VIVIR PARA LA HISTORIA, NO VIVIR DE LA HISTORIA Discurso pronunciado por el Muy Respetable Gran Maestro de la GRAN LOGIA OCCIDENTAL DE COLOMBIA, V:. H:. VÍCTOR HUGO VALLEJO, en la celebración del banquete solsticial de verano, celebrado en el Valle de Manizales, el 23 de junio de 2001.
En las instituciones que basan su estructura en la observación de principios, como es el caso de la nuestra, la historia juega un papel trascendente, porque precisamente el paso del tiempo es el factor de presencia y consolidación de esas formulaciones que van adquiriendo la fuerza de su observancia. Sin la combinación de carácter y tiempo no es posible construir una base ideológica que anime permanentemente a los miembros que se van sucediendo en su presencia, quienes sin ser iguales en cuanto a sus circunstancias, si aspiran a serlo en lo que corresponde con el organismo al que llegan de manera voluntaria. La Masonería, -es casi apriorístico decirlo en un escenario de esta naturaleza-, es un organismo que se ha nutrido en unos principios que no aparecieron de un momento a otro, como que a pesar de tener unas columnas inmodificables, ellas no llegaron a serlo antes de ser consideradas lo suficientemente sabias para mantenerlas, su desarrollo se ha dado desde quienes fueron gremios de constructores, hasta los días de ahora cuando la especulación sobre el conocimiento constituye una parte trascendente de los propósitos colectivos. Es claro, entonces, que nos hemos nutrido de la historia. Cualquier conceptualización que se quiera hacer de la Orden, no es posible elaborarla si no se parte de la fuente histórica en que cada uno de sus fenómenos se ha presentado. Es estudiar los hechos, las circunstancias y los hombres que han actuado de manera directa y concreta en cuanto a lo que se ha propuesto como entidad que busca desde la libertad, la manera de desarrollar la fraternidad y la posibilidad de establecer la igualdad, desde la que sea posible construir aunque sea solamente el diálogo, que ya de por si es la manera del entendimiento entre los seres racionales, que apenas si somos los humanos.
Sólo desde la historia es posible conseguir la extensión universal de una institución que tiene regados por la faz de la tierra más de siete millones de Hermanos,
quienes
por
demás
son
parte
integral
de
razas,
políticas,
conocimientos, religiones, condiciones sociales altamente disímiles. Desde la libertad, la fraternidad y la igualdad han sido capaces de hacer desaparecer esas diferencias para entenderse como pares, como deberían hacerlo todos los humanos, lo que nunca ha sido posible –sigue pareciendo utópico- porque han pesado más las sinrazones de los criterios, que las razones de la razón. Criterios entendidos como egoísmos, en muchos casos bastante plurales. Sólo la historia decanta las instituciones. Cuando no soportan el paso de los tiempos, es porque carecieron de los fundamentos que les permitieran la permanencia. A pesar de todos los avatares en diferentes etapas temporales, nuestra augusta institución ha sido capaz de permanecer y consolidarse con la presencia de quienes ahora pertenecemos a ella. Desde esos principios históricos son muchas las definiciones que podemos intentar, las que van desde hablar de un movimiento del espíritu, que siempre permanece por encima de los accidentes materiales, siguiendo por calificarlo como un sistema de conducta moral conforme a las buenas costumbres, pasando por la teorización de una sociedad fraternal, sin dejar de lado que también somos una institución esencialmente ética. Todo esto no se ha ganado desde la improvización, sino desde la racionalidad que da la decantación de conceptos y formulaciones positivas. Para tratar de comprender en un solo concepto lo dicho, puede decirse que la Masonería es una asociación universal, ética, filantrópica, filosófica, tolerante y progresiva que procura inculcar en sus miembros el amor a la verdad, el estudio y aplicación de la moral universal, de las ciencias y de las artes, de los sentimientos de abnegación y filantropía, del entendimiento entre los hombres, que lucha por la extinción de todos los antagonismos, uniendo a los hombres con los lazos de la
solidaridad, fundiéndolos en una sola familia, que gira alrededor del amor, de la ciencia y del trabajo. Teniendo de presente la anterior aproximación definitoria, el “Masón, mediante su esfuerzo y estudio, debe captar en un momento su verdad, la que puede ser modificada posteriormente por medio de un nuevo examen. Así, mediante aproximaciones sucesivas, es posible elevar el nivel de conciencia y de perfeccionamiento iniciático”, al decir del Q∴ H∴ Roberto Piraud Jéau, de la Respetable Logia Deber y Constancia # 7 del Valle de Santiago de Chile. Desde esa perspectiva histórica tenemos el legado de Hermanos como Mahomed Shan, el Aga Khan III, Juan Sebastián Bachh, Frederic Bertoldi, Ludwig Van Beethoven, Jean Baptiste Jules Bernardote, Napaleón Bonaparte, James Buchannan, Emund Burke, José María Calatrava, José Echegaray, José de Espronceda y Delgado, Alexander Fleminng, Benjamin Franklyn, Jorge Guillermo Hegel, Thomas Jefferson, Luis Jiménez de Azúa, Lindon B. Jhonson, el Marqués de Lafayette, Martin Lhuter King, Antonio Machado, Georges C. Marshall, Charles de Secondat Barón de Montesquieau, Wolfang Amadeus Mozart, José Antonio Paez, Rabinbranath Tagore, Mahomed Reza Palevi, Maximiliano Robespierre, Franklyn Delano Roosvelt, José de San Martin, Mario Soares, Harry S. Truman, George Washignton, Oscar Wilde, Emil Zolá quienes desde estadios tan diferentes dejaron a la humanidad una huella que lleva la enseña de la Orden. Listados como este de alguna manera constituyen la jactancia de quienes pertenecemos a la institución y seguramente hemos llegado buscando caminos parecidos. Pero a veces queda la sensación de que la Masonería de ahora vive de la historia. Nos aferramos a valores tan indiscutibles como los de quienes hemos mencionado, que son apenas una mínima muestra de quienes han pasado bajo las marcas del compás y la escuadra y casi nos quedamos en ese enunciado. Es como si estuviéramos viviendo de la historia.
Con toda la trascendencia que tienen los antecedentes históricos como la elaboración, consolidación y desarrollo de los principios que le dan permanencia a nuestro organismo, no podemos quedarnos solamente en eso. La historia debe ser el pilar de lo que somos. Debe ser la enseña a seguir, pero no puede ser el todo de lo de ahora. Esa historia hizo posible que estemos aquí reunidos, como familia masónica, en un acto que hace parte de la tradición en las costumbres, pero que si no la nutrimos con actos nuevos capaces de trascender el tiempo, la vamos a dejar convertida, de pronto, en prehistoria. La historia de mañana depende de lo que estemos construyendo en el presente. El presente de ellos, cuando existieron, cuando vivieron, cuando aportaron es lo que hace posible que ahora sean historia. La pregunta que se debe formular, por supuesto, es si los Masones de ahora estamos obrando con miras a hacer la historia de mañana o apenas dejando el testimonio de haber aprendido la lección, sin ser capaces de superarla. Lo que trasciende no es tener quien nos enseñe, sino tener la suficiente fuerza de superar a quienes nos enseñan. Cuando un maestro no logra que sus discípulos lo superen, es posible que no haya perdido el tiempo, pero si es seguro que no ha conseguido el objetivo esencial, porque a lo mejor se ha quedado en su propia contemplación que de nada sirve hacia futuro. Tenemos un legado histórico demasiado valioso, que debe ser imitado, pero en esto solamente no nos podemos quedar. Sería tanto como estancarse. Existe el reto de superar lo que hemos recibido. De hacer historia para que mañana muchos, sino todos, quepamos en listados que orgullosamente elaboren en ocasiones como ésta, quienes nos sucedan en la presencia en la Orden. Estamos presenciando la historia. Amamos lo que nos ha dejado ella como construcción de la Masonería a la que llegamos y en la que permanecemos por el convencimiento cierto de estar en el camino de las realizaciones positivas para el
ser humano, pero no podemos, ni debemos vivir de la historia, sino vivir para la historia. Vivir de la historia es la contemplación improductiva de quienes nos antecedieron. Vivir de la historia es seguir soñando con el ayer. Vivir para la historia es la construcción de obras sólidas que hablen de nosotros mañana, cuando ya no estemos y quienes ocupen nuestros lugares sepan que tuvimos la fuerza de ser iguales o superiores al reto que nos dió la vida cuando quisimos ponerla al servicio de los demás, desde la libertad, a través de la fraternidad y en camino hacia la igualdad. La Masonería de hoy debe tomar la lección del ayer, fundamentalmente para elaborar la historia de mañana