5 De Octubre 1818 Fundadora De Una Orden

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5-6 DE OCTUBRE DE 1818... "Esta pequeña señorita Thévenet... Fundadora de una Orden!"

El 31 de julio de 1818, por la mañana, tiene lugar la asamblea general de la Asociación del sagrado Corazón. El tema esá· señalado: evaluar el año transcurrido, el segundo después de su fundación. Se hacen las observaciones siguientes: la Providencia, confiada desde septiembre de 1817 a dos Hermanas de San José, marcha muy bien, pero se necesitan más recursos; la catequesis de la parroquia de San Policarpo ha ido muy bien, sin embrago sería mejor que en adelante se separara a los niños de las personas mayores; las visitas a los enfermos, a los desdichados, a los pobres, han sido numerosas, a veces "se nos ha escuchado un poco" pero no siempre han tenido éxito los pasos que se han dado. Y se saca esta conclusión: para ayudar eficazmente, hay que olvidarse por completo de sí misma, ser muy bondadosa y escuchar mucho. Una parte del acta está escrita por Claudina Thévenet; corresponde a una intervención de la presidenta: "los miembros de nuestra Sociedad nos habíamos comprometido a ayudarnos mutuamente en nuestro camino. Pero nos hemos relajado". El discurso es claro, preciso, con una cierta vehemencia; termina así: "Espero que ninguna llevar· a mal las observaciones que he hecho en mi Memoria; están dictadas únicamente por el deseo de nuestra mutua perfección, y para cumplir la obligación que se me ha impuesto de hacer notar las omisiones que tuviéramos que reprocharnos en el transcurso del año". Después de la reunión comparten todas el almuerzo y se separan. Pero el Padre Coindre había convocado para aquel mismo día por la tarde, una segunda reunión en la que estarían presentes siete miembros de la asociación y cinco amigas de Claudina que no pertenecían a ella; tenía que hablarles, según dijo, "de un asunto importante concerniente a la gloria de Dios". Después de haberles recordado brevemente lo que se había dicho por la mañana, declaró: "Es necesario que sin titubear y sin tardanza os reunáis en comunidad". Y comienza a exponer sus planes: "el fin principal que desde ahora debéis esforzaras en alcanzar... es vuestra santificación y la educación cristiana de las niñas de todas las clases sociales". Parece que el grupo, sorprendido, permaneció en silencio. "Dios ha preparado los caminos y ha encargado a Claudina Thévenet esta empresa". Claudina, por un momento, pierde la serenidad en medio de la emoción general; pero nadie dice al Padre Coindre que su proyecto es una locura. Después de todo no es sino un paso más. Cristo escogió para sí a Glady en el momento de la muerte de sus hermanos y desde aquella fecha ya lejana, ella no ha hecho otra cosa que buscar el modo de seguirle. Lo que pide ahora el Padre Coindre es una confirmación de la primera llamada; no hay que cerrar los oídos. Claudina acepta sencillamente, sin excusarse por su incapacidad; sin temor. Y casi inmediatamente toma la resolución de abrir una segunda Providencia. 'Se siente invadida por una fortaleza serena: la ternura del Buen Pastor va a poder contemplar amorosamente los rostros de niñas y jóvenes abandonadas y en el corazón de esas pobres brotarán las maravillas de Dios. Encuentran alojamiento en una casa de dos pisos, construida en el jardín posterior de los números uno y tres de la calle de Pierres-Plantées. Claudina conoce a una obrera muy hábil en el tejido de la seda, que vive sola y trabaja por su cuenta en un piso cercano. La contrata; cuando la casa quede libre, el primero de octubre, Juana Burty se trasladará allí con una joven huérfana a la que enseñará su oficio. Ahora hay que preparar a la señora Thévenet para la separación. Claudina sabe a dónde va, pero sufre. Su madre, por supuesto, no está sola, pero vivía de su presencia y va a sufrir una nueva ruptura. Las idas y venidas de su hija y lo que le cuenta al volver a casa, le intrigan. "¿Qué gusto de ‘canut’ *(Así se llamaba en Lyon a los obreros de la seda) te ha entrado... ?" Y el marido de su hermana Elisabeth se ha acostumbrado a llamarla "Señora Abadesa" con un tono graciosamente irónico. Su sobrino Claudio escribiró más tarde: "Yo no entendía el sentido de estas pequeñas escenas de familia, pero me han quedado grabadas en la mente. Se puede sacar la conclusión que mi tía tuvo que soportar otras bromas, dentro y sobre todo fuera de casa, y mucho más humillantes que las que se permitía mi padre. En una

palabra, debieron burlarse frecuentemente de esta pequeña señorita Thévenet que quería hacerse fundadora de una congregación. Este debió ser el tema preferido de las lenguas largas del barrio". A medida que se va acercando octubre, el miedo y las tinieblas se apoderan de Claudina. Del grupo que se reunió el día de San Ignacio, una de ellas, Victoria Racimé, había decidido reunírsela, pero Claudina le había pedido que fuera a una casa de la Natividad donde su hermana Eleonor era superiora, para adquirir una cierta experiencia de vida comunitaria y formación para ser maestra de novicias. Mirando al futuro, era prudente. Pero, en lo inmediato, era un riesgo. La tarde del 5 de octubre de 1818, después de las primeras vísperas de San Bruno, Claudina se despide de su anciana madre y se va a PierresPlantées. Tiene cuarenta y cuatro años. Juana Burty, de veinte, la había precedido con su telar y una huérfana. Francisca Blanc, viuda de Ferrand, treinta y seis años, va también. Fue una noche de desolación y angustia. "Me parecía haberme comprometido en una empresa loca y presuntuosa que acabaría en la nada". Al día siguiente, las cuatro van a la misa de la fiesta de la parroquia. Claudina se acerca a dar un abrazo a su madre, luego continúa el arreglo de Pierres-Plantées para poder acoger allí a las once niñas dispersas por la Croix-Rousse de las que ella se ocupaba hasta entonces. "La recuerdo, cuando yo tenía cinco años, vestirse por Dios de no sé qué; marcharse de casa, ir a vivir a una especie de granero, ante la burla de mucha gente". Estos hechos impresionaron mucho a Claudio. "Más tarde comprendí... que la obra se fundó sobre la nada, sobre la pobreza, que es el verdadero fundamento necesario para toda obra divina". ¿Y el Padre Coindre? Ha empezado a organizar una Providencia de chicos, dirigida por un obrero de la seda que les enseñaría a manejar el telar y a tejer. Sigue al mismo tiempo con sus misiones y los sermones en muchas parroquias que le llaman porque tiene gran fama de orador. Apenas se le ve en Pierres-Plantées. Total, que ha embarcado a Claudina en la aventura de una fundación religiosa y la deja que vaya haciendo sola las primeras experiencias. Y vivir de una manera más radical el programa de la Asociación. Y responder más profundamente a las propuestas del Evangelio. Claudina medita en su corazón: revelar algo de la bondad de Dios para con los hijos de los hombres; acoger a las jóvenes, ayudarlas a crecer, curarlas, en cuanto sea posible, de las heridas que ya han recibido; enseñarles las cosas necesarias y útiles, prepararlas para que cuando se vayan puedan volar con sus propias alas. ¡Qué perspectiva! El amor que hubiera dado a los hijos de su propia carne, Glady lo siente ahora crecer para todas las niñas que vendrán un día. Entonces se manifestará el amor de Dios. Se hará cercano a esas pobres criaturas que encontrarán el verdadero sentido de su vida. Los días pasan y el proyecto que ha nacido ante la mirada de Dios toma forma y se desarrolla. A fines de 1818, apenas tres meses de la fundación, la comunidad tiene ya doce miembros y veinte huérfanas. La contradicción se manifiesta también, como es natural. Cuando los grupos van a la iglesia de San Bruno, abundan los comentarios y las burlas. También las bromas, y a veces de mal gusto: "Cuando íbamos a misa con las niñas, los golfillos nos apedreaban. Entonces el Padre Coindre nos decía por todo consuelo: Es buena señal, hijas mías, es buena señal". Por su parte, la señorita Thévenet sufre con paciencia estas cosas y recomienda responder al adversario con una mirada modesta y una sonrisa benévola. A partir de 1819, el espacio resulta demasiado estrecho. No se pueden ya admitir ni colaboradoras ni huérfanas. Claudina busca en la Croix-Rousse: ahora ya no les tiran piedras; la obra se mira incluso con simpatía y no falta trabajo. El 28 de mayo de 1820, muere la señora Thévenet, casi de repente, a los setenta y cuatro años. Se rompe un lazo muy fuerte. Pero eso favorece el que la hija busque casa también más allá del barrio. Precisamente entonces, Paulina Jaricot le comunica que su hermano quiere vender una gran propiedad que tiene en Fourvière. Paulina María se había "convertido" poco antes de los diecisiete años al escuchar un sermón del sacerdote Wurtz en Saint-Nizier. Su hermano Pablo estaba emparentado con la familia materna de Claudina; pero las familias Thévenet y Jaricot se habían relacionado también por cuestiones de negocio y por vecindad. ¿Fue acaso Pablo quien puso en relación a Claudina con su hermana? A los diecisiete años y medio Paulina había hecho voto de no casarse. "Pero ignoraba, dice, que existieran en el mundo obras que reunían a personas piadosas para procurar la gloria de Dios...". Mucho más tarde, cuando, arruinada, envía una "llamada a la santa Iglesia", escribe en el mismo sentido: "Jesús permitió que fuese admitida en una sociedad de vírgenes cristianas; ellas fueron los modelos y guías de mi juventud; pero como eran

ya de edad madura, mi corazón no estaba del todo satisfecho". Paulina fue admitida en la Asociación del Sagrado Corazón el 21 de junio de 1817. Tenía veinticinco años menos que Claudina. Fue nombrada luego presidenta de la sección de consuelos y de limosnas. Visita a los pobres con respeto evangélico y agradeciéndoles de todo corazón el que le hayan concedido "el honor de recibirla". El día 13 de septiembre de 1817, Paulina había escrito a su hermano Pablo: "Habías prometido a la señorita Glady que le ayudarías en la creación de un taller... ¡qué agradecida te estaría si cumplieras tu promesa! Te aseguro que no es el bien por hacer el que falta, sino bienes para dar..." Y el 2 de noviembre del mismo año: "No sé cómo explicarte la alegría de la señorita Glady (que arde en celo por nuestro Dios) cuando ha visto que le dabas cien escudos para su establecimiento porque estábamos muy preocupadas de que este establecimiento se fuera a pique por falta de dinero". Así pues, la ayuda de Pablo Jaricot hizo posible el buen comienzo de la primera Providencia de San Bruno. Y va a hacer posible también el progreso de la segunda y al mismo tiempo a que se conserve el carácter religioso de la colina de Fourvière que tanto preocupa a Paulina. Todo esto es lo que ésta explicar· al cardenal de Bonald en la carta que en justificación propia le escribió en 1857: "Expongo ahora que no sé que existiera ninguna comunidad en la ladera de Fourvière cuando mi hermano mayor, que había adquirido hacÌa poco tiempo la casa que hoy habitan las religiosas de Jesús-María, la vendió a las señoras Thévenet y Ramié, fundadoras de esa institución". Paulina, al mismo tiempo que participa en la actividad de la Asociación del Sagrado Corazón, va madurando sus iniciativas personales referentes a la causa de las Misiones que le entusiasmaban desde pequeña lo mismo que a su hermano Fileas. Este le habló un día de las dificultades financieras que tenían las Misiones extranjeras en París. Paulina, en la primavera de 1818, inicia la campaña de "los diez céntimos semanales" recaudados de mano en mano; luego organiza un plan piramidal que obtiene un éxito inesperado. Pero este éxito provoca interrogantes e incluso oposiciones. Un vicario de Saint-Nizier emprende una campaña contra ella, acusándola de empezar obras no autorizadas. Las mismas críticas en San Bruno, en los cartujos de la Croix-Rousse. ¿Cuál es la reacción de Claudina Thévenet? TambiÈn ella se le opone? No hay nada que lo pruebe; al contrario: en el libro de cuentas se encuentra, repetidas veces anotada, una cantidad "para la propagación de la fe". Además, ¿cómo no iba a conmoverse ante las obras apostólicas de Paulina, que no puede poner límites a su celo porque tiene "un corazón para el mundo entero", y admirar el entusiasmo de esta muchacha tan joven, convertida por la gracia, apasionada del Corazón de Jesús, que declara: "'Toda la tierra me ha parecido fecundada por la presencia del Salvador en el Santísimo Sacramento?" El mundo entero... Toda la tierra... Claudina acoge esas palabras llenas de generosidad y que responden a sus propios deseos. El nombre de Paulina se encuentra todavía en las actas de las reuniones de la Asociación del Sagrado Corazón de 1824; y el 6 de enero de ese mismo año, se incluye en el acta el resumen de una conferencia que dio a las asociadas. En ella habla con fogoso ardor del Corazón de Jesús y de la necesidad de reparar las injurias que recibe constantemente. Cuando desaparece la Asociación, Paulina continúa la amistad con Claudina Thévenet, aunque siguiendo su propio camino, con la fe, la valentía y la generosidad mística que todos le reconocen: "He amado a Jesucristo por encima de todo lo de la tierra y, por su amor, he amado más que a mí misma a todos cuantos pasaban trabajos o sufrían". Se conocen muy poco en Lyon las relaciones entre Paulina Jaricot y Claudina Thévenet. Una y otra habían sido atraídas por Cristo. ¿Quién podrá decir lo que se deben mutuamente?

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