BIOGRAFÍA DEL GRAN MARISCAL AGUSTÍN GAMARRA (1785-1841)
Por Raúl Rivera Serna LIMA-PERÚ
Raúl Rivera Serna. Estudió Letras en la Universidad de San Marcos, doctorándose en la especialidad de Historia. Es destacado especialista en Paleografía y Archivología. Ha ejercido la docencia en la universidad de San Marcos, en la Escuela Nacional de Bibliotecarios y en la Academia Diplomática.
Imagen de la carátula: Don Agustín Gamarra, Gran Mariscal y Generalísimo de los Ejércitos del Perú. (Óleo anónimo de 0,96 x 0,74 m. Sala Ayacucho. Museo Nacional de Historia. Lima).
Tabla de Contenido:
BIOGRAFÍA DE AGUSTÍN GAMARRA...............................................................5 PRIMEROS AÑOS......................................................................................................................................5 GAMARRA EN EL BANDO PATRIOTA.................................................................................................5 GAMARRA, PREFECTO DEL CUZCO..................................................................................................7 GAMARRA Y LA INVASION PERUANA A BOLIVIA DE 1828...........................................................8 GAMARRA Y LA GUERRA ENTRE EL PERU Y LA GRAN COLOMBIA.....................................11 GAMARRA Y EL DERROCAMIENTO DE LA MAR.........................................................................12 LOS SUCESOS DEL SUR........................................................................................................................14 PRIMER GOBIERNO DE GAMARRA.................................................................................................16 LA POLITICA INTERNA........................................................................................................................17 GAMARRA Y LA POLITICA INTERNACIONAL...............................................................................19 LA GUERRA CIVIL..................................................................................................................................20 GUERRA CONTRA SANTA CRUZ........................................................................................................21 LA CONFEDERACION PERUANO-BOLIVIANA..............................................................................23 LA OPOSICION A LA CONFEDERACION..........................................................................................24 LA RESTAURACION Y EL SEGUNDO GOBIERNO DE GAMARRA.............................................26 LA OBRA ADMINISTRATIVA DE GAMARRA...................................................................................27 POLITICA INTERNACIONAL...............................................................................................................27 LA INVASION A BOLIVIA DE 1841.......................................................................................................28 LA BATALLA DE INGAVI Y LA MUERTE DE GAMARRA..............................................................30
APÉNDICE..........................................................................................................33 NOTAS FINALES SOBRE EL MARISCAL GAMARRA....................................................................33 EFIGIE DE GAMARRA.........................................................................................................................33 EL CADÁVER Y LA CASACA DE GAMARRA..................................................................................34 ¿FUE LA MUERTE DE GAMARRA UN "CRIMEN PERFECTO"?....................................................34 EL "LLAMADO AL ORDEN" DE HERRERA......................................................................................37
BIOGRAFÍA DE AGUSTÍN GAMARRA
PRIMEROS AÑOS Nació Gamarra en el Cusco el 27 de agosto de 1785, del matrimonio de Fernando y Josefa Petronila Mesía. Era aún niño, cuando falleció su padre, razón por la cual recibió la protección de su tío, el sacerdote Zaldívar. Estudió en el Seminario de San Antonio Abad, donde fue condiscípulo de Santa Cruz. Muy joven entró a prestar servicios en las cajas reales de Puno. Incorporado después a las filas del ejército realista, que organizó el general Goyeneche en el Cuzco, tomó parte, bajo las órdenes de los generales Goyeneche, Pezuela, Ramírez y La Serna, en las campañas libradas en el Alto Perú, contra las fuerzas insurgentes bonaerenses. Por su valiente comportamiento en las batallas que se libraron en aquella región, fue ascendido sucesivamente, hasta obtener el grado de comandante. Acaso su naciente nacionalismo, que despertó sospechas en el comando militar realista, determinó su separación del servicio activó, para ser destinado como "oficial real interino" de Puno, en 1817. Ya para entonces existía el antecedente de su afinidad ideológica con el general Saturnino Castro, quien había sido fusilado por los realistas en 1814, acusado de haber planificado el levantamiento separatista de Cotagaita. No obstante aquella medida precautoria, Gamarra estuvo comprometido, en 1818, en los planes subversivos del coronel Centeno, quien fue victimado por un oficial y un año después, cuando comandaba el 2o. batallón del primer regimiento del Cuzco, se le denunció de tramar una conspiración contra los realistas de Tupiza, conjuntamente con Guillén, Armaza, Velasco y otros oficiales. Fue entonces acusado por el capitán Aldazábal, hecho que determinó su arresto, aunque por falta de pruebas recibió la absolución del general Valdez, que oficiaba de juez de la causa. En 1820 dejó el Alto Perú, al mando del 2o. batallón del primer regimiento del Cuzco y se trasladó a Lima, donde tomó contacto con Riva Agüero, López Aldana, Boqui, Otero, Campino y otros patriotas, que trabajaban por la causa de la independencia. Pezuela, que sospechaba de sus ideas separatistas, le quitó el mando de su batallón y lo hizo su ayudante. Con este episodio terminó su carrera militar en el bando realista. GAMARRA EN EL BANDO PATRIOTA. En enero de 1821 se presentó ante el general San Martín, que tenía su cuartel general en Retes, para ofrecer sus servicios a la patria. Gratamente acogido por aquél, con antecedentes de su probada capacidad militar, fue encargado de formar el batallón Leales, que fue el primero que llevó la bandera de la patria.
Ascendido al grado de coronel efectivo, fue enviado al mando de su cuerpo a la sierra central, el 24 de febrero, llevando como segundo, al coronel León Febres Cordero. Al llegar a Jauja, procedió a organizar y disciplinar sus cuadros, tarea que no pudo cumplir a cabalidad, debido a la resistencia que ofrecieron algunos reclutas, que no querían someterse a las severas reglas que impone la disciplina militar. Desde aquel lugar se trasladó a Paseo, donde recibió instrucciones de San Martín para no comprometerse en acción alguna con el enemigo, en tanto no tuviera la seguridad de lograr una victoria sobre él, pero a poco, una avanzada de su división fue sorprendida y derrotada en las inmediaciones de aquella ciudad, por tropas comandadas por el general Ricafort. Este revés, sumado a las noticias que recibió sobre la aproximación de más fuerzas enemigas, lo obligaron, a dirigirse a Oyón, lugar en el que se unió a las tropas que comandaba el general Álvarez de Arenales, quien lo nombró jefe de Estado Mayor de la división que comandaba. En tanto se realizaban las conferencias de Punchauca, entre San Martín y el virrey La Serna, la división Álvarez de Arenales se dirigió a Tarma y Jauja en busca del adversario, que luego de abandonar este último lugar se había trasladado al pueblo de Concepción. Álvarez de Arenales, en su propósito de sorprender a las fuerzas realistas, que comandaba el general Carratalá, comisionó a Gamarra para sorprenderlo, pero éste no pudo cumplir con esa misión y se retiró a Jauja. Carratalá, luego de abandonar Concepción se trasladó a Chupaca, pueblo que fue incendiado y saqueado y la mayoría de sus pobladores victimados. El fracaso de la misión que debía cumplir Gamarra creó un antagonismo entre éste y Álvarez de Arenales, quien llegó al extremo de pedir a San Martín su separación del servicio. Este antagonismo, que comprometió a otros jefes y oficiales peruanos no fue, sin embargo, circunstancial, pues tuvo su origen en el hecho de qué muchos de ellos habían estado al servicio del ejército realista, antes de pronunciarse por la causa patriota. Ocupada Lima por el ejército libertador, comandado por el Libertador San Martín, Gamarra abandonó la sierra central y se dirigió a la capital, donde participó del entusiasmo que se había generado por la proclamación de la. independencia y estuvo entre los galardonados con la Orden del Sol, instituida por San Martín para premiar a quienes se habían distinguido por sus servicios en favor de la causa patriota. San Martín, en su propósito de consolidar su posición en la capital resolvió ocupar Cañete e Ica, para cuyo efecto envió una división comandada por el general Domingo Tristán, de la cual formaba parte Gamarra, en su calidad de Jefe de Estado mayor y comandante del primer batallón No. 1 del Perú. En abril de 1822, el ejército realista que comandaba el general Canterac abandonó el valle del Mantaro y se dirigió a Ica, donde en la hacienda Macacona tuvo un encuentro con la división Tristán, el 8 de abril de 1822, a la que logró vencer. Como consecuencia de esta derrota, Tristán y Gamarra fueron sometidos a un consejo de guerra, que finalmente los absolvió. Luego de este enojoso incidente, Gamarra se ocupó en organizar y adiestrar el batallón No. 1, que fue puesto en magnífico estado de combatividad.
En 1822, fue designado presidente de la mesa electoral de los comicios realizados para la elección de diputados suplentes por su departamento natal. Un año después tomó parte en el motín de Balconcillo, que protagonizó un grupo de jefes del ejército del centro contra la Junta Gubernativa, en protesta por el fracaso de la primera expedición a intermedios que había dirigido el general Rudecindo Alvarado. Aquella junta se vio obligada a renunciar y como consecuencia de ello fue elegido presidente de la República el coronel de milicias José de la Riva Agüero. Al no aceptar Gamarra el cargo de ministro de Guerra que se le ofreció, fue designado jefe del Estado Mayor del Ejército que comandaba Santa Cruz. Ascendido a general de brigada, tomó parte en la segunda expedición a intermedios, que con destino al sur salió de Lima bajo las órdenes de Santa Cruz, a mediados de mayo de 1823. Una vez en la zona recibió órdenes para enfrentarse al general realista Pedro Olañeta que se aproximaba a Potosí, pero ante una contraorden de Santa Cruz, tuvo que retroceder, razón por la que no tomó parte en la batalla de Zepita, preludió del fracaso de aquella expedición. Gamarra se unió posteriormente a Santa Cruz en Caracollo. Tomó parte, en 1824, en la campaña de Junín, pero no tuvo participación en la batalla del mismo nombre, librada el 6 de agosto, por pertenecer al arma de infantería que no intervino en esa acción de armas. Tuvo sí, una intervención destacada en la batalla de Ayacucho, a tal punto que mereció una mención especial del mariscal Sucre. GAMARRA, PREFECTO DEL CUZCO Nombrado por el Libertador, prefecto y comandante general del departamento del Cuzco, el 6 de febrero de 1825, ejerció el cargo hasta el mes de mayo de 1827. Durante su permanencia en la ciudad imperial, fue ascendido al grado de general de división y contrajo enlace con Francisca Zubiaga, más comúnmente conocida como La Mariscala. La labor administrativa que cumplió al frente de la Prefectura fue encomiable, pues aparte de atender asuntos rutinarios, se preocupó por incentivar el desarrollo de la agricultura, actividad a la que consideró básica para elevar el nivel económico de los pueblos de la circunscripción a su mando. Así, propuso la venta de las tierras baldías, de propiedad del Estado, a particulares, con criterio equitativo evitando "que la pobreza no haga esclavos, que la libertad no llegue a estar a merced de los ricos". Consideró que esa actividad debía complementarse con el ejercicio de la industria, aprovechando, para el efecto, el tiempo libre de que disponían los indígenas al término de sus tareas agrícolas cotidianas, pero que para ello era preciso la intervención del Estado. En carta que entonces dirigió al ministro de Hacienda, el 13 de marzo de 1826, decía entre otras cosas: "El gobierno es el tutor de los ciudadanos: debe enseñarles, aunque no quieran, los medios de hacerse ricos, vivir cómodamente, de hacerse opulentos y hallarse con facultades para satisfacer las cargas del Estado. La agricultura sin industria es lánguida: la mujer, los hijos y los sirvientes del labrador, cuando no se ocupan de otras labores, son un peso que abruma al jornalero y enflaquece al propietario más acomodado. El indígena, especialmente, apenas emplea quince días en la cultura de su pequeño terreno:
todo el resto del año, él y su familia viven ociosos y gimen en la miseria por la falta de tareas y ocupaciones lucrosas que los alivien". Se preocupó también por mejorar los servicios asistenciales y de la Casa de Moneda, y con el concurso de la ciudadanía acordó erigir una pirámide en la "plaza municipal de la ciudad", coronada con el busto del Libertador Bolívar, como un homenaje justo a su obra libertaria. Pero, al margen de estas realizaciones, y ya en el plano político, hubo dos hechos que le causaron explicable preocupación. Se le acusó de haber nombrado como intendentes en los pueblos del departamento de su mando, a partidarios de la causa realista, procedimiento que fue desautorizado por el Consejo de Gobierno, hecho que lo obligó a enviar una nota aclaratoria a aquel organismo. Al efectuarse las elecciones para la nominación de diputados al Congreso Constituyente, próximo a reunirse, fueron elegidos como representantes por el Cuzco, los curas de Tinta, Eugenio Mendoza y Pedro de Leiva, conocidos partidarios del fenecido régimen español. Se argumentó que los comicios se habían realizado en forma fraudulenta y, sobre todo, aprovechando de la ignorancia y el temperamento supersticioso de los electores. Pese a que Gamarra mostró su desacuerdo con tales elecciones, a tal punto que pidió su anulación, fue acusado de haberla avalado a través de un escrito que se publicó en Lima. Gamarra, al replicar esta acusación, manifestó que su autor se había excedido en el uso de la libertad de imprenta. "La libertad tiene sus límites reglados por la ley -dijo entonces- y el que se propasa de ellos es tan criminal como el que infringe cualquiera otra de las más convenientes al Estado. El que abusa de la libertad de escribir es más delincuente que el que atropella la seguridad individual; porque regularmente se hiere la delicadeza y buen nombre de aquél contra quien se escribe. El honor y fama son las propiedades más sagradas que tiene el hombre, en esa misma razón deben estar las leyes que se las garanticen". GAMARRA Y LA INVASION PERUANA A BOLIVIA DE 1828. Al ausentarse definitivamente el Libertador Bolívar con destino a su país, en setiembre de 1826, dejó el poder en manos del Consejo de Gobierno, que presidió el boliviano Andrés de Santa Cruz. Derrocado este régimen en los primeros días de enero de 1827, se convocó a elecciones para la integración de un Congreso Constituyente, que se instaló solemnemente el 4 de junio del mismo año. Días después, en una sesión sorpresiva que presidió Francisco Javier de Luna Pizarro, se eligió presidente de la República el mariscal José de la Mar, nominación que no fue del agrado de Santa Cruz, Gutiérrez de la Fuente y Gamarra, quien se encontraba entonces en el Cuzco al mando de un fuerte ejército. Pero, por el momento, más que la situación política imperante en el país, lo que constituía mayor preocupación para Gamarra era la permanencia de Sucre al frente de la presidencia de Bolivia, que según él significaba un latente peligro para la soberanía y la
integridad del Perú. Ya en carta que había dirigido a Gutiérrez de la Fuente desde el Cuzco, el 25 de abril, celebraba la noticia sobre la próxima partida de las fuerzas auxiliares grancolombianas con destino a su país. Desde entonces, también mostraba sus recelos por la futura actitud del mariscal de Ayacucho, aunque en uno de los párrafos de la carta que le escribió el 11 de julio, le decía: "Yo seré siempre y en cualquier circunstancia y tiempo un verdadero amigo de usted, así debe usted creerme..." Resulta a todas luces evidente que tanto Sucre así como Gamarra se temían y se preparaban para un eventual enfrentamiento, pero ninguno de ellos se decidía a tomar la iniciativa. Se ha sostenido, y no sin razón, que algunos elementos representativos de la política alto-peruana, entre ellos el abogado Casimiro Olañeta, trabajaban en favor de la intervención armada de Gamarra en Bolivia, con la finalidad de expulsar a Sucre y a las fuerzas auxiliares que ocupaban territorio boliviano. Existen evidencias de que Sucre tenía agentes en el Perú que lo tenían informado de los aprestos bélicos que realizaba Gamarra, al margen de la intervención del presidente La Mar. El 28 de julio supo Gamarra que Sucre concentraba fuerzas en el departamento de La Paz y en noviembre tuvo conocimiento de que el gobierno boliviano arreglaba los cuarteles de Loja y Salamanca y que tenía situados en Viacha un batallón y un escuadrón, con evidentes propósitos bélicos. Gamarra, en antecedentes de estas noticias, acercó sus fuerzas a Lampa y desde aquí dirigió una carta a Sucre el 11 de diciembre, informándole de todo lo que sabía acerca de su conducta nada amistosa hacia el Perú. Lo acusó de acercar sus fuerzas hacia la frontera, de actuar, al parecer, coordinadamente con el Libertador Bolívar, para atacar al Perú por dos frentes y con miras a revivir sus planes federalistas, de lanzar denuestos contra el Perú, desde las columnas del periódico El Cóndor y de ser "un instrumento ciego de las miras ambiciosas del Libertador". "Por lo que respecta a usted—le decía en uno de los párrafos de esa carta—le hablaré con toda franqueza de nuestra amistad, por lo que me interesa su gloria, por el recuerdo tierno de haber sido su jefe de Estado Mayor en la gloriosa jornada de Ayacucho usted causará siempre recelos y recelos muy fundados, mientras que quiera ser a un mismo tiempo un general de Colombia, un súbdito de Bolívar, y Presidente del Alto Perú". Le agregaba más adelante: "Puede estar usted seguro de que el Perú no provocará la guerra, pero debe también estarlo de que no la teme. Cualquiera ruptura entre las dos repúblicas sería para mí muy dolorosa; pero si el decoro de la Nación es atropellado, no faltarán en el Perú de esos mismos soldados que en Ayacucho adquirieron nombradía, y de cuya energía y valor fue usted mismo testigo. Es verdad que fueron pocos, pero suficientes para conducir los pueblos enteros a la victoria, y al honor, especialmente cuando es el objeto tan sagrado como el de aquella batalla. En nuestra actual posición han cambiado de objeto los soldados que usted manda, y no es lo mismo combatir como auxiliares de la libertad, que como sátrapas de un persa". Pese a los términos ofensivos en que fue redactada esta carta, ambos personajes tuvieron una entrevista en el Desaguadero, donde se dieron mutuas satisfacciones por los agravios inferidos.
Pero esta reconciliación duró poco tiempo, pues Gamarra desde su cuartel general de Puno dirigió una carta a Sucre, el 8 de abril de 1828, acusándolo de haber roto el acuerdo pacifista formalizado en el Desaguadero, al realizar aprestos bélicos, que al parecer no tenían otra finalidad que hacer la guerra al Perú. Mientras tanto, Garnarra aceleraba sus preparativos para justificar su intervención en Bolivia. Los enemigos de Sucre, partidarios de esa intervención, trabajaban arduamente por hacerla realidad. El 24 de diciembre de 1827, efectivos del batallón Voltíjeros acuartelados en La Paz bajo las órdenes del sargento Grados, se sublevaron contra el gobierno de Sucre, lanzando vivas a Gamarra y a Santa Cruz. Los insurrectos fueron dominados y su jefe pasó la frontera pidiendo la protección de Gamarra. Los pocos efectivos que se negaron a rendirse fueron derrotados definitivamente en San Pedro de Ocomisto, por tropas comandadas por los generales Braunn y Pérez de Urdininea. El 18 de abril de 1828, efectivos del cuartel de Chuquisaca comandados por los coroneles Dorado y José Antonio Asevey, se levantaron contra la autoridad de Sucre y tomaron presos al coronel Molina y a algunos jefes y oficiales de la guarnición. Sucre, informado de los sucesos, se dirigió al cuartel donde estaban los sublevados y al llegar, preguntó: "Granaderos, ¿qué hay? ¿qué quieren?" y recibió como respuesta una cerrada descarga de fusilería la cual encabritó al caballo que lo conducía. Y al galope regresó a palacio, donde Sucre, herido en un brazo, fue atendido por unos practicantes de medicina, Desde este momento, el presidente quedó prácticamente en manos de sus adversarios. Al día siguiente de estos sucesos, los cabecillas del movimiento, quienes contaban con el asesoramiento de Casimiro Olañeta, convocaron a una reunión popular en la que se acordó, a través de una acta, proclamar a Asevey como comandante general del departamento de Chuquisaca y llamar a Gamarra. Sucre, imposibilitado de continuar al frente del gobierno, delegó el mando en el general Pérez de Urdininea. Gamarra cruzó la frontera el 5 de mayo de 1828, al mando de 4.000 hombres. Para justificar la invasión, manifestó que ésta se realizó en obedecimiento del llamado que le habían hecho, a través de actas especiales, más de 2,000 bolivianos, para interponerse entre Sucre y sus "asesinos" y evitar que la anarquía, que se había producido en Bolivia, pudiera contagiarse al Perú. Cabe destacar, sin embargo, el hecho de que la actitud del general peruano obedeció también al propósito de evitar que el Perú fuese atacado, simultáneamente, por Bolívar en el norte y por Sucre en el sur. La campaña que hizo Gamarra en Bolivia fue exitosa desde sus inicios, pues contó con el apoyo político del grupo de los "peruanófilos” y del elemento popular, que cansado de la presencia dé Sucre, le brindó ayuda logística. El general Pedro Blanco, que comandaba un batallón selecto en Potosí, se unió al invasor. La resistencia que ofrecieron las tropas comandadas por los generales Braun y López no tuvo mayor significación. Gamarra no deseaba el derramamiento de sangre por lo que decidió negociar con Pérez de Urdininea, a través del ministro de la Corte Superior de la Paz, Crispín Medina, pero éste no pudo cumplir con su cometido porque fue apresado, acusado de traición. Encontrándose después Pérez de Urdininea en Paria, Gamarra le propuso una
nueva entrevista el 27 de mayo, pero ella no pudo realizarse por la enfermedad de Gamarra, pero al dial siguiente los delegados del general peruano y de Pérez de Urdininea se reunieron en Atita, donde no se llegó a ningún acuerdo porque los delegados bolivianos consideraron inaceptables, por humillantes, los puntos de negociación planteados por los representantes de Gamarra. Los delegados bolivianos propusieron como una alternativa de arreglo, la desocupación de su territorio por las tropas peruanas en el plazo de 12 días y el pago, por parte del gobierno del Perú, de los gastos ocasionados al de Bolivia para hacer frente a la invasión, requisitos previos para la reiniciación de las relaciones diplomáticas entre ambos países. Al no ser aceptadas estas propuestas por los delegados peruanos, Gamarra se movilizó hacia Coyahuasi, de donde pasó a Paria. En este lugar, Pérez de Urdininea propuso nuevas negociaciones a aquél, cuyos delegados se reunieron con los de Bolivia en Sorasora. El gobierno peruano estuvo representado por los comandantes Juan Agustín Lira y Juan Bautista Arguedas y el capitán José María Raygada, que actuó de secretario, y el de Bolivia por el general Miguel de Velasco, el coronel Miguel María Aguirre y el peruano Miguel del Carpio, que ofició como secretario. Como culminación de las negociaciones se firmó el 6 de julio de 1828 el Tratado de Piquiza, por el cual se convino, entre otras cosas, en la salida de las fuerzas auxiliares grancolombianas del territorio boliviano, en la renuncia del mariscal Sucre a la presidencia de la República, cuyo sucesor sería designado por el Congreso próximo a instalarse, y en la desocupación del territorio boliviano por las tropas peruanas. El Tratado de Piquiza fue cumplido religiosamente, pues las tropas de Gamarra abandonaron Bolivia en el plazo previsto en el acuerdo; las tropas auxiliares tomaron el camino de Arica para embarcarse con destino a su país y el Congreso, reunido en su oportunidad, eligió a Santa Cruz como sucesor de Sucre, quien se trasladó desde Mojotorrillo a Chuquisaca con el propósito de leer personalmente su mensaje ante el Congreso, pero se abstuvo de hacerlo en vista de la hostilidad con que había sido recibido por el pueblo chuquisaqueño y sólo se conformó con dejar el documento para el conocimiento de aquel organismo. Sucre salió con destino a Cobija, puerto en el que se embarcó rumbo a su país. Eran los días en que las relaciones peruano-grancolombianas habían entrado en su fase crítica. GAMARRA Y LA GUERRA ENTRE EL PERU Y LA GRAN COLOMBIA. Gamarra, a su retornó de Bolivia, llegó a Arequipa en tránsito a Lima. Durante su permanencia en la ciudad, se produjo el levantamiento de efectivos del batallón Pichincha, uno de los de mayor prestigio entre los de su ejército. La sublevación fue motivada, según se dijo, por la falta del pago de haberes a los efectivos de aquel cuerpo y fue severamente sofocada con el fusilamiento de 35 soldados, procedimiento que recibió la dura crítica de quienes lo consideraron en extremo radical. Luego de este incidente, Gamarra se embarcó con parte de su ejército con destino al Callao, de donde continuó al norte para unirse al grueso del ejército peruano, que bajo
las órdenes del presidente La Mar tenía su cuartel general en Loja. Ya en el teatro de operaciones y ostentando el grado de mariscal, fue designado comandante general del ejército, en tanto que el presidente La Mar asumió la dirección suprema de la guerra. El ejército peruano, que no había tenido mayores dificultades en su desplazamiento, continuó su marcha hacia Saraguro. Sucre se encontraba en Navón, y cumpliendo instrucciones del Libertador Bolívar invitó a La Mar a negociar la paz. Este último la aceptó, a través de una nota que le dirigió el 2 de febrero de 1829. Las bases para la , negociación, que habían sido redactadas por el general O'Leary, fueron consideradas inaceptables por el presidente peruano, quien propuso condiciones, las mismas que Sucre rechazó. Al fracasar las gestiones de paz, continuaron las operaciones bélicas. El objetivo fundamental de La Mar era la ocupación de Cuenca y para hacer realidad este plan, dispuso la marcha de la división Plaza hacia el Portete de Tarqui, punto de entrada a aquel lugar. Los refuerzos prometidos, a Plaza no llegaron oportunamente para unirse a esa vanguardia. La madrugada del 27 de febrero de 1829, los efectivos de Plaza fueron atacados sorpresivamente por las tropas que comandaba Sucre, logrando dispersarlas. Los refuerzos peruanos que llegaron al lugar al promediar las siete de la mañana, no pudieron evitar la derrota total del ejército peruano, pese al valiente comportamiento de los efectivos de los batallones Pichincha y Zepita. Gamarra, aun cuando no se había decidido el final de la batalla, dio la orden de retirada y abandonó el campo, y sólo quedó La Mar quien dispuso el repliegue ordenado de sus tropas. La pérdida de la acción de Tarqui se debió, en gran parte, a fallas de táctica militar, a la imperiosa de La Mar y a la retirada de Gamarra, que algunos de sus enemigos la consideraron intencional, provocada con el propósito de desprestigiar al presidente. Acusación que trató de ser desvirtuada por sus defensores, al sostener que aquel había tenido un comportamiento valiente en la batalla, como lo demostraba el hecho de que le habían matado dos caballos. Como culminación de la guerra, se elaboró el 28 de febrero el Convenio de Girón, entre cuyos firmantes estuvo Gamarra. GAMARRA Y EL DERROCAMIENTO DE LA MAR Firmado el Convenio de Girón, el ejército peruano emprendió la marcha hacia Piura el 2 de marzo, ciudad en la que se fijó el cuartel general y donde se realizó un hecho de singular trascendencia política. La noche del 6 de junio, una comisión de jefes, partidarios de Gamarra, se presentó en el alojamiento de La Mar y le entregó una nota de aquél en la cual se le pedía su renuncia a la presidencia de la República. Al negarse el presidente a aceptar esa solicitud, fue apresado y enviado a Paita en compañía del general Bermúdez. Pese a encontrarse enfermo, La Mar fue embarcado con destino a Guayaquil, lugar del que después se trasladó a Costa Rica. El día anterior a aquel suceso, el general Gutiérrez de la Fuente había depuesto al vicepresidente, encargado de la presidencia, Manuel de Salazar y Baquijano. La simultaneidad con que se produjeron estos hechos en Piura y en Lima, revela
claramente que ellos habían sido el resultado de un convenio previamente concertado entre Gamarra y Gutiérrez de la Fuente. Para justificar su actitud Gamarra alegó que había procedido así en defensa de la Constitución, que establecía como requisito prioritario para ser presidente de la República, la nacionalidad peruana, caso en que no se encontraba La Mar. Lo acusó también de haber negociado el "humillante" Convenio de Jirón, olvidándose de haber sido él uno de sus firmantes. Precisa indicar que el procedimiento de Gamarra no fue circunstancial ni improvisado. Pese a que en principio estuvo de acuerdo con la elección de La Mar, como se lo manifestó a Gutiérrez de la Fuente en carta que le dirigió desde Ayaviri el 5 de diciembre de 1827, en uno de cuyos párrafos le decía: "El general La Mar es un caballero, es honrado, ayudémosle, y hablémosle con franqueza", mostró después su desacuerdo con ella y usó de una serie de recursos para lograr su derrocamiento. Y, en esta empresa no estuvo solo, pues contó con la colaboración de Gutiérrez de la Fuente y Santa Cruz. En la entrevista que tuvo con el primero de estos personajes en Arequipa, cuando se encontraba en tránsito a Lima para dirigirse al norte, acordaron formar la confederación Perú-boliviana, temperamento al que no fue ajeno Santa Cruz. Existe una evidencia más. Cuando Gutiérrez de la Fuente informó a Gamarra—que aún se encontraba en el norte—sobre los sucesos ocurridos en la capital, le manifestó que el cambio de gobierno en Lima se había realizado de acuerdo a sus designios". Consumado el golpe de Estado en la capital, Gutiérrez de la Fuente se proclamó jefe supremo de la nación hasta que se reuniera el Congreso. Mientras tanto en el norte, Gamarra en su propósito de afirmar su autoridad, intentó ganarse a su causa al general Necochea, pero éste se negó. Pero, al margen de estos sucesos, había un problema importante que resolver: la cuestión con la Gran Colombia. El Libertador Bolívar, que no era ajeno a su solución, sobre todo cuando estaba de por medio la situación de Guayaquil, que se hallaba en posesión del Perú, tomó la iniciativa para llegar a un arreglo definitivo. Gamarra, facultado por el gobierno, firmó el armisticio de Piura el 10 de julio de 1829, el mismo que sirvió de base para la firma del tratado definitivo de paz, que se realizó con la intervención de los ministros Pedro Gual, de la Gran Colombia, y José de Larrea y Loredo del Perú, el 22 de setiembre de 1829. El Congreso, que se reunió en Lima el 31 de agosto de 1829, eligió presidente provisorio a Gamarra y vicepresidente a Gutiérrez de la Fuente. Ese mismo organismo convocó después a elecciones generales, para la elección titular de ambos cargos y realizadas ellas salió elegida la misma fórmula presidencial que, de acuerdo a la Constitución de 1828, debía gobernar el país por el lapso de cuatro años.
LOS SUCESOS DEL SUR Al término de sus funciones al frente del Consejo de Gobierno que había dejado el Libertador Bolívar al ausentarse definitivamente del país y elegido presidente de la República el mariscal La Mar, Santa Cruz se embarcó con destino a Chile en marzo de 1828, país donde debía ejercer la representación diplomática del Perú ante los gobiernos de Chile y Buenos Aires. Informado después de su elección como presidente de su país, por el Congreso, que se había instalado de acuerdo a una de las estipulaciones del Tratado de Piquiza, inició el viaje de retorno, embarcándose en Valparaíso con destino al Perú el 15 de diciembre de 1828. Una vez que arribó a Arequipa, el 13 de enero del año siguiente, se alojó en casa de su amigo y compadre Gutiérrez de la Fuente, quien se desempeñaba como comandante general de las fuerzas acantonadas en aquella ciudad. Fue precisamente en casa de su anfitrión donde se trazaron los planes a seguir para "uniformar" la política en el Perú y en Bolivia. Esos planes no eran otros que los relacionados con la futura unión de las dos repúblicas para formar la confederación. Pero, a espaldas de Gutiérrez de la Fuente, Santa Cruz entró en tratos con algunos civiles y militares peruanos residentes en Arequipa, a fin de que "trabajasen" para unir los departamentos de Puno, Cusco y Arequipa a Bolivia. Con la finalidad de viabilizar este proyecto, formó logias que integraron, entre otros, el coronel Reyes, el deán Córdova, el chantre Rivero y los ciudadanos Barriga, Magariños y Valdez de Velasco. A su paso por Puno en tránsito a su país, formó la logia Independencia Peruana, de la que fue uno de sus más conspicuos representantes Atanasio Hernández, apodado "El Indio" y contó con el apoyo incondicional del prefecto del departamento, coronel Rufino Macedo. Una vez en su país, Santa Cruz mantuvo una permanente comunicación con los "confabulados", quienes en forma pública y privada realizaban activa propaganda para ganar adeptos a su causa. Un grupo de militares y civiles residentes en Arequipa, entre los cuales figuraban los coroneles Manuel Amat y León y Mateo Estrada y los comandantes Ramón Castilla, Narciso Bonifaz y Juan Cárdenas, informados de la política divisionista que realizaban
los "confabulados", cumplieron con dar cuenta a Gutiérrez de la Fuente de lo que ocurría en el sur, pero éste no tomó ninguna medida represiva y sólo se conformó con enterar de los sucesos a Gamarra, quien aún se encontraba en el norte. Ante la indiferencia del gobierno, aquellos militares decidieron actuar por cuenta propia y provocaron la "contrarrevolución" del 8 de agosto de 1829 y apresaron a los coroneles Reyes, Escobedo, al general Martínez de Aparicio, al comandante Guillén y a algunos civiles. Otros lograron ponerse a buen recaudo. El coronel Macedo, informado de los sucesos, logró huir y pidió protección a Santa Cruz. A los detenidos se les sometió a un proceso sumario, como consecuencia del cual fueron declarados culpables. Debidamente custodiados, fueron remitidos a Lima, pero el gobierno no los sancionó y algunos de ellos — tal es el caso del coronel Reyes a quien se nombró prefecto de Puno—, fueron destinados a otros cargos. Esta actitud, fue duramente censurada por los militares que habían provocado la contrarrevolución, sobre todo por Castilla, que envió una carta de protesta a Gutiérrez de la Fuente. Cuando Santa Cruz se enteró de estos hechos no sólo protestó por considerarlos injustos, sino que trató de explicar la conducta de sus "amigos", de quienes dijo que habían actuado de acuerdo a los planes federalistas convenidos en Arequipa entre él y Gutiérrez de la Fuente y que, al margen de esto, aquellos no habían cometido delito alguno al "quererlo" presidente del Perú. A dos años de ocurridos estos sucesos; Gamarra dirigió una carta a Santa Cruz increpándolo por su intervención en ellos. En uno de los acápites de la misiva le decía: "Yo estaba trabajando hecho un tonto por tu engrandecimiento, en el mismo tiempo que estabas tramando la desmembración del Perú y la anarquía por sólo aparecer como un protector y un Alejandro". Y, en carta que dirigió al coronel Macedo, uno de los más caracterizados colaboradores de Santa Cruz, fue más explícito y radical al decirle: "A la verdad ¿quién es capaz de imaginar ni creer que un peruano sea capaz de desmembrar el territorio peruano? ...El general Santa Cruz sabe bien que nadie más que yo se interesa en la fusión con Bolivia. Racionalmente se entenderán Bolivia y el Perú y formaremos del todo la Nación peruana, no la boliviana... El Perú nunca ha sido de Bolivia, Bolivia siempre ha sido del Perú. El Perú no necesita de nadie para existir y Bolivia, no; jamás podrá salir de la clase de pupila del Perú ...Sería una humillación que el último pescador del Desaguadero buscase incorporación en aquella miserable patria". La contrarrevolución de Arequipa puso término a la tentativa inicial de Santa Cruz de unir el Perú a Bolivia, o al menos, a segregar los territorios del sur de la soberanía peruana para unirlos a su país. Fue también el término de la amistad personal que vinculó interesadamente a los caudillos más representativos de la política peruana con Santa Cruz, y el comienzo de una lucha implacable que sostuvieron aquellos por más de una década, postergando el desarrollo económico de sus países.
PRIMER GOBIERNO DE GAMARRA El régimen gamarrista, que de acuerdo a la Constitución de 1828 se inició en 1829 y concluyó en 1833, se desarrolló en un ambiente de grave crisis económica y de intranquilidad, en lo que toca a política interna e internacional. En lo que respecta al primer aspecto, las guerras por la independencia habían creado una retracción en las actividades agrícolas, mineras y ganaderas. La falta de brazos—ya que muchos de quienes se dedicaban a estas actividades habían muerto en los campos de batalla—causó un notable descenso en el volumen de la producción, sobre todo en la costa, donde la mayoría de los trabajadores se dedicaban a la siembra de plantas industriales, que como el algodón, la vida y la caña de azúcar, aportaban con ingresos considerables por conceptos de derechos de exportación de los productos manufacturados, como las telas y los licores. En lo que corresponde a la actividad ganadera, la situación no fue menos crítica. En los cuatro años que duró la guerra separatista, los ejércitos beligerantes habían consumido una apreciable cantidad de ganado vacuno y ovino que se criaba en la zona andina de los actuales departamentos de Lima, Ancash, Junín y Pasco. El ganado caballar, que se usaba como medio de transporte, fue incorporado en los cuerpos de caballería que se diezmó en los campos de batalla. La minería, que ya había decaído en los últimos años de la administración virreinal, entró en una etapa de paralización por la falta de brazos y de capitales. Quienes trabajaban en ella habían muerto en la guerra y los propietarios de minas -españoles en su mayoría- se vieron obligados a abandonar el país, lo que determinó que muchas minas se "aguaran" Y el gobierno se encontraba imposibilitado de reflotarlas por falta de dinero, pues esta operación era sumamente costosa. Se comprende que la. baja en la producción de minerales, trajo como consecuencia una considerable disminución en los ingresos fiscales por derechos de exportación. Resulta obvio anotar que la crisis expuesta tuvo incidencias negativas en las actividades comerciales a nivel interno e internacional, concentradas en el primer caso en los centros mineros, donde otrora habían alcanzado gran desarrollo el arrieraje. La crisis económica imperante más el permanente estado de inestabilidad política en que se desarrolló el régimen, impidieron a Gamarra realizar una buena obra administrativa. Pese a ello, dictó algunos dispositivos orientados a superar esa crisis. Así, rehabilitó la Casa de Moneda, cuya dirección fue encomendada a Cayetano de Vidaurre, por ley promulgada el 1° de junio de 1831; fueron creadas las casas de moneda de Trujillo y Arequipa; se tomó medidas para regularizar el cobro de las contribuciones, especialmente del ramo de patentes que no habían sido hecho efectivas desde el año 1822; fue inaugurado el muelle del Callao y abierto al comercio marítimo el puerto de Cerro Azul; se estableció la Dirección General de Aduanas; se creó el departamento de Amazonas y se fundaron el Colegio Militar y el Ateneo de Lima, cuya creación obedeció al propósito de estimular el desarrollo cultural del país. Para la realización de estas tareas, Gamarra contó con la valiosa colaboración de sus ministros
José María de Pando, Manuel Lorenzo de Vidaurre, Lorenzo Bazo, Juan José de Larrea y Loredo, Andrés Martínez y Manuel del Río, personajes de gran figuración y versación en las disciplinas del Derecho y la Economía. Merece una mención especial el ensayo de descentralización administrativa que se hizo por medio de las juntas departamentales, que habían sido creadas a través de la Constitución de 1828. Lamentablemente, este ensayo no dio los resultados esperados por la irresponsabilidad y la falta de preparación de sus, miembros, a lo que se sumó la escasez de recursos económicos.
El viajero Angrad, gran captador de lo popular, recogió en Lima, en 1837, esta preciosa estampa tan llena de color y simpatía, que nos muestra cómo se anunciaban por Lima los juegos de gallos, tan populares entonces (acuarela de la colección Leonce Angrad. Cabinet des Estamps, Of. 32, Res, tomo II, lámina nº 72. Bibliothèque Nationale, París).
LA POLITICA INTERNA Fueron varios los factores o motivos que contribuyeron a crear el ambiente de inquietud en que se desarrolló el régimen de Gamarra. Cabe citar, entre otros, el carácter autoritario que dio a su gobierno, la infracción de algunos dispositivos de la Constitución, la mala aplicación de la ley de la reforma militar y la permanente amenaza que significó para el Perú la política disociadora del presidente boliviano Santa Cruz. Estos hechos determinaron que en el país se registraran alrededor de catorce movimientos subversivos contra el régimen. En agosto de 1830, se produjo el levantamiento del coronel Gregorio Escobedo en el Cuzco, quien mandó apresar al prefecto del departamento, Juan Angel Bujanda,
juntamente con algunos de sus colaboradores. Este movimiento no tuvo éxito, pues fue debelado a poco de haberse producido. El presidente Gamarra, enterado de su estallido, emprendió viaje a la ciudad imperial, con el propósito de debelarlo. Pese a haberse enterado de su fracaso en el trayecto, continuó viaje al lugar de su destino. En horas de la noche del 16 de abril de 1831, efectivos del batallón Zepita asaltaron la casa del vicepresidente, encargado de la presidencia, general Gutiérrez de la 'Fuente, quien huyó en paños menores por los techos de las casas contiguas a su domicilio. Ayudado por un carpintero se dirigió al Callao, donde se refugió en un navío surto en ese puerto. Los autores del atentado, justificaron su actitud manifestando que se habían visto obligados a tomar esa determinación para poner término a los planes subversivos que contra el presidente había trazado el vicepresidente, con el fin de derrocarlo. Se comentó, sin embargo, que aquel atentado se había realizado bajo la instigación de doña Francisca Zubiaga, mujer de Gamarra, para vengarse del vicepresidente quien por esos días había expedido una ley de excepción sobre la importación de harina, perjudicando los intereses económicos de La Mariscala, vinculada a ese negocio. En 1832, fueron puestos en prisión, acusados de conspirar contra el gobierno, Ramón Castilla y el diputado José Félix Iguain. Castilla logró evadirse de la prisión. En marzo del mismo año, fue apresado el capitán Felipe Rosell, acusado del mismo delito. Su detención se debió a la delación involuntaria de Castilla, quien se encontraba preso en un navío en el Callao. Rosell, fue sometido a un proceso sumario y sentenciado a la pena de fusilamiento, que se cumplió en la plaza mayor de Lima El comportamiento del reo en el momento de la ejecución, fue valiente, pues dice de él Santiago Távara, que marchó al patíbulo, como quien marcha a una parada militar. La ejecución del capitán cusqueño, considerado como, uno de los más valientes y leales subalternos de Gamarra, fue sentida y censurada. Castilla, a quien se culpó indirectamente del apresamiento de Rosell, publicó un Manifiesto aclaratorio, acerca de su participación en el caso. El ministro de Gobierno, Manuel Lorenzo de Vidaurre, publicó un manifiesto, censurando la actitud de los opositores al régimen, documento que terminaba con estas palabras: "Ha de reinar el orden. Si fuera preciso, callarán las leyes para mantener las leyes". Otro hecho que conmovió a la opinión pública y, sobre todo, al periodismo, fue el apaleamiento de que fue víctima el editor del periódico El Telégrafo de Lima, Juan Calorio. Acusado de haber publicado una nota difamatoria contra La Mariscala, fue detenido por un grupo de oficiales jóvenes, de quienes se decía obedecían órdenes de aquella, quienes lo condujeron al Martinete, lugar donde fue duramente apaleado hasta quedar malherido. La oposición contra el régimen gamarrista fue capitalizada en la Cámara de Diputados, por el representante liberal por Tacna, Francisco de Paula González Vigil,
quien lo acusó de infractor de la Constitución, en uso del Art. 22, del título IV de la constitución vigente. Lo denunció por haber doblado el impuesto al papel sellado, por haber disuelto la junta departamental de Lima y por haber expulsado del país al ciudadano Jaramillo, sin previo proceso judicial. Al término de su acusación, expresó: "Por lo que hace a mí habiéndome cabido la honra por no decir la desgracia, de presidir la cámara en este día, y debiendo quedar por esto privado de sufragio conforme al reglamento, me apresuro a emitir mi opinión en la tribuna para que sepa mi patria y sepan también todos, los pueblos libres que cuando se trató de acusar al Ejecutivo por haber infringido la Constitución, el diputado Vigil, dijo "Yo debo acusar, yo acuso". La acusación contra Gamarra fue rechazada por 36 votos contra 22, pero trajo como consecuencia acusaciones y detenciones. Así, el teniente coronel Felipe Santiago Salaverry, quien pese a la prevención de sus amigos, había publicado un manifiesto censurando los actos del gobierno, fue detenido y acusado de conspirador. Enviado al norte, logró evadirse de la prisión y continúo en sus propósitos subversivos. El diputado González Vigil, a quien el gobierno supuso involucrado en los planes de una conspiración descubierta en Lima pocos días después de su discurso en el Congreso, publicó un escrito negando tal imputación, que incluía estas palabras: "Entienda el Presidente de la República que mi campo de batalla es la tribuna, y que fuera de ella soy lo que siempre he sido, lo que debo ser, un ciudadano pacífico". Finalmente, en junio de 1833, se sublevaron en Ayacucho los capitanes Deustua y Flores, quienes dieron muerte a los coroneles Guillén y Gonzales. Un destacamento militar a órdenes del general Bermúdez, derrotó a los facciosos en los Altos de Pultunchara. GAMARRA Y LA POLITICA INTERNACIONAL Fueron los problemas surgidos con la República de Bolivia, los que más preocuparon al presidente, relacionados concretamente., con la honda rivalidad política que hubo entre Gamarra y Santa Cruz, que pugnaban por hacer realidad la unión del Perú y Bolivia. Los problemas de límites y del pago de la deuda, que tenía pendiente el gobierno de Bolivia al del Perú, por la ayuda indirecta prestada en favor de su independencia fueron, en realidad, causas un tanto secundarias. La crisis en las relaciones diplomáticas peruano-bolivianas, que se inició en el momento en que se descubrieron los planes federalistas de Santa Cruz, se ahondó cuando Gamarra lo acusó de estimular y alentar asonadas y levantamientos en el sur, con el propósito de desestabilizar su régimen. En lo que respecta a los límites que separaban a ambos países, no habían sido aún definitivamente fijados. Terrenos de algunas comunidades de indígenas bolivianos, sobrepasaban la línea fronteriza tradicional, que separaba a ambos países y ocurría lo propio en lo que respecta al Perú. Se daba el caso de la propietaria boliviana Andrea de la Banda, parte de cuya hacienda estaba dentro del territorio peruano.
La frontera era escenario, por otro lado, de frecuentes incidentes, protagonizados por comerciantes y arrieros peruanos y bolivianos, que se movilizaban entre ambos países por razones de sus actividades. El gobierno del Perú, en su propósito de poner término a la crisis, acreditó ante el gobierno la Bolivia una misión diplomática, presidida por Mariano Alejo Alvarez, a quien se dio instrucciones para que negociara la suscripción de tratados de amistad y comercio. Se le facultó también, para que pidiera explicaciones al gobierno de Bolivia, por la intervención de Santa Cruz en la política doméstica del Perú, el año anterior o sea en 1829. El ministro de Relaciones Exteriores de Bolivia, Mariano Enrique Calvo, que representaba a su gobierno, se mostró poco dispuesto a formalizar aquellos tratados y el presidente Santa Cruz rechazó airado el pedido de las explicaciones, formulado por el diplomático peruano, que lo consideró ofensivo; este incidente, más la pérdida de la valija diplomática de Álvarez, por la que éste culpó a la cancillería boliviana, precipitaron el fracaso de su misión. Tuvo también mucho que ver en esto, el carácter irascible del ministro peruano y su falta de tino diplomático. Fracasada la misión Alvarez, el gobierno peruano nombró otra, que presidió Manuel Ferreyros. Gamarra, que para entonces se encontraba en el Cuzco, ciudad a la que había viajado a raíz del levantamiento de Escobedo, acercó sus fuerzas a la frontera e invitó a una entrevista a Santa Cruz, la misma que se realizó en el Desaguadero. A ella asistieron, en calidad de observadores, Ferreyros y el ministro de Relaciones Exteriores, Casimiro Olañeta, que había reemplazada a Calvo. Santa Cruz y Gamarra no llegaron a nada concreto. El resultado de las conversaciones "informales", que habían tenido Ferreyros y Olañeta fue publicado en el periódico paceño El Iris, hecho que el ministro peruano consideró una indiscreción. Ambos ministros se trasladaron a Arequipa para proseguir las conversaciones, pero aquí tampoco se llegó a un acuerdo, circunstancia por la que se dieron por terminadas las negociaciones. Gamarra viajó precipitadamente a Lima y, una vez aquí, pidió autorización al Congreso para declararla guerra a Bolivia, pero este organismo decidió nombrar una nueva misión diplomática, que presidió Pedro Antonio de La Torre, quien, con la mediación del gobierno chileno, que nombró como su representante a Miguel Zañartu, suscribió en Arequipa, en noviembre de 1831 los tratados de Paz, Amistad y Comercio. El gobierno boliviano aceptó el tratado de Paz, Amistad, mas no el de comercio, por considerarlo lesivo a sus intereses comerciales. La Torre tuvo que verse obligado a viajar a Bolivia a negociar un nuevo tratado, que fue suscrito en 1832. LA GUERRA CIVIL Gamarra, próximo a cumplir su mandato, convocó a elecciones generales. El Congreso no se reunió oportunamente y las elecciones no llegaron a realizarse, circunstancia por la que la Convención Nacional, manejada por Luna Pizarro, nombró como presidente al mariscal Luis José de Orbegoso, quien asumió el poder el 21 de diciembre de 1833.
La elección del nuevo presidente no fue del agrado de Gamarra, ni del grupo que lo había apoyado en el poder y que continuaba controlando los organismos del poder, a tal punto de que la figura del presidente era, en cierta forma, decorativa. Orbegoso, para librarse de la presión del grupo "gamarrano", se refugió en los Castillos del Real Felipe y desde allí comenzó a expedir decretos. Este estado de cosas determinó que el 4 de enero de 1834 se pronunciara contra la autoridad del presidente, el general Pedro Bermúdez, unce de los más caracterizados colaboradores de Gamarra. El pueblo de Lima realizó manifestaciones multitudinarias de protesta por aquel procedimiento anticonstitucional. La guerra civil tuvo como escenario de desarrollo la sierra central y el primer encuentro entre los ejércitos beligerantes se realizó en Huaylacucho, donde las tropas de Bermúdez lograron derrotar a las de Orbegoso. Prosiguiendo las acciones, ambos ejércitos tomaron posiciones de combate en Maquinhuayo. Refiere el general Echenique en sus Memorias, que gracias a sus gestiones pacifistas no llegó a realizarse el combate y los integrantes de ambos. ejércitos se dieron un abrazo fraterno, que puso término a la guerra civil. Este episodio histórico se conoce en la historia, como el Abrazo de Maquinhuayo. Orbegoso retornó a Lima y Gamarra partió al exilio, refugiándose en Bolivia. La Mariscala se dirigió a Arequipa, ciudad de la que continuó a Valparaíso, donde falleció el año siguiente de su llegada. GUERRA CONTRA SANTA CRUZ La situación política no mejoró, pues el 4 de enero de 1835, se produjo el levantamiento del general Salaverry, quien se proclamó jefe supremo de la República el 22 de febrero. Cuando Gamarra se enteró del pronunciamiento de Salaverry, intentó regresar al Perú, pero se lo impidió Santa Cruz, mandándolo aprehender en Oruro, ciudad en la que ambos tuvieron una entrevista. Se acordó en ella, sobre la manera cómo debían actuar en el Perú. Gamarra, sin contar con la autorización de Santa Cruz, cruzó la frontera el 20 de mayo de 1835 y ocupó, sucesivamente, las ciudades de Cuzco y Puno, donde logró la adhesión de importantes guarniciones, entre ellas, las que comandaba Lopera. Orbegoso, que ignoraba el pacto Gamarra-Santa Cruz y desesperado por la presencia de aquel en el país, solicitó los auxilios del presidente boliviano, por intermedio del general Anselmo Quiroz, quien negoció un convenio que se firmó el 15 de junio de 1835 y por el cual se acordó, que Santa Cruz pasaría al Perú, para restablecer la paz; que el ejército boliviano traería su propia caja militar, que el gobierno peruano se comprometía a pagar los gastos que ocasionase esa intervención militar y que, una vez lograda la pacificación del país, el gobierno boliviano se comprometía a garantizar la realización de una asamblea, que determinaría el futuro destino del país.
Santa Cruz, aún antes de cumplirse el plazo fijado para su entrada en el Perú, cruzó la frontera al mando de un fuerte ejército. Cuando Gamarra se enteró del pacto Orbegoso-Santa Cruz, se exasperó y se preparó para combatir a este último. Casi simultáneamente se produjo el entendimiento entre Gamarra y Salaverry para enfrentarse al presidente boliviano. El encuentro decisivo entre las tropas de Gamarra y las bolivianas, comandadas por los generales Braun y Ballivián, se realizó en Yanacocha, el 11 de agosto de 1835 acción ésta en que fue derrotado Gamarra. La superioridad del material bélico, así como del número de combatientes, fueron factores determinantes de la victoria del ejército boliviano, que ocupó la ciudad del Cuzco, donde Santa Cruz hizo fusilar al coronel La Torre. Gamarra, que había logrado huir, recibió órdenes de Salaverry para dirigirse a Lima, donde debía hacerse cargo del poder, interinamente. Impedido de asumir el gobierno, fue apresado y enviado a Costa Rica, el 10 de octubre de 1835, con un grupo de sus colaboradores. Los sucesos ocurridos en el Perú, a partir de lo expuesto, corresponden a los antecedentes de la Confederación Perú-boliviana. Ausente Gamarra del país, quedaron como únicos rivales Salaverry y Santa Cruz, pues la figura de Orbegoso pasó a un segundo plano. Salaverry, luego de adiestrar y organizar sus tropas en Bellavista, abrió campaña al sur. Contaba entonces con 5,000 efectivos, contra 8,000 que tenía su adversario, los mismos que estaban distribuidos entre Cusco, Ayacucho y Arequipa. Salaverry, informado de que el jefe santacrucino Morán planeaba operar sobre Ayacucho y Jauja, decidió atraerlo, para de ese modo interponerse entre las tropas de aquél y el grueso de las fuerzas de Santa Cruz y atacarlas en detal, con la seguridad de derrotarlas; pero Morán, informado sobre la estrategia trazada por Salaverry o por simple precaución no cayó en el juego de su adversario, y retrocedió más allá de Ayacucho. Salaverry, sin verse mayormente afectado por el fracaso de su plan, envió tres expediciones hacia el interior, las que debían converger en Vítor. Dispersada la que dirigía Porras, sólo llegaron a su destino las que comandaban él y Fernandini. Las tropas de Salaverry y Santa Cruz tomaron contacto, por primera vez, en las afueras de Arequipa, donde sostuvieron un intenso tiroteo por espacio de varios días. En tanto Santa Cruz concentraba sus tropas, la vanguardia boliviana, al mando del general José Ballivián, intentó pasar el puente de Uchumayo, en arriesgada maniobra, el 4 de febrero de 1836, no lográndolo, pero se ganó las felicitaciones de su adversario, que reconoció su arrojo y valentía. El júbilo que produjo esta victoria en las filas del ejército de Salaverry, originó el nacimiento de la marcha denominada "La Salaverrina", que después se ha inmortalizado con el nombre de "El Ataque de Uchumayo". Luego de realizada esta acción, ambos ejércitos se desplazaron para ocupar la estratégica posición de los Altos de la Luna, específicamente, el Cerro de Paucarpata. El aviso oportuno que recibió Santa Cruz, sobre el movimiento que realizaba su adversario, determinó que aquél se le adelantara
en ocupar esa posición. El encuentro decisivo entre ambos ejércitos se realizó el 7 de febrero de 1836 en Socabaya. Dando comienzo a la batalla, las tropas bolivianas bajaron para contener el avance de la caballería peruana, que fue apoyada por la infantería, logrando arrollar al enemigo, que luego reaccionó apoyado por un batallón de reserva, comandado por el general Braun, que hizo retroceder a los peruanos. Salaverry hizo esfuerzos sobrehumanos para contener el desbande de sus tropas, pero no pudo evitarlo. La defección de un cuerpo que mandaba el general Mendiburu, desmoralizó totalmente al ejército peruano, que huyó precipitadamente del campo. Salaverry tomó el camino que conduce a la costa, donde debía unirse a su escuadra, pero una patrulla apostada en la ruta, bajo el mando del general Miller, lo apresó, junto con sus inmediatos colaboradores. Conducida a Arequipa, fue sometido a un consejo de guerra que presidió Anglada, que lo condenó a la pena del fusilamiento, que se cumplió en la plaza mayor de Arequipa, el 18 de febrero de 1836. También con él, fueron pasados por las armas sus subalternos Fernandini Solar, Rivas, Cárdenas, Carrillo, Valdivia, Moya y Picoaga. LA CONFEDERACION PERUANO-BOLIVIANA Ejecutado Salaverry, Santa Cruz tuvo el camino libre para establecer el sistema que había sido la máxima obsesión de su carrera pública. Tenía ante sí, varias alternativas, pues podía conformarse con anexar el puerto de Arica a Bolivia, como ya se había intentado a través del tratado de federación y límites suscrito entre el Perú y Bolivia el año 26; con segregar del Perú los departamentos de Cuzco, Puno y Arequipa, para unirlos a Bolivia, como pretendió hacerlo en 1829 o fijar los límites entre ambas repúblicas en el Apurímac, como ya lo había insinuado el Libertador en 1826. Refiere el deán mercedario Juan Gualberto Valdivia, que cuando Santa Cruz, consultó al educador José Joaquín de Mora, sobre la alternativa a elegir, éste le contestó: “Todo o nada" y fue esta respuesta la que lo decidió a unir las dos repúblicas. Hubo, lógicamente, al margen de esta decisión política, una serie de factores de orden histórico, social y geográfico que avalaban en parte esa unión, pero no hubo consenso entre los caudillos para determinar cuál de los dos países, integrantes del sistema, podía detentar el poder hegemónico. Y es que, por otro lado, existía el antecedente del acentuado nacionalismo de sus pobladores, que no permitía que uno de ellos avasallara al otro. Una de las primeras preocupaciones de Santa Cruz fue la de sentar las bases para la estructuración del sistema y para ello convocó a una asamblea, que se reunió en el pueblo de Sicuani el 19 de marzo de 1836. Asistieron a ella representantes de los departamentos de Puno, Cusco y Arequipa, quienes proclamaron la creación del Estado Sur-Peruano y designaron como protector de él a Santa Cruz. Otra asamblea reunida en el pueblo boliviano de Tapacarí, en junio de 1836, sancionó la anexión de Bolivia al Estado Sur-Peruano.
La creación del Estado Nor-Peruano no se hizo con la misma facilidad que los anteriores. Los asambleístas, representantes de los departamentos de Lima, La Libertad, Amazonas y Junín, que se reunieron en Huaura, se resistieron a esa creación y Santa Cruz hubo de usar de la presión y la amenaza para lograr su propósito, que finalmente se logró el 3 de agosto. La asamblea de plenipotenciarios que se reunió en Tacna con la asistencia de tres representantes por cada Estado, suscribió el 9 de mayo de 1837, el denominado Pacto de Tacna, que consagró el establecimiento del sistema y nombró a Santa Cruz Supremo Protector, por el término de diez años.
Andrés Santa Cruz LA OPOSICION A LA CONFEDERACION La Confederación tuvo dos enemigos irreconciliables: el gobierno chileno y los emigrados peruanos. Se ha dicho que Chile se opuso a ella por razones comerciales y también de equilibrio continental. La primera está relacionada a la rivalidad que hubo entre los puertos del Callao y Valparaíso, en la época en que fueron declarados puertos de depósito, por los gobiernos del Perú y Chile. En cuanto a la segunda, razón el gobierno chileno consideró que la unión de los dos países significaba una seria amenaza para su soberanía y su integridad territorial. Y, en lo que respecta a los emigrados, eran muchos, entre civiles y militares, que habían abandonado el país para no estar sometidos al dominio de Santa Cruz. La mayoría de ellos, entre los que se contaba a Castilla, Vivanco, Martínez y a Placencia, se había refugiado en Chile. Gamarra se encontraba en el Ecuador, país al que se había trasladado de Costa Rica. El gobierno chileno, en su propósito de destruir la Confederación, formó la primera expedición restauradora, que fue puesta al mando del marino Blanco Encalada, con quien colaboraron estrechamente los emigrados peruanos. Gamarra pidió ser incorporado en ella, pero se lo impidió el ministro del Interior, Diego Portales, enemigo jurado del Perú y de Gamarra.
El gobierno chileno buscó un pretexto para intervenir militarmente en la Confederación y lo encontró en la expedición Freyre, que había organizado en el Perú el general chileno Ramón Freyre, con la finalidad de derrocar al presidente Prieto, que entonces gobernaba Chile. El gobierno chileno culpó a Santa Cruz por el envío de esta expedición, que había fracasado por la sublevación de su tripulación. En vísperas de la partida de aquella expedición, con destino hacia el Perú, se produjo una rebelión en Quillota, encabezada por el coronel Vidaurre, la misma que fue debelada por Castilla. Superado este incidente, partió la primera expedición con destino al Perú, en setiembre de 1837. Luego de desembarcar en Quilca se dirigió a Arequipa, donde fue prácticamente cercada por el ejército confederado. Blanco Encalada, al verse en una situación critica, se avino a negociar con Santa Cruz y como consecuencia de ello, se firmó el tratado de Paucarpata, que fue rechazado por el gobierno chileno, que organizó la segunda expedición, cuyo comando fue confiado al general Manuel Bulnes. Desaparecido Portales, quien había sido asesinado en el motín de Quillota, no le fue difícil a Gamarra, lograr su incorporación en ella. La segunda expedición salió de Valparaíso, con destino al Perú, el 24 de julio de 1838 y estaba formada por 4,500 soldados. El comando, en antecedentes del fracaso de la primera, que se debió al hecho de haber desembarcado en un territorio, cuyos habitantes simpatizaban con la Confederación decidió hacerlo en Ancón. Durante el viaje de la expedición se produjeron en el Perú acontecimientos políticos, que sentaron las bases del futuro derrumbe de la Confederación. Don Ambrosio Taboada, subprefecto de Huaraz, mandó firmar actas que proclamaron la independencia del Estado Nor-Peruano y este ejemplo fue seguido por Nieto y Orbegoso, quien se dirigió a Lima. El ejército restaurador, que desembarcó en Ancón en agosto de 1838, ocupó luego la capital. Bulnes entró en tratos con Orbegoso para lograr su adhesión, pero no se llegó a un acuerdo y por el contrario éste decidió combatirlo. El encuentro decisivo entre las tropas de Bulnes y Orbegoso se realizó en la Portada de Guía, el 21 de agosto, acción en la que fue derrotado el ejército de este último, que sé refugió en el Callao. Bulnes consideró innecesaria su presencia en la capital y se dirigió al norte. La vanguardia de Santa Cruz llegó en el momento preciso en que los últimos efectivos del ejército restaurador desocupaban Lima. El general Trinidad Morán sugirió atacarlos, seguro de derrotarlos, pero Santa Cruz, contestó con estas palabras: "Mañana, Morán, mañana". Santa Cruz realizó gestiones diplomáticas con la finalidad de llegar a un entendimiento con Bulnes, pero fracasó. El encuentro preliminar entre las fuerzas restauradoras y las confederadas tuvo lugar el 6 de enero de 1839 en Buín, donde Bulnes logró vencer a su adversario. Continuando las hostilidades, ambos ejércitos tomaron posiciones a las orillas del riachuelo Ancash y el Cerro Pan de Azúcar.
Al promediar la batalla, la victoria pareció sonreír a Santa Cruz y Bulnes ordenó la retirada de sus efectivos hacia el pueblo de San Miguel. Refiere el deán Valdivia, que en ese momento, Castilla se encontró con los coroneles Sesé y Rivero, que se batían en retirada y les ordenó resistir. Hizo lo propio con los efectivos que comandaban Gamarra y Eléspuru y luego él se lanzó al ataque con el escuadrón Lanceros y el batallón Santiago, forzando la posición de Santa Cruz por la quebrada, logrando así hacerlo retroceder, operación que se hizo extensiva al resto del ejército confederado que fue completamente derrotado. Santa Cruz abandonó el campo de batalla dejando sus efectos personales en su tienda de campaña y en cuatro, días, salvó la distancia que media entre Yungay y Lima. En vista de la hostilidad con que fue recibido en Lima, se dirigió a Arequipa, para luego continuar viaje a su patria, pero al enterarse que varios caudillos habían desconocido su autoridad, desistió de viajar. El 20 de febrero expides sendos decretos, declarando disuelta la Confederación y renunciando a su cargo de Supremo Protector de ella. Al considerar peligrosa su permanencia en Arequipa, se dirigió a Islay, en compañía de algunos de sus colaboradores y bajo la protección de la marinería de la fragata inglesa Sammarang, emprendió viaje al exilio en el Ecuador.
Bandera de la Confederación peruano-boliviana
LA RESTAURACION Y EL SEGUNDO GOBIERNO DE GAMARRA Gamarra había sido proclamado presidente provisional del Perú por un grupo de vecinos, reunido en Lima, el 24 de agosto de 1838. Una de sus primeras medidas fue convocar al Congreso, pero este organismo no pudo reunirse, porque gran parte del territorio del sur, estaba ocupado por las tropas confederadas. La guerra no le permitió después ocuparse de los asuntos políticos. Tampoco pudo convocar al Congreso en Lima, porque estaba ocupada por las tropas restauradoras, por esta razón lo hizo en Huancayo, donde se instaló solemnemente el 15 de agosto de 1839. Uno de los primeros actos del Congreso fue ratificar en el cargo a Gamarra, y de concederle títulos honoríficos. Declaró, luego, enemigo capital del Perú a Santa Cruz y a Orbegoso, fuera de la ley. Dictó también medidas represivas para los colaboradores de Santa Cruz. Se abocó, luego, a la elaboración de una nueva Constitución para el país.
La Constitución de Huancayo, elaborada en el término de 15 días, fue definidamente conservadora e introdujo importantes reformas, con respecto a la Constitución anterior. El mandato presidencial fue ampliado a seis años y fueron suprimidas las vicepresidencias, así como las juntas departamentales por inoperantes. Fue creado el Concejo de Estado, cuyos presidentes y vicepresidentes debían reemplazar al presidente de la República, en los casos fijados por la misma Constitución. Fue aumentada la edad, como requisito para postular a los cargos dé presidente, senador y diputado, hecho que fue considerado como una medida hostil a la juventud. En antecedentes de lo que había ocurrido con la Confederación, la nación no podía celebrar pactos con otros países. El Congreso, por ley de 25 de noviembre de 1839, convocó a los colegios electorales, para la elección constitucional de presidente de la República, realizados los comicios, salió elegido Gamarra el 10 de julio de 1840. A poco de asumir su mandato, el presidente tuvo que hacer frente a una serie de movimientos subversivos que estallaron Cuzco, Ayacucho, Arequipa y Puno. Entre ellos el más importante fue el que encabezó en Arequipa el general Manuel Ignacio de Vivanco, quien levantó las banderas de la "Regeneración". Derrotado en las acciones de Cachamarca y Cuevillas, Vivanco se vio obligado a marchar al exilio. LA OBRA ADMINISTRATIVA DE GAMARRA Una de las más importantes en el aspecto económico fue la implantación del sistema de navegación a vapor por el naviero norteamericano William Wheelwright, quien fundó en Londres la Pacific Steam Navegation Company, que inició sus actividades en las costas del Pacífico con los barcos Perú y Chile. La implantación de este sistema agilizó las operaciones de transporte de carga y pasajeros, que hasta entonces se realizaba con barcos a vela, cuyo desplazamiento lento, estaba sujeto, en la mayoría de los casos, a los caprichos de la naturaleza. En el plano educacional, durante este régimen, fueron fundados el Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe, y el diario El Comercio de Lima. El colegio de Guadalupe fue fundado por el comerciante y agricultor iqueño Domingo Elías y el español Nicolás Rodrigo. Destinado originalmente a la enseñanza elemental, amplió después sus servicios a la enseñanza secundaria. Fue contratado para dirigirlo el educador español Sebastián Lorente. El diario El Comercio fue fundado, en 1839, por el chileno Manuel Amunátegui. Como su nombre lo indica fue destinado en principio a la difusión de informaciones de carácter comercial, pero con el transcurso de los años brindó informaciones de las más variada índole, a tal punto de haberse constituido en una valiosa fuente de conocimiento de los sucesos ocurridos en el Perú republicano. POLITICA INTERNACIONAL Uno de los primeros problemas a los que tuvo que hacer frente el régimen de Gamarra, fue el retiro de las fuerzas restauradoras chilenas. En principio no tuvo
mayores apremios por su solución, pues necesitaba de ellas para consolidar su posición en el poder, pero una vez logrado esto, esa salida era imperiosa por razones de soberanía nacional. Solucionado en parte el pago de sueldos a ese ejército, inició viaje de retorno a su país, a partir de junio de 1840. Por estos días, Gamarra propuso al gobierno chileno la suscripción de un tratado de alianza, para neutralizar la acción disociadora que realizaba Santa Cruz desde el exilio, dicho gobierno la aceptó, pero condicionándole a la negociación de un tratado de comercio, de beneficio mutuo que no llegó a concretarse. Posteriormente, arribó al Perú el ministro chileno Garrido, con instrucciones para cobrar la deuda que tenía pendiente el gobierno peruano al de Chile, por los gastos ocasionados por el envío de la segunda expedición restauradora. Esa deuda correspondía a rancho, vestuario, sueldos, gratificaciones, pago de fletes por transporte de carga de viajes de ida y vuelta y a la preparación y equipamiento de la primera expedición restauradora, todo lo cual alcanzaba la elevada cifra de 725,000 pesos. El 8 de julio de 1841 se firmó en Lima el Tratado de Paz, Amistad, Comercio y Navegación, entre los representantes diplomáticos Duarte Da-Ponte Ribeyro del Brasil y Manuel Ferreyros del Perú. Al margen de los acuerdos que se tomaron para la calificación de las embarcaciones comerciales de ambos países, así como la manera cómo debían desarrollarse las correspondientes transacciones, se convino en lo que toca a límites "Llevarla a cabo lo más pronto posible de acuerdo al uti possidetis de 1821", con el compromiso de realizar cambios o compensaciones territoriales, de acuerdo a lo convenido entre las partes. El día 9 del mismo mes y año, se firmó una Convención Postal, con la participación de los mismos diplomáticos. LA INVASION A BOLIVIA DE 1841 Al término de la Confederación, Gamarra no había renunciado a sus deseos de anexar Bolivia al Perú, como no lo había hecho Santa Cruz, en lo que respecta al restablecimiento de aquel sistema y en su intento de lograrlo, mantuvo correspondencia con algunos amigos leales que aún le quedaban en La Paz e incluso envío a su país al general ecuatoriano José Antonio Pallares, para que se entrevistara con aquellos. En lo que respecta al Perú, existían evidencias que demostraban su intervención en los asuntos doméstico) de la república del altiplano, así, en 1839 viajó, en misión secreta a Bolivia, el coronel Arguedas, con instrucciones de hacer firmar actas pidiendo la anexión de aquella República al Perú. El presidente Gamarra dijo en el mensaje que dirigió al Congreso de Huancayo, que había suficientes motivos que justificaban la intervención armada en Bolivia. Mientras tanto en Bolivia se habían realizado sucesos políticos de especial significación. El general Velasco, que había sido proclamado presidente constitucional de su país, por el Congreso Constituyente, se solidarizó con los vencedores de Yungay,
confiscó los bienes de Santa Cruz y separó de sus cargos a quienes habían colaborado con éste. Las relaciones diplomáticas entre el Perú y Bolivia no habían sido regularizadas. Gamarra exigió como condición previa para negociar la suscripción del tratado de paz, la repatriación de los soldados peruanos, que habían sido conducidos a Bolivia y el pago de 70,000 pesos por los gastos de guerra. El tratado preliminar de paz se firmó en el Cuzco, el 14 de agosto de 1839, el mismo que fue rechazado por el gobierno boliviano. Enterado éste de que el Perú se preparaba para hacerle la guerra, decidió negociar un nuevo tratado que se firmó en Lima, el 19 de abril de 1840 y por el cual ambos gobiernos se comprometieron a reducir sus fuerzas militares y el de Bolivia, luego de desaprobar su intervención en la Confederación, se comprometió a devolver al Perú las banderas y los prisioneros que tenía en su poder. Mientras tanto, la situación política en Bolivia era crítica. Mariano Enrique Calvo, amigo y colaborador de Canta Cruz, que a la sazón vivía en la Argentina, lanzó un manifiesto dirigido al pueblo boliviano incitándolo a la revuelta. Como consecuencia de ello, un grupo de representantes presentó a su cámara un pliego de censura al Ejecutivo, pedido que no prosperó. A otros actos subversivos menores, se sumó el pronunciamiento del general Sebastián Agreda, quien en complicidad con uno de los edecanes del presidente Velasco, apresó a éste y proclamó presidente a Santa Cruz. El 15 de junio de 1841, un motín popular que estalló en La Paz, proclamó presidente a Mariano Enrique Calvo, quien finalmente se sometió a la autoridad de Agreda. El general Ballivián, que se encontraba en el Perú, entró en tratos con Gamarra para lograr su apoyo. En tanto se preparaba para la guerra Gamarra, un motín que estalló en La Paz, el 2 de julio de 1841, proclamó presidente a Ballivián; dada la ausencia de éste, asumió el poder interinamente, José María Serrano. En este momento, habían dos movimientos en Bolivia, los de Calvo y Agreda, que representaban a Santa Cruz y el de Ballivián, representado por Serrano. Cuando estos caudillos advirtieron el peligro que para la soberanía y la integridad territorial de su país significaba la invasión de Gamarra, dejaron de lado diferencias políticas y se unieron para formar un frente coman de defensa ante el invasor. Gamarra, enterado de la defección de Ballivián, intentó apresarlo, pero ya era demasiado tarde, pues aquel. había cruzado la frontera de su país y, una vez allí, fue recibido apoteósicamente. Desde La Paz escribió Ballivián a Gamarra dándole cuenta de la tranquilidad que reinaba en La Paz y le prometió que su administración sería "la más sólida garantía de paz y amistad con el Perú". Esta carta no llegó a recibirla Gamarra, pues ya había cruzado la frontera boliviana. El presidente peruano al justificar la invasión expresó que se había visto obligado a hacerlo para "interponerse entre un pueblo oprimido y un ejército servil y mercenario", ya que la permanencia de Ballivián en el poder, no significaba una
garantía para la seguridad y tranquilidad del pueblo boliviano, sobre todo cuando Santa Cruz conspiraba desde el exilio y que él ya no podía retroceder, porque el ejército peruano no era un “postillón al cual se le puede hacer regresar en cualquiera hora y en cualquier punto". El desplazamiento del ejército peruano se realizó, en las primeras operaciones, sin mayores dificultades, a tal punto de que, como en el año 28, recibió la ayuda de alguno, pueblos que le suministraron víveres y recursos. Esto le permitió ocupar fácilmente La Paz, ciudad a la que llegó el 19 de octubre de 1841. Pero, luego, tuvo que hacer frente a la tenaz resistencia del pueblo boliviano. El primer encuentro entre las tropas peruanas y bolivianas se realizó en la aldea de Mecapaca, acción en la que aquellas obtuvieron una discreta victoria sobre estas últimas. Gamarra, en un exceso de prodigalidad, premió a algunos jefes que se habían distinguido en aquella batalla, hecho que trajo como consecuencia el resentimiento de otros jefes, que se consideraron postergados. El ejército peruano, hostilizado en La Paz, se desplazó hacia Viacha, de donde se trasladó a la hacienda de Ingavi o Incahue. LA BATALLA DE INGAVI Y LA MUERTE DE GAMARRA En la víspera de la batalla, el ejército peruano tenía como comandante en jefe a Castilla y como director de operaciones a Gamarra. En vista de que algunos jefes mostraron su disconformidad con la designación de Castilla, Gamarra optó por nombrarlo comandante de la caballería, en tanto que el general Miguel San Román, fue designado comandante de la infantería. Al amanecer del 18 de noviembre, los ejércitos dieron salvas y tocaron dianas. Las tropas peruanas contaban con,23 jefes, 235 oficiales y 5,119 soldados, más 8 piezas de artillería. El ejército boliviano tenía 40 jefes, 320 oficiales y 4,000 soldados, más 6 piezas de artillería. El campo de batalla de Ingavi tiene una ligera pendiente ascendente hacia el sur. Existían allí algunas chozas aisladas. Las tropas peruanas tomaron posiciones al lado de la explanada, frente a la hacienda y las bolivianas, comandadas por Ballivián, se colocaron entre los pantanos de Viacha y los cerros de Chonchocoro. La batalla se inició muy de mañana, con el enfrentamiento de las guerrillas. Gamarra, había colocado la caballería a la derecha e izquierda de su línea de ataque, teniendo en cada ala una columna ligera de infantería, formada por los cazadores de los cuerpos que debían secundar la acción de la caballería. La artillería fue intercalada entre las unidades de la línea y quedaban de reserva los batallones Puno y Ayacucho. El ejército boliviano adoptó una formación semejante. Al iniciarse las acciones, Gamarra atacó la izquierda de Ballivián, pero las tropas de éste ofrecieron tenaz resistencia, obligándolo a detenerse. A esta altura de las operaciones, Castilla ordenó al jefe de los Coraceros, coronel Arróspide, que atacara la
derecha de las tropas bolivianas; para de este modo poder destruir las columnas del ejército adversario, que presentaba el flanco abierto y por lo mismo vulnerable, pero Arróspide se negó a cumplir la orden dada por Castilla. Mientras tanto Gamarra, en el fragor del combate y en su obsesión de desbordar el ala izquierda del adversario, atacó, alargando sus líneas y haciéndolas avanzar; estrategia que causó cierto descontento en sus líneas, situación que aprovechó Ballivián, para lanzar un ataque ordenado y masivo, estrellando prácticamente sus tropas sobre la infantería peruana, que perdió fuerza para el ataque. En este momento, San Román, mal interpretando una orden, sacó de la línea de ataque dos batallones, tomando el camino que conduce a Viacha. Los bolivianos al advertir esta maniobra, redoblaron sus esfuerzos para atacar a los peruanos. La caballería peruana situada a la izquierda, engañada por la maniobra de San Román, comenzó a abandonar el campo. La noticia de la muerte de Gamarra, que se propagó rápidamente en el campo de batalla, desmoralizó a los efectivos de los batallones Ayacucho, Punyán, Puno y Yungay, quienes a las voces de "el presidente ha muerto", iniciaron la retirada que luego se generalizó en todas las líneas del ejército peruano. Castilla trató de restablecer el combate, pero sus esfuerzos fueron infructuosos y cayó prisionero del enemigo. La situación de los peruanos fugitivos se tornó dramática, pues se vieron impedidos de pasar el puente del Desaguadero, que había sido mandado destruir por San Román, para cubrir su retirada. Esto dio lugar a que muchos soldados peruanos fueran ultimados despiadadamente por los vencedores, no obstante haberse rendido. Entre las causas que motivaron la derrota del ejército peruano en Ingavi, cabe citar la lentitud y confianza con que se movilizó ese ejército dentro de territorio boliviano. Gamarra se engañó, pues pensó que el año 41 tendría la grata acogida que tuvo el año 28, en que el pueblo, interesado en la salida de Sucre, a quien consideraba un opresor, lo ayudó incondicionalmente. Contribuyó también a esa derrota la desmoralización que había cundido entre la oficialidad peruana, a raíz de los ascensos concedidos luego de la acción de Mecapaca; el uso de los llamados fusiles hannoverianos por el ejército boliviano, que al disparar un fuego graneado no visto antes en acciones similares, causó pánico entre las tropas peruanas; la retirada de San Román y la muerte de Gamarra en circunstancias aún no aclaradas. Según la versión más aceptada, Gamarra murió por efecto de una bala disparada, cuando se encontraba un tanto retirado del campo, en el momento en que cumplía con una necesidad corporal. Refiere Alfredo González Prada en su libro Un crimen perfecto, que muchos años después de realizada la batalla, un indio moribundo, residente en una hacienda cañetana, mandó llamar a su padre, don Manuel, para confiarle un secreto de que él había matado a Gamarra en Ingavi, para vengarse del ultraje de que había sido víctima en un cuartel. La muerte de Gamarra alejó para siempre a Bolivia del peligro que significaba su presencia para su independencia y la seguridad de su territorio, pese a que quedaba
pendiente de solución la cuestión de límites, que tuvo una notoria gravitación en los conflictos que habían tenido hasta entonces el Perú y Bolivia. Victorioso el ejército boliviano, invadió el sur del Perú, bajo las órdenes de Ballivián, Rodríguez Magariños y Lara. En tanto se realizaban pequeños encuentros y escaramuzas, entre montoneras peruanas y el ejército invasor, se realizó una reunión en Lima, con la participación de civiles y militares y se acordó en ella designar a un ministro plenipotenciario, que negociara la paz, pero con la condición de que el ejército boliviano abandonara el país en la brevedad posible y que el Perú no se viera afectado en su integridad territorial. El plenipotenciario designado fue Francisco Javier Mariátegui, quien partió al sur en compañía de Lavalle. Ballivián nombró como su representante a Hilarión Fernández. Los tres personajes se reunieron en el pequeño poblado de Vilque, el 9 de mayo de 1842. Las conversaciones no fueron del todo cordiales, pues menudearon las acusaciones y recriminaciones por incidentes pasados. Mariátegui exigió del gobierno de Bolivia el pago de los gastos ocasionados al gobierno del Perú por las campañas del 28 y del 41 y que mandase destruir la columna, que con inscripciones injuriosas al Perú había mandado construir en el campo de Ingavi. Al no llegarse a un acuerdo en esta oportunidad, se reunieron posteriormente en Acora, los representantes del Perú Gutiérrez de La Fuente y Mariátegui y Ballivián y Olañeta de Bolivia, donde se fijaron las bases para la suscripción del tratado de Paz, que se firmó en Puno, el 7 de junio de 1842. Por este tratado se convino, en líneas generales, en olvidar las diferencias pasadas, el ejército boliviano se comprometía a desocupar territorio peruano y el pago de indemnización por gastos de guerra se haría recíprocamente.
Muerte de Gamarra en campos de Ingavi. (Óleo anónimo donado al Museo Nacional de Historia de Lima por Juan N. Vargas Quintanilla, el 10 de setiembre de 1906, según inventario. 0,97 x 0,67 m. sala La República).
APÉNDICE NOTAS FINALES SOBRE EL MARISCAL GAMARRA (TOMADO DE LA “HISTORIA DE LA REPÚBLICA DEL PERÚ” DE JORGE BASADRE)
EFIGIE DE GAMARRA. Colegial de San Buenaventura en el Cuzco, latinista versado que llevaba siempre en el bolsillo una edición del sentencioso Horacio como maestro del corazón humano, sin embargo había preferido la áspera universidad de la vida impura. Había llegado desde muy lejos al trote de su caballito serrano a la capital altiva por largos caminos circundados por campamentos. Un oculto ahorro vital infundíale el optimismo tan necesario para ser conductor; pese a que desde muy temprano supo la verdad feroz de las cosas. Era la suya una tenaz paciencia de obrero rural aunque a veces el milenario recelo andino, lleno de agachadas, escondedor, sin entregarse nunca, decíase que hallábase en él. Cuando conversaba solía inclinar la cabeza y miraba de soslayo como un cazador que apunta. Se le tenía en la vida, en la política, en la guerra por lo que en la pampa se llama un baqueano. La nariz aquilina de comando en su rostro lampiño y desencajado de surcos cavados por los años, contrastaba con la quieta mirada de sus ojos color tabaco. Bajo su piel acostumbrada a las recias tempestades de la acción fluía la sangre fría, rara en los pueblos jóvenes, las setenta pulsaciones del pretor. Se le aceptaba, aunque por mucho con un "¡Qué le vamos a hacer!" como un mal menor; pero contemporáneos como Távara, Echenique y Mendiburu lo llaman sereno, prudente y magnánimo aunque sabía, como el marino, utilizar el viento obedeciéndolo y comprendía que la línea recta se tira en el mapa y en el papel blanco y no en el trazado de los caminos ni en el curso de los ríos ni en el gobierno de los pueblos. Había sufrido reiteradamente la prueba del poder y la contraprueba de la adversidad, muchas veces el infortunio lo había dejado solitario; pero él no se había quedado sentado en la orilla de la vida esperando la marea nueva sino que había ido a buscarla y más de una vez la creó. Y, sin embargo, a pesar de los rasgos más difundidos de su carácter, se lanzó veterano ya, como un soldado bisoño, a la última aventura. Prefirió las vicisitudes de una campaña cuando, hallábase rodeado de los encantos y de las seducciones del poder y cuando la Patria no tenía ya nada más que darle. El frío de la meseta; el hambre creciente, el aislamiento, comenzaron a azuzar en su campamento a los lobos de la sedición. Llegado el instante decisivo no pretendió salvarse aunque pudo considerar que su persona era una reserva sagrada. Tampoco intentó mendigar una limosna del adversario. Fue como un naufragio y fue como si él estuviera en el puesto de mando. Se irguió en medio del estruendo de los disparos dobles que mojaban de luz las pocas bayonetas que se negaban a retirarse, para caer bajo un cielo que frecuentemente tiene color de cobalto, en el frío de una planicie yerma, ocre y gris, formada de cascajo y
tierra de acarreo, donde apenas crece el ichu o paja de la cordillera, no lejos de unas míseras chozas indígenas no más adornadas que su tienda de campaña. La muerte no le llegó como el ocaso de un bello día sino traída por la tempestad y la tragedia de un desastre nacional. Había alcanzado una gran victoria a lograr deshacer la Confederación y al deshacer, con ella, la vida política y el mensaje de su compañero y émulo, Santa Cruz. Fue tremenda, en cambio, su derrota al querer un nuevo Estado imperialista peruano. Ambos caudillos resultaron neutralizándose. Ingavi contrapesó a Yungay. Ni Santa Cruz "bolivianizó" al Perú ni Gamarra "peruanizó" a Bolivia. Y así se precisó la bifurcación de los destinos del Perú y de Bolivia que, a pesar de todos los discursos fraternales, sigue hasta ahora. Lo que pudiera llamarse la "directiva Gamarra" en la política peruana, es decir la política anti-boliviana en eventual alianza con Chile, predominó en el Perú hasta que vinieron el nacionalismo continental de 1866 y, más tarde, la "directiva Pardo", con orientación tácitamente anti-gamarrista, de acercamiento a Bolivia y de alejamiento de Chile. EL CADÁVER Y LA CASACA DE GAMARRA. Ballivián mandó erigir frente al campo de batalla una columna con una inscripción altisonante que debía tener en su base el cadáver de Gamarra, profanado después de la batalla. Se acordó en 1842 que esta inscripción fuese borrada. En cuanto a la columna, los vecinos de Viacha la destruyeron en 1847, al ser depuesto Ballivián; y los nuevos gobernantes, Belzú y Velasco, dispusieron que, después de los honores fúnebres a los restos de Gamarra en la Catedral de La Paz, fueran enviados ellos a Lima. De esto se tratará más adelante. Una tradición, difundida en Bolivia afirma que el cadáver remitido en 1848 no fue el de Gamarra sino el del sargento boliviano Garavito, pues aquél llegó a ser depositado en la base de la columna por orden de Ballivián. Esta versión trata de insistir en que los restos de Gamarra se quedaron en Bolivia. No se comprende con qué fin se habría hecho tan macabra suplantación, convirtiendo en grotesca burla tanto el decreto que erigió la columna corno su jactancioso letrero. Al debate acerca del cadáver se junta el de la casaca o la "leva" de Gamarra. Dícese que el dictador Melgarejo regaló esta prenda al diplomático peruano Mariano Lino Cornejo, y que ella fue depositada en Lima, en el cuartel de Santa Catalina. De allí la habría sacado un jefe chileno durante la ocupación iniciada en 1881 para dársela a la familia Vargas Quintanilla, de donde la obtuvo don Alberto Gamarra. Un pleito se produjo entre ambas familias, Gamarra y Vargas Quintanilla, acerca de la casaca, que más tarde ha sido entregada al Centro de Estudios Histórico-Militares. Pero en el Museo de La Paz se exhibió durante mucho tiempo la “leva” de Gamarra hasta que fue sustraída por un residente peruano según ha narrado en un artículo sobre este asunto José María Barreto, cuya información provino del tiempo del tiempo que sirvió en la legación en aquella ciudad. ¿FUE LA MUERTE DE GAMARRA UN "CRIMEN PERFECTO"?
Modesto Basadre escribió en su artículo "Ingavi", publicado en La Patria de Lima el 13 de noviembre de 1877: "No nos ocuparemos por ahora de los pormenores de esta sangrienta y desastrosa batalla; los existen escritos, tomados los informes de fuentes imparciales, recogidos de los labios de testigos presenciales y de personas caracterizadas que se hallaron en ambos ejércitos. El generalísimo Gamarra murió en esa funesta batalla; al lanzarse a contener personalmente el desbande de parte del ejército recibió das balazos, uno sobre el testado derecho, otro tras la oreja del mismo lado. El vicario, señor Armas, que se hallaba a su lado cuando cayó del caballo, no pudo oírle proferir una sola palabra. Se lanzó a la muerte este viejo y valiente jefe al contemplar la inmotivada dispersión de su ejército y se sacrificó para salvar, si salvar era posible, el honor de su patria". Juan B. Pérez y Soto, en unos párrafos transcritos por Benjamín Vicuña Mackenna en el libro El Washington del Sur, se refirió también a la muerte de Gamarra en Ingavi, aseverando que "fue un ¿castigo? de bala perdida a retaguardia". ¿Conocía la versión dada por Modesto Basadre o se hizo eco de otras informaciones? Juan Gualberto Valdivia en sus Memorias sobre las revoluciones de Arequipa dio a conocer que la discordia minaba a los jefes peruanos antes de la batalla de Ingavi, y que habíase proyectado una sublevación para quitarle a Castilla el corlando. "Tal intención (agregó) llegó a noticia de Gamarra quien, al recibirla, dijo: "Será posible que los peruanos, a presencia ya del enemigo, hagan revolución en tierra extraña. ¡Yo me dejaré matar!". Más adelante Valdivia se limitó a narrar de la siguiente manera lo ocurrido: "La batalla principió y continuó bastante rato con valor por ambas partes. Pero cuando nuestra infantería se hallaba todavía en buen estado, San Román retiró del campo de batalla dos batallones íntegros y algunas secciones de caballería y se puso en retirada para el Perú. No se sabe ciertamente si esa retirada se emprendió antes o después de la muerte de Gamarra; que la recibió en su puesto". Podría parecer que Valdivia no hubiera querido dar mayores detalles acerca de la batalla. Manuel de Mendiburu en sus memorias dice simplemente: "Volviendo yo donde él (Gamarra) después de comunicar una de sus órdenes, le encontré muerto". Como Valdivia, deja la impresión de que no quiere hablar mucho del asunto. En el epitafio en latín puesto al lado del catafalco de Gamarra en las honras fúnebres hechas en la Catedral, de Lima en enero de 1842 leíanse las siguientes palabras: Cuando. Por Ultimo. Colocándose. El. Primero Ante. Las Filas. Inflamaba. A. Los. Suyos Al. Combate. En. La. Acción. De. Incahue Después. De. Habérsele. Muerto. Dos. Caballos En. Que. Estaba. Montado Traspasado. De. Heridas. Murió. Con. Gloria El. 18. De Noviembre. De. 1841. A. La Edad. De. 56 Años. Y. Días. 22. Bartolomé Herrera, en su oración fúnebre en la Catedral de Lima, a la que alude más adelante este mismo capítulo y para la cual recibió, según se dijo entonces, los
testimonios de algunos sobrevivientes, trató así el mismo tema: "Los cuerpos a quienes la ira del Señor, valiéndose de los mismos pecados que iba a castigar, aportó, amalgamó, confundió de modo que no podían disparar el fusil sin herirse unos a otros; circuidos por todas partes del fuego enemigo, se habían desbandado. El lancero, el formidable lancero del Perú, había, ¡oh vergüenza!, antes que todos huido. Dos batallones solos, semejantes a los ochocientos valientes que, abandonados por sus compañeros', quedaron en el campo con Judas Macabeo, resisten el empuje de cuatro mil soldados. ¿Quién los anima? Un semblante encendido por la llamarada del corazón en que se habían reunido y reconcentrado cuanto patriotismo y cuanto valor hay esparcido en el Perú, resplandece entre ellos, representando la grandeza, la soberanía de la Nación"... "Gamarra no ignoraba que la muerte era inevitable en la posición que defendía; pero era deber de él y de los suyos sostener hasta el fin el honor de nuestras armas. La voz poderosa con que la Patria manda, salió de su boca: "¡Aquí es preciso morir!" "Aquí es preciso morir", repitió cada corazón... Más ¡ay! cayó también. El fuego de su corazón había vencido ya dos veces a la muerte. Dos veces se había levantado del sepulcro: para animar de nuevo a sus soldados con el aire sublime de la eternidad, maravillosamente unido al exaltado interés que inspira al hombre del tiempo la vista de la patria amenazada. Más las iras de Dios se habían en esta parte llenado... era ya en el momento en ese día de horrible pena y de luz clarísimas para los peruanos, de acabar de advertirles que la felicidad debe esperarse del poder y la misericordia del Señor, no de un brazo: y ese brazo cayó deshecho y cayó la ignominia sobre la frente del Perú". La necrología de Gamarra publicada en El Comercio, el 3 de enero de 1842, con motivo de las honras efectuadas en la Catedral de Lima, expresó lo siguiente: "... Dispuso el cielo en su cólera que ese bravo e impertérrito veterano, menospreciando su existencia se lanzar con temerario arrojo en medio de los más inminentes peligros y hallara la muerte en las primeras filas, en donde presentara el pecho como un banco a los violentos fuegos del enemigo. Muertos uno tras otros dos caballos y heridos el tercero, parece que los golpes y contusiones que sufrió en las reiteradas caídas renovaran su coraje y le hicieron olvidar del todo la obligación de conservar la vida para su patria y no prodigarla... Parece que las huestes enemigas y que todas sus armas se convirtiesen contra él solo y que la fortuna se complaciera en presenciar el nuevo y sublime espectáculo de un combate entre un solo hombre y la guerra. Por fin una y otra bala atravesaron el pecho y el cráneo del hábil y esforzado Capitán, del esclarecido Magistrado, del Grande Hombre del Perú. Así el plomo de los bárbaros y envidiosos enemigos acertó a destruir a un tiempo los dos centros de una vida tan preciosa, destrozando sacrílegamente una cabeza que sólo pensaba en la patria y un corazón que sólo latía por ella". Castilla consignó en el parte ya mencionado que redactara en Palca Grande, las siguientes palabras: "El Generalísimo Gamarra no ha muerto por resultado de la grave herida que recibió en la parte interior del hombro derecho; y a la distancia de cincuenta pasos de la línea, un segundo balazo en el cuello del mismo lado, pues el general Ballivián, su favorecido en la época de la proscripción en el Perú, fue el que le arrancó el último estambre de su vida, que si no se la quiso salvar, al menos se le pudo y debió dilatar por medio de la cirugía". Según un artículo del general José Luis Salmón publicado en 1843 contaba el general José Manuel Pereyra (combatiente en Ingavi como subteniente en el batallón Punyán) que, después de haber recibido una primera herida, Gamarra fue atendido por los tenientes Francisco Diez Canseco y Manuel Sauri, quienes lo desmontaron del
caballo y le improvisaron un asiento con mochilas. Sentado allí Gamarra habría recibido una segunda y mortal herida. Hacia 1873 un moribundo en una hacienda de la costa, confió a Manuel González Prada un secreto sensacional: él, soldado peruano, asesinó a Gamarra en Ingavi como venganza por maltratos de cuartel. El dato, oralmente transmitido por don Manuel, fue recogido de manera incidental en la biografía de la "Mariscala" por Abraham Valdelomar en 1915 y en la del mismo gran panfletario, por Luis Alberto Sánchez; pero mereció los honores de un libro especial publicado por Alfredo González Prada en 1943 bajo el título de Un Crimen Perfecto. A favor de la tesis del asesinato no hay sino la confesión de un hombre cuyo nombre se ignora, hecha más de treinta años después del acontecimiento. El autor del presente libro la refutó en 1945. Después de examinar el asunto más cuidadosamente, considera que en el estado actual de los conocimientos cabe llegar, con objetividad, sólo a las siguientes conclusiones: 1°) Gamarra, inmediatamente antes de la batalla o al ver lo ocurrido en la primera fase de ella, estuvo resuelto a morir y no intentó siquiera abandonar el campo; 2°) La información de que fue herido al tratar de contener la dispersión parece la más probable; 3°) No hay sino el testimonio de una sola persona en el sentido de que un soldado vengativo aprovechó de la oportunidad para asesinarlo; 4°) Es verosímil la versión de Castilla de que Gamarra fue ultimado por mano boliviana (después de señalar los sitios exactos de los dos balazos que coinciden con los que presenta la casaca actualmente conservada en el Centro de Estudios Histórico-Militares). EL "LLAMADO AL ORDEN" DE HERRERA Solemnes fueron las exequias al Presidente Gamarra, hechas en la ciudad de Lima en la Catedral, el 4 de enero de 1842. "En la rústica Plaza de Armas, los clarines destemplados; sobre la ciudad, sollozos de bronce, los tañidos de los templos; en todas las indumentarias, luto; en todas las almas, amargura". Desde el púlpito en aquella ceremonia el párroco del humilde pueblo de Lurín llamado Bartolomé Herrera, no habló mendaz-mente de la vida del hombre que esta recibiendo la caricia sarcástica de los homenajes póstumos. "Hablaré de su muerte, castigo nuestro", dijo. Describió admirablemente la batalla desastrosa y pintó al Presidente expirante circundado de polvo, volviéndose al Perú y diciendo, en el lenguaje .rápido del corazón: "Patria, muero por ti. Si tienes ofensas de qué reconvenirme, ve cómo las expío. Mi sangre derramada por tu seguridad y por tu gloria y los últimos latidos de mí pecho, claman ¡Patria, perdón!". Pero el propósito de esta oración fúnebre era atacar la causa del desastre. Y por eso preguntó: "¿Dónde se ha perdido esa impresión (no digo el envilecimiento reprobado por Dios antes que por el mundo) sino una impresión seria y profunda que producían, las autoridades en que se apoyaba el secreto del orden, de que la nueva generación sólo tiene idea por lo que le refieren? ¿Dónde está el respeto que recíprocamente se guardaban estas autoridades. Por largo tiempo, ¿qué se ha respetado entre nosotros? Casi todos, lo diré en este día de dolor y de verdad, han combatido a toda autoridad; y todas las autoridades han combatido entre sí; porque el respeto ha caído en ridículo"... Y en otro párrafo exclamó: "¿Y qué podré decir yo, señores, que nos consuele? Veintiún años hemos vivido abandonados a unos mismos pecados. No han sido parte a
volvemos al camino de, orden las continuas amenazas del Señor. Quiso al fin castigamos; y para que el dolor y la vergüenza nos fueran más sensibles escogió el brazo sir vigor, el miserable brazo de Bolivia. ¿Qué podré decir que nos consuele? El espíritu secreto de partido había usurpado el amor a la patria; y la patria que sólo es visible para los corazones que le presentan el tributo de su amor, no existía para muchos. El hábito de no obedecer las instituciones ni la autoridad pública estaba inveterado. Una parte de las tropas desobedeció pues, a sus jefes; careció de entusiasmo para defender la patria; no la vio y volvió caras ¿a presencia de quién? de soldados bolivianos. ¿Qué podré decir que nos consuele?". Ingavi era un castigo. Debía ser una expiación. "Que la sangre del Generalísimo Presidente nos recuerde siempre hasta dónde puede conducir a las naciones el abandono de sus hijos".
SCG 2009
Yo amo a Flor María C. C.