1.6 Atrévete a cambiar tu vida Hebreos 12, 1-3
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ecuerda que Dios nos creó a su imagen y semejanza, con inteligencia y voluntad, para hacer de nuestra vida un ejemplo a seguir. Todos tenemos defectos, pero los podemos superar y cambiar positivamente si nos lo proponemos. Confiemos en que Cristo nos ayudará y sigamos su ejemplo de perseverancia y decisión para así lograr la recompensa de la vida eterna. ¿Has pensado cómo podrías cambiar tu vida?, ¿tienes claros cuales son tus defectos y cómo cambiarlos?, ¿sabes cuáles son tus cualidades y cómo aprovecharlas en tu camino a la salvación? ___________________________________________________________________________________ El cambio, una constante Si hay algo que no cambia a lo largo de la vida es precisamente el cambio. El hombre ha cambiado, ha evolucionado y ha pasado de ser uno de los más asustados mamíferos que poblaban una tierra caliente e inestable, al ser que domina la creación y que ha aprendido a manejar sus recursos a su beneficio y el de toda su raza. Ciertamente a veces el cambio ha sido lento o repentino. Así siempre ha sido. El poder de cambiar Ahora bien, si nos ponemos a reflexionar tendremos que aceptar que si el mundo, la sociedad y la cultura cambian, es claro que los seres humanos de manera individual también tienen que cambiar. Sin embargo, tal parece que nos gusta ignorar lo que ocurre a nuestro alrededor y, ya sea por comodidad o por desidia, evitamos cambiar, sobre todo si ese cambio nos obliga a realizar un esfuerzo extra para ser mejores. Estancarse en lo mismo durante años y años no es la mejor receta para tener una vida plena. Cambiar de manera positiva es un poder que tenemos y que debemos desarrollar día tras día. Ese poder para mejorar implica básicamente dos cosas: Minimizar los defectos que tenemos y cultivar las virtudes que poseemos. Quitándose defectos, poniéndose virtudes Muchos de los llamados defectos que tenemos son más bien errores que hemos convertido en hábitos. Ser impuntuales, tener mal humor, ser flojos, apáticos, descuidados, mentirosos o pesimistas, son parte de una manera personal de comportarnos que, con el correr de los años hemos asumido como nuestra. La primera cosa que podemos hacer es preguntarnos ¿por dónde podemos empezar? Y eso nos lleva a otra pregunta interesante: ¿Cómo nos gustaría ser? Lo más importante en este punto es ser ambiciosos y, si vamos a atrevernos a ser mejores, entonces habrá que ser mejores desde el fondo y desde el principio. Suena bien y si quiero…¿cómo le hago? Lo primero que debes hacer es creértela. Todos podemos cambiar para bien, todos podemos quitarnos un mal hábito y cultivar una virtud si realmente nos lo proponemos. Una vez conseguido esto, el primer paso es identificar qué cosa quiero cambiar y por qué. Luego establecer un compromiso con nosotros mismos y esto significa empeñar nuestra voluntad, respeto y autoestima para conseguir el cambio que queremos. Por último debemos buscar el conocimiento para lograrlo. No basta saber qué queremos y comprometernos con nosotros mismos, hay que saber cómo realizar el cambio. Las ganas son necesarias para conseguir las cosas pero no podemos lograr todo con sólo echarle ganas. Debemos prepararnos, buscar lecturas o realizar ejercicios para afianzar nuestros hábitos positivos y eliminar los defectos que tenemos.
Si realmente queremos triunfar en la vida, debemos de utilizar el poder que tenemos de cambiar y ser mejores. Muchas personas a lo largo de la historia nos han mostrado el camino para mejorara a cada momento. Si todos ellos lograron lo que se propusieron, nosotros también podemos hacerlo.
El elefante y la estaca
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uando era chico le encantaban los circos, y lo que más le gustaba de los circos eran los animales, principalmente el elefante.
Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal, pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿qué lo mantiene sujeto?, ¿por qué no huye?. Preguntó entonces a algún maestro o a algún familiar por el misterio del elefante. Alguno de ellos le explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hizo entonces la pregunta obvia: Si está amaestrado… ¿por qué lo encadenan? No recordaba haber recibido alguna respuesta coherente. Con el tiempo olvidó el misterio del elefante y la estaca… y sólo lo recordaba cuando se encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrió que alguien había sido lo bastante sabio para encontrar la respuesta: El elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño. Cerró los ojos e imaginó al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. En aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Se durmió agotado y al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que seguía, hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso no se escapa porque cree que no puede. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que se siente poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás intentó poner a prueba su fuerza otra vez. Cada uno de nosotros somos un poco como ese elefante: Vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos creyendo que no podemos hacer un montón de cosas simplemente porque alguna vez probamos y no pudimos. Grabamos en nuestro recuerdo: No puedo, no puedo y nunca podré. Crecimos portando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y nunca más lo volvimos a intentar.