1. Lucifer's Daughter.pdf

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  • Words: 39,169
  • Pages: 136
Book Hunters & Bookzinga

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¡Disfruta la lectura!

Staff Moderadoras M.Arte Flochi

Traducción Flochi

Corrección & Lectura Final M.Arte

Diseño M.Arte

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Sinopsis Todos hemos escuchado la historia de los Cuatro Jinetes. Heraldos del Apocalipsis. La destrucción hecha forma. Cuatro de los más sexys… espera, eso no, olvida eso. Entiendes mi punto. Así que imagina mi sorpresa cuando descubro que todo lo que se me ha dicho, es una mentira. Pero nos estamos adelantando. Empecemos desde el principio. Mi nombre es Ruby Morningstar. Manejo un salón de tatuajes en Portland con mi mejor amiga, tengo un mapache de mascota, un demente ex que me acosa, por no mencionar este pequeño detalle… soy un demonio. Mitad súcubo, para ser exacta. Por los últimos veintitrés años de mi vida, esa es la historia que he creído, pero el día que un apuesto extraño me paga la fianza de la cárcel, mi mundo se pone de cabeza, y de pronto, ya no sé quién soy. Porque los Cuatro Jinetes no son los portadores del apocalipsis. Yo lo soy. Hablando de nunca tener un respiro. Queen of the Damned #1

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Contenido Portada Staff Sinopsis Contenido Capítulos Capítulo Capítulo Allistair Capítulo Rysten Capítulo Julian Capítulo Capítulo Laran Capítulo Capítulo Laran Capítulo Allistair Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Rysten Capítulo Capítulo Capítulo Julian Capítulo

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Wicked Games (Queen of the Damned #2) Sobre la autora Nosotros

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1 El infierno debe haberse congelado. Eso es. La única excusa posible para que Kendall Clackson, nuestra fanática local de la Biblia, estuviera pavoneándose por mi restaurante preferido la mañana de un sábado. Por lo general, reservaba sus jugarretas para principio de semana, en los días que no tenía libres. ¿Coincidencia? Probablemente no. Me quedé quieta en el lugar y consideré largarme, pero esa idea solamente duró como medio segundo antes que su rostro petulante me hiciera atravesar atropelladamente el restaurante y me acomodara en mi cabina habitual. A la mierda. He hecho lo mismo todos los días durante los últimos diez años. No voy a cambiarlo ahora. Moviendo las piernas hacia la cabina, ni siquiera recogí el menú cuando la Pequeña Señorita Georgia se acercó a mí con todo su encanto sureño. —¡Ruby! Qué placer verte aquí, cariño. Me giré mínimamente y asentí una vez, esperando que captara la indirecta. Si había algo que Kendall no entendía, era lo insufrible que encontraba su exagerado acento sureño. Vivíamos en Portland, por Dios Santo. —Espero que no vinieras aquí buscando a Josh. Está jugando al golf con algunos de los otros hombres de nuestra iglesia. Bendito sea. Encontró su camino a Dios gracias a mí. Apenas pude contenerme de poner los ojos en blanco. Oh, sí. Estoy segura que lo hizo. En cuanto le diste lo que yo no le daría. Resoplé para mis adentros, pero no dije nada. Kendall hacía su trabajo recordarme, y a todos los demás, que él me había dejado por ella y por Dios. —¿Qué es tan gracioso? Sabes, Ruby, deberías encontrar una iglesia. Podría ayudarte con tus… —Bajó la voz—, problemas.

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Varios clientes regulares nos dieron miradas curiosas, y de alguna manera mordaces. Era una regla tácita entre la gente de los sábados ser reservado y no comenzar ningún lío. Como Kendall estaba haciendo ahora. —¿Problemas? —pregunté, fingiendo estar levemente sorprendida por su comentario. Sabía demasiado bien a qué se refería. Tenía un poco de mal genio, pero en mi defensa, hay poco que puedas hacer cuando eres mitad demonio. Agité la mano en dirección a Martha al otro lado del restaurante, y le echó un vistazo a la Rubia antes de poner los ojos en blanco. Sí, esta no era la primera vez que esto sucedía, pero claramente, soy la que tiene problemas. —Ya sabes, tu ira… —¿Qué puedo traerte esta mañana, Ruby? —preguntó Martha, apareciendo junto a Kendall y fingiendo que no estaba ahí en lo absoluto. —Café negro y cuatro órdenes de tocino, por favor —dije, sin molestarme en mirar el menú. Martha se rio entre dientes en un tono bajo. —Ni siquiera estoy segura de por qué sigo preguntando —murmuró a la vez que se marchaba. Kendall reanudó su sermón, sabiendo muy bien que su consejo era indeseado. —Sabes, Ruby, deberías prescindir de la grasa si alguna vez quieres encontrar a un buen hombre cristiano. Algo parecido al calor hormigueó en mi interior, pero lo reprimí con fuerza. Kendall podía meterse conmigo todo lo que quisiera. Sabía que no era realmente conmigo con quien estaba enojada. Era mi ex-novio infiel que no me dejaba en paz, a pesar de mis repetidos intentos de alejarlo. No era irracional que ella estuviera enojada con él. Era irracional que me acosara a mí por eso, e hiciera de mi vida un infierno. Sobre todo, cuando fue con ella con quien me engañó en primer lugar. Sin embargo, de alguna manera, ella no veía la ironía de todo esto. —Hmmmm… déjame pensar en ello. ¿Tocino o iglesia? ¿Tocino o iglesia? Bueno, realmente es algo obvio, Kendall. Soy atea, así que creo

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que mejor sigo con el tocino —dije, sonriendo con suficiencia ante la manera en que su boca se abrió. Disfrutaba exasperándola. ¿Qué puedo decir? Tengo una afición por los problemas. —¿Es Satanás hablando o simplemente estás celosa, Ruby? Debiste saber que Josh encontraría su camino hacia Dios contigo o sin ti. Esto ya era demasiado. No pude contener mi risa y fallé miserablemente cuando intenté disfrazarlo como una tos. —Kendall, detesto ser la portadora de malas noticias, pero nos separamos porque te folló en un armario de escobas, y a menos que “Dios” sea como llamas a tu vagina en estos días, creo que te estás engañando. —Le di mi sonrisa más burlona e hice un movimiento para que se fuera con mi mano. Incluso debajo del naranja de su bronceado en lata, pude verla ruborizarse. Pensó que podía venir aquí, a mi lugar sagrado y ofenderme. Difamarme y decir lo de ruptura para que cualquiera lo escuchara. Pensó que eso me avergonzaría. Lo que no pudo prever fue que no me importaba. Josh fue alguien con quien pasaba el rato y su pene era lo mejor de él. Como mitad súcubo1, no estaba en mi naturaleza creer en el amor. No cuando el “corazón” podía ser influenciado por un rostro bonito y una follada de tres minutos. El enojo de Kendall pareció intensificarse. Puso una sonrisa endulzada cuando Martha dobló la esquina llevando mi tocino y café, pero no me perdí la mirada en sus ojos. —Bendito sea tu corazón —dijo con desprecio, girándose. Solté un suspiro de alivio, pero fue un segundo demasiado pronto. Su pie salió disparado y atrapó la zapatilla negra de Martha antes de que yo pudiera decir algo. Lo siguiente que supe fue que el calor ardió en mi pecho cuando el café salpicaba mi suéter bermellón. No me quemaría, pero ella no sabía eso. Martha se recuperó, pero el daño ya estaba hecho. Mi tocino yacía en la mesa, empapado en un charco de café que estaba goteando en mi regazo.

1 N. de T. Es un demonio que toma la forma de una mujer atractiva para seducir a los hombres, sobre todo a los adolescentes y a los monjes, introduciéndose en sus sueños y fantasías.

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Con su delantal blanco y camiseta amarilla manchada con grasa y café, Martha farfulló: —¡Lo lamento tanto, Ruby! ¿Puedo…? —Está bien, Martha —dije, fulminando con la mirada a Kendall. La perra había regresado a su asiento donde otras tres Stepfords2 estaban sentadas, cada una rubia y casi imposible de diferenciar. Usaban las mismas sonrisas imposiblemente agradables con su imposiblemente maquillaje perfecto. Kendall tenía la fuerza en los números y me hizo un pequeño saludo cuando tomó asiento. Vi rojo. Levantándome de mi asiento, ayudé apresuradamente a Martha a limpiar el desastre mientras no dejaba de repetirme: “No vale la pena, Ruby”. No es que importara. Alguien tenía que enseñarle una lección a la Señorita Ciudadana Honorable. Esta era la tercera vez que me había intentado arrinconar esta semana, y aunque era gracioso jugar con ella, lo que acababa de hacer era inaceptable. No es que no mereciera nada de esto, pero Martha ciertamente no se lo merecía. Ni siquiera estaba involucrada. Kendall podía molestarme todo lo que quisiera, pero arrastrar a Martha en esto y casi lastimarla cruzó la línea de la idiotez que estaba dispuesta a aceptar. Era hora de que recibiera las consecuencias de ser un ser humano de mierda. Puse un billete de diez en la mesa y abandoné el restaurante sin decir palabra. La puerta tintineó cuando se cerró detrás de mí y volví la mirada hacia el Mustang azul cielo de Kendall. Un ataque de regocijo me atravesó cuando mi demonio interior sonrió. Fui a mi auto y tomé el bate de béisbol y un encendedor que guardaba en la puerta del conductor. Josh debió advertirte lo que sucede cuando juegas con fuego.

2 N. de T. Es un término que se usa para referirse a las “mujeres perfectas” de los suburbios, tomado de la novela The Stepford Wives de Ira Levin.

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2 —Rompiste las ventanas y le prendiste fuego a su automóvil. Explotó. ¿Cómo puedes negarlo cuando tenemos a veintiocho, no, lo siento, veintinueve testigos que te vieron? —El oficial se reclinó en su asiento, poniendo los ojos en blanco. Los policías me detuvieron media hora después de que lo hice, y me arrastraron a su cloaca que llaman estación de policía. Joe-Schmo y yo habíamos estado yendo y viniendo durante los últimos quince minutos mientras intentaba persuadirme de que admitiera la culpa y pagara por el auto de Kendall. No iba a suceder de ninguna manera. Al menos, no sin una pelea. —Podrían estar mintiendo. —Me encogí de hombros, reclinándome en mi propia silla y poniendo los pies sobre la mesa. Mis botas hicieron un ruido sordo contra la parte superior de metal a la vez que trozos de tierra y pasto caían. Ni siquiera se habían molestado en esposarme cuando fui arrestada, pero esto no era nuevo para mí. Joe y yo prácticamente nos tuteábamos de lo familiarizados que estábamos el uno del otro. —Quita tus malditos zapatos de la mesa, Morningstar —me regañó. Supongo que hoy teníamos un trato más formal—. Esto no es un centro turístico. Tendrás un montón de jodidos problemas si decide presentar cargos. —Joe dio un manotazo a mis pies y los bajé de la mesa, dejando vetas de tierra sobre la superficie brillante. —No tengo miedo de Kendall. Obtuvo lo que estaba buscando. —Resoplé, cruzándome de brazos. Joe soltó un suspiro de exasperación y se rascó la cabeza. —No estás haciendo mi trabajo más sencillo, Ruby —dijo. —¿Dónde está la diversión en eso? —pregunté, guiñándole un ojo. El hombre tenía una constitución promedio para cualquier hombre estadounidense mayor de cuarenta que pasara mucho tiempo en su escritorio e interrogara a delincuentes de baja prioridad. Era la misma constitución estereotipada que todas las películas retrataban: engullido en una camisa con un cinturón demasiado pequeño y sin ocultar la panza cervecera sobresaliendo. Con su físico menos que impresionante, entradas a los costados, y una nariz torcida por habérsela roto

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demasiadas veces, Joe era cien por ciento humano. También era el único oficial que no se pasaba todo el interrogatorio desvistiéndome con la mirada. —No se supone que nos divirtamos. Se supone que admitas tu crimen e intentes llegar a un acuerdo antes de que ella llame a un abogado. ¿Por qué siempre tienes que hacer esto difícil? ¿Eh? ¿Cuál es el punto cuando los dos sabemos que pagarás la multa? —Un golpe fuerte en la puerta interrumpió su interrogatorio. La silla chirrió contra el azulejo cuando Joe la corrió hacia atrás y se puso de pie. Escuché atentamente cuando el segundo oficial se inclinó y le decía que mi fianza había sido pagada, arriesgándose a mirarme mientras yo arqueaba una ceja y resoplaba. Su lengua se asomó, lamiéndose el labio inferior. En tus sueños, amigo. Sonreí para mis adentro cuando Joe se giró hacia mí, ajeno al encuentro silencioso que había tenido con el oficial pervertido. —Tienes suerte. Alguien pagó tu fianza —dijo Joe, haciendo un triste movimiento de cabeza. Debo darle crédito, ya que simplemente no sabe qué hacer conmigo. Era más de lo que la mayoría de los humanos podían manejar. Los demonios éramos criaturas volubles. —Parece que Moira recibió mi mensaje después de todo —dije. Moira era mitad banshee3 y resulta que era mi mejor amiga. No había contestado cuando la llamé, pero sabía que vendría antes de que estuviera mucho tiempo aquí. Siempre lo hacía. —Uh-uh —dijo Joe, metiendo la lengua a un costado de su boca como si tuviera más que decir. El oficial que había entregado el mensaje abrió la puerta para que la cruzara y saliera. Su cuerpo no era grande, pero era fornido y a propósito no me dejó espacio para pasar. Respirando hondo, me arrastré a su lado, dándole “accidentalmente” un codazo en el vientre cuando pasé. El hedor putrefacto a alcohol y el olor corporal me hizo tener arcadas. Al otro lado de la puerta, caminé por el pasillo y firmé los papeles de liberación. Hasta que Kendall presentara oficialmente los cargos, no había mucho que pudiera hacerse. Sabía que presentaría cargos. Y tendría que pagarle, porque por más divertido que esto resultara, no tenía 3 N. de T. Las banshees son espíritus femeninos que, según la leyenda, se aparecen para anunciar con sus llantos o gritos la muerte de alguien cercano a las familias con sangre celta.

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la intención de sentarme en la cárcel más de lo necesario. Sin embargo, no me arrepentía. La expresión en el rostro de Kendall cuando vio las llamas fue hilarante. Oro puro. Moira iba a amar esto. Empujé la puerta y me despedí de los chicos de azul. Afuera, el aire olía a fresco. Vigorizante. El aroma de la lluvia todavía flotaba en el aire. Me estiré lánguidamente, de la manera en que hace un gato luego de estar demasiado tiempo sentado. Tenía que hacer algo. Quemar la energía que nunca parecía abandonarme. Me giré para decirle a Moira eso, pero no era mi amiga quien estaba apoyada a un costado de la estación de policía. Un demonio de cabello oscuro con ardientes ojos estaba de pie donde ella solía esperarme. Su cabello era de un color muy oscuro, su piel parecía cenicienta. Cuando sus ojos ámbar se posaron en los míos, de repente fui consciente de las manchas de café en mi ropa. Cálmate, Ruby. No había nada humano en su gracia fluida cuando se apartó de la pared y comenzó a avanzar en mi dirección. Demonio. Y no uno débil, por el aspecto. —¿Quién eres? —pregunté, entrecerrando mis ojos. —Acabo de rescatarte de la cárcel. ¿Esa es tu manera de saludarme? —Su voz rebosaba de arrogancia. Tal vez se tratase del traje de diseñador que llevaba puesto, o tal vez era tan poderoso como sospechaba. De cualquier manera, no me gustó el tono de su voz. —No sé quién eres, así que a menos que empieces a hablar, hemos terminado aquí. —Me crucé de brazos y lo miré fijamente. Sus labios esbozaron una sencilla sonrisita. Conocía esa mirada. Esa sonrisa sarcástica significaba menosprecio y rebajaba a una chica, esperando que me sintiera intimidada. Las palabras bésame el culo estaban a un suspiro de salir. —Mi nombre es Allistair. —Dio otro paso hacia delante a medida que hablaba; su voz suave y melódica, oscura y fascinante. Era cautivadora. Era lo que un íncubo4 hacía cuando atraía a su presa. —No aprecio que estés intentando persuadirme. Es grosero, ¿sabes? —Incluso mientras lo decía, ladeó la cabeza y se acercó otro paso.

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N. de T. Es la versión masculina de un súcubo.

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—¿Lo percibiste? Y yo que pensaba que estaba siendo sutil —ronroneó. Algo dentro de mí me dijo que debía correr. No porque pensara que me haría daño, lo cual haría, sino porque el aire sabia algo extraño y embriagador. Su aroma se aferraba a mí; zarcillos de poder atrayéndome más cerca. Era bastante fuerte, y si me tocaba… Necesitaba salir de aquí. Había una razón por la que evitaba a los demonios masculinos como si fueran la peste. Todo y todos en este lado del Río Columbia se sentían atraídos hacia mí por una fuerza que no podía controlar. Con los demonios masculinos, esa fuerza era mucho más fuerte, y nunca eran del tipo que me dejaban huir. Oh, no. Ellos me perseguirían, y aunque era muy rápida, me atraparían. —¿Qué quieres? —pregunté, y para mi crédito, mi voz no tembló. Me miró de pies a cabeza y mi rostro se encendió. —Necesito que vengas conmigo, Ruby. —La manera en que dijo mi nombre hizo que mi estómago se apretujara. —¿Cómo sabes mi nombre? —pregunté, mirando hacia la calle cuando un auto chirrió al doblar la esquina. El destartalado y viejo Camry de Moira golpeó la acera y se detuvo un chirrido. —Te lo diré si tomas un trago conmigo —dijo. Sus ojos miraron el auto y los entrecerró cuando me acerqué a este. —Estoy bien. Sin embargo, gracias —dije al extraño de ojos ambarinos cuando me subí. Moira no dijo nada cuando comenzamos a alejarnos. Miré por el espejo retrovisor del lado del pasajero para ver si el demonio nos estaba siguiendo, pero no lo estaba. Allistair, si ese era su nombre, estaba justo en el mismo lugar donde lo dejé, claramente molesto. Dio un paso en nuestra dirección, e incluso con todo un estacionamiento de distancia, me hizo temblar. Algo me dijo que esta no era la última vez que lo vería.

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Allistair Fue como si ella no sintiera nada en absoluto. Ciertamente no reveló que supiera quién era yo. Maldije en voz baja y caminé hacia mi auto. El elegante Audi R8 negro era lo único que me daba alegría en los casi veintitrés años que esperé para verla otra vez. Pero no me recordaba. La idea envió una descarga de adrenalina a mi sistema, pero la sensación no fue bien recibida. Lo único que me provocaba era querer follar, o pelear. Pasé una mano por mi cabello mientras me subía al auto. No tenía sentido esperar por una chica que no iba a regresar. Arranqué el motor y me senté mientras ronroneaba a la vida. El ritmo constante por lo general calmaba el instinto de perseguir a una mujer. Sin embargo, Ruby no era una demonio ordinaria y esto no se trataba de sexo. Busqué mentalmente al único de los tres que pensé que podría hacer esto sin meter más la pata. —Rysten. Salí del estacionamiento y giré hacia la carretera. No iba a regresar al penthouse a reportar lo mal que resultó todo esto. Que jodí la única cosa que se suponía que yo sería capaz de hacer. —¿Cómo resultó, amigo? La ira se enredó alrededor de mi patética excusa por un instante. —Es tu turno. —Fue la única respuesta que pude darle cuando llegué a la interestatal. Mis dedos se flexionaron contra el volante. —¿Quieres hablar de ello? Puse los ojos en blanco. Él había pasado demasiado tiempo con los humanos si pensaba que querría hablar de ello.

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—Solo haz tu trabajo. Regresaré mañana. —Serpenteé entre los autos mientras salía de la ciudad, deseando nada más que dar la vuelta y regresar con la chica. Pero no tenía idea de quién era yo. O lo que ella significaba para mí. Para todos nosotros. Esta era la forma en que se suponía que debía ser, pero no creo que ninguno de nosotros estuviera preparado para lo que encontraríamos cuando vinimos a buscarla.

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3 Cuando llegué a Blue Ruby Ink la tarde siguiente, Moira me lanzó una mirada y negó con la cabeza, cabello verde oscuro cayendo hacia delante. —Te debes estar sintiendo paranoica —dijo. —¿Por qué dices eso? —Puse los dos cafés y la bolsa de papel en el mostrador. Ella continuó mirando fijamente a mi hombro donde Bandido estaba apoyado, mirando fijamente a la vitrina de piercings de ombligo, frotándose sus patitas. —Trajiste al panda de basurero. —Mostró una sonrisita. Bandido saltó sobre la vitrina de vidrio, sus manitas acaparadoras ya buscaban la manera más rápida de entrar. Le di un golpecito en el hombro y meneé mi dedo de un lado a otro. Él recibió la indirecta y envolvió sus brazos alrededor de mi cuello, colgándose allí como el gran bebé que era. —No es un panda de basurero. Es un mapache —discutí, rodeándolo con un brazo. La mayoría de la gente me llamaba loca por tener un mapache cuando la mayoría de propietarios de mascotas tenían perros o gatos. Algo normal. Yo no quería un perro o un gato. En realidad, no quería ninguna mascota hasta que un día un mapache bebé me siguió a casa desde el trabajo. Ha estado conmigo dos años desde entonces, y es mejor portado que los hijos de la mayoría de la gente. A excepción del problema de que muerde de vez en cuando. Pero los niños también hacen eso, ¿cierto? Moira se encogió de hombros y sacó el banquillo junto a ella. Blue Ruby Ink era el salón de tatuajes que habíamos abierto juntas apenas ella se graduó de la Universidad de Portland State. Yo me encargaba de los tatuajes y los piercings mientras ella se encargaba de todas las cuentas, citas y los libros de balance. —Entonces… ¿quieres hablar de lo que pasó ayer? —preguntó, hojeando su agenda. Me senté en el taburete a su lado y bebí de mi café. Cargado y negro, de la manera que me gustaba.

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—No hay mucho que decir. Kendall comenzó a molestar, así que le prendí fuego su auto. —Incluso pensar en ello me hizo sonreír. No me arrepentía de haberlo hecho, incluso si tenía que pagarle un auto nuevo. Se lo había estado buscando desde hace un mes más o menos, y se sintió tan bien devolver algo del odio. —Eso no. El sujeto del estacionamiento. La miré de reojo, pero mantuvo los ojos en la agenda. —Solo un tipo que pagó mi fianza y quería invitarme a tomar una bebida. —¿Qué demonios? ¿Solo un tipo que pagó tu fianza? ¿Qué dijiste? —incitó. Sutil, no lo era. —No, por supuesto. —Abrí la bolsa de papel y le di un gran mordisco a mi muffin con chispas de doble chocolate. Contar las calorías era para los tontos. Solo tienes una vida, bien puedes pasarla comiendo, al menos esa era mi opinión. —¿Todavía alejándote de los hombres? —¿Puedes culparme? Frunció el ceño hacia su agenda. —No, pero me preocupa lo que te sucederá —murmuró. Abrí la boca para discutir eso justo en el momento exacto en que la puerta sonó. —¿Cómo podemos ayudarte? —preguntó ella, todavía sin alzar la mirada. Qué mal por ella porque había mucho que ver. —Tengo una reunión con Ruby —dijo él. Estaba completamente segura de que estaba mirando fijamente al Adonis rubio porque de ninguna manera su rostro podía ser más apuesto. Sus labios carnosos se arquearon en mi dirección y me obligué a dejar de mirarlo. —¿Nombre? —preguntó Moira, revisado una y otra vez la agenda. Me mordí la uña del pulgar y pasé mi mano a lo largo del pelaje de Bandido en un gesto de nerviosismo. —Rysten. —No tengo anotado a ningún Rysten —dijo, y solo entonces se tomó el tiempo para levantar la mirada. Él solamente vería su glamur, una piel

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bellamente neutra de cedro que ocultaba su verdadero color verde menta. Yo podía ver a través de él, y vi como sus mejillas se tiñan de verde pistacho: las señales reveladoras del sonrojo de una banshee, pero aparte de eso, no pareció afectada por su presencia. A diferencia de mí. Mis traicioneras mejillas de un blanco pálido se volvían rojas bajo el más insignificante sol, o en este caso, por sonrojo. —Estoy seguro de que reservé una. ¿Puedes volver a comprobar? —preguntó. Sus ojos nunca me dejaron, y aunque parecía bastante educado y afable… también lo fue el demonio fuera de la estación de policía. Moira se movió de su agenda a su computadora, abriendo mis reuniones. En la esquina superior derecha, la primera cita del día, decía Rysten. Miró fijamente y en silencio a la computadora, parpadeando tres veces. —Eso no estaba allí ayer —dijo de manera casual. —Puedo asegurarte que reservé con antelación —dijo él. Sonaba divertido. Con qué, yo no lo sabía. —¿Cuánto tiempo de antelación? —presionó ella. Suspiré, levantándome de mi banquillo para abrir la puerta y acompañarlo a mi oficina. —Varios meses. Solo estaré en la ciudad por poco tiempo —continuó, sin notar que ella tenía los ojos entrecerrados y jugaba con el bolígrafo con nerviosismo, o simplemente no le importaba. Moira se tomaba las agendas con mucha seriedad. Podía tenerla sin cuidado el sacarme de la cárcel o que le prendiera fuego a los autos, pero métete con su agenda y estarás lidiando con una banshee gritando. No estaba dispuesta a sacrificar mis tímpanos. —Moira, está bien. Puedo llevarlo atrás y hacer la consulta. Solamente serán unos quince minutos —dije, intentando aligerar la tensión. Ella siseó en voz queda. —No se trata de la consulta. —Girándose hacia él, ella espetó—: ¿Qué te trae aquí cuando no estarás mucho tiempo en la ciudad? —Presioné la palma contra mi frente y la deslicé por mi rostro, suspirando con frustración. No diría que generalmente es dulce con la gente, porque sin duda alguna es un poco loca, pero por lo general no era

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así de agresiva. Cuando olía problemas, era un demonio de la cabeza a los pies. Rysten le echó un vistazo y sonrió como si ella fuera un gatito siseando y no alguien que podía hacer estallar tus tímpanos en cuestión de segundos. —Estoy aquí por Ruby —dijo, posando sus ojos verde esmeralda oscuro sobre mí. Su intensidad fue sorprendente y di un paso hacia atrás—. Tus tatuajes son el furor de dónde vengo. Supe que tenía que verlos por mí mismo —corrigió, dándome una sonrisa juvenil. —Claro —dije arrastrando la palabra. El incómodo silencio se instaló un momento antes de que le indicara que me siguiera a la parte de atrás. Moira abrió la boca para discutir, pero me adelanté—. Son quince minutos. Por favor, solo olvídalo. Podría aprovechar el dinero extra para el auto de Kendall. Me fulminó con la mirada y se cruzó de brazos. —Bien. Si te atrasas para tu siguiente cliente, es tu culpa. —Cedí con un cabeceo y cerré la puerta de la oficina detrás de mí. A solas con Rysten, me puse cómoda detrás de mi escritorio y me recliné en mi silla, cruzando las manos y juntando la punta de mis dedos bajo mi barbilla. —Entonces, esta es la parte donde me dices por qué un demonio está en mi oficina, pidiendo un tatuaje que realmente no quiere. Frente a mí, Rysten parpadeó, sus ojos se agudizaron. El glamur rodeándolo se debilitó por un momento, pero regresó a su estado casi indetectable. Era bueno; le concedería eso. Casi tan bueno como Moira era en ocultar su piel verde. Su cuerpo tenía el más mínimo brillo sobre este; no era un glamur físico. Era uno psíquico. —Chica lista. ¿Qué me delató? —preguntó, esa perezosa sonrisa regresó como si nunca hubiera dejado su rostro. Podía parecer que acababa de salir de una playa, pero esa fachada desenfadada no me engañaría. Los demonios no eran criaturas fáciles de tratar por naturaleza. El hecho de que usara un glamur sobre sí mismo quería decir que tenía algo que esconder. Mis labios se curvaron en una sonrisa neutra.

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—No puedo revelar todas mis cartas, ¿verdad? Todavía no entiendo por qué estás aquí. —Yo no era débil, pero no era nada extraordinaria. Todavía tenía que adueñarme de mis poderes, si es que alguna vez lo hacía, y sin ningún talento real del que hablar, tendía a hacer que otros demonios más fuertes te vieran como una presa. No ayudaba que el único poder verdadero que tenía era el hecho de que todos y cualquiera con un pene me desearan. Ya sea que yo los deseara o no. Era mejor no molestarlo mucho hasta que supiera a lo que me estaba enfrentando. —Ya te dije por qué estoy aquí, cariño —dijo amablemente. Fruncí el ceño y rasqué detrás de las orejas de Bandido para mantener mis manos ocupadas—. Estoy aquí por ti. —Ya me había dado cuenta de eso. Lo que no sé es por qué. —Temo que no puedo decírtelo todavía —respondió Rysten apenado—. Quería conocerte primero. Antes de que los otros se involucraran. —Puso los ojos en blanco en un gesto de molestia muy humano. —¿Los otros? —No puedo explicar eso tampoco. Desean hacerlo juntos —respondió, haciendo caso omiso de mi actitud. Era exasperante. Otra razón para permanecer lejos. —Espera… ¿esto tiene algo que ver con el rarito esperando afuera de la estación de policía anoche? —Probablemente pude haber sido menos severa al respecto, pero era demasiado extraño no notar la gran posibilidad de que así fuera. Rysten resopló. —¿Allistair? —Asentí una vez—. Estoy deseoso de entregarle ese mensaje. —Maldita sea. Se conocían. Esto no se trataba de una coincidencia, pero no tenía la sensación de que buscaran dominarme. Los de nuestra clase no eran sutiles en sus iniciativas, y si eso es lo que deseaban, creo que esta conversación habría sido muy diferente. Bandido ronroneó contra mi pecho, aferrándose con más fuerza. Bajé la mirada para ver que su colita se estaba meneando de lado a lado. O estaba contento… o agitado. Esperaba que estuviera feliz porque lidiar con una mordida de mapache no se encontraba en lo alto de la lista de cosas con las que tenía ánimos de lidiar hoy.

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Rysten lo miró, arrugando la nariz, y dijo: —Tengo que preguntarlo. ¿Por qué tienes un mapache? Fruncí los labios ante el leve disgusto en su voz. —¿Por qué cualquiera tendría una mascota? —pregunté. Era retórica, pero ladeó su cabeza como si estuviera considerando seriamente la pregunta. —Supongo que por compañía. Es la única razón por la que vería a cualquiera teniendo a un animal salvaje como mascota. —Era un pensamiento razonable, y sin embargo, una perspectiva muy típica de un demonio. Teníamos la capacidad de comprender, pero no empatizábamos con la mayoría de las cosas. Mi vínculo con Bandido era anormal, pero se lo atribuía a la mitad humana en mí y lo dejaba así—. Parece tenerte mucho cariño —notó Rysten. —Lo tiene. Nos miramos fijamente, un mundo de preguntas silenciosas nadando ante nosotros. Realmente quería saber qué demonios estaba haciendo aquí, pero parecía estar conforme simplemente mirándome y evitando mi pregunta. —No eres lo que esperaba —dijo finalmente. Incliné la cabeza, alzando una ceja. Antes de poder preguntar, llamaron a la puerta. —Tu primer cliente está aquí —dijo Moira. Le di un golpecito a Bandido en el hombro indicándole que se bajara. Atravesó corriendo el suelo y se subió a la enorme torre gatuna que mantenía en mi oficina para cuando lo llevaba al trabajo. A la mayoría de la gente no le agradaban los mapaches y a él no le agradaba la mayoría de la gente. Rysten se levantó y rodeé el escritorio para abrir la puerta. Mi mano se quedó quieta sobre el picaporte cuando lo enfrenté. Estaba preparada para preguntarle una vez más por qué estaba aquí, quizás agregar un poco de persuasión a la mezcla con la esperanza de conseguir una respuesta real, pero algo en sus ojos me mantuvo inmóvil en el lugar. Mi boca quedó seca ante la intensidad que encontré: tan familiar a la del demonio de anoche, y sin embargo, diferente. Allistair tenía una brusquedad y un aire de peligro que rodeaba esa dominación. No me cabían dudas de que había más acerca del íncubo que solo la fría arrogancia que exudaba.

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Rysten tenía una vibra distinta. Su poder estaba impregnado con curiosidad, como si yo fuera un enigma que no pudiera resolver. Su glamur seguía en su lugar; sin embargo, lo había dejado caer una vez. Hubo un flujo de algo detrás del mismo; casi como una onda de poder que estuviera luchando por contener. ¿Qué tipo de demonio eres? Se inclinó hacia delante, sus dedos a meros centímetros de mi rostro, y un golpe en la puerta llevó el momento a un abrupto final. Su mano cayó a un costado, una sonrisa juvenil iluminando su cara nuevamente a la vez que la tensión se evaporaba. Abrí la puerta y la atravesé. —Pronto nos volveremos a ver, Ruby —murmuró. Me di la vuelta para despedirme, pero ya había desaparecido. Sus palabras flotaron en el aire, y la promesa hizo que mi piel se calentara con anticipación. Estaba metida en problemas y no sabía por qué.

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Rysten No sabía lo que estaba esperando luego que Allistair me pasara la posta, pero no la esperaba a ella. Era más recelosa de lo que pensé que sería. Cínica. Sarcástica. Pude notar por qué la naturaleza de él la irritaba de mala manera. Era ferozmente independiente, eso estaba claro. No le iba a gustar que le dijeran qué hacer, y dado que no tenía idea de quiénes éramos, esto no iba a salir según lo planeado. La chica que acababa de conocer no iba a dejarlo todo y venir con nosotros. Tenía una vida; aunque extraña, dado que tenía una alimaña de mascota. Por no mencionar a la recepcionista. La banshee era suspicaz. Supo que no había reservado esa cita. Eso iba a ser problemático. Doblé a la izquierda en la esquina y me detuve en la primera cafetería que encontré. Ordené un café tostado medio con dos de azúcar, luego me senté junto a la ventana y busqué mentalmente a Julian. —Tenemos que hablar. —No le iba a gustar esto, pero, ¿qué íbamos a hacer? ¿Llevarla por la fuerza? No. Esto tenía que ser manejado con tacto; algo que mi hermano no tenía. —Voy a reunirme con Allistair. ¿Qué sucede? —respondió. Esperaba sinceramente que Allistair le hubiera contado cómo fracasó en el encuentro original, o podría tratar de estrangularme. —He conocido a Ruby. Necesitamos tener una reu… —¿A qué te refieres con que “la has conocido”? Bueno. Eso lo respondía. El enfadado hijo de puta no lo notificó de cómo las cosas se fueron a pique.

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—Habla con Allistair. Ven a buscarme cuando acabes. Voy a cambiar el plan. —Pude sentir una breve oleada de enojo antes que su mente se alejara. Bebí mi café, disfrutando del ardor amargo. La teníamos. Ella estaba justo aquí. Salvo que en el momento en que me miró y descubrió mi glamur, supe que estábamos en problemas. Había una chispa del diablo detrás de sus ojos y ni siquiera se daba cuenta de ello.

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4 La tarde pasó en un borrón mientras pensaba en las palabras de despedida de Rysten: pronto. Eso podía significar muchas cosas, y estaba muy segura que nuestro siguiente encuentro no sería a solas. Mencionó que había… otros. Incluyendo al que ya conocí. El pensamiento envió escalofríos a través de mi columna. —¡Moira! —llamé y asomó su cabeza en la puerta de mi oficina—. Mi agenda está libre, ¿verdad? Voy a irme por la noche. No me siento muy bien. —No era una completa mentira. Me estaba sintiendo extraña, solo que no del tipo causado por una enfermedad. Moira entrecerró sus ojos verdes de espuma de mar. —No tendrá nada que ver con ese sujeto de la mañana, ¿verdad? —preguntó. Banshee entrometida. —¿Por qué tendría algo que ver con él? —pregunté, fue una norespuesta tan buena como pude dar. No me gustaba mentirle, pero no me encontraba en condiciones de mantener un interrogatorio en este momento. —Has estado actuando extraño desde que se fue. Extraño. Esa era una manera de decirlo. Estaba malditamente asustada. No tenía idea de lo que estaba pasando, pero no quería traerlo a colación con ella. Una cosa era que me preocupara cuando Rysten, y probablemente Allistair, aparecieran por quién sabe qué demonios. Otra cosa completamente distinta era calmar a Moira en ese proceso. Ella era posesiva. Los cazaría si pensaba que querían hacerme daño. No. Hasta que supiera lo que deseaban, no iba a involucrarla. Alcé las comisuras de mi boca en una sonrisa agotada y fui a retirar a Bandido de su escondite en la torre gatuna. Prácticamente saltó hacia mí, cerrando sus brazos alrededor de mi cuello como un perezoso a un árbol.

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—Bandido se ha estado sintiendo un poco nervioso hoy. Pensé que sacarlo de casa lo ayudaría, pero no es así. —Me encogí de hombro y giré hacia la puerta, esperando que eso fuese suficiente para satisfacerla. En cuanto a nada de decir mentiras, fue una de oro. Los ojos de Moira se giraron hacia él y se suavizaron, solo un poco. Por dentro, solté una risita. Podía llamarlo un panda de basurero, pero sabía la verdad. Él le simpatizaba. —Dale una lata de sardinas. Estará bien —dijo indiferente. Bandido comenzó a chillar ante la mención de su pez favorito. Maldito mapache. La comida siempre era la prioridad número uno. Ahora estaría gritando en mi oído todo el camino a casa. Agarré mi bolso del escritorio y me dirigí a la puerta. —Te veré en casa. No te olvides de cerrar. —Nos echó con una dura mirada y agitó su bolígrafo. Afuera, el frío aire de octubre me golpeó con toda la fuerza, mis dientes castañeando mientras mi aliento soltaba una nube blanca. Bandido se acurrucó a mi alrededor, girando su cola alrededor de mi cuello como una bufanda. Cruzándome de brazos para conservar la calidez, apreté mi bolso con más fuerza cuando corté por el callejón que llevaba al estacionamiento. Los ominosos cielos de Cimmerian estaban cargados con lluvia que esperaba a caer. Caminé fatigosamente a través de la desolación gris, saltando cuando una enorme rata pasó corriendo a mi lado y se metió en la alcantarilla. Mi aliento salió en ráfagas calientes y pesadas en tanto me detenía. La paranoia me estaba comiendo al borde de mi mente extenuada. Eché un vistazo riesgoso detrás de mí, solo para tranquilizar a mi palpitante corazón. Clic. El extremo de una Glock 19 se presionó contra mi frente. —Dame tu bolso —dijo. Mi atacante no podía tener más de veinte. La capucha que usaba no era discreta en lo más mínimo. Cráneos negros y blancos cubrían la maldita cosa como si quisiera infundir miedo, pero ¿cómo alguien podía tener miedo cuando usaba su aro de nariz como una vaca? No pude evitar que la risa escapara de mis labios. —¿Te estás riendo? ¿De qué te estás riendo, perra? —Movió su otra mano en alguna especie de símbolo de pandilla y se vio sospechosamente

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parecido a la seña del “el rock & roll”. Ni siquiera pude fingir que no era ridículo aunque mi vida dependiera de ello. Claramente. —¡Oye! ¿Dije por qué demonios te estás riendo? —Levantó la voz, moviendo la pistola como si fuera a golpearme con la culata en la cabeza. Bandido no se comportaba amablemente con la mayoría de la gente, y segura como el infierno no toleraba a aspirantes a matones atacándome. En el tiempo que le tomó inclinar la mano, mi mapache saltó hacia él, aterrizando en su rostro con las garras desplegadas y los dientes cerrándose. Agarré la muñeca que estaba sosteniendo el arma. De ninguna manera iba a dejar que comenzara a disparar esa cosa a ciegas. Gritó cuando Bandido lo mordió en la nariz. —¡Hijo de puta! —gritó. Sí, niño. Eres un maldito hijo de puta. Le di un rodillazo en la entrepierna. Cuando me moví a un costado, cayó hacia delante, su mano perdiendo el asidero que tenía en el arma, dejándola caer al suelo. —Es suficiente —le dije a Bandido. Incluso siseando y escupiendo, me escuchó, separándose del rostro del niño. Con una fuerza considerable, llevé mi codo a la base de su cráneo. Soltó un grito amortiguado y se derrumbó contra el suelo, inconsciente. Me acuclillé y recogí la pistola. Con suerte, eso le enseñaría al niño una lección sobre intentar robarle a la gente, pero solo por si acaso, iba a confiscar el arma. No necesitaba ir corriendo por allí asesinando gente en los callejones. Si fuera un demonio implacable, no se estaría yendo de este encuentro con vida. Alargué la mano y volteé su rostro a un lado. El vándalo tenía algunos rasguños bastante feos que necesitarían puntadas y toda su nariz había desaparecido. Miré a Bandido. Junto a él se encontraba un pedazo de la nariz del chico, con el arete de vaca todavía aferrado a este. Auch. Con una mano, saqué mi teléfono y marqué el 911. —Operadora. ¿Cuál es su emergencia? —recité la dirección de la calle y eso fue todo. Los policías lo encontrarían pronto y lo llevarían a un hospital donde le volverían a unir la nariz. No quería sentirme culpable por sus heridas. O sea, iba a robarme. En serio dudaba que me hubiera asesinado, pero uno nunca sabe.

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Suspiré, soltando la culpa mientras me giraba hacia Bandido. Estaba mostrando los dientes, todavía siseando hacia el chico inconsciente. Ni siquiera me notó hasta que me acerqué uno o dos pasos, con ambas manos extendidas, las palmas abiertas. —Ven aquí, bebé —murmuré. Hice pequeños sonidos de shh, hasta que se calmó lo suficiente para correr a mis brazos y acomodarse en mi hombro. Las puntas de sus garras dolieron un poco, pero lo ignoré mientras me ponía de pie. Levanté mi bolso y guardé la pistola en mi cintura, lista para irme a casa y ver que este día acabara. Cuando me giré para abandonar el callejón, vi que Rysten había cumplido su promesa. Con él, estaba Allistair y otro demonio masculino que irradiaba inmenso poder, incluso a varios metros de distancia. Mierda. —Hola, ustedes… —dije incómodamente, intentando pensar cómo sacar la pistola sin ser obvia. A diferencia del chico que me atacó, era lo bastante lista para saber cuándo estaba sobrepasada. Comenzaron a caminar hacia mí y entré en pánico, tomando la pistola. La alcé, apuntándole a los tres, sin darme cuenta cuánto espacio habían cruzado mientras la estaba sacando. A solo un metro del cañón del arma, me rodearon en un semicírculo. —¡No se acerquen más! —dije. Mis manos temblaban visiblemente, haciendo que el cañón temblara vacilante. —No estamos aquí para hacerte daño, Ruby —dijo Rysten. Alzó las manos en señal de rendición, pero no era tonta. Cualquier demonio que valiera la pena no las necesitaría. —¿Quiénes son y por qué demonios me están siguiendo? —exigí, girando la pistola hacia Allistair cuando dio un paso más cerca. Se veía prácticamente igual que ayer, con su traje a medida y cabello arreglado. Pero sus ojos… parecía enojado desde el momento que lo vi. Estupendo. Voy a ser cena de íncubo. —Ruby, es hora de que te calmes —dijo Allistair. Sus ojos brillaron de color ámbar y una repentina calma se expandió a través de mi cuerpo. Baje la punta del arma lentamente, hasta que apuntaba a su rodilla en

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lugar de entre sus ojos—. Eso está bien, solo cálmate. Todo va a estar bien. —La somnolencia se intensificó y solamente fue el siseo de Bandido lo que me devolvió un poco de claridad. —Deja de intentar persuadirme, demonio, o te volaré la rodilla —amenacé, sabiendo muy bien que probablemente podría matarme antes de que eso pasara. —Allistair, retrocede. Las estás poniendo nerviosa —dijo el terceo. Giré mis ojos en su dirección, solo para quedar impresionada por las similitudes que él y Rysten compartían. Su cabello era del tono más claro de rubio que haya visto; tan rubio que podía pasar por blanco. Tenía los mismos ojos verde oscuro y la piel clara, pero donde Rysten tenía esa cosa de tipo-sexy-de-al-lado, este hombre tenía una belleza que era intensa. Sus pómulos eran más definidos. Sus dientes más blancos. Su piel no tenía una sola imperfección, y el poder que surgía de él no era algo que quisiera ser contenido. No podía ser contenido. Ese pensamiento fue lo que provocó que girara el cañón del arma de Allistair al hombre desconocido frente a mí. El pánico surgió ante la oleada de poder que amenazó con consumirme, haciendo que el aire fuera difícil de respirar. Bandido temblaba contra mi hombro. Su temor me consumió, alimentándose con el mío. Sin darme cuenta, jalé del gatillo, disparándole entre los ojos. Él ni siquiera pestañeó cuando la bala atravesó su cabeza y resonó contra el asfalto. La pistola se deslizó de mis dedos y solté ahogadamente las únicas palabras que pude conseguir procesar. —¿Quién eres? —El mundo me conoce como Muerte, pero puedes llamarme Julian. Santo cielo. Que el diablo me lleve, porque creo que mi cerebro acaba de hacer corto circuito. —¿Esta es la parte donde me matas? —mascullé. No pude evitar el torrente de palabras que vino luego—. Porque si lo haces, por favor, no lastimes a Bandido. Es un buen mapache, en serio. Mi amiga Moira dice que no le agrada, pero en verdad sí lo hace, y ella cuidaría de él y todo… —No estamos aquí para matarte, Ruby —dijo Rysten. —¿Qué? —pregunté, mirando los rostros de los tres. Mis ojos se quedaron fijos en el que le había disparado. Julian.

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—Estamos aquí para protegerte, Ruby, y en este momento, eso significa que tenemos que sacarte de aquí —dijo. —Así que… pueden secuestrarme —dije directamente. Allistair gruñó en voz queda, haciéndome saltar hacia atrás. Julian se pinchó el puente de la nariz y suspiró. Las sirenas resonaron en la distancia. —No, porque llamaste a la policía para ayudar al despreciable humano —dijo Julian. Parpadeé, solo entonces registrando a dónde quería llegar—. No quieres ser encontrada aquí con el mapache que le arrancó la nariz con su pistola en tus manos y él inconsciente —continuó lentamente, como si le estuviera dando instrucciones a un niño. —Cierto —dije pronunciando lentamente la palabra. Recogí la pistola, le puse el seguro y la metí en mi cintura. Rysten se agachó y agarró la bala, poniéndola en su bolsillo. —¿Te encuentras bien, amor? —preguntó. Lo fulminé con la mirada, cruzándome de brazos. —Déjalo, Rysten. Tenemos que llevarla a su casa —dijo Julian. Giré incrédula en su dirección. ¿Llevarme a casa? —Puedo llegar a casa yo sola —dije rígidamente. —No. ¿No? ¿Quién demonios se pensaba que era? Abrí la boca para discutir y él avanzó un paso dentro de mi burbuja de seguridad mal concebida. De pie cerca de esa fría persona, ese crudo poder mirándome fijamente, toda palabra que tenía murió al instante. —Tienes dos opciones: puedo alzarte sobre mi hombro y llevarte a tu casa, o podemos conducir hasta allá. Tu decisión —dijo. ¿Estaba bromeando? No. Sin duda no bromeaba. —Conducir —dije con los dientes apretados. Creo que un atisbo de sonrisa cruzó sus labios cuando abandonamos el callejón.

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Julian Me disparó. Y luego rogó por la vida de un mapache. No sabía si debería estar divertido o frustrado. Rysten no se había equivocado. Ella no era lo que esperaba. La escondimos por casi veintitrés años. De todo el mundo. Incluyendo de nosotros mismos. No me engañaría pensando que la conocíamos, o incluso la entendíamos luego de que la dejamos en la tierra con los humanos. No pasó ni un solo día en que esperara venir por ella finalmente. Pero no esperaba el arrepentimiento por la pérdida de tiempo. Solo la habíamos visto brevemente. Solo era una bebé, ni siquiera tenía un año antes que su madre la llevara. Ahora… No podía negarlo. Había madurado. Acomodé el espejo retrovisor en su dirección y esos brillantes ojos azules se encontraron con los míos. El centro era tan claro, casi blanco, pero desplegaban llamas cobalto antes de desvanecerse en el negro. No sabía cómo permaneció oculta por tanto tiempo cuando la mirada oscura en sus ojos gritaba problemas. Ruby no era una niñita y nunca la habíamos conocido como una. Se había convertido en una mujer. No. Era una demonio adulta que todavía tenía que pasar la transición. Eso la hacía vulnerable. Podía mirarme fijamente con esos ojos seductores todo lo que quisiera. Era nuestro divino deber protegerla. Cuidarla. Los otros podrían distraerse, pero yo no. Incluso si una sola mirada de ella me ponía duro.

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5 El denso silencio mientras me encontraba sentada en la parte trasera de mi propio auto me estaba aplastando. Julian había insistido en conducir. Con una mirada, me hizo entregarle las llaves de mi escarabajo VW 1995… y luego movió el asiento para que yo entrara atrás. Probablemente era lo mejor, dado que Bandido estaba montado en mi regazo, pero no iba a decirles eso. Al menos me dieron la elección de quién se subía en la parte de atrás conmigo. No es que eso realmente me salvara. Rysten era tan grande como cualquiera de los otros dos y tenía su muslo apoyado contra el mío. Como si eso no fuera lo bastante incómodo, tampoco había quitado sus ojos de mí. Julian había movido a propósito el espejo retrovisor para mirarme en vez de a la ventanilla trasera y también sentía su mirada sobre mí. Tal vez simplemente él no tenía ninguna clase de autopreservación como yo, dado que una bala a la cabeza ni lo había hecho parpadear. Si no me había ruborizado antes, sin duda alguna ahora sí. No podía creer que le disparé. Y que me hubiera dejado vivir. —¿Van a decirme quién demonios son? —pregunté finalmente. La frustración de Bandido se me estaba pegando, y me encontraba al límite. A él no le gustaban los extraños en el auto con nosotros más que a mí. —Pronto —dijo Julian—. Lo explicaremos cuando lleguemos a tu casa. Laran ya casi está allí. —Espera, ¿quién es Laran? Probablemente me debió dar más miedo que supieran donde vivía, pero dado que Allistair me sacó de la cárcel antes que Moira llegara, no era realmente de sorprender. —Otro Ji… —comenzó Rysten, hasta que Julian lo fulminó con la mirada—. Lo conocerás pronto. Es un amigo. Fantástico. Otro. Muy bien entonces. Supongo que eso es todo.

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Reclinándome en mi asiento, sostuve a Bandido más cerca, acariciando su pelaje para calmarlo. Sangre manchaba mi ropa donde se frotó el rostro y las patas. Me alegraba que no fuera de él, pero no quería ni pensar de dónde provenía. Vivía a quince minutos del salón y pareció como si tomara el doble de tiempo llegar allí. Cuando giramos en el camino de entrada, si tenía algo de shock, al ver a mi ruin ex-novio este desapareció. El auto avanzó hasta detenerse, pero nadie de los que estaba en mi compañía hizo movimiento alguno para salir. Julian y Allistair compartieron una mirada frente a mí, como si estuvieran considerando seriamente mantenerme allí dentro. Uh… no iba a suceder. Para nada sorprendente, Josh tuvo las agallas para acercarse y golpear en la ventanilla. Allistair no respondió. En vez de eso, Rysten, el que pensaba que era el más relajado, dijo: —Deberíamos deshacernos de él. —Si me dejan salir, me encargaré —dije. Aunque la idea de “deshacerse de él” me atraía tanto como incendiar el auto de Kendall, ya estaba en bastantes problemas con la policía. Compartieron otra mirada, pero solamente cuando Julian se encogió de hombros fue como él y Allistair se bajaron del maldito auto. Allistair sostuvo el asiento hacia adelante para mí. Habría sido un gesto amable, pero apenas me dio espacio. Obligada a rozar su traje cuando pasé apretujándome, mi libido se disparó. Ni siquiera toqué su piel. Solo su traje. Su aroma llenó mis fosas nasales, enviando hormigueos… Estaba respirando entrecortadamente para cuando me paré afuera del auto, y no tenía nada que ver con el esfuerzo físico. Lo fulminé con la mirada, una sonrisita arrogante en su cara. —Hola, Ruby —dijo Josh, atrayendo mi atención. Volví mis ojos hacia él y lo que vi fue decepcionante. Cuando lo conocí, tenía una vibra de alma perdida. Mantenía su cabello largo y se encontraba en una banda. Nunca lo amé, pero era una buena persona con quien pasar el tiempo. Hasta que Kendall hundió sus garras en él. Mirándolo ahora, eran como dos personas distintas. Este Josh vestía polos y mocasines. Su cabello estaba corto y engominado, y desde el metro y medio de distancia, la colonia que usaba era suficiente para hacerme querer vomitar.

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—¿Qué quieres? —pregunté. Pude escuchar el cansancio en mi voz. A decir verdad, estaba terriblemente agotada luego del subidón de adrenalina que ya había tenido hoy. No tenía energía para desperdiciar con él. —Quería hablar… —comenzó lentamente, dándoles una mirada penetrante a los tres tipos que se erguían detrás de mí. Ni siquiera tenía que ver. Había tensión irradiando en el aire. Podía sentirlo. —No tengo nada que decirte. —Bandido le gruñó desde su lugar en mi hombro. Josh palideció, pero no retrocedió. Suspiré. Chico idiota. —Eso no puede ser cierto, Ruby. Hiciste que explotara el auto de mi novia. Sé que todavía te importa —dijo Josh, incluso fue tan lejos como para dar un paso hacia mí. No quería retroceder, porque se vería como debilidad. Pero me preocupaba que Bandido lo atacara. Nunca le había gustado Josh, y en este momento estaba siendo muy protector conmigo y quería que se fuera. —Eso se debe a que tu novia es una perra. No confundas los hechos —dije secamente. Sin advertencia o permiso, un fuerte brazo me rodeó la cintura. Me tensé, preocupada de que el enojo de mi mapache se volviera hacia la persona que acababa de tocarme, pero pareció que Bandido estaba empeñado en querer deshacerse de Josh y solamente él. —¿Es por esto…? —dijo tartamudeando—. ¿Es por esto que no devuelves mis llamadas? —Hizo un gesto hacia el hermoso trío de hombres, sus ojos agrandándose. Pude ver lo que vendría a continuación—. Ni siquiera tuviste sexo conmigo, y tienes… Mis ojos parpadearon. —No voy a responder a tus llamadas porque tú y yo ya no estamos saliendo. No tenemos una relación. Ni siquiera somos amigos. Lo que haga ahora no es de tu incumbencia. —Tuve que esforzarme por evitar gruñir con la voz. Sí, no había tenido sexo con él. No tuve sexo con nadie porque nunca era una elección consciente. Podía elegir a un cualquier hombre de la calle y me follaría en ese instante y allí mismo si yo lo deseara, gracias a la querida y vieja mamá. Así que entonces, a pesar de mi naturaleza, no follaba con nadie. Y esto fue lo que conseguí. El chico efectivamente tuvo las agallas para dar otro paso hacia mí.

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—Esta no eres tú, Ruby. Lo recuerdo. Te conozco. No serías así… —se interrumpió, buscando una palabra que lo complacería para describir a los tres impresionantes demonios que eran como nada que esta tierra produciría. Incluso en su mente subconsciente humana, algo registraba que ellos eran más que hombres… “gente”. Alguien resopló detrás de mí, y estaba prácticamente segura de saber cuál, dado que solamente uno de ellos tenía sentido del humor por lo que pude notar. La risa se detuvo abruptamente cuando Josh dijo: —Regresa conmigo. —¿Por qué demonios pensarías que alguna vez podría regresar contigo? —me burlé. Probablemente me habría reído si el brazo alrededor de mi cintura no se hubiera tensado levemente a la vez que soltaba un gruñido. Fue tan bajo que casi no lo escuché, pero allí estuvo. Alcé mis ojos hacia Julian. Mi corazón se detuvo cuando tragué saliva. Mi garganta estaba seca y áspera, pero había algo tan protector y feroz en la manera en que miraba a Josh que hacía que una chica se preguntara cómo podría saber una pequeña probada de eso. Tener la completa y absoluta atención de un demonio como Julian… ¿Pura dicha? ¿O puro infierno? De alguna manera, pensaba que podría ser un poco de ambos. Dicen que el dolor es placentero, si sabes lo que haces. Maldita sea, Ruby. Tienes que concentrarte. Ahora no es el momento para pensar como una maniática privada de sexo. Josh carraspeó y parpadeé. Mierda. ¿Dijo algo? Volví a mirar a mi aburrido ex con sus elegantes caquis planchados. —Cometí un error, Ruby. Lo lamento… —Tengo que detenerte aquí mismo. Ambos sabemos que vas a ir a casa luego de esto, follar a Kendall y luego regresar otro día a “rogar” por mi perdón. Así que, ¿puedes simplemente saltarte todas las patrañas innecesarias y seguir adelante como un adulto? Porque en verdad me estoy cansando de que ella desquite sus problemas contigo… —Señalé con un dedo a su débil pecho—, conmigo. Realmente esperaba que funcionara esta vez. Eso de ser directa haría que se solucionara el problema. Tonta de mí al pensar que Josh

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pensaría con su cerebro y no con su pene. No consideró las palabras por más de cuatro segundos antes de meter la pata. Otra vez. —Ruby, por favor. Hablemos de esto. Te extraño —gimoteó. Maldita sea. No los gimoteos. Ya se me estaba agotando la paciencia y él acaba de pisotear la última capa que se encontraba entre él y la verdad brutalmente gélida que brotó de mis labios. —Ve a casa y acuéstate en la cama que hiciste. Me engañaste. No voy a regresar contigo y esta es tu última advertencia. Supéralo. —La expresión molesta en sus ojos habría sido chistosa, pero supe que se olvidaría de ello pronto. Entonces regresaría a mi puerta, rogando por algo que nunca tendría. —Creo que será mejor si te marchas ahora, mientras puedes. —La amenaza en esta voz envió escalofríos por mi columna. Me volví hacia la figura que se acercaba por mi camino de entrada. Santo infierno. Su cabello era tan oscuro, que parecía negro… pero cuando la luz de las farolas lo alcanzó, vi destellos de un rojo puro y sin diluir. Era el más alto de los cuatro, con feroces ojos negros y un salvajismo en él que le advertía a los demás que no era alguien con quien meterse. Josh le echó un solo vistazo y pensé que iba a orinarse encima. Aunque ellos me seguían provocando miedo, le había disparado a uno y todavía no me habían asesinado. Esa era una muy buena razón para creer que no lo harían. Josh no tendría esa cortesía, y si continuaba aquí hablando hasta por los codos de nuestra falta de vida sexual, podría decidir decir “a la mierda” y dejar que Bandido se encargara de él. —No hagas que llame a la policía, Josh —dije, sabiendo que no llegaría tan lejos. Él era un idiota y un infiel, pero no quería problemas con la ley. Luego de una mirada pretenciosa alrededor, se subió a su auto y se marchó. No pude contener el suspiro de alivio cuando sus llantas chirriaron en la esquina de mi calle, pero ese alivio duró poco. Solo entonces me di cuenta que el brazo de Julian seguía alrededor de mi cintura. Me estaba dando cuenta que pude haber cambiado una mala situación por otra.

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No te han matado todavía, me recordé. Bien podrías acabar con ello. Me aparté de Julian, poniendo algo de espacio entre los cuatro demonios que aspiraban el aire de mis pulmones y yo. —Entonces, ¿aquí es donde finalmente me dicen quiénes son y por qué me están siguiendo? —No se miraron entre sí, pero cada uno de sus rostros estaba tenso con una determinación sombría. —Soy Pestilencia —dijo Rysten. No… —Soy Hambruna —siguió Allistair. Que el diablo me salve. —Soy Muerte —continuó Julian en un tono frío. Debí darme cuenta antes. —Mi nombre es Laran y soy Guerra —dijo el cuarto y último. No continuaron porque no tenían necesidad de hacerlo. Sabía quiénes eran. Todos los demonios en ambos mundos sabían quiénes eran. —Son los Cuatro Jinetes —susurré.

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6 Estaba pasando un duro momento intentando entender la identidad de los cuatro extraños que estaban sentados en mi sala. Incluso con la taza caliente de té y diez minutos para asimilarlo, existían cosas en la vida para las que simplemente no podías prepararte. Los Jinetes era una de esas cosas. Eran los cuatros archidemonios más poderosos jamás creados, solo superados por un único poder: el diablo mismo. Lo que llevaba a la pregunta: ¿por qué estaban sus cuatro guardias personales acosándome y no en el Infierno adonde pertenecían? —Entonces —comencé con una voz lenta y agotada—, ¿hice algo? Esto no tiene que ver con el auto de Kendall, ¿verdad? Quiero decir, siento que debería haberlo mencionado ya, pero… —No se trata de un auto —dijo Allistair. Me miraba como un gato miraría a un ratón. La sensación era perturbadora, pero también hacía que mi estómago se apretara en muchas maneras que no eran provechosas en este momento. Con el tobillo apoyado sobre su rodilla y la mano estirada sobre el respaldo del sofá, no podía precisar si el pequeño espacio que había dejado entre él y Rysten era una invitación o pura coincidencia. Aparté mis ojos, pero en cambio, me encontré mirando a Julian. —Necesitamos que regreses al Infierno con nosotros —dijo Julian. —Espera, ¿qué? ¡No! ¿Por qué? —pregunté, echándole un vistazo a los otros. Estaba bromeando, ¿verdad? Tenía que estar bromeando. Una mestiza como yo no sobreviviría en el Infierno. Me convertiría en el juguete de algún otro demonio fuerte y eso si tenía suerte. Mis ojos aterrizaron en Rysten mientras comenzaba a negar con la cabeza—. ¿Por qué? —repetí, cuando nadie me dio una respuesta. —Porque eres la hija de Lucifer —dijo Laran. Rysten se crispó, pero no lo negó. Allistair puso los ojos en blanco.

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—Bien hecho, Guerra. Por qué simplemente no se lo sueltas aunque acordamos… —Me empecé a reír a carcajadas. Me reí, no, rugí, con tanta fuerza que lagrimeaba en las comisuras de mis ojos. Ellos pensaban… ¿qué? ¿Pensaban que yo era la hija de Lucifer? ¡Oh, esto era invaluable! Más que invaluable. Me reí mientras me miraban fijamente en un silencio estupefacto. ¡Oh-ho-ho, ellos estaban aquí porque pensaban que yo era importante! No me mataron porque pensaban que era la hija del diablo. ¡Bueno, les salió el tiro por la culata! Solo soy medio súcubo con una afinidad por meterme en problemas. —Ruby… —Rysten se interrumpió—. ¿Por qué te estás riendo? —Piensan… —Volví a carcajearme—, piensan que soy la hija del diablo. —Lo eres. —Él frunció el ceño. —No, Rysten. Soy mitad humana —dije amablemente. No sé quién les dijo a los Jinetes que era la hija del Rey del Infierno, pero quien haya sido era mejor que huyera. Dudaba que estuvieran complacidos cuando descubrieran la verdad. —¿Quién te dijo eso? —preguntó Julian. —El orfanato de demonios donde crecí. Mi madre me abandonó en Atlanta horas después de nacer. Les dijo que ella no tendría a un bebé mitad humano y eso fue todo. —Me encogí de hombros. La historia era levemente incómoda para mí, pero había llegado a aceptarla. Los demonios o eran obsesivos o apáticos, no había mucho entre eso. Si mi madre de nacimiento pensó que yo era una pérdida de material genético, entonces era su problema. No fue mi culpa que follara a un humano y quedara embarazada. Es por eso que había orfanatos en primer lugar. Para la desafortunada descendencia de los demonios con los que no querían tener nada que ver, pero alguien aun así nos enseñaba cómo usar glamur sobre nosotros mismos de los humanos. El Infierno prohibía que los rumores sobre los de nuestro tipo se volvieran más que eso. Por otra parte, si al Infierno le importara una mierda, cerrarían los portales entre nuestros mundos y acabarían con ello. —Tu madre. ¿Su nombre era Lola Morningstar? —preguntó Julian. Casi me ahogué con el sorbo de té y entrecerré mi mirada en su dirección.

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—Probablemente sacaste eso de mi certificado de nacimiento —dije fríamente. —O la conocí —respondió en broma. Un tono duro y helado había entrado en su voz que me hizo estremecer. —Cierto —dije arrastrando la palabra. No me creía esa historia. —Te trajo a este lugar para ocultarte —discutió. —¿Porque era la hija de Lucifer? —pregunté. Divertido, en verdad. Julian no pareció encontrarlo gracioso. —Sí, y algunos demonios muy poderosos deseaban matarte por ello. Todavía quieren —interrumpió Laran. En verdad creían esta locura. Que yo era algún bebé milagroso. Lucifer había vivido mucho más que cualquiera de nosotros, y hasta donde cualquiera sabía, no tenía hijos. Algunos rumores decían que no podía tenerlos. Otros decían que no quería compartir su poder. De cualquier manera, en los miles de años que ha estado en la tierra y en el Infierno, ni una sola vez alguien ha aparecido diciendo que tenía a su hijo. Yo no iba a ser la excepción. —Digamos que tienen razón. Soy el engendro de Satanás. ¿Lola me ocultó para mantenerme alejada de toda la gente, supongo, que quiere ajustar cuentas con él? —Hice una pausa y asintieron—. Entonces, respóndanme a esto: incluso si lo fuera, ¿por qué tengo que ir al Infierno? ¿No estoy mejor viviendo mi vida aquí donde nadie sabe que existo? Parecieron compartir una mirada. —¿Alguna vez has escuchado la historia de los Cuatro Jinetes? — preguntó Laran. —Por supuesto. Los Cuatro Jinetes son los portadores del apocalipsis. Era una advertencia para aquellos que querían descomponer el equilibrio —dije. Todos sabían eso. Tendría que haber vivido bajo una roca para no saberlo. —No precisamente —dijo Allistair. Una lenta sonrisa sensual apareció en sus labios, haciendo a mis mejillas arder—. Nosotros nunca fuimos los portadores del apocalipsis. Fuimos creados para evitarlo. Es

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curioso como la historia nunca parece entender ese pequeño detalle de la manera correcta. —Me sonrió y me mordí el interior de mi mejilla para mantener a raya los pensamientos lujuriosos que estaba enviando en mi dirección. El maldito íncubo sabía exactamente lo que estaba haciendo. —Si no son los portadores del apocalipsis, ¿entonces quién lo es? —pregunté, intentando distraerme de las vibras de “fóllame” que estaba enviando. —Hace unos miles de años, existía un demonio llamado Ragnarok dotado con premoniciones. Él vio el final del mundo como lo conocemos. —Hizo una pausa, dejando que el denso silencio llenara los intervalos—. Los humanos lo han olvidado, pero recordaban su visión. Ragnarok. El final de los tiempos. —Dijo que un día los Jinetes fallarían y Lucifer caería, y que cuando lo hiciera, las llamas del Infierno se extinguirían. Si las llamas se extinguen, entonces las puertas del Infierno se abrirán, dejando sin barreras que prevengan a todo lo que vive en el Infierno de venir a la tierra —dijo Julian—. Sin barrera, es el fin, excepto por la hija de Lucifer. Esta no es la misma versión que me contaron de niña… —Ragnarok profetizó que Lucifer engendraría una hija, y que ella, y solo ella, sería capaz de controlar las llamas y detener el apocalipsis, pero dependería de nosotros encontrarla y llevarla de regreso. —Julian respiró hondo—. La profecía de Ragnarok se cumplió, Ruby. Lucifer murió hace tres días. —¿Murió? ¿A qué te refieres con que murió? —balbuceé—. ¡Es el maldito diablo! El Rey del Infierno. ¿Cómo demonios murió? —Julian ni pestañeó ante mi arrebato. No creía que mucho lo afectara, pero Rysten y Allistair compartieron una mirada tensa. Las manos de Laran se apretaron, casi imperceptiblemente, de no haberlo estado mirando. —Para responder a tu pregunta, amor, no lo hizo. Pero esa es una historia para otro momento —exclamó Rysten. ¿Qué demonios significa eso? Entrecerré mis ojos hacia él, no gustándome esa respuesta, pero sabiendo bien que tenía que aceptarla. Porque, ¿qué puedo hacer? Cuando los Cuatro Jinetes están a cargo, ni una maldita cosa puede hacerse.

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—Las noticias de su muerte fluirán en las próximas semanas, y resultará en anarquía hasta que las llamas se extingan y el Infierno, por falta de una mejor frase, se congele. —Julian sintió mi inquietud y se quedó quieto. Sus ojos se arremolinaban con emociones innombrables y alarmante intensidad que casi no escuché la segunda parte de su declaración—. Te necesitamos, Ruby. Más de lo que piensas. El momento conmovedor que pudimos haber tenido, se detuvo abruptamente cuando procesé lo que acababa de decir. Eran unos crédulos por pensar que yo era la hija del diablo, pero estaban completamente locos si pensaban que tenía el poder para mantener a raya al Infierno. Apenas podía controlar a mi mapache. Los únicos dones que había expresado eran los de un súcubo latente y todavía tenía que atravesar la transición. No existía manera, ni en la tierra o en el Infierno, de que estuviera destinada a evitar el apocalipsis. —Miren, no sé si conocieron a Lola o no, o lo que ella pudo haber dicho, pero tengo que ser honesta con ustedes, no soy la chica que están buscando —dije a las carreras, poniendo mi humeante taza de Earl Gret sobre el borde de la mesa a la vez que me ponía de pie. Crucé el living y abrí la puerta principal—. Creo que lo mejor es que se vayan. Laran, el más cercano a mí y el único de pie, entrecerró sus ojos. Guerra. Así es cómo el mundo lo llamaba. Podía verlo. Se acercó un paso y no me moví. Por un lado, no quería retroceder. Eso me haría ver débil, y entonces podrían no querer irse. Por otro, él ahora se encontraba mucho más cerca de lo que deseaba y estaba consciente del efecto que tenía sobre los hombres. Se inclinó hacia delante, tan cerca que su aliento acarició la parte sensible de mi oído. Me estremecí cuando susurró: —Esto no ha acabado, pequeña súcubo. No vamos a ir a ninguna parte. No sin ti. Ni siquiera pienses en huir. Me gusta perseguir. Sus labios rozaron la esquina de mi oreja y mi aliento siseó entre mis dientes. Una carga de energía me recorrió, haciendo que mi sangre chisporroteara. ¿Qué fue eso? —Es suficiente, Laran —espetó Julian. Se retiró unos pocos centímetros y contuve el aliento. Sus ojos eran pozos negros, bloqueando

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cualquier gama de color o rastro de blanco. El aire sabía denso con la tensión mientras me miraba por un cargado momento. Me está evaluando. Los demonios pura sangre, y aquellos que habían pasado la transición, tenían más dificultades para controlar nuestras ansias oscuras. Me han dicho que el poder puede ser enloquecedor, y en algunos casos, hasta incontenible. —Guerra —dijo Julian duramente. Esta vez, alguien lo agarró físicamente y lo empujó hacia la puerta. Laran gruñó en voz baja y me lanzó una última mirada acalorada antes de irse. Tragué saliva mientras Julian y Allistair lo seguían. Rysten se detuvo en su camino a la salida. —No puedo imaginar que esto sea algo fácil de manejar, amor, pero estaremos aquí para ayudarte a superarlo —dijo. Imagino que la mayoría de demonios femeninas se tropezarían al escuchar esas palabras provenientes de uno de los Jinetes, pero a ninguna de ellas les fue dicho que se suponía que tenían que hacerse cargo del inframundo. —Por favor, vete —dije. Rysten asintió comprendiendo y siguió a los otros en la noche. Cerré la puerta detrás de ellos y me apoyé contra esta. Mis piernas cedieron debajo de mí a la vez que me deslizaba al suelo y Bandido salió corriendo de mi habitación, su elefante rosado a rastras, deteniéndose en mis piernas para tender su preciado juguete. —No creo que eso vaya a resolver mis problemas esta vez, nene —susurré. Siguió empujándolo en mi dirección. Tomé la maldita cosa y lo sostuve mientras él se subía a mi pecho y rodeaba mi cuello con sus brazos. —No te preocupes. No voy a dejarte. Pueden pensar que estoy destinada a ser la Reina del Inframundo todo lo que quieran. No cambia nada. —No sé cuánto tiempo pasó hasta que me arrastré a la cama, quitándome la ropa manchada de sangre a medida que iba.

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Laran Si Julian pensaba que podía intimidarme para que permaneciera alejado de ella, se equivocaba. Había esperado tanto tiempo como los demás, y a diferencia de Rysten, que fue con ella porque Allistair lo llamó a nuestras espaldas, me apegué al plan y no intenté hablar con ella. Hasta que el plan cambió. No tuve la intención de tocarla. Simplemente no pude pensar. Estaba tan cerca y olía tan bien. He esperado miles de años para conocerla, pero los últimos veintitrés fueron los más difíciles. El plan era dejar que Lola se la llevara y regresara hasta que fuera el momento. Esperé. Me lo gané. Pero ella no quería tener nada que ver con nosotros. —Laran, tienes que calmarte, compañero —espetó Rysten. Alcé la mirada hacia él y gruñí, pero el bastardo no respondió del mismo modo. Puso los ojos en blanco y siguió bebiendo su vino con estilo o alguna mierda así. Una maldita bebida para mamis, eso era. Los humanos lo estaban suavizando. —Ella no quiere tener nada que ver con nosotros. ¿Cómo puedes estar sentado allí como…? —¿Crees que no lo he notado? ¿Qué esperabas, Guerra? ¿Que pudiéramos venir aquí y llevárnosla? No sabe quién eres. Quién soy. Ni siquiera sabe quién es ella. Solo sabe lo que la tierra le ha enseñado. Le di la espalda, hacia el fuego. Tal vez no podía convocar las llamas del Infierno, pero podía convocar el fuego de la tierra y provocar caos como el mundo nunca ha conocido.

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—¿Por qué se siente como si nos la hubieran quitado? —pregunté suavemente a las llamas, pero estas no contenían respuestas para mí esta noche. —Porque ella se creó una vida —respondió Julian. —Esto fue lo que quisimos —continuó Rysten. —No —dije bruscamente—. Esto es lo que ustedes tres quisieron. Yo quise conservarla en el Infierno donde… —Donde habría muerto con Lucifer —interrumpió Julian. Me mordí la lengua por la negación que amenazó con salir. Él tenía razón, pero eso no hacía que fuera más fácil. —¿Qué se supone que hagamos ahora? —pregunté. El silencio se extendió entre nosotros, cada uno perdido en sus propios pensamientos sobre la chica que estaba destinada a ser nuestra, pero no lo sabía. Rysten fue el primero en hablar. —Le damos tiempo y llegamos a conocerla. —Sugiero que lo hagamos de manera individual —propuso Allistair. —¿Así puedes follarla? —pregunté. Mis palabras fueron severas, pero las decía en serio. —No fui quien estuvo sobre ella esta noche, Guerra —contestó. —No lo niegas. —Basta —declaró Julian. Me giré de las llamas, hacia mis camaradas. Mis hermanos. Habíamos permanecido juntos a través de todo. Luchado y ganado por el mismo Infierno. Hemos asesinado y desplegado destrucción a tantos en el nombre del futuro. De Ruby. Sin embargo… esto era diferente. —Convertirnos en sus protectores será diferente a cualquier misión que hayamos tenido antes. Ya ha demostrado tener algunos desafíos que no hemos previsto, y creo que puedo hablar por todos cuando digo que ya tenemos una sensación de derecho sobre ella —dijo Julian.

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No se equivocaba y ninguno de nosotros lo corrigió. —Con eso dicho, su bienestar es más importante que cualquier cosa que podamos querer o sentir. Ella no está cómoda con nosotros todavía, así que limitemos el tiempo que pasamos con ella como una unidad. Al menos hasta que las noticias del Infierno lleguen hasta aquí. No podemos posponer lo inevitable. Ella debe venir con nosotros, pero podemos darle tiempo para amoldarse. Mi mirada fue hacia Rysten. El bastardo prácticamente sonreía para sí ante el decreto de Julian. Él había pasado más tiempo en la tierra que ninguno de nosotros en las últimas dos décadas, y aunque todos sabíamos la razón, nadie jamás pensó que eso podría hacer una diferencia. Asumimos que ella querría venir con nosotros. Que estaría feliz de dejar la tierra atrás. No tuvimos en cuenta que crecería, tendría su propia vida y se convertiría en una mujer por derecho propio, con curvas pecaminosas y una boca voluptuosa. No la tomamos en cuenta. Solo la idea de ella. Todos nosotros, menos Rysten. El hijo de puta probablemente estaba realmente feliz en este momento, pero no era el único con cartas en la manga. Soy Guerra y nadie juega mejor que yo.

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7 Atontada y agotada, me desperté con Moira derrumbando la casa. No literalmente, pero bien podría haberlo estado. Rodé por la cama y gemí. Bandido chillaba, saltando de su hamaca colgando sobre mi cabeza y al suelo. Caminó salvajemente de un lado a otro, rasguñando la puerta. —Ugh… ¿por qué yo? —gemí, separándome de las sábanas. Había dormido profundamente anoche y me desperté con una capa de transpiración. Iba a necesitar una ducha antes de ir hoy a la tienda. Abriendo la puerta de mi habitación, me arrastré prácticamente desnuda a la sala. —¿Por qué, en el nombre del diablo, estás gritando? —pregunté, doblando la esquina. Rysten estaba de pie en el umbral con una extremadamente enojada Moira. Mi mejor amiga se giró para responder, pero se quedó sin palabras una vez que me vio de pie allí con mi ropa interior. Solté un gruñido frustrado y me di la vuelta, ignorando la intensidad cruda en la expresión de Rysten. Para nada era una mojigata y tomaba la desnudez de manera casual. Hasta que lanzabas hombres a la mezcla. Los bastardos veían algo que les gustaba y nunca me dejaban en paz. Busqué a través de la pila de ropa limpia y nunca doblada puesta en la esquina de mi cama. En el fondo, se encontraba mi bata negra. Era simple y de algodón, sin dudas nada sexy y funcionaría. Me puse la bata y até el cinto en mi cintura conforme regresaba a la sala. —¿Por qué este imbécil se encuentra en nuestro umbral? —exigió Moira, como si fuera mi culpa. —¿Crees que si lo hubiera sabido habría venido en ropa interior? —le espeté en respuesta. Inclinó la cabeza a un lado, entrecerrando sus ojos mientras consideraba ese pequeño detalle por un momento antes de regresar su enojo a él. —¿Qué estás haciendo aquí, niño? —le preguntó, para nada ocultando su desdén ante su presencia. Casi me ahogué con la risa que

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amenazó con salir. Moira no sabía que Rysten era Pestilencia. No sabía que era un demonio en lo absoluto. —Estoy aquí para llevar a Ruby al trabajo —dijo, sin ocultar su sonrisita. —No, no la vas a llevar —respondió Moira por mí. —Oye —protesté—. Puedo responder por mí. —Moira entrecerró sus ojos en mi dirección. ¿Qué se le había metido últimamente? —¿Quieres que intencionadamente.

él

te

lleve

al

trabajo?

—preguntó

—Claro que quiere —respondió Rysten antes de poder decir una palabra. Giré mi mirada fulminante en su dirección—. ¿O no, amor? —No, no puedo decir que quiero —dije acaloradamente, metiendo mi lengua contra mi mejilla. Tenía sentimientos encontrados en lo que concernía a él y los otros. Era mi naturaleza querer jugar con fuego y cuatro demonios sexys e increíblemente poderosos eran eso. Pero. También querían llevarme al Infierno donde probablemente sufriría una terrible muerte una vez se dieran cuenta que habían cometido un error. —Ahora, amor, sé que esto no es fácil para ti, pero… Rysten seguía hablando cuando Moira cerró de un portazo en su cara. —¿Por qué te está siguiendo, Ruby? —me preguntó, dándole la espalda a la puerta. Rysten se había quedado callado, pero ni por un segundo pensé que se había ido. No si en verdad creían lo que me dijeron, y dado su comportamiento, no tenía razón para pensar lo contrario. Mis ojos se desviaron hacia Moira y le di un encogimiento de hombros evasivo. —Sabes cómo son los hombres. —Lo sé —dijo entrecerrando los ojos—. Pero él no es humano, ¿cierto? Bueno, mierda. Tal vez ella sí sabía una o dos cosas. —No —dije sombríamente—. No lo es. Asintió como si eso fuera lo que esperaba.

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—¿No has dormido con él todavía? —No. No he dormido con ninguno de ellos —espeté, dándome cuenta un segundo después que acababa de dar más información de lo que pretendía. Mierda. —¿Ellos? —preguntó, alzando una ceja. Puse los ojos en blanco, soltando un suspiro exasperado. No existía manera de que fuera a dejarlo pasar ahora que se me escapó. Estupendo trabajo, Ruby. —¿Recuerdas al tipo que me pagó la fianza de la cárcel? —Asintió con lentitud—. Bueno, él y Rysten trabajan juntos con otros dos sujetos. Los cuatro vinieron aquí porque tienen alguna loca idea delirante de que soy importante. Entonces, creen que tienen que protegerme. —Bueno, ¿quién creen que eres? —preguntó, su voz llena de escepticismo. —La hija de Lucifer. Silencio siguió mientras nos mirábamos fijamente hasta que empezó a reírse a carcajadas. Esperé a que sus risitas cesaran, y entonces dijo: —Esa es buena, pero ¿por qué están aquí realmente? La miré inexpresivamente hasta que su sonrisa desapareció a medida que la verdad detrás de mis palabras se asentaba. —¿En verdad piensan que eres la hija del rey? —preguntó, como si solo entonces se le ocurriera que yo podría estar diciendo la verdad. —Se pone mejor —dije rígidamente y le conté toda la historia. Me desplomé sobre el sofá, toda esperanza de llegar a la tienda temprano desapareciendo a medida que le contaba sobre los Jinetes y cómo querían arrastrarme al Infierno ahora que Lucifer murió, así podría de alguna manera evitar que el apocalipsis sucediera. —Vaya. No sé qué decir. —Su voz estaba teñida con sorpresa y escepticismo. —Eso hace que seamos dos. —¿Qué vas a hacer?

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—Honestamente, no lo sé. No me creyeron cuando les dije que tienen a la persona incorrecta, pero no tengo intenciones de ir al Infierno a probar que se equivocan. —Recogí una pelusilla de mi bata de baño mientras Moira me estudiaba. —¿Estás segura…? —¿Estoy segura de qué? —¿Estás segura de que no hay manera que tengan razón? La miré boquiabierta, ni siquiera dispuesta a contemplar esa idea. —¿Te escuchaste ahora? ¿Cómo es posible que lo preguntes siquiera? Me has conocido la mayor parte de tu vida. ¿Alguna vez he sido más que parte súcubo? —Mi corazón cantó en mi pecho mientras farfullaba las palabras. —No —exhaló—. Pero eso no quiere decir que no lo seas. Siempre existe la posibilidad de que tu otra mitad no se haya manifestado todavía… —¿En verdad crees que si Lucifer tuviera un hijo, no se manifestaría antes de los veintidós? —dije inexpresiva. Incluso ella no podía negar eso. —De acuerdo, entonces asumo que no lo eres. ¿Qué vas a hacer con respecto a los Jinetes? —preguntó cuando Bandido saltó en el respaldo del sofá y metió su cabeza entre las persianas. Entre el espacio, pude ver a Rysten de pie en el patio hablando con alguien en el teléfono. —En la manera que lo veo, no hay mucho que pueda hacer. Van a seguirme de cualquier manera y, al menos, cualquier otro demonio que piense que soy la hija de Lucifer puede dejarme en paz mientras ellos andan cerca. O sea, van a entender la indirecta en algún momento, ¿cierto? —dije, arrojando mi brazo sobre mi rostro. Moira se removió en su asiento. —Hmm… posiblemente. Sin embargo, son demonios y cuando tengan una probada de ti… —Eso es un si, no un cuando —señalé, más para mi propia paz mental que nada. Estaba feliz con mi vida aquí. No quería que nada

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cambiara, pero dejaron claro que no me iban a dejar en paz, incluso si yo lo quería. *** Bandido estaba apoyado en mi hombro, masticando una zanahoria mientras salía por la puerta principal. Había estado planeando dejarlo en casa hoy, pero cada vez que alargaba la mano hacia el picaporte, intentó subirse por mis piernas clavando sus garras para venir conmigo. Dependiente. Supe que si lo dejaba en casa, rompería todo en pedazos solo para vengarse de mí. Era así de vengativo. Rysten estaba de pie en el camino de entrada, apoyado contra mi auto. Su cabello color arena colgaba sobre sus ojos y tenía los brazos cruzados sobre su pecho. —¿Supongo que ustedes cuatro no van a irse pronto y dejarme en paz? —pregunté a medida que me acercaba al auto. Rysten negó con la cabeza, el brillo oscuro en sus ojos haciendo que mi estómago hiciera pequeñas volteretas. —Nada se puede hacer, amor. Estás pegada a nosotros ahora que te hemos encontrado —dijo, abriendo mi puerta del lado del conductor. —No vas a intentar quitarme mis llaves de nuevo, ¿cierto? —pregunté cautelosamente. Resopló. —No soy Julian. A diferencia de Muerte, me doy cuenta que eres bastante independiente como para irritarte si intentamos hacer todo por ti —dijo, un brillo conocedor en sus ojos. Tragué saliva y fingí no notar el imperceptible roce de calor contra mi piel. —Efectivamente, lo soy. —Lo rodeé y me subí. La puerta del pasajero se abrió, Rysten tomando el asiento de Bandido. Él gruñó en voz baja por su lugar de siempre siendo ocupado por este extraño, pero se acomodó en la parte trasera del auto mientras salía del camino de entrada. —A tu amiga, no le agrado mucho, ¿cierto? —preguntó. Fue un abrupto cambio de tema. Pero dada la reacción de Moira para con él en dos ocasiones, no me sorprendía que tuviera curiosidad.

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—No. No le agradan la mayoría de los hombres que no me dejan en paz —dije honestamente. —Pero no soy un hombre —señaló. —Eres del sexo masculino y has estado acosándome. Bastante cerca —dije poniendo los ojos en blanco. Se rio en voz baja, un sonido oscuro y delicioso. —Es bueno que sea tan protectora contigo —dijo—. Incluso sin ser una súcubo completa, puedo sentir la atracción. A un demonio inferior le sería imposible resistirse. —Tragué saliva, una pregunta que no debería hacer en la punta de mi lengua—. Realmente serás algo cuando tengas posesión de tus poderes. —Si llego a tener posesión de mis poderes —corregí. Eso ganó otra risita de su parte. —Oh, lo harás, amor. De eso, estoy seguro. —Sonaba espantosamente seguro para alguien que iba a estar infernalmente decepcionado. Miré de reojo, pero no hubo un indicio de poder u oscuridad que escuchara arrastrándose en su voz. Su glamur onduló cuando nuestros ojos se encontraron y rápidamente aparté los míos hacia la calle. —¿Por qué usas un glamur cuando los otros no? —pregunté. —Porque los otros son unos idiotas en algunas cuestiones —dijo engreídamente. —¿A qué te refieres? —¿Cuál fue tu primer pensamiento cuando conociste a Allistair? —preguntó. Pensé en el melancólico íncubo. Había sabido lo que él era desde metros de distancia, tanto por la mirada en sus ojos como por la manera en que se movía. Había un poder crudo que irradiaba de él. —Él fue… —Luché por encontrar una descripción que no fuera vergonzosa, como sexo en barra. Eso probablemente no me ganaría puntos aquí—, intenso. Rysten asintió. —¿Qué hay de Julian?

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—Bueno, le disparé, así que… —Exactamente. Y de no haber conocido a Laran cuando intentabas deshacerte de tu admirador… —Arrugó la nariz con disgusto—, habrías sentido lo mismo. —Esa es una palabra para describir a Josh. —Él no vale la pena —dijo Rysten. Algo sobre esa respuesta me molestó. Fue casi de una manera territorial, de alguna manera implicando que él sí valía la pena. Me detuve en el estacionamiento detrás del salón y apagué el motor. Rysten rozó con su pulgar su labio inferior y me mordí el interior de la mejilla. Aunque era el más accesible de los Jinetes, seguía siendo un demonio, y uno muy poderoso. —Todavía no respondiste mi pregunta —dije. Las comisuras de sus labios se alzaron mientras se inclinaba hacia delante. —¿No lo he hecho, amor? Mi mirada fue de sus labios a su rostro, donde sus ojos revelaban ese muy leve indicio de oscuridad que sentía en él. Entonces lo comprendí. —Porque crees que te dejaré acercarte solo porque puedes parecer más humano. Su sonrisa de respuesta me enojó tanto como excitó. Se inclinó, a solo meros centímetros de mi rostro y murmuró: —Eso es lo que tú estás haciendo, ¿no? —Su aliento acarició mi piel, atrayendo a mi seductora interna. Bloqueé con fuerza mis anhelos, luchando con la lujuria desplegándose en mi interior. —No —espeté, retrocediendo—. No lo es. Prácticamente giré en mi asiento y abrí la puerta de un tirón, saltando del auto para poner tanto espacio entre nosotros como fuese posible. ¿Cómo pude ser tan estúpida como para ignorar lo obvio? Estaba más frustrada conmigo misma de lo que estaba con él.

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Bandido se apoyó en el borde del asiento del conductor y saltó hacia mí, envolviendo sus patas alrededor de mi cuello. Puse un brazo debajo para soportar su peso y usé la otra para agarrar la puerta del auto. Rysten inclinó la cabeza a un lado mientras su glamur se asentaba ahora que yo no estaba cerca. Una sonrisa juvenil apareció en sus labios conforme decía: —Va a suceder te guste o no, Ruby. Eres nuestra para proteger y cuidamos lo que es nuestro. Cerré de un portazo y me alejé de él mientras la realidad de lo que significaba tener a los Cuatro Jinetes detrás de mí realmente calaba. Esta iba a ser una larga semana. Me protegerían de cualquier cosa que vieran como una amenaza debido a quién pensaban que yo era. Pero, ¿quién me protegería de ellos?

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8 Estaba cerrando la tienda por el fin de semana cuando la campana en la puerta delantera sonó. Asomé mi cabeza por la esquina y gruñí cuando vi quién estaba allí. No era otro que mi repugnante ex sosteniendo la triste creación de otra disculpa en forma de un ramo. ¿Por qué yo? —¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté. Bandido le dio un vistazo a Josh y soltó un gruñido. Él alzó más la cabeza ante la vista del mapache. Su postura no pudo haber sido más derecha aunque alguien le hubiera empujado un tronco de pino por el culo. —Vine a disculparme por lo del domingo en la noche. —Señaló las flores en su mano—. Te traje narcisos. Se supone que representan el perdón y los nuevos comienzos. Tomó todo mi auto-control para no vomitar. —Estoy bien. Gracias. —Por favor, Ruby. —Que el diablo me salve, no de nuevo el lloriqueo. No tenía la paciencia para ello hoy. Sabía que el haberme perdido no lo tenía obsesionado con nuestra ruptura. Sabía que se debía al súcubo latente dentro. Él me había engañado clamando que se debía a que yo no dormía con él, pero también lo tenía arrastrándose cada pocos días. Era agotador. Pero dormir con alguien a quien realmente le importabas una mierda, y no tenía elección, se sentía un poco parecido a una violación. Esto es lo que consigo por tener moral. —Por favor, ¿qué? —dije, alzando las manos con exasperación—. Rompimos, Josh. No sé qué decir. —Que me perdonarás y me darás otra oportunidad… Alcé la mano y lo detuve. —No. Nunca, jamás, vamos a regresar. —Me estremecí en cuanto las palabras salieron, sabiendo que soné igual a una mala canción de Taylor Swift.

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—¿Es debido a esos tipos que vi contigo? ¿Tienes un… —Luchó con las palabras por un momento, enojo golpeando su cerebro—, un harén ahora? ¿Es eso? ¿Un harén? Vaya idea. Estaba igualmente intrigada por la idea como enfadada por su actitud, dado que tenía absolutamente cero razones para sentirse posesivo hacia mí. Después de todo, sus acciones fueron lo que trajeron un abrupto final a nuestra relación, pero con todo el lloriqueo que estaba haciendo, no podía decir que lamentaba que terminase. Al menos, no tenía que sentirme mal por portarme como una perra esta vez. —Ellos no tienen nada que ver con lo que sucedió entre nosotros, Josh. Tú eres el que me engañó. —Estaba comenzando a sonar como un disco rayado. Esta conversación se estaba volviendo vieja, y rápidamente. —¡No tenías sexo conmigo! ¡Esperé meses! Ahora estás durmiendo con, ¿qué… tres, cuatro tipos? Pero estoy dispuesto a perdonarte por tus trasgresiones, si puedes pasar por alto mi pequeño error de juicio. Vaya. Ni siquiera sabía cómo responder. Desafortunadamente para él, escogió comportarse como un completo idiota en el mismo momento que Laran estaba entrando. La puerta se abrió detrás de él y echó un vistazo sobre su hombro y se puso pálido. —No necesito tu perdón porque no quiero estar contigo. Déjame en paz —dije, esperando que la presencia de Laran bastaría para hacer que se fuera. Josh tragó saliva con fuerza y dijo: —Esto no ha acabado. Te recuperaré. —La palabra delirante no era lo bastante fuerte. —De hecho, no lo harás —dijo Laran sombríamente—. Mantente alejado de Ruby, niño. Mi paciencia tiene fecha de caducidad, igual que la duración de tu vida. —La amenaza en su voz no fue suave o maliciosa. Fue atrevida, y teñida con un peligro que pareció irradiar de Laran. Solo había hablado con él brevemente, menos que con los otros tres, y me asustaba. Josh probablemente se mearía los pantalones si seguía con esto. —¿Me estás amenazando? —exigió Josh. Su rostro se sonrojó mientras farfullaba su indignación.

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—Sí. —Laran se apartó del camino a la puerta, una señal no muy sutil de que era tiempo de que se fuera. Una vez más, Josh soltó una sarta de maldiciones, pero efectivamente se fue. La puerta de la tienda se cerró de un portazo detrás de él, dejando a Laran y a mí a solas. —¿Todos tus ex están así de locos? —me preguntó. Supongo que a esta altura era lo más cercano que podíamos tener a una charla. —Mayormente —respondí. El indicio de una sonrisita cruzó sus labios, y desapareció antes de poder decir si fue real. —Supongo que eso significa que tengo trabajo por delante. — Caminó hacia mí como si fuera el dueño de la tierra en la que caminábamos. Era masculino inequívocamente y sin disculpas. Mi boca se secó a medida que se acercaba, pero no retrocedí. Lo último que necesitaba era que estos demonios pensasen que podían intimidarme. —¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté, jugueteando con la esquina de mi manga. Bastante extraño, Bandido permaneció callado cuando él se me acercó. A diferencia de Josh, que siempre parecía disgustarle, no parecía importarle de una manera u otra si Laran estaba cerca de mí. No estaba segura si debería encontrar eso reconfortante o preocupante. —Es mi turno —dijo con orgullo. —¿Tu turno? —De pasar tiempo contigo —aclaró. Fruncí el ceño. Estaban turnándose sobre quién… —¿Quién dice que quiero pasar tiempo contigo? —No me interesaba particularmente que me dijeran qué hacer o con quién pasar el tiempo. —¿Preferirías a Allistair o Julian? —Um… —Mi no-respuesta debió haber sido suficiente. Sonrió y me tendió su mano. —Ven. Prometo no morder. Esta vez. ¿Esta vez? Me lamí mi labio inferior ante la promesa en esas palabras. No se suponía que estuviera atraída hacia ellos, o al menos,

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que no desarrollara fantasías, pero no pude evitar preguntarme a qué sabría Laran. Solo una probada. Era un demonio masculino adulto, en su mejor momento y las cosas que podría enseñarme… Mi ilusión se detuvo cuando los recuerdos me devolvieron a la realidad. Había pasado un largo, largo tiempo desde que eché un polvo, gracias a lo que sucedió la última vez. Viendo que no tenía planes inmediatos para arreglar eso, solo acepté que estaba condenada si lo hacía y condenada si no. Respirando hondo, dije: —Bien, pero tengo que dejar a Bandido en casa primero. A él no le gustan las personas y los humanos son imbéciles prejuiciosos. Laran me dio una sonrisa salvaje. —¿Quién dijo algo sobre humanos? No estaba segura de si debería estar emocionada o preocupada ante la perspectiva de lo que el Jinete de la Guerra había planeado. El brillo demoníaco en sus ojos debió haber sido toda la advertencia que necesitaba. *** Media hora después de dejar a Bandido en casa, doblamos en la carretera. Un cartel de “No pasar” se encontraba antes de la curva en el camino que giraba y revelaba este terreno deteriorado en el medio de la nada. Los trozos de basura desperdigados lo habrían hecho parecer como cualquier otro terreno abandonado que encontraras, tenía coníferas que se cernían al edificio improvisado, manteniéndolo oculto de ojos indeseados. Parecía como una excelente ubicación para una película de terror. En frente de un cobertizo desvencijado hecho de contrachapado había una moderada parcela de tierra compacta, actualmente siendo usada como un estacionamiento por los pocos autos estacionados afuera. Líneas pintadas con aerosol delimitaban los lugares donde los autos se suponían que estacionaran, no es que pareciera que a los conductores les importara. Los zarzales levemente inclinados y el césped aplastado eran la única indicación de que un camino sin marcar existía junto a la carretera que llevaba allí. Había algo demasiado conveniente sobre eso y no me sentó bien. De pronto sentí como si estuviésemos a punto de entrar en medio de alguna cosa sospechosa.

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—¿Dónde estamos? —pregunté cuando salimos del auto. Un pentagrama invertido colgaba de lo alto de la puerta torcida, la única indicación sobre lo que podría esperar adentro. —Pensé en llevarte a un pequeño viaje de campo. Sacarte de todo el abatimiento de esta semana —respondió sin dudas. Titubeé a medio paso, tropezando con una roca porque estaba demasiado ocupada mirándolo. Mis brazos se agitaron a medida que caía hacia el suelo, pero Laran me agarró por el codo. Rápido. Firme. Me jaló hacia atrás así no caí de lleno sobre mi cara, o a través de la puerta maltrecha. —Eso es extrañamente considerado para un demonio. El Jinete de la Guerra, nada menos —murmuré. Laran se acercó un paso e inclinó, sus labios rozando mi mandíbula. —¿No has escuchado del dicho, todo se vale en la lujuria y la guerra? —susurró. Me estremecí ante el roce de sus labios contra ese lugar sensible bajo mi oreja. —Estoy muy segura de que el dicho es amor y guerra —respondí secamente. Sus labios se curvaron contra mi piel, dejando un rastro de calor en su estela. —Me gusta más mi versión —murmuró. Su actitud me llamaba, oscura y seductora. Como una polilla a la llama. Pero una polilla no se daba cuenta que iba a quemarse. Yo era bastante lista para saberlo, y una parte de mí lo quería. Un pequeño lado sádico de mí se sentía atraído hacia estos hombres, hacia todos los hombres, y no tenía nada que ver con amor, o guerra. Tragué saliva, empujando a mi demonio interior dentro. Ella iba a meterme en problemas si se salía con la suya. Laran se rio entre dientes cuando me aparté de él, pero no soltó su agarre sobre mi codo. Sus dedos eran distractores, pero no me quejé cuando abrió la puerta torcida y me acompañó en lo que era, a todos los efectos, un antro. Para demonios. Todos los ojos se giraron en mi dirección y me quedé inmóvil. ¿Por qué demonios me llevaría a un bar para demonios en el medio de la nada? Bien pudo haberme ofrecido en bandeja de plata y dicho bon appétit.

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—¿Qué estamos haciendo aquí, Laran? —siseé con los dientes apretados. Me moví para deshacerme de su agarre, pero me sostuvo firmemente. —Relájate, Ruby. No saben quién soy. Cualquiera que me vea verá el glamur de un demonio masculino con el que no querrán meterse, y por extensión, contigo. —Lo miré fijamente, mi mirada cayendo lentamente a la mano posesivamente envuelta alrededor de mi brazo. Él estaba… reclamándome. Una advertencia para cualquiera que pensara que podrían querer un juguete nuevo. Les estaba dejando saber que me encontraba fuera del mercado. Solté un aliento tembloroso conforme entrábamos más en el bar. El aroma a humo y citrus vagó hasta mí y mis músculos se relajaron instantáneamente. Inhalé profundamente, el más suave de los suspiros escapando de mis labios a medida que la tensión me abandonaba completamente. —¿Te sientes mejor? —preguntó Laran. Sus labios se torcieron en una sonrisa divertida. —Mucho —respondí a través de la bruma que estaba comenzando a nublarme. Las esquinas de mi visión se suavizaron, pero el mundo parecía tan brillante. Tan… tentador. Mi seductora interior sonrió ante la multitud del bar a medida que me alejaba de Laran y me abría paso entre dos machos de aspecto malvado. —Voy a pedir un Black Russian en las rocas. Hazlo doble. —Mi voz salió seductora. El súcubo había salido a jugar.

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Laran Ella desapareció. Un minuto estaba de pie a mi lado, una sexy sonrisita iluminando su rostro, y al siguiente había desaparecido. Alguien iba a pagar por esto y no sería bonito. Una furia apenas contenida resonaba en mi pecho mientras revisaba las mesas de juego. Diablos de todas formas y tamaños, banshees de todos los colores, un Chupacabra aquí y allá, incluso algunas sombras tapaban a la multitud, pero nada de Ruby. Su aroma a amaryllis y lavanda llenaba el aire, mezclándose con el penetrante humo del loto blanco ardiendo. Loto blanco: la droga de elección para la mayoría de los demonios, y una versión mucho más amable que el loto negro, conocido por sus… efectos indeseables. Dejé las mesas de juego y busqué en el bar donde recogí el más ligero indicio de ella. Estaba cerca, y sin embargo, conforme buscaba en toda la barra, no podía encontrarla por ninguna parte. ¿Cómo demonios la perdí? ¿A la única persona por la que fui creado para proteger? Esta mierda era increíble. El apremio en mi interior de que algo había salido terriblemente mal se aceleró a medida que corría a las escaleras. Si la encontraba en una de esas habitaciones traseras atada como… ni siquiera pude terminar ese pensamiento. Si estaba aquí arriba, alguien iba a morir. Apreté mi mandíbula y pateé la primera puerta que vi. Una demonio de mejillas cetrinas alzó la mirada en mi dirección y soltó un ronroneo mientras el macho detrás de ella continuaba embistiendo su carne. Estaba inclinada sobre un escritorio que había visto días mejores. Su sonrisa feroz y dedo torcido que usó para intentar llamarme no era apetecible en lo más mínimo. Solo había una persona en la que tenía ganas de meter mi pene y no era la zorra drogada delante de mí. No me molesté en cerrar la puerta cuando me moví a los siguientes cuartos. Todos eran lo mismo: demonios femeninas con uno o dos machos y ni un rastro de Ruby.

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Me pasé una mano por el cabello mientras caminaba al balcón con vistas al bar. ¿Dónde demonios estaba? Había pasado casi media hora desde que entramos a The Black Brothers y seguía sin haber señal de ella. Más tiempo e iba a tener que recorrer el terreno para ver si alguien la sacó a hurtadillas. Habría pensado que ella pondría pelea, pero tuve la sensación de que no estaba acostumbrada a fumar loto blanco y en el cuarto mismo había una dosis considerable que dejaba incluso a los demonios más fuertes ligeramente delirantes. Ella es joven. No ha hecho la transición. ¿Qué diablos estaba pensando trayéndola aquí? Le eché un último vistazo al bar antes de que mi paciencia se agotara. Estaba aquí, en alguna parte. Podía olerlo, pero alguien estaba usando glamur en ella. —Allistair, necesito que vengas a Black Blother. Ruby está perdida. Bajo cualquier otra circunstancia, me mordería el brazo antes de llamar a uno de los otros Jinetes. Las glamures no eran mi especialidad, no obstante, y de ninguna manera iba a llamar a Julian por esto. La gente siempre pensaba que yo era el más grande y malo bastardo de los alrededores, pero eso solamente porque nunca habían visto a Muerte en acción. A decir verdad, ya estarías muerto si lo vieras alzar un dedo en una pelea. Su particular estilo de sutileza no era necesario en esto, y Rysten ya me había molestado mucho esta semana. No sabía en qué estado se encontraría Ruby cuando la encontráramos, pero prefería ceder mi orgullo con la ayuda de Allistair que con los gemelos pesimistas. —¿Cómo demonios la perdiste? —Su respuesta tomó más tiempo del que había esperado, dado de quién estábamos hablando. —Alguien le puso un maldito glamur y la está escondiendo bajo mis narices. Necesito que encuentres al hijo de perra —espeté. —Estoy en camino. —Gracias al jodido diablo por eso. Lo necesitaba aquí ayer. No quería revisar la hora, pero supe que el tiempo se estaba agotando. Sujeté la barandilla, sin notar que había quemado la mayoría de la misma antes de comenzar a tropezarme sobre el borde. Empujé una

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cortina de viento desde el piso de abajo, y ésta me levantó hacia atrás contra la plataforma superior a la vez que partes de la barandilla rota caían sobre la mesa de póker de abajo. Hasta ahí mantenerme tranquilo. Podría quemar este edificio hasta sus cimientos. Arrancarlo con un tornado como ningún otro. Inundarlo con lluvia que ahogaría a la mitad de los demonios del cuarto. Incluso diezmarlo con un terremoto que nivelaría todo Portland. Pero Ruby se encontraba aquí en alguna parte y tenía que tranquilizarme hasta que la encontrara. Allistair atravesó la puerta en tiempo record. Hambruna debió estarse mirando en el espejo cuando lo contacté, dado lo rápido que llegó aquí. Estaba a medio camino de bajar las escaleras cuando sus ojos se trabaron en algo. Esperaba por Satanás que se tratara de Ruby, porque si no lo era, nivelaría el Black Brothers con el maldito suelo. —Laran —dijo Allistair. Los demonios circundantes lo evitaron cuando se dieron cuenta quién era mi amigo. Dejé caer mi propio glamur y el bar quedó en silencio. Todos, excepto por uno. Allistair chaqueó los dedos y desintegró el glamur de ella. A través del bar en la primera mesa que revisé, estaba Ruby. Estaba sentada en el regazo de un diablo, soltando pequeños jadeos temblorosos. El aire pasó a través del bar a mi entera disposición, haciendo parpadear el fuego que ardía en las hojas de loto. Las manos del diablo se cerraron más fuerte alrededor de ella, acercando su piel suave al cuerpo de él. La mirada en el rostro de ella era aturdida y confundida. ¿Se atrevió a ocultar a una demonio reclamada? Vi rojo y era guerra.

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9 El macho a mi izquierda se giró hacia mí y dijo: —Una bebida fuerte. ¿Cuál es tu nombre, muñequita? Le di una mirada de apreciación. Cabello oscuro prolijamente peinado enmarcaba un apuesto rostro. Sus ojos eran de un malvado rojo y sus dientes antinaturalmente blancos. Tenía una expresión traviesa e instantáneamente me di cuenta que era un diablo. Uno de los demonios más comunes en estas partes, pero también, uno con los que una súcubo menos querría juntarse, si estuviera pensando con claridad. Ciertamente, no lo estaba. Un diablo pura sangre tiene poderes impresionantes ante cualquier demonio inferior, pero no era inferior. Incluso una mestiza como yo sería un premio en un lugar como este. Nuestra piel era el más potente afrodisíaco del planeta, diez veces más para otros demonios. Por esa razón siempre había permanecido lejos. Por el temor a que alguien habilidoso en persuasión, o el Infierno no lo permita, magia negra, pudiera hacer. Pero por primera vez en mi existencia, no sentía miedo. Por el contrario, su enigmática persona estaba atrayéndome y él no había dicho más que ocho palabras. O era más hábil en persuasión de lo que supuse, en dicho caso ya estaba jodida, o estaba ansiosa por un castigo. Dado cómo exudaba confianza como algunos otros hombres usaban su desesperación, estaba inclinada a pensar que era un poco de ambos. Qué afortunada. Miré los bordes oscuros de unas marcas que se asomaban simultáneamente por su cuello y el puño de su muñeca. La tinta era blanca, no del tradicional negro. En alguna parte en el fondo de mi mente, eso significaba algo. También los bordes de lo que parecían ser pétalos de flores, pero por mi vida, no podía parecer sujetarme a ese pensamiento, esa preocupación, por más de un instante antes de relajarme de nuevo en un estado de olvido. Mi ritmo cardíaco se ralentizó hasta ser un constante latido, cayendo en línea con el rítmico beat de

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una canción que solamente yo podía escuchar. Sonreí con fingida modestia al diablo mientras el cantinero deslizaba mi bebida en mi dirección y decía: —Va por la casa. Volví mi bonita sonrisa hacia el cantinero y me guiñó un ojo cuando acepté el Black Russian y me alejé de la barra. El diablo me seguiría. Estaba segura de eso. Por un breve instante, me pregunté a dónde había ido Laran, pero cuando me acerqué a la mesa de dónde provenía el humo, pareció no importarme más. Todos los pensamientos de Laran, el Jinete, e incluso los pensamientos de mí misma, se desvanecieron cuando me cerní sobre la mesa de juegos repleta. Dados y cartas volaban por todas partes, pero el trasto ardiendo lentamente en el centro hacía difícil que apartara mi mirada. —¿Quieres entrar, encanto? —dijo alguien desde el otro lado de la mesa. Negué con la cabeza. —¿Puedo mirar? —Escuché el suave y aterciopelado ronroneo en mi voz. Los machos en la mesa alzaron la vista hacia mí y el arrastrar de una silla me hizo girar. El diablo de la barra había traído un asiento y los otros se movieron para hacerle espacio. Ágilmente se sentó en la silla, sus rodillas separadas mientras se reclinaba y me invitaba. —Si te sientas en mi regazo, puedes —gruñó. Mi estómago se apretó ante el desafío en su voz. Caminé hasta él y eché mi cabeza hacia atrás, terminando mi Black Russian de un trago. Golpeé el vaso contra la mesa y giré mi cuerpo para apoyarme en sus rodillas. El diablo aceptó mi invitación por lo que era y puso una mano en mi cintura. Algo como obsesión se apoderó de mí cuando me concentré en el aspecto gracioso de las hojas en el trasto. Los bordes se arrugaban lentamente, brillando. Las observé en un estado de suspendida euforia que no parecía tener un comienzo o un final. Simplemente existía y yo existía en él. El diablo flexionó sus dedos, las puntas de las garras mordiendo mi piel justo debajo del suéter. Solté un suspiro y me moví hacia atrás. Más cerca del demonio. Al calor. Su brazo rodeó mi cintura, apenas pude contener el gemido formándose en mi garganta. Que el Diablo me lleve, lo deseaba. A todos ellos. Quería sentir algo pesado y duro entre mis piernas, calmar la necesidad que me impulsaba.

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La otra mano del diablo se cerró sobre mi rodilla que estaba colocada entre sus piernas. Caliente y pesado, su aliento me dio piel de gallina cuando susurró: —¿Qué deseas, muñequita? Me retorcí inquieta en su regazo mientras su mano desenfundaba sus garras y comenzaba lentamente a ascender por mi pierna, hundiéndose en las rasgaduras gastadas de mis vaqueros oscuros. Un suspiro escapó de mis labios cuando la mano alrededor de mi cintura se apretó y sus dedos se deslizaron bajo mi camiseta. El roce de sus garras me causaba dolor y mi espalda se arqueó… —Quita tus malditas manos de ella. Las manos sobre mi cuerpo se quedaron quietas y solté un siseo. Eso no era parte del trato. Giré mis ojos entornados hacia el demonio que se atrevía a interrumpirnos, pero no estaba preparada para ver a Laran y Allistair parados allí. El rostro de Laran era una máscara de furia congelada. Me estremecí apoyándome en el regazo del demonio en el que estaba sentada en este momento. Ya no se sentía caliente, y el dolor que estaba sintiendo se encontraba en la cúspide del placer y el dolor. —Hambruna. Guerra, lo siento. No me di cuenta que ustedes… —Ruby. Ven —ordenó Allistair. Mis ojos giraron del demonio ceñudo amenazando con explotar, al demonio avanzando hacia mí con una voz que hacía a mi estómago dar vuelcos. Alargó ambas manos hacia mí y me arrancó de regazo del diablo, poniendo un brazo bajo mis rodillas y sosteniendo mi espalda con el otro. Me retorcí en su agarre, pero Allistar me mantuvo sujeta. —Ahorra tus palabras, diablo. La ocultaste e intentaste separarnos luego de que puse mi reclamo. —La voz de Laran retumbó, haciendo que las mesas se sacudieran tanto que los vasos traquetearon contra las encimeras del bar y se hicieron añicos cuando cayeron a la tierra. En mi estado delirante, no pude procesar lo que estaba sucediendo, o por qué. Solo sentía la necesidad que me impulsaba. Me recosté contra Allistair e inhalé profundamente. El humo llenaba mis pulmones, haciendo que mi núcleo ardiera; un infierno rampante que no sería negado. —Voy a llevarla a casa, Laran. Asegúrate de limpiar tu lío.

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Laran gruñó en respuesta y Allistair comenzó a moverse. Atravesamos el bar, moviéndonos más rápido y más lejos del humo con cada segundo. Observé por encima del hombro de Allistair cuando cruzamos el umbral, las brasas de las hojas humeando extinguiéndose y entonces nos habíamos ido. Un momento estábamos afuera del bar, parados en el estacionamiento y al siguiente, estábamos en un baño extrañamente familiar. Casa, reconocí, cuando abrió la puerta del baño que conectaba con mi dormitorio. Mi cama queen-size se cernía frente a nosotros y todo lo que podía escuchar, todo lo que podía sentir, era el calor que irradiaba a través de él. Giré mi rostro hacia él, mordiendo mi labio cuando vi la excitada intensidad. Sus ojos no eran solamente ámbar. Eran oro fundido. Estaba enojado, pero no podía deducir la razón. Solo sabía que quería hacer que desapareciera. Cuando mi espalda tocó la cama, y Allistair comenzó a apartarse, sujeté en mi puño su camiseta, manteniéndolo allí. —Quédate. —Fue una sola palabra: una orden, un pedido, un ruego, pero reverberó a través de la habitación y sobre su piel. Me mordí el labio nuevamente cuando sus ojos se dilataron y oscurecieron. Se inclinó hacia delante, atraído por el efecto que tenía sobre él cuando empujé mi necesidad a través del aire, a través de sus ropas, sobre su piel y dentro de él. —Ruby —gruñó. El dolor en su voz se hacía eco del ardor entre mis piernas. Lo jalé más cerca, agarrando su camiseta con mis dos puños y tirando. Los botones salieron disparados y se rasgaron cuando se detuvo a solo centímetros. Solté un gruñido y extendí mis manos de nuevo, rasgando a través de su camiseta. En el momento que nuestras pieles entraron en contacto, una corriente intensa de electricidad me sacudió, solo que no dolió. Pero el ardor bajo mi piel no disminuyó. Una lujuria como nunca había conocido se apoderó de mí. —Te necesito —susurré. El deseo estremecía mi cuerpo con tanta fuerza, que estaba temblando. Allistair se cernió sobre mí, mirándome de arriba abajo a la vez que ladeaba mi cabeza, la súcubo dentro de mí sabiendo cómo jugar con el hombre ante mí. —Son las drogas —gruñó, los músculos en flexionándose mientras se mantenía a centímetros de mí.

sus

brazos

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—No me importa. Duele —gimoteé. Los ojos de Allistair brillaron y respiró tensamente antes de que pareciera tomar una resolución. Se movió hacia atrás para apartarse a la vez que me incorporaba rápidamente para detenerlo. Envolvió sus manos alrededor de mis muñecas, sosteniéndome a la distancia del brazo, pero sin hacer movimiento para soltarme. Suavemente, me empujó hasta que mi espalda tocó la cama y soltó mis brazos con un tirante tipo de control. —Voy a hacer que desaparezca, Ruby, pero tienes que hacer lo que te digo —murmuró. Asentí al tiempo que se quitaba la chaqueta del traje y las camisetas desgarradas. Sujeté las sábanas mientras me empapaba de su aroma, esperando por él. Admirando su forma, las ondulaciones de sus músculos, los contornos de su abdomen viajando debajo de la línea de su cinturón… se puso de rodillas frente a mí y me indicó que me sentara. Odiaba que me dijeran qué hacer, pero el dolor punzante entre mis piernas no iba a desaparecer. Lentamente, enganchó sus dedos bajo los costados de mi suéter y lo quitó. El aire frío hizo contacto con mi piel y solté un jadeo. Puso un dedo contra mis labios, indicándome que permaneciera callada. Sabiendo que era rebelde, abrí la boca y mordí su dedo a la vez que soltaba un agudo siseo. Sin advertencia, estaba sobre mi espalda, mis piernas colgando por el borde de la cama, mis vaqueros arrancados. Intenté sentarme, pero me obligó a ponerme de lado, sujetando ambos brazos por encima de mi cabeza mientras se acostaba junto a mí. —Déjame… —Shhh —susurró en el hueco de mi oído. Su otra mano apretó mi cadera y comenzó a acariciar mi piel, provocándome a medida que subía su mano por mi cuerpo. —No voy a tener sexo contigo, Ruby. No esta noche. Apenas lo recordarás y quiero que recuerdes la primera vez que te haga gritar. —Apretó mis endurecidos pezones a través del suave algodón de mi sujetador. Bajando la copa, liberó mi seno al aire frío y cerró sus diestros dedos alrededor de mi pico tenso, haciendo rodar su pulgar envió un placer agudo a través de mí. Solté un gemido quedo cuando sus labios rozaron mi cuello y un gruñido gutural se escapó cuando me mordió con fuerza, enviando sacudidas a través de mi cuerpo. —Ni siquiera voy a besarte —continuó. Movió su mano de mi seno y fue bajando, rozando levemente mis costillas y asentándose en el vértice

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de mis piernas, acunándome sobre mi ropa interior de algodón—. Pero me ocuparé de ti. Voy a aliviar el dolor, Ruby, pero no más que eso —susurró contra mi hombro desnudo a la vez que sus dedos se frotaron sobre mi sexo. Mi cabeza cayó a la vez que me arqueaba contra él. —Por favor —gemí. Allistair me mordió con fuerza y solté un grito agudo. Rompió la piel, pero se sintió tan bien. Me presioné contra sus manos, pero no seguía. —Voy a soltarte. Y harás lo que diga si quieres tu liberación. ¿Entendido? Lloriqueé en respuesta. —Prométemelo, Ruby. Di que serás buena y harás lo que te diga. Cada parte de mí ansiaba su tacto, asentí y susurré: —Lo prometo. Solo… por favor. Allistair se apartó de mí, su presencia imponente dictando cada uno de mis movimientos para que pudiera tener lo que deseaba. Me dijo que me sentara. Me senté. Me dijo que me moviera al centro de la cama. Me moví. Me dijo que me acostara de lado. Hice lo que pidió. Allistair se subió a mi lado y presionó mi espalda contra su frente, ubicando su brazo debajo de la curva de mi costado para rodear mi cintura y aprisionar mis dos brazos a la vez. Me retorcí ante la restricción. —Shhh… prometiste que serías buena. —Deslizó su mano libre por mi cadera y dentro de mis bragas. Abrí mis piernas tanto como estar apretada contra él me lo permitía y aceptó la invitación. Separó mis pliegues con sus dedos, rozando mi clítoris lo suficiente para hacerme estremecer. Impaciente, me apreté contra sus caderas, impulsada por la sensación de su pene contra mi trasero. Estaba imposiblemente duro, y sin embargo, no iba a tenerme. Apreté los dientes mientras me frotaba contra él. Siseó y sus dedos se detuvieron. Algo oscuro y feo se desplegó en mi pecho, pero lo mantuve dentro y detuve todo el movimiento. Sus dedos prosiguieron. Intenté evitar que mis gemidos se escaparan cuando deslizó un solo dedo dentro de mí, la humedad de mi deseo cubriéndolo. Mi cuerpo estaba pidiendo más, pero él lo estaba prolongando.

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Volví a moverme, presionándome contra él. Otra vez, se detuvo. —No voy a follarte, Ruby. Puedes tomar lo que te dé, o no recibir nada en absoluto —gruñó. El poder salió de él, solo por un instante, pero me obligó a permanecer quieta. Cuando el momento pasó, deslizó dos dedos en mi interior, deslizándolos hacia atrás y adelante, presionando su palma contra mi nudo hinchado y sensible. Arqueé las caderas, intentando moverme contra sus dedos. Sentirlos más profundo. Más rápido. El agarre de Allistair no le dio a mi cuerpo ni un solo centímetro de espacio para perseguir mi propio placer de la manera que quería. Lo mantuvo en un lento y tortuoso asalto, dejando que un intenso dolor se construyera dentro de mí que solo él podía aliviar. —Más —susurré, pero no me atreví a mecerme contra él. No cuando estaba tan cerca. Estaba tan jodidamente cerca. Me recompensaría… La fuerza de su palma contra mi clítoris, frotándolo rítmicamente en círculos, más rápido… sus dedos rozando, hundiéndose profundo en mi interior… el placer construyéndose, retorciendo y ardiendo a medida que su velocidad se incrementaba… —Vente para mí, Ruby —ordenó Allistair. Dejó un sendero de besos por mi cuello en tanto encontraba mi placer. Estrellas explotaron detrás de mis ojos, tan violento y repentino que no pude gritar. Ondas de placer chocaron a través de mi cuerpo a medida que me derramaba. No pude hacer nada más que montarlo mientras me estremecía, sus dedos nunca cesaron, trabajándome todo el tiempo. En el momento que mi orgasmo se detuvo, retiró su mano y la claridad comenzó a llenar mi mente. Me retorcí, intentando girarme hacia él, pero su cuerpo duro y firme me mantuvo atrapada como me quería. —Duerme —susurró. El sonido del latido de su corazón fue lo último que escuché antes que el mundo quedara en negro y el sueño se apoderara de mí.

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Allistair No sabía si yo era un maldito santo del Diablo, o el peor pedazo de mierda en su vida en este momento. No, no podía ser peor. Laran ahora ganó ese título, gracias a su pequeña excursión nocturna. Un gruñido bajo se deslizó de mi garganta antes de poder detenerlo. Incluso en sus sueños, ella se arqueó contra mí. Deseando algo que planeaba darle. Pronto. Solo que no esta noche. No recordaría todo lo que pasó por el loto blanco, pero recordaría bastante. No iba a aprovecharme de ella cuando estaba drogada. Eso sería jodidamente despreciable, incluso para mí. Mi polla se tensó cuando se movió más cerca, completamente inconsciente del efecto que tenía sobre mí. Bueno, no completamente. Ella pensó que estuvo manteniendo su distancia esta semana que pasó. Ignorándome lo mejor que pudo. Lo que no se dio cuenta era que podía ver ese brillo de necesidad en sus ojos cada vez que me miraba. Podía sentirlo, tan agudo y doloroso como sentía el mío. La única diferencia era que yo no la haría sufrir porque Laran metió la pata. Incluso si eso me hacía más difícil que permaneciera alejado y mantuviera mis manos apartadas de ella. Las reglas de Julian podían irse a la mierda. Él podía parlotear sobre honor y deber tanto como quisiera, pero yo sabía la verdad. La deseaba tanto como el resto de nosotros. No se daría por vencido. Yo no era tan desinteresado o estúpido. Es lo que me mantenía allí, en su cama. Cuando supe que debería irme. Ella era una tentación; no del todo prohibida, pero completamente inesperada. Cuando Lucifer nos trajo de las llamas y nos dio un propósito, nunca imaginé que querría follarla como quiero ahora. Se suponía que la protegiera de hombres como yo. Como Laran. Como Rysten. Especialmente Julian.

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Sin embargo, ya no era una niña, y nunca conocí a la niña que fue. La bebé que vi hace todos esos años había desaparecido. Hace una semana, pensé que me odiaba porque me perdí el conocerla. Lo que realmente odiaba fue que la deseara. Si hubiera estado aquí cuando era una niña, eso nunca habría llegado a pasar. No estaría en su cama en este momento, contemplando todas las maneras en que iba a follarla. No había vuelta atrás, no cuando sus labios tenían a mi mente haciendo cuadros de ella en rodillas. Poniendo su boca listilla para un mejor uso. Su cabello azul oscuro se deslizó a través de su pecho cuando se giró en su sueño. Tan hermosa. Tan única. Pensaba que teníamos a la chica incorrecta, pero nunca antes he conocido a alguien con el cabello del color de las llamas. Ni siquiera Lucifer. Deslicé mi mano a través de los mechones resbaladizos, fascinado por el cambio de color. El azul era lo bastante oscuro como para parecer negro, hasta que la luz reflejaba los más sorprendentes azules. —¿Dónde está? —La presencia de Laran se rozó contra mi mente, sin ser invitado. —Está en casa. ¿Qué deseas? —repliqué secamente, rozando mis dedos a través de la curva de su cuello. La piel era tan suave. Flexible. Un entrecortado gemido escapó de sus labios. —Voy a pasar y revisarla. ¿Puedes decirle a Jul…? —No es necesario. Estoy con ella. —Envié en respuesta, concentrándome en la chica delante de mí. Me llamarían pronto, pero no quería moverme. Todavía no. No cuando el mañana se estaba acercando. —¿Por qué sigues con ella? —Había un desafío en su tono. Fruncí el ceño con molestia, pasando una mano sobre la curva de su cadera. —Porque estaba tan drogada con el loto blanco, que pudo haber perseguido al primer hombre de la calle para saciarse si no la hubiera hecho ir a dormir —le espeté. No había necesidad de mencionar lo que pasó antes de que se fuera a dormir. Ni siquiera yo hubiera sido lo suficientemente fuerte para calmarla de no haberle dado lo que necesitaba primero. Era la súcubo más fuerte que me había encontrado antes de hacer la transición. La mayor también. Ella estaba usando poderes que no debería tener antes del cambio, y muriéndose de hambre mientras lo hacía, nada menos. No sé qué pasó con ella en su pasado,

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pero algo sucedió que la hizo tan renuente a los hombres. Demonios masculinos todavía más. Su cuerpo estaba rogando ser tocado y saciado, pero su mente no quería formar parte de eso. No consciente, de todas maneras. —Encuéntrame en casa. Rysten está en camino para vigilarla. —Un repentino destello de enojo hirvió dentro de mí ante su evidente intento por alejarme de ella. Incluso fue tan lejos como para llamar a Rysten, con quien ni siquiera se había molestado para lo del bar. El malnacido necesitaba recordar que fue su descuido lo que provocó esto y yo tenía tanto derecho a ella como él. —¿Te sientes un poco opresivo, Guerra? —le gruñí en respuesta mentalmente, enviándole mi disgusto junto a la misma. Ruby hizo una mueca contra mí, apartándose. Su mente arrojó poder como un hierro alzado justo sobre la llama. Atravesó mis escudos sin esfuerzo, y le lanzó una afilada apuñalada a la parte más recóndita de mí. Atacando, donde ningún demonio haya tenido poder antes. Retrocedí de ella, sujetándome cuando me caí de la cama. ¿Había sentido mi descontento? ¿Eso la había hecho atacar? ¿O fue algo más? Todavía más curioso, era de dónde provenía ese poder cuando nunca había mostrado ni una pisca del mismo antes. Sabía que algo acechaba en su interior, como lo había hecho dentro de su padre. Estaba casi seguro de que esto no era eso, sino algo completamente distinto. La observé por otro rato más, la sangre en mis venas llamándome de regreso a su cama. Por mucho que no quisiera, necesitaba regresar y reportar lo que acababa de pasar. Parecía que nuestra chica tenía más en ella de lo que se veía a simple vista.

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10 Las aves estaban piando. Las abejas estaban zumbando. Era sábado por la mañana y no tenía trabajo. El latido en mi cabeza me sirvió como recordatorio para las elecciones que había hecho la noche anterior. Como permitir que Laran me llevara a un bar de demonios y ser toqueteada en el regazo de un monstruoso diablo. Oh, y no olvidemos cómo terminó la noche al arrojarme a Allistair. Sí. Anoche fue un espectáculo de mierda para los estándares de cualquiera. Quería gritarle a Laran y culparlo por ponerme en tal posición para comenzar, pero realmente no me obligó a ir. No me drogó. Estoy igualmente segura que no me hizo seducir a Allistair. Todo eso significaba que por más que quisiera culpar a alguien, esto era mi culpa y eso apestaba. Ser un demonio y tener inhibiciones reducidas no siempre era diversión, comparado a lo que la gente pueda pensar. Al final del día, o en realidad, a la mañana siguiente, todavía teníamos que despertar y lidiar con las consecuencias. —Pediré cuatro órdenes de tocino y una taza de café. Gracias, Martha. Sí. Mis consecuencias eran esconderme en el restaurante de Martha y obsequiarme tocino mientras me sentaba en mi cabina de siempre y me preocupaba por las malas decisiones que había tomado. Me gustaba fingir que era un pre-regalo para cuando escogiera hacer lo correcto la próxima vez, pero para ser honesta, era solo otra mañana de sábado, y eso significaba que esta cabina era el único lugar donde mi trasero estaría. El tintineo de la campana en la puerta principal me sacó de mis divagues internos. Por favor, que no sea Kendall. No estaba de humor para tratar con su mierda hoy. Para cuando mi cabeza giró para revisar la puerta, el cambio de poder que estaba penetrando en la habitación no dejó lugar a conjeturas sobre quién era.

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Ojos dorados quedaron fijos en los míos y la sensación de hundimiento en mi estómago se volvió un ancla jalándome hacia el suelo de linóleo. Quise evaporarme en el lugar, pero ni siquiera desaparecer me habría salvado de la vergüenza de anoche. Enderecé mi espalda y mantuve la cabeza en alto. —Pasé por tu tienda, pero está cerrada los sábados —declaró. No fue ruidoso, pero proyectó lo suficiente como para que lo escuchara desde el otro lado del restaurante. Maldito diablo. Entre Allistair y Kendall, la multitud de los sábados no estaría feliz conmigo. Escogí ignorarlo, pero supe que no desaparecería. —¿Qué tipo de artista de tatuajes eres? Eso no tiene mucho sentido. —Es el único día que tengo libre y ha sido de esa manera desde que comencé a cuidar de mí misma. Ahora, si me disculpas… —Dejé la frase sin acabar, dejando en claro que deseaba que se fuera. Tonta de mí, pensar que uno de los Jinetes sabría tomar una indirecta. —Es más bien restrictivo, ¿no lo crees? —continuó, cruzando el restaurante con pasos suaves y mesurados. Gruñí por lo bajo, pero resistí la urgencia de arrojarle un salero a la cabeza. —Si alguien quiere un tatuaje, puede ir los otros seis días de la semana. No voy a permanecer abierta hasta las dos de la maldita mañana de un sábado para que los borrachos entren a tropezones y consigan algo que lamentarán por la mañana. Así no es cómo manejo mi negocio además de que sería una manera estupenda de manchar tu nombre. —Me recliné en mi cabina y me crucé de brazos. —Si tú lo dices —dijo cuando llegó a mi mesa. Puso una mano en mi hombro y la aparté de inmediato, como si se tratara de una mosca molesta y no de alguien de quien me encontraba plenamente consciente de sus movimientos. —¿Qué quieres? —espeté. Allistair me sonrió, como si supiera exactamente a dónde habían ido mis pensamientos. —A ti —dijo claramente sin tener la decencia de mantener la voz baja. Maldita audacia. Tragué saliva, complacida que la zorra dentro de mí fuera aplastada por un enojo crepitante atravesándome. Abrí la boca para decirle que se fuera, pero puso un dedo en mis labios de la manera

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más públicamente sexual que era posible—. Bien, bien, Ruby. No hay necesidad de hacer una escena. Es mi turno después de todo. Consideré morderlo solo para probar un punto, pero la tos detrás de mí y el olor a tocino me hicieron detener. Allistair se movió a un lado y tomó asiento frente a mí mientras Martha ponía mi pila de tocino y una taza de humeante café negro. —¿Hay algún problema aquí, Ruby? —preguntó Martha. Sus agudos ojos marrones se dirigieron a Allistair. No habría sido la primera vez que algún imbécil no me dejaba en paz. Si tan solo Allistair fuera un acosador. No obstante, no lo era, y aunque Martha lo echara fuera, sé que lo encontraría después. Mejor ahora en un lugar público donde no intentaría ningún asunto chistoso. —Estoy bien, Martha. Gracias —dije. Ella lo observó por un instante más antes de girarse hacia mí. —Si necesitas algo, solo grita. El viejo Ben guarda un bate de béisbol en el fondo solo para los persistentes. —Me ahogué con un trago de café, indicándole silenciosamente que se fuera. Le lanzó a Allistair una última mirada de desdén antes de dejarnos. —La mujer mayor cree que necesitas protección de mí —notó Allistair cuando tomé un sorbo de mi café. —¿La necesito? Los ojos de Allistair brillaron con algo parecido a diversión, pero eso no era todo lo que acechaba allí. Motas de ónix giraban alrededor del sus iris cautivadores, pero mortales. Allistair era el Jinete de la Hambruna, y hasta donde podía decir, el más fuerte íncubo con el que me había cruzado. Dijo que estaba aquí para protegerme, pero mis recuerdos confusos de la noche anterior no llevaban a eso. Había una oscuridad en sus ojos, algo muy intenso y doloroso, pero de las maneras más placenteras posibles. Un depredador. No tenía deseo de ser su presa. —No tienes nada que temer de mí. No lo garantizo para el resto del mundo, pero nunca te haría daño —dijo Allistair. —¿Porque piensas que soy la hija de Lucifer? Allistair entrecerró los ojos y contestó:

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—Eres su hija. No tengo dudas al respecto. —Su voz engreída y fría arrogancia eran pocos atractivas. Fruncí los labios, dándole otro sorbo al café. —Mi acta de nacimiento apenas lo prueba —me burlé. Siempre había odiado tener de apellido Morningstar, pero en un mundo lleno de humanos, la mayoría de la gente no sabía lo raro que era ser un demonio con el nombre del rey mismo. Ni una vez en mis casi veintitrés años me había cuestionado si había más en ello, y dadas mis habilidades poco brillantes, no iba a comenzar a hacerlo. —Tu acta de nacimiento solamente es lo que usamos para rastrearte. No la necesitábamos para probar quién eras. Sabemos quién eres. Siempre lo hemos sabido. Estuvimos allí el día que naciste. Estuvimos allí cuando Lola te sacó a hurtadillas del Infierno. Rysten fue quien hizo tu acta de nacimiento mientras Lucifer ponía su marca en ti. Creciste siendo invisible porque necesitábamos que lo fueras. —La pasión controlada que yacía debajo de esa suave voz como la miel me silenció. Sonaba como si fuera sincero, pero no era tonta para confiar en mis instintos. Los demonios mienten. Engañan. Solo sus habilidades podrían probablemente hacerme creer que el cielo era amarillo si le daba la oportunidad. También había un hueco en su historia… —No tengo una marca. Los ojos de Allistair bajaron a mi pecho y volvieron a subir. Si no lo supiera mejor, diría que estaba evaluándome. Abrí la boca para decirle dónde debían estar sus ojos… —¡Ruby! Mátame. Conocía esa voz. Pertenecía a la única persona en Portland que podía hacerme estremecer tanto de lástima como de molestia. —Kendall —murmuré en voz baja, poniendo los ojos en blanco. Tomé un largo sorbo de mi café, esperando que viera que me encontraba con alguien y se fuera. Desafortunadamente, ese no fue el caso. —¿Qué estás haciendo aquí? Deberías tener prohibido venir aquí luego de lo que le hiciste a mi auto —dijo con desprecio a medida que avanzaba a nuestra mesa. —No sé de lo que estás hablando. —Fingí inocencia mientras calmaba mi rostro en una expresión aburrida. Sus ojos marrones

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brillaron con odio hasta que se giraron a la persona sentada frente a mí. No supe si era porque Allistair exudaba sex appeal, o si realmente no podía soportar que ningún hombre estuviera cerca de mí, pero sus ojos vagaron sobre su traje de diseñador y cabello oscuro, volviéndose más lujuriosos y celosos a cada segundo. Oh, cielos. Aquí vamos. —¿Quién puedes ser? —inquirió, esperando su nombre. Había una sutil persuasión en su voz que pensé que estaba destinada a ser seductora, pero en cambio, la hacía sonar desesperada. Allistair arrancó sus ojos de mí rostro para echarle un vistazo despectivo. —Soy un amigo de Ruby —dijo fríamente. No estaba segura si se suponía que hiciera un baile de palmadas en mi cabeza o estar preocupada por la mirada venenosa que envió hacia mí. —Tendría cuidado al mantener la compañía de una chica que tiene historial. Va a encontrarse en tales problemas algún día que ni siquiera el Señor podrá salvarla —dijo Kendall. Sus palabras tenían la intención de ser escalofriantes, pero su amenazaba implicada no me importaba. —No puedes salvar a alguien que ya está condenado —mascullé por lo bajo. —¿Estás admitiendo tus indiscreciones? —dijo Kendall secamente. —Solo si admites las tuyas. —Palideció en el lugar y arqueé una ceja. —No sé de lo que estás hablando —dijo rígidamente. Mastiqué ofensivamente un trozo de tocino porque sabía que le molestaba. —¿No es esa mi frase? —le disparé, ocultando mi sonrisa detrás de la taza de café. Entrecerró sus ojos, alisando su vestido amarillo. Siempre tan estirada y correcta frente a la gente. —No tengo idea lo que Josh vio en ti —dijo maliciosamente. —Auto-respeto y pura magnificencia —dije sarcásticamente. La boca de Kendall hizo una línea firme y aunque estaba levemente divertida por presionar sus botones, quería que se marchara. —Mi abogado estará en contacto —dijo sombríamente. Comenzó a alejarse cuando Allistair extendió la mano. Ella se congeló a media vuelta y miró hacia atrás.

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—Asegúrate de darle mi tarjeta. Estaré representándola desde ahora en adelante —dijo Allistair en una voz desprovista de cualquier calidez. Estaba un poco conmocionada, dado que no pensaba que él fuera un verdadero abogado, o que fuera adecuado que me representara por una maldita multa de estacionamiento, mucho menos por un incendio provocado. Aunque, no iba a decir eso frente a ella. Sus uñas con la manicura hecha a la perfección, se extendieron como garras cuando tomó la tarjeta y giró esos ojos llenos de odio hacia mí. —Tendría cuidado con quién duermes por favores, Ruby. Por su aspecto, creo que has mordido más de lo que puedes masticar —dijo con una sonrisa maliciosa. —Gracias por la preocupación, pero creo que estaré bien. Unos azotes no le han hecho mal a nadie —espeté. Las palabras salieron de mi boca antes de pensarlo. El rostro de Kendall se puso rojo cuando se dio la vuelta y salió del restaurante murmurando “satanistas” en voz baja. El comedor quedó extrañamente silencioso cuando los otros clientes fingieron estar absortos por las noticias del diario o una pelusa en sus camisetas. Incluso en el mostrador, Martha se estaba tomando su tiempo registrando las órdenes, aunque con una sonrisa en el rostro. Bebí el resto de mi café mientras Allistair soltaba una risita en voz baja. —Sabes, no soy de dar azotes, pero estoy seguro que Julian estaría feliz de complacerte si… —Deja de hablar. —¿Hay algo más que preferirías hacer? —preguntó, el destello malicioso en sus ojos hizo que mi estómago se apretujase. —Contigo no. —Eso no es lo que estabas diciendo anoche —meditó. Lo miré fijamente con una mirada fulminante, aunque por dentro me sentí una pervertida. Pervertida porque me gustó lo que recordaba. Me gustó mucho, pero ninguno de nosotros tenía la mente clara cuando lo hizo. —Eso no volverá a suceder. Puedes agradecerle a Laran y a Black Brothers por eso —murmuré.

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Allistair me observó por un momento. —Tal vez. Pero tenemos una eternidad juntos, y estoy esperando a cada minuto de ello una vez te des cuenta de eso. —Sus palabras enviaron escalofríos buenos y malos por mi espalda. Debería haber hecho caso a mi propia advertencia sobre jugar con fuego.

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11 El intenso golpe en mi puerta me sobresaltó. Mi cabeza se golpeó contra la lámpara colgante y maldije en voz baja. Las cosas estaban hechas una locura desde que los Jinetes aparecieron, y Bandido no estaba conmigo hoy, poniéndome instintivamente nerviosa. Puse a un lado el dibujo en el que estaba trabajando y llamé: —Adelante. Una cabellera verde cayó a través de la puerta de mi oficina cuando Moira la empujó y cerró detrás de ella. Sus ojos verde oscuro me evaluaron, sus cejas del color del bosque frunciéndose en lo que parecía ser preocupación, pero no pude sentirla. Mis dones empáticos solo se extendían hasta aquí, y aunque por lo general podía adivinar cuando Bandido se subía a mis brazos por algo, Moira era más complicada que eso. —¿Sucede algo? —pregunté, indicándole la silla frente a mi escritorio. Ella ignoró mi ofrecimiento y caminó hasta mi lado. Empujando los papeles en una pila, se deslizó en mi escritorio, dejando que sus piernas colgaran a pocos centímetros del suelo. —Estoy preocupada por ti. —De acuerdo —dije arrastrando las palabras, tomando un relajado aliento—. ¿Esto se trata de los Jinetes? —Posiblemente —dijo Moira, mordiéndose el labio. Me miró, pasando sus ojos de arriba abajo como si estuviera buscando algo. Era la misma Ruby que había sido siempre: vaqueros rasgados y cabello sin cepillar, recogido para ocultar mi general pereza—. Solo siento que hay algo que no me estás diciendo. ¿Algo sucedió con ellos? Solté un suspiro, considerando mi respuesta. Además del último viernes, cuando Laran me llevó a un bar que me dio alguna especie de subidón demoníaco, no sucedió mucho. Claro, los chicos continuaban siguiéndome a todas partes, apareciendo en los momentos más extraños, pero estaba comenzando a asentarme en una rutina con ello. Típicamente, Rysten llegaba primero, luego Laran, seguido por Allistair.

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Solo había visto a Julian un puñado de veces; a diferencia de los otros tres, que me estaban dando sutilmente vibras-de-fóllame cada día que pasaba. No estaba segura de cuánto del tiempo que pasaban conmigo era para mi protección, y cuánto era ellos intentando hundir sus garras en mí. Moira tosió y parpadeé una vez. Mierda. —Entonces —dijo con los ojos entornados—. Sí pasó algo, ¿no es así? Me recliné en mi silla y subí mis pies detrás de ella sobre la gruesa superficie de vidrio. Incliné mi cabeza contra la silla, relajando mi espalda mientras miraba fijamente el techo, contando las motas polvo. —No algo específico, en sí. Solo han sido unos largos días. —Los Jinetes se están volviendo posesivos. Bueno, eso no era lo que esperaba que saliera de su boca. No había estado cerca de nosotros mucho y yo no lo había mencionado. Crují mis nudillos ausentemente a la vez que le preguntaba: —¿Qué te hace decir eso? No podía ver su rostro, pero sospechaba que estaba dándome una mirada del tipo ¿estás bromeando? Resopló por lo bajo e hice una mueca solo un poco, esperando su respuesta. —Josh pasó por la casa antes de que llegaras ayer, como su rutina usual de humillación de los domingos. Intenté espantarlo, pero apareció Laran. Creo que Josh se cagó de miedo cuando Laran le dijo que eres de ellos y lo usarán para alimentar a los sabuesos de Infierno si vuelve a acercarse a ti. Me golpeé la frente con la palma a la vez que soltaba un pesado suspiro. ¿Alimentar a los sabuesos del Infierno? Muy creativo. —Bueno, eso suena desagradable —dije patéticamente. Moira no respondió. Levanté mi cabeza del respaldo de la silla para verla observándome. No estaba divertida. —Les gustas, Ruby. —No sabes eso con certeza… —Mis palabras se interrumpieron cuando me dio la mirada. La mirada de Moira. No se lo estaba creyendo.

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Solté los ruiditos más pocos halagadores, algo entre un suspiro y un gemido, mientras me echaba nuevamente contra mi silla. —Sí, también lo creo. —Admitirlo no cambia nada. Solo hace que la situación actual sea aún más complicada —murmuré, poniendo un brazo sobre mis ojos. —Tal vez se deba a que piensan que necesitan protegerte; tal vez sea algo más. El lado positivo es que si se trata de una obsesión pasajera, deberían superarla con el tiempo… —Se detuvo a media frase y me examinó detenidamente—. No estoy ayudando, ¿verdad? No quería ser grosera. No era su culpa que su ansiedad se estuviera vertiendo sobre mí e hiciera a mi cerebro levemente cauteloso encenderse como la sirena de un patrullero diciéndome que debería correr como el infierno. Había estado tomando las emociones de los otros el tiempo suficiente, sabía cómo notar la diferencia entre lo que yo estaba sintiendo y lo que ellos empujaban hacia mí sin darse cuenta. Con Moira, parecía que me encontraba más en sintonía y luchaba sobre dónde poner el límite. —No realmente. Sé que tienes buenas intenciones, pero lo mejor que puedo hacer es dejarlo pasar por el momento. No es como si tuviera muchas opciones en conseguir que me dejen en paz. Además —dije, poniendo una mano amable sobre su rodilla—, realmente no son tan malos. Julian es un poco distante, y a Allistair le gusta presionar mis botones. Laran es bastante bueno cuando no está siendo todo “un destrozo de Guerra” y Rysten es… —Su suave sonrisa se tornó amarga y apartó mi mano. —¡No hagas eso! Sabes que no me gusta cuando te metes con mis emociones. Es raro —dijo. Alcé una ceja. —¿Es raro cuando intento ayudar a que te sientas mejor, pero no es raro cuando haces que los tímpanos de la gente exploten? —pregunté, conteniendo una sonrisa. Ella asintió sin un rastro de humor—. Como sea. —Puse mis ojos en blanco y me puse de pie para recoger mis cosas. —De hecho, vine aquí a decirte que Rysten se encuentra aquí. Solo quería hablar contigo antes de que te fueras. Puedes decirle, y al resto de su séquito, que vamos a salir el viernes, y no, no están invitados. —Coloqué mi bolso en mi hombro y agarré mis llaves.

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—Es mi cumpleaños. ¿No debería ser yo la que diga quién está invitado? —pregunté distraídamente. Ya conocía la respuesta. Era de Moira de quien hablaba, y la lógica de la gente normal no funciona aquí. Era tan posesiva como los Jinetes y no le importaba una mierda. —Nop, te han estado monopolizando desde que aparecieron y solo cumples veintitrés una vez. He hecho planes. Pueden encontrar a alguien más que acosar por la noche —dijo mientras se bajaba de mi escritorio y abría la puerta. La seguí afuera al vestíbulo donde Rysten estaba de pie a un lado, ambas cejas alzadas mientras nos observaba acercarnos. —¿Te tomó tanto tiempo decirle que estoy aquí? Se enfureció al instante y él sonrió como un tonto. De todos los Jinetes, él era el único que parecía en verdad conseguir placer atormentándola. No es que ella fuera completamente inocente tampoco. —Tiene sentido que seas Pestilencia. Eres más una peste que los otros tres —respondió fríamente Moira. Ni siquiera fue gracioso, pero el veneno con que lo dijo hizo a Rysten soltar una risita oscura. —He escuchado eso una o dos veces. Tal vez quieras conseguir algunos chistes nuevos, banshee —dijo, tendiendo su mano para mí. Ignoré la invitación y seguí hacia la puerta. —Te veré en la noche —dije sobre mi hombro sin esperar una respuesta. El frío del aire de otoño me golpeó con fuerza y barrió los mechones de mi desordenado moño fuera de mi rostro. El cielo era un tono apagado de negro que combinaba con el cemento de la ciudad, pero el viento aullaba a medida que enviaba hojas muertas girando por los callejones de Portland. —¿Qué hay en la agenda para esta noche, amor? —preguntó Rysten, aproximándose a mi lado, sus pasos silenciosos como un cementerio. —Estoy cansada. Creo que voy a ir a casa y ver How to get away with murder con Bandido —dije. Rysten frunció el ceño. —Eres un demonio. No creo que sea difícil descubrir cómo salir impune en un asesinato, pero si necesitas ocuparte de alguien, puedo hacerlo por ti… —Su voz se interrumpió cuando solté la primera risa

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verdadera de esta semana pasada. Tuve que poner una mano contra mi auto para equilibrarme mientras mis ojos se llenaban de lágrimas. —No necesito asesinar a alguien, Rysten —dije roncamente. —Pero dijiste… —Es un programa de tv sobre unos estudiantes de leyes que… —Me detuve ante el primer indicio de una sonrisita en sus labios. Se inclinó hacia adelante y susurró: —¡Atrapada! Gruñí por lo bajo y abrí la puerta del lado del conductor. Ese imbécil. Sabía exactamente de lo que estaba hablando. Cerré de un portazo y arranqué el motor, sacando mi pie del acelerador justo cuando la puerta del lado del pasajero se abrió y Rysten entró a mi lado. —No te enojes, amor. Dijiste que estabas cansada. Pensé que podrías necesitar una sonrisita —me persuadió, batiendo sus pestañas. —Uh huh —mascullé por lo bajo. Las palabras fueron dulces como el azúcar, pero no me creí la sinceridad que escuché allí. —Tienes que saber que Viola Davis es una de mis actrices preferidas —continuó. Puse mis ojos en blanco cuando doblé en la calle principal. —¿Cómo es que siquiera sabes quién es ella? Pensé que pasaste todo tu tiempo en el Infierno hasta que Lucifer… —Busqué una palabra adecuada que no sonara cretina, dado que pensaban que era mi padre. Lo habían protegido por miles de años, y no tenía idea de cómo había sido su relación con el Rey del Infierno—, uh… murió. Quiero decir, ¿ese no fue todo tu trabajo? Rysten se quedó en silencio por un instante y pensé que no iba a responder. —Aunque servíamos protegiéndolo, él no era para quién fuimos creados. Cuando tú llegaste, fue como si finalmente hubiera un propósito para nuestra existencia. Se suponía que permaneciéramos en el Infierno así nadie sabría que Lola se escabulló, pero en cambio, acabamos tomando turnos para venir a la tierra. No sabíamos dónde estabas, y no se suponía que te buscáramos hasta que llegara el momento. Sin embargo, estando aquí en la tierra, estábamos más cerca de ti que en el

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Infierno… —Se detuvo abruptamente, como si hubiera dicho más de lo que tenía intenciones de decir. Mis nudillos se volvieron blancos contra el pelaje rojo que forraba el volante. Poco a poco, las piezas estaban cayendo en el lugar en cuanto a los Jinetes, y aunque no sabía qué papel jugaba la atracción en todo esto, estaba segura que acababa de descubrir lo de la posesividad. Si fueron creados para la hija de Lucifer, quien quiera que fuera ella, tenía sentido para ellos sentirse tan apegados. —Entonces, ¿pasaste tu tiempo aquí viendo la tv y así es cómo descubriste a Viola? —Cambié de tema de regreso a lo que se suponía que estuviéramos hablando. No quería pensar en la verdadera heredera del Infierno o arruinar el estado anímico de Rysten señalando por centésima vez que no era ella. —Sí, a veces. Pasé mucho tiempo yendo a conciertos alrededor del mundo, conociendo gente, aprendiendo sobre los humanos. Sabía que serías criada como uno, y los otros fueron muy tontos como para pensar que cuando esto pasara, sería aterrador para ti. Quería ser a quién te acercaras. —Sonrió un poco, no tanto con la descarada confianza a la que me estaba acostumbrando, sino un poco más genuino. No dijimos más por el resto del viaje a casa. Cuando apagué el motor, no pude evitar las palabras que salieron de mi boca. —¿Quieres entrar y ver la televisión conmigo? Rysten sonrió. —¿Estás segura de que la verdosa estará de acuerdo con eso? —Moira vivirá. Ya me ha reclamado para el viernes por la noche. Vamos a salir y dijo que ninguno de ustedes está invitado —respondí, abriendo mi puerta. Fue una agradable sorpresa que Josh no estuviera esperando en mi camino de entrada cuando llegué a casa. Tal vez Laran realmente lo asustó. La idea me provocó una cantidad obscena de felicidad. —No puedo decir que eso me sorprenda. Me escuchó en el teléfono con Laran antes de ir a buscarte. Él quería que saliéramos para tu cumpleaños. —Rysten suspiró. Pensé en la firme insistencia de Moira. Sí,

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era tan taimada como para hacer eso. No es que me sorprendiera o molestara. En su mayoría, solo veía a un Jinete o dos a la vez. Los cuatro juntos eran abrumadores y estaba más que feliz de evitar eso un poco más. Caminé agotada hasta la puerta principal y Bandido asomó su cabeza a través de las persianas. Sonreí cuando abrí la puerta y fui atacada por sus abrazos. Saltó desde la esquina del sofá sobre mi pecho, envolviendo sus brazos alrededor de mi cuello. —También te extrañé —murmuré, encendiendo la luz. Arrojé mi bolso en uno de los sofás y lo llevé a la cocina. Sacando un Tupperware con pollo cocinado, me puse a calentarlo en el microondas y alimenté a Bandido con su comida. Mientras estaba comiendo, me excusé a mi habitación y me puse unos pantalones de yoga. Cuando saqué el suéter rojo oscuro sobre mi cabeza, noté algo extraño en el espejo. Entre mis senos había dos pequeños puntos negros. Me acerqué más, pasando mis dedos sobre ellos. No eran grandes o abultados, pero estaban puestos en línea recta. Fruncí el ceño. ¿Qué demonios es? Un intenso golpe en la puerta de mi habitación me asustó. —¿Estás bien, Ruby? Puse mis ojos en blanco, ya lamentando haberlo invitado. Solté el suéter y me aparté del espejo. Lidiaría con ello más tarde cuando no tuviera ojos fisgones observando cada uno de mis movimientos. Me deslicé en el pasillo y cerré la puerta de mi habitación detrás de mí, sin darme cuenta lo cerca que estaba Rysten hasta que un aliento de aire caliente me rozó en la nuca. Se me puso la piel de gallina. Me giré, intentando mantener un ápice de distancia entre nosotros, pero era imposible en el estrecho pasillo. Los ojos verde oscuro de Rysten me miraron. Intensos y traviesos. Se me secó la boca y tragué saliva. —¿Ves algo que te guste? —murmuró. Había un desafío en su voz que me tuvo imaginando lo suave que su cabello se sentiría enredado en mis dedos, su cabeza… parpadeé, apartando esos pensamientos.

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—Sí —Mis ojos se deslizaron más allá de él cuando comenzó a sonreír—, mi sofá. Rysten se apretó el pecho. —Me heriste. Resoplé y me apretujé junto a él, conteniendo el aliento para no inhalar su aroma. Era poco probable que oliera a aroma corporal luego del gimnasio, porque eso sería demasiado conveniente, ¿o no? Me acomodé en la esquina de mi enorme sofá seccional, la acogedora tapicería gris de microsuede para reclinarme. Me estiré a lo largo del sofá por el control remoto, y Rysten se puso cómodo, pegado contra mí. Por supuesto. De todos los espacios en los que podía sentarse, escogió el único que estaba literalmente a mi lado. No dije nada cuando saqué la guía de la televisión y puse el quinto capítulo de la primera temporada, pero cuando me recosté, Rysten puso su brazo a lo largo del respaldo del sofá. Miré por el rabillo de mi ojo y la sonrisa traviesa que encontré en su rostro me hizo morderme mi mejilla. Me crucé de brazos cuando el programa empezó. Mi grueso suéter hacía que no nos tocáramos, pero una calidez placentera irradiaba de él. A diferencia de la presencia de Allistair, que provocaba un calor abrasador y rechazaba la necesidad en mí, la de Rysten era una constancia cómoda que me hacía ansiar. Era delicioso y frustrante a la vez. Luego de cuarenta y cinco minutos de sentarme quieta como una piedra, me moví para intentar ponerme más cómoda, y más lejos. Rysten escogió ese momento para moverse más cerca, fijándome entre él y el sofá cuando me senté entrecruzada junto a él. Me mordí el labio con fuerza y jadeé cuando probé sangre. El sabor agrio de icor y algo más me tomó desprevenida. —¿Estás bien? —preguntó Rysten. Giré mi cabeza una fracción hacia él y asentí, no confiando en que mi boca funcionara. —Estás sangrando. —Sus ojos bajaron a mi labio inferior cuando lo solté de mis dientes. Alzó su otra mano y pasó la yema de su pulgar a través de este. Un ardor se inició en mi pecho, caliente y abrasador, conforme se extendía a través de mis miembros. La adrenalina alcanzó su pico máximo en mi sistema cuando apartó su mano, una sola gota de

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sangre azul oscuro manchándolo. Se llevó el pulgar a sus labios y su lengua se asomó, lamiendo la simple gota. No sé por qué demonios eso me excitó tanto. Tal vez no fue el acto. Tal vez fue la expresión en sus ojos; la manera en que me observó mientras lo hacía. Inmóvil en el lugar, pude hacer poco más que observar cuando volvió a extender la mano y pasó su pulgar a través de mi labio inferior. Me encontré inclinándome hacia él cuando deslizó sus dedos fríos a lo largo de mi mandíbula. Me estremecí cuando su aliento cálido golpeó la parte sensible de mi oído. Sus labios se rozaron contra mí, apenas haciendo contacto, a medida que susurraba: —Dime cuando detenerme. El calor se acumuló bajo en mi estómago, pero mi cerebro no parecía estar trabajando. Me desarmé bajo la curva de sus labios cuando los bajó por mi barbilla. Lo último que vi cuando mis ojos se cerraron fue su expresión: hambrienta, pero vulnerable. Un instante pasó, suspendido allí mientras nuestras respiraciones se mezclaban. Ese aroma que no podía precisar llenaba el aire a mi alrededor; embriagador a medida que lo inhalaba. Esto estaba mal. Sabía que estaba mal, porque algo así de bueno nunca era correcto. Era raro que encontrara a alguien que cautivara completamente mi atención como él y los Jinetes hacían. Era una maldita idiota por ceder, y casi me aparté. Hasta que dijo: —Tú eres todo lo que no sabía que quería. Sus labios encontraron los míos, suaves y dulces, pero la gentileza no permaneció por mucho. Movió su brazo del respaldo del sofá para rodearme cuando descrucé mis piernas y me giré hacia él. Sus dedos se enredaron en mi cabello, ahuecando la parte trasera de mi cabeza, acercándome a medida que su lengua separaba la unión de mis labios, persuadiéndome. Reclamándome. Alargué mi mano, apretando en mi puño su camiseta, jalándome más cerca de lo que me había atrevido con nadie en mucho tiempo, la otra sin tener importancia. Eso fue porque estaba drogada. Esto era estimulante y aterrador, pero el aire restallaba con una tensión que no podía ser negada.

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Lo besé como si mi vida dependiera de ello, pero eso no era nada comparado a la manera en que sus labios me destruyeron. A la mierda vivir. Me besó como si estuviera muriendo. Como si fuera el primer y último beso que jamás haya dado… y tal vez lo era. Pero estaba haciendo un trabajo terriblemente bueno al marcarlo en mi memoria. Rompió el beso justo cuando me di cuenta que necesitaba aire o me desmayaría, pero sus labios no me dejaron. Dejó besos bajando por mi mandíbula y dejó mordidas punzantes por todo mi cuello. Me arqueé ante la pequeña dosis de dolor, silenciosamente alentándolo. Empujándolo para darme más. Apartó a un lado el cuello de mi suéter, exponiendo mi hombro para que pudiera probar cada centímetro de mí. Dejó una sarta de piel enrojecida, marcas un poco moradas de dientes hasta el borde mismo de mi hombro antes de regresar. Un gemido quedo escapó de mis labios cuando sus dientes rasparon la parte sensible de mi cuello, justo debajo de mi oreja. Sus manos se movieron a mis caderas cuando monté a horcajadas su regazo y me apretujé contra el duro bulto debajo de mí. El aliento salió en un siseo entre sus dientes y mordió mi lóbulo. —¿Qué deseas? —preguntó. Mis manos parecían moverse por voluntad propia cuando se deslizaron debajo del borde de su camiseta. Mordió mi lóbulo otra vez, con un poco más de presión. Solté otro gemido entrecortado cuando dijo: —¿Qué deseas? Dime. Pronto, no seré capaz de detenerme. Su aliento fue frío contra mi piel ardiente. Me revolví para salir de su regazo tan rápido como pudiera, pero no me soltó. —Déjame ir —dije. Me mordí el interior de mi mejilla para evitar gemir cuando su mano se deslizó debajo de mi camiseta. Los círculos que dibujó contra mi espalda baja con su pulgar enviaron un infierno abrasador a través de mi autocontrol, pero me mantuve firme. —¿Por qué? —murmuró, inclinándose hacia mí. —Porque no podemos hacer esto. —Dame una razón y te dejaré ir —susurró, su rostro contra mi cuello, sus palabras contra mi piel. Había evitado esta conversación durante la última semana, y nuevamente en el restaurante cuando

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Allistair me enfrentó. Atrapada con Rysten entre mis piernas, tenía que hablar ahora, o lo que sea que sucediera luego sería mi culpa. —Dime por qué tú me deseas —dije. Rysten pasó sus labios a lo largo del borde de mi clavícula, y su no-respuesta fue punto suficiente—. Ni siquiera lo sabes, ¿verdad? Ese es el problema. No tienes elección más que desearme, y no puedo follar a alguien que no tiene elección en la cuestión. Rysten se congeló debajo de mí, pero no soltó su agarre. Me volví dolorosamente consciente del latido lento y estable de mi propio latido cuando reverberó debajo de mi piel. Rysten se apartó con lentitud. —Ruby, ¿te has estado torturando todo este tiempo pensando que solo podíamos desearte porque no tenemos elección? —preguntó, una sonrisa jugando en las comisuras de sus labios. No encontraba esto gracioso en lo más mínimo. —Nunca he conocido a un hombre que no fuera el caso —respondí secamente. Deslizó toda su mano bajo mi suéter y la presionó contra mi espalda. —Ya hemos tenido esta conversación antes. No soy un hombre. —Hombre. Demonio. Todos siguen siendo machos. Todos son iguales cuando se trata de mí, he tenido mujeres viniendo hacia mí antes, así que no es específico del género, realmente. La cuestión es que, si duermo contigo, no será tu elección, y eso es casi violación, si me lo preguntas. Rysten no contuvo la risa. Empujé su pecho intentando salir de su agarre, pero no estaba cediendo más que antes. Su risa murió a un pesado silencio, el aire entre nosotros tensándose con presión. —Ruby, amor, no puedo creer que estemos teniendo esta conversación en este momento, pero necesitamos tenerla para que te sientas cómoda, entonces la tendremos. Te deseo a ti. Y no porque sea mi trabajo, o porque seas una súcubo. ¿Crees que no puedo ver más allá de la atracción de una súcubo? ¿Que la atracción me capturó y me dejó incapaz de tomar mis propias decisiones? Sí, te deseo porque el olor de tu piel me pone duro. Cada vez que te muerdes tu labio, imagino cómo sabes; lo que se siente morder ese mismo labio y escucharte gemir. Pero esas no son las razones del por qué. Son simples deseos. —Hizo una pausa, soltando un aliento cansado—. Tienes un fuego en ti que no he

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visto en nadie en un muy largo tiempo. Un salvajismo en ti. Ya te lo dije una vez: no eres lo que pensé que serías. Pero ahora que te conozco, no sé cómo pude imaginarte distinta. Eres todo lo que pudimos haber deseado que serías y mucho más. Cuando estoy contigo, me doy cuenta de lo afortunados que somos de que nadie te haya hecho perder la cabeza, porque creo que ninguno de nosotros lo habríamos dejado vivir de haber pasado. Mi boca se abrió. No sabía qué decir a eso. Sus ojos eran oscuros y lujuriosos, pero no parecía tener la obsesión enloquecida que estaba acostumbrada a ver. Balbucearía mucho más de lo que hizo, y segura como el infierno que no podría expresar sus pensamientos tan bien. —¿Cómo sabes que no estás siendo afectado sin darte cuenta? —pregunté. —¿Te das cuenta con quién estás hablando? Sabes quién soy. Sería un pobre Jinete si no tuviera el conocimiento o la fuerza para luchar contra el deseo. Y ni siquiera tú, la heredera del Infierno, eres tan fuerte para hacerme algo contra mi voluntad. Es por eso que fuimos creados: para ser los únicos iguales que podrían protegerte y llevarte equilibrio. Aparte de la parte de ser la heredera del Infierno, tenía razón. Las leyendas nunca contaron qué tipo de demonios eran, solo lo que encontrarías si alguna vez te los cruzabas. No podía discutir su lógica de que mis pocos poderes latentes eran casi tan fuertes como para obligar a su mano. Entonces la puerta se abrió. Y Moira entró. Sus ojos vagaron entre Rysten y yo y soltó un dramático suspiro. —Ya veo por qué estás empezando a creer que no son tan malos —comentó. Mi rostro ardió cuando un sonrojo se arrastró por mis mejillas. Me revolví, y esta vez, Rysten me dejó ir. Moira arqueó una ceja y asintió hacia él. —Tiempo de irse, peste —dijo sin arrepentirse. Rysten no discutió. Simplemente se puso de pie y dijo: —Te veré mañana, Ruby. Descansa. Lo observé desaparecer por mi puerta principal y me giré hacia una más bien enfadada Moira. No dijo nada mientras caminaba a su

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habitación. Su silencio habló más alto que cualquier palabra que pudo haber elegido.

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12 Cuatro días habían pasado y Moira no había dicho ni mierda. La mañana después de que me vio con Rysten, había despertado con ella actuando como si todo fuera normal. Salvo que no lo era. Desde entonces, ni una sola vez se había quejado sobre los Jinetes. No había hablado con sus habituales disparates con Rysten. Estaba actuando normal… pero esa no era la “Moira normal” y eso me estaba volviendo loca. Al menos, nuestros planes seguían en pie para esta noche. Cerré la tienda temprano con la esperanza de intentar hablar con ella sin que aparecieran los Jinetes, pero era particularmente buena en evitarme cuando lo deseaba. De pie en la ducha, fulminé con la mirada la columna de vapor que me envolvió. El agua estaba lo más caliente que pude conseguir, y seguía siendo insuficiente. Sacando la boquilla, usé la otra mano para escurrir mi cabello. Mechones de cabello oscuro y mojado colgaban de mis dedos, reflejando el índigo en la luz. La puerta del baño sonó dos veces cuando Moira llamó: —Tenemos que irnos en media hora si vamos a llegar antes del cambio. ¿El cambio? Fruncí el ceño, envolviendo la toalla púrpura a mi alrededor. Lo hacía sonar como si estuviéramos yendo a una prisión. Crucé los fríos pisos de azulejos, resbaladizos con la condensación. El picaporte estaba húmedo en mi agarre cuando lo giré y pregunté: —¿A qué te refieres con “llegar antes del cambio”? Moira sonrió y vi un poco de la impresionante banshee debajo de la pálida sombra de ojos brillante. —Tendrás que verlo, ¿o no? —dijo, girándose. El vestido baby doll negro que usaba se meneaba justo encima de su culo, sus piernas apenas estaban protegidas por medias negras con flores. Su piel del color de la menta brillaba bajo la tela transparente. Iba a usar glamur esta noche, como siempre, y ese hermoso verde desaparecería.

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Al menos no íbamos a colarnos en una prisión. Ni siquiera Moira se vestiría tanto para eso. Parecía que nos íbamos de fiesta a algún lugar en un interior desconocido, dado que afuera hacía menos de un grado y a ella le gustaba el frío tanto como a mí. Cerré la puerta del baño y me puse a trabajar en mi cabello, secándolo en suaves ondas ondulantes que destacaran los impresionantes azules. Apliqué apenas lo esencial en cuanto a maquillaje y pasé a mi traje cuando Moira regresó. —¿Por qué sigues usando la bata de baño? —Abrió la puerta de mi armario sin esperar una respuesta. Le tomó menos de un minuto antes de estar arrancando las prendas de las perchas y arrojándomelas—. Ponte esto. Tenemos que irnos. Me quité la bata y me vestí con unos vaqueros ajustados y el crop top que me dio, haciendo una nota mental para agarrar una chaqueta antes de irnos. Moira agarró mis hombros y me giró hacia el espejo enmarcado en metal. Una rama de espinas de hierro enmarcaba mi cuerpo escasamente vestido. Moira había elegido bien; el crop mostraba todas mis curvas a la vez que le sentaba bien a mi pequeño cuerpo. —Creo que deberías… Quedé ensimismada cuando algo llamó mi atención. El número de puntos que había en mi esternón se había incrementado. Antes, había dos puntos frente a frente. Ahora había un tercero que se encontraba unos tres centímetros más abajo en el lado derecho. —Ruby, ¿me estás escuchando? —espetó, sacándome de mis pensamientos. —Sí —dije, frotando mi pecho donde se encontraban los puntos. —Excelente —dijo alegremente, juntando sus labios, un par de tacones negros en su mano. Le di un vistazo a los zapatos y gruñí—. ¿Qué estás esperando? ¡Apresúrate! Pude hacer poco más que cumplir. Al menos, ella estaba actuando como ella misma. En los siguientes dos minutos, salimos por la puerta y estábamos en camino, tacones de zorra y todo. Bandido siguió agarrando mi pierna queriendo venir, pero supe que no sería bien recibido en el lugar público

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donde sea que Moira planeara llevarnos. Al final, todo lo que requirió fue una lata de sardinas y estuvo contento de dejarme ir. Quince minutos después, y casi dos accidentes de auto, gracias al manejo de Moira, doblamos afuera de la Caja de Pandora, el club nocturno más caliente y exclusivo de la ciudad. Solo había escuchado rumores sobre lo que ocurría dentro, por lo general de mis clientes. Cómo Moira iba a lograr esto se escapaba a mi entendimiento. Afuera, el club era elegante y no contaba con ventanas ni puertas, aparte de la entrada que en este momento tenía una fila que rodeaba la manzana. Moira se detuvo junto a la acera y el valet que se acercó a nosotros frunció los labios, confundido. Ella se bajó del auto y le entregó las llaves, ignorando sus murmuraciones sobre que no estaba seguro si nos encontrábamos en el lugar correcto. No podía culparlo. Su viejo Camry de diez años no estaba a la altura sin una luz trasera y una abolladura en el paragolpes delantero. Fiel a su costumbre, a Moira le importaba dos mierdas. Le pasó un billete de cincuenta y dijo: —Quédate con el cambio. El valet, complacido con la propina, cambió de actitud mientras yo me bajaba del auto. Con los malditos tacones, medía más de metro ochenta. Moira llevaba unos zapatos impresionantes también, y eso hacía que nuestras diferencias de altura fueran mínimas. Miré entre ella y la fila, porque no sabía sobre sus pies, pero los míos no iban a aguantar parada en una fila por tres horas solo para ser rechazada en la puerta. Como si hubiera leído mi mente, Moira entrelazó nuestros brazos y se inclinó. —Relájate. Tengo conexiones —murmuró cuando nos llevó al principio de la fila. Un gorila nos echó un vistazo, y justo cuando pensé que iba a rechazarnos, su rostro se iluminó con una sonrisa cálida. —Hola, Moira, ¿esta es la amiga de la que me hablaste? Moira asintió modestamente, pero incluso en la baja luz proveniente del cartel de encima, pude ver un leve sonrojo trepar a sus mejillas. El chico gorila mostró sus hoyuelos nuevamente y desabrochó la cuerda, apresurándonos dentro.

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Ni siquiera habíamos cruzado el umbral cuando me incliné para preguntar: —Entonces, ¿qué tuviste que hacer para lograr esto? La sonrisa de Moira solo se agrandó cuando dimos nuestros primeros pasos en las luces cegadoras que había en la Caja de Pandora. —No quieres saber —dijo y me sonrió. Tenía razón; no quería saber. Todavía con nuestros brazos entrelazados, caminamos hacia el bar. Luces púrpuras y azules bailaban a través de la multitud de cuerpos en la pista de baile que estaba tan llena, que no creía que siquiera Moira podría deslizarse entre ellos. La música de baile rítmica retumbaba en el aire, las vibraciones tamborileando contra mi piel, atrayéndome con su hipnótica melodía. El cantinero se giró hacia nosotras, su corbata de moño dorada brillando en la luz. Moira le lanzó una mirada provocativa mientras meneaba el dedo y le decía que se acercara. Puse mis ojos en blanco cuando él preguntó: —¿Qué puedo traerles, señoritas? —Un Martini sucio —recitó Moira, mirando hacia mí expectante. Una extraña sensación se arrastró a través de mis venas. No podía precisar qué la causó, pero no me gustó. —¡Ruby! ¿Qué bebida? —No estoy segura… —murmuré. Eché un vistazo rápido alrededor del cuarto, pero no había ningún demonio a la vista. Habíamos salido a beber cientos de veces y nada sucedió nunca. Entonces, ¿por qué me estaba sintiendo repentinamente paranoica? Debido a las drogas y a un diablo con manos acaparadoras en el medio de la nada… —Es tu cumpleaños —dijo enojada—. No chupé esa… —Cumpleañera, ¿eh? —dijo el cantinero, interrumpiéndola a media frase. Me mostró una sonrisa torcida y dijo—: Tengo algo para ti. Va por la casa. —Muy bien —acordé. Moira y yo nos acomodamos en la barra y le eché otro vistazo al club. Había tanto que ver: los bailarines, el salón, la escalera serpenteante que llevaba a pasillos oscurecidos con puertas sin

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distintivos, escondiendo secretos propios. Todo bañado en una cambiante luz violeta. —¿Qué piensas que hay allá arriba? —le pregunté. —Ni idea. —Se encogió de hombros, volviéndose al mostrador cuando el cantinero vino con nuestras bebidas. Moira le dio un sorbo a su Martini y soltó un pequeño suspiro de felicidad mientras miraba fijamente el brebaje ondulante ante mí. Era blanco pálido con los más leves toques de espirales azules. Me atreví a darle un sorbo. —Oh —murmuré, parpadeando. ¡Era bueno! Realmente bueno. Me recordó a la piña-colada, pero de alguna manera ácido y menos dulce. —¿Te gusta? —preguntó. Asentí mientras una calidez constante se construía en mi pecho. Me sentí más ligera, pero no locamente-excitada como estuve en el bar de demonios. Acabé mi bebida en cuestión de minutos y ordené otra. —¿Ruby? —Me giré en mi asiento, justo cuando alguien ponía su mano en mi espalda. Conocía esa voz y sin duda alguna, no encajaba en un club conmigo. —¿Josh? —El invariable zumbido construyéndose en mi interior hizo que mis labios se aflojaran—. ¿Cómo entraste aquí? —Conozco a un sujeto —dijo engreído. Su mano todavía no se había movido. Se estaba poniendo cómodo mientras se acomodaba entre mí y el banco vacío. Fruncí el ceño. —Deja de tocarme —dije. El cantinero escogió ese momento para aparecer con mi bebida y sonreí agradecida. Josh sacó su mano de mi espalda, pero no se apartó de mí por lo demás. —Solo… necesito hablar contigo, Ruby. Tú y yo, sin tus… guardaespaldas. Tomé un largo trago de mi bebida. Guardaespaldas… eso suena correcto. —Josh… —Mi voz fue molestamente alta, incluso para mis estándares—, ¿cuántas veces tengo que decirte que…? —¡No lo entiendes, Ruby!

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Tragué saliva, contemplando su una vez brillantes ojos azules, ahora inyectados de sangre… pero había algo más. No parecían humanos. ¿Qué sucedía con él? —No puedo dejar de pensar en ti. Sé que te va a costar perdonarme, pero por favor, escúchame —rogó. Tomé otro trago de mi bebida, preparada para cortar todo fingimiento de cortesía de mi voz. —Déjala en paz —dijo Moira con una voz como la muerte—. Deja de seguirla. Deja de aparecer en nuestra casa para hablar con ella. Si te veo cerca una vez más, voy a hacer que Rysten se ocupe de tu culo y te haga desaparecer. ¿Me escuchaste, Josh? Vete. —Moira saltó en mi defensa con una ferocidad que no pude haber predicho, y lo que es más, incluso mencionó a Rysten. Me giré hacia mi mejor amiga, temporalmente sorprendida, pero sus ojos verdes brillantes estaban enfocados en Josh. —¡No lo entienden! —dijo, más fuerte que antes—. ¡No puedo comer! ¡No puedo dormir! ¡Ni siquiera puedo pensar en otra cosa que no sea Ruby! Que el diablo se lo lleve. Esto se estaba volviendo agotador. Su obsesión estaba empeorando y yo ni siquiera estaba cerca para alimentarla. Sin advertencia, puso otra mano en mi espalda, frotándola en rítmicos y febriles círculos. Su necesidad de tocarme, estar conmigo, estaba fuera de control. Me giré en mi silla y mostré los dientes, el poco poder que tenía se alzó a la superficie e hizo a mi cabello restallar. —No me toques, maldita sea. Estás loco. Obsesionado. ¿Y sabes qué? Tú y Kendall se merecen mutuamente. —Cualquier persona normal me habría soltado ya, pero él ya no era normal. Esto no era normal. Estaba lo bastante cerca que pude sentir la dureza en sus pantalones y la manera en que se retorcía cada vez que yo hablaba, me dijo todo lo que necesitaba saber. Esta es la razón por la que los súcubos salían corriendo. Los humanos eran débiles. Él ni siquiera había dormido conmigo. Sin embargo, estaba tan loco como aquel con el que dormí a los dieciséis. El mero recuerdo me hizo estremecer, pero el temor se volvió enojo cuando más calor inundó mi sistema. Moira puso una mano en mi hombro, obligándome a girarme hacia ella. Me agarró ambos hombros y me miró a los ojos.

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—No vale la pena, Ruby. Ya hemos ido por este camino antes —dijo en voz baja. Fueron las palabras más disimuladas que pudo usar para hablar de lo que sucedió hace casi siete años—. Es tu cumpleaños y no dejaré que este perdedor lo arruine. ¿Está bien? Asentí y, detrás de mí, Josh soltó la más fría y desquiciada de las risas. En un club que estaba estallando con música y cuerpos, se perdió para todos menos para nosotros. —Eres mía, Ruby. —Eso fue lo último que dijo antes de sentir su enojada presencia desaparecer en la multitud. La boca de Moira se apretó en una tensa línea, pero ambas lo ignoramos hasta que se fue. —Gracias —susurré. —¿Por qué? —preguntó, inclinando la cabeza. —Por siempre estar allí. Aflojó su agarre sobre mis hombros y me rodeó con sus brazos. —Siempre estaré aquí. Aunque no me cuentas las cosas —murmuró contra mi hombro. Un fragmento de culpa me atravesó cuando recordé vagamente los últimos días. —Lamento eso. Solo… estoy confundida cuando se trata de ellos. Ni siquiera sé cómo me siento al respecto… —No te estoy criticando, Ruby. Tienes permitido guardar secretos, pero me preocupa que mierda como la de Josh pasen. Los Jinetes no parecen así. Confío que sepas en lo que te estás metiendo. Solo avísame antes de intentar cortarle la polla a alguien y volarle los tímpanos, ¿eh? —No debía ser la única que estaba comenzando a sentir la quemazón porque Moira estaba comenzando a arrastrar sus palabras un poco. —Estás borracha. La Moira que conozco nunca perdona con facilidad. Moira se apartó, un brillo demoníaco en sus ojos. —Es tu cumpleaños. Llama a esto una excepción. No estoy lo bastante borracha, y tampoco tú. Acaba eso. —Me señaló la bebida misteriosa medio llena—. ¡Oiga, cantinero! ¡Tráiganos algunos tragos para la cumpleañera! Bebí el resto de la dulzura turbia.

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Hasta el fondo.

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13 Solo logramos hacer dos rondas de tragos antes de irrumpir borrachas en la pista de baile. Solo el diablo sabe cómo lo logré con los tacones que llevaba puestos, pero lo hice. El ritmo tecno de la música me mantuvo en marcha a medida que una canción se fundía en la siguiente. A mi alrededor, el cuarto parecía estar ganando más energía a medida que el club continuaba llenándose con gente. Las luces bajaron a un tono más oscuro conforme la música se hacía más ruidosa. —¡Ya regreso! —le grité a Moira. Giró su cabeza una fracción y gritó: —¿Qué? —Baño —dije en respuesta, intentando gesticular la palabra para que pudiera leer mis labios. —¿Quieres que te acompañe? —gesticuló en respuesta, riendo, señalándose y luego a mí. Negué con la cabeza, restándole importancia mientras comenzaba a atravesar la multitud. La gente que nos rodeaba empujaba y tiraba, balanceándose con la música como si fueran un ser vivo. Me tropecé fuera de la pista de baile y me equilibré en la barandilla de la escalera que llevaba al siguiente piso. El gorila junto a esta me sonrió. Era el mismo de afuera, pero solo entonces me di cuenta que lo reconocía de alguna parte. —¿Nos hemos conocido antes? —pregunté. Dijo algo, pero no pude escuchar su respuesta. Las palabras salían distorsionadas. No se mezclaban con la música; se deformaban alrededor de esta. Tenía que encontrar el baño. Tal vez un poco de agua fría me ayudaría. Era difícil comunicar que necesitaba el baño, pero él pareció saber lo que estaba preguntando. Señaló arriba y dijo: —Tu novio está arriba esperándote.

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Debí haber escuchado eso mal. No tenía un novio. ¿Tal vez dijo baño? Desenganchó la cuerda y me hizo pasar. Estaba a medio camino por las escaleras cuando comencé a marearme. Una repentina necesidad de acostarme me golpeó y sujetarme a la barandilla fue lo único que me mantuvo erguida. Subí con cuidado el resto de escalones y me tropecé en el pasillo. Mis piernas no querían cooperar. Perdí el equilibrio y caí hacia una puerta. Unos brazos fuertes me atraparon, jalándome hacia atrás. —Gracias —dije arrastrando la palabra. Una de las manos que me atrapó se estiró y abrió la puerta. Me tropecé dentro, mis ojos teniendo dificultades para ajustarse a la poca luz. Un aliento caliente abanicó mi piel cuando los labios de alguien comenzaron a besar mi cuello. Detrás de mí la puerta hizo un clic audible. —¿Qué…? —comencé a protestar, pero el mundo se inclinó cuando el extraño me empujó sobre algo plano y duro. Mi rostro se golpeó contra la superficie y disparó un dolor a través de mi cuerpo. Agudo y cruel. Lloriqueé cuando el extraño comenzó a dar vuelta mi cuerpo, mi espalda contra la fría superficie. Incluso en la tenue luz con la embriaguez asentándose, reconocí al hombre separando mis piernas. —J-joshhh… ¿po… por… por qué…? —No me escuchabas, Ruby —dijo ásperamente. Su voz sonaba muy lejana a medida que mi consciencia comenzaba a retirarse. Quería mover mis piernas para patearlo, pero ya no tenía control. Todo mi cuerpo se sentía dormido. »Esto es tu culpa. ¿Crees que quiero hacer esto? —Mis piernas colgaban flojas sobre el borde, se acomodó entre ellas. Sus manos rodearon la parte trasera de mis piernas, acercándome. Quise gritar, pero ya no podía formar las palabras. No podía hacer nada. »No puedo sacarte de mi cabeza, pero no regresas conmigo. Duele tanto, Ruby. Ni siquiera Kendall puede calmarlo ya. Debes ser tú. —Siguió hablando, murmurando para sí. Un pánico ciego se instaló sobre mí. Supe lo que estaba a punto de pasar, pero no podía ponerle palabras. No podía detenerlo.

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Las manos de Josh siguieron toqueteándome, buscando debajo de mi camiseta. Sus palmas sudorosas rodearon mis senos y el terror se apoderó de mí. En serio iba a hacer esto. —No me dejabas tocarte así cuando estuvimos juntos. Eras tan mojigata. Ya no más, ¿verdad, Ruby? —Apretando mis senos, su rostro en mi cuello, pude sentir su patética excusa de pene frotándose contra mí. Hormigueos pinchaban mi piel cuando intentaba gritar para que alguien viniera. Cualquiera. Grité y grité, pero estaba atrapada en una pesadilla donde nadie podía escucharme. Los movimientos torpes de Josh empeoraron cuanto más me tocaba. Mi piel le hacía eso a la gente. Era tan tonta por siquiera querer a alguien con quien pasar el tiempo. Estaba sola y muriendo de hambre. Por atención. Por sexo. Por todo. Era un maldito demonio privado de todo lo que necesitaba, así que jugaba con fuego y ahora iba a quemarme. Quemarme. Estaba ardiendo por dentro. —Eres mía y te tendré. —Josh se apartó, deshaciéndose torpemente de sus pantalones. No podía ver los movimientos, no podía mover mi cabeza, pero pude escuchar cada muesca de la cremallera y cada roce de ropa cuando sus pantalones cayeron al suelo. Era tan parecido a antes. Era aterrador. Excepto que esta vez, no tenía a Moira para salvarme. Las manos asquerosas de Josh rodearon mi cintura, acercándome en tanto se frotaba contra mí. Era violento y repugnante. Sus manos torpemente tiraron de mi camiseta, sacándola, mi cabeza cayendo sin fuerza cuando jaló el material y lo arrojó a un lado. Podía sentirlo todo y nada, y no podía escapar. Ya no era yo. Mi conciencia se había retirado más lejos, buscando seguridad en algún rincón oscuro de mi mente. La chica en la mesa estaba sujeta e indefensa, pero no muy lejos… estaba ardiendo con ira. Ardiendo como nunca antes. Cuando su boca se envolvió alrededor de mi pezón, dejé de gritar por ayuda y comencé a gritar por muerte. Su muerte. Quería que sangrara por esto.

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Iba a herirlo. Diablos, cuando llegara a eso, iba a matarlo. Fue ese simple pensamiento lo que liberó algo dentro de mí. Algo que nunca había sabido que estaba allí. Por primera vez, acostada en la mesa, drogada e incapaz de moverme, vi un destello de algo… no de este mundo. Algo oscuro. Mortal. Y cuando sus manos desabotonaron mis pantalones, ese algo abrió los ojos.

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Rysten Algo alcanzó mi pecho y arrancó mi corazón. Al menos, así fue como se sintió. De la nada, terror puro concentrado se apoderó de mí. Exigía mi atención; toda, a medida que el dolor punzante se arrastraba en mi interior. Me agarré el pecho a la vez que caía contra el sofá. Mi vino se resbaló de mi mano, derramándose sobre el mueble pálido, manchándolo de un profundo borgoña. El dolor se alivió por un momento y alcé la mirada en torno al cuarto. Julian estaba agarrado a la encimera con la bastante fuerza que el cuarzo se desmoronó bajo sus dedos. —¿Qué demonios fue eso? —gritó Laran desde el pasillo. Apareció sujetando una mano contra su pecho, sus ojos brillando de color rojo. —No tengo idea, ¿pero voy a suponer que todos sentimos lo mismo? —respondió Julian secamente. Las palabras apenas salieron de su boca cuando volvió a comenzar. Peor que antes. El dolor que me rasgaba ardía. Solo cuando el calor abrasador desapareció, mi visión se aclaró lo suficiente para ver el mundo a mi alrededor. Las rodillas de Laran debieron haber cedido, porque se había caído al suelo. Alistair se había desplomado hacia un lado contra la pared, su vaso de escocés derramándose en la alfombra en una piscina ambarina. Incluso mi hermano, el más fuerte de los Jinetes, estaba apoyado sobre la encimera por apoyo. Una vena en su sien se había abultado; el único indicio que Muerte mostraría de que estaba sufriendo. —¿Quién podría atacarnos a los cuatro? —susurré. El silencio nos envolvió cuando otra ola de calor rasgó a través de mi pecho. Este aluvión sabía a furia, no solo dolor. El poder psíquico rodeó mis escudos como si no se trataran de nada, encendiendo una tortura como nunca había conocido. Conforme declinaba, me di cuenta que un pequeño trozo de la esencia era familiar. Era salvaje… La verdad y el horror me golpearon a la vez.

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—Ruby. Todo lo que requirió fue su nombre para ponernos en acción. No tenía idea de cómo ella lo había hecho. ¿Cómo pudo estar ocultando tanto poder? Allistair había dicho que lo sintió… pero en ese momento, no me importaba. Todo lo que importaba era encontrarla y acabar con quien sea que la estaba hiriendo… si quedaba algo de ellos. Nosotros éramos los Jinetes y éramos inmortales. Ella había puesto a los cuatro seres más fuertes que rondaban cualquier mundo, aparte de ella, de rodillas. Era plausible que quien sea que la hirió ya estuviera muerto. —Tenemos que encontrarla ahora —dijo Laran. Me proyecté fuera de la habitación a las calles de Portland. Ellos me alcanzarían si no lo habían hecho ya. En este momento, Ruby era lo más importante. Di tres pasos en la calle, antes que otra oleada de incontenible furia me atravesara. Era incapacitante, y me tropecé, pero no me detendría. No le fallaría. Usé el dolor, la furia y el terror para alimentar mi cacería. Ellos me llevarían hasta ella. No tenía idea de dónde estaba, o cómo llegar a ella, pero de alguna manera, su poder me guio. Como si una cuerda nos conectara a los dos, se envolvió a mi alrededor, jalándome hacia el punto cero. Di la vuelta a otra esquina y me detuve de inmediato en una puerta. Podía sentirlo en mis huesos. Ella estaba aquí. Aquí era. Estaba de pie en un club llamado La Caja de Pandora. Me empujé a través de la fila de gente en el frente, golpeando al guardia que se atrevió a bloquear mi camino. No eran mi preocupación. Dentro, olía a licor y sudor. Los humanos bailaban, si así podías llamarlo, apretándose entre sí al compás de la música. Las luces del techo cambiaban y se movían cuando salté en la multitud, empujando a los humanos fuera del camino por el que iba. Me abrí paso a través de la pista de baile y revisé el bar. Ruby no se encontraba allí, pero podía sentirla cerca. Su dolor se acentuaba más ahora. Su terror más preciso.

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Imágenes parpadearon en mi mente. Mi sangre se heló en mis venas. Atraído por la cuerda invisible, me encontré en la base de las escaleras. Ni un solo gorila intentó detenerme. Estaban más preocupados con los humanos que comenzaron a desplomarse uno por uno. El poder de Ruby contaminaba el aire y no tenía dudas que ella era la causa. Subí corriendo las escaleras tras Guerra y Muerte; Hambruna se encontraba detrás de mí. El mundo se desaceleró a un solo propósito y ese era llegar hasta Ruby. Estaba tan centrado en llegar a ella, que cuando Julian pateó una puerta, no estuve preparado para la ira que se apoderó de mí cuando miré el culo desnudo de su ex mientras le estaba quitando los vaqueros de sus piernas laxas. La había drogado. Había abusado de ella. Ahora estaba a punto de violarla. Perdí toda la racionalidad y dejé que mi furia lo consumiera.

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14 La puerta se abrió con un estallido y la luz bailó a través del techo. Josh detuvo su intento excitado de quitar mis pantalones y la breve interrupción arrebató mi conciencia de la bestia interior. Pero el daño estaba hecho. Ahora sabía que ella estaba allí, en lo hondo de mi interior. Durmiendo en una jaula, esperando a que la puerta se abriera. Mi visión nadó cuando voces comenzaron a entrar en fila. Mi cabeza se aclaró lo suficiente para poder distinguirlas. —Te dije lo que sucedería si volvías a acercarte a ella. —Fuego resplandeció a la vida encima de mi cabeza y un rostro apareció ante mí. Ojos oscuros de salvia y cabello rubio blancuzco. El perfil duro de Julian me miró fijamente. Su expresión ilegible. Extendió una mano, sus dedos apenas tocando mi frente mientras apartaba mi cabello. Una oleada helada me atravesó. Fría. Brutal. Era el tipo de frío que lastimaba tanto que sacaba ampollas. Cada centímetro de mi piel punzaba contra su tacto, absorbiendo el indecible dolor. Cuando finalmente comenzó a remitir, me encontré aferrándome a él y deseando más. —¿Puedes escucharme, Ruby? —preguntó suavemente. Intenté asentir con la cabeza, y para mi sorpresa, se movió. Tragué saliva, lágrimas punzando en mis ojos. —S… sí —dije con voz ronca. Lentamente, pero con toda certeza, el adormecimiento comenzó a desvanecerse de mi cuerpo a medida que me recobraba. Lo suficiente para poder distinguir los gritos de Josh. Luché por sentarme y Julian puso una mano para mantenerme abajo. —No quieres ver esto. —… tengo que —susurré.

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Algo tácito pasó entre nosotros. Tal vez fue el momento. Tal vez fueron los remanentes de la droga que me había dado Josh. No lo sé, pero en ese momento, Julian me entendió cuando mis ojos se encontraron con los suyos. No dijo nada mientras deslizaba un brazo alrededor de mi espalda desnuda y me ayudaba a sentarme. Me di cuenta por qué no quería que viera, pero no sentí nada mientras miraba la escena desarrollarse ante mí. Josh estaba arrodillado delante de Rysten, su boca jadeando en un grito silencioso. El glamur que siempre rodeaba a Rysten no estaba presente. Una oleada a poder que olía perceptiblemente a podrido y descomposición llenaba la habitación mientras sostenía el rostro de Josh entre sus manos. Sus ojos sangraban en sus cuencas al tiempo que Rysten obtenía el único tipo de venganza que llegaría a ver. No creo que se hubiera detenido, incluso si se lo hubiera pedido. Rysten se inclinó hacia delante y susurró algo en su oído que no pude escuchar. Por encima de su hombro, los ojos sangrantes de Josh se encontraron con los míos. Incluso muriendo, me miraba hambrientamente. Apreté los dientes y dije lo único que podía darme paz. —Mátalo. Mi palabra fue un susurro sobre su tumba. En el momento que dejó mis labios, sus ojos explotaron y su corazón se dio por vencido. Nunca había sido alguien que se deleitara con la muerte, pero luego de ser acosada, drogada y deshonrada, solo digamos que eso le hace algo a tu alma. Miré fijamente el cadáver, pero no sentía culpa. Nada de bondad. Ni remordimiento. Lo quería muerto porque intentó tomar lo único que nunca quise tomar de nadie: el poder de elegir. Y si los Jinetes no hubieran llegado, me estaría violando en la mesa de una sala de conferencias en este preciso momento. La verdad de eso dolió más que cualquier dolor físico. Pero este no era el momento para procesar la mierda.

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No aquí, en un cuarto donde su cadáver seguía caliente y estaba medio desnuda solo sostenida por el brazo de Julian. Aquí no. Allistair avanzó para levantar mis brazos mientras Julian me volvía a poner mi camiseta. Debí haber llevado un sujetador. —Escúchame, Ruby —dijo Allistair. Repitió mi nombre tres veces antes de dar un paso en mi campo de visión y llamar mi atención—. Vamos a limpiar esto. Será como si nunca hubiera ocurrido. Nadie sabrá a dónde fue, pero ese humano no volverá a hacerte daño nunca. Como si nunca hubiera ocurrido. Esas palabras se repitieron una y otra vez en mi mente. —Moira dijo lo mismo —murmuré. Imágenes de una noche no muy diferente a esta se reprodujeron ante mí. Sobre un chico y una chica que jugaron un juego y fueron quemados. —¿De qué estás hablando? —preguntó suavemente Allistair. Mis pensamientos comenzaron a girar salvajemente fuera de control. —Nunca quise que perdiera la cordura. Simplemente no pude evitarlo —susurré. Todavía podía recordar el color de su cabello. Tan amarillo; besado por el sol. Apenas era un hombre cuando nos conocimos. —Ruby, esto no es tu culpa. Lo que sucedió aquí… —Él también me hirió. Y lo hice pagar. —Mis palabras fueron muy suaves. Muy bajas. Cuatro pares de ojos se giraron hacia mí. —Está en shock, y está herida. Voy a llevarla a casa. Limpien esto. Todo —ordenó Julian. Se agachó y puso su otro brazo bajo mis piernas. Conforme me sacaba de la sala de conferencias, miré sobre su hombro. Laran extendió una mano y el cuerpo se Josh comenzó a arder. Frente a él, bañado por la luz del fuego, los ojos de Rysten me encontraron. No dijo nada, pero algo en la manera que me observaba me hizo pensar que sabía de lo que estaba hablando. Por otra parte, tal vez solo estaba viendo sombras en los ojos de un asesino a otro. Nadie cuestionó a Julian mientras me sacaba de la Caja de Pandora. Tuve que preguntarme qué clase de seguridad tenían allí si

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dejaban que hombres sacaran a mujeres apenas conscientes por la puerta principal. Supuse que eran humanos. Eran tan jodidos e imperfectos como los demonios. Solo se hacían de la vista gorda ante sus propias vilezas. Afuera del club, el viento arreció y la temperatura descendió. Me acurruqué contra Julian a medida que se alejaba del club y giraba en un callejón. Los cielos de medianoche fueron una vista bienvenida luego de lo que pareció como un viaje a la madriguera del conejo. Inhalé un suspiro de alivio, pero fue demasiado pronto. —¿Vas a alguna parte, amigo? Echando un vistazo sobre el hombro de Julian, miré a la entrada del callejón detrás de nosotros. Que el Diablo nos salve. Era el diablo del antro y traía amigos.

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15 —¿Desde cuándo los Jinetes se involucran en asuntos de humanos? —dijo el diablo. El viento recorrió a toda velocidad el callejón y me aferré a Julian cuando se dio vuelta hacia este. Encima de nosotros, una nube oscura cubrió la luna. Un trueno rugió a la vez que una ligera llovizna comenzaba. —Lo que hacemos no es de tu incumbencia, diablo —se burló Julian. Él y Allistair tenían ese dejo de fría arrogancia aprendido. No sentía la necesidad de temblar con Allistair, porque era igual de condescendiente con los humanos sin importar qué. Julian era diferente. Hubo un escalofrío que le siguió, como si la muerte bailara en el viento. —De hecho —El diablo sonrió—, lo tiene, dado que tu compañero mató a la mitad de mis hombres y tomó mi ojo como advertencia. —Dio un paso en la luz de la única lámpara que colgaba sobre una puerta en el callejón. Un ojo era de un brillante rojo, tal y como lo recordaba. El otro era una cuenca vacía, horriblemente dañado por lo que parecían marcas de cuchillo… Laran literalmente le cortó su ojo. Todo por tocarme. En cualquier otro día, ese pensamiento me habría dado mareos. Hoy, no podía hacer que sintiera algo por nada, excepto el poco de autopreservación que todavía tenía que quería salir disparado de aquí. Esta era la parte donde se suponía que Julian dijera que no tuvo nada que ver y dejaba el pasado en el pasado. —Tocaste a una demonio sobre la que había puesto un reclamo —respondió Julian. Me quedé inmóvil. ¿Qué demonios? ¡Eso no era lo que se suponía que dijeras! Al parecer, el diablo pensó lo mismo, porque una sonrisa malvada que prometía muchas cosas malas se deslizó por su rostro. —La misma demonio que estás sosteniendo en este momento, si la memoria no me falla —comentó el diablillo, su ojo bajando de Julian a

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mí. Lo contemplé cautelosamente, deseando no formar parte de esto. Era demasiado poco, demasiado tarde. —Ella está bajo nuestra protección. Cualquiera que piense en dañarla recibirá una muerte muy lenta y dolorosa por mi mano. No intentes enojarme, diablo. Si pensaste que el castigo de Guerra fue duro, encontrarás que la Muerte es mucho más permanente. —Las palabras de Julian fueron irritadas. Sonaba confiado, pero pude sentir la preocupación latiendo a través de él. Podía ser capaz de ocultarlo de ellos, pero yo sabía la verdad y no auguraba nada bueno para mí. —¿Protección? Tu chica demonio se puso glamur a sí misma de él y prácticamente estuvo rogando ser follada. Puede que todavía me sigan debiendo cuando acabemos contigo. —Su mirada me recorrió, demasiado ardiente para mi gusto—. Aunque, tengo curiosidad en cuanto a qué podría hacer una sola chica para provocar la protección de los Cuatro Jinetes. He estado escuchando algunos rumores del Infierno. Rumores interesantes. Del tipo que hacen a un demonio preguntarse… Julian volvió a enfurecerse contra las acusaciones del diablillo. No estaba solo. —Ella no es de tu incumbencia, ¿o sí? —preguntó Julian. No sé si el diablo podía notar con cuanta fuerza estaba intentando desviar su atención, pero estaba segura como el infierno que eso hacía. No estaba asustado para nada, pero la preocupación iba cabeza a cabeza con su ansia de matarlos donde estaban. Solo esperaba que encontrara una manera de sacarnos de aquí. —Es debido a ella que tu compañero me hizo esto —dijo, mientras se señalaba el ojo—. Pensaré en un castigo adecuado cuando hayamos acabado aquí. Si ella es quien creo que es, mi amo estará muy interesado. Tal vez lo suficiente como para ganarme un ascenso, luego de usarla para atraer a los otros tres. —Sujeté el cuello de la chaqueta de Julian para esconder mi temblor. El diablo silbó a la vez que retrocedía y los demonios a su mando avanzaron hacia nosotros. A un lado, uno en particular llamó mi atención. El gorila del club.

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Abrí la boca, pero antes de poder decir nada, alguien arremetió. Julian lo pateó del camino y derribó a otro, pero de ninguna manera iba a ganar esta pelea si me estaba sosteniendo. —Bájame —dije mientras evitaba un puñetazo. —No va a pasar —gruñó. Eso fue antes de que algunos de ellos sacaran cuchillos. Tenía seis demonios frente a él, sin incluir al un-ojo y los cobardes que solo estaban viendo. Probablemente intentando asegurarse de que no escapara. Mi voz fue apenas un susurro. —Maldita sea, Julian. Soy peso muerto. Apenas puedo sujetarme de ti. Bájame o ambos estaremos muertos. —Solo tomó un golpe de cuchillo y él siendo apuñalado en el brazo para que escuchara. Sin apartarse de nuestros atacantes, me giró detrás de él. —Corre hasta el final. —Di dos pasos antes de que el mareo se apoderara de mí. Las malditas drogas seguían en mi sistema. Conseguí dar dos pasos más antes de caer de lado contra la pared y derrumbarme al suelo, arrastrada por la pesadez de la que no podía deshacerme todavía. Tierra manchaba mi rostro y manos y tomé un aliento tembloroso. Mis dientes castañearon por el frío y la lluvia. Gracias al Diablo no podía enfermarme de neumonía. Por otra parte, tal vez una enfermedad que lleve a la muerte sería más amable que lo que sea que el diablillo haya planeado. Julian se defendía bastante bien, dados los cuerpos que estaban apilándose a su alrededor, pero había un problema: el diablo lo había previsto y trajo montones de demonios. Por cada cuerpo que caía, había otro esperando a tomar su sitio. Incluso así, Julian soltó un rugido animal, hundiendo su mano a través del pecho de un demonio, sacando su corazón latiendo. Mi boca se abrió, y en ese preciso instante, sus ojos se encontraron con los míos. Me gustaría poder decir que ese momento permaneció inmóvil, pero fue lo opuesto. Él había cometido un error fatal: quitó sus ojos de la pelea. Lo vi venir, pero no hubo nada que pudiera decir para detenerlo. Un demonio envolvió una soga alrededor de su cuello.

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Otro lo apuñaló. Una. Y otra. Y otra vez. Otro lo aporreó con una barreta en las rodillas. Observé con horror. No pude apartar la mirada cuando lo rodearon. Lo habían sobrepasado por completo, no pude ver nada de Julian en absoluto. Fue solo entonces que el diablillo salió de las sombras. Dio unos pasos lentos y constantes en mi dirección. El gorila del club avanzó a su mismo ritmo. Mi corazón retumbó cuando intenté treparme, tropezándome cuando busqué por una falsa seguridad en las sombras. El diablo me mostró una sonrisa perezosa cuando se agachó frente a mí. —Hola, muñequita. —Lo fulminé con la mirada—. Bien, bien. No hay necesidad de ser tan odiosa. Nos llevamos tan bien en nuestro último encuentro, antes que tus amigos hicieran esto. —Giró su rostro para que pudiera ver la cuenca vacía de su ojo—. Afortunadamente para ti, necesito que ese rostro sea bonito en caso de que me equivoque y mi amo no te quiera. No puedo venderte con un ojo faltante, ¿verdad? Es por eso que traje a mi amigo aquí. Su cabello del color de la tinta voló con el viento, el agua mojándolo y haciendo que las puntas se pegaran a su frente, convergiendo alrededor de esa terrible cicatriz. Chasqueó los dedos una vez y el gorila se puso frente a mí, bloqueando mi vista. El gorila nos miró. No requería ser un genio para darse cuenta que estaba nervioso. Claramente no lo bastante nervioso, si iba a hacer lo que sea que mierda de ojo rojo había planeado. —¿Qué quieres? —dije con voz ronca. El diablo sonrió, y habría parecido genuina sonrisa, de no haber sido por los violentos sonidos haciendo eco detrás de él. No me atreví a mirar en esa dirección, temiendo lo que podría ver. —Puedes hablar. Me impresiona. Las drogas que te dio el chico debieron dejarte noqueada —dijo. Mi corazón se detuvo. —¿Tú le disté eso? —pregunté, recordando la experiencia extracorporal. Si eso es lo que le hacía a un demonio… esa mierda mataría a un humano con toda su fuerza. —No, tuve a mi compañero aquí para hacer eso. Él iba a dártelas, pero entonces tu novio apareció y no tuvo problemas en usarlas. Dijo que

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no le importaba lo que requiriera con tal de tenerte. —El diablo soltó una risa cruel. Las cicatrices deformando su rostro una vez apuesto. —¿Cómo me encontraste? —solté en un susurro rasposo. Solo necesitaba que siguieran hablando hasta que los otros llegaran. Mis posibilidades de sobrevivir esta noche estaban disminuyendo con cada minuto que pasaba. —No fue tan difícil, muñequita. Todos mis hombres te vieron el viernes en mi bar. Les di una considerable dosis de lo que quedaba de mis reservas luego de que Guerra vino. Les dije que si te veían, lo usaran y me llamaran. —Bueno, eso respondía la pregunta. Al menos Moira estaba a salvo de todo esto. Pequeño consuelo que era. El suelo se estremeció cuando algo soltó un aterrador rugido. Nunca había escuchado algo tan primigenio y poderoso en toda mi vida. A nuestro alrededor, los muertos se alzaron y comenzaron a atacar a los demonios todavía vivos. Fue diferente a nada que haya visto, pero supe sin duda alguna quién lo provocó. —Julian —susurré. Era un necromancer. No. Él era el necromancer. Como si el Jinete de la Muerte no fuera ya bastante aterrador. El diablo hizo un movimiento con su mano y el gorila avanzó. Me dieron punzadas agudas en las puntas de mis dedos cuando intenté arrastrarme lejos de él. Extendió la mano y me dio un revés en la cara. Ni siquiera registré el dolor cuando mi cuerpo golpeó el pavimento. Mi boca sabía a cobre y gravilla. Me giré justo a tiempo para verlo extender sus manos de nuevo hacia mí y le escupí en el rostro. Sangre azul, moco y trozos de grava golpearon su mejilla. —Pequeña zorra —dijo. Alargó la mano e intentó agarrarme, pero planté mi pie en su esternón. Fue un intento débil; mis piernas no tenían fuerza. Soltó un gruñido y arrojó mi pierna a un lado, sujetándome contra el asfalto. El pánico me consumió cuando se mano se envolvió alrededor de mi mandíbula y la apretó. Buscó en su bolsillo trasero y sacó una bolsita plástica. Usando los dientes, la abrió y me sonrió.

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—¿Ves estas? —me preguntó. No me atreví a abrir la boca—. Le di dos a tu novio y sigues sin poder caminar. ¿Qué piensas que te harán otras dos? Segura como el infierno que no iba a averiguarlo. Apretó su agarre en mi mandíbula, presionando sus dedos en un intento de que la abriera. Me tensé contra su agarre, revolviéndome tanto como pude. Apretó con más fuerza. La sangre en mi boca fluyó y el primer pinchazo de dolor finalmente me golpeó. Seguido de ira. Rasguñé y arañé sus brazos, pero solo apretó más fuerte. Mi mandíbula chasqueó, y de pronto, un dolor intenso me llenó. Jadeé. Antes de poder evitarlo, vertió el contenido de la bolsita directamente en mi boca y cerró mi mandíbula. Las píldoras chisporrotearon en cuestión de segundos. Solo era cuestión de un momento. El terror y la adrenalina me arrasaron ante la perspectiva de ser llevada. Mi corazón resonó con más fuerza y más rápido y mis palmas sudaban. La lluvia empapó mi rostro a la vez que un trueno rugía. Y entonces el ardor comenzó. Un incendio que no podía ser controlado, un infierno embravecido rasgó a través de mi pecho. Era helado, ardiente, eléctrico y prohibido, todo a la vez. Era todo lo que había sentido, y nada a la vez. Era un fuego tan ardiente, que se sentía frío. Y en alguna parte, en lo más profundo de mi ser, una puerta se abrió. La bestia, mi bestia, echó un vistazo fuera de las paredes de su prisión y decidió que no iba a volver a ser encerrada. Grité contra el dolor que me atravesó, tragando la mezcla de sangre y drogas a la vez. El demonio sobre mí me mostró una sonrisa cruel cuando se movió para sujetar mis brazos. La bestia del interior salió disparada y mi grito llegó a un abrupto fin. Sus manos se volvieron negras

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como carbón. Saltó lejos de mí, pero ya era muy tarde. Un demonio usando mi rostro le sonrió.

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16 —No —susurró, retrocediendo. El fuego en sus venas no sería apagado. No hasta que lo consumiera. La oscuridad se esparció por sus brazos, a través de su pecho y a cada recoveco y rendija sin ver. Se rasgó la ropa, el cabello, rasgando su misma piel en un intento desesperado de escapar del fuego que lo tomaba. Lo sentí todo. Sus arañazos. Él rasgándose. Su carne quemándose y la piel derritiéndose. Fue horrible. Horrendo. A mi bestia no le importó. Abrió la boca, tal vez para gritar, pero ningún sonido escapó. Era el tipo de dolor, tan crudo, tan intenso… que era casi inimaginable. Estaba en su propio infierno personal y sentí cada momento conforme moría. Placer y dolor se enroscaron en mi interior mientras me sentaba y dejaba que la bestia hiciera lo que quisiera. Luz azul brillaba detrás de sus ojos cuando la piel alrededor de su rostro se volvió negra y chamuscada, asemejándose al resto de él. Primero sus manos dejaron de moverse. Luego sus brazos. Sus piernas. Cuando el fuego detrás de sus ojos se apagó y todo lo que quedaba eran trozos negros como el pecado, supe que estaba muerto. Una simple brisa barrió el callejón, y la cáscara del que una vez fue el gorila se desintegró en cenizas. El único indicio de lo que sucedió era una sola brasa azul y luego se apagó de la existencia. La bestia miró al diablo que estaba retrocediendo por el callejón. Había pensado que podía desafiar a Muerte, ¿pero la vista de mí lo asustaba? Mi bestia sonrió y no fue agradable.

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Movió mi cuerpo sobre sus rodillas, como si fuéramos a hacer un movimiento hacia él y el diablillo comenzó a correr. Salió disparado como el cobarde que era, dejando al resto de hombres que trajo para morir. Ella volvió sus ojos hacia el callejón delante nuestro, donde los cuerpos muertos que se habían alzado estaban cayendo como moscas, su propósito cumplido ahora que los una vez vivos se habían unido a ellos en la otra vida. Una mano se sumergió a través del pecho de un demonio, regando sangre a través del cemento ya manchado de azul. El cuerpo cayó al suelo, y de pie en medio del caos, estaba Julian. Sacudió su cabello una vez rubio y azul fue arrojado en gotas. La lluvia goteó por su cuerpo indemne. Su camisa rasgada, exponiendo el músculo esbelto e inmaculado. Sangre empapaba sus pantalones, de él y de ellos. Pero a pesar de lo que habían hecho en un intento por matarlo, estaba perfecto. Entero. Un solo corte corría desde su ceja a su barbilla, pero en el tiempo que nos tomó mirarnos fijamente, eso, también, había sanado. Muerte. En verdad era Muerte. ¿Podían matarlo? No estaba segura, pero su cuerpo perfecto y sin marcas, libre de cicatrices, me hizo querer saber. —¿Ruby? —preguntó en voz baja. Vacilante. Me pregunté lo que vio que lo hizo caminar con tanto cuidado. —La lastimaron. —La voz salió que salió de mi boca era fría. Apagada. Julian asintió con la cabeza y alzó sus manos sangrientas en señal de rendición. —Lo sé y lamento no haber podido detenerlo antes. Gracias por cuidar de ella —dijo suavemente. La bestia no respondió a medida que caminaba hacia nosotras. Sus pasos eran pequeños; medidos y cuidadosos. Parecía como si estuviera caminando sobre vidrio. Solo cuando se paró delante de nosotras ella volvió a hablar.

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—La han herido antes, pero no pude salvarla la última vez. No desea dejar este mundo, y sin embargo… —La fría voz se interrumpió—, si la vuelven a lastimar, lo haré arder hasta sus cimientos. —Hubo la más suave amenaza en su voz. La promesa de indecible horror. Un verdadero apocalipsis traído por nuestras manos. Ella haría que Sodoma y Gomorra parecieran un juego de niños, llevado por un Dios benevolente, porque ella limpiaría la tierra de toda la humanidad. Sería el más brutal remedio y genocidio que la tierra haya visto. Y ella, yo, tenía el poder para hacerlo. Julian ni se inmutó. No dio ninguna indicación de que tuviera miedo. Sintiendo sus emociones filtrándose, había cautela y algún resto de dolor, pero no miedo. La bestia apreció eso. Podía respetar eso. Julian se agachó sobre una rodilla ante nosotras, pero no hizo movimiento para tocarnos. Era inteligente por eso. —Lo haré mejor, pero ahora, me gustaría hablar con Ruby. —No lo expresó como una pregunta. No estaba pidiendo permiso. Le estaba diciendo que era momento de retroceder. A la bestia no le gustó esa idea. Había estado encerrada por mucho tiempo. Tanto tiempo, que ni siquiera sabía quién la había puesto en esa prisión. —¿Cómo sé que no volveré a ser encerrada? —preguntó. No era infantil o curiosa. La voz carecía de vida, pero había un trasfondo helado que contenía una ira propia. Julian nos miró fijamente por un largo rato y habló con completa autoridad. —Porque mataré a cualquiera que lo intente. A la bestia le gustó eso. Le gustó mucho. Me extendí para convencerla de que retrocediera, y esta vez estuvo de acuerdo, sabiendo que no volvería a ser encerrada. —Cuídala. —Sus palabras de despedida. Una fuerza invisible me empujó a mi propio cuerpo de nuevo. Un lloriqueo escapó de mis labios cuando el cansancio de la noche pesó sobre mí. La gravilla que pinchaba mis rodillas dolía, más afilados de lo que debería. El mareo en mi cabeza era demasiado familiar luego de la

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segunda vez de ser drogada. Mi conciencia ya estaba comenzando a menguar. —Ruby —dijo Julian mientras soltaba un suspiro de alivio—. ¿Te encuentras bien? —Forzó… drogas… quiero… c-casa —dije arrastrando las palabras. Los efectos ya estaban regresando. Probablemente tenía unos instantes antes que la parálisis y la experiencia extracorporal regresaran, pero esta vez, no estaría sola. La bestia estaba allí, esperando conmigo. Julian no dudó en alzarme en brazos y caminar hasta el final del callejón. Miré sobre su hombro a la escena detrás de nosotros. Los cuerpos muertos yacían en montones en el suelo del callejón. Sus brazos y piernas se encontraban doblados en ángulos extraños. Algunos tenían enormes agujeros en sus pechos, otros estaban decapitados. Julian en verdad era un monstruo. Por otra parte, tal vez, yo también lo era. Las cenizas volaban en el viento, lo último que vi antes de dar un paso en las sombras y todo quedó negro. La interminable oscuridad solo duró un segundo antes de que me estuviera llevando a través de mi patio delantero. Puede caminar en las sombras. Ahora sabía cómo se movían con tanta facilidad. La idea fue un interés pasajero cuando me di cuenta que el auto de Moira no se encontraba allí. La entrada estaba oscura, pero Julian se dirigió igual de bien mientras subía al porche. —¿Dónde está tu llave de repuesto? —preguntó. Mi cabeza colgaba contra su hombro. —No… una —mascullé. No dijo nada, pero suspiró con molestia. Se movió para sostenerme con un brazo. Hubo un agudo sonido de crujido, que supuse fue él rompiendo la cerradura, y la puerta se abrió. El espeluznante chirrido que nos aguardaba me sacó del abotargamiento inducido por las drogas. Julian soltó una maldición cuando algo voló hacia él con toda su fuerza antes de apoyarse en mi pecho. Ni siquiera habíamos atravesado completamente el umbral, pero Bandido estaba aquí esperando.

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—Ey… ami…go —farfullé. Mi mapache envolvió sus brazos alrededor de mi cuello y ronroneó más fuerte de lo que nunca lo había escuchado. Tal vez esas fueron las drogas. Julian cerró la puerta con una patada detrás de él y encendió la luz conforme se movía por la casa. Mi sala desapareció cuando dobló la esquina hacia mi habitación. Me acostó en la cama, subiendo las mantas sobre mí. Ya estaba tan ida que mis brazos y piernas eran inútiles y la sensación de impotencia me atenazó. La bestia en mi interior se crispó, paseándose inquieta. A ella no le gustaba esto más que a mí, pero a veces ciertamente no había nada que pudieras hacer excepto esperar. —¿Qué puedo hacer? —preguntó Julian, su voz tensa. Tirante. —Luces —murmuré. Bandido se acurrucó más cerca de mi pecho, y en ese instante fue lo único que me mantuvo cuerda. Mantuvo el pánico a raya. —¿Qué más? ¿Qué necesitas? ¿Cómo arreglo esto? —preguntó. Pude escuchar la desesperación en su voz, pero sus emociones no me llegaban. No podía sentirlas. No podía sentir mucho de nada, excepto la alegría proveniente de Bandido. —No puedo… —grazné—. Moira. Q-q-qui-quiero a Mmm… —Me tensé contra el peso insistente asentado en mi pecho, pero esperé que entendiera el mensaje. Con ojos pesados y cerrándose, miré fijamente al techo. Comencé a vagar a través del universo. El tiempo mismo trascendió cuando las luces violetas y azules del club giraron alrededor de mí otra vez. Me perdí en un mundo de recuerdos y pesadillas. Rostros de gente, rostros de hombres, pasaron junto a mí a medida que vadeaba por ellos. Entonces vino Josh, y el diablillo, y el gorila, y Danny… cuando todos se fusionaron en uno. Vi los rostros de los tiempos pasados, y se deslizaron a través de mis dedos como humo, siempre esquivándome. Pero entonces los rostros cambiaron. Y las luces se hicieron más brillantes. Y cuando el humo se asentó, todo lo que permaneció fue el fuego. Las llamas eran negras y en tonos de azules a medida que bailaban a través de mis sueños. Eran las llamas con las que había soñado desde que era una niña. Eran las llamas del Infierno. Lo único en este mundo que podía matar totalmente a un demonio, aparte de la Muerte misma. Supongo que eso

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debería ser extraño, pero era una demonio soñando con cosas que las pequeñas demonios sueñan. Llamas, fuego y cenizas. No desprendían humo, pero destruían todo lo que tocaban. Fue dentro de esas llamas que una bestia me llevó, tomadas de la mano, a un nuevo lugar. Donde el dolor no podía alcanzarme, y los demonios no podían encontrarme y la gente en la tierra ya no podía lastimarme. Porque yo era una con la llama. Una con el fuego que ardía dentro de mi alma.

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Julian No sabía cómo ayudarla. No sabía qué hacer que pudiera hacer que esto fuese mejor, o compensar el dolor del que no pude salvarla. El humano la drogó con loto negro y luego abusó de ella. La habría violado, de no habernos llamado. Fue el dolor que proyectó en un grito de ayuda lo que nos llevó allí. Lo que nos permitió salvarla. No creo que se diera cuenta de lo que había hecho. Pero si Ruby era tan fuerte como yo pensaba que era… nosotros no fuimos los únicos que lo sentimos. Si mis instintos probaban ser ciertos, los demonios estarían viniendo por ella desde todos los rincones de la tierra. Algunos querrían favores. Algunos buscarían controlarla. Otros simplemente desearían matarla en un intento por abrir las puertas del Infierno. Pensé que tendríamos más tiempo. Había esperado que llegáramos a conocerla mejor. Había querido que ella tomara una decisión por sí sola, pero el tiempo se estaba agotando. Incluso si su ataque psíquico no alcanzó otra alma además de nosotros cuatro, teníamos un enorme problema. La bestia había despertado, y eso conduciría a la transición. Tal vez no esta noche, o mañana, o incluso la semana siguiente, pero llegaría. Y necesitábamos estar listo cuando lo hiciera. Lucifer nos había creado para ser capaces de manejar a la bestia. De encerrarla cuando ella no pudiera hacerlo sola. Si íbamos a tener alguna esperanza de ser capaces de hacerlo, necesitábamos que confiara en nosotros. La confianza no se ganaba fácilmente, y requería tiempo. Más tiempo del que teníamos. Si en verdad se encontraba al borde de la transición, no teníamos más de un mes. Y esa era una estimación generosa. La puerta delantera se abrió y una pequeña banshee de cabello oscuro dobló como un vendaval la esquina. La chica ni siquiera me miró, sus ojos frenéticos cuando buscaba a una sola persona. Me aparté de ella, esperando que pudiera hacer lo que yo y los demás no podríamos.

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Se quitó los tacones violentamente y se subió a la cama junto a Ruby. Sus delgados brazos verdes rodearon los hombros ligeramente más anchos de Ruby. Comenzó a murmurar cosas por lo bajo, pero cerré la puerta. Las cosas dichas entre dos personas tan cercanas no estaban destinadas para que otros las escuchasen. Ciertamente no luego de una noche como esta. Bajé por el pasillo y entré a la sala donde los otros tres esperaban. Rysten estaba sentado en el sofá, mirando fijamente con un vacío que era revelador. Allistair enfrentaba la ventana, su espalda hacia nosotros y su postura rígida. Inflexible. Laran se paseaba delante de la puerta y el viento afuera soplaba más fuerte. La luna había sido eclipsada por las nubes oscuras mientras una densa lluvia caía. El pronóstico no había dicho lluvia esta noche, lo que significaba que se trataba de Guerra. —¿Se encargaron? —pregunté. Laran asintió. —Los cuerpos han sido quemados; las cenizas desparramadas. Nadie sabrá lo que pasó. Nunca existieron en lo que concierne a este mundo. —Era lo más serio que lo había visto desde las Guerras del Anillo. —¿Y el humano? —pregunté. Si no tuviera que preocuparme por las necesidades de Ruby, estaría llamándolo de regreso a través del velo en este preciso momento para hacerlo pagar diez veces más. Veinte. Podría hacerle revivir su muerte cientos de veces. Pero nunca sería suficiente por lo que le hizo y ella no necesitaba conocer ese aspecto particular de mi poder todavía. —He borrado todo rastro de él en línea. Redes sociales. Cuentas bancarias. Cuentas comerciales. Certificado de nacimiento. Seguridad social. Ha desaparecido. Todo. Pero a menos que alguno de nosotros haya aprendido a quitar los recuerdos de la gente… será imposible borrar su recuerdo de la vida de ella completamente. —Rysten soltó un brusco aliento—. Los humanos lo recordarán, pero no hay evidencia de que su desaparición pueda estar vinculada a ella. Asentí una vez, pero fue Hambruna quien habló. —Eso es lo mejor que podemos hacer, a menos que planeemos matar a todo aquel que lo conoció. —Consideré la validez de esa declaración. Sopesando lo bueno y lo malo, el efecto dominó que eso conseguiría.

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—El diablillo de un ojo escapó. Tenemos que priorizar cazarlo antes de que se vuelva un problema —respondí. Laran asintió, pero no fue tan entusiasta como generalmente lo era ante la posibilidad de cazar. No podía culparlo; no cuando el fracaso se asentaba como una piedra sobre nuestras espaldas. —Hay más… dilo —urgió Rysten. Me giré hacia mi hermano. La oscuridad que conocía tan bien todavía no había dejado sus ojos. Matar al humano no fue suficiente. Muchos iban a morir esta noche cuando esta conversación acabara. —La bestia ha despertado. Uno de los demonios llegó hasta ella y ella lo quemó vivo desde el interior hacia fuera —respondí. Rysten asintió. Debió haberlo sentido igual que yo. —Es más fuerte de lo que se da cuenta. No sé cómo contuvo sus poderes tanto tiempo, pero no creo que sea una coincidencia que no haya pasado por la transición todavía. Algo le sucedió y no estoy hablando de esta noche —dijo Rysten. El silencio se extendió entre los cuatro, el aire más denso con las cosas sin decir. Guardamos nuestras disculpas, nuestro dolor, nuestras penas, porque no estaban destinadas para los otros. No nos fallamos entre sí, sino a Ruby. Si Rysten tenía razón, era posible que le falláramos mucho antes de llegar a ella. Si algo le sucedió en el pasado que provocara que contuviera su transición, era suficiente para hacerme preguntarme si tuvimos razón en enviarla a este mundo en primer lugar. A un mundo donde monstruos y hombres eran lo mismo.

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17 Desperté calentita y el pánico de inmediato reemplazó la calma que el profundo sueño me había dado. Mis ojos se abrieron, esperando llamas y una casa prendida fuego, pero tal vista no me aguardaba. Mi habitación estaba tenuemente iluminada, proyectando un cálido brillo amarillo. A un lado, Bandido estaba tendido de espaldas, su cabeza apoyada junto a mi brazo sobre el que había babeado. En el otro lado se encontraba Moira, todavía usando su vestido de anoche. Su brazo colgaba sobre su cintura desnuda, envuelto protectoramente a mi alrededor. Entonces los recuerdos de anoche regresaron. El club. Las drogas. Josh. El diablo. El gorila. El fuego. Mi bestia. Ni siquiera tenía que comprobar que era cierto, porque ella seguía allí. En el fondo de mi mente, observándome y esperando el momento que fuera necesaria. Tragué saliva y mi garganta protestó audiblemente. Estaba tan reseca como el desierto. Me moví para salir de debajo de Moira y Bandido, pero ella afianzó su agarre y mi mejor amiga alzó su mirada. Todo lo que tomó fue una mirada de ella y las lágrimas se formaron en las esquinas de mis ojos. —Oh, cariño… —susurró y me apretó más fuerte. —¿Cuánto sabes? —dije con voz ronca. —No mucho. Allistair vino y me encontró anoche. Me contó que alguna mierda mala pasó y fuiste drogada —murmuró contra mi hombro. —¿En verdad dijo eso? —¿Que alguna mierda mala pasó? —preguntó. Asintió—. No. Estoy parafraseando. Usó palabras más adultas, pero como que perdí la paciencia porque supe que algo sucedía antes de que me encontrara. No

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regresaste. Te estaba buscando por todas partes. Me trajeron a casa y te vi acostada en la cama… —Se detuvo y me abrazó más fuerte. —Maté a alguien, Moira —susurré. Ni siquiera dudó. —Probablemente se lo merecía. Contuve el sollozo que amenazaba con escapar. Si era por el shock o la gratitud, no lo sabía. Lo que sí sabía era que Moira era la mejor amiga que pude haber pedido. —No tienes que hablar de ello. Solo dime dónde y puedo enterrar el cuerpo. Nadie lo sabrá. —Lágrimas cayeron por mi rostro conforme la abrazaba con fuerza. La sequedad en mi garganta dolía cuando intenté tragar el nudo que se formó. Solo el Diablo sabe lo que hice para merecerla. —Él ya se ha ido —susurré. —¿A qué te refieres? Respiré hondo. Estaba preparada para contarle todo, pero no todavía. —¿Puedo tomar una ducha primero? Me siento asquerosa, y luego de… —Ni siquiera tuve que acabar. Moira se separó de mí y salió de la cama. Su maquillaje corrido por su rostro y marcas oscuras de lágrimas bajaban de sus ojos a su barbilla. —No tienes que explicarte. Voy a preparar algo de té y hacer una jarra de café. Estaré en la sala cuando acabes. —Sonrió débilmente y me dejó para que me arreglara. Probablemente se suponía que llorara entonces. Habría tenido sentido. Llorar por mí. Llorar porque maté a alguien. Diablos. Tal vez si fuera otra chica, habría llorado por el hombre que maté. Eran violadores y asesinos y no lloraría por eso. No se merecían mis lágrimas. Inhalé por la nariz y suavemente quité mi brazo de debajo de Bandido. Él rodó sobre mi almohada y dejó un rastro de baba detrás. Al menos algunas cosas nunca cambiaban.

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La transición de estar acostada a ponerme de pie fue difícil. Mi cabeza comenzó a punzar y el cuarto se meció. Lo tomé lento, sujetándome a la cabecera mientras iba. Cando mis pies tocaron el suelo, me tomó un minuto aclimatarme antes de pararme. Extrañamente, el cambio a ponerme de pie no fue terrible. Mis piernas se sentían débiles, tambaleantes. Supuse que ser drogada dos veces en una noche te haría eso. Me prometí ahí mismo: no más bares. Moira y yo podíamos emborracharnos en casa si queríamos, pero no iba a poner un pie en otro jodido bar mientras viviera. Mis primeros pasos hacia el baño fueron lentos y temblorosos, pero fueron más firmes para cuando llegué a la puerta. Tomé el picaporte con fuerza, ignorando el espejo cuando entré. No quería verme así. Eso podría romperme. Crucé los fríos suelos de azulejos, mirando a mis pies a medida que iba. Mi mente estaba adormilada. Mi cuerpo actuaba sin pensarlo. El palpitar en mi garganta dolía, pero la suciedad contra mi piel era peor. Estaba sucia de una manera que ni siquiera el agua podía limpiar, pero eso no me detendría de intentarlo. Mi piel apestaba a sudor y alcohol. Entré a la ducha, todavía vestida y la encendí. Incluso el recuerdo de donde los dedos y boca de Josh habían estado me hizo querer gritar. No de dolor, sino de furia. Rasgué la camiseta aplastada contra mi pecho, destrozando la tela hasta que ya no se aferraba a mi piel, cayendo al suelo de mi ducha en trozos y pedazos. El resto de mi ropa le siguió. Quemaría lo que quedara de ellas antes que el día acabara. Froté el champú en mi cabello, lavando el sudor, la tierra y la ceniza que me cubrían. Vacié el gel de baño sobre mi cuerpo mientras intentaba rascarme la piel con la esponja vegetal. Mi cabello olía a lavanda, y mi piel estaba roja y dolorida, pero no estaba lo bastante limpia. Por dentro, la bestia se paseaba. No le gustaba esto. Pensaba que no tenía razón de ser. Ella preferiría estar afuera quemando el mundo. La ignoré mientras dejaba salir el único grito que me permitiría.

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Luego de esto, lo hecho hecho está. Me daría estos minutos. No para llorar. Ni angustiarme por los demonios que murieron o el que habría sido mi violador. Grité porque podía. Porque sucedió. Porque fui violada. Porque las palabras no podían describir lo que sentí, pero el rugido animal fue lo más cercano posible. Cuando mi voz se rompió y mis oídos resonaron, el fondo de mi garganta dolía y sabía a sangre, finalmente solté un suspiro de alivio y solté la esponja. Apagué el agua y salí de la ducha, sintiéndome más ligera que antes. Sequé mi piel con una toalla limpia y la envolví alrededor de mi cintura. Mientras me cepillaba los dientes, algo llamó mi atención en el espejo y el cepillo de dientes cayó de mis dedos. Cinco puntos adornaban mi esternón. Líneas negras los unían. Un círculo corría alrededor de los bordes. Y la comprensión de lo que estaba mirando hizo que la bestia dentro de mí ronroneara. Luego de veintitrés años de creer que era mitad demonio, un pentagrama dado vuelta se formó entre mis senos. Tenía una marca. Lo que significaba que sufriría la transición. Esa marca era la de Lucifer. Aparté mis ojos de la marca en mi pecho y me cepillé los dientes tan rápido como fue posible. No quería mirarla. No hoy. Hoy, sería Ruby. Simplemente Ruby. La artista de tatuajes que tenía un mapache de mascota y una mejor amiga demente. Hoy, comería un bote de helado de Rocky Road. Bebería dos jarras de earl grey y pasaría todo el día acostada en mi sofá mirando a Viola Davis y a su equipo de abogados novatos. Usaría pijamas y haría que Moira trenzara mi cabello ya que yo era demasiado perezosa para hacerlo. Hoy, era la mitad súcubo de Portland, que atraía más problemas con los que incluso los Jinetes no sabían qué hacer. Mañana, sería la hija de Lucifer.

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La demonio destinada a ser la próxima gobernante del Infierno. Pero hoy, solo era Ruby.

Continuará…

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Siguiente libro Entonces… resulta que realmente soy la hija de Lucifer. La heredera del Infierno. Y, ya lo adivinaste, la siguiente reina de los Condenados. Pero, gobernar?

¿y

si

no

quiero

Con el diablo ocultándose, y Josh desaparecido de este mundo, sigo sin estar a salvo. Ni de cerca. Mi viejo papá no solo pasó su legado y marca. También me legó todos los problemas del Infierno, y eso significa que sus enemigos, ahora son míos. Por suerte para mí, tengo a los Cuatro Jinetes, mi mejor amiga banshee y a un enfadado mapache a mi lado. Pero ahora tengo a la bestia con quien luchar. Mi psicótica, posesiva y extremadamente escalofriante alter-ego está decidida a tener a los Jinetes, no solo protegiéndome, sino en mi cama. Como si aprender a controlar las llamas del Infierno no fuera un trabajo bastante difícil por sí solo. ¿Habría sido demasiado difícil para Lucifer escribir un manual antes de morir? Queen of the Damned #2

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Sobre la autora Kel Carpenter es una autora que le encanta escribir todo tipo de fantasía. Le encanta leer, ver programas originales de Netflix y someter a su co-autor y editor a locas ideas sobre libros extravagantes. Kel reside actualmente en Atlanta con su novio y sus tres mascotas. Cuando no está escribiendo o trabajando para terminar su último año de universidad, pasa el tiempo con su perro, Harley, o juega con sus dos gatos con un puntero láser.

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