Año Dos / Número Tres / Mayo de Dos Mil Ocho
L ITERATURA
Uranga Devincenzo Kasztelan Vico
Bonafina
Pensotti
E NTREVISTA
Ricardo Strafacce,
sobre Osvaldo
Lamborghini, una biografía
C RÍTICA
Vieytes Díaz Berduque Sánchez Santarelli
C I E N T O CINCUENTA M O N OS
Año Dos / Número Tres / Mayo de Dos Mil Ocho
C I E N T O CINCUENTA M O N OS
LA MONADA, CONSEJO EDITORIAL
ÍNDICE
Santiago Sánchez Santarelli
Editorial
Nació, sin pan bajo el brazo, en 1981. Para formar parte de la nueva generación de escritores argentinos fue calvo, como Casas; usó anteojos, como Garamona; y duplicó sus iniciales; como Daniel Durand. Para ser de la avant-garde más extrema las triplicó. Olvidó, tonto de él, escribir una obra consistente. En vez de eso, codirige esta revista y colecciona libros de poetas ignotos.
Kimono (Poesía)
1
El llanto del payaso, Ignacio Uranga
2
Lo que queda del mono, Ariel Devincenzo
4
Movimientos incorpóreos, Nurit Kasztelan
6
Kin Kón (Entrevista a un Gran Mono)
Juan Cruz De Sabato
Pese a su resistencia a escribir estas palabras, ellas mismas se acomodan una detrás de la otra con el sólo fin de ofuscarlo. Ah, ahora edita cuentos infantiles. Pobres niños…
Carolina Berduque Orgullosa madre de Macedonio Fernández y de Oliverio Girondo, tarda demasiado en armar revistas y en hacer brownies. Pero qué bien le salen…
Entrevista a Ricardo Strafacce
7
Mono con navaja (Disección crítica: Literatura) Pasado de contradicciones, Ariane Díaz
15
Monoambiente (Relatos de una sola pieza) Mujeres de barba candado, Fernando Vico
20
Tiro de gracia, Verónica Bonafina
24
Segundo B, Mariano Pensotti
28
Mono con navaja (Disección crítica: Literatura) Ilustración de tapa: Darío Fantacci (Grupo Niños)
Maten a Borges, Santiago Sánchez Santarelli Monólogo (Teatro para leer, porque otra no queda) Viviendo a costillas del poeta III, Gastón Mazieres
Publicación realizada en la República de Floresta (Buenos Aires, Argentina), por el Grupo Editorial Ciento Cincuenta Monos. Queda prohibida su reproducción sin citar las fuentes. El grupo no se responsabiliza por las opiniones vertidas por los correspondientes autores (y menos por los del mismo grupo). Quejas, opiniones, contribuciones:
[email protected] Visite a los monos en: www.150monos.blogspot.com
32 35
Mono con navaja (Disección crítica: Teatro) Las locas, una lectura, Carolina Berduque
37
Poemínidos (Contribuciones fósiles…) Alfonso Durán, Santiago Sánchez Santarelli
41
La banana mecánica (Crítica de cine) Crónica de un cineasta inevitable, Marcos Vieytes
44
La del mono (Columna chancha) Pornosonetos, Ramón Paz
47
Monoaural (Crítica de música) Larumbe, Fernando Dominguez
49
Última página (Muchas monerías)
53
Editorial
LA TERCERA ES LA VENCIDA
Yitshac el Ciego, en su comentario al Séfer Yetsirá, nos dice: “El yotser Bereshit se llama ‘El Gran Dios’ y la sefirá es como un alma de él, pero él mismo es como un cuerpo para ese alma. Y él también se llama ‘Trono de la Gloria’, dado que es un trono para la Biná”. No sabemos muy bien qué tiene que ver esta larga cita, llena de abstrusos nombres hebreos, con los monos, pero nos pareció ponerla porque a “estas verdades las refiere Scholem en un docto lugar de su volumen” (El segundo, de Los orígenes de la Cábala) y porque la tercera de las sefirot cabalísticas es la Biná: nada menos que el origen de las almas de todos los hombres. Pero la cosa no termina ahí. El 3 es un número lleno de significado. Piensen si no en el Trío Los Panchos, en la ménage à trois y en los tres tristes tigres. También, en los tres mosqueteros, los 33 orientales y en la tercera pata de la sota, no menos misteriosa que la asaz oscura doctrina esotérica judía. Y la santísima trinidad, claro: Juan, Carolina y Santiago. No
habrán pensado en la otra, ¿no?: El padre, el hijo y la palomita no tienen lugar en esta publicación. Atrás de esta editorial viene cossa golda: Pensotti imagina los posibles desenlaces de una reunión con compañeros del secundario, el implacable Dominguez sin tilde le pone cortina musical al número con su nota sobre jazz argentino (audio descargable incluido en el blog de la revista), Ramón Paz manda a la mierda la pacatería del soneto y Ariel Devicenzo nos cede parte del libro más simiesco que vio el 2007: Lo que queda del mono, editado por El Mono Armado. Por supuesto, la lista sigue. Ah, las tintas chinas las pusieron (especialmente) los chicos del Grupo Niños. Después de 3 largos meses veraniegos, los 3 integrantes de este consejo editorial (ojotas nostalgiosas en mano) vuelven al ruedo con el tercer número de Ciento Cincuenta Monos y, burlones como son, gritan al unísono: ¡TOMÁ, CASAS!
Justificándonos
La idea de esta revista era ser bimestral. Pero ya desde Platón el mundo de las ideas y el de las cosas se llevan a las patadas. Entre nuestra ingenua pretensión de intervalos regulares, arquetípicos, y la vasta red de complicaciones que es la realidad había una especie de paro de subtes. O un piquete de ruralistas. Tuvimos (hay que aceptarlo) el berretín iluminista de que la fuerza de la razón iba a poder con todo. Aun con las mudanzas de los integrantes del Consejo, con la falta de computadoras y de tiempo, con el hecho de que una revista no se hace con tres tipos dándose corte de directores. Nos habíamos olvidado de que, hace casi un siglo, Werner Heisenberg había enunciado su célebre Principio de la Incertidumbre: “No se puede conocer al mismo tiempo el contenido y la fecha de publicación de una revista.” Anacrónicos de nosotros.
UNO
Así que ahora, varios meses tarde, llegamos a sus casillas con el rabo entre las patas. Y rogamos al buen Dios (muy a pesar de lo dicho en la editorial) que, en el futuro, un D’Elía de las revistas literarias nos allane a trompadas el camino a la bimestralidad.
Kimono
EL LLANTO DEL PAYASO (
SELECCIÓN)
Ignacio Uranga
Identidad o del mundo como voluntad y representación El limonero de Avellaneda 540 ha perdido la libertad de ser un árbol cualquiera
Mnémica emotivo-involuntaria o del azul imposible Tus ojos tus ojos, la puta, tus ojos
DOS
Sýmbolon El último invierno, agosto, miércoles, 11 pm ella partió, dejó, la ciudad, un pacto, el amor, roto en el café de las siete: un símbolo de la antigua Grecia: la hospitalidad de sus ojos: la mitad de mi tristeza
Nihil aut de gemina elegeia: funus Después de todas las teorías, Caroline literarias, después de todos los movimientos de avanzada, ahora, septiembre dos mil seis, ahora, que la literatura no existe, ahora, que el poema se nos vuelve tan íntimo, porque, repito hoy, ahora, la lit no existe, elijo el poema para construir, así en la forma como en el fondo, este signo, estético, que muestra la nada que hay, hoy, en sus principios, lo imposible que se vuelve el verso para arar con el lenguaje la representación, Caroline, de tus ojos, feroces, por ejemplo, regresando mansos, al presente, de las drogas; un agravio, una imprudencia, un ultraje, el tuyo, Caroline, dejarme, así, como si nunca, así, como si nada, así, como hoy la lit, de suerte tal que deba, en nuestros tiempos, recurrir a esto, lo que, ahora septiembre, dos mil seis, no es, meramente, más que, de momento, cicatriz, recuerdo, esto que, hoy, no es, repito, ahora, septiembre, nueve, dos mil seis, cuando la lit no existe, y yo me lo apropio para, con la forma decir, también, no hay, no queda, acá, nada
Ignacio Uranga
TRES
Nació el 20 de febrero de 1982 en la ciudad de Bahía Blanca, donde actualmente reside. Es estudiante de la licenciatura en Letras en la Universidad Nacional del Sur. Tradujo poetas griegos, latinos, franceses e ingleses. En el año 2007 participó de la antología Gruñendo (ed. Hemisferio derecho), los poemas allí publicados pertenecen a un libro inédito llamado El llanto del payaso.
[email protected]
Kimono
LO QUE QUEDA DEL MONO (
SELECCIÓN)
Ariel Devincenzo
la oscura calma no sé qué palabras
la noche atraviesa más que nunca no sé qué cielo
la cívica macumba de los poetas malditos no sé qué cuervos yo soy yo no sé qué cuerpo vos sos vos no sé la triste voz
y mañana es nadie porque Y@ siempre desvelado el sueño de los muertos donde creía vivir necro-lógica-mente
Sobre una pintura de Loreto Garín Guzmán
como el diamante en el corazón del carbón qué cuerpo resiste y grita las moscas no han de perturbarse sin decírselo
quién
orangutanes animados mirando de lejos nombrándose ellos mismos sintiendo curiosidad de monerías diferentes a las de su ombligo
quedaron quietas las hamacas como el invierno en la casa de los sin casa el acorde del gas
lo que queda del mono es la soledad de un día en el desierto un color en el monitor un celofán en el cielo una escalera para subir al árbol y un ascensor para bajar al infierno.
cansada la garrafa el té los bizcochos más té y cigarrillos en el viejo tazón caídos por soñar compartido quedó quieta la noche en la ventana se secó el río sin aliento tanto adelgazó el puerco que parecía un niño en la asadera cuando dormía la muerte jugaba por los pasillos el suspiro del gas
CUATRO
vaciada la garrafa el té los bizcochos más té y cigarrillos
Kimono
¿ves este desierto?
podés no cruzarlo, pero no niegues su existencia.
Ariel Devincenzo
CINCO
Nació en Buenos Aires en 1977. Hacia fines de 2000, comenzó a trabajar junto al movimiento de artistas Etcétera… con el que participó de diferentes exposiciones y coloquios, tanto en Argentina como en el exterior. También fue uno de los organizadores de la “Tertulia de los viernes”, veladas de poesía que se prolongaron por más de dos años en la biblioteca de la que fuera la casa-imprenta del artista surrealista Juan Andralis (1924-1994), en el viejo barrio del Abasto. En 2006 fue seleccionado por el Fondo de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires para la publicación de su primer libro de poesía Lo que queda del mono, que reúne material publicado y también inédito de los años 1997 a 2003. Los poemas aquí publicados forman parte de dicho libro.
Kimono
MOVIMIENTOS INCORPÓREOS (
SELECCIÓN)
Nurit Kasztelan
Sarah
Movimientos incorpóreos
Se agota en un lenguaje
Escribe para los muertos. Para los no nacidos evoca el ideograma de la locura. En el lugar donde los buitres se divierten
cáustico, renovador, donde se quiebra el contacto con la tradición.
y las calles aparecen Búsqueda del margen,
en el esbozo de una mano ajena.
del valor de la obra.
Un punto de ruptura
donde se pierden los parámetros.
Cayeron los héroes
Runas
en ripios arquetipos gastados
Una palabra en una hoja de papel
que forman un cuerpo extraño,
un juego entre mi mano y yo
un puente hacia un género
una máquina de escribir que no funciona.
que muestra el reverso de un paisaje que sutura.
Artificios: encierro lo grande y lo pequeño en una piedra.
¿Qué pasaría si nos diéramos cuenta
Escribir. Gemir en cada letra.
de que una ruptura contiene
Amordazar mis pensamientos en palabras.
la rebelión de un instante?
¿Cómo se representa el horror
cuando la lengua
ya no es inocente?
SEIS SEIS
Nurit Kasztelan Nació en Buenos Aires, en 1982. Es Licenciada en Economía y estudia Letras en la UBA. Desde mayo del 2007, coordina el ciclo de poesía La manzana en el gusano. En agosto del 2007 publicó Movimientos Incorpóreos (Ed. Huesos de Jibia). Poemas suyos aparecieron en la revista virtual No-retornable. También colaboró con reseñas para las revistas virtuales El interpretador y No-retornable. www.escribirenelaire.blogspot.com
Kin kón
LOS MONSTRUOS
OSVALDO LAMBORGHINI TIENE BIOGRAFÍA
Entrevista a Ricardo Strafacce por Santiago Sánchez Santarelli Situémonos en el espacio: estamos en el tradicional Varela Varelita de Scalabrini Ortiz y Paraguay. Es uno de esos bares que se mueven misteriosamente: antes estaba en Canning y Paraguay. Mañana quién sabe. Sobre sus mesas –que nunca preguntan– patinaron los vasos de gente tan disímil como Héctor Libertella y Chacho Álvarez. Ahora, situémonos en el tiempo: Es viernes. Son las 19:30 hs. El momento perfecto. Strafacce me espera acodado en el estaño. Él también es una especie de inquilino del famoso Varelita. Llego. Nos sentamos. Yo pido el tradicional café y después me iré sin pagarlo. Mal por mí. Ricardo toma un fernet con tónica. Los habitués llaman a ese brebaje agua atómica. Pero eso no nos importa aquí, aunque nos hayamos quedado con las ganas de probarlo. Lo que nos reúne en el Palermo que alguna vez tuvo cuchilleros y ahora tiene chetaje, es la monumental biografía de Osvaldo Lamborghini que pronto publicará la editorial Mansalva, de Francisco Garamona. Uno quisiera caer en el lugar común, decir lo que se ha dicho de medio mundo, que Strafacce “es el Boswell de nuestros días” y meterlo en la misma categoría en la que están Alifano y Bioy Casares, entre otros. Nos vamos a aguantar. Charlamos un rato antes de entrar en tema. En este punto empieza a molestarme el plural insufrible que uno elige para sumar al lector. Ese plural esquizo. Así que lo abandono. Me siento a charlar con Strafacce. Pero... ¿a dónde iba? Bueno, no importa. El punto es que lo escucho hablar y pienso: “Carajo, este tipo es el Roberto Alifano de nuestros días”. En joda lo pienso, más vale...
SIETE
Contame un poco como surgió el proyecto. La idea de escribir la biografía de Osvaldo Lamborghini se me ocurrió hace exactamente diez años. En el '85 había salido “La novia del gendarme”, en la revista Sitio: a mí me pareció que eso era la literatura argentina, que en la Argentina había que escribir así. Y con el tiempo, por unas circunstancias azarosas que no vienen al caso, empecé a hacer algunas materias de la Carrera de Letras. Yo soy autodidacta total. No, autodidacta no, yo soy un burro (Risas). Pero ahí tomé contacto con el discurso crítico y publiqué algunos artículos. Yo no tenía vergüenza, porque trataba de instalarme en ese paradigma del discurso crítico y pensaba escribir un libro sobre Lamborghini. Me pareció que el género biográfico, un género que es – desde el punto de vista de las cosas que Puán acepta– más incorrecto que ninguno. Y bueno, empecé pensando que iba a ser un libro de 200 páginas. Pero yo me preguntaba, al mismo tiempo, ¿cómo será una persona que escribe así? Y también, yo percibía que en las menciones autorreferenciales que hay en toda la obra –“hoy es 7 de abril, estoy en Palermo”, ponele–, tan distintas a estas “escrituras del yo” que ahora proliferan, había un contexto biográfico a reponer que permitía, o podía permitir, un disfrute mayor de esa obra. Así que dije, “bueno, vamos a ver” y así fue. Después el libro se hizo más largo. ¿Cuántas páginas? Hoy Francisco [Garamona, el editor de Mansalva] me va a traer las pruebas, pero me dijo que logró meterlo en menos de 900 páginas.
Kin kón
OCHO
Yo creo que tu libro viene a ser un acto de justicia con Osvaldo Lamborghini, sobre todo por el desinterés hacia su obra del aparato que Puán representa. Si fuera por reparar una injusticia, habría que prenderla fuego a esa Facultad (Risas). Pero yo no lo pienso así, de ninguna manera. Lo que sé es que, cuando leí por primera vez a Osvaldo Lamborghini, yo esperaba que otro escribiera este libro. Yo quería saber cómo puede ser un tipo que escribe así y quería saber a qué alude cuando dice, por ejemplo, “me vine a Mar del Plata, a la casa de mi madre”. Así que en un momento dije “por lo menos me voy a enterar cómo era este tipo” y, en fin, me enteré, me enteré bastante. Bueno, hay varias personas que están esperando enterarse, entre las que me cuento, claro. Y hay varias personas que están esperando ver cómo aparecen en el libro, también. Lo cual es un poco complicado, porque no puedo quedar bien con todo el mundo y además no puedo falsear lo que surge de documentos muy contundentes como son las cartas. Así que bueno… Habrá revuelo después de la publicación. Sí, pero no es un libro escandaloso, en absoluto. En absoluto. Otra cosa que me interesa preguntarte es sobre la iniciación de Lamborghini en la escritura. Porque salvo un poema de juventud que se encontró en un libro… Yo lo encontré. Ah, caramba. Ese es un buen dato. Sí, un poema de los doce o trece años.
Después de eso, Lamborghini aparece, ya maduro, en El Fiord. No hay casi antecedentes. Hay muy poca obra anterior. Hay un poema autobiográfico, que es buenísimo, que se llama “Hoy relacionarse: y como sea”. El Fiord es como una epifanía, sin ninguna duda, más allá de que está escrito casi sincrónicamente con Sebregondi retrocede. Aunque yo pienso que Sebregondi… es un poquito posterior, quizás algunos poemas coincidieron, pero es un poco después. Pero El Fiord es como una epifanía, sí. Porque entra directamente al centro de la… ¡Y la velocidad que tiene el texto! Totalmente. Las fechas que tiene al final son inexactas, sin ninguna duda. Dice “Octubre 1966–Mayo 1967”: esas fechas son inexactas. Yo creo que, por una parte, un texto así no admite un período de escritura de seis meses. Y, por otro lado, está – para mí– antidatado un año, por lo menos. Mi idea es que es de marzo, abril del '68. En el libro yo explico por qué llego a esa conclusión, etc. O sea que no es rastreable cómo Lamborghini llega desde esos poemas a El Fiord… Es un misterio, porque incluso hay un artículo1 que él publicó en una revista de “humor inteligente” de la época (1967), y es muy débil. Incluso hay una carta que le envía a su primera mujer, posterior a esta supuesta fecha de El Fiord, donde habla de un cuento que nada tiene que ver con El Fiord, pero además la idea de la literatura que surge de esta carta tampoco nada tiene que ver. Es muy raro. Yo te digo “es una epifanía”, pero con eso no explico nada. Es inexplicable cómo surge El Fiord. Es realmente inexplicable.
1. El texto en cuestión está incluido en Osvaldo Lamborghini, una biografía.
Kin kón
Osvaldo Lamborghini en actitud contemplativa.
Además habrá influido en lo que escribió después. Influyó para que no pudiera escribir durante mucho tiempo después. Es más, si César Aira no hubiese recopilado la obra inédita, hasta cabría la hipótesis conspirativa de que El Fiord no era de Lamborghini: un tipo que viene de nada, de nada anterior… Bueno, está el libro que editó Fogwill, Poemas, pero es del ´80 y este otro es del ´69. Sí, es un misterio realmente. Pero además, él todo el tiempo decía en las cartas que El Fiord le impedía escribir, etcétera, etcétera. Como obra inicial es un misterio, sobre todo si uno lo compara con libros como 17 disparos contra lo por venir, de Bioy Casares, que son tan débiles… ¡Ojo!, también tené en cuenta que Lamborghini escribió El Fiord a los 28 años. O sea, no era un pibe. Tenía mucha cosa leída. De todos modos, ya te digo, no hay textos perdidos, prácticamente.
NUEVE
Yendo a otra cosa, quería saber qué imagen política de Lamborghini surge después de leer tu libro. Bueno, Lamborghini tenía un peronismo clásico. Es decir, un peronismo icónico, un peronismo casi irracional. Pero viéndolo retrospectivamente, también la izquierda era irracional ¡y mirá si lo era! En aquel momento parecía que ser peronista, ser justicialista durante el gobierno de Isabel Martínez de Perón era totalmente incorrecto. Viéndolo ahora, desde otra perspectiva, también era incorrecto y era estúpido ser del ERP, ¿no? En fin. Era ingenuo políticamente, Lamborghini. O era un provocador. Como Fogwill, que vos me decías que habla bien de Macri: Lamborghini era así. Pero cuando él se tuvo que jugar, se jugó. Por ejemplo, el trabajaba en el diario El Cronista, era secretario de cierre. El día que lo secuestran a Roberto Quieto, ahí en la playa de Vicente López, va la mujer al diario, lo encuentra a él [a Lamborghini] y él se la juega y publica la noticia, que muchos
Kin kón
DIEZ
diarios no publicaron. De hecho, era amigo de [Emilio] Jáuregui, a quien mataron cuando vino [Nelson] Rockefeller. Hay que ser cuidadoso en ese aspecto, porque se han publicado algunas cosas que no lo dejan bien desde el punto de vista político innecesariamente, sin que estén probadas. Vi el otro día, releyendo Tadeys, que colaboraste con el ordenamiento de los manuscritos. Sí, como yo estaba trabajando mucho en eso, colaboré con César [Aira]. Te hago una pregunta lateral. ¿Queda algo para publicar, van a publicar algo? Se publicó prácticamente todo. Quedan cosas sueltas, cuadernos, anotaciones. Queda el Teatro Proletario de Cámara, que yo pienso que completo no es publicable, que no tiene mucho sentido porque es una obra que quedó interrumpida y, por ejemplo, tenés páginas donde está el texto y está preparada la ventana para una imagen y la imagen no está. Es un texto que está pensado en función de palabra‐imagen. Pienso que sí se podría hacer una antología de eso. Yo le pregunté, me acuerdo, a César Aira –vía Adriana Astutti, de Beatriz Viterbo Editores– si pensaba editarlo, en medio de la publicación del resto de las obras en Sudamericana. Ya te digo, es complicado porque, por una parte, está incompleto. Por otra, muchas de las páginas son borradores, son esbozos. Pero sí se podría hacer una antología, porque son como 700 páginas. Yo pienso que se podría hacer una antología de 150 páginas, ponele. Cortamos un rato para esperar a Francisco Garamona, el ya nombrado editor de Mansalva,
que traería las pruebas de página. Se demora. Charlamos de boludeces. Se sigue demorando, hasta que finalmente llega. Viene con dos gruesos fajos de hojas impresas que prometen ser, en un futuro cercano, uno de los libros más importantes de la década. Retomamos la entrevista. Había algo que querías decirme. Sí. Luis Chitarroni leyó el libro, porque yo primero se lo llevé a él, porque Sudamericana estaba publicando toda la obra –y de hecho la publicó–. A Luis le encantó el libro y tenía intención de publicarlo. Pero yo pensé que para mí era mejor publicar en una editorial chica o independiente que defienda los libros, que podía ser Beatriz Viterbo o la de Francisco [Garamona]. Sí, yo pensaba de esa manera: me gusta eso de editar los libros en una editorial chica que los defiende. Eso quería agregarte. Porque yo no quería someterme ni a los tiempos ni a los manejos de una editorial grande. Garamona hace su aparición triunfal en la grabación. FRANCISCO: Y… las editoriales grandes tienen esa cosa de pensar más que en la literatura, en el stock, ¿no? Son todo un mundo… RICARDO: Sí, pero no sé cuál es el negocio que hacen mandando, a los seis meses, los libros al saldo… La cinta (sí, lo grabé en analógico2) corre. La conversación se va para cualquier lado. Strafacce vuelve a encaminarnos. RICARDO: No, el concepto que yo quería redondear con vos, Santiago, es el siguiente: yo quiero publicar cualquier libro, y sobre todo este libro, en una editorial como la de Francisco. No es que no
2. Ver introducción a la entrevista a Rafael Spregelburd, en el número 2.
Kin kón
Osvaldo Lamborghini queriendo parecerse a su ídolo: José Pablo Feinmann. Le faltaron las tetas.
sale en Norma o en Sudamericana porque no se interesan. No quiero decir que yo le dije no a Sudamericana –que le dije no, pero no me quiero hacer el canchero–, pero yo me siento más tranquilo… FRANCISCO: Nosotros vamos a estar atrás, cuando tengamos la tirada entera, desde la totalidad hasta la unidad postrera. Vamos a cuidar libro por libro y eso es una cosa que está mucho más cerca del lector y del autor. Aquí la función editorial sería la de tender un puente, un gran puente al que no se lo ve, como diría Lezama. RICARDO: Sí, yo me siento muy bien con él, así como me sentía muy bien con las chicas de Viterbo. Pero ¡ojo!, sin hablar mal de Sudamericana y menos de Chitarroni, que se portó bárbaro conmigo. Pero bueno, las personas que publicamos en editoriales independientes o chicas, no siempre es porque las grandes no nos den bola, sino porque también uno puede elegir una editorial así. Yo lo veo de esa manera. FRANCISCO: Fogwill, por ejemplo, del que acabamos de publicar su Los libros de la guerra, desde hace
ONCE
un tiempo viene publicando en editoriales chicas y tiene el mismo pensamiento que vos: que siguen al libro, que no lo mandan al muere. RICARDO: Lo protegen, che. Se van por las ramas de nuevo. Yo escucho, más vale. Y apago el grabador para cosas más grabables. Después de un rato, cuando Strafacce sale a fumarse un pucho, lo interpelo a Garamona. Y él hace gala de su condición de poeta‐editor: FRANCISCO: Osvaldo Lamborghini, una biografía de Ricardo Strafacce es un friso excepcional sobre los años setenta y ochenta, donde se cruzan el psicoanálisis y la literatura, la política, la militancia. Es un texto increíble. Va a haber un antes y un después para la comprensión de la obra de Lamborghini y, también, para poder ver mejor esa época tan compleja. Además es un libro muy feliz, dicho esto a pesar de cierta tristeza, escrito majestuosamente, donde hay una narración detrás la investigación, escrita con “mayúsculas”. Bueno, Strafacce dice que no, pero para mí es un libro que hace justicia con Lamborghini.
Kin kón
DOCE
Si bien Lamborghini fue un escritor marginal, que publicó en pequeñas editoriales casi desconocidas, yo creo que se le ha hecho bastante justicia3, que se lo ha reivindicado como el gran escritor que fue. Él escribió una serie de libros y textos sin los cuales ahora es imposible pensar la literatura argentina. Y creo que en ese sentido tiene el lugar que se merece, y bueno, creo que la posteridad le da la razón, ¿no? Después de toda esa generación de imitadores de Borges que buscaban lo susurrante, la prosa chata, aparece Lamborghini con toda esa potencia y se pasa eso a los… JAVIER: ¿Atómica traigo otra? Javier es el mozo. Amigo de Strafacce, no se merecía quedar afuera de la entrevista. Él pensó lo mismo y decidió participar. ¡Sus deseos son órdenes! FRANCISCO: Yo creo que el libro de Ricardo repone un montón de situaciones y un montón de cuestiones que no se sabían, y está muy bueno como para reconstruir la historia del poeta. De hecho, Lamborghini tiene una figura de autor muy fuerte y su persona se diluye para los que, como yo, no tiene acceso al conocimiento directo o a los textos no publicados, como cartas, cuadernos, etcétera. Totalmente. Todo eso lo repone Ricardo en el libro de una manera magistral. Además, otra cuestión que no tenemos que dejar de ver es que este libro es la primera biografía buena (y no la última novela mala, que es otra cosa) que se escribe en la literatura argentina. Y cuando la gente la lea no lo va a poder creer. Bueno, a eso me refería con hacerle justicia, usando un término un poco desafortunado4.
3. Bien, ninguno me va a dar la razón. ¡Jodidos entrevistados! 4. ¡Por fin una pilcha pa’ mi lata!
Sí, sí. Yo creo que Lamborghini, a través de este libro, se repone totalmente. Se repone en tanto figura y se descuelga de ese lugar un poco irreal que es el mito que se ha hecho en torno a su vida. Es un libro apasionante. Todos los grandes lectores y los fanáticos de Lamborghini en este libro van a encontrar la felicidad. Es que lo estábamos esperando… Yo también. Yo lo estaba esperando desde siempre. La verdad, desde que leí las primeras líneas de Lamborghini siempre esperé poder leer un libro así, de estas características. Y el misterio persiste, igual. No es que Ricardo lo agota. El misterio persiste y es alimentado de otra manera, mucho más intensa, mucho más eficaz porque el misterio del genio siempre está presente. Igual, te cuento que no estás haciendo buena publicidad. Porque dirán: “¿Voy a leer 900 páginas y el misterio persiste?” Y… el misterio del genio es inexplicable. Justamente hoy hablábamos de eso con Ricardo en relación a El Fiord. Cómo Lamborghini aparece en El Fiord de la nada. Sí, cuando leas el libro vas a verlo. El tipo es un simple militante, que de golpe se cae con El Fiord y es inexplicable. Todo eso está muy documentado con un gran trabajo de archivo. Es una cosa muy rara porque Lamborghini fue un tipo con un modo de vida muy atípico, y entonces reponer todo el itinerario de una vida, como hizo Ricardo sin caer nunca en las estupideces y banalidades del género, es algo muy complejo y delicado y si da buenos frutos, como es el caso de este libro, es formidable. Charlamos un rato. De bueyes perdidos. Strafacce cuida el kiosco de diario que está sobre Paraguay.
Kin kón
Volvemos a la presencia del autor en las biografías. Es una cosa que se suele extrañar. FRANCISCO: Además, Ricardo siempre se mantiene al margen y nunca imposta el lugar del tipo que escribe. Nunca se mete realmente. Es como una gran novela policial, con una intriga y un misterio. RICARDO: Podé muchas cosas, porque Héctor Libertella me daba un consejo muy sabio: “Ricardo, no podés escribir todas las cosas que se te ocurran. Con generosidad y derroche, tenés que tachar cosas que a vos te gusten”. Y eso para mí es la lección del maestro. Me decía, en esa mesa: “¡No podés poner todas las cosas que se te ocurren!” “Tachá, viejo, tachá.” FRANCISCO: En esa mesa cuando todavía se podía fumar, ¿no?
RICARDO: Se… FRANCISCO (Garamona toma el lugar del entrevistador): Diez años estuviste escribiéndola, ¿no? RICARDO: No, no. De investigación sí. Empezamos en el ’98 y yo al libro lo escribí un poquito en 2002 y mucho en 2003 y 2004. Después corregí. Pero el relato es de 2003‐2004, que fueron dos años de locura porque ni a mis hijas las dejaba venir a mi casa. Héctor [Libertella], me acuerdo, me dijo: “Vos hacé tu laburo como puedas, o sea lo menos posible, pero tenés que atender solamente al muchacho de la rotisería”. Y Strafacce le hizo caso al maestro. Los resultados estarán a la vista cuando Garamona y los astros se alineen. Mientras, nosotros esperamos ansiosos.
Ricardo Strafacce Nació en Buenos Aires, en 1958. Ha publicado una novela fragmentariamente (Red Gardel, 1994) y otra completa (El crimen de la Negra Reguera, Beatriz Viterbo, 1999). Es autor de las novelas El Parnaso Argentino, Frío de Rusia, Carlutti y Pareja, y Maneras de no verla, aún inéditas. Trabaja en Derechos de sosías, una nouvelle autobiográfica. Ya está en prensa su nouvelle La Boliviana.
Francisco Garamona Nació en Buenos Aires, en 1976. Es escritor, músico y editor. Dirige la editorial Mansalva, Poesía y ficción Latinoamericana. Publicó, entre otros, Parafern y El verano (Deldiego, 2000 y 2001), Cuaderno de vacaciones (Ed. Siesta, 2003), Una escuela de la mente (Ed. Eloísa Cartonera, 2004), Aceite invierno (Editorial Municipal, Rosario, 2005) y La leche vaporosa (Ed. Vox, Bahía Blanca, 2006).
TRECE
Osvaldo Lamborghini, una biografía por Ricardo Strafacce Editorial Mansalva, Buenos Aires, 2008
[email protected]
Editorial Mansalva invita al público lector a realizar la compra anticipada de la monumental biografía de Osvaldo Lamborghini, escrita por Ricardo Strafacce, a publicarse en septiembre de 2008. Osvaldo Lamborghini: una biografía, es un libro de 960 páginas de gran formato, sobre la vida y obra del mítico escritor argentino. Cientos de cartas, testimonios, críticas, poemas, repor‐ tajes, guiones de cómics realizados por el poeta y un riguroso análisis de la suma lamborghiniana conforman el volumen, fruto de más de diez años de trabajo del autor. Esta biografía, escrita con la tensión de una novela policial, además de develar el misterio que siempre rodeó a la figura de Osvaldo Lamborghini es también un friso excep‐ cional sobre la época, que documenta el arribo del lacanismo en Argentina bajo la figura tutelar de Oscar Masotta, las tensiones entre literatura, política y psicoanálisis, la historia de la revista Literal, la militancia peronista y la excentricidad de la vida bohemia, entre muchas otras cosas más. El libro está ilustrado con un centenar de fotos y reproducción de manuscritos. Nadie que esté interesado en conocer la historia secreta de la vanguardia argentina de los años 70 y 80 puede dejar de leer este libro imprescindible.
Aquellos que realicen la compra anticipada del libro pagarán $150, ahorrándose $70 del precio final con que el volumen se venderá en librerías.
Para realizar la compra anticipada, comunicarse con Editorial Mansalva
[email protected]
Mono con navaja
PASADO DE CONTRADICCIONES Ariane Díaz
*Publicado en el número 2 de Ciento Cincuenta Monos.
Ariane Díaz Estudiante de Letras (UBA), miembro del Comité Editorial de la Revista Lucha de Clases y del Instituto del Pensamiento Socialista "Karl Marx".
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QUINCE
El artículo “Vanguardia y crítica. Tensiones y contradicciones”, de Martín Glozman*, compara algunos dichos de Mariátegui sobre la literatura peruana y las vanguardias con algunos planteos de vanguardistas rusos, a la vez que dirigentes de la revolución rusa, especialmente Trotsky. El problema que recorre el conjunto del artículo será, como dice el autor, el de la “representación” en la literatura de “otros” a los que dice representar o dar voz en ella. Se trata, entonces, de una representación política: en el caso de Mariátegui, la representación de la tradición indigenista; en la de la URSS, la representación de la clase obrera o de los sectores populares. Para ello convoca citas de Ludmer que tratan la representación en la literatura gauchesca en el contexto latinoamericano, donde se intenta una teoría sobre literaturas que “hicieron oír la voz de un cuerpo usado para la guerra, la economía y también para el sexo”1 en un afán regimentador. Más allá de lo aplicable de la comparación con Ludmer para el caso de la gauchesca, en la cita ya se observa a dónde se dirige el texto de Glozman cuando analiza el caso soviético donde, según el autor, se hiciera también uso de las voces y los cuerpos de la clase obrera en el mismo sentido disciplinador. En este camino se entremezclan, como si fueran lo mismo, el fenómeno de las vanguardias rusas, la política del Estado soviético, las posiciones de los marxistas clásicos y de dirigentes de la revolución con la política del stalinismo, confundiendo hechos, escritos y posiciones políticas e ideológicas, pero, sobre todo, identificando el rico proceso abierto en la literatura y en otras artes al calor de la revolución con lo que fuera casi su exacto opuesto, la política de Stalin. Veamos. Glozman inicia el texto dando cuenta de que el fenómeno de las vanguardias, como diría Mariátegui, no es un problema de innovaciones técnicas sino del “repudio, en el deshaucio, en la befa del absoluto burgués”2. En las definiciones ahora clásicas de Bürger sobre las vanguardias3, esto sería la crítica a la “institución arte” como tal que caracteriza a las vanguardias históricas, ligadas siempre a la crítica (no necesariamente por izquierda, si tomamos en cuenta el caso del futurismo italiano) del arte burgués y sus instituciones. En realidad, tal característica corresponde al contexto de fin de siglo XIX y principios del XX, un contexto de crisis del capitalismo no sólo social y política sino también ideológica, en el marco del acercamiento y, finalmente, explosión de las guerras mundiales y revoluciones. En ese sentido, las vanguardias históricas (para diferenciarlas de otro tipo de vanguardias, como el pop de los ‘60) se manejaron dentro de este contexto y fueron siempre en este sentido “políticas”. Por otro lado, las lecturas que de ellas se hicieron en la tradición marxista fueron diversas, positivas y negativas, desde distintas concepciones del arte. Es conocida la polémica entre los marxistas
DIECISEIS
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occidentales, por ejemplo, en el ’38, sobre el expresionismo. El caso de Mariátegui tiene un poco de varias tendencias: por un lado las analiza como partes de un determinado “espíritu de época” de decadencia de la burguesía, pero en vez de considerarlas decadentes (como hiciera Lukács en el debate sobre el expresionismo)4, las considera parte también de la construcción de lo nuevo. O sea, tienen un carácter contradictorio para él, aunque por lo general fueron tratadas positivamente. Pero en el texto que cita el autor, “Arte, revolución y decadencia”, Mariátegui se refiere a las vanguardias históricas europeas en su propio contexto. En Perú, de lo que habla Mariátegui en los 7 ensayos sobre la realidad peruana es de una literatura que recupere las raíces indígenas despreciadas por la cultura oficial y colonialista como una tendencia considerada necesaria (y emergente, aunque aún débil en ese momento) en el mapa que configura, dado que, en la visión de Mariátegui, para el caso de Perú, una aspiración a futuro de un arte socialista no puede no incluir esa tradición oprimida.5 Son entonces escritos sobre dos situaciones distintas que no pueden amalgamarse. Pero, además, lo cierto es que las concepciones de Mariátegui aquí expresadas no se derivan, como dice el autor, del “marxismo ruso”6, sobre todo porque eso significaría que la tradición rusa respecto a este punto tuvo carácter unánime o mayoritario, cosa que no fue así: si quizá en algunos textos pueden encontrarse analogías con Plejanov, pero también con Lukács, como señalé antes, difícilmente puedan ser las mismas de Trotsky, que es el autor que centralmente cita Glozman.7 La comparación con la literatura mujik rusa (de tema campesino y de orientación populista) tampoco ayuda mucho: si en principio puede plantearse esa analogía con la cultura indigenista, no es válido oponerla a la modernización vanguardista, ni en Perú ni en la URSS. Por un lado, porque en el pensamiento de Mariátegui es posible el rescate de esa tradición sólo basado en que el avance de la clase obrera y la posibilidad del socialismo traen la posibilidad de eliminación del colonialismo cultural; y, por otro lado, porque no es cierto que las vanguardias rusas hayan sido su contrario “modernizador y urbano” manejado por el modernizador partido bolchevique, como presenta el autor. Las vanguardias soviéticas, por su
En el capitalismo y en el socialismo.
parte, recogieron mucho de las lenguas, costumbres y temas tradicionales rusos y no rusos (hay que tener en mente que el imperio ruso oprimía a toda una serie de nacionalidades distribuidas en el territorio que manejaba), lo cual fue, quizá, una de sus características distintivas.8 En realidad, ambas tendencias, como dirá Trotsky, fueron orgánicas a la revolución: tanto la más “folklórica” o tradicional, como la más modernista. Porque la revolución no sólo llevó a que los sectores o nacionalidades oprimidas, una vez librados del zarismo, quisieran expresar a través del arte sus costumbres, su lengua, etc., sino que también provocó el ansia de innovación y ruptura con lo anterior que manifestaban las vanguardias. Una fuerte discusión entre ambas tendencias sobre estos problemas tiñó los manifiestos, las revistas y declaraciones de todos los años ‘20, porque lo que estaba en juego –y servía de punto común– era justamente la voluntad explícita de los agrupamientos de la época de acercar el arte a las masas y hacerlas sus protagonistas. La disputa se produjo porque, en la mayoría de los casos, se atribuyeron la representación del pueblo y del “espíritu” de la revolución, para sí mismos. Por ello, los casos que cita el autor de declaraciones de Maiacovsky y Altman le parecen contradictorios: es que no son declaraciones de grupos de vanguardias “regimen‐ tados” por el Estado peleando por cierta indepen‐ dencia política de él, sino declaraciones de quienes pretendían en contra de otros grupos ser reconocidos
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oficialmente por la revolución (los trabajadores, el pueblo, el Estado) como sus mejores voceros. Este problema de la representación es más amplio que el de los “intentos regimentadores”, ya que abarca aquellos donde ese uso es sincero o favorable al “representado”, esto es, el de manifestaciones artísticas que se presentan como voz y en nombre de unas masas que generalmente no son las que las practican y el de la distancia que media entre propuestas innovadoras y las masas. Sin embargo, la nota no lo aborda como tal, a pesar de que son un caso claro, concreto y rico de discusión de la representación del otro: incluso su eje central en los primeros años post revolución soviética. Por otro lado, Mariátegui está hablando dentro del contexto de un Estado burgués (de países
Maten al monstruo imperialista.
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centrales en el caso de las vanguardias europeas, de un país semicolonial en el caso de Perú), donde las oportunidades de práctica de las tendencias innovadoras en el arte son restringidas y donde muchas veces éstas aparecen como “escándalos” o rupturas dentro de los círculos literarios. En la URSS, en cambio, se planteaba una situación completamente nueva: los vanguardistas y otros grupos vieron que se abría un terreno de experimentación único, y de hecho tuvieron el suficiente apoyo del Estado soviético como para realizarlos a gran escala. El cine es quizá el más claro ejemplo, porque tales producciones eran impensables en esas fechas y circunstancias sin la subvención estatal, pero este apoyo fue extendido a otras disciplinas, como el teatro, la pintura y la literatura también, cuyas puestas, exposiciones o publicaciones dependían de los respectivos soviets de los que formaban parte estos grupos a través de federaciones u otros organismos similares. Pero ninguno de estos casos –y los problemas reales que conllevaron estas relaciones– se plantean en el artículo, que efectivamente no apunta a analizar el caso de las vanguardias (las citas iniciales de Mariátegui estrictamente se refieren al grupo propio de la revista Amauta como grupo político, y las citas de la URSS que da el autor muestran poco o nada de los desarrollos de la vanguardia misma y sus peleas), sino que apuntan a plantear la supuesta regimentación estatal en manos del partido. Por eso no observa, en primera instancia, que muchas propuestas de oficialización y adopción de una estética oficial (no siempre estrictamente estatal, pero sí al menos ideológica como “mejores representantes” de la revolución), provino de las propias vanguardias y no del Estado soviético, y menos del partido bolchevique, al menos hasta la década del ‘30. El autor entonces, amalgamando la historia, nos dice que el “juicio estético” se hizo “juicio penal”. Pero no sólo las resoluciones y declaraciones del Comisariado que presidía Lunacharsky lo desdicen9, sino que sólo la historia del libro que cita abundantemente como ejemplo, Literatura y Revolución, de Trotsky, muestra lo contrario. El libro fue publicado en el Pravda como artículos sueltos a raíz, justamente, de estas discu‐ siones entre grupos y de las posiciones difundidas por el Proletkult (con quienes trabajaban o eran directa‐ mente parte varios grupos vanguardistas), del que
DIECIOCHO
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participaban también muchos miembros del partido bolchevique. Y decir que era Trotsky el que intervenía no es menor: sin duda como uno de los principales dirigentes, con Lenin, de la revolución, su opinión tenía mucho peso en el partido y en la opinión pública. Pero justamente interviene no para imponer sus posiciones políticas a los artistas ni sus gustos literarios sino para marcar que el arte no puede sino malograrse cuando se le quieren “trazar los surcos” por donde debe sembrar. Si el autor hubiera leído completo el libro hubiera notado que Trotsky no sólo cuando pasa revista a la mayoría de las tendencias señala aspectos positivos de ellas10 como aportes al arte del futuro, sino que ataca en sus fundamentos teóricos muchos de los presupuestos populistas que posiciones como las del Proletkult sostenían en nombre del marxismo, así como a las vanguardias en la discusión con la tradición literaria previa. Pero dado que el presupuesto del que parte Glozman es que la dictadura del proletariado era en realidad la del partido y lo fue desde siempre, tales “pequeños matices” se le escapan y lee el libro como un intento de regimentación y a Trotsky hablando de arte “con el fusil en el escritorio”. Más aún, el capítulo final del libro y los anexos que la mayoría de las ediciones traen (la que utiliza el autor entre ellas) son una apelación a salir de esas discusiones si el objetivo es hablar del arte socialista futuro: si es socialista, supone la disolución de las clases y por tanto de las posibilidades de un arte “burgués” o “proletario”, para pasar a la posibilidad de un arte “humano” donde, además de poder desarrollarse los distintos temas y géneros, entre otras cosas, ya no haya un solo Shakespeare sino muchos y mejores, porque las necesidades materiales y sociales habrán mejorado lo suficiente como para ofrecer tiempo de ocio. Por eso Trotsky afirma que el desarrollo artístico es el mejor “termómetro” de cómo avanza la construcción del socialismo. Ésta es, probablemente, la única solución de fondo para el problema que se les presentaba a las vanguardias y que, en general, no les es exclusivo: el problema de la producción artística limitada a unos pocos, y enormes masas a las que les es vedada o a las que sólo se las admite como espectadoras mientras se habla en su nombre (el problema de la representación del otro en literatura que Glozman quería abordar).
El autor del artículo menciona una cita sobre el arte socialista en relación a los planteos de Mariátegui para Perú y las vanguardias, pero no entiende que la argumentación de Trotsky es en contra y no a favor de las mezquinas cuitas que suponían, por un lado, que las vanguardias se consideraran las únicas voceras (cada una de ellas) de la revolución y que las tendencias “folklóricas” desdeñaran toda innovación en nombre de ella; y por el otro, en contra del populismo del Proletkult, sobre todo porque en boca de los bolcheviques estos fundamentos se enunciaban efusiva y grandilocuentemente en nombre del marxismo y la case obrera cuando, en realidad, contradecían sus propios fundamentos. Como sea, ninguna de estas declaraciones o discusiones llevó a ningún tipo de medida, ley o norma que impidiera el desarrollo artístico ni la continuidad de la discusión. Va a ser Stalin quien, posteriormente, haga casi todo lo contrario que lo planteado por Trotsky en ese libro: bajo el nombre de “realismo socialista” regimentó a los grupos en uno solo e impuso una estética oficial y estatal, persiguiendo o callando a quienes no estaban dispuestos a, como dice Trotsky cuando en el ’37 vuelve sobre este punto criticando ya directamente a la reacción stalinista en La revolución traicionada, “realizarse sobre ellos mismos esa violen‐ cia”. Al parecer, Trotsky y su metáfora del termómetro seguía siendo útil ahora por la negativa: algo iba mal en el arte porque algo iba mal con la revolución. Pero el autor no toma nota de este cambio ni de que en la mayoría de los casos y de otros terrenos (como la filosofía, la ciencia y la economía misma), el realismo socialista no se trató tanto de un problema estético sino político: la eliminación de adversarios. Y tampoco considera que muchas veces las acusaciones contra quienes no cumplían las normas del realismo socialista y por ello fueron perseguidos, como en el caso de Babel fue… ¡ser trotskistas! (incluso sin serlo). Extraña “continuidad”, entonces, la que se dibuja entre trotskismo y stalinismo, por otro lado no muy original: siguiendo a Mariátegui, es parte del “espíritu de época” en que habita desde la caída del Muro y hasta hoy, como se observa en varios de los “recordatorios” a los 90 años de la revolución. Lo que Glozman lee es la continuidad de la revolución con la reacción stalinista, y las concepciones y políticas del stalinismo en germen, si no en continuidad directa, con el leninismo.
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Pero lo peor quizá no es la serie de errores históricos y de lectura, sino cierta “consideración” expresada para con estos hechos: porque si efectivamente, una vez digerido mal algunos hechos y textos, la historia fuera como se relata en el artículo, ¿ameritaría como conclusión que la lectura de estos textos es “significativa” para la “comprensión moderna del arte” siempre “entre los límites de lo que puede ser y no es”? Sigo prefiriendo, cuando se trata de analizar los límites para el arte en el capitalismo o su relación
con fenómenos como el fascismo o el stalinismo (y para seguir con quienes cita el autor, al parecer sin leer), las definiciones de Trotsky y de otro vanguardista, Breton, quienes, justamente porque Stalin y sus funcionarios para el arte hablaban en nombre de la revolución para imponer sus directivas, finalizaran su “Manifiesto por un arte revolucionario independiente” diciendo: “He aquí lo que queremos: La independencia del arte –por la revolución; La revolución –por la liberación definitiva del arte”.11
DIECINUEVE
1. Citada por el autor en su artículo. 2. Citado por el autor en su artículo. 3. Bürger P. Teoría de la vanguardia. Barcelona: Península, 1987. 4. El debate fue entre Bloch, Brecht, Lukács y otros en la revista Das Word en el año 1938. Varias compilaciones reproducen las intervenciones. Una de las más completas es: Machado J. Um capítulo da história da modernidade estética: Debate sobre o expresionismo. San Pablo: Edit. UNESP, 1998. 5. Es discutible, aunque no podemos hacerlo aquí, la analogía que allí realiza Mariátegui entre la gauchesca y la tradición indigenista peruana. 6. Por otro lado, entre tantos otros errores, tampoco el Partido Socialista del Perú salido de la ruptura con Haya de la Torre es un derivado directo del Partido bolchevique ruso, pero eso excede esta discusión. 7. Resumidamente, como planteará en Literatura y revolución, para Trotsky el arte no debe considerarse ni como “un martillo” que moldea a su gusto la realidad ni como un espejo que meramente la refleja, sino como el “resultado” de la interacción subjetiva del artista con sus materiales, no siempre armonioso sino más bien siempre “en lucha”, siguiendo, a nuestro criterio, lo mejor de las concepciones vertidas sobre el tema por los fundadores del marxismo, quienes además más de una vez “lamentaron” la expresión explícita de una tendencia política que no surge orgánicamente del material artístico en textos de varios socialistas de la época que les pidieron opinión sobre ellos. 8. Como puede observarse en pintura, en los varios temas campesinos retomados por el suprematista Malevich (“Cabeza de joven campesina” o “La segadora”, entre otros) o en literatura, por ejemplo, en el futurismo mismo, al que Mandelstam considera parte de la configuración de una literatura más “nacional” luego de la modernización influenciada por Europa del simbolismo (Osip Mandelstam, “Tempestad y pasión” en “Dossier Khlebnikov” de Diario de Poesía). 9. Por ejemplo, el punto 4 de las Tesis del Sector del arte del Comisariado para la Enseñanza y del Comité Central de la Federación Panrusa de Sindicatos de Artistas de 1921 dice: “4. El arte se subdivide en varias orientaciones. El proletariado solamente elabora su propio criterio artístico, y por eso, ni el poder estatal ni la asociación de sindicatos deben reconocer ninguna orientación como algo estatal‐oficial; por el contrario, han de ser el máximo apoyo a todas las iniciativas en el campo del arte”, en: González García y otros. Escritos de arte de vanguardia 1900/1945. Madrid: Istmo, 1999, p.318). 10. Incluso a las políticamente hostiles al marxismo, como el formalismo. 11. En anexos a Literatura y revolución. Bs. As.: Crux, s/f. Aunque publicado con las firmas de Diego Rivera y Breton, el manifiesto fue redactado de hecho por Trotsky y Breton.
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MUJERES DE BARBA CANDADO Fernando Vico
VEINTE
¿Por qué todo debe tener explicación? ¿Por qué creer que el cuerpo es una máquina perfecta? Hay cinco dedos en cada mano y no cuatro para que podamos rascarnos con comodidad. Y también están los dos ojos y las dos orejas para que no digamos tantas pavadas. Las cosas tienen orden, lógica, sentido. Hablamos para expresarnos, mentimos por miedo, tenemos hijos para sentirnos inmortales, nos amamos para escapar a la soledad, corremos para estar en forma, el sexo sirve para saciar nuestra lujuria y estudiar para ganar prestigio. El dinero, tal vez, para conseguirlo todo: sexo, prestigio, hijos, inmortalidad, amor. Nos sentimos presionados, queremos replantear nuestras vidas, miramos el amanecer porque dicen que es algo hermoso. También parece que los días de lluvia son tristes y los de sol alegres, que la poesía es para sensibles y la violencia para brutos. Mi ex mujer me decía que estamos en la vida para aprender, que a ella todo lo que le pasaba la hacía procesar y analizar mejor al mundo. El día que la dejé como a un perro supongo que habrá tenido una linda lección. No sé. O quizás el que recibió un aplazo fui yo. Todo es relativo, ya lo decía Shakespeare. Ahora suena el teléfono y cuando atiendo cortan. Me niego a pensar que hay una explicación también a eso. Hay que dejar correr el agua, como siempre le digo a mis alumnos, que dejen libre su imaginación, que piensen que la teoría no sirve para nada, lo fundamental es la creatividad. Sin ella no hay vida. Otra vez el teléfono. Era mi hermano. Hubiera preferido que volvieran a cortar. Me pregunta, en este orden, por el trabajo, mi vida y mi hijo. Le contesto vaguedades y cierro citando el título de una novela de Horace Mc Coy: ¿Acaso no matan a los caballos? Cada tanto me gusta nombrar títulos de mis libros preferidos, aunque nada tengan que ver con la conversación. Nunca se dan cuenta. Él da algunos rodeos. Intuyo que quiere pedirme algo. Me dice que necesita diez mil
pesos para cubrir un descubierto en el banco. Pienso que en realidad necesita el dinero para conseguir amor, felicidad, sexo, prestigio, hijos. Pero únicamente le respondo que no hay problema, que venga a verme al día siguiente. Me da las gracias y dice que me los devolverá en cuanto le paguen. Le contesto que no me gustan las explicaciones y antes de la despedida, le cuento un chiste. Resulta que Aristóteles está en la Grecia antigua con un tenedor y un cuchillo en sus manos. Un discípulo le pregunta por qué tiene esa actitud, a lo que el filósofo le responde. ”Me estoy preparando para ir a lo de Platón”. Acto seguido llamo a Amanda y le digo que necesito veinte mil pesos. Me pide que pase por su casa a la noche. La botella de vino que le llevo significa que me quedaré a comer. Luego, haré el amor como un actor que cumple a desgano su libreto en una mala telenovela. Repetiré mi monólogo de las explicaciones. Versos viejos: demagógicos, pero rendidores. Ella aceptará el juego con el mismo entusiasmo simulado. Antes de dormir, pensaré que quizás haya llegado el momento de retirarme, como hacen los futbolistas cuando ya nadie los quiere. Comprar un perro, regar las plantas, fundar la Asociación de Amigos de la Calle Salguero. Amanda me dará la plata y me dirá tomate todo el tiempo que necesites. Le contestaré algo y luego intercalaré “Cosecha Roja” (de Dashiell Hammet) en una frase. Desayuno en un bar. Miro a los que leen el diario antes de ir al trabajo. “Personas que no se entregan a la pasión y cuya apatía las lleva a elegir una vida de rutina en la que vegetan como abacaxis en un invernadero de piñas tropicales”, como decía el brasileño Rubem Fonseca. En cuanto a mí, no me interesa la agenda de las formalidades ni tampoco la prolija vida de excesos y exabruptos cotidianos. Las mujeres, a esta altura
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Ilustración: Pedro Mancini (Grupo Niños)
del partido, ya se convirtieron en expedientes menores. El arte, apenas en una forma de distracción.
VEINTIUNO
Me paso la tarde examinando los billetes que me dio Amanda, comparo las numeraciones, analizo los sellos de agua. Decido utilizarlos como material para mi próxima clase. Los coloco sobre una cartulina y monto una instalación. Hay algo en el dinero que me hace feliz. No es lo que representa, sino el objeto en sí: el papel, los dibujos, las huellas digitales, la textura, el olor.
Me tienta la posibilidad de hacer una quema de billetes ante mis alumnos. Esa sería una buena obra de arte, una divina provocación. Mientras analizo las consecuencias que podría tener, mi hermano llama para avisarme que no vendrá, que finalmente pudo resolver su problema. Luego avanzo en el proyecto que titulo: “Plata quemada”. Se me ocurren un par de ideas interesantes y casi llego tarde al programa de televisión al que me habían invitado. Cuento un chiste: dos psicólogos se encuentran caminando por la calle. Se saludan de lejos. Apenas se dicen hola y hola. Después se
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VEINTIDOS
quedan pensando en lo mismo: “¿qué me habrá querido decir?”. Sigo con el de las mujeres de barba candado, pero hay menos risas. Concluyo que no es material apto para la tele. En los pasillos me cruzo con Daiana. Ahora es famosa. La rodean dos guardaespaldas y un equipo de cuatro o cinco asesores. Lleva un tapado largo, pero igual se pueden divisar sus formas. Cada vez que la veo me vuelvo a preguntar si son más importantes las tetas o el culo. Conozco bien a Daiana. Trabajamos juntos durante dos temporadas. Después ella consiguió la fama que tanto quería y yo seguí con lo mío. ¿Las tetas o el culo? ¿Por qué esa necesidad de ordenar y clasificar todo? Qué importa. Shakespeare decía que lo único incuestionable es la sangre. Daiana es fría, cerebral. Tiene todo para mantenerse en la cima. Por el contrario, a mí nunca me interesó hacer más esfuerzos que los necesarios. Prefiero viajar a Trenque Lauquen a contar mis chistes en una sociedad de fomento que trabar relaciones para conseguir un contrato importante o una pareja escandalosa. Pienso que hay mujeres que únicamente se interesan por el dinero y por cómo las ven los demás. Amanda, por ejemplo. La otra noche me contó que se va a hacer un tatuaje. Parece que le llegó el momento de teñirse el pelo de rojo y marcarse la piel. Intenta contrarrestar la cantidad de tiempo que pasa en consultorios médicos y probándose anteojos para ver de lejos y de cerca.
Dije que me quiero retirar. Las mujeres ya no me excitan tanto como la posibilidad de quemar veinte mil pesos en público. El teléfono sigue sonando, pero no pienso atender. Debe ser Cristina para decirme que me está esperando. No tengo ganas de verla, ni de poner ninguna excusa. Además empiezo a sospechar que se ríe por compromiso. Dudo que haya entendido el chiste de las barbas candados. Da lo mismo. Que siga llamando. Vuelvo a acomodar mis doscientos billetes. Busco un encendedor de cocina. Otra vez llaman. Pienso que puede ser el que cortaba, pero no quiero arriesgarme a que sea Cristina. ¿O mi hermano necesitaría otra vez el dinero? Escucho el Concierto para Piano y Orquesta Número 1 de Chopin y se acentúan mis delirios megalómanos. Me duermo.
Por la mañana tengo la primera reunión para fundar la Asociación de Amigos de la Calle Salguero. Parece que es importante pedirle al Gobierno Municipal una orden para que se declare el patrimonio histórico. Un hombre llamado Escudero dice que es necesario exigir que se coloquen cestos de basura especiales, porque los que hay ahora los queman. Otra señora, llamada Mónica, asegura que hay que moverse rápido para conseguir la personería jurídica, de lo contrario nada tendría sentido. Por mi parte, propongo dividir el trabajo en comisiones. Me piden que me encargue del área de prensa y difusión, pero me niego. Alego que no quiero mezclar las cosas. Intercalo “Cuentos de amor, de locura y de muerte” (de Horacio Quiroga) en la frase. Finalmente me incluyen en el grupo dedicado a seguir el problema de la personería jurídica. Llego a casa y no resisto la tentación. Transformo en cenizas un billete de cien pesos. Lamento no haber esperado hasta la clase. Duermo la siesta. Repaso mentalmente el chiste de las mujeres de barba. Me sigue causando gracia. Tal vez deba modificar la actuación. Más tarde, les digo a mis alumnos que para un humorista el texto es el cincuenta por ciento y la gestualidad el otro cincuenta. Pruebo el chiste de la polémica contándolo de dos formas distintas. Se ríen. Luego muestro quinientos pesos. Le pido a uno de pelo largo que los toque, que sienta las rugosidades, que compruebe si son verdaderos. Después los quemo y explico que la sorpresa es algo imprescindible. Sin sorpresa no hay humor. Doy por terminada la clase aunque todavía restaba más de una hora. Viajo a Trenque Lauquen. En el auto escucho el Concierto en La Mayor de Scarlatti. Pienso que Cristina y Amanda tienen la misma piel, el mismo claroscuro de cuerpo, pero la segunda pronto tendrá un tatuaje. Recuerdo que Daiana también tenía uno. Me pregunto si mi ex mujer habrá seguido la moda, como forma de conectarse con la espiritualidad. Ya lo decía Shakespeare: son todas iguales. Participo como invitado en un programa de radio local. Se titula “Suerte de Principiante”.
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El conductor es un tal Cacho Principiante. Cuento varios chistes sobre las diferencias entre el interior y la Capital. Se ríen mucho con el del gaucho que usaba Internet. En el hotel, mientras me preparo para actuar, recuerdo que debo hablar con mi hijo. Hace más de tres meses que no lo veo. El salón de la Sociedad de Fomento está casi lleno. El chiste de las mujeres de barba candado tampoco funciona. Durante la cena posterior, mis contratistas me obligan a que los divierta. Me pongo de mal humor y siento ganas de quemar el dinero que todavía no cobré.
Apenas vuelvo a Buenos Aires, llamo a mi ex mujer y arreglo para ir a almorzar con mi hijo Alberto. Comemos milanesa a la napolitana con papas fritas. Le digo que no sé si la habrán cocinado en Milan o en Napoli. No me entiende. Salió a la madre. Me quedo callado durante un rato largo. Antes de despedirse, Alberto me dice que le gustaría ser actor, pero serio, no como yo. Le contesto que con una cebolla podés llorar, pero que no hay hortalizas que hagan reír. Me pregunta qué es una hortaliza. Vuelvo a casa decepcionado. Ni bien entro, suena el teléfono. Atiendo por acto reflejo, sin pensar en que podría ser Cristina. Por suerte era Amanda. Me invita a ver esta noche su nuevo tatuaje. Luego de cortar, vuelven a llamar. Ahora no era Amanda ni Cristina, sino Mónica. Dice que mañana tenemos que ir a Tribunales para solicitar la personería jurídica. Me siento a leer el segundo tomo de “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust y me duermo de inmediato. Nunca falla. Al despertar intento escribir un chiste de políticos, pero no logró sacarme de la cabeza el de las mujeres. No logro saber cuál es la falla. Amanda me enseña la flor que tiene en el hombro. Le pregunto quién fue el que determinó que las flores son bellas y los soretes algo horripilante. Me contesta que no empiece. Le
cuento que en Oriente los excrementos son algo noble. Defecar es un acto de supremo placer físico, produce alivio, es sano, higiénico y tan inocente como una flor. Se ríe. Le digo que me voy a tatuar un gran pedazo de mierda en mi pecho. Cogemos. Me cuenta que se va a comprar otro departamento. Pregunta si quiero ir a vivir con ella. No contesto. Me imagino marido: desayunar, verificar que esté la llave puesta, comer con parejas amigas, conversar con el portero, usar patines. Ella se duerme. Mientras observo en detalle la rosa roja en su hombro, me surge la duda de cuánto tiempo pasará hasta que las mujeres se dejen la barba. Me encuentro con Mónica en la puerta de Tribunales. Presentamos el petitorio. La invito a almorzar. Le pregunto si sólo somos seremos amigos de la calle Salguero o también podremos tener algo entre nosotros. Terminamos en la cama. Estoy agotado. Recuerdo que había planeado retirarme. Mónica confiesa que llamaba y cortaba. Acto seguido le propongo casamiento. Quiere saber si la estoy cargando. Nunca hablé más en serio en mi vida. Me responde que no, que es muy pronto y me pregunta si me pasa algo. Le digo que las cosas no deben tener explicación ni lógica. Ella me contesta que los chistes tienen una lógica, de lo contrario no hay gracia. La oferta es ahora o nunca. Nunca. De pronto me siento vivo. Mi retiro es un hecho. No tengo miedo, ni quiero escapar a la soledad. Recuerdo a Shakespere que algo había dicho al respecto. Me doy cuenta de que ya no me interesa el prestigio, la inmortalidad ni la lujuria. Miro a Mónica. Es una extraña, una mujer de barba candado. Agarro su cartera y busco la billetera. Quemo todo el dinero. Ella intenta detenerme y después sale entre gritos. Convierto en cenizas las carpetas con chistes, las fotos, mis libros preferidos, los muebles, las cortinas. El teléfono sigue sonando pero ya no me importa.
Nació en Buenos Aires en 1977. Trabaja como guionista de programas de televisión. Colabora con regularidad para el periódico Campo Grupal. Además publicó textos en las revistas Espacio V, Latido, 2046, Hecho en Buenos Aires y No Retornable. Un cuento suyo integra la antología “El impulso nocturno” (Editorial Gárgola).
VEINTITRES
Fernando Vico
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TIRO DE GRACIA Verónica Bonafina
Me acompañaba un perro. Al principio le tenía miedo. Se me había acercado con atropello, echando polvo; acelerado por la pendiente, galopaba impasible en dirección a mi mano, a mi muslo derecho como blanco. Pensé que iba a atacarme por estar haciendo algo malo, caminar por una senda privada o algo por el estilo. Me corrí hacia un costado del camino por las dudas. Todavía podía esquivarlo, evitar la mordedura, la sensación de sus colmillos desgarrándome la carne de un solo tarascón.
VEINTICUATRO
El perro siguió de largo. Era un animal grande, con mucho pelo. Cuando pensé que lo peor ya había pasado el perro frenó la carrera y se detuvo en el medio del camino, unos metros más adelante que yo. El corazón empezó a latirme en el estómago, y con cada golpe la onda sonora se fue expandiendo hasta la garganta. Me miraba altivo, con la lengua afuera y las orejas en punta. No sabía si eso era bueno o malo entonces intenté tranquilizarme. No quería que se diera cuenta de que estaba asustada. Retomé la caminata con seguridad impostada, como si su presencia me fuera indiferente. Nunca supe si fue mi andar despreocupado e indolente pero también él continuó la marcha, siempre adelante, guiándome en el camino. Cada tanto se detenía para asegurarse de que yo siguiera atrás, o para oler un arbusto y orinarlo; si se demoraba, y yo terminaba sacándole ventaja, interrumpía sus asuntos y corría con velocidad hasta alcanzarme.
No faltaba mucho para que comenzara el otoño. Las lluvias habían aminorado y el camino estaba seco. Unas semanas atrás, hubiera tenido que embarrarme hasta los tobillos para llegar a las cascadas. En otoño el paisaje se invertía: la sierra en su extensión era una larga cadena de cerros, sin nieve ni bosque de pinos, más bien de suelo árido y arbustos de poca altura unos aislados de los otros.
En medio de esa flora sin sombra y de claveles del aire mis padres tenían una cabaña, al pie de la montaña, a mitad de camino entre el pueblo y las cascadas. Y cuando Esteban y yo nos divorciamos, no dudé en instalarme en la casa por un tiempo. Necesitaba descansar del delirio de energía que implica siempre una separación. La división de bienes había despertado la codicia, la envidia y el rencor. Y después de lograr que Esteban aceptara el divorcio (a cambio de que yo le firmara los papeles del auto a su nombre) sentí un alivio tan profundo que terminé deprimiéndome. ¿Dolor residual? Un pinchazo latente, imperceptible para la conciencia; algo parecido a la sensación de tener cuentas que pagar; o, como si habiendo perdido mucho peso todavía no supiera bien qué hacer con la piel colgante, estirada e inútil. Las cascadas en sí eran pequeñas, pero las aguas de marzo habían aumentado el caudal y era posible hundir el cuerpo entero. Yo me contentaba con meter los pies en el agua y leer bajo la luz tibia hasta que anocheciera. A la vuelta comía nueces que encontraba en el camino y me dejaba impresionar por el sonido de los pájaros. Envuelta en esa microinmensidad que me rodeaba, creía cumplir con la ilusión de alguna vez no sentir ninguna necesidad.
Camino a ese paraíso individual, esta vez acompañada de un perro, estaba yo cuando la voz llorona se coló en nuestro andar, manso, sosegado. Un “Buuuuuuuuuh, Buuuuuuuuuuuh” fúnebre paralizó el instinto animal. Buuuuh, Buuuuuuuuh, lloraba una mujer, y el perro empezó a aullar, imitándola. Era un sonido horrible, un coro enloquecedor. Había empezado a correr viento y el llanto se dispersaba. Por momentos me parecía que salía de una choza, metida en el monte; después, por detrás, como si viniera del valle. Buuuuuuuuh, buuuuuuuuh, buuuuuuuh, buuuuuuuuh. No podía
Monoambiente
distinguir el lamento humano de su eco, más lúgubre, deforme.
Finalmente fue el perro quien la descubrió. La puerta estaba abierta. Me asomé temerosa: primero la cabeza, y después el cuerpo, indiscreto, con pasos torpes hasta la entrada de la casa. La mujer estaba en la cama, tapada hasta el cuello con una sábana blanca. Al verme, trató de hablar en una lengua de sonidos espasmódicos que no podía controlar.
La casa era una habitación. Sólo entraba
Ilustración: Darío Fantacci (Grupo Niños)
la cama y una especie de repisa, una tabla de madera sostenida por troncos. Sobre la repisa alguien había dejado estacionar una olla con sopa de verduras. Supuse que debía haber estado ahí varias semanas. En el centro se habían
VEINTICINCO
Tengo hambre, hipaba, tengo hambre. Pobre mujer, pensé, y de la mochila saqué un paquete de galletitas y entré con decisión auxiliadora. Pero ni bien puse un pie dentro de la casa, una barrera de olor agrio, denso, me hizo retroceder. Señoriiita, seño riiiita. Tengo hambre, por favor, decía la mujer, y empezaba otra vez con ese llanto endemoniado: buuuuh, buuuuuuuuh. El perro me esperaba al costado de la ruta con ojos de preocupación. Desde la puerta estiré la mano con el paquete pero era evidente que la mujer no se podía mover.
Monoambiente
formado hongos, y unas larvitas pequeñas e incoloras nadaban alrededor de un moho blanco, medio espumoso, hediondo.
Yo trataba de no respirar por la nariz, el olor era insoportable. Me senté cerca de la cama, abrí el paquete de galletitas y le arrimé una mitad a los labios. La mujer estiró la lengua y masticó con desenfreno. Era vieja. Su aliento pastoso se me acercaba cálido cada vez que abría la boca. El aire que entraba por las ventanas circulaba sin renovar el ambiente; las ráfagas tibias no alcanzaban, más bien reanimaban el vaho.
Según me había dicho, cada tres o cuatro días una vecina le llevaba algo de comer. Cambiaba las sábanas y le hacía rotar el cuerpo para que no se le formaran llagas en la piel. Yo rogué que no me pidiera que la ayudara con la chata. No quería saber qué había debajo de las sábanas después de tantos días.
Mientras la vieja masticaba, incansable, intenté despejar un poco el cuarto. Lavé las cacerolas, barrí. Pasé un trapo debajo de la repisa y de la cama para aminorar la cantidad de moscas que husmeaban alrededor del cuerpo postrado. Asquerosas, pensé, les gustaba. ¿Y si la vieja está bichada?
VEINTISEIS
VEINTICINCO
Hay un tipo de mosca que se aprovecha de la discapacidad de los animales enfermos para hacer un nido y poner huevos. Es muy común en los perros con problemas de cadera o en los caballos de cola corta. En el lomo, a la altura del coxis, o sobre el párpado. En mil lugares posibles, la guarida es imperceptible, la mosca recubre los huevos con una lámina plástica, transparente, que los protege de cualquier sacudida. No son insectos comunes, no son mosquitos, no se alimentan con moderación de la sangre que logran extirpar en una distracción. Revolotean silenciosos, en busca de la temperatura adecuada para el desarrollo de sus crías. Trabajan con constancia y en secreto; desde la superficie, sin dejar marcas, hacía el interior. Más tarde en esa suerte de bunker nacen y crecen gusanos de todos
los tamaños, se reproducen y se nutren de la putrefacción que ellos mismos producen hasta vaciar al animal, bicharlo hasta matarlo. Podía no ser el caso. Preferí pensar en otra cosa, en refregar el piso, quitar las manchas, espantar las moscas. Pero era inútil, me volvían loca. Apenas alejaba el trapo aparecían otra vez, zumbando de a muchas, queriendo traspasar las mantas.
La situación se me volvía incontrolable. Le pregunté si quería que la llevara a un hospital. Hablar con el cura del pueblo o con alguna autoridad municipal. La vieja negaba con la cabeza a todas mis sugerencias, y como queriendo decir que no había nada que hacer empezaba llorar otra vez. Buuuuuauuuh, buuuuh. Algo se tenía que poder. El olor ya se me había vuelto tolerable y quería ver el estado de esas llagas, de esas ronchas o lo que fuera que había debajo de las sábanas. No dejé que se negara, la convencí de que era necesario ver. Le pedí que confiara en mí y con delicadeza, para no ofenderla, fui corriendo las sábanas, poco a poco hasta los pies. Buuuuuuuuh, buuuuh. Un olor rancio, a carne en descomposición, a piel y uñas muertas, se liberó del cuerpo adulterado y rápidamente se expandía por toda la habitación.
Por fin sentí ganas de vomitar. Dejé la escoba sobre el marco de la puerta y corrí hasta la ruta. Me arrodillé frente a un arbusto y dos arcadas violentas vaciaron los primeros mates de la mañana. Después volví a vomitar una, dos, tres veces. La mujer me llamaba desde el cuarto. Señoriiiita, dame un poco de agua, insistía. Señoriiiita, ¿te sentís mal? Le hice señas de que estaba todo bien y descansé con los ojos cerrados, lejos del vómito, con la frente apoyada en el brazo izquierdo, contra el tronco de un nogal. El perro se había puesto de pie y se me acercaba. Podía sentir el jadeo, el olor de su pelo lanudo, su aliento. Lo miré
Monoambiente
con ojos nublados, vencidos. Me sentía culpable. Culpable e inútil por haberme demorado en entender.
Apenas recuperada volví a entrar a la casa. Sin titubeos, segura de lo que se venía, no dudé el blanco. El palo firme entre las manos, subirlo y bajarlo en un solo movimiento, resolutivo, estoico. Un palazo por la espalda, un golpe decidido a callarla hasta la calma.
Buuuuuuuh, buuuuh. Buuuuuuuu, buuuuh. Cálmese, tuve que decirle, recia y tajante. Enseguida vuelvo. Voy hasta la cascada, a buscar agua y vuelvo. El perro me vio perderme en dirección al pueblo. El cielo se había nublado por completo, empezaba a hacer frío y no traía abrigo. Pensé en llamar a Esteban y pedirle perdón. Pero sabía que también para nosotros era demasiado tarde.
VEINTISIETE
Verónica Bonafina Tiene 30 años y es docente. Escribe en: www.hablarleeryescribir.blogspot.com. Es integrante del duo Linda-Linda: lindalindeamos.www.blogspot.com
Monoambiente
SEGUNDO B
Mariano Pensotti
Tendría que haber dicho que no.
Todos los días saliendo a bailar drogados como monos
¿Quién mierda quiere ver a toda esa gente?
descerebrados.
Ya no tenemos nada en común.
Nos divertíamos.
¿Qué hora es?, ¿es muy tarde?
¿Debería haber seguido viviendo de esa forma?
¿Quién carajo quiere juntarse con sus compañeros de la
Por ahí ahora sería una persona mucho más sabia, con
secundaria?
más experiencia.
Tendría que haber dicho que no.
Aunque en esa época tampoco me zarpaba tanto.
Toda esta idea de que hay que recordar el pasado es
Esos eran los años de mi formación como persona y ya
una pelotudez.
era un pequeño careta.
Bueno, tengo que apagar la tele y cambiarme.
Lo que uno no hace en los primeros años de su vida no
Voy a ir así nomás, nada de prepararme para
lo hace más, o lo hace mal, o lo hace como una
impresionarlos.
imitación. Aunque quiera repetirlo.
No me voy a acordar ni de los nombres.
La historia se repite dos veces, una vez como tragedia y
Del único que me voy a acordar es de Gómez.
la segunda como comedia.
Eramos culo y calzón en esa época. Después no nos
¿Quién dijo esa frase?
vimos más.
¡Hoy estoy con una profundidad del carajo!
Gómez estaba loco pero ahora creo que trabaja en un
Estoy podrido de reaccionar como los demás esperan
Ministerio.
que reaccione.
¿Vale la pena verlo así?
De hecho, una vez, de chico me golpearon para hacerme
Por ahí no voy.
llorar y yo lloré.
No hay que atarse a lo que ya pasó.
Lloré porque entendí que era eso lo que esperaban de mí y representé ese papel, el del llorón, aunque ni siquiera
El VHS hizo mierda a mi generación.
tenía ganas de llorar.
La puta madre, ¿para qué puse este video?
Hoy pienso que si no hubiera llorado todo habría sido
Otra vez la manía de acordarse del pasado…
diferente…
VEINTIOCHO
¿Cuántos años tenía yo?
¿dieciséis?
Voy a salir de acá ya mismo.
¿diecisiete?
Totalmente. Apago el video y salgo a la calle.
El viaje de egresados…
Voy a la reunión, sonrío, hago chistes, seduzco a todos
Sí…
con mi simpatía.
Las sierras de Córdoba…
Por ahí me cojo a alguna mina.
Monoambiente
Ilustración: Pedro Mancini (Grupo Niños)
Me conecto de nuevo con Gómez y nos volvemos a hacer amigos inseparables.
Volvemos a tener la seguridad de esa época.
Quizás el tiempo no nos cambió tanto.
Ahora salgo.
Uno en esencia siempre es el mismo, ¿no?
O por ahí me visto de puta madre. Con el traje que me
VEINTINUEVE
Nadie cambia, nada se transforma.
Monoambiente
compré cuando tenía plata. Mi traje Armani. Me pongo el traje y les hago creer soy un tipo groso. Me
Antes nadie se acordaba de nada. No había registros de
hago el humilde pero poniendo una distancia, como
Igual hay cosas que se pierden para siempre.
diciendo “Yo sí que la hice”.
La amistad de la adolescencia, por ejemplo. Eso es algo
Hablo de mi mujer, de los chicos. Puedo llevar fotos
que no vuelve.
falsas para mostrar, hacerles creer que tengo una
Esos momentos en los que uno hacía cosas imposibles.
familia recontra convencional. Me río de las cosas que hacíamos en la escuela, como diciendo “Qué jóvenes y boludos que éramos, en cambio
Como el día que nos echaron de la escuela a Gómez y a
yo ahora soy un tipo que la hizo bien”.
hacernos los locos.
Pero me van a mirar con desconfianza… ¡Putos del orto!, ¿quiénes se creen que son? ¡Que compartamos recuerdos no significa que me
No querían en una escuela modelo de clase media como
puedan juzgar!
mientras me arrastraban hacia la salida pero los
Los voy a cagar a trompadas a todos.
mí. Nos echaron de la escuela por quilomberos, por
esa a unos putos alborotadores como nosotros. Era lógico, yo los entendí, los puteé a los gritos entendí.
Me paro arriba de una de las mesas y los meo desde arriba.
En ese entonces estábamos empachados de libros
Me tomo tres botellas de Malbec y se las descargo en la
experimental alemana y nos veíamos a nosotros mismos
incendiarios de románticos franceses, de música
cara…
como working class heroes. Yo no hablaba inglés
¿Me ven?, soy un mono… ¡soy un mono descerebrado
pero cuando me preguntaban a qué me dedicaba decía
de nuevo!
eso, soy un working class heroe, creo que lo había
Basta, no voy a hacer nada de eso. Salgo de acá y me voy directamente a la reunión. Tranquilito.
escuchado en una canción.
El restorán que eligieron no es muy bueno. Y encima caro. ¿Me va a alcanzar la plata?, puedo usar la tarjeta si no…
tobillos. Otro verano de desesperanza y angustia a la
Antes sabía siempre lo que tenía que hacer. Ahora no.
encontramos con Tinelli. Terminamos charlando y
quedamos en la calle, sin escuela, sin nada... Las calles de barro con charcos y los perros nos mordían los sombra de los shoppings. Nos fuimos a comer a una parrillita de Palermo y nos resultó ser un tipo muy agradable, mucho menos
Vamos, hay que animarse. En serio, va a estar
bizarro de lo que uno imagina.
buenísimo.
Subimos con Tinelli a su 4x4 y nos llevó a una fiesta.
Y Gómez era muy divertido en las reuniones.
¿Por qué me cuesta tanto apagar la tele y ponerme las pilas?
Así que nos pegaron una patada en el culo y nos
Por Dios, ¡qué rocanrol tengo en el bocho!
Pueden haberse convertido todos en personas adorables.
TREINTA
nada.
El VHS hizo mierda a mi generación.
Era una fiesta de fin de rodaje de una película que él producía. Una película de nuevo cine argentino, independiente, con un elenco muy loco y muy piola. Por lo que entendimos la película se trataba de un hombre que busca a su padre, al que no conoce, y del que
Monoambiente
solamente tiene una fotografía borrosa que cada día se
hicimos un graffiti en la pared de la escuela con lo que
deshace un poco más.
teníamos a mano.
La directora era una chica encantadora. Nos
Escribimos “On ne tue point les idées” que significa
enamoramos al instante. Se llamaba…
“Las ideas no se matan” y que es lo que escribió
Tenía una de esas cosas que te vuelven loco de amor
Sarmiento o Perón, no nos acordábamos, cuando los
para siempre: un ojo color ámbar y otro color verde… y
rajaron al exilio.
cuando reía las mejillas se le ponían apenas coloradas.
Nos sentimos mucho mejor, nos sentimos próceres de
La escuchábamos hablar y en realidad lo único que
algo y así fuimos volviendo a los departamentos a
podíamos mirar era el movimiento de sus labios. Sus
tratar de dormir un poco.
labios subían y bajaban, se humedecían, resplandecientes
El aroma del caño de escape del 60 flotando en la
y rosados como una frutilla salvaje después de la lluvia.
mañana nos hizo acordar a cuando éramos chicos y la
Podíamos intuir la tibieza de sus pezones debajo de la
abuela nos contaba historias hasta que nos quedábamos
blusa blanca.
dormidos.
Ya la merca se nos había empezado a subir a la cabeza
Esas cosas ya no pasan.
y sentíamos que las sienes nos latían pidiendo acción.
Y no hay ningún VHS que pueda guardar esas
Bailamos Diego Torres, bailamos Nirvana, bailamos
sensaciones.
tecno de Detroit. Los rayos del sol entraban dorados por las ventanas cuando nos fuimos, embriagados del sabor de las bocas
Bueno, vamos.
de directoras de cine independiente.
Voy a ir a la reunión y que sea lo que Dios quiera.
Alguien se ofreció a llevarnos a algún lugar y
No hay que dar tantas vueltas.
terminamos en una quinta en Pilar. Llamaron a unas
Hay que ser decidido. Como en los viejos tiempos.
putas y garchamos con ellas como locos. A veces
Está bien ir a verlos.
cerrábamos los ojos y tratábamos de imaginar que no
Ver en qué anda Gómez.
eran putas, que eras cineastas independientes de boca de
Podemos seguir teniendo muchas cosas en común.
frutilla pero esa fantasía casi nunca funcionaba.
Había algunas minas muy lindas.
Nos tomamos un remís con plata que nos prestaron y
Por ahí me cojo alguna.
volviendo para casa pasamos por el frente de la escuela
Y sino vuelvo temprano, me hago unas pajas y me
de donde nos habían echado.
quedo dormido.
Le pedimos al remisero que frenara y ahí mismo
Esa es la onda.
TREINTA Y UNO
Mariano Pensotti Nació en Buenos Aires, en 1973. Hizo cine y video. Estudió dramaturgia con Daniel Veronese y Alejandro Tantanián, y puesta en escena con Rubén Szuchmacher. También realizó cursos con Mauricio Kartun. En teatro escribió y dirigió “Ojos Ajenos” (2000), “Trieste” (2001), “Los 8 de Julio” (2002), “Noche en las Cataratas” (2003), “Los Muertos” (2004) y “Sucio” (2007). Este texto formó parte de la obra de teatro “Interiores” que fue representada durante el 2007
TREINTA Y DOS
Mono
con navaja
MATEN A BORGES II: AL FILO DE LA GUADAÑA APORTES PARA UNA CRONOLOGÍA JOCOSA DE LOS ENCUENTROS DE BORGES CON LA MUERTE
Por Santiago Sánchez Santarelli
Como no estoy dispuesto a competir con el lúcido y entretenido artículo que Diego Vecino publicara en esta misma sección, cuando nos dimos cuenta de que no teníamos qué poner en este “Maten a Borges” me pregunté, como alguna vez Lenin y Aguinis, ¿qué hacer? Repasé el Antiborges compilado años atrás por Lafforgue, y decidí que no me interesaba intentar algo así: todas las críticas parecían bravatas que, no pudiendo atacar la escritura borgeana, se enfangaban en cuestiones más bien ramplonas o de simple camorrería impotente. Daba pena no poder rescatar, de esos textos furibundos, un solo contrincante que pudiera disputar con Borges de igual a igual: aquel señorón conservador, golpista, con ínfulas de sangre e intereses aristocráticos, salía airoso de las igualmente envaradas críticas de la intelectualidad adversa (que, por otro lado, reunía a gente tan dispar como Blas Matamoro y el cura Castellani). Preferí, entonces, tomarme a Borges para el churrete. Y ya que estábamos en una sección que tiene que ver con la muerte, me dije: ¿por qué no hacer una cronología de los encuentros cercanos de Borges con la Parca? Bien, aquí estamos. Lo que sigue dista de ser exhaustivo porque sería aburridísimo. Tampoco responde a una precisión documental tipo monografía. Pero lo que consigno es esencialmente cierto.
Diane Arbus, fiel a su estilo de fotografiar freaks, persigue a Borges por Nueva York para sacarle una foto.
Después de un arduo trabajo, esta jocosa cronología decantó de las 4000 páginas sobre Borges que leí en las últimas semanas. De semejante chorrera, recomiendo el libro de Mastronardi por dos virtudes: es divertido y es corto. También vale la pena la entrada del diario de Bioy donde cuenta cómo se enteró de la muerte de su amigo: está exquisitamente escrita y es una patada en los huevos justo cuando uno cree que no podrá soportar una página más de la pedantería socarrona que infesta las 1500 anteriores. Para el que no tenga ganas de la extensa –y no pocas veces tediosa– tarea de remitirse a las fuentes, lo demás se ha sintetizado en las páginas que siguen.
Mono con navaja
1. Nadie lo nota, excepto el Licenciado Rómulo Vizgarra, a quien debo el dato.
Alguien afloja los tornillos del globo para que aplastara a Borges. Por suerte para el primero, la colisión no se produce.
1944: Sale a caminar con Estela Canto: un topo borracho y un murciélago sordo. Vuelve a casa todas las noches. ¡Dios existe! 1945: El topo de la entrada anterior dice sentir, durante unos besuqueos, “la virilidad de Borges”. Se trata, seguramente, de uno de los casos conocidos como “miembro fantasma”. 1949‐1953: Se autoplagia flagrantemente: “Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia” (“El hombre en el umbral”, 1949; “El Sur”, 1953). Nadie lo nota1. 1955: Festeja el triunfo de la Revolución Libertadora, que le da la Dirección de la Biblioteca Nacional. Vuelve a estar a punto de ser linchado por los “compañeros”. 1957: Dice: “El dominio español nunca debió de ser oprobioso como el de Perón”. Los descendientes de Moctezuma preparan un sacrificio. Buscan en los bazares de Once, pero no consiguen puñales de piedra made in China. 1958: Un peluquero español, que peleó en Marruecos y ejecutó a uno de los moros de Abd‐el Krim, lo confunde con uno de los Ghioldi mientras lo afeita. Borges, que aclara el error, está a punto de convertirse en un cliente de Sweeney Todd. 1963: Opina: “El clima [del Sur] ha de producir una Humanidad mejor que la del Norte. Del Norte son los cabecitas negras. ¿Qué hombres da el Norte? Nada más que paraguayos y bolivianos.” Trasponiendo estas coordenadas a la ciudad, podemos recordar que Borges vivía en el Norte… Y que por eso se salvó de las hordas del Once.
TREINTA Y TRES
1898: En perfecto inglés, Jorge Guillermo Borges le propone a su esposa Leonor: “Let’s fuck”. Es concebido nuestro héroe, Jorge Francisco Isidoro Luis, alias Georgie. 1913: Se cae de un tranvía y un acoplado le corta el flequillo. Se salva, como es de esperarse, por un pelo. c. 1915: Se cae (¡otra vez!) de la bicicleta en Ginebra y queda desmayado. En ese momento, su imaginación literaria no estaba aún desarrollada: Juan Dahlmann se salva de morir en un duelo ciclístico y de llamarse Juan Curuchet. 1920‐1925: Se asesina unos millones de neuronas empinando el codo. 1923: Publica la primera edición de su impresentable Fervor de Buenos Aires. Sale milagrosamente ileso. 1925: Los hermanos González Tuñón, en compañía de dos vendedores de diarios, irrumpen en una reunión del Royal Keller para joderlo a Borges. El clima se espesa. Amagan con irse a las manos pero los atajan. En eso, llega el poeta Juan Sebastián Tallón que, como su apellido lo indica, era de gran talla. Borges lo interroga, el hombre resulta estar de su lado. Salva las papas. Los Tuñón se dan a la fuga, no sin antes echar 20 centavos en la ranura. 1930: Va con Mastronardi al cine a ver una película de von Sternberg. Se la pasa comentando y anticipando el desarrollo del film. De no ser porque el resto de los espectadores no tenía piedras a mano, hubiese muerto como una adúltera de la antigüedad. Pero en los ‘30, ni pochoclo se llevaba al “cinematógrafo”. 1938: Enero: Entra como Auxiliar de Segunda en la Biblioteca Municipal “Miguel Cané”. Tiene una pésima idea: intenta trabajar. Sus compañeros municipales, entre mate y mate, tratan de lincharlo. Opta por pasar los días leyendo. Diciembre: Le echan un centro con el batiente de una ventana, cabecea al arco. Se agarra una septicemia galopante que casi lo mata. La ventana, por cierto, se va al lateral. c. 1940: Le comunica a Bioy que es “un hombre de armas, un gran tirador y un gran jinete”. Medio cegatón, flojo de pulso y a dos generaciones de ser un hombre de armas, miente afortunadamente: pudo volarse la cabeza o rompérsela en una caída. 1942: Se muere la primera parte de su cuerpo, a la que seguiría el resto en cómodas cuotas. Esta primera parte, será luego un muerto famoso…
TREINTA Y CUATRO
Mono con navaja
1964: Unos alumnos intentan suspenderle una clase para homenajear a los guerrilleros del EGP muertos en Salta
(entre los que estaban Masetti y Altamira Guzmán). Borges, pensado “¿Flores a mí?”, los echa. Anuncian: “Volveremos”.
Pero resultan más civilizados que él y no lo despedazan.
1965: Pernocta en casa de Bioy Casares. Sonámbulo a media noche, Adolfito lo confunde con una dama. Se salva por un tris de morir empalado. 1966: Julio: Borges se hace el camba en la línea C y viaja parado. El subte toma una curva y nuestro héroe se convierte en pelotita de flipper. Rebota hasta el jackpot en Plaza Constitución. Noviembre: Opina que el Papa “dice cualquier simpleza y la transmiten a todos los lugares del mundo, la repiten y la comentan”. El Opus Dei afila un cirio de gran diámetro, pero la operación se frustra por un embotellamiento de tránsito. Los caminos del Señor son misteriosos... 1967: A propósito de la Guerra de los Seis Días, dice: “En una guerra entre un país bárbaro [Palestina et alii] y uno civilizado [Israel], aunque la razón estuviera del lado de los bárbaros, habría que desear el triunfo de los civilizados, para bien del mundo”. Un musulmán se prueba un chaleco con detonador para lucirlo en casa de Borges, pero le queda holgado de sisa. Se malogra un sastre intentando componerlo. 1968‐2008: David Viñas lo busca por toda Buenos Aires para meterle por el culo los tomos de El Capital, El 18 brumario de Luis Bonaparte y las Tesis sobre Feuerbach. No lo encuentra. 1969: Los negros brasileños le sugieren el calificativo de “macacos”. ¿Hace falta agregar algo? 1970: Vlady Kociancich le confiesa a Bioy Casares que ya no duda del amor de Borges por María Kodama. La enfermedad que lo llevaría a la muerte está declarada. c. 1971: Dardo Cabo amaga con largarlo en medio de Avenida Santa Fe, pero se arrepiente. Un interno de la línea 39 se libra de ser abollado por el cráneo más famoso de la Argentina. En un debate en la Universidad de Columbia, Enrique Vargas lo apura: “Usted no hable. Usted está muerto. Si lo viera en la calle, le pegaría en la cara con un ladrillo”. Después reflexiona y decide que no es de gran utilidad pegarle un ladrillazo en la jeta a un muerto. Agosto: Aparecen pintadas en las calles que sugieren matar al Almirante Rojas y a Borges. Éste desestima la
Borges y Kodama pasean a orillas del Sena. Ella calcula cuánto tardaría el paquete en hundirse.
información con un comentario pletórico de servilismo y pelotudez: “No creo que sea verdad. Para poner letreros hay que tener un permiso municipal”. 1974: Un grupo de diplomáticos mexicanos lo visita. Borges los confunde con venelozanos y una turba de cuatachos enfervorizados amartilla sus revólveres. 1976: Mayo: Almuerza con Jorge Rafael Videla, Leonardo Castellani, Sábato y el insignificante presidente de la Academia Argentina de Letras. El cura los indigesta reclamando la aparición con vida de Haroldo Conti. Borges se agarra una gastritis comunista. Diciembre: Confiesa estar enamorado de María Kodama. El final se precipita. 1976‐1982: La muerte tiene, lamentablemente, ocupa‐ ciones más ignominiosas que liquidar a Borges. 1983: 25 de agosto. Atemorizadas por la profecía que el mismo había hecho en su relato que lleva esta fecha por título (publicado en “La Nación”, el 27 de marzo anterior), miles de personas esperan noticias del suicidio de Borges. Nuestro héroe, muy campante, declara no haberse suicidado “por cobardía”. 1984: Dice: “Sería tan raro que yo me muriera. No por el hecho de morirme en sí, […] sino que sería raro que yo, tan rutinario, hiciera algo fuera de mis hábitos”. Paciencia, don Borges, no le falta mucho para salir de sus hábitos por toda la eternidad. 1986: Muere, finalmente, en Ginebra por obra y gracia de la vejez… y de la japonesa.
VIVIENDO A COSTILLAS DEL POETA
Tercera entrega
LA TRADUCTORA DE NERUDA
Gastón Mazieres
Todos los ingleses que viajamos por vacaciones a Sudamérica compramos un sombrero al llegar. Nos parece la forma apropiada de iniciar nuestra Inmersión Latina e invariablemente todos quedamos fascinados con uno u otro aspecto del subdesarrollo, nos parece increíble que se pueda vivir así. Al cabo de un tiempo postergamos la fecha del pasaje de vuelta, luego por fin volvemos a nuestra isla, vendemos o regalamos todo y viajamos otra vez para quedarnos a vivir en Argentina, por ejemplo. Guardamos el sombrero aquél que habíamos comprado al llegar, y nos lo ponemos solamente cuando viajamos a Gran Bretaña para visitar a nuestra familia. Puede ser también una camiseta de fútbol, una bufanda de lana, un mate o hasta un novio nativo. Yo llevaba mi sombrero argentino cuando me mudé por un tiempo al sur de Chile. Un poeta Sudamericano, por entonces muy popular, me había solicitado la traducción de su obra que pronto sería publicada en el viejo continente. Pasaría con gusto dos meses en su casa gastando cabalgatas por las montañas, recorridas por el río, visitas a las granjas de la zona y traduciendo los pocos pero buenos libros. Maletas. Sombrero. Todo listo. Avión a Santiago de Chile. Después otro hasta Temuco. Un interminable micro por laderas, valles y cumbres alternativamente hasta marearse. La hermosa Cordillera de los Andes, sus precarios caminos. Llegué al pueblo y desde ahí una especie de taxi hasta a la casa del poeta. A bordo del carromato pude vislumbrar la famosa tonada chilena y hasta me adapté un poco a ella, pues el conductor me abarrotó con palabras y una radio. Nada entendí pero me sentí amiga de este país y su gente charlatana. Llegamos a la casa, alejada y venerable. Saqué mi valija y me puse ante la puerta. Perros empezaron a ladrar y se acercaron con peligro. Esperé ahí sin moverme. Nadie abría la puerta. Pasaba el tiempo. Nada se movía. Era inquietante la quietud alrededor. Traté de mirar por entre las rejas. El taxi huyó echando polvo. Después de este sobresalto me percaté de que se hacía de noche. El frío nocturno se aproximaba, los perros no dejaban de ladrar. Estuve quieta mucho. Los perros se habituaron a mí. Ya no ladraron, aunque vigilaban. Los fui tentando a la caricia. Aceptaron pero eran desconfiados. Cuando por fin los hice mis amigos ya era de noche. Levanté la valija. Atravesé el portón y entré en el camino largo que llevaba hasta la puerta de la casa. Avancé temblando de frío y con notoria preocupación, tratando de hacer ruido sobre las blancas piedras, para que pudiera oírme quien estuviera en casa. Salté hacia atrás. Había un viejo tirado en medio del camino, cerca del jardín, estaba rodeado de sangre, con la boca abierta y la lengua en un costado, creo que muerto. No grité por temor a los perros. Solté la valija. Entré en la casa. Busqué un teléfono para llamar a la policía. Había uno en el escritorio. Disqué el número. Nadie atendía, llamé a emergencias. Tampoco. Son así los servicios en Chile, igual que en Argentina, simplemente no responden. Dejé el teléfono. Estaba aterrada por esa soledad de pesadilla. Salí otra vez. Traté de reanimar al hombre. No se movió. Temblando de miedo y de frío volví a entrar. Disqué otra vez. Tampoco. Era viernes por la noche. Imaginé la ciudad. Nadie en la central ni en ningún lado. Me senté en el sofá, tratando de calmarme. Me dije que esperaría a que alguien viniera. Miré los muebles de la sala y los decorados. Traté de concentrarme en las cortinas, los cuadros, había una extraña colección de frascos que observé uno por uno. Tomé un poco de confianza. Seguí observando la sala en busca de algo o alguien a quien llamar para socorrer al caído. En una pared había fotos. Las miré de cerca. Reconocí una cara… ¡El viejo tirado en el jardín era Pablo Neruda! Adiós
TREINTA Y CINCO
Vivir una temporada en el campo me atrae. No sé, salir un poco del infierno de autos sin reglamento en el que me sofoco desde que tomé la polémica decisión de instalarme en este país absurdo.
traducción, adiós labor; muy por el contrario me esperaba un juicio bajo sospecha de asesinato. Caminé en círculos. Salí al jardín. Me acerqué al Señor Pablo y le dí bofetadas en la cara para obligarlo a despertar y hablarme. Nada. Como pude lo arrastré al interior de la casa, dejando un gran reguero de sangre. Sentí náuseas. Quise taparme la boca, pero mis manos estaban totalmente rojas, y las náuseas aumentaron. Corrí al baño. La puerta estaba cerrada con llave. Moví la llave. Se trabó. Estaba a punto de vomitar. La destrabé, abrí la puerta y entré inclinándome con urgencia para escupir en el inodoro, ¡pero había otro viejo tirado en la bañadera! Aullé. Salí corriendo del baño, salí de la casa. Los perros ladraron y se acercaron otra vez para amenazarme. Tuve que esperar de nuevo a que se calmaran mirándolos fijamente y sobreponiéndome a mi horror y sensación de estar soñando. Los perros se apiñaron contra mí, pero en un rapto de audacia salté dentro de la casa y cerré la puerta. Pude oírlos estrellarse contra la madera y rasguñar el picaporte. Trabé la puerta. Maldije a los sudamericanos, sus campos, su gente incomprensible, sus malditas pasiones a flor de piel. Escuché toses en el baño, y quejidos. Me acerqué llevando un palo que encontré en la cocina. El hombre dentro de la bañadera revivía. Era corpulento y parecía corto de vista. Estaba aturdido. Lo socorrí. Le hice preguntas pero en su sofocación no podía hablar. Hacía señas desordenadas y me pedía agua. Se calmó. Habló. Borges y yo nos habíamos cruzado en presentaciones y otros eventos similares allá en la ciudad. No lo reconocí de tan golpeado y viejo que se lo veía. Tenía moretones que se tocaba con penuria y me contó lo ocurrido. Había venido de visita para llevar a su amigo a la ciudad, pero mientras conversaban el jardinero los había atacado sin motivo aparente. Fuimos a socorrer a Neruda. Temíamos lo peor. Lo cubrimos con una manta y lavamos sus heridas. Nos quedamos junto a Don Pablo. Borges me agradeció por haberlo liberado de “la espantosa prisión del baño”, me dijo que llamaríamos a la policía. Pero él era un hombre ingenuo para las cosas concretas, le costó manipular el teléfono y no creía que nadie respondiera. Toda la noche pasó repitiendo números en voz alta y discando el teléfono. A la madrugada Neruda despertó. No podía hablar. Le dimos agua. Luego llegaron la mucama y el cocinero. Nos ayudaron. Pudimos ir al hospital del pueblo. Volví a Buenos Aires y en menos de una semana me instalé definitivamente en Londres. Tiempo después Borges me informó por carta que no habría juicio.
TREINTA Y SEIS
Gastón Mazieres Es Licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires (UBA), especialista en Literatura Argentina. Como autor teatral, ha estrenado gran parte de su repertorio en diversas salas de la ciudad de Buenos Aires. Posee una sólida formación como actor. Egresado de la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD), y de la Escuela de Danza del Abasto (EDA). Como intérprete ha participado en eventos y festivales de Argentina, Chile, Uruguay, Dinamarca, España. Como pedagogo, coordina actualmente en Buenos Aires su taller “Escritura Teatral”, destinado a actores y gente de letras interesados en investigar y profundizar las relaciones entre la escritura y la puesta en escena.
Mono con navaja
LAS LOCAS
U NA LECTURA Carolina Berduque
PERSONAJE 1 / ALEJANDRA / ACTRIZ 1: Alejandra Corral. PERSONAJE 2 / MAILÉN / ACTRIZ 2: Mailén Valdez. Escenografía: Pehuén Stordeur / Florencia Scatorccio. Vestuario: Florencia Scatorccio. Asistente de escenografía y vestuario: Cecilia Caputo. Iluminación: Pehuén Stordeur. Asistente Técnico: Jerónimo Pérez Brancatto. Asistente de Dirección: Santiago Sánchez Santarelli Dirección: Emilia Goity. Dramaturgia: Santiago Sánchez Santarelli La obra se estrenó en el marco del II Congreso Nacional de Teatro del IUNA, el 31 de octubre de 2007. Realizó tres funciones en el ciclo "Los viernes teatro", del Depto. de extensión del IUNA y cuatro funciones en el Taller de Arte de 25 de Mayo, Prov. de Bs. As. Actualmente el grupo busca sala para seguir haciendo funciones.
TREINTA Y SIETE
"Hay un cadáver en el baño. ¿Lo vas a dejar ahí al muerto?"
Advertencia: Lo que se leerá a continuación no es una crítica teatral, sino una lectura, como reza el subtítulo. Rápidamente se objetará que tal cosa no es posible porque el teatro no se lee, se representa, se ve, se comenta, se analiza. Pero no se lee. Dada la ignorancia casi absoluta de la que suscribe sobre teoría teatral o crítica, el siguiente texto se mantendrá en el terreno de la vana especulación y la complacencia gratuita. El que avisa no engaña… Debe recordarse que se ha podido imaginar un universo Se supone que uno debe empezar por comentar más o menos la trama la obra. Por ejemplo, que trata de dos mujeres que comparten un espacio del que poco sabemos (y, posiblemente, saben), que hablan todo el tiempo, en español y en alemán y que, poco a poco, a medida que avance la obra, podremos pensar, alternativamente, que: son hermanas, no se conocen, están locas, están jugando, están actuando, están esperando que pase el tiempo, están esperando que pase algo, las observan, ellas observan, hay un muerto en el baño, no hay un muerto en el baño, hay un baño, hay un barco, hay una torta que va a inundar la habitación, etcétera, etcétera, etcétera…
Mono con navaja
"¡No! No te bajes. Si la tapa está firme,
puede que el agua reviente para abajo."
TREINTA Y OCHO
Con esta base (confusa, malintencionada, avara, lo sé) podremos, quizás, avanzar en la lectura. Un chino en bicicleta La obra plantea, básicamente, un problema lingüístico: ¿a quién pertenecen estas palabras que me asaltan, que me invaden, que no me permiten cerrar la boca? Las locas (las llamaremos así por comodidad) no pueden permanecer calladas. Hablan y hablan, por más que sus discursos (porque son muchos) no hagan sentido (o, por lo menos, no en el momento que se enuncian). La obra se divide en tres actos, tres tiempos que bien podrían ser sucesivos o intercambiables, puesto que no se les puede aplicar una consecutividad temporal. Estos tiempos se comunican por medio del lenguaje: palabras, gestos, frases que se repiten ofician de enlace, los igualan, destruyendo la idea de una progresión temporal
"Desatame. Quiero bailar. Es mi fiesta de cumpleaños. ¡Mía, mía, mía!"
posible. Todo ocurre en un fuera de tiempo, entre cuatro (¡tres!) paredes, en un aislamiento asfixiante. Fuera del espacio, fuera del tiempo, las locas se debaten entre el ser y el hacer. ¿O lo que hacen las define? ¿Son locas porque se ponen chalecos de fuerza? ¿Son actrices porque repiten palabras de otros, representan obras? ¿Son hermanas porque así apelan una a la otra? Lo que sabemos: son dos mujeres vestidas de blanco, como salidas de la Naranja mecánica pero a los rajes, despeinadas y pintarrajeadas. Pululan por un escenario pánicamente blanco, en el que unos cuantos banquitos con letras de colores en sus patas desperdigados y una ventana/espejo forman el magro decorado. Hay un muerto en el baño Las locas hablan. Todo el tiempo. Ostentan un discurso propio, pero también uno ajeno. El juego de intertextualidades es variado y abundante. Los textos ajenos entran en la obra casi sin juntura.
Mono con navaja
Algunos son más evidentes que otros: Kant, Bentham, Schopenhauer y Descartes son más notorios que los ocultos Daulte, Spregelburd (y, por extensión, Bradbury), Calderón. ¿Pero cuántos más habrá escondidos en la materialidad de la obra? Millones, en cada una de las palabras dichas resuena una historia, un pasado, una memoria. Pero no nos adelantemos. Obra de retazos, voces de otros. Pero además obra plagada de autorreferencialidades. Obra de todos y cada uno de los que la construyeron, de amigos y conocidos. Voces, personas, nombres, palabras. Toda noción de original, de texto único e irrepetible se pierde en boca de las locas. Todo se dice y luego se repite. Todo ya se ha dicho y volverá a serlo. Y en cada momento, en cada realización, el sentido cambia. Una mirada, un gesto, un sonido, un murmullo las delata. Comenzamos a pensar, entonces, que las locas son receptáculos vacíos en los que circulan palabras de otros. De las actrices que están por llegar, del dramaturgo que también es el portero, de otros dramaturgos argentinos, de poetas españoles, de filósofos alemanes… El lenguaje las traspasa. Por eso no importa que hablen en español o en alemán: la lengua se les impone.
Nos imponen realidades La puesta en cuestión del lenguaje provoca, como ya sabemos, una desestabilización de lo real. O de su percepción, digamos. Tirada en el suelo, atrapada en un chaleco de fuerza, una de las locas (cualquiera, lo mismo da), recita: “Sueña, portero, en tu abismo tu silencioso sainete pero el muerto en el retrete, embarra de pendenciero realismo tus esmeros…” El discurso de los otros, externo a nuestra conciencia, construye un mundo que se instala en nuestra percepción con la fuerza de lo real: hay un muerto en el baño porque las palabras así lo indican, porque así lo escribió Daulte y alguna actriz, en algún momento, así lo dijo. Esas palabras violentan la ilusión de nuestra percepción solitaria. Antes pensamos el lenguaje como virus y ahora podemos pensarlo como prisión: un chaleco de fuerza que nos encorseta. Lo único real, entonces, en esta obra, son las palabras, las de otros, las que invaden la escena, las que se repiten de memoria una y otra vez.
TREINTA Y NUEVE
"Solamente me veo la boca en este espejo."
Mono con navaja
"La cantidad de velas es tan exacta que da escalofríos.
CUARENTA
Perfectamente pudo haberlas puesto Dios… porque yo no recuerdo mi edad"
Digamos que no lo recuerdo Memoria. Eso que nos salva del silencio, de la muerte, de la angustia de la creación. ¿Quizás sea por eso que una loca sufre un cuadro de asfixia en la misma posición en la que recita un poema, mitad propio y mitad ajeno? Quizás. Entre paréntesis: Cuadro de asfixia es una de las primeras (y geniales) obras de Rafael Spregelburd en la que se construye un post Farenheit 451 en el que los memorizadores de textos luchan por no olvidar las obras memorizadas. Entonces se nos ocurre que las locas son la pura memoria, son máquinas de recordar todo lo que han visto y oído. Todo lo recuerdan, menos su nombre. Son Funes, destinadas a no producir más
que ruido ajeno. Triste destino. ¿O alguna similitud con la realidad? Si es que alguna de esas cosas existe Por momentos, la conciencia de sí aflora. Son los cruces temporales los que descubren el juego. Si las locas saben que existe la posibilidad de adelantarse o de tener un deja vú entonces todo es un juego, una farsa, una representación. Puro teatro. Las locas juegan y en su juego todo es posible, salvo dejar de jugar. Pero queda la imaginación: contra la repetición y el hastío, contra la duda y la espera queda el poder de la imaginación. Y si pudieron imaginar el mundo…
POEMÍNIDOS ( CONTRIBUCIONES FÓSILES PARA UNA ARQUEOLOGÍA DEL VERSO) En esta sección recuperamos algunos poemas de autores más o menos ignotos y los ponemos a consideración de nuestros
lectores, para que juzguen por sí mismos si el tiempo ha sido justo olvidándolos o si les debemos una disculpa.
‘Desde un mamelar’ debe decir ‘Y desde un farallón’”. Cosas que están lejos de ser erratas de imprenta y que no hablan muy bien del autor. Segundo, me interesa anotar un par de coincidencias. Beatriz Viterbo muere en 1929. Para 1941, hacía varios años que Carlos Argentino Daneri escribía su interminable poema La Tierra. ¿Será este hombre un reflejo ficcionalizado de nuestro Alfonso Durán? Es una conclusión arriesgada. Por lo pronto, comparten las iniciales, el gentilicio “argentino/s”, la estructura de los títulos, la pedantería intelectual y un innegable gusto por la cacofonía y el tedio. Además, si Bloom pudo decir que Daneri era Neruda qué no podemos decir nosotros… Pero basta de prólogos. Aquí están los versos.
CUARENTA Y UNO
El Padre Alfonso Durán nació en San Juan de Puerto Rico, en las Antillas, el 21 de enero de 1883. Fue presbítero de la diócesis de Santa Fe, docente, historiador, literato y periodista. Publicó una decena de libros que le valieron el elogio de lo más cargoso de la literatura nacional: Ricardo Rojas y Arturo Capdevilla, entre otros. En los años ’20 acometió su más arriesgada empresa: cantar, en una larga epopeya, la Independencia Argentina. El hombre, que no se andaba con chiquitas, escribía al respecto: “Yo me decía una y mil veces: si Homero y Virgilio y Camoéns y Ercilla con asuntos de menor transcendencia (sic) y valentía enriquecieron a sus patrias y al mundo con sus obras imperecederas, ¿qué no escribieran si hubiesen poseído el caudal de nuestros episodios históricos?” Dos cosas resultan curiosas, si no sorprendentes, en este fragmento. Para empezar, Durán se emparda como si tal cosa con algunos de los mayores nombres de la literatura de todos los tiempos. Además, y aún dejando de lado a Los Lusíadas, a La Eneida y a La Araucana, calificar de asunto “de menor transcendencia” a la Guerra de Troya es, como poco, desconcertante. En fin, la obra, titulada sutilmente Los Argentinos, fue publicada por la imprenta de la Provincia de Santa Fe en septiembre de 1929, tras un decreto del entonces gobernador Pedro Gómez Cello. Consta de catorce cantos que suman unos nueve mil endecasílabos agrupados en octavas reales. Por supuesto, hemos realizado una pequeña selección para publicar. Dos últimas curiosidades antes de pasar al poema. Primero, en la Fe de Erratas que figura en la última página aparecen varias enmiendas más bien extravagantes. Por ejemplo: “Donde dice ‘Dinamo’ debe decir ‘batano’”; o “Donde dice
Canto I
Sus carrillos hinchó, y en larga ola Se expandió el eco, síntesis de agravios.
[Donde comienza la epopeya]
Tal trompeta al sentir, en una sola Legión, los más demonios y más sabios
Canto al Héroe Argentino y sus hazañas;
Aparecieron, diéronse un saludo
Canto a los bravos que con él partieron,
Y el Consejo quedó un instante mudo.
Y sangrando por valles y montañas En la Historia sus nombres esculpieron:
[Donde el poeta le pifia por un siglo]
Del encrespado mar hondas hurañas
Con gritos de valor ensordecieron,
Mil novecientos dieciséis; el nueve
Y hasta Ecuador llevaron sus pendones
De Julio; en la explosión de su entusiasmo,
De tanto libertar hechos girones.
De América la entraña se conmueve
Como sintiendo prodigioso espasmo.
Un nuevo pueblo libre que se atreve, [Donde habla San Martín]
Cuando todos lo creen en el marasmo, De un solo grito a comenzar su historia.
“Aquí estoy, pocos son los que me entienden;
No importa, más que nunca hoy yo confío:
Con razón miró Dios desde la Gloria.
Los hieráticos cóndores que hienden
La inmensidad soberbia del vacío
Me alientan a volar, y hasta me ofenden
Los que dudan que el éxito ya es mío,
Canto V
Pues Tú eres, ¡oh Señor! quien encaminas
[Donde un chileno cuenta sucesos de la Revolución de
El valor de las huestes argentinas”.
Mayo]
“El Cabildo en su afán de hallar maneras
De armonizar al criollo y al hispano,
Canto II
Sin comprender el sino americano,
[Donde el demonio Marduc, comisionado por el propio
Fórmulas proponía cual banderas
Satanás para tentar al Libertador, fracasa en su misión.
De conciliar a todos como hermanos.
Y donde el Rey de las Tinieblas, al enterarse, tiene una
Todo inútil, el pueblo protestaba
extraña reacción]
Y en renovado afán amenazaba”.
Satán cogió el extremo de su cola,
“Y llegó el veinticinco; fué una ola
Con mueca inmunda se la echó a los labios,
Terrible como el mar cuando revienta;
CUARENTA Y DOS
Usando del ardid y armas arteras
No hubo ni un alma, no hubo ni una sola, Que no quisiese redimir su afrenta.
Al Cabildo irrumpió la batahola,
Rebrama, empuja, su vigor aumenta, Y trémulo el Cabildo y asustado -Usted -dice a Cisneros- ha cesado”.
Canto XII [Donde cabalga una calle de Barrio Norte] ¿Qué de Arenales fué? ¿dónde cabalga El mogro paladín de barba oscura, Y tan cerrada como su alma hidalga? ¿Rodó en abismos? ¿sucumbió en la altura Preso entre nieves sin que nada valga
Sarmiento, cuya voz la mente eleva.
Su empaque, su tesón ni su apostura?
Avellaneda; y el mirar profundo
¡Ah, no, que combatiendo y galopando
Del argentino a quien los pueblos oyen
Va ejércitos realistas destrozando!.
Honor del Mundo: Hipólito Irigoyen.
…………………………………………..
Canto XIV
Despertó San Martín, tocó su frente Y se sintió que estaba sudoroso:
[Donde termina el poema, para alivio de todos]
Todo en la obscuridad le era esplendente, Y levantó el cerebro caviloso. Su sueño comprendió, espació su mente,
Su gran constitución. Mitre el fecundo,
Y con voz de emoción dijo el Coloso:
El estadista y escritor que lleva
“Te comprendo, Señor, de su destino
A la Patria en su Historia por el mundo.
Muy poco ya le queda al Argentino”.
CUARENTA Y TRES
Urquiza, el que le dió a la Patria nueva
CUARENTA Y CUATRO
La banana mecánica
CRÓNICA DE UN CINEASTA INEVITABLE Marcos Vieytes
Marcos Vieytes No me disfracé de mi oficio, sino que viví el oficio. (Pasean y vena. La vida de Favio, de Adriana Schettini, pág. 89) Antes de que la televisión fuera el medio masivo de comunicación por excelencia, el cine constituía la única posibilidad de ver la cara y los cuerpos en movimiento de las estrellas de la música popular que brillaban desde la radio y los tocadiscos. El problema de la mayoría de estas películas es que estaban pensadas como meros vehículos de la figura de turno y no como cine, despreocupándose sus autores por elaborar un lenguaje propio y perdurable. En el plano nacional las películas de Sandro son el mejor ejemplo de ello y sólo se sostienen por el carisma de ese showman inigualable (otro tanto pasa con las películas de Elvis Presley en los EE.UU.) que no alcanza, sin embargo, a ocultar la pereza de los realizadores. Siempre pensé que Fuiste mía un verano, de Eduardo Calcagno y con Leonardo Favio, era
Nació en Capital Federal, en 1973. Es crítico cinematográfico, colaborador permanente de El Amante, Tren de Sombras y Cineismo. Coordina “Kino Glaz”, la sección de cine de la revista digital Zona Moebius. Es programador del cineclub de El Amante. Fue jurado del 2º Festival de Cine de La Plata (2007).
Leonardo Favio detrás de cámara, durante una filmación.
La banana mecánica
Afiche de “Fuiste mía un verano” (1969).
Estructurada como una serie de situaciones encadenadas por sus más célebres canciones de entonces, uno adivina en el espíritu de la película la necesidad de ir más allá del mero instrumento publicitario. En uno de los segmentos cantados, especie de primitivos video clips, el uso de la profundidad de campo y la duración del plano revelan una cinefilia cultivada que le otorgan una densidad impensada para este tipo de películas. Además, el amor cotidiano pero físico de sus letras, le dan a la película la libertad necesaria como para transmitir una imagen placentera de la sexualidad que es poco común en una cinematografía menos culposa (como la estadounidense) que vulgar. No contento con esos hallazgos de fondo y forma, Favio se da el
CUARENTA Y CINCO
más de lo mismo. Pero no, algo la distingue de las demás y ese algo es, nuevamente, su protagonista. Sólo que esta vez el protagonista también es cineasta y dueño de una visión rabiosamente original que se filtra en cada fotograma de la película. Si uno ha leído el imprescindible libro de conversaciones con Favio que publicara Adriana Schettini, no podrá olvidar qué extraordinario contador de historias es este hombre. Vida y cine se confunden en esas páginas llenas de anécdotas contadas en un tono que mixtura desprejuicio, nostalgia, cariño y sensualidad. Como en Fuiste mía un verano, donde Favio hace de sí mismo, y una vez tras otra les dice a los hombres, animales, niños y mujeres que pasan por su vida cuánto los quiere. Y si esto no suena mal ni demagógico es porque el sentimentalismo tan intenso y tan cursi de Favio siempre se redime por su absoluta falta de miedo al ridículo. Claro que la transparencia de un autor cinematográfico como Favio que usa su propia vida como materia prima de su cine no excluye la elaboración de una puesta en escena. Es cierto que en Fuiste mía un verano Favio hace de un cantante que se llama Favio, emprende giras por todo el continente, remeda sus aventuras infantiles en Mendoza y la mujer con la que está casado tiene un look muy parecido al de su mujer de entonces, pero también que escoge dejar fuera de campo su labor de cineasta (para entonces ya había dirigido Crónica de un niño solo, Romance del Aniceto y la Francisca y El dependiente) y su militancia peronista. Con esto quiero decir que, en realidad, no hace un documental sobre sí mismo, sino que filma una película sobre su fama como ídolo de la música popular que acaba siendo un documento sobre ese oficio suyo de cineasta que ejerce hasta cuando no se lo propone.
Con Leonardo Favio, Héctor Pellegrini y Susana Giménez.
CUARENTA Y SEIS
La banana mecánica
Escena de “Soñar, soñar” (1976). Con Carlos Monzón, Gianfranco Pagliaro y Nora Cullen.
lujo de apuntar un comentario político tan sutil como significativo usando las páginas de un diario. En lugar de leer el patricio matutino “La Nación” o ese reservorio de la antigua clase media llamado “Clarín”, Favio desayuna mientras hojea el sensacionalista “Crónica”, aquel que en su logo todavía lleva escrito el slogan “Firme junto al pueblo” como un estandarte. Porque Favio, como Gardel en sus periplos cinematográficos, será siempre pueblo. Contradictorio como aquel,
ambicioso y capaz de alguna viveza por sentirse alguna vez bacán, pero consciente de su origen, su ideología y sus pasiones. Sobre la identidad en construcción de esa figura pública llamada Leonardo Favio trata la película en cuestión, y muy poco cine masivo como ese ha tenido tan alto horizonte de expectativas. Por lo que Fuiste mía un verano también debería ser considerada, y analizada, como parte integral de la obra cinematográfica del director de Soñar soñar.
La del mono
PORNOSONETOS (SELECCIÓN) Ramón Paz
cuando el palomo gira alrededor cuando el palomo gira alrededor de la paloma nueva y no consigue cuando el toro de hernández la persigue a josefina en cox para el amor cuando el indio acorrala a la gacela y quiere ver su sangre enamorada cuando el que busca busca sin ver nada y sigue y seguirá y sufre y cela cuando el amante baja en ascensores y sube a los transportes y no llega y la perrita cocker no se entrega y el macho muerde muebles y dolores entonces todo el mundo es energía y vos cojés con otro y no sos mía
había demasiada luz radiante
no me saco con vos la calentura sino la soledad querida mía el frío en la intemperie de este día el hielo de nacer a la cordura me saco la tristeza de la sombra que inunda el esternón irrespirable me saco la sonrisa respetable el peso del dolor que no me asombra y sólo en tu calor puedo esconderme del filo de la límpida certeza del miedo silencioso en la cabeza del ojo que me mira y nunca duerme con vos me saco el pánico que soy en tu cuerpo mi amor sé dónde estoy
había demasiada luz radiante en tu cuarto alquilado carolina y en tu verde mirada clandestina estaba tu provincia delirante en tu risa sonaba el lorerío fluvial abrazo manso recostada pobreza amanecida y escapada la voz en el verano del desvío la fuga capital las ilusiones rajar para ser otra en las bocinas y acabar extrañando las espinas del monte de la infancia de misiones toda la siesta verde entre tus brazos la añoranza secreta en tus ojazos
CUARENTA Y SIETE
no me saco con vos la calentura
La del mono
qué lindo te quedaba ese vestido
hermosa tu gemido la otra tarde
qué lindo te quedaba ese vestido a flores que llenaron el espacio de la noche de marzo y todo el lacio perfume de tu pelo y el sonido del cierre del costado cuando apenas lo fui bajando un poco y me frenaste y fui bajando en besos respiraste porque te abrí y abriste esas morenas rodillas y tus muslos toda suave y te aparté la tanga y tu sonrisa secreta depilada monalisa se abrió como el cerrojo con la llave se abrió toda tu luz y ese vestido voló por la penumbra florecido
hermosa tu gemido la otra tarde es todo lo que quiero en este mundo ese ronco placer en lo profundo me ahuyenta lo que tengo de cobarde mirame me decías sosteniendo mi cara para verme y te miraba tus ojos bien abiertos te besaba y nuestra luz de a poco se iba abriendo y abriendo y la sonrisa tuya mía las palabras secretas en tu oreja y el oceánico fondo de tu queja y el tráfico al oeste se iba el día y hoy nunca amaneció no están tus pasos yo te tuve brillando entre mis brazos
dormir con vos soñar y amanecerse dormir con vos soñar y amanecerse al lado de tus ojos buenos días tu sonrisa a las nueve sombras frías unos mates y hablar y conocerse hablar de basho buson o vallejo de tu infancia feliz tus perros sueltos mis verbos en la luz medio revueltos estás lindo dijiste y el reflejo de toda la mañana estaba vivo temblando en tu cocina y la remera que usás de camisón dejaba afuera tu culo de melón superlativo me fui por la vereda tan contento las ramas se movían con el viento
CUARENTA Y OCHO
Poemas seleccionados de: Poema 1: PORNOSONETOS I, Editorial Eloísa Cartonera, 2003. Poemas 2 y 3: PORNOSONETOS II, Editorial VOX, 2005. Poemas 4-6: PORNOSONETOS III, Editorial VOX, 2007.
Ramón Paz Nació en Buenos Aires en 1969. Entre otros títulos, publicó Pornosonetos (Editorial Eloísa Cartonera, 2003), Pornosonetos II (Editorial Vox, 2005) y Pornosonetos III (Editorial Vox, 2007). Mail:
[email protected]
Monoaural
LARUMBE
Fernando Dominguez
Fernando Dominguez Nació en 1979 en Buenos Aires. Estudió cine y actualmente se encuentra realizando su ópera prima.
Esta nota incluye un audio descargable en el blog de la revista: www.150monos.blogspot.com Pasen y escuchen…
CUARENTA Y NUEVE
Había nacido en Lincoln, provincia de Buenos Aires, en 1939. A los 7 años ya se había quedado ciego y sus padres decidieron viajar a la Capital para que él pudiera continuar, en braile, los estudios de piano que había comenzado. No la tenía fácil Horacio Larumbe, pero poseía gran determinación y en la adolescencia comenzó a integrar algunas orquestas, de esas que salían por los barrios. Todavía se acostumbraba en los bailes a que hubiera una orquesta típica y otra de jazz. Larumbe se inclinó por la de jazz aunque, a decir verdad, de jazz no tenía mucho y de vez en cuando se colaba un pasodoble. El ambiente no era el mejor: en su debut a los trece años en El Zonda de Caseros llegó la policía montada y empezó a repartir para todos lados. Algunos parroquianos tuvieron la idea de emprenderla contra los caballos y al final de la noche, cuando ya toda la concurrencia estaba afuera, los músicos que compartían escenario con Horacio le indicaron que en el centro del salón había un caballo muerto; abierto al medio de una puñalada. Pasada la adolescencia ya tocaba en lugares mejores, con buenos músicos, donde le pagaban bien y donde podía foguearse y aprender. Eran los boliches del Bajo, y aunque desbordaban de coperas y sujetos poco recomendables, allí la matanza de caballos era desacostumbrada, y había también público melómano y dandies y podía tocarse buena música. Lo que se tocaba no era jazz exactamente, sino “música bailable” o “música internacional”, que era un repertorio de temas comerciales, incluyendo el chachachá, pero bien tocados, con lindos arreglos o momentos para la improvisación. Esa música era también la del Bossa Nova, un lugar selecto, mejor que los boliches del Bajo, y la del Hotel Alvear, donde conoció a Eva Green y César La Fata, dos de los compañeros del quinteto con el que viajó a Suecia en 1964. Con ese grupo se instaló en Estocolmo, la foto del club Grigg´s muestra a los integrantes con unos trajecitos que les habían comprado en Buenos Aires a los Wawancó y, misteriosamente, Horacio Larumbe posa detrás de una percusión. El trabajo en Estocolmo era siete días a la semana, cinco meses al año. El resto del tiempo lo repartían en giras por Suecia y países vecinos. En Estocolmo las noches terminaban a las 10, porque a esa hora dejaba de funcionar el transporte público y la gente se apuraba para irse, así que no quedaba otra que bajar del escenario y caminar un rato por la ciudad, costumbre que se hizo obsesión en Larumbe, que se pasaba las noches caminado sin parar de un lado a otro, durante horas, incluso cuando sus compañeros ya habían abandonado el paseo. La imagen es la de un muchacho ciego, con anteojos oscuros, caminando decididamente pero sin rumbo a lo
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Horacio Larumbe ensayando. Año 2001.
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largo de las calles, mientras todos duermen, velando vaya a saber uno por qué o por quienes, pero con algo que le enruida la cabeza. Cuando lo conocí, Larumbe ya era el maestro Larumbe. Me lo presentó el baterista Jorge Cacoliris, que compartía con él la formación de la BAC Big Band, un grupo de músicos ciegos y no ciegos que ensayaba en la que había sido la Biblioteca Nacional, en la calle México, ésa que aparece en los documentales sobre Borges. El amigo Jorge me dio un consejo: “Si podés después del ensayo andá al bar de la esquina… ahí se junta Horacio con los otros muchachos”. Por aquel año 2001 yo era un joven estudiante de cine, más joven y más estudiante que ahora, y con la excusa de filmar un documental sobre jazz me había acercado al grupo para sacar fotos y escuchar música gratuitamente. No era mal programa para los martes a la mañana. “‐¿Y, Larumbe? ¿Ya empezó a dejar los vicios? ‐Sí, doctor ‐le dije‐ la semana pasada no jugué a la quiniela.” Y ahí nomás Larumbe aprovechaba las risas de todos para apurar un trago o prender otro cigarrillo. Tenía
sesenta y algo y andaba medio achacado… se fatigaba fácilmente y casi que tocaba sólo con una mano porque la otra siempre le dolía. Las noches pasan factura. Los días también, qué tanto. El hombre no se quejaba pero se sabía incapaz de viejas hazañas, como aquella noche con Herb Ellis en la que tocó hasta el final, incluidos los bises, mientras sufría un preinfarto. Pero no perdía el humor: ‐Hagamos un trato –le proponía a algún compañero de la banda‐ te cedo mi parte del solo para que te luzcas vos. ‐¿Y yo a cambio qué te doy? ‐Y bueno… por cada compás me pagás un Campari. Por esos años el estilo de Larumbe había cambiado notablemente. Tal vez por su mano dolorida o tal vez por una decisión estética, sus improvisaciones eran mucho menos barrocas, pero no por eso menos complejas. Había llegado a un gran poder de síntesis. Al piano, seguía metiéndose en problemas que resolvía con soluciones sutiles y, al mismo tiempo, sorprendentes. En la mesa del bar, de los bares, recordaba sus días en Suecia cuando, habiéndose separado del grupo
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nosotros porque, lamentablemente, ha perdido a su padre. ‐¡Qué distraído!‐ agregó Larumbe desde atrás del piano. Y anécdotas como éstas fueron perfilando su personaje. Porque tenía un humor ácido, rápido, y gustaba jugar con las palabras. Cuando improvisaba en el piano no era muy distinto, pero de a poco sus historias fueron trascendiendo más que su música, por una sencilla razón: no había música de Larumbe. Más allá de la cantidad de horas grabadas por él como sesionista para cantantes de moda, al momento de su muerte no había más que un disco de él tocando jazz al frente de una formación. El disco en cuestión fue Carnaval pero lamentablemente se editó sólo en España y quedó descatalogado al poco tiempo. Cuando le preguntaban la razón por la cual no grababa discos solía quejarse de las condiciones que le ofrecían, o del dinero: “Decime cuánta plata hay y yo te digo el proyecto”, repetía. Carnaval lo había grabado porque era sólo una tarde de trabajo, porque el piano era bueno y porque le pagaban bien. Lejos estaba Larumbe de cualquier idea romántica del arte, lo cual no le impedía (más bien todo lo contrario) tomarse el trabajo en serio y hacerlo de forma excelente. Porque tocar el piano era un trabajo, y dicen que en los últimos años no tenía piano en su casa, o lo tenía desafinado o vaya a saber uno qué, pero la cuestión es que cada vez que había un show iba un rato antes para desentumecer los dedos porque, en una de ésas, si no había tenido trabajo en los últimos quince días, se había pasado esos quince días sin tocar una tecla. Él mismo decía: “Yo toco cuando hay que tocar”, y nada más. Al final de su vida grabó un bello disco con María Volonté: Fuimos. Pero es un disco de tangos donde Larumbe más bien acompaña a la cantante y, más allá de los exquisitos arreglos, poco tiene que ver con el pianista que improvisaba jazz hasta la madrugada. Murió en septiembre de 2003 y los diarios hablaron del “último bohemio” y todo eso. En los bares se comentó su muerte y todos recordaron anécdotas más o menos verídicas. Después Melopea editó un CD de Larumbe tocando el piano. Es el único ejemplo que
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del club Grigg´s para pasar al Artist Club, se encaramaba en largas jam sessions con los solistas de la banda de Duke Ellington. Después de seis años en Europa había regresado a Buenos Aires con mucha experiencia y un Hammond. Llegó y dijo: “Soy el mejor y el peor organista de Argentina, porque soy el único”. Retomó el trabajo en los boliches que todavía quedaban y de día ganaba plata como sesionista de los cantantes populares del momento, desde Sandro y Leonardo Favio para abajo. También musicalizaba las películas de Isabel Sarli: se juntaba con Armando Bo en el estudio de grabación y a partir de las descripciones del director, Larumbe componía la música. “Esta escena te la van a cortar, Armando”. Pero Bo insistía y Larumbe continuaba con el trabajo. Se sorprendía cuando preguntaba por la duración de la escena. “¿Tres minutos? ¡Esto no puede durar más de 20 segundos!” No es extraño que hasta un ciego supiera más de cine que Bo. Después también se dedicó a musicalizar institucionales científicos. La década de 1980 fue su ápice como pianista. Tenía un estilo muy reconocible, totalmente personal, porque no copiaba a nadie. En una época donde los músicos de jazz de Argentina se esmeraban por sonar como sus ídolos norteamericanos, por sacar el sonido y los yeites con puntos y comas, Larumbe había creado un estilo propio y en esto se adelantó a la idea de los músicos actuales del jazz local. No le interesaba precisamente tocar “jazz argentino”, si es que eso existe, sino tocar como Horacio Larumbe. De hecho, cuando Chick Corea vino a Buenos Aires y participó de una larga jam session con él, dijo: “Este es un pianista distinto, es único”. Aunque a Larumbe, tan ajeno a la vanidad, el elogio no le movió un pelo. Le gustaban Bill Evans, Oscar Peterson, Herbie Hancock, Keith Jarrett y también Chick Corea, pero se declaraba fanático solamente de Horacio Salgán. Cuando sabía que Salgán estaba entre el público, Larumbe andaba nervioso, parecía un chico. Una noche, en un centro cultural, Larumbe esperaba en el escenario la llegada del cantante. En eso apareció el organizador y tomando el micrófono dijo: ‐Damas y caballeros, tenemos que anunciar que esta noche el cantante Fulano de Tal no podrá estar con
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puede conseguirse en una disquería de lo que era Horacio en vivo improvisando jazz. Lástima que todos los temas pertenezcan al mismo show y que lo acompañe el Negro González, contrabajista que, como su nombre lo indica, toca con trabajo. No hay nada editado de Larumbe al piano solo o tocando el órgano, ni hay forma de seguir cronológicamente los cambios de su estilo a no ser que uno se tome la tarea de rastrear grabaciones inéditas. Una noche, tiempo después de la muerte de Larumbe, coincidí en un café de Chacarita con Norberto Minichillo, quien había sido su mejor amigo. Norberto habló de todo; me contó que él también había estado en Suecia y que allá era amigo de Harriet Andersson, así que hablamos de Bergman y también de Tarkovski… Y de Chopin y de Max Roach y me contó que Atahualpa Yupanqui le había regalado un poema y
que en París había conocido a Cortázar y un montón de cosas más… También hablamos de Larumbe, por supuesto, y cuando salimos del café le dije que lo acompañaba a tomarse el colectivo. Apenas doblamos la esquina vimos que el colectivo estaba en la parada, de modo que pegamos un trote para que no lo perdiera. Es curioso cómo la vida (y los textos mediocres) se empeña en metáforas cursis, pero la última imagen que tengo de Minichillo es la de un señor que se sube a un colectivo que va para el lado del cementerio: meses después murió. Pero antes de subirse, mientras trotábamos, medio agitado Norberto me dijo: ‐Si alguna vez hablás de Horacio no digas que era ciego, ni que tenía humor ácido ni que era un bohemio. Tipos así hay un montón… Decí que fue uno de los músicos más grandes que tuvo este país. Decí eso. Lo demás es pura sanata. Chau, llamame en la semana…
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Tadeys (fragmento) ¿Qué o quién era eso?, se preguntó Maker. “Un hombre en estado salvaje”, se dijo. No, pues el ser que había aparecido, cuyo cuerpo era semejante al de un niño de trece años, tenía la cara (horrible, abominable casi de tan fea) completamente arrugada, auroleada, para su propia –Maker– irrisión, de un círculo monjil de pelo albino. Sólo allí tenía pelo. Como si se depilara (absurdo), ni uno solo más se veía en el resto del cuerpo. Pensó: “Un mono lampiño” y se sintió completamente estúpido: “Mono lampiño” era una contradicción de términos, como “pelado con trenzas”, que a tantos les costó la vida (en la hoguera) porque se refería, para ponerla en ridículo, a la Orden del Obispo.
Lamborghini, Osvaldo. Tadeys. Sudamericana, Buenos Aires, 2005. Pág. 187.
CRÉDITOS Ilustración de los cuentos: Grupo Niños (Pedro Mancini, Darío Fantacci y Santiago Fredes) ULTRAMUNDO nació del intento de tres personas por comunicar: "El delirio es la única forma de salvación" dijo Lai Chu, porque somos dueños de nuestros pasos, por más que nos digan lo contrario. La paranoia mental trascripta a imágenes impresas. Somos el universo que queremos ser: un niño en la basura, un espécimen extraño en un lugar extraño con su hija extraña, somos un niño que quiere algo presido a una maquina de sueños mágicos. Un intento de sobrepasar nuestro propio ser para deshacernos en el medio de la tinta, del infinito. "La verdad", como símbolo de búsqueda, deificación sobre lo que uno cree. La realidad que se asemeja a la fantasía. Los sueños se traducen y la vida pasajera es eterna en el papel sonante. http://www.gruponinios.com.ar
Diseño y diagramación Berduque/De Sabato Impresión Bien gracias
GRACIAS HACEN LOS MONOS El mono Santiago desea agradecer a Pau y a Rafa, para no romper la cábala. A Carlos Garaycochea, que nos cedió no uno sino dos dibujos sin acordarse (creo) de que somos parientes políticos. A Diego Vecino, aunque sea peronista. Al Lic. Rómulo Vizgarra (Q.E.P.D.). A Ricardo Strafacce, por pagarme el café. A Emy, porque le usé la PC y la conexión a morir. Al odontólogo Barreda (no vaya a ser que nos cague a tiros de lo contrario). También agradecemos a la buena gente de Esperando a Godot, que nos invitó a su programa radial, en el que nos dimos el gusto de decir las más variadas barbaridades. A los chicos del Grupo Niños, Pedro, Darío y Santiago, por su invaluable aporte artístico a la revista y por la buena onda para participar. Y a Jackie, que nos dio una mano con la tapa. Y a todos los que nos preguntaron durante este tiempo: ¿Y los monos…?