que lo encontró señaló que antes de reconvenirlo lo había observado contar pasos entre camarín y camarín.
-
¿Eso le dijo?
-
Sí.
-
Sí, puede ser. Es un sistema algo arcaico que no viene a reemplazar el convencional, sino a complementarlo, toda vez que no se cuente con instrumental apropiado.
-
¿Y vino usted expresamente a realizar las mediciones y no trajo consigo los accesorios requeridos?
-
Usted tiene razón. No puedo mentirle. Le diré a verdad, no quería decírselo, por un asunto personal, pero sobrepasaré la cima de la vergüenza y lo expresaré: el día de ayer fui asaltado y mi mochila con todas mis pertenencias me fue sustraída. Entre aquéllas, el famoso metro.
-
Lo siento, de verdad.
-
Gracias.
-
Don Alfonso, por favor, nuestras puertas quedan abiertas, pero le reitero: cuando desee hacer una tarea relativa al campo en que se está preparando, por favor, no dude en pasar por la oficina de administración. En ella le extenderán una autorización para que se mueva con libertad en el recinto,
267
pero
no lo haga de otro modo, pues de lo contrario, nos veremos en la
obligación de llamar a la policía y ahí va a ser más complicado el procedimiento. -
Pierda cuidado. No volveré a cometer una chambonada de este tipo.
-
Así lo esperamos. Hasta luego.
-
Gracias.
Luego del reconocimiento, el padre de la pequeña derribó todas las figuras religiosas que por años fueron objeto de su devoción irrestricta, arrojándolas, como en la fotografía de la habitación de hospital, en los depósitos de basura. Sus familiares, contentos con la recuperación de su hija, denostaban, sin embargo, el fanatismo de su padre, al cual catalogaban de devoción enfermiza o religiosidad lunática. El ingeniero, ensimismado en sus nuevas convicciones, no hacía caso de estas críticas y vivía el día observando las fotografías del periódico, completando en su mente los paisajes sugeridos por aquéllas. Nunca en la vida había viajado tras el eje sur de la ciudad, y sentía en lo más profundo de su ser la necesidad de ir y conocer al predicador que en espíritu había visitado a su hija, rescatándola de las garras de la cruenta enfermedad, volviéndola nuevamente a la cuna colmada de bendiciones que era su hogar. Pero sentía miedo, y esa emoción le parecía extraña, pues nunca había sido demasiado temeroso de hechos o entes; ni siquiera alguna vez experimentó pesadillas en su mundo onírico, aunque sí, pensaba, sueños desoladores, que era
muy distinto que sufrir aquéllas. Ahora cada tarde,
observando a su hija dormir la siesta, pensaba en tomar su vehículo y llegar a las coordenadas sugeridas por el periódico, refrendadas en algunas notas aparecidas en Internet. Nada más deseaba en el alma ver de cerca al instrumento divino, ni siquiera oír de él alguna palabra inspirada, menos recibir el toque de su mano; pensaba que sería el modo en que cerraría el círculo de la historia de muerte y resurrección de la dolencia de su hija, que tras el viaje cerraría en las oscuridades del recuerdo los momentos amargos de esa etapa que había vivido. Su esposa luego del portento pareció abandonarle sutilmente, para consagrar su tiempo en la
268
pequeña y las pláticas eran cada vez más cortas, más políticas, más triviales. Pero era normal, pensaba él; compartían el amor por la misma hermosa persona, era estúpido entrar a filosofar sobre quién merecía más devoción; las cosas del amor son como se dan, y no como uno las piensa. Esa tarde su esposa llevó a su hija al parque de diversiones en compañía de su cuñada y sus dos hijos. Él, luego de renunciar a su trabajo, vivía de las rentas que le entregaban de dos departamentos adquiridos hace un par de años atrás, en tanto presentaba un proyecto a una compañía minera de capitales chinos que se instalaba en el norte del país. Preparó una taza de café que dejó reposar en el comedor, enseguida subió a su dormitorio y en el primer cajón de la cómoda, buscó el diario que solía acompañar sus noches y sus días; ajado por el trajín, mostró su contenido ayudado por la blanca luz que se colaba por los ventanales de la habitación. Ahí, la foto del predicador y la gente que, seguramente, rogó por la sanación de su pequeña. Bajó a la cocina cargando el diario, se sentó a la mesa, en tanto el café aún humeaba y sorbiéndolo de a poco, procedió a cumplimentar el rito de todos los días. Al cabo de unos minutos epifánicos – el mismo ambiente ceremonial cotidiano- se detuvo en la primera fotografía. Era raro, pero nunca había reparado en un extremo casi perdido de la imagen. Tras un árbol dos seres – personas, entidades celestes, simples formas- observaban al grupo siendo retratado por el lente del reportero gráfico. Parecían concentrados en el ejercicio, demasiado absortos. Era raro pero sus rostros demostraban mucha paz, y una pureza inefable. Quizás ese descubrimiento en medio de su soledad le golpeó y pronto sus ojos se llenaron de lágrimas. Sentía que el mundo formidable leído por él en la infancia, aquél compuesto por personajes bíblicos relatados por los sacerdotes y sus proezas de fe, no era tan lejano a su realidad próxima. Al terminar de sorber el café, sintió sobrepasar el temor y, tomando la llave de su automóvil, abrió el portón, calentó motores y rápido decidió, con férrea voluntad, cruzar la frontera de la ciudad que desconocía.
269
Mendieta permanece sentado frente a una mesa ubicada a un costado de una ventana que da a una de las calles del Barrio. Está algo nervioso por lo que mira reiterativamente su reloj, como si en ese ejercicio aquél corriera más rápido. En la solapa de su chaqueta lleva instalado un micrófono con el que Aguad y Martínez, periodista y detective, respectivamente, planean escuchar la plática entre Mendieta y los dos estudiantes, a saber, Shai y Víctor. ¿Por qué? Temen por la integridad de estos. No saben que ambos, el futuro periodista y el estudiante de arquitectura se han coludido con Nerupla quien les filma desde el segundo piso del departamento de una amiga del poeta que da precisamente justo a la ventana en que está sentado Mendieta. Nerupla a su vez manipula un micrófono con zoom el que le sirve para escuchar lo que platican. Ya sabe que el postulante a psiquiatra ha pedido al mozo un agua mineral y que éste le ha ofrecido un cenicero que Mendieta ha rechazado con diplomacia. Aun quedan algunos minutos para el encuentro y a Shai se le ha ocurrido revisar el correo electrónico, así, como que no quiere la cosa. Sabe que hay un noventa por ciento de posibilidades que reciba emails con las noticias de TVN o publicidad de Vinos Chilenos y otro tanto, quizás un ocho por ciento, que su bandeja de entrada aloje un odioso forward, ese correo basura que se envía con la opción “responder a todos”. Pero esta vez el bendito dos por ciento llenó de esperanzas el corazón de Shai: después de muchos intentos, había podido recibir respuesta de Alfonso, estudiante de arquitectura en la Universidad de Chile, ex amigo de Agnes. La misiva tenía carácter de urgente, así lo corroboraba el asunto. En un acto de absoluta benevolencia había dejado el número de teléfono de su celular y eso golpeó de gozo a Shai; el contenido del correo electrónico indicaba que poseía datos extraordinarios que explicarían el comportamiento de su amiga y que necesitaba la ayuda de Víctor para acercarse a ella y, de este modo, restaurar la relación rota por la actitud infantil de Alfonso. Había quedado de reunirse a las cinco de la tarde con Víctor y ya eran las cinco con cinco minutos; afanosamente Shai trataba de comunicarse con Alfonso, pero éste, al parecer, tenía el celular apagado o bien, estaba fuera de la zona de servicio. Víctor, al ver la hora, caminó rápido al restaurante y encontró a Mendieta sentado, pero no en la misma mesa, un pequeño
270
revés para los planes. Se dirigió al encuentro con el tesista frustrado, le extendió la diestra y tomó asiento frente a él. -
Sufro de claustrofobia – dijo Víctor- ¿No le molesta que nos podamos sentar junto a la ventana?
-
No,
para
nada.
Es
más:
me
había
sentado
ahí,
pero
pensé,
equivocadamente, que a usted le desagradaría. -
¿Cómo ha estado?
-
Bien. La confesión de Lourdes, en el caso del asesinato de Elías, ha sido un gran alivio para mí. Prácticamente mi situación está saldada, a mi favor. Ya no más firmas, tampoco arraigo, pero faltan algunos detalles.
-
¿Cuáles?
-
Pienso que lo que ustedes hayan podido investigar me puede ser útil tanto a mí, como a los que están involucrados en el caso, por ejemplo Mondaca, el funcionario también acusado de estar metido en el entuerto. Además, no importa que dichas aclaraciones no tengan un fin práctico en lo judicial, ya por ser verdades son útiles en sí mismas para la tranquilidad de nuestra mente.
-
Me lo imaginé distinto…
-
¿Cómo?
-
Quizás más mayor.
-
Ah, gracias, eso me trae cierto alivio. Pasados los treinta la edad y la panza tienden a ser un problema.
-
Gracias por advertírmelo.
-
¿No vino su amigo?
-
No ha llegado; habíamos quedado de juntarnos poco antes de las cinco para estar aquí a la hora acordada, sin embargo, aún no aparece. Debe haberle pasado algo muy importante. No manejo celular, sino me habría llamado. Pero no se preocupe, podemos avanzar en lo nuestro. ¿Le parece que nos cambiemos de mesa?
-
Claro.
271
Una cuadra más al oriente, sentado en la berma de la calle Namur, Shai intentaba por última vez contactarse con Alfonso, recibiendo la misma odiosa respuesta de la operadora de voz neutra. Con la esperanza desvastada y con el amargo sentimiento de haber perdido media hora de reunión importantísima junto a su partner y Mendieta, caminó con rabia en dirección al Bar X. Faltaban tres pasos para llegar, cuando de improviso su celular sonó estrambóticamente. Sin pasión lo extrajo de su jeans, aun sin mirarlo y, apretando OK respondió como cumplimentando un aburrido trámite. -
Aló.
-
¿Shai?
-
Sí, con él.
-
Soy Alfonso, el estudiante de arquitectura, amigo de la Agnes. Un gusto poder saludarte.
La voz afeminada del tipo se escuchaba algo distorsionada por lo que Shai dejó de caminar y se ubicó frente a la entrada del bar. Desde su asiento Víctor le contempló y, mientras platicaba concentrado con su acompañante, puso los labios apretados, quizás tratando de decirle a Shai chucha hueón, llegai tarde y más encima te ponís a hablar por teléfono. Pero de reojo, poco a poco se fue percatando que la plática telefónica iba mudando el rostro de Shai de una manera que jamás había contemplado. Los énfasis de sus afirmaciones, la apertura enfática de sus ojos, los saltos de algarabía por sí mismos eran anormales. Eso lo tranquilizó, pensando que una noticia favorable estaba a punto de serle anunciada. Minutos después un alborozado Shai irrumpió en la mesa; Víctor oteó reflejamente el segundo piso del departamento frente al bar, y encontró a Nerupla saludándole, mientras tomaba en su diestra una cerveza en lata. Todo, hasta el momento, funcionaba a la perfección. -
Él es Shai, el tipo que lo contactó por Facebook.
-
Ah, un placer. Eres periodista, ¿no?
-
Casi, me falta la tesis. Ah, verdad que estamos en las mismas. ¿No han pedido nada?
-
Sí, antes de que llegaras habíamos pedido un vino. ¿Qué te sirves tú?
272
-
Una chelita no más.
Shai llamó al mozo y éste, al llegar, anotó su pedido. Disimuladamente quiso corroborar la presencia de Nerupla en el plan de filmar el encuentro para luego analizarlo. Todo estaba bien, él allá en el segundo piso dirigiendo el lente de su cámara a la mesa donde los tres se encontraban. Pero tras la rápida visión, sus ojos, como movidos por la misma duda, se clavaron en la solapa de la chaqueta de Mendieta. Rápido despegó la vista de ahí. Seguro estaba grabando el encuentro, ¿para qué? Debía buscar una manera para neutralizar dicho micrófono, sacar información y ocupar el encuentro para sus propósitos investigativos; pero no podían darse el lujo de bajar la guardia. Seguramente, Mendieta era parte de una red de espionaje, ¿quién estaba detrás de todo esto? Sacó su celular, lo acercó al puesto de Mendieta y puso música a volumen medio. -
Pasa algo, Aguad.
-
¿Qué, detective Martínez?
-
Escucho música estridente; las voces
de Mendieta y los muchachos se
escuchan a volumen muy bajo. -
Lo descubrieron.
-
Es posible. Mientras tanto grabaremos la señal y luego trataremos de procesar el audio. A ver si le extraemos el ruido.
Mendieta se ha incomodado con esa primera irrupción de Shai. Por qué la necesidad de poner música, de condicionar la plática a un volumen alto. Al bajar la vista, sin embargo, la desazón desapareció pues pudo comprobar a propósito de qué la maniobra distractiva del joven cuasi periodista: asomaba entre sus prendas claramente un micrófono. Sin perder la calma pidió permiso para ir al excusado; luego del vino había pedido café; su actuación era a todas luces,
la de un
gentleman, por eso la salida no despertó desconfianza en los amigos. Una vez en el baño, Mendieta platicó despacio con Martínez usando el mismo adminículo. -
Creo que han visto que cargo un micrófono. Si gusta lo voy a guardar y usaré nada más que mi teléfono celular para registrar el audio de la conversación. Creo que será lo más prudente.
273
Al salir, le esperaban Shai y Víctor, sentados, escrutando cada centímetro de sus atuendos. -
Alfonso me dijo que viene en camino. Consideré que su presencia es útil para aportar datos a la investigación.
-
¿Quién es él?
-
Es un compañero de carrera – dijo Víctor- Fue amigo de Agnes hasta que tuvieron una discusión por que al parecer él se quedó solo en el departamento de ella y procedió a trajinar en sus cosas. Esa es la información que manejamos.
-
A ver si me ayuda usted, Víctor. Agnes es cercana de Emanuel, quien a su vez es primo de Elías, el profeta orate asesinado por Zumarán.
-
Usted lo ha dicho. En esta maraña aparece la figura de Holz,
-
¿Holz?
-
Claro.
-
Sí, si lo recuerdo. Lo ubico porque solía frecuentar a algunos profesores de la facultad. No sabía que era parte de esta triangulación.
-
Sí. Verá: Holz trataba psiquiátricamente a Agnes. Ella tenía algunas manías relacionadas a la numeración. Contaba pasos, pero también numeraba acciones, no sé, contaba las gotas que escupía la llave del lavamanos, las baldosas que había en la entrada de determinado lugar, etc.
-
Ah, sí, una manía.
-
Entonces Holz, de acuerdo a lo que manejamos, tratando de acelerar la recuperación de Agnes recuperó unos textos de Nillsen, un investigador nazi, que había experimentado con una especie de máquina del tiempo…
-
Guau, toda una historia…
-
Y esa recuperación la hizo de modo no muy ortodoxo. Tenemos razones para pensar que robó aquellos manuscritos. Seguro por eso empezaron a recibir amenazas. Ahora bien, eso no es todo: yo supe de esta máquina porque una vez, sin quererlo fui contactado por Holz y su amigo, Sanguinetti
-
Ah, otro psiquiatra, muy simpático y agradable…
274
-
Un plato el pibe… Bien, ellos me contactaron para que les ayudara con lo de la máquina.
-
¿Y, funcionó ese artilugio?
-
El día que fuimos a verlo, ya casi listo, el departamento de Holz había sido prácticamente saqueado. No estaba la máquina y las paredes estaban rayadas con consignas anti semitas. Nosotros, caradura, entramos al departamento, pero rato después llegó la policía y nos llevaron detenidos.
-
¿No les parece raro ese contacto entre Holz y ustedes? ¿Por qué precisamente usted, Shai, habiendo dos millones y medio de jóvenes como usted en la ciudad de Santiago de Chile?
-
También lo conversé con Shai – dijo Víctor-. A nuestro modo de ver, el compañero aquí presente tiene un perfil determinado. Véalo usted, pinta de mateo, seco para la computación. Además, mi brother trabajaba en un cyber, nosotros creemos que por ahí va el cuento. Seguramente el viejo creyó que un cabro así podía ser más crédulo que otro con distintas características.
-
El día en que me encontró en la calle llevaba una polera del Proyecto Matriz. ¿Ubica usted ese movimiento?
-
No.
-
Bueno, más adelante le hablaremos de aquél.
-
La historia, señor Mendieta no termina sólo ahí: resulta que nos enteramos, días después que dos extranjeros investigaban los movimientos de Holz, y, a propósito de él, también a nosotros.
-
Esta historia no puede ser más rebuscada.
-
Verdad. Si esto fuera una novela tendría problemas con el verosímil.
-
Pero, a decir verdad, creo que la fábula que me ha referido no es tan increíble. Todavía me falta proporcionar los datos que manejo.
-
Bien, le escuchamos.
275
Holz y Sanguinetti en una habitación amplia, iluminada; ésta posee piso y muros de madera. En el centro del espacio la máquina. Tras las ventanas las praderas verdes y, luego de éstas, el cielo cubierto de nubes plomizas conteniendo el viento solano. Es mediodía; faltan muchas horas para que se largue a llover. Sus ropas ajadas nos los muestran distintos, aun sus rostros tienen un tinte marcadamente melancólico, opuesto al semblante lleno de vida que mostraran en el transcurso del filme. Luego la cámara hace un close up de Holz y éste, mirando por la ventana, parece sumido en una larga espera, tan aletargada como el ritmo de las cosas allá afuera, en las campiñas próximas. La siguiente secuencia de imágenes muestra a Holz, llegando con dificultad al buzón de la casa, enclavado en la entrada de la parcela. Con ansias mueve el alambre que cierra el objeto y no encuentra sino hojas secas y una rama de alerce en su interior. La música del piano suena cubriendo el espacio y sentimos el alma desgarrada cuando atendemos
el rostro de Holz arrugarse en llanto y
caminar de vuelta a la habitación en que descansa el sueño por el cual desveló todas sus ansias de adultez. En plano general la pradera, al final la casa y la senil figura del psiquiatra cruzar el pedregoso camino de vuelta.
-
Doctor, soy yo, Herminia. ¿Me escucha?
-
Tuuuu, tuuuuu, tuuuuuu, tuuuuuu, tuuuuu, tuuuuu…
Dos extranjeros vestidos con pantalón negro, camisa blanca y corbata de color cálido.
Aún tienen frescas las imágenes de la ciudad de Santiago, sus colores y
matices. Bajan del vagón, cargan sendas pequeñas maletas, cruzan el andén; sobre ellos el letrero “OSORNO”. Han llegado a su destino final. La misión esperada durante años. En una de las valijas el arma nueva, proporcionada por sus superiores para la trascendental circunstancia.
INTERIOR – BAR X. BARRIO LASTARRIA – SANTIAGO DE CHILE – ATARDECER
276
Volvemos al bar. El ex amigo de Agnes llega al lugar despeinado, con el aspecto de haber vuelto de una excursión. SHAI
:
Alfonso,
él
es
el
señor
Mendieta,
estudiante
de
Medicina, próximo a obtener la especialidad de psiquiatría. ALFONSO
:
Hola.
MENDIETA
:
Un placer.
SHAI
:
Mendieta fue cercano al doctor Zumarán, el psiquiatra
que se suicidó tras haber asesinado a Elías, su paciente, en el hospital psiquiátrico. Fue uno de los sospechosos de colaborar intelectualmente en el asesinato por un quisicosa algo complejo que, en realidad, para quienes manejamos los códigos de la ciudad, no nos resulta tan difícil resolver. ALFONSO
:
En la prensa leí que descubrieron a la autora intelectual
del asesinato. Una enfermera cercana al director. MENDIETA
:
Está en lo cierto. Ella, siendo amante de Zumarán, le
habría presionado a ultimarlo, ya que éste sabía que eran pareja y eso, les traería problemas en su trabajo y, por supuesto, en sus respectivas familias. ALFONSO
:
¿Por qué usted se vio involucrado en el asunto?
MENDIETA
:
Verá: soy un estudiante de medicina que requiere nada
más que elaborar su tesis, pero pasado el tiempo no había escrito ni un solo reglón. En la carencia de temas, antes de los luctuosos acontecimientos, el doctor me sugirió hacer un estudio de caso, con un acontecimiento sucedido a mediados de la década del setenta. ALFONSO
:
Ya…
MENDIETA
:
Hubo una mujer llamada María, que parió un hijo en un
establo cercano a la comuna de Puente Alto. Llegó al hospital Barros Luco, tras dar a luz. El asunto es que dicha historia verídica se asemeja notablemente a la historia que seguramente conoce sobre el nacimiento del Cristo. ALFONSO
:
Desde luego, pero díganme… ¿eso realmente pasó?
277
VÍCTOR
:
No es broma; el hijo se llamaba Yoshua, y debería tener
treinta y dos años, en los días de su nacimiento apareció un cometa en el cielo, llamado… SHAI
:
West. Ese era su nombre.
ALFONSO
:
Las coincidencias son pavorosas.
MENDIETA
:
El caso me interesó, pero no por su curiosidad– porque
uno no puede hacer tesis nada más que con historias interesantes- sino por determinar ciertas huellas patológicas dejadas por el fanatismo religioso o el procedimiento psicológico para provocar una profecía autocumplida en el plano de las creencias que tienen que ver con lo trascendente. ALFONSO
:
Le entiendo…
MENDIETA
:
(Imágenes de Mendieta llegando de noche al hospital
mencionado y mostrando la secuencia de los hechos) El caso es que una noche me dirigí
al recinto, motivado por esa línea de investigación. Platiqué con algunos
funcionarios antiguos – que eran los menos, pues el resto había jubilado o habían sido exonerados por motivos políticos- y me sorprendió el hermético silencio que rodeaba al caso. Prácticamente no me entregaron mayor información. Traté de indagar en la biblioteca del hospital en el que archivan los datos clínicos de los pacientes que pasan por algún tipo de tratamiento. Curiosamente alguien se encargó de hacer desaparecer los archivos correspondientes a los días en que concluí, habían sucedido los hechos. ALFONSO
:
Tuvo que renunciar a proseguir investigando…
MENDIETA
:
Estuve a punto de hacerlo. Pero así, desganado y todo,
me ubiqué en un ventanal para seguir el rastro imaginario de la mujer, recrear mentalmente esa época y las circunstancias. Entonces apareció una enfermera que me refirió la historia con detalles. Justo lo que necesitaba saber. Minutos después llamé a Zumarán para narrarle los pormenores de lo sucedido. Sentí que había recibido mi llamada, es decir, apretó el botón para contestar, pero luego cortó. Me pareció que estaba en un lugar cerrado con mucha gente, una galería comercial,
278
alguna construcción parecida. Intenté llamarle de nuevo, pero esta vez la señal se había perdido. SHAI
:
El señor Mendieta había sido el último en intentar
llamar a Zumarán. Éste se encontraba en el metro, dispuesto a suicidarse. VÍCTOR
:
Algunos señalan que la policía le seguía los pasos, que
por eso había tomado la decisión de lanzarse a la línea del tren. MENDIETA
:
Sí, son datos que vienen a complementar la historia.
Discúlpenme mi poca capacidad de síntesis, sin embargo, he tratado de no descartar ningún detalle, para que ustedes puedan entender a cabalidad este episodio
oscuro
en
mi
vida.
Si
tienen
otros
datos
para
agregar
será
extremadamente útil, en fin, claro, es cumplimentar el propósito que he enunciado. ALFONSO
:
Pierda cuidado. Le rogamos continúe.
MENDIETA
:
La policía me trató como alguien cercano al doctor
Zumarán. Eso, en realidad, no era cierto pues mi filiación con él poseía caracteres únicamente profesionales. Él era mi profesor guía de tesis. Permiso (sorbe un poco de café). Pero hubo otro detalle que jugó claramente en mi contra: Elías, el orate asesinado, al ser decapitado – el modus operandi del asesino merece un espacio aparte en esta plática- dibujó con su dedo una letra griega que, desde cuatro perspectivas, podía ser leída como signos completamente distintos. ¿Tienen un lápiz? ALFONSO
:
Sí, tome, aquí tiene.
Mendieta toma una servilleta que encuentra en la superficie de la mesa, entre copas, vasos y botellas. MENDIETA
:
Este era el signo: la sigma. Letra del alfabeto griego.
Σ ALFONSO
:
¡!
SHAI
:
Las investigaciones señalan que este signo persiguió a
Zumarán durante sus últimos días; por lo mismo investigó sobre él, tratando de decodificar su sentido. Fue el mismo grafema que observaron los detectives al
279
momento de reconocer el cadáver de Elías, y ahí, entonces, empezó la divergencia en la interpretación. MENDIETA
:
El signo puede ser leído como sigma, propiamente tal,
como M si es que el lector se ubica a su derecha, como una W si es leída desde su izquierda y como un especie de 3 de ángulos rectos, desde la perspectiva de quien la escribió. SHAI
:
Por eso Mendieta fue sindicado como uno de los
culpables, por la inicial de su apellido, pero también otro tipo, Pedro Mondaca, que tenía a la letra M como inicial de su apellido – siendo también cercano al círculo de contactos de Zumarán –. También Walter otro interno que no simpatizaba con las ideas religiosas de Elías y cortó su cabello días antes.
De quien también se
desconfiaba era Lourdes, ella era otra persona sospechosa. VICTOR
:
¿Y qué pudo haber representado el 3 con ángulos
rectos? SHAI
:
ALFONSO
:
Que participaron en el asesinato tres personas. Pero, en definitiva, ¿qué significación tenía la sigma en
estos acontecimientos? SHAI
:
El metro de Santiago de Chile maneja códigos de
acuerdo a las eventualidades que ocurran. Si por altoparlantes se avisa fría y crudamente de la existencia de un artefacto explosivo, de un robo a mano armada, de un accidente en la vía, esto podría generar la estampida de la multitud con las calamidades que uno puede imaginar. Por lo mismo, el personal del tren urbano maneja claves para comunicar estas eventualidades. Así, si hay un anuncio de bomba escucharemos por altavoces X-10, si hay un asalto a una boletería X- 5, que el freno de emergencia fue activado con la clave K1 o K2, el número de acuerdo a la dirección, tras lo cual se menciona el nombre de la estación. ALFONSO
:
Es decir K2 Baquedano, significaría que el freno de
emergencia fue activado, en la vía derecha y en la Estación Baquedano.
280
SHAI
:
Exacto. Prosigo. A1 o A2 significa llamado al jefe de
estación, esto según la vía; X7 dispositivo de ruido, X11 convocatoria a los guardias, R1 que el personal de aseo debe ir a boletería… ALFONSO
:
¿y SIGMA? (pregunta el estudiante, ansioso, casi al
SHAI
:
Suicidio o intento de suicidio.
MENDIETA
:
He ahí el puzzle resuelto.
ALFONSO
:
Es decir, Zumarán sabía que moriría de esa manera y
:
No. Él nunca lo supo. Sin embargo, la profecía se
punto del pavor).
en ese lugar… SHAI
cumplió. En uno de sus textos
indicó que había soñado que el dedo de Dios,
gigantesco y luminoso, rayó – como en un episodio bíblico - el signo en una pared del metro estación Baquedano. Él, al igual que nosotros, o que los detectives, desconocían el significado de la clave. ALFONSO
:
(Llevándose las manos a la cabeza) No lo puedo creer.
MENDIETA
:
Nosotros tampoco.
VICTOR
:
Este acontecimiento es parte de otro rompecabezas
:
A poco tiempo de empezar la investigación, llegué a la
mayor. MENDIETA
conclusión, por los datos recabados, que Emanuel, el predicador… ALFONSO
:
El amigo de Agnes.
SHAI
:
Claro.
MENDIETA
:
…era primo de Elías, el profeta asesinado por Zumarán.
Aguad, el periodista que siguió desde un comienzo los pormenores del caso, me ayudó a desentrañar el misterio, con la asesoría de un experimentado teólogo, doctor en divinidades. ALFONSO
:
Perdón, pero eso es mezclar dominios. Resulta raro
sobre todo para la validez y objetividad de una investigación. SHAI
:
Lo hicimos en tanto el dominio en el cual nos
manejábamos presentaba vacíos, puntos de indeterminación. Sin embargo, la
281
teología nos presentó un camino, no las conclusiones mismas, así que puedes estar tranquilo. MENDIETA
:
Prosigo. Con sorpresa descubrimos que Yoshúa, el niño
nacido de una virgen en los años setenta, era precisamente Emanuel. ALFONSO
:
Pero Emanuel no tiene treinta y dos años como se
mencionó, sino, veinticinco. MENDIETA
:
¿Le consta a usted ese dato?
ALFONSO
:
Sí, desde luego. Es lo que él decía, también lo que
:
María, la madre del Escogido, desapareció del hospital.
confirmó Agnes. SHAI
Intentaron seguirle el rastro en comisarías y en el registro civil, claro, seguramente previeron que tarde o temprano llegaría a esos lugares porque aún no había sido inscrito, requisito clave para ser ciudadano. Seguramente esperaron años para cumplir el trámite, siete u ocho años. He ahí el desfase en edad. ALFONSO
:
Eso quiere decir que Emanuel es el verdadero Mesías…
MENDIETA
:
Yo no me atrevería a afirmar eso. Me inclino más a creer
que se repitieron las circunstancias y estamos leyéndolas a la luz del texto bíblico. Sin embargo, si no tuviésemos idea de las ideas mesiánicas, seguramente no estaríamos aquí reunidos, quebrándonos la cabeza con semejante problemática. Soy ateo y prefiero entender que esto fue una batería de coincidencias. SHAI
:
Yo comparto la posición del señor Mendieta.
HOLZ
:
Pero no hemos hablado de Holz y de Agnes.
MENDIETA
:
Está seguramente la voluntad, pero no los medios para
hacerlo. Nuestro estudio se ha centrado en los hechos que hemos tenido más a la mano. SHAI
:
Alfonso tiene datos privilegiados.
ALFONSO
:
Holz en efecto era un psicólogo que estudió en la
Universidad de Buenos Aires. Lo que ocultaba tenía relación a su relación con menores de edad. En la década del setenta estuvo involucrado en un par de casos de violación, que fueron consignados por algunos diarios de la época. Aquí los
282
tengo. No vemos las fotografías de él, sino solamente las iniciales de su nombre, pues el tipo tenía influencias sociales. Yo me enteré de aquello por la narración de una viejita que vive hace mucho tiempo en el barrio. Con mínimos datos visité la Biblioteca Nacional y revisé diario por diario hasta dar con los documentos que ustedes pueden ver. En uno de esos casos la víctima fue la menor M.R.A.I. de dieciséis años, la hija de una empleada doméstica que trabajaba para el doctor. MENDIETA
:
¿Sugiere usted, Alfonso, que la noticia que aquí aparece
hace alusión a que Holz violó a una menor llamada, María? ALFONSO
:
Claro. Ella, por el miedo a las amenazas de Holz, le dijo
a su madre que había sido concebida por el Espíritu Santo, aprovechando la devoción religiosa que poseía la señora. SHAI
:
Todo para sostener una mentira.
ALFONSO
:
Así es. Entonces la madre de la doncella procuró todas
las instancias para hacer cumplir en dicha época, lo escrito por la Ley y Los Profetas. El caso es que la gente empezó a creer y el muchacho parecía, efectivamente, tener poderes sobrenaturales. MENDIETA
:
Ahí surge lo que Aguad, el periodista, platicó con el
teólogo. La triangulación de los personas que conforman la familia, se cumple a la perfección con lo que aparece en los evangelios: Emanuel es el Jesús del Nuevo testamento, Elías es Juan el Bautista, a la vez primo de Jesús, María, la madre del Ungido, Elizabeth la madre del Bautista y hermana de María. Se repite también el destino del primo de Jesús: Juan el Bautista fue decapitado por un rey a solicitud de la amante de éste, que vio en el un escollo para perpetuar una relación sentimental ilícita. SHAI
:
Todo calza a la perfección.
ALFONSO
:
Los pasos de Holz estaban siendo perseguidos por esto;
además, con la llegada de Internet vio otro mecanismo para sublimar sus deseos bestiales. MENDIETA
:
Martínez, el detective que participó en las pesquisas
que dieron con autora intelectual del asesinato de Elías, me indicó que sus hombres
283
interceptaron el teléfono de Holz y dentro de las llamadas que hacía y recibía, estaban la de Herminia, la mujer que me refirió la historia de la Pura – la que había concebido al Salvador. SHAI
:
Seguramente le había informado que un estudiante de
medicina empezaba a seguir la pista del caso y eso no le convenía pues llegarían a saber la verdad y necesitaba sostener la mentira que fabricó con la muchacha. De ahí hacer concordar la imagen inmaculada de la doncella, la aparición del cometa, lo del nacimiento en el establo. Nadie puede corroborar empíricamente que eso haya sucedido así, tal y como fue contado. MENDIETA
:
En efecto. Lo que sabemos de la historia es de acuerdo
a esa única y exclusiva versión. ALFONSO
:
SHAI
:
Es que no hay otras. Así suele suceder en la historiografía misma. Qué nos
puede quedar a nosotros. MENDIETA
:
En síntesis, Emanuel sería hijo de Holz… Y Agnes, ¿qué
parte es, entonces, del rompecabezas? VÍCTOR
:
Ella me contó que era huérfana. Nunca supe si hablaba
en serio o simbólicamente. ALFONSO
:
Se puede hablar en serio y ser simbólico…
VICTOR
:
Me refería a que no sabía si lo decía en forma literal o
ALFONSO
:
Trajinando sus cosas encontré medallas militares.
VICTOR
:
¿Su padre fue militar?
ALFONSO
:
Tengo una teoría, armada con los datos que he ido
simbólica. Eso.
recopilando, pero nada más es una propuesta, ni siquiera muy fundamentada. MENDIETA
:
Expóngala.
ALFONSO
:
Te recordarás, Víctor, que el álbum de fotografías de
Agnes llega solo hasta una época. VICTOR
:
(Piensa) Pensé que se debía a un asunto de limitación
de páginas.
284
ALFONSO
:
En él aparecen las fotografías en que solía viajar al sur
del país y las pocas veces en que pudo jugar con su hermana Gigliola. Había un número que ella no podía pronunciar, que lo obviaba a la hora de contar: 1991. VICTOR
:
¿1991?
ALFONSO
:
¿No te diste cuenta? Lo pude comprobar a la hora de
hacer cálculos de proporciones en la confección de maquetas, en el momento de hablar de movimientos arquitectónicos que empezaran o terminaran en dicho año. Al momento de calcular los costos de materiales para algún trabajo en la universidad. Primero pensé que tenía que ver con los números aislados uno y nueve; el primer y el último número existente. Estuve semanas filosofando en torno a ellos. Pero no. Yo estaba equivocado. SHAI
:
Seguro ese año pasó algo trascendental en su vida.
ALFONSO
:
Es lo que creo. Ese año, con la llegada de la democracia
se desclasificaron un sinnúmero de documentos que narraban los horrores de los días en que la dictadura de Pinochet tomó el control del país. Yo creo que ese año ella supo que su padre, el militar con quien sale en las fotografías de niña, padre biológico de Gigliola, no era su progenitor. Empero, guarda los recuerdos de esa época, en cajas de cartón que arruma en uno de los armarios del cuarto que da a la ventana de Holz. VICTOR
:
Ella dijo que en esa habitación vivía el dolor.
ALFONSO
:
Ahí lo tienes. Intenta castigar el dolor, si lo olvidara, no
SHAI
:
¿Y de dónde el contar los pasos?
ALFONSO
:
(Se queda en silencio. Mira uno a uno a los contertulios.
sería tortura para él.
Con actitud de impotencia responde) No lo sé. La cámara muestra al grupo reunido alrededor de la mesa del restaurante. El silencio es capital, pavorosamente incómodo. La luz anaranjada que se cuela por la ventana, posee un tono demasiado artificial, casi surrealista. Nerupla, con lágrimas en los ojos ajusta levemente su cámara y por primera vez en muchos años siente la desolación de la incertidumbre, el mismo sentimiento de los sujetos reunidos allá adentro, la misma emoción que posee el espectador de esta escena. Pronto comienza a sonar, in crescendo, los compases de la obra de Haendel, la sinfonía número cuarenta y dos de El Mesías
285
y vemos el rostro de Aguad mirando el de Martínez con la misma compunción que el resto de los personajes. Luego el padre de la pequeña que recibió el milagro tras un árbol, contemplando
con lágrimas en los ojos a Emanuel que predica con Biblia en mano a un grupo de jóvenes sentados en los pastos de una plaza. El doctor Sotomayor caminando junto al Reverendo Leonard Berger frente a la iglesia de los Benedictinos; Agnes escribiendo una carta en el comedor de diario, hurgando en los papeles guardados en cajas del ropero del cuarto inexpugnable, con la alegría de una niña en un ejercicio placentero rompe en pequeños trozos y, como si fuesen mil mariposas, las arroja por la ventana y lentamente éstas vuelan por los aires en tanto ella ríe de gozo como nunca antes lo ha hecho. Los dos espías israelíes caminando por la berma de la carretera, en tanto camiones y vehículos pasan a su costado, uno apunta lejos y el otro ríe, aplaudiendo la acción, en lo que representa una fiesta de
amistad y compañerismo; Holz camina de su casa al buzón; al abrirlo encuentra una carta que abre despavorido. El contenido del sobre no es más que un papel
blanco, ajado en sus extremos. Sus labios y mejillas palpitan. Luego llora observando el largo camino que conduce hasta su casa. Éste se muestra vacío como siempre. La última secuencia de imágenes nos muestra el Palacio de La Moneda, la Orquesta
Filarmónica
Nacional
interpretando
la
misma
melodía
que
escuchamos, Agnes y Emanuel sentados en graderías de madera instaladas para la ocasión-, sonríen como dos enamorados, ella celebra los movimientos del joven, éste dirige desde su asiento a la orquesta
mientras en otro plano, se acerca el padre con la pequeña sanada milagrosamente.
Ha
superado
el
miedo;
emocionado
con
la
majestuosidad del instante queda parado frente al predicador y éste, reaccionando con dulzura, se pone de pie. La multitud que ha visto al predicador y a la pequeña, no hace más que aplaudir y llorar frente al encuentro. Ambos se abrazan y, cuando el padre cae de rodillas al
286
suelo, la orquesta, conmovida por el momento teofánico, parece con su sonido, haber abierto las puertas del cielo. Todo se va negro. Aquí termina la película.
Santiago de Chile, diciembre del año dos mil ocho.
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