Ziegler, Jean, La victoria de los vencidos. Ediciones B, Barcelona, 1988. 2. REVOLUCIÓN EN ETIOPÍA Las piernas cortadas de los rais País de tierras altas, Etiopía está formado por dos mesetas que se hallan a más de 4.000 metros en las montañas del Simién; pero la mayor parte del territorio, las zonas intensamente pobladas, se sitúa entre los 2.000 y los 2.500 metros. Profundas fracturas atraviesan las llanuras: saliendo de Addis-Abeba hacia el sur, la carretera, después de DébréZeit, baja en vertiginosas curvas por un acantilado de casi 1.000 metros hasta llegar a una verde llanura llena de pájaros, la Rift Valley. Los valles estrechos y las gargantas cortan estas mesetas. El valle del Rift constituye una auténtica fosa tectónica. Abundan los lagos pletóricos de flamencos rosas y rodeados de alfombras de flores amarillas en primavera. Este valle separa ambas mesetas. Al pie de las mesetas se extienden vastas llanuras fértiles, poco habitadas, adonde emigran con sus camellos y sus rebaños de cebúes los pueblos nómadas. Las mesetas son planas sólo aparentemente: se rompen de pronto, tienen fracturas en el recodo de una pista que de pronto choca con un acantilado y se zambulle luego en una garganta como la formada por el Nilo Azul, que se ha hecho célebre. Etiopía es dos veces más grande que Francia, pero sólo dispone de unos 2.000 kilómetros de carreteras (que, además, son difícilmente practicables en la estación de las lluvias). Existen dos líneas de ferrocarril: la que va de Massawa a Bisha y otra más estratégica que une Djibouti, capital del antiguo territorio francés de los Afars e Issas (TFAI), con las mesetas de Shoa y Addis-Abeba. El clima padece los mismos contrastes. Las tierras bajas son cálidas y relativamente secas. Las mesetas, en cambio, conocen -en tiempo normal- el régimen bianual de lluvias y temperaturas relativamente suaves. El 85 % de un total de 46 millones de etíopes vive en las mesetas, que cubren sólo el 44 % del territorio nacional. La población está dispersa. Es necesario haber visto estos cultivos en pendiente, esas pequeñas granjas agarradas a las laderas de las montañas, las pequeñas terrazas formadas por la mano del hombre, donde crece el teff, para apreciar el valor, la obstinación y el trabajo de los campesinos. Siento una profunda admiración por esos campesinos y esos pastores: el 90 % de la producción agrícola (y de la industria no pesada) proviene de las mesetas; 70 millones de cabezas de ganado y una cabaña que va del cebú a la cabra, cuidados con una habilidad milenaria, se crían allí. En 1987, sólo 5 de los 46 millones de etíopes viven en ciudades. Con China y Egipto, Etiopía es uno de los países más antiguos del mundo: en el primer milenio antes de Cristo, inmigrados procedentes de la Arabia meridional atraviesan el mar Rojo y se instalan gradualmente en las tierras costeras primero y en la altiplanicie del Norte después. Su encuentro con los pueblos autóctonos da origen a una poderosa civilización organizada en torno a una lengua y una escritura que todavía hoy sobreviven en los ritos y los documentos de la Iglesia, el geez. El reino de Aksum, nacido en los primeros tiempos del cristianismo, rivaliza con el Imperio romano y Persia. Introducido por los monjes de Alejandría, que erigen los primeros conventos, el cristianismo monofisita se convierte en religión de Estado en el siglo iv. En Lalibela se erigen suntuosas iglesias talladas en la roca. En pleno lago Tana, en la
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provincia de Gondar, donde nace el Nilo Azul, un antiguo monasterio alberga el arca de la Alianza concedida por Dios a Moisés y transportada allí desde Palestina. Los príncipes-abades de los conventos de Debré Libanos, Debré Tabor, Wollo, Aksum y las montañas de Siniem, son señores soberanos en el interior de sus fortalezas. Tras sus muros se amontonan, bajo los esculpidos artesonados, tesoros maravillosos: bibliotecas enteras integradas por obras en arameo, hebreo, griego, sirio, geez; cuadros, iconos, vestidos de ceremonia y objetos de culto adornados con diamantes, oro y plata, todo ello de un valor inapreciable. A partir del siglo x el estado etíope se extiende gradualmente hacia el sur y el oeste. Su expansión está unida a la del cristianismo, los conventos y la difusión de la escritura y la lengua ge'ez. La Iglesia copta de Egipto es la aliada más fiel de los emperadores de Etiopía. (En 1956, el emperador romperá con Alejandría y obtendrá el derecho a nombrar directamente al Abuna o patriarca de la Iglesia abisinia.(1)). La bandera del Islam se levanta por el este en 1531. El imán Gragne conquista las tierras del Harrar y sus guerreros, procedentes del actual Yemen del Sur, penetran profundamente en tierra cristiana. Hoy, aproximadamente el 60 % de la población total de Etiopía es musulmana. Extraordinaria permanencia del Estado: las actuales fronteras nacionales son el resultado de las últimas conquistas, a finales del siglo xix, realizadas por el emperador Menelik. Aconsejado por el ingeniero suizo Alfred Ilg, Menelik es también un diplomático admirable: firma tratados con todas las grandes potencias de la época, y especialmente con Francia, Italia y Gran Bretaña. La estructura interna del Estado explica su permanencia y su fuerza: todas las dinastías que se suceden a lo largo de los siglos han surgido de las altiplanicies, de la etnia amhara o tigriña esencialmente. A lo largo de los siglos, estos emperadores sometieron aproximadamente a 80 pueblos extranjeros: lós oromos, afars, somalíes de Ogaden, etc. Les designaban con la palabra shanqallas, que quiere decir "negros". Un violento racismo presidió esta integración gradual de distintas etnias: los señores feudales amharas y tigriños despreciaban profundamente a sus súbditos. Pero en su estrategia de sumisión dieron pruebas de excepcional inteligencia política: tras cada nueva conquista, dejaban intacta la estructura, también feudal, del pueblo conquistado. Los hijos, hermanos, etc. de los señores vencidos eran llevados como rehenes a la corte imperial, educados, asimilados y a menudo integrados en las fuerzas armadas. Servían luego para reprimir en nombre del poder central a su propio pueblo de origen. Algunos reyes periféricos continuaban ejerciendo sus poderes regionales y locales. El emperador amhara o tigriño, por su parte, llevaba el título de "rey de reyes". En 1962, el emperador Haile Selassie invadió la antigua colonia italiana de Eritrea, situada al norte de Etiopía. El Estado etíope no había sido colonizado prácticamente nunca: había resistido victoriosamente las tentativas de invasión de los derviches sudaneses en el oeste, de las tropas anglo-egipcias en el noroeste, y de los cuerpos expedicionarios otomanos que desembarcaron en la península de Massawa, en el mar Rojo. En 1896, los guerreros de Menelik, armados de azagayas, fusiles y granadas artesanales, destruyeron la artillería, los camiones blindados y las ametralladoras del ejército italiano en las gargantas de Adua. Sólo en 1936 los aviones bombarderos y los gases mortales de Mussolini prevalecieron sobre el valor y la decisión etíopes; pero la ocupación fascista sólo duró cuatro años, y los gobernadores, guarniciones y colonos italianos no tuvieron tiempo de instalarse realmente en las mesetas. Se vieron acosados, diezmados y masacrados por la 2
guerrilla campesina y, finalmente, expulsados por Windgate, general inglés puesto a la cabeza de las tropas de las selvas del Sudán. Los emperadores etíopes dirigían un estado fuertemente centralizado que disponía de una clase feudal cultivada, homogénea y de un poder militar móvil. Practicaba frente a los pueblos sometidos (y frente a sus propios campesinos) una violenta política de explotación. Los rais (príncipes), señores y abades amharas tomaban de la cosecha de los campesinos, según las regiones, hasta dos tercios del grano para su consumo y uso personales (2). Estos exorbitantes tributos creaban en todo el país una miseria abisal, pero proporcionaban a las clases feudales la base material para el desarrollo de una cultura pictórica, arquitectónica y literaria admirable. El aparato ideológico de la Iglesia copta (que también era gran propietaria feudal) desempeñaba en la construcción, la permanencia y la violencia del Estado un papel determinante: proporcionaba al poder estatal sus mitos de legitimación, y a las multitudes famélicas de los campesinos un consuelo y una "explicación" hipotéticos para sus desgracias.
Conservo de la Etiopía feudal recuerdos precisos (3): La lluvia cae sobre Addis-Abeba. "Torrentes de agua" tras tres años de mortal sequía... ¡y ahora el diluvio! La capital etíope, con un millón de habitantes, está construida en el cráter de un volcán extinguido. Manantiales de agua caliente brotan aquí y allá, en pleno centro de la ciudad. Son recogidos por conducciones que desembocan en un complejo balneario público. Dejando aparte los comerciantes del mercato (un inmenso mercado erigido sobre la colina, que ha conservado su nombre italiano), los oficiales superiores y los funcionarios diplomáticos extranjeros, los habitantes de Addis-Abeba van pobremente vestidos, calzados con sandalias muy gastadas o descalzos. Muchos llevan harapos. Subalimentados, inválidos, ciegos, algunos ancianos se arrastran, apoyándose en su bastón. ¡El paso de un autobús público parece un milagro! El traqueteante vehículo es inmediatamente asaltado por la muchedumbre, que con frecuencia hace horas que espera bajo la lluvia. En la cresta de las montañas que rodean el cráter a más de 3.000 metros de altitud crecen los eucaliptos. Fueron importados de Australia por el emperador Menelik. Durante la estación de las lluvias, esta región de las mesetas del centro es de una belleza inaudita: las pesadas nubes corren por encima de las colinas, contrastando con el color vivo de las flores, y con la tierra ocre y crasa, de la que asciende un ligero vapor. El aire está cargado de los más diversos olores. En cuanto el trueno comienza a rugir y los relámpagos cruzan el cielo, anunciando una nueva tromba de agua, los viandantes se refugian precipitadamente, riendo, en improvisados abrigos, por lo general una de las innumerables quincallerías-burdeles que flanquean las calles. Las numerosas iglesias de la capital están edificadas en su mayor parte en medio de parques suntuosos. Desde la verja de entrada hasta la monumental escalinata y el portal del santuario, hileras de mendigos se prolongan a ambos lados de las avenidas. Recuerdo niños con piernas de cerilla y mirada febril. Mujeres... altas, delgadas, hermosas, de ojos graves. Ancianos de cuarenta años tendidos en el barro, con sus viejos harapos púdicamente colocados sobre el rostro. Hacia las siete de la tarde el día declina; lentamente se instala el crepúsculo proveniente de la montaña. En el parque de la catedral Saint-Georges resuena una campana. La muchedumbre de los mendigos se agita, ondula como el agua tranquila bruscamente removida por el viento. Los mendigos 3
y sus hijos se levantan penosamente y se dirigen hacia la monumental escalinata, hacia el portal, deslizándose sin ruido a lo largo de los pilares, bajo las altas bovedas. De estos miles de gargantas emerge un murmullo: el de la plegaria. Los etíopes, por pobres e indigentes que sean, son hombres de gran dignidad, de impresionante pudor y discreción. Terminada la plegaria, que según las zonas dura una o dos horas, una hilera de sacerdotes se coloca ante el altar principal. Son viejos ancianos dignatarios de fina barba, que llevan largos hábitos de seda negra y zapatos adornados con bordados de oro. Hay también jóvenes diáconos de mirada intensa. La campana vuelve a sonar: los sacerdotes levantan hasta la altura de los ojos la doble cruz que se utiliza en el rito copto. Extienden su brazo derecho y la cruz gira hacia la muchedumbre con un gesto lleno de dignidad, en silencio. Sus miradas se pierden, por encima de la gente, en la penumbra de la catedral. Algunos cirios proporcionan una luz incierta. La muchedumbre desfila: todos, uno tras otro, besan la cruz. Luego, llegados a la altura del último sacerdote depositan en una bandeja de plata las pocas monedas que han mendigado durante la jornada. La noche ha invadido ahora la catedral. Los últimos cirios se consumen. Con paso vacilante, los últimos mendigos, los de más edad, se retiran. Llegan los guardas, golpeando las losas de mármol con su bastón herrado para acelerar el movimiento de los retrasados. La pesada puerta del santuario se cierra con un ruido seco; luego se pasa el cerrojo, que permanecerá atrancado durante toda la noche. Fuera, la lluvia vuelve a caer. Ancianos, huérfanos, familias enteras se instalan para dormir en el barro, entre la niebla y el frío. Grupos de niños piojosos, vestidos de harapos, se amontonan junto al muro del recinto y luego se adormecen dulcemente. Algunos tienen pesadillas, otros morirán durante la noche.
La revolución etíope de 1974 (4) es una de las más formidables revoluciones campesinas que haya conocido la historia. Por su composición de clase, su super-yo y sus estrategias, desmienten prácticamente todos los cánones del marxismo-leninismo ortodoxo. ¡En 1974, en Etiopía, hay 400.000 asalariados! Contemplemos de cerca el desarrollo del proceso de la insurrección: todo comienza por el ejército. En noviembre de 1973 la tercera división, acantonada en Ogaden, frente a Somalia, se rebela. Fines de enero de 1974: rebelión de la segunda división, acantonada en Asmara, frente a la guerrilla eritrea. Todo se conjuga... En febrero de 1974, los conductores de taxi de Addis-Abeba, y luego los maestros, van a la huelga (5). Es el último de un gran número de conflictos sociales de creciente intensidad. El gobierno no puede ya dominarlos, y cae: el emperador nombra un nuevo gabinete, compuesto, como el precedente, por aristócratas de alto rango. Pero la envoltura institucional de la sociedad se degrada, y las unidades del ejército, los estudiantes, los mercaderes del mercato y los empleados dan libre curso a sus reivindicaciones sociales reprimidas durante largo tiempo. Dos grandes manifestaciones imprimen una especial huella en la conciencia popular: la de los pequeños sacerdotes miserables de la Iglesia ortodoxa, levantados contra su jerarquía, y la de los musulmanes, reivindicando el estatuto de ciudadanos con plenos derechos. En abril de 1974 el emperador y su corte están encerrados en el palacio del Jubileo, custodiados por regimientos de élite. Los obispos predican la sumisión. Los oficiales dan órdenes. Los ministros firman decretos. Pero nadie les obedece ni les escucha. Por 4
otra parte, ya no hay autoridad: el nuevo gabinete formado en febrero nunca pudo entrar en funciones. Sus miembros serán detenidos por la guarnición de Addis-Abeba el 25 de abril. Desde el alba y hasta que cae la noche, varias veces por semana, interminables cortejos de obreros, empleados, estudiantes, parados y mujeres atraviesan la capital. Son más de 100.000. El 20 de abril reclaman la separación de la Iglesia y el Estado y la igualdad de trato para todas las comunidades religiosas del país. Se diría que Etiopía es un gigantesco escenario teatral. Los actores representan su papel como sonámbulos: los manifestantes se manifiestan, los estudiantes redactan octavillas, los soldados organizan sus asambleas, los huelguistas hacen huelga y la corte imperial sigue, como si nada sucediera, con su inmutable ritual. El guión es bien conocido. Telón, iluminación y música funcionan. Pero ya no hay director; la gente aguarda la tempestad que, oscuramente, se presiente. (6) El huracán estalla a finales de mayo, como una montaña que se desgarra bajo la presión de miles de millones de metros cúbicos de gas y óxido comprimidos. El campesinado protesta. Los campesinos, sus mujeres y sus hijos invaden las tierras. Los aristócratas y los propietarios se ocultan en las ciudades y sus mansiones son rodeadas y quemadas. Según una antigua tradición, se corta las piernas a los supervivientes. La revolución campesina se autodirige, se autorganiza, se nutre de casi dos mil años de humillaciones, de insoportables odios. Barre todo el campo. En 1986 permanecí en las cooperativas de la provincia de Kaffa. Junto a los actuales responsables de la Asociación de los campesinos, recogí los relatos de los acontecimientos de 1974. Kaffa es una vasta región agrícola al sudoeste de Addis-Abeba (7). Su tierra es negra, rica, fértil. Su principal producto es el café. Desde la caída del primer gobierno imperial, a fines de febrero de 1974, los campesinos se habían levantado. Dos semanas más tarde no quedaba ya un solo señor feudal ni un solo funcionario imperial en Sebetta, Wolloiso, Dirre, Goura, Wolkitte, Sohoro o Assendabo. El río Ghibé, que baja de las altiplanicies del Sudán, y el Nilo acarreaban de día y de noche centenares de cadáveres. Todas las etnias de la región se habían levantado, como si obedecieran a una misteriosa señal: los oromos, los kaffas, los gimiras, los janjaros, los kulo-kontas... Todas se lanzaron a la caza del propietario, de los abades de los conventos, de los monjes, de sus guardias, de los recaudadores de impuestos, de los mensajeros imperiales. Con sus azagayas y sus puñales, los campesinos degollaron a miles de representantes del odiado régimen. Cortaron con sus guadañas decenas de miles de piernas. Tres príncipes especialmente valerosos, bien armados y avisados, consiguieron escapar gracias al número y al moderno armamento de sus guardias: el rais Mesfin Silehi, gobernador de Kaffa, que escapó a las emboscadas, llegó a Gimma y se atrincheró en su palacio de Ghibé. Los dedjasmachs Tsehayu Inqué Selassie, antiguo gobernador de Kaffa, y Worku Inqué Selassie, gobernador de Illulabor, consiguieron también llegar a la ciudad. Con ellos se encontraba el rais Birru, que, en la provincia de Harrar, poseía más de 880.000 hectáreas de tierra. De todos estos señores feudales sitiados en Gi'mma, el rais Mesfis Silehi era el más detestado: no sólo había heredado innumerables tierras, sino que durante su gobierno había conseguido expropiar las tierras de decenas de aristócratas de menor importancia y miles de pequeñas parcelas pertenecientes a comerciantes y funcionarios. Vivía de acuerdo con una célebre divisa que repetía por todo su reino: "Exijo en todas partes a donde voy viajar por mis propias tierras y respirar un aire que me pertenezca”.
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Con sus esbirros, sus clientes, y sus cortesanos, el rais Mesfin consiguió resistir durante seis semanas en la sitiada Gimma. Luego, la ciudad fue tomada, y el príncipe y los suyos masacrados. Tsehayu Inqué Selassie y Worku Inqué Selassie, en cambio, consiguieron escapar. Acompañados por sus guardias y numerosos clientes, se hicieron fuertes en las colinas de la vecina Shoa, y durante meses hicieron una guerra de guerrillas contra sus antiguos súbditos. Murieron en combate. El hambre de tierra es un hambre inextinguible, de inaudita violencia: del norte al sur de la inmensa Etiopía, los campesinos atacaron palacios, mataron gerentes, persiguieron a los señores. Muy pocos lograron escapar. Ninguna contrarrevolución seria ha podido organizar-se jamás, pese a la decisión, la vitalidad y el valor de esa antiquísima clase feudal. Las estructuras aparentemente más inmutables se derrumbaron en pocas semanas: las del Estado feudal y las de las jerarquías animistas. Por ejemplo: Ibede Goda, el más poderoso hechicero de Kaffa, había reinado durante casi treinta años en la segunda ciudad de la provincia, Bouga. Sus poderes mágicos de adivino y de juez y su alianza con los señores le habían valido una importante fortuna hecha de tierras palacios, rebaños y mujeres. Ibede Goda tenía ciento veinte hijos y una milicia privada. Practicaba sacrificios humanos. Los campesinos le entregaban para ello a sus hijos. Rico, cínico, brutal, dijo: "Arranco la lluvia a las nubes, doy fertilidad al suelo, a las bestias y a las mujeres." Temido, cortejado, consultado, implorado tanto por los ricos como por los pobres, se hacía pagar en tierras, granos o mujeres el menor de sus servicios. Abril de 1974: algunos estudiantes llegados de Addis-Abeba arengan a los soldados de la guarnición de Gimma. Dirigida por los estudiantes, una unidad insurrecta se dirige a Bouga. El palacio de Ibede Goda es tomado. Algunos guardianes mueren, otros huyen, y otros, por fin, se unen a los insurrectos; pero llegados a una distancia de diez metros del hechicero, los soldados se inmovilizan, no se atreven a tocarle. Nuevas arengas, nuevas explicaciones. Los soldados regresan varias veces... y se marchan aterrorizados. Por fin, los estudiantes, ayudados por jóvenes campesinos, se arrojan sobre el mago, le atan y se lo llevan a Gimma. Se constituye un tribunal popular, pero nadie quiere formar parte de él. Los estudiantes que custodian la cárcel advierten un hecho extraño: cada mañana encuentran bueyes y cabras atados a la reja de la cárcel y montañas de sacos de teff se amontonan en la calle. Es evidente que algunos campesinos continúan alimentando los poderes del brujo. Cierta noche de junio, unos estudiantes entran en la celda. Estrangulan a Ibede Goda. Su magia se disipa como niebla al sol. Mientras el huracán campesino barría las campiñas, la mayoría de las guarniciones del ejército permaneció neutral. Campesinos alistados por la fuerza, hijos de campesinos, soldados y suboficiales se negaban a obedecer la llamada de los señores. Sus oficiales, de origen feudal en su mayor parte, se hallaban encerrados en los calabozos de los cuarteles. Las unidades se comunicaban entre sí por todo el país gracias a su sistema de radio. El 28 de junio, formaron el Deurg (abreviación amhara de Consejo de administración provisional militar). Sus delegados se reunieron en Addis-Abeba, y solicitaron a todos
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los señores feudales supervivientes que acudieran a Addis-Abeba para rendir cuentas de sus pasados actos. Sorpresa: la mayoría de los señores supervivientes lo hicieron. En Etiopía, la autoridad, sea cual sea, es sagrada. Los señores fueron ejecutados. En la mañana del 12 de septiembre de 1974, un teniente y cuatro soldados llegan ante el palacio del Jubileo. En el parque agonizan los leones: hace días que nadie los alimenta. El palacio está desierto. Un único servidor abre la verja. En su despacho, un frágil anciano con uniforme de gala espera a los visitantes. Levanta los ojos. Con voz tímida dice: "Han venido." Luego, los militares le escoltan a través de corredores y salas, a lo largo de espejos y sobre alfombras de incalculable precio hacia la terraza, el parque, y la verja. Un pequeño Volkswagen azul, anónimo, está aparcado junto a la acera. El anciano entra. Los soldados lo llevan a los sótanos del palacio de Menelik que domina la capital. El 28 de agosto de 1975, la Ethiopian News Agency anuncia que el CCXXV descendiente del rey Salomón y de la reina de Saba, león de Judea, rey de reyes, Haile Selassie I, emperador de Etiopía, ha muerto. Lenin en Addis-Abeba Caído el emperador, destruido el orden feudal, no por ello se extingue el volcán etíope. Dos cráteres permanecen especialmente activos: el de los campesinos y el de los estudiantes y militares progresistas. Entre 1974 y 1978, prácticamente toda la tierra del país se redistribuye, bien por ocupación salvaje o bien por decreto gubernamental8. El sueño inmemorial de todas las insurrecciones campesinas del mundo se hace realidad en las mesetas de Etiopía: toda la tierra para los campesinos, los frutos del suelo para quienes lo trabajan. La identidad singular de cada etnia proporciona los motivos colectivos y los instrumentos analíticos de esta revolución de desheredados. En la ciudad, en cambio, la situación es más confusa: centenares de estudiantes llegados de las universidades de París, Montpellier, Bruselas, Hamburgo, Jerusalén y Ginebra, así como sus colegas de la universidad de Addis-Abeba, se enfrentan en dos organizaciones opuestas: unos pertenecen al Meison (Movimiento socialista pan-etíope), los otros al PRP (People Revolutionary Party). Ambos son igualmente marxistas-leninistas, igualmente sectarios e igualmente violentos. 1975: En Addis-Abeba y en los burgos campesinos, los dirigentes y cuadros del PRP inician el terror rojo contra los militares progresistas y el Meison. Objetivo: la dirección del proceso revolucionario. El PRP es destruido; más de 20.000 víctimas llenan las calles de Addis-Abeba, de Asmara, de Débré-Zeit, de Gimma, los sótanos de las cárceles y los patios de los cuarteles. 1976: Los intelectuales del Meison se erigen, cada vez más, en preceptores de los militares. Toman el lugar de los PRP asesinados en los comités administrativos y las asociaciones populares. Se hace inevitable la prueba de fuerza con el Deurg: los intelectuales tienen las ideas, los militares las ametralladoras. Los supervivientes de esta segunda matanza se unen al Deurg y se convierten en los cuadros civiles del Estado en construcción. En 1985 nace el Workers Party of Ethiopia (WEP), partido marxista-leninista, partido único, partido de Estado, que impone su ley a los campesinos, suprime las comunidades autogestionadas, crea las granjas de Estado e inicia un vasto programa de reagrupación campesina. ¿Cómo y por qué una de las revoluciones campesinas más radicales y más inventivas de todo el siglo xx se vio domesticada, rota, transformada en un régimen de partido único? Algunas respuestas: los dirigentes y equipos del Meison, surgidos generalmente de las clases feudales o de la alta burguesía, formados en las universidades occidentales y sinceramente convencidos de la validez y de la eficacia universales de los conceptos 7
marxistas-leninistas, fueron durante casi cuatro años los profesores en ideología de dirigentes militares ampliamente incultos. Su dogmatismo prevaleció sobre la riqueza inventiva, las intuiciones y la diversidad de motivos de la insurrección campesina y popular. Segundo elemento: 1978 es el año de la gran ofensiva en el norte de los dos movimientos eritreos de liberación nacional, el FPLE (Frente popular de liberación de Eritrea) y el FLE (Frente de liberación de Eritrea). Confrontado ya a otro ataque masivo, el llevado a cabo por -Somalia y los somalíes etíopes de Ogaden, el poder central de Addis. Abeba se veía amenazado en su propia existencia. Para detener el ataque procedente del norte tenía que encontrar, urgentemente, aliados extranjeros, pero los Estados Unidos e Israel, largo tiempo aliados del poder feudal, se negaron a vender armas al nuevo régimen y éste se volvió hacia la URSS. Con los kalachnikow, los órganos de Stalin, los Mig y los blindados 1-54 llegaron los oficiales, los comisarios y los consejeros soviéticos. He aquí el artículo primero de la Constitución etíope: "La República popular y democrática de Etiopía es un Estado del pueblo trabajador basado en la unión de los obreros y los campesinos, en la que participan los intelectuales, el Ejército revolucionario, los artesanos y demás componentes democráticos de la sociedad. "La República popular y democrática de Etiopía es un Estado cuya soberanía indivisible e inviolable se extiende por las tierras, el espacio aéreo y las aguas territoriales, incluyendo las islas. "La RDP de Etiopía, al realizar la Revolución nacional y democrática, pondrá los fundamentos para la edificación del socialismo." Por lo que se refiere a la identidad cultural de la nueva nación, el artículo 23 la define así: "El Estado velará por la preservación del legado cultural e histórico, por la erradicación de las prácticas nefandas, por la difusión de la moralidad socialista entre los trabajadores y por el progreso de la cultura proletaria." Los papas, obispos y abades del marxismo-leninismo ortodoxo sudan la gota gorda para formular una definición escolásticamente adecuada de las insurrecciones y levantamientos campesinos del tercer mundo. Durante los diez años transcurridos he participado en numerosos concilios sobre la cuestión. En el Instituto de Oriente y la Academia de Ciencias de Moscú, en el Centro afro-asiático de Tachkent, en el instituto Fernando Ortiz de La Habana, en el Centro de estudios africanos de Maputo, he asistido a debates bizantinos. Como ni Marx, ni Lenin, ni ninguno de los santos fundadores de la doctrina consagraron jamás la menor reflexión profunda al nacionalismo revolucionario de los pueblos del tercer mundo, a la cuestión campesina de la periferia o al funcionamiento de las cosmogonías de las sociedades africanas tradicionales, los doctores, los exégetas y los escribas de la vulgata se encuentran, efectivamente, ante problemas casi insuperables (9). ¿La revolución etíope (angoleña, mozambiqueña, de Carbo Verde, etc.) es una revolución proletaria? Evidentemente, no; le falta -al menos durante los primeros añosla vanguardia de un partido estructurado, la base obrera y el contenido socialista. ¿Es entonces una revolución burguesa antifeudal como las vividas por las burguesías
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francesa y americana a finales del siglo xviii? Tampoco. Porque no fue la burguesía nacional sino los campesinos aliados con los estudiantes y los militares pequeño burgueses los que la organizaron y condujeron. Lo repito: el imperio feudal etíope cayó bajo los golpes conjugados de los campesinos hambrientos, de los estudiantes exasperados y de algunos militares que, tardíamente, se cambiaron de chaqueta. Marx, Engels, Plejanov, Bloch, sólo pensaron en las insurrecciones campesinas en términos de algaradas, negándoles la capacidad histórica para dar a luz un modo de producción y un tipo de sociedad nuevos. ¿La revolución etíope una simple algarada? ¡De ningún modo! La caída del imperio inaugura sin duda una etapa cualitativamente nueva en la milenaria historia de los pueblos abisinios. ¿Qué lugar atribuir entonces, en la escala de la evolución unilineal de las sociedades, a estas formidables transformaciones que son las revoluciones campesinas de Etiopía, Angola, Mozambique, Cabo Verde, Méjico, Guinea-Bissau, Nicaragua, etc.? La lógica formal del dogma ofrece, afortunadamente, una salida: en la cronología de los cambios cualitativos de modos de producción que se suceden en el tiempo, Marx identifica -situada entre la revolución burguesa antifeudal y la revolución antiburguesa proletariauna revolución intermedia: la revolución democrática-nacional. En París, Viena, Berna, Basilea, Roma, Berlín y Leipzig, esta tuvo lugar en 1848. Gran alivio de los escribas: ni pura algarada ni indiscutible revuelta proletaria, la insurrección etíope es, por lo tanto, bautizada como "
. Poco importa que no exista ningún parecido sociológico entre las conmociones europeas de 1848 y los sucesos etíopes de 1974. Fue la burguesía nacional aliada con los trabajadores de la industria la que, en Berlín, Roma, París y Berna, se enfrentó a las tropas reales o patricias. No hay rastros de burguesía nacional en AddisAbeba o Asmara, y los trabajadores industriales se reducen a unos miles de empleados de cervecerías, de fábricas textiles y del ferrocarril. ¿Centenares de miles de campesinos como puntal de la revolución en las altiplanicies? Los doctos escribas encargados de redactar la nueva Constitución etíope niegan, sencillamente, su acción revolucionaria. En las pistas de Shoa, fronterizas con Sudán, a lo largo de los ríos Awash y Nilo, a orillas del Baro e incluso en las tierras de los anuak y de los nuer, hermosos arcos triunfales hechos de cintas de colores, flores y ramas se levantan a la entrada de cada pueblo, de cada burgo: "¡Trabajadores de todos los países, uníos!", "El marxismoleninismo es nuestro guía", "
siempre en ellos las mismas cabezas: la calva y cuadrada de Lenin, la envarada de Engels, el irónico rostro de Marx y la mirada viva e inquieta de Mengistu. Nada más normal que un pueblo que lucha necesite héroes. En ciertos estadios de la historia y en ciertas sociedades atravesadas por fuerzas centrífugas particularmente violentas, la unidad se construye alrededor de algunas personas físicas, muertas o vivas, porque son fácilmente identificables. Su rostro y su nombre evocan el mensaje preciso. Pero, en ese caso, ¿por qué no buscarlos en la rica historia de las insurrecciones, luchas y resistencias autóctonas? Algunos de mis interlocutores del Comité central del WEP me responden blandamente: "Los héroes tradicionales de nuestras batallas pasadas son todos rais, príncipes, abades; resumiendo: feudales. No podemos proponerlos a la admiración de las masas." ¡Error, camaradas! La historia etíope rebosa de héroes populares. ¿Queréis ejemplos? En 1936, el ejército etíope es derrotado, masacrado. Los bombardeos aéreos, los gases, los morteros italianos provocaron decenas de miles de muertes. Addis-Abeba parece aniquilada por la desgracia. Grazziani, procónsul de Mussolini en África oriental, hace su entrada triunfal en la ciudad. En la plaza Menelik se levanta un estrado. Grazziani salta de su caballo, sube al estrado, arenga a los soldados y a la muchedumbre. Dos jóvenes campesinos, Abraham Deboche y Mogas Asgadom, infiltrados en las primeras líneas de la concurrencia, arrojan su granada al estrado. Tres oficiales mueren destrozados y Grazziani resulta herido. Deboche y Asgadom mueren con la cabeza alta, tras horribles torturas. Son sólo dos de los miles de mártires, de resistentes que, durante la ocupación italiana, dieron su vida por Etiopía. Pero la resistencia contra el ocupante no se limita a África: en 1937 la Italia fascista celebra el primer aniversario de la conquista. En Roma, el obrero inmigrado Zéray Dérés se desliza entre la muchedumbre en delirio que se apretuja entre el Coliseo y la plaza Venezia para aplaudir el desfile. Banderas, música, pasos marciales... Zéray espera que el comandante jefe llegue a su altura, luego atraviesa la muchedumbre, se lanza a la avenida y se arroja con un sable en la mano sobre el mariscal. También Zéray Dérés muere sin abrir la boca. Como un patriota.(10) Otros responsables del WEP me explican, no sin razón: "Nuestro país ha permanecido tantos siglos aislado del mundo exterior que nuestra gente no tiene conciencia alguna de la unión de la humanidad, de la indispensable solidaridad entre los pueblos. Tenemos que proponerles símbolos que encarnen estos valores." Eso es cierto en el fondo, pero ¿cómo queréis que un parado de Harrar, un nómada de los desiertos del Dankhali o un pescador de las riberas del Nilo Azul pueda acceder a la conciencia anti-imperialista mundial contemplando al barbudo de Tréveris, cuya historia personal, modo de vida y método de pensamiento están a años luz de su propio universo cultural? Idéntico desastre sucedió en el museo de la Revolución. Ahí el desaguisado lo hicieron los expertos norcoreanos. La tumultuosa historia de los primeros años de la revolución se reduce a una serie de fotografías, generalmente trucadas, de cortejos militares, bosques de banderas rojas, de una biografía legendaria de la infancia, adolescencia y milagros adultos del carismático chairman. Las familias acuden el domingo, con sus retahílas de niños de grandes ojos negros. Y reciben de la historia infinitamente rica de su país una versión estática, incompleta. Pero el dogmatismo no sólo asola la conciencia popular. Los propios dirigentes están contaminados por la reinterpretación de su propia historia. Para ilustrar esta nueva forma de alienación cultural, apelo a un recuerdo personal. Julio de 1986: participo en 10
animadas discusiones sobre la nueva Constitución en una hermosa villa blanca bajo los mangos, en el extrarradio norte de Addis-Abeba. Soy huésped del Instituto para el Estudio de las Nacionalidades Etíopes, en el despacho adornado con fotografías de la Gironda, de Yayehyizad Kitaw, antiguo profesor de medicina en la Universidad de Burdeos, hoy director del instituto. Alrededor de la mesa los lingüistas, juristas y sociólogos trabajan en la identificación y la relación científica de las ochenta y dos nacionalidades que pueblan Etiopía. Se abren apasionantes discusiones sobre este paisaje cultural de inaudita riqueza, sobre la historia y el renacimiento cultural de las nacionalidades etíopes. De pronto, suena el teléfono. Kitaw, solemne y grave, me dice: "The chairman is waiting for you." En la puerta, con uniforme Mao de algodón azul etíope y penetrante mirada, aparece un secretario del Comité central, con unos guardias. Coches sin distintivos. Recorrido a toda velocidad por las calles llenas de gente de Addis-Abeba. Ante el recinto del gris edificio del Comité central, veo el habitual ballet de los guardias de corps. Largos corredores, columnatas, escaleras, antecámara. Diez minutos más tarde se abre la puerta: entro en el vasto despacho de Mengistu Hailé Mariam. De mediana estatura, simpático, vivaz, atento, dotado de una resplandeciente sonrisa, con los ojos negros extraordinariamente móviles, Mengistu me espera de pie sobre la moqueta roja. A su lado aguarda Kassa Kebede (11). Pesadas cortinas rojas ocultan la mitad de las grandes cristaleras. Por encima de la mesa de trabajo -llena de transistores, libros, expedientes y estatuillas de dudoso gusto, como las que siembran a su paso las delegaciones norcoreanas, búlgaras, etc.-, un dibujo gigantesco representa a un Lenin irónico y casi humano. Iniciamos una discusión de casi tres horas con absoluta franqueza. Mengistu habla en amhara, el secretario del CC traduce al inglés, yo respondo en ingles. Pero como Mengistu comprende perfectamente el inglés, tiene una evidente ventaja: ¡mientras dura la traducción prepara su respuesta! Afuera, las campanas de la catedral ortodoxa suenan a breves intervalos, campanadas graves, profundas, sonoras. Mengistu se detiene algunos segundos, luego continúa: una lección magistral de marxismoleninismo sobre los asuntos del mundo y, adicionalmente, sobre Etiopía. En cierto momento, un sudor frío corre por mi espalda. Memgistu dice: "Los campesinos tienen una tendencia natural a desarrollar una conciencia pequeño-burguesa de propietario. Para extirpar tan nefasta tendencia tenemos que acelerar el programa de colectivización de las tierras y de reagrupamiento de los hábitats y poblados dispersos." ¿El instinto de propiedad, la voluntad de ser dueño de su propia tierra? Existe. Están en la base del alma campesina. Son su razón de vivir y la base de su formidable ardor en el trabajo. Yo mismo, nieto de campesinos, crecí en un pueblo de la campiña de Berna y puedo atestiguarlo. Sólo que, a mí, este instinto, esta voluntad me parecen perfectamente legítimos y benéficos. Lo digo. Mengistu me mira como un obispo de Roma a un anabaptista. Otro recuerdo, otro lugar: la gris estatua de Lenin, vistiendo un traje europeo, con la mano en el bolsillo, la mirada vuelta hacia el aeropuerto, está colocada ante el Africa Hall de Addis-Abeba. El Africa Hall es la sede de la OUA (Organización para la Unidad Africana). Cuando cae la tarde, la sombra de la gigantesca estatua cubre la fachada del edificio. Una tarde de julio de 1986, estoy sentado, con un amigo etíope, en el zócalo sobre el que -majestuoso y amenazador- se yergue el metálico Lenin. La tormenta cotidiana, violenta, suntuosa, acaba de pasar. De la tierra húmeda, de las rojas flores y de los eucaliptos asciende un aroma embriagador. El cielo está oscuro, recorrido por los
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relámpagos. En la plaza, los comercios al aire libre, las vendedoras de buñuelos y los mendigos guardan sus utensilios. Se van, sumidos en sus conversaciones en voz baja, animadas pero discretas, hacia las barracas del norte de la capital. Mi amigo, alimentado por las milenarias enseñanzas de la cultura amhara, levanta los ojos hacia la estatua del ruso y me pregunta: -¿Sabes qué busca en su bolsillo? Muevo la cabeza. -¡Sus kopecks! No lo comprendo. -¿Hacia dónde mira? -¡Hacia el aeropuerto, caramba! ¿Qué dicen sus labios semiabiertos? -... -Mecachis! ¡No me quedan kopecks bastantes para comprar mi billete a Moscú! Me río. Mi amigo, de pronto, se pone grave. Un silencio. Luego, con el rostro pálido, la voz temblorosa de cólera, dice: -¡Algún día tendremos medios y le daremos lo que le falta para que se largue! Nos equivocaríamos si tratáramos de modo irónico o anecdótico el problema crucial de la ruptura cultural que intentan efectuar con las antiguas significaciones dominantes los nacionalistas revolucionarios del tercer mundo. El presente capítulo tiene un solo objetivo: mostrar la complejidad de una situación concreta en un país determinado. Veremos más tarde la aventura de un pueblo que ha roto, por un tiempo, con la cultura neocolonial y con su negación europeocéntrica, el marxismo-leninismo, a la vez (12). El actual régimen etíope ha llevado a cabo reformas sociales fundamentales al servicio de los habitantes más pobres (13). Su programa de atención sanitaria, de alfabetización, de conducción de agua, de irrigación, de reforestación, de construcción de carreteras, de rehabilitación de las antiguas industrias desfallecientes ha cambiado la vida material de millones de seres. Pero la construcción de una cultura alternativa, de una nueva identidad con ayuda del marxismo-leninismo sigue siendo una empresa problemática, peligrosa, sembrada de obstáculos. Para la emancipación cultural, económica y política de los pueblos dependientes, la teoría universalmente válida hasta que la historia la desmienta es la de la lucha de clases: los hombres oprimidos se rebelan siempre y en todas partes. Pertenezca a la clase, religión, etnia, región, época histórica que pertenezca, el hombre nunca acepta indefinidamente sus cadenas. Ahora bien, en ciertas coyunturas históricas, se constituyen algunas vanguardias que producen análisis contingentes, objetivamente acertados. Estos análisis teóricos y las contradicciones sociales en que se apoyan dan nacimiento al embrión de una nueva conciencia colectiva, y de una cultura alternativa, emancipadora. Esta conciencia nueva, inédita, alternativa, permite a un progresivo número de dominados comprender este hecho capital: su situación individual de humillación, de explotación, de sufrimiento, que comparten con una multitud de semejantes, está dirigida por mecanismos sociales analizables, que es posible combatir y destruir. A partir de esta evidencia, los oprimidos se reunirán, se organizarán, se armarán 12
para el combate alrededor de su vanguardia. La vanguardia de la revolución etíope (los militares rebeldes, los estudiantes regresados del exilio o que abandonaron la clandestinidad, obreros, campesinos y funcionarios), que fue constituyéndose lentamente durante los enfrentamientos de 1974-1978, se inspira -ya lo he dicho- en el marxismo-leninismo, en las experiencias prácticas y las investigaciones teóricas de Marx, Engels, Plejanov, Lenin, Luxemburgo, Lukács y demás autores del movimiento obrero revolucionario de Europa, que están llenas de enseñanzas para todos los pueblos oprimidos de la tierra. Estas enseñanzas siguen siendo actuales. Son de enorme y fecunda riqueza, pero su aplicación mecánica, su transferencia inalterada a las situaciones culturales específicas del tercer mundo plantea problemas. Aparecen distorsiones, disfunciones. Etiopía ofrece hoy atractivos ejemplos de tales disfunciones: cuando la vanguardia decide -tras largas y violentas discusiones internas y enviar a todo el mundo misiones de información- crear el Workers Party of Ethiopia, responde a la necesidad legítima de compensar el vacío ideológico y organizativo creado por la destrucción de las antiguas imágenes sociales vinculadas al feudalismo. Ahora bien, el WEP pone fin a la efervescencia, a la libre creatividad del movimiento revolucionario, lapona el volcán de las revueltas campesinas, deseca el río de la creatividad obrera, extingue el fuego del entusiasmo estudiantil. Otro ejemplo: la revolución hace extraordinarios esfuerzos para hacer oír las voces de las culturas autóctonas. Durante más de seis años, un instituto especializado que reúne a los mejores etnólogos, juristas, sociólogos y economistas del país intentó conocer y codificar los territorios de asentamiento o nomadismo, las lenguas, los símbolos, las estructuras familiares, políticas, clánicas, los modos de producción, la historia de las ochenta y dos nacionalidades principales de Etiopía. Y es que el antiguo contencioso era muy importante: el Imperio había impuesto la indivisa preeminencia de la etnia amhara, de la que habían salido, durante siglos, no sólo las dinastías imperiales sino prácticamente todos los dirigentes militares, políticos, religiosos (rais, dedjasmachs, generales, etc.) del país. La Iglesia ortodoxa, aunque minoritaria desde comienzos del siglo xx, imponía a los pueblos musulmanes un verdadero terror ideológico (y una formidable explotación económica, puesto que era, tras la familia imperial, el segundo terrateniente del país). De entre las nacionalidades dominadas surgen algunos de los dirigentes revolucionarios más decididos e influyentes (14). La voluntad subjetiva de la mayoría de los responsables actuales de resolver definitivamente y sobre una base equitativa el problema de las nacionalidades me parece, pues, real y sincera; pero la existencia del partido único y, por lo tanto, del Estado unitario amenaza la libertad de expresión de las culturas regionales. Se me objetará que la nueva Constitución etíope, proclamada el 12 de septiembre de 1987 (calendario etíope: Año Nuevo 1980), prevé expresamente, en sus artículos noventa y cinco y siguientes, la creación de regiones administrativas y de regiones autónomas. Las nacionalidades más importantes, aun teniendo representación en el Shengo nacional (parlamento central), poseerán un parlamento regional con poderes presupuestarios, legislativos regionales, etc.(15) La Constitución etíope sigue, en este punto, el ejemplo soviético. Etiopía, al revés que la URSS, no es un Estado federal. Pero, lo repito, intenta resolver el problema de las nacionalidades por medios cercanos a los utilizados por Lenin en la elaboración de la primera Constitución de 1922. 13
¿Son eficaces estos medios? Moderadamente. En la teoría leninista, el partido único de vanguardia garantiza la intransigente unidad del movimiento revolucionario, y el Estado asegura a las nacionalidades su libre desarrollo. En la práctica, sin embargo, las cosas se complican: las principales nacionalidades disponen en la URSS de sus respectivas repúblicas federadas: hablan sus propias lenguas y viven sus propias culturas, pero la realidad del poder político, incluso local, está generalmente en manos de los rusos. Prácticamente en todas las repúblicas caucásicas, asiáticas o bálticas de la URSS (así como en Moldavia y en las regiones autónomas), el segundo o tercer secretario del Comité central local es siempre un ruso que mantiene con el aparato central de Moscú relaciones privilegiadas. Nadie puede prejuzgar la experiencia etíope. Digo simplemente que el éxito del modelo elegido -el de la URSS- no está asegurado. ¿Qué porvenir le espera a la revolución etíope? Quedan por resolver inmensos problemas. El más difícil y uno de los más urgentes es de orden alimenticio. El 25 de septiembre de 1987, la Unicef anunció en Ginebra que la cosecha de cereales de aquel año sería deficitaria al menos en 980.000 toneladas; ni en junio ni en septiembre llovió bastante. Puede producirse una catástrofe más mortífera aún que la de los años 19831985. Otro problema: la guerra que desde hace tres años el ejército etíope libra contra los nacionalistas de Eritrea (Frente popular de liberación nacional de Eritrea) y contra las guerrillas del Tigré (Frente de liberación del Tigré). Esta guerra no tiene salida militar posible. Obliga a Etiopía a mantener un ejército de 300.000 hombres y mujeres que absorbe la mayoría del presupuesto, y es una sangría para el país. Además, incluso en tiempos normales, cuando las lluvias caen y las cosechas son buenas, Etiopía es uno de los países más pobres del mundo: 110 dólares de renta per cápita anual en 1986; duración media de la vida (hombres y mujeres): 41 años. Sin una paz negociada en Eritrea no podrá producirse el desarrollo económico de Etiopía. Último problema: el de las víctimas de la violencia revolucionaria. Amnistía Internacional habla de varios miles de prisioneros políticos (16). Desde 1974, cada nueva convulsión ha llevado a las cárceles, comisarías y cuarteles nuevas víctimas. Hasta el mes de septiembre de 1987, debido a la ausencia de una Constitución y de instituciones estables, no existía protección jurídica para los encarcelados. Las distintas policías y los servicios secretos actuaban a su aire, y generalmente con crueldad. Hoy, la abogacía, los tribunales y la magistratura han ocupado su lugar. Se votan leyes, y el fiscal general de la República se compromete a examinar el expediente de cada uno de los prisioneros. La importante delegación del Comité internacional de la Cruz Roja en Addis-Abeba (una treintena de delegados suizos, doscientos empleados etíopes, cuatro aviones, una flotilla de camiones y jeeps) intenta obtener la autorización para visitar los dispersos lugares de detención, los princi. pales de los cuales son las cárceles de Alem Bekagne (Addis-Abeba), Sembel y Haz-Haz en Asmara, así como las penitenciarías de Gondar, Harar, Nekemte, Bahar Dar y Awassa. La influencia y la presencia soviética disminuyen. El 10 de septiembre de 1987, en siete horas de discurso, el nuevo presidente de la República Popular y Democrática de Etiopía, vistiendo el traje de algodón etíope, sólo mencionó a la Unión Soviética una vez.(17) Una esperanza: el 9 de septiembre de 1987 se reúnen en la sala de congresos de Addis14
Abeba 835 hombres y mujeres, diputados electos, para el primer Shengo nacional (18). Eligen a las autoridades del Estado. El 10 de septiembre por la mañana, el comisario político del ejército revolucionario Tlsfaye Debra-Kidan atraviesa la inmensa sala, se acerca a la tribuna presidencial y entrega a Mengistu Hailé Mariam, presidente recién elegido de la República, la bandera amarilla, verde y roja del Deurg. Mengistu se levanta, besa la bandera... y la entrega a una mujer de hacer faenas, que se la lleva. Trece años de gobierno provisional y de tumulto revolucionario acaban de finalizar. NOTAS 1. Desde 1956, esta Iglesia se llama oficialmente Iglesia ortodoxa de Etiopía, pero su patrón sigue siendo San Marcos de Alejandría. 2. Alan Hobben, Land Tenures among the Amhara of Ethíopia, Chicago, University Press, 1973; Mesfin Wolde Mariam, Rural Vulnerabilíty to Famine in Etbiopia, 19581977, Vikas Publishing House, en colaboración con la universidad de AddisAbeba, 1984. 3. Mi primera estancia en Addis-Abeba se produjo en julio de 1973. 4. Para fechar los acontecimientos etíopes utilizo el calendario gregoriano. Etiopía vive, incluso después de la revolución, bajo el calendario juliano. El año 1987, por ejemplo, corresponde en Etiopía al año 1980. 5. Debo preciosas informaciones sobre estos primeros movimientos de insurrección a Jean-Claude Guillebaud, quien cubrió, para Le Monde, los acontecimientos que aquí se describen, y a Muse Tegegne, mi asistente en el departamento de sociología de la universidad de Ginebra, que participó en algunos de estos enfrentamientos. 6. Muse Tegegne, La Rét'olution éthiopíenne, éditions Maison de la vie, Ghion, Ginebra, 1984; René Lefort, La Révolution bérétique, Paris, Maspero, 1981; Fred Halliday y M. Molyneux, The Ethiopian Ret'olution, Londres, Editions Verso, 1981; David y Marina Ottaway, The Ethiopían Empire in Revolutíon, Londres, African Publishers, 1978. 7. Su capital, Himma, dista 335 km. de Addis-Abeba por carretera transitable. 8. En 1975 el Deurg publica la land-proclamation, otorgando todas las tierras cultivables a quienes las trabajan. Un detalle: el Deurg legisla del mismo modo que el emperador. Los decretos del imperio eran proclamados por un heraldo en la explanada del palacio llamado "de Menelik”, precedidos por un redoble de tambor. El Deurg renuncia al heraldo y al tambor, pero mantiene para sus leyes el término de "proclamación". 9. Existen sin embargo algunas raras excepciones entre los autores soviéticos; véase, por ejemplo, Yuri Popov, La economía política marxista y los países en vías de desarrollo, Moscú, Ediciones del Progreso, 1977. 10. Grazziani escapó a la muerte por segunda vez, pero el sable ritual de Zéray mató a cinco oficiales fascistas. 11. En 1985, Mengistu es presidente del Deurg y secretario general del WPE; Kassa es embajador ante la ONU en Ginebra. 12. Véase más adelante el capítulo "Los Revolucionarios,, de la cuarta parte. 15
13. Ejemplo: según cifras de la Unesco, la tasa de analfabetos descendió, en Etiopía, del 93% al 34 % entre 1976 y 1986. 14. El propio presidente actual de la República, Mengistu Hallé Mariam, es oromo por parte de madre y amhara por parte de padre. 15. Las 14 provincias del país han sido reemplazadas, desde 1987, por 24 regiones administrativas y 5 regiones autónomas. 16. Amnistía Internacional no da cifras exactas (en la página 3 escribe: "several thousands"), pero menciona numerosos casos de tortura. Véase Amnistía Internacional, Ethiopia: political imprisonment and torture, Londres, junio 1986. Desde esta fecha el Deurg ha decretado amnistías parciales. 17. Informe del Consejo provisional militar administrativo, 144 págs., Addis-Abeba, Imprenta Nacional, 1987. 18. Los electores (todos los hombres y mujeres de más de 18 años) podían, en cada kebelle (comunidad urbana de barrio) y en cada poblado, elegir entre tres candidatos, cuya lista fue elaborada por el WPE, las organizaciones profesionales y las organizaciones llamadas de masas (asociación de campesinos; unión de mujeres, etc.). El término Shengo designa la asamblea de poblado en país oromo.
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