Varios > Spinoza Y Las Pasiones

  • November 2019
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Comprender las pasiones, en vez de oponerse a ellas o reprimirlas obstinadamente, significa aceptar previamente su existencia e inevitabílidad, con una especie de actitud humilde, que paradójicamente proporciona a las facultades racionales una fuerza mayor que las exalta y que constituye la premisa para la eliminación de sus efectos perversos. Sin condenarlas o incensarlas, es preciso elaborar con ellas una idea adecuada, descubrir sus procesos, sus obstrucciones, sus puntos de estancamiento o de fluctuación, comprender por qué no discurren hacia una desembocadura lo bastante grande como para contener su alcance e ímpetu, de manera que desemboquen en una mayor satisfacción y desahoguen en una superficie más amplia su carácter destructivo y autodestructivo. Esto quiere decir que encuentren un orden intelectual más ágil, una lógica más hecha a su medida, en las que situarlas, precisamente para no tener que sufrir su inflexible orden "externo", su lógica aplastante (que domina sobre todo en las situaciones de peligro y de incertidumbre). Comprender equivale a atenuar esas oscilaciones contradictorias atribuidas a las pasiones -que confunden y alarman a la razón- por las cuales se producen, en rápida sucesión, estados de ánimo opuestos e intranquilizadores (miedo y esperanza, tristeza y alegría, odio y amor). Adquirir una mayor conciencia de las pasiones en su transfiguración en afectos implica, por ello, no contentarse con dejarse llevar por fluctuationes o perturbationes animi producidas por vientos que empujan al individuo por todas partes, o dejarse guiar por automatismos irreflexivos. Spinoza comprendió que la oposición binaria, directa y frontal de razón y pasiones está por lo general destinada a desgastar las energías del individuo, a la parálisis y al desgarro permanente de los actos de la voluntad, es decir, al triunfo de deseos impotentes y enfrentados. Sólo dos caminos se abren, en efecto, en las grandes filosofías, para quien trata de desenredar los conflictos del querer: o desbloquear las fuerzas anteriormente reprimidas, inmovilizadas e inutilizadas de las pasiones y de los deseos, incrementando su intensidad con miras a un crecimiento paralelo de la «alegría» y de la potencia de existir del individuo (y tal es la estrategia seguida por Spinoza y, en ciertos aspectos, por Descartes), o confiar en una entidad que esté al mismo tiempo dentro y fuera del individuo, esto es, en un poder que sea capaz de mediar dentro de la singularidad y de la universalidad (y ésta es la estrategia seguida por San Agustín, cuando trata de «sintonizar» la voluntad humana con la del yo, «más íntimo para mí de lo que yo pueda serlo para mí mismo», interior intimo meo, o de Kant cuando atribuye a la razón y a su manifestarse en el individuo en forma de ley moral, es decir, de mandamiento que exige obediencia incondicional, la naturaleza de una presencia majestuosa y sublime, capaz de respetar la autonomía del propio individuo mientras le manda y lo trasciende). Tanto en el primero como en el segundo caso hay que evitar el conflicto inmediato y binario entre pasiones y razón

desplazando el nivel del enfrentamiento, introduciendo estrategias indirectas o dando entrada a un tercer elemento, común a los dos primeros, como árbitro y parte inseparable de la disputa. Spínoza representa el puente entre las éticas que tienden al autocontrol y a la manipulación política de las pasiones y aquellas que dejan abierto el camino a lo inconmensurable del deseo. Contribuye, de este modo, a derribar el doble muro que tradicionalmente separa, por un lado, a las pasiones de la razón y, por otro, a la inquietud de las masas de la «serenidad» del sabio. La necesidad de poner freno a las pasiones ha empujado, efectivamente, a la sociedad a forjar, en un proceso milenario de no muchas variantes, la imagen de un individuo que -en la realidad y en el imaginario de nuestra cultura y de otras- constituye la piedra de toque de los valores y de las virtudes. Más que un héroe del conocimiento último de sí mismo, es a menudo un campeón de la «vida recta», un ejemplo de firmeza, de lucidez y de valor. Capaz de desafiar a la suerte, se vuelve invulnerable a sus reveses y halagos. Salvaguarda así su coherencia e integridad, resistiendo victoriosamente las presiones, de lo contrario insoportables, de las propias pasiones y de la voluntad ajena, y permaneciendo insobornablemente (pero inteligentemente) fiel a sus decisiones, por estar basadas en razones argumentadas y sopesadas. A diferencia de las multitudes que viven en un clima de temor y que sufren la fascinación de la esperanza, él está libre de tales perturbaciones del ánimo. Sus pasiones son disciplinadas, dúctiles o sumisas, las del vulgo -en realidad- rebeldes, obstinadas e indómitas.

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