Wester Anderson, Joan - Cuando Suceden Los Milagros

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  • Words: 59,648
  • Pages: 180
JOAN WESTER ANDERSON

CUANDO SUCEDEN LOS MILAGROS

Dedico este libro a mi esposo, mis hijos y mi nieto. También a mi madre, hermano y hermanas. Y no deseo olvidarme de Barbara Brett, consejera y amiga del alma. -Todos ustedes son los milagros de mi vida.

Veremos el cielo tanto como nuestros ojos quieran ver WILLIAM WINTER

Agradecimientos Deseo agradecer a todos aquellos que con tanta generosidad me ayudaron en mis investigaciones y en la realización de este libro. Aprecio la información proporcionada por el reverendo Andrew M. Greeley, profesor de Ciencias Sociales, así como también al personal del NORC (Centro Nacional de Investigaciones de la Opinión), dependiente de la Universidad de Chicago; a Maureen Quinn, de la Organización Gallup, Princeton, Nueva Jersey; a Donna Jarvis, de la Oficina de Derechos del Autor en Word Music, Irving, Texas; a Sharon Smith, Coordinadora de Recursos del Ministerio para el Progreso, Lincoln, Virginia; a Ann Shields, del Ministerio para la Renovación en Ann Arbor, Michigan; y a los autores Charles y Frances Hunter. Los importantes departamentos de investigación de la cadena de radiodifusión cristiana (CBN) y la revista Guideposts son dignos de mención. El Centro Islámico de Información de los Estados Unidos de Norteamérica; la biblioteca Asher, de la Facultad judaica Spertus; la fundación de origen sueco, Amigos de la Misericordia, y los distintos estudios realizados por el Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad Purdue, todos sin excepción, proporcionaron valioso material de referencia. Expreso mi agradecimiento a Kathleen Choi, columnista del Hawaii Catholic Herald; a John Ronner, autor de ¿Tiene usted un Angel de la Guarda?; a Gustav Niebuhr, del Wall Street Joumal, y a Andrea Gross, miembro de la Sociedad Norteamericana de Periodistas y Autores, así como también a todos los periodistas de diversos diarios de todo el país, que tan desinteresadamente aportaron datos de sus investigaciones. Gracias también a la información técnica proporcionada por Tom Skilling, meteorólogo de la radio WGN de Chicago; a la doctora Christine Z. Pundy, especialista en oftalmología, de Arlington Heights, Illinois; y al teniente Thomas P. Anderson, del Departamento de Bomberos de Chicago. Los editores que publicaron mi carta en la que pedía experiencias en milagros, en especial aquellos de Writers Information Network, Liguorian, Women & Money, Leaves, Chicago Parent y Home Times. Un recuerdo especial para todos los amigos que me brindaron apoyo y estímulo, así como también a los cientos de lectores que enviaron tanto historias como comentarios, y que constituyeron una rica fuente de material para las páginas que están por leer. Que todos sigamos en nuestra búsqueda de Dios, recordando, en las palabras de Henri Nouwen, que "cuanto más cerca estemos de El, más cerca estaremos unos de otros". J.W.A. Arlingtoll Heights, Illinois

Indice El comienzo Prólogo ¿Qué son los milagros?

LIBRO PRIMERO Los milagros a través de la oración El poder de la oración Una promesa del Día de la Madre Respuesta en el viento Signos vitales La redención de las profundidades Sincronización perfecta Una misión celestial Un signo de nuestro tiempo Una luz en su camino Medicación misteriosa Rescates en el camino

LIBRO SEGUNDO Los milagros de los ángeles Angeles entre nosotros Milagro de Navidad El protector en el granero Ayudantes de hospital ¿Ha estado rezando? El ángel del sillón Milagro en Wrigley Field El socorrista que desaparece La ruta del milagro Llamados a la zona de peligro El mensajero de Navidad

LIBRO TERCERO Los milagros del más allá Cuando vienen los seres queridos El arco iris de Andy De la oscuridad a la luz Entre el cielo y la tierra El último adiós Una escolta hacia el paraíso Una visión de Navidad Los hilos dorados de la esperanza Un mensaje en la noche La rosa blanca con rocío

LIBRO CUARTO Curaciones milagrosas Curaciones desde el cielo La verdadera acción de gracias Bendiciones dobles El milagro de Miguel Un corazón misericordioso Manos que ayudan Una visión en el parabrisas Círculo de amor

LIBRO QUINTO Los milagros especiales de Dios La medida del amor de Dios Tiernos tesoros El Señor de los vientos y el fuego El ángel del árbol El milagro de la multiplicación Siempre cerca . En medio de la batalla En alas de mariposa Milagro en el centro comercial. El último regalo de Navidad En los brazos de un ángel La llamada de Dios

Otro comienzo Epílogo Notas

El Comienzo

Prólogo El Señor camina y habla conmigo, Y me dice que yo soy su ... "EN EL JARDíN", CANCIÓN POPULAR

Conocí a Lynne Gould poco después de que nuestra familia comprara una casa en la zona noroeste de Chicago, en septiembre de 1971. Una mañana ella se apareció en mi puerta, acompañada por varios de sus hijos menores, para darnos la bienvenida al barrio. La invité a pasar. Echó una mirada a las cajas que estaban marcadas con grandes carteles de FrágilPorcelana, todavía apiladas por todas partes en el piso, y declinó la invitación, cosa que hizo que la quisiera al instante. La casa de los Gould daba a los fondos de la nuestra, donde ambos jardines estaban separados por un cerco alto que tenía una abertura que utilizábamos como comunicación. Amaba a mis vecinos, pero Lynne era especial. De inmediato las dos sentimos una especie de vínculo y descubrimos pronto que nuestras conversaciones iban más allá de una charla trivial y ahondaban más en los sentimientos y creencias de cada una. Pocos eran los temas que no tocábamos, pero desde el punto de vista espiritual había uno que resultaba particularmente nuestro favorito. Descubrimos que, aunque las dos profesábamos la religión católica, nuestras actitudes frente a la fe diferían. Lynne se mostraba tranquila y confiaba en los tiernos cuidados que nos prodiga Dios, en su voluntad de interesarse personalmente por su vida cotidiana. ¿Y yo? Como ha dicho un filósofo, "la distancia más larga que se puede recorrer son los treinta centímetros que separan la cabeza del corazón". Yo intentaba ser obediente, un poco escrupulosa y exigente conmigo misma. Aunque jamás había pensado en Dios como en un ser duro y aterrador, me era difícil creer que su amor por mí era verdaderamente incondicional. En cuanto a los milagros, estos les sucedían a los santos y no a la gente común como yo. Hacía unas semanas que vivíamos en nuestro nuevo hogar cuando comenzaron a caer las primeras hojas del otoño. En realidad más que caer llovían, cubriendo el jardín con una capa espesa. Tomé algunas bolsas grandes y, una tarde, cuando los niños estaban en la escuela, fui al jardín a rastrillarlo. Era un delicioso día cálido y soleado; sin embargo, hacía pocos progresos en mi trabajo de jardinería. Después de una hora, había llenado seis bolsas, pero aún varias pilas enormes de hojas esperaban y la mitad del jardín quedaba sin tocar. El ser dueña de una casa estaba perdiendo su

encanto. Me apoyé por un instante en el mango del rastrillo, eché hacia atrás un mechón de cabellos que tenía sobre los ojos y fue entonces que el mundo pareció detenerse. Había perdido los anillos que llevaba en la mano izquierda. El anillo de diamantes de mi compromiso y la alianza de matrimonio, que no me había quitado desde que me casé, ya no estaban. Justo en ese momento Lynne entraba a mi jardín por el portón del cerco. Aunque se encontraba por lo menos a quince metros de distancia, debe haberme visto la expresión de horror que yo tenía en el rostro. -¿Qué sucede? -me gritó. -Mis anillos ... ¡perdí los anillos! -Casi no podía articular palabra. Había perdido algo de peso por el trajín de la mudanza y los anillos, de alguna forma, se me habían caído. Pero ¿cuándo? ¿Dónde? Lynne cruzó el jardín hundiéndose en el mar de hojas. -¿Cuándo fue la última vez que los viste? -preguntó. Frenética traté de recordar, examinando hasta las cosas rutinarias de menor importancia que había hecho hasta ese momento. Cuando les preparé el desayuno a los niños, cuando cargué la lavadora, ¡qué a menudo nos miramos las manos sin verlas en realidad! Sin embargo, sabía que me habría dado cuenta de que me faltaban los anillos cuando hice esas tareas. -Deben de haberse caído aquí afuera -le dije a Lynne, mirando el paisaje, que me rodeaba el corazón lleno de congoja. ¿Cómo se puede encontrar algo en toda esa basura? Jamás volvería a ver los anillos. y no era que no estuvieran asegurados, yo los amaba como algo irreemplazable ... Los ojos se me llenaron de lágrimas. Lynne fue más práctica. -Vamos a rezar -dijo y se arrodilló justo allí en medio de todas esas hojas. Y, como ella me tomó de la mano, yo hice lo mismo. -Dios -comenzó Lynne sin preámbulos-, tenemos un problema ... -Con pocas palabras describió la situación. A pesar de mi agitación, sentí un poco de vergüenza. Qué sucedería si un vecino nos veía y nos encontraba ¡rezando en público! No obstante, yo también me sentía fascinada. Lynne le hablaba a Dios con fluida familiaridad, como si él fuera su verdadero Padre; alguien que se preocupaba tanto por ella se interesaría sobre cualquier cosa que pudiera decirle. Bueno, ¿por qué no?, pensé de repente. Yo soy madre y no hay nada que mis hijos necesiten que yo no se los provea. Si era en verdad su hija, ¿no sería esto lo mismo? Lynne estaba por terminar su discurso. -Necesitamos un milagro, Dios -oí que decía-. Por favor, haz que encontremos los anillos. -Se sentó sobre sus talones y, sin decir palabra, comenzó a estudiar el jardín. Ni por un momento había pensado que Dios haría en realidad algo sobre el pedido especial de Lynne. Pero ella había sido maravillosa en quedarse a mi lado. Mientras la observaba, sin embargo, vi que sus ojos se dirigían hacia el montón de hojas amarillas y anaranjadas. Lentamente se puso de pie y pasó al lado de varios cúmulos. Cuando llegó a uno que estaba al otro lado

del jardín, se detuvo, se agachó, metió una mano en la pila y después volvió a pararse. -Aquí están -dijo, mirando la palma de la mano-. Aquí están tus anillos. Yo casi estuve a punto de dar un grito antes de ir corriendo hacia donde se encontraba. Nos miramos, con rostros iluminados por anchas sonrisas. -¿Cómo pudiste? -Casi no sabía qué preguntar. Ella se rió. -Yo no lo hice. Dios lo hizo. El sólo me guió hacia dónde mirar. -Pero eso es imposible ... -No es así -me señaló simplemente-. Pedimos un milagro, ¿no te acuerdas? Algo importante parecía hacer vibrar el aire, algo sobrenatural y maravilloso. ¿Era esto de lo que se trataba la fe? Como dos niñas, nos habíamos acercado a nuestro Padre, a quien le pusimos sobre la falda un juguete roto y le pedimos con total confianza, por lo menos de parte de Lynne: -Papi, arréglalo, por favor. ¿Por qué debería haberme sorprendido cuando El lo hizo?

¿Qué son los milagros? Un milagro es una maravilla, un rayo de poder sobrenatural que se inyecta a la historia ... , abre un boquete en la pared que separa a este mundo del otro. TIME, 30 DE DICIEMBRE DE 1991

Una encuesta realizada por Gallup en 1989 reveló que e183% de los norteamericanos creen en milagros, principalmente porque dichos acontecimientos sugieren que Dios existe y nos ama, y que nuestras vidas tienen un propósito. Pero el haber encontrado mis anillos en el jardín agudizó el interés sobre este tema. "¿Qué es un milagro?", me pregunté. ¿Cómo sabemos cuándo ocurre uno? Según el Dictionary Webster's Unabridge, edición enciclopédica, un milagro se refiere a "un hecho o efecto que aparentemente contradice las leyes de la ciencia y, por tanto, se piensa que es debido a causas sobrenaturales". Ya sea en forma elaborada o desprovista de ornamentos, la mayoría de los milagros son acontecimientos positivos, que se producen en forma sorpresiva y por lo general fuera del contexto de la vida cotidiana. "Si se lo puede explicar", dice Betty Malz, autora de Los ángeles me cuidan, "no es un milagro". Ni tampoco los milagros son fortuitos. El receptor en general tiene un sentido de la intervención deliberada de Dios, de un cambio y una respuesta. Entre las diversas religiones del mundo, encontramos diferentes respuestas a los milagros. Por ejemplo, la Iglesia católica acepta su existencia, pero sólo cuando el acontecimiento desafíe las leyes conocidas de la ciencia. Además, las proclamas de milagros no son fáciles de verificar. Un caso clave es el santuario de Lourdes en Francia. Aunque ha habido miles de supuestas curaciones divinas realizadas allí, sólo 65 fueron las que pasaron los estrictos procedimientos de la Comisión Médica Internacional para ser declarados oficialmente milagros. Desde 1981, millones de personas han sido testigos de extraordinarios acontecimientos en Medjugorje, ex Yugoslavia, pero la Iglesia aún está investigando la situación sin emitir ningún comentario oficial. Es probable que esto se mantenga así durante muchos años. Las confesiones protestantes difieren sobre los milagros. Algunas creen que Jesús curó a los enfermos, multiplicó los panes, ordenó que se calmaran las turbulentas aguas del mar sólo con el propósito de establecer su iglesia sobre la tierra y que después sus maravillas dirigidas desde el cielo cesaron. Martín Lutero en principio negaba la posibilidad de curaciones divinas así como de otros milagros, aunque después cambió de parecer. Juan

Calvino, en la Reforma del cristianismo, escribió que tales dones "desaparecen a fin de hacer que la predicación de los evangelios sea por siempre maravillosa". Sin embargo, uno de los documentos de un plenario de teología, titulado "El ministerio y lo milagroso" afirma que un creciente número de confesiones ahora acepta que Dios hace hoy milagros, aunque "debemos en forma transparente estar preparados para someter nuestros reclamos ... a la prueba empírica más rigurosa", a fin de protegernos de charlatanes y engaños. Esta visión es también más aceptada por cristianos más carismáticos. "En esta era de escepticismo, a menudo oigo decir a la gente: 'Pero Dios ya no hace más milagros''', escribe Harald Bredesen, pastor y autor de ¿Necesita un milagro? "Tengo buenas noticias para ellos. ¡Dios no ha dejado de hacer milagros!" Tal vez el hombre ha bloqueado la disponibilidad de milagros o las respuestas a sus oraciones, o lo que fuere, dice Bredesen, "al pensar en Dios, consciente o inconscientemente, en términos demasiado pequeños, por considerarlo sobre la base de nuestras propias limitaciones humanas". Los judíos creen también en los milagros. Según palabras del rabino Simon Greenberg, autor de Filosofía judía y modelo de vida, "Dios no está sujeto a las leyes que El estableció para su universo. El sigue siendo el maestro indiscutido que puede obrar con ellas a su voluntad." Sin embargo, la fe de la persona no debe depender de lo milagroso, advierte el rabino Jack Riemer, presidente de la Asociación de Rabinos del área suburbana de Miami. "Los milagros son la decoración de la torta, pero, como dice mi mujer, Sue, ¡primero tenemos que cocinarla!", agrega con una sonrisa. "Podemos orar por un milagro, pero se supone que debemos actuar, trabajar y comportarnos como si estos no existieran." (La mayoría de los líderes cristianos estarían de acuerdo con esto.) Más prácticos, los judíos prefieren concentrarse en "los milagros que nos suceden todos los días", las bendiciones de la belleza en lo cotidiano. La visión del islamismo es similar. "Los milagros son concedidos por gracia de Alá, único Dios, no a través de nuestro poder", dice el doctor Musa Qutub, presidente del Centro Islámico de Información de Estados Unidos. "Podemos pedir cualquier cosa, porque cualquier cosa es posible." Y es en este ruego crece nuestra fe. "Nadie que extienda su mano hacia Alá jamás la volverá vacía", explica el doctor Qutub. ¿Podemos "probar" los milagros? En general, no. Aun cuando las circunstancias parezcan sorprendentes, al final es mucho lo que el observador debe decidir por sí solo. Pero a veces reconocemos uno por nuestras propias reacciones -tal vez un estremecimiento leve en la boca del estómago, un escalofrío que nos recorre el cuerpo, un ataque de llanto o nuestro corazón que se eleva en silenciosa respuesta. Los milagros pueden también identificarse en la percepción tardía de los cambios positivos y a menudo profundos que se operan en nuestras vidas.

El "milagro de mis anillos" me cambió. Poco a poco se acrecentó mi deseo de pedir ayuda espiritual y buscar el plan que Dios tiene para mí, menos temerosa de no ser considerada "digna" de su ayuda. Sin embargo, no fue hasta 1992 en que escribí mi octavo libro, Por donde los ángeles caminan, que se abrió ante mí una nueva puerta a la comprensión de los milagros. Hubo personas que se sintieron tan conmovidas por las verdaderas historias de otros que fueron rescatados, consolados o tocados de una forma especial por un ángel que con gusto compartieron conmigo sus propias experiencias celestiales. (Algunas personas pidieron que sus nombres permanecieran en el anonimato. Señalo estos casos con un asterisco ["'l.) La mayoría escribieron en respuesta a mi libro o me hablaron después de que yo diera una charla. Otros llamaron a programas de la radio, donde me encontraba como invitada, en general, por teléfono. Fue una experiencia conmovedora el quedarme sentada en silencio, en la oficina que tengo en mi casa, a veces hasta tarde por la noche, comunicándome con gente de todo el país, que estaba deseosa de hacer públicos sus encuentros con los ángeles. O de tomar conciencia del amor de Dios, reflejado en el rostro de un extraño que se acercaba a la mesa donde yo firmaba mis obras, o de aquel que con incertidumbre me abría su corazón en la sala de embarque de un aeropuerto. Todos los días surgían historias de tristezas que se transformaban en alegrías, de vidas llenas de nuevos horizontes, de búsquedas que llegaban a su fin, como deben terminar todas las que son exitosas, en los brazos del Padre. Algunos de estos encuentros se producían a través de ángeles, otros a través de seres queridos que ya están en el paraíso. Respuestas a plegarias, curaciones inexplicables, las maravillas de la Naturaleza ... ; en ocasiones, la historia contenía más que un ingrediente espiritual, siendo más difícil de categorizar, pero aún más placentera de escuchar. De la forma más esclarecedora, Dios parecía trabajar no sólo en santuarios, sino en todas partes. Las aventuras más grandes y profundas con El estaban teniendo lugar, no a los pies de un distante gurú, sino en las cocinas de nuestras casas, en nuestros automóviles, en nuestras comunidades de oración, siempre que los corazones se abrieran lo suficiente como para decir en un susurro: "Ven a nosotros, Señor, ven ... " De pronto me fui dando cuenta de que tales acontecimientos eran demasiado preciados como para quedar escondidos en mis archivos. Mientras leía y escuchaba a la gente que los contaba, se hizo evidente que debería compartir muchas de estas experiencias en otro libro, uno que no sólo tratara sobre ángeles, sino también sobre la fe y el amor ... y sobre los milagros. El terreno que Dios, con tanto amor, había preparado en el jardín del fondo de mi casa estaba por fin dando sus frutos.

LIBRO PRIMERO

Los milagros a través de la oración

El poder de la oración Quizá nunca sea mío El pan, el beso o el reino debido a la súplica; Pero sé que mi mano está más cerca del cielo para conseguirlo. EDWIN QUARLES, "PETIClONES" Janice Stiehler de Balwin, Nueva York, comenzó a preocuparse cuando el partido nocturno del equipo de los Yanquis, al que había concurrido su hijo adolescente, se extendió algunas jugadas suplementarias. Por esto Kurt y sus amigos se verían obligados a tomar el metro muy tarde aquella noche. Janice se fue a dormir, pero exactamente a las una y diez de la madrugada se despertó cuando oyó el ruido de vidrios rotos de una ventana, como si alguien estuviera irrumpiendo en la casa. Asustada, despertó a su marido y ambos revisaron por todas partes. Pero no observaron ninguna señal de ladrones ni de vidrios rotos. Tampoco Kurt había regresado. Janice recuerda que por alguna razón se sintió empujada a rezar por él. Se sentó en la cocina, oró y esperó. Una hora después, el personal de seguridad de Penn Station llamó por teléfono. Los muchachos habían estado bromeando en la terminal, y Kurt, por accidente, golpeó con su brazo una enorme vidriera. Los trozos de vidrio eran tan dentados y pesados que podrían haberle fácilmente seccionado el brazo, le explicó el asombrado oficial. Pero Kurt no presentaba herida alguna, ni siquiera un rasguño. -¿Cuándo sucedió esto? -Janice preguntó. -Una y quince -fue la respuesta. Después Janice comprendió. Ella se había despertado justo a tiempo para rezar por Kurt. Y, de alguna manera, a kilómetros de distancia, aquellas oraciones suyas lo habían protegido.

Cuando se solucionan situaciones, a menudo suponemos que es por una coincidencia o por el resultado de nuestros propios esfuerzos. A veces es así. Pero las respuestas se producen también porque nosotros oramos.

La forma más común de definir la oración es diciendo que se trata de la elevación de nuestras mentes y corazones a Dios. Podemos alabar y adorar a Dios, expresar pena por una acción de la que nos arrepentimos, dar gracias, pedir ayuda. La oración cubre el espectro completo de las emociones humanas -desde la pena hasta la rabia y las maravillas. Se puede orar para ocasiones específicas o rezar por casualidad, como si fuera una charla con un buen amigo. Lo ideal es que la oración no nos "absorba tiempo sino que ocupe todo nuestro tiempo", dice el escritor cuáquero Thomas Kelly. "Constituye la gentil receptividad del aliento divino". Los norteamericanos constituyen un pueblo de gente que reza. Tres cuartos de la población declara rezar por lo menos una vez por semana y un 52% lo hace a diario 1 • Hace años le dije a una amiga que yo deseaba tener tiempo para rezar. Ella me miró. -yo no tengo tiempo para no rezar -me dijo. Descubrí que tenía razón. Una vez que puse la oración como prioridad, Dios me dio el tiempo para todo lo demás, por lo menos para todo lo que ¡El deseaba que yo lograra! Sin embargo, podemos preguntarnos: "¿Es necesario rezar?" Si Dios ya sabe lo que necesitamos, ¿por qué entonces simplemente no nos los da? "Por cierto que la oración no es para molestar a Dios insistiendo en que haga lo que El no desea hacer, ni tampoco para ganar los favores que El nos da", dice George Martín, líder de la Renovación Carismática Católica. "A Dios no debe hablársele para que nos ame". En lugar de ello, la oración parece ser necesaria para nuestro bienestar, para colocarnos en Íntima relación con nuestro Creador, para llenar el vacío que hay dentro de nosotros con la forma de Dios y que nunca estará satisfecho si no es sólo con Dios. "El valor de la continua oración no es que Dios nos oirá", observó el historiador William McGill, "sino que nosotros por fin oiremos a Dios." A veces malinterpretamos lo que significa la oración. Decidimos nuestra agenda y luego le pedimos a Dios que la bendiga. Cuando El no lo hace, llegamos a la conclusión de que El no responde a nuestra oración. Pero sí lo hace. Dice "no" porque lo que le pedimos no es para nuestro mejor beneficio. Es el caso similar al de una madre que lleva a su hijo pequeño de compras. El pequeño Joey ve un juguete que le gusta. El juguete es de mala calidad y mamá sabe que no durará mucho y que aquella situación molestará a su pequeño. Además, la semana siguiente será el cumpleaños de Joey, y ella ya tiene escondido un brillante triciclo de color rojo, que será un verdadero placer para él, mucho más que aquel juguetito barato con el que se ha encaprichado. Cuando mamá se negó a comprar el juguete, sin embargo, Joey tuvo una rabieta. Como nosotros: él no comprendía que su madre tenía más experiencia de vida y algo mejor guardado para él. Una forma más efectiva de rezar es confiar en que Dios nos ama y establecer el rumbo de nuestra vida hacia El. La extinta autora Catherine Marshall una vez señaló que "Dios rechaza rotundamente violar nuestro libre

albedrío; por tanto, a menos que se rinda en forma voluntaria nuestra propia voluntad, Dios no puede dar respuesta a nuestra oración." Ella descubrió que, siempre que dejaba de discutir y decía: "Muy bien, Dios, que se haga tu voluntad" tenía respuestas emocionantes. Podemos rezar solos o en comunión con otros, en adoración grupal o por un propósito compartido. La primera Iglesia Bautista de Fort Lauderdale, Florida, es una de la creciente cantidad de congregaciones que utiliza el programa del Vigía (Watchman), por el cual cuatro voluntarios, por hora yen sus hogares, interceden por Estados Unidos. Mientras oran, cada uno mira en diferente dirección, como si fueran vigías. (Esto está tomado de uno de los libros proféticos de la Biblia, Isaías 62:6: "Sobre los muros de Jerusalén he apostado guardianes; ni en todo el día ni en toda la noche estarán callados".) Mucha gente afirma sentirse apoyada, incluso llevada, cuando los demás interceden ante Dios durante un momento difícil. Suelen decir que no saben cómo habrían salido de la situación sin oración. y es cierto. Es posible que alguna vez hayan llorado a gritos: "¿Por qué a mí, Dios? ¿Por qué debo sufrir? ¿Por qué alguien que yo amaba se murió? ¿Por qué fracasaron todos mis esfuerzos?" Es difícil comprender la razón de que exista dolor en el mundo, la razón de que las oraciones parezcan no ser atendidas. Tal vez Dios esté esperando que nosotros nos curemos las heridas unos a otros. O quizá sea que tenemos una visión limitada. "En la tierra sólo vemos el revés del tapiz, todos los hilos y nudos hechos aquí y allá", dijo el misionero holandés Corrie ten Boom. "Pero llegará el día en que contemplaremos el derecho de toda su esplendorosa belleza." Al final, todo tendrá sentido. Hasta que llegue ese día, podemos apretar bien fuerte la mano de Dios a través de la oración, como cuentan estas personas en las historias de las páginas que siguen. Ellas aprendieron que ninguna tarea es demasiado difícil, ningún dolor es demasiado devastador, ninguna vida jamás es estéril si tiene a Dios en su centro.

Una promesa del Día de la Madre Algo nos sucede cuando rezamos, Toma nuestro lugar y quédate allí, Lucha hasta que despunte el día; Permítenos siempre orar. ANONIMO

Sue y Kenny Burton habían intentado durante más de dos años tener un bebé, pero las cosas no iban bien. Mes tras mes, a pesar de los muchos estudios médicos, ellos seguían sin lograr nada. La gente que vivía en el pequeño pueblito de Frankfort, Kansas, sabía del sueño de los Burton y oraba por ellos. En aquel momento, Sue cantaba canciones cristianas contemporáneas en un sexteto formado por mujeres de la Iglesia Metodista Unida de Frankfort. El grupo, irónicamente llamado "Envío Especial", actuaba siempre en las comidas de madres e hijas, en reuniones del club social y en otros acontecimientos. -Generalmente, durante una función, cada una de nosotras siempre comparte con el público alguna pequeña historia personal-explica Sue-. Como nuestro grupo está formado desde adolescentes hasta abuelas, la gente se puede identificar con todas nosotras. Las otras integrantes del grupo, conociendo los deseos que tenía Sue de tener un hijo, la animaron para que compartiera aquello con el público, y ella así lo hizo. La respuesta fue de un tremendo apoyo espiritual. Después de los conciertos de Navidad, mucha gente se acercó a Sue para asegurarle que uniría sus oraciones con las de los demás vecinos. En el mes de marzo, una mujer de Dakota del sur, incluso llegó a predecir que para esta misma época, el año siguiente, Sue tendría una hija. Aunque Sue y Kenny no parecían estar más cerca de decorar el cuarto de niños de su casa, les ayudaba saber que a mucha gente les importaba esto que ellos sufrían. El fin de semana del Día de la Madre, Sue llevó en coche a su madre a la ciudad de Kansas, para que esta pasara algún tiempo en casa de la hermana de Sue, Shelley, que concurría a la universidad del lugar. Durante todo el sábado estuvieron visitando tres centros comerciales, y Sue en todo momento no dejó de cerrar las puertas de su coche, cada vez que estacionaban y bajaban de él. -Es cómico ver lo precavidos que somos en la gran ciudad, pero no tiene sentido dejar de serlo. El domingo por la mañana, las tres se despertaron y se

encontraron con un día lluvioso. Se quedaron en el apartamento de Shelley y almorzaron temprano. La lluvia continuaba, de modo que al final decidieron salir. Corriendo para no mojarse mucho, chapotearon hasta llegar al estacionamiento a buscar el coche de Sue. -¡Apúrate! ¡Me estoy empapando! -dijo Shelley riéndose, mientras Sue desbloqueaba la puerta del conductor; después pulsó el interruptor para las demás. Shelley se echó en el asiento delantero, mientras que su madre lo hacía en el de atrás. -¡Miren esto! -exclamó cuando sus hijas se volvieron. Sobre el asiento trasero había un escarpín color rosa. -¿ Cómo apareció esto aquí? -preguntó Sue-. No estaba ayer, mamá. -No -dijo su madre-. Estuve subiendo y bajando de este asiento todo el día y en ningún momento lo vi. -Tal vez pudo quedarse atascado detrás del asiento, quizá sea de una de tus amigas de Frankfort -pensó en voz alta Shelley: Sue negó con la cabeza. -Lo dudo. Los hijos de mis amigas son todos mayores. No recuerdo que haya subido un bebé a este coche. Las mujeres estuvieron preguntándose sobre esto durante un rato. -Alguien debió haberlo encontrado cerca del automóvil y lo echó adentro, pensando que era nuestro --volvió a sugerir Shelley. -Pero -señaló Sue- en ningún momento se abrió el coche. Tú sabes que cierro las puertas cada vez que me bajo. ¿Y por qué iba alguien a pensar que el escarpín nos pertenecía? Aquí me parece que nadie nos conoce. -Mira lo embarrado y mojado que está ahí afuera -agregó la madre de Sue-. Este escarpín está limpio y seco. Las mujeres volvieron a quedarse en silencio, buscando alguna explicación lógica. Ninguna solución parecía ir bien con la situación. La posición del escarpín parecía a propósito, como si alguien hubiera deseado asegurarse de que se viera. -¿Qué sucede si ... ? -Sue no pudo terminar la frase. Las otras sabían lo que estaba pensando. ¿Era aquel escarpín un mensaje del cielo, una señal de que todas aquellas oraciones que se elevaban desde las llanuras de Kansas estaban por ser escuchadas? Sue casi ni se animaba a abrigar esperanzas. Se llevó el escarpín a su casa, lo colocó en su Biblia y esperó. Esperó hasta que se dio cuenta de que en verdad estaba embarazada, había quedado embarazada la mañana del Día de la Madre y sería madre pronto, tal como lo había predicho la señora de Dakota del sur, de una niña. -Cuando la gente me preguntaba cómo podía estar tan segura de que sería una niña, simplemente yo le mostraba el escarpín rosado -dice Sue-. ¿Habría Dios enviado algo de color rosa por otra razón? Hoy, cinco años después, el escarpín cuelga de la cama de Paige Elizabeth Burton, como un recordatorio siempre presente de que Dios

contesta nuestras oraciones. En realidad, El responde en abundancia, ya que Paige ahora tiene una hermanita. -No tengo duda de que fue un ángel el que dejó el escarpín como señal para mí -dice Sue. Para Sue, todos los días son el Día de la Madre.

Respuesta en el viento Me gusta comparar la oración con el viento. No se le puede ver, pero sí los resultados de él. ROSALIND BINKER, COMO REZAR EN FAMILlA

Era un crudo día de enero cuando el autobús partió de Benton, Wisconsin, pero Dick Wilson casi no lo notó. Dick acababa de enterrar a su madre. Aunque ella, durante años, había sufrido de una seria diabetes y fue un alivio ver que su sufrimiento llegaba al fin, el corazón de Dick estaba, sin embargo, cargado de dolor. Cuando lo mandaron llamar, Dick pensó en ir a Wisconsin en coche desde donde vi vía en Sedan a, Arizona. Pero el clima en esa zona montañosa era traicionero e incluso se anunciaba que las condiciones climáticas iban a empeorar. En lugar de ello, su esposa, Nancy*, lo llevó al aeropuerto de Phoenix, donde abordó un vuelo. Ahora se encontraba camino de regreso a su hogar, donde vivía con Nancy y seis de los diez hijos que habían tenido. Habría sido más conveniente regresar en avión, pero el billete del autobús era más asequible para el presupuesto familiar. Los kilómetros pasaban. Dick sentía un frío y una pena inmensos, y el viaje parecía interminable. Finalmente, en medio de la noche, el autobús entró en la terminal de Tucumcari, Nuevo Méjico, para hacer su último transbordo. Sobraba tiempo para comer algo rápido, de modo que Dick se dirigió al restaurante más cercano. Perdido en sus pensamientos, se sintió sorprendido cuando el conductor anunció desde la puerta: -El autobús con destino a Phoenix está a punto de partir. Ultima llamada para salir. ¡Ultima llamada! Dick se puso de pie, tomó su chaqueta, después buscó en el bolsillo de la camisa el billete. Pero el bolsillo estaba vacío. Rápidamente Dick buscó en el resto de lo que llevaba consigo. Sí, aquí estaba su billetera, su peine, monedas ... Mientras buscaba en el suelo, e incluso en la silla donde había estado sentado, notó que el pulso comenzaba a acelerarse. Había perdido el billete. ¿Qué es lo que haría? No tenía dinero para otro. Tal vez se le había caído en el autobús. El pánico comenzaba a apoderarse de él, mientras corría hacia el estacionamiento de la terminal. La gente estaba subiendo al autobús de Phoenix; él se dirigió hacia donde estaba el que acababa de viajar hasta allí. Un hombre estaba barriendo. -¿Encontró un billete? -le preguntó Dick al empleado de la limpieza.

-No. -El empleado se detuvo y miró la pequeña pila de colillas de cigarrillos y de envoltorios de caramelos-. No hay nada aquí que no sea basura. -Oh, Dios, por favor, ayúdame ... -Dick bajó del autobús; la cabeza le daba vueltas. ¿Y ahora qué hago? Comenzó a caminar por la calle, alejándose del restaurante. Debería haber tenido más cuidado, ¡no haber estado tan absorto en su propia pena! ¿Cómo podía haber hecho algo tan estúpido? El viento soplaba fuerte, y mientras Dick caminaba penosamente, con la cabeza gacha, la basura se arremolinaba a su paso. Esta pegó contra él y, a ciegas, Dick la pateó, tomando un trozo de papel para hacer una bola con él en gesto de frustración. Debería llamar por teléfono a Nancy para que le hiciera un giro, tomando dinero de su ya ajustado presupuesto. Mientras tanto, el autobús partiría. ¿Cuánto tiempo debería quedarse aquí? Volviéndose, Dick puso nuevamente rumbo a la terminal y al restaurante. Mientras empujaba la puerta, se dio cuenta de que tenía aún el puño cerrado con el trozo de papel que había arrugado hacía unos minutos. Sin prestar atención, le echó un vistazo antes de tirarlo. Era su billete. Dick volvió a salvo a su casa, y jamás se olvidó del milagro de la respuesta a su oración.

Signos vitales Jamás hablé con Dios, Ni visité los cielos; Sin embargo, segura estoy del lugar Como si se me hubiera dado un plano de él. EMILY DICKINSON, POEMAS

Cuando Emily Weichman tenía siete meses de edad sufrió un ataque cerebral. Aunque el episodio nunca volvió a repetirse, Emily estaba aún delicada y su madre, Marlene, observaba con detenimiento cualquier signo de enfermedad. Así también lo hacían los miembros de la comunidad religiosa a la que pertenecían los Weichman, la iglesia de San Pablo Luterano en West Point, Nebraska. -Emily tiene muchos abuelos adoptivos -dice Marlene-. Todos se preocupan por ella. En septiembre de 1991, Marlene, su marido y Emily, que entonces tenía cinco años, decidieron acompañar a los padres de Marlene a Seattle para visitar a unos parientes. De regreso a casa, acamparon por la noche en el Parque Nacional de Yellowstone. A la mañana siguiente Emily pareció caer en un letargo y después de que se pusieron en camino rápidamente volvió a quedarse dormida. La familia estaba atravesando un desolado paraje de Wyoming cuando Emily se despertó de repente. -Mami -dijo-, me siento mal. -Marlene la miró. Los ojos de Emily parecían no poder focalizar, desviándose hacia la derecha. Un momento después comenzó a vomitar. Acababan de pasar sobre una gran mancha de combustible que estaba en la carretera. ¿Eran los gases los que descomponían a Emily? El padre de Marlene detuvo el automóvil y todos la levantaron y bajaron de allí. Estaba consciente y aparentemente despierta, pero Marlene, que era maestra, había tenido alumnos que sufrían de epilepsia. Sintió que un escalofrío de miedo le recorría el cuerpo. Los síntomas de Emily parecían similares. -Papá -dijo-, ¡debemos llevar de inmediato a Emily al hospital. La ciudad más cercana, Rack Springs, estaba a casi cien kilómetros de allí. El padre de Marlene partió veloz y todos comenzaron a rezar. Treinta kilómetros, cincuenta ... El paisaje pasaba volando, aunque no lo suficientemente rápido. Emily parecía estar desvaneciéndose. Todos seguían orando; cuando se acercaban a Rack Springs, vieron que la ciudad

que se extendía allí abajo era mucho más grande que lo que ellos habían pensado. Ciertamente debería haber allí un hospital; ¿cómo lo encontrarían? Mientras buscaran se estarían perdiendo unos minutos preciosos. Emily ahora estaba inconsciente. -Señor -murmuró Marlene mientras sostenía abrazada a su hijita-, debemos encontrar rápido a un médico. Justo cuando se acercaban a la ruta interestatal vieron un cartel azul con la letra "R" pintada sobre él-jera la señal de hospital! ¡Gracias a Dios! Pronto vieron otro. Por lo menos cuatro carteles formaron un sendero seguro de color azul y blanco, que el padre de Marlene siguió hasta que se salió de la autopista para ir directo al hospital. Un médico de la sala de guardia diagnosticó que Emily había sufrido un ataque leve de epilepsia. Le practicó un examen exploratorio y rápidamente la estabilizó con drogas anticovulsivas. Fue después, mientras Emily descansaba en su habitación, cuando Marlene sintió el impacto total de la crisis. -Si no hubiera sido por aquellos carteles de hospital-le dijo al médico-, tal vez aún estaríamos dando vueltas. El médico la miró con curiosidad. -¿Qué carteles? -Los que están al costado de la ruta -le explicó Marlene-. Estos fueron su salvación no podríamos haber encontrado el hospital sin ellos. El médico se quedó perplejo. -Vivo a diez kilómetros de la autopista. Viajo todos los días desde allí -le dijo-. Jamás vi un cartel de hospital. Marlene no sabía qué pensar. Los cuatro adultos que viajaban en la furgoneta habían visto los carteles. Su marido y su padre ahora estaban en la estación de servicio para hacer revisar el vehículo. Cuando regresaran, ella les preguntaría. Los hombres regresaron tarde, ya que se habían perdido. -Contábamos con aquellos carteles azules y blancos que nos guiaron hasta aquí -dijo su padre-. Ya no están. Aún perpleja, al día siguiente, Marlene llamó por teléfono a la Cámara de Comercio de Rack Springs. El empleado que la atendió no pudo agregar nada para una explicación. -Jamás hubo ningún cartel de hospital en esa ruta -dijo. Con la ayuda de las drogas anticonvulsivas, Emily hoy es feliz y se mantiene estable. Los miembros de la comunidad de San Pablo la consideran la "niña del milagro" y siempre que pueden hacen un viaje por la misma ruta que ella recorrió. No hay duda de que aquél es un terreno sagrado"'

La redención de las profundidades Esto es una prueba para saber si tu misión el! la tierra está terminada: Si estás vivo, no lo está. RICHARD BACH, AUTOR DE JUAN SALVADOR GAVIOTA En abril de 1993, Don Spann y John Thomson zarparon del puerto de Charleston, en Carolina del Sur, en el barco de cuarenta y seis pies de Don, el Perseverance, para hacer un crucero de rutina de dos días hacia Fort Lauderdale, Florida. Sin embargo, en la mitad del segundo día se nubló y el océano se puso agitado. John T. estaba al timón mientras que Don se hallaba sentado en la popa. Irónicamente, aunque Don siempre hacía hincapié a los empleados de su compañía, Span-America, sobre las medidas de seguridad, su chaleco salvavidas estaba a un costado del asiento. El velero se mecía violento sobre las olas. Don se había puesto de pie cuando una enorme ola golpeó sobre cubierta. Sin equilibrio rodó hacia uno de los costados del barco, golpeó la plataforma trampolín y se cayó a las aguas del océano. El Perseverance ya había pasado cuando Don salió a la superficie. Frenético, hizo un fuerte silbido, señas con los brazos y gritó. -¡John T.! ¡Estoy aquí! ¡Vuélvete! -Pero la embarcación siguió su camino, con John T., que miraba hacia adelante y no se había dado cuenta de la caída de Don. Don lo observó durante el paso de cinco o seis olas más, oyó un poco más el motor. Después se hizo el silencio. Era el sonido más solitario que jamás hubiera oído. Con seguridad, John T. descubriría su ausencia y regresaría. Don oteó el horizonte, recordando su entrenamiento en la marina para luchar contra el pánico, y esperó. Pasaron diez minutos y nada sucedió. ¿Qué es lo que haré? La temperatura del agua era lo suficientemente baja como para causarle hipotermia, si no se mantenía en movimiento. ¿Por cuánto tiempo podría mantenerse en el agua? ¿Y no sufriría un calambre o, peor, atraería a algún pez vela o a los tiburones? Qué sucedería si se ahogaba o era destrozado por algún pez y después m cuerpo aparecía en la playa? ¿Cómo soportaría su familia un trauma así? Se quitó los zapatos, para tratar de usarlos como flotadores, pero lo único que logró fue que se llenaran de agua. Los dejó que se fueran. Ahora le costaba más respirar y se le hacía más difícil flotar, tanto de espalda como

sobre el estómago. Habían pasado veinte minutos. Veinticinco ... Hacía mucho tiempo que Don no pensaba en Dios. Ahora le rezó en voz alta. -Dios -le dijo mientras las olas le pasaban por encima-, estás usando medidas muy drásticas para llamarme la atención. Siento no haber tenido la suficiente inteligencia como para escucharte. Si Tú me dejas vivir, yo cumpliré la misión que me encomiendes, sea lo que fuere. Después de esto, Don oyó una voz en su interior. ¿Era Dios? No, esta voz era seductora, incluso provocaba miedo. -No -le susurraba la voz-, no saldrás de esta situación. ¿Por qué no te relajas y mueres pacíficamente? Don no le prestó atención. Aunque volvió a oírla, esta vez más insistente. -Ríndete, ríndete ... -¡No! -le contestó Don en voz alta-. ¡Lucharé! -¿Cómo? Hacía mucho tiempo que estaba en el agua y se sentía más frío y lento. Se hundiría pronto, por última vez? -Vamos, Don -la voz insidiosa lo estimulaba una vez más--. Sería tan fácil... -No lo haré -dijo Don con los dientes apretados y temblando. Sabía que estaba siendo tentado en la muerte, así como sucede en la vida. Pero casi inconscientemente se tomaba del puerto seguro que había conocido hacía tanto tiempo. Dios, quédate conmigo ahora, rezó. -¡No me rendiré! -le gritó a aquel enemigo sin nombre-. ¡Incluso si me encontrara a metros de profundidad! Su voz hizo eco en las olas. De alguna forma supo que la voz insidiosa se había ido. Volvía a estar solo. Había pasado ya casi una hora y lentamente Don comenzaba a hundirse. Por momentos pensaba que estaba por encima de las olas, sólo para abrir los ojos y darse cuenta de que estaba debajo. Esa fue la razón por la que, primero, no estuvo seguro de oír el ruido de un motor. Después, como si estuviera soñando, divisó algo que se movía hacia él. Al principio tenía unos pocos centímetros de largo ... ¡un barco, con una figura al timón -John T. oteaba el horizonte con unos binoculares! -Lo oí gritar mi nombre con entusiasmo, y supe que me había visto -dice Don-. Creo que por un momento perdí el conocimiento. El grito de John T. me despertó. -¡Toma la cuerda! Exhausto, Don alcanzó a tomar la cuerda, enroscándosela en el brazo, ya que estaba demasiado débil como para asirse de ella. --Recuerdo haber sido arrastrado por el agua y quedar enredado -dice Don. ¡No podía salir! Luego sintió unas manos fuertes que lo tomaban de su bíceps y antebrazo derechos, sosteniéndolo. ¡John T! ¿Por qué se había metido en el agua? ¿Quién timoneaba el barco? Y ahora había un segundo par de manos del otro lado, que lo tomaban de su bíceps y antebrazo izquierdos. Las manos parecían empujarlo,

impulsándolo a través de una increíble distancia. ¿Dónde había John T. encontrado a otra persona para que lo ayudara? De alguna forma, Don apareció debajo de la escalerilla y John T. le gritaba: -¡No te sueltes! ¡No te sueltes! Don no podía hacerle caso. Sus músculos exhaustos, congelados, se negaban a responderle. Después de todo, se ahogaría aquí. .. Entonces sintió unas manos firmes debajo del agua, que le colocaban un pie sobre el peldaño inferior. Unas manos fuertes lo empujaban por las nalgas. -De repente, yo estuve parado sobre la escalerilla -dice-. y John T., que pesa casi veinte kilos menos que yo, me dio la vuelta y me arrastró hasta subirme al barco. Un helicóptero de la guardia costera colocó por fin a Don en una camilla, lo sacó del Perseverance y lo llevó al hospital de la Universidad de Jacksonville, donde permaneció internado durante cuatro días, para ser tratado por las consecuencias de la hipotermia. Sólo más tarde Don recordó los extraños acontecimientos que rodearon el rescate. -John T. -le preguntó al otro día-, ¿quién ayudó para subirme al barco? John T. frunció el entrecejo. -¿De qué estás hablando? -Sé que estuviste en el agua con alguien más, porque sentí otro par de manos que me sostenían --explicó Don-. En realidad, yo no pude subir la escalerilla y ustedes dos me empujaron. John T. mostró una expresión extraña. -Yo no me metí al agua, Don -dijo él-. Te subí desde la plataforma del trampolín. Y estaba solo. Hoy, Don está sano y ya ha regresado al timón de su barco y a su vida normal. -No sé por qué me salvé de la tentación y de la muerte --dice-. Pero siento que debo prestar atención y esperar a que se me muestre qué debo hacer. -y mientras espera, agradece. A John T., por su habilidad y coraje. Y a las manos celestiales que vinieron en respuesta a sus oraciones.

Sincronización perfecta Si nuestro diario caminar junto al Selíor debe ser una relación cercana e íntima, entonces debemos compartir todo con El, sin importar cuán comunes estas sean. MARY MATHEWSON, LECTORA DE ADA, OHIO ¿Cómo sabemos cuándo Dios contesta a una plegaria? Rara vez lo hace con trompetazos a bombos y platillos. Sin embargo, existen esos momentos en que una respuesta es tan inmediata, tan explícita, que no podría ser otro sino Dios ...

Una madre soltera, Debra Bredican luchaba por criar a una hija pequeña, en un apartamento de un ambiente en las afueras de Chicago. Para complementar su salario, preparaba comidas naturales para sus amigos. Su base de clientes creció a medida que estos, satisfechos, hicieron correr la voz sobre los sabrosos menús de Debra. Debra soñaba con expandirse, pero necesitaba un segundo dormitorio para usar como oficina, más un administrador de propiedades que le permitiera instalar un segundo refrigerador. Ambas metas parecían imposibles. No podía pagar una renta mensual superior a los 650 dólares, demasiado modesta para la zona que ella tenía en mente. Además, la compra de un segundo refrigerador se llevaría todos sus ahorros dólares, demasiado modesta para la zona que ella tenía en mente. ¿Era demasiado riesgo? Debra habló de ello con Dios. - Si Tú deseas que yo haga esto -le dijo-, deberás resolverlo. Pronto Debra encontró un complejo de apartamentos en el lugar perfecto. Pero las rentas para dos habitaciones eran demasiado elevadas. Siguió buscando y rezando, pero de vez en cuando regresaba a ver el complejo de apartamentos. - Tiene suerte -le dijo un día la agente inmobiliaria-. Debido a las remodelaciones, estamos bajando las rentas de todas las unidades de dos ambientes, para los próximos seis meses. - ¿Cuánto costarán? -casi no se atrevía a preguntar Debra. -Seiscientos cincuenta dólares -contestó la agente. Debra estaba casi convencida de que esa era la respuesta de Dios. Pero había otra cosa. - Estoy expandiendo el negocio que yo hago en mi casa -le dijo a la agente-. Necesitaré un apartamento con dos refrigeradores.

-¿Dos refrigeradores? -se rió la mujer-. Eso es casi imposible. Pero, déjeme ver qué puedo hacer. Debra regresó a su casa, casi con miedo de abrigar esperanzas. Pero a la mañana siguiente, la agente la llamó por teléfono. - Esto es extraño, Debra -comenzó diciendo-. ¿Recuerda que le dije que estamos en medio de una enorme remodelación? Debra lo recordaba. - Bueno, pedimos doscientos veinte refrigeradores nuevos. Ayer nos enviaron doscientos veintiuno. Será más barato para nosotros colocar el refrigerador que sobra en su apartamento que devolverlo. Debra ya no tenía dudas. Hoy su negocio es floreciente, gracias a las plegarias que fueron contestadas en el momento justo.

Mi sobrino Tom Anderson también recibió un estímulo celestial. Tom se dedica a hacer armarios y, después de haber trabajado durante años como asalariado, decidió ponerse por su cuenta. Deseaba hacer la clase de trabajo fino en madera, con el cual se pudiera sentir satisfecho en el fondo de su alma. Sin embargo, la búsqueda de clientes, la reunión con su jefe y el trabajo propiamente dicho llevaba más tiempo que el que Tom se había imaginado. A él, además, se le iban de las manos los formularios de impuestos, la contabilidad y un montón de nuevas responsabilidades que no deseaba ni disfrutaba. Su sueño se estaba convirtiendo pronto en una rutina agobiante. Una mañana, mientras corría a una cita, Tom repasó sus planes. ¿Había tomado la decisión correcta? Había rezado antes y se sintió seguro de que Dios lo aprobaba, pero ahora lo estaba pensando por segunda vez. - Dios, estoy sobrecargado -suspiró-. ¿Debo volver a un trabajo tranquilo de nueve a cinco, sin todas estas preocupaciones? Por favor, dime qué deseas Tú que haga. Justo en ese momento pasó a un vehículo de policía y se dio cuenta con el corazón angustiado de que estaba conduciendo por lo menos cuarenta kilómetros por encima del límite de velocidad. Por el espejo retrovisor vio que el automóvil salió a la carretera y encendió el destellador. Bravo. Tom se detuvo y se dejó caer vencido en el asiento. No sólo llegaría tarde a su cita, con seguridad tenía la respuesta ahora. ¿Qué señal más negativa podría enviarle Dios? El oficial se acercó al camión de Tom, con el talonario de multas en la mano. - Permiso de conducir y documentación del coche, por favor. - Sí, señor. - Tom ni siquiera trató de esgrimir una defensa. Estaba tan molesto por la idea de abandonar sus planes que casi ni miró al policía, hasta pasados unos breves momentos. Después se dio cuenta de que el oficial miraba sus herramientas, apiladas en el asiento delantero, ya que su

nuevo camión no tenía aún una cúpula. El policía las señaló con un gesto. -¿De qué trabaja? -le preguntó. - Soy carpintero. -La curiosidad de Tom se despertó-. ¿Qué tiene que ver esto con la infracción de tránsito? El oficial le devolvió a Tom la licencia, sin la multa. -Conduzca más despacio la próxima vez -le dijo-. Y colóquese el cinturón de seguridad. - Tom casi no podía creerlo. Pero el oficial no había terminado. Se apoyó contra la carrocería del camión. -Trabajo de noche como contratista general -dijo-. Y tengo ahora mismo dieciséis cocinas y quince baños que necesitan todos sus armarios. ¿Cree que podría interesarle? - Era una verdadera respuesta, justo lo que yo había pedido -dice hoy Tom, mientras lleva adelante su negocio con éxito-. Dios me decía que siguiera adelante, pero a menor ritmo. Yo sé que El siempre me da las directrices que necesito.

Marci Vanee, de dieciocho años, tenía en su hogar una situación incontrolable. Las cosas siempre habían sido penosas entre ella y su padre adoptivo. Ahora él le exigía que consiguiera un trabajo y se mudara. - Soy joven y estoy asustada. Aún no tengo pensado nada -explica Marci. La tensión aumentaba. Finalmente, Marci consiguió un empleo, pero era necesario que usara como uniforme unos pantalones de color gris y una blusa blanca. Ella tenía suficiente dinero para comprar la blusa, pero no los pantalones. y no tenía sentido pedirle a su padre que la ayudara, ya que él estaba enojado. - Si no comienzas a trabajar ahora mismo, ¡márchate de aquí!- le dijo una mañana. Marci se sintió completamente abandonada. ¿Qué le sucedería si la echaban de su casa? Estaba lloviznando y se encontraba caminando sin rumbo, dejando que las lágrimas se acumularan en sus ojos. Al final se sentó contra una pared que bordeaba un colegio. Dios, ¿qué voy a hacer? Rezó. Por favor, ayúdame. Poco tiempo después, Marci levantó la vista y vio que un hermoso arco iris surcaba el cielo. - Una paz maravillosa se apoderó de mí -dice-. Sentí que no tenía nada de qué preocuparme. Con más ánimo fue caminando hasta la casa de su tía Pam. Momentos antes de que Marci llegara, una amiga de Pam había pasado por allí para dejar alguna ropa que Pam llevaría a la iglesia. - Marci, mira si hay algo que desees de ese montón antes de que haga el paquete para la iglesia -sugirió Pam. Lo encontró. Dos pares de unos bonitos pantalones grises, que le sentaban perfectos.

- Me sentía frustrada de que mi carrera de escritora no tuviera el éxito que yo deseaba -dice Sue Markgraf, que trabaja todo el día, además de trabajos independientes los fines de semana para cubrir las necesidades de su joven familia. La mañana de un sábado, frío y nublado, estaba sentada sin prestar atención frente al televisor. Los niños estaban ocupados y había algunas notas en su computadora para el siguiente proyecto. En verdad debería poner manos a la obra. Pero una combinación de fatiga y desaliento no la dejaban mover. ¿La llevaban los esfuerzos que realizaba a alguna parte? ¿Haría ella alguna vez algo que se destacara en su trabajo? De repente, como si fuera una respuesta, un intenso rayo de luz entró por la ventana en frente de ella. Era brillante, casi blanco, como si el aire mismo brillara desde el interior. ¿Cómo? Por las otras ventanas aún se veía gris y sombrío. ¿De dónde provenía esta fuente de luz? - Tuve deseos de protegerme los ojos y desviar la mirada; no podía - dice-. Me moví en el sofá, pero la luz pareció seguirme. -Este no era un rayo común de luz. Después, en el centro de esta fuente de luz, Sue vio una figura en sombras. Se sintió atraída hacia su calidez, obligándose a mirarla. Aunque no oyó palabras verdaderas, sintió que la figura le hablaba. -Regresa a tu historia -decía-. La paz ya viene. En éxtasis, Sue bebió de aquella luz. Se sintió indigna de su presencia aunque, sin embargo, exaltada al mismo tiempo. - Me obligué a seguir mirando, a continuar sintiendo -dice-, hasta que la figura y la luz brillaron trémulas, para después desvanecerse. Sue aún lucha por encontrar el significado de aquella bendita visión. De todos modos siente una mayor confianza en su trabajo y en el plan que Dios tiene para ella, cualquiera que fuera este. - Sé que existe una fuerza más grande que ha hecho en mí una inversión increíble -dice ella-. Me empuja constantemente, pero me reconforta. Rezo porque siempre se quede conmigo.

Kathy y Bill Colby llegaban tarde a cenar a la casa de su hermana. Apurada y preocupada, Kathy apoyó el llavero sobre el techo del coche; después aseguró con el cinturón en el asiento a su bebé de diez meses. - ¡ Vamos! -Bill salió por la puerta delantera de la casa y apurado se sentó al volante. Kathy se sentó a su lado, olvidándose de las llaves, y así partieron. Cuando se acercaban a la autopista abrieron la rampa de entrada. En ese momento oyeron que algo se volaba del techo del automóvil y que golpeaba, con ruido metálico, el pavimento.

- ¿Qué fue eso? -preguntó Bill. - ¡Oh, no! ¡Mis llaves! -Kathy estaba muy disgustada. Trabaja en dos lugares y todas las llaves de las oficinas, así como las de su casa y el coche, estaban en ese llavero. Mientras le explicaba, Bill estaba conduciendo a cien kilómetros por hora. - Bajaré en la siguiente salida, regresaré y volveremos a pasar la rampa -decidió-. Todavía hay luz, podemos estacionar y buscar las llaves. Cuando regresaron a la rampa, Bill se quitó el cinturón, bajó y se adelantó caminando, mirando cerca del cordón. Kathy también se bajó y comenzó a buscar en un arco más amplio. ¡Qué nochecita!, pensó. Llegaban tarde, ella iba a tener problemas para hacer duplicados de las llaves y ahora el bebé comenzaba a llorar… Dudosa, miró al cielo. Si alguien me puede oír… -murmuró-… bueno, necesito ayuda. Se volvió para mirar al bebé y se quedó allí parada, asombrada de lo que veía. En ese momento, Bill se volvió y vio lo mismo. Sobre el techo del coche estaban las llaves. Imposible. El techo tenía caída y no tenía ningún reborde. Ambos habían oído caer las llaves y ninguno había visto nada sobre el techo cuando se bajaron del coche. Sin embargo, las llaves estaban allí, como si las hubiera colocado un padre que amaba a sus hijos -para quien ningún pedido era demasiado insignificante.

Doris Neill Johnson salió del negocio de artículos para la mujer que tenía en Spencer, Iowa, para encontrarse en la calle con una bajísima temperatura y una repentina nevisca. Aunque aún no era de noche, era casi imposible ver por la oscuridad que producían esas condiciones climáticas. Doris condujo su automóvil por una ruta alternativa que conocía y que atravesaba una zona casi despoblada pero el camino casi no se veía y se sintió completamente perdida. Pronto decidió dejar el coche y caminar. No pueden ser más que dos kilómetros, se dijo para sÍ. Me sentiré más segura si camino que si tengo la posibilidad de tener un accidente en el coche. Unos minutos después, Doris se dio cuenta de que había cometido un error mayúsculo. Se estaba haciendo de noche y la nieve que se arremolinaba con el viento la cegó, haciéndola sentirse mareada y desorientada. El sacón de color gris claro se confundía con el paisaje, y la capa de nieve era mucho más espesa de lo que había pensado. ¿Qué sucedería si se caía y se lastimaba? En esta zona desierta se podría llegar a congelar antes de que alguien la viera. - Dios, ayúdame -rezó Doris en voz alta. Dio algunos pasos más. Era inútil -no podía ni moverse ni ver. El pánico comenzó a apoderarse de ella. Después, "como si Dios la estuviera llamando", oyó la voz de un hombre que gritaba.

- ¡Por aquÍ! ¡Siga avanzando! - ¿Quién me llama? ¿Dónde está? - ¡Aquí! ¡Venga, venga! -La voz se oía como si supiera lo que estaba haciendo. Doris rezó por tener fuerzas y la siguió. - Doble a la derecha un poco… eso es, eso es -prosiguió la voz. Se oía algo distorsionada por el viento aunque, por lo menos, ya no estaba sola en esta noche terrible-. Vamos, ahora -se la oía más cerca. Doris luchó, dando con dificultad un paso para ver, y por último vio una luz en la ventana de una casa que tenía delante. Había un hombre parado en la puerta abierta. - ¡Lo logró! -exclamó el hombre con placer cuando ella se dejó caer en la puerta. La pareja que allí vivía ya había corrido las cortinas por el viento, que se colaba por las ventanas, le contaron más tarde a Doris. - No las habríamos vuelto a correr esta noche, pero, bueno… es extraño -trató de explicar el hombre-. Tuvimos este extraño impulso repentino de volver a mirar la tormenta-. Había descorrido las cortinas, creyó ver algo que se movía y gritó por si acaso. Doris no pensó para nada que aquello fuera extraño. Ella había rezado, ¿no?

Una misión celestial Solía pedirle a Dios que me ayudara. Después le pregunté si tal vez yo podría ayudarlo. JAMES HUDSON T AYLOR, MISIONERO ¿Ha sentido alguna vez una aceleración en su espíritu, la sensación de ser conducido, incluso impulsado a hacer algo? A veces, esa es la respuesta de Dios a una oración y la forma de usarlo a usted, si lo desea. Corría el mes de noviembre de 1990 y Daniel Sheridan se encontraba haciendo una separación del corral que había en la casa que acababa de adquirir. Mañana podría terminar el trabajo y, como los bomberos de la ciudad de Nueva York pueden intercambiar las horas de servicio, Danny hizo algunas llamadas telefónicas y, finalmente, logró que John aceptara ir a trabajar por él al día siguiente. Sin embargo, ya tarde, otro amigo llamó a Danny y le preguntó si John podría sustituirlo a él en su lugar. Danny protestó, pero al final aceptó de mala gana. Al día siguiente, aún se encontraba de mal humor cuando se presentó a trabajar. - Comenzamos, como de costumbre, verificando las herramientas, lavando el piso, todo muy de rutina -dice Danny. Cerca del mediodía, sonó una alarma de incendio en un viejo inquilinato de madera que quedaba a tres manzanas del cuartel de bomberos. Danny reconoció la dirección y supuso, como los demás, que era probablemente una de las tantas falsas alarmas que recibían todas las semanas. Cuando se sospecha que se trata de una falsa alarma, los bomberos en general no se colocan sus capas de incendio ni los cascos. Mientras Danny se vestía, tuvo conciencia de Una voz interior, de un aguijón distintivo. ¡Alístate!, le decía aquella voz. Por alguna razón, Danny obedeció. El camión de bomberos de Danny estaba asignado como posición de apoyo y se llamaba el Segundo, de modo que los hombres se tomaban su tiempo para salir. Sin embargo, cuando estaban en camino, Danny volvió a sentirse "diferente", extrañamente concentrado en la llamada. Mientras sonaba la sirena, su corazón se aceleró, como si lo estuvieran enviando a una cita específica. ¿Era Dios? Dios siempre lo había cuidado, y Danny a menudo le rezaba. Pese a todo, esta intensa concentración no era habitual. Cuando se estacionó el camión de bomberos, Danny ya había saltado del mismo. El inquilinato estaba ardiendo, con llamas que salían de las

ventanas del tercer piso. El Primero del cuartel estaba en escena, aunque tenía problemas con el hidrante, de modo que Danny corrió escaleras arriba, viendo bloqueado su camino por bomberos e inquilinos que corrían despavoridos, para tomar la posición que tenía asignada de hombre de entrada por la fuerza. - Me imaginé que los demás podrían alcanzarme en un minuto dice-. Debido a la confusión del primer momento, sus compañeros habían entrado sin darse cuenta en el edificio vecino. Aunque los bomberos siempre deben trabajar de a dos, Danny estaba completamente solo en el cuarto piso. Más que apagar el fuego, el hombre de entrada por la fuerza es el que abre un edificio, comenzando por el piso que está por encima del incendio, y busca si hay víctimas. Es una posición muy precaria, ya que el humo, el calor y las llamas suben. Cuando Danny entró al apartamento y abrió la puerta de incendios de acero, se encontró con algo que no era habitual. - Me sorprendí por la falta de humo -dice-, teniendo en cuenta que el apartamento que estaba abajo ardía en su totalidad. -Con sus herramientas se arrastró por el piso hasta la sala de estar, manteniéndose al Iado de la pared para que le sirviera de guía. No había nadie allí. Después comenzó a abrirse camino hacia el dormitorio de atrás. En este punto, la puerta de incendio del tercer piso estaba abierta y el calor y el humo subían por las escaleras internas y se colaban adentro del apartamento. Danny bajó hasta el vestíbulo, para llegar al primer dormitorio. En ese tipo de edificios suele haber víctimas atrapadas, aunque ninguna parecía estar allí. Ahora, el apartamento era como estar en el interior de una chimenea. El sudor corría por el rostro y cuello de Danny, haciéndole arder los ojos. El calor intenso le recordó que las llamas se estaban acercando, trepando por las paredes. ¿Dónde estaban sus compañeros? Tardíamente Danny se dio cuenta de que era tiempo de salir de allí antes de que se derrumbara el piso. Extraño, sin embargo… Aún tenía la sensación de una exacerbada conciencia, de contener el aliento, de que algo iba a suceder. ¿Era Dios que trataba de alcanzarlo? Y después lo oyó, justo cuando se daba la vuelta. Un sonido insignificante que provenía del segundo dormitorio. Alguien que tosía. Era la tos de un bebé. ¡No! ¿Podría alguien tan pequeño haber sobrevivido en esta temperatura? Danny avanzó hacia donde se oía el sonido, palpando el camino hacia el otro dormitorio, donde vio el contorno borroso de una cuna que estaba en el rincón. Adentro estaba el recién nacido. Los habitantes del edificio dejaron oír sus alabanzas cuando Danny, tambaleándose, salió por la puerta del frente con el bebé de diez días envuelto en su saco. - Rezábamos por usted y por él -dijo una mujer antes de que se llevaran al pequeño Joel al hospital. El bebé pasó semanas en terapia intensiva; finalmente se recuperó por completo. Una vecina lo había estado cuidando, pero huyó aterrorizada

cuando comenzó el fuego. - Traté de decirle a la familia de Joel en el hospital que creo que Dios tiene grandes planes para él, ya que si no hubiera sucedido exactamente como sucedió, él no estaría aquÍ hoy -dice Danny-. No estoy seguro de si lo entendieron. Danny comprende -por qué debía trabajar ese día, por qué se vistió con todo el uniforme cuando se esperaba que fuera una falsa alarma, por qué pareció ser impulsado por algo superior al cuarto piso y se sintió sin ganas de abandonar el edificio… Aún existen momentos oscuros en su vida. Entonces él recuerda el día en que Dios lo envió en una misión celestial y así las sombras se disipan.

Un signo de nuestro tiempo Si sé que el tiempo de Dios es el mejor Entonces descanso con paciente esperanza… JOHN GREENLEAF WHITTIER Una mañana del año 1975, en Greenwood, Carolina del Sur, Dorothy Nicholas estaba sentada a la mesa de su cocina escribiendo. Trataba de componer un eslogan adecuado. Aun cuando Dorothy era una escritora premiada y había trabajado en la redacción de textos publicitarios, a veces le era difícil encontrar las palabras justas. Y ella sentía que estas debían ser perfectas. Las palabras eran para un cartel, que estaría sobre la estación de servicio que Dorothy dirigía con la ayuda de Fred, su esposo, que era discapacitado. Hacía una semana que habían comenzado a trabajar, cuando llegaron con su casa rodante desde Orlando hasta Greenwood, y el trabajo parecía lo suficientemente simple, sólo debían estar sentados en una cabina con ventanilla para cobrarle a los clientes que se servían solos. - Era un poco como vivir de golondrina -admite Dorothy-. Fred y yo llamábamos "hogar" a muchos lugares por aquellos años, ya que ambos anhelábamos viajar, y con los hijos ya crecidos, podíamos hacerlo. -A veces ellos se establecían por un tiempo y conseguían trabajo. Esta fue una de esas veces. Ya había un cartel iluminado en la parte superior del edificio, pero el nuevo jefe de Dorothy le había dicho que podía reemplazarlo con cualquier cosa que a ella le gustara. - Yo me había enterado de que esta cadena de estaciones de servicio era asaltada con frecuencia -dice Dorothy-, de modo que tenía en menté algún eslogan relacionado con la seguridad. -Al mismo tiempo sentía que Dios le estaba llamando la atención, animándola para que hiciera que otros confiaran en El. Intentó con varias ideas, hasta que le llegó la inspiración. - ¿Qué opinas de esto? -le preguntó a Fred. El estudió lo que había escrito: Dios es nuestro guardia de seguridad -Siempre está en su trabajo. - Eso suena muy bien -le dijo. Al día siguiente, él formó la frase para el cartel iluminado. El cartel causaba impresión; sin embargo parecía tener poco atractivo o nada en los demás. Eran pocos los clientes que hacían algún comentario. Después de cinco meses, la pasión por viajar volvió a hacerse

sentir, y Dorothy y Fred renunciaron y partieron en su casa rodante. El tiempo pasó. - A veces pasábamos por esa ruta, al ir de Florida a Carolina del Norte, y yo siempre sentía un pequeño placer cuando pasábamos junto a ese cartel -dice Dorothy. A los administradores que después vinieron les había gustado lo suficiente como para mantenerlo. Al recordar la extraña necesidad de encontrar las palabras justas, Dorothy se preguntaba si el cartel había sido, después de todo, un interés de Dios. En 1988, Dorothy y Fred se encontraban en Gainesville, Florida. En la iglesia conocieron a Janet* y Larry*, una joven pareja que vivía en los alrededores. Los cuatro se llevaban bien y cuando Dorothy y Fred tuvieron algunos problemas temporarios de salud, sus nuevos amigos resultaron ser una bendición, al hacerle sus encargos, llevarles alguna que otra comida, en una palabra, al estar presentes. - No sé lo que habríamos hecho sin ustedes -le dijo Dorothy a Larry más de una vez. Ella se estaba encariñando con este joven amable y prolijo. Una noche, Dorothy invitó a Janet y Larry a cenar. Los cuatro se sentaron a la mesa, hablando de trivialidades. Fred y Dorothy se sorprendieron al enterarse de que Larry se había criado en Greenwood. - Qué casualidad, nosotros trabajamos una vez allí… -comenzó a decir Dorothy. ¿Lo habían visto a Larry alguna vez? Ella comenzó a hacerle preguntas, pero como ya había comenzado a hablar sobre él, Larry no se detuvo. - Yo tuve un pasado muy duro -prosiguió, con un torrente de palabras que habían estado por tiempo contenidas. A los dieciséis años, se había hecho amigo del grupo de los malos y se había pasado un año en un reformatorio. Después de que lo liberaron, tuvo deseos de volver a comenzar, aunque, en razón de sus antecedentes, no podía encontrar trabajo. - Una noche, en 1975 -continuó Larry-, decidí robar en una estación de servicio para conseguir dinero e irme de casa -. Había una estación de servicio cerca, así que tomó el revólver de su padre y el automóvil y justo antes de la hora de cerrar, se dirigió a robar a la mujer que estaba sentada en la ventanilla de cobro. Antes de poder sacar el revólver, echó una mirada al techo del edificio. Siempre había habido allí un cartel, pero alguien había cambiado el eslogan hacía poco tiempo. - Cuando leí el mensaje -dijo Larry-, me di cuenta de que no podía robar en ese lugar, ni hacer nada que fuera ilegal-. Regresó a su casa, rezó toda la noche y le rogó a Dios que lo ayudara a enderezar su vida. Dorothy y Fred se miraron. - ¿Qué decía el cartel, Larry? -le preguntó con amabilidad. - Jamás olvidé aquellas palabras -le aseguró el joven-. Decía "Dios es nuestro guardia de seguridad -siempre está en su trabajo". Y El está, Dorothy. El me cuidó del peligro de aquella noche y desde entonces ha sido siempre así. El corazón de Dorothy se elevó. Habían pasado trece años, y sólo

ahora ella conocía la fuente de aquel extraño anhelo, la necesidad de encontrar las palabras perfectas. Y Dios había utilizado su pequeño acto de fe para recoger a un hijo perdido y colocarlo a salvo a su lado.

Una luz en su camino El mundo está lleno de la grandeza de Dios, Arderá como el brillo que se refleja sobre un oropel el! movimiento. GERALD MANLEY HOPKINS, "LA GRANDEZA DE DIOS" Margaret Baucom, de Shreveport, Luisiana, que trabajaba de enfermera privada, había estado cuidando a un anciano durante varias noches seguidas. En general, su turno terminaba alrededor de las siete, pero la esposa del hombre se había despertado temprano una mañana y le dijo a Margaret que se podía ir a su casa, ya que necesitaba recuperar algo de sueño. Margaret salió en su coche de la casa en medio de la niebla, tan cansada que se olvidó de pulsar la cerradura automática de puertas. Bostezando decidió que no iría por la autopista, sino que regresaría por la ruta más lenta. - Esta pasaba por una parte peligrosa de la ciudad; sin embargo, yo supuse que nadie estaría levantado a las cuatro de la madrugada -dice. Margaret se equivocaba. Adormilada, condujo por la gastada y mal iluminada avenida; después se detuvo en un semáforo detrás de otro coche. Casi de inmediato, se abrieron las cuatro puertas y Margaret vio a tres hombres jóvenes que se bajaban. Lentamente, comenzaron a acercarse a ella, con gestos amenazadores. El corazón de Margaret comenzó a latir acelerado. ¡Tenía las puertas de su coche sin cerrar! i Y aunque se le fuera la vida, no podía recordar dónde se encontraba el interruptor automático! Todo parecía suceder como en una película de cámara lenta. Como si la película o el disco se estuviera deteniendo -dice Margaret. Frenética, pensó en dar marcha atrás o en acelerar a fondo y atropellarlos. No obstante parecía paralizada por el miedo. -Dios, ayúdame… -Fue todo lo que Margaret atinó a murmurar. Al instante, dos enormes focos brillaron justo detrás de ella, como si un grandioso camión de dieciocho ruedas hubiera estacionado a milímetros de su paragolpes trasero. Las luces brillaban de tal forma que envolvían su coche y parecían inundar de luz toda la avenida. Margaret miró las vidrieras de los negocios, el estacionamiento que estaba a varios metros adelante…; todo estaba bañado de luz. - Era más brillante que lo que mostró la televisión en los bombardeos de la guerra del Golfo -dice. ¿Cómo podía ser eso? No había oído que se acercara ningún camión, ningún ruido de motor que se aceleraba o que hacía un cambio. Y a pesar del poderoso resplandor que había detrás, la noche estaba

completamente tranquila. En ese momento se bajó el conductor del automóvil que estaba delante del de Margaret y comenzó a caminar hacia ella. "¡Oh, Dios, por favor!”, oró. Se iba a morir allí. Lo sabía. Entonces, increíblemente, Margaret vio que un gesto de sorpresa, miedo, terror reemplazaba la expresión amenazadora del joven. - Levantó las manos, casi en gesto de disculpas hacia la luz -dice Margaret-, y retrocedió para subirse a su coche. -Los otros entraron de un salto y el vehículo salió a velocidad y dobló en la siguiente esquina haciendo chirriar las ruedas. Margaret se dejó caer en el respaldo de su asiento, casi llorando de alivio. ¡Todo había sucedido tan rápido! ¿Había sido un sueño? No, las luces aún estaban allí atrás. Lentamente aceleró y se alejó de la esquina. El par de focos la seguían, iluminando la noche con un brillo que era casi… celestial. Margaret comenzó a sentirse serena, protegida, casi bendita. Y, sin embargo, no había ningún sonido detrás de ella. Cuando llegó a la zona de bosques, vio que las luces en silencio giraban hacia la izquierda y desaparecían. Unas pocas manzanas más y ella estaría a salvo en su hogar. - Temblaba, casi era un temblor santo, y mi marido se dio cuenta de que algo importante había sucedido -recuerda Margaret. Ella le contó sobre su llamado cercano. - ¿Dónde dijiste que dobló el camión? -preguntó Bob. - Justo en el bosque. -Margaret describió la escena. Bob meneó la cabeza. -Fue así, Bob -insistió-. Lo vi doblar a la izquierda. Una expresión maravillada apareció en el rostro de Bob. -Margaret, nada podría doblar allí. No hay ningún camino cerca de los bosques. Margaret aún se pregunta qué es lo que vio el conductor del automóvil que pretendió atacarla aquella noche. Jamás olvidará los focos silenciosos, rápidos que aparecieron como "una luz en su camino."

Medicación misteriosa Los milagros son visiones fugaces de un misterio de tal poder, profundidad y belleza, que si lo viéramos de frente… quedaríamos aniquilados. FREDERICK BUECHNER, INTERROGANTES ESPIRITUALES El 20 de enero de 1992, en Larsen, Wisconsin, amaneció soleado, pero terriblemente frío. Era un buen día para quedarse en casa, pensó Mary Mueller, con la esperanza de que su buscapersonas permaneciera mudo. Además de trabajar en una fábrica por turnos y administrar una granja de más de cincuenta hectáreas, Mary era miembro voluntario del cuartel de bomberos de Clayton-Winchester Township. Por tanto, valoraba inmensamente su tiempo de descanso. Sin embargo, en mitad de una ducha, mientras se lavaba la cabeza, Mary oyó el buscapersonas que describía los detalles de un automóvil que se incendiaba a menos de tres kilómetros de allí. El despachador no sólo pedía un auto bomba, sino también voluntarios. Parecía serio. Aunque la adrenalina de Mary siempre subía con cada llamada de esta naturaleza, esta vez se sintió literalmente impulsada. Casi ni se secó, se metió el cabello chorreando agua en un casco, salió corriendo en medio de esa temperatura bajo cero, y de un salto se puso al volante de su pickup. Debido a que este era un llamado de día en el extremo del distrito rural, Mary sabía que los granjeros serían los únicos en responder, yeso podría llevar mucho tiempo. Salvo por el casual voluntario que había comunicado por teléfono el accidente, Mary fue el primer rescate que llegó a la escena. Esta se asemejaba a lo que se encuentra después de una explosión. Aunque no había fuego (los primeros informes fueron inexactos), había una pila de metales retorcidos sobre la carretera. Los restos del coche se extendían sobre los campos y al costado de la ruta. Para Mary, el lugar se veía misteriosamente carente de todo color, sólo blanco, negro y gris. No había señales de un segundo vehículo. Mary más tarde se enteraría de que un semirremolque transportaba sobre una tarima una carga de rieles metálicos. Un automóvil deportivo que se aproximaba con tres estudiantes de la Universidad de Wisconsin había hecho un viraje brusco rozando contra las llantas sobresalientes de acero del camión, las que cortaron como con tijeras el techo del coche, como si se tratara de un abrelatas gigante. El camionero había continuado un par de kilómetros, al principio, sin darse cuenta del accidente.

Pero ahora Mary investigó rápidamente. Un hombre joven, obviamente muerto, estaba tendido debajo del paragolpes delantero izquierdo del vehículo. El otro voluntario consolaba a una joven que estaba atrapada entre los hierros retorcidos. Mary rodeó la maraña de metales para dirigirse del lado del acompañante, luego se detuvo. ¿Era aquello un tercer cuerpo que estaba en la zanja? Corrió deslizándose por la pendiente sobre las rodillas. Una muchacha rubia, de alrededor de veintiún años, la miró con ojos llenos de terror. Mary sintió un vínculo instantáneo. -Me llamo Mary -le dijo a la joven-. Soy voluntaria de los bomberos y estoy aquí para ayudarte, aunque necesitamos de tu cooperación, ¿estás bien? La muchacha asintió, temblando. -Me llamo Lori. Antes de mover a un paciente, los trabajadores de rescate deben hacer una evaluación del cuadro. Con suavidad, Mary examinó el lado izquierdo del cuerpo de Lori y sólo se encontró con una cadera lastimada. - Cuando llegué a su hombro derecho, literalmente se me quedó en la mano -dice Mary-. Lo coloqué en su lugar lo mejor que pude y seguí mirando. Sin embargo, cuando levantó un mechón de cabellos de Lori para revisar una mancha de sangre, Mary quedó boquiabierta. Se enfrentaba a un corte de por lo menos quince centímetros de largo por siete de ancho, que formaba un charco de sangre debajo de la cabeza de la muchacha. Las pesadas ropas de Lori y el cabello enmarañado habían escondido el hecho horrendo de que se estaba desangrando allí delante de Mary. ¿Cómo podría detener aquella hemorragia? Mary había hecho un curso de primeros auxilios; "pero se espera que los bomberos apaguen primero el incendio", señaló. - No llevamos con nosotros un equipo de elementos médicos; todo está en la camioneta de rescate. -Como venía de kilómetros de distancia, esta camioneta tal vez tardaría de quince a veinte minutos en llegar. Mary necesitaba vendas para hacer presión de inmediato. ¿Y si usaba los guantes de bombero? No. Estos eran lo suficientemente grandes, pero estaban sucios. Si se presionaba con ellos contra una herida tan terrible, se corría el riesgo de provocarle una infección. - Dios -oró Mary-, por favor, ayúdame a socorrerla. No hay forma de que pueda hacer esto yo sola. ¿Qué podría usar? Preocupada, Mary miró a su izquierda. No había nada, sino nieve fresca, sin pisar, que cubría todos los campos. Miró a la derecha, a un grupo de gente que pasaba y que se había formado a lo largo de la carretera. Tal vez alguno de ellos tenía algo estéril para restañar la hemorragia. Por un momento volvió a mirar a Lori y el corazón pareció detenérsele. En la nieve, a la izquierda de Mary, a medio metro de distancia, "justo donde debería estar el material", había una bolsa de color rojo oscuro con manijas negras y el emblema médico de color negro. ¿Quién lo había llevado allí en el segundo en que Mary había

mirado hacia otro lado? No había nadie cerca de ella, ni huellas que marcaran la nieve. y la bolsa era como aquellas de color anaranjado fluorescente que utilizaba el personal de emergencias médicas. Mary no tenía tiempo para preguntarse. Abrió el broche del cierre y la bolsa se abrió para dejar al descubierto casi una farmacia. Guantes de goma, cinta adhesiva, vendas y cuadrados de gasa de todo tipo y tamaño, todo sellado en envases estériles; todo lo que ella necesitaba estaba allí, en el orden en el cual lo usaría. Rápidamente, Mary se puso manos a la obra, aplicando tanta presión como podía contra aquel boquete en la cabeza de la muchacha, agregando nuevos cuadrados de gasa, cuando los usados ya se habían saturado. - Ven al hospital conmigo, Mary, por favor -murmuró Lori. - Lo haré, querida. Sólo quédate tranquila. Por lo general, los bomberos no iban a los hospitales con las víctimas, pero a Mary no se le pasaba por la imaginación dejar a esta joven. Algo parecía unirlas en una especie de burbuja de vidrio protectora, protegerlas del horror, de alguna forma, mantenerlas a salvo. Mary supo que había llegado el helicóptero de salvamento; podía oír la máquina que descendía. No obstante ella y Lori no sintieron la bocanada de viento que lanzaba la hélice. Ni tampoco tenían frío, a pesar de la temperatura bajo cero. Mientras el personal cargaba a la otra joven en el helicóptero, los paramédicos llegaron y corrieron para evaluar la condición de Lori. -Quédate conmigo, Mary -le suplicó Lori, ahora con voz muy débil. Mary asintió. Los dedos le dolían por el esfuerzo y el cabello se le había congelado debajo del casco. De todos modos aún sentía ese vínculo extraño de amor. Deberían separarla a la fuerza de Lori. Pero Lori había perdido demasiada sangre para sobrevivir a un viaje en helicóptero. - Hay sólo una cosa por hacer, Mary -decidió un paramédico-. Mantendrás en tus manos la vida de Lori. -¿Cómo? - Te lo mostraremos. -Rápidamente, los paramédicos encintaron las manos de Mary contra la herida de Lori y después las sujetaron a una tabla. Se necesitaron seis hombres para alzar a las dos mujeres y sacarlas de la zanja sin desarmar este arreglo que habían hecho. Las sirenas sonaban, las luces parpadeaban. Mary le sonrió a la muchacha mientras la ambulancia corría en contra del tiempo. - Te dije que permaneceríamos juntas -le recordó. Pasaron horas antes de que las víctimas volvieran a una condición estable, y Mary se sintió capaz de abandonar el vínculo con Lori. Sólo entonces recordó la misteriosa bolsa de medicamentos. Regresó con su pickup al escenario del accidente para recordarlo. Varios bomberos habían visto a Mary utilizar la bolsa y habían supuesto que era de ella. Si alguien la hubiera encontrado luego, se la habría devuelto. Tampoco el lugar había quedado sin atención. Desde el accidente, había estado bajo una supervisión constante. La bolsa, sin embargo, había

desaparecido misteriosamente. Y aunque los trabajadores juntaron penosamente los fragmentos del accidente, no había rastros de vendas desechadas, envoltorios, gasas u otros residuos que se hubieran encontrado de la bolsa. Hoy, Mary y Lori disfrutan de una buena amistad, forjada durante aquellos desesperados momentos vividos en la zanja, cuando ambas se sintieron unidas en las manos del Médico Divino.

Rescates en el camino Que el camino se alce para encontrarte, Que viento siempre esté a tus espaldas… y que Dios te sostenga en la palma de Su mano. BENDICIÓN IRLANDESA Los milagros suceden con frecuencia mientras conducimos un vehículo. Bárbara Brownell aún se siente maravillada ante el recuerdo de cuando visitó a su nuera, que estaba embarazada, y que vivía en Palmer, Alaska. Maree esperaba que naciera su hijo de un momento a otro y no podía ya acomodarse detrás del volante de su camioneta. De modo que Bárbara, aunque se sentía nerviosa por el terreno que no le era conocido, se ofreció para conducir ella el vehículo cuando salieron de compras. El camino era sinuoso, con bosques muy tupidos a lo largo del pavimento. Pasaron un cartel: Precaución -Puente angosto a pocos metros. ¿Qué sucedería si un automóvil venía en dirección contraria?, se preguntó preocupada Bárbara, en silencio. No habría espacio para que cualquiera de los dos vehículos se abriera. Bordeando la curva, Bárbara se encontró casi sobre el puente, con sus miedos confirmados. Oyó que Marce abría la boca. Una camioneta venía a gran velocidad en dirección contraria. ¡Se encontrarían en el medio del puente! Aunque los dos fueran dos automóviles compactos, no había suficiente espacio para pasar. Bárbara pensó en Marce, en el niño que estaba por nacer, el trauma de su hijo… Cerró los ojos bien fuerte. - Por favor, Dios, ahora no -dijo en un susurro, luego puso rumbo derecho para pasar. Unos segundos pasaron. Bárbara abrió los ojos. Habían cruzado sanas y salvas y estaban al otro lado del puente. Ninguna de las dos vio la camioneta por ningún lado.

Ardith Muse y su esposo se habían separado, pero ahora se habían vuelto a unir y estaban tratando de hacer que aquel matrimonio con problemas funcionara. Sin embargo, Ardith no podía olvidar a Bob, el hombre que ella había conocido durante el tiempo de la separación. Aunque Bob vivía en otra ciudad, a cuatro horas de coche, Ardith se sentía irresistiblemente atraída hacia él. Una noche, Ardith y su marido tuvieron una pelea. Ardith se fue

como un ciclón de su casa. Iría con Bob, decidió. No obstante, en la autopista, lo pensó dos veces. ¿No le había prometido ella a su marido que no volvería a ver a Boh? ¿No se había comprometido a trabajar sobre su matrimonio? ¿Qué valor tenía su palabra, su voto, si ella lo rompía por un arranque de nervios? Cuatro horas más tarde, mientras estacionaba en frente del apartamento de Bob, Ardith había tomado una decisión. Dio media vuelta y comenzó el camino de regreso. Si se apuraba, tal vez podría llegar a su casa antes de que su marido se fuera a trabajar. - Alrededor de las cinco y media de la mañana, quedándome todavía una hora de viaje, noté que no había coches a mi alrededor, sólo un grupo a unos cincuenta metros atrás -dice-. De modo que aproveché la oportunidad para soltarme el cinturón de seguridad y estirarme en mi asiento. -En aquel momento su automóvil pasó por encima de un charco de combustible, que era invisible por la oscuridad, y empezó a dar vueltas. - Yo crecí en Michigan, de modo que sé cómo salir de una patinada -dice Ardith. Pero ninguna de las técnicas funcionaron. Su automóvil siguió dando vueltas a cien kilómetros por hora y Ardith no tenía puesto su cinturón de seguridad. ¿Cuánto tiempo tenía para que los coches que venían detrás no chocaran contra ella? Ardith se imaginó a sí misma, muerta, sin que jamás su esposo supiese que ella deseaba regresar con él. - Hacía tiempo yo me había alejado de Jesús -dice Ardith-. Pero siempre supe que El me amaba de alguna forma. Ahora quité las manos del volante y dije: "Dios, Tú tienes ahora el control" -cerró los ojos y esperó el impacto. Pero nada sucedió. Pasaron unos segundos, el automóvil se detuvo y Ardith abrió los ojos con miedo. Su coche estaba fuera del camino, detrás de la protección, ronroneando el motor en marcha. Ardith salió de un salto. ¿Qué había sucedido con los automóviles que venían detrás del suyo? Miró hacia atrás y quedó boquiabierta. ¡Aún se encontraban a cincuenta metros de distancia! Aunque era seguro que habían pasado varios minutos, los vehículos que se aproximaban no habían recorrido ninguna distancia en ese tiempo. Ardith se arrodilló sobre el pasto mojado, con lágrimas que le corrían por las mejillas. - Gracias, Dios. ¡Gracias! -fue todo lo que pudo decir. Ardith no vio a su marido aquella mañana. Pero volvió a comprometerse con Jesús y le pidió a El que recuperara su matrimonio. Hoy, cinco años más tarde, la pareja tiene dos hijos y una relación maravillosa, construida sobre la fe y el recuerdo de la noche en que Dios hizo detener el tiempo.

Maureen M. dejó la fiesta más tarde de lo que ella había pensado, acompañada por una persona, a la que llevaría a su casa. - Era una noche espantosa, oscura, lloviznaba, había niebla -dice.

Dejó a su acompañante alrededor de las dos y media de la madrugada, quedándole aún como doce kilómetros para llegar hasta su domicilio. Ahora la niebla era más espesa y casi no podía ver. - La ruta estaba rodeada de bosques, con arroyos que cruzaban el camino y muchas curvas cerradas -recuerda Maureen-. La visibilidad era tan escasa que traté de mantener abierta la puerta del automóvil, para seguir la raya blanca del camino. ¿Qué debía hacer? Había pocas o casi ninguna casa en ese camino. Además, ¿llamaría a la puerta de un extraño a esas horas de la noche? Si regresaba a la casa de sus amigos, el riesgo sería igual que para volver a la suya. ¿Estaría segura o haría el calor suficiente si se estacionaba? Siguió conduciendo, pero la niebla se espesaba cada vez más. De pronto, la radio dejó de funcionar. Con el corazón angustiado, Maureen se dio cuenta de que se estaba quedando sin batería. Las luces del automóvil parpadearon, se atenuaron, para terminar por fin apagándose. Maureen a menudo reza cuando conduce, pero esta vez suplicó. - Espíritu Santo, esto es para Ti -murmuró-. No puedo ver nada. Deberás conducir Tú este coche. Pasaron kilómetros. Maureen continuó conduciendo despacio, aunque no tenía luces. Estaba prendida del volante como si fuera un salvavidas y, en ocasiones, sin ninguna razón aparente, giraba a la derecha o a la izquierda, de alguna forma, manteniéndose dentro del camino. No le sucedió nada, no veía las marcas del camino, no había ni árboles ni carteles de señalización, la niebla envolvía el automóvil, dejando sólo visibles escasos milímetros en todas las direcciones. Era como estar conduciendo dentro de una nube de algodón. ¿Llegaría en algún momento a su fin este terrible viaje? Finalmente, el motor disminuyó la marcha. La batería ya estaría completamente descargada. Dios, cuídame…, rezó Maureen. El automóvil avanzó hasta que, finalmente, se detuvo. Por lo menos, no se había ido al arcén. ¿Pero estaba ella segura? Dudando, Maureen abrió la puerta y se bajó, siguió el contorno del automóvil, con las manos extendidas por delante para evitar una caída. ¡Espera! había una figura delante, a unos centímetros del paragolpes delantero del coche. Parecía el contorno de una casa. ¿Pero cómo…? Maureen dio uno o dos pasos más, directo hacia la figura. Miró, volvió a mirar, después cayó de rodillas con los ojos llenos de lágrimas de gratitud. Se encontraba en la entrada de coches de su casa.

No fue el único milagro en la vida de Maureen. Su padre, Hugh*, también fue tocado por uno: Cuando Hugh compró su camioneta, colocó una crucecita en la guantera como protección para el viaje. Después cerró el compartimiento y

pronto se olvidó de ella. Un día, cuando Hugh conducía por la congestionada autopista de una gran ciudad, un conductor perdió el control de su automóvil y chocó contra la camioneta de Hugh. Los testigos le contaron más tarde que él había salido despedido por la ventanilla del acompañante. La camioneta dio varios tumbos y quedó sobre el techo, salvándose por poco de chocar contra otros automóviles. Hugh quedó temporalmente inconsciente, pero pronto recobró el conocimiento, sin darse cuenta de la gravedad del choque, y se puso de pie. La gente corrió hacia él. - ¡Acuéstese, acuéstese! -le gritaron-o ¡Puede hacerle daño! - Para nada. -Hugh se sentía muy bien. Miró a su camioneta, que estaba volcada a unos metros de distancia y quedó sorprendido. ¿Cómo se había salvado de no tener ni una herida? Su cabeza estaba recobrando el sentido y mientras el sonido de los vehículos de emergencia se acercaban, Hugh se dio cuenta de que tenía algo en su mano derecha. Miró. Tenía la crucecita.

Fue la noche en que los Chicago Bears ganaron el Super BowI. Michele Malec celebraba drogándose con una sobredosis. - Me desperté en el vestíbulo de mi casa, con problemas para respirar -dice-o Cuando fui a tomarme un Valium y me miré al espejo, mi rostro era de color gris azulado. Michele se sintió aterrorizada. - Dios, por favor, ayúdame -rezó. Subió a su automóvil, se sentó al volante; pero no recuerda haberlo puesto en marcha o haber abierto el portón del garaje. Parecía que había una luz brillante delante de ella. Después se despertó en la sala de guardia de la Pequeña Compañía de María, rodeada de médicos. Los rostro de todos se veían borrosos, salvo el de un hombre. - Tenía alrededor de treinta años, estaba muy tranquilo y era amable -dice-o Me hablaba con delicadeza, como si me amara, y yo sentí paz. -Michele se volvió a quedar dormida. En su tercer día de estancia en el hospital, un hombre asomó la cabeza por la puerta de su habitación. - Sólo pasaba para saber cómo está -le dijo. - ¿Lo conozco? -preguntó Michele. - Soy el guardia de seguridad de la sala de emergencias -le dijo el hombre-o Estaba de guardia la noche que usted vino. - No lo recuerdo -admitió con pena Michele-. ¿Cómo llegué aquí? ¿Vio usted quién me trajo? El guardia dudó. - Nadie la trajo -dijo él finalmente. - Pero…

- Vi que su automóvil entraba en el estacionamiento -explicó lentamente el guardia-o Usted estaba desmayada sobre el volante, inconsciente. Cuando el automóvil se estacionó, yo abrí la puerta. Nadie estaba con usted, estaba sola. Eso era imposible. ¿Cómo pudo ella haber conducido casi cinco kilómetros de un camino que no conocía, con las calles cubiertas de nieve mientras estaba inconsciente, sin haber chocado? Unas semanas más tarde, Michele fue al hospital para hacerse un control médico. - Ese joven médico de la sala de guardia -preguntó-. ¿Quién era? - No había ningún médico joven -le contestó su médico-. Sólo estaba yo con otro médico y los dos estábamos muy ocupados porque su corazón había dejado de latir. - ¡No latía! - Usted es una mujer con suerte -prosiguió-o Alguien debe cuidarla. Michele pensó en el peligro del camino que había recorrido, su roce con la muerte, el Hombre de ojos cálidos y sonrisa llena de amor. -Es alguien -dijo ella. La vida de Michele ahora es mucho más rica. Cada día ella coloca todos sus problemas en las manos de Dios.

LIBRO SEGUNDO

Los milagros de los ángeles

Ángeles entre nosotros ¿No sería maravilloso si mientras lees estos palabras Un ángel te susurrara al oído palabras del amor incondicional que Dios siente por ti, palabras que puedes oír si escuchas con cuidado? MITCH FINLEY, TODOS TENEMOS UN ANGEL GUARDlAN Cuando Randy Owen dejó su oficina para hacer algunos trámites, en uno de esos días lluviosos, su madre, Nathalie, se preocupó. Las tormentas de nieve son comunes en DalIas y su temor aumentaba a medida que la temperatura caía. - Angeles -dijo ella-, por favor, coloquen un anillo de protección alrededor de Randy, adonde quiera que él vaya hoy. Randy regresó y Nathalie lo abrazó con alivio. - Mamá-le dijo emocionado-, ¡no me lo vas a creer! -En un paso a nivel, cerca de una docena de automóviles habían perdido el control al mismo tiempo, incluyendo el suyo. Patinaron, dieron vueltas y, finalmente, se detuvieron. - Todo parecía suceder a cámara lenta -explicó Randy-.Pero aunque todos terminamos mirando en cualquier dirección, los coches quedaron separados unos de otros por escasos centímetros y ¡ninguno chocó! -Los conductores se bajaron y examinaron los automóviles de los demás llenos de asombro. ¿Cómo pudo suceder algo así? Nathalie sólo sonrió y dio las gracias al cielo.

Karen Sue y Mike ReilIy fueron con algunos misioneros a Amsterdam, en los Países Bajos, para ser testigos de Jesús. Karen Sue jamás había hecho algo así antes y se sentía extraña y llena de timidez. Un día los jóvenes marcharon hacia un sector peligroso de la ciudad. Algunos miembros de la comunidad con mayor experiencia les advirtieron a los novatos que la gente que allí vivía los molestaría y les arrojaría cosas. Mientras iban hacia allí, cantando y alabando a Dios, Karen Sue se puso nerviosa. Después, en un momento en que miró por encima del hombro derecho, vio a un hombre rubio con ropas claras. Este paseaba en una bicicleta reluciente de diez velocidades y le sonreía. - Había todo un resplandor a su alrededor -recuerda ella-. Y era extraño, ya que la mayoría de la gente de Amsterdam viste ropas oscuras. Y

nadie tenía una bicicleta como esa -todas eran oxidadas y con las gomas deformadas-; pero la suya se la podrían robar la primera vez que la estacionara en esta zona. De alguna manera, Karen Sue se quedó rezagada del grupo. Ahora no se sentía nerviosa para nada. Ocasionalmente miraba por encima de su hombro para ver si el hombre la seguía, la observaba. ¿Tendría la oportunidad de conversar con él? La caminata terminó bien delante de la cafetería de la misión. El acompañante de Karen Sue había desaparecido. Ella lo comprendió. La había cuidado en el paseo por aquella parte oscura de la ciudad y ya no había necesidad alguna de que lo siguiera viendo.

George estaba sentado junto a mí en el avión y me hablaba de cuando se había mudado a una nueva ciudad y estaba viviendo solo, desconectado de amigos o familia alguna. - Lo que más recuerdo es la soledad intensa -dijo. Por momentos era tan penosa que se preguntaba si valía la pena luchar en la vida. Una noche entró a un restaurante para comer en solitario. El dueño sonriente se acercó. - ¿Una mesa para dos? -le preguntó. ¿Qué sucede con este hombre?, se preguntó George. -Para uno -le contestó con firmeza. El dueño lo miró confundido y lo condujo a una mesa para dos, donde él movió las dos sillas. Pronto se acercó una camarera. Colocó dos menús y sirvió dos vasos de agua helada. Preocupado, George casi ni lo notó. Cuando llegó la cena, algo comenzó a suceder. Como si fuera pasando una película mental, George comenzó a ver sus bendiciones. Gozaba de salud, podía ver, tenía un trabajo decente, un bonito apartamento…, y, sobretodo, Dios lo amaba. George no había pensado en Dios hacía bastante tiempo. Había estado tratando de: hacerlo todo él solo. Ahora, mientras comía, casi podía sentir que su depresión desaparecía, para dar paso a una expectativa llena de alegría. La vida, después de todo, no era tan mala. Cuando George se acercó al mostrador para pagar, estaba sonriendo. La cajera le sonrió y le dio el cambio. - ¿Supongo que su amigo no tenía apetito esta noche, no es así? le comentó. George había llegado casi a su automóvil, cuando cayó en la cuenta. Tres empleados del restaurante aparentemente habían visto a alguien con él aquella noche. ¿Fue todo aquello una broma elaborada? Si ese era el caso, ¿cómo podía alguien explicar el sentimiento inesperado de bienestar que ahora colmaba su espíritu después de meses de tristeza? - Creo que mi ángel me trajo la fe y el consuelo de una forma en

que no quedaran dudas -me dijo George-. Fue el punto de cambio para mí.

Podamos ver ángeles o no; se presenten en forma de personas comunes o como apariciones, ellos son en verdad pruebas de una intervención milagrosa, respuestas a nuestras oraciones. Los ángeles actúan como vínculos entre el cielo y la tierra (la palabra ángel proviene del griego y significa mensajero), y también nos protegen del peligro. Por supuesto, Dios a menudo nos toca en forma directa. Sin embargo, los ángeles se mencionan en las Escrituras más de trescientas veces, de modo que Dios obviamente desea que tengan un papel importante en sus acciones. La idea de los ángeles prevalece en el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Pero el interés en ellos declinó en el siglo XVIII, durante el Siglo de las Luces, con su énfasis en la razón y las ciencias. Cuando el reverendo Billy Graham decidió predicar sobre los ángeles a principios de los años setenta, encontró que poco y nada se había escrito sobre ellos durante décadas. Graham no sólo tomó en sus manos el estudio del tema, sino que también escribió el libro, Angeles: agentes secretos de Dios, que se transformó en un éxito de ventas y que probablemente sea el precursor del renacimiento actual de los ángeles. "En medio de esta crisis mundial, en la cual estamos destinados a vivir los años que tenemos por delante", escribió, "el tema de los ángeles servirá de gran consuelo e inspiración para los que creen en Dios, además de un desafío para que Jos no creyentes crean." Tenía razón. Hoy la gente lee sobre los ángeles, le pide a su ángel guardián para que interceda por ellos o por alguien a quien aman, y examinan las "coincidencias" de sus propia vida con creciente conciencia. Una encuesta realizada por Time/CNN en diciembre de 1993 informó que el 69% de los norteamericanos cree que los ángeles existen. Una encuesta anterior realizada por Gallup descubrió que el 75% de los adolescentes cree en los ángeles. Los ángeles son también los que proporcionan seguridad en medio de la confusión. "No puedo expresarle lo bien que me siento al saber que tengo un compañero espiritual", me escribió una vez una persona que antes era escéptica. Según algunos intrigados padres, un número creciente de niños pequeños también parece que están viendo ángeles. "Nuestro hijo que está en preescolar pareció sorprendido cuando yo le dije que no podía ver al ángel que estaba en su habitación", escribió un padre. En otra ocasión, después de que una madre histérica de repente se calmara y con éxito lograra hacerle una reanimación cardiorrespiratoria a su bebé inconsciente, su otro hijo de tres años le preguntó: - Mami, ¿quién era ese hombre que estaba detrás de ti con una mano en tu hombro? -La madre no había visto ni sentido a nadie cerca de ella3 Tal vez para los niños, el cielo es aún un recuerdo vago, pero específico, y para ellos resulta fácil seguir conectados por un tiempo con los

dos mundos. Debemos mostrarnos abiertos a esas experiencias, ya que nuestros pequeños tienen mucho para enseñarnos. Es importante recordar que mientras los ángeles se entretejen en los caminos de la historia y de nuestras vidas, ellos jamás toman el lugar de Dios. Ellos interceden a su llamada, presentan su preocupación y nos aman, nos traen su milagrosa paz, que excede toda comprensión. "Los ángeles pertenecen a una dimensión exclusivamente diferente de la creación que nosotros, limitados por el orden natural, casi no podemos comprender", dice el reverendo Graham. Pero cuando uno nos toca, nosotros lo sabemos…

Milagro de Navidad Esto es en lo que deben mantenerse firmes: la comprensión y el compañerismo de los mundos invisibles. PHILLIPS BROOKS, OBISPO DEL EPISCOPADO En 1955, el marido de Emilie Long, oficial de carrera del ejército, dejó el servicio activo y encontró un trabajo de asesor, que le obligaba a viajar aproximadamente veinte días por mes. Emilie y sus tres hijos en edad escolar se mudaron a una propiedad en Nueva Inglaterra, donde vivían los padres de Emilie. - Mis padres eran ancianos y necesitaban tantos cuidados como mis hijos -dice Emilie. Para ella fue un tiempo de mucho trabajo. Emilie había disfrutado siendo la esposa de un militar, pero tenía deseos de establecerse en un lugar. Su único remordimiento era que no se agregaría otro miembro a la familia Long. Varios años atrás, ella se había sometido a una operación quirúrgica que, probablemente, no le permitiría quedar embarazada. Emilie rezaba porque los médicos se equivocaran, pero tenía casi cuarenta años y la posibilidad de un milagro se hacía cada vez más remota cada año que pasaba. No hacía mucho que Emilie se había mudado a su nuevo hogar cuando cayó con un grave virus, que le afectó la salud. Le impidió trabajar durante semanas; cuando fue a ver a su médico para hacerse una revisión final, notó que en lugar de perder peso durante aquella ordalía, en realidad, había aumentado. - El médico pensó que tenía un tumor -recuerda-, pero cuando me hizo los análisis, ninguno de los dos podía creerlo. -Emilie estaba esperando un hijo. En medio de la alegría, sin embargo, apareció el miedo. No era posible un parto normal, dijo el médico. Emilie ya tenía un embarazo de alto riesgo por la edad y debía ir a otra ciudad para hacer el parto por cesárea. La fecha del parto era incierta. ¿Diciembre? ¿Enero? En los años cincuenta, la tecnología no podía ser muy específica. Además, ¿sería sano el bebé o el virus lo había afectado? Con su marido viajando la mayor parte del tiempo y varias personas que dependían de ella, Emilie se preguntaba cómo lo manejaría. El otoño dio paso al invierno. Emilie se ocupaba de sus tareas, hablaba con su marido a larga distancia, cuidaba de sus padres e hijos, y le pedía protección a Dios para el bebé que estaba por nacer. Pero había momentos, en especial cuando la casa estaba en silencio por la noche y ella contemplaba el difícil paso que tenía por delante, en que su fe se sacudía aunque fuera un poco. Las vacaciones de Navidad estaban por comenzar el día en que

Emilie partió para hacerse una revisación por el especialista. - Me haría una radiografía, que nos mostraría cuándo el bebé sería lo suficientemente grande como para nacer -dice. Hacía frío y la nieve caía, pero el viaje de treinta kilómetros por los pintorescos pueblecitos de Nueva Inglaterra fueron sin inconvenientes. Sin embargo, cuando Emilie salió del consultorio del médico se encontró con una nevisca. Su primer pensamiento fue para con sus hijos. Sus padres sólo los podrían cuidar por un corto tiempo. Cuanto antes llegara a su casa, mejor. Sin embargo los caminos ahora eran peligrosos. ¿Qué sucedería con su propia seguridad y la de su bebé? ¿Qué sucedería si chocaba o se cayese en una zanja? ¿La encontraría alguien? Una vez más sintió una soledad terrible. ¡Si no estuviera tan sola! El viaje parecía llevarle horas. Emilie rezó sin detenerse, le dolían los músculos mientras luchaba por mantener el automóvil en el camino y ver a través de los copos de nieve que se arremolinaban. Había poco tránsito, pero cuando estaba por recorrer los últimos kilómetros, se dio cuenta de que el declive era demasiado resbaladizo. Dobló hacia una ruta más larga, aunque menos empinada. Con cuidado, Emilie maniobró hacia el otro camino, lo suficientemente lento como para mantener la tracción (y para detenerse si venía algún otro automóvil); pero con la velocidad suficiente como para evitar patinar o quedarse atascada. Le quedaba doblar una curva y tenía la pendiente final. La nieve se estaba transformando en hielo, se sentía grueso debajo de las ruedas. Emilie dobló, aumentó la velocidad, dio un trompo y se detuvo. Oh, Dios querido… Ahora estaba atascada, con casi nada de visibilidad y con una colina empinada por delante. Tal vez podría ir a pie. Pero el vehículo abandonado sería un peligro para cualquier automovilista. Había arena en el baúl. ¿Debería tratar de colocar una capa o palear la nieve para despejar la rueda? Emilie pensó en la pala y en el esfuerzo que se agregaría a su ya exhausto cuerpo. ¿Pero qué podría hacer? Dejó el motor en marcha, abrió la puerta, después se detuvo sorprendida. Un hombre alto venía por el camino hacia ella. Tenía puesto un sobretodo largo de color gris oscuro y el sombrero bien calado sobre los ojos para protegerse contra la nieve. Había una furgoneta que estaba estacionada detrás de él. Era extraño que ella no lo hubiera visto ni oído hasta ahora. - ¡Quédese en el coche! -le gritó el hombre a Emilie-. ¡La sacaré de allí! -Aquella voz no dejaba lugar para la discusión y Emilie hizo lo que le decía. El hombre fue detrás del automóvil y, en un instante, ella sintió que comenzaba a moverse, a subir la pendiente con facilidad, a través de los copos, que eran cada vez más espesos. Qué fuerte era aquel hombre, pensó Emilie, para empujar el coche tan rápido. No podía verlo por el espejo retrovisor, pero cuando ella alcanzó la cima, frenó, abrió la ventanilla y se asomó para darle las gracias. No vio ninguna furgoneta estacionada. Ni la figura generosa detrás

de ella, que la saludara con la mano. La mirada extasiada de Emilie cayó sobre el camino nevado que estaba junto a su automóvil. Pronto las palas mecánicas limpiarían el sendero para los automovilistas que regresaban por la noche. Ahora no había huellas de ruedas ni de pies sobre aquel manto blanco, aun cuando la furgoneta debería haberse movido hacia donde ella estaba, pasando por este mismo lugar. Llegó la verdadera Navidad para los Long, cuando Peter, el bebé, nació, justo pocas semanas después del 25 de diciembre. Y cuando Emilie tomó en sus brazos a aquel pequeño milagro, dio las gracias en silencio. Ella había pensado que estaba sola, pero ahora lo comprendía mejor. Como otra madre de un tiempo muy lejano, ella había hecho un viaje lleno de peligros, colocando su confianza en las manos de Dios. Y El había enviado a los ángeles para que la cuidaran en todo el camino.

El protector en el granero … Si luchan los ángeles, Los hombres débiles deben caer, ya que el cielo aún guarda a los justos. SHAKESPEARE, RICARDO JJ Desde el quinto grado del colegio, Katie Lowell* y Michelle Sanders* han montado a caballo juntas por la zona rural de la costa este, donde ambas viven. Cuando Katie cumplió los trece años en 1980, era la orgullosa dueña de Blaze, un bonito caballo con manchas blancas en la cara. Como Michelle vivía en una enorme granja con montones de graneros y pastos, Katie guardaba allí a Blaze. - Todas las mañanas, antes de ir al colegio, mi papá me dejaba en la puerta del granero, cuando iba a su trabajo -explica Katie-. Yo le daba de comer a Blaze y lo sacaba para que pastase. Después Michelle y yo caminábamos un largo sendero para tomar el autobús del colegio. Después de la escuela, las niñas desandaban el mismo camino, caminando desde la parada del autobús hasta la granja. - A veces no veía a Blaze por la cadena de colinas -dice Katie-. Pero siempre lo llamaba y él venía al galope, a toda velocidad. -Las niñas cepillaban a sus caballos y los ensillaban, para poder cabalgar un rato antes de que oscureciera. Finalmente, el padre de Katie pasaba a buscar a su hija para llevarla a casa. Era un arreglo perfecto. Habitualmente Michelle se iba a su casa antes de que llegara el padre de Katie. Como los otros dueños de caballos no estaban allí a esa hora, Katie se quedaba sola. - Pero me encantaba -dice ella-o La granja era un Jugar tranquilo y yo nunca tuve miedo. Una hermosa tarde de finales de octubre, Katie y Michelle bajaron del autohús y corrieron por el sendero hasta el campo donde se encontraban los caballos esperando. Las niñas cabalgaron por un rato y finalmente se hizo de noche. - Debo ayudar con la cena -suspiró Michelle, bajándose del caballo y llevándolo al campo. Michelle siempre tenía tareas que hacer en la cocina de su casa. Katie abrió la boca para decirle adiós a su amiga, después se detuvo. Se sentía rara. En realidad, sin ninguna razón aparente, de pronto tuvo miedo. - ¿Debes irte? -le preguntó. Michelle le echó una mirada preocupada.

- Bueno, sí. No puedo quedarme hasta tan tarde como tú, ya lo sabes. - ¿No podemos montar a caballo un ratito más? -se oyó suplicar Katie a sí misma. En aquel momento se estaba apoderando de ella un miedo extraño. Michelle la miró más perpleja. - Por supuesto que no. Y, de todos modos, se está haciendo de noche y tu padre pronto vendrá a buscarte. ¡Te veo mañana! -Saludando con la mano, puso rumbo a su casa. Katie no le devolvió el saludo. Ahora estaba muy asustada. Sin embargo, todo parecía normal. ¿Por qué esta extraña agitación? Terminaría con las tareas en el granero rápidamente y esperaría afuera a su padre. Habitualmente, le resultaba difícil abandonar la granja, pero esta noche deseaba ver el coche de su papá. Katie condujo a Blaze a su caballeriza y con prontitud lo cepilló. Estando dentro del granero se sintió incluso más nerviosa, como si alguien la estuviera observando. Sin embargo, no había nadie allí. Fina!- mente, terminó. Pero justo antes de irse, se dio cuenta de que los caballos tenían poco heno. Debería subir al cobertizo y echar algo hacia abajo. - Los tres pisos superiores del granero se utilizaban para guardar heno -dice Katie-. El piso de encima de las caballerizas estaba dividido en cuatro rincones, uno para cada caballo, de modo que los inquilinos supieran cuánto heno usaban y cuándo debían comprar más. Katie trepó la escalera del cobertizo que estaba debajo de su rincón. Con cada paso que daba, su miedo se acrecentaba. Algo estaba muy mal. Ella lo sabía, sin saber cómo lo sabía. El instinto le decía que debía correr, que estaba en peligro, que algo terrible estaba por suceder. Pero era impensable que su amado Blaze se quedara sin heno. En la parte superior de la escalera colocó una mano sobre la puerta y comenzó a empujar. - Kalie -dijo una voz por encima de su hombro izquierdo-. Katie, cierra la puerta. No subas allí. Sal de aquí, siéntate tranquila y espera a que venga tu padre. La voz no hablaba alto. No era de hombre ni de mujer, "aunque parecía masculina", dice Katie. Era tranquila, firme, precisa y no daba ningún miedo. Pero poseía autoridad. Asombrada, Katie se volvió en dirección a la voz. No había nadie detrás de ella. No había nadie en el granero. No lo dudó. Rápidamente, bajando la escalera, Katie salió a toda prisa y se fue al lugar donde siempre esperaba a su padre. Tan pronto este apareció, ella se subió de un salto al coche. -No me sentí segura -dice ella-, hasta que el granero estuvo completamente fuera de mi vista. A la mañana siguiente, antes del ir al colegio, el padre de Katie la llevó a la granja. Mientras estaban llegando al granero, vieron que había patrulleros de la policía en el lugar. El padre de Katie se bajó del coche.

-¿Qué sucede? -le preguntó a un oficial. Katie lo siguió preocupada. ¿Estaba bien Blaze? ¿Qué había sucedido? - Todo está bien ahora -lo tranquilizó el oficial de policía-. Pero ayer se escapó del manicomio un enfermo violento que se escondió aquí arriba. - ¿Aquí? -el corazón de Katie comenzó a latir acelerado. - Sí. -El policía señaló el lado del granero cerca de la caballeriza de Blaze-. Estaba escondido en el cobertizo, sobre una cama de heno que se había hecho en un rincón. El rincón de Katie. Donde ella guardaba el heno. Donde ella casi había abierto la puerta… El oficial de policía meneó la cabeza. - Tenía un rastrillo de tres puntas junto a él, en caso de que alguien se le pusiera en el camino. Suerte que nadie lo hizo y lo pudimos atrapar ahora. ¿Suerte? Katie recordó el terror indecible que se había apoderado de ella, la voz dulce que la había hecho salir del granero, y supo, siempre lo sabría, que aquello fue mucho más que eso.

Ayudantes de hospital No se debe estar a los pies de la cama de un enfermo, ya que ese lugar está reservado para el ángel guardián. DICHO POPULAR JUDIO Carole Mott-McCay trabajaba en el turno de noche de un hogar de ancianos de Nueva Inglaterra, cuando uno de los pacientes más difíciles llamó pidiendo ayuda. - Era un hombre orgulloso, siempre de mal humor porque lo habían internado en ese lugar, y a veces era desagradable con el personal -dice Carole-. Pero cuando aquella noche fui a ver qué le sucedía estaba sereno y amable. El hombre le dijo a Carole que tenía frío y le pidió su suéter favorito. Cuando ella fue al guardarropa, oyó que decía muy suavemente. - Es tan hermosa. Se parece a un ángel… Carole se dio la vuelta, con el suéter en la mano, y se dio cuenta de que el hombre había muerto en paz. ¿Le estaba hablando a Carole? -No -dice ella-. Estoy segura de que él vio algo que yo no vi. Diez días después de que Virginia Lee, de Wauchula, Florida, tuviera su primer hijo, la niña contrajo meningitis, enfermedad que le produjo profundos daños cerebrales. - Mi oración cambió del "Dios, sana a Brenda" al "Padre, como ya no puedo llegar al mundo de Brenda, por favor, no la dejes sola. Que Tus ángeles la entretengan y le demuestren el amor que yo no puedo demostrarle" -dice Virginia. Los años que siguieron fueron difíciles. Virginia conoció a padres de niños discapacitados que se sentían amargados y desolados, pero, de alguna manera, fue capaz de amar a Brenda con todo su corazón. La peor parte era no poder penetrar el "velo" que cubría la mente de su hija. - Debido a un daño muy serio de su sistema nervioso, Brenda lloraba constantemente, y yo me sentía perdida en cuanto a encontrar la forma de consolarla -dice Virginia. Sin embargo, a veces el llanto se detenía de repente y Virginia entraba corriendo a la habitación de su hija, para encontrarla durmiendo tranquilamente, con una expresión encantada en el rostro, como si estuviera soñando despierta. A veces, incluso hasta sonreía. Durante estos momentos, Virginia estaba segura de que alguien le prodigaba cuidados amorosos a su hija, de que Brenda tenía "información interna" sobre el cielo. Pero Virginia nunca tenía la plena certeza. había sido testigo de la respuesta que había recibido durante veinticinco años de oración -dice Virginia. Brenda, en verdad, había estado en contacto con los ángeles y

uno había venido para llevarla sana y salva a casa. Brenda se murió en un hogar para discapacitados, cuando tenía veinticinco años. Mientras Virginia estaba sentada esperando al médico, una ayudante del hogar se le acercó. - Tengo que decirle algo -comenzó indecisa la mujer. Poco antes de que Brenda muriera, la ayudante había estado por el pasillo. Cuando llegó al final de este, se volvió y vio a una mujer de cabellos oscuros vestida con uniforme de enfermera que entraba en la habitación de Brenda. - Yo sabía que no era parte del personal, de modo que la llamé explicó la empleada-. Pero ella entró en la habitación de Brenda sin responderme. La ayudante se había apresurado a ir a la habitación. Nadie estaba con Brenda. Virginia comenzó a llorar. - Todo lo que pude pensar en decirle a la ayudante fue que ella había sido testigo de la respuesta que había recibido durante veinticinco años de oración –dice Virginia, Brenda, en verdad, había estado en contacto con los ángeles y uno había venido para llevarla sana y salva a casa.

Abundan las historias de ángeles que nos acompañan al cielo. Pero la muerte no es el único momento en que los ángeles visitan hospitales. Los ángeles que sanan también parece que rondan los pasillos, sin ser vistos, salvo por algunos pocos elegidos. La enfermera y autora Joy Snell informa que ve a menudo seres como estos, "revoloteando entre los pacientes y colocando aquÍ y allá una mano sobre la frente del enfermo. A menudo, después de un tratamiento así, el paciente me dice al despertarse que se siente mucho mejor esa mañana"4. Tal vez los ángeles de la misericordia se disfrazan como miembros del personal de hospital. En 1985, Lynda Butcavage se sometió a una difícil operación de cáncer, en el Nazareth Hospital de Filadelfia. En terapia intensiva se despertó y vio al lado de su cama a una enfermera. Una mujer joven de dulces ojos azules y cabellos rubios que elevaba recogidos en un rodete. - Estoy aquí para cuidarla, Lynda -la enfermera se inclinó y con afecto la acarició en la mejilla, con el reverso de la mano-. Usted se va a curar. Todo le dolía y Lynda estaba asustada. Pero durante las horas que siguieron, la enfermera se quedó cerca, hablándole amable. - De alguna manera, tenía la sensación de que ella era especial y su calma parecía transmitírmela hasta cubrir mi ser -dice Lynda. La enfermera no le prestaba ninguna atención médica, aunque sí lo hacían las otras. La mujer estaba… simplemente allí. Por último, la enfermera le acarició una vez más la mejilla. -Debo

marcharme ahora -le dijo con suavidad-. Pero le pro- meto que volveré a estar con usted. - ¿Cuándo? -preguntó adormilada Lynda. La enfermera sonrió. - Pronto. Durante los difíciles días que siguieron, Lynda siguió buscando a su enfermera especial. La mujer no regresó. Después de que le dieran el alta, Lynda y su marido fueron a buscar a esta enfermera entre el personal del hospital. No se la conocía. Ninguno de ellos había visto a la mujer que estuvo con Lynda y ninguna de los diferentes turnos concordaba con la descripción. Lynda debió someterse desde entonces a varias cirugías, pero ella jamás volvió a encontrarse con su ángel especial. -Sin embargo, su amor permaneció conmigo y puedo imaginármela vívidamente -dice Lynda-. Espero que la encuentre y pueda darle un abrazo en el cielo.

Margaret llamó por teléfono a KDKA Radio de Pittsburgh para contar su historia. Víctima de un ataque al corazón, era transportada en una ambulancia al hospital, cuando tuvo una experiencia cercana a la muerte. -Recuerdo haber dejado mi cuerpo y sobrevolar sobre él, tal como otros que pasaron por lo mismo lo describieron -dijo-. Me vi a mí misma allí tendida en la camilla, con las sirenas que sonaban y la gente que trabajaba sobre mí, pero no tenía miedo. Mi cuerpo era como una cosa indiferente, nada de qué preocuparse. La sensación de paz era exquisita. Margaret pensó que podría irse flotando para salir de la escena. Después notó que, entre toda aquella actividad, había un hombre joven sentado en un banco junto a su cuerpo y que la miraba con vehemencia. -Estaba vestido con pantalones y camisa blanca. Tenía una expresión de profunda preocupación -recuerda Margaret-. En ningún momento me quitó los ojos de encima. Recuerdo preguntarme el porqué, cuando todos estaban tan ocupados, él simplemente estaba allí sentado. Un momento después, sin embargo, en lugar de desaparecer de la escena, Margaret se sintió regresar al interior de su cuerpo. La escena que estaba observando desapareció y más tarde se despertó en terapia intensiva. Se recuperó, y más tarde llamó al servicio de ambulancia para preguntar si ellos podían fijarse en sus registros y decirle quién era aquel hombre joven. Los registros no mostraron a ningún hombre que atendiera a Margaret durante su viaje al hospital. Todas las personas involucradas en los cuidados que se le habían brindado eran mujeres. Además, ningún hombre con esa descripción coincidía con alguien empleado del servicio de ambulancias. Por otra parte, los uniformes de los empleados no eran blancos. -Siempre he oído que los ángeles tienen puestos sus ojos sobre nosotros desde el momento en que nacemos hasta que ellos nos vuelven a enviar a Dios -dijo Margaret-. Estoy contenta de saber que el mío está trabajando.

Janis Reed asiente. Ella trajo a su hija de tres semanas de vida al Schumpert Memorial Hospital, en Shrevenport, Luisiana, por una seria afección de estómago. Los especialistas se llevaron a la niña para hacerle unos análisis, y Janis fue a la sala de espera, donde se dejó caer en un sillón, llorando desconsolada. Su bebé era muy pequeñito. ¿Qué le sucedía? ¿Qué sucedería si ellos no podían curarla? Vagamente Janis notó que alguien entraba a la sala y se sentaba junto a ella. Miró a través de sus lágrimas y vio a un hombre joven que vestía una chaqueta corta de color blanco, probablemente era un interno. ¿Por qué la miraba con tanta ternura? Los ojos... eran tan brillantes, tan tiernos. Janis se sintió hechizada. -No hay por qué llorar -le dijo el hombre con delicadeza-. Su hija está bien. -No puedo evitarlo. Estoy atemorizada -lloró Janis. -No debe estarlo. Ella crecerá sana. -Parecía seguro al hablar. Pero los análisis apenas habían comenzado. ¿Cómo sabría él el diagnóstico? Aquellos ojos, aquella mirada penetrante... Era como si él le estuviera aliviando su misma alma. Janis pareció verse llena de gracia, de una repentina conciencia de que todo estaría bien. -He visto a su hijita-dijo el hombre, poniéndose de pie-. No se asuste. Ella estará bien. -Le colocó a Janis una mano sobre el hombro, después se volvió y salió de la sala. Janis volvió a quedarse sola. Aunque de alguna forma no se sentía sola. Su presencia parecía haber quedado en el lugar. Ella estaba llena de paz... ¡se sentía feliz! Unos minutos después, el médico de su hija entró y le dijo que la niña necesitaba una intervención quirúrgica inmediata. Con calma, Janis acompañó a su niña al quirófano. Sólo más tarde, cuando la operación había terminado, tal cual lo había predicho, la niña estaba perfecta, Janis intentó localizar al hombre de la chaqueta blanca que tan inesperadamente le había brindado su apoyo. No había médico ni interno que coincidiera con la descripción. Ni tampoco ningún padre había sido convocado a la sala de espera de pediatría aquella mañana. ¿Sin embargo, había dicho él que había visto a su hija? Janis cree que lo hizo. Y aún lo hace.

¿Ha estado rezando? Lo más hermoso que puedo experimentar es el misterio. ALBERT EINSTEIN Pam y Ken Larson, de Ann Arbor, Michigan, deseaban adoptar un bebé. En aquel momento no eran posibles las adopciones privadas en Michigan y los departamentos de la minoridad no los consideraban como candidatos, ya que habían tenido dos hijos. De modo que Pam y Ken buscaron en otro lugar. Vivieron por un tiempo en España, pero allí no pudieron encontrar al bebé. Ken, sin embargo, seguía siendo optimista. -Estoy seguro de que un día tendremos otro hijo -le dijo a Pam después de haber regresado de España-. Y se llamará Michael. Pam, que era enfermera, no estaba tan segura, y su optimismo inicial estaba flaqueando. Desde antes de su matrimonio ella había sufrido de recurrentes problemas en el aparato urinario, los cuales ahora parecían haber empeorado. Si encontraban al bebé, ¿estaría ella lo suficientemente bien como para cuidarlo? No obstante, cuando los Larson conocieron a un abogado de Costa Rica que se ofreció a ayudarlos, Pam le dijo que lo intentara. Pam y Ken completaron todos los documentos que eran necesarios para una adopción en el extranjero; llenaron los formularios del servicio de inmigraciones, e hicieron un estudio de su casa, y planearon ir a Costa Rica en el momento en que sonara el teléfono. Ninguna noticia llegó. Y la salud de Pam empeoraba. En 1984, se le diagnosticó una cistitis, con una enfermedad degenerativa de la vejiga para la cual no se conocía cura. -Fue un momento difícil para mí -dice-. Creía que Dios podía curar a la gente, pero pensé que esto era como una especie, de lotería; sé que alguien gana, aunque, como yo no compro billetes, para mí es imposible. -Pam le había pedido a Dios que la curase, y otros habían orado por ella también; sin embargo seguía enferma y descorazonada. En febrero de 1985, una amiga que antes había rezado por Pam, sugirió que su familia orara nuevamente por ella. Pam no estaba convencida, ¿por qué cambiaría algo ahora?; a pesar de ello estuvo de acuerdo. Después de esto empeoró; una mañana su familia y amigos volvieron a orar. Chris, su hijo, comenzó a sentir picazón en una mano. -Chris colocó su mano en mi bajo vientre y yo sentí que me llenaba de calor -dice Pam-. Alguien dijo: "¡Mira su color!" Mi piel, que por lo general era de un tinte verdoso, ahora se estaba tornando rosada. -En minutos, Pam se sintió rejuvenecida. ¿Había sido curada? En medio de la alegría y el asombro de los días que siguieron, los

Larson recibieron una carta del abogado de Costa Rica. Hacía tres años que ellos le habían pedido su ayuda. ¿Estaban aún interesados en adoptar? Había un bebé que nacería en el mes de julio y que era candidato. La salud de Pam siguió siendo excelente; ella se preparó para vivir en Costa Rica de cuatro a seis semanas. Cuando llegó la llamada de que su hijo había nacido, sintió miedo de viajar sola a un país extranjero, "¡sabiendo sólo el poco español que había aprendido en la secundaria!"; de cualquier modo se sentía tan bien que no se llevó consigo ninguna medicación. A Pam le dieron la custodia del bebé tan pronto como llegó a Costa Rica, pero nada más se cumplió de acuerdo con lo planeado. -Se habían perdido páginas de documentos o habían sido traducidos en forma incorrecta, con lo que se necesitaba trabajo extra -recuerda ella-. Mi visado expiraba después de los treinta días, lo que significaba que sería deportada si me encontraban. Mi mayor preocupación era que la madre del bebé cambiara de opinión. -En un punto, el gobierno hizo revisión de algunas de las leyes de adopción y se le dijo a Pam que todo el proceso podría comenzar nuevamente. Su solitaria estancia de cuatro semanas se extendió. Dos meses, tres...; Ken viajó para conocer a su nuevo hijo y firmó los documentos, pero debió regresar con sus otros hijos. Las llamadas telefónicas eran un pobre sustituto de la presencia. -Estaba deprimida y temerosa -recuerda Pam-. Cada día me parecía un mes y a menudo lloraba. -No obstante también rezaba. y a pesar del esfuerzo, su salud seguía siendo excelente. Finalmente, el día 1 de noviembre, el abogado de Pam le dio sus documentos legales. ¡Ella y el bebé podían irse a casa! Pam corrió al teléfono y llamó al Consulado de los EE. UU. -Quisiera una cita para presentar los documentos -le dijo a la cónsul de los EE.UU., Gabriella. Gabriella fue a los archivos. -Señora Larson, le falta un documento: la aprobación final del departamento de inmigraciones de los EE.UU. -dijo. Otra confusión en los documentos que ella había llenado meses atrás. -Tenemos una copia en Ann Arbor -dijo Pam, tratando de guardar la calma-. Mi marido puede enviarlos por correo especial. -Lo siento. Necesitamos el original. Deberá volver a hacerlo en Washington. -¿Cuánto tiempo tardará? -La voz de Pam se oía como un susurro. -Seis semanas, por lo menos. Seis semanas. Impresionada, Pam colgó. ¿Cómo podía sucederle esto después de todo su trabajo, de todas sus oraciones? Dejar aquÍ al bebé era impensable. Pero permanecer otro día, ¿otro momento? No podía. Empujó la puerta, entró al garaje, que era una estructura abierta rodeada de plantas. Ofuscada, comenzó a pasearse, casi inconsciente de lo que hacía.

-Dios, ten piedad -rezó una y otra vez-. Ten piedad... -Ella creía tanto en El, en su amor, en su cuidado. Ahora parecía que iba a perder su firmeza, que se dejaría arrastrar por la desesperación... Entonces se dio la vuelta y los vio. Dos ángeles, muy grandes, tan altos que sólo podía verles los pies y los tobillos, hasta que alzó la cabeza para mirar hacia arriba. -Estaban descalzos -dice Pam-. Uno era rubio y portaba una espada. Le veía unos agujeros diminutos en la trama de su atuendo, la parte inferior del cordón que servía de cinto le colgaba desde la cintura. -Se sintió sorprendida, aunque asombrosamente no tuvo miedo. -Me llamo Michael -uno, le dijo-. Estamos aquí para luchar por ti. Sí, contestó ella en silencio. Por supuesto, de alguna forma, era lo correcto. Dios hacía esto por ella. Pam no tuvo conciencia del tiempo que estuvo allí mirándolos, maravillada. Poco a poco, la visión se le nubló. Cuando sucedió esto, sintió una necesidad urgente de llamar por teléfono a Gabriella, aunque no tenía idea de lo que le diría. Gabriella estaba estática. -Señora Larson, ¿es usted cristiana? ¿Ha estado rezando? -le preguntó. -Sí. -Pam aún estaba atontada. -¿y Dios siempre le contesta a sus plegarias tan rápido? Las lágrimas saltaron de los ojos de Pam. Algo maravilloso estaba sucediendo. Ella lo sabía. -Últimamente El me ha contestado muy pronto, Gabriella. ¿Por qué? -Después de que usted colgó, me di la vuelta y había un mensajero aquí con un maletín -explicó Gabriella-. Y mezclado en el fondo, debajo de todos los papeles, estaba el documento que le faltaba. -Estamos aquí para luchar por ti... - Y no pudimos encontrar su número de teléfono... -Gabriella aún estaba hablando-. Estoy tan contenta de que nos haya vuelto a llamar. Si viene aquÍ antes de que cerremos, ¡la podemos dejar libre hoy mismo! Lo ocurrido fue increíble, parecía un sueño. ¿Había, en verdad, intervenido el cielo? ¿De qué otra forma se podía explicar esto? Unos pocos días después, Pam les presentó a sus hijos al nuevo hermanito. Más tarde visitó a su urólogo que, asombrado, declaró que estaba totalmente curada. Y a medida que pasa el tiempo, su respuesta a la pregunta de Gabriella se torna aún más cierta. ¿Cree Pam en la oración, en Dios que cura y envía ángeles, y que responde según su perfecto cronograma? Si ella duda, sólo debe mirar el milagro de su hijo, de su Michael, para encontrar la respuesta.

El ángel del sillón Hazte cargo Tú, Señor, de aquellos que están despiertos, alerta o lloran de noche, y envía a tus ángeles para que se hagan cargo de los que duermen. SAN AGUSTlN Jackie Commins, de Newberg, Oregon, es una firme creyente de la ayuda celestial. Como no tiene automóvil, va al trabajo caminando casi tres kilómetros, hasta la lavandería comercial que está a su cargo. -En los veranos está bien; aunque los inviernos son muy duros, en especial cuando hay que caminar sobre la nieve y el hielo antes del amanecer -dice ella-. Pero desde que aprendí a pedirle a Dios y a sus ángeles que velen por mí, en realidad siento que unas manos invisibles me sostienen, en especial en los lugares muy resbaladizos. Una noche, poco después del año nuevo, sin embargo, Jackie supo aún en una forma más definitiva lo bien que Dios cuidaba de ella. Como el calor no llegaba a su dormitorio, dormía en un sofá en la sala de estar durante el invierno. El sofá estaba enfrente de la puerta de entrada y había una ventana en la habitación, las dos daban a un pequeño porche. Cualquiera podía ver desde el porche hacia el interior de la habitación, ya que las cortinas cubrían sólo los costados de la ventana. Jackie estaba casi dormida aquella noche cuando se sobresaltó con un fuerte golpe en la puerta. Como vivía sola y todas las luces estaban apagadas, decidió no contestar. Quienquiera que fuese, con seguridad se iría. Sin embargo, los golpes continuaban, y ahora Jackie oyó que dos hombres hablaban en voz baja. Lo hacían al otro lado de la puerta, a pocos pasos de ella. De repente, uno de ellos encendió una linterna en la ventana de la puerta y el rayo casi no la alcanzó ya que estaba acostada. El corazón de Jackie comenzó a latir acelerado. Estos hombres era obvio que no venían para nada bueno. Nuevamente volvieron a murmurarse algo entre ellos, pero ella no pudo comprender lo que decían. Después oyó pasos, que se movían sigilosos hacia la ventana y nuevamente la linterna. El rayo atravesó lentamente el piso hasta donde podía llegar. Sólo un vidrio la separaba de los intrusos. "Dios mío, Dios mío..." Paralizada por el miedo, Jackie no podía encontrar las palabras para orar. El rayo de luz, que se había movido lentamente hacia el sillón, de pronto se detuvo. Abruptamente, se apagó y Jackie oyó que uno de los hombres le hablaba exaltado al otro. La luz volvió a encenderse, como si el segundo hombre fuera el que sostenía ahora la linterna. Una vez más enfocó

sobre el sillón, después rápidamente se apagó. -¡Vámonos de aquí! -oyó exclamar Jackie a uno de ellos, que ya no hacía nada por mantenerse silencioso. Dos pares de pies golpearon contra la escalinata del porche. En unos segundos, se hizo el silencio. Pero Jackie tardó varias horas en quedarse dormida. Días más tarde, mientras Jackie leía su periódico semanal, se enteró de lo que había sucedido en aquella noche de terror. Había dos hombres presos, con los cargos de haber robado varias casas en la zona donde vivía ella. Los mafiosos se hacían pasar por viajeros con problemas, que necesitaban un teléfono. Cuando la gente amablemente les abría la puerta, estos los reducían y le robaban los objetos de valor y los regalos que encontraban debajo de los árboles de Navidad. Obviamente tenían planes similares para la casa de Jackie. Salvo por una cosa, una pregunta que la intrigó desde entonces. ¿Qué o a quién vieron estos hombres sentado en el sillón?

Milagro en Wrigley Held Cuanto más avancemos en los caminos de Dios, más serán los ángeles con los que nos encontraremos. DR. H.C. MOOLENBURGH, "LIBRO DE LOS ANGELES" Mientras Kenneth y Anita Steinke criaban a sus seis hijos, resultó obvio que Anita era la "espiritual" de la familia. -Jamás había sido otra cosa que un cristiano que va a misa los domingos, con una simple relación superficial con Dios -dice Kenneth, y no veía razón alguna para cambiar. Pero Anita rezaba con frecuencia para que Dios se revelara más profundamente en su marido. Una tarde, Kenneth y Anita llevaron a la familia al campo Wrigley para ver un partido de béisbol de los Chicago Cubs contra los Cincinnati Reds. Los Steinke a menudo acudían a los partidos y se consideraban fieles de los pobretones de las graderías, aquella parte del público que se sentaba en la tribuna que miraba afuera del campo. Las entradas de graderías eran baratas y las familias generalmente acampaban para comer allí. Además siempre estaba la posibilidad de que un "pobretón" tomara una bola de jamón. Hoy los Steinke estaban sentados en las graderías del campo derecho, con Janet, la menor, de cuatro años, sentada delante de Kenneth. -Janet era frágil y pequeña, pero le gustaba el béisbol -dice Kenneth. Todos estaban relajados y de buen humor. De repente, en su mente, Kenneth oyó las palabras: "Janet va a ser golpeada en la sien por una bola. Si no tomas precauciones, saldrá seriamente lastimada o morirá." Kenneth se quedó absolutamente quieto, asombrado. El mensaje fue tan firme, tan urgente que jamás pensó en dudar de la veracidad que había en él. -Suena extraño, pero me convenció de que algo sucedería -dice. ¿Cómo podría estar preparado? Podía sacar a Janet de allí. Sin embargo, la voz no le había dicho cuándo vendría la bola. ¿Tenía sentido confinarse él y su hija en el coche o ir a caminar durante varias horas? Además los otros niños se sentirían desconsolados, si él insistía ahora en regresar a casa, en especial por una prueba tan trivial. De cualquier modo para Kenneth, aquella orden era cualquier cosa menos frívola. ¿Qué sucedía si él "ensayaba" para evitar una bola lanzada fuera del camino? Lentamente, sin que fuera visto, Kenneth deslizó su antebrazo delante de la cabeza de Janet. Sí, su brazo era lo suficientemente grande como para protegerla. Aunque ¿podría reaccionar lo suficientemente rápido? Durante los minutos que siguieron, Kenneth ejercitó, colocando rápidamente su brazo delante de Janet, después lo retiraba, luego volvía a colocarlo...

Unos fanáticos que estaban cerca notaron sus movimientos. Varios lo miraron con ojos extrañados, tal vez preguntándose si él había desarrollado alguna especie de tic nervioso. Janet también estaba perpleja. -¿Qué haces, papi? -le preguntó una vez-. ¡No puedo ver! El bateo de Pete Rose fue casi antisupremo cuando se produjo con unos minutos de retraso. La bola larga salió lanzada como una flecha, recorriendo todo el largo del campo Wrigley, tomando velocidad cuando pasó por encima de la pared, directo hacia la cabeza de Janet. Y en esa fracción de segundo, Kenneth supo qué debía hacer. Colocando el brazo izquierdo delante de la frente de su hija, como lo había practicado, usó su mano derecha para protegerse el rostro. La bola golpeó el brazo con una fuerza increíble, rebotó hacia afuera y fue a rebotar de nuevo en Anita, después desapareció entre un grupo de gente. Kenneth se miró el brazo izquierdo. Ya comenzaba a inflamarse. No obstante, Janet estaba a salvo, con el pequeño rostro aún intacto y perfecto. Se quedó despierto hasta bien entrada la noche. Su brazo le latía, aunque no era el dolor lo que lo mantenía despierto. ¿Qué había sucedido hoy? ¿Había recibido en verdad un mensaje del ángel guardián de Janet o del de él? ¿O había simplemente sido intuición de padre? Después Kenneth recordó otro episodio que había sucedido hacía unos años. En una pesadilla, había visto a su hijo Kenny que apenas comenzaba a caminar, deslizándose por una franja de un camino embarrado mientras que él, Kenneth, tenía al niño de una mano y se sostenía de un árbol con la otra. "Kenny se ahogará a menos que lo salves", dijo una voz en el sueño. Kenneth se había despertado alarmado, pero más tarde hizo a un lado sus miedos. Al día siguiente de aquel sueño, sin embargo, había llevado a cinco de sus hijos mayores a pasear en coche. -Íbamos un poco sin rumbo, hasta que llegamos a una zona natural, donde yo solía jugar de niño -recuerda-. Caminamos por un largo sendero y cuando doblamos en una curva, apareció un río con una represa más adelante. -¡Papi, mira! -Kenny corrió hacia el agua y Kenneth fue detrás de él. Los ríos no eran lugares seguros para pequeños traviesos. Kenny comenzó a deslizarse por la pendiente barrosa, justo hacia el vértice del remolino de la represa. -¡Cuidado! -gritó Kenneth, inclinándose hacia adelante para tomar al niño. -Lo tenía de una mano mientras buscaba un árbol de donde asirme, cuando de pronto me di cuenta de que toda aquella escena era igual a la de mi sueño -dice Kenneth-. Ya había estado allí cuando fue necesario, para evitar que Kenny se cayera y fuera arrastrado por el agua. -Dios debe estar llamándolo para que esté más cerca de El. ¿Qué más pruebas necesitaba Kenneth? Hoy la relación de Kenneth con Dios es una prioridad. Y él está

contento de haber tenido ángeles en su vida, tanto en el cielo como en la tierra, que no perdieron la fe en él.

El socorrista que desaparece Durante la noche, durante el día, los ángeles que me cuidan, mi Señor... "TODA LA NOCHE, TODO EL DÍA, ", CANCION TRADICIONAL Como muchos padres, Carla Rizzuto a menudo les pide a los ángeles de la guarda de sus hijos que les brinden una protección general. Pero dos veces, ella recibió respuestas muy específicas. Cuando Paul tenía alrededor de cuatro años, el especialista en cardiología pediátrica descubrió un agujero en su corazón. -En raras ocasiones este agujero se cierra solo -le dijo a Carla el doctor-. Pero algo así llevaría años y Paul necesita de una rápida cirugía. -Los dos colegas del médico miraron los estudios y coincidieron en el diagnóstico. Carla se fue a su casa a rezar. Le pidió a Dios que pusiera al ángel de Paul a cargo de la situación y que mantuviera la salud del niño. Cinco meses después, cuando se repitieron los estudios de Paul para prepararlo para la operación, el médico se sintió asombrado de ver que el corazón estaba perfecto. -Simplemente no tenemos respuesta -le dijo a Carla. Carla le sonrió. -Yo sí la tengo --dijo ella. Tres años más tarde, los Rizzuto visitaron el parque de agua de Disney World en la Florida. Estaban disfrutando muchísimo aquel momento. Toda una tarde estuvieron trepando hasta la cima de los toboganes de agua y se arrojaban desde allí al Iago en sus balsas de agua. Carla y su marido, Andy, siempre lo hacían delante de Paul. -El lago era profundo al final del tobogán y como Paul no sabía nadar, deseábamos ir antes que él por si este se caía de la balsa -explica Carla. En un momento, Carla se lanzó con Paul detrás de ella. Pero cuando estaban tomando velocidad en el carril más ancho, se sorprendió cuando vio que su hijo pasaba por su lado, dando vueltas fuera de control. Su balsa había entrado en una garganta y así tomaba cada vez más velocidad. Paul se veía pequeñito y aterrorizado. -Paul, ¡sujétate de las agarraderas! -le gritó CarIa tratando de alcanzarlo. Pero su balsa también estaba dando vueltas y por unos segundos lo perdió de vista. Cuando salió despedida hacia el lago, su corazón casi se detiene. La balsa vacía de Paul quedó flotando en las cercanías. No había ni una señal de su hijo.

-¡Paul! -gritó llorando Carla. Rápidamente se zambulló. El agua casi ni alcanzaba a cubrirle la cabeza, no era muy profunda, aunque estaba turbia. No podía ver a Paul. Salió a la superficie por un momento, frenéticamente buscando a su alrededor. ¿Dónde estaba? Fue entonces cuando sintió que algo la golpeaba en la pierna. Nuevamente se sumergió. ¡Paul! Lo tomó firme, pero cuando trató de sacarlo a la superficie, él comenzó a luchar. -Estaba aterrorizado y me empujaba hacia abajo -dice Carla-. Yo no sabía si alguien nos había visto y estaba tan asustada como él. No dejaría que se escapara por nada del mundo. Sin embargo, los pulmones de Carla ya no tenían aire. No podía permanecer más debajo del agua y mantenerlo a él por más tiempo. De repente sintió que un par de manos fuertes la tomaban por la cintura, desde abajo del agua y la empujaban hacia la superficie. Aun sosteniendo a Paul, ella salió ¡sana y salva! ¿Quién la había tomado? Miró el rostro apacible y sereno de un hombre que caminaba por el agua. Era joven, de cabellos ondulados de color marrón. Probablemente un socorrista. -¡Oh, gracias! -Cuando Carla se volvió hacia Paul, vio que el socorrista estaba sobre el muelle y que le acababa de arrojar un salvavidas a su hijo. Confundida, volvió a mirar hacia atrás. El rescatador no estaba allí. "¿Adónde se fue?" Confundida, Carla estudió la playa, y nadie volvía nadando hacia allí. No había ningún hombre cerca del muelle, donde el socorrista estaba parado mirando. Nadie en absoluto que se pareciera a su rescatador. -¿Quién, mami? -Paul rápidamente estaba reviviendo. Ahora Andy había bajado del tobogán y se acercaba flotando en su balsa. -El hombre, cariño. El que nos sacó del agua ahora. Paul frunció el entrecejo. -Yo no vi a ningún hombre -dijo. Paul y Andy fueron al muelle. Carla lentamente nadó hacia la playa y cuando llegó allí se sentó por un momento. Sus emociones eran un torbellino. Cuanto más pensaba en la pérdida que había estado a punto de sufrir, más asustada se sentía. Sin embargo, debajo de su ansiedad había una sensación de tranquilidad, casi de mareo, una sensación que ella deseaba saborear y disfrutar. Miró fijo el agua. ¿Quién había sido ese hombre? ¿Por qué no se había quedado cerca, para que ella le pudiera agradecer como correspondía? Además había algo extraño en el incidente, algo que Carla no podía identificar bien. ¡Por supuesto! Se sentó bien erguida. El hombre se había sumergido, ya que Carla había sentido que la empujaba desde abajo. A pesar de ello cuando le miró el rostro, su cabello marrón estaba completamente seco. -Dios siempre nos cuida -dice Carla-, y el mejor regalo que El me ha dado es mi fe en El, la fe de seguir pidiendo y de seguir mirando cada día las bendiciones que nos envía.

La ruta del milagro He aquí que yo voy a enviar un ángel delante de ti, para que te guarde en el camino... EXODO 23:20 Corría el mes de julio de 1983 y el camionero Michael Harrington comenzaba con su nuevo trabajo, un despacho desde la ciudad de Dakota, Nebraska, con una carga de carne con destino a Birmingham, Alabama. En el camino, el camión de Michael tuvo desperfectos eléctricos, de modo que cuando llegó a la terminal de Memphis, Arkansas, entró para cambiar de remolque. -Me sentí algo desconfiado al instituir el remolque -dice Michael-. Antes, ese mismo año, cuando trabajaba para otra empresa, había hecho lo mismo y la manija cedió. -Al perder el equilibrio, Michael se había caído y dislocado la rodilla derecha, lo que en definitiva lo obligó a someterse a una operación. Michael bajó esta carga con gran precaución. Cuando se enderezó y giró la manivela otra vuelta, ¡volvió a suceder! El gato cedió y Michael se cayó. Un dolor penetrante sintió que lo traspasaba. Con horror, se dio cuenta de que se había dislocado la rodilla izquierda, que debería ser colocada en su lugar. Pero ¿cómo? Estaba en una zona que no era conocida, ¿cómo podría él encontrar a un médico allí? ¿O debería intentar hacerlo él solo? Consciente del largo viaje que aún tenía por delante, Michael apretó los dientes, lentamente colocó su rodilla izquierda entre los neumáticos dobles, giró hacia la derecha y tiró tanto como le fue posible. Con un chasquido de huesos muy fuerte, la rótula volvió a su lugar; aunque de inmediato la pierna comenzó a hincharse. El dolor era agonizante. Tomándose del costado del camión, Michael se ayudó a ponerse de pie y renqueando llegó a una silla. La empresa deberá ponerme en un avión para llevarme a casa, pensó. No hay forma de que ahora termine con este viaje. El dueño tenía otra idea. -Tú eres el único conductor que tenemos, Michael, y la carne que transportas vale más de doscientos cincuenta mil dólares -le dijo. Haré todo lo que pueda para enviarte a tu casa desde Birmingham, pero debes seguir ahora. En circunstancias normales, se necesita de buenos brazos, buenas piernas y ojos, además de mucha fuerza muscular para conducir un enorme camión. Cuando Michael casi arrastrándose subió a la cabina, en su interior gritaba de dolor. ¿Cómo iba a hacer los cambios? Sabía cómo hacer el

cambio ascendente y el descendente sin necesidad de embrague. -Sin embargo, se necesita del embrague para poner la primera y salir. Yo no sabía cómo hacerlo -dice él. Su pierna parecía estar incendiándose. Ya sentado en el camión, Michael se sintió indefenso. Bajó la cabeza. Dios, oró en silencio, no tengo la fuerza para terminar este trabajo. Por favor envía un ángel para que me guíe. Lentamente, Michael condujo los kilómetros que lo separaban de Birmingham, deteniéndose en el camino para dormir. Exhausto, llegó a la terminal, y después de descargar el camión, llamó por teléfono al médico de la empresa y a su jefe de Arkansas, para arreglar cómo regresar a su casa. -Ahora tenía la pierna tan hinchada que no podía sacarla de la pernera, que empezaba a cortarme la circulación -dice Michael-. Sabía que estaba en graves dificultades. No había solución práctica; aunque el médico de la empresa no deseaba que Michael condujera el camión, el empresario estaba en una situación comprometida. -No podemos mandar el camión vacío -le dijo a Michael-. Lo mejor que podemos hacer es enviarte a Ringgold, Georgia. Puedes intercambiar las cargas con otro camión que esté allí y seguir para Fort Smith, en Arkansas. Desde allí, puedes regresar a tu casa. -Michael no tuvo más remedio que aceptar. De alguna forma llegó a Ringgold e intercambió las cargas. Su pierna ahora era tres veces el tamaño normal. Y cuando Michael salió a la carretera interestatal con rumbo a Nashville, alrededor de las diez de la noche, estaba desesperado. ¿Cómo podía llevar una carga de cuarenta toneladas en estas condiciones? -Recuerdo haber pensado en nuestros soldados en el norte de Vietnam -dice Michael-. ¿Qué los hacía seguir? ¿Qué mantenía su espíritu de cuerpo cuando estaban sufriendo y sabían que pasaría mucho tiempo para volver a casa? -Michael se sentía como prisionero en su camión. Sólo la voluntad y la ayuda de Dios lo sostendrían. Cerca de la medianoche, cuando llegaba a Monteagle, Tennessee, comenzó a deteriorarse. -Este es uno de los lugares más bonitos de todo el país -dice-. Dicen que Dios tardó seis días en crear el mundo. Yo supongo que, cuando El descansó, lo hizo en Monteagle. Habitualmente Michael adoraba avanzar por las colinas de Monteagle, conduciendo a cien kilómetros por hora. Esta vez se mantuvo en el carril lento y se mantuvo a sesenta kilómetros por hora, sintiendo que su cabeza se mareaba con cada giro de las ruedas. Mareado, con náuseas y transpirando, sentía como si su corazón se le fuera a salir del pecho. -Dios -volvió a gritar, con la pierna que le ardía-, ¡por favor, ayúdame! ¡Que pueda llegar a salvo! Aquello parecía una súplica imposible. Lo más seguro era que se desmayara y que perdiera el control del vehículo. Cuando llegó a la cima

misma del Monteagle, Michael de pronto se sintió invadido de una sensación de paz. Era la dicha, una tranquilidad que lo embargaba hasta lo más íntimo, la seguridad de que todo saldría bien y de que ya no estaba al mando de su camión. Eso fue lo último que recordó. Para cuando Michael volvió a tener conciencia de lo que lo rodeaba, estaba conduciendo por el límite este de Memphis, a casi quinientos kilómetros de Monteagle. Tenía las manos aún sobre el volante y todo parecía normal. Salvo que... Michael miró su reloj. Habían pasado seis horas. Asombrado, se detuvo a un lado de la autopista. iSeis horas! Había cruzado la mitad de Tennessee con un remolque lleno de carga y ¡no recordaba nada! Tomando la radio, le preguntó a otros de los camioneros que eran sus compañeros si no había habido ningún accidente entre Monteagle y Memphis. Nada había sucedido. -Y estuve detrás tuyo -le dijo por la radio uno de los camioneros-. ¿Cuál es el problema? -No me he sentido bien en estas últimas horas -trató de explicar Michael-. ¿Viste algo mal en mi forma de conducir? -Nada-contestó el otro conductor-. Cambiabas de carril muy bien. ¡Cambiar de carril! ¡Conducir una carga de cuarenta toneladas! y de alguna manera había incluso elegido las carreteras correctas, para no entrar en el atasco de Nashville. O... ¿había en realidad elegido él algo? Michael recordó su agonía, su súplica desolada en busca de ayuda. -Dios -dijo en un susurro lleno de asombro-, ¿enviaste un ángel para que condujese el camión? -Las lágrimas le rodaban por las mejillas, cuando los primeros rayos del sol se asomaron en el horizonte, calentándolo hasta sus mismos huesos.

Posdata: Michael llegó a salvo a su casa, se operó de la rodilla y se preparó para su boda en el mes de octubre. Cuando llegó el día, sin embargo, aún usaba muletas. Decidido a estar en la ceremonia sin ellas, sintió confianza, salvo por los tres escalones que llevaban al altar de la pequeña capilla presbiteriana. ¿Podría subirlas él solo? -Estaba muy tembloroso aquella mañana, pero me paré allí delante, mientras Brenda, mi novia, avanzaba por la nave central -dice-. Junto a mí estaba mi primo que era mi padrino, en caso de que me cayera. El momento culminante llegó. Michael se volvió, tomó el brazo de Brenda para apoyarse y con cuidado comenzó a bajar los escalones. En ese momento, sintió que otro brazo lo tomaba y lo ayudaba a bajar. -Me volví para decirle a mi primo que estaba bien, que podía hacerlo solo -dice Michael. El sonriente padrino estaba parado a varios centímetros detrás de Michael. Y no había nadie lo suficientemente cerca que lo tocara. Es decir, nadie que se pudiera ver. Hoy, Michael, aún en ocasiones siente la presencia de Dios. Pero aun en los días de depresión, él camina con fe, sabiendo que los ángeles

siempre están cerca.

Llamados a la zona de peligro Oh, Angel de la Guarda, cúbreme con tus alas; Oh, amigo, ilumina mi camino. Dirige mis pasos y sé mí protección, para hoy. SANTA TERESA DE LISIEUX La enfermera Edie Murphy trabajaba en el hospital psiquiátrico estatal de Massachusetts. Ese tipo de trabajo resulta siempre un desafío y una de las partes más difíciles, dice Edie, es la admisión de nuevos pacientes que llegan al hospital en ambulancia. -Nunca se está seguro del estado en que se encuentran, si son violentos, por ejemplo -dice ella. Las ambulancias, en ese hospital, descargan a los pacientes en una zona del sótano, de alguna manera un lugar solitario y separado de la actividad normal del hospital. Por esa razón, un procedimiento adecuado necesita de dos personas que estén esperando la ambulancia, una enfermera de admisión acompañada por un técnico en salud mental que sea hombre. Una noche, Edie estaba ayudando en una sala que no era la suya, cuando se enteró de que había un paciente que venía de camino. Como todos los demás estaban ocupados, Edie se ofreció voluntariamente para recibirlo. -Estaba intranquila, ya que rara vez hacía admisiones y el técnica que me acompañaba era nuevo y muy indeciso -dice ella. Sin embargo, cuando los dos llegaron al pasillo del sótano, Edie vio a Dan* que los esperaba. Aquello fue un alivio, ya que Dan era un técnico fuerte y digno de confianza, con el que a menudo había trabajado, aunque nunca en admisiones. ¡Qué agradable coincidencia que él se encontrara allí en el momento justo! Antes de que le pudiera preguntar por qué estaba de guardia aquella noche, llegó la ambulancia, depositó al paciente y se fue. -Hola, me llamo Edie Murphy. -Edie le sonrió al joven que más tarde se enteraría que era un psicótico-. Te prepararé la admisión. -Ella observó que su expresión comenzaba a cambiar. Este podía llegar a ser el punto peligroso, cuando el paciente se daba cuenta de que iba a ser internado. Sin advertirlo, el joven se lanzó sobre Edie, tomándola del cuello. El otro técnico casi no reaccionó, pero Dan, por un instante alerta, tomó al paciente con una red y lo sometió mientras Edie pedía ayuda adicional. El corazón de Edie aún estaba latiendo acelerado una hora después, cuando con Dan tuvieron la oportunidad de hablar del llamado que supuestamente había hecho ella.

-Me sentí tan contenta de que estuvieras allí -le dijo Edie-. De otra forma, podría haber salido bastante lastimada. --Fue una suerte que me llamaras -asintió Dan-. ¿Cómo sabías que estaría haciendo horas extraordinarias y que me encontraba a cinco pabellones de distancia? Edie frunció el entrecejo. -¿Qué quieres decir, Dan? Yo no te llamé. -Pero... -Dan la miró fijo, con ojos interrogantes-. Una mujer me llamó de la sala de enfermeras. Me dijo: "Envía a Dan a admisiones. Edie necesita ayuda." Una mujer..., ¿pero quién? Las enfermeras que estaban ocupadas en el piso de Edie no habían llamado. Allí ya la habían enviado con un acompañante y no tenían conocimiento de que Dan estaba de guardia, en un pabellón del otro lado del hospital. La enfermera de la sala de Dan no conocía a Edie ni sabía nada sobre una nueva admisión. Cuando el teléfono sonó, esa enfermera se encontraba como lo hacía habitualmente en la sala de enfermeras, preparando la medicación. ¿Quién mandó llamar a Dan a la zona de peligro antes de que Edie hubiera llegado? Nadie tuvo jamás la respuesta. -El Salmo Noventa y Uno sobre la protección evangélica siempre ha sido uno de mis favoritos -dice Edie-. "No ha de alcanzarte el mal, ni la plaga se acercará a tu tienda, que El dará orden sobre ti a sus ángeles de guardarte en todos tus caminos."

El mensajero de Navidad Los ángeles tal vez no siempre vienen cuando se los llama, pero vienen cuando se los necesita. KAREN GOLDMAN, EL LIBRO DE LOS ANGELES A principios de los años setenta, una congregación de Rockford, Illinois, compró un terreno para construir una iglesia y una estación de radio cristiana. Levantaron una pequeña casa que serviría para la instalación temporal de la radio, si esta alguna vez llegaba a concretarse. Para comenzar con la estación de radio se necesitaba de la persona correcta. Esto lo sabía el pastor Don Lyons, alguien que compartiera los conceptos espirituales de la comunidad, pero que tuviera antecedentes profesionales en los medios de comunicación. Mientras rezaba por ello, de vez en cuando, el pastor solía ver el nombre Tietsort como si lo tuviera escrito en su mente. Era un nombre tan fuera de lo común -jamás lo había oído- que se sentía como obligado a rechazarlo por ser producto de su imaginación. Un día, sin embargo, las iglesias de Rockford organizaron una reunión pastoral, invitando a los clérigos de todo el estado. El pastor Lyons estaba saludando a los invitados, cuando un hombre joven se adelantó para presentarse solo. Cuando el pastor vio su tarjeta de identificación, se quedó boquiabierto. El nombre del joven era Ron Tietsort. No sólo Ron era pastor, sino que también había sido ministro en la radio y televisión de la ciudad de Sioux, de Iowa. Pronto Ron aceptó el puesto de gerente de la estación y se mudó con su esposa, Millie, y su familia a Rockford. La estación WQFL comenzó a transmitir, aunque el mantenerla al aire resultaba ser un gran esfuerzo financiero; Ron tenía dificultades para pagar las facturas mensuales. Debido a que la estación era una empresa espiritual, sólo tenía unos pocos comerciales, por lo menos al principio. -Deseábamos esperar todo del Señor -explica Ron-. Creíamos que si El bendecía este proyecto, El proveería a la mayoría de nuestras necesidades a través de donativos. Mientras Ron cumplía con los deberes de gerente y contrató a un reducido personal, Millie cumplía la función de recepcionista de tiempo parcial, llevaba los libros de la contabilidad y era una ocasional programadora. -Hacíamos de todo -dice ella-, pero era un trabajo de amor. Sin embargo, cuando se acercaba el invierno de 1975, Ron y Millie debieron enfrentarse con la realidad. A pesar de su dedicación, de las largas horas de trabajo y de las oraciones, WQFL era un problema financiero. La base de oyentes estaba definitivamente aumentando. Las personas que donaban fondos eran frecuentes y rentables, pero los beneficios no

alcanzaban para cubrir los gastos. Mes a mes habían ido cayendo cada vez un poco más, y una tarde, cuando Millie estaba con los libros de la contabilidad, llegó a una triste conclusión. A fin de ponerse al día y seguir adelante, WQFL necesitaba ahora más de tres mil dólares. Esto podría haber sido lo mismo que tres millones. Millie se quedó sentada en su silla de recepcionista, que estaba junto a la ventana del frente de la casita de la radio, miró los campos silenciosos cubiertos de nieve nueva y tuvo deseos de llorar. Se acercaba la Navidad, aunque para ella y para Ron parecía más un final antes que un esperanzado comienzo. Todo el difícil trabajo, los sueños compartidos con la congregación que fundara este proyecto, todo parecía estar hundiéndose en una masa de deudas. Dios, oró MiIlie, en verdad nosotros creímos que Tú deseabas que esta estación tuviera éxito. ¿Te malinterpretamos, Señor? Por favor, dinos lo que debemos hacer ahora. La habitación permaneció en silencio, un silencio que parecía magnificado por la austera blancura del exterior. No había venido nadie en todo el día. Cómo deseaba ella ahora una compañía, un vecino amable que la consolara, incluso algún mensajero que trajera un toque de Navidad a esa pequeña habitación. Como si fuera una respuesta a su súplica no expresada en palabras, la puerta del frente se abrió y un hombre de mediana edad entró, llevando un sobre cerrado. Millie se sintió sorprendida. No había oído ningún automóvil que se acercara por el sendero, ni pasos en el porche, como ocurría por lo general. Aunque tal vez la nieve recién caída había atenuado los ruidos. Le sonrió al hombre. A pesar de que ahora conocía a mucha gente del pueblo, jamás había visto a esta persona. El hombre le entregó el sobre. -Entréguele esto a Ron -le dijo-. Que lo use para la estación. -Es muy amable de su parte -dijo ella-. ¿Quisiera hablar con Ron? Puedo llamarlo. -No será necesario -contestó el hombre. No era común que la gente llegara así con una donación. De alguna forma, la estación pertenecía a todos los del lugar. Por lo común, los benefactores se quedaban un rato para conversar. Este hombre de modales bruscos ya se estaba retirando, aunque necesitara un recibo para descargar impuestos. -Un minuto, por favor, yo... -comenzó a decir Millie, pero el extraño cerró la puerta y se fue. Extraño, volvió a pensar Millie. Fue hasta el escritorio de Ron y dejó el sobre delante de él. Distraído, Ron lo abrió y después se quedó sin aliento. -¡Millie, mira! Adentro del sobre había dinero en efectivo. Más de tres mil dólares. Ron dio un salto de la silla y corrió a la parte delantera de la casa. ¿Quién les dejaría todo este dinero y sin un recibo? Debió de haber sido un error, ¡un cambio de sobres! El extraño se sentiría desolado cuando

descubriera el error. Ron abrió la puerta del frente, para llamar al hombre. Sin embargo, no había ningún automóvil estacionado delante de la casa; en realidad, no había ni huellas marcadas en la entrada de coches, ni tampoco sobre la carretera. La mirada asombrada de Ron cayó sobre la nieve que cubría el porche, el sendero que se alejaba y desembocaba en el camino de la entrada. Aún no lo había limpiado con la pala, pero no había ninguna huella que marcara aquella carpeta blanca. Hasta donde Ron podía ver, se extendía lisa e inmaculada. Hoy WQFL y su hermana WGSL son de propiedad de la Primera Asamblea de la Iglesia de Dios de Rockford. Millie y Ron vieron convertidos en realidad sus sueños. Ninguno de los dos volvió a ver al extraño. A veces, en especial durante la Navidad, los dos oyen el batir de sus alas. Y entonces, recuerdan.

LIBRO TERCERO

Los milagros del más allá

Cuando vienen los seres queridos Solía pensar que mi difunto esposo era mi "ángel", y que siempre estaría conmigo para protegerme. Ahora, yo sé que mi esposo mi ángel de la guarda trabajan en equipo. IRIS CALOGERO, LECTORA DE SUDELL, LUISIANA En el funeral de su marido, Mary, por impulso, tomó un clavel rosado de un arreglo floral y lo colocó sobre el ataúd. Semanas más tarde, mientras caminaba con pesar por una calle cubierta de nieve, una ola de dolor se apoderó de ella. -Oh, Tom -murmuró--, ¡si tan sólo pudiera saber que te encuentras en los brazos de Dios! De repente, Mary se detuvo. Allí, sobre la vereda escarchada, delante de ella, había un clavel rosado.

Jim, siguiendo el sueño de toda su vida, había comenzado a producir un periódico mensual. Mientras imprimía la primera tirada, pensó en su padre, que había muerto hacía ya varios años. Sintió deseos de poder conversar con su padre sobre los planes futuros. Entonces, por el rabillo del ojo, Jim sintió una presencia. Un hombre vestido con una camisa leñadora de tela escocesa, del tipo de las que le gustaban a su padre, parecía estar parado junto a él. En lugar de sentir miedo, Jim se sentía sereno. Cuando se volvió hacia la figura, esta desapareció. Durante los meses siguientes, el hombre de la camisa escocesa apareció muy de vez en cuando, siempre fuera de la visión de Jim, en las noches en que este imprimía el periódico. Una noche, después de haber aumentado la circulación y cuando Jim se sentía más confiado, comenzó con la impresión. Se dio cuenta de que estaba solo. Jim comprendió. Su deseo había sido que su padre estuviera a su lado al comienzo de la aventura y Dios había contestado a su plegaria.

Mientras regresaba a su casa en medio de una nevisca, Harry* se sorprendió al ver sobre el parabrisas el rostro de su abuela, que había muerto hacía muchos años. El rostro parecía tener vida, tal cual él la recordaba. En yiddish, el idioma que ambos tenían en común, ella le dijo,

-Ve adonde te envío. Harry tuvo miedo de estar perdiendo la razón. Sin embargo, obediente, apretó el acelerador y condujo a ciegas, incapaz de ver más que unos pocos metros adelante. La visión sobre el parabrisas se desvaneció. El automóvil parecía girar en las esquinas y conducirse solo, pero al final se detuvo, delante de la casa donde la madre y hermana de Harry vivían. Incrédulo, tocó el timbre. Cuando su madre abrió la puerta, rompió a llorar. -¡Gracias a Dios que viniste! -le dijo entre sollozos-. Tu hermana está inconsciente y el teléfono no funciona por la tormenta. Harry llevó a su hermana al hospital, donde los médicos diagnosticaron que tenía diabetes y había caído en coma. Su vida se salvó porque el amor de una abuela había de alguna forma conectado la distancia y el tiempo. ¿Son estas experiencias de ángeles? Mucha gente escribió que un ser querido le parecía tan cercano después de la muerte que "se ha transformado en mi ángel de la guarda". ¿Se transforman las personas en ángeles después de la muerte? No existe nada en las escrituras ni en la tradición que apoye la idea de que los seres humanos se transformen en ángeles, a pesar del argumento de una popular película y novela. Jesús se refirió a aquellos que han entrado en el reino de los cielos "como ángeles" (Lucas 20:36), no siendo ángeles en realidad, sino hijos de la resurrección. Tampoco es que los ángeles alguna vez hayan sido humanos, aunque en ocasiones tomen su aspecto. En cambio, los ángeles y los seres humanos son creaciones paralelas; cada uno es único, con sus propias características. Aunque los dos por cierto interactúan, no se transforman uno en el otro. ¿Significa esto que las visiones o los contactos con los seres queridos que han muerto no son más que ilusiones o pensamientos de deseo? Para nada. En la tradición católica, esas cosas suceden todo el tiempo, a través de los que oficialmente se reconocen como santos. Para los católicos, un santo es similar a lo que sería una tía o tío afectuoso, un miembro mayor y el más sabio de la familia que puede aconsejar e interceder en ciertos asuntos. Algunos santos se conocen por causas específicas y la lista es siempre creciente, debido al proceso de canonización. Sin embargo, los católicos y la mayoría de los otros cristianos creen que todos los que están en el cielo están santificados. De esta forma, si los seres queridos oraron por nosotros cuando estuvieron en la tierra, ¿no resulta lógico que continúen su vigilancia e intercesión desde el paraíso? ¿Y no sentimos en ocasiones su presencia? Es probable que dichas conexiones ocurran más a menudo que lo que nos damos cuenta. En 1973, el Centro Nacional de Investigaciones de Opinión dependiente de la Universidad de Chicago hizo la pregunta, "¿Alguna vez sintió que estaba en contacto con alguien que murió?" Un sorprendente 27% de los encuestados respondió en forma afirmativa. Cuando las viudas y viudos se agregan a la muestra, la proporción alcanza el 51 %. La encuesta

se repitió en 1984, con resultados aún mayores, que incluían el 38% de adolescentes que informaban sobre tales acontecimientos. "Aquellos que creen en la vida después de la muerte, que rezan con frecuencia y que consideran a Dios más un padre que ama a sus hijos que un juez" tienen mayor probabilidad de tener tales encuentros, dice el padre Andrew Greeley en un artículo basado en estos datos.

Además, mucho más de cinco millones de norteamericanos que declaran haber tenido experiencias cercanas a la muerte informan que ven a parientes y amigos difuntos, así como también aquel glorioso Ser de Luz. Después de todo, aunque creamos que el paraíso es un lugar que está "arriba", tal vez en realidad está tan cerca como el latido del corazón. "El reino de Dios ya está entre vosotros", dijo Jesús (Lucas 17 :21). ¿Por qué aquellos que ya entraron al reino de los cielos no están tan cerca de nosotros como Ello está? Debemos, sin embargo, recordar que existe un límite claro entre un contacto espontáneo e inesperado con alguien del cielo (tal como sucede en la Transfiguración) y los intentos que se hacen de "convocar espíritus" con sesiones espiritistas, tablas de Ouija, brujerías u otras prácticas de magia negra. "La Biblia advierte seriamente respecto de tener contactos con los muertos a través de un médium", dice H. C. Moolengurgh, médico holandés y autor de Encuentros con los ángeles. "Los milagros tienen un propósito divino", agrega el padre Robert DeGrandis, escritor y maestro. "La búsqueda del poder separado de Dios puede llevar a la persona a tener un conocimiento oculto que resulta peligroso." Dios conoce lo profundo de nuestros dolores y soledad, cuánto deseamos tener la tranquilidad de que nuestros seres queridos están a su cuidado. En tanto permanezcamos abiertos a Su voluntad y tiempos, El puede enviarnos consuelo justo cuando más lo necesitamos, de aquellos que viven del otro lado del velo, en la Luz Eterna.

El arco iris de Andy Piensa en él como si fuera el mismo, porque yo digo que no está muerto; simplemente está lejos. JAMES WHITCOMB RILEY "NO ESTÁ MUERTO" Cuando Andy Bremner, de once años de edad, regresó a su casa proveniente de un campamento para enfermos de cáncer, trajo para su madre, Linda, una pequeña visera para el sol. Era un arco iris de plástico, uno de los símbolos favoritos de ella. Sin embargo, Linda casi ni miró el regalo. Un hospital de Wisconsin acababa de informarle que Andy era candidato para un trasplante de médula ósea, y ella en realidad estaba entrando en un estado de pánico. No tenía idea alguna de cuánto tiempo se quedarían, pero cuanto antes ella pusiera a su hijo en el camino de la esperanza, mejor se sentiría. En Wisconsin, Linda alquiló un pequeño apartamento, aunque pasaba la mayor parte del tiempo en el hospital, primero alentando a Andy para tolerar su trasplante, luego sentada ansiosa al lado de su cama. Rezó por su cura, tal como lo había hecho en forma constante desde el comienzo de su enfermedad. Dios no le daba respuesta, ese Dios lejano y distante de su infancia. Y aunque el trasplante tuvo éxito, los cuatro años anteriores de quimioterapia y radiaciones habían hecho su cuota en Andy. En lugar de crecer fuerte, parecía debilitarse cada día más. Una mañana, desesperada por interesarlo en algo que lo distrajera de aquel dolor cada vez más fuerte, Linda buscó en el negocio de regalos del hospital y encontró un prisma, un adorno pequeño que refractaba luz. -Mira cómo hace el arco iris, Andy -dijo cuando se lo dio-. ¡Ahora puedes hacerme uno para mí! Muy débil, Andy estudió el prisma. -No tengo ganas, mami -dijo, dejándolo caer de sus dedos sin fuerza. -Seguro que sÍ, Andy -lo presionó Linda-. Vamos. Sostenlo frente al sol y me haces uno, ¿sÍ? Los ojos de Andy estaban entrecerrados. -Mami -murmuró-, algún día te haré un arco iris como jamás hayas visto. -¡Esto está muy bien, cariño! -Linda trató de hablar con entusiasmo, aunque Andy ya se había quedado dormido. Los días pasaban lentamente y Andy estaba cada vez más delgado. Le habían colocado un respirador, y hacia el final de la semana en el hospital, entró en coma y lo llevaron a terapia intensiva. Linda llamó por teléfono a los miembros de su familia y les pidió que vinieran a Wisconsin. El

momento se acercaba. Andy estuvo inconsciente por una semana, pero Linda se quedaba cerca de él constantemente, aún con la esperanza de un milagro. -Dios, cúralo -continuaba rezando-. Haré cualquier cosa... cualquier cosa que me pidas -no obstante Dios parecía estar en otra parte. Justo antes de que amaneciera el 31 de agosto, la respiración de Andy se hizo cada vez más espaciada. Uno de los médicos había llegado y ahora le hablaba con gentileza a Linda. -Si usted lo autoriza, podemos quitarle a Andy el respirador. ¡No! Linda sabía que había daño cerebral, que el niño que ella había conocido se había ido para siempre. Pero si Dios hacía un milagro ahora, si Elle salvaba la vida a su hijo, ella aceptaría a Andy en cualquier condición. ¡Dios, por favor! Dios no contestaba. Estaba oscuro en la habitación y por primera vez desde que Andy había entrado en coma, Linda abrió las cortinas para ver el gris que se extendía en el exterior. -Quiero ver el sol cuando salga -le dijo al médico y a la familia que se había reunido. Cuando las cortinas se abrieron, Linda vio sobre el cristal la misma clase de arco iris que tenía la visera que Andy le había traído del campamento. Oh, aquel había sido un día lleno de esperanzas, con el trasplante y la posible cura que esperaba ahí, no mucho más adelante. El sueño había concluido. Ahora, sentada al Iado de la cama donde había permanecido, por lo que parecía, una semana interminable, Linda tomó el frágil cuerpo del hijo entre sus brazos. -¡Lucha, Andy! --comenzó a susurrar-. Vamos, tú puedes hacerlo... Pero incluso cuando se formaban en sus labios aquellas palabras, ella sabía que ya no era el mensaje correcto. -Oh, Andy -con lágrimas en los ojos, lo acunó en brazos y le susurró en la penumbra de la habitación-. Ya has luchado lo suficiente. Ahora es tiempo de que te dejemos ir. Vete a casa ahora, cariño. Vete a casa. Durante un momento después de que se desconectaron los tubos, Andy continuó respirando. Una respiración, dos... y después el silencio. Linda sintió una sensación de derrota. El ahora es Tuyo, Dios, pensó. De repente, cuando el sol asomaba por detrás de una colina, su luz iluminó el pequeño adorno que estaba en la ventana, y un glorioso estallido de colores, el arco iris de plástico que se multiplicaba, haciéndose cuatro, ocho, treinta arco iris, llenando la habitación de brillo y de vida. Como una explosión de alegría, los arcos bailaban, rebotaban, saltaban por los tubos de plástico, giraban en remolino sobre la frazada como si fuera un caleidoscopio de rojos, azules y verdes, como si Dios hubiera enviado un millón de prismas para magnificar sus rayos. La muestra de color siguió y siguió, mientras todos miraban asombrados. Era... un arco iris como Linda jamás había visto en toda su vida. -En aquel momento -dice ahora-le dije adiós a Andy y hola a Dios, quizá por primera vez. El no era Alguien salido de un libro o Alguien sobre quien me contaron mis padres. Ahora El era mío. El se había llevado a Andy a

un lugar mejor y El estaría conmigo para siempre. Acababa de decírmelo. Varias semanas después, Linda estaba limpiando los cajones de Andy cuando encontró una pequeña agenda de direcciones con la lista de nombres de otros niños del campamento de enfermos de cáncer. Al recordar cuánto le había gustado a Andy recibir correspondencia cuando estuvo enfermo, Linda se quedó un momento con el libro en las manos. ¿Qué sucedería si ella le escribía una nota en tono amistoso a cada uno de los niños, como una especie de legado de Andy? Ella aún lo estaba pensando, cuando al día siguiente llegó el correo con una simpática tarjeta de colores de un amigo, con una frase que decía, Te doy la bienvenida para que compartas mi arco iris. Linda recordó el sendero multicolor de Andy. Tomó una hoja de papel y comenzó a escribir. Hoy, las Cartas de Amor llegan a más de mil niños con enfermedades crónicas, cada mes, con tarjetas, juguetes y amor, en especial amor, de Linda, los amigos que la ayudaron... y de Andy, cuyo arco iris fue el que comenzó todo5

De la oscuridad a la luz Se vive en la oscuridad de lo que se aprendió en la luz. HOPE MAcDONALD, CUANDO APARECEN LOS ANGELES El padre de Paula Trapalis sufrió un ataque al corazón en noviembre de 1991 y aunque fue un tiempo lleno de temores para la familia, se recuperó. En junio del año siguiente, sin embargo, se presentó con nuevos síntomas que no presagiaban nada bueno y debió ser internado en el hospital. La noche anterior a los estudios, Paula tuvo lo que ella describe como una "experiencia de ensueño". -Sé que no fue en realidad un sueño, pero de alguna forma vi una luz, que me dejó una impresión de tristeza por mi papá. -No hubo palabras ni una visión concreta. Paula sólo sintió que algo desafortunado iba a suceder. Los resultados de los estudios no fueron buenos. El padre de Paula tenía cáncer. Durante los meses que siguieron, mientras él se sometía al tratamiento, Paula no quiso pensar en aquella curiosa luz. Si había sido un mensaje, no era el que ella deseaba oír. Paula también tenía miedo porque se casaba un sábado, 22 de agosto de 1992. Su padre quería mucho a su novio, Tony, y había esperado con ansiedad aquella boda. -Papá, debes estar bien para la boda -le hacía bromas Paula a su padre en el hospital-, ya que si no eres mi padrino, ¡no me casaré! Su padre también le contestaba con bromas. Pero el lunes, 17 de agosto se murió. Paula sentía una gran angustia. No sólo lamentaba la pérdida de su padre, sino que este momento extraordinario de su vida hacía que todo, incluso, fuera peor. El miércoles por la noche, después del funeral, cayó en cama exhausta y atormentada. Era imposible que se casara con Tony el sábado. Debía postergar el casamiento. Paula había estado durmiendo sobresaltada durante varias horas, cuando de repente se despertó. Allí, de nuevo, estaba la luz que había aparecido hacía varios meses. -Era más brillante que el sol, provenía del cielo raso, y saturaba la habitación que estaba a oscuras -dice Paula. Pero en lugar de lamentarse, sintió un indescriptible júbilo. La luz la llenaba, la envolvía de calor y tranquilidad, consolaba su acongojado corazón mientras la observaba, le daba la bienvenida, era como asolearse en ella. -El perro estaba temblando y asustado, como hace cuando hay tormenta -dice Paula. Aunque la noche era clara. ¿Cuánto tiempo estuvo ella en contacto con la luz? Paula no tenía

idea de si fue un minuto o varias horas. Sin embargo, dormía en paz y al día siguiente le dijo a su madre lo que había sucedido. -Es extraño... -murmuró la madre de Paula. -¿Por qué mamá? -Porque, creo que te parecerá extraño, la otra noche yo sentí una mano sobre mi hombro mientras estaba en la cama -como Paula, su madre se sentía llena de dicha. Paula estaba feliz el día de su boda. Feliz y asombrada. ¿Cómo podía ella sentirse así, se preguntaba, cuando cinco días antes todo su mundo se había derrumbado? Y sin embargo, se sentía feliz. Era como si su padre aún estuviera con ella, prestándole su apoyo, su orgullo y llenándola de... luz. Paula a menudo reza porque regrese aquella luz, pero sospecha que no lo hará, por lo menos no hasta que pase mucho tiempo. Tampoco es que haya llegado a una conclusión sobre lo que en verdad era aquella luz. ¿Su padre? ¿Un ángel? Fuera lo que fuere, Paula está segura de que fue un mensaje desde el cielo, enviado para ella, para Tony y su familia cuando más lo necesitaban. -Aún hoy llevo conmigo una paz interior y la capacidad de "sostenerla", aun cuando extraño muchísimo a mi papá -dice-. Creo que existen signos como este alrededor nuestro. Es sólo cuestión de aceptarlos por lo que verdaderamente son.

Entre el cielo y la tierra Aunque el espacio entre la tierra y el cielo sea un viaje de quinientos años, cuando uno susurra una plegaria o incluso medita en silencio, Dios está cerca y escucha. COMENTARIO BÍBLICO DE RABBAH, ANTIGUO PENSAMIENTO JUDIO Como la menor de tres hermanas, Chris Costello, de Burbank, California, siempre trató de "alcanzar" a su hermana mediana, Carole. Las dos experimentaron una mayor rivalidad entre hermanas durante la adolescencia y los primeros años de vida adulta. -Fueron aquellos largos y a veces penosos períodos en los que, debido a una discusión, Carole y yo nos negábamos a dirigirnos la palabra. En lugar de ello, cada una se dirigía siempre a la hermana mayor en busca de consejo y consuelo -recuerda Chris. Sin embargo, las dos niñas compartían como vínculo el gusto por la música y, aunque jamás actuaban juntas, cada una trabajó durante un tiempo como cantante profesional. En 1987, Carole y Chris llegaron al punto de cambio, y los viejos conflictos ya no tuvieron importancia. -Una noche, estábamos sentadas conversando -recuerda Chris-. Por primera vez podíamos mirarnos y demostrarnos el amor que sentíamos mutuamente -aquella noche resultó un bálsamo para ambas. Yeso sucedió justo a tiempo, ya que tres meses después, Carole murió de repente de un aneurisma cerebral. En los días que siguieron al funeral, Chris no tenía consuelo, su pena se complicaba por darse cuenta de que ella y Carole habían gastado un tiempo precioso. -Caminaba como un cadáver resucitado -dice-. Todo lo que en realidad deseaba era saber que Carole estaba bien. -Una vez le pareció oler el aroma del perfume de Carole que la envolvía. En otra ocasión, tuvo un sueño en el cual aparecía Carole, sonriente y feliz, y le decía que la amaba. Estas pequeñas señales consolaron a Chris. Pero ¿significaban en realidad algo? Por lo menos un mes más tarde, Chris aún estaba muy triste. Una noche, cuando ya estaba acostada, murmuró una y otra vez: -Por favor, Carole, dame una señal de que te encuentras bien. De repente, Chris sintió una luz brillante. Cerró los ojos bien fuerte y se colocó las manos sobre ellos. La luz se tornaba cada vez más intensa, penetrándole el brazo, los ojos cerrados, envolviéndola en su brillo. Chris tuvo miedo.

-En mi mente rogué que, fuera lo que fuera, desapareciera, no deseaba abrir los ojos y ver una especie de aparición -dice. Después de aquella súplica, la luz se desvaneció lentamente, y todo volvió a la normalidad. Sin embargo, Chris se sentía avergonzada. Había pedido una señal de Carole, después rechazó reconocerla. ¿Había Dios enviado aquella luz fuera de lo habitual en respuesta a su oración, para que ella supiera que su hermana estaba feliz ya salvo? Unas noches más tarde, Chris fue despertada, alrededor de las tres y veinte de la madrugada, por una música celestial que sonaba en todo el dormitorio en penumbras. La música era exquisita, indescriptible, con una "instrumentación que jamás había oído antes, que no podría definir, a pesar de sus conocimientos musicales". -Aún ahora, con todo el alto equipamiento tecnológico de que se dispone en los estudios de grabación, dudo de que alguien pudiera duplicar aquello -Chris escuchó, extasiada y conmovida hasta las lágrimas. ¿Era esta Carole, que se comunicaba con ella a través de la música, el mejor vínculo que habían tenido? A la mañana siguiente, la hermana mayor de Chris llamó por teléfono. -Chris, anoche sentí la presencia de Carole a mi lado -elijo ella-. Estaba allí, estaba bien, ¡lo sé! -¿A qué hora sucedió? -preguntó Chris. -Exactamente a las tres y veinte. Chris sintió que su pena desaparecía y una nueva sensación de paz la reemplazaba. Carole en verdad cantaba con los ángeles y le había enviado el gusto invisible de un milagro.

¿Existe algo como una música celestial? Betty Malz, autora de Los ángeles me cuidan, tiene una grabación de una pequeña congregación de Londres cantando el Aleluya. Mientras cantaba, la gente se dio cuenta de que la canción crecía en magnitud y escala. ¡Tenían el acompañamiento de un coro invisible! Cuando volvieron a pasar la grabación, el profesor de música descubrió que las notas más altas estaban casi tres octavas por encima del Do mayor, que está fuera de la escala humana6. Los evangelistas Charles y Francis Hunter fueron testigos de algo similar mientras conducían un servicio en Austin, Texas. Acababan de pedirle al guía de oración que dirigiera a los feligreses en una canción sin acompañamiento musical cuando, desde el taburete vacío del piano, oyeron que sonaba algo parecido a una orquesta de mil músicos que estaban afinando sus instrumentos. El volumen aumentó, y justo cuando el guía comenzó a cantar, toda la orquesta invisible arrancó en armonía y lo acompañó. -Qué experiencia extraordinaria para nosotros y para él, cuando

oímos la música de mil ángeles -exclamó Charles7 Muchos lectores me contaron haber oído una música inesperada, inexplicable, en especial en el momento de una muerte. Pero en general no hablaron de ello, por temor a que los demás supusieran que era Una alucinación inducida por la pena. Michelle Crossley, sin embargo, no dudó en compartir lo que le sucedió a ella. A las tres de la mañana, sonó el teléfono de Michelle. Era la hermana de su marido que llamaba con malas noticias. -¿Se trata de tu madre? -preguntó de inmediato Michelle. La madre de Tim había estado pasando una crisis. -No, se trata de nuestro primo Brian -dijo la cuñada de Michelle-. Michelle, él ha muerto. Esta noche estaba tocando la guitarra con su banda y simplemente cayó muerto. ¡Brian, el primo de Tim! Pero era no sólo un pariente, sino un querido amigo, de sólo veintitrés años, un año menor que ella. Impresionada, Michelle le pasó el teléfono a su marido. Tim fue tras ella y se puso también a llorar. Michelle tomó la Biblia y leyó en voz alta del Eclesiastés. -"Existe un tiempo para todo y una estación para cada actividad debajo de los cielos: un tiempo para nacer y un tiempo para morir..." -las palabras parecieron consolar un poco a Tim. Michelle también estaba más tranquila. Brian, a él no lo volverían a ver, no aquí sobre la tierra. Era algo demasiado grande para comprender. Después tuvieron otro pensamiento. ¿Se había ido Brian al cielo? -De repente era lo único que podía preguntar -dice Michelle-. Quería saber dónde estaba ahora. En realidad, no creí que pudiera manejar el no saber. Dudó en transmitirle lo que pensaba a su marido, embargado por la pena, de modo que dijo una oración en silencio. Señor, por favor dime dónde está Brian. Por favor, envíame una señal. Por favor. Por favor…. Los minutos pasaban. Michelle continuaba orando y finalmente Tim se puso de pie para ir a ver a sus tres hijitos que dormían. Cuando abandonó la habitación, sucedió. -Comencé a oír una hermosa canción, una música que provenía de otro lado -dice Michelle-. Conocía la tonada, la cantábamos en la capilla, y se llamaba "Un escudo para mí". Las voces que cantaban eran perfectas. ¡Además de la plenitud, de la escala! Era una música exquisita. Sabía que los ángeles habían venido a decirme que Brian estaba en casa. Esta música continuó durante varios minutos; después, poco a poco, se fue haciendo más débil. Michelle se vio embargada de paz, amor y fe. -¡Oh, Tim! -dijo en un susurro cuando su marido regresó-. ¡Jamás adivinarás lo que acaba de suceder! Asombrado, Tim escuchó su explicación y volvió a sollozar, esta vez con alivio. Más tarde, la joven pareja pudo consolar a toda la familia,

tranquilizándolos porque Brian estaba en el cielo. -Dios me ha tocado de tantas maneras -dice Michelle-. No puedo esperar a verle cara a cara a Jesús y a volver a oír aquellos ángeles.

Las luces y la música no son los únicos medios por los cuales Dios nos envía consuelo en tiempos de dolor. Varias personas nos transmitieron historias de aromas inexplicables, en general de flores pero también de perfumes fragantes, tal como experimentó Chris Costello. -Pensé que el perfume de polvo de lilas que de repente invadía el interior del coche debía venir a través de la ventilación, de algo que había en la autopista -escribió una adolescente, describiendo el viaje a su casa después de haber asistido al velatorio de su abuela-. Pero cuando bajé las ventanillas, sólo olí gases de combustible. A mi abuela siempre le gustaron las lilas, de modo que supe que era ella, diciéndome adiós. El contacto también puede ser un consuelo. La madre de Rudolph Freno, una cálida y vivaz señora, tenía la costumbre de colocar su mano sobre el hombro derecho de la persona con la que estaba conversando. Una mañana, varios meses después de su muerte, mientras Rudolph se estaba afeitando, sintió la caricia familiar de la mano de su madre sobre el hombro derecho. -Miré al espejo, pero no había nada detrás mío -dice él. Se sintió lleno de energía y de inmediato se lo agradeció a Dios, pero dudó en contárselo a alguien. Varias semanas más tarde, Rudolph visitó a su pragmática hermana. -Rudy -comenzó indecisa-, ¿recuerdas cómo mamá solía colocar su mano sobre nuestro hombro derecho cuando nos hablaba? -Sí -Rudolph sabía lo que iba a decir su hermana. -Rudy, ¡anoche sentí la mano de mamá sobre mi hombro! Sé que me visitó para decirnos que todo está bien. Y a veces el contacto proviene de otra persona. Una tarde de un sábado de Pascua, Joan Gross, de Danbury, Iowa, oyó a su hija de diecisiete meses, Carol, que estaba durmiendo una siesta en su cuna, que de pronto lloraba clamando por su padre, para después volver a quedarse tranquila. Joan supuso que la beba había estado soñando. Poco después, los miembros de su familia le trajeron la terrible noticia de que su joven marido se había matado en un accidente. -Me pregunté entonces si Dave se había despedido de nosotros a través de Carol-dice Joan. Pensó en aquello en los meses que siguieron. La mañana de Navidad, Joan llevó a sus hijos a la iglesia y se sentaron en un banco, solos y apesadumbrados, cuando comenzaron los servicios. Carol, que tenía dos años, estaba sentada junto a ella, concentrada jugando con algunos de sus juguetes. Joan volvió a pensar en su marido, en los años interminables de soledad que tenía por delante. Si tan sólo pudiera sentir su presencia una vez más... Oh, Dave, dijo en su corazón, me bastaría

tan sólo un abrazo ahora mismo. En aquel mismo instante, Carol dejó de hacer lo que estaba haciendo. Como siguiendo un llamado interior, se volvió, buscó a Joan, le dio un gran abrazo, y después volvió a sus juguetes. Las lágrimas inundaron los ojos de Joan al alcanzar un nuevo conocimiento. No tendría una vida sin dificultades. Pero tampoco estaría sin Dave a su lado. Dios lo mantendría siempre con ella, hasta que se volvieran a encontrar en la eternidad.

El último adiós -Soy el hada del cuarto de los ni/los -dijo ella-. Cuido todos los juguetes que los niños aman. Cuando se ponen viejos y gastados... entonces vengo y me los llevo para que vuelvan a ser nuevos. MARGERY WILLlAMS, EL CONEJO DE ALGODON Cuando Ashley Waddle nació, hace unos años, para la familia fue un acontecimiento de mayor alegría que lo normal. Eso se debió a que Ashley era la primera bisnieta de Mary Stutville. No muchas personas tienen el privilegio de tener bisnietos y Mary estaba encantada de ser la "Nona" de una nueva generación. El padre de Ashley, Scott, era comandante de la marina. El, su esposa Jill y su hijita debían mudarse con frecuencia, y Mary no veía a Ashley tanto como le habría gustado. -Pero íbamos a Austin, Texas, donde vivía la Nona con los padres de Scott, tan a menudo como nos era posible, además de enviarle fotografías y cartas en forma regular -dice Jill. La Nona y Ashley también hablaban por teléfono, estableciendo entre ambas un vínculo muy especial. Los Waddle vivían en Connecticut cuando recibieron la noticia de que la bisabuela estaba internada en el hospital, por una úlcera. Se preocuparon por la noticia, pero estaban seguros de que se recuperaría. Sin embargo, su condición empeoró. Una noche, después de que Scott y Jill acostaran a Ashley en su cama del dormitorio del segundo piso, bajaron a ver la televisión en el saloncito de la planta baja. Poco tiempo después, llamó la madre de Scott con la noticia de que la bisabuela había muerto. -Es extraño, pero los últimos pensamientos de la Nona parecieron ser para Ashley -le dijo la madre de Scott-. En los últimos días tu abuela estuvo hablando de lo dulce que era Ashley y de cómo la extrañaba -Scott colgó. Ashley no volvería a ver a su bisabuela, por lo menos en esta vida. Se sentó junto a Hill y le contó lo que había sucedido. Los dos se quedaron en silencio por un rato, pensando en la mujer a la que habían amado tanto. -¿Te parece que debemos explicarle algo a Ashley? -preguntó Hill Scott no creía que fuera necesario. Ashley no tenía tres años de edad y hacía varios meses que no había visto a su bisabuela. ¿La recordaría? Además estaba durmiendo dos pisos más arriba, era seguro que no lo había oído hablar por teléfono. A la mañana siguiente, Ashley entró al dormitorio de sus padres y de un salto se metió en la cama. -¡Vi a la Nona! -anunció con alegría-. ¡Ayer por la noche estuvo en

mi habitación! Jill se sentó en la cama. -¿A qué te refieres, Ashley? -La Nona vino y se puso a saltar sobre mi cama, así -Ashley les hizo una demostración muy efusiva-. Estaba feliz. Después me dijo que se tenía que ir, porque regresaba a su casa en el cielo -Ashley volvió a saltar-. Ahora está en el cielo, mami. ¿Me das el desayuno? Scott y Jill se miraron asombrados. Habían pensado que Ashley ni se acordaría de su bisabuela. En lugar de ello, la Nona había trascendido el tiempo y el espacio para hacer honor a este vínculo especial con su bisnieta y darle el último adiós. El suegro de Kathleen Gusloff tuvo una muerte repentina y ella y su marido se sintieron invadidos por la pena de aquella pérdida. Era especialmente difícil, ya que su hijo menor, David, tenía sólo nueve meses de edad. Ahora jamás conocería a su abuelito, salvo a través de fotografías y de las historias que Kathleen y Tom pudieran contarle. La noche del funeral, la pareja se quedó en la casa de la familia de Tom y juntos se acurrucaron en una cama, con David acostado en una cuna portátil al Iado de ellos. Tom se quedó dormido profundamente, vencido por el cansancio. Kathleen, que recordaba los tristes acontecimientos del día, lloraba en silencio. De repente, oyó que su bebé hacía pucheros y se reía. Cuando se volvió para mirarlo en medio de la habitación en penumbras, Kathleen vio algo increíble. Una bola de luz giraba, parpadeaba y hacía remolinos sobre la cuna de David, que gargajeaba de placer. -Oh, Dios mío -Kathleen dio un salto y corrió hacia la cuna. ¿Se estaba incendiando? Tomó la frazada que cubría al bebé para ver qué había en ella. Pero de nuevo, la bola de luz bailó y giró sobre David, para después atravesar su cuerpito. David estaba feliz, casi en forma íntima, como si él supiera algo ... Después la luz se fue. ¿Fue una ilusión? -Tom, ¿viste eso? -Kathleen estaba segura de que su llanto había despertado al marido. Pero Tom negó haber visto algo. -¿Una bola de luz? -se rió cuando Kathleen trató de explicarle lo que había sucedido-. ¡Debes haber estado soñando! Kathleen se sintió dolida y confusa por su actitud, y no supo qué decir. A la mañana siguiente, Tom con humildad se disculpó. -Me burlé de tu historia, Kath, porque no deseaba admitir que yo vi lo que tú viste -le dijo-. Fue una luz, que hacía zig zag alrededor de David. ¿Qué significaría? -Por alguna razón, Tom, creo que fue tu padre -le dijo Kathleen lentamente-. ¿Te parece una locura? -No -dijo Tom. El también estaba llegando a la misma conclusión. Los Gusloff jamás volvieron a ver aquella luz. Varios meses después, finalmente colocaron una fotografía del padre de Tom en la sala de estar. David la vio y de inmediato fue hacia ella.

-¡Abuelito! -dijo feliz, señalando la fotografía. ¿Cómo lo reconoció?

Una escolta hacía el paraíso La muerte es simplemente como apagar una vela porque ya es de día. ANONIMO Marie Sullivan es el miembro mayor de una enorme familia con raíces en Lawrence, Massachusetts. Se la considera la historiadora del clan y por tanto tiene muchas historias para contar. Una de las más exclusivas sucedió antes de que Marie naciera. -Mis padres tuvieron once hijos, pero perdieron a dos cuando estos eran bebés. La segunda hija, Mónica, era una niña perfecta, hermosa y llena de salud -dice Mary-. Después de cumplir un año, enfermó. -El médico no podía encontrar la razón de su enfermedad, pero la pequeña Mónica cada día se debilitaba más. -Una noche, el 10 de junio de 1897, sus padres estaban inclinados sobre su cuna cuando ella colocó sus manos sobre las cabezas de ambos -dice Marie-. Después murió. En aquel momento, comenzó a oírse una música. Como esto sucedía antes de que hubiera radio o televisión, el padre de Marie se puso de pie y salió al porche, para ver de dónde provenía. Los Sullivan vivían a una manzana de la iglesia en la que a menudo había actividades nocturnas. ¿Venía la música de allá? El barrio estaba silencioso y en penumbras. Sin embargo, cuando el señor Sullivan volvió a entrar a la casa, de nuevo oyó la música. Esta parecía de alguna manera... divina. Una tía que había venido a ayudar a la familia durante este tiempo difícil, se despertó en el piso superior donde estaba y también la oyó. Pensó que estaba soñando y no se lo contó a la familia hasta que pasaron algunos años. Los Sullivan tuvieron más hijos, incluyendo a Marie. En 1910, cuando Marie tenía ocho años, nació la pequeña Dorothy. No obstante, la niña sufrió una infección en el hospital y el médico no pudo hacer nada por ella. Marie y sus hermanos miraron con ansiedad a su hermanita, porque todos sintieron que iba a morir. Las muertes de recién nacidos eran más frecuentes por entonces, aunque siempre resultaban una tragedia. Una mañana, Marie se despertó temprano, preocupada por Dorothy. Se quedó en la cama por un momento y de pronto vio a una niña parada en la puerta abierta de su habitación. La niña, que parecía tener catorce años, llevaba un vestido muy blanco con mangas anchas, de aquellos que estuvieron de moda algunos años antes, y su cabello, no muy largo, lo tenía suelto y le llegaba a la mitad de la espalda. No había nadie en la casa de Marie que coincidiera con aquella descripción.

-Pasó por mi puerta rápido y yo supe, sin saber cómo lo sabía, que era mi hermana Mónica que se venía a llevar al cielo a Dorothy -dice Mary. -¡Mónica! ¡Mónica! -gritó Marie y salió de un salto de la cama, siguiendo a una hermana que jamás había visto. -¿A quién llamas, cariño? -le preguntó su madre desde el dormitorio. -Es Mónica, mamá. ¡La vi! -Marie corrió por la casa, buscándola. Pero no encontró a la niña por ninguna parte. Cuando los niños regresaron del colegio aquella tarde, su hermanita Dorothy había muerto. Sin embargo, en lugar de sentirse temerosa o con miedo por aquella extraña experiencia que había vivido, Marie estaba tranquila, con la sensación de que todo estaba bien. -No sé por qué Dios me permitió tener esta visión de Mónica, pero fue un momento de mucha paz, a pesar del dolor de perder a mi hermanita -dice ella- Sentí que se hacían cargo de todo y en todos estos años que siguieron, aún lo creo asÍ.

Una vísíón de Navídad "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó lo que Dios preparó para los que le aman." PRIMERA EPISTOLA A LOS CORINTIOS 2:9 En la Navidad de 1960, Mary Bouillon, de Fostoria, Ohio, dio a luz a su primera hija, Karen Sue. A la mañana siguiente, los médicos le dieron una mala noticia. Karen Sue había desarrollado una membrana hialina y murió durante la noche. Mary y su marido se sintieron devastados por el dolor. La madre de Mary, Eugenia Brickner, vino a verla de inmediato. -Oh, mamá, ¿por qué tuvo que suceder esto? -sollozaba Mary. -No lo sé, cariño, no lo sé -la madre de Mary la acunó en sus brazos, sintiendo frustración e impotencia. A veces parecía que no había forma de consolar la angustia. Enero pasó con gran dolor. -Mary -le dijo una tarde Eugenia-, ahora tú tienes en el cielo a tu pequeña santa. ¡Imagínate que Karen Sue y Jesús nacieron el mismo día! -No quiero que Karen Sue esté en el cielo, ¡la quiero aquí conmigo! -Mary volvió a llorar desconsolada. Pero poco a poco vino la resignación. Mary no comprendía el porqué de aquello, pero siempre había estado cerca de su madre y con el amor y el apoyo de Eugenia, el dolor del corazón se hizo tolerable. Pasaron los años. Mary tuvo cuatro hijos llenos de salud y tiempo después de la muerte del padre de Mary, su madre comenzó a desarrollar arteriosclerosis y debió ser internada en el hogar de ancianos San Francisco, de Tiffin, Ohio. Poco a poco, la memoria y el habla de Eugenia fallaron, hasta que lo único que pudo repetir, una y otra vez, fue el nombre de Mary. Después de un tiempo, también dejó de hacer esto. Eugenia se retrajo en una caparazón insondable, con la mirada perdida y el cuerpo que se contraía si alguien intentaba tocarla. Mary se sentía destruida al ver a su amada madre en aquel estado, y se sintió más triste aún cuando se acercó la Navidad. Los recuerdos de otras navidades vinieron a su memoria, algunas felices y una especialmente trágica. Su madre había sido una parte importante de todas ellas. Ahora Eugenia ni siquiera tenía conciencia del día. La mañana de Navidad, Mary fue hasta el hogar de ancianos y se dirigió a la habitación de Eugenia, esperando ver la familiar figura distante de

su madre tendida en la cama. ¡Pero no! Su madre estaba mirando el techo, con los ojos alerta, con una sonrisa brillante y embelesada en el rostro. Cuando Mary la observó, sin poder creer lo que veía, Eugenia levantó su brazo derecho y lo extendió hacia alguien. Era como si se estuviera comunicando con seres queridos. -¿Mamá? -Mary casi no se animaba a hacer la pregunta-. ¿Mamá, estás viendo a papá y a Karen Sue? -Sí, sí -dijo Eugenia muy claro, con alegría, con los ojos concentrados con vehemencia, en un lugar al que Mary no podía llegar-. Sí. Eugenia no volvió a hablar y murió varios años después. Pero Mary jamás se olvidó de aquel breve momento de conciencia y de dicha reflejada en el rostro de su madre, aquella mañana de Navidad. Con seguridad, Eugenia estaba presenciando, y aún lo está, la fiesta de cumpleaños más gloriosa de todas.

Los hílos dorados de la esperanza No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. ANTOINE DE SAINT-EXUPERY, EL PRINClPlTO Como si fueran hilos dorados que vienen del cielo, los seres queridos vienen cuando más necesitamos su estímulo. Kevin les contó a los oyentes de radio CFRB de Toronto sobre lo que le sucedió cuando él era un tímido muchacho de diecisiete años y decidió correr su primera maratón. Aunque el abuelo de Kevin había muerto cuando él era sólo un bebé, siempre estuvo cerca de su abuela en Escocia y, antes de la carrera, la llamó por teléfono para pedirle que rezara. -Te enviaré una ayuda especial -le prometió la anciana. Kevin corrió bien, pero cuando le quedaban cerca de tres kilómetros, sintió que se estaba quedando. ¡Cómo odiaba rendirse después de haberse entrenado tanto! -Justo en ese momento un joven de mi edad, con pantaloncitos y zapatillas, me pasó -dijo Kevin-. Le dije que estaba por abandonar. -¡No, no puedes hacer eso! -insistió el otro corredor-. ¡Me quedaré detrás de ti todo el camino! De repente, Kevin sintió que se llenaba de energía y siguió corriendo. Podía oír al joven que corría detrás suyo, pero cuando cruzó la recta final y se dio la vuelta, vio que no había nadie en el camino. Unos días después, Kevin encontró un viejo álbum familiar y vio la foto amarillenta de un joven con pantaloncitos de gimnasia. Se le erizó la piel. Era el joven que lo había animado durante la carrera. ¿Pero cómo? Kevin dio la vuelta a la fotografía. En el reverso estaba escrito el nombre del joven. Era de su abuelo, cuando tenía diecisiete años. Kevin había sentido la necesidad imperiosa de afianzar su propia personalidad. Al darse cuenta de que podía ganar si trabajaba duro y de que había alguien especial que lo cuidaba, ganó la confianza necesaria para entrar en la vida adulta. En los años cuarenta no se sabía mucho de adicciones cuando, Bob*, un joven granjero, comenzó a darse a la bebida. Para cuando cumplió los treinta y dos años, con una esposa y tres hijos, Bob ya era un alcohólico declarado. De repente su padre murió, dejando a Bob solo al frente del negocio de siembra mecánica que ambos habían comenzado hacía ya varios años. -Mi padre extrañaba mucho a su padre -dice su hija Chris Tuttle-, y comenzó a pensar más seriamente en cómo vivir su propia vida. -En abril de

1967, Bob abandonó por completo la bebida. Poco tiempo después, Bob contrató a una persona sin trabajo fijo, Pete*, que también era alcohólico. Separado de su esposa, Pete no tenía un lugar donde quedarse, ni transporte propio para ir y venir a la sembradora. Bob le dio a Pete empleo, un cuarto en su propia casa y apoyo para tratar de que se mantuviera sobrio. -Mi padre se preocupaba verdaderamente en ayudar a otros que lo necesitaran -recuerda Chris-. No era algo fuera de lo común para él tenderle una mano ni ser amigo de alguien en las condiciones de Pete. No obstante, a pesar de la amabilidad de Bob, Pete no podía mantenerse sobrio. Regresó al alcohol y poco después se suicidó. La pena y la impresión por la pérdida de dos personas significativas en su vida, el esfuerzo de llevar adelante su negocio, proveer a las necesidades de su familia y controlar su propia adicción, todo pareció empujar a Bob nuevamente a la bebida. Poco a poco, su personalidad cambió. Habiendo sido una vez una persona vivaz, se transformó en alguien depresivo, letárgico y poco comunicativo. Rechazaba dormir por las noches y, en cambio, caminaba por la habitación. Preocupadas, su madre y esposa lo llevaron a la sala de psiquiatría de un hospital para veteranos. Pero el día siguiente a su internación, su esposa recibió una llamada del hospital. -Su esposo se escapó -le dijo una de las autoridades. -Mi madre no podía creerlo -recuerda Chris-. Les dijo a las autoridades que comenzaran de inmediato la búsqueda. -Amigos llenos de preocupación y parientes de la familia se reunieron en la casa. Algunos lloraban. Algo terrible podría sucederle a Bob. ¿Qué debían hacer? Chris, que tenía seis años, estaba confundida. -¿Por qué todos están molestos? -preguntó. -No podemos encontrar a tu papá, cariño -trató de explicarle uno de los parientes. ¿No era eso para lo que estaba Dios?, se preguntó la niña. -Todo lo que debemos hacer es contarle a El sobre esto - señaló. La mujer miró a Chris. Por las palabras de una criatura... -Reza por tu papá -le dijo. Chris se metió en la cama y se acurrucó entre las cobijas. Pensó en su padre. ¿Qué importaba si los demás creían que él estaba perdido? Dios sabía dónde estaba. -Dios -susurró-, rezo por mi papá yeso es todo lo que puedo hacer. Tú cuídalo ahora. Estoy cansada y me vaya dormir. -y así lo hizo. Pocas horas después, las autoridades del hospital encontraron a Bob. Había estado vagando por una autopista de doble sentido, que estaba a varios kilómetros de la institución. No tenía dinero, ni números telefónicos donde llamar, ni ningún lugar adonde ir por ayuda. Más aún, los testigos dijeron a las autoridades que Bob, de forma deliberada, se movía en medio del tráfico de coches, aparentemente tan deprimido que su única opción era ser arrollado por un vehículo. Pero, increíblemente, nada lo tocó. En todo

momento, los coches lo esquivaron justo a tiempo. -La explicación que papá más tarde dio convenció a todos de que estaba sufriendo una alucinación -dice Chris. Como resultado de eso se le diagnosticó una enfermedad mental y regresó al hospital para recibir tratamiento. A pesar de todo, respondió bien y pronto volvió con su familia completamente recuperado, No obstante, Bob y Chris atribuyen su cura a algo más importante que los médicos y la terapia, ya que Bob aún sostiene que él no estaba solo cuando vagaba sin rumbo aquella noche en la autopista. A su lado caminaban, dice él, su padre y su amigo Pete, que de nuevo estaban vivos y sanos. -Vinimos a protegerte, Bob -le explicaron cada uno de los hombres. Yeso fue lo que hicieron, al escudarlo de los coches que venían a velocidad, haciendo que no se sintiera solo, cuidándolo hasta que la ayuda llegara. Bob jamás volvió a verlos. Pero él cree que ellos vinieron aquella noche en respuesta a la llamada de su hija, trayéndole cura y esperanza a su vida.

Un mensaje en la noche En la noche de la muerte, la esperanza ve una estrella, y el amor que escucha oye el susurro de un ala. ROBERT INGERSOLL, SOLDADO DE LA GUERRA CIVIL -¡Adiós, Ellen, te veo mañana! -Eleanor Fisher Odom, que tenía entonces dieciséis años, saludó a su amiga, cuando las dos se separaron en el camino de regreso de la escuela. Las niñas formaban parte de un grupo de alumnos que todos los días iban caminando al colegio secundario de Milwaukee, a fines de los años veinte. Ellen Harris, candidata a ser la que leería el discurso de despedida, era la reconocida "princesa", la hija única de un matrimonio mayor. Todos admiraban a aquella pequeña belleza rubia, pero hoy, Eleanor, creía que Ellen se encontraba aquel día un poco pálida. A la mañana siguiente, en el colegio, Eleanor se enteró de que Ellen había sido ser hospitalizada. -Anoche debieron operarla de urgencia de una apendicitis. -Louise, otra amiga, dio la noticia. -¿Se pondrá bien? -preguntó Eleanor, impresionada. -Seguro que sÍ. La visitaremos cuando se sienta mejor. Ellen no se recuperó. Tuvo peritonitis, una infección común en el postoperatorio por aquellos días, y después neumonía. Murió pocos días más tarde. Los meses pasaron. El señor Harris pareció llevar adelante su pena y con estoicismo apoyó a su esposa. Pero la señora Harris no ten fa consuelo, nada ni nadie podría hacerla sonreír de nuevo. Eleanor y sus amigos trataron de consolar a la vieja pareja, visitándolos con frecuencia. Pero como la señora Harris continuaba lamentándose de la pérdida, decidieron que no estaban ayudando para nada. -Tal vez al vernos se acuerda más de Ellen -señaló Louise. Eleanor suspiró. -Debe haber una forma de ayudarla, pero no sé cómo. -Confundidas, las jóvenes dejaron de ir a la casa de su amiga muerta. Pasó un año. Eleanor extrañaba a Ellen y se preguntaba cómo estaría la señora Harris. No se arriesgaba a visitar a la mujer y agregar más pena a su dolor. Una noche, Eleanor se despertó de repente, para ver un suave resplandor que se extendía por toda su habitación. Cuando la luz se acercó más a su cama, esta pareció crecer en tamaño e intensidad. Eleanor la miró asombrada. En medio de aquel brillo cálido estaba parada una adorable jovencita, vestida con un vestido blanco que le sonreía. ¡Era Ellen!

-¡Oh! -·¿estaba soñando? Pero no, la luz era real. Eleanor extendió una mano para tomar la mano de su amiga. Ellen retrocedió. -He venido a traerte un mensaje, Eleanor -le dijo. Aunque sus palabras eran serias, parecía radiante de felicidad. -¿Para mÍ? -Eleanor estaba como hechizada, aunque, por extraño que parezca, no tenía miedo. -Sí -prosiguió la muchacha-. Gracias por ser tan amable con mis padres. Por favor, dile a mi madre que la amo y que ya no llore más por mí. Dile que soy feliz en el cielo. Antes de que Eleanor pudiera responder, el resplandor se desvaneció. Se frotó los ojos. Ellen había desaparecido. Eleanor se quedó sentada en silencio por un momento, en medio de la oscuridad. ¡Había tenido una visión del cielo! Saltó de la cama y corrió a despertar a su madre. -Debes visitar a la madre de Ellen y darle ese mensaje -le dijo la madre de Eleanor. ¿Le creería la señora Harris? Eleanor estaba preocupada, pero hizo lo que su amiga le pidió aquella noche. -Y esto debió ser un consuelo para la señora Harris, ya que jamás volví a verla llorar -dice hoy Eleanor. La madre de Ellen fue una mujer muy activa y útil hasta su muerte, que sucedió muchos años después, cuando ella se volvió a encontrar con la hija que le había enviado un mensaje de consuelo hacía tanto tiempo.

La rosa blanca con rocío Así, después de un tiempo de lágrimas, puede volver a nosotros la alegría sobria y descansada. HENRI FREDERIC AMIEL, DIARIO, 21 DE SEPTIEMBRE DE 1868 Ryan James Griffin, de tres años de edad, el menor de cinco hermanos, perdió su vida a principios de junio de 1987. Aunque le tenía miedo al agua, la familia lo encontró muerto en la piscina, cinco días después. Sus padres, Teresa y Ray, no tenían consuelo. -Casi no tenía fuerzas para levantarme -dice Teresa-. Me sentía literalmente enloquecida por el dolor. -¿Por qué su pequeño hijo había estado cerca de la piscina? ¿Cómo pudo caerse? Nadie lo sabía. Tal vez lo único que mantenía a Teresa para que no se deteriorara por completo era que esperaba un hijo. Tenía un embarazo de seis meses, y esperaba un varón que se llamaría Michael. Un hijo jamás puede reemplazar a otro, pero Teresa sabía que ella debía seguir sana por la vida de este niño. Durante los días que siguieron al funeral, Teresa temió que su vínculo con Ryan se hubiera roto por completo. ¿Dónde estaba él ahora? Era tan pequeño... ¿estaba en un lugar seguro? ¿Era feliz? Las preguntas la destrozaban. En el fin de semana del Día del Padre, cuando ella y Ray iban camino de la playa para tener un breve descanso, Teresa sufría intensamente. -Oh, Ryan -le susurró en el coche-, ¿puedes darme una señal de que estás cerca de mí? De repente, en su mente aparecieron estas palabras: "La rosa blanca con rocío". Una rosa blanca con rocío. ¿Qué significaba? ¿Era este un mensaje de Ryan? No, debía estar imaginándose cosas. Estaba tan cargada de su dolor, tan desesperada para volver a establecer un contacto, aunque sólo fuera momentáneo. Pero Ryan se había ido. Aquella tarde, Teresa se llevó una revista a la playa para leer algo. La abrió distraídamente en un anuncio publicitario a doble página de un maquillaje y crema humectante, y su corazón dio un sobresalto. En el centro del anuncio había una enorme rosa blanca, con rocío sobre los pétalos. ¿Era eso...? No, aquello era una mera coincidencia. Más tarde Ray, que no sabía nada sobre el deseo de Teresa, llegó hasta el apartamento con una rosa blanca. -Esto es para ti -y se la alcanzó a su esposa. -¿Por qué esto? -le preguntó maravillada. -No lo sé -Ray se encogió de hombros-. La vi afuera y pensé que a ti te gustaría. -De uno de sus pétalos caía una gota de rocío.

Quedaba todavía tanta pena por delante, meses, incluso años de dificultades, pero Teresa se vio fortalecida desde ese día con la idea de que podría comunicarse con su hijito, incluso cuando no fuera como lo hacía antes. -Ahora, cuando más lo necesito, me llega una tarjeta por correo con una rosa blanca -dice ella-. O le pido a Ryan que me ayude con su hermano menor y con cosas que de alguna forma hay que resolver. No obstante, pasó un año, después dos y Teresa no estaba más cerca de resolver el misterio: ¿cómo y por qué se ahogó? Ella estaba segura de que no sentiría alivio hasta que lo supiera y a menudo le pedía a Dios que la ayudara a encontrar una respuesta. Una mañana, Michael, que entonces ya tenía dos años y medio, se acercó a Teresa. -Mami -dijo de pronto-, quiero saber de Ryan. Desde que Michael nació después de la muerte de Ryan, se le había dicho que su hermano mayor estaba en el cielo, pero nada más. Ahora él estaba sentado en el sofá con Teresa y, en la forma directa en que lo hacen los niños, fue derecho al grano. -Traté de hacer que el alma de Ryan volviera a su cuerpo, mami, pero no pude -dijo él. -¿De qué estás hablando, Michael? -preguntó Teresa, como si estuviera mistificada. Ella jamás había oído a su hijo tan pequeño usar la palabra alma. -El estaba corriendo y se golpeó la cabeza, después hizo gluglú -dijo el niño. El corazón de Teresa comenzó a latir acelerado. -¿y después qué sucedió, Michael? -Después bajó una luz, como la de la linterna. -¿Dijo la luz algo? -las lágrimas se agolpaban en los ojos de Teresa. -La luz dijo, "Te amo, Ryan". -Michael había hecho una revelación. Se puso de pie y fue a buscar su camión volcador. Teresa quedó consternada. Michael ni siquiera había nacido en aquel tiempo y no sabía nada de las circunstancias que rodearon la muerte de Ryan. Y, sin embargo, la descripción tenía sentido. Si Ryan en verdad se había golpeado la cabeza para después caer al agua, era la explicación que necesitaba. ¿Cómo lo había sabido Michael? Ella sintió que sabía la respuesta. De alguna manera las almas de los niños se habían encontrado, una en su camino hacia la tierra y la otra hacia el cielo. Más tarde, Teresa recordó que, después del funeral, los padres de uno de los compañeritos de Ryan le habían contado algo similar. Su hijito de tres años había insistido en que Ryan había venido a jugar con él la noche anterior. -Ryan dijo que él se golpeó la cabeza y se cayó a la piscina -había contado el niño a sus padres. Pero nadie lo había tomado en serio.

-Existen muchas cosas sobre la vida terrenal que no comprendemos -dice hoy Teresa-. Yo creo que debemos mantener abierto nuestro corazón a lo que Dios está haciendo y tener fe. -y ella tiene fe de que volverá a ver a Ryan. El está, dice ella, a sólo un latido de distancias8.

LIBRO CUARTO

Curaciones milagrosas

Curaciones desde el cielo Porque el Gran Espíritu está en todas partes; oye lo que está en nuestras mentes y corazones, y no es necesario hablarle el! voz alta. ALCE NEGRO, SACERDOTE DEL PUEBLO DE LOS SIOUX "En la iglesia le pedí a Dios que sanara la úlcera que tenía en el estómago, pero después me olvidé de ello y seguí tomando la medicación prescrita por los médicos. Unos días después sentí náuseas y oí que una voz interior me decía, '¿No sabes que yo te he curado?' Mi úlcera ya no existía." "El Señor sabía que yo necesitaba una cura espiritual más que una física, de modo que cambié toda mi actitud frente a la vida de una manera abrumadora." "Charles y Frances Hunter oraron para que cesaran mis dolores. Un sentimiento cálido se apoderó de mí...i Ya no necesitaba hacerme una histerectomía!" "A pesar de los resultados de los análisis, nuestro bebé nació sano y normal. " "Todas las emociones negativas desaparecieron, el miedo, la rabia, el odio. Al día siguiente, incluso mi compañero de tenis notó la alegría de mi rostro. '¿Qué es lo que te ha sucedido?' me preguntó." "Después de que a mi marido le diagnosticaran la enfermedad de Gehrig, le dijeron que no viviría más de cinco años. De esto hace dieciséis años y aún está muy bien." "El dolor de mi hombro dislocado era intenso y no había forma de poder conseguir un médico. Comencé a rezar. En minutos, el dolor cesó para no volver."

A juzgar por los extractos de las cartas que arriba se transcriben, es mucha la gente que reza pidiendo curaciones y las recibe en una variedad de formas. Típicamente, el personal médico utiliza sus conocimientos para sanarnos. Pero la oración también puede curar. En un estudio doblemente anónimo realizado por la Universidad de California, San Francisco, los cardiólogos dividieron al azar, en dos grupos, a 393 pacientes cardíacos internados. Por uno de los grupos había voluntarios que no los conocían y que oraban por ellos, por el otro, no. Los pacientes que recibieron oraciones tuvieron menos complicaciones y necesitaron menor intervención médica. En una reciente encuesta de Virginia, alrededor del 14% de los adultos dijo que se había sanado ya sea por la oración o por un recurso divino.

A través de la historia, ha existido gente con el don de sanar, con una especial habilidad para orar por los enfermos, tal como lo hacían los apóstoles de Jesús. Esa gente no tiene poderes propios, si la curación tiene lugar, siempre es por obra de Dios. En otros casos, las enfermedades desaparecieron, descendió sobre los enfermos una paz emocional, sin que nadie más hubiera intervenido. "Hoy más que nunca, los médicos cooperan con pacientes para hacer públicos los resultados de radiografías y de historias clínicas, a fin de que investigadores legítimos hagan revisiones y estudios", dice Harald Bredesen, pastor y autor de ¿Necesita un milagro? "De modo que ahora existen gran cantidad de pruebas contundentes que demuestran que muchos milagros que se cuentan son verdaderos milagros." Dios desea que sus hijos estén bien y El puede hacer que una persona se cure instantáneamente. Sin embargo, a menudo, la curación se hace en un período prolongado y, a veces, esta no se produce. ¿Por qué? Jamás debemos cometer el error de culparnos nosotros o al enfermo, ya que sólo Dios sabe la respuesta a los máximos misterios de la vida y la muerte. Es posible, a pesar de ello, que algunos, tal vez, impidamos nuestra curación. La prueba médica existe para mostrar que el enojo, la venganza y otras emociones negativas pueden a veces bloquear la recuperación. Tal como dice un proverbio africano, "Aquel que perdona pone fin a la pelea..." y da un paso gigante en el camino hacia la salud física y emocional. La curación puede también retrasarse porque Dios utiliza las dificultades de nuestra vida para desarrollar nuestros músculos espirituales, para elevarnos a los niveles del entendimiento, la compasión, la sabiduría que de otra forma no alcanzaríamos. Lo que al principio se consideró una dificultad podría bien transformarse en su invitación a la gracia y al crecimiento, incluso a una forma de poder ayudar después a los demás. "Los mejores médicos son a menudo aquellos que han estado seriamente enfermos", observa el doctor Bernie Siegel, autor de Amor, medicina y milagros. Sólo un enfermo de cáncer puede comprender verdaderamente el sufrimiento único de otro que pase por idénticas circunstancias y ofrecer la mezcla perfecta de consuelo y cuidado. "El Corán enseña que Dios no envía enfermedades", explica el doctor Musa Qutub, presidente del Centro Islámico de Información de los EE.UU. "Pero la enfermedad puede limpiar malas obras; puede cambiarnos. La adversidad es una maestra profunda." Debemos regocijarnos y dar gracias cuando ocurren las dificultades, no por el sufrimiento en sí mismo, sino por lo que sobreviene de él, si nos apoyamos en Dios. Por ejemplo, Mark debía hacerse una operación en su espalda y le había pedido al ministro de su iglesia que orara por su curación. El ministro así lo hizo, pero nada cambió. Mark tuvo que hacerse una penosa intervención quirúrgica y poco a poco los dos hombres perdieron contacto. Dos años después, Mark tocó a la puerta de la casa del ministro. -Nos mudamos de ciudad -le explicó-, y yo deseo agradecerle por la curación que usted me ayudó a conseguir.

-¿Yo? -el ministro se mostró sorprendido-. Pero, Mark, tú no te sanaste. Mark sonrió. -Sí, reverendo. Usted no lo sabía, pero cuando rezaba por mí, mi vida personal era un caos. Mi esposa había pedido el divorcio, uno de mis hijos estaba en la droga y nuestra hija se había alejado de la familia. Debido a que Mark sufrió, sin embargo, todos corrieron diligentes a su cama de enfermo. Poco a poco, durante su larga convalecencia, los miembros de la familia comenzaron a hablarse de una forma en que antes habría sido imposible, ya sea porque estaban ocupados o enojados. Lentamente, las actitudes cambiaron, los corazones se enmendaron. -Mi familia se ha reconciliado, reverendo -terminó Mark-. Y eso no habría sucedido si no hubiese sido por mi cirugía. Dios me dio la curación que necesitaba, en lugar de la que yo creía que deseaba. En otros casos, Dios simplemente dice "aún no". "Vivimos en la era del té instantáneo, de las fotos instantáneas", dice la Hermana Briege McKenna, que ejerce un ministerio de curaciones internacional. "Y nosotros tratamos igual a Dios. Creemos que si Dios no nos da lo que deseamos ahora mismo, entonces El no nos lo va a dar." Una pareja trajo a su hijito a la Hermana Briege. Un tumor en el cerebro que no se podía operar pronto lo dejaría ciego, para causarle después la muerte. -Yo puedo rezar con ustedes -dijo la Hermana-, pero ustedes y su familia deben también orar por la curación de David. -Hermana -dijo el padre-, no somos muy buenos rezando. -Simplemente hablen -les explicó la Hermana-. Coloquen sus manos sobre David y bendíganlo. El matrimonio regresó a la casa, juntó a sus hijos mayores, y decidieron todos juntos rezar por David, todas las noches después de la cena. Pasó el tiempo y el tumor se hizo más grande. El padre de David se sintió descorazonado, pero su madre insistió en continuar. Al cabo de siete meses, todos se dieron cuenta de que, a pesar de que el tumor aún crecía, David no se había quedado ciego. El tiempo de oración continuó. Después de dieciséis meses, el tumor comenzó a hacer una recesión y poco a poco fue desapareciendo. -Entones, me di cuenta de que durante aquellos dos años, nuestros hijos se habían transformado -dijo el padre de David. Incluso después de que David se recuperó, sus hermanos se negaban a irse de la casa después de la cena, sin que antes, todos juntos, rezaran. Si la curación de David hubiera sido instantánea, la familia jamás habría experimentado este maravilloso regalo9 Es importante que recuerde, mientras lea estas historias, que las curaciones documentadas como estas son raras. Aunque son hermosas y conmovedoras, estas historias no tienen la intención de disuadir a nadie de buscar primero y principalmente ayuda de médicos y profesionales de la salud, y después seguir el tratamiento recomendado por estos. Por el

contrario, como todas las cosas en la vida, Dios espera que nosotros hagamos nuestra parte cuando se trata de nuestra salud. Desea que nos cuidemos en todo momento, lo cual significa atención médica adecuada cuando nos enfermamos. También, El desea que atendamos las advertencias de los clérigos de todas las religiones para que estemos alerta de los charlatanes que se disfrazan de "sanadores" y persiguen a enfermos y débiles, a fin de enriquecerse. Esos actores falsos, motivados no por el amor de Dios y el deseo de ayudar a los demás, sino por la codicia y el egoísmo, deben evitarse. Cuando estamos enfermos, por supuesto que debemos rezar. Pero debemos tener en claro que la oración no es una fórmula mágica para tener buena salud. A veces, no importa cuán sincera sea nuestra oración, cuán diligentemente cooperemos con nuestros médicos, cuán buenos, amables e intachables seamos, la recuperación no se produce. En tales momentos debemos hablar con fe, con oraciones como bendición, como una forma de traer la paz a nosotros mismos y a aquellos que nos rodean. Las razones de Dios tal vez no sean evidentes de inmediato, pero siempre podemos estar seguros de que El sabe lo que está haciendo y de que jamás nos abandonará.

La verdadera acción de gracias Y aunque llore porque aquellas velas estén destrozadas, mas aún lloraré, cuando mis mejores esperanzas queden despedazadas, i Yo creo en Ti! ELLA WHEELER WILCOX Era el Día de Acción de Gracias de 1988. Los hijos y nietos de Jane y Alban Theriault estaban en su casa de Lewiston, Maine, para celebrar, tanto en francés como en inglés (la familia siempre habló los dos idiomas). Alban sacó del horno un enorme pavo, lo colocó sobre la mesa de la cocina, juntó los jugos de la carne y los volvió a rociar. Justo en aquel momento, la nieta de nueve años de los Theriault, Kari, se asomó por la puerta. -Pepere, ¿te ayudo? -preguntó. -Ten cuidado, querida -comenzó a decir Alban, pero para su horror, la grasa hirviendo saltó del recipiente que tenía en la mano y salpicó todo el rostro de Kari. -¡Oh, no! -exclamó cuando la pequeña gritó de dolor. De todas las habitaciones de la casa, apareció gente. Kari estaba muy quemada. El jugo de la salsa le había salpicado el mentón y la mitad de la boca, además de escaldarle la lengua. También había caído líquido sobre el pecho y, como su vestido estaba hecho de nailon, aquel calor elevado la había quemado aún más profundamente. La madre de Kari, Christine, que era enfermera, decidió no llevar a su hija, presa de la histeria, al hospital. Hizo por Kari todo lo que en una sala de guardia habrían hecho; después la acostó en la cama de Alban y Jane. -Kari lloró durante horas -recuerda Jane-. Su piel se abrió y le colgaba del mentón. Las quemaduras sobre el pecho estaban en carne viva. Fue el peor Día de Acción de Gracias que cualquiera de nosotros pudiera haber tenido. Tal vez Alban era el más abatido. ¿Cómo había permitido que esto sucediera? Kari tendría cicatrices de por vida y, cada vez que se mirara al espejo, culparía a su abuelo. Eso era más de lo que este hombre tranquilo y gentil podía soportar. El viernes y sábado, el dolor de Kari fue en aumento. La lengua estaba muy quemada y tenía pegados los labios. El único alimento que recibía era a través de una bombilla. Su rostro fue de mal en peor. Jane y Alban tenían cuatro entradas para el servicio de curación del padre Ralph DiOrio, del domingo en Worcester. -¿Por qué no llevamos a Kari para que el padre pueda orar sobre

ella? -sugirió Jane. Christine estuvo de acuerdo. Habitualmente hay miles de personas en este tipo de servicios y el control del público es imperativo. -Nadie puede llegar al padre DiOrio a menos que él lo llame -explica Jane. Pero Jane no podía esperar para eso. Cuando el sacerdote abandonó el escenario para bendecir a la gente en los palcos, Jane tomó la mano de Kari, fue al otro extremo del pasillo, salió y dio la vuelta al edificio; después entró, justo adonde él se estaba aproximando. Se acercó un acomodador, presumiblemente para decirle a Jane que estaba entorpeciendo el paso y que debería irse. -Pero yo oía que el padre se estaba abriendo paso entre la multitud y cuando bajó unos escalones, le tendí a Kari hacia donde estaba -recuerda. El padre DiOrio se detuvo. -¿Qué fue lo que le sucedió? -preguntó a Jane. -Se ha quemado con una salsa caliente, padre. El sacerdote tomó el santo óleo de su bolsillo, tocó las heridas de Kari con él, y oró por su curación. Jane comenzó a agradecerle a Dios. Tenía la certeza de que todo estaría bien. A la mañana siguiente, cuando Kari se despertó, dijo, -Tengo hambre, mami. ¿Puedo comer algo que sea comida? Christine la miró. Su rostro y el pecho en carne viva no parecían estar nada mejor. -Kari, sabes que no puedes comer -le recordó. -Mami, estoy bien. De verdad, no me duele nada. Kari tomó un enorme desayuno, de modo que Christine consintió en enviarla al colegio. La maestra y los compañeros de Kari se horrorizaron al ver sus heridas y ella se pasó el día explicando lo que le había sucedido. El martes, extrañamente las heridas parecieron comenzar a cerrarse. El jueves, cuando Kari se levantó, su madre dio un grito. -¡Kari! ¡Mírate al espejo! Kari así lo hizo. Ninguna de las dos podía creer en lo que veía. La piel de Kari era lisa y perfecta. No había ninguna cicatriz, ni siquiera quedaba una ampolla que mostrara dónde se habían producido las quemaduras. Su maestra y amigos también se asombraron. ¿Cómo unas heridas tan terribles podían simplemente desaparecer? Esa semana, Alban Theriault llevó a Kari con él a la reunión de oración. La tenía en brazos, con lágrimas de alegría que le corrían por las mejillas y su destrozado corazón ya aliviado. Y Jane, también, explicaba este maravilloso acontecimiento. -Lo interesante del caso fue que por "casualidad" nosotros teníamos cuatro entradas para el servicio de curación -dice con voz meditativa-. y más interesante aún que Dios hiciera desaparecer primero el dolor de la niña, lo que le permitió ir al colegio, donde muchos fueron testigos de las heridas. Días más tarde, todos vieron que el rostro de la niña estaba perfectamente recuperado y sabían que Dios lo había hecho.

Bendiciones dobles No existen errores, ni coincidencias. Todos los acontecimientos son bendiciones que se nos dan para que podamos aprender. DOCTORA EUSABETH KÜBLER-ROSS, PSIQUIATRA y AUTORA Como muchos hombres de su generación, Richard Slade se presentó como voluntario en Vietnam en el momento de mayor tensión del conflicto. Participó de dos ataques aéreos con helicópteros, pero debió escapar al ser herido. Cuando finalmente regresó a su casa, su familia dejó escapar un suspiro de alivio colectivo y dio las gracias. Los problemas de Rick habían terminado. En realidad, acababan de comenzar. Aunque pasarían muchos años antes de que comprendiera plenamente el impacto del agente químico "Naranja". Mientras tanto, Rick se casó, formó una familia, enseñó mecánica de vuelo y se alistó en la Guardia Nacional. En el verano de 1991, la Guardia le ofreció un trabajo en Alemania como piloto de pruebas en un establecimiento de reparación de helicópteros. Era el trabajo de sus sueños. -Antes de que Rick y su esposa, Shirley, partieran para Alemania, él se quejaba mucho de dolores de estómago -recuerda su hermana, Pam Wallen-. Pensó que se le estaba produciendo una úlcera. Pero recientemente se había hecho las pruebas físicas de vuelo y no había aparecido nada. Sin embargo, no habían pasado más que unas pocas semanas desde que llegara a Alemania, cuando una mañana se doblaba por los dolores. -¡Algo me explotó en el estómago! -dijo llorando a un amigo, que lo llevó de inmediato al hospital. Después de unas horas lo operaron, pero los médicos no encontraron una úlcera perforada. Tenía cáncer en todo el estómago, hígado y colon. Después, los médicos descubrieron que también tenía tomada la médula ósea. El cirujano extirpó el 90% del estómago de Rick, en un intento de mantenerlo con vida el tiempo suficiente como para poder someterse a quimioterapia. Fue honesto con Rick. Vietnam no lo había matado en forma directa. Pero los efectos a largo plazo de la guerra química, finalmente, lo habían alcanzado. No había cura para este tipo de cáncer. La condición de Rick era terminal. Pam se vio devastada con la noticia. Su suegra acababa de morir de cáncer y ahora su adorado hermano lo padecía. Siempre había creído en el poder de la oración, aunque "jamás había recibido un gran milagro", dice ella. En realidad, era difícil imaginar que esta clase de cosas pudieran sucederle a personas comunes como ella, como Rick. Cuando Pam rezaba

por alguien con cáncer, ahora agregaba una oración por su hermano. Cuando Rick regresó al hospital Sam Houston de San Antonio para comenzar el tratamiento, su sensación de desesperación se hizo mayor. Entonces, un domingo, Pam fue invitada a un servicio de oración por su amiga Carol. Los médicos habían encontrado un tumor que probablemente era maligno y Carol se sometería a cirugía al día siguiente. -Carol fue la primera maestra que me enseñó la Biblia y que en realidad me enseñó a rezar -explica Pam-. Yo no esperaba un milagro, en realidad, pero deseaba darle apoyo. De modo que fui. Sintió que el servicio era muy conmovedor. Más de cien amigos y familiares estuvieron allí. Carol estaba sentada en una silla, con su nieto bebé en brazos, mientras que la gente la rodeaba en un círculo. Cantaron, leyeron las Escrituras, alabaron y dieron gracias a Dios por todo el bien que El había traído en esta situación, impusieron las manos sobre Carol y la ungieron con óleo. Pam sintió que las lágrimas se agolpaban en los ojos, cuando se hizo este antiguo ritual lleno de gracia. Esto era lo que la Biblia nos dijo que hiciéramos cuando nos golpeaba la enfermedad. A través de los siglos, sus hermanos espirituales lo habían hecho y la cura había venido. ¿Por qué entonces y no ahora? Dios, dijo Pam en silencio, he estado rezando, pero esta noche te pediré más, te pediré milagros. Te pido uno por Carol porque esa es la razón de que esté aquí. Pero te hago otra petición por Rick. Con Dios, no había ni tiempo ni espacio, ella lo sabía. Si El podía aquí curar a Carol, El podía ciertamente sanar a un hombre en la sala de oncología de Texas. El lunes se corrió rápido la voz por el vecindario. El médico de Carol se había llevado una sorpresa. El tumor de Carol no sólo era benigno, sino que de alguna forma se había hecho tan pequeño que, después de todo, no requirió cirugía. -Estábamos dichosos y recuerdo haber pensado que teníamos nuestro milagro -dice Pam. Casi me olvidé de Rick-. Después de todo, la gente no obtiene dos milagros. Sin embargo, el martes por la noche, Rick llamó por teléfono. Hacía por lo menos un mes que él y Pam no hablaban, pero cuando Pam oyó su voz, su corazón casi se detiene. -Tengo una noticia para ti -dijo lentamente Rick. Dios, ¿es posible...? Ella lo sabía, pero tenía miedo de hablar. -Pam, mi cáncer está en una remisión completa. No hay nada... nada. Incluso me tomaron una muestra de médula ósea de la cadera. ¡De repente no hay señales del cáncer! Los estudios están limpios. Los médicos no pueden creerlo. -Rick, fui el domingo a un servicio de curación y pedí un milagro por ti... -Ahora, a cada minuto, ella lloraba por lo maravilloso de aquello. Del otro lado de la línea se produjo el silencio. -También lo hizo la tía de Shirley -dijo por fin Rick-. Pam, creo que estoy curado. Pasaron algunos años desde aquella noche maravillosa. Rick, a

quien le dijeron que no levantara pesos por las consecuencias de la operación, ahora está arreglando su camioneta Ford 1949 y disfruta luchando con su nieto. ¿Y Pam? Ella aprendió a pedir ya esperar grandes cosas de Dios. Además se encuentra siempre pronta a transmitirle a la gente la razón10.

El milagro de Miguel El tiene sus razones para hacer lo que hace y algún día nos lo explicará. EMIDIO JOHN PEPE, LECTOR DE ASTORIA, NUEVA YORK En 1956, Catherine Webb comenzó su batalla contra el cáncer. Primero fue una histerectomía, después una doble mastectomía, seguida de varios tipos de cáncer de piel. Resultó traumático y "sin mi maravilloso cirujano, dudo de que me hubiera recuperado tan bien como lo hice", dice Catherine. En 1983, sin embargo, su médico murió. Un año más tarde, Catherine comenzó a tener nuevos síntomas y los médicos que la atendían la internaron para hacerle estudios. Finalmente, los tres se acercaron a su cama en el hospital con rostros sombríos. Catherine tenía ahora cáncer de colon e hígado. Recomendaban la cirugía, seguida de quimioterapia y rayos. Catherine rehusó. -Hay un momento en que uno debe decir simplemente "es suficiente" -le dijo a los médicos. Estos se enojaron por su testarudez. -¿Qué es lo que hará? -le preguntó uno-. ¿Cómo manejará esto? Era una buena pregunta. Catherine no lo había pensado, aún se estaba recuperando de la impresión provocada por este devastador diagnóstico final, pero respiró profundo. -Si se me extendió al hígado, entonces ya no hay más nada que se pueda hacer médicamente -dijo tranquila-. Aunque tengo una profunda fe en Dios. Yeso, más el vivir mi vida día a día y mantener mi sentido del humor, deberían mantenerme ante cualquier eventualidad que me esperara. El segundo médico negó con la cabeza. -Tiene menos de un año de vida, tal vez sólo seis meses -le dijo. -Mayor razón aún para no someterme a estos tratamientos -respondió Catherine. Ya estaba pensando en las alternativas. Quizás una enfermera podría ayudarla en los días que le quedaban de vida. Catherine regresó a su casa, enferma, con dolores y muy débil. -Mis enfermeras fueron maravillosas -dice ella-, pero debían hacer casi todo por mí. -Sus energías desaparecieron y su mundo se redujo a la distancia que había entre un sillón en la sala y la cama. En un momento entre diciembre de 1984 y junio de 1985, ella moriría. Rezaba mucho para poder enfrentar el momento con coraje. Una mañana, varias semanas después de su diagnóstico, la enfermera de Catherine le trajo la correspondencia. Cuando la mujer le abrió

una carta, algo se cayó del sobre. -Mire esto -le dijo, alcanzándoselo a Catherinc. Había un panfleto y una pequeña medalla de San Miguel de Todos los Santos. Catherine jamás había oído hablar de él. El panfleto decía que era el patrono de los enfermos de cáncer y que las oraciones que allí aparecían impresas debían decirse con la esperanza de curarse de esa terrible enfermedad. ¿Quién se lo había enviado? La dirección estaba escrita a máquina y no tomada de un banco de datos, y el sobre tenía un remitente de un tal padre Anthony, de un monasterio de Baltimore. No había ninguna carta. Catherine jamás había oído hablar del padre Anthony tampoco, pero obviamente él sí sabía de ella. O tal vez algún amigo le había enviado su nombre. Era, por supuesto, demasiado tarde para Catherine, aunque la idea de pedirle a un santo especial que intercediera por otros pacientes de cáncer la atraía. En las semanas siguientes, pensó en San Miguel y rezó por la gente enferma de todo el mundo, siempre que podía. Una mañana Catherine se despertó temprano. Se sentía extraña, como si una energía especial le recorriera el cuerpo. Aunque no había caminado sin ayuda en semanas, se levantó y temblorosa se dirigió al baño. Para cuando llegaron las enfermeras, ella ya estaba de vuelta en la cama. -No se moleste -despidió a una con una señal alegre-. Ya fui al baño sola. -No haga bromas -dijo la enfermera sonriendo. -Miren la luz encendida -le dijo Catherine-. Sabía que no me creerían, de modo que la dejé encendida. Las dos enfermeras fueron al baño. La luz estaba encendida. -¿Cómo hizo eso? -le preguntó una, asombrada. Catherine se rió. -Sinceramente no lo sé. Al día siguiente, Catherine se sintió aún más fuerte. Poco a poco, sus síntomas desaparecieron y pudo hacer la mayor parte de su cuidado personal. ¿Se había curado? Cuando el médico la examinó unas semanas después, Catherine tuvo una sorpresa aún mayor. -No ha habido cambios -le dijo el médico-. Todos los tumores están allí. Pero... parece que dejaron de crecer. -¿Entonces está en remisión? El médico no contestó. El sabía, y Catherine también, que en su caso una "remisión" era imposible. Catherine se sentía bien. En realidad, poco después ya no necesitó de las enfermeras. Hoy, nueve años después, Catherine lleva una vida muy activa. Los estudios aún muestran cáncer en todo el hígado y colon, pero ella ni toma remedios ni hace tratamientos. Sufre cuatro o cinco "períodos malos" por año, dice, "de modo que me meto en cama, rezo hasta que se me pasa, me levanto y sigo adelante". El resto del tiempo, visita a enfermos de cáncer y predica la palabra de San Miguel. -La gente se acerca a mí de las maneras más inesperadas y

después me entero de muchas curas y remisiones. Incluso aquellos que se mueren lo hacen con muchísima paz. No sé por qué Dios me ha metido en esto, pero le estoy agradecida de poder hacerlo por El. Y Catherine también está agradecida por algo más. Después de darse cuenta de lo que le había sucedido a ella, envió su historia y una carta de agradecimiento al padre Anthony de Baltimore. "Estoy tan contenta de que me enviara el panfleto con la medalla...", le escribió. "Como ve, ¡hice un buen uso de todo eso!" El padre Anthony le contestó la carta, jubiloso de la noticia de Catherine. "Sin embargo", agregó, "creo que debe saber que nosotros jamás oímos hablar de usted, usted no está en nuestra lista de correspondencia, no tenemos registros de que le hayamos enviado algo o hecho alguna petición especial. Dios trabaja de manera misteriosa, ¿no le parece?" Catherine, desde luego, estuvo de acuerdo con eso11.

Un corazón misericordioso ¿Debe un hombre alimentar odio contra sus hermanos y esperar que el Señor lo sane? SIRACH 28:3 La gente llama a Paul Musielak el "Hombre del milagro", ya que no sólo recibió una curación milagrosa, sino dos. En julio de 1981, Paul, un hombre sano y normal de veintiún años, comenzó a tener síntomas extraños. Estaba algo enfermo cuando su médico lo envió a hacerse unos estudios al Centro Médico Northwest, de Houston. Unos días después, Paul quedó paralítico y ciego. -Creemos que su hijo tiene meningitis espinal -le dijeron los médicos a los padres de Paul. Sin embargo, a pesar del tratamiento, el estado de Paul siguió siendo el mismo y finalmente este diagnóstico quedó descartado. Los médicos, desconcertados, lo enviaron al Hospital General de Sharpstown para consultar a un notable neurooftalmólogo. -Todos los días, la madre de Paul, yo, o cualquiera que lo visitara, orábamos juntos por su curación -dice el padre de Paul, Richard. Pero nada sucedía. Paul seguía sin poder ver ni moverse. Finalmente, Richard llamó a un sacerdote amigo y una noche, cuando los dos hombres estaban en la habitación, oraron junto a Paul. Paul no recuerda mucho de aquella noche. Aunque sí recuerda al sacerdote. -El me dijo que me imaginara a Jesús en mi mente -dice Paul-. y así lo hice. Lo siguiente que supe fue que yo iba por un túnel, como si fuera un calidoscopio de colores, hermoso, brillante y lleno de luz... Y al final, vi a Jesús. Aunque consciente, Paul cayó en una paz profunda. Poco tiempo después, cuando su padre lo llevaba al baño, se dio cuenta de que se sentía mejor. Dos días después, dejó el hospital sin ningún signo de parálisis y su visión volvió pronto a ser normal. Su familia jamás descubrió qué extraña enfermedad había atacado tan seriamente a Paul, pero todos estaban dichosos y agradecidos por su recuperación. Eso, sin embargo, iba a ser sólo el primer milagro. Dos años después, un viernes por la noche, Paul estacionó en la playa de un centro comercial, bajó del coche y de pronto fue golpeado en el rostro con un palo, no una vez, sino varias. Aparentemente estaba en medio de una pelea con unos jóvenes que, sin provocación alguna de su parte, lo golpeaban sin compasión. -¡Vayámonos de aquí! -dijo uno de ellos cuando Paul cayó al suelo.

Fue lo último que recordó. Richard Musielak estaba en la cama cuando recibió una llamada de la policía. -Su hijo está en el hospital -le comunicó alguien-. Será mejor que vaya. Richard corrió al hospital e impresionado se detuvo en la puerta de la habitación de su hijo, casi incapaz de mirar aquel rostro terriblemente lastimado. -Los ojos de Paul estaban desorbitados, inflamados, sangrando, y nadie sabía si su vista iba a quedar dañada para siempre -dice Richard-. Tenía contusiones múltiples. Las radiografías mostraban fractura de cráneo y posible fractura del tabique nasal y del hueso orbital. Los médicos sospechaban que hubiera daño cerebral. Era un desastre. -Paul, ¿quién te hizo esto? -preguntó Richard horrorizado, casi temeroso de tocar el cuerpo ensangrentado que estaba sobre la cama. Pero Paul no podía darle información y tampoco la policía. Los testigos suponían que Paul había sido parte de la pelea, a pesar de que nadie en realidad sabía lo que había sucedido. Sin aliento y frustrado, Richard se fue a su casa. Y mientras conducía su coche, una rabia enorme comenzó a apoderarse de su espíritu. El encontraría a quien había hecho eso. Encontraría a los mal vivientes que le habían hecho esto a su amado hijo y entonces... Las imágenes de él mismo, con un bate de béisbol en la mano, persiguiéndolos, rompiéndoles las rodillas antes de entregarlos a las autoridades, le aceleró el corazón. Su esposa estaba destrozada, de modo que cuando llegó a la casa, la tranquilizó cuanto mejor pudo. Después se acostó sin poder dormir lo que quedaba de la noche. Al amanecer, los planes de Richard habían tomado forma. Comenzaría a colocar carteles sobre postes que estuvieran cerca de donde se había cometido aquel crimen. Después caminaría por las calles, pagaría a quien pudiera conocer a gente que hacía aquellas cosas. A lo largo del día, su rabia fue creciendo, en especial a la tarde, cuando volvió a visitar a Paul. Su hijo estaba igual. Los médicos no tenían ninguna noticia alentadora. La madre y los hermanos de Paul estaban devastados. Alguien visitó a Paul y rezó por él. Richard no tuvo tiempo para rezar. El tenía otro tipo de misión. A la mañana siguiente, domingo, Richard fue solo a misa, pero prestó poca atención al altar. Su mente estaba concentrada en el trabajo que tenía por delante. Encontrar a los malvivientes. Golpearlos. Pagarles con la misma moneda por lo que le habían hecho a Paul... Lentamente, Richard se dio cuenta de que el sacerdote estaba diciendo la homilía. Irónicamente, esta trataba el tema del perdón. Hoy no, dijo Richard, casi en voz alta. Eso fue lo último que debió de oír. Pero el mensaje lo envolvió, lo penetró hasta su misma alma. El sacerdote predicaba sobre el evangelio de San Mateo 5:23-24: "... si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a

reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda." Las palabras le eran familiares. Richard las había oído desde niño y siempre había creído comprenderlas y obedecerlas. A pesar de ello, esto era diferente. Seguro que Dios no se refería a él. No ahora, ¡en esta situación! No podía absolver a aquellos hombres, ¡ellos merecían su castigo! Sin embargo... ¿no sabía él que un corazón sin misericordia bloqueaba la curación? Sí, necesitaba ser sanado de su rabia, para abandonar sus planes de venganza. En definitiva, nada bueno podía sobrevenir de aquello. ¿Cómo ayudaría a Paul, a su esposa o a su familia si él, Richard, era arrestado por un crimen? Pero ¿cómo podía él dejarlo pasar? Bajó la cabeza. Dios ayúdame, rezó. No deseo perdonar, no deseo perdonar. Pero si Tú me lo pides, yo... No olvidaría, lo sabía. El perdón no funcionaba de esa manera. Era un acto de voluntad, no de emociones. En lugar de ello, recordaría, viviría con los sentimientos, con el recuerdo, con las cicatrices en el rostro de su hijo y, de todos modos, perdonaría. Richard no se sintió mejor cuando salió de la iglesia y partió hacia el hospital para visitar a Paul. Cuando bajó del ascensor, sin embargo, una enfermera lo estaba esperando. -Señor Musielak, no sabemos cómo explicarle -comenzó a decir. -¿Explicarme qué? -Es Paul. El... -¡Paul! ¿Ha empeorado? -Richard corría por el pasillo rumbo a la habitación, cuando se detuvo de golpe. Paul estaba sentado en la cama, con el rostro casi perfecto. No tenía contusiones, ni siquiera una escara marcaba sus rasgos. Los ojos tenían el tamaño adecuado, sólo un poco enrojecidos, sin heridas ni hinchazón. -La fractura de cráneo no aparece en la radiografía -le dijo otra enfermera-. Parece que está bien. Richard se acordó del aspecto sangriento del cuerpo que había visto ayer. -¿Cómo puede ser esto? -preguntó incrédulo. La enfermera movió la cabeza. Paul se fue a su casa el lunes, ya que los médicos no encontraron razón alguna para retenerlo, porque evidentemente estaba sano, y sigue así hasta el día de hoy. Su padre también lo está, física, emocional y, lo principal de todo, espiritualmente. Tomar la decisión consciente de perdonar fue tal vez lo más difícil, y aparentemente un paso inútil que Richard debió dar en aquel momento crucial. Pero el Maestro hizo honor a su sacrificio y le dio un regalo que atesoraría para el resto de su vida.

Manos que ayudan Y todos ellos, aunque alabados por su fe, no consiguieron el objeto de las promesas. Dios tenía ya dispuesto algo mejor…. EPISTOLA A LOS HEBREOS 11 :39-40 Wilma Phillips ha sufrido de diabetes desde que tenía veintitrés años. A pesar de varios episodios graves, siempre se sintió protegida. Una mañana, Wilma despidió a sus hijos de nueve y ocho años cuando partían en ómnibus hacia el colegio, colocó a su hijo recién nacido, Robby, en la cuna ya Susan, de diecinueve meses, en el corralito. ¡Ah! Un momento de tranquilidad para escribir una carta. Wilma se sentó a la mesa de la cocina, pero a las nueve y media veía doble, se sentía mareada y sudaba. Wilma sabía que estaba sufriendo una reacción inesperada y peligrosa de la insulina, y era necesario que bebiera un zumo de naranja o comiera algo para aumentar el nivel de azúcar en la sangre. Su suegro, que era médico, a menudo le recordaba que esta situación podía llevarla a sufrir un coma diabético, con peligro de muerte. Pero estaba sola con los bebés, y demasiado débil como para llegar a la nevera. Además sería tan bueno tenderse allí y dormir... -De repente, sentí que una mano me tomaba del hombro derecho y me sacudía tan fuerte que me senté -dice ella. ¿Había su marido, Robert, llegado a casa de forma inesperada? No había nadie en la cocina. Después de unos instantes, volvió a desplomarse. Y nuevamente, ¡la mano que la sacudía! Esto continuó. Wilma seguía cayendo en lapsos de inconsciencia, pero seguía siendo levantada y empujada por un guardián invisible. Como si fuera desde muy lejos, oía a Susan, por momentos, quejarse desde su corralito, con hambre ya que quería almorzar. Después de un rato la niña se calmó. Robby durmió todo el tiempo, a pesar de no haberle dado el biberón ni cambiado los pañales. Las horas pasaron. A las cuatro y cuarto, los niños mayores regresaron. Wilma aún estaba sentada y consciente. -¡Mami! -gritó uno asustado. La otra corrió a buscar el zumo de naranja. En lugar de estar en coma o con muerte cerebral, Wilma estaba bien, aunque su suegro cree que tal recuperación habría sido imposible. ¿y por qué no habían llorado los bebés? -Estoy segura de que Dios envió a sus ángeles aquel día a mi casa -dice Wilma. Días después, la familia fue desde su granja en Iowa hasta

Wisconsin Dells, para pasar un fin de semana largo. Se quedaron el viernes por la noche en un pequeño pueblo. A la mañana siguiente, Wilma se preparó para aplicarse la insulina, pero no pudo encontrarla. -Recordé que mi maletín estaba sobre la mesa del comedor de casa -dice ella. ¿Se la había olvidado allí? -Iremos a una farmacia y compraremos lo que necesites -la tranquilizó Robert. Era la mañana del sábado temprano y ningún lugar estaba abierto. La familia siguió viaje, pero el automóvil comenzó a hacer unos ruidos raros. ¿Qué sucedería si se averiaba en medio de esta ruta en pleno campo? ¿Y qué sucedería si Wilma no conseguía rápidamente insulina? Justo en ese momento, Wilma oyó una voz clara que decía: "Te daré todo lo que necesites en Reedsburg", le dijo -¿Oíste eso? -le preguntó a Robert. -¿Oír qué? Wilma no sabía qué decir. ¿Le causaba la falta de insulina alucinaciones? ¿Y dónde estaba Reedsburg? Estaban llegando a un pueblo. -Tal vez haya algo abierto aquí -dijo Robert. -No -se oyó a sí misma contestar Wilma-. Esto no es Reedsburg. -Wilma, ¿de qué hablas? -le preguntó Robert un poco exasperado. Pero Wilma tenía razón. Todo estaba cerrado y Robert siguió camino. El automóvil aún hacía ruidos raros, los niños tenían hambre y Wilma aún tenía miedo. Entonces, pasaron junto a un cartel que decía ¡Reedsburg! Más adelante había una estación de servicio con el negocio abierto. Estacionaron y el empleado revisó el automóvil. Era un problema sin importancia y mientras lo arreglaba, Robert le explicó que Wilma sufría de diabetes y que no tenía insulina. -La farmacia aún no está abierta -le explicó el empleado-, pero seguramente conseguirá que se la apliquen en el hospital. -Le dio instrucciones y Robert rápidamente partió hacia el hospital. Sin embargo, dos o tres kilómetros más adelante, se dio cuenta de que estaban perdidos. Ahora, Wilma estaba preocupada. Los niños habían deseado hacer este viaje y ella no quería arruinárselos. Dios, rezó en silencio, si lo que oí eras Tú, por favor ayúdame... Justo en ese momento apareció un coche. -¿Sabe dónde está el hospital? -le preguntó Robert a la conductora. -¿Hay alguien enfermo? -preguntó la mujer. -Mi esposa necesita insulina... -comenzó a explicar Robert, pero la mujer lo detuvo. -Estacione -dijo ella-. Yo soy diabética y tengo en casa todo lo que necesita. Giró rápidamente, desapareció y en unos minutos volvió a aparecer con la marca correcta de insulina, así como también con una jeringa desechable. En minutos, Wilma se sintió mejor. La familia encontró un

restaurante, después una farmacia para comprar más insulina. Así pudieron seguir para encontrar alojamiento cerca de Dells. Como todo resultaba demasiado costoso, Wilma recordó las palabras que había oído. -Volvamos a Reedsburg -sugirió. Así lo hicieron y encontraron una habitación grande que podían pagar. ¡Finalmente! La familia dejó las maletas en la habitación y partió hacia Dells. -Espera, necesito algo de mi maleta -le dijo Wilma a Robert. La abrió y allí estaba la bolsa con medicamentos que le faltaba-. Sé que antes no estaba allí cuando busqué -dijo ella. Sin embargo, Dios le había prometido proveerla de todo lo que necesitara y así lo había hecho, a su manera. La congregación de la Asamblea de Dios a la que pertenece Wilma a menudo reza por la salud de las personas. Sin embargo, Wilma no fue curada de su diabetes. ¿Se pregunta ella la razón? -Sé que Dios desea que todos seamos físicamente sanos -dice ella-, pero a veces hay otras cosas que El también desea para nosotros. Creo que mi estado de salud ha hecho que esté muy cerca de El, que dependa en todo de El. Esto me trae paz y me hace sentir libre de miedos, y tal vez esa es la mejor curación de todas.

Una visión en el parabrisas ¿Qué es un milagro, Andy? Dios. ¿Es eso todo? Dios que te presta atención. SANDRA PRATT MARTIN, MUERDETE LA LENGUA Un lindo día de otoño de los años setenta, Ann Tichenor, de doce años, regresó a su casa haciendo una mueca de dolor. -Estábamos montando en bicicleta y unos chicos nos arrojaron manzanas podridas -anunció a su madre, Cynthia Goldsberry-. Me golpearon en un ojo. Cynthia disimuló una sonrisa. Los rituales del flirteo habían cambiado un poco desde sus días de colegio, pero no había dudas de que su hija disfrutaba de ese encuentro. El ojo izquierdo de Anne se veía bien, de modo que, aparentemente, no había daño alguno. Cynthia estaba hablando por teléfono unas horas más tarde, cuando oyó a Anne dando un grito de terror. -¡Mami! ¡Mamá! -no sólo Anne sentía ahora un dolor intenso en el ojo, sino que ya no veía por él. Cynthia la llevó corriendo a ver a un oftalmólogo. Las noticias no eran buenas. El ojo de Anne tenía una hemorragia por el golpe, con un traumatismo que podía causar un daño permanente en la visión. El tratamiento en aquel momento consistía en emparcharle ambos ojos al paciente y mantenerlo en reposo durante cinco días, con la cabeza ligeramente elevada, de modo que no se produjera otra hemorragia cuando la sangre coagulada se disolviera. -Puedo llamar a una ambulancia o usted puede llevar a Anne al hospital -le dijo el médico a Cynthia-. Lo importante es que no se mueva en el trayecto. -Le vendó los dos ojos y la subió al coche de Cynthia. Cynthia jamás olvidará aquel viaje al hospital. -Estaba aturdida por lo terrible e inesperado que nos había sucedido -dice ella-. Tomé las calles laterales y conduje a diez kilómetros por hora, en todo momento tratando de comprender el hecho de que Anne podría llegar a perder la visión. Anne había recibido el mismo mensaje. En el camino, le pidió a su madre que le describiera el rojo y amarillo de las hojas de otoño, los pájaros, incluso las nubes del cielo, como si no fuera a verlos nunca más. En el hospital, el personal le arrebató a Anne de las manos, y Cynthia intentó llamar por teléfono a su marido, que estaba fuera del país por

negocios. No tuvo suerte. Cuando volvió a ver a Anne, su hija estaba en la cama, con los ojos tapados. -Casi no le podía ver el cabello, las enfermeras se lo habían peinado en alto sobre la almohada -dice Cynthia-. Anne jamás llevó el cabello así. -Pero era tarde y Cynthia debió regresar con sus otros hijos. Besó con cariño a su hija y se fue a su casa. Sólo entonces dejó que las lágrimas saltaran de sus ojos. Temprano, a la mañana siguiente, antes de irse al trabajo, Cynthia llamó a dos amigas íntimas de la congregación metodista a la que pertenecía y les pidió que oraran y dieran a conocer lo que había sucedido. Las dos mujeres se mostraron impresionadas y tristes, ya que conocían a todos los hijos de Cynthia y los querían mucho. -Es una tragedia -le dijo Norma* a su esposo, Jim, cuando ambos salían de su casa-. La visión de Anne puede quedar gravemente dañada. Jim pensó en Anne todo el día. Qué terrible. Pero ¿qué podía hacer para ayudar? El se consideraba creyente de Jesús, pero jamás había orado específicamente por algo, en especial para que alguien sanase. No sabía cómo hacerlo. ¿Pero se necesitaba para esto algún conocimiento especial? Ahí estaba esa niña, una hija de Dios, en el hospital. Y aquí estaba él, deseoso de hacer algo. Mientras regresaba a su casa aquella noche, Jim respiró profundo. -Jesús -se oyó a sí mismo decir en voz alta dentro de su coche-, Anne no necesita este problema. Por favor hazte cargo de él. Jim se estaba acercando a un cartel de detención. Ahora, mientras aminoraba la marcha, fue como si una cortina cayera en la parte interna del parabrisas, casi como si fuera una ancha pantalla de televisión. Sobre ella, podía ver una especie de escena. Era en la habitación de un hospital, con alguien en cama... pero ¡si era Anne! La veía claramente, con los dos ojos emparchados. Y su cabello, jamás lo había visto peinado así, todo recogido sobre la almohada. Anne no estaba sola. Junto a ella, a la cabecera de la cama, sólo visible desde el pecho hacia abajo, estaba la figura luminosa de un hombre alto. ¿Era un médico? No. Este hombre tenía puesta una túnica. Asombrado, Jim vio que la mano del hombre descendía y con suavidad se posaba sobre el ojo izquierdo de Annc. Era un gesto sanador y Jim lo sabía sin que se lo hubieran dicho. Se dio cuenta de que su plegaria estaba siendo atendida. Poco a poco, la escena se desvaneció y volvió a ver el cartel de detención. Conmovido, Jim llegó a su casa y llamó por teléfono a Cindy. -¿Tiene Anne los dos ojos vendados? -le preguntó abruptamente. -Sí. ¿Pero cómo lo sabes? -¿Cuál es el que está lastimado? -El izquierdo -contestó Cindy-. ¿Por qué? Jim no podía hablar, no hasta que hubiera tenido tiempo de pensar y de aclararse.

Después de cinco días, Cindy llevó a Anne, aún vendada, a ver al oftalmólogo. -Había tenido paz desde que Jim me contó lo que había visto -dice Cynthia-. Pero como Anne tardaba tanto con el médico, comencé a tener miedo. Finalmente, el médico salió a la sala de espera. -¡Esto es maravilloso! -le dijo a Cynthia-. Yo esperaba que Anne perdiera por lo menos el 30% de la visión, tal vez más, debido al daño. Pero los dos ojos están perfectos. Es como si nada hubiera sucedido. Todos saben, sin embargo, que algo en verdad sucedió, algo maravilloso. Dios estuvo presente.

Círculo de amor Recuerden el sueño del Padre y el cuidado que tuvo en crear un mundo para sus hijos. Pero lo principal de todo, recuerden que cada vez que lo alaben, cada vez que el corazón de ustedes esté con el otro, estarán reflejando su luz. MAX LUCADO, EL LECTOR CRISTIANO SEPTIEMBRE/OCTUBRE DE 1992 Era el mes de noviembre de 1991 cuando Dianne Mistelske comenzó a sentir los síntomas de malaria. No estaba muy asustada, sólo preocupada de que su activo ritmo de vida como esposa, madre y trabajadora de la organización Hábitat para la Humanidad se viera temporalmente interrumpida. -Al haber tenido malaria a menudo cuando era misionera en Tanzania, sabía que uno comienza a sentirse mejor poco después de comenzar el tratamiento -dice ella. De modo que fue al hospital por cinco días y luego fue enviada de regreso a su casa, supuestamente, camino de su recuperación. La "casa", sin embargo, no era una ciudad o barrio común de los Estados Unidos, la vida burguesa norteamericana, sino, en lugar de ello, era Botswana, en África. Dianne, después de graduarse en la facultad, había trabajado para una organización misionera en Minneapolis. Allí había conocido al que sería su marido. -John finalmente se alistó en las Fuerzas de Paz y se fue a Botswana durante dos años -dice Dianne-. Cuando regresó, nos casamos y decidimos ir al extranjero juntos. -La pareja fue enviada a África, por otros dos años. -Pero aquí existe un dicho que afirma que una vez que uno se pincha con una espina en África, uno lleva a África en la sangre -comenta Dianne con una sonrisa. Ella no sabía que el breve acuerdo con las Fuerzas de Paz se transformaría en un compromiso de por vida. Lo fue, pero no hasta después de que los Mistelske hubieran terminado con su recorrido y regresaran a enseñar a una escuela misionera de Nuevo Méjico. No obstante, extrañaban tanto África que regresaron con varias tareas, finalmente estableciéndose en Botswana como directores del proyecto Hábitat para la Humanidad, una organización filantrópica mundial con base en Georgia que proporciona casas a los necesitados. También, entre 1984 y 1988, se transformaron, de una familia de dos, en una de siete. -Cuando me dijeron que era probable que no concibiera, recibimos

la bendición de adoptar a dos niños africanos -dice Dianne. Poco después, Dianne quedó embarazada... dos veces. Finalmente, un tercer hijo adoptado completó aquel hogar. De modo que aquella vida plena y llena de actividad era la que Dianne esperaba reanudar tan pronto como se curara su malaria. Su trabajo de contabilidad, así como la selección de familias para ser dueñas de las casas de Hábitat, ya estaban atrasados y ella estaba ansiosa por ponerse al día. No obstante, la enfermedad de una semana se extendió a dos, después a tres. Dianne se sentía cada día más débil y una mañana su piel se tornó de un color amarillento para nada saludable. La malaria la había llevado a una seria hepatitis. Tres semanas más en el hospital fueron seguidas por dos meses más en la casa. Intentaba reanimarse, pero aún se sentía exhausta y tenía dolor en el hígado. -Mucha gente que había tenido hepatitis me tranquilizaba afirmando que la recuperación podía ser lenta -dice Dianne-, y yo me esforzaba por mantener las responsabilidades de la familia, la casa y el trabajo. Sin embargo, cada día sentía que escalaba una montaña. Los dolores y la fatiga continuaban. El médico de Dianne regresó a los Estados Unidos en julio y agosto, de modo que Dianne no se hizo los habituales estudios del hígado. En ese lapso sintió como si estuviera retrocediendo y cada día se le hacía más difícil hacer algo. Finalmente, en septiembre, fue a ver a un especialista. -Deberá ir a Johannesburg para hacerse más estudios -dijo el especialista. -¿Tengo problemas? -preguntó Dianne. -Su estado puede ser causado por una hepatitis crónica, por un tumor, por cáncer o por problemas secundarios de una artritis reumatoidea -le dijo con amabilidad-. Pero, sÍ. Usted padece de una disfuncionalidad del hígado. Y eso es muy serio. Dianne y John siempre creyeron en el poder de la oración. Y ahora lo pusieron en práctica. Las llamadas telefónicas a su familia y amigos, a la comunidad de la iglesia y al personal de Hábitat para la Humanidad en los Estados Unidos fueron las primeras. -Recen -aquella palabra cruzó el mundo, llegó a toda la gente de las pequeñas ciudades donde los Mistelske habían trabajado y servido a los demás-. Alboroten al cielo. Ahora es nuestro turno de ayudar a Dianne. Después vinieron los vecinos, musulmanes e hindúes, algunos maestros, voluntarios del proyecto de Hábitat, el trabajador social que había encontrado a su hija adoptiva, los comerciantes que todos los días la saludaban con cariño, los niños del lugar. Mientras se preparaban para partir hacia Johannesburg, John y Dianne sintieron que estaban rodeados de amor, que los alentaba y los llenaba de coraje. Sabían que con aquello podrían enfrentarse a cualquier eventualidad. Dios y su gente estaban con ellos. Durante una semana en Johannesburg, Dianne se sometió a todos los estudios que pudieran imaginarse. No se encontraba nada malo. Nada en

absoluto. -Su hígado está completamente sano -le dijo finalmente el médico. -¿Cómo es posible? -le preguntó, con las lágrimas que le corrían por las mejillas. Este se encogió de hombros. -No tengo explicación. -Sé que Dios me ha curado por una razón y rezo por poder discernir cómo seguirlo y amarlo mejor -dice Dianne, ya en actividad en Botswana y ahora rebosante de salud-. Me siento totalmente asombrada cuando me doy cuenta de cuánta gente hermosa compartió este milagro. Porque esto es también un milagro. Uno menos notable, tal vez, pero no menos importante. Ya que, por un tiempo, la oración se extendió por todos los confines, se quemó incienso, se elevaron toques de tambor y cánticos; alguna gente pidió a Dios calzada con sandalias y envuelta en chales, otros leyeron la Biblia, algunos rezaron el rosario, otros encendieron velas y elevaron las manos al cielo, todos los colores, todas las creencias, y todo por Dianne, todos unidos. Tal vez es sólo el comienzo de lo que podría ser...

LIBRO QUINTO

Los milagros especiales de Dios

La medida del amor de Dios Le canto al todopoderoso Dios Que hace levantar las montañas Que esparce los torrentosos mares Y crea los dominantes cielos... ISAAC WATTS "LE CANTO AL TODOPODEROSO DIOS" -Regresaba en coche de visitar a mi hija en el hospital Sparta, de Nueva Jersey -dice Mattie Houlden-. Aquella noche había una terrible tormenta, casi con ráfagas de viento huracanadas y violentas lluvias -lo peor era que su camioneta liviana parecía balancearse con el viento. Mientras conducía, las ráfagas de viento empujaban la camioneta y la sacaban del camino. Mattie rezaba pidiendo ayuda cada vez que luchaba porque el vehículo volviera a la carretera. Para cuando se estaba acercando a un atajo, los hombros le dolían. ¿Debería seguir aquel camino? Llegaría más pronto a su casa, pero la ruta estaba desierta. Otra ráfaga hizo mover el vehículo y Mattie tomó la decisión. Doblando, patinó sobre aquel pavimento escabroso, enderezó el volante, después miró asombrada la escena. No había lluvia que golpeara contra el parabrisas, ni viento que soplara, nada salvo una serena noche estrellada. Mattie llegó a su casa tranquilamente. -Sé que las tormentas no se terminan en las esquinas -dice ella-, así que sólo debía darle gracias a Dios. Vic* había estado donando a los pobres un 5% de su salario. Pero cuando su familia pasó por un difícil período económico, se sintió tentada a dejar de hacer aquella donación; ¿no era su primera obligación para con su familia? -Dios -dijo finalmente-, me seguiré encargando de los pobres, pero por favor hazme saber que Tú cuidarás de nosotros. El fin de semana siguiente, Vic entró en una estación de servicio para cargar combustible. Aunque su automóvil gastaba un tanque por semana, de alguna manera había funcionado durante siete días con el tanque vacío. Esa era la prueba que Vic necesitaba. Jamás podría superar a Dios en generosidad. Ray* le contó a los oyentes de la estación de radio WEZE, de Bastan, lo que le sucedió una mañana después de una tormenta de nieve. -Traté varias veces de hacer una llamada por teléfono, pero la línea estaba muda -dijo-. Entonces miré la nieve que había acumulada en la

entrada y decidí ir a limpiarla con una pala. Mientras Ray se ponía las botas, sonó el teléfono. Era su hermano, y ambos mantuvieron una breve conversación. Ray se sintió contento de que el servicio telefónico estuviera restaurado. Colgó y abrió la puerta. -Allí, sobre la entrada, había un cable de electricidad con tensión -dijo-. Obviamente se había caído cuando yo estaba hablando por teléfono. Habría estado justo debajo de este cable si mi hermano no me hubiera llamado. Ray tomó el teléfono para llamar a su hermano y contarle de lo que se había salvado. Pero el teléfono había vuelto a quedar fuera de servicio. Y así permaneció por el resto del fin de semana. -El lunes por la mañana, cuando vino la compañía de teléfonos, le conté al capataz que había recibido una llamada el sábado -dijo Ray. El capataz lo miró con gesto extrañado. -No puede ser -dijo él-. Nadie en esta zona ha tenido servicio desde el viernes por la noche. Las líneas quedaron completamente destruidas después de la tormenta. Entonces Ray supo quién había temporalmente reparado los cables, sólo por él. Nos maravillamos ante la autoridad de Dios sobre la tormenta y el viento, de su delicadeza en la textura de una hoja, en una diminuta hormiga. El hizo el universo y El manda en cada porción de este. Y en circunstancias normales, sus leyes de la ciencia y la lógica prevalecen. La fuerza de gravedad, las condiciones climáticas, automóviles, cables de teléfono y otros elementos mecánicos funcionan en un cierto orden. La materia no se reproduce. La gente no está en dos lugares a la vez. Pero cuando sucede un milagro, Dios puede detener, y lo hace, estas leyes. ¿Por qué lo hace Dios? Tal vez para demostrar su poder y su amor. Un grupo de científicos, recientemente, examinó el tilma o capa de Juan Diego, un pobre indio inca que afirmó ver a la Virgen María en 1534. Sobre este tilma hay una imagen de María, más tarde llamada Nuestra Señora de Guadalupe. El tilma está hecho de tela de fibra de cacto, material que debería haberse desintegrado hace cientos de años. Sin embargo, aún está entero y hermoso. Uno de los comentarios de los científicos resume las siguientes historias: "Dios hizo la naturaleza y la maneja según su deseo".

Tiernos tesoros Los milagros no suceden en oposición a la Naturaleza, sino sólo en contradicción con lo que nosotros conocemos de ella. SAN AGUSTIN Una lectora, que se sentía sola y abandonada, miraba por la ventana del hotel un árbol de magnolias, cuyos capullos estaban muy cerrados. ¡Cómo deseaba que Dios le enviara una señal de que El estaba cerca y oía los anhelos de su corazón! De repente, mientras miraba, sin poder creerlo, uno de los capullos se movió, después se abrió rápidamente y por completo, produciendo un glorioso conjunto de colores y belleza. Aún tengo una fotografía de esa única flor en aquel árbol, escribió. Dios hace muchos pequeños milagros, pero la mayoría de ellos deben ser vistos con el corazón. Nancy Trant, que lamentaba la repentina muerte de su novio, viajó a Colorado donde los dos habían planeado hacer su luna de miel. El viaje fue pintoresco pero muy solitario. Un día Nancy alquiló un coche y con él se dirigió a la cima del Pikes Peak, a unos cuatro mil doscientos metros sobre el nivel del mar. Allá, arriba de la montaña, sin embargo, comenzó a sentirse mareada. El pico entero estaba cubierto por una densa nube. -Como no había nadie en los alrededores y yo no veía nada, comencé a caminar de nuevo hacia el coche -dice. En el camino, oyó una voz interior que le ordenaba: "Regresa adonde estabas". Aún mareada, Nancy discutió con la voz, pero esta siguió insistiendo dentro de su espíritu: "¡Ve!" De mala gana, Nancy trepó nuevamente hasta la defensa de protección. En aquel momento, las nubes se abrieron delante de ella. -Ante mí había un arco iris de tres o cuatro pisos de alto, que salía de la montaña y desaparecía en el infinito -dice Nancy. El aire parecía cargado de electricidad y había una visibilidad de kilómetros. Nancy se sintió transportada, llena de dicha. ¿No era el arco iris un signo de la alianza de Dios con su gente, con ella? Aquella exquisita escena permaneció durante varios minutos, después las nubes volvieron a cubrir la cima. Pero Nancy jamás olvidó el momento aquel en que Dios le envió consuelo para su dolor y la promesa de un mañana más feliz.

Mientras hacía compras con sus hijos, Kaylyn Dunne estaba

perdida en sus pensamientos. Acababa de llegar de un retiro espiritual de fin de semana que utilizaba a la mariposa, símbolo universal de cambio y metamorfosis, como tema. El retiro le había despertado el deseo de tener una vida espiritual más profunda, aunque también la preocupaba, ya que le habían pedido que fuera la encargada de los siguientes retiros espirituales que se organizaran. Kaylyn jamás había sido encargada de nada y sentía que no estaba capacitada. Con su ya saturado esquema de vida y un hijo con una enfermedad crónica que cuidar, ¿deseaba Dios que ella hiciera esto? -¡Mami, mira! -dijo de pronto su hijo desde el asiento trasero. Kaylyn casi clava los frenos. Caminando delante de ella, dentro del automóvil, había una enorme mariposa. Era de vívido color amarillo, su color favorito. Con el coche a más de sesenta kilómetros por hora y las ventanillas apenas con una rendija abierta, ya que sus hijas preadolescentes no deseaban despeinarse el cabello, ¿cómo había entrado? La visitante alada batió delicadamente las alas, después se posó, como si fuera un pequeño plumón, sobre el salpicadero. Extasiados, los niños la miraban fijamente. -Debe estar asustada -les dijo Kaylyn-. Abre las ventanillas y déjala salir -sin embargo, a pesar del viento, la mariposa se quedó. Kaylyn entró al estacionamiento de la biblioteca. -Dejemos abiertas las ventanillas mientras nos vamos -sugirió. Cuando regresaron al coche, sin embargo, la mariposa aún estaba graciosamente posada sobre el salpicadero, como si estuviera esperándolos. Perpleja, Kaylyn terminó con sus obligaciones, regresó a su casa, abrió las puertas del coche, entró a la casa con sus hijos y esperó. Finalmente, sin prisa, la mariposa salió, describió unos círculos alrededor de la casa, como una especie de abrazo, y desapareció volando. -Me puse a pensar en el momento en que había aparecido, justo después de que hubiera rezado -dijo Kaylyn. ¿Fue intención de Dios enviar esa señal de que El estaba cerca? Kaylyn aceptó el trabajo de encargada y aquello significó el camino hacia una vida espiritual más rica. Desde ese día, las mariposas parecen visitar a Kaylyn a menudo, en especial cuando ella necesita estímulo. Uno de los mejores encuentros fue el invierno pasado. Cuando unos amigos estaban haciendo un servicio de oración por el hijo de Kaylyn en la sala de su casa, alguien señaló hacia la ventana del frente y exclamó, -¡Miren afuera! Era un día de enero con mucha nieve y temperatura bajo cero. Pero golpeando delicadamente contra el vidrio de la ventana, como si le recordara a Kaylyn la constante preocupación de Dios, había una mariposa marrón. Flores, arco iris, mariposas... los tesoros más tiernos de la naturaleza. Tal vez Dios los utilice como puente entre el cielo y la tierra, para hacernos saber que mientras El observa un gorrión, con seguridad nos está

observando a nosotros.

El Señor de los vientos y el fuego Y aquellos hombres, maravillados, decían: "¿Quién es este, que hasta los vientos y el mar le obedecen?" MATEO 8:7'1 Corría el mes de junio de 1984 y Alberta McCreery y su amiga Louise visitaban a unos parientes de esta que vivían en Lewis, Kansas. De repente, la cuñada de Louise entró corriendo a la sala de estar, pálida y atemorizada. -¡Los campos de trigo se están incendiando! -gritó. Los campos estaban justo entre la casa de ellos y la escuela del pueblo. Mientras las mujeres corrían hacia afuera, pudieron oir el crepitar del fuego y ver el humo que se elevaba en el aire. -Los vientos de Kansas son fuertes y constantes, en especial a campo abierto -explica Alberta. Y con el trigo aún sin cosechar el fuego pronto transformaría aquellos campos en un polvorín de detonación . El primer pensamiento de todos fue llegar a la abuela que no se podía mover por su artritis y estaba sola en su casa. -¡Reza, Alberta! -Louise le gritó por encima del hombro mientras corría por el camino que llevaba a la casa de la abuela. Ahora se veían las llamas, que como látigos se alzaban por los fuertes vientos, avanzando hacia el edificio de la escuela. ¡Qué infierno! Pasarían minutos antes de que llegaran los camiones de bomberos, y para entonces los edificios ya estarían envueltos en llamas: La gente corría y gritaba, pero Alberta miró hacia el cielo, pidiéndole a Dios que enviara protección. -Con las manos en alto, corriendo por las calles, le pedí a los ángeles que calmaran los vientos y pusieran bajo control el fuego -dice ella. En ese momento, la abuela había salido de la casa y bajaba las escaleras de la entrada; Louise había tomado una manguera de jardín y las sirenas se oían en la distancia. -Después sucedió algo asombroso -dice Alberta-. El viento, aquel incesante y siempre activo viento de Kansas, se calmó por completo. Fue de repente y por completo. -Toda la atmósfera parecía calma. Incluso los pájaros dejaron de cantar. Ni un soplo de brisa rozaba las mejillas de Alberta. En pocos segundos, sin las ráfagas que lo aventaran, el fuego dejó de avanzar. En lugar de seguir cruzando los campos, siguió ardiendo más lento y parejo. Para cuando llegaron las autobombas, estuvo bajo control, a pocos metros del edificio de la escuela. -Nuestra acción de gracias fue fervorosa hacia aquellas fuerzas invisibles que entraron en acción por nuestro ruego -dice Alberta-. ¡Ellas en verdad se habían movido de manera misteriosa!

Durante muchos años, Carol Rosen vivió en una casa situada al pie de las colinas de San Diego. Siempre que salía, la bendecía, le agradecía a Dios su protección y se la imaginaba rodeada por una luz blanca. Durante un día de septiembre especialmente seco, Carol se ausentó para asistir a un retiro espiritual en Idyllwild, una ciudad cercana a Palm Springs. -Durante mi viaje de ida, de repente tuve la visión de mi casa con una gran cruz de luz blanca que se posaba sobre ella -dice-. No tenía idea de lo que esto significaba, pero sabía que era bueno, de modo que le agradecí a Dios y volví a bendecir mi casa. Pocos días más tarde, regresó a San Diego, con una sensación de tranquilidad y frescura a pesar de que había una temperatura superior a los treinta grados y soplaba el viento de Santa Ana, caliente y pesado. Sin embargo, cuando llegaba a su casa, miró hacia arriba y vio que toda la colina estaba envuelta en llamas y que un humo negro se elevaba hacia el cielo. -No me atreví a seguir avanzando -dice Carol-. Estacioné al pie del camino y allí parada me puse a rezar. La colina terminaría destruida, lo sabía, en especial con aquella sequía. Los cinco camiones de bomberos no llegaron hasta varios minutos más tarde. Los bomberos corrieron colina arriba con sus ropas de amianto, cargando pesadas mangueras, pero resultaba obvio que ya era demasiado tarde. Había demasiado humo y llamas para que Carol se diera cuenta del desastre. Pero el feroz viento de Santa Ana extendería rápidamente aquellas llamas. No obstante, cuando los primeros bomberos bajaron de la colina, se mostraron incrédulos. -Apagamos el fuego -le dijo uno a Carol-. Ni una de las casas fue alcanzada por las llamas, en ninguna de las colinas. Todo está a salvo. No podemos comprenderlo. -Entonces yo comprendí el significado de la cruz de luz que había visto sobre mi casa -dice Carol-. Todos nosotros tuvimos una protección divina.

El ángel del árbol Todo lo que veo me enseria a creer en el Creador por todo lo que no he visto. RALPH WALDO EMERSON Durante la Segunda Guerra Mundial, la joven Mildred Lee se mudó a vivir con sus padres cuando su marido, que era soldado, fue enviado a luchar. La hija de Mildred de cinco años de edad, Genevieve, disfrutaba de ser el centro de atención de sus abuelos. Pero Mildred estaba preocupada por su marido que estaba tan lejos. ¿Moriría en la guerra? ¿Cómo podría vivir ella sin él? Una noche, la tensión, evidentemente, se hizo muy grande. La pequeña Genevieve se despertó cuando oyó a su madre gritando y tratando de arrojarse por la ventana de su dormitorio. -Hay un ángel en el árbol -decía incesantemente Mildred-. ¡Hay un ángel afuera! Sus padres debieron retenerla por la fuerza para que no se arrojara por la ventana. -Es una mujer enorme, con un vestido brillante, con la más hermosa de las luces a su alrededor -decía sollozando Mildred-. Ella nos protegerá, sé que lo hará. ¡Por favor, déjenme ir con ella! Delante de la casa había dos añosos nogales, uno a cada lado de la calle. Por cierto nadie había visto, en ninguno de los dos, un ángel. Además en los años cuarenta, la gente que tenía "visiones" debía recibir atención médica. Mildred fue llevada a un hospital para enfermos mentales y, durante más de dos años, recibió treinta y seis tratamientos de electrochoque para curarse de lo que todos suponían era un problema nervioso. El padre de Genevieve regresó de la guerra sano y salvo, fue a buscar a su hija y se mudó a una ciudad vecina. Después Mildred fue dada de alta y salió del hospital. -Mamá regresó siendo una persona distinta, muy infantil -dice Genevieve-, y papá y yo comenzamos a llevar una vida dedicada al cuidado de ella. En aquellos días, nadie sabía mucho de enfermedades mentales. Todos en la familia simulaban que nada diferente le sucedía a Mildred. Pero, por lo menos, una vez al día, cuando nadie la oía, Mildred le decía a la joven Genevieve lo especial que eran ellos, ya que un hermoso ángel los cuidaba. -Ahora no lo puedo ver, porque él está en el árbol de los abuelos -decía siempre Mildred-, pero sé que está ahí. A los diecisiete años, Genevieve se fue de su casa para casarse

con Jim Weaver. Al mismo tiempo, sus padres se mudaron para cuidar a los abuelos que estaban enfermos, regresando a la casa donde Mildred había visto el ángel. Aparentemente, ese ángel aún estaba allÍ. -A medida que pasaban los años, mi madre hablaba del ángel cada vez más a menudo - recuerda Genevieve. Si alguien venía de visita, Mildred, feliz, le describía las ropas del ángel o la hermosa luz que le rodeaba. Los parientes y los vecinos se sentaban en el porche, a la sombra del enorme árbol, con expresiones preocupadas, mientras escuchaban aquellas historias y observaban la mirada extasiada en el rostro de Mildred. Poco a poco, se creó una tierna conspiración. ¿Qué importaba si la inocente y vulnerable Mildred tenía alucinaciones? ¿A quién lastimaba? Además, ¿no era una idea agradable tener un ángel que cuidara de la casa? Los abuelos de Genevieve murieron y después lo hizo su padre. De pronto ella se vio con la responsabilidad total del cuidado de su madre. Era más fácil mudar a Mildred a la casa de Genevieve, llena de actividad, que hacerlo a la inversa, yeso fue lo que ella hizo. Pero Mildred era como un alma perdida, que se lamentaba por el ángel que había dejado atrás. -Había noches en que yo hacía los treinta kilómetros que me separaban de la casa de los abuelos, que aún no se había vendido, y me sentaba dentro a llorar por esta situación -dice Genevieve-. Extrañaba a mi padre y no sabía qué hacer con la infelicidad de mi madre. Sin embargo, a veces, sentía que las respuestas estaban en la casa misma, y que todo estaría bien. -Finalmente, ella y Jim decidieron vender su casa y mudarse con Mildred al lugar que siempre había amado. Mildred quedó en éxtasis. Una vez más, se sentó en el familiar porche, cantando himnos y hablando con el ángel, a la sombra del viejo nogal. -Pronto me iré para estar con ella y con tu padre -siempre le decía a Genevieve. Genevieve se sentía también tranquila. La casa, incluso el árbol, parecía darle la bienvenida, consolarla. Había tomado una buena decisión. El 9 de septiembre de 1989, Mildred murió. Unas semanas más tarde, Jim cruzó la entrada de la casa con expresión preocupada. -¿Has visto ese árbol? -le preguntó a su esposa. -¿El árbol de mamá? -Genevieve no lo había visto. Pero cuando fue a la ventana, quedó boquiabierta. Durante el funeral, los dos enormes nogales habían estado llenos de hojas. Ahora, aunque el que estaba cruzando la calle mostraba un tupido follaje, el árbol de los Weaver era un negro esqueleto, marchito y sin vida. -¿Qué sucedió? -preguntó Jim-. Los árboles sanos no se mueren de la noche a la mañana. Genevieve lo miró. Como un fiel guardián, había extendido su sombra sobre toda la familia. Y entre sus ramas, su madre había encontrado la paz. Genevieve extrañaría el árbol y lo sabía. Pero su trabajo ya estaba cumplido.

El milagro de la multiplicación Por milagros no queremos decir contradicciones a la Naturaleza. Sino que, librada a los recursos propios de ella, jamás esta podría producirlos. C. S. LEWIS, MILAGROS La fiesta judía de Chanukah, fiesta de las luces, rememora el acontecimiento bíblico de una lamparilla con aceite suficiente para arder un solo día, y que sin embargo duró ocho días para proteger al pueblo de Dios. Jesús multiplicó panes y peces para alimentar a sus seguidores, en más de una ocasión. Y aparentemente, Dios continúa haciendo cosas de la nada cuando su pueblo lo requiere. En El Paso, Texas, un fenómeno así sucedió en 1972, cuando un miembro de un pequeño grupo de oración leyó un pasaje de la Biblia sobre la preparación de un banquete. -"Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos, y serás dichoso..." -decía (Lucas 14:13). El grupo, conducido por el padre Richard Thomas, decidió compartir la cena de Navidad con unos cirujas mejicanos y sus familias que vivían en Juárez, Méjico, gente sin tierra que se mantenía vendiendo lo que podía encontrar en los vertedores que se extendían por el Río Grande. Le llevó varios días al grupo de oración preparar una mesa abundante. Pero la palabra ya se había difundido y los invitados de Juárez sumaban más de trescientas personas, dos veces lo que se esperaba. Sin embargo, hubo suficiente comida. Preocupado, el voluntario asignado para cortar las lonchas de jamón informó que estas siempre eran las mismas, aunque cada comensal recibió una generosa porción. Los tamales parecieron multiplicarse en las bandejas de servir. Cuando todos terminaron de comer, quedaron sobras de comida en abundancia como para que los invitados se llevaran a sus casas. Los miembros del grupo de oración estaban desconcertados. Animados por la abundancia inexplicable que habían tenido para aquella Navidad, decidieron continuar lo que habían comenzado, ofreciendo a los vecinos de Juárez tanto ayuda material como espiritual. Poco a poco, las cosas comenzaron a cambiar. Las luchas encarnizadas entre las familias de los cirujas disminuyeron, y dieron paso a la reconciliación y a la cura de viejas heridas. Los voluntarios de ambas ciudades construyeron un rancho de alimentos y pescados, una fábrica de ladrillos y un tanque cisterna para el agua. Las curaciones de enfermedades físicas se hicieron comunes. Las conversiones espirituales abundaron. ¿Y la multiplicación de alimentos? Continúa hoy en día. Harina para hacer tortillas, uvas de la granja,

latas de leche condensada para los niños, incluso materiales para revocar las construcciones, todos estos elementos, útiles para la vida diaria, y muchos más se multiplicaron misteriosamente; dan testimonio de ello varias personas. -Las multiplicaciones no son tan frecuentes y por supuesto no son predecibles -explica el padre Thomas-. Y aunque intentamos llevar un registro, resulta casi imposible. Francamente, no tenemos los medios necesarios para hacer un seguimiento de todos los milagros que Dios hace aquí12. Eileen Freeman, autora de Tocada por los ángeles, tuvo una experiencia similar cuando era estudiante en la Facultad de Barnard. Durante el verano de 1969, vivió en una pequeña comunidad dedicada a la oración en Ann Arbor, Michigan. Los hombres y mujeres dormían en casas separadas, pero se juntaban para la cena. -Todos contribuíamos a la compra de alimentos y todas las noches nos turnábamos para cocinar -dice Eileen-. Siempre eran bienvenidos los invitados, ya se tratara de miembros de la comunidad académica o de peregrinos que necesitaban comida. Una noche, Eileen fue a preparar la cena y se encontró en el congelador con sólo dos kilos de carne. Aunque agregó bastante miga de pan y otros ingredientes de relleno, el pastel de carne casi no alcanzaba para darle a cada uno de los doce comensales una pequeña tajada. ¿Y qué sucedería si llegaban otros invitados? Justo cuando todos estaban a punto de sentarse a la mesa, una furgoneta estacionó en la entrada y varios jóvenes bajaron de ella. Acababan de terminar un largo retiro en la Facultad de Bastan y, deseosos de compartir aquellas maravillosas experiencias con la comunidad de Ann Arbor, habían hecho más de mil trescientos kilómetros sin detenerse. Por supuesto que estaban invitados a cenar. Eileen hizo un rápido recuento de los comensales. ¡Diecinueve! Sacó más pan, hizo otra fuente de puré instantáneo y se unió a los demás para la ferviente bendición de la comida. Alguien cort'ó una tajada de pastel de carne y pasó la bandeja. -Fue una cena maravillosa, con estos invitados que nos contaron historias de cómo durante el retiro habían comenzado a conocer más a Jesús -recuerda Eileen. Hubo oraciones, canciones y risas. Y sorprendentemente, también pastel de carne. Cuando todos se sirvieron por segunda vez, la bandeja de pastel estaba por la mitad, sin embargo seguía así cuando se sirvieron por tercera vez. Sorprendidos y dichosos, los jóvenes dieron las gracias a Dios por su presencia entre ellos. Y aún no habían terminado. Hubo suficiente pastel de carne para comer al día siguiente. ¿Qué sucede si no es la cantidad sino la calidad lo que se necesita cambiar? Pat Mullins es líder de Efesios 1:4, un grupo de oración con quinientos miembros en Dublin, California. La gente, a menudo, se ayuda mutuamente en los proyectos, de modo que cuando Pat debió pintar la casa

que su hija alquilaría, un piloto de aerolínea, una maestra jubilada, un contratista y varias personas "normales y amables" del grupo, se ofrecieron como voluntarios para ayudar. -Yo no tenía mucho dinero y, como el contratista tenía siempre restos de pintura que guardaba en su almacén, nos dijo que tomáramos lo que necesitáramos -dice Pat-. Yo deseaba un mismo color neutro para toda la casa, de modo que en una lata de base blanca, agregué un poco de azul, y el resto de pintura color melocotón ... Finalmente conseguí una bonita tonalidad que creí iría bien con este trabajo. No fue asÍ. Con la mitad de las habitaciones por pintar, la pintura se acabó. Los pintores improvisados se miraron entre sí. ¿Qué hacer ahora? No había posibilidad de conseguir el mismo color, al menos con la mezcla al azar que yo había conseguido hacer. El único color de base que quedaba era damasco, que no era un tono neutro. De todas formas, fuimos al almacén y comenzamos a mezclar, a revolver y a rezar, con la esperanza de que no tuviéramos que volver a pintar con una nueva mezcla. -La gente del grupo de oración está acostumbrada a hacer las cosas junto a Dios -dice Pat-. Siempre asumimos que lo que El haga es perfecto y que, aunque tal vez no sea agradable, si Ello hace de esta manera, nos mostramos deseosos de obedecer. Las plegarias de los pintores se vieron recompensadas. Ya que, a pesar de utilizar diferentes proporciones y colores, la nueva pintura resultó ser la tonalidad exacta de la utilizada anteriormente. -Un profesional no podría decir dónde nos habíamos detenido y dónde habíamos retomado el trabajo -dice Pat. Es natural el deseo de proveer a nuestras propias necesidades. Pero a veces debemos apoyarnos en Dios. -Y cuando tenemos voluntad de que El sea nuestra fuente y recurso -señala Pat-, los resultados son siempre maravillosos. ¿Se produce la multiplicación sólo en grupos? Patricia Story dice que no. Nativa de Nueva York, vivió en uno de los barrios ricos de Long Island hasta 1977, cuando su marido fue transferido a Albuquerque. La familia deseaba el cambio. Compraron un terreno en una pintoresca elevación a más de dos mil metros, cerca de las montañas de San Pedro y colocaron una casa rodante enorme hasta que pudieran construirse su propia casa. Pero sus sueños comenzaron a frustrarse. El marido de Pat desarrolló una diabetes y la compañía en la que trabajaba lo despidió. Comenzó un negocio con los fondos que tenían ahorrados para la casa y en 1985 murió repentinamente de un aneurisma. Sólo después del funeral pudo Pat descubrir que él había solicitado un préstamo con cargo a la póliza del seguro de vida y que había contraído algunas deudas, bastante importantes. Pat mantuvo a flote el negocio durante unos años y pudo pagar la mayoría de las deudas. Pero no podía mudarse a un apartamento y llevar una

vida más fácil, ya que los alquileres eran demasiado elevados. Sus hijos, ahora crecidos, tenían problemas para encontrar empleo, en especial durante el invierno, cuando el clima tan frío lo complicaba todo. Poco a poco, Pat comenzó a tener problemas de salud. -Yo, que una vez tuve una casa con nueve habitaciones, joyas, ahora estaba preocupada por el pago de la factura de electricidad o la cuenta del médico -dice ella. Aunque siempre ha sido una cristiana tibia, ahora comenzó a rezar. En febrero de 1992, Pat recibió una factura de agua por 190 dólares y descubrió que había una fuga debajo del remolque en la tubería de agua caliente. -Con más de un metro y medio de nieve, ciertamente era difícil notarlo -dice ella. No podía pagar la factura, de modo que le cortaron el agua. Una vez al día, la familia llenaba jarras con nieve y la calentaban, para poder lavar y cocinar. El 30 de marzo, Pat hizo que el suministro de cien galones de gas propano que usaba para la calefacción viniera de un tanque preparado que estaba en el exterior. Si lo usaba con mucho cuidad", podría durar dos meses. ¿Y después qué? No había más dinero. Miró en los alrededores del remolque. Había acumulados restos de coches, ella misma estaba exhausta en cuerpo y alma, y tal vez fue en aquel momento cuando Pat se entregó por completo a los brazos de Dios. -No puedo hacer nada más -le dijo a El-. Todo lo que siempre provees y ahora deberás hacerlo. Unas semanas más tarde, el hijo de Pat le trajo un enorme ramo de rosas-. Conseguí trabajo de jardinero, podando árboles del parque. Estas las habrían tirado a la basura. Pat adoraba las flores y hacía años que no había recibido un regalo. Las colocó donde pudiera disfrutar de su perfume. Parecían algo más que flores, de alguna manera, era casi una señal de que algo bueno estaba por suceder. Una semana después, las flores se marchitaron, y mientras las estaba tirando, Pat recordó verificar el tanque de propano. Cuando miró el indicador, se mostró incrédula. Todavía le quedaban noventa galones, cuando debería haber estado marcando menos que la mitad. ¿Estaba roto el indicador? La compañía de gas dijo que no, agregando que Pat seguramente estaba usando menos combustible. Sin embargo, ella no había alterado su rutina. Pasaron los meses y el indicador seguía casi en el mismo lugar. Sin gastar tanto en combustible, Pat comenzó a ponerse al día, además de sucederle algunos otros acontecimientos extraños. Cuando se le rompieron las costosas gafas que usaba, su hija le compró un par por 11,95 dólares que le iban mejor que cualquier otro que Pat hubiera usado antes. Otra de sus hijas encontró trabajo justo cuando todos necesitaban comprarse ropa. Después del otoño, Pat se enteró de que tenía un hueso roto en una de sus piernas, pero que este, de alguna forma, se había soldado solo. Y el suministro de propano seguía

llegando. Finalmente, en noviembre, nueve meses después del último pedido, Pat hizo otra compra para el invierno. -Le doy menos de lo habitual porque todavía le queda algo del año pasado -le comentó el proveedor-. Raro, ¿no? No era raro, sintió Pat. Milagroso. Y lo verdaderamente milagroso tal vez no fuera el propano sino su creciente confianza al haberse rendido a los brazos de Dios. -No sé lo que el futuro nos deparará, pero estamos más cerca de Dios -dice ella-. Llevo una ferviente vida de oración. Y cuando puedo compartir algo, lo hago. Estoy aprendiendo que siempre se nos recompensa cien veces más. Jamás existió un momento en que Bonnie Rose Loveall no se hubiera sentido sola. Los miembros de su familia habían muerto o la habían abandonado cuando era muy joven, y debido a que ahora era madre soltera de dos niños pequeños, había gente que la rechazaba. Bonnie recibía un poco de ayuda del Estado en forma de cupones para alimentos, pero jamás tenía nada de dinero. En realidad, durante años, dice que llevó en su billetera un billete de un dólar para recordar que era un ser humano. Fue durante este período desolado y difícil que Bonnie conoció el poder del Altísimo. Jamás había sabido de Dios, pero un día, pidió ayuda para criar a sus hijos. ¿Era así como se rezaba? No tenía a nadie con quien hablar de esto y su vida solitaria continuó. Siempre era una lucha tener alimento sobre la mesa, en especial cuando se quedaba sin cupones. Un domingo por la noche, Bonnie miró, llena de preocupación, los armarios casi vacíos de la cocina. ¿Cómo alimentaría a sus hijos hasta el fin de semana? No había vecinos amables que le prestaran algo, ni un lugar para necesitados, sólo ella y su nevera, que se vaciaba rápidamente. Habitualmente algo aparecía, aunque esta semana, no era así. Para el almuerzo del martes, Bonnie no tenía nada de comer. Obligándose a mantener la calma, revisó todos los armarios, todos los cajones de su diminuto apartamento, incluso miró debajo de las camas. No había nada para comer. Los niños lloraban de hambre y Bonnie evaluó la situación. No tenía a nadie a quien recurrir, sólo a Dios. Sin embargo, su fe era tan débil... Respiró profundo. -Dios, los niños necesitan comida -dijo simplemente. De inmediato, Bonnie sintió una necesidad imperiosa de volver a mirar dentro de los armarios. Se resistía. ¿No acababa de buscar en los estantes vacíos, sin ningún resultado? Pero nuevamente, algo la incitaba y esta vez abrió un armario. -Había una caja de fideos y queso -recuerda Bonnie-. Yo sabía que antes no estaban allí. Me sentí impresionada y agradecida. -Rápidamente cocinó el contenido de la caja y tanto ella como sus hijos comieron hasta

hartarse. La olla aún estaba llena de fideos. Bonnie los puso en la nevera, lista para recalentarlos para la cena. Dios, después de todo, le había proporcionado el pan de cada día. Los fideos volvieron a alimentarlos por la noche. Como aún quedaba la olla casi llena, Bonnie volvió a guardarlos en la nevera aquella noche, a la noche siguiente... y a la siguiente... -Comimos de esa olla toda la semana, hasta que pude volvler a comprar alimentos -dice ella-. Sabía que estaba viviendo una experiencia sobrenatural. Pero ¿a quién podía decírselo? Bonnie jamás se preguntó por qué Dios no le preparó un banquete en lugar de una humilde caja de fideos. -Yo creo que mi fe de entonces y de ahora es como la de un niño, simplemente tomo lo que se me ofrece -dice ella-. Le había contado a Dios mis problemas y dejé que Ellos resolviera.

Siempre cerca La coincidencia es la manera que tiene Dios de permanecer en el anonimato. DICHO POPULAR Eileen Bosshart, de Streamwood, Illinois, se encontraba en medio de un dilema. Se había quedado sin uno de los ingredientes principales para la cena de la noche y, si ella salía a comprarlo, la comida no estaría a la hora de costumbre e incluso llegaría tarde a la práctica del coro. iOh, había veces en que se hacía difícil ser madre de nueve hijos! Los días de Eileen pasaban llevando niños de aquí para allá, mientras a la vez atendía su casa y sus propios proyectos personales, la edición de un boletín, clases de catequesis, ayudar a administrar una despensa de alimentos en una de las parroquias de la ciudad y, en este preciso instante, planificar una cena con baile para recaudar fondos para un cura misionero. -Trataba de organizar tantas actividades como podía para el día -dice Eileen, con modesta suspicacia-. Siempre parecía que estaba corriendo. Ahora buscaba en los armarios de la cocina, golpeando las puertas y abriendo los cajones. i Con seguridad encontraría algo para sustituir aquel ingrediente! La idea de hacer un pedido en este momento tan atareado era ya demasiado como para llegar a tenerlo siquiera en cuenta. Sin embargo, su esperanzada búsqueda no fue recompensada, de modo que la carrera al supermercado era inevitable. La menor de sus hijos, Allison, de cuatro años de edad, la había estado observando mientras ella, frenética, buscaba en los armarios y ahora se daba cuenta de que su mamá estaba saliendo. -¿Puedo ir contigo, mami? -ansiosa la niñita corrió hacia la puerta de atrás. Eileen no se podía permitir entretenerse con la niña. El tiempo era crucial. Si ella podía llegar al supermercado, encontrar rápidamente lo que necesitaba y volver corriendo a casa, podría reanudar de inmediato su tarea sin demasiada pérdida. -Ahora no, Allison -Eileen pasó alIado de su hija-. Te quedas aquí y ves la televisión con Danny y Mark. Te llevaré en otro momento, cuando no tenga tanta prisa. La furgoneta estaba estacionada en la entrada de coches. Con los pensamientos repartidos en miles de tareas, Eileen salió corriendo, se subió y arrancó el motor. Rápidamente puso marcha atrás. Por lo menos, trató de hacerlo, pero el cambio parecía atascado. Volvió a intentarlo, tirando con toda su fuerza, pero la palanca no se movía. Oh, no, ahora no, ¡no cuando más

necesitaba ahorrar tiempo! ¿Por qué todo parecía salirle mal cuando ella estaba apurada? En ese momento, Eileen oyó un ruido de algo que golpeaba. Cuando miró por el espejo retrovisor, el tiempo pareció detenerse. La parte superior de la rubia cabeza de AlIison casi no se veía por la luneta trasera, pero Eileen pudo ver a su hija parada justo detrás del vehículo. Si el cambio no hubiera estado atascado, habría arrollado a la niña. -¡Oh, Allison! -Eileen se bajó del coche torpemente, tomó a su hija en brazos y la colocó en el asiento delantero. ¡Cómo se había salvado! -La senté y la mantuve abrazada, rezando durante unos minutos, hasta que sentí que me volvían las fuerzas -dice Eileen-. Después volví a poner marcha atrás. El cambio se movió fácilmente y salimos sanas y salvas del estacionamiento de coches. ¿Fue sólo una coincidencia que la marcha atrás estuviera atascada una vez y nada más, a pesar de las revisaciones mecánicas, durante los muchos años de conducir vehículos? -Sé que Dios está pendiente de nosotros, estemos o no pensando en El -dice Eileen-. Le estaré por siempre agradecida de que nos haya ahorrado vivir una tragedia.

En medio de la batalla ¡Ah, los nás inocentes, los más ciegos, los nás débiles, Yo soy Aquel que ustedes buscan! FRANCIS THOMPSON, "EL SABUESO DEL CIELO" Cuando Albert Leo entró a la facultad y comenzó a estudiar una carrera de ciencias, ya estaba preparado para desacreditar a todas las religiones organizadas. Pero Dios aún hacía obras en su vida. -A medida que el tiempo pasaba, yo seguía teniendo experiencias que la ciencia no podía explicar -dice Albert-. Me quedaba claro que todo lo que es real no puede colocarse en la mira del microscopio, ser enviado por un resonador magnético o bombardeado con radiación para ser medido, estudiado y clasificado. Sin embargo, Albert, aún se describía a sí mismo como un gran “cabeza dura", en 1944 cuando él y sus compañeros de infantería se encontraban por la nieve y el barro de los Vosgos. Habían luchado en enfrentamientos menores con el ejército alemán, pero las calamidades habían sido muchas. Casi un cuarto de su compañía estaba ahora enferma, herida o muerta. -Habitualmente, marchábamos de noche, atacábamos la ciudad en manos de los alemanes al amanecer, después ocupábamos las casas y cavábamos posiciones defensivas en las afueras -explica Albert. Hacia finales de diciembre, el comandante de la compañía decidió cambiar de método. Una patrulla nocturna penetraría en la siguiente ciudad, Linxgen, y tomaría prisioneros para hacer interrogatorios. Albert era uno de los dos que estaban en los puestos de avanzada. Ya había tenido cantidad de intuiciones. Pero aquella noche experimentó un profundo presentimiento, la certeza de que él no regresaría. Fue tan fuerte aquel sentimiento que dejó las cosas de valor que tenía con un compañero. En lugar de cascos, los dos soldados se pusieron casacas blancas con capucha, a fin de poder confundirse con la nieve. Después, cargando lanzagranadas, se arrastraron por el suelo cincuenta metros colina abajo desde las líneas hasta una casa. Esta estaba vacía, de modo que le hicieron una señal al resto del escuadrón para que se moviera y rodearan el lugar. -Recuerden que un silbato significa que deben volver a la casa -les recordó a todos el jefe del escuadrón-. Dos silbatos significan que todos deben retirarse detrás de las líneas. Albert y el otro soldado volvieron a avanzar medio acuclillados para cruzar los casi doscientos metros de campo abierto hacia el pueblo.

-¡Albert! -le susurró el otro soldado a dos tercios de separación de él-. Vi algo. Regreso a hablar con el jefe. -De acuerdo -mientras el otro soldado regresaba a la casa, Albert se quedó quieto, con la esperanza de no ver nada. Pronto un rifle se disparó delante de él, desde una pared del pueblo. Los primeros perdigones no llegaron cerca de Albert. Estaba seguro de estar suficientemente camuflado pero, como había una pila de leña a su izquierda, decidió correr hasta allí. Justo cuando lo hacía, algo salió, como un rayo, desde la pared y un segundo más tarde, todo el mundo pareció estallar en miles de estrellas. Albert sintió que lo elevaban por la cintura. ¡Entonces es así como se siente uno al ser tiroteado! pensó. Por extraño que pareciera, mientras se deslizaba hacia una oscuridad absoluta, no sintió pánico, ni remordimiento, sólo paz y... la presencia de Dios. El tiempo pasó. Vagamente Albert se dio cuenta de que, después de todo, no estaba muerto, pero que se encontraba tendido en la nieve. Poco a poco, movió las diferentes partes del cuerpo y se dio cuenta de que su brazo derecho no le respondía. Con el izquierdo, Albert se quitó la capucha de la casaca y con movimientos torpes se colocó algo de nieve sobre la sien que le latía. Probablemente había sufrido una herida menor. Si hubiera tenido un casco en lugar de la casaca, tal vez no estaría herido. Mala suerte. El tiroteo había cesado y Albert parecía ser el único ser viviente en ese paisaje silencioso. De alguna manera, se las arregló para arrastrarse la distancia que le quedaba hasta la pila de leña y allí se incorporó apoyándose contra la madera. En cualquier momento sus compañeros lo vendrían a buscar. Era sólo cuestión de estar consciente hasta entonces. No oía nada, no hasta que el silbato penetrante rompió el silencio. Un silbato. El corazón de Albert se angustió. El comandante de la compañía llamaba a los soldados para que regresaran a la casa. Cuando Albert no apareciera, todos supondrían que lo habían matado. Unos momentos después, los peores miedos de Albert se hicieron realidad. El silbato se oyó dos veces. Su escuadrón volvía a las líneas defensivas, dejándolo solo. Bueno, casi solo. En algún lugar detrás de la pared estaba aún el soldado alemán que le había disparado. Veinte minutos pasaron sin producirse ningún ruido. La herida de la cabeza de Albert aún sangraba y él sabía que se podía congelar hasta morir. Rendirse era probablemente su única opción. Con el mejor alemán que aprendiera en la escuela secundaria, rompió el silencio. -¡Necesito ayuda! ¡Estoy listo para rendirme! Nadie respondió. ¿Creía el soldado enemigo que se trataba de una trampa? Albert no podía culparlo. Pero él no podía esperar hasta la mañana para rendirse. Para entonces, los alemanes sólo encontrarían un cadáver. En lugar de ello, Albert se puso de pie detrás de la pila de madera y, para su sorpresa, descubrió que podía caminar. Entonces, ¿por qué rendirse? Tal vez podría llegar hasta su compañía.

Zigzagueando, tambaleándose, a veces cayéndose, Albert llegó a la casa vacía. Jadeante, se dejó caer en el suelo por un momento y se colocó más nieve sobre la herida de la cabeza. Después, arrastrándose hasta ponerse de pie, bajó casi rodando la colina. -No estaba seguro de la ruta de regreso y me había olvidado de la contraseña -dice-. De modo que grité incesantemente que era un soldado y que necesitaba ayuda. Nadie respondió. El agotador viaje parecía interminable. A través del dolor y el miedo, Albert oyó disparos desde el lugar de donde venía. Finalmente un brazo apareció en la oscuridad. -Vamos, amigo -dijo una voz-. Te ayudaré a llegar a la enfermería. -iLo había logrado! Más tarde, el médico del hospital le preguntó a Albert qué había sucedido. Y cuando este le describió su viaje, el médico sonrió y meneó la cabeza. -No le creo, soldado. Alguien debe de haberlo trasladado. No hay ninguna posibilidad entre cien mil de que usted pudiera caminar solo hasta las líneas. -¿Por qué no? -preguntó Albert-. Es simplemente una herida superficial, ¿o no? -¡Una herida superficial! El agujero que tiene en el cráneo es de más de siete centímetros. Si hubiera tenido un casco en lugar de una casaca con capucha, esa esquirla habría perforado el metal y lo hubiera matado. Albert estaba confundido. iY él que había pensado que la casaca había sido mala suerte! -De todos modos, soldado, no pudo haber estado consciente, no con la cabeza así abierta -continuó el médico-. Además, si hubiera pasado más tiempo, se habría muerto de la impresión, por pérdida de sangre o se habría congelado. No señor -meneó la cabeza-. No existe explicación a la razón por la que usted vivirá. Albert se quedó quieto con los ojos bien abiertos. Pensaba en lo que el otro soldado le había dicho, momentos después de haberse desplomado detrás de las líneas, cuando Albert, sin aliento, preguntó: -¿Por qué no me cubrieron? -Lo habríamos hecho, pero no sabíamos cuántos alemanes estaban detrás del nido de ametralladoras -le explicó el otro soldado-. Todos regresamos a las líneas para disparar desde allí. -No había ningún nido de ametralladoras allí -discutió Albert. -Sí que lo había, a la izquierda de donde tú estabas. -¡Eso era una pila de madera! -explicó Albert-. Los disparos provenían de la pared, no de allí. Yo me escondí allí para esperarlos. Los dos soldados se miraron entre sÍ. -Nosotros disparamos hacia allí -le dijo con gentileza el otro soldado-. Si hubieras estado en ese lugar, te habríamos matado. Hoy Albert Leo es director de proyectos de los laboratorios Seaver,

de Claremont, California, y aún sigue siendo muy científico y profundamente espiritual también. Además, de vez en cuando recuerda el episodio de Lynxgen. ¿Fue simplemente una coincidencia que él tuviera puesta una capucha en lugar de un casco, que la nieve que se puso sobre lo que aparentemente era una herida mortal lo mantuviera vivo? ¿Fueron sólo sus piernas las que lo llevaron caminando más de doscientos metros a campo abierto, y después subiendo cincuenta metros de una colina cubierta de nieve? -¿Dónde y cómo nos encontramos con Dios? -pregunta Albert-. El está presente cuando menos lo esperamos.

En alas de mariposa Todas las experiencias místicas entran en conflicto con el "mundo real". Esto se debe a su naturaleza misma. DOCTOR MELVIN MORSE, TRANSFORMADO POR LA LUZ -¿Está escribiendo un libro sobre milagros? -Nancy Montonaro, mostraba en su rostro la expresión típica de la duda-. Mis tíos tuvieron una experiencia... Bueno, probablemente se reirá, pero la familia siempre se ha preguntado... -Cuénteme -la animé. Y Nancy así lo hizo. Su tía Evelyn y su tío Harvey tuvieron un matrimonio largo y feliz. Un día Harvey fue al hospital quejándose de un dolor. La pareja se sorprendió cuando el médico que atendió a Harvey le diagnosticó un cáncer terminal de huesos. ¿Cómo podrían ellos afrontar esto, no sólo el deterioro físico de Harvey, sino la pena que dicha pérdida ya estaba creando? Harvey regresó a su casa, pero fueron tiempos difíciles. Adelgazó, perdió fuerzas para moverse. En privado, Evelyn rezaba para que el final llegara pronto, que su amado y valiente esposo no debiera soportar esta angustia por mucho tiempo. Embargados por la pena, cada uno anhelaba el consuelo, pero ninguno podía ofrecérselo al otro. Una agradable mañana de verano, Harvey decidió sentarse un rato en el patio del fondo de su casa. Cuando se había acomodado en un sillón, notó la presencia de una enorme mariposa azul que revoloteaba encima de él. No, eran dos las mariposas azules que se movían con gracia. Harvey casi no movió ni un músculo, con la esperanza de que permanecieran un momento más. Estas especies debían ser raras, jamás había visto una como ellas. Estas criaturas aladas no desaparecieron. En lugar de ello, las dos cada vez se acercaban más. Harvey contuvo la respiración. ¿Qué es lo que hacían? Increíblemente, una de ellas se posó sobre su mano desnuda. La otra lo hizo sobre un hombro. Al instante, Harvey sintió una sensación de serenidad y placer. El sol era cálido, el día glorioso y las mariposas estaban posadas como si disfrutaran el estar con él. Casi sin animarse, Harvey estudió a la que tenía sobre su mano. Pero si hasta podía ver cada vena en aquella ala de color azul zafiro, incluso podía distinguir los ojos y la boca en miniatura de la mariposa. Era increíble. Cautivada, Evelyn observaba la extraña escena. ¿De dónde venían estos brillantes seres? A menudo trabajaba en el jardín, pero jamás había visto una como ellas. Intrigada y con deseos de mirar más de cerca, abrió despacio la puerta de la cocina y salió al patio. De inmediato, aunque las

mariposas difícilmente la hubieran visto u oído, volaron para desaparecer. -¡Oh, las asusté! -dijo molesta. -¿Las viste, no? -preguntó Harvey-. Creí que eran producto de mi imaginación. ¿No eran espléndidas? Evelyn miró a su marido. Se lo veía casi sereno. Obviamente, las mariposas habían obrado una especie de cura espiritual en él. ¡Si tan sólo pudieran regresar! Sin embargo, las probabilidades eran casi nulas. Al día siguiente, Harvey volvió a salir al patio. Y, como si lo hubieran estado esperando, las dos mariposas azules aparecieron, revoloteando y tomando con delicadeza sus lugares, una sobre la mano de Harvey, la otra sobre su hombro. Harvey estaba asombrado y encantado. Pero en el momento en que Evelyn intentó salir al patio, las criaturas desaparecieron volando. Esta escena se repitió a medida que pasaban los días. Si Evelyn o cualquier otro estaba en el patio, las visitantes aladas se quedaban escondidas. Si estaban con Harvey y un vecino se acercaba, rápidamente se iban volando. Siempre que Harvey estaba solo, solamente debía esperar un momento y ellas aparecían. Y no simplemente por un instante. -Es como si me estuvieran cuidando -le dijo una vez a su esposa-. Me siento tan protegido, tan amado. Harvey cada vez veía más quebrantada su salud, a medida que la enfermedad avanzaba, Evelyn sabía que también aumentaban sus dolores. Pero ella había rezado para que ambos tuvieran consuelo y paz, y sus espíritus se vieran en verdad más iluminados. Las mariposas fueron la respuesta perfecta. Harvey ingresó aquel otoño en el hospital y murió poco después. Y aunque de vez en cuando Evelyn se sentaba en el sillón de Harvey, con la esperanza de ver a las mariposas, nadie jamás volvió a verlas. Era como si su tarea hubiera terminado. Habían permanecido fielmente al lado de él y después habían escoltado su carga para que regresara a salvo a su hogar.

Milagro en el centro comercial Cuando rezo, se producen coincidencias, Cuando dejo de rezar, ya no hay más coincidencias. WILLIAM TEMPLE, ARZOBISPO DE CANTERBURY Ocasionalmente, los orígenes de una historia no se pueden rastrear por completo. No obstante, la gente que conoció al extinto fundador de la Iglesia Bautista Beverly Hills, de Dalias, Howard Conatser, recuerda la integridad de su persona. Todos saben que él debía estar personalmente convencido de que un acontecimiento era auténtico antes de transmitírselo a los demás. Su viuda, Helen, y algunos miembros de su congregación original ahora concurrían a la iglesia de Rack South en DuncanvilIe, Texas, y recuerdan bien esta historia. -Howard la oyó, posiblemente de su padre, en una convención cristiana realizada en California a fines de la década de los setenta -dice Helen Conatser. El pastor regresó a su casa y les contó la historia a los demás, incluyendo la audiencia televisiva a todo el país durante un sermón-. Muchísimos milagros parecían estar sucediendo en nuestra congregación y a gente que nosotros conocíamos en aquel momento -continúa Helen-. Este, simplemente, era uno más, de modo que lo aceptamos como un regalo de Dios y jamás necesitamos someterlo a prueba. -Por lo tanto, las pistas han llegado a un final. Pero el milagro permanece. Beth* y Margie*, dos adolescentes que eran hermanas, habían pasado un buen rato haciendo compras en un centro comercial. Cuando ya estaban a punto de retirarse del lugar, se dieron cuenta de que era de noche. Paradas en la salida del centro, casi no podían distinguir el contorno del automóvil, el único que quedaba en aquella sección mal iluminada del estacionamiento. Las jóvenes estaban nerviosas mientras esperaban, deseosas de que algunos clientes salieran para poder caminar juntos. Las dos sabían que había habido una importante ola de asaltos y violaciones en las zonas de los centros comerciales y ellas recordaron la advertencia de su padre quien les había recomendado que no se quedaran hasta muy tarde. -Papá va a estar furioso -dijo Beth. -¡Entonces será mejor que nos vayamos ya! -Margie tomó los paquetes, abrió la puerta y caminó lo más rápido que le permitían las piernas. Beth la siguió, mirando a un lado y a otro. El tránsito de la calle había disminuido, pero el estacionamiento parecía demasiado tranquilo. ¡Lo habían logrado! Beth metió la llave en la cerradura de la puerta, se subió y abrió la puerta del acompañante para que subiera Margie. Justo

entonces las jóvenes oyeron unos pasos que corrían detrás de ellas. Cuando Margie se dio la vuelta, su corazón casi se detiene. Allí había dos hombres de aspecto abominable que corrían hacia donde estaba el coche. -¡Vosotros no vais a ninguna parte! -gritó uno de ellos. Margie profirió un alarido. Aterrorizada se subió torpemente y las dos muchachas cerraron las puertas justo a tiempo. Con los dedos que le temblaban, Beth giró el encendido del motor. No arrancó. Volvió a probar, una y otra vez. La llave sólo hacía un chasquido en el tambor. ¡No tenían batería! -¡Beth, vuelve a intentarlo! -dijo frenética Margie. Los hombres tiraban de las manijas de las puertas, haciendo presión contra las ventanillas. -¡No puedo! -dijo llorando Beth-. ¡No arranca! Las jóvenes sabían que sólo les quedaban segundos. Rápidamente, las dos unieron las manos y se pusieron a rezar. -Dios santo -suplicó Margie-, ¡que se haga un milagro en el nombre de Jesús! Una vez más, Beth giró la llave del encendido. Esta vez el motor se puso en marcha. Colocó la primera y salió a la carrera del estacionamiento, dejando atrás a los dos hombres. Las jóvenes lloraron todo el camino de regreso, impresionadas y aliviadas al mismo tiempo. Entraron presurosas en el garaje, para entrar corriendo a la casa y contarle al padre lo que les había sucedido. El las abrazó por un momento. -Lo principal es que no os pasó nada -las tranquilizó-. Pero podrían haberos lastimado o matado. ¡No volváis a arriesgaros más a una situación así! -No lo haremos -prometió Margie, secándose los ojos. Su padre estaba intrigado. -Sin embargo, es extraño. Este coche nunca tuvo problemas de arranque. Mañana lo revisaré. Temprano, a la mañana siguiente, levantó el capó del coche para echar una mirada al arranque. Y, con una mirada de asombro, se dio cuenta de Quién había traído a sus hijas sanas y salvas, la noche anterior, ya que descubrió que el coche no tenía batería.

El último regalo de Navidad Venga a vosotros, hijos de mi Padre, reciban el reino preparado para ustedes desde el comienzo del mundo. LIBRO DE ORACIONES Se había pronosticado nieve. Pero Betty Wohlfert (ahora Roberts) de doce años y su hermana de diez, Leonie, ni siquiera lo pensaron cuando una tarde, en 1924, salieron sigilosas con el trineo que acababan de recibir de regalo por Navidad. -Papá pensó que estábamos en casa ayudando a mamá y ella supuso que estábamos en el granero haciendo alguna tarea con papá -dice Betty. En lugar de eso, las niñas fueron a una colina que quedaba cerca de la granja, en Hubbardston, Michigan. Llenas de entusiasmo y sin aliento, ninguna de las dos se dio cuenta de que habían comenzado a caer copiosos copos de nieve, no hasta que desapareció la luna y unos vientos huracanados comenzaron a soplar por la oscura planicie. Repentinamente, se encontraron en medio de una nevisca. Leonie se puso a llorar y las lágrimas se congelaron en sus mejillas. Intentó hablar, pero el feroz viento se llevó sus palabras. -No llores, Leonie -Betty se abrazó a su hermana, tratando de consolarla, aunque ella también tenía miedo. Había perdido el sentido de la orientación y no tenía idea de dónde estaba su casa. ¿Se congelarían aquí? -¡Ey! -una voz masculina cortó inesperadamente el silencio-. ¡Necesitáis ayuda! Subid al trineo y agárraos fuerte. ¡OS llevaré a casa! ¿Quién era? La nieve que se arremolinaba hacía imposible ver. -Usted no sabe dónde está nuestra casa -gritó Beth. ¿No les había advertido su padre que no debían ir con extraños? -¡Sí que lo sé! -le respondió el hombre. ¡Pero si era Joe, Joe Martin! Alegre, Betty reconoció la voz del muchacho de diecisiete años que vivía a un kilómetro de la ruta, y era una de las personas más cariñosas que había conocido. ¡Qué suerte haberse encontrado con él aquí! -Subid al trineo -les volvió a decir Joe y las dos niñas obedecieron. Casi no podían distinguir la alta silueta que se agachaba a coger la soga. Así se pusieron en camino, abrazadas, mientras Joe las llevaba por los campos. Sin su guía, con seguridad no habrían podido ver las luces de las ventanas de la cocina de su casa, incluso aquellas señales familiares se veían borrosas en medio de aquella tormenta de nieve. Joe se detuvo justo junto a la puerta del fondo. -Ya estáis en casa -les dijo en medio de las ráfagas de viento, casi

sin aliento-. Bajad y entrad de inmediato. -Entra para calentarte un poco, Joe -le dijo Betty mientras, con dificultad, caminaba rumbo a la puerta. No hubo respuesta. Joe ya había desaparecido. Pocos días más tarde, las niñas fueron con su padre a la casa de los Martin. El señor Martin les dio la bienvenida, los hizo pasar al vestíbulo y abrió la puerta. Todos miraron adentro. Joe estaba en cama, pálido y cansado. ¿Se había resfriado durante la tormenta?, se preguntó Betty. -Joe, vine a agradecerte que ayudaras tanto a mis hijas -dijo el padre de Betty. Joe y su madre parecieron confundidos. -Hace dos noches atrás, Joe -dijo Betty-, cuando nos encontraste y nos llevaste a casa. -Nadie en su sano juicio habría salido en medio de la tormenta -protestó la señora Martin-, en especial Joe. -Pero ... -Como podéis ver está muy enfermo, tiene gripe -prosiguió, cuando Joe asintió débil-. Estuve a su lado casi todo el tiempo. No ha salido de esta habitación, mucho menos afuera, desde hace una semana. Betty y Leonie jamás descubrieron cómo Joe Martin pudo estar en dos lugares a la vez. No obstante, fue un regalo que ellas, de buen gusto, aceptaron. La Navidad había terminado, pero Dios había evitado que el mejor regalo fuera el último.

En los brazos de un ángel El que no cree en milagros no es realista, DAVID BEN-GURION, PRIMER MINISTRO DE ISRAEL El 24 de octubre de 1993, Paul Rosen, de cinco años, cayó por la ventana de su apartamento del sexto piso de un edificio del lado este de Nueva York, cayendo sobre el hormigón, aunque sin ninguna herida interna o externa. "Asombrados, los médicos, acostumbrados a recoger cadáveres en accidentes como este, habían encontrado, sin embargo, a un niño lleno de vida", informó el Daily News de Nueva York. "Fue como si los ángeles lo hubieran sostenido en el aire", dijo uno de los médicos. Muchos lectores también contaron historias de Dios, que SlIspell día las leyes de la gravedad. Hace varios años, Janet Dean estaba haciendo una limpieza a fondo del dormitorio principal que estaba el segundo piso de su casa de Wenonah, Nueva Jersey. -Retiré las sábanas de la cama y los toldos de la ventalla para colgarlas frazadas y sacudirlas -dice ella. Delante de la ventalla había un sillón liviano de mimbre que Janet aún no había movido. Justo entonces la hija de Janet, Debra, de dos años, entró corriendo a la habitación. Debra era todo energía, siempre moviéndose de un lugar para otro, curiosa y saltarina. La niña pasó corriendo aliado de Janet y saltó sobre el sillón de mimbre. Este se fue hacia atrás y con horror, Janet vio que Debra salía despedida, la cabeza primero, por la ventana del segundo piso. -¡Dios, ayúdame! -se oyó gritar a Janet, cuando vio que los pies de Debra desaparecían de su vista. Al instante; los pies de Debra parecieron detenerse en medio del aire. Se produjo una pausa momentánea, casi imposible. Después, Janet dijo: -Como si una cámara volviera a repetir la escena al revés, Debra regresó pasando por la ventana, los pies primero, para después terminar parada sobre el sillón de mimbre. -¡Oh, Debra! -Janet tomó a su hija en brazos y la abrazó bien fuerte. Ella lo había visto, sabía que lo había visto. Debra era la prueba del milagro. ¿Pero cómo? ¿Y por qué? -Dejé de preguntármelo -dice hoy-. Sólo doy las gracias. Jerry, un experimentado podador de árboles, contó su historia a los oyentes de KKAR, de Omaha. Un día estaba subido a un árbol de nueve o

diez metros de alto, sentado sobre una rama mientras usaba una sierra eléctrica para cortar las ramas más pequeñas que estaban a su alrededor. -Debería haber tenido más cuidado -admitió Jerry-, pero la verdad es que no había revisado bien el tronco sobre el que estaba sentado. -De repente oyó un crujido. La rama cedió y Jerry comenzó a caer, de cara al cielo, aún con la sierra encendida en sus manos. A medida que caía, las opciones volaron por su mente. ¿Debía dejar caer la sierra? ¿Qué sucedía si había otro obrero debajo? ¿La podía arrojar lejos? No, era demasiado pesada y las hojas filosas podrían llegar a cortarlo si lo intentaba. Si seguía con la sierra en las manos, el golpe haría que esta cayera sobre él. -Parece extraño que yo haya evaluado todas esas consecuencias durante la breve caída -dijo Jerry. Pero como la misma caída probablemente lo mataría, decidió no hacer nada. Jerry se golpeó contra el suelo. Sin embargo, ese golpe fue como si hubiera caído sobre un gran nido de almohadas más que sobre una superficie dura. Sólo rebotó, después, nada, casi como si las manos hubieran amortiguado el impacto. Asombrado, se quedó allí por un momento, después lentamente se puso de pie. No tenía nada roto, ni siquiera un rasguño. Los obreros que lo acompañaban lo rodearon cuando intentó dar un paso. Entonces Jerry recordó la herramienta mortal que había tenido en sus manos. ¿Dónde estaba la sierra? La encontró un momento después, guiándose por el ruido de las hojas que aún estaban en movimiento. Había aterrizado, sin ocasionar daños, en una zona vacía del jardín, demasiado lejos como para que cualquiera la hubiera arrojado. Y nadie de los que estaban abajo la había visto caer. Jerry subió al árbol y volvió al trabajo unos momentos después. Jamás ha dejado de hablar sobre lo que podría haber sucedido, si unas manos celestiales no hubiesen estado cerca. Clair contó a los oyentes de KYBG, de Denver, lo ocurrido un día en que él, su esposa, sus dos hijos pequeños y un bebé estaban de viaje. -Todos, menos el bebé, estaban con los cinturones puestos. El bebé estaba acostado en un moisés en el asiento trasero -explica Clair-. No lo deberíamos haber puesto allí, pero simplemente no lo pensamos. En medio de una ruta muy transitada, Clair perdió el control de la furgoneta. Esta dio dos vuelcos, después terminó detenida sobre sus ruedas. Asombrado, Clair miró primero a su mujer, que parecía estar bien. Después se giró para mirar a sus hijos y gritó con horror. Los niños aún estaban atados con el cinturón, aparentemente sin daños. El moisés estaba en el suelo, pero la puerta trasera de la furgoneta se había abierto durante el vuelco y por ella salió despedido el bebé que ahora estaba tendido en medio de la calle. -Mi primer pensamiento fue que mi hija estaba muerta y que debía ir a buscarla antes de que lo hiciera mi esposa -explica Clair. Abrió la puerta y comenzó a correr, correr y correr... La gente se agolpaba a un lado de la calle,

todos mirando a la niña. ¿Por qué alguien no la recogía? ¿Por qué estaba todavía sobre el frío pavimento, tan quieta? Los sollozos se agolparon en mi garganta. Cuando Clair llegó hasta donde estaba su hija, vio que no había necesidad de llorar. La niña estaba tendida sobre el asfalto, pero sonreía, hacía gargajeos, batía sus manitas, sin tener ni siquiera un rasguño por la caída. Entonces me di cuenta de por qué los testigos dudaron en tocarla. -Fue un milagro -le dijo a Clair cada uno de ellos-. La niña salió despedida por la puerta trasera, ¡por lo menos uno o dos metros por encima del pavimento! Entonces, simplemente, ella se había detenido en el aire y con delicadeza, flotando, fue cayendo al suelo. Margy y Jared Nesset eran ganaderos que vivían en las afueras de Lander, Wyoming. Tenían permiso para llevar su ganado a las montañas de Wind River durante el verano, un escenario de casi nueve mil hectáreas de hermosas montañas, con muchas zonas abiertas para el pastoreo. Una vez a la semana, Jared y Margy iban a caballo para controlar el ganado y, cuando era necesario, lo movían hacia otra zona de pastos. Un día, la pareja estaba montando a caballo y disfrutaba de la belleza del paisaje. De repente, algo espantó al caballo de Margy. Este retrocedió, comenzó a corcovear y la arrojó al aire. Jared miró con terror. El terreno era rocoso y le pareció ver que el pie de Margy había quedado atascado en uno de los estribos. Después de caer al suelo, el caballo la arrastró por ese terreno escabroso antes de que él pudiera llegar hasta ella. Se lastimaría e incluso podía quebrarse los huesos. -Cuando un caballo está desbocado -explica Margy-, no hay forma de caer indemne al suelo. Y fue entonces cuando le pareció a Jared que toda la escena se desarrollaba a cámara lenta, como en una repetición por televisión. El caballo se movió lentamente y Margy era arrojada al suelo a esa misma velocidad, sin ser catapultada, sino casi deslizándose. ¿Estaba viendo visiones? No. Ya que Margy experimentó el mismo fenómeno. -Sentía como si me estuvieran bajando delicadamente. En realidad no me golpeé contra el suelo, fue más como quedar tendida. -Como su pie había quedado atascado en el estribo, el caballo comenzó a arrastrarla, pero inexplicablemente en cámara lenta. No tuvo heridas, salvo un pequeño raspón en el codo. Asombrada, Margy se puso de pie y fue hasta donde estaba su marido. -¿Viste eso? -le preguntó. Jared es el que aplica la lógica en la familia y ella supuso que él podría explicarle lo sucedido. Jared no podía explicárselo. Lo que él había visto corroboraba la perspectiva de Margie. Más aún, Jared sintió otra dimensión, como si hubiera

sido testigo de algo significativo y especial. Varios años han pasado; Margy aún revive con claridad aquella caída, "tal como se puede recordar cada detalle de Pearl Harbor o del asesinato del presidente Kennedy", dice ella. ¿Quién le proporcionó esa ayuda invisible? Cuando ellos le contaron esta historia a uno de los ministros de una congregación religiosa, este les sugirió que podría tratarse de su hijo retrasado mental, Michael, que se había matado en un accidente con un tractor cuando tenía diecinueve años. -Mike era muy fuerte físicamente y adoraba los caballos -recuerda Margy-. Y después de ayudarlo durante diecinueve años, es emocionante recibir esta recompensa, que él nos ayude a nosotros desde el cielo. -O tal vez las manos invisibles fueron las de un ángel. Cualquiera sea la respuesta, el incidente cambió para siempre a Margy. -Ahora mi fe es como un puente para esos espacios en blanco maravillosos, donde las pruebas ya no son necesarias -dice ella-. ¡Qué nueva y hermosa felicidad!

La llamada de Dios Abre tus oídos, abre tu corazón y escúchame bien. Jamás has sido abandonado. Ni Dios estuvo lejos de ti, incluso en tu hora más oscura... JOSEPH F. GIRZONE, JOSHUA Siempre ha sido la meta de Ken Gaub ayudar a aquellos que sufren. -Algunas personas sólo necesitan un poco de aliento y yo deseo influir en sus vidas de una manera positiva -dice él. Se hizo misionero y, con su familia, estuvo al frente de verdaderas cruzadas por toda América, en muchos países del extranjero. Fundó una revista, un programa de radio y televisión y un programa de alcance para la juventud. Sin embargo, a veces aun los predicadores quedan agotados y sin aliento, y entonces se preguntan si deberían considerar algún otro tipo de trabajo. Así fue como se sintió Ken un día, en los años setenta, cuando él, su esposa, Bárbara, y sus hijos conducían dos autocares de su grupo por el sur de Dayton, Ohio. Dios, ¿estoy haciendo el bien, viajando de un lugar a otro de esta forma, hablándole a la gente de Ti? se preguntaba en silencio. ¿Es esto lo que Tú deseas que yo haga? -¡Ey, papi, comamos algo de pizza! -sugirió uno de los hijos de Ken. Aún perdido en sus pensamientos, Ken tomó la siguiente salida de la ruta 741, donde un cartel tras otro anunciaban una amplia variedad de comidas. Un cartel, murmuró Ken, eso es lo que yo necesito, Dios, un cartel. El hijo de Ken y la esposa de este ya habían entrado con el otro autocar al estacionamiento de una pizzería y estaban esperando a que Ken estacionara. El resto de la familia bajó del vehículo. Ken se quedó mirando la nada. -¿Vienes? -preguntó Bárbara. -En realidad no tengo apetito -le dijo Ken-. Me quedaré aquí afuera para estirar un poco las piernas. Bárbara siguió a los otros y entró al restaurante, Ken se bajó del autocar, cerró las puertas y miró a su alrededor. Al ver que había una lechería, caminó hacia allí para tomar algo sin alcohol, después regresó. Se sentía exhausto. ¿Eran sus depresiones señal de que estaba totalmente agotado? El sonido de una campanilla rompió la concentración de Ken. Provenía de una cabina telefónica que estaba en la estación de servicio, al lado de la lechería. Mientras Ken se acercaba a la cabina, miró para ver si alguien de la gasolinera venía a contestar el teléfono. Pero el empleado continuó su trabajo, aparentemente indiferente a la llamada. ¿Por qué nadie atiende el teléfono? se preguntaba Ken, cada vez

más irritado. ¿Qué sucedería si se trataba de una emergencia? La llamada insistente siguió. Diez campanillas. Quince.. La curiosidad fue más fuerte que el letargo de Ken. Caminó hacia la cabina y levantó el auricular. -¿Hola? -Llamada de larga distancia para Ken Gaub -dijo la voz de la operadora. Ken se quedó anonadado. -¿Está loca? -dijo. Después, al darse cuenta de su rudeza, trató de explicarse-.¡No puede ser! Acabo de pasar por casualidad por este lugar y oí que el teléfono estaba sonando... La operadora no prestó atención a sus explicaciones. -¿Se encuentra ahí Ken Gaub? -preguntó-.Tengo una llamada de larga distancia para él. ¿Era una broma? Automáticamente, Ken se alisó el cabello para posar ante los camarógrafos que seguramente aparecerían con una cámara sorpresa. Nadie lo hizo. Su familia estaba comiendo pizza en un restaurante elegido al azar, a pocos metros de donde él se encontraba. Y no había nadie más allí. -Tengo una llamada de larga distancia para Ken Gaub, señor -volvió a decir la operadora, obviamente llegando al límite de la paciencia-. ¿Está o no allí? -Operadora, yo soy Ken Gaub -dijo Ken, aún incapaz de encontrarle algún sentido a esto. -¿Está seguro? -preguntó la operadora, pero entonces, Ken oyó la voz de otra mujer en el teléfono. -¡Sí, es él, operadora! -dijo ella-. Señor Gaub, soy Millie, de Harrisburg, Pennsylvania. Usted no me conoce, pero estoy desesperada. Por favor, ayúdeme. -¿Qué puedo hacer por usted? -preguntó Ken. La operadora colgó. MiIlie comenzó a llorar y Ken esperó con paciencia a que se calmara. Finalmente le explicó: -Estaba a punto de suicidarme y comencé a escribir una nota. Después empecé a rezar y a decirle a Dios que no quería hacer esto. -A través de su desolación, Millie recordó haber visto a Ken en televisión. Si ella tan sólo pudiera hablar con este pastor tan amable y cariñoso, ese que tenía una actitud tan misericordiosa... -Sabía que era imposible, porque no sabía cómo llegar a usted -prosiguió Millie, más tranquila-. De modo que seguí escribiendo para terminar la nota. Y entonces unos números me vinieron a la mente y los escribí en un papel -ella volvía a llorar. En silencio Ken pidió tener sabiduría para ayudarla. -Miré esos números -continuó Millie entre lágrimas-, y pensé si no sería maravilloso que Dios hiciera un milagro conmigo y me diera el número de Ken. No puedo creer que esté hablando con usted. ¿Se encuentra usted en su oficina de California? -Yo no tengo oficina en California -explicó Ken-. Mi oficina está en

Yakima, Washington. -¿Entonces, dónde está usted ahora? -preguntó asombrada Millie. Ken se sentía aún más asombrado. -Millie, ¿no lo sabe? Fue usted la que llamó. -Pero no sé dónde he llamado -Millie había contactado con Ia operadora de larga distancia y le dio los números a ella, pidiendo una llamada de persona a persona. Y de alguna forma había encontrado a Ken en un estacionamiento de Dayton, Ohio. Ken aconsejó con amabilidad a la mujer. Pronto ella conocería a aquel que la sacaría de la situación que vivía para comenzar una nueva vida. Entonces colgó, aún asombrado. ¿Creería su familia esta historia increíble? Tal vez no debería contársela a nadie. El había rezado por tener una respuesta y había recibido lo que necesitaba, un renovado propósito de servir, una visión del valor de su trabajo, la conciencia vivificante de la preocupación de Dios por cada uno de sus hijos, todo en un encuentro que sólo pudo ser arreglado por Su Padre celestial. El corazón de Ken rebosó de alegría. -Barb -exclamó cuando su mujer subió al autocar-. ¡No vas a creerlo! ¡Dios sabe dónde estoy13.

Otro comienzo

Epílogo Yo no sé dónde yace la tierra del Edén; Sólo sé que se extiende hacia El Reino de Dios, siempre al alcance de la mano -Por siempre aquí a tu alcance. JOAQUIN MILLER, "POR AMOR A TI Y A LOS TUYOS" Nuestras vidas están llenas de milagros. Comienzan con nuestro nacimiento mismo, ya que todos somos hijos de Dios, siendo cada uno una creación especial. "... Te he llamado por tu nombre; tú eres mío", nos dice Dios en Isaías 43: 1. Comenzamos nuestra vida sabiendo y aceptando este gran consuelo. Observen a los niños pequeños cuando responden a su mundo. Para ellos, cada momento es un milagro de alegría, de maravilla y descubrimiento. Sin embargo, algo nos sucede en el camino. Nos interesamos tanto por la empresa de vivir que a menudo perdemos de vista al Autor de la vida, al plan que El tiene para nosotros, a los milagros que El nos envía, que comienzan con el amanecer de cada nuevo día. La vida se torna dura y las cosas no siempre resultan como lo deseamos. A veces nos preguntamos si Dios siquiera existe. Sin embargo, es en esos momentos de desolación y desánimo cuando, si tenemos voluntad, podemos crear nuestros propios milagros de amor, calidez y cariño: Podemos salir de nosotros mismos para entrar en contacto con la vida de los demás. Podemos buscar la esperanza en las situaciones difíciles y tratar de construir sobre ella. Podemos arriesgarnos al rechazo y ofrecer ayuda allí donde veamos que se necesita. Podemos cumplir con nuestros compromisos. Podemos perdonar, así como deseamos que nos perdonen. Podemos amarnos unos a otros, incluso cuando tal vez haya momentos en que no veamos el bien que el amor puede traernos. Podemos viajar por la vida, actuando con el exterior de la forma en que deseamos sentirnos en nuestro interior, decididos a que, cuando termine nuestro viaje, dejaremos el mundo un poco mejor de lo que estaba cuando lo encontramos. Y mientras extendemos las manos para unirnos a otros en la fe, algo maravilloso, con seguridad, sucederá, ya que descubriremos que

también estamos elevando nuestras manos y uniéndonos a Dios, mientras que El extiende sus manos hacia nosotros, como parte de todo el bien que hagamos, llegando a estar tan cerca como el susurro de una oración. No como antiguos acontecimientos lejanos, sino aquí, hoy, ahora, como el amor de Dios, los milagros están en todas partes. De la misma manera que siempre lo han estado y lo estarán.

Notas 1. Mary Ellen Strote, "El poder de la oración", Men 's Fitness, octubre de 1992, pág. 114. 2. Desde este episodio, los carteles de Hospital se han colocado en Rack Springs. 3. Andrea Gross, "Conocí a un ángel", Ladies' Home Journal, diciembre de 1992, págs. 62-63. 4. Jay SneIl, El ministerio de los ángeles de aquí y del más allá (Nueva York: Citadel Press, 1959), pág. 52. 5. Si desea obtener información o apuntar a un niño con una enfermedad crónica, de cuatro a veintiún años, en Lave Letters (el servicio es gratuito), comuníquese con Linda Bremmer en Lave Letters, P. O. Box 416875, Chicago, IL 60641-6875. 6. Betty Malz, Los ángeles me cuidan (Old Tappan, NJ: Chosen Books, 1986), pág. 113. 7. Charles y Prances Hunter, Horizontes sobrenaturales: de la gloria a la gloria (Kingwood, TX: Hunter Books, 1983), pág. 170. 8. Si desea obtener información sobre el libro de Teresa Griffin para padres afligidos, Cartas de esperanza: cómo vivir después de la muerte de un hijo, escriba a: Cedarbrook Press, P. O. Box 2, Richboro, PA 18954. 9. Material tomado del libro Los milagros sí suceden, de la Hermana Briege McKenna (Ann Arbor, MI: Servant Publications, 1987). 10. El cáncer de Richard Slade no se descubrió antes ya que se requería un estudio especial que no se realizaba durante los exámenes físicos de rutina. Algunos médicos recomiendan a los veteranos de Vietnam, que creen haber estado expuestos al Agente Naranja, hacerse uno de estos estudios (CAT) todos los años. 11. Si desea información sobre San Miguel de Todos los Santos, los folletos de la novena y medallas, escriba a: The Trinitarians, P. O. Box 5719, Department M, Baltimore, MD 21208. 12. Material tomado de ¿Existen los milagros en El Paso?, de Rene Laurenten (Ann Arbor, MI: Servant Publications, 1982). 13. El nuevo libro de Ken Gaub, Sueños, planes y metas, fue publicado por New LeafPress, Green Forest, AR. Si desea información sobre la obra y las charlas de Ken Gaub o hacer un pedido del libro, escríbale a P. O. Box 1, Yakima, WA 98907.

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