LA VIDA DE NICOLÁS COPERNICO (1473 - 1543)
Por: Eduardo Congrains Martin (Tomado de la Colección: Grandes hombres de la Historia – Científicos)
PREÁMBULO “La figura titánica del viejo monje melancólico, parecía surgir de la sombría planicie que lo rodea, rompiendo con su cabeza la neblina que lo envolvía para recoger los primeros rayos del sol”. Con estos vigorosos trazos, definía la figura del legendario Copérnico, el historiador E. F. Morton. En realidad fue titánica la figura y obra de Copérnico; monje de carácter aislado y melancólico a quien jamás le interesó la fama y la gloria, hombre que luchó contra la muerte por espacio de varios días sólo para ver y poder acariciar el primer ejemplar del libro que le significó la vida, y el que, sólo al término de la misma se atrevía a publicar. Sabía que su libro motivaría una explosión de burlas, injurias, calumnias y castigos. Ya en el prefacio de su obra, que dirigía al Papa Paulo III,1 se anticipaba a sus detractores diciendo: “Fácilmente puedo imaginar, Santísimo Padre, que tan luego alguien comprenda que en mi libro afirmo la ejecución por parte de la Tierra, de ciertos movimientos siderales hasta ahora desconocidos, clamarán inconteniblemente porque yo y mi teoría seamos objeto de repudio. No me encuentro tan obcecado por mis conclusiones, para que deje de considerar lo que los demás puedan decir de ella… Hay veces que he meditado muy seriamente sobre los disgustos que conoceré por mi amor u una innovación que parece un absurdo”.
Aún cuando se quiera hacer resaltar que la teoría de Copérnico contenía errores y que fue presentada con una complejidad que la tornaba de muy difícil entendimiento para el pueblo, la figura de aquel extraño canónigo, se asoma corno la de una de las más importantes personalidades en la historia de la ciencia. Copérnico llegó a ser canónigo y el cielo religioso para el cual miraba y tendía, no tenía ningún paralelismo con el cielo — fenómeno mecánico y astronómico — cuyas leyes físicas se propuso descubrir y fijar. Fué el quien tuvo el suficiente valor e inteligencia para comprender que las ideas de ambos cielos, no tenían por qué ser conflictivas. EL MUNDO EN TIEMPOS DE COPÉRNICO. LA COSMOLOGIA A PRINCIPIOS DEL SIGLO XVI. Vale la pena conocer y comprender el mundo en que Copérnico desarrollaba su idea. Era una época dominada por la teología y por la erudición pomposa; resultado negativo de la degenerada era del Renacimiento y, por el importante “culto a lo oculto”. Sólo con esos antecedentes es que se puede evaluar y apreciar en toda su magnitud la importancia de la tarea coperniana. Su primer paso fue sublevar su espíritu contra el espíritu de la época. La literatura y la filosofía tomaban como adeptos a los pocos que la teología dejaba; para la ciencia existía una completa indiferencia, cuando no discreta hostilidad. Y para dificultar más aún su divulgación, cualquier idea científica, para poder sobrevivir de la inicial etapa experimental debía contar con la aprobación de la máxima autoridad religiosa; bien 1
Paulo III, de nombre Alejandro Farnesio, papa que reinó de 1534 a 1549. Fue el promotor del Concilio de Trento, que realizó la Reforma Católica en respuesta a la reforma protestante.
protestante, bien católica. La Santa Sede no guardaba una línea invariable respecto a la ciencia; oscilaba entre la simpatía de León X2 y Clemente VII3, a la reacción totalmente contraria de Paulo IV4. Los prelados protestantes, por su parte, no podían recibir satisfactoriamente las ideas científicas que diesen a conocer el mundo y los fenómenos naturales en base a hechos y leyes que no fuesen los acotados por la sagrada Biblia. La Reforma fue el triunfo de la letra rígida, fue la victoria de la intransigencia: la Biblia era no solo libro sagrado, sino compendio y base para cuanto hecho científico se desarrollase en el Universo. Lutero5 condenó formalmente no sólo a Copérnico y su tesis, sino a todos los que se atreviesen a suponer que la tierra estuviese subordinada al Sol, y no éste a la Tierra Al condenar actuaba con sinceridad y, con la convicción puesta por encima del razonamiento lógico y científico. Su convicción era la Biblia: “Josué ordenó al Sol (y no a la tierra) que se parase en lo alto del cielo, para poder destruir a los enemigos del Señor”. ¿Cómo entonces se podría creer que la Tierra es la que se mueve alrededor del astro rey? ¡Blasfemias! La mentalidad común de los hombres, y aún de los que poseían cierto grado de cultura, no era de las más “clarificadas” ni receptivas a la ciencia. El descubrimiento de América, el mejor conocimiento del Asia, la apertura de nuevas rutas de comercio, la intensificación del tráfico marítimo y terrestre, y el término del monopolio veneciano y genovés, si alguna ventaja trajeron para la emancipación del espíritu, también fueron factores creativos de una nueva etapa oscurantista. Una de aquellas manifestaciones fue la popularidad pueblerina por la nueva y fascinante ciencia del ocultismo que llegaba del aún misterioso y remoto Egipto. Habían grupos que repudiando aquella adhesión al culto del ocultismo—misterioso, se refugiaron en el estudio y aceptación del neoplatonismo y del pitagorismo, conque Grecia aún se lograba imponer entre las clases letradas de Europa Una élite bastante restricta, y orgullosa por ser heredera secular de la cultura romana, se mantenía impermeabilizada entre ambas capas, reduciéndose a ser celosos guardianes de la otrora 2
León X (Giovanni de Médicis), papa de 1513 a 1521. hijo de Lorenzo el Magnífico, practicó el mecenazgo y convirtió a Roma en una de las cortes más brillantes de la época. Sus grandes dispendios le obligaron a la venta de indulgencias, lo que motivó la rebelión de Lutero (1517). 3 Clemente VII (Julio de Médicis), papa de 1523 a 1534. Bajo su pontificado las tropas de Carlos Quinto saquearon Roma (il sacco di Roma, 1523). 4 Paulo IV (Gian Pietro Caraffa), papa de 1555 a 1559. Aliado con los franceses se enfrentó a Felipe II de España. Estableció la compilación del primer Índice de Libros prohibidos. 5 Martín Lutero (1483-1546), reformador religioso de Alemania, nacido y muerto en Eisleben, Sajonia. Hijo de minero, monje agustino y profesor de filosofía en la Universidad de Erfurt. Enfrentado con la Curia romana, en especial por la venta de las indulgencias, negó la infalibilidad papal y la autoridad conciliar. Sus 95 tesis de Wittenberg(1517) sentaron las bases doctrinarias de la Reforma protestante: impugnación del celibato sacerdotal, de los votos monásticos, del culto a los santos, del purgatorio, etc. En 1520 quemó públicamente la bula de excomunión que le había dirigido el papa León X. Condenado por la Dieta de Worms, ante la cual se negó a retractarse, Federico de Sajonia le acogió en el Castillo de Wartburgo, donde tradujo la Biblia al alemán. Casó con Katharina von Bora, una monja exclaustrada. Decía ver al diablo en persona y solía arrojar su tintero en la cabeza de Belcebú. Su doctrina está resumida en la Confesión de Augsburgo, que fue redactada por Melanchton en 1530 y que es aún el estatuto de las iglesias luteranas. Principales escritos: Manifiesto a la nobleza cristiana de Alemania (1520), De la libertad del cristiano (1520) y el Catecismo (1529).
magnificente grandeza romana. El clero, con sus conventos rebosantes de riquísimas bibliotecas, estaba más preocupado por lograr llevar el Evangelio a los territorios recién descubiertos, que en iniciar una investigación científica de las sacras palabras que contenían las Escrituras Bíblicas. El pueblo continuaba presionado entre las creencias a Dios y el horror a Satanás. Las enfermedades, el accidente, la muerte, la gloria, la fortuna e incluso la rutina diaria provenían de Dios, y sólo podrían ser perturbados por el temido demonio. Dentro de ese cuadro tenebroso de la humanidad, estaban los alquimistas, que eran los que creían en el poder sobrenatural de los elementos. Sangre, fuego, agua, veneno, e ingredientes secretos se unían en la búsqueda de la anhelada clave (anhelo perseguido por varias generaciones) para la fórmula de la transmutación del vulgar metal en el preciado oro, los alquimistas eran seres que obraban en complicidad con Satanás. Sólo en la pequeña Inglaterra, y, en el año de 1549 fueron procesados y condenados a morir en la “purificadora” hoguera, más de 500 magos que propiciaban fórmulas de felicidad. La creencia popular indicaba que eran ellos, en complicidad con los misteriosos alquimistas, brujas, hechiceras y el maléfico demonio, quienes tenían el propósito de procurar la destrucción del hombre; ellos eran los únicos causantes de las privaciones que sufría el humano, ellos soltaban temibles lagartos para malograr las cosechas, eran quienes precipitaban interminables y devastadoras lluvias, o quienes provocaban la ausencia de las mismas con la consecuente sequía. Una bula firmada por los más altos jerarcas de la Iglesia protestante se manifestó al respecto: “...no hay año sin saber de las más espantosas noticias provenientes de los reinos, ciudades y poblados sobre los horripilantes medios con que el Príncipe de las Tinieblas se vale para lograr su aparición carnal, con que sobre todas las cosas, trata de apagar la maravillosa luz del Evangelio”.
El temor, la superstición eran la base de la vida de aquella época. Más que creencia basada en la fe, existía la creencia basada en el temor. Quien lograse huir de las tentaciones que el demonio ponía en su camino, no lograba de ninguna manera huir o substraerse de la influencia de los astros. A mediados del siglo XV, cerca de 30,000 astrólogos pululaban París vendiendo la esperanza de una suerte mejor, que dictaban en conjunción u oposición de los astros. La superstición abarcaba y dominaba todas las esferas de aquel tiempo: Francisco I, 6 Catalina de Médicis7, Carlos IX,8 eran solo algunos de los soberanos que mantenían en sus cortes a activos y bien remunerados astrólogos. 6
Francisco I, rey de Francia, sucesor en 1515 de su primo Luis XII, con cuya hija Claudia se había casado. Atravesó los Alpes y venció a los suizos en Mariñán, conquistando el Milanesado. Disputó la corona imperial a Carlos Quinto, fue vencido en Pavía, y hecho prisionero, tuvo que firmar el tratado de Madrid (1526). Adversario irreductible de Carlos Quinto, se alió sucesivamente contra él con Enrique VIII de Inglaterra, con los estados de Italia, con los turcos y con los protestantes de Alemania. Secundó poderosamente el movimiento del Renacimiento en Francia, protegiendo a los artistas italianos Leonardo da Vinci, Cellini y el Ticiano y merecido el nombre de Padre de las Letras. Murió en 1547. 7 Catalina de Médicis (1519-1589), hija de Lorenzo de Médicis, nacida en Florencia, mujer de Enrique II de Francia, madre de Francisco II, de Carlos IX y de Enrique III, regente durante la menor edad de Carlos IX. Política hábil, pero sin escrúpulos, procuró reinar sembrando la discordia entre protestantes y católicos. A ella se debió principalmente la matanza de día de San Bartolomé (1572).
Incluso se ha llegado a establecer que Melanchton9, uno de los más brillantes teólogos de la Reforma, llegó a alterar la fecha de nacimiento de Lutero, para darle un signo zodiacal que lo ayudase en su lucha reformista; usando la amistad e influencia que poseía sobre él siempre se esforzó por impedir que tomase decisiones importantes cuando hubiese luna nueva, la que consideraba contraria al líder reformista. Cuando antiguamente se pensaba en el hombre dedicado a la ciencia se hacía en base a la figura del infeliz Doctor Fausto10, que constituía la leyenda más difundida y apreciada de aquellas épocas. Fausto fue leyenda y realidad, siempre fue difícil separar la una de la otra, el traslado de la mística figura de Fausto fue hecho a la persona de Cornelio Agripa11, que era el más culto, fascinante y adelantado alquimista de varias centurias. Agripa había logrado descollar de tal manera y gozaba de tal prestigio que tuvo el valor de ser la primera voz que se levantase en defensa de las hechiceras, brujas o alquimistas menores que eran ahorcados o quemados por decenas en varios reinos de Europa. Su vida fue corta, agitada y llena de sufrimientos, pero lo importante de él, es el libro que escribió, en el que plasmó no sólo el retrato más amargo sino fiel de la vida europea en el siglo XV, obra que tituló De la incerteza y presunción de la ciencia: “…la ciencia no es más de lo que es la ley y las opiniones de los hombres: injustas y ventajosas, sanas y perversas, buenas y malas, pero jamás perfectas porque están rellenas de errores y contradicciones”.
Sin embargo lo que a nosotros nos interesa de su obra, es el resumen que hace (amargo y algo exagerado) de la ciencia, moral y costumbres de su época: “Los poetas son unos locos, pues nadie en su perfecto juicio puede vivir de escribir poesías… Los historiadores mienten, por eso la Historia muda según la generación, el pueblo o país. La oratoria es la seducción del espíritu cuando el hombre llega al error de caminar en la elocuencia… el ocultismo es una trampa, y su propio libro es falso y mentiroso… los filósofos no hacen más que cultivar la diversidad que es mutuamente anuladora de sus opiniones… las artes se encuentran viciadas por la falsedad y la presunción… las cortes de reyes y príncipes son escuelas de corrupción, y refugio para la maldad más detestable… los comerciantes son ladrones, los tesoreros infieles… La medicina es el arte del homicidio casual, habiendo más peligro en el médico y sus remedios que en la propia enfermedad”.
Es poco lo que habla de la Astrología y Astronomía. El cielo y los astros no contenían objetos para sus indagaciones científicas-alquimísticas, y sí en cambio constituían un medio bastante trivial de ganarse la vida. En aquella época se realizaban predicciones, pero no estudios. Por lo general eran 8
Carlos IX, segundo hijo de Enrique II y Catalina de Médicis, rey de Francia de 1560 a 1574. Verificáronse durante su reinado cinco guerras religiosas entre católicos y protestantes. Fue autor de la matanza famosa del día de San Bartolomé y hasta se cree que tomó parte en ella. 9 Melanchton, nombre con el que es conocido Felipe Schwarzerd (1497-1560), sabio teólogo alemán, amigo de Lutero y partidario de la Reforma. Redactó con Camerario la Confesión de Augsburgo. 10 Doctor Fausto, nombre de un hechicero alemán, personaje real pero que se ha hecho legendario. La leyenda de Fausto es la historia del hombre que vende su alma al demonio Mefistófeles a cambio de bienes terrenales. Preténdese que tuvo Fausto por prototipo a un criminal del siglo XVI que vivió de expedientes y magia y cautivó durante algún tiempo la atención de los jefes de la Reforma. 11 Cornelio Agripa (1486-1533), sabio, alquimista y filósofo alemán, nacido en Colonia; historiógrafo de Carlos Quinto. Murió en la miseria en Grenoble.
predicciones de desgracias, con el consecuente consejo de cómo evitarlas o disminuirlas. Eran los desconocidos astros quienes dominaban la vida cotidiana del hombre. El mayor acontecimiento de aquel siglo —en dicha esfera de sucesos— fue el anuncio del advenimiento de un nuevo diluvio universal, que en una reunión de connotados astrólogos fue señalado para el día 11 de febrero de 1542. ¡La Credulidad con que la gente aceptaba dichas predicciones se manifiesta palpablemente en los múltiples preparativos que hicieron procurando sobrevivir del anunciado desastre!... Poblaciones enteras se desplazaron en busca de la relativa seguridad que las montañas ofrecían; la ciudad de Grenoble12 encomendó la construcción de una gigantesca arca que pudiese alojar a la totalidad de sus habitantes. Los barcos eran vendidos a precios altísimos. ¡El 11 de Febrero de 1542 nada aconteció!... Ni siquiera la desilusión que causó la fallida predicción logró disminuir el prestigio de los astrólogos. Aquellos que se habían aventurado a certificar la veracidad del nuevo diluvio dejaron de contar con el favor del público, pero eran muchos, muchísimos los astrólogos que deseaban ocupar el lugar que los primeros habían dejado vacante. En el siglo XV existía en Europa no menos de cien mil astrólogos; cien mil personas que pretendían ser creyentes y conocedores de una ciencia que emanaba del propio espacio sideral, sin embargo la mayoría de ellos no pasaban de ser un conjunto de respetables charlatanes, y el resto continuaba usando en sus trabajos los instrumentos que un pasado más rico y comprensible había legado a la superstición del medievo. Con muy pocas mejoras, cuando no ninguna, se seguía usando el mismo astrolabio13 y esfera armilar14, los cuadrantes y compases heredados de la grandiosa cultura griega: aquellos eran algunos de los sistemas de medición heredados de la era de oro de la humanidad. Sin embargo la culpa de tal estado de cosas no se debía a la estricta carencia de elementos adecuados y necesarios, sino más que nada, a la falta del necesario espíritu investigador, y de una mayor amplitud mental para poder aceptar nuevos conceptos, obstáculo que también sería derribado por el genio de Copérnico, pues a la vez que escudriñaba el cielo, sentaba las bases para una nueva comprensión hacia lo desconocido. De lo alto a lo bajo, en la escala del conocimiento, el mundo de entonces aceptaba y creía ciegamente que la Tierra (ínfimo grano en el Universo, pero dueña de una especial distinción por parte del Creador) se mantenía inmóvil en el espacio, con el fin que todos los demás astros, planetas y estrellas girasen a su alrededor, reconociéndola como el centro de la Creación. Aquella creencia religiosa científica, se encontraba tan arraigada, que el negarla, era incurrir en la ira divina, y en el castigo de sus representantes terrestres.
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Grenoble, ciudad de Francia (Delfinado). Astrolabio, antiguo instrumento para observar la altura de los astros. 14 Esfera armilar, reunión de círculos de metal o de cartón que representan el cielo y los diversos movimientos de los astros. 13
BIOGRAFÍA DE COPÉRNICO
Dicho principio (el geocentrismo) era lección elemental en las escuelas, y con mayor razón en la católica Polonia, donde un comerciante de nombre Koppernigk se estableció en Thorn15, llevando con él, esposa y seis hijos. Hacía sólo seis escasos años que dicha ciudad, que descansaba en una de las márgenes de Vístula, había sido cedida por la Prusia occidental al reino de Polonia; de esta forma Nicolás nació polaco, aunque fuese prusiano de sangre y formación, el 19 de febrero de 1473. Recibió la rudimentaria educación de aquella época hasta que su padre falleció diez años más tarde. La familia de Copérnico era grande en miembros, pero pequeña en recursos, hecho que llevó al tío materno de Nicolás, Lucas Watzenrode (entonces sacerdote y luego obispo de Ermland16), a hospedar en su casa a sus sobrinos. Los niños fueron preparados con vistas a su enrolamiento futuro a una de las dos carreras compatibles con el alto cargo de protector: el ejército o la iglesia. Nicolás fue destinado a la Iglesia. El prefería la contemplación a la acción, se abstraía durante largos períodos leyendo o escuchando a sus maestros, era paciente, calmado, humilde y tenía el don de hacerse de amigos con gran facilidad. A la edad de dieciocho años fue enviado por su tío y tutor a la Universidad de Cracovia17 (1491). Su estancia en esa sede fue, según escribió Copérnico más tarde, un factor vital en todo lo que consiguió más tarde. Allí estudió latín, matemáticas, astronomía, geografía y filosofía. Alberto Brudzewski18, afamado matemático y astrónomo, fue quien despertó en el joven Nicolás el gusto por esas ciencias. Fue allí 15
Thorn, actual Toruń, ciudad portuaria de la zona central de Polonia, a orillas del río Vístula. Ermland, un distrito de Polonia también conocido como Warmia o Ermeland. Sede de una diócesis. 17 Cracovia, en polaco Krakow, ciudad de Polonia, a orillas del Vístula, metrópoli y residencia de los reyes de Polonia. La Universidad de Cracovia fue fundada en 1364 por Casimiro III el Grande, rey de Polonia; es la segunda universidad más antigua de Europa central después de la Universidad Carolina de Praga, en la República Checa 16
también cuando comenzó a usar su versión en latín de su nombre mejor que Kopernik o Koppernigk. Volvió a Thorn tras cuatro años de estudio en Cracovia pero, como era común en la época, no se graduó formalmente con un título. Su tío y tutor, Lucas Watzenrode, le instó a que se preparara adecuadamente para el desempeño de las altas funciones eclesiásticas, y poder así seguir una carrera en la Iglesia. Para tal efecto debía estudiar Derecho Canónico. Pese a lo que para él representaba la Universidad de Cracovia, Copérnico se mostró incómodo con el sistema de enseñanza allí aplicado; aquel joven prusianopolaco era en lo íntimo un profundo humanista. Se sabía —y se condenaba acremente— que en algunas universidades italianas existía real entusiasmo por la implantación de la doctrina humanística; con lo que poco a poco se acentuó en Copérnico la impresión de que allí se sentiría más a gusto. Su solicitud de transferencia a la Universidad de Bolonia para seguir Derecho Canónico fue aceptada (1496) y poco después su tío y protector le consiguió el puesto de canónigo de la Catedral de Frauemburgo 19, en el extremo oriental de la Prusia Polaca. En aquella época el cargo de canónigo de un cabildo no obligaba al mismo a residir en sede, ni se le aplicaba los óleos sacramentales. Nicolás Copérnico supo acertar en su decisión, pues dicha universidad italiana era un auténtico centro del liberalismo en materia de aprendizaje, allí campeaba la doctrina del humanismo en los espíritus liberales de maestros y alumnos. Copérnico, además de seguir el curso oficial de derecho canónico, se matriculó en los cursos de matemática, física y astronomía, convirtiéndose en poco tiempo en uno de los discípulos más apasionados de un renombrado maestro que empleaba métodos revolucionarios en sus clases de ciencia y pedagogía: Domenico de Novara20; quien a su vez era un predilecto y devoto discípulo de Regiomontano21, el magistral alemán que sacudiera el mundo de entonces con sus principios astronómicos. Domenico de Novara enseñaba de acuerdo a los antiguos principios griegos, que el renacimiento italiano pusiera tan en boga, y según los cuales aún estaba por ser probada la inmovilidad de la Tierra y la posición central de la misma, en función a los demás planetas. Rápidamente Copérnico se decidió por la credibilidad de la teoría griega de Regiomontano-De Novara, en contra de los antiguos principios de Ptolomeo, que era (como ya hemos visto) lo que aceptaba inapelablemente la poderosa Iglesia católica. Copérnico comenzó por estudiar los grandes clásicos griegos encontrando en Filolao— un curioso espíritu de la escuela de Pitágoras, que vivió y escribió unos quinientos años a. de J. C. —el refuerzo para su duda, aunque no llegase a aceptar la totalidad de la
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Alberto Blar Brudzewski, también conocido como Wojciech Brudzewski o Alberto Blar de Brudzewo (1445-1497), astrónomo, matemático y prominente profesor polaco en la Universidad de Cracovia, donde permaneció por veinte años. 19 Frauemburgo o Frauenburg (ahora Frombork), ciudad del norte de Polonia, en la laguna del Vístula. Catedral construida en el siglo XIV, diócesis de Ermland. 20 Domenico Maria de Novara, matemático y astrónomo italiano. Enseñó en la Universidad de Bolonia (siglo XV). Uno de los primeros críticos sobre la exactitud de la Geografía de Tolomeo. Influyó mucho en Copérnico. 21 Regiomontano, de nombre Juan Müller (1436-1476), famoso astrónomo y matemático alemán, nacido en Unfind. Autor de un divulgado tratado de trigonometría plana y esférica. Es el fundador de la trigonometría moderna.
teoría que patrocinaba, de que todos los “astros se movían alrededor de Hestía 22, que sería un prodigioso e inexplicable cuerpo celeste, que estando libre en el espacio atraía, calentando y vivificando los astros que se congregaban en sus cercanías”. Teoría que encuentra seguidores doscientos años más tarde, en la persona de Aristarco de Samos23, quien presintió y realizó estudios primarios respecto a la idea de que la Tierra giraba alrededor del Sol. Desgraciadamente no fue más lejos, por temor a sufrir los castigos que estaban reservados a quienes osasen perturbar “el sueño de los dioses”. A las teorías de los sabios griegos se antepusieron las de Claudio Ptolomeo24 con lo que la astronomía alcanzó un sitial inamovible, en el que los principios científico-religiosos se mantuvieron durante casi mil cuatrocientos años; Ptolomeo y su tesis del geocentrismo fue intocable hasta la aparición de Copérnico, quien preparó y ablandó el terreno para la definitiva sacudida que, por vía de Galileo, traería por tierra el absolutismo de dicha teoría. Ahora en Bolonia, era Domenico de Novara quien pretendía (una vez más) cambiar la teoría ptolemaica, ampliando las dudas ya sembradas por Nicolás Oresme25 y Nicolás de Cusa26, quienes también lucharon en pro de la hipótesis de los movimientos terráqueos. Copérnico estuvo tres años en Bolonia. En 1500 se dirigió a Roma para estar presente en las fiestas del Jubileo; su permanencia en esa fue breve, pues a pedido de su tío y protector, retornó a Polonia para asumir sus funciones de canónigo en la sede de Frauemburgo. Felizmente sus obligaciones no eran tantas ni tan delicadas, que no le permitiesen dedicarse apasionadamente a los problemas apenas si aflorados durante su permanencia en Italia. En círculos amigos y universitarios, Copérnico era considerado ya como un ferviente antitolomaico. Al disponer del tiempo necesario éste dedicaba largas horas del día y aún de la noche, para el estudio astronómico, de matemáticas y física que constituían sus principales preocupaciones, teniendo en cuenta sus leves obligaciones religiosas. 22
Hestia, diosa griega del hogar, equivalente a la Vesta latina. En este caso Filolao da ese nombre a su desconocido astro en su sistema por él esbozado. 23 Aristarco de Samos, astrónomo griego (310-230 a. de C.), quien formuló por primera vez la teoría heliocéntrica (la Tierra girando sobre sí misma y alrededor del Sol). Calculó las distancias y el tamaño de la Tierra, el Sol y la Luna. 24 Claudio Tolomeo (¿90-168? d. de C.), astrónomo, matemático y geógrafo griego. Ideó varios aparatos astronómicos y escribió Composición matemática o Almagesto, tratado astronómico vigente hasta la revisión de Copérnico. Su Geografía alcanzó también popularidad y gozó de gran autoridad hasta el Renacimiento. Su sistema astronómico consistía en colocar a la Tierra en el centro del mundo y considerarla un cuerpo fijo, en torno al cual giraban el Sol, la luna y los planetas (teoría geocéntrica o geocentrismo). 25 Nicolás Oresme (¿1323-1382) fue un genio intelectual y probablemente el pensador más original del siglo XIV. Economista, matemático, físico, astrónomo, filósofo, psicólogo, y musicólogo; fue también un teólogo dedicado y obispo de Lisieux, traductor, consejero del rey Carlos V de Francia y uno de los principales fundadores y divulgadores de las ciencias modernas. Su argumento a favor del movimiento terrestre es más explícito y más claro que el que fue dado después por Copérnico. 26 Nicolás de Cusa (1401-1464), cardenal y sabio nacido en Cusa, en la diócesis de Tréveris, Alemania. Teólogo y filósofo, uno de los espíritus más profundos del siglo XV, es considerado el padre de la filosofía alemana y, como personaje clave en la transición del pensamiento medieval al del Renacimiento, uno de los primeros filósofos de la modernidad. Autor del célebre tratado filosófico De docta ignorancia. En lo que se refiere a la Astronomía, para él la tierra no es el centro del universo ni está inmóvil sino en movimiento, ni sus polos son fijos y los cuerpos celestes no son completamente esféricos, ni sus órbitas circulares.
Pronto percibió que la comprensión de la mecánica celeste se tornaba más comprensible y asequible aceptando los movimientos terrestres alrededor del sol, que guardando la tradicional fidelidad a la inamovilidad de nuestro planeta. Estudiando el cielo, ya desde el punto de vista de la rotación terráquea, muy pronto obtuvo conclusiones científicas al respecto, hasta donde pudo llevarlo la atrasada ciencia astronómica que imperaba en su época. Como resultado de esos estudios y conclusiones se tomó de carácter sumamente angustiado. Sabíase poseedor de una fuerte evidencia científica, que de revelarla causaría las reacciones más desfavorables, tanto para él como para su protector. Además era sumiso a la jerarquía religiosa, y el desobedecerla era sembrar dudas en un punto del cual la Iglesia había hecho cuestión de fe. Era evidente que Polonia estaba muy distante del espíritu liberal que albergaba Italia: tal vez allí podría dejarse oír sin causar tanto daño y alboroto como aquí.
Copérnico explicando su teoría
Solicitó nueva licencia. Sabiendo que no la obtendría, si dedicase su tiempo a profundizarse en teorías especulativas, prometió a sus superiores doctorarse en derecho canónigo y medicina. Por más de tres años frecuentó las cátedras de dichas materias, pero a la vez que cumplía con su palabra, cumplía también con su vocación y frecuentaba los cenáculos y los rudimentarios observatorios, donde sólo se hablaba de astronomía, cálculos y de revisiones de las viejas tablas alfonsinas27 o de los avanzados estudios musulmanes en la materia. En 1503 obtenía su doctorado en derecho canónigo en la Universidad de Ferrara, regresando a Polonia, sin que se tenga certeza de la fecha en que recibió su título de Doctor en Medicina (que cursó en la Universidad de Padua). Ya en su sede de Frauemburgo, se fue creando en torno a su figura una leyenda de curiosidad, de respeto y de temor popular. Copérnico permanecía más tiempo en campo abierto, midiendo, calculando o simplemente mirando la inmensidad espacial, que bajo las naves de su Iglesia dirigiendo la vida espiritual de sus feligreses. Se hablaba bien y mal de su persona, comentarios que llegaron a oídos de su tío y tutor Lucas Watzenrode, obispo de 27
Tablas Alfonsinas, nombre dado a los registros astronómicos establecidos en 1252 por orden de Alfonso X de Castilla. Dividían el año en 365 días, 49 minutos y 16 segundos. Contiene también la teoría planetaria y los eclipses.
Ermland, quien no tardó en llamarlo a su presencia para enterarse por boca de su protegido, lo que había de cierto en las habladurías. Copérnico decidió poner todo en claro y hablar con Watzenrode, por lo que viajó con toda su documentación respecto a la revolucionaria teoría de la rotación terrestre. Fueron muchas y privadas las conversaciones que mantuvo con su tutor y superior inmediato. El resultado posterior de dichas reuniones fue casi inesperado: el obispo decidió no sólo apoyarlo en sus estudios, sino que le dió facilidades económicas para la realización de los mismos. En 1506, y como una demostración palpable de la confianza que le tenía, lo nombró su secretario particular y médico del palacio. Con la tranquilidad obtenida por el respaldo de su tutor, Copérnico pudo dedicarse casi por completo durante seis años a perfeccionar su tesis, aunque en esa época se limitaba a usar el epiciclo28 para representar los movimientos siderales. Lamentablemente antes de poder concluir sus estudios e investigaciones, falleció su tutor, con lo que gran parte de la comprensión y facilidades con que contaba se le terminaron. Al comprender que nada tenía que hacer en el Palacio Episcopal, retornó a su sede en Frauemburgo, donde vivió de 1507 a 1530. Durante aquel largo periodo en muchas oportunidades tuvo que suspender sus estudios astronómicos, para representar al Cabildo de Frauemburgo en misiones diplomáticas. Habiéndo incluso llegado a elaborar un tedioso estudio para lograr la conversión de la moneda polaca, entre el pueblo de origen prusiano, que aún continuaba usando la moneda de aquel reino, el trabajo fue realizado por pedido directo del rey Segismundo I,29 gracias a él conocemos a un Copérnico versado en economía, teórico tan profundo, realista y práctico en cuestiones monetarias, que años más tarde más de uno tomó como propios sus estudios financieros, con el objeto de ganar un foro de leyes económicas. Con la misma despreocupación que siempre observó por los hechos materiales, ningún caso hizo de quienes plagiaron su obra, a él le quedaba la satisfacción interna de haber cumplido con lo encomendado. Es a partir de los cuarenta años que Copérnico se compenetra más en el estudio de los datos y afirmaciones dejadas por Ptolomeo en sus manuscritos; su íntimo deseo era probar que aquellos números y conclusiones tenía más relación y lógica cuando eran aplicados a la teoría heliocéntrica que a la del geocentrismo. Es probable que este retorno a las consideraciones y cifras del viejo principio del geocentrismo se debiera a que en Frauemburgo apenas si podía dedicar cinco meses a la observación astronómica. En el resto del año la zona quedaba totalmente cubierta por la espesa neblina que subía del mar Báltico; dificultad que le entorpecía las labores y que en más de una oportunidad le haría desear la serena claridad que los cielos mediterráneos le brindaron a Ptolomeo. La vida de Copérnico transcurría tranquilamente en Frauemburgo. La población católica lo consideraba como un buen religioso: tranquilo, servicial y serio en sus deberes inherentes. Además tenía bien ganada la bondad de la población a la que 28
Epiciclo, círculo cuyo centro, según la opinión de los antiguos astrónomos, estaba en un punto de la circunferencia de otro mayor. 29 Segismundo I El Viejo, rey de Polonia de 1507 a 1548.
prestaba desinteresadamente sus servicios médicos, los pocos que podían hacerle algún presente, sabían que eso, lejos de servirle de reserva, iba a manos más necesitadas. Invariablemente al terminar con sus deberes religiosos y médicos con la comunidad, se aislaba en su constante estudio de las leyes astronómicas. En 1514 terminó un sumario de sus conclusiones respecto de la tesis heliocéntrica, la que intituló: Nicolai Copérnici de hipothesibus motuum cælestium. Desgraciadamente era demasiado pobre como para poder acarrear con el costo de la impresión aparte que se mostraba muy receloso de someter oficialmente sus conclusiones a la crítica de sus superiores y a la de los exegetas cristianos. Si el dinero le faltaba, le sobraba paciencia y sabía emplear su valioso tiempo. Hizo algunas copias manuscritas del trabajo y las repartió entre amigos y antiguos maestros, a quienes sabía interesados por las leyes matemáticas, físicas y astronómicas.
Observatorio de Copérnico en Frauemburgo
No era difícil entender el pensamiento y temor de Copérnico, el era de hecho una persona desprovista de pretensiones, no quería polemizar, ostentar o dictar leyes. Apenas si deseaba expresar sus ideas, y en la convicción de su certeza, dejarlas al análisis de los exegetas y sabios del mundo. Copérnico tenía la seguridad, la íntima convicción de la veracidad de su tesis, en la que exponía los siguientes principios: “No existe centro alguno para todos los círculos o esferas celestiales”. “El centro de la Tierra, no es el centro del universo”. “Todas las esferas (planetas) giran alrededor del sol, que es punto medio de ellos, consecuentemente el sol es el centro del universo”. “Cualquier movimiento que aparezca en el firmamento, no proviene de ningún
movimiento del firmamento en sí, y sí del movimiento de la Tierra en relación al firmamento. La Tierra, conjuntamente con sus elementos adyacentes cumple una rotación completa sobre sus polos fijos, en un movimiento diario, en cuanto el firmamento… permanece inmóvil.”. “Lo que a nosotros nos parece ser movimiento del Sol, no es el de él y sí de la Tierra… con el cual giramos en su órbita como cualquier otro planeta”. “Sólo con el movimiento de la Tierra es posible explicar tantas desigualdades existentes en el cielo”.
Modelo de Copérnico
Todo esto es tan simple como violentamente revolucionario, tanto en el campo científico como en el religioso. A pesar de sus recelos en ofender a sus superiores y en especial al Sacro Colegio de Cardenales tuvo la suerte que por aquella época reinaba en el trono de San Pedro, Leon X, quien mantenía en el Vaticano una corte de “sabios liberales”, siendo él mismo un admirador de las innovaciones, sea cual fuese la materia científica en que se aventurasen. Al saber de la tesis que patrocinaba Copérnico, tomó un inmediato interés por el desconocido canónigo que tan valiente y atrevida idea lanzara. No demoró nuestro biografiado en recibir una orden de presentarse ante el Sumo Pontífice, para exponerle en la forma más completa su hipótesis astronómica. Si en el campo científico el trabajo de Copérnico tuvo poco renombre y ningún astrónomo le dio mayor importancia, en el religioso recibió desde la condescendencia hasta la más abierta condenación. Lutero, por ejemplo, se expresaba de dicha tesis con
las siguientes palabras: “El pueblo da atención a un astrólogo advenedizo que se esfuerza en comprobar que la Tierra es la que gira y, no los cielos, el firmamento, el Sol, la Luna. Quien tenga la pretensión de aparecer más inteligente que el común, se considera obligado a idear sistemas astrológicos que presentan como el mejor de todos. Ese necio pretende cambiar el sistema entero de la Astronomía; sin embargo las Sagradas Escrituras nos hablan claramente que Josué ordenó al Sol que se quedase inmóvil”.
Calvino30 también atacaba a Copérnico censurando su teoría y afirmando que había sido hecha en base a conocimientos superficiales. Calvino partía de una cita en el salmo XCIII, 1 (“El mundo también está estabilizado, pues no se puede mover”), para desautorizar la tesis coperniana, concluía vigorosamente: “¿Quién se atreverá a colocar la autoridad de Copérnico, por encima de la autoridad del Espíritu Santo?
El silencio obstinado de los científicos, el malestar que los religiosos manifestaban por sus ideas, fueron algunas de has consideraciones que pesaron en el manifiesto silencio Papal respecto a los trabajos solicitados, silencio ostensible, teniendo en cuenta la inicial y favorable reacción de León X. Tales circunstancias terminaron por retraer más aún a Nicolás Copérnico, a punto de desilusionarlo y casi divorciarlo de la ciencia astronómica, lo que a su vez contribuyó a que se hiciese más lenta la publicación de nuevos estudios en los que reafirmaba y ampliaba su teoría. Lo cierto es que en 1537 puso punto final a sus estudios y aglutinó sus trabajos y deducciones científicas en un tomo que llamó Commentariolus, que fue distribuido en forma discreta y casi tímida, diríamos. Entre sus deberes con sede canónica y los de la medicina se arrastró su vida hasta el año de 1539, el que fue totalmente revolucionado por la llegada de un joven; de una persona que le dió dio nuevo hálito de esperanza y que le renovó su dormida fe por la investigación científica.
30
Juan Calvino (1509-1564), teólogo y predicador francés, propagador de la Reforma en Francia y Suiza. Nacido en Noyón, estudió en París y en Orleáns. Perseguido por sus ideas religiosas, se refugió en Ginebra (Suiza), donde instauró un estado teocrático. Fundó la Universidad de Ginebra. Expuso su doctrina en Instituciones de la religión cristiana (1560), a la vez una de las obras más notables de la literatura francesa. Su sistema religioso, llamado calvinismo, se distingue de las otras doctrinas protestantes por el origen democrático que atribuye a la autoridad religiosa; la supresión completa de las ceremonias; la negación absoluta de la tradición; el dogma de la predestinación; la reducción de los sacramentos al bautismo y la Cena. El calvinismo se extendió sobre todo en Suiza, Holanda, Hungría y Escocia.
Rheticus31 hizo un viaje especial desde Wittemberg—donde estudiaba matemáticas en la Universidad Luterana—hasta Frauemburgo para conocer a Copérnico. Rheticus era un protestante de alta jerarquía, era el protegido de Melanchton, y contaba a la sazón con sólo 25 años. Su interés en Copérnico nace cuando su maestro y tutor, leyera e hiciera severas críticas al Commentariolus, las que, guiándose por su propio criterio no consideró acertadas. Con tenacidad digna de encomio solicitó leer la copia de dicho tratado, con lo que, conforme avanzaba y se compenetraba en el pensamiento coperniano, mayor admiración le merecía, juzgándose obligado a reconocerle en sus trabajos una serie de aciertos científicos. Además consideró que su obra no era conflictiva con las enseñanzas de ha religión; durante años Rheticus mantendría esta polemizante posición. Pese al desagrado que manifestaba por los estudios y opiniones de su discípulo predilecto, Melanchton no tuvo más remedio que permitirle la continuidad de los mismos, lo que llevó a Rheticus a la conclusión del total y absoluto acierto de la teoría anunciada por Copernico. Consecuente con su criterio llegó a Frauemburgo, con la idea de ofrecerse como auxiliar científico de Copérnico. Mucho tuvo que esforzarse para sacarlo del silencio en que el desengaño lo había sumido y hacerlo reanudar sus estudios y, si Rheticus arribaba con una buena impresión, lo que oyó y lo que le mostró el abatido canónigo, lo dejó absolutamente convencido de lo atinado de su decisión de buscar en su retiro a este extraño astrónomo. Copérnico por su parte se sintió invadido por el entusiasmo que movía a este joven, tanto que no pudo menos que hablarle y mostrarle su tesis definitiva. La que constituía el trabajo de más de veinte años de pacientes observaciones, estudios y conclusiones a que llegase como consecuencia de los principios iniciales, ya establecidos en su Commentariolus; la obra era de tal importancia que el profesor luterano no vaciló en homenajearlo, dándole el título de “el mejor y más sabio de los hombres”. Testimonio doblemente valioso para el desmoralizado Copérnico, pues no sólo provenía de un elemento contrario a su Iglesia, sino que constituía el definitivo impulso que precisaba para culminar su tarea. 31
Rheticus, de nombre Joachim von Lauchem (1514-1576), astrónomo alemán. En su Narratio prima (1540), divulgó las teorías de su maestro Copérnico.
Para los luteranos la Biblia representaba no sólo el contenido moral y religioso sobre los que asentaban las bases de su religión, sino también verdades de orden general que eran consideradas como absolutas y terminantes. Rheticus era catedrático de la Universidad Luterana, era uno de los nuevos valores de la generación protestante, había sido discípulo de uno de los más eminentes próceres de la Reforma; por lo que en esa adhesión, decidida y amplia, a los principios de Copérnico había algo más que la admiración a los nuevos teoremas astronómicos, existía, como ya lo habían previsto eminentes teólogos luteranos, una sutil pero peligrosa oposición a los textos del Antiguo Testamento. Pronto se generalizó una resistencia religiosa y moral a los principios que propugnaba el canónigo de Frauemburgo. Además hay que tener en cuenta que aquella era una etapa histórica en que al género humano le preocupaba la intervención directa de Dios en la Creación, (Viejo Testamento) y en la Regeneración del hombre (Nuevo Testamento) lo que constituía uno de los principios fundamentales de la fe católica. Prueba evidente de los deseos divinos era que la voz de “Hágase” se refería sólo a la Tierra y a los Hombres que la habitaban; poco o nada restaría de las Sagradas Escrituras si aceptasen, por vía de la astronomía que el hombre no era el más importante de los seres creados, y que la tierra no era el más importante de los mundos: el centro del universo. Lo que el Creador había forjado el primer día de su magnificente obra, tenía que ser el centro de todo. Afirmar lo contrario, era de hecho herejía. Rheticus mientras tanto seguía estudiando la obra de Copérnico y, al compenetrarse más aún con ella, acabó por concluir que no existía en él o en sus trabajos palabra alguna que pretendiese probar que el hombre fuese menos digno, menos importante en la atención divina, a raíz de los cambios que traería la implantación de su tesis heliocéntrica, cambios que si bien no eran su principal meta, eran de consecuencia inevitable; aunque no tan catastróficos como preveían los medios reaccionarios de Europa. Al término de diez semanas de profunda estudio, Rheticus llegó a una decisión: debía convencer al paciente y calmado Copérnico de la urgencia en publicar sus obras. La verdad científica aseguraba sus teorías y la fe cristiana no se oponía a ellas. Más que debates, hubo prolongadas discusiones entre ambos amigos. Copérnico pensaba que el inundo de entonces no se beneficiaría en absoluto con la publicación de sus trabajos, y que por lo contrario le traería dificultades o absoluta indiferencia, cuando no la denodada crítica, tal cual había sucedido con su primera y restricta publicación. Pese la insistencia y ardor con que Rheticus propugnó su idea, no pudo quebrantar totalmente la prudencia de Copérnico, lo más que logró su reciente colaborador fue que le diera autorización para que elaborara un compendio analítico de sus primeros cuatro manuscritos, tarea que le insumió largos meses de trabajo, tanto así que sólo en 1540 pudo editar en Dantzig el resultado de su anhelado compendio: Narratio prima de libris revolutionum. El primer ejemplar que tuvo en sus manos se lo mandó a Copérnico, el segundo a Melanchton: el ex discípulo abrigaba esperanzas de convencer a tan digno teólogo del protestantismo luterano. Si éste aprobaba la doctrina de Copérnico, la misma seria
consagrada en una buena parte de las universidades de Europa y, muy pronto, se le plegarían las restantes. Sin embargo el generoso y leal Rheticus sería testigo de la más completa indiferencia por parte de sus superiores protestantes: indiferencia sólo igualada por la que manifestó León X, con la persona y obra de Copérnico. ¡Ellos eran sólo dos hombres trazando líneas y leyes especiales… en el silencio del espacio! Rheticus, evidentemente desilusionado regresó a la Universidad de Wittemberg ese mismo año, donde volvió a obtener una cátedra. Tomando como pretexto el hecho de que sus materias de estudio recién se estaban elaborando, introdujo en sus lecciones referencias, comentarios y ardorosos elogios a la obra de Nicolás Copérnico: sin embargo, pese a sus buenos deseos, la dirección de la universidad le prohibió la difusión de dicha doctrina, obligándolo a enseñar de acuerdo al viejo texto de Sphaera de Sacrobosco32. Rheticus, era no solo muy joven para ceder, sino que además poseía la certeza absoluta de estar luchando por lo irrebatible. En el verano de 1541 regresó a Frauemburgo, donde permaneció hasta setiembre de ese año, luchando en todo momento por convencer al ya anciano canónigo, de editar la totalidad de sus trabajos. En su lucha de convencimiento Rheticus no vaciló en recurrir a los más altos jerarcas de la Iglesia católica para que enviasen al escéptico y viejo Copérnico el estímulo que tanto necesitaba. La palabra, el estímulo llegó, y resonó favorablemente en los cansados oídos del canónigo de Frauemburgo, los que a decir verdad, ya estaban ablandados por la tenacidad de Rheticus. Copérnico cedió y autorizó a su joven amigo para que enviase la totalidad de su obra a un editor de Nuremberg, siendo este último vencido a su vez, por la apasionada convicción de Rheticus, y, por la impresionante calidad de la tesis elaborada por el genial Copérnico: en 1542 comenzó la impresión, asumiendo el impresor todos los riesgos que de ello se desprendiese (los que no eran desdeñables, en vista que contrariar a la ciencia y religión oficial era incurrir en herejía declarada). Aquella trilogía de hombres esperaban decididos la reacción. Ya en meses anteriores, y en contestación a una carta de Rheticus, Melanchton, de quien esperaba comprensión y liberalidad, le contestó una severa misiva destinada para aquellos innovadores que a su entender “…creen importante elaborar tesis tan perturbadoras como la de ese astrónomo prusiano, que mueve la Tierra e inmoviliza el Sol. En verdad, nuestros prudentes gobernantes deberían disciplinar el espíritu desenfrenado de aquellos hombres”.
Prudentemente —la contestación de Melanchton era clara advertencia— Rheticus abandonó Wittemberg, y fue a enseñar a Léipzig dejando encargado de revisar la impresión del libro, a un íntimo amigo suyo y correligionario de ideas: Andrés Osiander33. Copérnico por su lado, y, con el fin de suavizar cualquier crítica que pudiera 32
Juan de Sacrobosco, astrónomo inglés del siglo XIII, autor de un tratado de astronomía titulado Tractatus de Sphaera (Tratado de la esfera), escrito en 1220. 33 Andrés Osiánder (1498-1552), teólogo protestante alemán, nacido cerca de Nuremberg.
despertar su obra en el Vaticano, redactó un prefacio (que muchos de sus biógrafos consideran que fue sustancial y perjudicialmente alterado, por el revisor Osiander) en el que dedicaba su obra al Papa Paulo III.
Portada de la obra de Nicolás Copérnico “De Revolutionibus Orbium Coelestium” (Sobre el movimiento de las esferas celestes), en la edición de 1543.
La dedicatoria de este libro es algo muy destacado en la historia de la ciencia, y en la política de publicaciones que se sabía serían ampliamente criticadas. Copérnico comienza por dirigirse al jefe de la Iglesia católica, con el objeto de entorpecer cualquier objeción que el Sumo Pontífice pudiese anteponer a su obra, que en la opinión de muchos exegetas, iba en contra de las afirmaciones básicas de las Sagradas Escrituras. Las palabras de introducción aseguraban la sumisión religiosa: “Creo que siempre debemos evitar teorías extrañas a la ortodoxia”.
Confesaba luego, que durante largos decenios había dudado entregar su trabajo a un impresor, tanto por pensar que era una obra modesta como por considerar que quizás fuese más acertado difundir sus ideas conforme al sistema “pitagórico”, que “trasmitía los secretos de la filosofía no por escrito, sino oralmente y sólo a sus amigos y parientes. Mencionaba, igualmente, los nombres de dos eminentes prelados (aquellos que habían hecho llegar hasta él palabras de aliento, a pedido del fiel Rheticus): el cardenal de Capua, Nicolás Schonberg, y el obispo de Kul, Tiedman Giesse, “sólo con ese poderoso patrocinio es que me decido a mandar mi humilde trabajo al impresor”, sabiendo que el Papa, en su infinita sabiduría a infalibilidad sabría cerrar oídos a los calumniadores de su tesis. Respecto a éstos, Copérnico les guardaba sitio preferencial en su inteligente prefacio “Si por ventura hubiere habladores, comodistas, que aunque ignoren toda la ciencia matemática, sobre tales asuntos, y si osaren formular crítica y ataques a mi teoría, teniendo por prueba algunos pasajes de las Santas Escrituras, que tergiversaran para servir a sus propósitos, los ignoraré y despreciaré la condenación de ellos como algo propio de hombres insensatos”
La dedicatoria, el prefacio en sí, fue más polemizante que la obra en sí misma. Andreas Osiander, tomando muy en serio el papel de revisor, y pensando que una previa explicación pudiera amainar las eventuales criticas, redactó él mismo un segundo prefacio en el que dejaba sentado que más que como una nueva doctrina, se presentaba el trabajo como hipótesis, más que como verdad científicamente comprobada. Aquel desconcertante prefacio venía en la edición que se presentó al público durante la primavera de 1543, la obra llevaba el titulo de Nicolai Copernici revolutionun liber primus. Al año siguiente cambiaría de nombre, aparte que sería retirado el timorato prefacio de Osiander, esta segunda edición salió de los talleres impresores con el título de De revolutionibus orbium cælestium (Sobre las revoluciones de los cuerpos celestes). El primer ejemplar de la edición de 1543, fue llevado con la urgencia que el caso merecía hasta el lecho donde Copérnico esperaba dos cosas: el libro y la muerte. Sólo tuvo hálito para ver con sus débiles ojos los caracteres gruesos de la portada, más tarde le leyeron la primera página de su magistral tratado. Una hora después de esta emotiva presentación Copérnico moría, siendo enterrado con aquel primer ejemplar de su histórico Nicolai Copernici revolutionun liber primus. En Copérnico también se repitió el hecho de que a la posterioridad de su desaparición, su obra o tarea alcanza la importancia a que estaba destinada desde un principio. Copérnico murió sin ver la aceptación de su largo estudio, murió con el temor de la indiferencia respecto al mismo. Sin embargo su tesis se divulgó ampliamente, tomando tal fuerza y amplitud que llegó a destruir el indiscutible prestigio que Ptolomeo gozara durante más de mil cuatrocientos años. La conmoción causada por la obra coperniana fue tal, que no sólo logró vencer el inicial silencio, el rechazo total de científicos de la talla de Tycho Brahe 34, la risa de los incrédulos o la cólera de los ofendidos exegetas sino que; De revolutionibus orbium cælestium pasó a ser considerada como verdad inmutable, y a ganar autoridad entre los más prestigiados y exigentes astrónomos de la época. Sus postulados hicieron verdadera labor de zapa, durante la época en que el libro pasaba de la crítica a la alabanza. Sus principios eran revolucionariamente sencillos: “…los movimientos de los cuerpos celestes son circulares y uniformes; pues el círculo es la forma más perfecta”.
Veamos su comentario respecto a la relatividad del movimiento: “Toda mudanza de posición que se observa es debida al movimiento del observador, o de la cosa observada, o al movimiento de ambos, una vez que las cosas son diferentes. Pues cuando las cosas se mueven en igual relación a las mismas, no se percibe ningún movimiento entre el objeto visto y el observado”.
34
Tycho Brahe (1546-1601), astrónomo danés. Formuló una teoría geocéntrica del Universo, una transición entre el modelo ptolemaico y el coperniano: el Sol y la Luna giran alrededor de la Tierra inmóvil, mientras que Marte, Mercurio, Venus, Júpiter y Saturno girarían alrededor del Sol. Sus observaciones permitieron a su discípulo Kepler formular las famosas leyes sobre el movimiento planetario.
De esta manera quería explicar que el aparente movimiento de los astros alrededor de la Tierra, era en realidad el movimiento que ejecutaba la Tierra alrededor de su eje. Siguiendo esta teoría, el aparente movimiento anual en tomo al Sol, era de hecho el efectivo movimiento anual alrededor del astro rey. El escrupuloso espíritu de Copérnico fue reviendo y combatiendo a lo largo de su obra las críticas que inevitablemente le serían efectuadas. En medio de sus explicaciones, afirmaciones y réplicas, dialogaba con los preceptos de su único competidor: el ausente Ptolomeo. Siguiendo con su sistema de convencimiento absoluto hacia sus incrédulos contemporáneos, resumía una y otra vez su obra. Transcribimos uno de los más claros y precisos resúmenes de su tesis. “Primero y por encima de todo se encuentra la esfera de estrellas fijas, conteniéndose no sólo a ellas mismas sino también a todas las demás cosas, que son inamovibles. De los cuerpos movibles, (los planetas) el primero es Saturno, que completa su círculo en 30 años. Después viene Júpiter, que se mueve dentro de una revolución de 9 años. A continuación viene Marte, que tiene un giro cada dos años. En cuarto lugar está la Tierra con un círculo anual, teniendo la órbita de la Luna como su epiciclo. En quinto lugar Venus, que se mueve con una vuelta cada nueve meses. En sexto lugar Mercurio, que completa su círculo cada ochenta días. En el centro de todos ellos, está el Sol, que es el auténtico gobernante del universo... pues el Sol sentado en un trono real gobierna la familia de astros circundantes… es allí donde nace la maravillosa simetría del Universo, que es una relación de armonía precisa en el movimiento y en la magnitud de las órbitas”.
Para darnos una leve visión de la magnitud e importancia de la obra coperniana, comparemos sus datos respecto a la rotación de los astros, con los que la astronomía contemporánea acepta y proclama como verdaderas: “Mercurio demora 88 días en completar su giro alrededor del Sol; Venus, 225 días; la Tierra. 365.26: Marte, 687 días; Júpiter, 11 años 86 días; Saturno, 26 años 46 días; Urano 84 años 2 días; Neptuno. 164 años 79 días; Plutón (planeta descubierto en 1930) completa su giro en 248 años”. Si bien la exactitud no es perfecta entre una y otra comparación, no debemos olvidar los incipientes medios que poseía Copérnico para realizar sus cálculos; en realidad asombra
la increíble exactitud de los mismos, los que sólo pudieron ser rectificados con el advenimiento del actual siglo XX. Pero aún y pese a lo magistral de su trabajo, lo increíble de sus cálculos, sería preciso que astrólogos de la talla de Kepler, Galileo y Newton, reafirmasen la teoría de Copérnico para que ésta fuese ampliamente aceptada sin provocar las polémicas de antaño. Después de su muerte poco a poco la revolución sideral que había propugnado en vida, se iba imponiendo en la consideración de los estudiosos, y cada vez más se le aceptaba como verdad inapelable. Muchos hicieron los trabajos de difusión que realizó Rheticus, Field, Digges y Erasmus Reinhold35 entre otros. El último de los nombrados presentó a consideración de la humanidad un importante trabajo llamado Tabulae Prutenicae (Tablas Prusianas36), que se publicó en 1551, estudio que se basaba en las conclusiones de la doctrina coperniana; por la simplicidad de sus planteamientos dicho trabajo contribuyó en mucho a la popularidad del nuevo concepto astronómico. En el terreno teológico, la obra de Copérnico tuvo una suerte muy variada. En un principio se le vio con simpatía, dada las circunstancias que era una obra patrocinada y realizada por un canónigo de amplia reputación, también pesó el reparo de que el libro principal fuese dedicado al Papa Paulo III. En realidad los altos prelados no se opusieron a las ideas allí expuestas, hasta el momento en que alguien tomó las providencias para logran una mayor difusión de aquella doctrina; es decir, lo que como hipótesis fue aceptado, dejó de ser conveniente cuando quisieron “establecerlo” como verdad científica. Tal estado de prevención respecto a la tesis coperniana, fue mantenido durante muchos años. Es a partir de 1598 cuando empieza a radicalizarse la oposición a la novel doctrina astronómica, radicalizarse la oposición a la novel doctrina astronómica, radicalización que atingió su punto máximo cuando en 1600 fue llevado a la hoguera, por acusación de herejía, Giordano Bruno37. Entre las acusaciones formuladas estaba la de que había aceptado la hipótesis de Copérnico como hecho comprobado. Como consecuencia de todo ello, en 1616 la Congregación del Índice Religioso anunció al mundo católico la prohibición de la lectura total o parcial de “De revolutionibus orbium…” “…hasta que sea corregido, lo que corregido debe ser”.
Los censores eclesiásticos querían que las futuras ediciones del libro dejasen bien en claro, a través de una explicación, que Nicolás Copérnico elaboró sólo una hipótesis, sin haber nunca pretendido relatar un hecho comprobado. Pese a la estricta prohibición, la doctrina coperniarma se imponía. Voces 35
Erasmus Reinhold (1511-1553), natural de Turingia, Alemania (a veces llamado Salvendense) fue profesor de matemáticas de la Universidad de Wittemberg. Autor de las Tablas prusianas. 36 Las Tablas prusianas de Reinhold, tituladas así en honor de su protector, el duque de Prusia, eran tan superiores a todas las tablas astronómicas existentes en la época que pronto se convirtieron en las más utilizadas de Europa. 37 Giordano Bruno (1548-1600), filósofo italiano, nacido en Nola. Sacerdote dominico, en 1580 renunció al estado eclesiástico. Enseñó en París, batiendo en brecha la escolástica y el aristotelismo. Defendió la teoría de Copérnico y adoptó algunos elementos de la mística esotérica. Elaboró una filosofía panteísta que influyó en Spinoza, Léibniz y el idealismo alemán. Condenado por la Inquisición por sus teorías heréticas, murió en la hoguera.
altamente capacitadas se levantaron en contra del desaparecido Copérnico, pero todo era en vano; uno de aquellos detractores era el renombrado Tycho Brahe. La tesisdoctrinaria creada por el ex canónigo era irrebatible, eran las iniciales bases de una profunda revolución científica y moral: “Le hizo a la teología el mayor desafío que tuvo en la historia de la religión. La revolución coperniana fue muchísimo más profunda que la Reforma. Ante ella, las diferencias entre los dogmas católicos y protestantes tenían un carácter primario, y llevó a la misma Reforma, a la doctrina del iluminismo”.
La fuerza que tomaba la tesis de Copérnico era tal, que en 1620 fue permitido tácitamente la lectura a los católicos del libro De revolutionibus, a través de una edición especialmente preparada y de la cual se habían retirado nueve capítulos. Estos eran, a entender de los estrictos censores, donde se resumían los errores, era donde se presentaba la “hipótesis” como hecho comprobado. En el año de 1758 ya no aparece el libro en el temido “Indice Religioso”, aunque no es sino hasta 1828 cuando levantan la prohibición que pesaba sobre los tratados de Nicolás Copérnico. Ya para esa época, Nicolás Copérnico, el paciente, culto y bondadoso canónigo de Frauemburgo era una personalidad universal. Su nombre estaría incorporado a la memoria de los hombres, en tanto hubiera astros en el cielo y preocupación por ellos en la Tierra.