04-009-224 - América I (Presta) - 27 copias Los Pukaras y la Poder: Los Collas en la Cuenca Septentrional del Titicaca Elizabeth Arkush En: Arqueología de la Cuenca del Titicaca, Perú, editado por Luis Flores Blanco y Henry Tantaleán, pp. 295-320. IFEA: Lima. 2012 El Periodo Altiplano o Intermedio Tardío (1000 – 1450 d.C. aprox) es reconocido en la cuenca de Titicaca por el desarrollo de numerosos grupos étnicos alrededor del lago: los Lupacas, los Collas, los Pacajes, etc. los mismos que más tarde figuraran en las crónicas de la conquista inca y en otros documentos administrativos de la colonia temprana (Diez 1964, Murra 1964, Toledo 1940, Julien 1983, Lumbreras 1974). En estos documentos, los grupos altiplánicos son descritos como grandes y bélicos cacicazgos, organizados jerárquicamente, posiblemente con líderes duales (Murra 1964). Que fueron sociedades agropastoriles, con fuerte énfasis en la ganadería según se menciona. También, se señalan vínculos entre las sociedades altiplánicas y las zonas bajas al este de la cuenca (Carabaya, Larecaja) y al oeste (Moquegua, Sama), vínculos que en parte inspiraron el modelo de control de ecozonas verticales de Murra (1964, 1972), además de otras investigaciones históricas y arqueológicas (e.g. Bouysse-Cassagne 1978; Saignes 1986; Stanish 1992). Figura 1: Étnias de la cuenca de Titicaca según las fuentes documentales.
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Desde el punto de vista arqueológico, el Periodo Altiplano en la cuenca de Titicaca se caracterizó por cambios sumamente importantes que lo distinguen de los periodos anteriores. Quizás lo más notable es la evidente importancia de la guerra, ya que aparece en esta época un tipo de sitio en la región en cierta forma nuevo y bastante común: el asentamiento amurallado de cumbre, o pukara. Este capítulo describe las características de los pukaras de la región septentrional y oeste del lago, en la zona considerada étnicamente Colla. Después, considera lo que esta evidencia nos permite concluir sobre la guerra y la sociedad de los Collas. Inicialmente es necesario mencionar, que el contexto social y ambiental de los pukaras se caracterizó por otras transformaciones igualmente grandes. Con el colapso del estado de Tiwanaku al sur del lago, los habitantes de la cuenca se encontraron frente al problema no menos grave que la reorganización de la sociedad. Para los pueblos de la cuenca del sur, esta reorganización fue radical, de un gobierno centralizado y jerárquico a un sistema social mucho más disperso, móvil y fragmentado (Janusek 2004). Los grupos del oeste y norte del lago hubieron tenido más autonomía en sus relaciones con Tiwanaku, pero es de suponer que para ellos, el colapso del gran estado derrumbó completamente la organización de redes de intercambio, las ideas de prestigio y jerarquía y el orden conceptual del cosmos y los dioses. Mientras tanto, el Periodo Altiplano tuvo cambios ambientales dramáticos, asociados con el inicio de la Pequeña Era de Hielo (Little Ice Age): un clima más frío, precipitaciones muy variables e inciertas y sequías graves y prolongadas en la cual el nivel del lago descendió hasta 12-17 metros debajo de su nivel actual (Abbott et al. 1997; Binford et al. 1997; Thompson et al. 1985, 1986). Aunque las condiciones más severas no duraron todo el periodo, y aún necesitamos más investigaciones para comprender la real magnitud de las variaciones ambientales de esta época, sin duda, los cambios de clima afectaron mucho a la agricultura de las sociedades de la cuenca de Titicaca. El abandono de asentamientos y terrenos de cultivo circumlacustres y el movimiento a las zonas altas favorecidas para el pastoreo, es evidente en las prospecciones arqueológicas al sur y sur-oeste del lago (Stanish et al 1997; Frye y De la Vega 2005; Albarracin-Jordan y Matthews 1990; Hyslop 1976; Janusek and Kolata 2003; Janusek 2004). Posiblemente, el Periodo Altiplano fue también un época de migraciones inter-regionales. Algunos investigadores lingüísticos e historiadores (e.g. Torero 1987, Cerrón-Palomino 2000) proponen una migración mayor de los hablantes de Aymara (o proto-Aymara) a la cuenca, reemplazando o desplazando a los hablantes Pukina, un idioma que estuvo presente en la margen occidental del lago en el siglo dieciséis pero que se extinguió. Esta hipótesis se basa en la distribución discontinua histórica y actual del Aymara y sus variaciones internas, así como la evidencia de la distribución histórica del Pukina (Bouysse-Cassagne 1975). Entre los principales investigadores, Alfredo Torero (1987, 1992) sugiere que esta migración ocurrió en el Periodo Altiplano y que los conflictos entre los Aymaras y los Pukinas se manifestaron en las crónicas como la rivalidad entre los Lupacas y los Collas. Por contraste con los ideas de Torero, la evidencia arqueológica demuestra una gran semejanza entre los Lupacas y los Collas, así como unas continuidades entre el periodo Tiwanaku y el periodo Altiplano (al menos en la cuenca sur, donde el periodo Tiwanaku ha sido mejor estudiado; Browman 1994; Stanish 2003).
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Sin embargo, la idea de migraciones menores dentro de la cuenca del Titicaca parece posible y aún probable, tomando en cuenta la intensidad de la guerra, los cambios del clima y el colapso de redes de interacción, como se menciona líneas arriba. Hubo otros cambios sociales en la cuenca del Titicaca que ameritan ser mencionados y que sugieren una reorientación fundamental de relaciones entre diversas comunidades humanas, y entre estas y el mundo espiritual. Por ejemplo, las chullpas – estructuras funerarias de materiales diversos – empezaron a ser construídas en el Periodo Altiplano, aunque los ejemplos más notables fueron elaborados en la época Inca. Tumbas colleradas (o slab-cist), que son menos imponentes, pero más comunes en la cuenca septentrional, tienen un círculo de lajas que sobresale de una tumba subterránea. Cistas y tumbas colleradas con frecuencia se encuentran agrupadas en grandes montículos de suelo y escombros y al igual que las chullpas, indican la nueva importancia en esta época de marcar y conmemorar visiblemente en la tierra la ubicación de los muertos. Estas nuevas formas de tumbas se desarrollaron al mismo tiempo que desaparecieron o fueron abandonadas las antiguas formas de arquitectura ceremonial: los templetes hundidos con monolitos, que sirvieron como puntos focales de ceremonias que integraban a diversas poblaciones durante más de mil años en la cuenca de Titicaca. Mientras tanto, la iconografía de la cerámica y de los petroglifos llegó a ser más tosca, menos figurativa y menos claramente vinculados a temas religiosos. Estos cambios culturales sugieren posiblemente una reorientación básica, cambiando el rostro de la integración de comunidades diversas y la comunicación con los dioses, hacia una dirección más introvertida, a los ancestros locales. Para resumir, el periodo Altiplano aparece como un tiempo de inestabilidad, privación y peligro y es necesario situar a los pukaras de los Collas y sus vecinos dentro de este contexto. Los Collas La identidad y la formación política de los Collas se confunden en parte por el uso inconsistente del término “colla” en las fuentes documentales. A veces significa una nación étnica especifica, en sentido opuesto a los Lupacas, los Canas, etc. (así como en este artículo), a veces la población completa de la cuenca antiguamente conocida como “el Collao,” o a veces tiene un sentido aún más vago como la gente del collasuyu, el cuarto sur del Tawantinsuyu. Así por ejemplo las crónicas afirman que “los collas” y “los lupacas” fueron enemigos acérrimos antes de la conquista inca, pero también que cuando “los collas” se rebelaron contra los incas, los rebeldes incluían también Lupacas y talvez Pacajes (Betanzos 1996:144 [1551-7: I.34]; Cieza 1985:155 [1550:II.53]; Rowe 1985:214). También hay menciones de subgrupos de la nación Colla, de los Hatun Collas (Cieza 1985:15, 22, 110, 122 [1550:II.vi, viii, xxxvii, xli]; Pachacuti Yamqui 1993:217 [1613:18]), o de Hatun Collas y Puquina Collas (Guaman Poma 1980:70, 149, 245 [1613]) o Capahancos y Pocopocos (ver Spurling 1992:117). La extensión de los Collas étnicos propiamente dichos aparece más claramente definida en una lista de capitanías de la mita por Luis Capoche (1959 [1585]; Julien 1983, Spurling 1992). Según esta fuente, los Collas ocuparon una franja enorme de la cuenca norte, noroeste y noreste del lago (Figura 1). Su extensión territorial y su importancia en
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las crónicas, han creado la impresión de un señorío inmenso y poderoso que todavía emerge en la idea de los “reinos Aymaras.” Sin embargo, las investigaciones arqueológicas de esta zona han ido avanzando considerablemente hasta darnos una visión alternativa y más realista de los Collas. Antes de los años 70, numerosos arqueólogos realizaron reconocimientos dentro del territorio Colla y establecieron un patrón típico de asentamiento del período Altiplano: pukaras fortificados, sitios más pequeños no fortificados pero en lugares defendibles, y cementerios de chullpas y tumbas colleradas (Palacios 1934, Inojosa y Gonzales 1936, Kidder II 1943, M. Tschopik 1946, Neira 1962, 1967). Los estudios de Marion Tschopik (1946) definieron los principales estilos cerámicos para la cuenca septentrional durante los períodos tardíos, y su obra continúa siendo usada hoy en día como una importante fuente de consulta. El reconocimiento sistemático de Máximo Neira (1967) en la ribera oriental del lago al sur de Vilquechico reveló numerosos pukaras, que se distinguen de los sitios más al oeste por la arquitectura rectangular y un estilo cerámico distintivo (Kekerana). El estudio de Lumbreras y Amat (1966) indicó que varios estilos de cerámica (p. ej. Kekerana, Sillustani) tienen un alcance restringido en la cuenca del norte; sus conclusiones están firmemente apoyadas por los hallazgos de este proyecto. La impresión de discontinuidad estilística abre la posibilidad que las referencias de “Hatun Collas” “Puquina Collas” “Capahancos” etc. en las fuentes documentales reflejan la presencia de identidades sociales distintas dentro del área Colla ya durante el periodo Altiplano. Estos avances son complementados por excavaciones restringidas pero muy productivas de los sitios Colla. Las excavaciones de Catherine Julien en Hatuncolla (1983) demostraron que la “capital” de los Collas (según las crónicas) no tiene evidencia de una ocupación preincaica. Aunque no contamos con una capital de los Collas antes del Horizonte Tardío, existen numerosos sitios mayores del periodo Altiplano cerca de Hatuncolla que pudieron ser centros políticos importantes (entre ellos Sillustani mismo). En los años 70 Félix Tapia excavó en Chila (Machu Llaqta o Ayaviri), un pukara mayor al sur del Lago Umayo, encontrando una densidad considerable de cerámica, huesos de animales y abundantes herramientas líticas (Tapia 1993:93-104). Sillustani es el otro sitio principal que ha sido investigado (Ayca 1995, Ravines 2008, Revilla y Uriarte 1985, Ruiz 1973, 1976). En este famoso cementerio, la gran cantidad de tumbas con una variedad de estilos y materiales, sugiere que diferentes grupos regionales usaron el sitio a través de un largo periodo de tiempo. Las excavaciones confirmaron que el sitio fue usado durante todo el período altiplano y el horizonte tardío y quizás empezó mucho más temprano. Últimamente, las excavaciones de Elizabeth Klarich en Pucará dan cuenta de una importante ocupación Colla sobre los niveles del periodo Formativo (Klarich 2005; Abraham 2006). Resultados de prospecciones recientes (aún sin publicar) están aclarando los patrones de asentamiento en algunos sectores del área Colla. Un problema significativo que queda pendiente es la escasez de información en la cuenca septentrional sobre los siglos después del final de Pucará y antes del inicio del periodo Altiplano. La presencia de Tiwanaku es muy ligera en la zona, así que todavía no tenemos una idea clara del carácter de estas sociedades durante el Medio Horizonte: de los ancestros presumibles de los Colla. El trabajo de Cecilia Chávez y sus colegas sobre
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el estilo Huaña (en este volumen) es un paso sumamente importante para llenar este vacío. Estas investigaciones previas demuestran que en el periodo altiplano el tipo de sitio más notable fue el pukara. La categoría de pukara incluye una inmensa variedad de sitios defensivos: refugios sin evidencia de ocupación permanente, aldeas pequeñas, hasta los pueblos grandes con quinientas o más estructuras y evidencia de ocupación intensiva, que seguramente constituyeron los centros políticos mayores de la época. Puesto que actualmente las cimas de los cerros no tienen ocupación y raramente son cultivables, los pukaras no se ven afectados por las cercanas comunidades modernas (con excepción del pastoreo, del huaqueo y de ocasionales ceremonias en las cumbres), por lo cual muchos pukaras se encuentran en buen estado de conservación y su arquitectura todavía es visible en la superficie. Los pukaras de los Collas Las investigaciones del Proyecto Pukaras de los Collas se realizaron en el 2001 y 2002, con credenciales C/0126-2001 y C/DGPA-073-2002. Se inició en el 2000 con la revisión de docenas de fotos aéreas de la cuenca norte y noroeste para identificar los pukaras, muchos de los cuales no se mencionaban en la literatura arqueológica. Las murallas concéntricas de los pukaras tienen una forma muy clara, lo cual facilita su ubicación. Otros fueron identificados visualmente durante la prospección y finalmente, cabe mencionar que en las cartas había numerosos sitios denominados “Cerro Pucara,” “Pucarani,” etc. que eran obvios candidatos para la inspección. La prospección de un total de 44 pukaras se hizo con el objetivo de registrar la arquitectura defensiva, hacer recolecciones de la cerámica y levantar planos de las murallas defensivas, la ubicación de estructuras, fuentes de agua, tumbas y la dispersión de artefactos en la superficie. El uso de una unidad portátil GPS facilitó el mapeo eficiente de los sitios. En el 2002, excavamos pozos restringidos de 1 x 1 metro en 10 de los pukaras para conseguir muestras de carbono de buenos contextos y para verificar el carácter doméstico de los círculos de piedras (viviendas) que son la forma arquitectónica más común en los pukaras. Unas visitas adicionales se realizaron en el 2005 y 2007 para tomar más fotos y corregir algunos planos de los sitios con una unidad GPS más precisa (Trimble GeoXT).
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Figura 2: Zona estudiada por el Proyecto Pukaras de los Collas.
{ **translate legend & add colla / lupaca / cana boundaries to fig.} Distribución La distribución de los pukaras en la zona Colla se observa en la Figura 2. Estos se ubican en los cerros de 3900 hasta 4600 m de altura, con un promedio de 4100 m. Casi todos están en los cerros que abarcan las pampas o valles de los ríos, pero no en las áreas más 6/27
montañosas. Aunque tienen acceso a buen pastoreo, muchos están asociados a sistemas de andenería en las faldas adyacentes. Es decir, que sus habitantes tenían una base económica agro-pastoril. La distribución de pukaras no indica una frontera clara entre poblaciones hostiles (p. ej., entre los Collas y los Lupacas o los Pukina y los Aymara). En lugar de esto, la amenaza de ataque que originó los pukaras parece estar presente a través de la zona, lo cual implica que había conflicto entre los mismos Collas y con otros grupos. Datación La datación de los pukaras se basa no solo en estilos de cerámica sino para mayor precisión en los fechados radiocarbónicos. Las muestras de carbón se extrajeron de los pozos de prueba en 10 pukaras, además de muestras de paja o madera tomadas del mortero de las murallas defensivas en 8 de ellos, consiguiendo un total de 42 fechados de 15 pukaras (ver Arkush 2008). En el periodo Altiplano,1 la mayoría de las fechas oscilan entre 1300 y 1450 d.C. Tres de los 15 pukaras fueron ocupados o construidos en la fase temprana del periodo Altiplano, entre 1000 y 1300 d.C. Estos son dos pukaras pequeños y bajos, y un caso de un pukara sin evidencia de ocupación intensiva. Durante la segunda mitad del periodo, 14 de los 15 pukaras fueron usados y estos incluyen pukaras de todo tipo y tamaño, inclusive los más grandes. Para resumir, es claro que el fenómeno de los pukaras pertenece mayoritariamente a la fase tardía del periodo Altiplano. La naturaleza defensiva de los pukaras Con sitios aparentemente defensivos, siempre existe el problema de definir si esa era su función, o si sus muros fueron construidos con otros propósitos (la demarcación de espacio sagrado, el control social, etc.), y/o los cerros fueron usados por motivos económicos o religiosos, mas no defensivos. En el caso de los pukaras de los Collas, considero que su función defensiva está claramente indicada (aunque no fue el único uso que se les dió). En efecto, las razones defensivas fueron muy importantes en el diseño arquitectónico de los pukaras.
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Hay 03 fechados que corresponden al periodo Formativo para la ocupación de pukaras, aunque no existe evidencia de la construcción de murallas defensivas en esta época temprana. Los otros fechados pertenecen al periodo Altiplano.
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Figura 3: Una muralla alta en Lamparaquen (L4).
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Figura 4: K’akjru (AS3), un pukara con tres murallas concéntricas.
Figura 5: Un parapeto en K’atacha (L3).
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Figura 6: En Karitani (L1), las murallas defienden solo los accesos vulnerables, un patrón típico en los pukaras.
El elemento arquitectónico más sobresaliente en los pukaras son sus murallas defensivas que a veces llegan a tener tamaños monumentales de hasta 5 m de altura y 4 m de ancho. Normalmente, las murallas tienen entre 1 y 2 m de ancho y en la cara exterior por lo menos 1.5 m de altura (en puntos donde se puede medir su altura original). Las murallas casi siempre están construidas con dos hileras de piedras y entre ellas, un relleno de escombros y barro. Un solo pukara tiene dos, tres o hasta siete murallas dispuestas en filas concéntricas, que resultan en barreras múltiples (Figura 4). Pero con frecuencia, las murallas no encierran todo el sitio. Protegen los accesos más vulnerables, dejando abiertos las pendientes o acantilados inaccesibles – lo cual indica que fueron construidos pensando tanto en sus costos así como en sus beneficios (Figura 6). Muchas murallas, sobre todo en los lados más accesibles y vulnerables del sitio, tienen parapetos (un claro indicio defensivo; Topic y Topic 1987). En otras partes, la falda empinada del cerro muestra un parapeto superfluo: desde el lado exterior, el muro constituye un obstáculo alto, pero desde el interior, se puede fácilmente observar al enemigo y disparar proyectiles. Hemos encontrado en varios pukaras piedras para hondas, aisladas o agrupadas cerca del muro, listas para ser lanzadas. La mayor parte de estas son cantos rodados de tamaño
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mediano, traídos de ríos o quebradas adyacentes al sitio. Existen además otras armas y posibles armas en la superficie de los pukaras: porras circulares, herramientas que pudieron ser usadas como hachas o azadones, puntas de proyectil y bolas. Pero los cantos rodados aparecen con más frecuencia y es probable que fueran muy importantes en la defensa de los muros, como lo indica la presencia de parapetos. Otro indicador es que las murallas defensivas casi siempre están a una distancia máxima de 15 a 30 m una de otra, que es una distancia bien menor al alcance de un proyectil lanzado con una honda (Brown y Craig 2009). Los espacios entre las murallas raramente incluyen estructuras, constituyéndose en áreas vacías sin cobija para mejor lanzar a los agresores que lograron traspasar la muralla externa. Figura 7: Una entrada en la muralla de defensa en Muyu Pukara (AZ4).
Las entradas de las murallas varían de un sitio a otro. Con frecuencia, son pequeñas, por lo que tuvieron que haber ingresado en fila india (Figura 7). A veces, hay un muro paralelo detrás de una entrada, o en otros casos dos muros flanquean la ruta de ingreso a cada lado, pudiendo servir como puestos de vigilancia para controlar la entrada. En otros casos, existen entradas relativamente amplias, quizás para facilitar el ingreso de camélidos. Finalmente, cabe notar que estos elementos de diseño defensivo en las fortificaciones son muy comunes a través de las culturas: líneas múltiples de defensa, parapetos, entradas protegidas, etc. El énfasis continuo en el carácter defensivo de los pukaras está implícito igualmente en las modificaciones a través del tiempo: entradas bloqueadas, murallas con otra cara añadida, o murallas construidas en episodios múltiples. Otra arquitectura 11/27
Aunque las murallas son los rasgos más imponentes de los pukaras, otras formas de arquitectura son visibles en la superficie, sobre todo los cimientos de viviendas circulares (Figuras 8, 9, 10). Estos cimientos están marcados con un círculo de una o dos hileras de lajas horizontales o verticales, que tienen un promedio de 3 a 3.5 m de diámetro externo, pero varían entre 2 y 6 m. Las excavaciones restringidas en 10 viviendas de los pukaras mostraron pisos (superficies compactadas, pero no preparadas especialmente) y muchos artefactos de ocupación doméstica: fragmentos de cerámica, huesos rotos de camélidos y otros animales, lascas, piriros, etc. De la estructura doméstica solo queda el cimiento y como no hay evidencia de muros de piedra caídos, supongo que había una estructura bastante baja hecha de adobe y techos de paja. Se halla una excepción en Cerro Pucara (V3) donde hay superposición de pirca que permanecen todavía intactas (Figura 10). Estas viviendas se hallan agrupadas en filas, en terrazas o en canchones habitacionales (Figuras 13, 14). A veces, sus puertas son visibles como un espacio entre las lajas. Las puertas generalmente están orientadas en una sola dirección (evitando el viento), o pueden ubicarse frente a otras casas dentro de un canchón amurallado. De vez en cuando, se encuentran una o varias lajas, justo fuera de la vivienda, con un agujero hecho en la piedra u otra forma de amarrar una cuerda (Fig. 11). Con frecuencia tales lajas están cerca de la puerta de la vivienda, pero a veces se ubican al otro lado de la casa. Sugiero que fueron usados para asegurar los techos de paja contra el viento, que puede tener una fuerza increíble en las cumbres.
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Figura 8: Una vivienda en K’akjru (AS3), con lajas horizontales.
Figura 9: Una vivienda en Cerro Inka (AZ3), con lajas horizontales y verticales.
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Figura 10: En Cerro Pukara (V3), las viviendas tienen estructura de piedras.
Figura 11: Esta vivienda en Machu Llaqta (Chila, V2) tiene una laja con un agujero (centro abajo), posiblemente para amarrar el techo.
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Figura 12: Posible estructura de almacenaje en Cerro Minas Pata (AR5).
Otra forma arquitectónica presente en los pukaras es un círculo muy pequeño de piedras, de entre 1 y 2 m de diámetro, que a veces aparece cubierta con escombros (Figura 12). No hemos excavado estas estructuras; pero estructuras similares, excavadas en Cutimbo y Pukara Juli, no contenían artefactos (de la Vega 1990; Frye y de la Vega 2005). Posiblemente, su propósito principal fue el almacenaje de papas semillas, ch’uño, u otras cosechas (ver de la Vega 1990). Siempre se ubican dispersas entre las viviendas en áreas habitacionales. Si fueron almacenes, sugieren que el almacenaje fue descentralizado en los pukaras, cada familia o grupo residencial manejaba sus propias cosechas sin un depósito central. Sin embargo, las excavaciones de Tapia (1993) en Chila (Machu Llaqta) indican que en algunos casos poco comunes, estas estructuras pequeñas fueron usadas para enterrar niños. El otro tipo de estructura típica es la tumba. Hay mucha variación en las formas de tumbas en los pukaras, aún en un solo sitio. Incluyen por supuesto chullpas, las torres funerarias por los cuales la cuenca del Titicaca es bien conocida. Su construcción puede ser tosca o fina, de grandes bloques más o menos cuadrados, o de lajas horizontales; pueden o no incluir mortero de barro, o de argamasa. Pero aún más comunes que las chullpas son las tumbas colleradas, tumbas de cistas y varios tipos transicionales entre ellos y las chullpas. Mientras que hay variación local en las formas de los tumbas, hay también patrones regionales: por ejemplo, las chullpas son mucho más comunes en la parte sur del área de prospección, cerca de Puno y la Laguna Umayo. Las tumbas en los pukaras generalmente están agrupadas en cementerios distintos, separadas del área habitacional: con frecuencia en la cima alta del cerro, o fuera de las murallas defensivas.
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Un pukara a menudo está asociado a más de un cementerio, sugiriendo la posible existencia de subgrupos sociales dentro de un sitio grande. La disposición de las casas, estructuras circulares pequeñas y tumbas en los pukaras revela unos puntos de sumo interés. Las probables viviendas y almacenes siempre están ubicadas dentro de las murallas defensivas, indicando que había que proteger el pueblo y la propiedad de los ataques. En cambio, las tumbas se encuentran fuera o dentro de las murallas, lo que implica que no se hallaban en grave peligro de destrucción o profanación. Más allá de estas observaciones, no hay un patrón ordenado en el trazado de los pukaras. Parecen ser pueblos que crecieron orgánicamente, por el incremento acumulativo de familias construyendo en terrazas o canchones nuevos, sin planificación centralizada (Figuras 13, 14). En algunos casos, hay caminos antiguos que dividen el sitio en sectores, pero no parecen planificados con anterioridad. Tampoco existe mucha evidencia de una marcada jerarquía. Los tamaños de las viviendas varían mucho en cada sitio, pero nunca hay una casa tan más grande o mejor acabada que las otras, que obviamente pertenecerían a un líder o cacique. Tampoco existen sectores segregados de élites, aunque las casas más grandes suelen estar en las partes más altas y/o defendibles de los sitios. En general, los pukaras no tienen “centros” claros, aparte de sus cimas rocosas – donde con más frecuencia se ubican las tumbas. Estas tumbas en los picos altos fueron posiblemente el foco espiritual así como espacial de la comunidad.
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Figura 13: Un área de viviendas y estructuras pequeñas (almacenes?) en terrazas, con algunos caminos o callejones, en K’atacha (L3). Una estructura grande en la esquina sudeste del plano posiblemente pudo ser un espacio para reuniones o ceremonias.
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Figura 14: Una dispersión de casas, estructuras pequeñas y tumbas en Cerro Minas Pata (AR5).
Figura 15: Petroglifos en Llongo (S4)
Otras formas arquitectónicas son mucho más escasas en los pukaras. Existen dos pukaras y un posible tercero, donde aparecen corrales: cercos grandes sin otros rasgos dentro. En los otros casos, los camélidos pudieron ser guardados en varios lugares (p.ej. terrazas 18/27
vacíos o espacios entre las murallas) que no podemos identificar como corrales. Existen también algunos ejemplares de estructuras o rasgos posiblemente ceremoniales. Por ejemplo, son evidentes las grandes estructuras circulares de 12 a 14 m diámetro en tres pukaras cerca de Lampa que posiblemente pudieron ser usadas para reuniones o rituales. Estas estructuras se ubican fuera del área residencial y aparentemente no fueron viviendas (por ejemplo, el recinto en Apu Pukara, L6, está fuera de las murallas defensivas). En Lamparaquen (L4) tiene muros de 2 m altura y 1 m ancho, además de un banco bajo bordeando todo el muro interior. Otro tipo de rasgo probablemente ceremonial son los petroglifos: mayormente figuras abstractas grabadas en la roca madre. En algunos casos, los petroglifos están ubicados en un lugar central (p. ej., en Llongo S4 y a Calvario de Asillo AS1). En otros casos, están dispersos en el área habitacional. Finalmente, los montículos artificiales formados por agrupaciones de tumbas son lugares probablemente ceremoniales y a veces tienen un diseño planificado. En la cima del Cerro Santa Vila (P37) hay un montículo lineal con al menos dos chullpas. En Inka Pukara (PKP8) existen 10 tumbas de cistas formando un montículo circular con una depresión central. Pero en muchos otros sitios, no hay lugares o estructuras obviamente religiosas, aparte de los cementerios. Dada esta ausencia de una arquitectura o estilo ceremonial coherente, el patrón más claro es el abandono de las formas ceremoniales de las épocas anteriores: monolitos, montículos cuadrados y patios hundidos. La visibilidad El paisaje del altiplano circumlacustre, con sus pampas planas y cerros altos, crea un ambiente de visibilidad excepcional. Las cimas de los pukaras proporcionan excelente visibilidad del terreno circundante y aún muy lejano, incluido la de otros pukaras. Aparentemente, la visibilidad fue importante para decidir donde se construían, porque otros cerros en la zona Colla con una altura en promedio similar a la de los pukaras, no tienen siquiera la mitad de la extensión óptica (“viewshed”) de los pukaras. Además, podemos decir que los contactos visuales entre pukaras fueron importantes y no solo una consecuencia accidental de su ubicación en los cumbres. Distribuciones simuladas y fortuitas de “pukaras” (hechas en la computadora usando un SIG) tienen mucho menos contactos visuales entre ellos que los verdaderos pukaras. Posiblemente, estos contactos visuales pudieron ser utilizados para enviar señales de un pukara a otro – un medio de comunicación especialmente útil en tiempos de guerra. Tales señales visuales de humo o fuego son reportados para la época inca (Garcilaso 1966:329 [1609:VI.7]) y en fuentes más recientes para los Aymara (Bandelier 1910:89; Chervin 1913:69; La Barre 1948a:161; H. Tschopik 1946:548). Grupos locales de pukaras están vinculados por múltiples líneas visuales, brindando la posibilidad de que estos grupos estuvieran ligados por redes de alianza y filiación.
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Figura 16: La vista desde K’atacha (L3) hacia al norte, que incluye otros 4 pukaras.
Estilos de cerámica Como sugirieran hace varias decadas Luis Lumbreras y Hernán Amat (1966), los estilos de cerámica del periodo Altiplano varían a través del espacio en la cuenca septentrional. Este patrón es muy evidente en la distribución de estilos de cerámica de las recolecciones de superficie en los pukaras (Figura 17, Figura 18). Aunque la cerámica Collao se extiende a través de toda el área Colla, otros estilos tienen una distribución más restringida. Se encuentra cerámica Sillustani solo en el parte oeste de la zona estudiada y en mayores concentraciones cerca del actual pueblo de Lampa. El estilo Pucarani abarca solo la parte sur de la zona estudiada, cerca de Puno, Sillustani y la Laguna Umayo y se extiende más al sur en el área Lupaca (de la Vega 1990). El sub-tipo Asillo está ubicado solo cerca del pueblo del mismo nombre. Otros atributos cerámicos, como figuras zoomorfas o motivos pintados, también demuestran una variación espacial (Arkush 2005). El mosaico de estilos de cerámica refuerza la idea de variación dentro del área Colla, dada por los estilos de tumbas y la arquitectura. Estos patrones de variación estilística y de redes de visibilidad, que están descritos con más detalle en otra publicaciónes (Arkush 2005, 2009), sugiere que esta área estuvo dividida en varias partes durante la fase tardía del período Altiplano, con zonas locales o sub-regionales de interacción y filiación.
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Figure 17: Estilos de cerámica predominantes en los pukaras.
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Figure 18: La distribución regional de estilos de cerámica en los pukaras.
Conclusiones Los Collas y la guerra Pero, ¿qué implica esta evidencia sobre el modo de guerra de los Collas? En primer lugar, es evidente que el peligro de ataque estaba serio. Las cimas de los cerros son lugares inhóspitos e inconvenientes para vivir: son fríos, ventosos, de difícil acceso,
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alejados de las fuentes de agua, chacras, rutas de intercambio y de otras comunidades. Así que no es sorprendente que hayan sido poco ocupados antes o después del Periodo Altiplano. Esto, además del gran esfuerzo invertido en la construcción de las murallas, señala la presión por la amenaza de ataque durante su uso en este periodo. Esta amenaza no fue menor en el centro del territorio Colla así como en sus márgenes. Tampoco fue breve, porque los pukaras fueron usados intensivamente durante dos siglos y varios tienen evidencia de más de un episodio de uso y construcción. Pero es posible que la amenaza tampoco fuera constante. Por ejemplo, la guerra es estacional en muchas culturas; hay indicaciones que fue así para los Incas, teniendo lugar en la temporada seca, cuando los tributarios tenían tiempo disponible luego de las tareas de cultivo y cosecha (D’Altroy 2002:207; Rostworowski 1999:75). Cabe notar que la ubicación de las casas en varios pukaras de los Collas las abrigaría del viento más durante la temporada seca que en la temporada de lluvias; posiblemente en estos meses los habitantes de los pukaras se dispersaban a otros sitios. Pero todavía falta evidencia para evaluar esta posibilidad. Segundo, las defensas de los pukaras implican un modo de guerra que consistió en feroces ataques quizás no muy prolongados. En las consideraciones de defensa, siempre hay que recordar que las fortificaciones están diseñadas para resistir la escala de un ataque esperado en su contexto social – pero nada más (Arkush y Stanish 2005). Las murallas monumentales de los pukaras grandes son evidencia de la amenaza de fuertes ataques de muchos guerreros. Pero la ausencia de fuentes permanentes del agua dentro de las murallas en múltiples pukaras sugiere que los Collas no se prepararon ni consideraron probables asedios prolongados. Además, sus vínculos visuales con otros pukaras facilitarían el pedido de ayuda a sus aliados, lo cual haría mucho más difícil un ataque muy prolongado por parte de los agresores. Finalmente, dado que el patrón de asentamiento en pukaras es un fenómeno de la segunda mitad del periodo Intermedio Tardío, generalmente después de 1300 d.C., es obvio que estos sitios – y la guerra que esto implica – no resultaron directamente del colapso de Tiwanaku (Arkush 2008). Es cierto que la ausencia del gran estado permitió el surgimiento de la guerra endémica en la cuenca del Titicaca, pero debemos buscar en otros motivos sus causas inmediatas. Las graves sequías de la época (Thompson 1985) son causas probables de conflicto sobre terrenos, cosechas o ganado; y otros factores sociales posiblemente favorecieron la guerra y evitaron el resolver fácilmente conflictos (Arkush 2008). La sociedad de los Collas La implicancia de la gran densidad de asentamientos defensivos en la región Colla, incluso en su zona central, indica que esta región no estuvo protegida ni unificada políticamente. Este paisaje, en el cual la población fue llevada a vivir en altas colinas rodeadas de murallas, muestra un contraste obvio con los patrones de asentamiento de estados o cacicazgos centralizados, que tienen muy pocos fortificaciones a excepción de sus fronteras. Sin embargo, tampoco no fue un ambiente completamente fragmentado de aldeas opuestas a cada uno de sus vecinos. Los contactos visuales entre grupos de pukaras, grupos que normalmente compartieron estilos de cerámica y de tumbas,
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implican un sistema social de redes cooperativas de asentamientos defensivos controlando áreas locales. Puesto que un grupo de pukaras normalmente incluye sitios mayores y menores, podemos proponer relaciones jerárquicas dentro del grupo, aunque no podemos identificar un rango claramente elitista de la sociedad en este momento. Este escenario de división en esferas locales o sub-regionales tiene sustento en la evidencia de variación espacial de estilos cerámicos y mortuorios. Hay un contraste interesante entre la visión de fragmentación dada por la arqueología y la impresión de un reino inmenso y centralizado de los Collas, aseverado por las crónicas. Es posible que los grupos dentro del área Colla se unieran a veces en federaciones más grandes. Hay evidencia de unas redes de intercambio muy extensivas; por ejemplo, la obsidiana se encuentra a través de la zona estudiada e implica procesos de interacción que vincularon el área entera. Sin embargo, es claro que no fue un territorio unificado ni homogéneo y que grandes confederaciones, de haber existido, fueron bastante débiles ya que el patrón de asentamiento defensivo siguió hasta al fin de la época. Como algunas otras sociedades de los Andes sur-centrales (Frye y de la Vega 1990; Covey 2008; Bauer y Kellett i. p.), los Collas en el periodo Altiplano fueron menos centralizados en realidad que en las memorias y relatos descritos en las crónicas dos siglos después.
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